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PROGRAMA DE DOCTORADO EN ANTROPOLOGÍA SOCIAL Y DIVERSIDAD
DEPARTAMENTO DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL UNIVERSIDAD DE GRANADA
LA CULTURA SACRALIZADA. ESTUDIOS SOBRE PATRIMONIO Y TURISMO EN
LA PROVINCIA DE GRANADA
AUTOR
JUAN DE DIOS LÓPEZ LÓPEZ
DIRECTORES F. JAVIER GARCÍA CASTAÑO
GUNTHER DIETZ
GRANADA, 2015
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Editor: Universidad de Granada. Tesis DoctoralesAutor: Juan de Dios López LópezISBN: 978-84-9125-764-6URI: http://hdl.handle.net/10481/43499
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A mis hijas, Aurora y Mar, con amor.
A mi padre, Juan de Dios, in memoriam.
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AGRADECIMIENTOS
Mi madre me recuerda algunas veces que, desde mis primeros años escolares, decía que
me gustaba leer pero no escribir. Y, en cierto modo, sigue siendo así. Siempre que
empiezo a escribir un texto me asaltan dudas, inseguridades y un cierto grado de
ansiedad, que suelo calmar con la lectura. Si finalmente me decidí a escribir una tesis
doctoral –eso sí, por compendio de textos breves y tomándome mi tiempo–, fue en gran
parte gracias a la pasión por la investigación y la antropología que me transmitieron
quienes han sido mis directores: F. Javier García Castaño y Gunther Dietz. Ambos me
han acompañado y estimulado desde mis primeros contactos con la disciplina, hace ya
¡casi dos décadas! Si Javier no hubiera representado una serie de guiños
‘descontextualizados’ en clase de Antropología de la educación para explicarnos La
interpretación de las culturas y Gunther no me hubiera mostrado que en Teorías de la cultura
aprendería algo más que filosofía del arte, probablemente tampoco hubiera escrito las
páginas que siguen. Gracias a ambos por sus enseñanzas y su paciencia con mis saltos
temáticos y con mis idas y venidas de la academia.
Gracias también a mis compañeros y compañeras del Laboratorio de Estudios
Interculturales y del Instituto de Migraciones de la Universidad de Granada: Toñi
Olmos, Natalia Moraes, Raquel Martínez, Javier Rosón, Eva González, Sonia García,
Nina Kressova, Aurora Álvarez, Adelaida Megías, Alejandro López, Rosalía López y
Pepe Fernández. Con todos he aprendido y con todos me he divertido. En ocasiones,
incluso, a la vez. Al grupo de personas que, en el Instituto de Migraciones, nos hemos
demorado algo más de lo recomendable en la finalización de nuestras respectivas tesis,
Pippi Contini nos ha denominado “los jubilandos”. Las sesiones colectivas de ánimos y
apoyo mutuo, que hemos mantenido en los últimos tiempos, han sido el empujón que
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me faltaba para cerrar la tesis. Así que muchas gracias, entre otros, a la propia Pippi,
Ouafaa Bouachra, Tamar Abuladze, Habiba Hadjab y Pepe Castilla. Siempre que he
dudado acerca de cómo estructurar y darle forma a este trabajo he acudido a la tesis de
Luca Sebastiani para ver cómo lo había resuelto él. Luca abrió el camino de las tesis por
compendio en el Instituto de Migraciones, convirtiéndose así en una referencia obligada
para este tipo de trabajos. Además, me brindó otros ejemplos que él había recopilado en
su proceso de escritura. Le estoy agradecido por ello.
A José Francisco Ruiz Ruiz tengo que agradecerle muchas cosas. Sin su confianza y sin
su apoyo, desde la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, la mitad de esta tesis
nunca hubiera llegado a término. Con él he mantenido largas charlas sobre patrimonio y
antropología. A menudo, estamos en desacuerdo, pero sus dudas, sus objeciones y sus
cuestionamientos a mis argumentos han sido siempre un estímulo para seguir
trabajando.
Sabrina Tosi Cambini ideó y coordinó con destreza el proyecto WE (Wor(l)ds which
Exclude), del que derivan las últimas publicaciones compendiadas. Le agradezco, por lo
tanto, la invitación que hizo al Taller ACSA para participar en este proyecto del que
tanto hemos aprendido.
Gracias a Cecilio Espejo, Silvia Paggi y Valentina Bonifacio por su amabilidad y
simpatía, y por mostrarme el Sacromonte a ambos lados de la cámara.
Un botánico y un arqueólogo, Diego Nieto e Ignacio Martín-Lagos, me han sacado
siempre del aprieto que me suponía la elaboración de imágenes cartográficas. Y José
Santos diseñó y realizó la portada de este trabajo. Agradezco a los tres su ayuda
desinteresada.
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Gracias a todas las personas que forman o han formado parte del Taller ACSA: Yanet
Lorenzo, Jacopo Sermasi, Marc Ballester, Elisabeth Gómez, Stefano Piemontese y
Marilena Stigliano. Juntos hemos conseguido construir un lugar, a menudo virtual, de
trabajo, aprendizaje y, por qué no, también de esparcimiento, que se viene manteniendo
ya un tiempo considerable. A veces acertamos y otras nos equivocamos, pero seguimos
adelante. A Livia Jiménez Sedano, quien contribuyó a la fundación de la asociación, he
de agradecerle sus atinados comentarios, recomendaciones bibliográficas y su ejemplo
como investigadora. Trabajar con ella ha sido siempre un placer y una fuente inagotable
de aprendizajes. Espero que nuestros caminos se vuelvan a cruzar en futuros proyectos.
Con Giuseppe Beluschi Fabeni, auténtico pilar del Taller ACSA, he compartido trabajo,
casa, noches de bares y duetos en el karaoke. Entretanto también hemos conversado
largamente sobre investigación y antropología. No puedo más que agradecerle su
amistad y su constante estímulo intelectual.
A pesar de no entender del todo por qué no trataba de dedicarme a algo más rentable y
con ‘salida’, mi madre, Pepa, y mi hermana, Rosa, siempre se han interesado por mi
trabajo y mis proyectos, que no han dudado en apoyar cuando ha hecho falta. Sé que
ambas se sienten orgullosas del ‘antropólogo’ de la familia y sienten curiosidad por lo
que hago. No olvido que sea quien sea yo, lo soy gracias a ellas.
No hay espacio para agradecerle a Blanca Ocón todo lo que se merece. Esta tesis
también es suya, y de la familia que hemos formado. Generosa como nadie, ha sabido
sobrellevar con humor mis despistes domésticos cuando estaba “pensando en cosas de
la tesis” y ha sido la primera lectora de la mayor parte de lo escrito. Sin su apoyo y
ánimos nada de esto hubiera sido posible. Gracias por todo.
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ÍNDICES
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Agradecimientos ................................................................................................... 5
ÍNDICE ................................................................................................................ 9
ÍNDICE DE ILUSTRACIONES ........................................................................ 14
ÍNDICE DE ANEXOS ........................................................................................ 14
I. INTRODUCCIÓN ........................................................................................... 17
1. Una breve digresión aclaratoria sobre el formato y el orden textual ....................... 25
2. Antecedentes e intereses iniciales: periodo formativo y desarrollo profesional ............................................................................................................................. 28
3. Construcción del objeto de estudio: premisas conceptuales ..................................... 34
3.1. Las políticas del patrimonio como instrumento de “gestión de la diversidad” ....................................................................................................................... 35 3.2. “Tener cultura”. Consecuencias de la objetivación patrimonial de la cultura ........................................................................................................................... 39 3.3. Los sujetos del patrimonio ..................................................................................... 44 3.4. Patrimonio, poder y reflexividad .......................................................................... 49
4. Localización y construcción del campo etnográfico .................................................. 53
II. CUESTIONES METODOLÓGICAS, EPISTEMOLÓGICAS Y PROFESIONALES .............................................................................................. 57
1. Dar vueltas salvajemente en la oscuridad. En torno a los debates sobre la aplicabilidad de la Antropología .................................................................................... 61
1.1. El debate sobre la profesionalización en el contexto español .......................... 65 1.2. Acerca de la incomodidad del conocimiento antropológico ............................ 70 1.3. Situando los debates en la experiencia ................................................................. 75
2. El proceso de investigación: los proyectos .................................................................. 79
2.1. Estudio y documentación de las fiestas ............................................................... 79 2.1.1. Etnografía para la patrimonialización .......................................................... 82 2.1.2. Hacia una etnografía del proceso de patrimonialización .......................... 93
2.2. Proyecto WE: Wor(l)ds which Exclude ............................................................... 104 2.2.1. La inserción del estudio del patrimonio y el turismo en el proyecto ...................................................................................................................... 109 2.2.2. El papel de los “papeles” en la construcción del campo etnográfico .................................................................................................................. 113 2.2.3. “Sacromonte de ida y vuelta”. Participación en un documental etnográfico ............................................................................................ 114
III. TEXTOS COMPILADOS ............................................................................. 117
Texto 1. DIVERSIDAD CULTURAL Y PATRIMONIO. LAS PRÁCTICAS PATRIMONIALES ANTE LA CRÍTICA INTERCULTURAL ............................................................................................ 119
1. ¿Qué es el patrimonio? Una primera definición ......................................................... 123 2. Los dilemas en torno a la conservación ....................................................................... 127 3. El patrimonio ante la diversidad cultural ..................................................................... 129
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3.1. De la celebración de la diversidad a la mercantilización de la diferencia .......................................................................................................................... 129 3.2. Diversidad cultural y procesos de hibridación: entre patrimonio de la humanidad y monopolio elitista .......................................................................... 133
4. El patrimonio como espacio de conflicto y el papel de la antropología ................. 135 Bibliografía ............................................................................................................................ 139
Texto 2. LOS MOSQUETEROS DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO EN BÉZNAR: POLVORA, RITUAL, FIESTA Y MEMORIA EN EL VALLE DE LECRÍN (GRANADA). ................................................................... 141
Personajes .............................................................................................................................. 143 Secuencia festiva ................................................................................................................... 148 Indumentaria ......................................................................................................................... 160 Los mosquetes ...................................................................................................................... 162 Una nota final ....................................................................................................................... 164 Bibliografía ............................................................................................................................ 165
Texto 3. IDENTIFICACIÓN/PRODUCCIÓN DEL PATRIMONIO INMATERIAL EN ANDALUCÍA. UN ANÁLISIS A TRAVÉS DEL CASO DE LOS MOSQUETEROS DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO DE BÉZNAR (GRANADA) ............................. 167
1. Contexto institucional: la catalogación del patrimonio inmaterial en Andalucía ............................................................................................................................... 170 2. La celebración de la fiesta en la actualidad .................................................................. 174 3. La producción de valores culturales en la transformación patrimonial de la fiesta .............................................................................................................................. 175
3.1. Raigambre histórica y memoria colectiva ............................................................ 175 3.2. Centralidad de la fiesta en los procesos de identificación local ....................... 179 3.3. Sociabilidad y formas de participación ................................................................. 182
4. Respuestas locales al conflicto ....................................................................................... 185 4.1. Relaciones con la institución eclesiástica ............................................................. 185 4.2. Roles de género y ritos de paso en la fiesta ......................................................... 187
5. La identificación/producción de patrimonio como proceso reflexivo ................... 190 Bibliografía ............................................................................................................................ 193
Texto 4. TRADICIÓN, CONFLICTO Y VALORES EN LA FIESTA: EL PATRIMONIO INMATERIAL DESDE UN ENFOQUE INTERCULTURAL ............................................................................................ 197
1. De folklore a patrimonio inmaterial ............................................................................. 199 2. La fiesta como patrimonio inmaterial ........................................................................... 202
2.1. Producción de consenso ........................................................................................ 205 2.2. Vinculación con la tradición .................................................................................. 208 2.3. Los valores del patrimonio .................................................................................... 211
3. Convergencias entre los estudios interculturales y los estudios sobre patrimonio ............................................................................................................................. 215 Bibliografía ............................................................................................................................ 218
Texto 5. ATRIBUYENDO VALORES PATRIMONIALES A RITUALES FESTIVOS EN ANDALUCÍA, ESPAÑA. ACCIONES INSTITUCIONALES Y REFLEXIONES ETNOGRÁFICAS .......................... 221
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1. Acciones institucionales: atribuyendo valores patrimoniales a la fiesta ................... 225 1.1. El encargo ................................................................................................................. 226 1.2. Los valores patrimoniales de las fiestas ............................................................... 228
2. Reflexiones etnográficas: gramáticas identitarias y el rol de la antropología .......................................................................................................................... 234
2.1. La gramática englobante de la política patrimonial andaluza ........................... 235 2.2. La antropología en la práctica institucional del patrimonio .............................. 242
Agradecimientos ................................................................................................................... 246 Bibliografía citada ................................................................................................................. 247
Texto 6. LA ETNICIDAD COMO RECLAMO. IMAGEN TURÍSTICA Y CONFLICTO EN LAS CUEVAS DEL SACROMONTE (GRANADA, ESPAÑA) .......................................................... 251
1. Imaginarios turísticos, patrimonio y etnicidad: una aproximación teórica ..................................................................................................................................... 254 2. Marco metodológico ....................................................................................................... 260 3. Cuevas, gitanos y flamenco en la producción turística del Sacromonte .................. 261
3.1. Paradojas del turismo: de la impostura sacromontana a la ocultación del conflicto .................................................................................................. 269
4. El conflicto del cerro de San Miguel ............................................................................. 273 4.1. Moriscos, gitanos y hippies. De las inundaciones de 1963 a los desalojos contemporáneos en el cerro de San Miguel .............................................. 275
Conclusiones ......................................................................................................................... 283 Referencias bibliográficas .................................................................................................... 286 Documentos primarios citados .......................................................................................... 289
Texto 7. MÁS ALLÁ DE LA PIEL Y LA MÁSCARA: TURISMO, AUTENTICIDAD Y PRÁCTICAS EXPOSITIVAS EN EL SACROMONTE .................................................................................................. 291
1. El problema de la autenticidad en el estudio del turismo .......................................... 295 2. La mirada orientalista ...................................................................................................... 300 3. Zambras y museos en/del Sacromonte ........................................................................ 304 4. La ciudad musealizada ..................................................................................................... 310 5. Mímesis y subversión del estereotipo ........................................................................... 315 Conclusiones ......................................................................................................................... 320 Bibliografía citada ................................................................................................................. 321
IV. REFLEXIONES FINALES Y PERSPECTIVAS DE FUTURO ................. 325
1. El patrimonio como constructo político: identidades, cultura y diversidad .............................................................................................................................. 328 2. La vía agnóstica en los estudios sobre patrimonio ..................................................... 335
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS DEL CONJUNTO DE LA TESIS ................................................................................................................... 339
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ÍNDICE DE ILUSTRACIONES
Ilustración 1. Tarjetas Étnicas ................................................................................................. 132!
Ilustración 2. Momento del desfile de los Mosqueteros. ..................................................... 147!
Ilustración 3. Recomposición de las hileras del desfile de los Mosqueteros en los cruces. .............................................................................................................................. 150!
Ilustración 4. Momento del pase de revista de los Mosqueteros en la Plaza de San Antón. ............................................................................................................................. 151!
Ilustración 5. Posición de las hileras durante el pase de revista. ........................................ 152!
Ilustración 6. Homenaje a los mayordomos .......................................................................... 153!
Ilustración 7. El Sargento Pica y el Teniente Abanderado haciendo una ofrenda a San Antón ................................................................................................................. 158!
Ilustración 8. Espalda de algunos mosqueteros durante el pase de revista. ..................... 161!
Ilustración 9. Tiraores de Quéntar durante las fiestas de Moros y Cristianos ................. 162!
Ilustración 10. Objetos de museo ........................................................................................... 213!
Ilustración 11. Fiestas de Moros y Cristianos en Cúllar ...................................................... 232!
Ilustración 12. Cartel turístico de Granada editado por el Patronato Nacional de Turismo en 1929 ................................................................................................. 266!
Ilustración 13. Localización de las cuevas de San Miguel y del Sacromonte dentro de la delimitación del Conjunto Histórico de Granada .......................................... 273!
Ilustración 14. ‹‹Chorro e jumo›› rey de los gitanos. 1898. .................................................. 302!
Ilustración 15. Cartelería informativa en el Sacromonte ..................................................... 308!
Ilustración 16. Estatua de María la Canastera ....................................................................... 308!
Ilustración 17. Monumento al Viajero. .................................................................................. 316!
ÍNDICE DE ANEXOS
(En CD aparte)
Anexo I. Documentación técnica para la inscripción en el CGPHA como Bien de Catalogación General, con la tipología de Actividad de Interés Etnológico, de las fiestas denominadas “Moros y cristianos en honor a la Virgen de la Cabeza” en la comarca de Baza.
Anexo II. Documentación técnica para la inscripción en el CGPHA como Bien de Catalogación General, con la tipología de Actividad de Interés Etnológico, de la fiesta denominada “Los Mosqueteros del Santísimo Sacramento”
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Anexo III. Documentación técnica para la inscripción en el CGPHA como Bien de Catalogación General, con la tipología de Actividad de Interés Etnológico, de la fiesta denominada “El Cascamorras”
Anexo IV. Palabras que excluyen. Guía práctica para la mejora de la imagen de las personas gitanas en los textos administrativos
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I. INTRODUCCIÓN
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sta tesis doctoral está compuesta por siete textos, escritos y publicados en
distintos momentos, en torno a dos casos de estudio: 1) los procesos de
patrimonialización de varios rituales festivos celebrados en distintas
localidades de la provincia de Granada y 2) la patrimonialización de la etnicidad gitana
como recurso turístico en el barrio del Sacromonte de la capital de la misma provincia.
En ambos casos, no obstante, el objeto de estudio ha sido un mismo fenómeno social:
los procesos institucionales de patrimonialización, en tanto que procesos de reificación
de la cultura dirigidos a la gestión de la diversidad. El tema principal de la tesis lo
constituyen, por tanto, los procesos de patrimonialización impulsados por las
administraciones públicas andaluzas. Entendemos, a priori, tales procesos como la
atribución de valores a determinados objetos o prácticas culturales que se consideran
característicos de la historia y los modos de vida de un “sujeto colectivo”
predeterminado y, por lo tanto, como representativos de su identidad. La producción de
patrimonio cultural implica la construcción de un relato identitario, la elevación de los
elementos patrimonializados al rango de “marcadores identitarios” a los que una
determinada colectividad quedaría vinculada. De este modo, y como abundaremos en el
tercer epígrafe de esta introducción, la producción de patrimonio conlleva también la
definición de un “sujeto colectivo” y de sus límites.
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Como se expone con más detalle en el apartado metodológico, los textos compilados
son un desarrollo posterior de dos experiencias profesionales distintas que, en calidad de
antropólogo, desarrollé en contextos no universitarios. En este sentido, el debate
epistemológico sobre la aplicabilidad de la antropología y su ejercicio desde contextos
extraacadémicos recorre transversalmente algunos de los textos y ocupa buena parte de
la exposición metodológica.
La tesis parte de varios interrogantes básicos: ¿por qué determinadas prácticas y objetos
son seleccionados en los procesos de patrimonialización puestos en marcha por las
instituciones del estado?, ¿cuáles son los objetivos de las administraciones públicas al
iniciar determinados procesos de patrimonialización?, ¿qué teorías, implícitas y
explícitas, acerca de la cultura y la diversidad subyacen en los procesos de
patrimonialización?, ¿es posible, desde la antropología, colaborar con las instituciones en
los procesos de patrimonialización cultural sin perder su función crítica? De estos
interrogantes se derivan muchas otros, ¿cómo se construye el patrimonio cultural?, ¿qué
criterios se utilizan? ¿para qué se construye?, ¿quiénes lo hacen?, ¿qué tipo de relaciones
sociales se establecen entre los sujetos implicados en este proceso?, etc.
Para tratar de dar respuesta a tales preguntas, el objetivo general que se plantea en esta
tesis es analizar los procesos institucionales de patrimonialización, y las teorías de la
cultura y la diversidad sobre las que se sustentan, a partir del estudio de dos casos
empíricos concretos. Para operativizar este objetivo general, se han planteado también
varios objetivos específicos:
• Vincular la idea de diversidad al estudio de los procesos de patrimonialización.
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• Identificar a los distintos agentes implicados en los procesos de patrimonialización y
analizar las relaciones que establecen entre ellos.
• Identificar y analizar las operaciones metaculturales mediante las cuales se produce el
patrimonio cultural.
• Analizar el rol de la antropología social en los procesos de patrimonialización y
valorar las posibilidades de vincular la función crítica de la antropología con el
“trabajo institucional” en los procesos de patrimonialización.
• Analizar las consecuencias de los procesos de patrimonialización sobre los sujetos y
grupos sociales cuyas prácticas son certificadas como “bienes culturales” que han de
ser conservados.
La tesis se estructura en cuatro secciones: esta introducción, cuestiones metodológicas,
publicaciones científicas y unas reflexiones finales a modo de conclusiones. En la
presente introducción se explican cuáles son los objetivos que se pretenden cubrir con
este trabajo y cuáles han sido sus antecedentes y el origen del problema de investigación.
En un segundo lugar, se muestra cómo se ha construido teóricamente el objeto de
estudio y el campo etnográfico.
El apartado metodológico comienza situando el trabajo en el marco de los debates
epistemológicos y metodológicos en torno a la “aplicabilidad” de la antropología que
han ido sucediéndose en el seno de la disciplina. En segundo lugar, se exponen con
detalle los dos proyectos que dieron origen a los textos compilados y se muestran cuáles
fueron los procedimientos metodológicos y las técnicas de análisis seguidas.
El tercer apartado recoge las siete publicaciones que se han compendiado para la tesis y
comienza con el texto titulado ‘Diversidad cultural y patrimonio. Las prácticas patrimoniales ante
la crítica intercultural’. Este texto fue redactado en una etapa muy inicial de la
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investigación, en 2009 –aunque fue publicado en 2013-, antes de los primeros
acercamientos al campo y la presentación de la memoria para la obtención del Diploma
de Estudios Avanzados. Ese carácter germinal del texto puede ser de utilidad para trazar
la trayectoria por la que ha discurrido el proceso de investigación. En este texto
pretendía dar cuenta de mis primeras lecturas e ideas respecto a la temática patrimonial y
vincularla con la noción de diversidad cultural, aspectos ambos que entonces
consideraba que no habían sido suficientemente relacionados en la bibliografía
antropológica. En este texto también aparecen ya mis preocupaciones acerca de la
posible práctica de una antropología del patrimonio que, pudiendo ser desarrollada
desde contextos no académicos y en colaboración con las administraciones públicas, no
dejará de ejercer una función crítica.
Le siguen dos artículos (Textos 2 y 3), publicados respectivamente en 2012 y 2013, que
recogen el trabajo de campo etnográfico realizado con objeto de documentar la fiesta de
los Mosqueteros del Santísimo Sacramento de Béznar e iniciar los trámites para su
declaración como ‘Actividad de Interés Etnológico’ de Andalucía. El artículo titulado
‘Los Mosqueteros del Santísimo Sacramento en Béznar: Pólvora, ritual, fiesta y memoria en el Valle
de Lecrín’ es una descripción detallada de los elementos y la secuencia que componen
esta fiesta. El siguiente artículo, ‘Identificación/producción del patrimonio inmaterial en
Andalucía. Un análisis a través del caso de los Mosqueteros del Santísimo Sacramento de Béznar’,
trasciende la mera descripción de la fiesta y se adentra en el contexto institucional de los
proceso de patrimonialización en Andalucía y en los valores patrimoniales que nosotros
mismos adujimos para su inclusión en el Catálogo General del Patrimonio Histórico de
Andalucía.
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Los siguientes dos textos (4 y 5) se centran en el análisis del proceso de
patrimonialización en sí mismo. En ambos uso material etnográfico del trabajo de
campo realizado en las distintas fiestas, sin centrarme en ninguna de ellas
específicamente. El objetivo de estos textos es profundizar en las operaciones que han
de realizarse para transformar una determinada práctica cultural en patrimonio. El
primero de ellos, titulado ‘Tradición, conflicto y valores en la fiesta. El patrimonio inmaterial desde
un enfoque intercultural’, fue redactado en 2011 como comunicación para una mesa sobre
Diversidad Cultural del I Congreso de Migraciones en Andalucía y publicado en sus
actas. En este texto, tras vincular el discurso sobre el patrimonio inmaterial con el
folklore decimonónico, propongo tres operaciones básicas mediante las cuales
determinadas prácticas culturales, como las fiestas, son patrimonializadas: la producción
de consenso, la vinculación con la tradición y la atribución de valores. El siguiente texto
es el titulado ‘Atribuyendo valores patrimoniales a rituales festivos en Andalucía. Acciones
Institucionales y reflexiones etnográficas’. El primer borrador de este texto fue redactado en
2013 y se presentó en el Seminario de Investigación en Antropología Social y Diversidad Cultural
celebrado en marzo de ese año en la Universidad de Granada y, en su versión actual,
será publicado en la revista Intersecciones en Antropología. En este artículo, a partir de
mi propia experiencia y de otras prácticas patrimoniales de la administración andaluza,
infiero distintos modelos de gestión de la diversidad siguiendo el esquema gramatical
propuesto por Baumann.
Los últimos textos de la compilación (6 y 7) versan sobre el fenómeno turístico en el
Sacromonte. Como ha sido puesto de relieve en múltiples ocasiones, patrimonio y
turismo están evidente y estrechamente vinculados (Prats y Santana, 2011). El
patrimonio, apunta Barbara Kirshenblatt-Gimblett (1998), es lo que convierte un lugar
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en un destino turístico1. Tanto el fenómeno turístico en el Sacromonte, como los
procesos de patrimonialización de rituales festivos, han sido observados como
contextos en los que inscribir un mismo fenómeno: la reificación de la cultura como
mecanismo de gestión de la diversidad. En el primer texto de este bloque, ‘La etnicidad
como reclamo. Imagen turística y conflicto en el Sacromonte’, se presenta, a partir
fundamentalmente del análisis de distintos documentos producidos por las
administraciones públicas, cómo se ha ido forjando una determinada imagen del
Sacromonte y de sus principales elementos patrimonializados (las cuevas, las zambras y
la propia etnicidad gitana) dirigida al turismo internacional, y cómo se han ocultado los
conflictos políticos locales que podrían afectar negativamente a dicha imagen. Este texto
fue publicado, como capítulo de libro, originalmente en italiano y posteriormente
traducido al castellano y al rumano Aquí se presenta su versión en castellano. El
segundo texto de este bloque –y último de la compilación–, ‘Más allá de la piel y la
máscara. Turismo, autenticidad y prácticas expositivas en el Sacromonte’, -que será publicado en la
revista de Dialectología y Tradiciones Populares en su número de diciembre de 2015-
abunda en la cuestión de la imagen turística del Sacromonte. Se parte de la imagen
difundida por los viajeros románticos del siglo XIX2 y se expone cómo tal imagen ha
1 Que exista, sobre todo en el ámbito institucional, una evidente vinculación entre patrimonio y turismo no significa que ésta sea positiva, ni que el destino de todo patrimonio haya de ser su explotación en el mercado turístico. Algunos autores, de hecho, califican de inaceptable que el criterio más extendido para la “puesta en valor” de determinados patrimonios sea su potencialidad para atraer visitantes (Moreno, 2002a; 2002b). Otros autores critican que la vinculación automática entre patrimonio y turismo dificulta la posibilidad de entender el patrimonio como recurso aplicado a otros sectores, por ejemplo, al mantenimiento de la actividad agrícola (Sánchez-Carretero, 2012). 2 Este texto, en parte, se nutrió de mi participación en un proyecto sobre la imagen de Andalucía en la literatura de viajes que llevaba a cabo el profesor Alberto Egea, de la Universidad Pablo de Olavide, en la Fundación Pública Centro de Estudios Andaluces. Durante 2012 trabajé como becario de investigación en dicha institución, mis tareas eran diversas y colaboraba con investigadores de las áreas de historia contemporánea, antropología y estudios culturales. Uno de los proyectos en los que me involucré consistía precisamente en el análisis de los libros de viaje sobre Andalucía escritos por autoras anglosajonas entre el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Esta experiencia laboral que, en principio, no estaba directamente relacionada con el proyecto de investigación para la tesis, enriqueció los análisis (continuación de la nota al pie)
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sido redefinida, desde lo local, en diversas prácticas expositivas. Finalmente, se concluye
con una hipótesis etnográfica sobre el turismo en el Sacromonte que pretende superar
los debates en torno a la autenticidad de su patrimonio.
En cada uno de los textos que componen la compilación de publicaciones, se van
exponiendo parcialmente las conclusiones del trabajo. En el cuarto y último apartado de
la tesis, por lo tanto, se presentan una serie de reflexiones finales en torno al objetivo
teórico de la investigación y se delinean posibles vías de trabajo para futuras
investigaciones.
1. UNA BREVE DIGRESIÓN ACLARATORIA SOBRE EL FORMATO Y EL
ORDEN TEXTUAL
En España y, especialmente en el ámbito de las ciencias sociales, las tesis por
compilación de textos publicados son todavía poco frecuentes. El modelo ideal de una
tesis sigue siendo la monografía y no el compendio de artículos o capítulos, a pesar de
que sean esos los formatos más frecuentes de producción científica3. Las monografías y
las tesis monográficas, en cualquier caso, siguen siendo necesarias. El desarrollo pausado
y extenso de amplias investigaciones, qué duda cabe, es uno de los mejores modos que
tenemos de acceder al conocimiento y a su proceso de producción. Mi primera
intención fue también escribir una monografía sobre el proceso de patrimonialización
institucional de varios rituales festivos de la provincia de Granada. No obstante, tras leer
posteriores y me facilitó traspasar algunas barreras disciplinarias; por ejemplo, incorporando el análisis de la literatura de viajes en este texto concreto. 3 Y son los formatos más frecuentes no por casualidad. Como han criticado no pocos autores, la política científica y de evaluación del trabajo académico está llevando a marginar la monografía, a favor de la publicación de capítulos y, sobre todo, de artículos en revistas de impacto. Algunos autores hablan de ‘publicacionitis’ e ‘impactitis’ (véase, por ejemplo, Delgado López-Cózar, 2010), como nuevas patologías que está afectando al personal investigador en el actual sistema académico.
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el trabajo para obtener el Diploma de Estadios Avanzados (DEA), decidí optar por el
presente formato, por dos motivos fundamentalmente: en primer lugar, desde el
principio del proceso de investigación he estado produciendo y publicando textos en los
que desarrollaba aspectos parciales del objeto de estudio; y, en segundo lugar, mi
implicación en distintos proyectos de investigación, si bien me ha dificultado centrarme
en un solo caso de estudio, me ha posibilitado indagar sobre el mismo fenómeno desde
distintas ópticas y atendiendo a distintos contextos, que han ido dando lugar a textos y
publicaciones diferentes. Si el objetivo de cualquier tesis doctoral es mostrar la
capacidad investigadora del doctorando, la presentación conjunta de los textos que han
ido escribiéndose a lo largo del proceso de investigación debiera permitir mostrar no
sólo dicha capacidad para producir conocimiento en un ámbito disciplinar concreto,
sino también cierta trayectoria investigadora e intelectual, reflejada en los diferentes
modos de acometer el objeto de estudio en distintos momentos, así como la capacidad
del autor de sintetizar sus resultados en distintas piezas autónomas. En este sentido,
cada uno de los textos compilados aquí se ha producido en fechas y circunstancias
diversas y en sí mismos han constituido un producto ‘acabado’ de la investigación y,
como tales, pueden ser leídos de modo autónomo entre sí. Antes de formar parte de
esta tesis, cada uno de los textos ha tenido su propia “vida social” o su propia “historia
de vida” en el circuito académico de producción y consumo de textos (cfr. Appadurai,
1991). Como se ha expuesto en la sección anterior, los distintos textos compilados han
formado parte de revistas o libros específicos que les han dotado de significados
diversos, han sido discutidos en distintos foros, han sido evaluados por revisores
anónimos, han sido citados en otros trabajos, etc.
27
Ahora bien, por compilación o no, toda tesis constituye un producto textual y, como tal,
ha de estar organizada de un modo coherente, ha de tener, en definitiva, un principio y
un final. Este trabajo constituye un nuevo contexto para los trabajos compilados y, en
este sentido, los dota de nuevos significados que, en buena parte, tendrán que ver con su
ubicación y posición dentro del conjunto del texto. En general, para dotar de coherencia
al conjunto de la tesis, he tratado de combinar un criterio temático y uno cronológico
(teniendo en cuenta el momento de la redacción final, no de la publicación). De modo
que, en el capítulo que recoge los textos compilados, cada texto ha sido escrito
posteriormente al que le antecede. A excepción del Texto 4, que cronológicamente
debería ir en segunda posición. Además, los textos 5 y 7, han sufrido varias
modificaciones al final del proceso, debido a las sugerencias de los revisores anónimos
que los han evaluado para las revistas en las que serán publicados.
Si hubiese utilizado un criterio cronológico estricto, por otra parte, tanto esta
introducción, como el apartado metodológico y las reflexiones finales, deberían ir en
último lugar, puesto que han sido los últimos textos que he escrito4. Y, en cierto modo,
de forma simultánea: yendo de uno a otro apartado, y corrigiéndolos también de esa
forma. No obstante, en aras de la coherencia, he optado por el orden temático y he
seguido como modelo el capitulado de la estructura tradicional de las tesis doctorales:
Introducción, Metodología, Resultados y Conclusiones; a pesar de que cada uno de
estos aspectos, así como el marco teórico, se ha ido desarrollando en cada uno de los
textos compilados, al menos de modo sintético y parcial. La escritura de estos apartados
introductorio, metodológico y de reflexiones finales, me ha permitido exponer de modo
4 Han sido los últimos textos escritos en su forma final. No obstante, también se han nutrido de notas, textos no publicados y bibliografía que he ido elaborando a lo largo de todo el proceso de investigación.
28
más amplio y pausado, más allá de las limitaciones de palabras y caracteres impuestas
por la mayor parte de revistas y editores, cómo he concebido el objeto de estudio a lo
largo de la investigación, cuál ha sido mi posición epistemológica y las circunstancias
profesionales y metodológicas en las que se ha desarrollado el trabajo. En ese sentido,
estas secciones complementarias a los textos compilados profundizan en ciertos
aspectos que aparecen en el compendio, pero que por razones de formato se han
tratado necesariamente de forma más esquemática.
Cada uno de los textos compilados reproduce el mismo contenido de su publicación
original, bibliografía incluida. Al final de cada texto se introducen las referencias
bibliográficas siguiendo los distintos formatos en que se publicaron. No obstante, para
facilitar su consulta, se ha incluido al final también una bibliografía del conjunto de la
tesis (que incluye las referencias de cada uno de los textos y la del resto de los apartados)
con un formato homogéneo.
Como autor, mi pretensión al estructurar el presente trabajo de este modo, ha sido
facilitar su lectura. Ahora bien, los posibles lectores, en función de sus objetivos e
intereses, también podrían optar por otra ruta que no debería alterar el sentido del
trabajo en su conjunto. Por ejemplo, comenzando por la lectura de los textos
compilados y terminando por el apartado introductorio o metodológico.
2. ANTECEDENTES E INTERESES INICIALES: PERIODO FORMATIVO
Y DESARROLLO PROFESIONAL
Los trabajos compilados en esta tesis responden a un interés de investigación que me ha
acompañado desde mis años de licenciatura y que podría expresarse, a priori, del
29
siguiente modo: los procesos de objetivación de la cultura y la diversidad y sus usos
comerciales y políticos.
Para explicar por qué llego a este interés, he de retrotraerme, siquiera brevemente, a mis
primeros años de estudios universitarios. Comencé a estudiar la licenciatura en
pedagogía un poco por descarte, buscaba unos estudios con un currículum amplio en
humanidades y ciencias sociales y el programa de estudios de pedagogía ofrecía una
introducción a distintas disciplinas que me interesaban (historia, ciencia política,
sociología, antropología, etc.) y que ofrecían distintas perspectivas sobre el fenómeno
educativo. Muy pronto, tras cursar las primeras asignaturas introductorias a la
antropología, decidí centrar mis estudios en esa disciplina. Desde el principio, me
vinculé al grupo de investigación ‘Laboratorio de Estudios Interculturales’5 de la Universidad
de Granada, que en aquel tiempo estaba basado en la Facultad de Ciencias de la
Educación y cuyas temáticas de investigación más recurrentes tenían que ver con la
gestión escolar de la llegada de alumnado inmigrante extranjero a las aulas españolas y
con otras cuestiones relacionadas con el fenómeno migratorio. Interesado por tales
asuntos, comencé a colaborar en distintos proyectos del grupo. Una de las primeras
cosas que aprendí en el grupo es que la diversidad etno-nacional que representaban las
personas inmigrantes era sólo una de las formas de diversidad que se pueden explorar en
cualquier sociedad, puesto que la diversidad cultural era un hecho constitutivo de
cualquier grupo humano (García Castaño, 2014). Si las personas migrantes habían
llegado a representar en aquel tiempo el ejemplo más inmediato de la diferencia y la
alteridad, era sobre todo porque sus diferencias, por encima de otras, habían sido
5 Grupo dirigido por F. Javier García Castaño y al que pertenece también Gunther Dietz, ambos codirectores de la presente tesis.
30
conceptualizadas por distintos agentes (medios de comunicación, escuelas, actores
políticos, etc.) como “generadoras de problemas” que había que resolver (cfr. Dietz,
2003a). Uno de esos problemas que se debían atajar era el surgimiento de actitudes y
discursos alterófobos y racistas en distintos grupos de la población autóctona, que en
ocasiones desembocaban en episodios de cruda violencia. Desde una posición
comprometida contra cualquier forma de discriminación étnica, un buen número de
investigaciones del grupo de investigación estaban dirigidas a analizar el fenómeno del
racismo en distintos situaciones6. En ese marco, comencé a interesarme por el
fenómeno del exotismo, que podría ser considerado un reverso del racismo, acaso
positivo, centrado en lo estético y en el consumo (Todorov, 1991; González Alcantud,
1989). Consideraba entonces que el racismo alterófobo y exotismo alterófilo, en cierto
modo, podían compartir unas mismas bases epistemológicas: la consideración de las
diferencias culturales como una propiedad ontológica e irreductible de determinados
sujetos y prácticas culturales. Motivo por el cual se hacía necesario prestar atención a
cierto “antirracismo ingenuo”, basado en el exotismo y cuya expresión material podía
observarse en el ensalzamiento del “valor de la diferencia” y la constitución de “lo
étnico” como reclamo comercial. Influido por la lectura de ‘El enigma multicultural’,
donde Gerd Baumann (2001) proponía las ‘tres M’ (el Mercado, los Medios de
comunicación y la Madrassa o la escuela) como ámbitos estratégicos para estudiar la
diversidad cultural en las sociedades contemporáneas, planteé en mi último año de
licenciatura un trabajo de campo etnográfico sobre la vinculación entre la imagen
turística de Granada y su pasado islámico, situado en la conocida como calle de las
6 Pueden consultarse al respecto, entre otras, las tesis doctorales de Mónica Ortiz Cobo (2005), Esther Márquez Lepe (2006) o Antonia Olmos Alcaraz (2009).
31
Teterías de la ciudad. El objetivo era explorar cómo cierta percepción exótica de la
ciudad había desembocado en la constitución de “lo moro” como un atractivo turístico
de Granada, al mismo tiempo que se producían situaciones de racismo y rechazo, más o
menos soterrado, a los musulmanes, en particular, a los de origen inmigrante (cfr.
González Alcantud, 2002; Rosón Lorente, 2008).
De los tres ámbitos propuestos por Baumann, el mercado era el que menos se había
tratado en las investigaciones sobre interculturalidad, multiculturalismo o diversidad
cultural que se habían realizado hasta principios del presente siglo. De modo que al
acabar la licenciatura planteé, en la misma línea, un proyecto de tesis en torno a la
reificación de la etnicidad y la diversidad cultural como marca comercial, centrándome
en los festivales de música étnica. Sin embargo, nunca llegué a desarrollar dicho
proyecto, puesto que mi trayectoria profesional me llevó por otros derroteros.
Tras concluir la licenciatura, estuve trabajando como becario de investigación en dos
proyectos del Laboratorio de Estudios Interculturales: el primero estaba relacionado con
programas de inserción laboral dirigidos a “colectivos en riesgo de exclusión social” que
residían en lo que la Junta de Andalucía denominaba eufemísticamente “Zonas con
Necesidades de Transformación Social (ZNTS)”: barrios periféricos con altos índices de
pobreza y en los que habitualmente se concentraban diversas minorías étnicas. El
segundo proyecto era la evaluación del programa de integración del alumnado
inmigrante que había puesto en marcha la administración autonómica. Al finalizar estos
dos años, y no habiendo desarrollado el proyecto de tesis inicial, comencé a trabajar para
distintas empresas en proyectos de investigación e intervención social enfocados
también en las denominadas ZNTS. Se trataba de distintos proyectos, financiados por la
Junta de Andalucía y gestionados por distintas empresas privadas, que pretendían
32
básicamente comprender por qué, en tales ámbitos urbanos, no se lograban reducir los
índices de pobreza y de exclusión social a pesar de las políticas sociales puestas en
marcha. En esta línea, trabajé durante varios años en distintas ciudades, en distintos
proyectos específicos y para distintas empresas, empleando diferentes metodologías y
obteniendo resultados desiguales. En esos proyectos, mi rol fue siempre, en mayor o
menor medida, el de investigador, aunque en ocasiones también se me adjudicaron
tareas de ‘dinamización comunitaria’, ‘mediación social’, etc. No pretendo en este
momento detenerme en una crítica pormenorizada de tales experiencias profesionales ni
de las bases ideológicas que las sustentaban. Pero sí es interesante señalar que mi perfil
antropológico se consideraba adecuado para trabajar en dichos proyectos y que, en
buena medida, era así por la difusión social de cierta imagen reduccionista de la
antropología como ciencia de las minorías étnicas y las marginalidades urbanas
(Delgado, 1999; González Alcantud, 2008). Por varias razones, fundamentalmente por
la incomodidad que sentía ante la concepción despolitizada y tecnocrática de la
intervención y la investigación social que se manejaba en dichos proyectos (y el poco
margen que, desde mis posición dependiente y subordinada, tenía para transformar
dicha concepción), en 2008 llevaba bastante tiempo pensando en reconducir mi
trayectoria profesional hacia otras temáticas. Y el patrimonio cultural me parecía uno de
los ámbitos más propicios en este sentido, que me posibilitaría retomar mis intereses
iniciales en torno a la reificación de la cultura y la etnicidad y sus usos políticos y
comerciales.
El patrimonio cultural me interesaba en tanto que era un modo manifiesto de
objetivación institucional de la cultura, relacionado con los procesos de identificación
colectiva, que se encontraba en un evidente auge durante la primera década del presente
33
siglo. Además, a partir de la Convención sobre el Patrimonio Inmaterial de la
UNESCO, aprobada en 2003 y ratificada por el Estado español en 2006, se habían
reactivado (si es que alguna vez había dejado de estar activos) los debates sobre el
patrimonio etnológico y se solicitaba el concurso de profesionales de la antropología en
dichos debates y en distintos proyectos de valoración patrimonial. Por tanto, tomar el
patrimonio cultural como ámbito de estudio parecía una buena oportunidad para aunar
mis intereses iniciales de investigación con una posible práctica profesional remunerada.
Aunque, por supuesto, habría de enfrentarme de nuevo a prácticas y proyectos
elaborados desde una concepción despolitizada y tecnocrática de la cultura y la
intervención social.
Integrado, como he estado desde el principio de mi actividad investigadora, en el
Laboratorio de Estudios Interculturales y, después en el Instituto de Migraciones, quizás
lo más sensato hubiera sido plantear un proyecto de tesis sobre migraciones y escuela,
temáticas en las que había trabajado en diversas ocasiones. O un proyecto sobre pobreza
y segregación urbana, tema en el que tenía una amplia experiencia etnográfica y
profesional. Sin embargo, como he tratado de exponer, sentía un fuerte interés en
comprender cómo, desde determinados escenarios políticos y mercantiles, se usaban una
concepción objetual de la cultura, asociada a una idea también reificada de lo los
procesos de identidad/alteridad, con distintos fines; por ejemplo, la valoración de
productos comerciales específicos o el establecimiento de ciertos discursos identitarios,
en los que se definen criterios de inclusión y exclusión, al servicio de intereses políticos
determinados.
En 2008, por tanto, retomo los estudios de doctorado empeñado en centrarme en estos
ámbitos de estudio y planteo un proyecto genérico sobre patrimonio y diversidad
34
cultural. Mi intención era poner en diálogo los estudios interculturales (en los que me
había formado), que habitualmente –en el contexto europeo– estaban centrados en la
figura de la inmigración extranjera y en la alteridad (García Castaño, Olmos Alcaraz y
Contini, 2012), con los estudios sobre el patrimonio (a los que pretendía dedicarme),
que habitualmente estaban enmarcados en un discurso, monolítico y de corte
nacionalista, sobre la identidad. Por supuesto, éste no era un planteamiento novedoso y
ya había varios trabajos que propugnaban la necesidad de observar el patrimonio desde
la óptica de la pluralidad, superando así la ecuación apriorística que establecía “un
pueblo, una identidad, un patrimonio” (véase González Alcantud, 2003 y Carrera y
Dietz, 2005).
Si bien entonces ya tenía claro cuál sería mi objeto de estudio, aún no había definido
dónde lo localizaría y cómo financiaría el proyecto o lo compaginaría con mi vida
laboral. Como se explicará con más detalle más adelante, la resolución a tales problemas
se vio propiciada por mi participación posterior en dos proyectos de investigación
distintos: un de carácter abiertamente patrimonializador y otro que me permitió estudiar
el fenómeno turístico y la patrimonialización de la etnicidad en el Sacromonte, si bien
esta temática no constituía el objeto prioritario de aquel proyecto.
3. CONSTRUCCIÓN DEL OBJETO DE ESTUDIO: PREMISAS
CONCEPTUALES
En esta sección pretendo mostrar cómo concibo los distintos conceptos que componen
del objeto de estudio planteado. No se trata, por lo tanto, de una revisión exhaustiva de
todo lo que se ha escrito sobre patrimonio desde la antropología, ni de la adscripción a
una escuela de pensamiento determinada, cuestiones que irán desgranándose a lo largo
de los textos compilados. No obstante, es evidente que, al delimitar de un modo
35
determinado los conceptos que conforman mi objeto de estudio, me estoy posicionando
en un campo de ideologías y teorías contrapuestas.
Recordemos que había definido mi objeto de estudio como los procesos institucionales de
patrimonialización, en tanto que procesos de reificación de la cultura dirigidos a la gestión de la
diversidad. Con objeto de explicar esta formulación, a continuación consideraré 1) la
relación de las políticas patrimoniales con lo que se ha venido denominando “gestión de
la diversidad”; 2) la posibilidad de “tener cultura” y 3) la construcción de un “sujeto
colectivo” delimitado, como consecuencias de la reificación de la cultura. Y, finalmente,
4) el carácter político del patrimonio y su potencial reflexivo.
3.1. Las políticas del patrimonio como instrumento de “gestión de la
diversidad”
Si bien desde el ámbito de los estudios empresariales, y algunos estudios sobre las
migraciones contemporáneas, se ha concebido exclusivamente la “gestión de la
diversidad” como las acciones dirigidas a solventar los “problemas” causados por la
presencia de inmigrantes extranjeros y/o minorías étnicas en las empresas, en las
escuelas o en un determinado territorio (Dietz, 2008), en este trabajo se entiende
“gestión de la diversidad” como aquellas prácticas institucionales dirigidas a resolver las
tensiones interculturales inherentes a cualquier sociedad plural, es decir, a establecer
fronteras entre lo propio y lo ajeno, entre la tradición y la modernidad o entre lo global y
lo local. Tales prácticas de gestión, que pueden darse en diversos contextos (una
empresa, una escuela, un Estado u otras demarcaciones territoriales político-
administrativas), recurren a conocimientos y sistemas expertos específicos cuyos saberes
36
y metodologías se estima que minimizarán los riesgos y asegurarán el correcto diseño y
la eficacia de medidas de gestión a aplicar7. Los fines de estos procesos de gestión
pueden ser muy diversos, dependiendo de los objetivos de los sujetos o instituciones
que los desarrollen: por ejemplo, asegurar que las distintas procedencias nacionales de
los empleados de una empresa no interfieran en la productividad del trabajo, valorar los
aspectos positivos de la inmigración en la escuela o concretar qué requisitos han de
cumplirse para obtener la nacionalidad. Pero también cabrían dentro de esta definición
de “gestión de la diversidad” la selección de los objetos más representativos del modo
de vida de una determinada población para exponerlos en el museo etnográfico local, o
la definición de qué aspectos de la “cultura nacional” han de promocionarse con el fin
de atraer al turismo internacional. Evidentemente, como se explicará más adelante, todas
estas acciones recurren a una noción reificada de la cultura y de los grupos humanos a
los que se asocia. Lo que nos interesa destacar ahora es, en primer lugar, la necesidad de
observar la diversidad más allá de la presencia en un mismo territorio de personas de
orígenes nacionales diversos, como a veces pareciera desprenderse de los estudios
interculturales, centrados habitualmente en los fenómenos migratorios; y, en segundo
lugar, la necesidad de introducir las nociones de diversidad y pluralidad en los estudios
sobre el patrimonio cultural, que a menudo parten de un concepto primoridialista de la
identidad, indisolublemente vinculada al patrimonio, como ya han advertido diversos
autores (González Alcantud, 2003; Carrera y Dietz, 2005).
7 Como advierten John L. y Jane Comaroff (2011), los criterios empresariales de eficacia y eficiencia están permeando a la mayor parte de las formas de organización social, de modo que los Estados, las organizaciones religiosas, las ONG, etc., cada vez más aplican estos modelos de organización que aspiran a obtener el mayor beneficio al menor coste posible.
37
No obstante, como advierte Ángel Díaz de Rada (2010a), la idea de diversidad no es
suficiente si antes no se maneja un concepto de cultura adecuado, en el que la diversidad
ha de estar necesariamente incluida. Sin diferentes no es posible la comunicación y, por
tanto, no es posible la cultura. Entendemos, por tanto, que la diversidad está presente en
cualquier contexto humano, en cualquier situación de relación social, aunque todos los
sujetos presentes tengan un mismo pasaporte o, incluso, un mismo apellido (García
Castaño et al., 2011; Olmos Alcaraz, Rubio Gómez y Contini, 2015). Cuando un
determinado agente pretenda operar sobre dicha diversidad, ya sea clasificando sus
elementos, dándoles un orden determinado en una escala jerárquica o eliminando
aquellos que juzgue discordantes para sus fines, podremos estar hablando de “gestión de
la diversidad”. Nótese aquí que la expresión es metafórica –de ahí las comillas-, no es
posible “gestionar” la diversidad a no ser que sea reduciéndola a contenidos
objetivables, es decir, desvinculándola de la acción de los sujetos y reificándola8. Y es a
realizar este tipo operaciones a lo que, habitualmente, se dedican las políticas y las
prácticas patrimoniales.
Al igual que las políticas de control de los flujos migratorios, las políticas del patrimonio
suelen estar dirigidas al establecimiento de fronteras y a su salvaguarda, a delimitar los
límites del grupo, a acotar sus propiedades y a definir sus características esenciales; en un
contexto en el que la cultura y las identidades han comenzado “a ser celosamente
custodiadas como una herencia colectiva, signada incluso por la noción de propiedad”
(Comaroff y Comaroff, 2013: 53).
8 Estoy de acuerdo con Ángel Díaz de Rada cuando afirma que reificar la cultura consiste en “cargar las tintas del lado del contenido o la estructura como si fueran completamente independientes de la acción, obviando así las acciones que, en cada situación, conforman la vida social, el proceso.” (Díaz de Rada, 2010a: 91).
38
De hecho, los Estados han tratado a menudo la noción de “patrimonio cultural” como
análoga de la de “propiedad nacional”, cuya gestión, por lo tanto, debe estar en manos
de las burocracias estatales. Como ha mostrado Bahar Aykan (2015), la certificación
patrimonial de la UNESCO de determinadas expresiones culturales ha desembocado en
conflictos entre diferentes Estados que se han arrogado el ‘derecho de patente’ sobre las
mismas. Es el caso del teatro de sombras, de origen otomano y conocido como
Karagöz, que Turquía inscribió en Lista Representativa del Patrimonio Cultural
Inmaterial en 2009, y que Grecia reclama como propio también bajo la denominación
de Karagiozis. Otros casos similares se han resuelto con la doble inscripción de
manifestaciones culturales muy similares, como la Fiesta del Barco del Dragón, inscrita
primero por Corea del Sur y luego por China; o el Canto Gutural Mongol, inscrito
primero por China y después por Mongolia, que acusaba a China de estar apropiándose
de sus tradiciones9.
Estamos, por tanto, ante prácticas de reificación de la cultura y de la sociedad. Siguiendo
esta lógica, los elementos patrimonializados actuarían como hitos, materiales y
simbólicos al mismo tiempo, de la demarcación fronteriza y funcionarían como la
representación metonímica de la identidad de un agregado humano previamente
definido (habitualmente caracterizado como un pueblo o una nación). De este modo, la
génesis necesariamente híbrida del elemento patrimonializado –surgido del diálogo y la
interacción entre sujetos situados (Cruces Villalobos, 2007; véase también García
9 La UNESCO recomienda, sin embargo, las candidaturas multinacionales para el caso de expresiones culturales compartidas por varios Estados. Así sucedió, por ejemplo, con la candidatura de la Dieta Mediterránea, que fue presentada conjuntamente por España, Grecia, Italia y Marruecos, o la de la cetrería (o caza con aves rapaces), que presentaron Arabia Saudita, Bélgica, República Checa, Corea del Sur, Emiratos Árabes Unidos, España, Francia, Marruecos, Mongolia, Catar y Siria, y a la que más tarde se unieron Austria y Hungría. No obstante, como advierte Aykan (2015), las inscripciones multinacionales representan un porcentaje muy bajo en las Listas patrimoniales confeccionadas por la UNESCO.
39
Canclini, 2001 y Dietz, 2003a) – sería sustituida por el mito del origen ancestral (“lo de
aquí de toda la vida”, “esto siempre ha sido así”). No es extraño, por tanto, que las
nociones de herencia y legado sean habitualmente utilizadas como sinónimos de
patrimonio.
3.2. “Tener cultura”. Consecuencias de la objetivación patrimonial de la
cultura
En ‘Del deber al deseo’, una etnografía basada en dos periodos de trabajo de campo en Los
Olivos (nombre ficticio de un pueblo de la Sierra de Aracena, Huelva), Jane Fishbourne
Collier comienza con una anécdota: en su segundo periodo de campo, durante la década
de los 80, contactó con un joven matrimonio, originario de Los Olivos y que había
emigrado a Barcelona, a cuyas familias había conocido 20 años antes, durante su primera
estancia en el pueblo. Este matrimonio le contó a Collier que había comprado la ‘Gran
Enciclopedia de Andalucía’ con la intención de que sus hijos –que estaban creciendo en
Cataluña– aprendiesen cuáles eran sus raíces culturales y sus tradiciones. Esto
sorprendió a la antropóloga, que consideraba más lógico que hubiese sido la propia
abuela –que aún vivía– quien les transmitiera a sus nietos “su herencia andaluza”. En su
etnografía, Collier trata de mostrar el proceso mediante el cual los habitantes de Los
Olivos y sus descendientes se trasformaron ‹‹de pueblerinos que “eran tradicionales”, a
andaluces “que tenían tradiciones”›› (Collier, 2009: 441-442). Además muestra como lo
que se consideraban ‘tradiciones’ en la década de los 80, tenían poco que ver con las
prácticas cotidianas que ella había observado en el pueblo 20 años atrás.
Este proceso descrito por Collier, que tuvo lugar en el contexto de la conformación del
‘Estado de las autonomías’ durante la transición democrática, presenta muchas
similitudes con el acaecido un siglo antes, durante la tardía Revolución Industrial en
40
España, cuando Demófilo y otros estudiosos del folklore contribuyeron a que las
denominadas ‘clases populares’ descubrieran
con asombro –y posiblemente con incredulidad y desconfianza– que tenían «cultura» sin saberlo
(…) y del mismo modo, los oficiales y aprendices de oficios diversos descubrieron que hacían
Artesanía sin saberlo, precisamente cuando la Revolución Industrial había convertido su proceso
de trabajo y sus productos en residuales. Y de la misma manera que hombres y mujeres de distintas
localidades descubrieron que sus vestidos eran «trajes regionales» (…) (Velasco, 1992: 18).
Ambos procesos, mediante los cuales determinados sujetos “descubren” que “tienen
cultura”, constituyen buenos ejemplos de cómo se produce el patrimonio.
La expresión patrimonio cultural encierra en sí misma multitud de paradojas y
contradicciones (Velasco, 2009). A priori, el patrimonio de una persona, un grupo o un
colectivo (sea calificado como cultural o de cualquier otra forma) lo conforma aquello
cuya propiedad se posee, es decir, aquello que le pertenece a un individuo o a una
comunidad determinada; y, en tanto que posesión, puede ser transferido de unos a
otros, ya sea a través de normas hereditarias, actos de compra-venta o de cesión, o a
partir de procesos de enseñanza y aprendizaje o “transmisión-adquisición”10 (García
Castaño y Pulido Moyano, 1994); del mismo modo puede ser aumentado, reducido,
destruido, usurpado, transportado, expuesto, manipulado y, en definitiva, ser sometido a
múltiples operaciones de gestión.
Por otro lado, el término cultura ya es de por sí problemático. Concepto nuclear de la
antropología, esta disciplina lleva casi desde sus orígenes tratando de desvincularlo de su
uso más habitual, relacionado casi exclusivamente con las producciones artísticas y la
acumulación de capital académico. En este empeño, la antropología ha obtenido un 10 Una crítica a esta expresión, así como a la consideración de la cultura como objeto, puede encontrarse en Díaz de Rada y Velasco (1996).
41
éxito relativo. Si bien, auxiliada por otras disciplinas como el folklore, ha conseguido
extender el concepto a expresiones “modestas”, “populares”, más allá de la “Gran
Cultura” (Díaz Viana, 2005), no ha logrado nunca de-sectorializar la idea de cultura, que
sigue siendo considerada generalmente como una parcela específica de la vida social,
distinta de otras parcelas, también acotadas administrativamente, como la economía o la
política. Sea cual sea la definición antropológica de cultura que consideremos11, siempre
tendrá un carácter holista y totalizador, y, por lo tanto, no tendrá “mucho que ver con lo
que en el tratamiento del patrimonio cultural se sugiere” (García García, 1998: 10). La
noción de patrimonio cultural (no importa cuál sea su segundo apellido: histórico,
artístico, arquitectónico, etnológico, inmaterial, etc.) está mucho más relacionada con la
Cultura (en su sentido habitual, con mayúscula) que con la cultura en sentido
antropológico, como se desprende del organigrama de cualquier negociado “de cultura”
en las administraciones públicas, en los que habitualmente se integran dos áreas de
gobierno: ‘bienes culturales’ (patrimonio y museos) y promoción de las artes (literatura,
teatro, cine, etc.). La cultura que se nos presenta como patrimonio, en tanto que
susceptible de posesión y tenencia, siempre tendrá forma de objeto. Es en tales
situaciones cuando pueden adquirir algún sentido expresiones como ‹‹tener cultura››,
‹‹tener más o menos cultura››, ‹‹defender mi cultura››, etc.:
En sus usos habituales, la expresión ‹‹tener cultura›› resume inmediatamente una idea más básica
que raramente ponemos en duda: la cultura es un objeto, algo que, como cualquier otra
pertenencia, forma parte de nuestras posesiones, un patrimonio (Díaz de Rada, 2010a: 219).
11 Una revisión de las distintas teorías antropológicas de la cultura puede consultarse en Kahn (1975), Rossi y O’Higgins (1981), Keesing (2010) o Harris (1996). Al respecto resulta especialmente esclarecedor Cultura, antropología y otras tonterías de Díaz de Rada (2010a).
42
En tanto que ‘posesión’ el patrimonio comienza a ser objeto de preocupación cuando se
advierten amenazas de deterioro o pérdida, que pueden ser provocadas por una amplia
serie de factores (conflictos bélicos, agentes contaminantes, inadecuadas técnicas de
restauración, explotación comercial y turística, etc.). Es, en este sentido, una “noción
lastrada”, cuyo reconocimiento y valoración implica al mismo tiempo la necesidad de
aplicar medidas de conservación y salvaguarda ante la “fragilidad” inherente a los
elementos patrimonializables (Velasco, 2009; 2012a; 2012b). El propio devenir histórico,
condición indispensable para la producción del patrimonio12, puede ser percibido como
una amenaza al mismo, de ahí el acusado componente nostálgico que afecta a la mayoría
de los movimientos patrimonialistas (Lowenthal, 1998; Berliner, 2012; González
Alcantud, 2012a). El patrimonio puede ser concebido como un proceso de objetivación
de la cultura que recurre sistemáticamente al pasado, un proceso creativo que, no
obstante, se presenta como un legado ancestral:
Toda ‹‹posesión›› de cultura es una creación de cultura, aunque toda creación de cultura se
expresará como un acto de confirmación de un potencial ya existente (Baumann, 2001: 116).
Algunos autores han señalado la continuidad existente entre la preocupación
contemporánea por el patrimonio cultural con el folklore decimonónico, en la que
habría una etapa intermedia en la que para referirse a los mismos fenómenos se habría
utilizado la expresión “cultura popular” (Prat, 1999; Velasco, 2012b). Beatriz
Santamarina (2013) afirma que asistimos a un ‘re-bautizo’ del folklore, que ha pasado a
12 Como ya ha sido puesto de manifiesto en varias ocasiones (Prats, 1997), la antigüedad suele ser un criterio fundamental en la valoración patrimonial de cualquier elemento. La pátina del tiempo es considerada, en ocasiones, como un factor suficiente para la consideración patrimonial. De este modo, como muestra Beatriz Pérez Galán (2011b), las legislaciones de Castilla La Mancha y Madrid establecen que cualquier ‘manifestación arquitectónica popular’, con más de 100 años de antigüedad deben ser protegidos como patrimonio, una antigüedad que se eleva a los 150 años en la consideración de los ‘bienes muebles’.
43
denominarse ‘patrimonio inmaterial’, aunque sus referentes continúen siendo los
mismos. Estos cambios terminológicos responderían a distintas etapas históricas en las
que se han percibido amenazas sobre la ‘cultura como objeto’, en tanto que posesión, en
tanto que patrimonio: si el folklore surge como reacción a las transformaciones
acaecidas durante la revolución industrial, la preocupación contemporánea por el
patrimonio podría entenderse como una fuerza de resistencia local a las tendencias
homogeneizadoras de la globalización (Moreno, 2002b; 2012). Además de la
uniformización cultural a la que supuestamente tiende la globalización, otra amenaza
que se cierne sobre los elementos culturales objetivados como patrimonio, en tanto que
propiedad comunitaria, y que también proviene de la globalización mercantilista, es la
posibilidad de que agentes ajenos a la comunidad, pretendan apropiarse con fines
mercantilistas de los saberes y las prácticas colectivas patrimonializables13 (Brugman,
2009).
Si bien, desde los paradigmas clásicos del patrimonio (centrados en sus expresiones
monumentales), los riesgos percibidos concernían sobre todo a los características
materiales de los bienes patrimonializados, a partir de la ampliación tipológica del
patrimonio iniciada con la Carta de Venecia (1964) y la posterior construcción de la
categoría “patrimonio inmaterial”, los riesgos afectan sobre todo a los “portadores” de
las expresiones “inmateriales” patrimonializables, que en gran medida son expresiones
incorporadas, indisolubles de la acción y los cuerpos de los sujetos que las ejecutan
13 Esto sucedió en una de las fiestas que documenté, el Cascamorras de Guadix y Baza. El presidente de una asociación relacionada con la fiesta registró como ‘marca comercial’ la propia denominación de la fiesta ‘Cascamorras”, lo que derivó en un conflicto con otros agentes implicados en la celebración (cfr. Agudo y Delgado, 2011; López y Ruiz, 2011).
44
(Kirshenblatt-Gimblett, 2004; Ruggles y Silverman, 2009; Velasco, 2012a; Texto 4 de la
compilación).
Muy ilustrativo a este respecto resulta el programa Tesoros Humanos Vivos impulsado por
la UNESCO, a partir de una propuesta de Japón y la República de Corea, cuyo objeto es
valorar y proteger a aquellos “individuos que poseen en sumo grado los conocimientos y
técnicas necesarias para interpretar o recrear determinados elementos del patrimonio
cultural inmaterial” (UNESCO, 2004: 3). Lo que finalmente termina patrimonializado, a
partir de las medidas de salvaguarda de “lo inmaterial”, son quienes “tienen la cultura”,
los “portadores” de determinadas prácticas y saberes, individuos o sujetos colectivos
que, por ende, acaban siendo también de algún modo objetivados.
3.3. Los sujetos del patrimonio
Una cuestión nuclear que planea siempre en los debates sobre el patrimonio, cuando
acertadamente se amplía el foco más allá de las características internas de los elementos
patrimoniales, y que está estrechamente vinculada a la cuestión de su propiedad, es
quiénes son los sujetos del patrimonio; es decir, a qué personas concretas les
corresponde la titularidad de los bienes patrimonializados (Hall, 1999; Limón, 1999;
Cruces Villalobos, 1998). Hay un consenso en torno a que el patrimonio cultural es un
“bien común”, una propiedad colectiva. Sin embargo, el consenso se rompe cuándo se
trata de delimitar empíricamente a los sujetos que componen dicha colectividad, de
cuyos límites sólo podemos estar seguros cuando se habla de “patrimonio de la
humanidad”, puesto que comprendería a todas y cada una de las personas que pueblan
el planeta:
Especialmente delicada, desde mi punto de vista, es la terminología que tiene que aludir y definir al
contingente humano en virtud del que se refleja y se concreta el patrimonio. Es decir, la manera de
45
referirse a la ciudadanía, el pueblo, los protagonistas, representados, depositarios, beneficiarios, los
propietarios –herederos, titulares- legítimos, etc., y que sólo tiene un resultado satisfactorio cuando
en alusión a los patrimonios de la humanidad todos conocemos a los referidos, la humanidad
entera (García Jiménez, 2010: 367)
Pero incluso en este caso, la cuestión se complica al preguntarnos quién debe encargarse
de su gestión (mediante operaciones de salvaguarda, conservación, promoción, etc.,
pero también de venta, sustitución o abandono). Evidentemente, las consecuencias
políticas, económicas y sociales de cómo se defina el sujeto colectivo o –en términos de
la UNESCO– a “las comunidades portadoras”, a quienes pertenece un determinado
patrimonio, serán múltiples y complejas (Kuutma, 2012: 27). Debemos preguntarnos,
entonces, quién define la comunidad a la que se vincula un determinado patrimonio,
sobre qué criterios lo hace y cuál es su legitimidad.
En primer lugar, la definición provendrá inevitablemente del poder –instituido
(generalmente en forma de Estados) o instituyente (fuerzas contra-hegemónicas)–. En
segundo lugar, la definición se establecerá sobre la base de criterios de inclusión-
exclusión y, por tanto, de delineación de las fronteras comunitarias y poblacionales,
construyendo así una determinada colectividad. Por último, en las sociedades
democráticas, la existencia del poder quedaría legitimada, puesto que éste emanaría de
esa entidad colectiva, que previamente habría definido. Usemos un ejemplo para decirlo
de una forma más clara.
1. La definición proviene del poder:
• Según la ‘Ley 14/2007, de 26 de noviembre, de Patrimonio Histórico de Andalucía’,
el patrimonio andaluz constituye “la expresión relevante de la identidad del pueblo
andaluz” y “corresponde a la Comunidad Autónoma de Andalucía la competencia
exclusiva sobre el Patrimonio Histórico Andaluz”.
46
2. Criterios de inclusión y exclusión.
• Según el Estatuto de Autonomía para Andalucía, ostentan la condición de andaluces
o andaluzas (y podemos suponer que son ellos y ellas quienes componen el pueblo
andaluz):
(…) los ciudadanos españoles que, de acuerdo con las leyes generales del Estado, tengan vecindad
administrativa en cualquiera de los municipios de Andalucía. (…) los ciudadanos españoles
residentes en el extranjero que hayan tenido la última vecindad administrativa en Andalucía y (…)
sus descendientes inscritos como españoles (…).
3. Legitimación. El poder emana de la entidad colectiva.
• También según el Estatuto, “los poderes de la Comunidad Autónoma de Andalucía
emanan de la Constitución y del pueblo andaluz”14.
Hemos utilizado el ejemplo de Andalucía por sernos el más conocido, pero podríamos
haber usado cualquier otro proveniente de estructuras administrativas político-
territoriales (España u otros estados-nación, entidades supranacionales como la Unión
Europea, etc.) o de movimientos multiculturalistas contrahegemónicos, que también
recurren al lenguaje del patrimonio en sus prácticas políticas (Dietz, 2003a). La
etnopolítica, afirma Díaz de Rada (2008: 215), “si quiere ser eficaz, no puede andarse
con dilemas ni enredos (…) exige un definición burocrática de la identidad étnica”.
Siguiendo con el ejemplo de Andalucía, la Oficina del Defensor del Pueblo Andaluz
publicó en 2001 una obra colectiva en la que se definían las bases que sustentaban la
14 Si aplicásemos rígidamente este esquema para definir a los sujetos cuya identidad estaría reflejada por el patrimonio certificado institucionalmente, en el caso de las fiestas que hemos estudiado, quedarían fuera algunos de sus principales protagonistas, aquellos “hijos del pueblo” que emigraron a Cataluña en los 60 y 70 y que vuelven año tras año, junto a sus descendientes, a actualizar y celebrar su vinculación con la localidad mediante la participación festiva. Su ‘no vecindad’ en un municipio andaluz, los excluye de la definición oficial de quienes conforman el “pueblo”.
47
“identidad del pueblo andaluz”. En dicha obra, al definirse la noción de pueblo, se
señalaba la ‹‹posesión›› de una cultura común y una historia compartida como los
requisitos para la existencia y delimitación de un pueblo frente a otros:
Un pueblo es una colectividad humana compleja, que ha cristalizado como sociedad a través de un proceso histórico
compartido, articulada sobre bases territoriales y económicas que la dotan de especificidad y que posee
una cultura común, modelada lo largo de dicho proceso histórico, que la define y diferencia de otras
sociedades, de otros pueblos. (Lacomba, 2001: 18, la cursiva es mía)
Como en nuestro ejemplo, el ‹‹pueblo››, definido identitariamente y equivalente
básicamente a la noción de ‹‹etnia››, suele ser postulado como el titular legítimo de los
elementos patrimonializados y, por tanto, sus representantes como los legítimos
gestores de los mismos. Y esta premisa (un pueblo, una identidad, un patrimonio) ha
sido generalmente asumida por los estudios patrimonialistas, que han considerado el
patrimonio como el reflejo de la identidad de un ‹‹pueblo››. La noción de ‹‹pueblo›› (o la
de ‹‹comunidad››) es utilizada como un factor explicativo y no como uno de los
interrogantes principales que debieran ser explicados (cfr. Waterton y Smith, 2010).
El problema del uso del concepto de ‹‹pueblo››, desde las narrativas patrimoniales, es que
es muy difícil, si no imposible, conciliar su definición idealizada y “espiritual” –heredera
de su definición herderiana y del romanticismo alemán, en tanto que “espíritu de la
nación” (cfr. Velasco, 1990; 1992; Hall, 1999) – con la delimitación empírica de los
sujetos que comprenden un determinado ‹‹pueblo››, en un determinado momento.
Como afirma Ángel Díaz de Rada, el valor empírico del concepto ‹‹pueblo›› (y de otros
similares como ‹‹sociedad››) “no es diferente del que porta el concepto ‹‹Dios››” (Díaz de
Rada, 2010a: 229). Lejos de cualquier idealismo, la concreción empírica de los sujetos
que componen un ‹‹pueblo››, si es que ha de hacerse, sólo podrá provenir de una lógica
burocrática y poco romántica (“los ciudadanos con nacionalidad española y vecindad
48
administrativa en un municipio de la Comunidad Autónoma de Andalucía”). Mediante
la producción institucional de patrimonio pareciera intentarse conciliar ambas formas de
concebir el pueblo, idealizada y burocrática, ofreciendo un sustento primordial –
vinculado a la tradición y los orígenes– a la construcción administrativa de un
determinado cuerpo social. La producción de patrimonio tendría, entonces, la “misión
de justificar tautológicamente la presencia del ‹‹espíritu nacional›› subyacente” (Martí i
Pérez, 1996: 210).
Por lo tanto, el proceso de patrimonialización implica no sólo la valoración de los
contenidos del elemento patrimonializable, sino sobre todo “la construcción de un
sujeto colectivo protagonista de unas formas de vida propias, es decir, no naturales: ‹‹lo
de aquí de toda la vida››” (García García, 2012: 206). La forma y los límites del grupo
quedarían, entonces, vinculados al contenido patrimonializado, que constituiría el reflejo
de su identificación colectiva. De modo que, conociendo su patrimonio, podríamos
entender cómo es y qué forma tiene el grupo que lo “porta”15. En Los grupos étnicos y sus
fronteras, Fredrik Barth ya nos advertía de los riesgos de confundir la configuración de los
grupos sociales con los contenidos culturales mediante los que se identifican:
Si se insiste en considerar al aspecto de portadores de cultura de los grupos étnicos como
característica primaria, nos tendremos que enfrentar a consecuencias de muy amplio alcance. Se
propendería a identificar y distinguir a los grupos étnicos por las características morfológicas de las
culturas de que son portadores (Barth, 1976: 12).
15 Esta es la lógica que siguen algunas pedagogías imbuidas en la retórica de “lo intercultural”, al suponer que conociendo el “patrimonio cultural” de las personas migrantes (lengua, gastronomía, músicas, tradiciones, etc.), aquello que los sujetos portan en sus maletas, puede llegar a conocerse cómo son realmente los propios sujetos y, de ese modo, prevenir el racismo generado por el desconocimiento de su “riqueza cultural” (cfr. Dietz, 2003a; García Castaño et al., 2011).
49
El científico social o, más concretamente, el antropólogo llamado a certificar el valor
patrimonial de un elemento determinado, que reflejaría la identidad de un sujeto
colectivo específico, estaría al mismo tiempo contribuyendo a la construcción de dicha
colectividad a la que dice representar quien requirió los servicios del antropólogo. En
esto, su tarea no se diferenciaría de la del estudioso del folklore que, mediante el registro
y colección de expresiones “populares”, daba “entidad a ese sujeto colectivo que
llamaban ‹‹pueblo››” (Velasco, 1992: 15).
3.4. Patrimonio, poder y reflexividad
Pudiera parecer por lo dicho en las secciones anteriores que los sujetos del patrimonio
son víctimas pasivas de unos oscuros agentes con malévolas intenciones. No es así del
todo. Lo que se ha tratado de mostrar es que el patrimonio cultural constituye un
instrumento político que puede ser usado para gestionar la configuración y los límites de
un determinado “sujeto colectivo”, mediante la producción de su representación social.
Sin poder, advertía Llorenç Prats (1997), no hay patrimonio. Las demandas de apertura,
participación, multiculturalización y democratización del patrimonio (García Canclini,
1999; Carrera y Dietz, 2005) muestran esta estrecha conexión entre la producción de
patrimonios y el ejercicio del poder. Los sujetos cuyas prácticas culturales son insertadas
en un proceso de patrimonialización pueden apoyar, participar, legitimar u oponerse a
dicho proceso, en función de sus intereses y sus posibilidades de acción política.
Laurajane Smith (2006; 2011) ha propuesto la expresión “discurso patrimonial
autorizado” [authorized heritage discourse] para caracterizar al patrimonio promovido y
controlado por los poderes instituidos y que, mediante el concurso de distintos sistemas
expertos, se presenta como un hecho objetivo, cuyos valores son incuestionables. En
este sentido, los Estados aparecen como los principales agentes de la producción
50
patrimonial. A pesar de la centralidad de la UNESCO en los discursos y prácticas
patrimoniales contemporáneos –llegándose a acuñar términos como “UNESCOización”
(Berliner, 2012) o “UNESCOcracia” (Miller y Yúdice, 2004)–, son los estados las
organizaciones que deben traducir y aplicar las directrices y recomendaciones del
organismo supranacional en los territorios y poblaciones que administran (Bendix,
Eggert y Peselmann, 2012). La producción de “patrimonio nacional” constituye una de
las principales estrategias del “nacionalismo nacionalizante” desplegado por los estados
(Brubaker, citado por Dietz, 2003a) y, precisamente por eso, uno de sus principales
mecanismos de exclusión social, al situar fuera de las fronteras de la nación a quiénes no
se verían reflejados en el espejo patrimonial (cfr. Hall, 1999).
No obstante, es necesario observar que los discursos y las prácticas patrimoniales no
son patrimonio exclusivo de los poderes instituidos. También los movimientos sociales
contrahegemónicos utilizan narrativas patrimoniales en sus demandas de
reconocimiento cultural y representación política, ya sea reclamando un estado propio o
la incorporación de “su patrimonio” al “patrimonio nacional”. En la medida que estos
movimientos recurran a prácticas de objetivación y apropiación de determinados
referentes y prácticas culturales –lo que algunos autores han denominado “esencialismo
estratégico” (cfr. Dietz, 2003a)–, la forma de sus discursos patrimoniales será similar al
de los poderes instituidos.
La producción patrimonio, en tanto que proceso institucional de reificación de prácticas
culturales cuyo objeto es delimitar un determinado “sujeto colectivo” al que dichas
prácticas (y no otras) quedarían vinculadas como “marcadores identitarios”, es un
espacio de conflicto. Un espacio en el que distintos agentes, con desigual capacidad de
acción política, negociarán los valores y significados de las prácticas culturales
51
patrimonializables y con ello las fronteras de la colectividad, frente a otros colectivos a
las que dichas prácticas les serían ajenas.
No obstante, y como expondremos a lo largo de los textos compilados, el valor y el
carácter patrimonial de los elementos seleccionados se presentará como un hecho
objetivo y no como el resultado de una confrontación política16. A ello contribuirán las
distintas disciplinas científicas a las que se les asignará la competencia de identificar,
valorar y gestionar los elementos que constituirían el patrimonio cultural de un
determinado “pueblo”. De ese modo, al presentar el patrimonio como una cuestión
técnica, sobre la que sólo los “expertos” podrían pronunciarse con autoridad, se
enmascara también su dimensión política (cfr. Shore, 2010). Y se produce así otra de las
paradojas del patrimonio: mientras que se le asigna la titularidad de los bienes a un
determinado “sujeto colectivo”, la identificación y gestión de los mismos se reserva a las
disciplinas científicas y a las instituciones estatales que certifican su carácter patrimonial
(Cruces Villalobos, 1998: 81).
En nuestro análisis, hemos intentado poner de manifiesto esta y otras paradojas de la
producción institucional del patrimonio desde una postura crítica. Pero, al mismo
tiempo, hemos tratado de mantener una posición propositiva reconociendo el potencial
reflexivo de los procesos de patrimonialización, al que la antropología debería
contribuir. En ese sentido, estoy de acuerdo con Bendix, Eggert y Peselmann (2012)
16 A pesar de que el valor de los elementos patrimonializados, así como su vinculación primordial al “sujeto colectivo” cuya identidad supuestamente es reflejada, se presenten como hechos “objetivos”, casi naturales, lo cierto es que esto nunca se consigue del todo. La sospecha acerca de la “inautenticidad” del patrimonio cultural, utilizado como recurso primario en contextos turísticos, representa una prueba de que la presentación naturalizada del patrimonio nunca enmascara totalmente su carácter construido. Sobre esta cuestión, localizándola en el caso del Sacromonte granadino, se abunda en los dos últimos textos compilados.
52
cuando afirman que “el análisis crítico no debería desactivar el potencial positivo
inherente al proceso de patrimonialización, sino más bien apoyar la infusión de la
reflexividad la toma de decisiones sobre el patrimonio." (p. 19, traducción propia).
El proceso de patrimonialización es un contexto privilegiado para la reflexividad
cultural. En el transcurso de las operaciones de patrimonialización se confrontan dos
discursos de la cultura divergentes: uno esencialista, centrado en los orígenes, el pasado,
la tradición, etc., y uno procesual, que mira al presente y al futuro y se interroga acerca
de los límites de la comunidad y sus representaciones (cfr. Baumann, 2001). Ambos tipo
de discurso serán usados por los distintos agentes implicados en el proceso
patrimonializador: los sujetos cuyas prácticas se están valorando y (re)significando, los
“expertos culturales” y las instituciones estatales. Como iré reiterando a lo largo de las
publicaciones compiladas, considero que la antropología social puede participar en tales
procesos de patrimonialización, sin perder su esencial tarea crítica, afirmando el carácter
político del proceso y cartografiando la pluralidad de voces implicadas, incluida la de la
propia antropología. Esto supondría incorporar el trabajo reflexivo en todo el proceso, y
no dejarlo para el final, para la reflexión académica, como algo distinto al “trabajo
patrimonial”.
(…) los sustancialistas suelen controlar el discurso patrimonial autorizado y se deja la
incorporación reflexiva de los procesos de patrimonialización como algo al margen «del trabajo en
patrimonio»; algo que viene a posteriori. Sin embargo, incorporar una perspectiva crítica implica,
entre otras cosas, incorporar a la sociedad civil no sólo en algunas fases de la cadena valorativa.
(Sánchez Carretero, 2012: 198).
Potenciar el carácter reflexivo de la producción patrimonial, al reconocer su carácter
político y considerar los intereses y los discursos de los distintos sujetos implicados,
supondría de facto adoptar un paradigma más participativo y democrático en los procesos
53
de patrimonialización. Por otro lado, y en la práctica, adoptar un paradigma más
participativo supondría también que los expertos –entre ellos los profesionales de la
antropología– y las instituciones renunciasen a ciertas parcelas de poder, para incluir al
conjunto de las personas relacionadas con los elementos patrimonializables. Ni la
definición misma del patrimonio, ni la atribución de valores, serían una tarea exclusiva
de unos o de otros, sino que habría de ser compartida (cfr. Waterton y Smith, 2010).
4. LOCALIZACIÓN Y CONSTRUCCIÓN DEL CAMPO ETNOGRÁFICO
Una vez establecido el objeto de estudio, se ha seguido una estrategia metodológica
plural que ha estado condicionada por mi participación en distintos proyectos de
investigación. Si bien los objetivos de estos proyectos no coincidían con los objetivos
marcados en mi propio proyecto de investigación, he tratado de adaptar mi participación
y los materiales producidos en el marco de tales experiencias profesionales para indagar
en el objeto de estudio que previamente había definido.
En este sentido, de manera opuesta a la construcción del objeto de estudio, la selección
de los casos se ha realizado, pues, en base a una estrategia de oportunidad; es decir, ha
respondido a una adaptación a mis circunstancias profesionales antes que una decisión
premeditada por mi parte. Los procesos de patrimonialización de rituales festivos de
distintas localidades granadinas, así como la constitución de la etnicidad en recurso
turístico en el Sacromonte, me han servido para observar y analizar procesos de
reificación de la cultura como instrumento de gestión institucional de la diversidad, pero
bien podrían haber sido seleccionados otros contextos; por ejemplo, la campaña
institucional en torno a la “marca España”, la organización de festivales de música
étnica, la promoción de gastronomías regionales o la producción simbólica de las
hinchadas de los equipos de fútbol.
54
El trabajo de investigación se ha realizado en múltiples lugares de distintas localidades
de la provincia de Granada: en espacios públicos, en el interior de iglesias, en despachos
de alcaldías, en viviendas particulares, en museos etnológicos, pero también entre textos
administrativos, documentos audiovisuales y otro tipo de objetos. Sin embargo, no he
estudiado tales ‘lugares’. Mi presencia en esos espacios y mi participación en distintas
situaciones sociales localizadas han constituido un recurso metodológico para construir
el campo de estudio, para acotar un contexto relacional determinado en el que se
inscribe y es posible observar el fenómeno sociocultural que me interesaba (cfr. García
Castaño, Álvarez Veinguer y Rubio Gómez, 2011). Como ya pusiera de manifiesto
James Clifford (1999), una de las características principales de la etnografía
contemporánea es la diversidad de ‘prácticas espaciales’ desplegadas por parte de los
etnógrafos y el replanteamiento de los propios fundamentos del trabajo de campo:
cuáles deberían ser sus localizaciones, sus características formales y cuál debería ser su
‘distancia’ respecto al ‘hogar’ del investigador. A pesar del prestigio y el arraigo
académico del trabajo de campo canónico, clásico, definido por la estancia prolongada
en lugares ‘lejanos’ y la interacción frecuente con gentes ‘exóticas’, el ‘campo’ se concibe
“ahora menos como un lugar diferente y separado que como un conjunto de prácticas
de investigación corporizadas, de pautas de separación, de distancia profesional, de ir y
venir” (Clifford, 1999: 118).
El contexto de investigación, el campo, al igual que los datos, no permanece a la espera
de ser descubierto, no pre-existe a la acción del investigador, sino que es la red de
relaciones sociales que éste construye la que acaba determinando la forma del campo.
The notion of immersion implies that the ‘field’ which ethnographers enter exists as an
independently bounded set of relationships and activities which is autonomous of the fieldwork
through which it is discovered. Yet in a world of infinite interconnections and overlapping
55
contexts, the ethnographic field cannot simply exist, awaiting discovery. It has to be laboriously
constructed, prised apart from all the other possibilities for contextualization to which its
constituent relationships and connections could also be referred. This process of construction is
inescapably shaped by the conceptual, professional, financial and relational opportunities and
resources accessible to the ethnographer. (Amit, 2000: 6)
Los dos casos que se presentan, como se decía más arriba, podrían haber sido
sustituidos por otros análogos si las condiciones de la investigación hubieran sido
distintas. Esto no quiere decir que ambos contextos carezcan de importancia, y con total
seguridad los resultados hubieran sido distintos si se hubieran tomado otras
localizaciones, sino que ha sido la formulación del objeto de estudio lo que ha
determinado la forma y dimensión del campo, y no sólo las característica intrínsecas de
las distintas localizaciones. Del mismo que otros contextos hubieran servido para
estudiar el mismo fenómeno, las mismas localizaciones podrían haber acogido otro tipo
de temáticas de investigación: las relaciones de género en las fiestas o el uso del espacio
público en el Sacromonte, por ejemplo. En tales casos, aunque el trabajo se hubiera
realizado en las mismas localizaciones geográficas, la construcción del ‘campo’ hubiera
sido distinta.
56
57
II. CUESTIONES METODOLÓGICAS, EPISTEMOLÓGICAS Y PROFESIONALES
58
a mayor parte del trabajo para esta tesis se ha realizado en un contexto
extra-académico. En principio, esto no sería ninguna novedad y no
merecería más comentarios en el marco de la antropología social, puesto
que la mayor parte de los trabajos de campo etnográficos se llevan a cabo en contextos
no académicos17, a pesar de que sus objetivos sean prioritariamente académicos y sean
universidades las instituciones que dan cobertura logística, legal y financiera a los
investigadores.
En el caso del trabajo que aquí se presenta no ha sido así. Al menos en su etapa inicial,
el trabajo desarrollado no tenía por objeto la producción de textos académicos, ni estaba
respaldado por una universidad u otro tipo de institución académica. La investigación
desarrollada para esta tesis ha sido posible gracias a mi participación en dos proyectos
fundamentalmente:
17 Salvo excepciones, como la tesis doctoral de F. Javier García Castaño (1989), en la que el autor estudia las relaciones docentes-discentes y sus dinámicas de poder en el propio departamento universitario dónde desarrolla su actividad profesional o la etnografía de José Antonio Fernández de Rota (2013), publicada en un libro póstumo, sobre los departamentos de antropología de diversas universidades estadounidenses.
L
59
• “Estudios de las fiestas del Cascamorras, Mosqueteros de Béznar y Moros y
Cristianos en la provincia de Granada. Documentación técnica para su inscripción en
el Catálogo General del Patrimonio Histórico de Andalucía”, encargado y financiado
por la Delegación Provincial en Granada de la Consejería de Cultura de la Junta de
Andalucía, y
• El proyecto europeo “WE: Wor(l)ds which Exclude”, cofinanciado por la Dirección
General de Justicia de la Comisión Europea, en el marco del Programa de Derechos
Fundamentales y Ciudadanía (2007-2013).
El primer proyecto, impulsado por el negociado de cultura de la administración
autonómica andaluza, tenía como objeto fundamental iniciar el trámite de la declaración
institucional de varias fiestas de la provincia de Granada como “actividades de interés
etnológico” de Andalucía. Este trabajo lo desarrollé como trabajador autónomo, al
mismo tiempo que colaboraba en la puesta en marcha y en diversos proyectos de la
asociación Taller ACSA18.
18 Una breve historia de la asociación Taller de Antropología y Ciencias Sociales Aplicadas (Taller ACSA): Livia Jiménez Sedano, Giuseppe Beluschi Fabeni, Yanet Lorenzo de la Peña y yo mismo constituimos en 2008 la asociación Taller ACSA. Los cuatro socios fundadores habíamos estado trabajando entre 2006 y 2007 para una empresa consultora (Aljibe i+d+i) en un proyecto titulado “Observatorio de Zonas con Necesidades de Transformación Social”. Nuestra tarea consistía básicamente en emitir informes periódicos en torno a determinados barrios periféricos de Andalucía y a la intervención social que en ellos se realizaba. El observatorio se concebía como un dispositivo permanente en los barrios dedicado a la investigación etnográfica, con un sentido muy aplicado, y todos los miembros del equipo de campo nos habíamos formado en antropología. Al concluir dicho proyecto, en el que nos habíamos encontrado muy bien trabajando juntos y habíamos establecido relaciones de amistad, pensamos en la forma de darle continuidad al equipo y ese fue el origen de la asociación. Desde entonces, algunos de los miembros fundadores abandonaron el proyecto siguiendo distintas trayectorias profesionales y de investigación, se incorporó nueva gente y comenzamos a gestionar distintos proyectos de investigación e intervención social. En la actualidad la asociación está formada por cinco socios y forma parte de distintas redes europeas de investigación, ha formado parte de varios proyectos europeos (entre ellos el proyecto WE, que aquí se recoge) y ha llevado a cabo distintas acciones formativas y de evaluación de proyectos de cooperación internacional.
60
El segundo proyecto, que se desarrollaba en varios países europeos en régimen de
partenariado y en el que yo trabajé como investigador de la asociación Taller ACSA,
tenía como objetivo realizar recomendaciones y propuestas a las administraciones
públicas para mejorar el lenguaje que utilizan, al referirse a la “población gitana”, en
distintos tipos de documentos relacionados con las políticas de vivienda, a partir del
análisis del lenguaje utilizado efectivamente en diversos textos seleccionados en cada
uno de los países participantes en el proyecto (Anexo IV).
Por lo tanto, es un trabajo que tiene su origen en la práctica profesional de la
antropología fuera del contexto académico, pero sustentada en bases disciplinares, y
cuyo desarrollo posterior (las publicaciones académicas compiladas aquí) ha tratado de
participar de los debates y los formatos universitarios. Los textos compilados en esta
tesis constituyen en cierto modo un producto secundario del trabajo realizado, que
excedía el encargo institucional al que me había comprometido. Y de la misma manera,
podría decirse que los productos a los que me había comprometido (recomendaciones
dirigidas a los decisores políticos, expedientes de patrimonialización, etc.) carecerían por
sí solos de relevancia en el ámbito académico. Tales productos podrían ser
considerados, desde la academia, como objetos de estudio o fuentes de información
pero, a priori, no se considerarían como la plasmación de la producción de
conocimiento disciplinar. Es más, como advierte Juan Carlos Gimeno, podrían ser
sospechosos de “contaminación ideológica y/o política” (Gimeno, 2008: 249).
En este sentido, como cualquier tesis doctoral, este trabajo tiene el objetivo obvio de
conseguir un aval académico a mi actividad y trayectoria investigadora. Y, al mismo
tiempo, contribuir al diálogo entre practicantes de la “antropología aplicada” y la
académica, en un contexto en el que habitualmente, como explica José Luis Anta (2007),
61
cuando se habla de “antropología aplicada” se está haciendo referencia a personas que
trabajan en instituciones no académicas haciendo investigación etnográfica y cuyos
resultados serán plasmados en informes que tendrán como lectores, posiblemente
exclusivos, a los representantes de la institución contratante.
Esta dicotomía, entre la antropología universitaria y la antropología extra-académica, es
en gran medida artificial y artificiosa, como si la mayor parte de la investigación que se
realiza desde la universidad no tuviera también una financiación externa, por parte de
agentes sobre los que se pueden sospechar “oscuros intereses”, ni se impusieran
temáticas y agendas de investigación en las distintas convocatorias de proyectos.
No obstante la división entre “aplicados” y “académicos” (¿puros?) es efectiva y tiene
evidentes consecuencias éticas y prácticas, amén de contribuir a la jerarquización de las
ocupaciones de quienes se dedican a la investigación antropológica. Por lo tanto, antes
de explicar en detalle cada uno de estos dos proyectos y los procedimientos
metodológicos que se siguieron en cada uno, introduciremos brevemente algunos de los
debates en torno a la aplicabilidad del conocimiento antropológico y nos
posicionaremos al respecto.
1. DAR VUELTAS SALVAJEMENTE EN LA OSCURIDAD. EN TORNO A
LOS DEBATES SOBRE LA APLICABILIDAD DE LA ANTROPOLOGÍA
A pesar de lo ineficaz que pueda ser un enfoque científico de los problemas sociales, siempre será
más eficaz que las alternativas existentes: cuidar de nuestro jardín, dar vueltas salvajemente en la
oscuridad, o encenderle velas a una virgen. (Clifford Geertz)
Al rehuir la aplicación, el antropólogo puede abrigar la esperanza de permanecer un poquito más
cerca de los ángeles. (George Foster)
62
La diversidad de modos de entender la antropología, y de modelos de práctica
etnográfica, dificulta las posibilidades de su comprensión unitaria. Quizás sea más
adecuado hablar de antropologías, en plural, que de una antropología “única y
universal”19 (Lins Ribero y Escobar, 2008: 12). El desarrollo histórico de la(s)
antropología(s) muestra, no obstante, que una de sus constantes ha sido el debate
interno y la auto-referencia, el cuestionamiento permanente entre sus practicantes en
torno a cuáles debieran ser los objetos de estudio, los objetivos de la disciplina e,
incluso, su propia cientificidad20. Un cuestionamiento que se multiplica al evaluar sus
potencialidades prácticas.
Como señala Sánchez Molina (2009), desde que Malinowski publicara en 1929 su
controvertido artículo "Practical Anthropology" en el que consideraba las posibilidades de
aplicación del conocimiento antropológico al servicio del colonialismo europeo, no han
cesado los debates sobre la aplicabilidad de la antropología y del trabajo de los
etnógrafos al servicio de las instituciones públicas o empresas privadas.
A pesar de que una de las principales advertencias sobre los riesgos de la aplicación de la
antropología se basa en el reconocimiento de la contribución del primer funcionalismo
británico a la empresa colonial, es justo reconocer que estas críticas tuvieron su origen
19 Los límites académicos de la disciplina, y su conformación como tal, son también el resultado de un proceso de patrimonialización de ciertos métodos y saberes científicos, en la que una “comunidad de académicos”, en un campo de luchas políticas por el acceso a los recursos, se apropia de determinadas tradiciones teóricas y autores –pocas veces autoras– a las que adjudica el rol de “padres” –pocas veces “madres” – de la disciplina, construyendo y legitimando de este modo la propia existencia institucional de dicha “comunidad de académicos” (cfr. García García, 2007; García Castaño, 2014). 20 A principio de la década de los noventa, Josep R. Llobera se quejaba amargamente del “anarquismo epistemológico” y el “exhibicionismo casi pornográfico” de quienes intentaban “constituir la etnografía (…) como género literario a caballo entre la novela, el libro de viajes y la autobiografía” (Llobera, 1999: 15). Y continuaba, más adelante, “lo que más me preocupa del posmodernismo es que en antropología esté representando el papel de negar cientificidad a la disciplina, y ésta es la razón de que el movimiento reciba mi repulsa más acendrada” (Llobera, 1999: 124).
63
desde el principio y por parte de antropólogos que trabajaron durante esa época. Cómo
advierte Paz Moreno Feliu (2014), hubo una corriente, en la antropología de tradición
británica, crítica con la administración colonial y al propio sistema capitalista, próxima a
corrientes socialistas y revolucionarias. La influencia de Kropotkin y del anarquismo21,
por ejemplo, fue muy notable en Radcliffe Brown, que en su época de estudiante era
conocido como “Anarchy Brown”22 (Graeber, 2011: 24; Moreno Feliu, 2014), una
influencia que también es manifiesta en otros autores como Meyer Fortes o el propio
Evans-Pritchard (Moreno Feliu, 2014: 54-55).
No obstante, tanto unos como otros, concebían la antropología como una ciencia
objetiva, una empresa cuyo objetivo debía ser la producción de conocimiento y no la
transformación social (Sánchez Molina, 2009; Moreno Feliu, 2014).
… los aspectos más delicados de sus relaciones con el colonialismo no provienen de su actitud
ante la administración colonial, sino de su concepción de la ciencia y de la conducta apropiada que
debiera tener un científico durante sus investigaciones. Todos ellos, prácticamente sin excepciones,
se adherían al principio de neutralidad en la investigación, porque consideraban que la objetividad
de la ciencia les exigía no “meterse en política” mientras estaban en el campo y, por tanto, no
inmiscuirse en lo que ocurría en un sistema que en la práctica regulaba la vida de las “sociedades
tradicionales” que estaban estudiando. (Moreno Feliu, 2014: 101).
El uso político de los métodos y el conocimiento antropológico ha sido, sin embargo,
una constante en el desarrollo de la disciplina, ya sea por parte de los propios
antropólogos o por parte de cualquier otro agente con acceso a ellos. Algo que, como
advirtiera Teresa San Román (2006), acaso sea inevitable dado que el objeto mismo de la 21 También otros autores tuvieron contacto con las ideas anarquistas (cfr. Roca Martínez, 2008; Graeber, 2011). González Alcantud (2008) señala, por ejemplo, que la frecuentación a Kropotkin y las ideas anarquistas pudieron estar en la base de la expulsión de Suiza del antropólogo y folclorista Arnold Van Gennep, en octubre de 1915. 22 Como indica David Graeber, al Radcliffe-Brown “más maduro no le gustaba demasiado hablar de sus aventuras políticas juveniles, pero probablemente no sea ninguna coincidencia que su principal interés teórico siguiera siendo el mantenimiento del orden social fuera del Estado” (Graeber, 2011: 24).
64
antropología lo constituye el análisis empírico de las relaciones sociales y, por tanto,
también la contraposición de intereses entre sujetos, individuales e institucionales,
históricamente situados. Es decir, la política, entendida como las relaciones de poder
que se producen en el seno de cualquier grupo social, se sitúa en el centro del objeto de
estudio de la disciplina. Ahora bien, pasar de estudiar relaciones sociales a posicionarse
abiertamente en la contienda política siempre ha generado, y seguirá haciéndolo,
sospechas y la incomodidad de quiénes abogan por una ciencia aséptica, objetiva e
imparcial. Una de las críticas más frontales a la “politización” de la antropología se
encuentra en La identidad de la antropología de Josep R. Llobera:
… aquellos que vieron en la antropología, erróneamente si se quiere, una panacea política, sólo
pueden ser acusados de prostituir la disciplina con fines idealizados más o menos bastardizados
(Llobera, 1999: 14). [Y continuaba acusando al] marxismo politizado, al tercermundismo, al
feminismo y al posmodernismo de habernos conducido al triste presente (Llobera, 1999: 128)
Un triste presente de la antropología, según Llobera, caracterizado por la fetichización
del método y la pérdida de la pretensión de alcanzar grandes explicaciones y teorías
totalizadoras sobre la cultura y las relaciones sociales, que ha conducido a la aparición de
la “antropología aplicada”.
Como se ha librado de la tensión intelectual que dichas teorías le producían, el antropólogo-masa
puede profesionalizarse y tratar de vender sus conocimientos en el mercado. Así aparece la llamada
antropología aplicada en cuyo nombre el antropólogo, que tal vez veinte años atrás aspiraba a ser
una persona escrupulosa y de principios, se permite entrar en transacciones inmorales o participar
en proyectos políticamente dudosos. El mundo está lleno –es un decir- de antropólogos qua
especialistas que venden sus conocimientos al mejor postor, ya sea la CIA (o equivalentes), una
multinacional, o un gobierno tercermundista corrompido y dictatorial (Llobera, 1999: 17).
Si a este panorama desolador, descrito por Llobera, le sumamos la implicación de
antropólogos en actividades de contrainsurgencia en Latinoamérica y en el
derrocamiento del gobierno de Allende en Chile (el conocido proyecto Camelot), las
65
acusaciones vertidas sobre Napoleon Chagnon vinculándole a “oscuros experimentos”
con las poblaciones amazónicas, financiados por el gobierno estadounidense (cfr.
González Alcantud, 2008: 152), o la reciente incorporación de antropólogos a unidades
militares en los conflictos de Irak o Afganistán (el proyecto Human Terrain System, véase
al respecto Kovalinka, 2010), pocas ganas pueden quedarle a alguien de dedicarse a
“aplicar” la antropología y sí de “optar por un cierto grado de inutilidad” y de “dejar que
la Antropología Aplicada se diluya en su mar de contradicciones y proponer que si nos
usan es el problema de otros” (Anta, 2007: 162). Una opción que, por otro lado y de ser
posible, derivaría en el enclaustramiento del debate académico y sólo sería accesible a
quienes han conseguido una posición estable en la universidad.
Con tales antecedentes, gran parte de las personas tituladas en antropología se
encuentran en una situación de desasosiego y “se preguntan qué sabrán hacer con lo
aprendido cuando se hallen en situaciones reales, si serán capaces de generar
confluencias entre su saber y su sentir y lo que de ellos pueda esperar una entidad, o si la
exigencia ética de la profesión significará un impedimento para ejercerla en el mundo
que les ha tocado vivir y trabajar” (Soto Marata, Giménez Romero y Díez Mintegui,
2014: 4997).
1.1. El debate sobre la profesionalización en el contexto español
Las posibilidades de extender la práctica profesional de la antropología fuera de los
límites de la docencia y la investigación universitarias, como venimos sosteniendo, es
una cuestión que suscita siempre fuertes debates en el seno de la disciplina. En España,
donde la institucionalización académica de la antropología ha sido muy reciente, se sigue
percibiendo la disciplina como “exclusivamente un ‘algo’ universitario” (Anta, 2007: 17).
Hasta hace muy poco tiempo, como señalaba María Valdés Gázquez en una entrevista,
66
con respecto a este debate existían “dos posiciones polarizadas: los partidarios de la que
la disciplina no saliese de los confines de la Academia e hiciese una aportación más bien
teórica/crítica y los partidarios de su participación directa en la intervención social”
(Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico, 2009: 105). En la década de los noventa,
con la implantación de la titulación de Antropología Social y Cultural en varias
universidades del país y la consecuente salida de titulados al mercado laboral, se pone de
relieve la necesidad de abordar de una forma más profunda la cuestión de la
profesionalización de la antropología.
… la problemática profesional pasa de ser secundaria a constituirse en eje central de la que sería la
“cuarta generación”, constituida por los jóvenes titulados a partir de los nuevos planes de estudio,
cuyo futuro académico y profesional se presenta incierto (Aguilar, Feixa y Melis, 2000: 114)
Pero es en el marco del llamado ‘proceso Bolonia’ y el Espacio Europeo de Educación
Superior (EEES), cuando el debate resurge con fuerza y se introduce una nueva
paradoja: la propia supervivencia académica de la antropología depende de su capacidad
para formar profesionales que ejerzan la disciplina fuera de la universidad.
No es una casualidad que con la nueva configuración del mapa europeo de los estudios
universitarios, los antropólogos en nuestro país (mayoritariamente vinculados al ámbito
académico) estemos debatiendo cómo profesionalizar a nuestros estudiantes, cómo y qué enseñar
para formar antropólogos que puedan vincularse al mercado de trabajo; (…) actualmente en las
comisiones que trabajan sobre los estudios de grado discutimos, por imperativo de los Acuerdos
de Bolonia de 1999, en torno a la antropología como profesión, y por lo tanto, reflexionamos
sobre un conocimiento “socialmente útil”. (Jabardo, Monreal y Palenzuela, 2008: 9-10, véase
también Díez Mintegui (2011).
Son de sobra conocidas las críticas a este proceso de convergencia de la Educación
Superior en Europa, que desembocaron en una gran movilización estudiantil y de parte
del profesorado contra su implantación. La ideología neoliberal sobre la que se
sustentaba el proceso, dirigida a reforzar la mercantilización de los saberes académicos y
67
su “utilidad” (“aplicabilidad”) en el mercado laboral, fue el principal argumento de
quienes se opusieron a Bolonia.
El proceso de Bolonia es la implantación de la hegemonía liberal anglosajona (…) en el ámbito
universitario, tradicionalmente el ámbito del saber. Busca la sumisión del conocimiento al principio
de utilidad marginal que rige el modelo neoclásico de la economía capitalista (….). Evidentemente,
el pensamiento crítico que duda y busca permanentemente no responde al principio de
maximización de la “utilidad”. La “profesionalización” de las carreras en los nuevos grados, es
para las ciencias sociales, el establecimiento de la “neutralidad” científica (…). Una “neutralidad”
que tiene nombre y apellido político: hegemonía neoliberal. La sumisión a la implantación del
proceso de Bolonia supone aceptar una forma muy particular de conocimiento, la de los
vencedores. (…) Es también el fin del pensamiento crítico, reflexivo y político en las ciencias
sociales, quizás el mejor legado de la Ilustración (Narotzky, 2011: 37).
No pretendo profundizar en esta polémica suscitada por la implantación del “proceso
de Bolonia” (al respecto puede consultarse también Moreno Navarro, 2009), sino situar
el debate sobre la profesionalización de la antropología en España en este contexto. El
riesgo cierto de la desaparición de la antropología como enseñanza de grado en la
universidad española y la necesidad de justificar ante los decisores políticos la
singularidad, la “utilidad” y las posibles “salidas laborales” de los estudios de grado en
antropología, propició, a partir de 2003, la creación de varias comisiones y organismos
en el seno de la universidad centrados, entre otras cosas, en sentar las bases de la futura
profesionalización de la disciplina. Entre estas iniciativas hay que destacar la creación y
el trabajo desarrollado por la Comisión Estatal por el Grado de Antropología (2004), la
Comisión para la Profesionalización de Antropología (2007) (que elaboró un informe sobre las
68
ocupaciones laborales de las personas tituladas en antropología) y el fallido intento de
crear un colegio profesional23.
El propio término ‘profesionalización’, por supuesto, también ha sido objeto de
cuestionamientos. En un reciente seminario sobre escritura etnográfica24, Enrique
Santamaría cuestionó la idea de profesionalización y proponía, como alternativa más
adecuada, las nociones de “oficio” o “artesanía” al considerar la práctica de la etnografía
y la antropología fuera de la academia. Mientras que el concepto de “artesanía” remitiría
al control por parte del etnógrafo de todo el proceso y de sus productos, la noción de
“profesionalización” vendría a significar una sumisión a la demanda del mercado, en la
que ni el proceso de producción ni el producto final estarían controlados por el
etnógrafo. En ese sentido, decía Santamaría, sería más adecuado hablar más de
“proletarización” que de “profesionalización” de la antropología. Ángel Díaz de Rada
(2011) indicaba que el término conducía a confusiones, pues induce a pensar que la
antropología practicada en la universidad no es también una “profesión”, regida por
criterios de eficiencia y rentabilidad. Del mismo modo, la propia expresión
“antropología aplicada”, demasiado vinculada en el contexto español a la división
académica/extra-académica25, ha comenzado a cuestionarse y se ha propuesto entender
las prácticas antropológicas dedicadas a participar plenamente en los debates públicos
sobre los problemas contemporáneos como “antropologías de orientación pública”
(Jabardo, Monreal y Palenzuela, 2008). Por su parte, Carlos Giménez (2011) propone
23 La historia y las vicisitudes por las que han pasado estos organismos están perfectamente documentadas en Valdés Gázquez (2012). Al respecto también pueden consultarse Florido (2008), Tomé (2011) y Giménez Romero (2011). 24 Celebrado en el Instituto de Migraciones de la Universidad de Granada, en marzo de 2015. 25 Esta vinculación de la “antropología aplicada” a la práctica profesional en contextos no académicos no es privativa, no obstante, del contexto español (cfr. Foster, 1974).
69
distinguir entre ‘antropología profesional’, ‘antropología aplicada’ y ‘antropología de
orientación pública’. La primera abarcaría a todas las actividades de los antropólogos en
tanto que miembros de una misma “comunidad científica”, es decir, sus actividades
relacionadas con la investigación. La ‘antropología aplicada’ sería un sub-campo
destinado a intervenir sobre las realidades que estudia desde muy diferentes perspectivas
y objetivos (antropología militante, comprometida, participativa, etc.). Mientras que, por
último, la ‘antropología de orientación pública’ no constituiría un sub-campo sino una
motivación y voluntad de implicarse, desde el conocimiento disciplinar, en los debates
públicos. Lo que me interesa de estas controversias terminológicas es, principalmente,
que están mostrando la diversidad de modelos de practicar la antropología, fuera y
dentro de las universidades, que van más allá del debate circular entre académicos y la
necesidad de establecer taxonomías y ordenar dichas prácticas para entenderlas.
En la actualidad, si bien las dos ‘posiciones polarizadas’ de las que hablaba María Valdés
siguen existiendo, el debate ha transformado sus términos. Ya no se trata tanto de
esclarecer si es posible la existencia de una antropología extra-académica, sino de cuáles
deberían ser sus contenidos, sus métodos y, sobre todo, su cometido: ¿puede o debe el
antropólogo intervenir en la transformación de la realidad social?, ¿puede o debe dejar
de hacerlo?, ¿existen posibilidades de intervención o ‘aplicación’ más allá de la crítica
cultural? (cfr. Greenwood, 2002; Fernández de Rota, 2002; San Román, 2006; Anta,
2007; González Alcantud, 2008; Díaz de Rada, 2011; Giménez Romero, 2011).
Los recientes títulos de Grado de Antropología aprobados en las distintas universidades
españolas afirman que el estudio de la disciplina es útil para formar profesionales que
ejerzan su actividad en distintos sectores fuera de la propia universidad. Extraemos un
70
ejemplo cercano del documento aprobado para la implantación del título de Grado en
Antropología Social y Cultural de la Universidad de Granada:
… es evidente que la implantación de este título enriquecerá al conjunto de la formación en
Ciencias Sociales y Humanidades, así como el potencial desarrollo de una profesión emergente,
con tendencias claras de consolidación dada la creciente demanda de saber antropológico en el
mercado laboral y en la sociedad multicultural (Universidad de Granada, 2009: 2)
En ese mismo documento se establece como objetivo del título de grado la formación
de profesionales y se especifican diversos ámbitos de actividad, entre ellos el patrimonio
cultural.
Objetivo 5. Proporcionar al alumnado los conocimientos e instrumentos necesarios para el
ejercicio profesional de la antropología en los ámbitos de las relaciones interculturales y la
diversidad cultural, el patrimonio etnológico, el desarrollo territorial, la cooperación internacional,
la docencia y la investigación básica y aplicada en el ámbito sociosanitario, sociocultural,
socioeducativo y organizativo, así como la docencia en enseñanzas secundarias y la docencia e
investigación universitaria (Universidad de Granada, 2009: 11)
Sin embargo, a pesar de que en estos documentos se afirman de forma clara las
posibilidades de profesionalización de la antropología, el debate no ha concluido. Desde
varias posiciones se aduce que la principal “utilidad” o “función” de la antropología es el
ejercicio de la crítica (Velasco y Díaz de Rada, 1997; Anta, 2007; González Alcantud,
2008), un “producto” incómodo, tanto en el ámbito de la Administración Pública como
en el de la empresa privada.
1.2. Acerca de la incomodidad del conocimiento antropológico
Uno de los aspectos más interesantes y problemáticos que surgen a raíz de la práctica
profesional de la antropología en un ámbito extra-académico es la diversidad de
“públicos” a los que se dirige nuestro trabajo. A diferencia de la antropología practicada
desde la Universidad, que se dirige de manera casi exclusiva a los propios colegas,
71
quienes ejercen la disciplina fuera de la academia deberán responder a la demanda del
“cliente” (en la actualidad sobre todo la Administración pública y, en menor medida, la
empresa privada), siguiendo las directrices de la empresa que contrata al profesional
(siempre que éste no ejerza por cuenta propia), ofreciendo un producto útil al personal
técnico que realiza la “intervención social” y que, a la vez, contribuya a mejorar las
condiciones de vida de los sujetos de la investigación. Y, por último, el trabajo debería
también ser valioso en el ámbito académico, dado que es la antropología universitaria la
que, hoy por hoy, tiene la capacidad de sancionar el trabajo de corte antropológico y/o
etnográfico.
Esta situación, provocada por la diversidad de públicos a la que nos dirigimos, se pone
de manifiesto sobre todo a la hora de diseñar los “productos” de nuestro trabajo y está
definida por las expectativas que de él tienen cada una de estas partes. Lógicamente, uno
de los principales problemas a los que nos enfrentamos es comunicar los resultados de
una investigación antropológica a quienes no están familiarizados con la disciplina, con
su elaboración conceptual y con su devenir teórico. Desde fuera de la academia, se
entiende la antropología “como algo exclusivamente metodológico, casi técnico,
enfocado a lo cualitativo. Así se asocia la antropología a una especie de periodismo, de
recogida de datos, de orientación” (Ruiz Ballesteros, 2005: 86). Esta forma de pensar la
disciplina fuera de la academia, hace que las expectativas sobre nuestro trabajo en
muchas ocasiones no concuerden con los resultados del mismo. Esta es una gran
paradoja; quienes financian la investigación a menudo pueden esperar del trabajo
antropológico una descripción cualitativa de la “cultura” de sus “usuarios”, que les
permita manejarla y modificarla (pensando que de esta forma podrán alcanzar mayores
niveles de “bienestar”), y sin embargo se encuentran con que la antropología “tiende a la
72
complejización y la multidimensionalidad, a desenmascarar lo técnico como político, lo
naturalizado como convenido.” (Ruiz Ballesteros, 2005: 79). El carácter dialógico e
intersubjetivo de la etnografía la hace especialmente útil para “aportar nuevas lecturas e
interpretaciones a ‹‹problemas›› predefinidos por procedimientos monológicos” (Velasco
y Díaz de Rada, 1997: 249). Ahí reside la incomodidad del trabajo antropológico, pero
también su aplicabilidad y su utilidad, en la capacidad de poner sobre el tapete
cuestiones que o bien habían pasado desapercibidas o no habían sido comprendidas en
su totalidad. En definitiva, la antropología puede y debe contribuir a observar el
“problema” desde una óptica distinta, desde “el otro lado del espejo”.
La doble vertiente del trabajo típicamente etnográfico y la visión panhumana, universalista ofrecen
en muchos temas la posibilidad de mirar la realidad por el otro lado del espejo (Fernández de Rota,
2002: 46)
Como ha subrayado Clifford Geertz (1999), la eficacia de la antropología ante las
problemáticas sociales en las que puede verse implicada es mucho mayor en fase de
diagnóstico, que en la aportación de remedios y soluciones prácticas. Esto no quiere
decir que la investigación etnográfica carezca de “utilidad”. Geertz hace una sugerente
comparación entre la investigación antropológica y oncológica. A nadie se le ocurriría
cuestionar la utilidad o aplicabilidad de la investigación oncológica, a pesar de que gran
parte de ella no pueda ser inmediatamente aplicada para producir remedios que palien la
enfermedad. La situación del investigador social al enfrentarse a determinados
problemas sociales, decía Geertz, “no me parece del todo incomparable con aquella del
oncólogo, que sólo puede esperar la curación de algunos de sus pacientes y que se
dedica la mayor parte de su esfuerzo a exponer detalladamente severas patologías ante
las que nada puede hacer” (Geertz, 1999: 48).
73
La práctica de la antropología fuera del entorno académico, en cualquier caso, se
diferencia poco de la que se realiza dentro. Más allá de la forma de sus productos, sus
modos de evaluación o las peculiaridades de las carreras profesionales, hacer
antropología en uno y otro contexto quiere decir estudiar relaciones sociales en
contextos determinados, desplegando métodos etnográficos de investigación. De hecho,
las fuentes de financiación de la investigación universitaria y los “clientes” de
antropología profesional suelen coincidir. Por ejemplo, un ayuntamiento que esté
interesado en conocer determinados aspectos de su fiesta local o en “poner en valor” la
cultura oral de su municipio o en la creación de un museo etnográfico (ejemplos todos
ellos relacionados con el llamado patrimonio etnológico), puede recurrir a un grupo de
investigación universitario o a una consultora antropológica. La práctica de la
antropología siempre implica hacer investigación, independientemente de su orientación
más o menos “aplicada”.
De cualquier modo, la posición del antropólogo extra-académico continúa siendo una
posición subalterna (cfr. Foster, 1974: 199-213). En primer lugar, porque su acreditación
profesional (su “título”) depende de su paso por la Universidad y, sobre todo, porque, a
pesar de su acreditación, la capacidad de juzgar su trabajo recae en la misma institución.
La separación entre profesional en la universidad y “profesional” sin plaza de profesor se convierte
en una situación de subordinación. Únicamente aquellos que han conseguido colocarse hacen
antropología, no sólo porque manejan el dinero, sino, ante todo, porque se han convertido en
censores del trabajo ajeno (Anta, 2007: 110)
Los antropólogos y antropólogas que ejercen la profesión fuera del ámbito universitario
son vistos como “antropólogos a medias”, necesitados de tutela permanente y de
acompañamiento, como niños o “cachorros humanos”.
74
Definir la centralidad que puede llegar a tener el oficio de antropólogo y antropóloga no va a ser
tarea fácil. En tiempos de desasosiego, mantener un rumbo firme hacia la consolidación del
desarrollo profesional de la Antropología y su inserción plena en el mercado laboral va a exigir,
exige, vigilancia, acompañamiento, amparo y cuidado, como si de un cachorro humano se tratara. (Soto
Marata, Giménez Romero y Díez Mintegui, 2014: 4997, la cursiva es mía).
No considero que tal tutela permanente sea necesaria, ni positiva, pero sí el
establecimiento de vínculos entre quienes ejercen la profesión fuera y dentro de la
universidad, en un plano de mayor horizontalidad. Como decía Mercedes Jabardo, “es
difícil ser antropólogo fuera de la academia si no se mantiene una vinculación con ella”
(citado en Bullen, 2008: 230-231) y, del mismo modo, en el nuevo marco de reforma
universitaria, la antropología universitaria necesita mantener cierto contacto con sus
titulados. Pero, más allá de estas razones meramente institucionales y burocráticas,
existen otros motivos de índole científica que aconsejan está vinculación: en primer
lugar, porque pueden nutrirse mutuamente a partir del conocimiento generado en
ambos campos de ejercicio de la profesión; por la existencia en multitud de ocasiones de
coincidencias temáticas y, sobre todo, porque, desde un punto de vista general, les une
un mismo objeto de estudio, un mismo corpus teórico y un mismo proceso
metodológico (cfr. Giménez Romero, 2011).
Quizá, el mayor riesgo del ejercicio profesional de la antropología fuera de la
universidad es que, dada la habitual posición de dependencia y subordinación de los
profesionales ante los empleadores y las entidades contratantes y la ausencia de una
institución fuerte que los respalde, se acaben ajustando las bases epistemológicas y
metodológicas del trabajo a los requerimientos del financiador, contribuyendo de ese
modo a “des-antropologizar” la profesión.
No hay duda de que otras ciencias sociales cuentan con medios más rápidos y espectaculares para
obtener y difundir sus resultados, por lo que en términos de mercado es muy difícil competir con
75
ellas. El peligro entonces es el de empezar a hacer renuncias de método, a favor de aproximaciones
más superficiales (…). Los antropólogos no deberíamos hacer renuncias sino, por el contrario,
reivindicar el valor de nuestra forma de trabajo. La principal aportación del antropólogo al estudio
de cuestiones sociales radica precisamente en su aproximación cualitativa, en su capacidad para
hacer una etnografía densa y para desvelar la lógica que subyace a los comportamientos sociales.
Ahí se encuentra la eficacia de la antropología y sobre esta clase de eficacia hay que saber
convencer (aunque reconozco que no es fácil). Si se privilegia el pragmatismo y se sacrifican los
métodos de la antropología para poder suministrar respuestas rápidas y concisas a la demanda
social, no se hace más que poner los medios para ir hacia un proceso lento pero imparable de des-
antropologización (Comas D’Argemir, citado en Téllez Delgado, 2014: 5164)
La clave pasa, entonces, por diseñar y experimentar modos de práctica profesional que
permitan a las personas tituladas ejercer la antropología, en un contexto laboral precario
y difícil, sin traspasar los límites “marcados por las fronteras de la epistemología, ética y
metodología de la disciplina” (Téllez Delgado, 2014: 5165).
1.3. Situando los debates en la experiencia
Teniendo presentes estos debates, y estando de acuerdo con muchas de las advertencias
sobre los riesgos de la aplicación acrítica del conocimiento y los métodos
antropológicos, he tratado en mi trabajo de ensayar un modelo de práctica de la
antropología que, sin renunciar de ningún modo a la función crítica que le es inherente a
la disciplina, sea capaz de trabajar con y para las instituciones públicas, aunque no se
compartan sus objetivos o su forma de plantear “los problemas”. Por supuesto, este
intento de hacer compatibles la crítica a la institución estatal y el trabajo institucional
responde a una necesidad personal muy concreta: desarrollar profesionalmente mi
vocación antropológica en un contexto laboral precario, en el que aún no se ha
consolidado un nicho específico para la antropología, sino que éste debe ser construido
a partir de prácticas diversas y heterogéneas, probablemente contradictorias entre sí y en
sí mismas. Modelos de ejercicio profesional de cuyos errores y aciertos podrán extraerse
76
aprendizajes, tanto desde el punto de vista práctico, como teórico y de desarrollo
disciplinar. La experiencia profesional, como ha subrayado Carlos Giménez (2011), es
fuente de conocimiento.
Este intento de fusionar la crítica del proceso institucional de patrimonialización,
mostrando la lógica y la ideología subyacente de la empresa patrimonialista, con mi
implicación en el mismo proceso, sin embargo, no se ha conseguido totalmente. De
hecho, los textos que se presentan en la compilación han seguido un formato académico
y sus canales de difusión han sido fundamentalmente universitarios (revistas, congresos,
libros, el conjunto de la tesis). Es decir, si bien he tratado de dejar constancia en los
informes acerca de mis dudas en torno a los conceptos con los que operábamos (véanse
Anexos), la reflexión crítica en torno al proceso se ha realizado desde un contexto
fundamentalmente académico, no extra-universitario. No obstante, en la mayor parte de
los textos hay un apartado propositivo, en el que voy delineando, a partir de la
experiencia, cómo entiendo que debe situarse la antropología ante la cuestión
patrimonial y ante las demandas de asesoramiento que puede recibir de las instituciones
patrimonializadoras.
Mi objetivo con la elaboración de los textos compilados fue el de des-esencializar las
políticas patrimoniales y señalar el carácter político e ideológico de la producción del
patrimonio, sin desdeñar el potencial reflexivo de los procesos de patrimonialización,
sobre todo, en el ámbito local (cfr. Prats, 2005). El carácter político y de constructo
social del patrimonio cultural es obvio y evidente desde la antropología social; pero, al
presentarse reiteradamente como un hecho objetivo, desprovisto de connotaciones
ideológicas y cuasi-natural por parte de los agentes institucionales, ha de insistirse en
este aspecto. No se trata de deslegitimar el proyecto político en sí, principalmente de
77
tendencia nacionalista, sino de intentar una reflexión conjunta, con todos los actores
implicados, sobre qué se quiere patrimonializar y qué significados y valoraciones
queremos otorgarle al patrimonio; es decir, qué tipo de “sujeto colectivo” queremos
construir. De este modo, he pretendido redefinir la “objetividad” como
“intersubjetividad” y mantener “un carácter dialógico, durante el proceso de aplicación”
(Velasco y Díaz de Rada, 1997: 245, cursiva en el original).
Mi posición durante el trabajo “aplicado” en el que se fundamenta esta tesis ha sido
básicamente la de un investigador. En este sentido, a excepción del contexto
institucional, el trabajo realizado no hubiera sido muy diferente, a nivel epistémico o
metodológico, si quien me hubiera contratado hubiese sido la universidad. El carácter
“aplicado” de la investigación tiene que ver, sobre todo, con ese contexto institucional y
con la forma y difusión de los productos de la investigación.
No obstante, ha habido diferencias en cuanto a mi rol y mis condicionantes
institucionales entre los dos proyectos, si bien en los dos me presentaba como
antropólogo. En el primer proyecto, el dedicado al estudio de las fiestas, estaba
contratado para ejercer un rol clave dentro del proceso institucional que quería estudiar.
En ese sentido, podría caracterizarse mi posición más como la de un ‘participante que
observa’ que como la de un ‘observador participante’ (Giménez Romero, 1999: 53).
Además, el organismo contratante era la propia institución que yo quería analizar de
modo crítico, al tiempo que cumplía las funciones que se me habían encomendado. Una
situación que pudiera parecer un tanto esquizoide –al menos tanto como la del
académico que analiza la institución universitaria de la que forma parte y cuyos objetivos
contribuye a obtener–, pues formaba parte plenamente de los procesos que quería
estudiar. Mi función institucional, mi compromiso contractual, era identificar y describir
78
los “valores” que justificaban la certificación patrimonial de unas fiestas que la
administración había determinado previamente. El modo de presentar los resultado era
muy rígido, mi informe debía atenerse a un esquema establecido por la propia
institución, que le daba importancia a procedimientos que a mí, a priori, me parecían
menores, como la necesidad de cartografiar y geo-referenciar los espacios por los que
discurrían las fiestas, la delimitación del periodo histórico-artístico de los edificios que
albergaban determinados actos de ritual, etc. (cfr. Texto 5 y Anexos I, II y III), Por el
contrario, otros aspectos que yo consideraba importantes, como la celebración de
conciertos de rock durante las fechas festivas26, eran considerados irrelevantes desde el
punto de vista institucional y se me indicó que no fuesen subrayados en el informe. En
este sentido, el trabajo ‘aplicado’ estaba mucho más dirigido. No obstante, todos estos
aspectos eran discutidos conmigo, a través de mi referente inmediato, el responsable
institucional de los asuntos referidos al “patrimonio etnológico”, por lo que mis
opiniones eran escuchadas y tenidas en cuenta. Todos estos aspectos fueron
incorporados al proceso de análisis posterior, que pretendía desbordar los límites del
informe institucional, comunicar los resultados a un público más amplio (cfr. Téllez
Delgado, 2014) y cuestionar el rol del antropólogo como simple “certificador de la
tradición o del patrimonio” (cfr. Cruces Villalobos, 1999).
En el segundo proyecto, sin embargo, mi función era claramente la de investigador. Si
bien la financiación provenía de la Dirección General de Justicia de la Comisión
Europea, y nuestro análisis iba dirigido a hacer recomendaciones a decisores políticos en
26 Como sostengo en el texto ‘Tradición, conflicto y valores en la fiesta’, la amplitud del programa festivo más allá de los actos puramente “tradicionales” –como la celebración de conciertos de rock o actividades lúdicas para los niños– posibilitaban que se generase un consenso en torno a la valoración positiva de las fiestas a nivel local, y reducían la posibilidad de que se produjese una oposición frontal a las mismas. Un consenso que, en cualquier caso, será siempre provisional y contingente.
79
diversos ámbitos territoriales, los objetivos de la investigación y las metodologías
empleadas se decidían por el partenariado que componía el equipo de investigación
internacional, y no había más compromisos con las administraciones públicas que el de
entregar los informes pertinentes en su debido tiempo. No obstante, en el marco de este
proyecto también hubo una fase de “desborde” de los informes y objetivos del mismo.
El objetivo del proyecto era realizar recomendaciones a los decisores políticos en torno
al lenguaje utilizado al referirse a la “población gitana”, a partir de un análisis
sociolingüístico de la documentación escrita en torno a diferentes políticas de vivienda.
Para la redacción de los textos compilados aquí usé la información producida durante
este proyecto, para analizar el proceso de patrimonialización de la etnicidad gitana en el
Sacromonte y su inserción en la industria turística, y me detuve en mostrar las paradojas,
contradicciones y conflictos que emergen en tal situación.
En el próximo epígrafe explicaré de manera detallada ambos proyectos y expondré los
procedimientos metodológicos que se siguieron en cada uno y que, en un segundo
momento de análisis, dieron lugar a los textos compilados.
2. EL PROCESO DE INVESTIGACIÓN: LOS PROYECTOS
2.1. Estudio y documentación de las fiestas
En el 2006, el mismo año en el que España ratificó la Convención sobre Patrimonio
Inmaterial de la UNESCO y un año antes de la aprobación de la última ley sobre
Patrimonio Histórico de Andalucía, la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía
culminó el proceso de incorporación de un especialista en patrimonio etnológico en
80
cada una de sus delegaciones provinciales27. Estos profesionales, en su mayoría titulados
en Antropología Social y conocidos en el marco de la administración autonómica como
los “etnólogos” o “etnólogas”, trabajaban atendiendo todos los asuntos relacionados
con el patrimonio etnológico en cada una de las provincias. Uno de sus cometidos era
asignar proyectos de documentación e investigación sobre el patrimonio etnológico
provincial a profesionales y empresas externas. En 2008, yo había dejado mi curriculum
vitae en la Delegación Provincial de la Consejería de Cultura en Granada y me había
ofrecido a realizar este tipo de tareas. Y, en julio de 2009, se me ofreció hacerme cargo
de un proyecto cuyo objetivo era inscribir varias fiestas de la provincia en el Catálogo
General del Patrimonio Histórico de Andalucía. Las fiestas, que la propia administración
pública había definido, eran las siguientes:
• La fiesta de ‘El Cascamorras’, celebrada en las ciudades de Guadix y Baza.
• La fiesta de ‘Los Mosqueteros del Santísimo Sacramento’, celebrada en la localidad de
Béznar, en el Valle de Lecrín.
• Las fiestas de ‘Moros y cristianos’, celebradas en varias localidades de la provincia.
Para esa fecha yo ya había planteado un proyecto de tesis doctoral sobre el tema
genérico del patrimonio cultural y su conexión con la idea de diversidad. Conocer, desde
dentro, cómo se desarrollaba un proceso institucional de patrimonialización, me pareció
una muy buena oportunidad para comenzar el trabajo empírico de la tesis. Es decir, mi
interés principal era hacer una etnografía del proceso de patrimonialización, y consideraba que
27 La mayoría de estos profesionales trabajaban en las delegaciones bajo contratos de consultoría y asistencia técnica y sus contratos se renovaban anualmente. Durante 2012, en el contexto de la crisis económica y de reducción de empleos en el sector público, sus contratos no fueron renovados. Una situación que no afectó sólo a los etnólogos y etnólogas de las delegaciones, sino también a otros profesionales con más tradición en la administración de cultura, como arqueólogos, arquitectos o historiadores del arte.
81
participar en una etnografía para la patrimonialización me colocaba en una situación
privilegiada para eso. Algunos autores (Giménez Romero, 1999; Ruiz Ballesteros, 2005)
han afirmado que intervenir es la mejor forma de estudiar la intervención. Después de
mi experiencia, no sé si es la mejor forma, pero indudablemente es una de ellas y ofrece
una posición singular para la observación. Una posición que no está exenta de riesgos,
por ejemplo, no superar la primera fase de trabajo institucional y no tomar la suficiente
distancia como para analizar la propia posición de observación. En cualquier caso, las
ventajas de participar en este proyecto, con vistas a investigar el proceso de
patrimonialización, me parecieron suficientes para aceptarlo. Entre estas ventajas hay
que señalar, en primer lugar, la obtención de financiación para comenzar el trabajo, sin
tener que dedicarme a otro tipo de trabajo remunerado; y, en segundo lugar, que entraba
directamente en el campo de la patrimonialización con un rol práctico y significativo,
desarrollando una “tarea con sentido local” (Díaz de Rada, 2010b: 66). Esto último, sin
embargo, representaba al mismo tiempo un riesgo, puesto que la rígida definición
institucional de mi rol me dificultaba adoptar una posición liminar en el campo, que a
menudo resulta ventajosa en etnografía. Para superar este riesgo era necesario considerar
periodos de distancia analítica que me permitieran reflexionar en torno al rol que había
desempeñado durante el proceso.
Una vez aceptado el encargo, comencé el trabajo de investigación y documentación de
las fiestas28. En los próximos apartados describiré los procedimientos y decisiones
28 No me detengo ahora en el contexto legislativo y burocrático en el que dicha tarea se enmarcaba, sino que me centraré en los procedimiento metodológicos que seguí. En el Texto 3, ‘Identificación/producción del patrimonio inmaterial en Andalucía’, se explica dicho contexto, mientras que una crítica a los significados políticos de esta tarea puede encontrarse en el Texto 5 de la compilación. En este último texto también se explica más detalladamente cómo llego a obtener dicho encargo.
82
metodológicas llevados a cabo en cada una de esas dos fases del trabajo que he
denominado etnografía para la patrimonialización y análisis del proceso de patrimonialización.
2.1.1. Etnografía para la patrimonialización
Las fiestas que serían estudiadas estaban definidas a priori por el organismo contratante.
No obstante, las fiestas de ’Moros y Cristianos’ podrían considerarse más una tipología
festiva que una fiesta concreta. De modo que el primer paso que afrontamos fue el de
delimitar qué fiestas de Moros y Cristianos serían estudiadas y documentadas. Para
conocer el grado de vigencia de cada una de las fiestas de ‘moros y cristianos’ que se
celebraban en la provincia, utilicé los listados ofrecidos por Rodríguez Becerra (1984;
1985) y llamé a cada uno de los ayuntamientos de las localidades señaladas en las listas,
tratando de localizar al concejal de cultura o a personal técnico de dicha concejalía,
preguntando si se seguían celebrando las fiestas, cuál era el grado de participación y
quién era los principales organizadores. El resultado (véase Tabla 1) fue que se seguían
celebrando al menos 18 fiestas de ‘moros y cristianos’ en la provincia. Documentarlas
todas excedía el presupuesto del proyecto29, por lo que decidimos estudiarlas por
comarcas. Dentro de este proyecto estudiaríamos las fiestas de una comarca y
dejaríamos para futuras posibles campañas el estudio del resto. Aunque, a priori, parecía
que, desde un punto de vista patrimonial, las fiestas de ‘moros y cristianos’ más
interesantes de la provincia eran las que se celebraban en la comarca de la Alpujarra,
decidimos comenzar por las fiestas de la comarca de Baza por dos motivos30: En primer
29 El presupuesto global del proyecto ascendía a los 12500 euros. 30 Esta decisión, como otras a lo largo del trabajo, fue tomada de manera conjunta por José Francisco Ruiz, el etnólogo de la Delegación Provincial, y por mí. Él representaba a la Delegación Provincial en mi relación con la estructura administrativa contratante. A lo largo del trabajo, tuve muy poco contacto con otros representantes técnicos o políticos de la Delegación, a excepción de quiénes se encargaba de la (continuación de la nota al pie)
83
lugar, tendría que hacer trabajo de campo también en dicha comarca para documentar la
fiesta del Cascamorras y, en segundo lugar, porque las tres poblaciones en las que se
celebraban Moros y Cristianos (Benamaurel, Cúllar y Zújar) se encontraban en un radio
relativamente reducido y celebraban las fiestas en la mismas fechas (el último fin de
semana de abril, festividad de la Virgen de la Cabeza), por lo que podría moverme entre
las distintas poblaciones y asistir a la mayor parte de los actos principales31.
Una vez acotadas estas fiestas, comencé el trabajo de documentación etnográfica de las
fiestas dirigido a incluirlas en el Catálogo del Patrimonio Histórico de Andalucía.
a. Revisión bibliográfica
El primer paso que acometí fue realizar una revisión bibliográfica tanto de la producción
antropológica sobre el ritual y la fiesta, desde un punto de vista general, como sobre
cada una de las fiestas específicas que iba a estudiar. La bibliografía específica difería
mucho en cantidad y enfoques. Mientras las fiestas de ‘Moros y Cristianos’, tanto de la
provincia de Granada como de otros lugares, había sido y sigue siendo tratada con
bastante frecuencia32, la producción bibliográfica sobre fiesta de los Mosqueteros de
Béznar era muy escasa. Un caso intermedio, lo representaba la fiesta del Cascamorras
que había sido bastante tratada en la literatura, aunque en muy pocas ocasiones desde un
gestión económica, a quiénes debía presentar mis facturas, y un técnico de cartografía que revisaba y supervisaba la información cartográfica que yo debía producir. En mayo 2011, gracias a unas Jornadas sobre el Patrimonio Etnológico que José Francisco Ruiz organizó en la propia Delegación Provincial, tuve la oportunidad de conocer a otros profesionales y equipos externos que estaban realizando estudios y expedientes sobre el patrimonio etnológico de la provincia. En dichas jornadas, todos expusimos nuestros trabajos y discutimos acerca de sus resultados y los procedimientos empleados. 31 Estas fiestas las observé dos anualidades antes de entregar el informe (2010 y 2011), pudiendo asistir el segundo año a aquellos actos a los que no había asistido la primera vez, al encontrarme en otra de las poblaciones. 32 Véase, por ejemplo, Muñoz (1972); Rodríguez Becerra (1984); Checa Olmos (2000); Brisset (2001); Albert-Llorca y González Alcantud (2003); Castillo (2003); Martínez Pozo (2008), Santamarina (2008).
84
punto de vista etnográfico, y abundaban sobre todo las crónicas locales de tipo
periodístico y las aproximaciones historiográficas33. Con respecto a los Mosqueteros del
Santísimo Sacramento de Béznar, la bibliografía específica era prácticamente nula y sólo
se mencionaba esta fiesta de manera puntual en trabajos más amplios. La única
monografía existente sobre esta fiesta era Los Mosqueteros del Santísimo, escrita por
una erudita local, Ana María del Río, donde conjuga una aproximación histórica con la
crónica local y una disquisición teológica sobre la eucaristía (Río, 2006). Este tipo de
literatura específica sobre las fiestas, escrita desde un enfoque emic en tanto que las obras
y sus autores forman parte del propio complejo festivo, fue de gran utilidad tanto para
preparar el acceso al campo y elaborar los primeros borradores del guion de entrevistas,
como material etnográfico a analizar en sí mismo.
b. Entrevistas y observación participante
Tras la primera revisión bibliográfica y la elaboración de un guion preliminar de
entrevista semi-estructurada, compuesto por un listado abierto de temas a tratar,
comencé el trabajo sobre el terreno. Para iniciar el trabajo de campo contacté con los
negociados de cultura de cada uno de los ayuntamientos de las localidades en las que se
celebraban las fiestas y concerté una cita para entrevistar a algún responsable
institucional. A pesar de que en ninguna de las fiestas la administración local era la
encargada principal de su organización, sí que mantenían distintos tipos de vinculación
con los organizadores propiamente dichos a través de líneas de subvenciones y distintas
medidas de fomento. Estas primeras entrevistas me sirvieron para conocer tales
vinculaciones y obtener distintos tipos de información sobre estos rituales festivos y su 33 Pueden señalarse, por ejemplo, Brisset (1983); Asenjo Sedano (1990) o Andrés Aparicio y Granados Valverde (1990).
85
valoración local, oscilando entre la versión “oficial” del ayuntamiento y la propia
experiencia práctica de la persona entrevistada. Durante estas entrevistas también
conseguí obtener los datos de contacto de los colectivos y las personas encargadas de
forma directa de la organización de las fiestas.
Una segunda tipología de informantes lo constituyeron quienes genéricamente
podríamos denominar “organizadores de las fiestas”. En el caso del Cascamorras, estos
informantes fueron los miembros de las Hermandades de la Virgen de la Piedad de
Guadix y Baza y las comparsas y tercios de Moros y Cristianos, en Benamaurel, Cúllar y
Zújar. En Béznar, la organización de la fiesta era más difusa y se hizo necesario
distinguir entre mayordomos, miembros de la comisión de fiestas y la propia soldadesca,
teniendo en cuenta que una misma persona podía formar parte de estas tres categorías.
La fuerte implicación de estos organizadores con las fiestas les convierte en “expertos
nativos” sobre el fenómeno, que a menudo están familiarizados con la literatura
existente sobre las mismas y, al mismo tiempo, en no pocas ocasiones, son autores de
documentos y publicaciones para el fomento y difusión de la actividad festiva. Entre
estos trabajos pueden citarse los de Río (2006), Arredondo (2007); Torres (2010),
Peñalver (2010), o los trabajos de Martínez Pozo (2008; 2009; 2010), quién
recientemente ha defendido su tesis doctoral sobre las fiestas de Moros y Cristianos en
la Universidad de Jaén. Estos autores, que han sido calificados como “eruditos locales”
o “intelectuales de la dimensión local” (González Alcantud, 2004), disponen de un
conocimiento muy profundo de la fiesta, sobre todo de sus aspectos históricos –la
antigüedad de las fiestas, probada documentalmente a través de procedimientos
historiográficos, sigue considerándose una de los criterios fundamentales del valor
patrimonial–, y tienen una posición de especial relevancia en las mismas. Por un lado,
86
suelen ser protagonistas plenos de las fiestas, miembros de las distintas entidades
organizadoras, y animadores y difusores de las mismas. Por otro lado, actúan como
“guardianes de las tradiciones”, criticando ciertos comportamientos que, en su opinión,
puede ir contra el sentido de las fiestas, o proponiendo ciertas innovaciones que en
ocasiones se presentan como recuperación de antiguas tradiciones ya olvidadas. En este
sentido, son verdaderos agentes patrimonializadores y podríamos cuestionarnos por qué
la administración pública contrata a un profesional externo para certificar el “valor
patrimonial” de las fiestas y no recurre a estos autores del propio ámbito local. La
respuesta más plausible es la pretensión de la administración de revestir de “objetividad”
la producción patrimonial, pero la obligatoriedad de que el informe sea firmado por un
antropólogo “externo” puede ser vista como una “intromisión”, cuando en el contexto
local se cuenta con estudiosos “propios” y una abundante literatura sobre las fiestas34.
Durante estas entrevistas, además de los datos obtenidos del propio discurso de los
informantes, pude revisar distintos tipos de documentos sobre el tema de difícil acceso
(programas de las fiestas, actas de reuniones de las hermandades, planificación
presupuestaria para la elaboración de la indumentaria, etc.) que enriquecieron el
conjunto de datos con el que trabajé. En este sentido, se analizó también la presencia en
la web de las distintas fiestas, puesto que la mayor parte de ellas cuenta con páginas web,
blogs, perfiles de Facebook, canales de Youtube, etc.
La tercera tipología de informantes que tuve en cuenta la constituye el grupo de
personas que encuadramos bajo la denominación de “protagonistas” de las fiestas. En el
34 Broccolini (2012) y Bortolotto (2012) describen cómo se ha privilegiado el rol de los antropólogos profesionales sobre los estudiosos locales en la elaboración de los inventarios del patrimonio inmaterial en los caso italiano y francés respectivamente.
87
caso de Guadix y Baza, me refiero a personas que ha encarnado el papel de Cascamorras
o han formado parte de su comitiva más cercana; los miembros de las comparsas,
tercios y hermandades en las fiestas de Moros y Cristianos; o en el caso de Béznar,
quienes han formado parte de la soldadesca. Aunque, como se especificará más adelante,
la fiesta, a diferencia del espectáculo, siempre implica participación (cfr. Textos 3 y 4),
nos interesó conocer cuáles eran las motivaciones de las personas que adquirían un
papel preponderante durante la celebración. Esto no quiere decir que el resto de
asistentes y partícipes no sean también “protagonistas” de las fiestas. Lo que caracteriza
a este grupo de informantes es que han decidido en algún momento representar un
papel que define a la propia celebración.
Finalmente, también entrevistamos a personas que, no pudiendo ser encuadradas en
ninguno de los tres tipos descritos más arriba, participaban de diversos modos en la
fiesta, ya fuese como meros espectadores, como corredores en la carrera del
Cascamorras, como elaboradores de la indumentaria, etc. Para conocer las fiestas es
imprescindible tener en cuenta a quienes realmente le dan forma y sentido, los
concelebrantes (cfr. Texto 4). La visión de este grupo de informantes suele diferir
bastante del resto de tipologías, puesto que, al no estar implicados directamente en su
organización y puesta en marcha, están menos preocupados por su correcto
funcionamiento o por su justificación cultural o histórica, ante el investigador que les
interroga, que por narrar su propia experiencia festiva.
Esta tipología de informantes se fue definiendo a medida que avanzaba el trabajo de
campo. En todo momento, la selección de la muestra de informantes estuvo marcada la
significatividad etnográfica, antes que por la representación estadística, siguiendo el
procedimiento de muestreo llamado “bola de nieve”. La toma de contacto con los
88
informantes se vio favorecida por la presencia intensiva del investigador en el campo.
De esta forma, además de los contactos facilitados por cada uno de los informantes
entrevistados, el propio deambular por las calles, plazas y bares de las localidades en
cuestión, propició el encuentro casual y no planificado con distintas personas con las
que establecimos conversaciones informales en torno a las fiestas y a las que, en algunas
ocasiones, entrevistamos posteriormente de manera formal y haciendo uso de la
grabadora.
Puesto que el objetivo de esta fase inicial del trabajo de campo era la patrimonialización
institucional de las fiestas, no estaba entre mis prioridades encontrar personas que se
opusieran activamente a la celebración de las mismas. En cualquier caso, no encontré
opositores. Esto no significa que no los hubiera, sino que no fueron visibles para mí por
distintas razones: o bien, disponían de poca capacidad de acción para dar a conocer sus
opiniones –en ningún caso encontré algún comentario negativo hacia las fiestas en los
medios de comunicación locales o provinciales, que también consulté de modo
sistemático–, o no querían expresármelas a mí, que me presentaba como un antropólogo
interesado en “patrimonializar” las fiestas. No obstante, sí encontré algunos casos de
oposición “blanda”, no beligerante: gente que simplemente no participaba en los
distintos actos o que aprovechaba el tiempo festivo y vacacional para pasar unos días en
la playa o haciendo turismo en otros lugares. Las fiestas que estudié generaban un gran
consenso en torno suyo, todos hablaban bien de ellas. Un consenso que, según pude
observar, provenía en gran medida del carácter colectivo de la organización y la
amplitud del programa festivo, que posibilitaba que cada cual encontrara su espacio y
tiempo festivos, sin tener que participar en todo. A modo de ejemplo, podemos señalar
a algunos grupos de jóvenes que, durante las fiestas de Moros y Cristianos de Zújar –las
89
más “tradicionales” de la comarca según la opinión mayoritaria–, organizaban conciertos
de rock con el apoyo del Ayuntamiento; o miembros de las comparsas que no
participaban en los actos religiosos en el interior de las iglesias, pero que eran
participantes muy activos de los desfiles inmediatamente posteriores. En este caso, a
veces se turnaban para que hubiese representantes de cada una de las comparsas en los
oficios eclesiásticos, aunque la mayoría no asistiese. Por ejemplo, en Benamaurel, una de
las obligaciones autoimpuestas por los comparsas era que los reyes Moros y Cristianos,
elegidos por las propias agrupaciones, asistiesen a la misa que precedía al desfile. En el
texto 4 (Tradición, conflicto y valores en la fiesta) propongo la producción de consenso como
un mecanismo básico de los procesos institucionales de patrimonialización.
Las entrevistas se realizaron en dos fases distintas: la primera fue antes de la celebración
de las fiestas, lo que me permitió planificar el modo de observar y estar presentes
durante la misma; la segunda fase de entrevistas se llevó a cabo durante los meses
siguientes a la celebración, de modo que pudimos completar las lagunas de información
existentes e interrogar a nuestros informantes acerca de lo observado durante la fiesta.
La información obtenida a través de las entrevistas, el enfoque emic de los propios
implicados en el fenómeno festivo fue contrastada con los datos producidos a partir de
la observación participante, el discurso etic generado por el propio investigador. A pesar
de que, como habitualmente sucede, se realiza una exposición diferenciada del modo en
que se ha llevado a cabo cada uno de estos dos métodos de producción de la
información y de acercamiento a la realidad, es necesario explicitar que entrevista y
observación no constituyen por fuerza dos momentos diferenciados del proceso de
investigación. Durante la entrevista no se registra tan sólo el discurso verbal del
informante, sino que también se registran datos provenientes de la observación de la
90
propia situación de entrevista (la forma de presentación, el lugar escogido por el
informante, el comportamiento no verbal, etc.). Y del mismo modo, en el contexto de la
observación propiamente dicha no se deja de obtener discurso verbal derivado de la
interacción entre el investigador y los actores sociales observados. Hecha esta
advertencia, paso a describir cuáles fueron los momentos, contextos y situaciones en los
que la observación constituyó la principal estrategia de producción de datos.
En primer lugar, y como no podía ser de otra forma, estuve presente durante la
celebración de la fiestas propiamente dichas y observé el discurrir de la misma en su
totalidad, atendiendo sobre todo a la composición de los distintos grupos y a la
heterogeneidad de formas de participación. Por un lado, esto implicó un seguimiento del
recorrido festivo (en ambos casos la fiesta transcurre por la práctica totalidad del casco
urbano de las localidades) y el discernimiento de los lugares y los actos más
significativos. La información obtenida en las entrevistas previas fue imprescindible para
planificar mis movimientos a través de la acción festiva y la localización de “puestos de
observación” privilegiados. Además de observar el transcurso de la fiesta por el espacio
público de las distintas localidades, también traté de estar presente en algunos espacios
domésticos y privados durante algunos momentos del día (la preparación de la
indumentaria y otros elementos en las casas de los protagonistas, el momento del
almuerzo con grupos de parentesco participes en la fiesta, etc.). También estuve
presente y observé otras actividades relacionadas con la fiesta: ensayos y otras
actividades de preparación, presentación pública del programa festivo, recaudación de
fondos, etc.
La observación estuvo acompañada del registro fotográfico de determinados momentos
de la acción. El uso de la fotografía y otros instrumentos audiovisuales fue fruto de las
91
circunstancias institucionales de la investigación, más que una estrategia considerada a
priori por el investigador. La documentación de las fiestas exigía la toma de fotografías y
la elaboración de representaciones cartográficas de los espacios más significativos, y así
se me indicó desde el organismo contratante. Del mismo modo, en el caso de la fiesta de
los ‘Mosqueteros del Santísimo Sacramento’, también asesoré a una productora
audiovisual en la grabación de las fiestas y su posterior montaje con el fin de editar un
documental. En algunas de las entrevistas que realicé tras la celebración de las fiestas
estuve acompañado por un operador de cámara y fueron registradas en vídeo, e
incorporadas al documental. Las imágenes contribuyen –del mismo modo que el texto–
a la objetualización de las fiestas. A pesar del discurso sobre la intangibilidad o
inmaterialidad de las fiestas en cuanto patrimonio, las administraciones necesitan de
objetos para poder operar. Lo que se protege o salvaguarda son fundamentalmente
‘cosas’: objetos propiamente dichos, espacios delimitados mediante geo-referenciación y
la memoria inscrita en textos e imágenes.
Tabla 1. Vigencia de las fiestas de Moros y Cristianos en la provincia de Granada Lugares Vigencia Datos teléfonos Fecha y/o advocación
Albondón Sí Se celebran cada año. Hay un grupo de gente joven (18-20 años) que desde niños se encargan de la representación. Están coordinados por el ALPE
25 de agosto (San Luis Rey de Francia)
Aldeire Sí No se celebran todos los años. Depende de la gente que quiera participar cada año.
31 de mayo (Virgen del Rosario). Se suele representar más en agosto por la presencia de emigrantes
Alquife No Según el ayuntamiento, hace ya mucho tiempo que no se celebran.
Bácor-Olivar
Benamaurel Sí Declarada de Interés Turístico de Andalucía en 2007. La organiza una comisión de fiestas en la que participa activamente la Hermandad de la Virgen de la Cabeza.
Virgen de la Cabeza. Último domingo de abril
Bérchules No
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Lugares Vigencia Datos teléfonos Fecha y/o advocación
Béznar No No existen fiestas de moros y cristianos. Los Mosqueteros han sido considerados en algunos estudios como una variante de las fiestas de Moros y Cristianos.
Bubión No Según el ayuntamiento, hace ya mucho tiempo que no se celebran.
Caniles No Según el ayuntamiento, hace ya mucho tiempo que no se celebran.
Capileira No Según el ayuntamiento, hace ya mucho tiempo que no se celebran.
Cogollos de Guadix
Sí Virgen de la Cabeza. Último domingo de abril
Cúllar Sí Declarada de Interés Turístico Virgen de la Cabeza. Último domingo de abril
Iznalloz No Se dejaron de celebrar hace una década aproximadamente por falta de presupuesto. No hay asociaciones interesadas en mantener la fiesta. En cualquier momento que haya presupuesto se volverán a retomar.
Jorairátar No
Juviles No Desde hace diez años aproximadamente no se celebran porque no hay gente joven interesada.
Lanteira No La persona del ayuntamiento piensa que en Lanteira nunca se han celebrado fiestas de Moros y Cristianos.
Laroles (Nevada)
Sí Se usan arcabuces. 17-20 de enero
Los Olmos (Caniles)
No
Mecina Bombarón (Alpujarra de la Sierra)
No La persona contactada en el ayuntamiento dice que no recuerda que se hayan celebrado nunca.
Mecina Tedel (Murtas)
Sí La fiesta dejó de celebrarse hace tiempo, pero hace cinco años aproximadamente una asociación volvió a retomarla.
2 de mayo (San Fermín)
Montejícar Sí La fiesta sigue siendo muy importante. Virgen de la Cabeza. 24-26 de agosto
Molvízar Sí No han dejado nunca de celebrarse dentro de las fiestas patronales.
25-28 julio, Santa Ana
Nieles (lugar de Cástaras)
Orce Sí San Antón y San Sebastián (17-19 de enero)
Pampaneira No Según la persona contactada en el ayuntamiento, hace al menos 30 años que dejaron de celebrarse.
Santa Cruz (3-4 de mayo)
Picena (Nevada)
Sí Continúa siendo una fiesta importante de la localidad.
Virgen del Rosario (8-9 de septiembre)
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Lugares Vigencia Datos teléfonos Fecha y/o advocación
Pozo Iglesias (Cúllar)
San Torcuato (13 de mayo)
Pulidos, Los (Gorafe)
Quéntar Sí Continúa celebrándose, en junio de 2009 fue declarada de Interés Turístico de Andalucía (BOJA 03/06/2009). La fiesta la organiza la Hermandad de Moros y Cristianos.
San Sebastián (2ª Semana de octubre)
Rejano (Caniles)
Sí San Antonio, 13 de junio
Talará (Lecrín)
No
Trevélez Sí Sigue siendo importante. San Antonio de Padua (12-14 de junio)
Turón No Hace aproximadamente quince años que no se celebran, por falta de interés de la gente.
Balax (Caniles)
No San Antonio, 13 de junio
Valcabra (Caniles)
Sí La fiesta se realiza en mayo, coincidiendo con el día de la cruz.
Sagrado Corazón de Jesús, 3 de mayo
Válor Sí Declarada de Interés Turístico de Andalucía.
Cristo de la Yedra, 15 de septiembre
Vélez Benaudalla
Sí San Antonio de Padua, 13 de junio
Zújar Sí La fiesta se sigue realizando cada año. Se perdió la declaración de Interés turístico por problemas burocráticos. Se está comenzando con los trámites de nuevo. Organiza la Hermandad de la Virgen de la Cabeza.
Virgen de la Cabeza, último fin de semana de abril
Fuente: Elaboración propia a partir de listado ofrecido por Rodríguez Becerra (1984)
2.1.2. Hacia una etnografía del proceso de patrimonialización
Tras el trabajo etnográfico descrito arriba, realizado por encargo y con el objetivo de
subrayar el “valor patrimonial” de las fiestas, comenzó una fase de investigación distinta,
dirigida a estudiar la producción institucional de patrimonio y en el que debía ser
analizada la fase anterior. Mi intención inicial, respecto al estudio del proceso
institucional de patrimonialización de las fiestas, era seguir un procedimiento
etnográfico “clásico”, en el que la observación participante y las entrevistas a los actores
sociales implicados fueran los dos métodos de producción de la información principales.
94
Pretendía entrevistar a los decisores políticos y al personal técnico con competencias
administrativas sobre el proceso. Sin embargo, tras la etnografía realizada para la
patrimonialización, en las distintas localidades donde se celebraban las fiestas y varias
entrevistas con otros profesionales de la antropología, que habían trabajado en otros
proyectos patrimoniales impulsados por las administraciones públicas, tuve que
reconducir la metodología de investigación y otorgarle el peso principal a la reflexión
sobre mi propio rol durante la acción patrimonializadora. Una reflexión sustentada
sobre todo en la lectura y análisis de la documentación producida por las
administraciones al respecto y en la indagación bibliográfica respecto a casos similares.
Hay varios motivos por los que opté por ese procedimiento, en detrimento de los
métodos clásicos de la etnografía. En primer lugar, el proceso institucional nunca llegó a
completarse. Es decir, una vez entregados mis informes, no se produjo la declaración
oficial de las fiestas como “actividades de interés etnológico”. Mi intención era volver a
las localidades tras la declaración patrimonial y observar si algo cambiaba en las formas
de organización, en la participación, en los discursos de los participantes o en el propio
desarrollo de la celebración. Pero la “certificación patrimonial”, la inclusión de las fiestas
en el Catálogo General del Patrimonio Histórico de Andalucía, nunca se rubricó35.
Además, tras entregar los informes a la Consejería de Cultura, consulté acerca de la
posibilidad de remitírselos a algunas de las personas e instituciones con las que había
trabajado en las distintas localidades y discutirlos con ellos. Algunas personas que
trabajaban en los ayuntamientos y a las que había entrevistado, así como miembros de
35 Esto no significa, en cualquier caso, que no haya habido “patrimonialización”. Aunque lo que me interesaba era el proceso de designación y certificación patrimonial emprendido por las administraciones públicas, hay que considerar, como advierte Victoria Quintero (2009: 347), que “la designación de un bien como patrimonio, su inclusión en el Catálogo, no es más que una etapa del proceso” y que “no es ni mucho menos necesaria para que se produzca la patrimonialización”.
95
varias asociaciones locales, me los habían solicitado. Pero se me advirtió que no debía
hacerlo puesto que los informes no me pertenecían a mí, sino a la institución. Era la Consejería
de Cultura la que debía decidir acerca de su difusión o su encierro en un cajón. Por lo
que tuve que remitir a quienes me habían solicitado los informes a la propia institución.
En segundo lugar, al terminar la primera fase de patrimonialización, para la que había sido
contratado, no encontré financiación para seguir adelante con el proyecto y tuve que
buscar ocupación en otros lugares, en otros proyectos y en otros ámbitos institucionales.
Esto me impedía llevar a cabo una etnografía sistemática del proceso de
patrimonialización en el sentido clásico, puesto que no podía estar presente en las
distintas localidades en fechas clave36. Así que opté por centrarme en analizar mi rol en
el proyecto y comparar mi caso con el de otros profesionales de la antropología que
habían participado en proyectos similares. La escritura de los textos compilados, la
participación en distintos encuentros y seminarios y, de manera muy significativa, la
discusión con otros colegas37 acerca de la significación del patrimonio y del rol de la
antropología, me permitió continuar trabajando en el tema una vez que la financiación
había finalizado.
36 No obstante, si consideramos que el carácter etnográfico de una investigación no está determinado por la naturaleza de sus fuentes o sus técnicas (cfr. Velasco y Díaz de Rada, 1997; Hammersley y Atkinson, 1994), sino por su perspectiva holística y su intencionalidad hermenéutica (Wolcott, 1993) –y su fundamentación en un corpus teórico antropológico- la investigación cualitativa que aquí se presenta, por supuesto, está orientada por criterios etnográficos. 37 Especialmente con José Francisco Ruiz, en aquel momento etnólogo en la Delegación Provincial en Granada de la Consejería de Cultura y mi principal referente institucional durante todo el trabajo, con quien firmo los dos textos agrupados en el epígrafe dedicado a la etnografía para la patrimonialización. También hablé abundantemente del tema con Marc Ballester, compañero en el Taller ACSA, que había trabajado, junto a un nutrido grupo de antropólogos y antropólogas, en el proyecto “Atlas del Patrimonio Inmaterial de Andalucía” impulsado por el Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico.
96
a. Doble agencia
El hecho de que el principal instrumento para la producción de datos en el trabajo de
campo sea el propio etnógrafo o etnógrafa ha sido puesto de relieve en multitud de
ocasiones. Aunque, por supuesto, no es algo privativo de la etnografía. Toda ciencia
requiere de la acción consciente y deliberada del investigador para la obtención de datos
(las ratas del laboratorio no están ahí porque quieran, ni los contenidos de las probetas
se mezclan solos)38. La especificidad en el caso de la etnografía es que su objeto de
estudio lo constituyen siempre relaciones sociales en contextos determinados, y los
métodos utilizados por los etnógrafos implican siempre la inclusión del etnógrafo en
tales contextos y el establecimiento de relaciones sociales con una intencionalidad
analítica. Explicitar cómo se desarrollaron tales relaciones y cuál fue la ubicación social
del investigador durante el trabajo de campo es, por tanto, una condición necesaria para
evaluar la validez de sus datos y el alcance de sus explicaciones.
En la mayoría de los casos para el correcto desarrollo de las relaciones de campo, el
etnógrafo o la etnógrafa ha de adoptar una rol adecuado y significativo, comprensible,
en el contexto social dónde desarrolla el trabajo de campo (cfr. Velasco y Díaz de Rada,
197; Díaz de Rada, 2010b). En un primer momento, para mí no fue problemática la
búsqueda de un rol significativo para el análisis del proceso de patrimonialización
institucional de los rituales festivos. Mi rol venía dado. De hecho, como “agente
patrimonializador” (en tanto que antropólogo, contratado por la administración, que
debía certificar el carácter patrimonial de las fiestas), yo mismo formaba parte del
contexto que me proponía estudiar. Esto suponía, al mismo tiempo, una ventaja y una 38 Como suele advertirnos F. Javier García Castaño a sus estudiantes, los datos no están ahí a la espera de ser recogidos por el investigador, es éste quién debe producirlos.
97
limitación. Al formar parte del mismo fenómeno que estudiaba, por ejemplo, tenía cierta
facilidad para acceder a sujetos, materiales y documentos (condicionada, eso sí, por
cuestiones de rol y estatus), cuyo acceso, en caso de ser totalmente ajeno a la institución,
hubiese supuesto una negociación continua y un coste de tiempo importante.
Sin embargo, mi rol debía ser situado en el centro del análisis puesto que era
determinante para entender el proceso que trataba de analizar. Y es aquí donde
comienzan los problemas. En el fondo, debía recorrer el trayecto inverso de la
etnografía clásica. No debía ir “allí”, para estudiar a “los otros”, sino que debía “venir
aquí” o, mejor, “quedarme aquí”, para estudiar cómo se construía un “nosotros” en el
que yo probablemente estaba incluido. En definitiva, se trataba de transformar en
“campo”, en sentido etnográfico, mi propio contexto de interacción social39. Es en este
sentido en el que podría calificarse como auto-etnográfico el trabajo realizado (cfr.
Anderson, 2006), sobre todo ciertas fases y textos.
No se trata, obviamente, de algo nuevo en la disciplina. La crítica feminista y poscolonial
han reivindicado la figura de la “antropóloga nativa” como modo de superar la
relaciones coloniales y androcéntricas de la etnografía clásica40. La antropología social,
en cualquier caso, debería capacitarnos para des-exotizar a “los otros” y extrañarnos de
“nosotros” mismos. Carmen Gregorio nos recuerda que lo que da sentido a la práctica
antropológica (“descolonizadora y feminista”, y a cualquier antropología diría yo) “es
39 Sarah Pink (2000) describe un caso similar al exponer cómo construyó su “campo” durante una investigación sobre la migración de graduados españoles a Inglaterra, en la cual sus principales “informantes” fueron su marido (también investigador en el proyecto), sus amigos españoles y ella misma, que había desarrollado el trabajo de campo para su tesis doctoral en Córdoba. 40 Gunther Dietz (2012: 162) advierte del riesgo de que esta “pretensión de sustituir al ‘personal’ tradicionalmente protagónico en la disciplina –cambiar los antropólogos forasteros por antropólogos nativos-” pueda acabar “primordializando y esencializando de nuevo a los ‘objetos’ de estudio y con ello los conceptos básicos de la disciplina”.
98
nuestra disposición al extrañamiento y no el viaje y el ‹‹otro›› en sí mismo” (Gregorio,
2014: 302).
Mi propósito de estudiar el engranaje institucional y burocrático de la
patrimonialización, siendo yo al mismo tiempo una pieza clave del mismo, me convertía
de facto en un “agente doble”, con un doble compromiso: con la acción
patrimonializadora y, al mismo tiempo, con su análisis crítico; con la administración,
desde el punto de vista profesional, y con la antropología, desde la perspectiva
académica y disciplinar (véase Texto 5). Esa situación que, en principio, me causó cierta
incomodidad, tampoco es infrecuente en etnografía. Cualquier etnógrafo, sea cual sea el
contexto de su investigación, se ve comprometido por múltiples agentes que forman
parte de su “campo” de estudio y siempre ocupará una posición de “doble agencia”.
El desarrollo de la etnografía durante las últimas décadas, en las que se ha invertido la tradicional
relación entre investigador ‹‹occidental›› y nativo ‹‹no occidental›› (…), en las que se ha examinado a
las propias instituciones expertas (…), e incluso a los campos escolar y científico en diálogo
prácticamente horizontal con los etnógrafos (…), no ha disuelto de ninguna manera la condición
de doble agencia de la posición del trabajador de campo, sino que la ha complicado de formas
evidentes. Esa condición de doble agencia es insoluble porque se encuentra asentada en el sentido
mismo de la práctica etnográfica: la traducción cultural, o, si se prefiere, dicho en otros términos, la
reconstrucción etic de un mundo emic” (Díaz de Rada, 2010b: 60-61).
b. Sobre objetos, sujetos y restitución
Uno de los dilemas éticos a los que me he tenido que enfrentar, y que en gran medida ha
quedado irresuelto, es el modo en que he representado, y en cierto modo
“instrumentalizado”, a los sujetos protagónicos de las fiestas durante las distintas fases
del trabajo. Por un lado, en la fase que he denominado etnografía para la patrimonialización,
en las que el trabajo de campo ha sido la principal estrategia de producción de la
información, los sujetos ‘festeros’ (organizadores, participantes, población local, etc.),
99
fueron analíticamente reducidos e instrumentalizados como ‘informantes’, como
‘fuentes orales', siguiendo la taxonomía descrita más arriba. Mi compromiso con la
administración pública era describir las fiestas e identificar ciertos valores que
justificasen su inclusión en un inventario patrimonial. Para ello, era necesario realizar el
trabajo de campo, pero el control del proceso seguía estando en manos de la
administración –y en las mías, en tanto que su representante en el ámbito local–. La
inclusión de los sujetos ‘festeros’ como agentes co-patrimonializadores hubiese supuesto
replantear por completo el sistema “tradicional” que la administración pública venía
desarrollando (desde el modelo construido por las prácticas arqueológicas,
arquitectónicas o histórico-artísticas, centradas básicamente en lo objetual). La finalidad
del trabajo patrimonial era la documentación de la fiesta, considerada como un objeto
patrimonial susceptible de ser descrito y evaluado de modo objetivo. Dicha objetividad,
que debería garantizarse mediante el empleo de métodos científicos y rigurosos, se
suponía que trascendería a la evaluación subjetiva de los sujetos participantes, a quiénes
se presumía movidos por intereses particulares. El trabajo de campo, no obstante,
estuvo dirigido a conocer cuáles eran los valores que los propios sujetos le otorgaban a
las fiestas y hasta qué punto coincidían con los que la administración consideraba como
justificantes del carácter patrimonial –desde la administración se decía que tales
“valores” eran la identidad, la tradición y la historia, aunque no se definían tales
conceptos– (cfr. Textos 4 y 5, para una aproximación teórica al concepto de valor y a
sus usos en diferentes contextos véase Díaz de Rada, 2007). En este sentido, mi
colaboración con los sujetos se limitó a “darles voz” y a considerar sus narrativas orales
como fuentes tan válidas como las documentales o materiales, pero durante esta fase, no
conseguí trascender la “autoridad etnográfica” que me había sido conferida por mi rol
durante el proceso (cfr. Clifford, 1995). De hecho, en los informes, los sujetos
100
entrevistados son listados, tras un apartado de “Fuentes documentales”, bajo el epígrafe
de “Fuentes orales” (Véanse Anexos I, II y III). Ahí acaba, durante esta primera fase
para la patrimonialización, mi “alianza con las personas objeto de estudio”.
… el antropólogo o la antropóloga invariablemente siente más empatía por sus informantes que
por sus clientes, pero esto no tiene que ser una desventaja: al contrario, se puede convertir en
herramienta. Al aliarse con las personas objeto del estudio, se puede forzar al cliente a repensar sus
estrategias con mejores resultados para las dos partes. Esto es lo que podemos “vender” al cliente
(Bullen, 2008: 232)
Como se comentaba más arriba, tras redactar los distintos informes y con vistas al
trabajo analítico sobre la patrimonialización, mi intención era volver a las localidades
con los textos y organizar varias sesiones de discusión con los sujetos que habían
colaborado conmigo durante el trabajo de campo. Pero, como también se ha dicho ya,
desde el organismo contratante se me advirtió que no debía hacerlo y que me podría ver
envuelto en problemas, puesto que el contrato firmado con la administración estipulaba
que era ésta quien decidiría sobre su difusión. La administración había pagado el trabajo
y a ella le pertenecían los resultados. Ni tan siquiera se pudo llevar a cabo una
“devolución”, entendida de manera gruesa como la entrega de los textos escritos a
quienes han colaborado con el trabajo de campo. Las publicaciones sobre las fiestas,
algunas disponibles en la web, por el contrario, sí están siendo utilizadas en proyecto
locales de patrimonialización41. En ese sentido, de alguna forma han sido introducidas
también en el circuito de la producción patrimonial, en tanto que la existencia de
41 Tras la publicación del Texto 3 en Gazeta de Antropología, una asociación cultural de la localidad de Béznar, dónde se celebraban las fiestas, se puso en contacto conmigo mediante correo electrónico. Me dijeron que habían conocido, por esa publicación, la intención de la administración de “declarar bien inmaterial de interés cultural nuestras fiestas” y solicitaban mi asesoramiento para impulsar de nuevo el proyecto. Por supuesto, me ofrecí a colaborar con ellos en lo que pudiera hacer y les conté lo que sabía acerca del trámite administrativo y en qué fase se encontraba.
101
publicaciones antropológicas sobre una determinada fiesta puede ser aducida como
“prueba” de su “interés etnológico”.
La mayor parte de las personas con las que me relacioné durante el trabajo de campo
estaban interesadas en la valoración patrimonial de sus fiestas42. La certificación
patrimonial era considerada una forma de reconocimiento y una fuente de prestigio para
la fiesta y la propia localidad. En realidad, la producción de patrimonio en ese contexto
era relativamente sencilla porque los ‘sujetos festeros’ ya habían patrimonializado las
fiestas en el contexto local y la administración pública, en principio, se limitaba a
certificarlo. Pero, la certificación también contribuía, por un lado a modificar sus
significados y a introducirlos en narrativas institucionales sobre el patrimonio y la
identidad, que podían divergir de las expresadas en el contexto local; y, por otro lado,
aunque de manera difusa, mediante la patrimonialización, la administración se arrogaba
competencias sobre la conservación y salvaguarda de las fiestas, sobre la gestión de unas
prácticas culturales que hasta entonces habían permanecido ajenas a la gestión
institucional (cfr. Texto 5). Algo que, a su vez, podría derivar en lo que Josep Martí
(1996) ha denominado la “tiranía de la tradición”: la pretensión de mantener estático lo
que, por definición, es dinámico y cambiante.
42 No tanto en el formato concreto de “Actividad de Interés Etnológico” incluida en el ‘Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz’, que la mayoría desconocía, sino en cualquier forma de reconocimiento institucional. La más conocida era el formato de la ‘Declaración de Interés Turístico’ de las fiestas. La certificación de ‘interés turístico’, era otorgada por la Consejería de Turismo, una sección administrativa diferente a la Consejería de Cultura, y los ayuntamientos y asociaciones locales se encargaban de preparar el dossier que debía ser evaluado por el personal técnico del negociado administrativo de turismo para decidir sobre el “interés” de la fiesta. A diferencia del “certificado patrimonial”, la mediación de un sistema experto no local, en este proceso de certificación era menor. El dossier, compuesto por una breve descripción de las fiestas, una selección de noticias periodísticas que reflejase su impacto en los medios y un listado de los recursos hosteleros de cada población, debía ser elaborado por las entidades locales.
102
Advertir de tales riesgos y dar cuenta de las operaciones realizadas para la producción
patrimonial, subrayando su carácter intersubjetivo, puede ser considerado, no obstante,
un modo indirecto de colaboración43, tanto para con los sujetos ‘festeros’, como para
con la institución patrimonializadora y la propia disciplina. Durante la fase de análisis del
proceso de patrimonialización, mi intención fue girar la mirada del “problema” a la
institución “problematizadora” (Dietz, 2003a: 183), poner el foco en el proceso de
identificación/producción patrimonial y no en las características de las fiestas, en tanto
que elementos patrimonializables.
De este modo, sería posible avanzar hacia un modelo más participativo y democrático
en los procesos de producción patrimonial. Lo que significaría tratar de evitar que los
modos locales de auto-representación fuesen sustituidos en favor de la hetero-
representación experta, avalada por las instituciones del Estado, como habitualmente
suele suceder.
Como muestran varios de los capítulos de Heritage Regimes and the State, en relación a la
nominación de elementos candidatos a obtener alguna de las certificaciones
patrimoniales otorgadas por la UNESCO, a pesar de que este organismo solicita que los
documentos de las candidaturas han de recoger el consentimiento y el aval de las
“comunidades” (que crean o re-crean el elemento patrimonializable), el propio formato
del formulario, así como el protagonismo otorgado a las instituciones estatales y a los
43 En su investigación acerca de las políticas europeas de “integración” de inmigrantes, Luca Sebastiani plantea que la investigación colaborativa debe ser entendida como un continuum y que su análisis de las instituciones y las relaciones de poder hegemónicas podría ser concebido como una “colaboración” con los “grupos subalternos”. En palabras del propio Sebastiani (2014: 37), “Se trataba de darle la vuelta a la práctica, muy difusa en la configuración histórica de la antropología, de estudiar grupos “subalternos” por cuenta de actores hegemónicos, para en cambio estudiar a los actores hegemónicos en beneficio de los subalternos”.
103
sistemas expertos en las acciones de identificación y gestión patrimonial, desemboca en
que dichas comunidades apenas trasciendan el rol de “informantes” y/o de
“informados” (cfr. Bendix, Eggert y Peselmann, 2012). De este modo se desactiva el
potencial crítico ante el “poder nacional”, o simplemente su lejanía de los centros
burocráticos de poder, con el que ciertos grupos significan sus prácticas culturales
(Guiguère, 2005). Los Estados, el “poder nacional”, se apropian de dichas prácticas ante
la UNESCO y se erigen defensores de la “comunidad” y su patrimonio (Tornatore,
2012: 345, véase también Hafstein, 2014).
Si se consiguiera evitar este “expolio” del patrimonio, mediante la participación activa y
real de los sujetos “portadores” durante los procesos de patrimonialización, no habría
necesidad de diseñar posteriormente operaciones para su restitución (cfr. Cruces
Villalobos, 1998; Hall, 1999; Monge, 2010).
c. Quiméricos propósitos
Mi intención (“práctica” y “aplicada”, o, si se quiere, también podría decirse que
política) no era, sin embargo, sólo criticar las prácticas institucionales y la propia noción
de patrimonio. Al deconstruir la acción institucional y mostrar el patrimonio como el
constructo sociopolítico que es, la pretensión “aplicada” era –implícita o
explícitamente– mejorar tales prácticas a partir de la experiencia, hacerlas más
democráticas y sensibles a la diversidad de significados y valores que le son asignados a
los elementos patrimonializables por parte de los distintos sectores implicados.
El patrimonio, como he venido considerándolo aquí, como un proceso de reificación de
la cultura destinada a representar los procesos de identificación de los grupos (y con ello
a construir sujetos colectivos, delimitados por fronteras simbólicas), más allá de su
104
formulación burocrática y su cristalización institucional –productos de la modernidad
occidental-, constituye una práctica social extendida (cfr. Prats, 2005). En tanto que
sistema de representación, todos construimos patrimonio e intentamos explicarnos
quiénes somos y quiénes son “los otros”, en contextos muy diversos. Y en ese proceso,
seleccionamos prácticas y objetos a los que les asignamos un valor emblemático para la
representación identitaria. El objetivo práctico debería ser, a mi juicio, reconocer
abiertamente el carácter contingente, poroso y, sobre todo, ideológico y burocrático (cfr.
Díaz de Rada, 2008) de las fronteras identitarias de la colectividad que pretende ser
reflejada por los emblemas patrimoniales.
Para ello un primer paso ineludible es mostrar las relaciones de poder asimétricas
existentes en cualquier proyecto patrimonialista y la diversidad de significados y valores
que los distintos sectores implicados le otorgan a los elementos patrimonializables.
Por supuesto, sería muy ingenuo pensar que la labor crítica de la antropología vaya a
producir transformaciones de tal calado en las prácticas reales de los actores sociales
(cfr. Velasco y Díaz de Rada, 1997: 244); pero, desde el escepticismo, es a esa forma de
entender y producir el patrimonio hacia dónde se dirigen nuestras propuestas, y así lo he
plasmado en los epígrafes propositivos de los textos compilados. Ese es, como diría
Ángel Díaz de Rada (2010b), mi “quimérico propósito”.
2.2. Proyecto WE: Wor(l)ds which Exclude
A mediados de 2012 –gracias a la mediación de mi compañero Giuseppe Beluschi
Fabeni, que estaba redactando su tesis sobre la migración de familias rom desde
Transilvania a Andalucía (Beluschi Fabeni, 2013)– el Taller ACSA recibió una propuesta
para participar, como socio de un consorcio compuesto por varios grupos de
105
investigación europeos, en un proyecto en torno al lenguaje utilizado por las
administraciones públicas en torno a los romá/gitanos en las políticas de vivienda.
Aceptamos la propuesta y participamos con ese proyecto en la convocatoria Fundamental
Rights and Citizenship (JUST/2011-2012/FRC/AG), abierta por la Dirección General de
Justicia de la Comisión Europea. La cofinanciación europea del proyecto fue aprobada y
en enero de 2013 se iniciaron los trabajos de investigación.
El objetivo del proyecto consistía en analizar y estudiar los posibles estereotipos
presentes en los documentos producidos por las administraciones públicas en relación
con las poblaciones gitanas y/o romaníes; concretamente en aquellos que tuvieran que ver
con las políticas de vivienda. Se pretendía que el análisis de esta documentación tuviese
un fuerte componente lingüístico. Se querían estudiar cuáles eran las palabras que se
utilizaban en dichos documentos, qué metáforas y otras figuras retóricas eran usadas
para referirse a los gitanos, y qué consecuencias interpretativas y políticas tenía sobre las
poblaciones gitanas/romaníes en Europa; es decir, cuál era su capacidad performativa, en
el sentido que le otorga Austin (1990) al término: no sólo debía analizarse qué decían las
palabras sino, sobre todo, qué es lo que dichas palabras hacían.
Tras la primera fase, más claramente situada en la investigación básica, comenzaba una
parte ‘aplicada’ que consistió en presentar los resultados a distintas organizaciones
gitanas, pro-gitanas y vinculadas a los distintos contextos locales seleccionados, así como
a expertos y decisores técnicos y políticos, para elaborar una serie de propuestas
dirigidas a las administraciones públicas con el objeto de reducir los estereotipos
detectados en sus documentos (Anexo IV).
106
El consorcio estaba conformado por ocho entidades socias, con sede en seis países
europeos distintos, más la Regione Toscana como associate partner. Y estaba coordinado por
la Fondazione Michelucci, entidad de la cual había partido la idea (véase Tabla 2).
Tabla 2. Composición del partenariado del proyecto WE Institución Rol principal País Fondazione Giovanni Michelucci Coordinación
Italia CREAa - Centro di Ricerche Etnografiche e di Antropologia applicata “Francesca Cappelletto” (Università di Verona)
Investigación
Regione Toscana - Assessorato al welfare e alla casa Partner asociado CRIA - Centro em Rede de Investigação em Antropologia Investigación Portugal Pècsi Tudomanyegyetem Bolcsezettudomanyi Kar Neveléstudomany Intézet Romologia ès Nevelésszociologiatel
Investigación Hungría
Taller ACSA - Taller de Antropología y Ciencias Sociales Aplicadas Investigación España iCeGS - International Centre for Guidance Studies (University of Derby)
Investigación Gran Bretaña
ISPMN- Institutul pentru Studierea Problemerol Minoritalior Nationale
Investigación Rumanía
LIRCES - Laboratoire Interdisciplinaire Récits Cultures et Sociétés (Université Nice Sophia Antipolis)
Documental etnográfico Francia
Fuente. Elaboración propia
Mi incorporación como investigador al proyecto se produjo seis meses después de su
inicio, cuando acabó mi contrato en un proyecto sobre trayectorias escolares del
alumnado extranjero y autóctono, vinculado al Instituto de Migraciones de la
Universidad de Granada, en el que había estado trabajando durante los seis primeros
meses de desarrollo del proyecto WE. En cualquier caso, conocía bastante bien el
proyecto y lo había seguido desde su concepción, puesto que en todo ese tiempo había
formado parte de la Junta Directiva del Taller ACSA.
Una vez aprobado el proyecto y delineadas las principales líneas teóricas y
metodológicas a seguir, el primer paso consistió en la recopilación lo más exhaustiva
posible de los documentos administrativos que habían sido definidos: textos
producidos, entre los años 2003 y 2013, por las administraciones públicas, y
relacionados con políticas de vivienda y población gitana.
107
Los textos que iban recopilándose se fueron clasificando, según varias variables (tipo de
documento, nivel administrativo, mención explícita a grupos étnicos determinados, etc.)
y comenzaron a ser codificados haciendo uso del software Atlas.ti. En un segundo
momento, entre los distintos equipos se decidió organizar los textos en dos grupos:
textos primarios y para-textos (véase Tabla 3). Los primeros serían aquellos que tuvieran
una “capacidad ejecutiva”, que hubieran sido aprobados durante el periodo definido y
estuviesen en vigor. Como para-textos se considerarían aquellos que no cumplieran
algunos de los requisitos anteriores (actas, evaluaciones de proyectos, etc.), que podrían
ser usados para contextualizar los primeros y refinar los análisis, pero que no
constituirían la muestra principal del estudio44.
Tabla 3. Número de documentos recopilados en España, según ámbito administrativo y tipo de documento
Ámbito administrativo – territorial
Denominación Documentos primarios
Para-textos
Total documentos
Estatal España 9 28 37 Autonómico Andalucía 12 68 80
Local El Vacie-Sevilla 40 56 96 Los Asperones-
Málaga 44 39 83
Sacromonte-Granada
42 54 96
Total documentación 147 245 392 Fuente. López López et al. (2014)
Se preveía que hubiera documentación de todos los niveles administrativos en los que se
estructurara cada Estado participante; lo que significaba en nuestro caso explorar la
documentación al respecto producida en los ámbitos estatal, autonómico y
local/provincial. En España, habíamos decidido centrarnos en la Comunidad Autónoma
44 La metodología empleada en este proyecto es descrita de manera mucho más amplia en Piasere, Solimano y Tosi Cambini (2014) y, en particular para el caso español, en Beluschi Fabeni, López López y Piemontese (2014). Creemos que esta breve reseña es aquí suficiente para introducir el método seguido en la investigación monográfica sobre el Sacromonte que se recoge en los dos últimos textos compilados en la tesis.
108
andaluza, pero hasta mi incorporación al proyecto no se habían delimitado con exactitud
los casos locales que serían estudiados.
En las distintas reuniones del proyecto se evaluaban los casos locales que cada uno de
los socios iba incorporando. La mayoría de estos casos estaban estrechamente
relacionados con espacios segregados de las ciudades, con altos niveles de pobreza, en
los que se concentraba la población romá/gitana. El proyecto, que había sido ideado
inicialmente por los socios italianos, tenía como caso paradigmático de estudio los
denominados ‘campi nomadi’45 que habían sido instalados por toda Italia. El primer caso
local de estudio español que incorporamos fue el asentamiento chabolista de El Vacie,
en Sevilla; y más tarde, incorporamos también Los Asperones, una ‘barriada de
transición’ de Málaga. Estos casos podían asemejarse a los casos locales que estaban
siendo seleccionados en cada uno de los países y que estaban caracterizados, además de
por acoger un volumen importante de población romá/gitana, por tratarse de espacios
periféricos de los núcleos urbanos, tener altos índices de pobreza e indicadores de
exclusión social y ser objeto de ‘políticas sociales’, entendidas como las acciones
desarrolladas por los negociados de ‘asuntos sociales’ de las distintas administraciones
públicas.
45 Los “campi nomadi” –traducido en castellano a veces como “campos nómadas” y, en otras ocasiones, como “campamentos para nómadas” – es el nombre genérico que se le ha asignado a un tipo de asentamientos precarios, habitados por población étnicamente definida como rom –cuyas nacionalidades pueden ser diversas- y que están situados en las periferias de gran parte de las ciudades italianas. Estos campos, a veces, han surgido de modo “espontáneo”, en el sentido de que han sido construidos por sus propios habitantes; pero, en otras ocasiones, han sido las propias administraciones públicas quienes han diseñado e instalado los campos. La “teoría del nomadismo” entre la población rom en Italia (autóctona o de origen extranjero), según la cual la mayor parte de los rom serían nómadas –algo empíricamente insostenible–, ha sido asumida por las autoridades públicas italianas que, en algunos casos, consideran este tipo de asentamientos como los más apropiados para los rom, puesto que se adaptarían a “su cultura nómada” (cfr. Piasere, 2006; Piasere, Solimano y Tosi Cambini, 2014).
109
2.2.1. La inserción del estudio del patrimonio y el turismo en el proyecto
A mí me parecía muy claro que el barrio granadino del Sacromonte, si bien era bastante
distinto al resto de contextos territoriales seleccionados, cumplía muy bien las
características básicas marcadas por el proyecto para la selección de los casos: la
existencia en torno suyo de documentación, producida por las administraciones
públicas, relacionada con la vivienda que, a su vez, estuviera vinculada de algún modo
con la población gitana. En una rápida búsqueda prospectiva comprobé la existencia de
planes urbanísticos, ordenanzas municipales y otro tipo de documentos administrativos
en los que se enfatizaba la singularidad de las características viviendas cuevas del barrio y
que insistentemente éstas eran asociadas a la población gitana.
Durante la primera reunión internacional del proyecto a la que asistí, en Lisboa,
propusimos incorporar el Sacromonte entre nuestros casos de estudio46. Todos los
participantes del proyecto estuvieron de acuerdo con la inclusión del Sacromonte, lo que
me permitió seguir trabajando sobre patrimonio durante la duración de este proyecto y
vincularlo con el asunto del turismo, que había sido poco tratado en los textos sobre las
fiestas.
Si bien es cierto que, sobre el Sacromonte, existían diversos documentos producidos por
las administraciones en los que de alguna forma se vinculaba a la población gitana con
problemas administrativos en torno a la vivienda, ahí acababan todas las coincidencias
con el resto de casos estudiados en el proyecto. Las diferencias eran muchas más.
46 Tal propuesta había sido discutida y asumida previamente por el equipo de investigación del Taller ACSA implicado en el proyecto: Giuseppe Beluschi Fabeni, Marc Ballester i Torrents, Stefano Piemontese y yo mismo.
110
Apuntaremos algunas esquemáticamente (cfr. Beluschi Fabeni, López López y
Piemontese, 2014):
1. Las secciones administrativas que más trabajaban sobre la zona eran las ‘de cultura’ y
no las de ‘asuntos sociales’.
2. Tampoco la pobreza de sus habitantes pareciera ser uno de los principales problemas
tratados por los documentos producidos por las administraciones.
3. Era difícil considerar al Sacromonte como una zona periférica de la ciudad, pese a ser
uno de los límites urbanos de Granada, puesto que es uno de sus centros turísticos
principales. De hecho, la mera presencia de turistas en la zona ya lo hacía diferente al
resto de los casos estudiados en el proyecto.
4. La protección patrimonial de las “casas-cueva”, junto con sus usos museísticos y
turísticos contrastaban con las políticas de ‘desalojo’ o ‘erradicación’ dirigidas a los otros
entornos que estábamos estudiando (“campi nomadi”, asentamientos chabolistas, etc.).
5. Ya en un primer nivel de análisis, observamos que el uso literal de la categoría étnica
“gitano” era más abundante que en los otros dos contextos analizados en Andalucía.
Y, finalmente,
6. La tipología de los documentos, por lo tanto, era bastante distinta. De hecho,
apareció una tipología singular en el contexto del proyecto, la “guía turística”
producida por las administraciones públicas.
Ateniéndonos a la diferencia que se estableció entre documentos primarios y para-textos
en el marco del proyecto, estas guías turísticas, y otro tipo de documentos sobre el
Sacromonte a los que tuvimos acceso, se clasificaron en la segunda categoría y, por lo
tanto, no formaban parte del análisis sociolingüístico principal. No obstante, más allá de
los objetivos del proyecto, decidí desde el principio emprender un análisis monográfico
111
de este caso que me permitiera vincularlo a mis intereses de investigación y al objeto de
estudio planteado en la tesis: los procesos institucionales de patrimonialización como
instrumentos de gestión de la diversidad.
La patrimonialización de las “casas-cueva” y su vinculación a la etnicidad gitana en la
promoción turística del Sacromonte, me permitía observar el fenómeno desde ángulos
distintos al del estudio de los rituales festivos: por un lado, me permitía vincularlo al
fenómeno del turismo, mucho menos desarrollado en las localidades donde se
realizaban las fiestas que estudié; en segundo lugar, se trataba de un caso de
patrimonialización distinto: no se trataba de fiestas que la administración intentaba
“poner en valor”, sino de un espacio patrimonializado de facto desde finales del siglo
XIX; en tercer lugar, existía un conflicto acusado –y reiteradamente tratado por los
medios de comunicación locales– en torno a las cuevas ocupadas del Cerro de San
Miguel, lo que me posibilitaba analizar el discurso patrimonial en una clara situación de
ausencia de consenso; en cuarto lugar, el fuerte componente material de las cuevas y su
vinculación a la etnicidad gitana propiciaba la superación de la dicotomía
material/inmaterial, que se había manejado desde el punto de vista institucional para el
caso de las fiestas; por último, la presencia de museos en y sobre el barrio me permitía
analizar una de las instituciones por antonomasia del patrimonio.
En el estudio monográfico de la patrimonialización de la etnicidad gitana, como recurso
para la promoción turística, en el barrio del Sacromonte, se utilizaron todos los textos
recopilados para el proyecto WE, sin distinguir entre documentos primarios y para-
textos. De modo que, además de planes urbanísticos y ordenanzas municipales, se
incluyeron, entre otro tipos de documentos, guías turísticas, actas de la Junta Municipal
de Distrito –un organismo de participación vecinal–, mociones de los grupos políticos
112
municipales, informes de distintas organizaciones, así como algunos textos anteriores al
periodo marcado en el proyecto (2003-2013).
Estos documentos producidos, en su mayoría, por las administraciones públicas
constituyeron la fuente principal del análisis, aunque como veremos más adelante fue
complementado por métodos de campo. El sujeto de estudio prioritario fueron, por lo
tanto, las administraciones públicas, tanto regional como local, que intervenían en la
valoración patrimonial del Sacromonte y en su promoción turística. En este sentido, a
diferencia del estudio de los procesos de patrimonialización de las fiestas, no me vi
implicado en una primera fase como “agente patrimonializador”, sino que mantuve
desde el primer momento un rol de investigador “básico” (“no aplicado”). No obstante,
como se ha observado ya, el mero hecho de acotar unas prácticas culturales
determinadas en una localización concreta, y tomarlas como objeto de estudio,
constituye ya un ejercicio de patrimonialización. Los trabajos etnográficos y, en general,
antropológicos, por académicos que sean, son instrumentos utilizados en la producción
patrimonial. De hecho, es el tratamiento etnológico de ciertas prácticas y objetos lo que
permite la existencia de una categoría patrimonial específica: el “patrimonio etnológico”.
Al respecto, dice Silvia Paggi:
¿Cómo podríamos definir el patrimonio etnológico, en el sentido más amplio, si no como aquello
que puede conservarse y memorizarse como resultado de estudios e investigaciones etnológicas, es
decir aquello que incumbe a las culturas estudiadas por los etnólogos? (…) importa poco que un
evento cultural sea potencialmente etnológico –todos los son– pues lo que cuenta, es su
reconocimiento como tal, su apropiación por los etnólogos (Paggi, 2003: 96).
113
2.2.2. El papel de los “papeles” en la construcción del campo etnográfico
Aquí estoy sentado y gobierno [Escocia] con mi pluma: lo escribo y está hecho (Jacobo I de
Inglaterra y VI de Escocia)47
En el ámbito metodológico, los orígenes de la antropología como disciplina diferenciada
continúan ejerciendo una importante influencia. Nadie discute la centralidad de la
entrevista y la observación-participante en la producción de datos etnográficos, como
puede apreciarse al revisar cualquier manual de etnografía. El surgimiento de la
antropología y del trabajo de campo etnográfico como ciencia de las sociedades
“primitivas”, de los pueblos “sin historia” (escrita), supuso que en las investigaciones se
privilegiara el uso de la observación directa y la explotación de fuentes orales sobre el
análisis de textos escritos u otro tipo de documentos. Un trabajo de campo canónico
implicaba, por lo tanto, un viaje hacia un territorio lejano –desde un punto de vista
geográfico pero también cultural– en el que el etnógrafo o la etnógrafa tendría en
exclusividad la capacidad de producir y leer textos escritos (Hammersley y Atkinson,
1994; Atkinson y Coffey, 2004; Roca i Girona, 2010). Como advierte Vered Amit
(2000), esta representación romántica y ficcional del trabajo de campo resulta poco útil
en la etnografía contemporánea. Y, si esto es cierto en cualquier ámbito temático actual
de indagación etnográfica, lo es mucho más en aquellas investigaciones en las que el
Estado y sus instituciones están incluidos en la formulación del objeto de estudio,
puesto que la producción y el consumo de textos escritos es una de las características
principales de la acción de las burocracias estatales.
47 Citado en Prior (2004).
114
Esto no quiere decir, en cualquier caso, que los “documentos” hayan de ser tomados
como la plasmación transparente de cómo los decisores políticos piensan o actúan. Es
decir, no constituyen “pruebas” de cómo se desarrolla un determinado aspecto de la
vida social, sino que los documentos debieran ser considerados como “hechos sociales”
en sí mismos.
Documents are ‘social facts’, in that they are produced, shared and used in socially organized ways.
They are not, however, transparent representations of organizational routines, decision-making
processes or professional diagnoses. They construct particular kinds of representations using their
own conventions. (…) We cannot, for instance, learn through written records alone how an
organization operates day by day. Equally, we cannot treat records –however ‘official’– as firm
evidence that they report. (…). (Atkinson y Coffey, 2004: 58)
Si bien el análisis realizado sobre el Sacromonte puede considerarse más un análisis
documental, desde una perspectiva holística y antropológica, que una etnografía en
sentido estricto, la producción y consumo de documentos es una de las prácticas
sociales más importantes en los contextos burocráticos contemporáneos y, como tales,
no deben ser considerado simplemente como “datos”, sino como piezas constitutivas
del campo etnográfico. Desde este punto de vista, la recopilación, clasificación y análisis
de documentos puede equipararse a alzamiento de planos de una población cualquiera
en la que se realiza un trabajo de campo clásico, malinowskiano. Tales documentos han
formado parte de mi localización en el campo, y trabajar con ellos puede considerarse
como una práctica híbrida entre el trabajo “de sillón” y el trabajo de campo.
2.2.3. “Sacromonte de ida y vuelta”. Participación en un documental etnográfico
Además del análisis de los textos administrativos, en el proyecto WE estaba previsto
también la realización de un documental sobre las condiciones habitativas de las
poblaciones romá/gitanas en Europa. De esta tarea se encargaba una especialista en
115
antropología visual de la Universidad de Niza, Silvia Paggi, quién debía recorrer los seis
países del proyecto para filmar algunos de los contextos locales seleccionados por el
resto de socios. La amplitud geográfica y el límite temporal del proyecto no permitían
que esta investigadora conociera a fondo cada uno de los contextos, por lo que era tarea
de cada una de las “entidades de acogida” (quienes nos dedicábamos a la investigación
en cada país) facilitar la entrada al campo y los contactos necesarios para la elaboración
del documental.
Para el rodaje en España, le propusimos a Silvia Paggi centrarnos en el Sacromonte48. El
rodaje se realizó en enero de 2014, fecha para la que ya habíamos redactado un borrador
del primer texto sobre el Sacromonte compilado aquí y que nos podría servir como
guion provisional del rodaje. Antes de la llega de la profesora Paggi a Granada,
realizamos varias visitas al Sacromonte y contactamos con diversas personas con la
intención de encontrar a alguien que estuviese dispuesto a participar en el documental y
que viviese en una de las cuevas sacromontanas –la película debía tratar sobre las
condiciones habitativas–, cuya historia podría servir de hilo argumental del documental.
También hablamos con responsables de algunos de los museos del barrio y de cuevas-
espectáculo para obtener el permiso de rodar allí y conocer su punto de vista en torno a
la patrimonialización de las cuevas y el conjunto del barrio. En una de esas visitas,
tratando de contactar con algún vecino del barrio que estuviese dispuesto a participar en
documental, estuvimos acompañados del profesor José Castilla y su amigo Cecilio
48 Propusimos el Sacromonte puesto que la mayor parte del equipo de investigación residíamos en Granada, lo que nos facilitaba poder estar presentes durante el rodaje y parte del montaje. En Granada, se rodaron finalmente dos cortos documentales, uno referido al Sacromonte y otro que narra la historia de una pareja rom de nacionalidad rumana que reside en Granada desde hace varios años. Todos los documentales etnográficos producidos en el marco de este proyecto pueden verse en http: //weproject.unice.fr/video?content_type=video
116
Espejo. Cecilio, quien se autodefine como gitano, nos contó su historia mientras
paseábamos por el Sacromonte y hablábamos con distintas personas. Él había nacido en
una de las cuevas del barrio, pero tuvo que abandonarlas tras las inundaciones de 1963 y
fue a parar, junto a su familia, al barrio provisional de la Virgencica y posteriormente al
Polígono de Cartuja, barrio que abandonó para residir en el centro de la ciudad. La
historia encajaba muy bien con el texto que estábamos elaborando en ese momento (cfr.
Texto 6), por lo que decidimos centrar el documental en su historia.
El rodaje se realizó en varias jornadas de enero de 2014, bajo la dirección de Silvia Paggi,
quien estuvo asistida por Valentina Bonifacio de la Universidad de Venecia. Se grabó,
además de en el Sacromonte, en el Polígono de Cartuja (donde residen en la actualidad
muchos de quienes fueron desalojados de allí en los años sesenta y sus descendientes) y
en el centro de la ciudad, donde reside en la actualidad Cecilio. Junto con Giuseppe
Beluschi Fabeni, tuvimos la posibilidad de estar presentes durante las distintas jornadas
del rodaje y colaborar en la realización de entrevistas. Tras el tiempo de rodaje, nos
reuníamos con Silvia Paggi y Valentina Bonifacio y entre todos visionábamos el material
y discutíamos el posible montaje de las secuencias. Esta experiencia de investigación
visual fue integrada en la redacción de los dos textos finales, en particular en el titulado
Más allá de la piel y la máscara (Texto 7).
117
III. TEXTOS COMPILADOS
118
119
TEXTO 1. DIVERSIDAD CULTURAL Y PATRIMONIO. LAS PRÁCTICAS
PATRIMONIALES ANTE LA CRÍTICA INTERCULTURAL
Capítulo de libro publicado en:
López López, J. de D. (2013). Diversidad cultural y patrimonio. Las actividades
patrimoniales ante la crítica intercultural. In F. J. García Castaño & N. Kressova
(Eds.), Diversidad cultural y migraciones (pp. 17–32). Granada: Comares.
120
¿Cómo reinventar la crítica en un mundo donde la diversidad cultural es algo que se
administra: en las corporaciones, en los Estados y en las ONG? (Néstor García Canclini)
De nada nos serviría profanar las vitrinas si a cambio sacralizamos los textos y las teorías
(Francisco Cruces)
n dibujo humorístico de Gary Larson es muy conocido entre la
comunidad antropológica, entre otros motivos porque se incluyó en
algunas versiones del famoso manual de introducción a la Antropología
escrito por Marvin Harris. En este dibujo se representaba a tres supuestos indígenas
deshaciéndose de una serie de objetos (televisores, lámparas eléctricas, teléfonos…) ante
la llegada de dos antropólogos.
Más recientemente, un escritor, Iban Zaldua publicó un relato titulado “La isla de los
antropólogos”, en una colección de relatos homónima. En este texto Zaldua presenta en
forma de artículo científico (incluyendo notas bibliográficas) una irónica visión del
ejercicio de la etnografía. En el supuesto artículo se hace una revisión de las etnografías
existentes sobre una isla cuyos habitantes transforman completamente y a una velocidad
inusual sus prácticas culturales, sus tradiciones, sus cosmovisiones, etc., con el
consecuente desconcierto de los antropólogos que toman a este pueblo como objeto de
estudio. El artículo (el cuento literario en realidad) finaliza sugiriendo la hipótesis de que
la cultura de los habitantes de la isla cambia radicalmente y tan rápido porque es una
estrategia para seguir atrayendo antropólogos, que son al fin y al cabo su principal fuente
de recursos.
Estos dos ejemplo extraídos de ámbitos extra-académicos representan a los
antropólogos como ávidos recolectores de objetos y tradiciones que en algún grado
representen cómo son las comunidades y grupos en los que estudian, cuál es el
repertorio de elementos culturales que pueden ser considerados su patrimonio cultural.
U
121
Y, en efecto, el llamado “patrimonio cultural” ha sido y es uno de los principales
campos de desarrollo profesional de las personas tituladas en antropología. Pero en esta
disciplina el patrimonio cultural es un ámbito repleto de contradicciones. A pesar de ser
uno de los campos de ejercicio profesional más desarrollados (sobre todo en ciertas
universidades y territorios), es a la vez uno de los ámbitos de conocimiento que más
polémica suscita en el seno de la comunidad antropológica. En el tratamiento
antropológico de la cuestión del patrimonio parece haber dos tendencias
fundamentalmente:
1) Por un lado están los antropólogos que, junto con los continuadores de los estudios
del folklore, usando métodos y teoría de la disciplina continúan focalizando su interés en
el ámbito de “lo tradicional”; desde un punto de vista académico (estudios sobre rituales
festivos concretos, análisis de la arquitectura tradicional,…) o desde un punto de vista
profesional (catálogos y activación de recursos patrimoniales, gestión de estos recursos,
museos, etc.).
2) por otro lado están los críticos académicos. Sobre todo desde la universidad, se hace
una crítica de las anteriores prácticas y del mismo concepto de patrimonio49. Esta crítica
lleva a cierta parálisis desde la óptica de los antropólogos profesionales, puesto que
49 Llorenç Prats cree que, más que una crítica hacia el tratamiento antropológico del patrimonio, lo que en realidad existe es un verdadero desinterés motivado por: • La equiparación entre patrimonio, objetos y museos. • La asociación de la museología antropológica con escuelas teóricas obsoletas: difusionismo y
particularismo histórico, principalmente. • En el contexto español, la asociación de la museología con un “folklorismo trasnochado” y/o con el
colonialismo. • La necesidad de la antropología en España de hacerse un hueco en el contexto académico y para ello
de tratar otras cuestiones “de mayor relevancia científica” • Menosprecio a lo que se ha venido conociendo como “antropología aplicada”. • Desinterés por ejercer la profesión fuera del ámbito académico (Prats, 1997: 98-99)
122
todas las herramientas posibles para trabajar en este ámbito se ponen en cuestión.
Apenas existen propuestas profesionales (aplicadas, si se quiere usar ese término) que
lleven al terreno práctico la crítica académica, y las pocas que existen están concebidas y
lideradas por algunos movimientos sociales y no por practicantes de la antropología. En
las últimas décadas, la mayor parte de estas críticas a las prácticas del patrimonio han
surgido de los discursos antropológicos en torno a la interculturalidad. Desde esta
perspectiva se aduce que la mayoría de los trabajos realizados sobre el patrimonio pecan
de una concepción esencialista de la cultura y de una versión de la diversidad basada en
la coexistencia aislada de unidades culturales diferentes entre sí y homogéneas en su
interior.
En este capítulo pretendemos explorar las posibilidades de acercamiento entre ambas
corrientes. ¿Es posible aplicar la crítica intercultural en la puesta en escena de prácticas
patrimoniales? ¿tiene cabida en el campo del patrimonio una reflexión sobre la
diversidad cultural? O ¿irremediablemente cualquier intento de realizar un discurso
sobre la diversidad cultural con las herramientas del patrimonio desembocará en la
instalación de unas especies de "zoos humanos" (Delgado, 2000) y en la organización de
los festivales, desfiles y muestras gastronómicas que Baumann denomina
"multiculturalismo de botas rojas" (Baumann, 2001)?
Para intentar dar respuesta a estas preguntas comenzaremos haciendo una aproximación
al concepto mismo de patrimonio y cómo se ha tratado desde la antropología y nos
detendremos en una de las cuestiones que más polémica suscita en este ámbito: la
conservación. Tras esto reflexionaremos en torno a la cuestión central del trabajo, el
tratamiento de la diversidad cultural en la práctica patrimonial, y concluiremos haciendo
123
especial énfasis en la importancia de considerar el patrimonio como un espacio de
conflicto y cuál es el papel que la antropología debería representar en ese espacio.
1. ¿Qué es el patrimonio? Una primera definición
¿Qué es patrimonio? ¿Qué no es patrimonio? La primera cuestión a la que hemos de
enfrentarnos es concretar qué es eso a lo que llamamos “patrimonio cultural”, algo
realmente complejo al intentar establecer una relación de los elementos que lo
componen. El problema, en este sentido, tiene que ver más con decidir qué elementos
no tienen cabida dentro del patrimonio que en discernir cuáles sí forman parte de él.
… una de las deficiencias más importantes que presenta el concepto de Patrimonio Histórico es la
dificultad para determinar no tanto lo que es como lo que no es patrimonio histórico, (…) la
tendencia que se está imponiendo en la actualidad es no reconocer el "no patrimonio",
produciéndose así en cierta manera una "arqueologización" del mismo, en el sentido, como sucede
en esta masa de bienes, de que cualquier objeto del pasado (incluso del presente), por el hecho de
serlo (incluso de haberlo sido), ya es Patrimonio Histórico (Castillo, 2007: 9)
En principio el patrimonio es el legado que recibimos de nuestros antecesores y que se
intenta conservar para el provecho de quienes nos suceden. Pero en el ámbito del
denominado “patrimonio cultural”, la delimitación del concepto se hace más compleja.
Sin ánimo de establecer una definición definitiva, en este trabajo partiremos de una
concepción del patrimonio que podría resumirse en que éste, el patrimonio, es el
resultado de un proceso, la “patrimonialización”. Como primer paso, pretendemos
poner de relieve dos características fundamentales de lo que venimos en denominar
patrimonio: primero, su carácter procesual y, segundo, la agencia de ciertos actores
sociales.
Concebimos entonces la patrimonialización como un proceso, en cierto grado colectivo
o grupal, de apropiación de ciertas parcelas de la cultura (materiales o inmateriales) a las
124
que se les asigna capacidad de evocación y representación de la propia comunidad o
grupo.
Desde este punto de partida, se evidencia, por un lado, que la patrimonialización es ante
todo un proceso de selección y de puesta en valor y, por otro lado, la conexión del
patrimonio con la puesta en escena de las identidades. Este proceso de selección de
materiales (de nuevo, tangibles o intangibles) que definen quiénes somos nosotros y
quiénes son los otros (es decir, quiénes no forman parte de ‘nosotros’) tiene como
primer objetivo garantizar la existencia y continuidad del grupo a través de la
transmisión de estos materiales y sus significados asociados a las futuras generaciones.
A fin de cuentas la principal función del patrimonio cultural, de los elementos de nuestro entorno
cultural que hemos decidido patrimonializar, es mostrarnos una muy precisa imagen del nosotros
(Agudo, 2005: 198)
Desde la crítica intercultural se alegará entonces que la frontera entre “nosotros” y “los
otros” es, cuando menos, difusa y construida y que el repertorio de elementos que se
obtenga, en el proceso de patrimonialización, orientados a mostrar una versión
determinada de la identidad de un grupo o colectivo, probablemente no representará a la
totalidad del grupo y será un intento de homogeneización de la diversidad cultural
intragrupal. Pero, sobre todo, se pondrá de manifiesto que el concepto de cultura con el
que se ha estado operando es un concepto erróneo: un concepto esencialista donde la
cultura es una unidad compuesta por elementos que se pueden enumerar.
Si concebimos la identidad como el “conjunto de repertorios culturales interiorizados
(representaciones, valores, símbolos...) a través de los cuales los actores sociales
(individuales o colectivos) demarcan simbólicamente sus fronteras y se distinguen de los
demás actores en una situación determinada, todo ello en contextos históricamente
125
específicos y socialmente estructurados" (Giménez, 2000: 28), podemos definir el
“patrimonio cultural” como el repertorio cultural expuesto y escenificado mediante el
que los actores sociales intentan, en un momento y en un contexto determinado,
distinguirse de otros.
En este sentido, consideramos el “patrimonio cultural” como un recurso cultural más.
José Luis García distingue entre “la cultura como patrimonio” y el “patrimonio
cultural”.
... la cultura es un patrimonio y ello significa que su contenido son fundamentalmente recursos
(…). El patrimonio está constituido por recursos que, en principio, se heredan y de los que se vive.
Ello quiere decir que a lo largo de esa vida se modifican necesariamente: en algunos apartados se
incrementan sin más; en otros evolucionan hacia nuevas formas; algunos aspectos de ese
patrimonio desaparecen. Además entra dentro del sistema de responsabilidades admitidas prever
su legación a los descendientes. Es este contexto los aspectos tradicionales del patrimonio
coexisten con los innovados y el pasado se integra en el presente. Pero además son recursos que
van a utilizar primariamente los individuos. Son ellos, por lo tanto, los sujetos de la cultura como
patrimonio (García, 1998: 14)
García define el patrimonio cultural como un “fenómeno metacultural”50, equiparable al
resto de recursos existentes en “la cultura como patrimonio”, aunque “un recurso
importante en la construcción de acontecimientos de identidad sustentados sobre la
transitoria urdimbre de la homogeneidad y de la continuidad en el tiempo” (1998: 16).
Un recurso cultural de carácter reflexivo en tanto que está orientado principalmente a
devolvernos una imagen de nosotros mismos; orientado, en definitiva, a la
“autorreferencia o autocontemplación” (Cruces Villalobos, 1998: 83). El patrimonio
50 A pesar de todas las críticas que pueden hacerse a la propuesta de José Luis García, su mayor virtud es que deja claro que no puede equipararse “patrimonio cultural” con “cultura”. Lo que está en juego en la definición del patrimonio cultural es el propio concepto de cultura. Es en este sentido en el que debe entenderse el patrimonio como “fenómeno metacultural”. Del mismo modo que la propia disciplina antropológica, el patrimonio cultural es un “producto cultural”, resultado de la acción social de agentes específicos, cuya finalidad es representar (“decir cosas sobre”) la propia cultura.
126
puede considerarse, entonces, como un relato de la identidad o, mejor aún, como una
forma particular de lenguaje con la que construir dicho relato. Pero si el objeto de la
patrimonialización es presentar una imagen de nuestra propia identidad, ¿cómo es
posible que alguien tenga que venir a enseñarnos cuál es nuestro patrimonio? (Limón
1999: 8).
El patrimonio cultural formaría parte de lo que Javier García y Rafael Pulido han
denominado cultura que ‹‹hay que enseñar››, frente a cultura ‹‹que se autoexhibe››:
Esta distinción es pertinente porque con ella se postula la existencia –incuestionable por otra
parte– de un conjunto de contenidos culturales que no necesitan agencias o agentes específicos
para su mantenimiento en el seno de la sociedad, sino que por sí mismos, y en virtud de factores
como recurrencia, una ubicación estratégica en la vida cotidiana de los individuos, su presencia y/o
su accesibilidad directa y por doquier, dichos contenidos se autoexhiben (García y Pulido, 1994:
91)
Una vez que se ha definido un determinado patrimonio cultural, el sujeto desaparece y
emergen las figuras del gestor y el especialista (García, 1998). Es esta la razón por la cual
el patrimonio cultural debe ser enseñado a sus propios depositarios, porque el repertorio
de materiales, seleccionado en el proceso de patrimonialización, se tutela y administra
desde instancias académicas e institucionales, al tiempo que a los sujetos depositarios y
supuestamente portadores de dicho patrimonio se les asigna su propiedad
nominalmente y se les impide normativamente intervenir sobre él (Cruces Villalobos,
1998).
Para recapitular lo expuesto hasta ahora, podemos concluir que el patrimonio cultural es
un recurso y un sistema de comunicación, basado en un proceso de selección y puesta
en escena de un repertorio de elementos culturales cuyo primer objetivo es definir
quiénes somos nosotros, cuáles son los emblemas diacríticos del grupo, y garantizar la
127
continuidad del mismo (como veremos más delante de este objetivo se derivan otros
muchos que, en ocasiones lo sustituirán: la comercialización de mercancías, el desarrollo
sustentable del territorio, etc.); y que por supuesto acontece en una situación y un
contexto histórico determinado.
2. Los dilemas en torno a la conservación
El kula ha desaparecido o se ha alterado, pero para bien o para mal perdura The Argonauts of the
Western Pacific (Clifford Geertz)
Donde mejor se reflejan las dificultades de la antropología para enfrentarse al ámbito del
patrimonio es en la discusión sobre qué elementos deben patrimonializarse y sobre si es
conveniente o no intervenir en su conservación y, si lo es, cómo puede hacerse.
En una obra colectiva dirigida por Cristina Cruces que trata varios aspectos del
flamenco, entre ellos su consideración de patrimonio cultural andaluz, su se recoge un
debate muy interesante sobre el problema de la conservación de esta manifestación
cultural. Tras una ponencia en la que se apostó por proteger determinados ambientes y
espacios donde el flamenco se genera y tiene lugar, se produjo un debate entre varios
antropólogos y otros científicos sociales, especialistas en patrimonio, que la editora
acertadamente transcribió e introdujo en la publicación:
G. Steingress: (…) En relación con la protección del ambiente flamenco, no creo que se deba
proteger el ambiente de la marginación en el flamenco. Ya no se puede mantener Triana, por
ejemplo. Hoy en día el flamenco se produce más en las Tres Mil Viviendas, pero yo no sería
partidario de proteger las Tres Mil Viviendas.
F. Plata: A lo mejor no se trata de proteger las Tres Mil Viviendas, sino una peña o, por ejemplo, el
Barrio de Santiago de Jerez. Creo que el flamenco pude estar en muchos sitios, pero incluso en lo
relativo al objetivo global de conservación del patrimonio, más nos vale tener unos barrios basados
en elementos tradicionales, y esto es sin duda más interesante para el patrimonio que vivir en los
pisos, siempre que aquéllos se puedan adecuar. Y con esto no estoy diciendo que la gente de las
128
Chozas de Doñana tenga que seguir viviendo como lo hacía antiguamente, sino proteger unos
contextos sin parar la lógica y necesaria adecuación a los tiempos que se viven. (…)
E. Martín: Me da la impresión de que no se sabe qué ambientes conservar, o de que en todo caso
se corre el riesgo de fosilizarlo. (Cruces Roldán, 1996: 159-162)
Aunque la cita es muy larga, creemos que merece la pena incluirla aquí porque en ese
debate se pone de manifiesto las dificultades que entraña ya no sólo la definición de lo
que es patrimonio, sino también las contradicciones que se generan, una vez logrado
cierto consenso en señalar determinada manifestación cultural como patrimonio, al
intentar establecer unos criterios de actuación sobre el mismo.
En cualquier caso, se insiste una y otra vez en la importancia de la conservación de
determinados elementos del patrimonio ante el riesgo de su pérdida, riesgo que se ha
visto amplificado, desde esta perspectiva, con la globalización. Una de las consecuencias
más denunciadas del proceso de globalización es la supuesta tendencia a la
homogeneización cultural a la que está asociado. La noción de patrimonio cultural y la
obligación de someter a “procesos de conservación” los bienes patrimonializados se
convierten entonces en un arma eficaz para la salvaguardia de la diversidad cultural.
El flamenco, y con él una buena parte de la cultura andaluza (…) suponen hoy, potencialmente
importantes elementos de resistencia frente a la creciente macdonalización de la vida social y de la
cultura (Moreno Navarro, 1996: 32)
La propia UNESCO en su Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial,
si bien no habla explícitamente de macdonalización, expresa su preocupación ante la
posible pérdida de manifestaciones culturales y patrimonio inmaterial como
consecuencia de la globalización, aunque le reconoce a ésta su capacidad para fomentar
el encuentro y el diálogo entre distintas comunidades.
129
… los procesos de mundialización y de transformación social por un lado crean las condiciones
propicias para un diálogo renovado entre las comunidades pero por el otro también traen consigo,
al igual que los fenómenos de intolerancia, graves riesgos de deterioro, desaparición y destrucción
del patrimonio cultural inmaterial, debido en particular a la falta de recursos para salvaguardarlo
(UNESCO, 2003)
Es en el ámbito de la conservación donde la antropología, como disciplina científica
encargada de la investigación y, en menor medida, de la administración de una pequeña
parcela del patrimonio51, encuentra mayores dificultades. La propia idea de que la cultura
pueda ser conservada contraviene la mayor parte del desarrollo teórico de la disciplina.
Coincidimos con Prats en que sea lo que sea lo que se pretenda conservar, responderá
siempre a unos intereses concretos: “No podemos conservar la cultura, ni su
conocimiento, sino, únicamente, parte de este conocimiento que, lo queramos o no,
vendrá determinado por criterios e intereses utilitarios y presentistas” (Prats, 1997: 63).
3. El patrimonio ante la diversidad cultural
3.1. De la celebración de la diversidad a la mercantilización de la diferencia
El análisis antropológico de las prácticas escolares en torno a la diversidad cultural ha
puesto de manifiesto que, en la mayoría de las ocasiones, la escuela al “descubrir” esta
diversidad (sobre todo identificada con la presencia en las aulas de grupos etno-
nacionales distintos) ha hecho un uso confuso del concepto de cultura, “recurriendo a
definiciones antropológicas decimonónicas en el mejor de los casos” (Dietz, 2003a: 65)
51 Hasta ahora, en este trabajo, hemos usado indistintamente los términos patrimonio y patrimonio cultural y lo hemos hecho de manera consciente. Consideramos que es inadecuada –aunque es una de sus características institucionales fundamentales- la parcelación del patrimonio en diversas áreas: artístico, histórico, arqueológico, etnológico, industrial, etc. Cada una de estas áreas de gestión del patrimonio está tutelada por una o varias disciplinas científicas. A la antropología se le ha asignado el llamado patrimonio etnológico o etnográfico (cfr. Agudo, 2005). El problema de esta parcelación del patrimonio se sitúa en el hecho de que a los repertorios culturales, que no son definidos administrativamente como etnológicos o etnográficos, se les resta su significatividad antropológica.
130
y ha tendido “a reconvertir esa diversidad en diferencia, y a legitimarla por la vía escolar”
(Franzé, 2003: 313). Se ha constituido así una subdisciplina, en el seno de las ciencias de
la educación, que ha venido en llamarse “pedagogía intercultural” (Dietz, 2003a) que se
ha orientado fundamentalmente, por un lado, a diseñar soluciones prácticas a los
problemas que genera, según esta forma pedagógica de conceptualizarla, la diversidad en
el aula; y, por otro lado, a fomentar el respeto a “los diversos” y prevenir el racismo.
Esta segunda orientación de la pedagogía intercultural se ha limitado en la mayoría de las
ocasiones a organizar eventos (semanas interculturales, fiestas de la diversidad, etc.) en
los que quienes eran definidos como diferentes se veían obligados a escenificar dicha
diferencia. A partir del análisis de una famosa campaña institucional (“somos iguales,
somos diferentes”) que generó numerosas actividades en las escuelas, un pedagogo
advierte de los peligros que entraña esta orientación de la educación intercultural:
En un seguimiento de las actividades organizadas por las escuelas o las ONGs con motivo de la
citada campaña, no es difícil observar que muy pocas actividades escolares se focalizaron en
subrayar, sobre todo y ante todo, la segunda parte (‹‹somos iguales››) del lema. En cambio, fueron
abrumadoras las que dedicaron todos sus esfuerzos a cantar las excelencias del enriquecimiento
que supone para todos el que seamos tan diversos (...) debemos estar muy atentos a que el canto al
enriquecimiento mutuo y a la diversidad, al respeto y al cultivo de las lenguas y culturas
minoritarias (que parecen ser, hoy por hoy, los objetivos prioritarios de la educación intercultural)
no sea utilizado, más o menos intencionadamente, como un subterfugio, un simulacro o una
coartada para camuflar o blanquear el conflicto básico: un conjunto de relaciones conflictivas
reales, de poder y de dominación-sumisión, en las cuales es preciso tener muy claro en qué bando
nos situamos (Carbonell, 1997: 26-28).
A primera vista, puede parecer que en el caso del patrimonio todavía no se ha producido
ese “descubrimiento” de la diversidad, al menos en su ámbito normativo e institucional.
La legislación española y autonómica y la mayor parte de los museos, institución por
antonomasia del patrimonio, no parecen haberse visto influidos por el aumento de
población extranjera, categorizada como población inmigrante, que reside de forma más
131
o menos permanente en España; a pesar de sí tener una vinculación importante con los
turistas extranjeros (cuya estancia se convierte en ocasiones también en más o menos
permanente) a los que se intenta atraer mediante actividades patrimoniales específicas.
La diversidad cultural a la que las instituciones del patrimonio intentan dar respuesta es
sobre todo una diversidad regional o sub-nacional, como lo demuestra la existencia de
una legislación específica sobre patrimonio en cada Comunidad Autónoma o la
importancia conferida a los trajes regionales, las gastronomías típicas, etc.
Sin embargo, desde una concepción del patrimonio amplia, que vaya más allá de sus
instituciones clásicas y el desarrollo legislativo en torno al mismo, este tipo de
celebraciones de la diversidad que Carbonell criticaba más arriba han de ser
consideradas también como activaciones patrimoniales, puesto que están basadas en un
proceso de patrimonialización, es decir, en la selección y puesta en escena de un
repertorio de elementos culturales que representen la identidad de quienes han sido
señalados como nuestros “otros”. Por supuesto, la misma crítica que desde la
antropología de la educación se ha aplicado a las prácticas escolares centradas en “lo
intercultural”, pueden aplicarse a este tipo de activaciones patrimoniales.
Todos estos eventos, imbuidos en la retórica de “lo intercultural” o lo “multicultural”,
que declaran entre sus objetivos el respeto y la puesta en valor de la diversidad cultural,
se basan en la defensa de la diferencia y en la necesidad de que los sujetos portadores de
esas supuestas diferencias las expongan públicamente como forma de enriquecimiento
colectivo. Con motivo de la celebración en Barcelona, durante el año 2004, del Fórum
de las Culturas, el IX Congreso de Antropología de la FAAEE, que tuvo lugar dos años
antes en la misma ciudad, emitió una declaración denunciando la instrumentalización
que desde la organización de dicho Fórum se hacía de estos discursos:
132
… "multiculturalismo" e "interculturalidad" sirven para designar con frecuencia políticas que no se
basan en la pluralidad móvil de estilos de vida presentes en una misma sociedad, sino en la
existencia de un supuesto mosaico de compartimentos herméticos que encierran a cada individuo
en su "identidad" étnica y de los que se insinúa que no es posible escapar. Los medios de
comunicación emplean una y otra vez la noción de cultura para trivializar y simplificar
determinados conflictos sociales, insinuando que sus causas tienen que ver oscuramente con las
adhesiones culturales de sus protagonistas. El antirracismo oficial asume como propio ese
discurso, basado en una apropiación distorsionadora de la noción de cultura, y da a entender que
es una mayor "comprensión entre las culturas" lo que permitirá superar las brutales injusticias de
que son víctimas tantas personas. En ese orden de cosas, no se parece percibir hasta qué punto la
exaltación del "mestizaje cultural" esconde una premisa racista: la de que es posible -aunque se
proclame indeseable- que puedan existir en algún sitio culturas puras. (IX Congreso de
Antropología, 2002)
En este tipos de foros y festivales se produce una exotización de la diversidad cultural, la
desigualdad socioeconómica se disfraza de diferencia cultural (García Castaño et al.,
1999: 3) y se acaba mercantilizando las identidades, como lo demuestra el
establecimiento de “lo étnico” como marca comercial (López López, 2004), aplicado a
todo tipo de productos: desde la música hasta las tarjetas telefónicas.
Ilustración 1. Tarjetas Étnicas
Fuente: Detalle de la fachada de un establecimiento comercial en Andújar (Jaén), en febrero de 2008. Fotografía del autor.
Mediante el análisis de la inserción de las marcas “Londres” o “Barcelona” (asociadas a
las ideas de diversidad y cosmopolitismo) dentro del mercado turístico, Yúdice apunta
133
otro problema de estas “celebraciones de la diversidad”: los sujetos que supuestamente
generan estos contenidos étnicos, multiculturales o interculturales son privados de sus
derechos de autor y se convierten en meros proveedores de diferencia cultural.
… los inmigrantes racializados contribuyen a la economía cultural, ellos ‹‹dan vida›› a la ciudad no
solo mediante su labor en las industrias del sector servicios, sino también por la influencia cultural
que ejercen a través de la música, la danza, la comida y los festivales. En suma, se trata de una
contribución poco reconocida en la división internacional del trabajo cultural (Yúdice, 2002: 20).
3.2. Diversidad cultural y procesos de hibridación: entre patrimonio de la
humanidad y monopolio elitista
En su Convención sobre la Protección y Promoción de la Diversidad de las Expresiones
Culturales, la UNESCO declara que la diversidad cultural es “una característica esencial
de la humanidad” y que “constituye un patrimonio común de la humanidad que debe
valorarse y preservarse en provecho de todos” (UNESCO, 2005). Esta afirmación es
ampliamente compartida por los antropólogos: la diversidad es una condición del
mundo (García Castaño et al., 1999: 2), no existe otro patrimonio de la humanidad que
la propia diversidad cultural (Prats, 1997: 61).
El problema surge cuando la diversidad se examina a escala local. Si bien se sigue
afirmando la diversidad inherente a toda sociedad, se continúa haciendo un uso
sustantivo y singular de la cultura; pero, si la diversidad es la condición de cualquier
sociedad, ¿tiene sentido seguir hablando, por ejemplo, de cultura andaluza, aymara o
zapoteca? Según García Canclini:
La reconceptualización hacia lo cultural, como adjetivo, no sustituye enteramente su uso
sustantivado; sigue teniendo sentido para los actores sociales hablar de su cultura, aymara o
zapoteca en algunos casos para diferenciarse de la cultura nacional; brasileña o mexicana, si la
diferenciación hay que efectuarla frente a extranjeros o en otro país. En distintas escalas, lo
adjetivo sofistica o interseca el sentido sustantivado. Así, la tensión entre lo propio y lo ajeno, no
134
lo propio aislado, configura las escenas de identificación y actuación. En este sentido, propongo
considerar también la interculturalidad como patrimonio (García Canclini, 2004: 49).
Cabe preguntarse, entonces, si la interculturalidad como patrimonio –situada en la
tensión entre lo propio y lo ajeno, entre la tradición y la modernidad, entre lo local y lo
global– puede ser llevada al terreno práctico (e incluso institucional) del patrimonio
cultural, entendido como la selección y puesta en escena de elementos que representen
dichas tensiones.
En un conocido trabajo, James Clifford describe y analiza una exposición celebrada en
el Museo de la Humanidad de Londres. Esta exposición, Paraíso, se centraba en la
producción material de los wahgi de Nueva Guinea. El responsable de la misma había
hecho especial énfasis en mostrar las mezclas entre tradición y modernidad que los
wahgi empleaban a la hora de producir objetos ceremoniales, es el caso de los
tradicionales escudos de guerra que eran decorados con logotipos de marcas de cerveza
(Clifford, 1999). Estos escudos de guerra parecen representar cómo el contacto
intercultural produce sincretismos y manifestaciones culturales híbridas, pero también el
mismo proceso de hibridación, es decir, el proceso mediante el cual el resultado de esta
tensión, entre lo propio y lo ajeno, se incorpora a la práctica cultural local.
Sería arriesgado, sin embargo, considerar estos objetos como patrimonio intercultural
sin más. En primer lugar porque, descontextualizados, perderían cualquier
significatividad antropológica y se convertirían en meros fetiches estetizados y, en
segundo lugar, porque la hibridación cultural es un análisis etic, mientras que desde una
perspectiva emic, lo híbrido sigue siendo profundamente local, “la localidad (…) no es
sólo real, sino la única realidad en términos experienciales. La experiencia humana es
135
siempre localizada” (Friedman, 2003: 165). Desde esta perspectiva, se postula que la
hibridación sólo
Es el discurso de las élites globales cuya relación con la tierra resulta un nexo de distancia y
objetificación consumistas. Es una visión del mundo a vista de pájaro, que mira al bazar
multiétnico o al vecindario étnico, y se maravilla con la fabulosa mezcla de diferencias culturales
presentes en ese espacio. La hibricidad es pues la apropiación sensual, principalmente visual, de un
espacio de diferencia cultural (…). Y es el epacio-para-el-observador o, más bien, para el
consumidor-apropiador de ese ámbito. Es ésta la perspectiva que genera la identificación de un
escudo de guerra de Nueva Guinea, pintado con un anuncio de cerveza, como un objeto híbrido.
Puede que se híbrido-para-nosotros, pero en la calle o en el pueblo las cosas se ven muy diferentes
(Friedman, 2004: 179)
Compartimos con Friedman la idea de que es necesario distinguir entre las perspectivas
del observador-analista y las del actor local. Sin embargo, la antropología, mediante la
combinación constante de ambas perspectivas, debería ser capaz de difundir sus
explicaciones acerca de la diversidad, las relaciones interculturales y los procesos de
hibridación más allá de las fronteras académicas y el ámbito del patrimonio cultural
constituye un espacio privilegiado para hacerlo.
4. El patrimonio como espacio de conflicto y el papel de la antropología
Hace unos años se produjo una polémica en torno a la silueta del “toro de Osborne”
que luce en las carreteras españolas. La aplicación de una ley que regulaba la publicidad
en las carreteras podría motivar su desaparición. Ante esta situación, diversos actores
sociales reivindicaron el valor patrimonial del Toro, que trascendía su valor publicitario.
El resultado fue inscripción de las figuras del Toro en el Catálogo General del
Patrimonio Histórico Andaluz con la categoría de monumento (cfr. Chinchilla y Prieto,
1997).
136
Recientemente otra iniciativa legislativa, la Ley de Costas, ha llevado a diversos actores
sociales a solicitar la patrimonialización de los chiringuitos ante el riesgo de su
desaparición en las costas andaluzas. Como muestra baste el siguiente titular aparecido
en el diario El País:
'Save the chiringuito'
La amenaza a los bares playeros para que cumplan la Ley de Costas ha sublevado a la sociedad
andaluza. Sus defensores los valoran como seña de identidad y expresión de la cultura
mediterránea (Pérez, F.J.; El País; 03/05/2009)
En la ciudad de Granada se viene repitiendo una polémica cada dos de enero en torno a
la celebración del “Día de la Toma” (García Castaño, 2000; Rosón, 2005). Partidarios de
la conservación de la fiesta en su “forma original” y quienes defienden su completa
eliminación del calendario festivo –más un sinfín de posiciones intermedias- se vienen
periódicamente encontrando en los medios de comunicación locales para manifestar sus
posiciones.
Afirmar que el patrimonio cultural es un espacio de conflicto parece, pues, innecesario.
Concebir el patrimonio como espacio de conflicto significa pensarlo en términos de
disputas entre representaciones de la identidad diversas, compatibles o contrapuestas.
Así conceptualizado, el campo del patrimonio es un espacio privilegiado para escenificar
las relaciones interculturales, la tensión entre lo propio y lo ajeno –en palabras de García
Canclini-, los procesos de hibridación y mestizaje; y, por supuesto, también las
incomprensiones y la exclusión.
Una teoría no ingenua de la hibridación es inseparable de una conciencia crítica de sus límites, de
lo que no se deja o no quiere o no puede ser hibridizado (García Canclini, 2001: 20).
137
Si el patrimonio es considerado como un espacio de conflicto, de mediación y
negociación (Cruces Villalobos, 1998), en el que participan el poder político-estatal, el
mercado, los propios grupos a los que se les asigna la propiedad nominal del mismo y
las disciplinas científicas encargadas de su investigación, la antropología no puede
sustraerse de la posibilidad de presentar en ese espacio su reflexión crítica sobre la
cultura y las relaciones interculturales, aun a riesgo de caer en un “logocentrismo algo
ingenuo” (Cruces Villalobos, 1998: 81). Así concebido, el patrimonio puede ser un
instrumento para la comprensión intercultural, no tanto porque nos pueda enseñar
cómo son los “otros”, sino porque nos puede ayudar a “extrañarnos” de nosotros
mismos, es decir, a comprender los mecanismos de construcción de la diferencia.
Con respecto a una aproximación al patrimonio basada en que su finalidad sea fomentar
una reflexión crítica acerca de la cultura, Prats expresa su simpatía, a la vez que declara
su “escepticismo respecto de su viabilidad”. Estas formas de concebir el patrimonio y
las propuestas prácticas que de ellas se derivan, continúa este autor, “suponen, en sus
últimas consecuencias, convertir el patrimonio en un arma crítica contra los grandes
poderes” y “sin poder no hay patrimonio, y no creo que el poder esté interesado en
empresas de tales características” (Prats, 1997: 91).
Andrés Carretero, un antropólogo que ha desarrollado su práctica profesional en
instituciones museísticas, afirma que la antropología se ha alejado de los museos, y del
patrimonio en general, aduciendo que el tipo de explicaciones que esta disciplina aporta
son demasiado complejas para ser explicadas mediante técnicas expositivas, mientras
que las ciencias físico-naturales no han puesto objeción alguna en divulgar sus hallazgos
haciendo uso de tales técnicas:
138
… todos terminamos escondiéndonos bajo la excusa de que las explicaciones culturales son
demasiado complejas para una exposición, quizás para no tener que mostrar la limitación de
muchas de esas explicaciones culturales. Tampoco son simples las explicaciones de las ciencias
puras, pero físicos, ópticos o astrónomos han conseguido trasponerlas al museo y desarrollar su
propio estilo museográfico (Carretero, 1999: 106).
Compartimos con Prats su escepticismo ante la posibilidad de convertir el patrimonio
en un “arma crítica”, pero creemos que el escepticismo no es incompatible con la acción
y, como denuncia Carretero, la antropología debería dejar a un lado las excusas y
ponerse manos a la obra.
La finalidad del ejercicio profesional de la antropología en el campo del patrimonio
debería ser la misma finalidad de la antropología en tanto que disciplina científica:
“transmitir, promover, facilitar la comprensión crítica de la cultura, de las culturas”
(García Castaño et al., 1997: 247). Las diferencias entre ambos campos de ejercicio
profesional serían fundamentalmente dos:
• Las herramientas para la difusión de sus resultados: mientras que en la academia se
usa principalmente y de forma casi exclusiva la palabra escrita, en el campo del
patrimonio la antropología deberá hacer uso de otros materiales y otras formas de
comunicación: técnicas expositivas, material multimedia, etc.
• El público al que se dirige tal difusión: mientras que en la academia los resultados de
las investigaciones están dirigidos básicamente a los propios colegas o, en cualquier
caso, a un público universitario; en el campo del patrimonio, sin embargo, la
antropología ha de dirigirse a un público mucho más amplio, que no tiene por qué
conocer nada acerca de la disciplina, ni tan siquiera haber oído hablar de ella.
139
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141
TEXTO 2. LOS MOSQUETEROS DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO EN
BÉZNAR: POLVORA, RITUAL, FIESTA Y MEMORIA EN EL VALLE DE
LECRÍN (GRANADA).
Artículo de revista publicado en
López López, J. de D., & Ruiz Ruiz, J. F. (2012). Los Mosqueteros del Santísimo
Sacramento en Béznar: Pólvora, ritual, fiesta y memoria en el Valle de Lecrín
(Granada). Revista de Folklore, (369), 4–19. Retrieved from http:
//www.funjdiaz.net/folklore/pdf/rf369.pdf
142
éznar es una localidad del municipio de Lecrín, en la provincia de Granada.
Inserta en la comarca del Valle de Lecrín, Béznar destaca por su
producción de cítricos y frutales. Desde un punto de vista demográfico se
trata de un pueblo pequeño y presenta un considerable descenso de población, debido,
entre otros factores, a la emigración y al envejecimiento de su población. Entre 1986 y
2008 perdió alrededor del 24% de su población, habiendo pasado de 458 habitantes en
1986 a 350 en 200852.
Cada primer fin de semana del mes de septiembre, se celebra en Béznar un ritual festivo
denominado los “Mosqueteros del Santísimo Sacramento”, que también es conocido
como los “Mosqueteros de Béznar” o los “Mosqueteros de San Antón”. San Antonio
Abad, San Antón, es el patrón de la localidad y es la imagen que se procesiona durante
las fiestas53. La fiesta se desarrolla durante las jornadas del sábado y el domingo,
52 Datos elaborados a partir del Sistema de Información Multiterritorial de Andalucía (SIMA) 53 Es importante señalar que la fiesta de los Mosqueteros del Santísimo se celebraban el 17 de enero, festividad de San Antón, hasta el ultimo tercio del siglo XX. El gran porcentaje de población emigrante que deseaba acudir a las fiestas, y que por motivos laborales no podían hacerlo en tal fecha, provoco ́ que las fiestas se trasladaran al primer fin de semana de septiembre. Este traslado del tiempo festivo fue común en muchas localidades de la península ibérica, tras la muerte del dictador y la apertura del proceso de transición democrática (cfr. Velasco 2000).
B
143
repitiéndose cada día la misma secuencia de actos. El origen de los “Mosqueteros del
Santísimo Sacramento” es la celebración de la victoria de una milicia local sobre un
grupo de moriscos sublevados durante la llamada “rebelión de las Alpujarras”. Los
distintos actos que componen esta fiesta son una serie de desfiles, pases de revista, etc.,
que se realizan desde el amanecer hasta la caída de la noche, en los que los que destaca el
atronador sonido del disparo de los mosquetes que porta la soldadesca.
El principal objetivo de este artículo, lejos de cualquier pretensión teórica, es ofrecer una
descripción etnográfica del modo en que se celebran estas fiestas en la actualidad y
contribuir, de esa forma, a la mejora del conocimiento del Patrimonio Inmaterial de
Andalucía54. Para ello, comenzamos señalando los personajes que intervienen en el ritual
y cuáles son sus funciones en el mismo; continuaremos con una descripción de la
secuencia de actos que tienen lugar a lo largo del tiempo festivo y terminaremos
ofreciendo algunos datos sobre los dos elementos materiales más destacados del ritual:
la indumentaria de los mosqueteros y los propios mosquetes.
Personajes
La fiesta de los Mosqueteros del Santísimo Sacramento sigue el modelo de las
soldadescas, descritas por Brisset (1997) para el caso de las fiestas de Moros y Cristianos,
con las que comparte algunas características, sobre todo con las celebradas en la
Alpujarra y en otras partes de Andalucía. Sin embargo, no puede ser encuadrada dentro
de éstas, puesto que carece de dos bandos y de la representación del enfrentamiento.
54 La Delegación Provincial en Granada de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía inició en el año 2009 los trámites necesarios para inscribir en el Catálogo Andaluz del Patrimonio Histórico de Andalucía (CGPHA) el ritual festivo de los Mosqueteros del Santísimo Sacramento de Béznar, en base a sus destacados valores patrimoniales.
144
El origen de las soldadescas son las milicias locales organizadas por los Reyes Católicos,
encargadas de la protección del territorio circundante, que fueron incorporándose a la
celebración de las festividades de sus respectivas localidades. Felipe II configuró la
jerarquía de estas milicias estableciendo las siguientes figuras: capitán, alférez, sargento,
cabo y soldados (Brisset, 1997: 369). En la actualidad, los Mosqueteros de Béznar se
estructuran de un modo similar: teniente, sargento, cabo y mosqueteros.
Teniente (Abanderado)
El Teniente o Abanderado es el cargo de mayor rango dentro de la jerarquía de los
Mosqueteros. Su distintivo es una bandera con los colores del Vaticano y el escudo de
España. El Teniente es el último del grupo en ser recogido. A su salida la banda toca la
Marcha Real y se realiza una descarga de mosquetes. Su función principal es tremolar la
bandera ante la imagen de San Antón, al principio y al final de la procesión.
Sargento (Pica)
El Sargento o Pica es el enlace entre la tropa de mosqueteros y el Teniente. El traje que
usa es el mismo que el del Teniente y su insignia o distintivo es la pica o alabarda.
Durante los desfiles acompaña siempre al teniente y tiene un papel destacado en el acto
de la escolta que se realiza en la iglesia.
Cabo
El Cabo es el Mosquetero que dirige al resto del grupo, encabeza el desfile y es el
encargado de realizar los disparos del alba. Su traje es igual que el del resto de los
Mosqueteros.
145
Mosqueteros
Los Mosqueteros son el elemento principal y más llamativo de la fiesta. En la actualidad,
el grupo de Mosqueteros está compuesto por una veintena de varones “adultos”55
aproximadamente. Además, sobre todo durante los actos que se desarrollan por la tarde,
también se visten de Mosqueteros muchos niños y niñas de la localidad.
El reparto de los cargos
Los cargos de Teniente, Sargento y Cabo, según nos cuentan nuestros informantes,
aunque existía un reglamento formal, era habitual que se transmitiese de padres a hijos
dentro de una misma familia, sobre todo en el caso del teniente abanderado.
Antes había un reglamento, pero hoy ya no se lleva…. Antes si el de la bandera no era mayordomo
y había otro que era mayordomo, tenía prioridad. Si se llevaba un músico tenía prioridad. Porque
antes los músicos venían y había que llevarse uno a cada casa…. Si tú no tenías músico y yo tenía,
y peleábamos por llevar la bandera, pues el que era mayordomo o tenía un músico, ese tenía
derecho a salir con la bandera (Vecino de Béznar, Mosquetero desde la década de los 50 del siglo
XX).
En la actualidad, aunque persiste cierto carácter hereditario (los hijos de un teniente
suelen querer ostentar ese cargo durante las fiestas), el reparto se hace mediante
consenso entre los mosqueteros.
Para representar el papel de mosquetero los únicos requisitos son disponer de un
mosquete y de la indumentaria adecuada.
55 Los Mosqueteros del Santísimo pueden ser interpretados como un rito de paso y algunos muchachos en torno a los 15 años acceden a la condición de mosqueteros y portan y disparan sus armas, durante las fiestas. Aun así, en el desfile de la tarde, es habitual que se incorporen niños y niñas, vestidos de igual modo que los adultos –aunque en el caso de las niñas en ocasiones sustituyen el sombrero por un lazo rojo en el pelo- y que realizan los mismos pasos que sus mayores, aunque portando mosquetes de juguete y sin hacer uso de la pólvora. Hasta el momento, según nos comentaban, sólo una mujer adulta se ha incorporado al desfile y lo ha hecho en una única ocasión.
146
El reglamento al que aludíamos data de la creación de la Hermandad del Santísimo
Sacramento de Béznar, fundada en 1578 (Río, 2006: 83-154). Hoy, esta hermandad ya
no existe como tal, aunque se sigue aludiendo en ocasiones a la fiesta como el desfile de
la Hermandad de los Mosqueteros del Santísimo Sacramento.
Además de los personajes que acabamos de señalar, que forman parte de la soldadesca e
intervienen directamente en los desfiles, es necesario mencionar la existencia de otras
figuras cuya participación es indispensable para el adecuado desarrollo de las fiestas.
Polvorista
Es el encargado de transportar la pólvora que se usará para efectuar los disparos durante
todo el recorrido. También se encarga de realizar la carga de los mosquetes. No lleva
ninguna indumentaria especial y suele ir, durante el desfile, a la altura del cabo.
Mayordomos
El sistema de mayordomías en las fiestas de Béznar supone el ofrecimiento voluntario, a
diferencia de otras localidades donde se hace por designación (Rodríguez Becerra, 1982:
12), de cierta cantidad de dinero (en la actualidad una media de 150 euros
aproximadamente) con el objeto de sufragar los costes generados por la celebración. Al
dinero recaudado de entre los mayordomos, hay que sumarle los fondos obtenidos por
la Comisión de Fiestas a través de diversas actividades (organización de rifas,
publicación de libros, confección del programa, etc.) y la aportación municipal. Esta
comisión está formada cada año por un grupo distinto de personas que voluntariamente
se ofrecen para organizar estas actividades. Durante el desarrollo de las fiestas no son
objeto de ningún acto específico, a no ser que, como sucede habitualmente, sean
también mayordomos o mosqueteros.
147
Los mayordomos adquieren un especial protagonismo a lo largo de la jornada festiva en
el momento en que son homenajeados, individualmente, por parte de la banda y los
mosqueteros.
Banda de música
Hasta el último tercio del siglo pasado, el desfile era acompañado por un tamborilero.
Con el tiempo, este tambor ha sido sustituido por una banda de música de Dúrcal que
acompaña a los mosqueteros desde su salida, al alba. Por la tarde, se le suma también un
grupo de Majorettes.
Entonces venía un tamborilero, cuando yo salí la primera vez, que era de Dúrcal y venía todos los
años, le pasaba que llegaban las fiestas y no había que decirle nada, ya estaba aquí. Y estuvo
viniendo hasta que el hombre pudo, porque ya estaba muy viejo. Entonces buscaron a un
tamborilero de Granada, de la Cruz Roja, que se llamaba Juan, y Juan, un año, dijo que iba a traer a
su hijo, que era un redoblante. Entonces, ya venían dos, el tamborilero y el redoblante, ya iba a
más…. A los pocos años, se trajo cuatro o cinco cornetas de la Cruz Roja, y ya no me veas la que
armaron…. Pues ya venían todos los años. Hasta que ya empezó a venir una banda de Dúrcal…. y
ya vienen majorettes y todo (Vecino de Béznar, Mosquetero desde la década de los 50 del siglo XX).
Ilustración 2. Momento del desfile de los Mosqueteros. En primera posición aparece el Cabo, acompañado del polvorista a su derecha
Fotografía del autor (2009)
148
Secuencia festiva
El alba
La fiesta comienza entre las 6.00 y 6.30 h. de la mañana, cuando el cabo de los
Mosqueteros, acompañado por la banda de música que tocará la diana, realiza el primer
disparo para anunciar al resto de Mosqueteros que se va a iniciar la recogida y que deben
ir preparando sus trajes y armamento. Tradicionalmente, durante el alba, el cabo sólo
realizaba este primer disparo y otro inmediatamente antes de comenzar la recogida. En
la actualidad, suelen acompañarle algunos mosqueteros más, que disparan sus mosquetes
en diversos puntos del pueblo.
Tanto el cabo como el resto de los mosqueteros que le acompañan en el alba, aún no
visten su traje completo. El cabo no lleva su vistoso sombrero de flores y el resto puede
ir vestido de calle.
A esta hora son muchos los grupos de jóvenes que salen de la verbena56 para acompañar
los primeros disparos de los mosqueteros y bailar tras la banda de música. Durante este
tiempo, la banda interpretará marchas, pasodobles, himnos y hasta adaptaciones de los
últimos éxitos del pop.
Algunos grupos de vecinos se despiertan y esperan en la puerta de su casa o en la plaza
el paso del cabo y su comitiva. Tras recorrer algunos puntos de la localidad disparando
su mosquete, el cabo vuelve a su casa a descansar y sale de nuevo a las 8.00, para iniciar
la recogida.
56 “En Béznar la verbena nunca acaba hasta que el cabo pega el primer tiro”, nos decían algunos vecinos del pueblo, mientras esperábamos la salida del cabo a las 6.00 de la mañana alrededor de un café ́.
149
La recogida
La recogida la comienza el cabo, ya debidamente uniformado, disparando en la puerta
de la casa del primer mosquetero que encuentre a su paso. Cuando escuche el crujío57,
este primer mosquetero saldrá de su vivienda y realizará otro disparo. Luego se colocará
detrás del cabo e iniciarán el desfile. El mosquetero que ha salido disparará en la puerta
de la casa de su compañero de filas y así sucesivamente hasta que se haya reunido todo
el grupo.
Durante la recogida y siempre que la soldadesca recorre el entorno urbano de Béznar,
los mosqueteros desfilan en formación. El cabo dirige la marcha y está siempre delante.
El resto de los mosqueteros se agrupan por parejas, en dos filas, y marchan al ritmo del
tambor. Cuando se paran, flexionan alternativamente y de forma leve sus piernas,
izquierda y derecha, de manera que sus mantones y lazos estén siempre en movimiento.
Cada vez que, durante el desfile, se dobla una esquina, las parejas se cruzan de modo
que la hilera que estaba a la izquierda queda a la derecha en la nueva dirección, y
viceversa (Ilustración 3).
Cuando se llega a la casa del Sargento, se disparan dos mosquetes y éste se incorpora al
desfile junto al resto del grupo. Casi el total del recorrido se hace a pie, excepto cuando
se dirigen hacia Los Peloteos58, para recoger a algún Mosquetero o a homenajear a algún
mayordomo, que se hace uso de varios vehículos particulares.
57 Nombre por el que se conoce el ruido producido por el disparo del mosquete. En otras localidades cercanas también se le da este nombre al sonido procedente de los cohetes, las tracas y otros fuegos artificiales (cfr. González Alcantud 1993:27). 58 Los Peloteos es un barrio de Béznar, situado a un kilómetro aproximadamente del resto del casco urbano. Fue construido para albergar a las personas que vivían en el antiguo Barrio de Abajo de la (continuación de la nota al pie)
150
Ilustración 3. Recomposición de las hileras del desfile de los Mosqueteros en los cruces
Fuente: Elaboración propia
Nota: Si durante el recorrido, los Mosqueteros desfilan según el modelo A, al doblar una esquina la formación se recompondrá según el modelo B.
Una vez que todas las escuadras de Mosqueteros se han reunido, se dirigen hacia el
domicilio del Teniente Abanderado. Allí, la banda interpreta el himno de España, la
Marcha Real, y el Teniente sale a su puerta. Mientras tanto, el polvorista se encarga de
cargar y cebar los mosquetes y se realiza una descarga.
Tras la descarga, el Teniente se incorpora al desfile, junto al Sargento, y el grupo se
dirige hacia la plaza de San Antón, donde tendrá lugar el pase de revista.
El pase de revista
El pase de revista es uno de los actos que más espectadores atrae y muchos vecinos y
visitantes se congregan en la plaza de San Antón para ver su desarrollo. El sentido de
este acto es que el cabo, el sargento y el teniente, comprueben la correcta uniformidad
de la tropa. Esta comprobación también la realizan el resto de los asistentes, que gustan
de ver quién lleva bien el traje y quién no.
localidad, ante el riesgo de que sus antiguas casas pudieran sufrir inundaciones al construirse, entre 1977 y 1985, el pantano de Béznar.
151
Ilustración 4. Momento del pase de revista de los Mosqueteros en la Plaza de San Antón
Fotografía del autor (2009)
La revista comienza cuando, al borde exterior de la plaza de la Iglesia, desde la calle
Real, el cabo, de espaldas y a paso lento, a ritmo del tambor, desfila hasta la fachada del
fondo opuesto. Las dos hileras de Mosqueteros, una a cada lado del cabo, le siguen de
frente al mismo paso. Al llegar a la fachada opuesta a la entrada de la plaza, el cabo se
para y es flanqueado por el teniente y el sargento. Los Mosqueteros desfilan hasta
quedar frente al cabo. Una vez ahí, los dos primeros Mosqueteros se cruzarán y
emprenderán el camino hacia el exterior de la plaza, dejando las dos hileras de
mosqueteros que se están acercando al cabo en el centro. De este modo, se forman
cuatro hileras, dos que se dirigen hacia el exterior de la plaza, en los laterales; y dos que
se dirigen hacia el cabo, en el centro (Ilustración 5).
Cuando todos los Mosqueteros han desfilado frente al cabo, el abanderando y el pica, el
primero dispara su arma y el desfile continua en la calle Real. Es el momento del
homenaje a los mayordomos.
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Ilustración 5. Posición de las hileras durante el pase de revista.
Fuente: Elaboración propia
El homenaje a los mayordomos
Al finalizar el pase de revista, los Mosqueteros continúan el desfile y esta vez se pararán
en todas las viviendas en las que hay uno o varios mayordomos para rendirles el debido
homenaje. Hasta el último tercio del siglo XX, el número de mayordomos era
relativamente reducido, por lo que este acto podía hacerse en una sola jornada. La
ampliación de la celebración de la fiesta a dos días, ha sido motivada, entre otras
razones, por el aumento del número de mayordomos.
La gente cada vez va a más, va aportando más, van siendo más mayordomos que, digamos, que en
definitiva es lo que se pretende, porque son los que realmente costean las fiestas y cuánto más
mayordomos haya pues, digamos, que más económico es a nivel personal, porque cuánta mayor
sea la distribución del gasto, pues más económico sale. Por lo menos es un punto de vista mío, yo
creo que la tendencia es a más porque yo creo que la gente lo que le gusta y quiere es que perdure,
y la única forma de que perdure es colaborando con las mismas (Mosquetero y mayordomo).
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Ilustración 6. Homenaje a los mayordomos, a la izquierda de la imagen el Sargento y a la derecha el teniente
Fotografía del autor (2009)
El primer día se hace el homenaje a un grupo de mayordomos y el segundo al resto. El
teniente abanderado lleva una lista para recordar cuáles son las viviendas en las que hay
algún mayordomo. Y si en una casa en la que hay mayordomos, por olvido o confusión,
no se realiza este acto, éstos saldrán a recordar a los mosqueteros su deber de
homenajearles
… los mayordomos son las autoridades de las fiestas, porque ellos son los que responden al coste
de las mismas y es la máxima representación de las fiestas, en el sentido económico se refiere…
(Vecino de Béznar, mosquetero y mayordomo).
Para realizar este acto de homenaje se procede de la siguiente forma: el teniente
abanderado y el sargento pica, mirándose de frente, se colocan a ambos lados de la
puerta del domicilio. El sargento llama a la puerta y, cuando abre el mayordomo, la
banda empieza a tocar hasta que un Mosquetero efectúa un disparo. En el caso de que
haya más de un mayordomo en la vivienda, la banda volverá a tocar hasta que suene
154
otro disparo de mosquete y así sucesivamente, hasta que se hayan efectuado tantos
disparos como mayordomos vivan en el domicilio.
En algunas viviendas, los mayordomos ofrecen tanto a los Mosqueteros como a los
miembros de la banda de música, que les acompaña, algo para comer y bebidas
(refrescos, cerveza, sangría, etc.).
Cuando el homenaje a los mayordomos ha concluido, tiene lugar en la Iglesia de San
Antón la celebración de la eucaristía donde los Mosqueteros ocuparán un lugar
destacado.
La escolta del Santísimo Sacramento
Durante la celebración de la misa, los Mosqueteros llevan a cabo la llamada escolta del
Santísimo Sacramento. El acto sucede de la siguiente forma: el sargento (pica) nombra a
una pareja de Mosqueteros para realizar la primera escolta y los tres se dirigen, por la
nave central de la iglesia, hacia el altar mayor en fila de uno, quedando en el centro el
sargento. Al llegar a los pies de la escalinata que sube al altar, el sargento se inclina y
sujeta la pica por encima de los escalones señalando al altar mayor. Los Mosqueteros se
colocan a su lado y se arrodillan. Se levantan y suben los escalones, poniendo los dos
pies en cada uno de ellos. Al llegar al cuarto y último escalón, se vuelven a inclinar. Una
vez que se levantan, se colocan de pie, mirándose de frente, uno a cada lado de la
escalinata. Y allí permanecen hasta que son relevados por otra pareja. Cada escolta dura
unos 10 minutos, y todas las parejas de Mosqueteros la realizarán durante el desarrollo
de la liturgia, exceptuando al cabo, al teniente y al sargento.
Cada vez que una nueva pareja de Mosqueteros llega para hacer el relevo, se vuelve a
efectuar el mismo acto. La pareja que estaba realizando la escolta abandonará la posición
155
en la que se encontraba, para dejar paso a los dos nuevos Mosqueteros, y se colocarán
en el centro de la parte superior de la escalinata mirando hacia el sagrario. Entonces
volverán a hacer una reverencia, arrodillándose, y bajarán los escalones poniendo los dos
pies en cada uno de ellos, pero esta vez de espaldas, con la vista fija en el sagrario. Una
vez abajo, hacen una nueva reverencia, se dan la vuelta y se colocan en fila de uno,
dejando al sargento en el centro. Ya mirando hacia el coro a los pies de la iglesia,
saldrán.
A mediados del siglo pasado, este ritual tenía un procedimiento distinto. Varios
ejemplos: el avance hacia el altar mayor se realizaba por la izquierda, la escolta se hacía
de rodillas, etc. Según los escritos de Valentín del Río, recogidos en el libro Los
Mosqueteros del Santísimo de Ana María del Río, el protocolo en 1957 era el siguiente:
Al empezar la celebración de la Santa Misa, el Sargento, cuyo distintivo es una pica, nombra la
primera pareja de mosqueteros que han de cumplir esta misión. Los mosqueteros uno delante y
otro detrás del Sargento, avanzan hacia el Altar Mayor.
El Sargento inicia la subida acompañado rigurosamente por ambos mosqueteros y manteniendo la
pica en alto, se arrodillan en el primer escalón, haciendo el primer acatamiento; vuelven a
levantarse y suben al segundo escalón en el que repiten el mismo homenaje y al subir el tercer
escalón el Sargento rinde su Pica hasta tocar los tramos que parten y entonces la pareja de
mosqueteros terminan de subir los escalones que le falten y quedan arrodillados a ambos lados de
la escalinata.
Transcurridos unos quince minutos, el Sargento designa la segunda pareja para el relevo, el cual se
efectúa en las mismas condiciones en que lo hizo la primera, con la alteración de que una vez que
el Sargento rinde su arma –distintivo–, la primera pareja siempre de rodillas, se desplaza hacia el
centro de la escalinata, dejando libre el sitio donde habían permanecido arrodillados, sitio que pasa
a ser ocupado por la segunda pareja (Río, 2006: 68).
Mientras una pareja está realizando la escolta, el resto de los Mosqueteros espera fuera
del templo. Cuando el sacerdote eleva el cáliz para consagrar el vino, los mosqueteros
156
están preparados y a una señal del Sargento realizarán una descarga o salva con sus
mosquetes.
Al terminar la liturgia eucarística, los Mosqueteros volverán a desfilar hasta el domicilio
del Teniente Abanderado para proceder a su encierro hasta la hora de la procesión de
San Antón.
Comida popular y juegos infantiles
Una vez que ha concluido el desfile y el Teniente Abanderado ha sido encerrado, la
mayoría del pueblo y los visitantes se reúnen en la plaza de la iglesia, donde la Comisión
de Fiestas ha instalado una barra en la que se sirven distintos tipos de bebidas. Al mismo
tiempo, se comienza a repartir de forma gratuita un plato de paella a todo aquel que lo
solicite. Algunas personas se quedan comiendo en la plaza, mientras que otros grupos de
parentesco o de amistad se irán a sus casas con el arroz para comer y descansar. Poco a
poco los adultos abandonan la plaza y sólo van quedando grupos de adolescentes y de
niños y niñas. En ese momento se ponen en funcionamiento los cañones de espuma,
que ha instalado la Comisión y el Ayuntamiento de Lecrín, y los más jóvenes se quedan
divirtiéndose con la espuma y arrojándose agua unos a otros; mientras los adultos
descansan o toman café y otras bebidas en el único bar de la localidad59.
59 En la actualidad, solo hay un bar en Béznar, el bar de la Asociación Cultural San Antón, cuyo símbolo es la imagen de un mosquetero. Uno de los mosqueteros nos decía, subrayando el descenso de población que sufre Béznar, “aquí ya no hay trabajo, fíjate que solo queda un bar y yo he conocido hasta cuatro bares en el pueblo”.
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Recogida y desfile por la tarde
A las 18.30 h. aproximadamente, los Mosqueteros vuelven a desfilar hasta el domicilio
del Teniente Abanderado para recogerlo. Hay que destacar que por la tarde se
incorporan al desfile muchos niños y niñas de entre 4 y 14 años que, vestidos de
mosqueteros y portando pequeños mosquetes de juguete, realizan el paso y la revista
junto a sus mayores. Aunque la indumentaria de los niños es igual que la de los
mosqueteros adultos, en el caso de algunas niñas se sustituye el sombrero de flores por
un lazo rojo en el pelo; hasta el momento, sólo una mujer adulta, se ha incorporado un
año al desfile.
Tras recoger al Teniente, los Mosqueteros vuelven a la plaza de San Antón para iniciar la
procesión.
La procesión de San Antón y el revoloteo de la bandera
La imagen de San Antón es transportada hasta el exterior del templo por cuatro
hombres en un trono sobre ruedas; en la puerta de la iglesia, el Teniente y el Sargento,
uno a cada lado, esperan la salida del patrón en posición de saludo. En la Plaza se coloca
la imagen en la fachada opuesta a la entrada a la misma. Bajo la imagen se sitúan el cura,
las autoridades municipales (el alcalde o algún concejal) y los muchachos que han sido
elegidos “Rey” y “Reina” de las fiestas.
Entonces, un miembro de la banda empieza a tocar un redoble de tambor. Al ritmo del
redoble, el sargento desfila de espaldas a la imagen hasta encontrarse con el teniente, que
se ha quedado en el centro de la plaza dejando a su derecha la imagen del santo. En el
centro de la plaza, el sargento se gira y mira de frente al teniente. A una señal del
tambor, ambos vuelven a girarse quedando frente a la imagen. Entonces, dan tres pasos
158
hacia el santo, el tambor intensifica el redoble y ambos se inclinan apoyando la rodilla
derecha en el suelo, se quitan el sombrero con la mano izquierda y lo mantienen en la
dirección de la imagen, mientras con la mano derecha rinden sus insignias, la bandera y
la pica. Aún con el redoble, se levantan y se colocan el sombrero. Este acto se repite tres
veces dando pasos hacia delante y otras tres veces dando leves pasos hacia atrás, tras lo
cual el teniente se despoja por última vez de su sombrero y se lo deja al sargento para
iniciar el revoloteo de la bandera.
Ilustración 7. El Sargento Pica y el Teniente Abanderado haciendo una ofrenda a San Antón, momentos antes del revoloteo de la bandera.
Fotografía: Francisco Muñoz, extraída de www.padulcofrade.com
Para realizar el revoloteo o baile de la bandera se procede de la siguiente forma. El
teniente despliega la bandera en su totalidad, sujetándola con su mando izquierda en el
extremo inferior del mástil y con la mano derecha tres cuartas aproximadamente más
arriba. La banda comienza a interpretar un vals, “Olas del Danubio”60 de Ion Ivanovici,
60 Este acto del baile de la bandera se repite, con algunas variantes, en varias fiestas de la provincia de Granada, usándose incluso la misma música, como ocurre en las fiestas de Moros y Cristianos de Quéntar
159
y el teniente, al ritmo de la música, hace girar la bandera tres veces a su lado derecho;
después, en sentido inverso, la gira otras tres veces a su lado izquierdo y, por último
repite lo mismo elevando la mano izquierda por encima de sus ojos, de modo que la
bandera voltea a su espalda. Tras esto, el vals continúa sonando y el teniente sujeta la
bandera por encima de su cabeza, sólo con la mano izquierda en el extremo inferior del
asta, haciéndola girar, con el brazo extendido y tratando de sólo mover la muñeca, hasta
que quede enrollada al mástil; después volverá a girarla en sentido contrario hasta que
quede desplegada de nuevo. Al finalizar se inclina y con la rodilla derecha en el suelo
ofrece la bandera a la imagen del santo y, entonces, los mosqueteros que han estado
durante todo este protocolo en la calle aledaña a la plaza realizarán una nueva salva o
descarga con sus mosquetes. Este acto se volverá a repetir al finalizar la procesión y, en
algunas ocasiones, también en el barrio de Los Peloteos.
Finalizado el baile de la bandera, comienza la procesión. Los mosqueteros encabezan la
comitiva y disparan sus mosquetes en determinados puntos del trayecto. Tras ellos
desfila una de las bandas, acompañadas por un grupo de Majorettes que se incorpora al
recorrido por la tarde. Entre la banda y la imagen de San Antón, caminan un buen
número de vecinos y vecinas de Béznar. Tras el trono que porta la imagen de San
Antón, se sitúan el sacerdote, el alcalde u otras autoridades municipales, el “Rey” y la
“Reina” de las fiestas y, flanqueando a este grupo, el sargento y el teniente. A la espalda
de éstos, cerrando el desfile procesional, se coloca la otra banda de música.
Al llegar a la plaza de la ermita de San Antón, donde en 2007 el ayuntamiento de Lecrín
instaló el monumento al Mosquetero, se realiza una ofrenda floral a los pies de la
estatua, mientras la banda interpreta la Marcha Real y los Mosqueteros permanecen en
formación entre la hornacina de la ermita y el monumento.
160
Cuando el desfile procesional llega de nuevo a la plaza de San Antón, el teniente vuelve
a tremolar la bandera y, tras esto, se procede al encierro del Santo en la iglesia.
Por último, los Mosqueteros vuelven a hacer un pase de revista en la plaza, con lo que la
participación de los Mosqueteros en las fiestas concluye y tanto los bezneros como los
asistentes se dirigen a la verbena.
Indumentaria
Uno de los elementos más singulares de este ritual festivo es la indumentaria de los
Mosqueteros, así como la del Teniente y el Sargento. La composición del traje de los
mosqueteros encuentra su justificación en la historia del origen de la fiesta,
entendiéndose los distintos ornamentos que contiene como regalos que recibieron los
vecinos que volvieron victoriosos tras rescatar el Santísimo Sacramento:
Cuando las gentes del pueblo se enteraron de que se traían al Santísimo, que lo habían rescatado,
pues no me veas. Entonces, salieron todas las muchachas del pueblo y se despojaban de todo lo
que tenían: se sacaban sus lazos y se los colgaban en las correas, en los cinturones. Los ramos de
flores se lo ponían en los sombreros. Todos los adornos que llevaban las muchachas se lo ponían a
los mosqueteros. Cada prenda que llevan hoy los mosqueteros es un resultado de aquello (Vecino
de Béznar de 80 años, ex mosquetero).
El traje del Mosquetero está compuesto por un sombrero, adornado con flores, y un
coleto al que se le añade también una profusa ornamentación. El coleto es una especie
de chaleco de piel al que se le cosen unas mangas de tela roja. En el cuello llevan un
pañuelo blanco, anudado con un anillo. En la espalda del coleto se pueden observar
nueve moñas, hechas de tela de diversos colores. Bajo las moñas, y apenas perceptibles,
están cosidos dos lazos de distintos colores, uno formando la letra A y otro formando la
letra M (iniciales del Ave María). En los vértices de cada una de estas letras, entrelazadas,
se colocan las moñas. De los lazos, con los que se han formado las letras, sólo pueden
161
observarse con claridad los extremos que van sueltos por debajo del coleto. A la altura
de la cintura, los Mosqueteros llevan una faja roja, atada en el lado izquierdo. De esta
faja, por la parte trasera, cuelgan distintos mantones.
Ilustración 8. Espalda de algunos mosqueteros durante el pase de revista.
Fotografía del autor (2009).
El sombrero es de los denominados “catites” (Río, 2006) y destaca por su
ornamentación floral. La base del sombrero es redonda y está forrada de color rojo.
Sobre la base se coloca una estructura en forma cónica, hecha con alambres o cañas,
sobre las que se entremezclan ramos de flores.
El traje, y sobre todo la forma de llevarlo, es uno de los elementos de la fiesta que más
expectación suscita entre los participantes. Las mujeres, que tradicionalmente se han
dedicado a elaborar los trajes de los Mosqueteros de su familia, ponen mucho empeño
en su elaboración y en su colocación, de forma que todo quede “en su sitio”. Una mujer,
162
que lleva más de cincuenta años elaborando trajes a varones de su familia, nos lo
explicaba de la siguiente forma:
A mí me gusta que las cosas vayan en su sitio, no me gusta que las moñas vayan arrastrando…, no
me gusta que la moña vaya en la cintura, siempre debe ir tres dedos más alta de la cintura, por lo
menos tres dedos, para que vayan los mantones debajo de los lazos, que algunos se ponen la faja
encima y se la atan con una moña. Pero la faja es una faja, y se le echa un ataero de faja, con una
lazada, y las moñas pues se pone el AM, el nombre de la virgen me parece que es, y se pone que
caiga bien. Y luego pues las moñas se hacen con cinco lazadas y se van pegando para que vayan
parejas y que vaya bien. Es cosa de tener un capricho de que esa persona salga bien (…). No se
mira el tiempo, yo me gusta ver lo que hago (vecina de Béznar).
Ilustración 9. Tiraores de Quéntar (en primer plano) durante las fiestas de Moros y Cristianos. Momento de la procesión.
Fotografía del autor (2009).
La elaboración del traje, como decimos, se hace en el ámbito doméstico y corresponde a
cada Mosquetero o grupo doméstico tanto su elaboración como su coste y su
mantenimiento. Sin embargo, los trajes del sargento y del teniente son, como nos decía
un vecino, “propiedad del pueblo” y se guardan en la iglesia. Estos trajes son totalmente
diferentes al del resto de Mosqueteros y están inspirados en la época napoleónica (Río,
163
2006: 67). Están compuestos por una casaca negra con faldones hasta las corvas, peto
rojo con botones dorados, guantes y pantalón blanco. El sombrero es un bicornio
emplumado de color negro, con adornos rojos y amarillos.
Otras fiestas de la provincia de Granada destacan por la presencia de personajes que,
ataviados de una forma parecida a la de los Mosqueteros de Béznar, hacen tronar
distintos tipos de armas. Es el caso, por ejemplo, de los “tiraores” de Campotéjar y de la
fiesta de Moros y Cristianos de Quéntar.
Los mosquetes
Este ritual festivo no podría entenderse sin el estruendoso sonido producido por los
Mosquetes. Esta “pasión por el ruido” ha sido descrita en otros fenómenos festivos que
se celebran en localidades cercanas, como es el caso de los Guájares (González
Alcantud, 1993: 13-36), y en otros rituales de Andalucía, como en la Semana Santa de
Priego de Córdoba (Briones, 1999: 53-57). El gusto por el ruido producido por los
disparos de mosquete puede considerarse, de hecho, un elemento de identificación con
la fiesta. Y, del mismo modo, el visitante foráneo que manifiesta su desconcierto ante el
estruendo de los mosquetes, podrá ser objeto de amables mofas.
Qué se siente cuando se escucha un mosquetazo, eso depende de quién es el que lo sienta. Para
algunos les parecerá un espanto, para otros pues es… digamos, de lo que vive y por lo que sale
también. Porque es parte de su ritual durante todo el día y lo oye agradablemente. Después puede
haber gente que el sonido le parezca un poco más desagradable, pero eso es una cuestión
personalísima de cada uno (mosquetero).
Los mosquetes son armas de avancarga, es decir, que son cargadas por el cañón. Tienen
una longitud media aproximada de un metro y ochenta centímetros, y un peso de entre
12 y 14 kilos. Se componen de la campana (lugar por el que se realiza la carga), el cañón,
la caña o madera y la culata. Una pieza esencial es la llave, que permite efectuar los
164
disparos. La llave esta compuesta por espoleta, espejuelo y cebador. La espoleta, que
lleva una piedra de pedernal, se tira hacia atrás y se suelta. Entonces golpea con el
espejuelo y produce una chispa que prende la pólvora del cebador y se produce el
disparo.
Según los testimonios de informantes y algunos autores (Brisset, 1997; Rodríguez
Becerra, 1982; Río, 2006) aún quedan en Béznar mosquetes originales del siglo XVI.
Hasta el último tercio del siglo XX, la mayoría de los mosquetes se transmitían
hereditariamente en el seno de la misma familia (Rodríguez Becerra, 1982: 371). Quién
no disponía de mosquete propio, podía alquilárselo a una familia propietaria, que en el
año en cuestión no tuviese ningún mosquetero. En la actualidad, la mayoría de los
mosqueteros encargan réplicas a fábricas de armamento del País Vasco o Valencia y su
coste aproximado ronda los 1.200 euros.
En la representación de Moros y Cristianos de Quéntar también se utilizaban
mosquetes, pero éstos fueron confiscados por grupos de falangistas durante la guerra
civil (Brisset, 2008) y han sido sustituidos por trabucos, más pequeños y disparados con
gatillo.
Una nota final
Las fiestas, en tanto que expresiones culturales vivas, están sujetas a transformaciones
continuas. Quienes participan en la fiesta son sus legítimos propietarios, los portadores
de este patrimonio, y a ellos les corresponde dirigir la dirección de los cambios que se
realicen en el ritual. En este sentido, es importante tener en cuenta que la descripción de
“los Mosqueteros del Santísimo Sacramento” que acabamos de exponer corresponde a
la observación que hemos hecho en un periodo concreto (las fiestas de 2009) y a las
165
entrevistas que hemos realizado a un grupo de participantes en las fiestas en fechas
próximas a la celebración. Por lo tanto, algunos de los actos que aquí se describen
pueden haber cambiado ya, una vez publicado este trabajo. En cualquier caso,
esperamos que esta descripción permita dar cuenta en el futuro de los cambios
acaecidos en la fiesta y contribuya a la generación de nuevos trabajos que profundicen
en la significación social de los Mosqueteros y su carácter patrimonial.
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CASTAÑO, F.J. Fiesta, tradición y cambio. Granada: Proyecto Sur
166
167
TEXTO 3. IDENTIFICACIÓN/PRODUCCIÓN DEL PATRIMONIO
INMATERIAL EN ANDALUCÍA. UN ANÁLISIS A TRAVÉS DEL CASO DE
LOS MOSQUETEROS DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO DE BÉZNAR
(GRANADA)
Artículo de revista publicado en
López López, J. de D., & Ruiz Ruiz, J. F. (2013). Identificación/producción del
patrimonio inmaterial en Andalucía. Un análisis a través del caso de los Mosqueteros
del Santísimo Sacramento de Béznar (Granada). Gazeta de Antropología, 29(1).
Retrieved from http: //www.gazeta-antropologia.es/?p=4190
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RESUMEN
El objetivo principal de este trabajo es mostrar que la identificación de patrimonio
cultural y la producción de patrimonio cultural no constituyen dos procesos distintos,
sino que ambas expresiones designan básicamente lo mismo: la asignación de valores
patrimoniales a determinados elementos culturales. A partir del análisis de un caso
concreto en el cuál hemos intervenido directamente, la fiesta de los Mosqueteros de
Béznar en la provincia de Granada, señalamos cómo determinadas dimensiones y
procesos sociales de la fiesta han sido transformados en “valores culturales” en el
proceso de identificación/producción patrimonial. Finalmente, abogamos por potenciar
la capacidad del patrimonio como instrumento para la reflexividad cultural, lo que
constituye para nosotros la principal tarea de la antropología en este ámbito.
ABSTRACT
The main objective of this paper is to show that the identification of cultural heritage
and the production of cultural heritage are not separate processes, but rather that both
expressions serve to address basically the same: the allocation of patrimonial values to
certain cultural elements. From the analysis of a case study in which we participated
directly, the festival of Béznar Musketeers in the Andalusian province of Granada, we
show how certain dimensions and social processes of the fiesta have been transformed
into "cultural values" in the process of identification / production of heritage. Finally,
we defend that is important to enhance the heritage as a tool for cultural reflexivity,
what, in our opinion, should be the main task of anthropology in this area.
PALABRAS CLAVE
Rituales, Fiestas, Patrimonio, Identidad
KEYWORDS
Rituals, Fiestas, Heritage, Identity
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Los patrimonialistas no descubren, construyen herencia
cultural (José Antonio Fernández de Rota)
n este trabajo pretendemos dar cuenta de cómo hemos intervenido
directamente en un proceso de patrimonialización institucional,
redactando el expediente de inscripción en el Catálogo General del
Patrimonio Histórico de Andalucía (CGPHA) de la fiesta denominada los “Mosqueteros
del Santísimo Sacramento” que se celebra en la localidad granadina de Béznar.
Mostraremos de qué forma hemos identificado algunas dimensiones de la fiesta que, en
el proceso de patrimonialización, han sido transformadas en “valores culturales”. Para
ello comenzaremos exponiendo el contexto institucional en el que se desarrolla este
trabajo de documentación de la fiesta como parte fundamental de su proceso de
patrimonialización institucional y continuaremos señalando las dimensiones sociales de
este ritual festivo que hemos empleado para justificar su inscripción en el CGPHA: su
raigambre histórica y su imbricación en las memorias colectivas, su centralidad en los
procesos de identificación local y las formas de sociabilidad posibilitadas por el contexto
festivo. El mero hecho de utilizar estas dimensiones en la justificación de la
consideración patrimonial de este ritual es uno de los instrumentos principales por el
que quedan transformados en “valores”.
E
170
Como hemos expuesto en otro lugar (López López, 2011), uno de los mecanismos
fundamentales utilizados en la transformación patrimonial de determinadas expresiones
culturales es su presentación “des-conflictualizada”, de modo que puedan ser
interpretadas en términos de “vinculación comunitaria” y no de expresión del conflicto.
Sin embargo, como no podía ser de otra forma, el conflicto forma parte inherente de la
mayor parte de las fiestas celebradas en Andalucía. Así, tras la descripción de las
dimensiones utilizadas en la justificación patrimonial de las fiestas, analizamos dos
aspectos de “Los Mosqueteros” que, si no obtuvieran una respuesta local adecuada y en
gran medida consensuada, podrían dificultar la consideración patrimonial del ritual al
discordar con ciertas expresiones declarativas de valor dominantes61, como la igualdad
de género o el desarrollo armónico de las relaciones entre las instituciones, la sociedad
civil y la ciudadanía en general.
Finalmente, lejos de tratar de establecer unas conclusiones más o menos definitivas,
abogamos por la potenciación de la capacidad reflexiva del patrimonio como la principal
tarea del quehacer antropológico en este ámbito.
1. Contexto institucional: la catalogación del patrimonio inmaterial en
Andalucía
El debate en torno al patrimonio inmaterial se ha intensificado notablemente en la
última década. A ello ha contribuido de un modo muy especial la publicación en 2003,
61 Coincidimos con Ángel Díaz de Rada (2007) en la necesidad de superar la reducción del valor a una “expresión declarativa de preferencia” y abordar su análisis considerándolo como “una relación diferencial entre sujetos sociales localizados”. En el campo del patrimonio, es imprescindible tomar en consideración la desigual distribución de capacidad política para atribuir criterios de valor entre los agentes implicados en los procesos de patrimonialización, fundamentalmente las administraciones públicas y sus “sistemas expertos” asociados, la sociedad civil (hermandades, asociaciones, ONG…) y la población local en general.
171
por parte de la UNESCO, de la Convención para la Salvaguarda del Patrimonio
Inmaterial y el reconocimiento de diversas expresiones culturales como Patrimonio
Inmaterial de la Humanidad, etiqueta otorgada por esta institución supranacional a
candidaturas presentadas en concurrencia competitiva (Velasco, 2012c).
La mayor parte de las expresiones culturales, que tienen cabida bajo esta etiqueta,
gozaban ya con anterioridad de cierto reconocimiento por parte de las legislaciones
nacionales en Europa. Bajo diversas expresiones, siendo las más comunes las de
Patrimonio Etnográfico o Etnológico, estas legislaciones nacionales incluían los
aspectos de la cultura, no exclusivamente “materiales”, que ahora se agrupan bajo el
rubro de patrimonio inmaterial. En España, la primera referencia legislativa al
patrimonio etnológico aparece en la Ley 16/1985, de 25 de Junio, de Patrimonio
Histórico Español, y, bajo diversas fórmulas (Pérez Galán, 2011b), se mantienen en el
desarrollo legislativo al respecto desarrollado por las distintas comunidades autónomas.
En el caso de Andalucía, la Ley 1/1991, de 3 de Julio, de Patrimonio Histórico de
Andalucía, dedica el Título VII completo al “Patrimonio Etnográfico”; etiqueta que se
cambia en el Título VI de la ley posterior (Ley 14/2007, de 26 de noviembre, del
Patrimonio Histórico de Andalucía), por la de “Patrimonio Etnológico”.
Como hemos apuntado antes, el encargo que asumimos fue realizar un estudio sobre la
fiesta de “Los Mosqueteros del Santísimo Sacramento”, de Béznar, con objeto de
incluirla, por constituir una actividad con un interés etnológico destacado, en el
CGPHA. En la Ley 14/2007 de Patrimonio Histórico de Andalucía, se establece el
Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz como un “instrumento para la
salvaguarda de los bienes en él inscritos, la consulta y divulgación de los mismos”.
Existen tres tipologías de bienes que podrán ser incluidos en el catálogo: Bienes de
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Interés Cultural (BIC), Bienes de Catalogación General y los que se incluyen en
Inventario General de Bienes Muebles del Patrimonio Histórico Español; siendo los
primeros (BIC), los que gozarán del mayor grado de protección que prevé le ley. El fin
del estudio en torno a la fiesta de Los Mosqueteros es incluir esta manifestación cultural
como Bien de Catalogación General. El artículo 63 de dicha ley establece lo siguiente:
La inscripción en el CGPHA de prácticas, saberes y otras expresiones culturales como actividades
de interés etnológico les conferirá preferencia entre las de su misma naturaleza a efectos de su
conocimiento, protección, difusión, así como para la concesión de subvenciones y ayudas públicas
que se establezcan. Asimismo, serán especialmente protegidos aquellos conocimientos o
actividades que estén en peligro de desaparición, auspiciando su estudio y difusión, como parte
integrante de la identidad andaluza. A tal fin se promoverá su investigación y la recogida de los
mismos en soportes materiales que garanticen su transmisión a las futuras generaciones (Ley
14/2007, de Patrimonio Histórico de Andalucía)
Como puede observarse, la legislación establece el Patrimonio Histórico de Andalucía62
como el conjunto de elementos o rasgos diacríticos que definirían la identidad andaluza.
Ya en la Exposición de motivos de la ley se considera al patrimonio como “la expresión
relevante de la identidad del pueblo andaluz, testimonio de la trayectoria histórica de
Andalucía y manifestación de la riqueza y diversidad cultural que nos caracteriza en el
presente”. La legislación confiere, por lo tanto, un sólido vínculo entre patrimonio e
identidad. Nuestro punto de partida teórico difiere en el sentido de que la identidad no
preexiste a su propia acción, a su puesta en escena. Dicho de otra forma, los procesos de
construcción identitaria no son anteriores a los procesos de patrimonialización, sino que
ambas expresiones designan un proceso único consistente en la elaboración de una
narrativa del “nosotros” mediante la instrumentalización de expresiones culturales
62 Una de las críticas que ha recibido la ley por parte de algunos antropólogos ha sido su propia denominación, considerando que hubiese sido más acertado denominarla Ley de Patrimonio Cultural, pues el concepto de Patrimonio Histórico resulta más restrictivo.
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específicas. La diferencia, aunque parezca mínima, es notable. Durante la fase de
redacción de la Documentación Técnica de los Expedientes de Inscripción de las fiestas
en el CGPHA, hemos tenido en cuenta esta distinción, especialmente en el apartado que
el Reglamento de Protección y Fomento del Patrimonio Histórico Andaluz (Decreto
19/1995) dedica a la justificación de la inclusión en el catálogo de cualquier actividad y
que hace hincapié en la necesidad de esclarecer “los valores etnológicos (históricos,
tradicionales e identitarios)” de la actividad en cuestión63. En los siguientes epígrafes,
dedicados a la descripción etnográfica y al análisis de la fiesta de los Mosqueteros, se
recoge parte de la información a partir de la cual se ha elaborado la Documentación
Técnica necesaria para la catalogación de la actividad.
Por último, es necesario aclarar que la iniciativa de inscribir estas fiestas en el CGPHA
parte de la propia Delegación Provincial de la Consejería de Cultura de la Junta de
Andalucía en Granada, que desde el año 2006 viene prestando una especial atención al
Patrimonio Etnológico e Inmaterial de la provincia64. Si bien las administraciones locales
afectadas han iniciado algunos proyectos de patrimonialización de estas fiestas, sus
esfuerzos se han inclinado más por resaltar su potencialidad como recurso de atracción
turística.
63 La documentación técnica que justifica la inscripción de determinado bien, material o inmaterial, en el CGPHA está regida por un reglamento que establece unos epígrafes que han de guiar la redacción del texto. En Más allá de la música: Antropología y flamenco, Cristina Cruces realiza un análisis sobre dicho reglamento en un capítulo dedicado al proceso de declaración como Bien de Interés Cultural de los registros sonoros de la Niña de los Peines. Actualmente está en elaboración el proyecto del nuevo reglamento por el que se desarrollará la legislación vigente en Andalucía Proyecto de Reglamento General de Desarrollo de la Ley 14/2007, de 26 de Noviembre, del Patrimonio Histórico de Andalucía. 64 La incorporación de Antropólogos Sociales y Culturales a las Delegaciones Provinciales andaluzas, ha sido fundamental para el reconocimiento y protección del Patrimonio Etnológico e Inmaterial. Hasta entonces este tipo de patrimonio había permanecido eclipsado por otras tipologías que gozan de mayor tradición y que responden a visiones más clásicas de la materia (patrimonio histórico-artístico, arquitectónico, arqueológico, monumental).
174
2. La celebración de la fiesta en la actualidad
La localidad de Béznar pertenece al municipio de Lecrín, que está constituido por seis
pueblos: Talará, Murchas, Acequias, Mondújar, Chite y Béznar. Este municipio se
enclava en la comarca del Valle de Lecrín, en el centro de la provincia de Granada.
Béznar es una localidad eminentemente agrícola, destacando su producción de cítricos y
frutales. Por otra parte, Béznar presenta un considerable descenso demográfico, debido,
entre otros factores, a la emigración y al envejecimiento de su población. Entre 1986 y
2008 ha perdido alrededor del 24% de su población, habiendo pasado de 458 habitantes
en 1986 a 350 en 200865.
En esta localidad se celebra cada primer fin de semana de septiembre un ritual festivo
denominado “los Mosqueteros del Santísimo Sacramento”, también conocido como
“los Mosqueteros de Béznar” o “los Mosqueteros de San Antón”. La fiesta se desarrolla
durante las jornadas del sábado y el domingo, repitiéndose cada día la misma secuencia
de actos. Además, el viernes anterior, los Mosqueteros desfilan por la tarde por las calles
de la localidad para anunciar el comienzo de las fiestas.
Sigue el modelo de las soldadescas, descritas por Brisset (2001) para el caso de las fiestas
de Moros y Cristianos, con las que comparte algunas características, sobre todo con las
celebradas en la Alpujarra y en la mayor parte de Andalucía. Sin embargo, no puede ser
encuadrada dentro de éstas, puesto que carece de representación del enfrentamiento o
las escaramuzas entre dos bandos.
65 Datos elaborados a partir del Sistema de Información Multiterritorial de Andalucía (SIMA).
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El origen de las soldadescas son las milicias locales organizadas por los Reyes Católicos,
encargadas de la protección del territorio circundante, que fueron incorporándose a la
celebración de las festividades de sus respectivas localidades. Felipe II configuró la
jerarquía de estas milicias estableciendo las siguientes figuras: capitán, alférez, sargento,
cabo y soldados (Brisset, 2001). En la actualidad, los Mosqueteros de Béznar se
estructuran de un modo similar: teniente, sargento, cabo y mosqueteros.
3. La producción de valores culturales en la transformación patrimonial
de la fiesta
A continuación presentamos algunos resultados del trabajo de campo, realizado en
torno a la fiesta de los Mosqueteros, que han sido utilizados en la justificación de su
carácter patrimonial, se trata de los procesos o dimensiones sociales que hemos
propuesto como “valores culturales y patrimoniales” de la fiesta. Entre estas
dimensiones se deben destacar las siguientes:
1. Raigambre histórica de la celebración y sus implicaciones en la memoria colectiva
2. Centralidad del fenómeno dentro de los procesos de identificación local
3. Las diversas formas de sociabilidad que propicia el contexto festivo.
3.1. Raigambre histórica y memoria colectiva
José Luis García (2000) distingue dos modalidades de ritual festivo: las celebraciones y
las conmemoraciones. Estas últimas se definirían por estar firmemente ancladas a un
hecho del pasado (o a una determinada versión de éste), por ajustarse a un guion estricto
que marca todo el tiempo festivo y, sobre todo, porque la participación de la mayoría de
los asistentes a la fiesta es pasiva, observándose una clara distinción entre protagonistas
y espectadores. Por el contrario, en las celebraciones la frontera entre protagonistas y
176
espectadores sería mucho más difusa y la participación en general más activa, el guion
tendría mayor flexibilidad y el anclaje al “hecho pasado” sería menor. Pues bien, en la
actualidad, los Mosqueteros del Santísimo se entienden mejor como una celebración del
“estar juntos” y como un contexto para la reafirmación y reconstrucción de la(s)
identidad(es) local(es), que como la conmemoración de un hecho histórico concreto.
Aunque hubiese sido creada en su origen como una conmemoración dirigida a la
“resemantización del territorio”, tras la expulsión de la población morisca (González
Alcantud, 2002: 148-170). Como explica José Luis García (2000), determinados
acontecimientos pueden provocar que una conmemoración terminé convirtiéndose en
una celebración y, al contrario, que una celebración se transforme con el tiempo en una
conmemoración.
En efecto, el origen de la fiesta de los Mosqueteros del Santísimo Sacramento de Béznar
es la conmemoración de la victoria de una milicia local al rescatar el sagrario y a una
mujer joven, que habían sido secuestrados por un grupo de moriscos sublevados antes
de iniciarse la guerra de las Alpujarras (1568-1571). Estos hechos, recogidos por algunos
historiadores y eruditos locales (Sánchez, 2004; Río, 2006), han formado parte de la
tradición oral de Béznar. Un hombre de 82 años que reside alternativamente entre
Béznar y Granada capital nos relataba esta historia de un modo muy expresivo:
Mataron a dos y se llevaron a una mujer, también, con ellos, y la hirieron, le cortaron un brazo, y
con las mismas pues se fueron. Ya habían hecho cosas en el pueblo, estaban siempre haciendo
cosas. Pero ya la gente se cansó y dijeron que iban a ir con lo que fuera en busca de ellos.
Entonces les dijeron que no fueran, que no fueran porque ellos tenían sus alfanjes y sus cosas y los
iban a matar a todos. Pero la gente, sobre todo los mozuelos, ya dijeron: “vamos a por lo que sea”.
Pero resulta que aquí, por aquellos entonces, venía a veranear mucha gente. Venía Don Juan de
Austria que tenía un sitio ahí, donde paraba, que le llaman el Palacio…. Y por entonces había
también ahí un señor, que era un alférez, de los tercios de Flandes, que estaba aquí. Y les dijo: “no,
no, no, quietos, vamos a ver”. Y por mano de él, fueron a Granada y consiguieron que Don Juan
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de Austria les diera unos mosquetes, les dio 25 mosquetes. Entonces, con eso ya sí. Claro, los
sarracenos no conocían la pólvora. Claro, cuando llegaron y pegaron cuatro tiros por estos
barrancos y retumbaba todo, dijeron los moros: “vámonos de aquí...”. Llegaron y se encontraron a
la muchacha en una cueva. La muchacha, por lo visto, en un descuido… porque los sarracenos
hacían burla del Santísimo… entonces, la muchacha en un descuido cogió el Santísimo y se lo
guardó en el pecho. En eso fue cuando llegaron los mosqueteros. Luego a la muchacha le dieron
una paga para toda la vida…. Entonces los mosqueteros se vinieron para abajo, a gusto, con el
Santísimo (E2).
En algunas ocasiones, se ha recogido esta historia en el programa de fiestas de la
localidad, lo que, sin duda, ha contribuido a fijar algunos elementos de la tradición oral.
Transcribimos algunos fragmentos del relato que se publicó bajo el título Historia de los
mosquetes en el programa correspondiente al año 2005.
La política intransigente de Felipe II hace crecer el descontento de la población morisca y el
aumento de los grupos de monfíes. Esta situación provoca enfrentamientos entre los moriscos y
los cristianos como el sucedido en Béznar en torno al año 1566. Sucedió que una fracción de la
partida de Igrahín Agad de la Zubia de los monfíes del Nazcoz de Nigüelas atacó al Beneficiado y
a su séquito cuando se dirigía a dar el Santísimo a un enfermo. Resultando muerto el Sacristán y un
labrador, siendo cautiva la hija de éste, María Trinidad y robado el Santísimo que era conducido en
el portaviático.
Conocido el suceso, el pueblo se reunió en la plaza y los hombres querían perseguir a los monfíes
si no hubiesen sido impedidos por las autoridades. En esta confusión se presentó un alférez de los
tercios de Flandes, D. Martín Alonso de Frías, el cual organizó una Hermandad cuya principal
misión era rescatar al Santísimo, para ello acudieron al Marqués de Mondéjar D. Luis Hurtado de
Mendoza que les concedió 25 mosquetes y arcabuces….
D. Juan de Austria conoció de todas estas hazañas por boca del alférez Martín Alonso de Frías. El
Príncipe concedió a María Trinidad una pensión como premio a su heroísmo y a los mosqueteros
el privilegio de escoltar el Santísimo, a la vez que los uniformaba. Todo esto sucedió en Béznar,
según constaba en un manuscrito de 1571 que existía en el Archivo Parroquial de Béznar
(Programa de las Fiestas en Honor a San Antón de Béznar, 2005)
El conocimiento de este relato histórico es sólo uno más de los instrumentos que los
individuos pueden usar para vincularse al resto del grupo en el contexto de la fiesta (de
hecho, entre nuestros informantes, protagonistas destacados en el ritual, se dan muchas
178
confusiones acerca del origen, y no son pocos quienes lo sitúan en la conquista de
Granada por los Reyes Católicos en 1492). En este sentido, mucho más importante que
conocer el hecho en sí, se pueden enumerar otros elementos que vehiculan la
identificación con el grupo: la adecuada ejecución de los ritos, la correcta colocación de
los distintos componentes de la indumentaria, y, sobre todo, la participación continuada,
año tras año, en la fiesta.
Los Mosqueteros del Santísimo forman parte de la memoria colectiva de “los bezneros”,
pero esta memoria no está construida sólo por los hechos sancionados por los
historiadores y los textos escritos, sino que se trata de una memoria basada en la
experiencia y construida en un ámbito local y/o doméstico.
Cuando se interroga a los participantes acerca de las motivaciones que les llevan a actuar
en la fiesta o se les pregunta qué es lo que sienten cuando se visten de Mosqueteros y
desfilan por las calles de Béznar, la respuesta más habitual tiene que ver con el recuerdo
de la participación de sus familiares y con el deseo de formar parte de una celebración
única que identifica al pueblo de Béznar en el contexto de la provincia y de la
comunidad autónoma. A esta pregunta nos respondieron varios participantes en la
fiesta, reproducimos a continuación sus palabras. El primer párrafo corresponde a un
joven de 28 años, el siguiente a un hombre de 40 años y el último a un muchacho de 16,
los tres residen en el municipio.
Lo que siento… pues es un cúmulo de sensaciones que no se pueden explicar. Mi padre salió de
abanderado, mi hermano también, yo he salido de abanderado, he salido también de mosquetero, y
es que lo lleva uno en la sangre, le gusta, paga por hacerlo… y ya te digo, no se puede explicar, es
una sensación muy grande (E6).
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Yo empecé a salir de mosquetero porque te hace ilusión. Lo ves desde chiquitillo, lo mamas… y es
una cosa, que es un orgullo salir en tus fiestas… y es una manera de rendir un homenaje a tu
pueblo (E4).
Es una cosa única de este pueblo, que se conoce ya por muchas zonas de todo el valle, en Granada
también hemos estado, en Sierra Nevada… y todo el que lo ha visto se ha quedado impresionado
(E8).
El “valor histórico” de la fiesta no procede de su capacidad para transmitir una serie de
conocimientos académicos sobre el siglo XVI, aunque también puede actuar de esa
manera. Su “valor histórico”, a nuestro juicio, radica en el uso que le han dado sus
protagonistas para crear una sensación de continuidad con el pasado, para dotar de la
cualidad de antepasados a quienes, de una forma u otra, celebraron la fiesta con
anterioridad. Se produce así un “enlace de tiempos” (Fernandez, 2004) que vincula al
presente con el pasado para proyectar, al “nosotros” escenificado en la fiesta, hacia el
futuro.
3.2. Centralidad de la fiesta en los procesos de identificación local
La mayoría de estudios sobre el ritual, y concretamente sobre los de carácter festivo,
subrayan la importancia de éstos en la construcción social de identificaciones colectivas.
Esto ha producido un cierto automatismo en el ámbito de las ciencias sociales y se ha
asumido la relación entre ritual e identidades sin aportar las explicaciones necesarias a
este respecto.
Atribuir al ritual la capacidad de construir identidades sociales… puede ser una obviedad si no se
justifica la relevancia y especificidad de esa construcción. Identidades sociales las producen los
encuentros esporádicos entre personas, la coincidencia de la gente en las instituciones, la
participación en un viaje organizado, las desgracias colectivas…. Casi todos los acontecimientos de
la vida social son susceptibles de desarrollar una dimensión identitaria (García García, 1999: 502).
180
De este modo, es importante tener presente que la mera existencia de la fiesta no genera
identidad por sí sola, sino que constituye un elemento cultural que, al ser revestido de
significados y valores patrimoniales, se convierte en un instrumento poderoso para la
reafirmación, reformulación y escenificación de “lo beznero” frente a “lo no beznero”.
La centralidad de la celebración de los Mosqueteros del Santísimo en los procesos de
identificación local, que adquiere tintes étnicos por el uso de un lenguaje biologizante66
(“lo lleva uno en la sangre”), puede observarse a partir de un enfoque emic y de la
utilización icónica de la imagen del Mosquetero asociada a la localidad67. Esto no quiere
decir que los protagonistas de la fiesta no participen de otra serie de procesos de
identificación colectiva, pero en este contexto festivo es la construcción y reafirmación
de la identidad local lo que adquiere mayor relevancia, lo que se pone en escena.
Por otra parte, los Mosqueteros del Santísimo Sacramento han posibilitado a la sociedad
de Béznar verse reconocida en el exterior, a pesar de su reducido número de habitantes
y su paulatina despoblación. O de otra forma, le ha permitido auto-reconocerse en el
reconocimiento exógeno. Por eso son tan importantes, dentro del imaginario de “los
bezneros”, las salidas que han hecho los Mosqueteros fuera de la localidad. Aún hoy, y
aunque muchos no tienen un recuerdo empírico, las gentes de Béznar relatan al visitante
el papel que los Mosqueteros desempeñaron en el Congreso Eucarístico que se celebró
en Granada en 1957; y por el mismo motivo, muchos explican su malestar por la
posición “folklórica” que les adjudicaron en la procesión del Corpus de Granada en
66 Para contrastar este fenómeno de identificación “cuasi-étnica”, asociada a procesos de producción y consumo cultural, véase Dietz y Piñar (2000: 94). 67 El cartel que anuncia la llegada a Béznar está decorado con la imagen policromada de un mosquetero, el único bar de la localidad es un verdadero museo de los mosqueteros y sus paredes están completamente cubiertas de fotografías de las fiestas, las más antiguas de los años 50. Además, en la plaza de San Antón se erigió en 2007 un monumento “al mosquetero”.
181
2008. Antonio, un hombre que comenzó a desfilar como mosquetero a principios de los
50, sí que estuvo en ambas ocasiones y nos lo contó así:
Ese año volvieron a ir otra vez a escoltar el Santísimo [a Granada, durante las fiestas del Corpus de
2008]. Fueron, pero no fueron escoltando al Santísimo. Fueron delante, como si fueran otra cosa
distinta. Pero es que cuando nosotros fuimos [Congreso Eucarístico de 1957], fuimos escoltando
al Santísimo, delante de la Custodia. Pero el año pasado iban como folklore, al lado de la Tarasca, y
los Mosqueteros no es eso, los Mosqueteros no es folklore, los Mosqueteros es lo que es y deben
de ir por donde tienen que ir, con la Custodia (E2).
Por último, a pesar del invocado origen histórico de la fiesta, situado en la victoria local
sobre un grupo de moriscos, los procesos de construcción identitaria que se activan
mediante el ritual, se debe insistir en ello, tienen un marcado carácter local. Dicho de
otra forma, las identidades escenificadas durante el tiempo festivo se construyen (en
oposición dialéctica y no en confrontación) frente al “otro” no local, frente al “no
beznero”; y no frente a un fantasmagórico “otro” caracterizado como “moro”,
“morisco”, “sarraceno” o “monfí”. Para conservar las huellas del pasado, antes hay que
borrar sus cicatrices. Como escribe Francisco Checa, refiriéndose a las fiestas de moros
y cristianos (muy emparentadas con la festividad de los Mosqueteros),
… posibilita una reproducción, simbólica, de identidades. De tipo local (ser del pueblo), de clase
social (saneados o pobres), familiar (de prestigio) y grupal (de género y edad). En la actualidad en
ningún pueblo se reproduce la identidad ideológico-cultural de representar a los vencedores
(Checa, 2000: 24).
Antes de su declaración institucional, la instrumentalización de las fiestas como
expresión de los procesos de identificación local supone el primer paso hacia su
activación patrimonial. El tratamiento patrimonial que reciben las fiestas por parte de la
población local es una condición básica para su reconocimiento institucional y la única
garantía para la “salvaguarda” y continuidad del ritual.
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3.3. Sociabilidad y formas de participación
El marco festivo propicia diversas formas de participación y contextos de sociabilidad
con distintos niveles de formalidad, a pesar de la aparente rigidez del guión que articula
el conjunto de actos que tienen lugar durante este ritual festivo, y de que la tropa de
mosqueteros está encarnada por un número relativamente reducido de personas (una
veintena de adultos y una decena de niños aproximadamente).
Si la actuación de los mosqueteros puede ser considerada el elemento central de la fiesta,
hay que tener presente que “salir de mosquetero” no es la única forma de participar.
Como recuerda Rodríguez Becerra, a diferencia del espectáculo, la fiesta “supone
participación, aunque ésta sea a niveles tan elementales como pasear o consumir”
(Rodríguez Becerra, 1982: 12). Se pone así de relieve, frente a sus componentes
conmemorativos, el carácter de la fiesta como celebración. En este sentido, la capacidad
de una persona para sancionar el “buen hacer” de los mosqueteros, aunque ocupe una
posición espacial que a priori induzca a pensar que se trata de un mero espectador,
puede considerarse una forma de participación intensa, que requiere de un conjunto de
conocimientos previos, adquiridos a través de la experiencia festiva68.
Determinados actos de la secuencia festiva pueden hacer aún más difusa la frontera
entre protagonistas y espectadores, por ejemplo, durante la procesión, donde el
68 No es difícil escuchar entre la gente que está observando el desfile de los Mosqueteros, comentarios como los que siguen: “ese no lleva bien los mantones”, “éste ha hecho muy bien el revoloteo, va a ser complicado que el año que viene lo hagan mejor”. En agosto de 2009, en otras fiestas, las de moros y cristianos en Aldeire, mientras contemplábamos la representación, un señor que estaba a nuestro lado iba pronunciando “los papeles” anticipándose a los vecinos que estaban representándolos y nos decía: “éste no vale, éste dice el papel muy bajo”. A través de estos ejemplos, queremos poner de manifiesto que los espectadores locales van más allá del rol de observador pasivo, de modo que llegan a interactuar con la acción gracias a su experiencia, que los convierte en buenos conocedores de la performance festiva, y en jueces populares capaces de dictaminar si la acción discurre dentro de los cánones que marca la tradición.
183
conjunto de los bezneros se une al desfile ocupando distintas posiciones. Por supuesto, en
los actos menos protocolarios, como la comida popular y los juegos infantiles, es
prácticamente imposible establecer ni siquiera de forma difusa esta distinción.
El contexto festivo, por otra parte, propicia ocasiones para el desarrollo de formas de
sociabilidad que a lo largo del año es complicado que se establezcan en Béznar. Por un
lado, el regreso de los emigrantes con ocasión de las fiestas fomenta el reencuentro de
grupos de amistad, dispersos durante la mayor parte del año, en el espacio público.
Aunque no es la única ocasión en la que “los bezneros”, que residen habitualmente en
otros puntos geográficos, vuelven a la localidad, sí que es la que mejor posibilita que
estos encuentros se produzcan en el espacio público, puesto que la mayor parte del
desarrollo de la celebración tiene lugar en las calles y plazas del casco urbano.
Merece la pena detenerse en algunos aspectos de la fiesta que la emigración ha
contribuido a transformar. Por un lado, parece claro que, como afirma Salvador
Rodríguez Becerra (1982), la emigración andaluza ha favorecido la revitalización de este
tipo de rituales festivos y su patrimonialización, al convertir “el abandono de las
tradiciones en pérdida doliente” (Velasco, 2000: 121). Pero está revitalización,
provocada por la emigración, forzosamente ha implicado cambios en el protocolo de la
celebración. Los Mosqueteros del Santísimo Sacramento se insertan en las Fiestas
Patronales en Honor a San Antón de Béznar y, hasta mediados del siglo XX, se
celebraban en el día dedicado a esta advocación: el 17 de enero. En la actualidad, las
fiestas patronales se celebran el primer fin de semana de septiembre, aunque se
mantiene como festivo el 17 de enero y algunas personas, sin usar el traje de
mosqueteros ni desfilar, salen a la puerta de su casa o a la plaza para disparar sus
mosquetes.
184
Quizás en el ámbito español haya sido Honorio Velasco (1982; 2000) quien más se haya
detenido a estudiar la dimensión temporal de las fiestas y sus implicaciones en el
calendario. Una de sus conclusiones es que, a pesar de los conflictos que se generaron
cuando el traslado de fecha fue “una propuesta tímidamente formulada por los
emigrantes” (2000: 111), la opción de celebrar las fiesta en temporada estival terminó
generalizándose en la mayor parte de los pueblos de la península. Uno de los
argumentos utilizados a favor del cambio ha sido, según constata Velasco, y los
Mosqueteros del Santísimo no son una excepción, la menor probabilidad de que se
produzcan fenómenos meteorológicos adversos en verano.
“Se aguó la fiesta” y algunas otras expresiones más son indicadores de la peculiar caracterización
de la fiesta como un tiempo claro, soleado. El mal tiempo “desluce” la fiesta. La fiesta mayor se
traduce en términos de “brillantez” y “esplendor”. En la fiesta, el tiempo meteorológico
metaforiza (¿o tal vez metonimiza?) el tiempo social (Velasco, 1982: 21).
Un “beznero”, que reside en Granada gran parte del año, nos decía respecto a los
Mosqueteros del Santísimo:
Como el 17 de enero casi siempre llueve y hace mal tiempo… y esta fiesta con el colorido que
tiene, la ropa que hay… pues la dejaron para septiembre, para el primer domingo de septiembre…
(E2).
Las fases previas a la celebración propiamente dicha también posibilitan el encuentro de
grupos informales asociados a las diferencias de género. Las mujeres, que
tradicionalmente se han encargado de la confección del traje de los mosqueteros, se
suelen reunir en algunos domicilios para prestarse ayuda mutua, enseñar a las más
jóvenes y pasar tiempo juntas. Los varones que saldrán de mosqueteros también se
reúnen los días previos a la fiesta para ensayar los pasos, los cruces, la escolta, etc. e
introducir a los nuevos mosqueteros en el ritual.
185
La suspensión temporal de la rutina cotidiana y la generación de un espacio para la
convivencia y el encuentro lúdico constituyen, desde el punto de vista patrimonial,
“valores” de la fiesta. Sin encuentro, sin sociabilidad, no es posible la fiesta que puede
ser definida como un modo de interacción social destinado a celebrar la interacción
misma.
4. Respuestas locales al conflicto
4.1. Relaciones con la institución eclesiástica
Existe una evidente vinculación entre la fiesta de los Mosqueteros del Santísimo
Sacramento y determinados significantes del catolicismo, especialmente con el sagrario,
la custodia y la imagen de San Antón. Esta conexión, a lo que hay que sumar la
actuación de los mosqueteros durante la celebración de la misa en las fiestas, implica que
necesariamente se establezcan relaciones con el clero y la propia institución eclesiástica.
En Béznar, estas relaciones con la jerarquía católica, representada en la figura del
párroco, han sido en algunas ocasiones conflictivas.
Hay algunos curas que se han puesto un poco tontos, algunos no han querido que entrasen los
mosqueteros. Había un cura que no entendía aquello, pero un cura que va a un pueblo, se tiene
que ir con el pueblo. Y si el pueblo tiene una costumbre, respétala y te querrán porque, como te
pongas en contra, el pueblo puede más que tú. Entonces, este cura dijo que no entraran los
mosqueteros y se quedaron todos en la puerta, pero estando allí hablando, dijeron: “¿por qué no
vamos a entrar?”. Pero en vez de entrar dos fueron todos, todos enteros, allí, encima del altar. Y el
cura ya no sabía que hacer…. Y cuando subieron los mosqueteros arriba, se formó un palmoterío
en la iglesia que el cura tuvo que agachar la cabeza y tragarse aquello. Al año siguiente, estaba el
mismo cura y se hizo normal, porque no puedes tú hacer lo que quieras (E2).
Aunque sucesos de este tipo no son muy habituales, sí que se repiten en otras
localidades donde determinados personajes de las fiestas tienen un papel destacado
186
durante la eucaristía69. Estos conflictos adquieren bastante importancia, desde un punto
de vista analítico e interpretativo, porque en su resolución puede observarse la
importancia de la vinculación a las imágenes religiosas en los procesos de identificación
local y como éstas son, ante todo, una propiedad colectiva, “comunal”. En palabras de
Antonio Ariño:
No abundan este tipo de incidentes, porque, aunque a disgusto, en general el clero es mucho más
transigente y acomodaticio. Pero lo que todas estas formas de relación, conflictivas o no, ponen de
relieve es la vinculación de la imagen con la expresión simbólica de la identidad colectiva, lo que
supone considerarla propiedad comunal antes que eclesiástica (Ariño, 2003: 480).
“El cura se tiene que ir con el pueblo”, “el pueblo puede más que tú”, “no puedes hacer
lo que tú quieras”, etc., son expresiones que denotan, por un lado, la relevancia de la
fiesta en la construcción de la identidad local y, por otra parte, como la sociedad de
Béznar, “el pueblo”, representado en los Mosqueteros, es durante la celebración la más
alta autoridad de la localidad (Brisset, 1997), por encima de las jerarquías civiles y
religiosas.
Por otra parte, esta vinculación con la institución eclesiástica ha facilitado que, a través
de los Mosqueteros del Santísimo, la sociedad de Béznar se haya visto reconocida más
allá de los límites de su localidad. Desde el punto de vista local, el hito más importante
en este sentido fue, como ya se ha señalado, la participación de los Mosqueteros en el
IV Congreso Eucarístico Nacional, celebrado en Granada entre los días 15 y 19 de mayo
de 1957.
69 En Orce, durante las fiestas de San Antón y San Sebastián, “los soldados” también escoltan la ceremonia eucarística y lo mismo hacen “los tiraores” cristianos en la fiesta de moros y cristianos de Quéntar. En ambas localidades, hemos recogido testimonios acerca de años en los que el cura se ha opuesto a acoger a estos personajes en el templo durante la misa.
187
En Béznar, los Mosqueteros del Santísimo representan el “producto local” por
excelencia (“es lo único que hay”, nos dicen nuestros informantes). En los últimos
tiempos, las gentes de Béznar están comenzando a generar un discurso en torno a la
patrimonialización de los Mosqueteros, en tanto que recurso cultural susceptible de
explotación turística. Este proceso de activación patrimonial se inició ya en el Congreso
Eucarístico de 1957, cuando la imagen de los mosqueteros que difundieron los medios
de comunicación de ámbito provincial y nacional (cfr. Río, 2006: 177-187), permitió que
la sociedad de Béznar observara la posibilidad de que la escenificación del “nosotros”,
que se produce en la fiesta, contribuyese de forma adecuada a situar su localidad en el
mapa turístico de la provincia. La creación de un museo de los Mosqueteros en el
Edificio de Usos Múltiples de Béznar que, en la actualidad, se está promoviendo desde
el Ayuntamiento de Lecrín es una muestra de este proceso, en el que se combina el
discurso patrimonializador con la utilización turística del recurso.
4.2. Roles de género y ritos de paso en la fiesta
La utilización del mosquete ha estado tradicionalmente reservada a los varones adultos.
Utilizar por primera vez un mosquete supone, para los muchachos, incorporarse a este
mundo de adultos, aunque sea ocasionalmente, durante el desarrollo de la fiesta. En este
sentido, la fiesta puede ser considerada un rito de paso (Van Gennep, 2008), donde la
puerta de entrada se materializa en el uso del mosquete. Si bien los niños y niñas son
integrados en el desarrollo de la fiesta a edades muy tempranas, no es hasta la edad de
16 o 17 años aproximadamente cuando comienzan a utilizar los mosquetes.
En la fiesta pueden observarse niños y niñas en torno a los tres años que llevan la misma
indumentaria que los adultos que se incorporan al desfile y marcan el paso junto a sus
mayores, sobre todo por la tarde y durante la procesión. Hasta los 13 o 14 años llevan
188
armas de juguete con las que simulan el porte del mosquete, y algunas veces el disparo
mediante la utilización de petardos. A partir de esa edad, algunos muchachos reciben de
sus familias trabucos y armas más pequeñas que los mosquetes, con las que ya pueden
utilizar pólvora, pero que no son cargadas. Sobre los 16 o 17 años, los chicos que
manifiestan su interés en utilizar el mosquete comienzan a hacerlo, siempre que la
familia esté de acuerdo y pueda permitirse el costo de encargar una réplica a una fábrica
de armamento. Entonces, el muchacho se integrará totalmente en el grupo de
mosqueteros y recibirá el mismo tratamiento y ritual, es decir, se disparará por la
mañana en su casa para efectuar la recogida y realizará el desfile en su totalidad, no sólo
durante los actos de la tarde.
La integración de niños y niñas en los actos de los mosqueteros no se ha producido
hasta el último tercio del siglo XX. Hasta entonces, era una actividad exclusiva de los
varones adultos, que a menudo habían pasado ya por el servicio militar.
Si la condición de mosquetero ha estado habitualmente reservada a los varones, desde
las últimas décadas es cada vez más frecuente que se incorporen niñas al desfile durante
los actos de la tarde. En opinión de algunos de nuestros informantes, estas niñas
probablemente se incorporarán al grupo de los mosqueteros adultos. Hasta ahora, sólo
en una ocasión una mujer se ha incorporado al desfile de los Mosqueteros adultos.
Además, algún año ha habido tímidas propuestas para que fuesen mujeres quienes
asumiesen los papeles de sargento y teniente.
Respecto a la mujer mosquetera… ha habido sólo una muchacha que salió hace unos años, pero
que ellas no se lanzan mucho. Hubo una intentona de salir de teniente y de sargento, pero al final
no, a la gente no le gustó mucho la idea y no llegó a buen puerto. Con el tiempo saldrán, llegarán
también, como a todos lados que están llegando (E4).
189
Esta controversia, generada ante la incorporación de las mujeres al grupo de los
mosqueteros, no ha adquirido el grado y la trascendencia que ha tomado en algunas
otras fiestas, por ejemplo en algunos Alardes celebrados en el País Vasco (cfr. Bullen
2003), y las mujeres se están introduciendo paulatinamente en todos los niveles de
participación de las fiestas y adquiriendo cada vez mayor protagonismo, siendo muy
habitual que haya mujeres ocupando mayordomías y puestos destacados en la Comisión.
Por otro lado, la confección del traje de los mosqueteros, una actividad que siempre han
realizado las mujeres, puede interpretarse también como un rito de paso. En el contexto
local, los conocimientos y técnicas necesarios para la elaboración del traje de
mosquetero han formado parte del conjunto de aprendizajes que las muchachas
adquirían para iniciarse en la vida adulta de las mujeres. Durante el periodo de noviazgo,
las mujeres comenzaban a ofrecer a sus novios mantones y otras prendas para que las
llevasen durante las fiestas. Además, podían comenzar a colaborar en la confección del
traje que llevaría el novio. Una vecina de Béznar, de 78 años de edad, nos relataba como
aprendió a confeccionar el traje colaborando con su futura suegra.
Mi suegra se puso mala y me dijo que si yo quería hacerle el traje a mi marido, que entonces era mi
novio,… y estuve aquel día y le ayudé en lo que ella me mandó. Fue el primero…. Yo se lo hacía
cada dos años, pues desde que yo empecé antes de casarme, usted ajuste el tiempo, hasta hace 24
años que se murió cada dos años le he hecho el traje…. cuando murió mi marido empecé a
hacérselo a mi hijo y a mi sobrino también (E5).
Las desigualdades de género reflejadas en los diferentes roles festivos y los conflictos
ocasionales con determinadas instituciones, como la Iglesia Católica, podrían invalidar el
carácter patrimonial de las fiestas si no obtuvieran una resolución local y rompiesen el
consenso en torno a sus “valores patrimoniales”. En el caso que nos ocupa, el consenso
en torno sus valores es sólido entre quienes participan en la fiesta, quienes toman parte
190
en su organización y el conjunto de la población local. Si la valoración de una expresión
cultural no obtiene unos niveles mínimos de consenso social y mediático, su declaración
patrimonial por parte de las instituciones públicas aparecerá como una afrenta a otros
grupos que nieguen los valores culturales aducidos y habrán de enfrentarse a un
conflicto permanente. Mientras en torno a una fiesta, o cualquier otra expresión cultural,
exista un conflicto acusado sobre los “valores” que condensa, será difícil crear un
discurso patrimonialista aceptado y compartido por el propio grupo que la celebra.
5. La identificación/producción de patrimonio como proceso reflexivo
Los procesos de identificación local, las específicas formas de sociabilidad que se dan en
el contexto festivo y su importancia en la construcción de las memorias colectivas
constituyen procesos sociales que son transformados en valores culturales en el
transcurso del proceso de identificación/producción patrimonial. Estas dimensiones,
analizadas desde el punto de vista de la identificación patrimonial, posibilitan la
inclusión de fiesta de los Mosqueteros del Santísimo Sacramento en el ámbito del
patrimonio cultural y su reconocimiento institucional efectivo mediante su inscripción
en el CGPHA.
Identificar el patrimonio equivale a producir patrimonio. Identificar/producir
patrimonio es un proceso mediante el cual se le añade un significado patrimonial a
prácticas culturales, que son instrumentalizadas como señas de identidad. Los elementos
patrimoniales, tal como advierte José Antonio Fernández de Rota en la cita que
encabeza este texto, no están en algún lugar escondido a la espera de ser descubiertos;
por el contrario, el patrimonio cultural (ya se clasifique como material o inmaterial)
forma parte del modo de vida cotidiano de determinados grupos o colectivos y necesita
pasar por el tamiz de los “sistemas expertos” (Velasco et al., 2006) para transformarse
191
en “herencia cultural”, digna de ser conservada o salvaguardada, o lo que es lo mismo,
apta para insertarse en procesos de gestión. El reconocimiento de determinadas
prácticas culturales como patrimonio posibilita a los agentes patrimonializadores insertar
dichas prácticas en procesos de gestión institucional de la cultura y la diversidad70,
convirtiéndose así en importantes “instrumentos de gobernabilidad” (Lacarrieu y
Álvarez, 2002).
El reconocimiento institucional del carácter patrimonial de las fiestas presenta riesgos y
oportunidades. A nuestro juicio, los principales riesgos de la patrimonialización
institucional de las fiestas es que se burocratice su organización y gestión, de forma que
esta sea asumida finalmente por “expertos en patrimonio” y no desde el ámbito local y,
en consecuencia, se fosilicen sus formas, se dificulten los cambios y pierdan interés para
la población que hasta ese momento le había dado soporte. Para sortear estos riesgos,
los procesos de patrimonialización institucional deben acompañar a procesos de
patrimonialización iniciados desde la sociedad local. Es decir, no puede haber
patrimonio si éste no es reconocido a priori por sus propios protagonistas, si no se ha
instrumentalizado ya como seña de identidad. En este sentido, el respeto por las formas
locales de organización y gestión de las fiestas debe ser una prioridad en los procesos de
patrimonialización.
70 Las políticas de patrimonio cultural, junto con las políticas de inmigración y control de las fronteras, pueden considerarse dos de los principales mecanismos estatales de “gestión de la diversidad”; las primeras en tanto que establecen una imagen determinada de “lo propio” y del “nosotros”; y, las segundas, en tanto que regulan qué es “lo ajeno” y quiénes son “los extraños”, “los extranjeros”, “los otros”. Ambas formas de “gestionar la diversidad”, o más bien de producir diferencias, son complementarias puesto que es evidente que al definir “lo propio” se está delimitando también “lo ajeno”, y viceversa. Ambas son “políticas de la cultura”, tal y como las entiende James W. Fernandez (2004:50), “políticas de fronteras y límites”.
192
Por otra parte, el reconocimiento institucional de la fiesta como patrimonio posibilita
que sus legítimos propietarios, la sociedad local que le da vida, cuenten con
instrumentos legales y administrativos que impidan la apropiación de las formas
expresivas del ritual por parte de agencias o individuos cuyos intereses sean
contradictorios con los de la propia comunidad, que en definitiva es la que ha creado la
fiesta y la re-crea cíclicamente (cfr. Agudo, 2003). Esta protección de la propiedad
comunal71 del patrimonio cultural permite que la fiesta se inserte en circuitos de
existencia más allá de la sociedad local –“mercados incluidos”, como señala Emanuele
Amodio (2006)– y se aleje del peligro de la mera mercantilización al mismo tiempo que
del ensimismamiento identitario.
La fiesta de los Mosqueteros del Santísimo Sacramento, o cualquier otra fiesta inmersa
en procesos de identificación/producción patrimonial, no necesita del reconocimiento
institucional ni de informes etnográficos para continuar siendo lo que siempre ha sido:
un contexto espacio-temporal para el encuentro, la sociabilidad y la construcción
colectiva de la “comunidad imaginada”.
Sin embargo, al indagar en las distintas “gramáticas de identidad/alteridad” (Baumann y
Gingrich, 2004) que intervienen en la fiesta y en su mismo proceso de
patrimonialización, la antropología puede contribuir a potenciar la capacidad dialógica y
reflexiva del patrimonio. La identificación/producción de la fiesta como patrimonio nos
obliga a pensar en cuál es su posición en la cultura y en el proceso de construcción de
71 Si el patrimonio cultural es tratado como propiedad colectiva de una determinada comunidad o de un determinado ‹‹pueblo››, surge un problema que se nos antoja casi imposible de resolver de forma definitiva y por ahora tan sólo apuntamos su existencia: ¿quién forma parte de la comunidad y quién no? ¿cómo delimitar empíricamente a las personas que integran un ‹‹pueblo›› sin incurrir en esencialismos culturales o arbitrariedades jurídico-administrativas como el lugar de nacimiento?
193
las diferencias. Y esta reflexión hemos de hacerla necesariamente de forma conjunta
entre administraciones públicas, científicos sociales y, por supuesto, los depositarios
últimos del elemento patrimonializable: los participantes en la fiesta. La importancia de
tal contribución nos obliga, como antropólogos, a seguir interviniendo y reflexionando
en el ámbito del patrimonio cultural.
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TEXTO 4. TRADICIÓN, CONFLICTO Y VALORES EN LA FIESTA: EL
PATRIMONIO INMATERIAL DESDE UN ENFOQUE
INTERCULTURAL72
Comunicación en Congreso publicada en
López López, J. de D. (2011). Tradición, conflicto y valores en la fiesta: El patrimonio
inmaterial desde un enfoque intercultural. In F. J. García Castaño & N. Kressova
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Universidad de Granada. Retrieved from http:
//migraciones.ugr.es/congreso2011/libroacta/Mesa17/012_Lopez.pdf
72 En este texto se presentan algunas reflexiones, surgidas en el transcurso de un trabajo de campo etnográfico, en torno a la gestión de la diversidad y la patrimonialización de rituales festivos. El trabajo se ubica en mi proyecto de tesis doctoral, aún en curso y que comenzó en 2008 bajo la dirección de F. Javier García Castaño y Gunther Dietz, y se ha beneficiado de un encargo profesional realizado por la Delegación Provincial de Granada de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía. Agradezco a José Francisco Ruiz, etnólogo de la Delegación de Cultura, la confianza depositada en mí, así como sus sugerencias, críticas y comentarios.
198
esde que en 2003 la UNESCO aprobara la “Convención para la
Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial”, se han incrementado
notablemente los debates en torno a cuáles son los bienes susceptibles
de ser incluidos bajo tal denominación. Dichos debates han trascendido los límites de las
instituciones culturales y las administraciones públicas y han impregnado las actividades
de las universidades, los movimientos sociales, el mercado, etc.
Se ha escrito mucho acerca de las cualidades que un objeto, una expresión cultural, un
ritual, etc., debería tener para ser considerado “patrimonio”. En este texto sostenemos
que el carácter patrimonial no es una cualidad intrínseca de los elementos culturales –
materiales o inmateriales– que se decide patrimonializar, sino que es el resultado de una
serie de operaciones a las que son sometidos por parte de distintos agentes sociales.
Desde esta perspectiva, intentamos deshacer la clásica ecuación: “un patrimonio, una
identidad, un pueblo”, y apostamos por un enfoque intercultural que observe el
patrimonio como un proceso de objetivación y etnificación de prácticas culturales
híbridas, en el que intervienen diversos actores sociales con distintos intereses y con
desigual capacidad de acción.
D
199
El texto comienza situando el origen de la cuestión del patrimonio inmaterial en los
discursos del folklore decimonónico, señalando sus paralelismos y subrayando cómo ha
ido evolucionando el concepto. En segundo lugar, examinamos cómo han sido
observados los rituales festivos desde la óptica del patrimonio y, mediante la
comparación de determinados casos etnográficos concretos, nos detenemos en tres
operaciones básicas por las cuáles determinadas fiestas pueden pasar a formar parte del
acervo patrimonial: la producción de consenso, la vinculación con la tradición y la
atribución de valores colectivos. Finalmente, reflexionamos acerca de cuáles pueden ser
las contribuciones de una “antropología de la interculturalidad” al concepto de
patrimonio inmaterial, y apostamos por la convergencia entre los estudios interculturales
y los estudios sobre patrimonio.
1. DE FOLKLORE A PATRIMONIO INMATERIAL
El estudio de las fiestas y su relación con los procesos de identificación colectiva ha sido
una de las temáticas más recurrentes de la antropología española y andaluza, hasta el
punto de que a finales del siglo XX podía considerarse “un fenómeno intelectual de
moda” (Brisset, 2009: 16). Pero, si la fiesta ha sido una constante en la investigación
antropológica, no lo han sido las formas en que ha sido tratada ni los marcos teóricos
desde los que ha sido observada. Como advierte Joan Prat (1999) a menudo
encontramos que las nociones de folklore, cultura popular y patrimonio cultural hacen
referencia a unos mismos objetos de estudio. Y uno de esos referentes, uno de esos
objetos, ha sido la fiesta.
Tras la impugnación del folklore como empresa científica, los estudios sobre el
patrimonio cultural se han apropiado, al menos en parte, de sus objetos de estudio. Pero
cabe preguntarnos, como ha advertido Barbara Kirshenblatt-Gimblett (1995), por qué
200
está bien hablar de patrimonio cultural y no de folklore y si este cambio terminológico
ha trastocado nuestra forma de entender el fenómeno. Antes de examinar cómo se ha
tratado el fenómeno festivo desde los discursos patrimoniales, queremos poner de
manifiesto dos paralelismos existentes entre folklore y patrimonio inmaterial: por un
lado, ambos adquieren relevancia como consecuencia de determinadas transformaciones
sociales e históricas y, por otro, ambos se interesan por la producción cultural de las
llamadas clases populares.
Si en el siglo XIX, el folklore surge como reacción a "las nuevas reglas de vida impuestas
por un nuevo orden económico y social generado con la Revolución Industrial"
(Velasco, 1990: 126), en la actualidad, la preocupación por el patrimonio inmaterial es
entendida como una consecuencia o una reacción ante las condiciones de vida generadas
por el proceso de globalización. Ante la supuesta homogeneización cultural que conlleva
la globalización, se impone la necesidad de reivindicar lo propio y construir patrimonios
culturales (Gómez Pellón, 2002).
Por otra parte, pero muy en relación con lo anterior, de la misma forma que los
folkloristas decimonónicos reivindicaban “el valor” de los saberes y producciones
culturales de los sectores de población situados en los escalones más bajos de la
estructura social, la noción de patrimonio inmaterial nos advierte de que existe un
patrimonio más allá de los grandes monumentos, las bellas artes o los yacimientos
arqueológicos, en definitiva, que existe un patrimonio más allá de la “Gran Cultura”
(Díaz de Viana, 2005)
Desde esta perspectiva diacrónica es posible contemplar cómo la crítica antropológica
ha ido calando poco a poco en el concepto de patrimonio. A diferencia de los
folkloristas, los estudiosos del patrimonio no se limitan a realizar colecciones de
201
productos culturales y han ampliado sus perspectivas: del texto al contexto y del objeto
al sujeto.
… la introducción del concepto de patrimonio inmaterial ha supuesto un gran avance, al referirse
no sólo a las obras maestras, sino también a sus autores. El anterior modelo basado en el folclore
animaba a especialistas e instituciones a documentar y mantener un registro de las tradiciones en
vías de desaparición. El reciente modelo intenta mantener una tradición viva frente a posibles
amenazas, preservando las condiciones necesarias para su reproducción cultural, lo que implica
que hay que valorar por igual a los “portadores” y “transmisores” de las tradiciones, y a los usos y
entornos en los que éstas se dan. (Kirshenblatt-Gimblett, 2004: 53)
La base de la crítica antropológica ha sido denunciar la concepción de cultura con la que
se estaba operando en los discursos sobre el patrimonio: un concepto estático, centrado
en lo material y, a menudo, esencialista. El resultado ha sido una incorporación
progresiva de criterios etnográficos y antropológicos a la definición de patrimonio. Sin
embargo, este “giro etnográfico del patrimonio” (Fernández de Rota, 2009), lejos de
unificar posiciones, no ha hecho más que intensificar el debate, aunque transformando
sus términos: ya no se trata tanto de dilucidar qué es patrimonio, sino qué no lo es
(Castillo, 2007).
Si desde la antropología, cualquier forma de producción humana y de acción social es
relevante y susceptible de ser investigada, las prácticas patrimoniales no pueden abarcar
tal amplitud. Dicho de otro modo, si todos los patrimonios y el mismo proceso de
patrimonialización son cultura, la cultura no es sólo patrimonio ni todo lo cultural puede
ser patrimonializado, por la sencilla razón de que el proceso de patrimonialización
implica la selección de unos elementos y la exclusión de otros. En este sentido, tanto la
antropología como el patrimonio son fenómenos metaculturales, ambos son productos
culturales que pretenden representar la cultura, lo que no deja de ser una forma de
“actuar directamente sobre ella” (Hernández y Ruiz, 2010: 54).
202
En tanto que fenómeno metacultural (García, 1998; Kirshenblatt-Gimblett, 2004), el
patrimonio tiene la capacidad, al igual que la propia etnografía, de permitir una lectura
reflexiva de la cultura y del proceso de construcción de diferencias. Al intentar reflejar
“nuestra cultura”, el patrimonio desvela el carácter artificioso y construido de tal
delimitación. La oposición, y más aún el desinterés, que suscitan las activaciones
patrimoniales, puestas en marcha por las instituciones, entre amplios sectores de sus
supuestos depositarios, es una muestra de la discordancia entre la imagen proyectada
por el patrimonio y la vida cotidiana de los sujetos a quienes pretende reflejar. No es
extraño, entonces, que nos preguntemos de quién es el patrimonio (Limón, 1999) y de
qué modo podría ser restituido a sus protagonistas (Cruces Villalobos, 1998).
2. LA FIESTA COMO PATRIMONIO INMATERIAL
La Convención para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial, aprobada en 2003 por la
UNESCO, definía el patrimonio inmaterial de la siguiente forma
… los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas -junto con los instrumentos,
objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes- que las comunidades, los grupos y
en algunos casos los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural. Este
patrimonio cultural inmaterial, que se transmite de generación en generación, es recreado
constantemente por las comunidades y grupos en función de su entorno, su interacción con la
naturaleza y su historia, infundiéndoles un sentimiento de identidad y continuidad y contribuyendo
así a promover el respeto de la diversidad cultural y la creatividad humana (UNESCO, 2003).
Los límites que señala la convención son tres: la compatibilidad con “los instrumentos
internacionales de derechos humanos”, con “el respeto mutuo entre comunidades,
grupos e individuos” y con el “desarrollo sostenible”. Por último, la Convención
especificaba seis ámbitos, entre los que se encuentra el fenómeno festivo, donde el
patrimonio cultural inmaterial se manifiesta y tiene lugar:
203
a) tradiciones y expresiones orales, incluido el idioma como vehículo del patrimonio cultural
inmaterial;
b) artes del espectáculo;
c) usos sociales, rituales y actos festivos;
d) conocimientos y usos relacionados con la naturaleza y el universo;
e) técnicas artesanales tradicionales (UNESCO, 2003)
La amplitud de manifestaciones culturales que tienen cabida bajo esta definición es de
tal magnitud que ha provocado, como señalan Ruggles y Silverman (2009), que cualquier
publicación sobre patrimonio inmaterial tenga que dedicar un amplio espacio a la
cuestión de la delimitación del concepto; además de multitud de comentarios irónicos
acerca de los “bienes” susceptibles de patrimonialización73. Es difícil que el rock o la
música electrónica sean considerados patrimonio inmaterial, a diferencia del flamenco
que recientemente ha sido incluido en la Lista del Patrimonio Inmaterial de la
Humanidad de la UNESCO. El interrogante es, entonces, qué criterios se manejan para
decidir qué es y qué no es patrimonio inmaterial.
En las siguientes páginas nos centraremos en tres aspectos que, en la práctica, siempre
están presentes en la transformación patrimonial de determinadas manifestaciones
culturales: su vinculación con la idea de tradición, su aparente carácter
“desconflictualizado” y su capacidad para expresar cierto tipo de “valores colectivos”,
caracterizados de una forma más o menos abstracta. La vinculación con la tradición, la
producción de consenso y la interpretación en términos de “valores colectivos” son tres
73 Entre algunas de estas propuestas más o menos irrisorias se encuentran las siguientes: la mentira piadosa, el fin de semana y la voz pasiva (cf. Kirshenblatt-Gimblett, 2004); la inquina a la suegra y las despedidas de soltera (Rafael Reig. ‹‹¿Quién da más?›› . Público: 27/05/2009) o la corrupción política (Rosa María Artal. ‹‹La corrupción, ¿bien de interés cultural?›› El País: 27/11/2010).
204
operaciones básicas que, por un lado, permiten la inclusión de “lo inmaterial” en las
políticas patrimoniales y, por otro, delimitan las condiciones que han de cumplir las
manifestaciones culturales que aspiren a tal consideración.
Como referente etnográfico tomaremos los casos de las fiestas del Cascamorras y de los
Mosqueteros del Santísimo Sacramento, ambas celebradas en la provincia de Granada, y
los compararemos con otras fiestas y expresiones culturales inmersas en debates
patrimoniales. Estas dos fiestas han sido propuestas por la Delegación Provincial en
Granada de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía para ser incluidas en el
Catálogo General del Patrimonio Histórico de Andalucía (CGPHA), con la tipología de
Actividades de Interés Etnológico74.
El Cascamorras es una fiesta que se celebra en Guadix y Baza y cuyo motivo es la
disputa, entre ambas ciudades, por la propiedad de una imagen de la Virgen de la
Piedad, ubicada en una iglesia de Baza. Si el Cascamorras consiguiese llegar limpio hasta
el templo, tendría derecho a llevarse la imagen de la Virgen a Guadix. De modo que
cada seis de septiembre, un joven accitano encarna a Cascamorras y emprende una
carrera por las calles de Baza hacia el Templo de Nuestra Señora de la Piedad, siendo
perseguido por una multitud que le arroja diversos tipos de pintura para que quede
manchado, al igual que el resto de los participantes de la carrera. El día nueve de
septiembre, Cascamorras, que ha fallado en su misión, vuelve a Guadix y sus
conciudadanos los reciben de la misma forma, manchándolo con pinturas, hasta que se
refugia en la iglesia de San Miguel.
74 La investigación y la redacción de los expedientes de inscripción en el CGPHA de ambas fiestas me fueron encargados a mí, experiencia que he incorporado al proyecto, más amplio, de mi tesis doctoral.
205
Por su parte, la fiesta de los Mosqueteros del Santísimo Sacramento se celebra en la
localidad de Béznar, en el municipio de Lecrín, el primer fin de semana de septiembre.
El origen de la fiesta es la celebración de la victoria de una milicia local sobre un grupo
de moriscos sublevados durante la llamada “rebelión de las Alpujarras”. Los distintos
actos que componen esta fiesta, siguiendo el modelo de las soldadescas descritas por
Brisset (1990), son una serie de desfiles, pases de revista, etc., que se realizan desde el
amanecer hasta la caída de la noche, en los que los que destaca el atronador sonido del
disparo de los mosquetes que porta la soldadesca.
2.1. Producción de consenso
En la actualidad, tanto el Cascamorras como los Mosqueteros del Santísimo Sacramento
permanecen ajenos al enfrentamiento partidista y al debate mediático, y existe cierto
consenso social en torno a sus valores patrimoniales. Esto no quiere decir que siempre
haya sido así y, por ejemplo, respecto al Cascamorras, a finales de los 70 hubo un debate
que trascendió a los medios de comunicación nacionales acerca de si se trataba o no de
una costumbre violenta.
…lo del Cascamorras, que no ha gustado nada al personal. Bueno, pues eso es España. Ya saben
que en los pueblos granadinos de Guadix y Baza hay una costumbre, o sea, un uso, que consiste en
pagar a un pobre 6.000 pesetas (seguramente sin el 14%) para que se deje brear por los vecinos.
Aquí, cuando no tenemos un rojo a mano, le aforamos a un pobre para que se deje pegar. El caso
es pegar a alguien (Francisco Umbral. El País: 05/11/1976)
Esta polémica finalmente desembocó en una defensa renovada de la fiesta por parte de
la población local, pero también favoreció la transformación de algunos de sus
componentes. Sin embargo, hoy por hoy, cada vez que estas fiestas aparecen en algún
medio de comunicación son tratadas de un modo benevolente, casi laudatorio, y se
ensalzan su belleza, su diversión, su capacidad para atraer turismo, etc. Al mismo
206
tiempo, todo el espectro político con representación en las administraciones realiza una
valoración positiva de la fiesta y emprende acciones para su defensa, difusión, etc. Todo
esto no significa que no existan conflictos en el interior de la fiesta, sino que éstos no
trascienden a la “opinión pública”75. Esta situación contrasta mucho con la de otras
fiestas. Un caso emblemático y profusamente tratado por la antropología española
puede observarse en la misma provincia, la celebración de la Toma de Granada (cf.
González Alcantud, 1998; García Castaño, 2000; Rosón Lorente, 2008).
La fiesta de la Toma, a pesar de compartir ciertas características con nuestros casos,
sobre todo con los Mosqueteros (ambas conmemoran una victoria militar), nunca
podría haber sido seleccionada por la administración autonómica para su
patrimonialización. Y, si lo hubiese hecho, no habría solicitado un informe etnográfico
de la misma, ya que cualquier etnografía, por superficial que hubiera sido, no habría
podido pasar por alto la fuerte polarización social e ideológica que el fenómeno
provoca, lo que invalidaría su consideración como patrimonio cultural o como
propiciadora de procesos de identificación comunitaria. De hecho, con respecto a la
fiesta de la Toma lo que se está produciendo es un proceso de patrimonialización por
parte de grupos abiertamente “muslimófobos” (Rosón Lorente, 2008), por lo que los
símbolos de la fiesta, gracias a su capacidad polisémica, han dejado de ser un referente
local para convertirse en un referente ideológico; algo de lo que, de momento, están a
salvo otras fiestas como las de los propios Mosqueteros de Béznar o las de “Moros y
75 En 2009, una asociación registró la denominación de “Cascamorras” como marca comercial. El ayuntamiento de Guadix, regido por el Partido Popular, y el Ayuntamiento de Baza, gobernado por el Partido Socialista Obrero Español, emprendieron de forma conjunta acciones legales para que dicho registro quedara sin efecto, a la vez que solicitaron a la UNESCO la declaración del Cascamorras como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Este conflicto, de momento, ha quedado diluido y no ha tenido un seguimiento mediático.
207
cristianos”, celebradas en casi una veintena de localidades de la provincia (cf. González
Alcantud 1998).
La activación patrimonial de un determinado ritual festivo tendrá más posibilidades de
éxito en tanto que éste se presente, ante las instituciones y el público en general, como
una fiesta desconflictualizada, como una manifestación cultural cuyo resultado final
pueda ser interpretado en términos de “vinculación comunitaria” y no de expresión del
conflicto.
Por supuesto, la patrimonialización institucional de un determinado fenómeno cultural
no deja de ser un acto político y, por tanto, conlleva el posicionamiento ideológico de la
administración. El debate en torno a la prohibición de las corridas de toros, la llamada
Fiesta Nacional, en Cataluña, y la reacción de las Comunidades Autónomas gobernadas
por el Partido Popular de iniciar los trámites para declararlas como Bienes de Interés
Cultural es un buen ejemplo de ello. La patrimonialización institucional de una
manifestación cultural, cualquiera sea esta, como instrumento para la confrontación
partidista, habrá de enfrentarse a su posible impugnación por parte de otros grupos que,
haciendo uso de los mecanismos previstos en una sociedad pretendidamente
democrática, nieguen su “valor patrimonial”. De ahí que sea más fácil que un elemento
sea considerado patrimonio, si en torno a él existe cierto consenso y aparece despojado
de connotaciones conflictivas. En cualquier caso, ese consenso será variable y
responderá a ciertas condiciones históricas y culturales, de modo que lo que hoy es
considerado patrimonializable mañana puede no serlo (en la actualidad se retiran
estatuas y monumentos asociados al franquismo como durante el franquismo se hizo
con los símbolos de la II República). Contrariamente a lo que a veces se dice desde la
Historia y otras disciplinas vinculadas a la gestión y tutela del patrimonio, no estamos
208
ante un conjunto de elementos que se acumulan uno tras otro, sino que estamos ante
una realidad en permanente transformación y del mismo modo que a veces se suma,
también se resta. Y el énfasis que hace la antropología en el carácter construido del
patrimonio puede ayudarnos a comprenderlo.
… la insistencia por parte de la Antropología en su condición [del patrimonio] de construcción social
está trasladando una idea de variabilidad, de inestabilidad, de recreación constante que olvida
algunos postulados básicos de la conformación del concepto, como por ejemplo, la continuidad
que representa el hecho de que los cambios en la caracterización del Patrimonio Histórico lo que
conllevan es una constante ampliación de la realidad protegida, la cual, sin estar determinada por
una idea finalista (lo que nos impide hablar de un momento final en este crecimiento), debe
calificarse como acumulativa (rara vez un bien considerado protegible por una ley es excluido de la
tutela por otra ley posterior) (Castillo, 2007: 7)
2.2. Vinculación con la tradición
Junto con la creación de consenso y la representación “desconflictualizada” de los
bienes patrimonializados, la vinculación con la idea de tradición se presenta como otra
de las grandes operaciones de la producción de patrimonio. En este contexto, la
tradición se interpreta en tres direcciones interrelacionadas: la idea de tradición se
relaciona, en primer lugar, con “lo antiguo”; en segundo lugar, con “lo puro”, “lo
incontaminado”; y, por último, con “lo popular”, “lo rural” o “lo subalterno”. La
sensación de continuidad con el pasado, el “esto siempre ha sido así” que tantas veces
han escuchado los etnógrafos de las fiestas, es el mecanismo por el que la tradición se
presenta como “supervivencia” y oculta que es una invención. Las memorias colectivas
se construyen con recuerdos y olvidos, olvidar el modo en que se han creado las
tradiciones es una forma de construir la memoria, de vincularnos con el pasado. José
Luis Anta (2007: 38) se preguntaba “¿Cuánto tiempo tiene que tener, por ejemplo, una
fiesta para que sea tradicional? ¿10 siglos, 200 años, 15 meses, 10 días, 20 minutos?”. Así
planteada, esa pregunta nunca podría responderse, puesto que la tradición no pertenece
209
a un tiempo cronológico, sino a un tiempo imaginario (Velasco, 2004). Es esta la razón
por la que las continuas innovaciones y transformaciones, que se dan en la mayor parte
de los rituales festivos, no invalidan su carácter tradicional.
Un fenómeno habitual es que las innovaciones positivas para la colectividad sean rápidamente
integradas al ritual, hasta convertirse en poco tiempo en elementos tradicionales, como de toda la
vida. (Brisset, 2009: 455-456)
En nuestros casos, tanto el Cascamorras como los Mosqueteros tienen un mito de
origen situado en un periodo histórico concreto: tras la conquista cristiana de Baza en
1490, en el caso del Cascamorras; y la llamada “rebelión de las Alpujarras” en el último
tercio del siglo XVI, en el caso de los Mosqueteros. Esta vinculación con la historia se
hace mediante la construcción de narraciones de carácter mítico, pero lo que nos
interesa destacar ahora es que la antigüedad (o el carácter histórico) se considera un
criterio decisivo para la selección del elemento patrimonializable (Prats, 1997: 22), el
propio marco legislativo en el que nos movemos es una Ley de Patrimonio Histórico. La
introducción de los “bienes etnológicos” dentro del conjunto de elementos
patrimonializables ha supuesto la necesidad de adecuar estos bienes, eminentemente
contemporáneos, a esta lógica que equipara el patrimonio con “lo antiguo”. Para ello se
ha recurrido a un concepto de tradición, entendido como supervivencia, más cercano al
folklore decimonónico que a la actual antropología. Por ello, es importante tener
presente que los motivos para la fiesta "no los proporciona la historia en el sentido de
episodios históricos determinados, los proporciona el tiempo presente" (Velasco, 2004:
67).
Desde el punto de vista etnográfico, podríamos haber empleado los mismos
procedimientos de análisis a otro tipo de expresiones festivas: el botellón, las raves, las
celebraciones deportivas, etc., que de hecho son patrimonializadas en tanto que
210
determinados colectivos (los jóvenes, los hinchas,…) las usan en distintos contextos
para escenificar sus pertenencias identitarias, como símbolos referentes del propio
grupo. Sin embargo, consideramos que la atención a las fiestas “tradicionales” continúa
siendo importante, sobre todo porque sólo mediante su análisis se podrá poner de
relieve hasta qué punto la tradición no deja de ser un proceso creativo, donde “lo
anterior no es el germen de lo posterior. Lo posterior es a lo sumo recreación de lo
anterior, muchas veces contestación de lo anterior, siempre de alguna manera
invención… y sólo gracias a la invención puede haber tradición” (Fernández de Rota,
2005: 63).
Finalmente, a pesar de su aparente carácter estático y desconflictualizado, las fiestas
siguen siendo profundamente dinámicas y vivas, ámbitos propicios en los que
experimentar la “efervescencia colectiva”, en cuyo interior continúan sucediéndose
conflictos que se expresan en la propia práctica festiva. La representación patrimonial de
las fiestas, sin embargo, posibilita un nuevo marco de interpretación de las mismas. En
este sentido, el proceso de patrimonialización puede ser entendido como un ejercicio de
recontextualización, cuya finalidad es modificar los significados y valores asociados al
elemento patrimonializado. Este nuevo contexto patrimonial de interpretación no tiene
por qué sustituir al anterior, sino que ambos pueden convivir en la práctica, generando
“dos circuitos de existencia, uno hacia adentro, para continuar creando identidad propia;
y uno hacia afuera, para relacionarse con el mundo externo, mercados incluidos"
(Amodio, 2006: 69). La fiesta puede ser representada, simulada, tangibilizada y expuesta
(mediante textos, fotografías, videos, etc.), para insertarse en los distintos circuitos de
existencia del patrimonio, ya sean comerciales, académicos, museográficos o
institucionales; pero, para seguir siendo fiesta, necesita de cuerpos concelebrantes,
211
múltiples cuerpos que interactúan con la finalidad última de celebrar su propia
interacción. La fiesta es patrimonio encarnado, corporeizado (Ruggles y Silverman,
2009).
2.3. Los valores del patrimonio
En diversas ocasiones se ha comparado el proceso de patrimonialización con un
proceso de sacralización y se ha presentado el patrimonio como una especie de “religión
laica”, con una casta sacerdotal propia (gestores culturales, agencias mediadoras,
antropólogos y otros científicos sociales, etc.) que se arroga la capacidad exclusiva de
administración de la cultura (Prats, 2005; Hernández, 2007; Hernández i Martí, 2008).
Sacralizar determinados objetos culturales (materiales o inmateriales) supondría
entonces arrancarlos de su mundo social, de la vida cotidiana, para preservarlos como
objeto de culto, lo que implica que los productores de tales objetos serían despojados de
su control en beneficio de sus legítimos intérpretes, los “expertos en cuestiones
sagradas”. Y controlar el patrimonio significa controlar la forma de representación de
una determinada entidad social (habitualmente de difícil delimitación empírica: “el
pueblo”, “la comunidad”, etc.) que se supone depositaria de ese patrimonio.
El halo de cientificidad que recubre los procesos de gestión del patrimonio, al oscurecer
su dimensión ideológica, convierte a los elementos patrimonializados en eficaces
“instrumentos de gobernabilidad” (Lacarrieu y Álvarez, 2002). Pero, por las mismas
razones, es a la vez una útil herramienta utilizada por los movimientos sociales
contrahegemónicos en sus prácticas reivindicativas, que puede ser interpretada como
una especie de “esencialismo estratégico” (Dietz, 2003), y que permite el
reconocimiento público de determinados colectivos y actores sociales. En Andalucía,
podemos identificar varias experiencias de este uso del lenguaje patrimonial por parte de
212
los movimientos sociales, dirigidas a frenar la especulación urbanística y la gentrificación
de determinados espacios de las ciudades: es el caso del Palacio del Pumarejo, en Sevilla
(Hernández, 2007), y de la Casa del Aíre, en Granada (Ramos et al., 2008). Apelando al
valor patrimonial de los edificios y de sus usos “tradicionales”, se pretende proteger al
vecindario de los envites del mercado, que terminarían expulsándolo hacia otros
lugares76.
Construir patrimonio es otorgar valor patrimonial a manifestaciones culturales
específicas. Las tradiciones, las fiestas, las piezas arqueológicas, los objetos artísticos, etc.
–qué más da, en realidad cualquier objeto puede ser patrimonio, incluso una vieja
camiseta y unas zapatillas gastadas (cfr. ilustración 10)–, no tienen un valor intrínseco,
sino que su valor procede de “las relaciones diferenciales entre los sujetos sociales”
(Díaz de Rada, 2007) que los evalúan. El análisis del patrimonio, por lo tanto, habrá de
atender a la desigual distribución de capacidad política para imponer criterios de valor
entre los actores implicados en los procesos de patrimonialización.
76 Una de las muchas paradojas del patrimonio cultural es que el mismo lenguaje y la misma estrategia pueden usarse para servir a intereses contrarios. La patrimonialización de determinados barrios de la ciudad, basada en “sus tradiciones”, “sus producciones artesanales” y, en definitiva, su supuesta singularidad cultural, puede contribuir a la gentrificación y museificación de tales espacios, lo que conlleva la expulsión paulatina de los protagonistas de esas “tradiciones”, que se ven reemplazados por turistas y nuevos vecinos que llegan atraídos por ese mismo patrimonio condenado a desaparecer o, cuando menos, a transformarse. Un ejemplo claro es el barrio del Albayzín, en Granada (cf. Rosón, 2008)
213
Ilustración 10. Objetos de museo77
Fuente: Fotografía del autor. Museo Etnográfico de Eslovenia, Ljubljana, agosto de 2008
A menudo, los trabajos que se interrogan por la cuestión del ‹‹valor›› en el patrimonio, se
centran en la competencia entre dos dimensiones enfrentadas en la evaluación de los
elementos patrimonializados o patrimonializables: por un lado, su dimensión semiótica
y, por otro, su dimensión paramétrica78. La primera dimensión se refiere a la centralidad
del “bien” en cuestión en los procesos de identificación colectiva de un determinado
grupo, la segunda dimensión destaca la capacidad del “bien” para transformarse en
dinero, es decir, para atraer recursos económicos y contribuir al desarrollo de un
territorio y una población determinados. Soler, Caballero y Nogués (2010) distinguen
77 En la fotografía, tomada en el Museo Etnográfico de Eslovenia, en Ljubljana, puede apreciarse una vitrina en las que se exponen conjuntamente una camiseta y unas zapatillas gastadas, junto al libro “Nuba, pure people” y una fotografía de su autor, Tomo Križnar, en la que viste esa camiseta. En la fotografía aparece junto a una persona anónima, supuestamente habitante de las Montañas Nuba, en Sudán. Tomo Križnar es un conocido periodista y realizador de documentales esloveno, con una amplia experiencia profesional en Sudán. Para más información véase http: //www.tomokriznar.com/ 78 Ángel Díaz de Rada (2007) distingue tres dimensiones del valor: paramétrica, semiótica y posicional. En este epígrafe sólo nos referiremos a las dos primeras.
214
entre "poner en valor" y "dar valor", la primera expresión se referiría a esa dimensión
paramétrica, a la transformación de los elementos patrimonializados en recursos para el
desarrollo socioeconómico, la mejora de la posición de una localidad en el mercado
turístico, etc., en todo caso siempre proyectando sus ‹‹valores›› hacia el exterior, como
forma de atraer recursos exógenos. La segunda expresión, "dar valor", por el contrario
se dirigiría hacia el interior, a la creación de sentimientos de vinculación colectiva y, por
tanto, a la producción de una “conciencia de identidad”. Ambas dimensiones del valor,
aplicadas al patrimonio, en todo caso, tienen como finalidad presentar una determinada
versión de la identidad de un grupo. El énfasis en la dimensión semiótica del patrimonio
estaría dirigido a la construcción de un “nosotros del nosotros”, mientras que, si se pone
el acento en la dimensión paramétrica, se estaría privilegiando la construcción de un
“nosotros de los otros” (Prats, 1997: 42), o como lo denomina Antonio Arantes (2002),
se estaría contribuyendo a la creación de “identidades de vitrina”.
En el análisis empírico de procesos concretos de patrimonialización, por supuesto, estas
dimensiones no aparecen tan claramente diferenciadas, sino que se entremezclan
continuamente. De forma que una actividad que era valorada principalmente en su
dimensión paramétrica, por su capacidad para obtener recursos económicos, al dejar de
ser rentable, puede volver a serlo mediante la potenciación de su dimensión semiótica:
este es el caso de los Museos de la Agricultura, que posibilitan una “nueva vida” a
objetos y técnicas agrícolas ya poco rentables (Kirshenblatt-Gimblett, 2004), o de la
“saca de yeguas” de Doñana, cuya ritualización y conversión en producto turístico ha
permitido la revitalización de esta práctica ganadera a pesar de su escaso interés
económico y de las dificultades para su mantenimiento en el contexto del Parque
Nacional (Hernández, 2010). Gil-Manuel Hernández i Martí utiliza la metáfora del
215
zombi para referirse al patrimonio cultural, enfatizando así la capacidad de los procesos
de patrimonialización de otorgar una “nueva vida” y unos nuevos valores a objetos y
expresiones culturales condenados a desaparecer.
Como todos sabemos, los zombis son híbridos de muertos y vivos, seres que murieron pero no del
todo, manteniéndose en el ambiguo territorio de la vida catatónica, de la muerte a medias. El
patrimonio cultural se comporta como un zombi, que puede gozar de mejor o peor salud, pero
cuya energía es producto de una vida insuflada desde el presente por parte de unas instancias vivas
a las que, por varios motivos, interesa rescatar fragmentos del pasado. El zombi patrimonial,
producto híbrido tan hijo de la modernidad como el monstruo prometeico de Frankenstein, goza,
pues, de una vida artificial. (Hernández i Martí, 2008: 34).
En cualquier caso, la transformación de un elemento dado en “bien cultural” no estará
completa hasta que las operaciones de producción de consenso, de vinculación a la
tradición y de atribución de valor queden ocultas, de forma que su “carácter sagrado”
sea reconocido como una cualidad intrínseca y no como el resultado de toda una serie
de operaciones y transformaciones culturales. Los distintos actores sociales y los
“sistemas expertos” (Velasco et al., 2006) que han intervenido en la transformación
patrimonial del “bien” aparecen entonces como meros mediadores o gestores asépticos
y no como los productores de su carácter patrimonial y de sus significados asociados,
dando la sensación de que el “bien” ya estaba ahí, a la espera de ser descubierto y
gestionado.
3. CONVERGENCIAS ENTRE LOS ESTUDIOS INTERCULTURALES
Y LOS ESTUDIOS SOBRE PATRIMONIO
En el ámbito académico, la antropología y otras ciencias sociales han contribuido a
desmitificar y transformar la imagen del patrimonio como legado cultural de las
naciones o los pueblos, “el patrimonio ya no es el conjunto de símbolos unificadores del
Estado-Nación, hoy se define sobre todo como un espacio de confrontación y conflicto
216
entre diferentes grupos sociales” (Bautista et al., 2008: 8). Sin embargo, el patrimonio
continúa ocupando un puesto privilegiado en las prácticas y las políticas identitarias. En
el campo discursivo del patrimonio, al igual que en el de la interculturalidad, existe una
evidente confusión e imbricación entre los enunciados descriptivos-empíricos y los
enunciados prescriptivo-normativos (Dietz, 2003a). La coincidencia entre determinadas
agendas políticas y académicas ha facilitado que la investigación social haya sido con
frecuencia instrumentalizada para “certificar” el carácter tradicional o patrimonial de
diversas expresiones culturales, de modo que algunos estudios sobre etnicidad o
procesos de identificación colectiva se han transmutado en herramientas útiles para
ciertas estrategias de etnificación y reivindicaciones identitarias (cf. Prat, 1999).
La causa de que, tanto en el campo del patrimonio como en el de la interculturalidad, se
dé esta confusión entre los planos descriptivo y normativo, es que ambos se ocupan de
un mismo proceso, con evidentes implicaciones políticas: la tensión entre lo propio y lo
ajeno, la construcción (siempre inacabada) de “marcadores de identidad/alteridad”. Los
estudios interculturales y los estudios sobre patrimonio comparten, por tanto, un mismo
foco de interés: la articulación de los procesos de identidad/alteridad en la cultura y en
las relaciones sociales. Sin embargo, a pesar de la constatación de que identidad y
alteridad constituyen un mismo proceso (cf. Baumann y Gingrich, 2004), la
compartimentalización académica ha creado dos ámbitos de especialización al respecto:
por un lado, los estudios interculturales, que se vienen ocupando fundamentalmente de
la alteridad, del “otro etnificado”, ya sea definido como migrante, indígena o minoría; y,
por otro lado, los estudios sobre patrimonio, que se ocuparían del “nosotros” y de lo
que se podría denominar como “nosotros alterizado”: el “nosotros” tradicional, rural,
campesino, etc. A nuestro juicio, una “antropología de la interculturalidad”, una
217
antropología que retome los clásicos conceptos de cultura y etnicidad como ejes
conceptuales y apueste por la etnografía como estrategia metodológica (Dietz, 2003a),
necesariamente habrá de ocuparse de este proceso único en su conjunto. De esta forma
será posible observar el patrimonio como un proceso de apropiación identitaria de lo
diverso, un proceso de objetivación y etnificación de prácticas culturales que, en sí
mismas, siempre han sido híbridas y mestizas, resultado de contactos interculturales. El
potencial dialógico y reflexivo del patrimonio deriva de esta naturaleza híbrida de sus
repertorios:
… sus formas –materiales o inmateriales– son ya, de por sí, materia dialógica: surgen
ordinariamente del intercambio comunicativo entre actores situados (Cruces Villalobos, 2007:
187).
Si el patrimonio cultural puede funcionar como un “búnquer identitario” o como un
“foro cultural” (Prats, 2005), la aportación más importante que puede hacerse desde la
antropología es subrayar su potencialidad dialógica y su capacidad para presentar una
visión reflexiva de la cultura, alejándolo así de los excesos esencialistas.
Las estrategias de producción de consenso, de vinculación con la tradición y de
atribución de valores deben ser interpretadas, entonces, como el producto de una
confrontación intercultural, en la que intervienen diversos sujetos sociales y grupos con
desiguales posibilidades de acción, cuyo objetivo es gestionar la tensión entre lo propio y
lo ajeno, entre la tradición y la modernidad, entre lo local y lo global. La “gestión de la
diversidad” a través del patrimonio cultural puede adoptar varias formas que, a su vez,
responderán a distintas “gramáticas de identidad/alteridad” (Baumann y Gingrich,
2004): desde la negación de la diversidad y la creación de patrimonios nacionales
homogéneos, hasta la exaltación de las diferencias y la consecuente inflación de
patrimonios aislados. Pero, por otro lado, el patrimonio representa también una
218
oportunidad para la reflexión cultural, una oportunidad para pensar en la cultura y en los
procesos de construcción de la diferencia. El patrimonio cultural ocupa una posición
ambigua y, como afirma Llorenç Prats, representa al mismo tiempo una amenaza y una
oportunidad:
Una amenaza porque, frente a la percepción de agresiones externas, tiende a encerrarse sobre sí
mismo, induciendo una dinámica narcotizante y excluyente en la comunidad. Una oportunidad
porque constituye potencialmente un foro abierto a la reflexividad social poliédrica, que permite
abordar participativamente la reproducción social (Prats, 2005: 17)
BIBLIOGRAFÍA
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221
TEXTO 5. ATRIBUYENDO VALORES PATRIMONIALES A RITUALES
FESTIVOS EN ANDALUCÍA, ESPAÑA. ACCIONES INSTITUCIONALES Y
REFLEXIONES ETNOGRÁFICAS
Artículo de revista, aceptado para su publicación en la revista Intersecciones en Antropología
López López, J. (2016) Atribuyendo valores patrimoniales a rituales festivos en
Andalucía, España. Acciones institucionales y reflexiones etnográficas. Intersecciones en
Antropología, 17 (1) (en prensa).
222
Resumen
El principal propósito de este texto es mostrar los problemas teóricos y prácticos del
ejercicio profesional de la antropología en el ámbito institucional del patrimonio
cultural. El texto comienza mostrando cómo el autor accedió al encargo, realizado por la
administración pública andaluza, de estudiar varias fiestas de la provincia de Granada
con el fin de inscribirlas en el catálogo autonómico del patrimonio histórico y cuáles
fueron los procedimientos que siguió para cumplimentar dicho encargo. A partir de ahí
se analiza el significado de las prácticas y el discurso patrimonial de la administración
andaluza y se concluye discutiendo el papel que la antropología está teniendo tanto en
los procesos de patrimonialización como en la propia definición del concepto de
patrimonio.
Palabras clave: Valores, Patrimonio cultural, Antropología aplicada, Identidad,
Andalucía
Abstract
The main aim of this article is to show the theoretical and practical problems of the
practice of anthropology in the institutional field of cultural heritage. The text begins by
describing how the author started working, commissioned by Andalusian government,
in the research of various festivals in the province of Granada in order to register them
in the regional catalog of historical heritage; and what procedures he followed for doing
it. The meaning of the practice and discourse about cultural heritage of the Andalusian
government is analyzed from that experience. The article concludes by discussing the
role that anthropology is having both in heritigization processes as in the definition of
the very concept of heritage.
Keywords: Values, Cultural heritage, Applied anthropology, Identity, Andalusia
223
l objetivo de este texto es contribuir al debate en torno a los procesos
institucionales de patrimonialización. A partir de una experiencia
particular, la mía propia, trataré de mostrar cómo determinados objetos,
eventos o manifestaciones culturales son sometidos a una serie de operaciones
metaculturales (García García, 1998; Kirshenblatt-Gimblett, 2004) y pasan a formar
parte del patrimonio cultural certificado y avalado por una administración pública; en
este caso, la Junta de Andalucía.
Concibo este trabajo como un ejercicio reflexivo en torno a mi propia práctica
profesional. En 2009 fui contratado por la administración andaluza para estudiar
diversos rituales festivos de la provincia de Granada al objeto de incluirlos en el
Catálogo del Patrimonio Histórico de Andalucía (CGPHA). Esta experiencia servirá
como hilo conductor de mi argumentación y, en la segunda parte, será analizada en el
contexto más amplio de la política patrimonial andaluza y a la luz los debates
académicos en torno a la patrimonialización de “bienes inmateriales”.
Si hay algún acuerdo teórico en antropología respecto al patrimonio cultural es, sin
duda, que se trata de una construcción social (Prats, 1997). Conviene, pues, mostrar
cómo se construye el patrimonio y qué operaciones son necesarias para que un objeto o
E
224
una práctica social sean conceptualizados como un “bien” y, por tanto, hayan de ser
insertadas en procesos de “gestión cultural”. Eso es lo que trataré de mostrar en este
trabajo.
El patrimonio cultural, como objeto de investigación, condensa múltiples temáticas que
han interesado a la antropología a lo largo de su historia. La cuestión del patrimonio nos
remite, en primer lugar, a la necesidad de definir la cultura y sus posibilidades de
representación. Por otra parte, el patrimonio constituye un recurso omnipresente en los
procesos de identificación étnica (o colectiva, en general) por lo que tiene un papel
fundamental en las relaciones sociales e intergrupales, de ahí que las prácticas
patrimoniales sean siempre un espacio de conflicto. Cualquier elemento patrimonial,
como cualquier elemento de la cultura, está abierto siempre a múltiples lecturas
confrontadas. De las distintas formas que pueda adoptar esa confrontación
interpretativa, podremos inferir modelos de “gestión de la diversidad”. En el presente
texto destacaré el modo en que las instituciones culturales instrumentalizan los procesos
de patrimonialización para desplegar unas determinadas gramáticas de la
identidad/alteridad (Baumann, 2011).
He estructurado el texto en dos epígrafes principales. En el primero describo
brevemente el trabajo institucional en el que me vi inmerso y analizo una de las
cuestiones clave que, desde mi punto de vista, dificultan la tarea de la antropología en el
ámbito del patrimonio: la asignación de valores patrimoniales a determinados objetos o
prácticas culturales.
En el segundo epígrafe me centro en cómo estoy tratando de incorporar esta
experiencia de acción patrimonial al proyecto, más amplio, de mi tesis doctoral. En este
sentido, describo el procedimiento que estoy llevando a cabo para realizar una etnografía
225
del proceso de patrimonialización; básicamente, mediante la incorporación al análisis,
por un lado, del discurso y la práctica institucional de la administración andaluza
respecto al patrimonio etnológico y, por otro lado, interrogándome acerca de cómo la
antropología incide tanto en los procesos de patrimonialización como en la propia
definición del concepto de patrimonio.
1. ACCIONES INSTITUCIONALES: ATRIBUYENDO VALORES
PATRIMONIALES A LA FIESTA
El ámbito del patrimonio cultural ha constituido desde la conformación de la
antropología social contemporánea un campo de ejercicio profesional al que han podido
acceder sus practicantes, más allá de la academia. Recuérdese, por ejemplo, la relación de
Boas con los museos. La habitual parcelación institucional del patrimonio en distintos
campos disciplinares (artístico, arqueológico, etc.) contempló siempre una parcela
encomendada a la antropología social: el patrimonio etnológico (o etnográfico)79. Una
parcela a menudo minusvalorada frente a otras como el patrimonio artístico o
arquitectónico. Sin embargo, desde que al UNESCO aprobara en 2003 la Convención
para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial, el patrimonio etnológico, en gran
parte subsumido en la noción de patrimonio inmaterial, ha tomado un nuevo impulso y
se ha consolidado como un campo de inserción profesional para los egresados de
antropología social.
79 La distinción entre patrimonio arqueológico, artístico, etnológico, etc., como entre las propias disciplinas académicas asociadas a cada tipo de patrimonio diferenciado, es el resultado también de un proceso de patrimonialización del conocimiento; mediante el que se inventan tradiciones científicas y se demarcan fronteras entre disciplinas (García Castaño, 2014; García García, 2007).
226
En este contexto, y tras varios años de experiencia en proyectos aplicados sobre pobreza
y segregación urbana, en el año 2009 yo mismo accedí a un contrato en el ámbito del
patrimonio inmaterial, comisionado por la Consejería de Cultura de la Junta de
Andalucía. La persona encargada de la gestión del patrimonio etnológico en la estructura
provincial de la Consejería de Cultura en Granada, el “etnólogo” como era conocido en
el ámbito de la administración, se puso en contacto conmigo para ofrecerme el estudio
de varias fiestas de la provincia. El objetivo era incluirlas en el Catálogo General del
Patrimonio Histórico de Andalucía (CGPHA)80.
1.1. El encargo
El encargo consistía exactamente en estudiar varias fiestas: el Cascamorras, celebrado en
Guadix y Baza, los Mosqueteros de Béznar y las fiestas de moros y cristianos81. El
objetivo de estos estudios era redactar un informe sobre cada una de estas fiestas,
denominado “Documentación Técnica”, que constituiría el primer paso del proceso
administrativo de inscripción de tales expresiones culturales en el CGPHA, bajo la
categoría de “Actividades de Interés Etnológico”.
Por supuesto acepté el encargo e inicié los trámites burocráticos necesarios para
comenzar el trabajo de campo, que se desarrolló entre 2009 y 2011. Durante la fase de
80 El CGPHA constituye “el principal instrumento jurídico-técnico de protección y tutela de los bienes patrimoniales” (Jiménez de Madariaga, 2011: 285) y pretende ser “una especie de enciclopedia o compendio del Patrimonio Histórico” de Andalucía (Plata y Rioja, 2005: 192). En este trabajo nos centraremos en la inscripción de “actividades de interés etnológico” en este catálogo, aunque la administración andaluza ha puesto en marcha otras iniciativas de protección y salvaguarda de esta tipología patrimonial, como el Atlas del Patrimonio Inmaterial de Andalucía (Carrera, 2009). Una descripción detallada de la incorporación del “patrimonio etnológico” al aparato legislativo y burocrático en Andalucía puede encontrarse en Jiménez de Madariaga (2011). 81 La decisión de estudiar estas fiestas e inscribirlas en el CGPHA había partido de la propia Delegación Provincial. Los criterios de selección de estas fiestas, según me dijeron cuándo pregunté por ello, fueron su importancia en el conjunto de la provincia, la constatación de que desde las localidades se habían puesto en marcha varias iniciativas patrimoniales y la ausencia de conflictos acusados.
227
diseño del trabajo, estuve en contacto en todo momento con el etnólogo de la
Delegación. El primer problema al que tuvimos que enfrentarnos fue decidir qué fiestas
de moros y cristianos estudiaría, puesto que se celebran más de una quincena de fiestas
de este tipo en la provincia de Granada. Entre ambos decidimos estudiar las fiestas de
moros y cristianos por comarcas. Comenzaríamos por las fiestas de moros y cristianos
de Benamaurel, Cúllar y Zújar, en la comarca de Baza, y decidimos dejar para futuras
campañas el estudio de las fiestas celebradas en la Alpujarra, en la costa y en otras
comarcas de la provincia.
Una vez delimitadas las fiestas que serían estudiadas, comencé a analizar la bibliografía
existente respecto a cada una y traté de buscar ejemplos de trabajos de documentación
de fiestas parecidos al que se me había encomendado. Esto último fue lo más difícil,
cuando comencé el trabajo sólo había dos Actividades de Interés Etnológico catalogadas
en el CGPHA: La carpintería de ribera en la playa de Pedregalejo (Málaga) y la
carpintería de ribera de Coria del Río (Sevilla). Aún no se había inscrito ninguna fiesta.
El procedimiento de campo que seguí fue contactar con los ayuntamientos y entidades
organizadoras de las fiestas de cada una de las localidades antes de su celebración, para
entrevistar a distintos representantes públicos, organizadores y participantes de las
fiestas, así como observar los actos de preparación. Por supuesto, estuve presente
durante los días que duraba la celebración y observé el discurrir de las fiestas en su
totalidad. Después de la celebración, volvía a cada una de las localidades y entrevistaba
de nuevo a los distintos actores participantes y discutía con ellos algunos de los aspectos
que había observado. Dada su complejidad y la amplitud del programa festivo, algunas
fiestas, como las de Moros y Cristianos, fueron observadas en dos anualidades distintas.
228
Para la redacción de los informes se me proporcionó el esquema que regía la redacción
de la Documentación Técnica y que se había aprobado en el Reglamento de Protección
y Fomento del Patrimonio Histórico de Andalucía82. Este esquema, cuyo grado de
adecuación al estudio del patrimonio etnológico ha sido ya discutido en algunos trabajos
(Cruces Roldán, 2002: 165-192; Quintero, 2009), se compone de quince epígrafes que
han de guiar la redacción83. Me detendré en uno de ellos para exponer algunas decisiones
metodológicas y epistemológicas que fui tomando.
1.2. Los valores patrimoniales de las fiestas
El epígrafe que me parecía central, tanto desde el punto de vista de la tesis doctoral
como desde el trabajo “aplicado”, era el dedicado a la justificación de la inscripción de
las fiestas en el catálogo. Era en este apartado donde debía dar cuenta del carácter
patrimonial de las fiestas, lo que significaba, desde mi marco teórico de partida,
construir la fiesta como patrimonio. En la fotocopia que me entregaron en la
Delegación cada uno de estos epígrafes tenía uno o dos párrafos aclaratorios, en el
dedicado a la justificación de la inscripción, este párrafo decía lo siguiente:
Se realizará una valoración etnológica (valores históricos, tradicionales, identitarios) que justifiquen
su inclusión en el Catálogo con carácter genérico. En el caso de actividades estrechamente
vinculadas a espacios físicos, inmuebles o muebles determinados se justificará asimismo dicha
adscripción.
82 Decreto 19/1995, de 7 de febrero, por el que se aprueba el Reglamento de Protección y Fomento del Patrimonio Histórico de Andalucía. BOJA nº 43 de 17/3/1995. http: //www.juntadeandalucia.es/boja/1995/43/1 (2 de octubre de 2014). 83 Estos quince epígrafes son los siguientes: Antecedentes administrativos, Localización, Denominación, Código de Identificación, Justificación de la inscripción en el CGPHA con carácter genérico, Descripción de la actividad, Descripción del espacio físico donde se desarrolla la actividad, Delimitación del espacio físico donde se desarrolla la actividad, Datos etnológicos, Fuentes documentales y bibliográficas, Conservación, Observaciones, Datos administrativos y, por último, Documentación Gráfica.
229
En este párrafo se sintetizan muchos de los problemas a los que ha de enfrentarse la
antropología en el ámbito de las políticas patrimoniales. En primer lugar, es importante
subrayar que, a pesar de toda la retórica desplegada en torno a lo “intangible” o lo
“inmaterial”, se destaca en este apartado dedicado a la valoración etnológica de
“actividades” la necesidad de justificar su vinculación con “espacios físicos, inmuebles o
muebles determinados”. Una de las características de la política patrimonial es su
estrecha conexión con las políticas urbanísticas, de ahí la importancia que se le otorga a
los inmuebles y a los espacios, también cuando nos referimos a “actividades”.
En cualquier caso, lo que me interesa destacar de la lectura del párrafo citado es como se
conceptualiza la tarea del antropólogo dedicado a la identificación/producción de
patrimonio. En una sola frase, se asume que nuestro “conocimiento experto” puede
ofrecer una definición monolítica y estable de conceptos tales como identidad, tradición
o historia, además de localizarlos en determinados objetos o prácticas culturales y
situarlos en una escala jerárquica y axiológica. En tanto que representante de un
“sistema experto” (Giddens, 1994), se espera del antropólogo que trabaja para una
administración pública “de cultura” que despliegue los saberes, técnicas y
procedimientos, de los que se ha dotado en un proceso específico de formación, para
certificar el valor patrimonial de un objeto o una expresión cultural dada. Es decir, no
basta con que los sujetos, que crean un objeto o participan de una determinada práctica
cultural, afirmen su carácter patrimonial o que lo sitúen en un lugar central en la
narración de sí mismos, en la construcción de sus relatos identitarios. En el contexto
institucional de la producción de patrimonio, se hace necesario que un “experto en
cultura”, avalado por una “institución cultural”, lo certifique. La vocación crítica de la
antropología, más dada al cuestionamiento que a la certificación, dificulta esta tarea.
230
La solución que encontré fue realizar una etnografía centrada en mostrar cómo se
insertaban los actos festivos en la construcción de los relatos identitarios desplegados
por los distintos grupos que, de un modo u otro, participaban de la fiesta.
En todos los casos que estudié dichas construcciones identitarias tenían un marcado
carácter local y territorializador. Participar en las fiestas y compartir sus códigos
simbólicos y comunicativos significaba afirmar la vinculación con un territorio y una
localidad determinados. La participación activa en la fiesta posibilitaba a algunas
personas manifestar su pertenencia simbólica y afectiva a la localidad, aunque no
hubieran nacido allí ni mantuvieran una residencia estable. Era el caso de muchos
descendientes de emigrantes de estas localidades, que año tras año y durante el tiempo
festivo, escenificaban su condición de “hijos del pueblo”. Desde el punto de vista
institucional, la centralidad de las fiestas en los procesos de identificación local constituía
un “valor patrimonial”. A través de la participación festiva se constituye la “comunidad
imaginada” y se vincula a un territorio determinado. Patrimonializar la fiesta e insertarla
en procesos de gestión institucional, posibilita al mismo tiempo la gestión del territorio.
De hecho, varios de los epígrafes de la Documentación Técnica insistían en la necesidad
de describir y cartografiar los espacios e inmuebles vinculados a la fiesta, que quedarían
protegidos junto con la propia fiesta una vez fuese incluida en el CGPHA.
Otro aspecto que destaqué en mis informes fue la capacidad de las fiestas para generar
vínculos simbólicos y sentimentales con el pasado, dotando de la cualidad de
antepasados a quienes las celebraron en otros tiempos. En todos los casos que estudié,
en mayor o menor grado, el mito de origen de las fiestas estaba relacionado con la
conquista castellana del Reino de Granada y el sometimiento o expulsión de la
población morisca. Las fiestas sirvieron entonces como un mecanismo de
231
“resemantización del territorio” (González Alcantud, 2002: 148-170). Sin embargo, en la
actualidad poco tienen que ver con la conmemoración de una victoria militar. La
distinción entre ceremonia y rito (Turner, 2005) y entre conmemoración y celebración
(García García, 2000) resulta muy útil en este punto. Si las fiestas estudiadas hubiesen
funcionado como una ceremonia confirmatoria o una conmemoración anclada al hecho
histórico, la patrimonialización institucional de las fiestas hubiera sido una
contradicción. Los significados y valores asociados a la mera conmemoración de una
victoria militar se opondrían a expresiones de valor dominantes asumidas por la propia
administración autonómica; como, por ejemplo, la convivencia pacífica y el respeto por
la diversidad cultural. El valor histórico de las fiestas, por lo tanto, no podía asignarse a
su antigüedad, ni mucho menos a su supuesto origen bélico.
Es interesante, en este sentido, cómo caracterizaban mi tarea muchos de los estudiosos,
cronistas y eruditos locales con los que tuve la oportunidad de hablar durante el trabajo
de campo. Pensaban que el objetivo final de mi trabajo debería ser “certificar” la
antigüedad exacta de las fiestas. La mayoría de estas personas dedicaban gran parte de su
tiempo a visitar archivos y escrutar documentos en la búsqueda de pistas que indicasen
que las fiestas de su localidad eran más antiguas que las de la localidad vecina, o al
menos igual de antiguas. La antigüedad ha sido un criterio muy frecuente en la selección
de elementos patrimoniales, por lo que asociar los bienes de una localidad a un pasado
remoto incidía en su valoración patrimonial. Además, los procesos de identificación
local vinculados al territorio y vehiculados a partir de la acción festiva, se ven reforzados
por la idea de “ancestralidad” de las fiestas. Dice José Antonio González Alcantud al
respecto de las funciones de moros y cristianos:
232
Sobre los orígenes de las funciones han especulado esencialmente los eruditos locales, deseosos de
otorgarle ancestralidad temporal a su autoctonía territorial. Los eruditos locales son en definitiva
los auténticos intelectuales orgánicos de la dimensión local, y su función es buscar argumentos que
sostengan el complejo de autoctonía mediante la legitimidad otorgada por la ancestralidad.
(González Alcantud, 2004: 78).
La relación de las fiestas con el pasado, en cualquier caso, tenía más que ver con la
construcción de memorias colectivas que con la transmisión de conocimientos acerca
del siglo XVI. Incluso aquellas fiestas en las que “lo histórico” se enfatizaba en algunos
actos, como en las representaciones de moros y cristianos, tenían mucho más que ver
con el presente que con la historia. Además, gracias al juego, el humor y la parodia se
subvertía cualquier significado pretérito y se primaba la celebración del estar juntos en el
presente (véase Ilustración 11).
Las representaciones de Moros y Cristianos hacen tan explícitos los “motivos” históricos que los
convierten en parodia, en realidad, son formas festivas que parecen haberse despegado de la
funcionalidad de trasmisión del mensaje histórico y remiten más bien a la vida social, con sus
fidelidades y sus rupturas, sus armonías y sus conflictos, y a los temores y placeres de las
comunidades que las representan. (Velasco, 2004: 56).
Ilustración 11. Fiestas de Moros y Cristianos en Cúllar, 2011. Fotografía del autor.
233
Por lo tanto, frente al “valor histórico” del patrimonio, entendido en términos de
antigüedad y vinculación con hechos relevantes para la Historia, he defendido la
necesidad de valorar la importancia de las fiestas en la constitución de las diversas
memorias colectivas de los grupos que participan en ellas. De esta forma podemos
superar el ensimismamiento identitario y abrir el patrimonio a la pluralidad (González
Alcantud, 2012a).
Además de la centralidad de los rituales festivos en los procesos de identificación local y
en la construcción de las memorias colectivas, propuse considerar como “valor
patrimonial” las formas específicas de interacción social y convivencia que propiciaban
las fiestas. En el contexto festivo se transforman las relaciones sociales cotidianas,
cambian las normas formales e informales del uso de los espacios públicos, se
flexibilizan algunas convenciones morales, etc. Y son precisamente esos modos
específicos de relacionarse e interactuar con los demás, en el espacio y el tiempo
festivos, lo que define a la fiesta.
Hasta aquí he tratado de explicar cómo procedí en respuesta al encargo que se me hizo
desde la administración pública. Como se podrá haber observado, básicamente se
trataba de hacer una etnografía de las fiestas, si bien priorizando una lectura de las
mismas en términos patrimoniales, subrayando su capacidad para producir procesos de
identificación colectiva y de vinculación comunitaria. En tanto que etnógrafos, nos
corresponde la descripción y análisis de las dinámicas y las relaciones sociales que
suceden en contextos determinados, sin embargo la atribución de valores patrimoniales
a tales dinámicas constituye una operación política. En tanto que representantes de un
sistema experto, participamos de esa operación política ocupando una posición
234
subordinada respecto a las agencias que financian nuestro trabajo y sancionan sus
resultados.
En las próximas páginas profundizaré sobre cómo la administración andaluza está
incorporando el patrimonio etnológico e inmaterial a su política patrimonial y a su
modelo de “gestión de la diversidad”. Finalmente, discutiré algunas cuestiones relativas a
la relación existente entre la antropología, en tanto que disciplina académica y sistema
experto, y el ámbito del patrimonio cultural.
2. REFLEXIONES ETNOGRÁFICAS: GRAMÁTICAS IDENTITARIAS
Y EL ROL DE LA ANTROPOLOGÍA
Una vez concluido el trabajo de documentación de los rituales festivos, lo que estoy
haciendo es desplazar el foco de interés de las fiestas en sí hacia su proceso de
patrimonialización institucional. De todos modos, no se trata de una segunda fase en un
sentido temporal, puesto que este interés en el propio proceso de patrimonialización
estuvo presente desde el principio del trabajo de campo.
Me interesa conocer qué nuevos significados adquiere la fiesta, tanto para los sujetos y
grupos participantes, como para las instituciones culturales, tras su certificación
patrimonial. A este respecto, una dificultad con la que me estoy enfrentando es la
lentitud del procedimiento administrativo de inscripción de los bienes en el CGPHA.
Entregué las últimas versiones de la Documentación Técnica en 2010, para los casos de
las fiestas de los Mosqueteros de Béznar y del Cascamorras, y en 2011 la referida a las
fiestas de moros y cristianos de la comarca de Baza. A día de hoy (julio de 2015) aún no
se han incoado los expedientes. Y el procedimiento puede demorarse varios años más, o
incluso no seguir hacia delante. Mi intención es volver a hacer trabajo de campo una vez
235
que las fiestas sean inscritas en el CGPHA, para observar cómo incide sobre su
celebración y sobre los discursos de sus protagonistas. Mientras tanto, el análisis de la
legislación y del conjunto de “actividades de interés etnológico” oficialmente declaradas
permite apuntar ya algunas posibles consecuencias de la patrimonialización institucional.
En lo que sigue nos centraremos en la instrumentalización de las fiestas como recursos
para la construcción de una determinada narración de la “identidad andaluza” y del
sujeto colectivo que la portaría: “el pueblo andaluz”.
2.1. La gramática englobante de la política patrimonial andaluza
La reciente incorporación de “bienes inmateriales” a las políticas y prácticas de
patrimonialización en Andalucía conforma una lectura local de lo que Bendix et al.
(2012) han denominado el “régimen patrimonial internacional”. La aprobación en 2003
de la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial por parte de la
UNESCO ha dado lugar, en los diferentes estados que han ratificado dicha convención,
a una serie de burocracias, instituciones y profesionales que interpretan y adaptan dicho
“régimen patrimonial”. Es en este contexto donde hay que interpretar las acciones de la
administración andaluza respecto al patrimonio inmaterial, que adopta la denominación
de “Actividades de Interés Etnológico” en la legislación andaluza.
Conviene detenerse en examinar cuáles son los elementos que la administración
selecciona para incluirlos en procesos de patrimonialización, puesto que a partir de ellos
es posible interpretar los objetivos políticos que se pretenden conseguir. Dicho de
manera muy clara, en palabras de Esteban Ruiz (2011: 342), “dime qué patrimonializas y
te diré quién eres”. En general, la administración andaluza ha optado en su política de
236
patrimonio cultural por acciones de reconocimiento de expresiones culturales que no
plantean un acusado nivel de conflicto84. Aunque esto suele ser una práctica habitual en
la mayoría de las administraciones públicas con competencias sobre el patrimonio
cultural, en otros contextos sí que se han puesto en marcha procesos de
patrimonialización sobre prácticas culturales alrededor de las cuales existían tensos
debates y profundos desacuerdos. En estos casos se dificulta su designación patrimonial,
e incluso puede llegar a impugnarse, debido al malestar que genera en amplios sectores
sociales que contradicen el valor patrimonial aducido –piénsese simplemente en los
debates en torno la patrimonialización de la tauromaquia–. Las Actividades de Interés
Etnológico inscritas en el CGPHA, por el contrario, apenas son cuestionadas. Esta
ausencia de debate en torno a sus valores patrimoniales se debe, en parte, a su relativa
novedad y a su escaso número, así como a la selección de referentes a los que ya se les
daba un tratamiento patrimonial desde las instituciones y las poblaciones locales. Como
puede observarse en la Tabla 4, tanto el número de actividades inscritas como su
tipología son muy reducidos aún.
Si examinamos con más detenimiento el listado de bienes inscritos en el CGPHA
podremos extraer varias conclusiones más. En primer lugar, como ya he adelantado, la
escasez de actividades de interés etnológico inscritas respecto a otros tipos de bienes:
apenas 40 actividades frente a los 3890 inmuebles catalogados85. En segundo lugar, la
84 Claro que siempre hay excepciones. En este sentido, son ilustrativos algunos ejemplos que analiza Victoria Quintero (2009) en relación a la inclusión en el CGPHA de algunos espacios e inmuebles con la figura de “Lugares de Interés Etnológico”: como la Huerta de Pegalajar (Jaén) o el Corral de la Encarnación (Sevilla). 85 De los 3980 inmuebles, menos del 2% (77) están inscritos como ‘Lugares de Interés Etnológico’. Datos extraídos del Catálogo General del Patrimonio Histórico de Andalucía, consultados a través de la página Web de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía: http: //www.juntadeandalucia.es/culturaydeporte/web/areas/bbcc/catalogo (10 octubre 2014)
237
falta de representatividad territorial, sólo la mitad de las provincias de Andalucía
disponen de alguna actividad inscrita. Mientras que las provincias de Granada, Almería,
Córdoba y Cádiz, no disponen todavía de ninguna actividad en el CGPHA.
La legislación andaluza permite que los bienes seleccionados para su
identificación/producción patrimonial se inscriban en el CGPHA de manera individual
o colectiva. Uno de los motivos de la poca variabilidad en la tipología de las actividades
inscritas es que la mayoría han seguido el procedimiento colectivo. En total sólo ha
habido nueve actos de inscripción. De manera colectiva se han inscrito 15 danzas
rituales de la provincia de Huelva y las fiestas de verdiales de 18 municipios de la
provincia de Málaga. En total, 33 actividades. De manera individual se han inscrito siete
actividades más: la carpintería de ribera de Coria del Río (Sevilla) y la de la playa de
Pedregalejo (Málaga); la cabalgata de Reyes Magos de Higuera de la Sierra (Huelva); la
Escuela Bolera de Baile y la Escuela Sevillana de Baile (Sevilla); y, finalmente, la romería
y el Santuario de la Virgen de la Cabeza de Andújar (Jaén).
El examen de los bienes efectivamente inscritos en el CGPHA con la tipología de
“actividades de interés etnológico” nos ofrece una imagen confusa de la acción
institucional a este respecto. La falta de representatividad territorial, el marcado carácter
local de las actividades inscritas y la ausencia de criterios específicos que justifiquen esta
selección frente a otras posibles, induce a pensar en la ausencia de una agenda política
clara en relación al patrimonio etnológico. En este sentido, coincido con el análisis que
realizó Celeste Jiménez al explicar su estudio de las fiestas de las cruces de mayo de la
provincia de Huelva con el objetivo de inscribirlas en el CGPHA. Un expediente que
tampoco ha sido incoado todavía.
238
A nivel general, las declaraciones e inscripciones en el Catálogo de bienes etnológicos parecen
llevarse a cabo más por condicionantes circunstanciales que por una política institucional
programada; no responden a una planificación previa, ni se han tenido en cuenta las distintas
provincias y comarcas andaluzas. (Jiménez de Madariaga 2011: 285).
Pero no estamos ante una mera cuestión técnica. El patrimonio, como han mostrado
diversos autores (Campbell y Smith, 2012; Sánchez-Carretero, 2012; Santamarina, 2013;
entre otros), es esencialmente una categoría de acción política, cuyo objetivo es instaurar
determinados modos de “gestionar la diversidad”. No podemos, por lo tanto, calificar
de insustanciales las acciones dirigidas a la identificación/producción del patrimonio
etnológico puestas en marcha por la administración autonómica. La política de la Junta
de Andalucía en relación al patrimonio cultural es sobre todo una política de
construcción y fomento de la idea de Andalucía como una unidad cultural e identitaria.
Una política que ha de situarse en el contexto del llamado “Estado de la Autonomías”86
y en la necesidad, por parte de la administración autonómica, de presentar una “cultura
diferenciada”, compartida por el conjunto de la población que habita en su territorio,
como aval de su unidad político-administrativa frente a las instituciones centrales del
Estado español y sus equivalentes en otros territorios (Barañano e Iglesias, 2014: 421-
428; García García, 1998: 11-12). Es, en este sentido, una política nacionalista.
Al comparar la legislación andaluza con las prácticas de identificación/producción
patrimonial, podemos observar cómo la administración despliega el englobamiento
como gramática de identidad/alteridad en su construcción de Andalucía.
86 En este contexto político de descentralización del Estado, los antropólogos y antropólogas participaron activamente en la tarea política de definir las “identidades culturales” de las distintas autonomías, lo que posibilitó y contribuyó a la consolidación académica de la disciplina en las universidades (García García, 1998; 2007).
239
Gerd Baumann (2011) propone tres gramáticas de identidad/alteridad en el estudio de
los procesos de construcción de las diferencias: el orientalismo, la segmentariedad y el
englobamiento. La gramática englobante consiste en una construcción de la identidad
que no niega las diversidad ni las diferencias en un nivel inferior, pero las subsume, las
engloba, en una identidad común a un nivel superior. En palabras del propio Baumann
(2011: 106), que él mismo juzga algo polémicas, equivaldría a decir: “puedes pensar que
difieres de mí en tu sentido de los valores o en tu identidad; pero en el fondo, o más
bien, más arriba, no eres más que una parte de mí mismo”. Los dos niveles se
estructuran de manera jerárquica de modo que el nivel superior tiene el poder y la
legitimidad para definir las otredades que incluye en sí mismo, otredades cuyas
diferencias se juzgan irrelevantes para desestabilizar la categoría identitaria superior. Y al
mismo tiempo, desde ese nivel superior, se decide qué otredades han de tratarse como
tales, es decir dónde se sitúa la frontera nosotros/otros. Si aplicamos este modelo a
nuestro caso, podemos argumentar que a pesar de la definición local de las fiestas que
hacen quienes las organizan y participan en ellas, el proceso de patrimonialización
institucional desembocará en su designación oficial como seña de identidad andaluza. Es
esta gramática englobante la que permite afirmar que Andalucía se caracteriza por su
diversidad cultural y, al mismo tiempo, sostener la unidad y homogeneidad de “la
identidad del pueblo andaluz”. En la exposición de motivos de Ley de Patrimonio
Histórico de Andalucía se plasma exactamente esta idea:
El Patrimonio Histórico constituye la expresión relevante de la identidad del pueblo andaluz,
testimonio de la trayectoria histórica de Andalucía y manifestación de la riqueza y diversidad
cultural que nos caracteriza en el presente (Ley 14/2007, de 26 de noviembre, de Patrimonio
Histórico de Andalucía).
240
En todo caso, aunque pudiera pensarse en una posible reacción negativa por parte de
quienes, desde lo local, se ven subsumidos en una “identidad andaluza global”, ésta no
suele producirse porque la designación patrimonial supone también un reconocimiento
exterior, que funciona como una fuente de prestigio y orgullo en las distintas
poblaciones y como un “sello de calidad” a la hora de utilizar “la cultura como recurso”,
también de carácter económico, susceptible de ser explotado en el mercado turístico87
(García García, 1998; Yúdice, 2002; Morel, 2011). Al mismo tiempo, y paradójicamente,
dicha designación patrimonial le permite a la administración pública legitimarse como
un protector de los “valores comunitarios” frente a riesgos asociados a la globalización,
como la mercantilización de la cultura o la homogeneización cultural (Tornatore, 2012),
así como frente a la posibilidad de la apropiación indebida de las fiestas y sus símbolos
por parte de individuos o agencias ajenos a su titular legítimo, “el pueblo” o “la
comunidad” (Velasco, 2012c).
Por supuesto, la gramática englobante no es la única gramática de identidad/alteridad
que funciona en los procesos de patrimonialización. Distintos agentes usaran unas u
otras dependiendo del contexto y de sus intereses específicos. Un ejemplo muy común
en la patrimonialización de referentes “etnológicos” es el uso de la gramática
orientalista. En principio, la narrativa orientalista supone una demarcación tajante entre
‘nosotros’ y los ‘otros’. Su complejidad proviene de que en el ‘otro’ no se ve
simplemente a un contrario, un inferior o un enemigo, sino también a un objeto de
87 Varias de las fiestas en las que trabajé contaban con Declaraciones de Interés Turístico. Tanto las autoridades locales, como las entidades encargadas de la organización de las fiestas, habían trabajado activamente en su consecución. Sin embargo, poco o nada sabían de la posibilidad de incluir las fiestas en el CGPHA. De hecho, mientras que la iniciativa de declarar las fiestas como “patrimonio etnológico” había partido de la administración autonómica, en el caso de las Declaraciones de Interés Turístico habían sido los propios ayuntamientos y las asociaciones locales quiénes habían iniciado los trámites necesarios.
241
atracción. La mirada orientalizante contempla al ‘otro’ como un depositario de los
valores que la ‘modernidad’ habría destruido en ‘nosotros’. En una suerte de alterización
interna, los sujetos de las fiestas ven en ellas una reminiscencia de su forma de vida
pasada, caracterizada por la comunalidad frente a la anomia de sus vidas cotidianas
presentes. En este sentido, no es difícil encontrar discursos que plantean la necesidad de
conservar y patrimonializar las fiestas aduciendo que constituyen “una de las pocas
cosas que sobreviven de cuando aún sabíamos vivir en comunidad”. En cualquier caso,
como hemos expuesto, es la gramática englobante la que predomina en el discurso
patrimonial institucional.
La aplicación de la propuesta gramatical de Baumann al análisis de las políticas
patrimoniales permite superar la vinculación mecánica entre patrimonio e identidad
colectiva. A mi juicio, el principal problema de definir el patrimonio como reflejo o
icono de la identidad de un pueblo (Agudo, 2012), sea cual sea la forma que adopte el
relato identitario, radica en asumir la existencia de un “pueblo” bien delimitado y dotado
de una identidad cultural primigenia. Un pueblo que, según la gramática englobante,
puede tener un alto grado de diversidad interna, pero cuyos límites externos estarían
claramente establecidos. El elemento patrimonializado representaría la identidad de
dicho pueblo, diverso o monolítico, en un contexto determinado. Se asume de este
modo el carácter contingente y construido del patrimonio, mientras que se afirma la
realidad ontológica de los límites socio-identitarios del “pueblo”, la “comunidad” o la
“colectividad”88.
88 El término “pueblo”, como el de “comunidad” y otros que pretenden designar colectivamente a las personas relacionadas con un elemento patrimonial, es un concepto problemático, que, sin embargo, lejos de ser explicado, suele usarse como un factor explicativo en los estudios patrimoniales (Waterton y Smith, (continuación de la nota al pie)
242
2.2. La antropología en la práctica institucional del patrimonio
En ocasiones, cuando he planteado la necesidad de introducir el análisis del modo en
que los debates académicos y la práctica profesional de la antropología están influyendo
en los procesos de identificación/producción patrimonial, se me ha advertido del
peligro de desviarme de mi objeto central. Sin embargo, considero que la antropología,
ya sea desde la academia o desde la práctica profesional, está determinando muchas de
las acciones patrimoniales de las instituciones culturales. Y, por lo tanto, mi análisis
quedaría incompleto si no contemplase este aspecto.
Hay dos cuestiones que revisten especial relevancia en cuanto a la incidencia de la
antropología en las políticas patrimoniales: la primera de ellas es la progresiva
incorporación de criterios antropológicos a la definición de patrimonio, que ha
desembocado en lo que José Antonio Fernández de Rota (2009) denominó el “giro
etnográfico del patrimonio”. Más allá de todas las críticas que –con razón- puedan
hacerse al modo en que dichos criterios se han ido incorporando al concepto de
patrimonio, lo cierto es que en la actualidad asistimos a una “explosión patrimonial”, en
parte, derivada de esa incorporación y del abandono de los criterios de monumentalidad
de excepcionalidad, que clásicamente habían dominado la práctica patrimonial. La
segunda cuestión, que es de especial interés para mi caso de estudio concreto, es la
incorporación de la antropología al aparato tecno-científico de la
2010). De este modo, la consideración de que el patrimonio es el reflejo de la identidad de un pueblo ha sido un discurso ampliamente sostenido y legitimado por la antropología académica. Así, Isidoro Moreno (2012: 31) sostiene que “el Patrimonio Cultural e Histórico de Andalucía” es la “base para el autorreconocimiento de los andaluces como pueblo”. Según Moreno, “un colectivo humano posee identidad cultural (etnicidad), y es, por ello, un pueblo, cuando presenta un conjunto de características (…) que le hacen ser diferente a otros pueblos. Cuáles de estas características sean consideradas como “marcadores” de la identidad propia [podría leerse, también, patrimonio] dependerá, fundamentalmente, del contexto (…)” (Moreno, 2012: 14).
243
identificación/producción patrimonial. O, lo que es lo mismo, su constitución como
sistema experto en el ámbito de la gestión del patrimonio89. No se trata, por tanto, tan
solo de la adopción de conceptos antropológicos en la definición del patrimonio, sino
que se solicita el concurso activo de los profesionales de la antropología en la acción
patrimonial de las instituciones.
La legitimidad institucional de la antropología –y de otras disciplinas, principalmente, la
arqueología, la historia del arte y la arquitectura- en el ámbito de la gestión patrimonial
es una de las características de los Laurajane Smith (2006: 29-34) ha denominado el
“Discurso Patrimonial Autorizado”: un discurso caracterizado también por entender el
patrimonio como una “cosa”, claramente identificable y definible, cuya existencia como
patrimonio es anterior a su designación patrimonial y que, por lo tanto, está innatamente
impregnada de valores. Desde esta perspectiva, el patrimonio es una herencia del
pasado, indisolublemente vinculada a las identidades colectivas, que debido a su
fragilidad inherente debe ser conservado.
Lo que convierte al patrimonio en un eficaz instrumento de gobernabilidad (Lacarrieu y
Álvarez, 2002), es que las decisiones políticas se presentan como descripciones
científicas objetivas e indiscutibles. En el seno de las distintas instituciones culturales, y
en su entorno, trabajan multitud de profesionales de distintas disciplinas que, por un
lado, aportan la justificación científica de las políticas patrimoniales y, por otro lado,
obtienen recursos para la investigación y visibilidad para sus respectivas disciplinas
(Prats, 2005). Y aunque, generalmente, siempre ha habido alguna representación de
89 Gema Carrera y Aniceto Delgado (2012) analizan esta doble aportación de la antropología al ámbito de las políticas patrimoniales en Andalucía y subrayan la importancia que la institucionalización de la disciplina en la Universidad de Sevilla ha tenido sobre las prácticas patrimoniales de la administración autonómica.
244
profesionales de la antropología, tanto académicos como “aplicados”, en los últimos
años hemos asistido a un notable incremento de su presencia en las instituciones
culturales; en parte, debido a la consolidación de la antropología social en las
universidades españolas y al aumento de personas tituladas que buscan ocupación fuera
de la academia.
Esto, en cualquier caso, no ha sido óbice para que las críticas antropológicas respecto a
las políticas patrimoniales, y al propio concepto de patrimonio, hayan seguido
produciéndose. Y esa es una de las principales características de la antropología en el
campo patrimonial: participar en acciones patrimoniales desde una postura crítico-
reflexiva. Dicho de otro modo, es a partir de su participación en los procesos de
patrimonialización, desde donde los antropólogos construyen sus reflexiones críticas.
No obstante, esta posición del antropólogo envuelto en procesos institucionales de
patrimonialización es ambigua y paradójica: si por un lado ha de responder a las
demandas de una administración pública, para hacerlo –ajustándose a los requerimientos
básicos de su disciplina– ha de considerar las posiciones y los intereses de los “sujetos
administrados”, y ambas posturas, a menudo, pueden resultar contradictorias. No son
pocas las consecuencias éticas y epistemológicas de adoptar tal posición: ¿hasta qué
punto detentamos autoridad alguna para atribuir valores sociales a cualquier elemento
cultural? ¿la patrimonialización institucional de, por ejemplo, rituales festivos constituye
un trabajo antropológico en sentido estricto?, ¿la objetivación de ciertas prácticas
culturales y su inserción en el entramado burocrático de la patrimonialización
institucional puede estar, en realidad, contribuyendo al expolio y la
“despatrimonialización” (Florido, 2013) de la cultura local?, etc. Por razones obvias de
espacio no me detendré ahora en estas preguntas, pero es necesario apuntar que todas
245
ellas derivan del doble rol en el que he estado situado. En este sentido, la sensación de
estar actuando como un “agente doble” es muy común entre los profesionales de la
antropología que trabajan en el campo del patrimonio.
Uno de los objetivos de la tesis que estoy desarrollando es precisamente analizar ese
doble rol que he adoptado en el proceso de patrimonialización de las fiestas. Considero
que la crítica de las prácticas patrimoniales no debe conducirnos al abandono de
cualquier intento de colaboración y diálogo con las instituciones. En primer lugar,
porque es necesario afianzar los logros que se han obtenido hasta ahora, por ejemplo,
que se introduzcan criterios etnográficos en la producción de patrimonio y no solamente
criterios de carácter estético, arqueológico o monumental; lo que ha supuesto un cierto
reconocimiento a prácticas y expresiones culturales habitualmente minusvaloradas desde
los paradigmas clásicos del patrimonio. Y, en segundo lugar, porque podemos contribuir
a la reflexión que las instituciones, y los agentes sociales inmersos en ellas, realizan sobre
su propio quehacer. El análisis crítico de las prácticas patrimoniales, tal y como afirman
Bendix et al. (2012: 19), debe ser un apoyo a la “introducción de reflexividad en los
procesos de toma de decisión patrimoniales”. Como advierte Ángel Díaz de Rada, no
debemos cometer el error de considerar que en las instituciones, en las administraciones
públicas y en todos “esos entornos movidos por un interés abiertamente instrumental,
los agentes carecen de toda forma de reflexividad crítica” (Díaz de Rada, 2011: 174). Se
trataría, en suma, de subrayar la potencialidad del patrimonio en tanto que “foro
cultural” y alejarlo, de ese modo, de la posibilidad de convertirse en un “búnquer
identitario” (Prats, 2005).
Desde mi punto de vista, el próximo reto consiste en convencer a las instituciones
culturales de la necesidad de acercar cada vez más las prácticas patrimoniales a un
246
“paradigma participacionista” (García Canclini, 1999), lo que significa incorporar a los
sujetos en todas las fases del proceso de patrimonialización, no sólo como meros
informantes o “público”, y superar la acciones de catalogación y archivo, poniendo el
acento no en las características de los bienes designados en sí, sino en sus usos y
significados locales (Barañano, 2007; Prats, 2005; Sánchez Carretero, 2012).
En este sentido, el estudio antropológico de referentes patrimoniales alejados de la
parcela restringida del denominado “patrimonio etnológico” o “inmaterial”, a la que
suele relegarse a antropólogos y antropólogas, constituye una estrategia heurística
interesante. En Andalucía, el estudio etnográfico y antropológico de la Alhambra, que
José Antonio González Alcantud (2012a: 179-223; 2012b) ha emprendido en los últimos
años, representa un buen ejemplo.
Tabla 4. Actividades de Interés Etnológico en el Catálogo General del Patrimonio Histórico de Andalucía
Denominación del bien Provincia Municipio Danzas Rituales Huelva 15 Municipios Cabalgata de Reyes Magos Huelva Higuera de la Sierra Romería de la Virgen de la Cabeza Jaén Andújar Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza Jaén Andújar Fiesta de los Verdiales Málaga 18 Municipios Carpintería de Ribera Málaga Málaga Carpintería de Ribera Sevilla Coria del Río Escuela Bolera de Baile Sevilla Sevilla Escuela Sevillana de Baile Sevilla Sevilla
Fuente: Elaboración propia a partir de los datos del Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz (septiembre de 2014)
Agradecimientos
El presente texto forma parte de mi tesis doctoral en curso, realizada en el
Departamento de Antropología Social de la Universidad de Granada y bajo la dirección
de los profesores F. Javier García Castaño y Gunther Dietz. Agradezco a ambos sus
comentarios a versiones anteriores de este texto. También he de agradecer a José
247
Francisco Ruiz su apoyo en el trabajo institucional desarrollado. Por supuesto, cualquier
error es de mi exclusiva responsabilidad.
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TEXTO 6. LA ETNICIDAD COMO RECLAMO. IMAGEN TURÍSTICA Y
CONFLICTO EN LAS CUEVAS DEL SACROMONTE (GRANADA,
ESPAÑA)90
Capítulo de libro publicado originalmente en italiano y posteriormente traducido al
castellano y al rumano. Se incluye la versión en castellano:
Castellano:
López López, J. de D., & Beluschi Fabeni, G. (2014b). La etnicidad como reclamo.
Imagen turística y conflicto en las cuevas del Sacromonte. In M. Giuffrè (Ed.), Iguales,
diversos, normales. Estereotipos, representaciones y contranarrativas del mundo rom en Italia,
España y Rumanía. (pp. 225–256). Sevilla: Fondo Andaluz de Municipios por la
Solidaridad Internacional.
Italiano:
López López, J. de D., & Beluschi Fabeni, G. (2014). La etnicità come richiamo.
Immagine turistica e conflitto nelle cuevas del Sacromonte (Granada, Spagna). In M.
Giuffrè (Ed.), Uguali, diversi, normali. Stereotipi, rappresentazioni e contro narrative del mondo
rom in Italia, Spagna e Romania. (pp. 223–253). Roma: Castelvecchi.
Rumano:
López López, J. de D., & Beluschi Fabeni, G. (2014a). Etnicitatea ca atracţie turistică.
Imagine şi conflict la grotele din Sacromonte (Granada, Spania). In M. Giuffrè (Ed.),
Egali, diferiti, normali. Stereotipuri, reprezentări şi contra-naraţiuni din lumea romilor din Italia,
Spania şi România (pp. 321–366). Bucarest: Paideia.
90 F. Javier García Castaño (Universidad de Granada, España), Gunther Dietz (Universidad Veracruzana, México) y Silvia Paggi (Université Nice Sophia Antipolis, Francia) leyeron una primera versión del artículo y nos ofrecieron distintas sugerencias de mejora que hemos tenido en cuenta en la redacción final. También hemos contado con la ayuda de Ignacio Martín-Lagos, arqueólogo de la Delegación Provincial en Granada de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, en la elaboración de mapas y cartografía. A todos ellos les agradecemos su amabilidad y su trabajo de revisión. Por supuesto, la responsabilidad sobre el texto final es exclusivamente nuestra.
252
RESUMEN
A partir del análisis de la documentación producida por las administraciones públicas en
torno al barrio granadino del Sacromonte y sus conocidas cuevas vivienda, en el
presente artículo se muestra cómo se está llevando a cabo un proceso institucional de
patrimonialización de las cuevas para fortalecer la atracción turística de la zona y del
conjunto de la ciudad. En dicho proceso, la vinculación entre el barrio del Sacromonte,
las cuevas vivienda y la categoría étnica “gitano” se sitúa en un lugar central. Sin
embargo, en la promoción turística del Sacromonte y la patrimonialización de las cuevas
no se reflejan diversos conflictos que han afectado a la zona, y al propio hábitat de
cuevas, a lo largo del tiempo. En la segunda parte de este trabajo nos centramos en el
análisis de uno de estos conflictos: el de las cuevas del Cerro de San Miguel, limítrofes
con la zona más turística del Sacromonte.
Palabras clave: Turismo, Patrimonio, Etnicidad, Casas cueva, Granada
ABSTRACT
Based on the analysis of policy documents produced by public authorities, this article
examines the process of institutional heritagization of the Sacromonte neighbourhood
of Granada (Spain) and its distinctive “cave-houses”. The links between Sacromonte,
the “cave-houses” and ethnic category of "Gitano", represent the backbone of the
analyzed documentation, and are presented in the first part. The promotion of the
Sacromonte’s cultural heritage, which aimed to rise the touristic attractiveness of the
city, leaved aside a number of conflicts that for very long time have affected this area.
For that reason, the second section of this article focusses on the analysis of one
particular conflict: the conflict of the “cave-houses” in the Cerro de San Miguel,
adjacent to the most touristic area of Sacromonte.
Keywords: Tourism, Heritage, Ethnicity, Cave houses, Granada
253
l Sacromonte es un conocido enclave de la ciudad de Granada, cuyo icono
arquitectónico son las viviendas-cueva. Estas cuevas, por su singularidad
en el conjunto de la ciudad y por su capacidad de atracción turística, se
están viendo afectadas en las últimas décadas por el discurso patrimonial de las
administraciones públicas. En dicho discurso, el uso retórico de la categoría étnica
“gitano” cumple un papel fundamental.
El objetivo de este trabajo es mostrar cómo se combinan en los textos institucionales,
por un lado, la exaltación del atractivo turístico y los “valores patrimoniales” de las
cuevas y el Sacromonte y, por otro lado, la ocultación de los conflictos sociales que se
vienen sucediendo en este lugar.
Comenzamos este texto con una revisión teórica en torno a la construcción de las
imágenes turísticas y su relación con la etnicidad y el discurso patrimonialista. A
continuación se expone el marco metodológico de este trabajo y describimos
brevemente el proyecto de investigación, más amplio, en el que se ubica. En el tercer
epígrafe nos centramos en el papel que tienen las cuevas y la etnicidad en el proceso de
producción turística del Sacromonte y señalamos algunas de las paradojas, inherentes al
fenómeno turístico, que se observan en dicho proceso. Este segundo epígrafe concluye
E
254
mostrando cómo, a pesar de la imagen idílica del Sacromonte trasladada desde las
administraciones públicas y los operadores turísticos, distintos conflictos sociales han
tenido y tienen lugar en el barrio y en sus inmediaciones. En el último epígrafe
precisamente nos centramos en describir cómo en las cuevas del Cerro de San Miguel,
zona limítrofe al Sacromonte turístico y que puede entenderse como una continuación
de este, se han sucedido diversos conflictos que continúan vigentes en la actualidad.
Finalizamos con un apartado de conclusiones en el que intentamos integrar los distintos
argumentos del texto.
1. IMAGINARIOS TURÍSTICOS, PATRIMONIO Y ETNICIDAD: UNA
APROXIMACIÓN TEÓRICA
Antes de iniciar su viaje el turista ya posee un amplio repertorio de imágenes de su
destino. De hecho, el primer contacto que tiene un turista con el lugar que va a visitar
son sus imágenes, sus representaciones (MacCannell, 2003). Una vez en su destino, es
tal colección previa de imágenes la que configurará el itinerario del turista. Precisamente,
uno de los objetivos de su viaje será insertarse a sí mismo en dichas imágenes,
fotografiándose junto a los iconos del lugar, cerrando así el círculo hermenéutico que
constituye la “mirada turística” (Urry, 1990: 140).
Una tarea más especializada que, en distintos grados, los turistas emprenderán también
será la de ponderar el grado de correspondencia entre aquellas imágenes y lo que
representan, sus supuestos referentes reales. La verosimilitud de las imágenes turísticas
constituye una de las múltiples dimensiones del etéreo y escurridizo concepto de
autenticidad aplicado al turismo y a cualquier otro aspecto de la cultura. Como advierte
Cohen (2004), contra las aproximaciones filosóficas al concepto, ha de reivindicarse su
carácter eminentemente social. Dada la propia naturaleza convencional y relacional de la
255
cultura (Díaz de Rada, 2010a), la autenticidad atribuida a cualquier expresión cultural es
siempre un valor negociado, resultado de una disputa semántica entre diversos agentes.
There is no “authentic-inauthentic binary” because there is no cultural possibility of authenticity in
some pure form (MacCannell, 2007: 150).
De hecho, determinados productos y expresiones culturales que con toda claridad y
manifiestamente resultan de procesos de hibridación cultural no están exentos de
convertirse en fetiches turísticos ni, por lo tanto, de ser insertados en discursos más o
menos sofisticados sobre la “autenticidad” (Clifford, 1999; Friedman, 2003). Una
muestra empírica de que “la frontera entre “lo propio” y “lo reapropiado” es
sumamente artificial” (Pérez Galán, 2011a: 43).
Los debates sobre la “autenticidad”, además de al turismo, han afectado a otro campo
de estudio paralelo: el patrimonio cultural. La estrecha relación entre patrimonio cultural
y turismo es evidente (Prats y Santana, 2011), aunque está relación nunca está exenta de
contradicciones y sospechas. Como observa Laurajane Smith (2012: 392), las agencias
que trabajan en el ámbito del patrimonio, incluida la UNESCO, suelen ver en el turismo
un elemento peligroso para la salvaguarda del patrimonio y la difusión de sus valores.
No obstante, de acuerdo con Barbara Kirshenblatt-Gimblett (1998: 151), el patrimonio
y el turismo son industrias colaborativas y es precisamente el patrimonio lo que
convierte a determinados lugares en destinos turísticos y los hace económicamente
viables, añadiéndoles el valor de la diferencia y la posibilidad de exhibición. Si bien la
industria turística necesita de altos niveles de estandarización en ciertos de sus
componentes (hoteles, transportes, etc.), los destinos turísticos están obligados a
diferenciarse de sus competidores, y en esta diferenciación el patrimonio cultural
constituye uno de los recursos fundamentales. Para insertarse en el mercado turístico
256
cualquier destino ha de especificar su singularidad; en otros términos, ha de producir y
expresar su diferencia (Kirshenblatt-Gimblett, 1998). En este sentido, como trataremos
de mostrar para el caso de la imagen turística atribuida al Sacromonte, los relatos de la
etnicidad, sobre todo construidos desde posiciones exotizantes y orientalistas,
constituyen uno de los recursos utilizados en esta tarea de diferenciación.
Para Van den Bergue (2007) el turismo es en sí mismo un tipo de “relación interétnica”,
pero esta relación dista mucho de establecerse en un plano de igualdad. En el contexto
del turismo internacional, advierte Pereiro (2013), los grupos étnicos minoritarios son
vistos como depositarios de un modo de vida “auténtico” que el turista occidental ha
perdido en su vida cotidiana. De hecho, con frecuencia, quienes viajan motivados por el
exotismo étnico se sienten transportados no sólo a través del espacio, sino también a
través del tiempo, hacia un pasado mejor. Es lo que Renato Rosaldo ha denominado
“nostalgia imperialista”: la nostalgia occidental de aquello que las potencias occidentales
han contribuido a transformar o destruir. La nostalgia, positivamente connotada, tiene
además la virtud de “transformar al agente colonial responsable en un inocente
espectador” (Rosaldo, 2000: 95). Sin embargo, como advierte Salazar (2009: 65), las
imágenes turísticas en torno a determinados grupos étnicos, como cualquier acto de
representación, nunca son neutrales, por el contrario deben interpretarse como un acto
claramente político.
Y constituyen actos políticos porque las imágenes turísticas, así como los valores y
significados que se le atribuyen, no surgen de la nada. Múltiples agentes interactúan en
su construcción (el Estado, las poblaciones locales, los propios turistas, las agencias e
industrias turísticas, etc.) y sus intereses son siempre distintos, cuando no
completamente divergentes. Por lo tanto, no existe un único imaginario sobre un
257
destino determinado. Para Xerardo Pereiro, “el turismo es una lucha de imaginarios y
metanarrativas sobre las identificaciones indígenas” (2012: 946). Obviamente, el
resultado de esa confrontación interpretativa dependerá en gran medida de la capacidad
de cada uno de los agentes implicados para actuar en el escenario global de turismo. Y
es en este escenario donde el discurso de los “expertos en asuntos culturales” y las
instituciones en las que trabajan toman especial relevancia (Smith, 2006; Francesch,
2011).
De acuerdo con Salazar (2012), los imaginarios turísticos son el resultado de la
producción de significado, al mismo tiempo que productores de significado. Y
funcionan más bien como esquemas interpretativos inconscientes que como ideologías
explícitas. En tanto que esquemas cognitivos su naturaleza es intangible, pero es posible
su estudio empírico a partir de sus múltiples materializaciones. Guías turísticas, postales,
souvenirs, pero también productos no estrictamente turísticos como el cine, la música, o
las monografías académicas, confluyen en la construcción del imaginario turístico de
determinados destinos.
En Andalucía, en los últimos años, se han realizado varios estudios en torno a la imagen
turística de la región. Tres obras, dos de ellas publicadas en la colección Imagen
impulsada por el Centro de Estudios Andaluces, resultan de notable interés en esta
materia: La imagen de Andalucía en las guías turísticas (Ruíz Morales 2006), La imagen de
Andalucía en el turismo (Hernández, 2008) y Recuerdos de viaje: Historia del Souvenir en
Andalucía (Plaza Orellana, 2013).
En estas tres obras se destaca que la promoción turística impulsada por los poderes
locales y autonómicos más que crear nuevos contenidos, imágenes o representaciones,
se han basado en la amplificación y la difusión de los estereotipos que ya pusieran en
258
circulación los primeros viajeros románticos. Javier Hernández (2008; 2013) habla de
“empecinamiento romántico” para referirse a esta pervivencia de las imágenes sobre
Andalucía producidas en el siglo XIX. No hay ruptura ni cuestionamiento del
estereotipo, sino adaptación a las demandas del mercado y a las representaciones sobre
Andalucía y sus gentes más difundidas en los circuitos internacionales del turismo. Una
imagen cuyo núcleo principal es
… la belleza de sus monumentos, única por su naturaleza oriental; la singularidad de sus gentes y
sus costumbres, que se manifiesta en sus fiestas y su carácter; y sus bailes y cantes, sensuales y
mágicos, que se han ido conservando en el tiempo como una reliquia misteriosa, en permanente
renovación sin quebrar su estructura originaria, definiendo toda su herencia previa la naturaleza
final del flamenco (Plaza Orellana, 2013: 187).
Como veremos más adelante, el empecinamiento romántico con que se ha construido
esta imagen de Andalucía está muy vigente en las actuaciones de las administraciones
públicas en torno a la configuración actual del barrio del Sacromonte como destino
turístico.
Según Javier Hernández (2008; 2013), las imágenes turísticas funcionan como cristales
transparentes o atalayas desde las que los turistas observan el paisaje (urbano, natural y
humano) de Andalucía, mientras que para los andaluces actuarían como un espejo en el
que se verían reflejados y que les induciría a actuar en el modo que se espera que lo
hagan y no como realmente son. Desde este punto de vista, el turismo obligaría a la
población local a escenificar “la comedia de su identidad” (Delgado, 2001: 271), o como
Prats (1997: 42) lo denominó, “el nosotros de los otros”. En este contexto, algunos
autores advierten del peligro de la mercantilización de la cultura y la banalización de las
identidades (Greenwood, 1977; Moreno Navarro, 2002b), o incluso de la reducción de la
diversidad presente en los destinos a una serie limitada de imágenes estereotípicas
259
(Augé, 1998: 16). En su análisis sobre las guías turísticas de Andalucía, Ruiz Morales et
al. (2006: 85) afirmaban que la presencia y la mirada de los turistas podían desembocar
en la modificación de la cultura propia e incidir en la construcción de la memoria
colectiva.
Sin embargo, desde otros puntos de vista, si las imágenes turísticas funcionan como un
espejo para las poblaciones anfitrionas91, si reflejan una imagen que les posibilita
contemplarse a sí mismos, no debe desdeñarse su potencial reflexivo (Boissevain 2005;
Salazar 2006; Pérez Galán 2011a), su capacidad para facilitar procesos de auto-reflexión
y transformación cultural en positivo. Para algunos autores (Boissevain, 1999; Segalen,
2005) el turismo contemporáneo puede incluso actuar como un factor de revitalización
de los rituales comunitarios y de las identidades locales. Quienes se adscriben a estas
visiones, más optimistas sobre las repercusiones del turismo, subrayan la capacidad de
acción de las poblaciones receptoras y sus estrategias ante las posibles consecuencias no
deseadas de la llegada del turismo, como la ocultación de determinados rituales y
aspectos de la “cultura local” a la mirada del turista (Boissevain, 2005; 2011).
En las próximas páginas nos detendremos en examinar cómo las instituciones
granadinas y andaluzas construyen la imagen turística del Sacromonte, qué elementos del
patrimonio cultural se destacan y cuáles pretenden ser ocultados a la “mirada turística”,
haciendo espacial énfasis en cómo es utilizada la categoría étnica “gitano” en este
proceso.
91 Tom Selwyn (2011) también utiliza la metáfora del espejo para subrayar el potencial reflexivo que el turismo tiene para los propios turistas. Según Selwyn, “los destinos turísticos aparecen como una especie de ‹‹espejitos mágicos›› en tanto que el turista también aprehende algunos reflejos de ese Yo que le gustaría ser” (2011: 310)
260
2. MARCO METODOLÓGICO
El presente texto se basa en el análisis de diversos documentos producidos por las
administraciones públicas referidos al Sacromonte y, específicamente, a las viviendas
cueva. Parte de los resultados que se presentan proceden del proyecto de investigación
“WE: Wor(l)ds which Exclude”92, cuyo objetivo es analizar el discurso institucional en
torno a los “problemas” de vivienda que inciden específicamente sobre las poblaciones
romaníes y/o gitanas en Europa. El proyecto se desarrolla en 6 países diferentes:
España, Portugal, Italia, Reino Unido, Rumanía y Hungría. En cada país se han
seleccionado distintos territorios como casos de estudio, a partir de los cuales se ha
recopilado y analizado la documentación político-administrativa producida al respecto.
La selección del Sacromonte, dentro de los casos referidos a España, representa en
cierto sentido una excepción si la comparamos con el resto de casos que han formado
parte de la muestra en Europa93. El criterio fundamental por el que ha sido seleccionado
este barrio granadino no ha sido la existencia de una política de vivienda diseñada para
un grupo étnico concreto, ni la presencia en el barrio de personas percibidas o
autopercibidas como “gitanos”. Por el contrario, nuestro interés en el Sacromonte se
deriva del uso de tal categoría étnica en las políticas de rehabilitación urbanística,
fuertemente vinculadas a las políticas patrimoniales y de fomento del turismo. Estas
políticas de “rehabilitación” o “revitalización” urbana inciden directamente sobre el
icono residencial del barrio, las cuevas, que pasan a estar sometidas a una normativa
92 El proyecto “WE: Wor(l)ds which Exclude” (JUST/2011/FRAC/AG/2716.) está cofinanciado por la Comisión Europea a través del programa específico “Fundamental Rights and Citizenship”. 93 Los casos locales seleccionados en cada país son los siguientes: Florencia, Viareggio, Napoles, Savona y Génova, en Italia; Derby y Canterbury, en Reino Unido; El Vacie (Sevilla), Asperones (Málaga) y Sacromonte (Granada), en España; Pécs, Miskolc y Siklós, en Hungría; Cluj-Napoca, en Rumanía; Lisboa, Beja y Videgueira, en Portugal.
261
específica en el marco de la ciudad. Esta política patrimonial y turística implementada en
el Sacromonte, y que toma a las cuevas-vivienda como uno de sus referentes principales,
es muy diferente de las políticas urbanas que se llevan a cabo en el resto de contextos
locales que analiza el proyecto WE, bastante alejadas de lo que habitualmente se
denomina como “políticas culturales” y vinculadas a lo que las administraciones
delimitan como “asuntos sociales”.
Se trata, por tanto, de un análisis documental, realizado desde una perspectiva holística y
antropológica. Nuestro objeto de estudio es el discurso materializado en la
documentación producida por las administraciones públicas en torno a las viviendas
cueva de la ciudad de Granada y sus habitantes. En nuestro análisis, no obstante, dicha
documentación ha sido complementada también con otro tipo de fuentes: la prensa,
informes de diversas asociaciones, entrevistas y conversaciones con representantes de
asociaciones vecinales y agentes turísticos.
3. CUEVAS, GITANOS Y FLAMENCO EN LA PRODUCCIÓN
TURÍSTICA DEL SACROMONTE
La importancia del Sacromonte como centro de atracción turística para la ciudad de
Granada y el conjunto de Andalucía se remonta, al menos, al romanticismo
decimonónico y se ha mantenido, con altibajos, hasta la actualidad. Sin embargo, tanto
los grupos sociales que han habitado este paraje como los significados que le han sido
atribuidos han variado a lo largo del tiempo. Por lo tanto, necesitamos una perspectiva
diacrónica amplia, a largo plazo, que nos permita ponderar dichas transformaciones.
En las últimas tres décadas, tras la llegada de la democracia, y en el contexto del llamado
“Estado de las Autonomías”, las élites políticas andaluzas (apoyadas por algunos
262
sectores de intelectuales y académicos) han desarrollado una política identitaria
consistente en justificar la “singularidad histórica” de Andalucía. Dicha “singularidad” se
presenta como el aval cultural de la autonomía política y, en el proceso de
descentralización administrativa, posibilita al gobierno autonómico negociar con el
gobierno central en las mismas condiciones que el resto de las denominadas
“nacionalidades históricas”: Cataluña, País Vasco y Galicia. Como observa Gunther
Dietz (2004), una de las estrategias seguidas por la etnopolítica andaluza ha sido la
utilización de tres tipos de “recursos culturales” que, combinados, ofrecen una imagen
diferenciada de “lo andaluz” respecto a “lo español”: el “patrimonio festivo”,
simbolizado sobre todo por la Semana Santa; el “patrimonio gitano”, fuertemente
vinculado al flamenco94; y el “patrimonio morisco”, que se relaciona con un supuesto
multiculturalismo ancestral andaluz. En el discurso turístico en torno al Sacromonte
estos tres tipos de patrimonio aparecen estrechamente imbricados.
La localización en el Sacromonte de un conglomerado de significantes turísticos
congruentes con la etnopolítica del regionalismo andaluz ha contribuido a la
museificación del barrio. Según la guía “El arte flamenco en Granada”, publicada por el
Ayuntamiento de la ciudad, en la actualidad existen en el Sacromonte cuatro museos: el
Museo Cuevas del Sacromonte, el Museo de la Mujer Gitana, la Zambra Museo María la
Canastera y el Museo de la Zambra Cueva del Curro; lo que probablemente convierte al
94 Curiosamente, el flamenco y el “patrimonio gitano” también fue utilizado por la dictadura franquista como un símbolo no ya de la “cultura gitana” o de la “cultura andaluza”, sino como un elemento sustancial de la “cultura nacional española” (Dietz, 2003b: 34-35). Se trata, en realidad, de un doble desplazamiento metonímico: el gitano como arquetipo del andaluz y “lo andaluz” como icono de “lo español” (Gallardo Saborido, 2010). Desde la perspectiva del nacionalismo andaluz, se dirá que este juego semántico es fundamentalmente un mecanismo “fomentado desde los intereses del nacionalismo de estado españolista para atribuir a una cuestionable cultura española unos contenidos que en realidad pertenecen a la cultura andaluza” (Moreno Navarro, 2012: 27)
263
Sacromonte en el barrio con mayor concentración de museos por habitante de
Andalucía95. Los dos primeros museos, el de Cuevas del Sacromonte y el de la Mujer
Gitana, están gestionados por entidades privadas sin ánimo de lucro y están situados en
varias cuevas municipales cedidas por el ayuntamiento de la ciudad. Los otros dos, María
la Canastera y Cueva del Curro, son “cuevas-espectáculo” que se promocionan también
como espacios expositivos. Es destacable el hecho de que los cuatro museos se ubiquen
en cuevas y que, también en los cuatro, se haga una explícita mención a la identificación
del Sacromonte con “lo gitano”, si bien los dos últimos, al ser establecimientos
comerciales privados, subrayan especialmente la historia de la zambra, espectáculo que
se ofrecen a las visitantes-clientes. La toponimia del Sacromonte también insiste en esta
relación entre las cuevas, “lo gitano” y las zambras. La mayor parte de las cuevas, sobre
todo las situadas en el Camino del Sacromonte –la zona más turística– y dedicadas a
usos hosteleros, son nombradas mediante rótulos y carteles con nombres inspirados en
el mundo del flamenco (La Cantaora, La Bulería, La Zíngara, La Faraona, etc.). La
museificación del Sacromonte, en cualquier caso, no es un hecho reciente. Ya in 1948
Antonio Gallego Burín, historiador del arte y alcalde franquista de Granada desde los
tiempos de la Guerra Civil hasta 1951, organizó la I Exposición Gitana de Granada.
Aunque esta exposición no se organizó en el Sacromonte, las casas-cueva y el conjunto
del barrio tuvieron una presencia y una importancia fundamental en la muestra. Unos
años más tarde, en 1965, fue el gobernador civil de la ciudad quien propuso “levantar en
el Sacro Monte una cueva-modelo, para mantener así el auténtico folklore gitano”
(Lorente Rivas, 2001: 143). Y, como señalábamos más arriba, la fiebre museificadora de
95 El barrio del Sacromonte es uno de los menos habitados del Albaicín y del conjunto de la ciudad de Granada. Según los datos del Padrón Municipal, en enero de 2012 había 442 personas empadronadas allí, lo que supondría casi 1 museo por cada 100 habitantes.
264
las autoridades granadinas en torno al Sacromonte continúa vigente, configurándose el
conjunto del barrio como un gran museo al aire libre. Según García Canclini, "la
multiplicación de museos-para-atraer-turistas ha llevado a rediseñar la ciudad entera
como museo" (2007: 97-98).
En el imaginario turístico construido en torno a Granada aparece en un lugar central la
asociación Sacromonte-gitanos-flamenco; y las administraciones públicas cumplen un
papel fundamental en la construcción y difusión de este imaginario. No existen, sin
embargo, encuestas recientes sobre la composición étnica de los actuales residentes en el
Sacromonte, y los registros municipales no ofrecen tal dato, más allá de la nacionalidad.
Por otro lado, los realojos de la población gitana durante la década de los sesenta (en los
que abundaremos más adelante) y su progresiva sustitución por población no-gitana,
según un clásico proceso de gentrificación, permiten afirmar que el número de
habitantes que hoy se auto-identifican como gitanos no es mayor que en otros muchos
barrios y pueblos granadinos (también Duque Calvache, 2010; Lorente Rivas, 2001).
Sin embargo, el Sacromonte es presentado insistentemente como un “barrio gitano” en
diferentes documentos producidos por las administraciones públicas. Por ejemplo, en el
año 2000, el Ayuntamiento de Granada constituye el Centro Internacional de Estudios
Gitanos, situados en las remodeladas cuevas de la Chumbera (donde también se sitúa el
Museo de la Mujer Gitana), cuyo objeto es “la promoción de la investigación, la difusión
y el mantenimiento de las señas de identidad y del patrimonio gitano y del Sacromonte”
(Ayuntamiento de Granada, 2000).
En este sentido, más que la presencia o ausencia de personas que se autoidentifican
como gitanos en el Sacromonte, nuestro interés se centra en el uso de la categoría étnica
como valor patrimonial y reclamo turístico. Las diferentes guías turísticas publicadas por
265
la administración local, provincial o regional, mencionan invariablemente este carácter
“gitano” en la promoción turística de la zona. Así describe la guía turística multilingüe
“Andalucía Holidays”, editada por la Junta de Andalucía (2011: 83), el barrio del
Sacromonte:
Sacromonte. Embrujo gitano
Este barrio gitano es epicentro de lo que los expertos llaman la “jondura” y “el duende” y origen
de la zambra, una fiesta de cante y baile flamenco que se remonta al siglo XVI.
La frecuentemente discutida, pero reconocida, influencia de los gitanos en el flamenco96
siempre está presente en la promoción turística del Sacromonte. En noviembre de 2010
el flamenco fue incluido en la Lista Representativa del Patrimonio Inmaterial de la
Humanidad de la UNESCO, en el expediente presentado por el Estado español se
señalaba que la “comunidad étnica gitana” había desempeñado un papel fundamental en
el desarrollo del flamenco, hasta tal punto que los términos “flamenco” y “gitano” han
llegado a ser intercambiables y funcionar como sinónimos. En este mismo documento,
el Sacromonte y el Albaicín se identifican como uno de los contextos urbanos de
Andalucía donde el flamenco tiene una especial significación y raigambre. Si Andalucía
es considerada la “Meca” del flamenco para la mayor parte de los turistas extranjeros
(Aoyama, 2009: 99), el Sacromonte se presenta como uno de los principales contextos
de producción de esta expresión cultural y artística en la región
En este proceso de patrimonialización y ‘turistificación’ del Sacromonte, las cuevas
terminan constituyendo el icono fundamental y se presentan, junto a la Alhambra, como
96 La controversia en torno al grado de contribución de los gitanos a la configuración y el desarrollo del flamenco es un tema recurrente entre musicólogos y científicos sociales. Las líneas generales del debate pueden consultarse en Leblon (2003).
266
los recursos culturales “más diferenciales de la provincia de Granada desde un punto de
vista estratégico” (Diputación Provincial de Granada, 2007: 108). La importancia de
estos elementos en el marketing turístico de la ciudad se remonta al origen de la
publicidad turística en España. En 1929, un año después de su creación, el Patronato
Nacional de Turismo de España editó un cartel publicitario de Granada que había
diseñado el artista local Hermenegildo Lanz. En este cartel (Ilustración 12), se puede
apreciar en primer término un conjunto de casas cueva, seguido de la Alhambra, Sierra
Nevada y el mar. Una perspectiva imposible de la ciudad que, sin embargo, sintetiza
muy bien el imaginario turístico de Granada (Hernández Ramírez, 2008).
Ilustración 12. Cartel turístico de Granada editado por el Patronato Nacional de Turismo en 1929
Fuente: Colección de carteles del Centro de Documentación Turística de España, Subdirección de
Conocimiento y Estudios Turísticos, www.iet.tourspain.es
En el espacio físico de las cuevas se le ofrece al turista la posibilidad de experimentar y
reconocer la mayor parte de los elementos que le presentan las guías y los folletos
267
turísticos: un modelo de vivienda exótico y “primitivo” que se ha mantenido a lo largo
de los siglos, las tradicionales zambras de los gitanos y, todo ello, con vistas a la
Alhambra, el monumento más visitado del país y vinculado al pasado musulmán de la
ciudad.
Las zambras constituyen la representación simbólica de la vinculación entre las cuevas y
la etnicidad gitana. O, dicho en términos patrimoniales, la etnificación de las cuevas
como patrimonio cultural material, vinculado a “lo gitano”, se realiza mediante su
conexión con el patrimonio inmaterial etnificado y corporeizado que constituye la
zambra. Las zambras tienen lugar en las llamadas “cuevas-espectáculo” que se han
convertido en una suerte de etnoempresas donde la gitaneidad de los productores-
empresarios es lo que garantiza la autenticidad del producto. Como advierten John L. y
Jane Comaroff, toda etnoempresa “implica la administración y comercialización de
productos y prácticas culturales, qua propiedad intelectual, es decir, como fuentes de
valor –de hecho como capital exclusivo-, inseparable del ser y de los cuerpos de los
propietarios-productores” (Comaroff y Comaroff, 2010: 85). Por lo tanto, nos
encontramos ante una doble instrumentalización de la zambra y el “patrimonio gitano”:
la primera, que podríamos denominar externa, activada por los poderes públicos locales
cuyo objetivo es exponer la imagen exotizada del Sacromonte para atraer turistas a la
ciudad y, por otro lado, una instrumentalización interna, por parte del propio grupo
etnificado, que utiliza sus marcadores étnicos a modo de propiedad intelectual
comercializable.
Esta importancia de las cuevas del Sacromonte en el relato turístico de Granada ha
llevado a las distintas administraciones públicas a establecer disposiciones que aseguren
su conservación y su “imagen tradicional”. El Plan General de Ordenación Urbana de
268
Granada, en su artículo 112, “garantiza la conservación y consolidación del patrimonio
cultural que para el municipio suponen las cuevas-vivienda del Sacromonte y San
Miguel”, otorgándoles el nivel de protección 3 (protección arquitectónica estructural), de
modo que cualquier obra de reforma en una cueva ha de contar con licencia municipal.
No obstante, este documento autoriza el añadido de cocina y baños exteriores en las
cuevas destinadas al turismo, siempre y cuando la fachada tradicional de la cueva se
recomponga de forma que “los nuevos habitáculos, queden integrados en la morfología
tradicional de la casa-cueva”.
La Ordenanza Municipal de Edificación, por otro lado, autoriza “exclusivamente en el
ámbito del Sacromonte” distintos usos “existentes en construcciones hipogeas
(viviendas, terciarios de locales de espectáculos –zambras, bares, restaurantes y
análogos-, talleres artesanales y despachos profesionales)” y autoriza sólo obras “de
conservación, rehabilitación y acondicionamiento, quedando expresamente prohibidas
las de ampliación y las de nueva planta” (Ayuntamiento de Granada, 2013: 69).
Los distintos Planes Especiales de Protección y Reforma del Albayzín y el Sacromonte97 que han
sido formulados insisten en el “valor etnológico” del “hábitat de cuevas” y proponen
distintas fórmulas para su revitalización y puesta en valor: la creación del Parque
Etnológico de las Cuevas (PEPRI/05) o la instalación de nuevos establecimientos
hoteleros (PEPRI/08). 97 Estos planes, previstos en la legislación urbanística y patrimonial española, introducen una regulación específica dirigida al ordenamiento urbano de determinados lugares caracterizados por su importancia patrimonial. En 1975 se formuló el primer plan referido al Albayzín. Quince años después, en 1990, se aprobó un nuevo plan también referido al Albayzín (Castelló Nicás, 2003). Después, en 2005 y en 2008, ha habido dos intentos de reformularlo por parte del Ayuntamiento de Granada, incluyendo específicamente al Sacromonte, pero ninguno de los documentos presentados se aprobó definitivamente por la oposición de la Junta de Andalucía. En nuestro análisis, sin embargo, utilizamos tanto el plan aprobado en 1990 como los de 2005 y 2008, a pesar de que nunca hayan llegado a estar vigentes. Nos referiremos a ellos como PEPRI/90, PEPRI/05 y PEPRI/08.
269
3.1. Paradojas del turismo: de la impostura sacromontana a la ocultación del
conflicto
La inserción del Sacromonte en los circuitos internacionales del turismo, vinculada a la
imagen exótica y estereotípica del gitano, da a lugar a multitud de paradojas. Una de las
más evidentes es que el relativo éxito turístico acaba produciendo críticas a la
banalización de los contenidos culturales comercializados y a la inautenticidad de lo
expuesto.
Estas críticas no son nuevas. El irlandés Walter Starkie, quien ente 1962 y 1973 fuera
presidente de la Gypsy Lore Society, tras una visita al Sacromonte en la década de los
treinta, afirmaba que las cuevas decepcionarían a cualquier investigador de “la vida
primitiva y nómada de los gitanos” y se asombraba de que fuesen “demasiado
confortables” y de que incluso dispusieran de electricidad (Starkie, 1985: 268-269).
Starkie estaba convencido de que el “grado de pureza” de los gitanos aumentaba
conforme se asentaban en lugares más alejados de los núcleos urbanos. Según este autor,
los gitanos más “puros” de Granada residían en la comarca de Guadix, particularmente
en Benalúa. En su particular búsqueda de la autenticidad gitana, Merryll F. McLane
(1987; 2002) también encontró en la comarca de Guadix a los gitanos “más auténticos y
salvajes” de España, habiendo desistido de la idea de realizar sus investigaciones en el
Sacromonte.
Más recientemente, José Antonio González Alcantud (2005: 115) señalaba que “la
impostura forma una parte sustantiva del ambiente sacromontano”. La idea de que el
barrio del Sacromonte es en la actualidad un simple decorado artificioso, inauténtico, no
sólo se ha difundido en ambientes académicos e intelectuales, sino que también es
común entre los turistas y los propios artistas flamencos, que consideran de inferior
270
categoría a los artistas que se especializan en espectáculos dirigidos al turismo. En su
trabajo sobre el flamenco en Granada, Manuel Lorente Rivas (2001) afirmaba que no es
extraño en el Sacromonte escuchar a turistas extranjeros preguntando dónde pueden
encontrar flamenco “de verdad”, no para extranjeros. Según MacCannell (2003), lo que
tales turistas andan buscando es el backstage de la “autenticidad escenificada”, un
backstage que para este autor puede ser también meticulosamente preparado para
satisfacer al turista en su búsqueda de lo auténtico.
Bertha B. Quintana, por su parte, advertía de que la excesiva comercialización y la
sobreexplotación del Sacromonte por parte de los operadores turísticos habían
terminado por devaluar el “poco mérito artístico” que aún permanecía en las zambras a
principios de la década de los setenta del siglo XX. Además, acusaba a las agencias
turísticas de monopolizar el beneficio que podían reportar los viajeros, para lo que no
dudaban en utilizar estereotipos racistas contra los gitanos.
Las agencias turísticas y sus guías, que se presentan a sí mismos como los protectores de los
turistas, son los únicos que se benefician significativamente de la empresa y quienes refuerzan
estereotipos sobre los gitanos como sujetos “peligrosos” con el fin de 1) monopolizar las visitas al
Sacromonte y 2) y sacar provecho de la demanda turística de “lo exótico”.
Todos estos abusos han culminado en una disminución del interés en el Sacromonte, sus gentes
autóctonas [indigenous peoples], su historia, cultura y su rico patrimonio artístico. (Quintana,
1998: 169, traducción propia)
En cualquier caso, la presentación de los gitanos en el Sacromonte que hacen las
administraciones está estrechamente ligada a una figura mítica y legendaria. La mayor
parte de la documentación administrativa recoge y reproduce la idea, desarrollada por
algunos cronistas locales e historiadores, de que los gitanos se instalaron en las cuevas
tras la conquista de la ciudad a los musulmanes en 1492. Según este relato, los gitanos
habrían acompañado a los Reyes Católicos y sus tropas como forjadores y herreros, y se
271
habrían asentado en el Sacromonte, donde quedarían también algunos grupos de
moriscos, junto a quienes desarrollarían las actuales zambras.
El hábitat de cuevas es, por tanto, el producto de la excavación del cerro sobre todo a partir del
siglo XVI por una población marginal de herreros y oficios vinculados al tratamiento del metal,
muchos de raza gitana, que acompañaron a las tropas cristianas durante la conquista.
(Ayuntamiento de Granada, 2008: 20, Memoria)
Esta identificación del Sacromonte con “lo gitano” en los procesos de
patrimonialización vinculados a su promoción turística, es muy congruente con la
estrategia de marca de la ciudad de Granada y de Andalucía, en general. Andalucía se
presenta como resultado del mestizaje de distintos pueblos y civilizaciones, como cuna
de las “tres culturas” (identificadas con las tres grandes religiones monoteístas), como
ejemplo de una armónica convivencia pacífica en la diversidad. En este sentido, “lo
gitano” se presenta como “la cuarta cultura”98. En el preámbulo del Estatuto de
Autonomía de Andalucía, máxima norma a nivel autonómico, se corrobora –aunque de
un modo un tanto confuso- la idea de que la esencia de Andalucía es una particular
mixtura de culturas diversas:
Andalucía ha compilado un rico acervo cultural por la confluencia de una multiplicidad de pueblos
y de civilizaciones, dando sobrado ejemplo de mestizaje humano a través de los siglos. La
interculturalidad de prácticas, hábitos y modos de vida se ha expresado a lo largo del tiempo sobre
una unidad de fondo que acrisola una pluralidad histórica, y se manifiesta en un patrimonio
cultural tangible e intangible, dinámico y cambiante, popular y culto, único entre las culturas del
mundo (Estatuto de Autonomía para Andalucía, Preámbulo)
En la recuperación institucional y turística de la memoria y el patrimonio gitano se
olvidan, no obstante, las acciones antigitanas desplegadas históricamente en España por
98 La Asociación Unión Romaní puso en marcha en 2002 una campaña de sensibilización en Andalucía que se denominó: “Andalucía: Cuatro Culturas, una sola Juventud”.
272
las autoridades gubernamentales. La desmemoria, la ocultación o la atenuación del
conflicto es una constante en los procesos institucionales de activación patrimonial. Se
ofrece así una imagen congruente con la autopresentación de Andalucía (y en gran
medida también de España) como una tierra mestiza y acogedora. Sin embargo, desde
1499 se han sucedido pragmáticas, leyes y normativas manifiestamente antigitanas, que
han perdurado hasta la transición democrática: no es hasta el 19 de julio de 1978 cuando
se suprimen del Reglamento de la Guardia Civil los artículos que obligaban a “vigilar
escrupulosamente” a los gitanos.99
Refiriéndose a la patrimonialización del legado de Al-Andalus, Christiane Stallaert
describe muy gráficamente como el olvido forma parte indisoluble de los procesos
institucionales de recuperación de la memoria histórica.
En la España actual, aunque mucho queda por hacer en este campo, cierta voluntad reparadora
con respecto a las víctimas históricas del cristianismo étnico ha llevado a rescatar del olvido a
sefardíes, moriscos y conversos. El curioso puede viajar por la ruta de los pueblos moriscos,
dejarse guiar por la red de juderías o visitar el museo sefardí en Toledo. El barrio granadino del
Albaicín en su actual versión neomusulmana crea la ilusión de una normalización histórica. Sin
embargo, ¿dónde se encuentra ubicado el museo de la Inquisición española? ¿Dónde están las
placas conmemorativas de los autos de fe? ¿Qué guía turística ofrece una ‹‹ruta de los
inquisidores››? (Stallaert, 2006: 25)
Los conflictos, que han afectado al entorno del Sacromonte y a los distintos grupos de
población que han ido ocupando las cuevas a lo largo de la historia, es el tema al que
dedicamos el siguiente epígrafe. Combinaremos un enfoque diacrónico con el análisis de
los conflictos contemporáneos para mostrar cómo han ido evolucionando. De esta
forma trataremos de mostrar cómo se ha combinado el discurso patrimonializador sobre
99 Una recopilación de la legislación histórica española contra los gitanos puede consultarse en Gómez Alfaro (2009).
273
las cuevas con la estigmatización de sus habitantes y hasta qué punto este conflicto ha
sido ocultado en la promoción turística de la zona.
4. EL CONFLICTO DEL CERRO DE SAN MIGUEL
Además de las cuevas situadas en el entorno del Camino del Sacromonte, la zona más
turística y de la que hemos hablado en el epígrafe anterior, existe otro núcleo de cuevas
ubicado en una franja más alta de la ladera y conocido como ‘cuevas de San Miguel’
(Ilustración 13). Estas cuevas, a ambos lados de la Muralla del Albaicín (también
conocida como Cerca de Don Gonzalo) y cercanas a la Ermita de San Miguel, limitan
con el Sacromonte y pueden entenderse como una continuación de este (Bosque
Maurel, 1988, Fernández Gutiérrez y Antiñolo Cordón, 1980). La relación entre las
cuevas de San Miguel y el Sacromonte, en cualquier caso, es muy estrecha. De ahí que
gran parte de la documentación y de la bibliografía no hagan una distinción especial y se
refieran a estas cuevas simplemente como las “más altas del Sacromonte” (Quintana y
Floyd, 1986; Starkie, 1985).
Ilustración 13. Localización de las cuevas de San Miguel y del Sacromonte dentro de la delimitación del Conjunto Histórico de Granada
Fuente: Elaboración propia
274
Según Pérez Casas (1982), estas cuevas fueron excavadas en la década de los 30 del siglo
XX, aunque en algunas descripciones también se les atribuye, como al conjunto del
Sacromonte, una existencia que se remonta al medievo. En cualquier caso, la ocupación
humana de estas cuevas está documentada desde principios del siglo XX y
reiteradamente han sido descritas como las que peores condiciones de habitabilidad
presentaban en el conjunto de cuevas-vivienda de Granada, y, en consecuencia, como
las que estaban ocupadas por los grupos sociales más empobrecidos de la ciudad. Walter
Starkie describía así la situación de las cuevas situadas “arriba en la cresta de la
montaña”:
Me chocó ver que muchas de las cuevas del Sacro Monte estaban habitadas por andaluces pobres
como si fuesen gitanos. Vivían arriba en la cresta de la montaña en puercas viviendas. Estas cuevas
no tenían más que una sola habitación con las paredes en roca viva, desprovistas de ladrillo o
encalado. En una de aquellas covachas una numerosa familia de chiquillos retozaba en el suelo
entre cabras, cieno, gallinas y perros sarnosos (Starkie, 1985: 270)
Joaquín Bosque Maurel, en su tesis doctoral de 1956, reeditada por la Universidad de
Granada en 1988, describe las cuevas de San Miguel como el tipo “más frecuente y
numeroso” de las cuevas-vivienda de la ciudad y a sus habitantes como “el jornalero
industrial o, al menos peón, no faltando tampoco los obreros cualificados, cuyo trabajo
es estrictamente urbano”. Y continúa exponiendo otro tipo de cuevas que se dan sobre
todo “en las orillas del Beiro, así como en el Barranco de Puente Quemada y en las
partes más altas de San Miguel” que se caracteriza “por su extrema pobreza, que raya
siempre con la miseria” y que están habitadas por “peones de baja condición, mendigos
y otras personas similares” (Bosque Maurel, 1988: 257-258). Como veremos a
continuación, esta zona de cuevas, colindante con el Sacromonte turístico, ha estado
habitada por diferentes grupos humanos hasta la actualidad y es aquí donde se han
275
localizado una serie de conflictos, estratégicamente ocultados a la visión del turista, que
no sólo forman parte del pasado y de la historia, sino que continúan vigentes.
4.1. Moriscos, gitanos y hippies. De las inundaciones de 1963 a los desalojos
contemporáneos en el cerro de San Miguel
Entre mediados de la década de los 50 y principios de los 60 se sucedieron en Granada
diversos fenómenos naturales que afectaron negativamente a la estructura de las cuevas,
sobre todo en el área de San Miguel (Bosque Maurel, 1992). En febrero de 1963, unas
copiosas lluvias produjeron destrozos y derrumbamientos en muchas de las cuevas, lo
que obligó a desalojar a las familias que vivían en ellas. El entonces Jefe del Estado, el
dictador Francisco Franco, visitó el Sacromonte días después y, según la prensa de la
época, se comprometió a rehabilitar la zona y a proteger sus atractivos turísticos. No es
nuevo, por tanto, el discurso patrimonializador en torno a las cuevas y el Sacromonte.
Tras las inundaciones, las familias desalojadas fueron ubicadas en una serie de
barracones provisionales, aunque algunos de estos alojamientos temporales llegaron a
cronificarse, como sucedió en los casos de las “Casitas de la Virgencica”100 o del barrio
de la Chana (Tudela Vázquez, 2010; Quintana y Floyd, 1986; Pérez Casas, 1982).
Finalmente, la población que había sido desalojada del Sacromonte fue distribuida por
distintos barrios periféricos de la ciudad. Estas actuaciones de desalojo y realojo,
calificadas como “una de las etapas más negras del comportamiento de esta ciudad con
la minoría gitana” por el propio Ayuntamiento de Granada (2002: 8), acabaron
despoblando gran parte del Sacromonte, mientras que la imagen tradicional del barrio y
gran parte de sus cuevas fueron protegidas. 100 Los últimos habitantes de la Virgencica fueron realojados dos décadas después, en 1982. Tras estos realojos, el fenómeno del chabolismo en Granada se consideró prácticamente erradicado (Ardèvol, 1987).
276
Franco recorrió el barrio del Sacromonte y mostró interés por salvaguardar la fisonomía del
famoso barrio de cuevas. Con el fin de conservar su atractivo turístico, algo fundamental para la
economía de una ciudad cada vez más basada en ese sector, se anunció que se repararían y
construirían las cuevas mediante las obras necesarias para garantizar la seguridad. De esa manera el
pintoresco patrimonio arquitectónico quedaba a salvo, mientras que el patrimonio humano había
desaparecido, reducido prácticamente a la expresión folclórica de las zambras, en un barrio que
había quedado casi desierto. (Tudela Vázquez, 2010: 90)
En la actualidad, muchos de los barrios en los que fueron alojadas las familias
procedentes de las cuevas del Sacromonte y San Miguel se han convertido en los
ámbitos urbanos con mayores índices de pobreza y marginalidad de la ciudad. El más
emblemático y conocido es el barrio de Almanjáyar, ubicado al norte de Granada, que
muestra como la actual distribución espacial y residencial de los “gitanos” en la ciudad
es un resultado de la intervención directa de las administraciones públicas y no una
respuesta cultural propia del grupo (Ardèvol, 1986), como en ocasiones se ha insinuado.
Tras el desalojo masivo101 de la población de las cuevas del entorno de San Miguel y el
Sacromonte y su realojamiento en áreas periféricas de la ciudad, algunos de los antiguos
residentes continuaron trabajando en las zambras para lo que diariamente se
desplazaban al Sacromonte. Quintana y Floyd (1986) afirman que, a principios de los 70,
muchas de las personas desplazadas añoraban el Sacromonte y se lamentaban de que su
realojo, supuestamente temporal, se había convertido en permanente.
Según un informe sobre el Sacromonte, encargado por el Ayuntamiento de Granada en
1981, el barrio alcanzó su máximo número de habitantes y cuevas habitadas,
101 12012 personas se vieron afectadas por las inundaciones y 2770 familias fueron reubicadas en alojamientos provisionales (Fernández Gutiérrez y Antiñolo Cordón, 1980; Ardèvol, 1987).
277
contabilizadas en 3682, en la década de los 40102. En 1960 el número de cuevas habitadas
descendió hasta 1350 y en 1981, dos décadas después de las inundaciones, se redujo
hasta 159 (Ardèvol, 1987).
Las cuevas de San Miguel y del Sacromonte permanecieron desalojadas un tiempo, hasta
que algunos de sus antiguos pobladores volvieron, adecentaron las cuevas y, en algunos
casos, construyeron sobre ellas edificaciones que permitían disfrutar de las ventajas de la
cueva y una casa edificada. Según Pérez Casas, “la inseguridad que ofrecían algunas
cuevas sobre todo a partir de los temporales de 1962 y el escaso valor adquisitivo que
presentan estas zonas, ha hecho que algunos gitanos, de nivel económico superior,
adquirieran terrenos en dichas zonas y edificasen una casa” (1982: 16). Sin embargo,
hubo también muchas cuevas que quedaron definitivamente abandonadas y sus antiguos
moradores nunca volvieron a reclamarlas. La confusión existente acerca de la propiedad
de las cuevas abandonadas permitió que algunas personas, mediante los trámites
administrativos oportunos, reivindicasen su propiedad y especulasen con ellas (Ardèvol,
1987).
Los distintos inventarios y catálogos contenidos en el último proyecto de PEPRI
realizado señalan la existencia en 2008 de 357 cuevas en el entorno del Sacromonte y
Albayzín, que responden a diferentes tipologías y cuyo estado de conservación y
mantenimiento es muy dispar.
102 Estas fechas, inmediatamente después de la Guerra Civil española (1936-39), coinciden con un periodo de la historia de España en el que se intensificaron notablemente los movimientos migratorios del campo a la ciudad. Tras la contienda bélica, muchas personas que llegaron a las ciudades en busca de refugio u oportunidades laborales se instalaron en las periferias de los límites urbanos. La existencia de un barrio de cuevas en Granada posibilitó que las personas recién llegadas excavasen nuevos habitáculos e instalasen allí su domicilio. En las grandes ciudades del país, como Madrid y Barcelona, es en este periodo cuando comienzan a surgir los barrios de chabolas (Río Ruiz, 2009).
278
A partir de la década de los 80 algunas de las cuevas que permanecían abandonadas
fueron siendo ocupadas paulatinamente por distintos grupos de población, que han sido
caracterizados de formas muy diversas en los estudios científico-sociales existentes
sobre la zona: “comunidades de vagabundos” (Lorente Rivas, 2001), “contraculturales”
(Gómez-Ullate, 2004), “alternativos” (Duque Calvache, 2010), etc. La mayor parte de las
descripciones coinciden en subrayar la heterogeneidad de los distintos grupos que han
residido y/o residen en estas cuevas, pero que, no obstante, comparten un estilo de vida
minoritario en el conjunto de la ciudad, bien por elecciones de tipo ideológico, bien
como estrategia ante condiciones de pobreza, “alternativo” y/o marginal. Con
frecuencia estos residentes de las cuevas son presentados como herederos de los viajeros
decimonónicos, que han llegado atraídos por la imagen exótica del entorno de las cuevas
que estos difundieron y por un deseo de retornar a modos de vida del pasado y “qué
mejor para materializar la vuelta a los orígenes que habitar una cueva, con toda la carga
simbólica que acompaña a estas viviendas.” (Duque Calvache, 2010: 278). En estos
estudios también se señala que gran parte de esta población proviene de distintos países
europeos o de otras ciudades del norte de España (Gómez-Ullate, 2004).
En los distintos documentos producidos por las administraciones públicas durante la
última década también se recogen descripciones más o menos detalladas de la población
que mora estas cuevas, a menudo para enfatizar ese supuesto carácter marginal y
problemático que se les atribuye; por ejemplo, “una población con enfoque social
alternativo” y “con problemática higiénica asociada” es la fórmula circunloquial que usa
el PEPRI/08 para referirse a los habitantes de las cuevas de San Miguel (Ayuntamiento
de Granada, 2008: 55, Anexos). No obstante, el valor paisajístico del entorno en que se
ubican las cuevas se subraya con insistencia y se señala como el principal atractivo que
279
ha llevado a la “aparición de una población de carácter marginal, con un doble origen
europeo o magrebí”.
Las excepcionales vistas de las que disfrutan y una orientación favorable son, en el caso de la
Ladera de San Miguel, incentivo suficiente para la aparición de una población de carácter marginal,
con un doble origen europeo o magrebí, que ocupa una pequeña parte de las cuevas en situación
clara de inseguridad, jurídica, física y social. Esta misma descripción, con matices, sería aplicable a
las cuevas de carácter rural en las laderas y barrancos frente al Darro, en dirección a la Ermita del
Sacromonte (Ayuntamiento de Granada, 2005: 8, Cap. 6)
Por lo tanto, la situación de las cuevas de San Miguel ha constituido un problema
político permanente desde mediados del siglo XX para las autoridades locales, quienes
juzgaban que la ocupación de las cuevas por “grupos marginales” conllevaba, por un
lado, un deterioro de la imagen turística que se pretendía ofrecer del Sacromonte y, por
otro lado, impedía el aprovechamiento y explotación turística de los “valores
patrimoniales y paisajísticos” del Cerro de San Miguel. En el PEPRI de 1990 (que, a
pesar de los reiterados intentos de reformulación que ha habido, continúa vigente) ya se
recogía la propuesta de “recuperar” el Cerro de San Miguel y destinarlo a usos turísticos
y actividades de hostelería.
Para proteger la imagen del Sacromonte y la iconografía turística de la ciudad, la
estrategia de las administraciones públicas ha consistido fundamentalmente en
desvincular las cuevas del entorno del Camino del Sacromonte, donde se concentran las
zambras, los museos y las cuevas-espectáculo, de las cuevas de San Miguel. De este
modo, el PGOU clasifica el cerro de San Miguel y su entorno, a diferencia del
Sacromonte bajo, como “suelo no urbanizable”. En el PEPRI/05 se marca una clara
distinción entre las cuevas ubicadas en la zona más baja del Sacromonte, la que tiene una
mayor afluencia de turistas, y las cuevas del Cerro de San Miguel: mientras que a las
primeras les atribuye un “carácter urbano”, a las segundas las califica como de “carácter
280
rural”. Sin embargo, la existencia de personas habitando este núcleo de cuevas-vivienda
ha supuesto un problema para los planes de “recuperación turística” de las
administraciones, que el Ayuntamiento de Granada ha intentado en diversas ocasiones
resolver mediante desalojos forzosos.
En enero de 2007 el Ayuntamiento de la ciudad, “por presentar peligro de derrumbe”,
ordenó desalojar “algunas cuevas del Sacromonte y del barrio de San Miguel Alto (…),
habitadas casi todas ellas por ‘hippies’ y ‘okupas’” (Gómez, 2007). El Ayuntamiento,
además del peligro de ruina inminente, alegó que las cuevas se localizaban sobre
terrenos de propiedad municipal, sin embargo durante el proceso de notificación de
desalojo al menos uno de los moradores pudo exhibir un documento público que
acreditaba la propiedad de la cueva que habitaba. Uno de los documentos que motivó la
actuación del Ayuntamiento en el cerro de San Miguel fue un Informe de la Servicios de
Inspección de la Gerencia de Urbanismo en el que se describía así la situación de las
cuevas y sus habitantes (obsérvense los curiosos paralelismos entre esta descripción
“técnica” y la que escribió Walker Starkie en los años 30, citada más arriba, refiriéndose
a las “cuevas más altas del Sacromonte”):
Existe en ambos lados del Cerro de San Miguel un gran número de cuevas ocupadas por
indigentes, estando éstas en condiciones muy deficientes tanto en seguridad como en higiene y
salubridad. No se puede acceder por motivos higiénicos. Todos estos indigentes tienen animales
de compañías sin ningún tipo de control veterinario. Se encuentran sin saneamiento, sin agua
potable y electricidad. Después de la inspección los agentes de la autoridad encontramos en ropa
de vestir insectos y distintos tipos de artrópodos adheridos a las prendas. Posteriormente es
necesario realizar un proceso desinfección a los agentes de la autoridad y a los vehículos
autorizados (Ayuntamiento de Granada, 2007: 18)
Diversas denuncias sobre el procedimiento de desalojo iniciado por el Ayuntamiento,
entre ellas una formulada por el Delegado de la UNESCO en Andalucía “por el trato
deshumanizado hacia los moradores de las cuevas” (Salguero Montaño y Rodríguez
281
Medela, 2009: 179)103, hacen que el Ayuntamiento solicite a los tribunales autorización
para entrar en las viviendas y efectuar los desalojos, autorización que le es denegada en
sentencia firme por el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía en diciembre de 2007.
Tras estos intentos de desalojo, algunas de las personas que habitaban en las cuevas del
cerro de San Miguel se organizan y constituyen la “Asociación de Vecinos de San Miguel
Alto y Valparaíso”, asociación que remite al Secretariado General de la UNESCO un
informe en el que denuncian las actuaciones del Ayuntamiento y solicitan la protección
del organismo supranacional. En dicho texto, titulado “Informe Crítico de la Situación
en los Barrios Altos de Granada”, califican el desalojo de las cuevas como la “tercera
expropiación que sufrirían los habitantes del cerro”, tras la expulsión de los moriscos y
las familias gitanas:
Así que, de cumplirse los planes del Excmo. Ayuntamiento, ésta sería la tercera expropiación –o
desalojo masivo permanente- que sufrirían los habitantes del cerro, desde una perspectiva
histórica. Tras la expulsión de los moriscos en 1492 y el “realojamiento” de las familias gitanas en
viviendas de protección oficial edificadas ex –professo a lo largo de la periferia de la ciudad en
1961. De ahí que, para cumplir sus fines para con el núcleo más importante de cuevas en la entera
península ibérica, nuestros representantes políticos no ahorren en descalificaciones que –en contra
de la ley- menoscaban nuestra dignidad como ciudadanos de segundo orden: okupas, hippies, pies
negros… (Asociación de Vecinos de San Miguel y Valparaíso, 2007: 8)
Los moradores de estas cuevas, por tanto, se reclaman herederos de los distintos grupos
que han habitado estas cuevas históricamente y trazan una línea de continuidad basada
en la compartición de una serie de características: pertenecer a grupos sociales
desfavorecidos, perseguidos y empobrecidos y situados en los estratos más bajos de la
103 Óscar Salguero y Juan Rodríguez (2009: 167 y ss.) realizan una descripción detallada de este conflicto, desde sus inicios en 2007 hasta 2008, en la que está muy presente la perspectiva de los propios habitantes de las cuevas.
282
jerarquía social de la ciudad. De este modo, se oponen al discurso que los ha
caracterizado como nuevos románticos ávidos de exotismo.
Tras la negativa judicial al proceso de desalojo iniciado en 2007, el Ayuntamiento ha
continuado intentado llevarlo a cabo en varias ocasiones. El primer paso en este sentido
fue el cambio de la titularidad de los terrenos dónde se sitúan las cuevas, que pasaron de
estar en manos de una empresa inmobiliaria municipal –Emuvyssa (Empresa Municipal
de Vivienda y Suelo)–, a ser gestionados directamente por el Ayuntamiento de Granada.
Se estimaba que dicho cambio de titularidad podría ayudar a acelerar los desalojos. Una
vez que el Ayuntamiento de Granada se hizo con la titularidad de los terrenos, en junio
de 2010 aprueba un la Declaración de Ruina Inminente de las Cuevas de San Miguel e
inicia de nuevo el procedimiento de desalojo. Los moradores de las cuevas presentaron
diversas alegaciones a dicha Declaración de Ruina, lo que ha ido demorando la
resolución del proceso. Las posiciones de los vecinos del Albaicín y el Sacromonte ante
estas actuaciones municipales están polarizadas. En las Actas de la Junta Municipal del
Distrito Albayzín se refleja que, mientras que algunos individuos y asociaciones se
manifiestan en contra de los procedimientos seguidos por el Ayuntamiento, también hay
vecinos que expresan su apoyo e incluso solicitan que se ejecuten los desalojos cuanto
antes.
En diciembre de 2013, cuando aún estamos escribiendo este texto, el Ayuntamiento de
Granada ha vuelto a impulsar varios desahucios en la zona: el 10 de diciembre de 2013
estaba previsto el desalojo de 8 cuevas que finalmente no se produjo. Unas doscientas
personas y diversos colectivos, entre ellos la plataforma “Stop Desahucios”, se
concentraron desde la noche anterior en las cuevas y en el entorno del Cerro de San
Miguel para impedir la entrada de la policía local y de los técnicos que debían proceder a
283
la clausura de las cuevas. Fue, como el periódico El Mundo tituló la noticia, “el enésimo
desalojo fallido de las cuevas del Sacromonte de Granada”.
He aquí otra de las paradojas sacromontanas. Los habitantes de estas cuevas, que el
Ayuntamiento de la ciudad pretende desalojar y que en ocasiones han sido descritos
como “hippies”104, “artistas” o “artesanos” (Salguero Montaño y Rodríguez Medela,
2009; Duque Calvache, 2010), contribuyen a reforzar esa imagen del Sacromonte
promocionada por las administraciones como un lugar “bohemio” y “artístico”. Es este
imaginario el que se destaca en la guía dirigida a atraer el llamado “turismo LGTB105”
editada por la Diputación Provincial de Granada (sin fecha: 9):
Nuestro paseo empieza en Granada capital y a pie, la mejor manera de conocer la ciudad, y en sus
dos barrios más pintorescos y mágicos: el Sacromonte y el Albaicín; focos, sin duda, del turismo
LGTB. En sus calles estrechas y empinadas fluyen el encanto de la bohemia, el artista que busca su
fuente de inspiración, los amantes que desean beber de la eterna felicidad o el alma inquieta que
necesita perderse para poder luego encontrarse...
CONCLUSIONES
El barrio del Sacromonte y sus cuevas constituyen, desde los inicios de la actividad
turística, uno de los iconos de la ciudad de Granada. La patrimonialización de las cuevas
vivienda y su vinculación al flamenco y la etnicidad gitana se sitúan en el centro del
discurso turístico sobre la zona. Las administraciones públicas desempeñan un rol
fundamental en este discurso fomentando un imaginario idílico sobre el barrio y sus
104 MacCannell (2003: 223) escribía que "el referente preciso de la palabra ‹‹hippie›› puede ser un turista que llega al pueblo pero que no se va después de algunos días" y señalaba a los ‹‹hippies›› como descubridores de destinos turísticos. En la mayoría de las ocasiones –continuaba MacCannell–, una vez consolidado el lugar como destino, las poblaciones locales pueden dar la espalda a estos turistas pioneros, en busca de turistas de "mayor calidad". Pero también puede suceder que los ‹‹hippies›› sean integrados totalmente en el discurso turístico, como en el caso de algunos barrios de San Francisco o Amsterdam. 105 LGTB es un acrónimo utilizado para designar colectivamente a las personas lesbianas, gais, transexuales y bisexuales.
284
habitantes. Como han advertido en otros lugares Comaroff y Comaroff (2011), la
etnicidad – “lo gitano”, en este caso – se convierte en un bien de consumo en sí misma,
en una mercancía. En la producción de “lo gitano” como bien de consumo
(commodification) y en su explotación comercial participan las agencias turísticas, las
administraciones públicas y, en ocasiones, también algunos miembros del propio grupo
etnificado. Un buen exponente de este proceso lo constituye la abundancia de espacios
expositivos que toman como referente principal “lo gitano” y las casas cuevas, junto con
la proliferación de zambras y cuevas-espectáculo. Las actuaciones urbanísticas y el
control sobre las edificaciones, que las administraciones públicas ejercen, están dirigidas
tanto a la salvaguarda de esta “imagen tradicional” construida en torno al barrio, como a
su promoción turística. La imagen turística del Sacromonte, no obstante, no está exenta
de paradojas. El éxito turístico alcanzado por la zona y la intervención pública dirigida a
su consecución contribuyen a crear una percepción del Sacromonte como escenario
“inauténtico”, enfocado únicamente a la actividad turística.
La existencia de conflictos sociales en la zona, por otra parte, se opone al imaginario
turístico que se intenta construir y difundir. La ocupación de las cuevas del Cerro de San
Miguel, por distintos grupos considerados marginales a lo largo del siglo XX y en la
actualidad, constituye, y ha históricamente constituido, un problema político para las
autoridades locales que, por un lado, ven peligrar la imagen que pretenden transmitir de
la zona y, por otro lado, les impide aprovechar los atractivos culturales y paisajísticos
que dichas cuevas y su entorno ofrecen. Ante esta situación, la estrategia de las
administraciones públicas ha consistido en desvincular en el discurso público las cuevas
del Cerro de San Miguel de las cuevas ubicadas en el limítrofe Sacromonte turístico. El
desalojo de la población que reside en las cuevas del Cerro constituye un segundo paso
285
en esta estrategia política, cuyo objetivo es la creación y explotación nuevos productos
turísticos, mediante la integración del conjunto ya patrimonializado y, por lo menos
parcialmente, museificado de las casas cueva de la ciudad.
La estigmatización a la que son sometidos los actuales moradores de las cuevas del
Cerro de San Miguel presenta paralelismos con la que históricamente sufrió la población
gitana que habitó también en la zona. Sin embargo, mientras que “lo gitano” –y no tanto
“los gitanos”– ha sido integrado en el discurso turístico existente sobre el Sacromonte,
la diversidad representada por los nuevos habitantes del cerro de San Miguel se
considera incongruente con dicho discurso. El hecho de que el “patrimonio gitano”
haya sido considerado, desde posiciones políticas completamente enfrentadas, como
parte integral de la “cultura andaluza” o de la “cultura española” facilita su inserción en
la imagen turística que las administraciones pretenden trasladar. Una imagen
radicalmente opuesta a la supuesta “marginalidad” instrumentalmente atribuida los
pobladores del cerro de San Miguel, quienes son definidos como un problema cuya
única solución es su desalojo de la cuevas que habitan.
Para finalizar, es necesario señalar los límites de este estudio. En este texto nos hemos
centrado en el rol que desempeñan las administraciones públicas en la construcción y
difusión del imaginario turístico en torno al Sacromonte, subrayando qué elementos
destacan en el discurso turístico y los conflictos y aspectos de la vida social del barrio
que intentan mantener ocultos. En este sentido, la investigación que hemos presentado
debería completarse en el futuro para dar respuesta a varios interrogantes clave: ¿cómo
son recibidas e interpretadas las imágenes turísticas del Sacromonte por los distintos
tipos de turistas que lo visitan? ¿cómo participan los vecinos actuales del barrio en todos
estos asuntos? ¿qué tipo de relaciones se establecen entre “anfitriones” e “invitados”?,
286
etc. Para dar respuesta a estas preguntas será imprescindible desplegar diversos métodos
y técnicas de investigación etnográfica, más allá del análisis documental que aquí hemos
realizado.
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291
TEXTO 7. MÁS ALLÁ DE LA PIEL Y LA MÁSCARA: TURISMO,
AUTENTICIDAD Y PRÁCTICAS EXPOSITIVAS EN EL SACROMONTE106
Artículo de revista. Aceptado para su publicación en la Revista de Dialectología y
Tradiciones Populares,
López López, J. (2015) Más allá de la piel y la máscara: Turismo, Autenticidad y
prácticas expositivas en el Sacromonte. Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, 70
(2) (en prensa)
106 Debo agradecer al profesor Leonardo Piasere la sugerencia de utilizar el archivo digitalizado de la Journal of Gypsy Lore Society para analizar las representaciones del Sacromonte que han sido publicadas en esta revista desde finales del siglo XIX. También agradezco al profesor Tibor Cserti Csapó su invitación a publicar una nota sobre algunos museos del Sacromonte en la revista Romologia, de la que este artículo constituye una derivación. Por último, agradezco a Giuseppe Beluschi Fabeni, a Gunther Dietz y a F. Javier García Castaño sus comentarios a un primer borrador de este texto. Algunos datos y reflexiones de este artículo han aparecido ya en López López y Beluschi Fabeni (2014), aunque en aquella ocasión nos centrábamos en cómo el Sacromonte ha sido representado por las administraciones públicas y los conflictos políticos que han afectado, y continúan afectando, al conjunto de la zona. Tanto ese trabajo anterior, como el presente, forman parte de mi trabajo de tesis doctoral en curso.
292
Resumen
En este estudio se analiza cómo se fue conformando una imagen orientalista del barrio granadino del Sacromonte desde el siglo XIX, y cómo dicha imagen fue diseminada a través del circuito del turismo internacional. En este análisis, el uso de la etnicidad [gitana, en este caso] como atractivo turístico ocupará un lugar preponderante. Se muestra cómo la adaptación y configuración del barrio a las demandas del turismo se ha considerado como un indicio de inautenticidad. Tras una revisión teórica sobre cómo ha sido tratada la cuestión de la autenticidad en los estudios sobre turismo, se expone cómo se fue configurando dicha representación orientalista y cómo distintas propuestas expositivas, surgidas en el ámbito local, han integrado la imaginería turística producida en torno al barrio y sus atractivos. Finalmente, se analizan distintas críticas en torno a la autenticidad del Sacromonte, que se han venido sucediendo desde su constitución como destino turístico, y defendemos la investigación etnográfica como una estrategia útil para superar tanto las explicaciones primordialistas como constructivistas en los debates sobre la autenticidad y las identidades locales en contextos turísticos.
Palabras clave: Museos, Gitanos, Autenticidad, Turismo Étnico, Identidades locales, Granada
BEYOND THE SKIN AND THE MASK: TOURISM, AUTHENTICITY AND
EXHIBITION PRACTICES IN SACROMONTE, GRANADA
Abstract
This study analyzes how an orientalist image of Sacromonte neighborhood (Granada) was shaping since the nineteenth century, and how that image was disseminated through the circuit of international tourism. In this analysis, the use of ethnicity [Gypsy, in this case] as a tourist attraction plays a prominent role. We show how adaptation and configuration of the neighborhood to the demands of tourism has been considered as an evidence of its inauthenticity. After a theoretical review on the issue of authenticity in tourism studies, we expose such orientalist representation and how various exhibition practices, emerged at local level, have integrated the tourist imaginary produced about the quarter and its attractions. Finally, various criticisms about the authenticity of Sacromonte, which have been doing since its incorporation as a tourist destination, are analyzed and we defend ethnographic research as a useful strategy to get beyond both primordialists and constructivist explanations in debates about authenticity and local identities in tourist contexts.
Keywords: Museums, Gypsies, Authenticity, Ethnic Tourism, Local identities, Granada.
293
l barrio del Sacromonte es un conocido enclave de la ciudad de Granada
(Andalucía) y, junto a la Alhambra, constituye uno de los recursos
turísticos más conocidos de la ciudad. La importancia de este barrio como
centro de atracción turística para la ciudad de Granada y el conjunto de Andalucía se
remonta, al menos, al romanticismo decimonónico y se ha mantenido, con altibajos,
hasta la actualidad. Desde los inicios, el Sacromonte ha sido insistentemente
caracterizado como un ‹‹barrio gitano›› y ese carácter gitano constituye uno de sus
principales atractivos turísticos, junto a sus características viviendas-cuevas y las
zambras107 como expresión artística y cultural.
En este trabajo nos proponemos analizar cómo los habitantes del Sacromonte, así como
distintos agentes turísticos locales, se han re-apropiado de imagen que se ha difundido
de ellos y de su entorno cotidiano a través del circuito internacional del turismo, la han
reelaborado en prácticas locales y la han re-interpretado tanto en sus procesos de
107 Las zambras constituyen un espectáculo flamenco característico del Sacromonte, cuyo origen se remontaría a la instalación de familias gitanas en el barrio tras la conquista de Granada por los Reyes Católicos, donde se habrían mezclado con grupos moriscos. La zambra sería el resultado de la hibridación de músicas y bailes de ambos grupos. En su formato actual, las zambras datan de finales del siglo XIX y el inicio de la actividad turística (Bejarano Franco 2005). La palabra zambra denota hoy tanto al propio espectáculo, como a los grupos artísticos más o menos estables que lo interpreta y a cada una de las cuevas donde habitualmente se ofrece al público visitante.
E
294
identificación colectiva como con el fin de mantener la posición del barrio en el
mercado turístico. Desde el punto de vista teórico, nuestra intención es superar el añejo
debate sobre la autenticidad, situando la noción en el lugar que consideramos que le
corresponde: como una categoría práctica de la industria turística, pero inoperante desde
el punto de vista analítico.
A pesar de que nuestra indagación se circunscribe a un contexto local específico, se
vincula a varios de los debates más recurrentes en los estudios antropológicos sobre el
turismo, como el impacto del turismo sobre las culturas e identidades locales o la
cuestión de la autenticidad del destino. La antigüedad y persistencia de la constitución de
“lo gitano” como recurso turístico en el Sacromonte posibilita también obtener una
perspectiva amplia y diacrónica de los procesos de commodification y mercantilización de
las identidades, así como de la participación en dichos procesos de los distintos sujetos
implicados.
El texto ha sido estructurado en cinco epígrafes. Tras una revisión teórica sobre cómo
ha sido abordado el problema de la autenticidad en los estudios turísticos, los dos
siguientes epígrafes están dedicados a describir cómo se fue conformando una imagen
orientalista del Sacromonte, vinculada a la etnicidad gitana, que ha sido integrada en
distintas prácticas expositivas y museísticas surgidas en el propio barrio y en la ciudad de
Granada. En el cuarto epígrafe se exponen algunas de las críticas que se han ido
sucediendo en torno a la supuesta “inautenticidad” del Sacromonte y su constitución
como gran “parque temático gitano”, a partir de la adaptación del barrio y de sus
actividades comerciales a la demanda turística. Finalmente, en el último epígrafe, se
plantea cómo la población local, a través de un proceso mimético, se ha reapropiado de
295
las imágenes turísticas en sus propias narraciones identitarias y defendemos la necesidad
de superar el debate sobre la autenticidad a partir de la investigación etnográfica.
1. EL PROBLEMA DE LA AUTENTICIDAD EN EL ESTUDIO DEL
TURISMO
El número 50 de la Journal of Gypsy Lore Society108, publicado en 1971, recogía una
pequeña polémica en torno al Sacromonte granadino. Jean-Pierre Liégeois publicaba un
artículo sobre las cuevas utilizadas como vivienda por grupos gitanos en Andalucía,
centrándose sobre todo en los núcleos cueveros de la comarca granadina de Guadix
(Liégeois, 1971). En el PostScript de dicho artículo, no obstante, se centraba en el barrio
del Sacromonte y comenzaba criticando el artículo que un año antes, en la misma
revista, había publicado la estadounidense Virginia Walker (1970). Según Liégeois,
Walker había cometido un error interpretativo al calificar el Sacromonte como un guetto
gitano. Para el autor francés, el Sacromonte no podía ser considerado como tal, puesto
que eran pocas las familias gitanas que vivían en el barrio y porque no era considerado
como guetto por los habitantes de la ciudad de Granada. La larga historia del turismo en
108 En 1888 se fundó en Gran Bretaña la Gypsy Lore Society (GLS), la sociedad más antigua y conocida de estudios gitanos o romaníes. Desde el primer año de su fundación, la GLS comenzó a publicar la Journal of Gypsy Lore Society (JGLS), acogiendo estudios procedentes de múltiples contextos geográficos y de distintas disciplinas (lingüística, antropología, historia, etc.). Esta amplitud temática y geográfica ha ayudado a la pervivencia de la GLS y su revista: en la actualidad la sociedad sigue activa y celebra anualmente un encuentro internacional y la JGLS continúa publicándose, desde 2000 bajo el nombre de Romani Studies. La historia de la Sociedad y de la revista está bien documentada y pueden consultarse al respecto Willems (1997) y Nord (2006), entre otros. Los gitanos españoles ocuparon un lugar preeminente en el imaginario de los primeros miembros de la Sociedad cuya influencia más destacada fue la obra de George Borrow, quien había escrito abundantemente sobre ellos, por ejemplo en The Zincali. An account of the Gypsies of Spain. Wim Willems (1997) se refiere a los miembros de la GLS como “los herederos de Borrow”. Para la redacción de este texto se han revisado todos los artículos de la JGLS que hacían referencia al Sacromonte, tarea que ha facilitado el hecho de que todos los números de la revista hayan sido digitalizados y estén disponibles on-line en la plataforma ProQuest. Buscando “Sacromonte” o “Sacro Monte” aparecen 27 registros, de los cuales, excluyendo la sección de Review, resultan 15 artículos que hace mención al barrio granadino.
296
el barrio, decía Liégeois, había terminado por destruir el Sacromonte y lo había
convertido en un mero escenario turístico.
El Sacromonte actualmente es sólo una façade. Destruido por los turistas, pronto no será más que
un montón de pesetas109 (Liégeois, 1971: 19)
En el mismo número, Virginia Walker publicaba una carta abierta contestando a las
críticas de Liégeois. La autora defendía su postura y afirmaba que era Liégeois quien
cometía el error. Liégeois, según Walker, al haber visitado el Sacromonte solo durante
unas pocas jornadas, no había comprendido bien la forma de vida de los gitanos
cueveros. Ella, por el contrario, había alquilado y vivido en una cueva durante el año
1962 y había llegado a convertirse en una “verdadera gitana habitante de las cuevas”:
Soy, (..), o he sido en el pasado, una troglodita que con el tiempo evolucionó hasta convertirse en
un una troglófila (una amante de las cuevas). En 1962 viví la vida –de verdad110– de una gitana
andaluza habitante de las cuevas”. Y añadía: “Mi tiempo con los gitanos, mi tiempo en la cueva, ha
cambiado mi vida por completo (Walker, 1971: 159-160)
Walker (1971: 161) contrastaba la vida de verdad que había experimentado entre los
gitanos de las cuevas del Sacromonte, “tan simple y verdadera”, con su vida anterior en
Estados Unidos, “tan apresurada y complicada”. Ante las críticas de Liégeois, Walker
admitía que su artículo de 1970 se inclinaba en ocasiones a la romantización, pero lo
justificaba porque
…la vida con los gitanos españoles – a pesar de sus condiciones de pobreza- es tan colorida como
un póster turístico de España. Era vivir continuamente en El Amor Brujo de Manuel de Falla o en
el tercer acto de Carmen (Walker, 1971: 161)
109 Todas las traducciones de los originales en inglés son nuestras. 110 En castellano en el original.
297
No obstante, la autora afirmaba que la permanencia prolongada en el Sacromonte le
permitió llegar a observar a los gitanos granadinos “con ojos de gitana”.
Esta anécdota, aparentemente sin mayor trascendencia y sólo tangencialmente
relacionada con el fenómeno turístico, puede ser de utilidad para ejemplificar los
diversos modos en que ha sido pensada la cuestión de la autenticidad en los debates
académicos sobre el turismo y cuál es su valor explicativo en el estudio de dicho
fenómeno en el Sacromonte y otros contextos turísticos.
Uno de los primeros autores en utilizar este concepto en el estudio del turismo fue
Dean MacCannell (1973), quien consideraba que “la búsqueda de autenticidad” era la
principal motivación de la actividad turística. Siguiendo la teoría interaccionista de
Goffman, MacCannell distingue en los contextos turísticos entre regiones frontales y
traseras. Las regiones frontales podrían ser caracterizadas como espacios en los que la
vida local es escenificada para el consumo turístico, mientras que en las traseras se
desarrollaría la vida local “de verdad”. Según MacCannell, el turista siempre espera
acceder a la región trasera, por lo que la industria turística local, para satisfacer esta
demanda, prepara algunas regiones delanteras de modo que aparenten ser traseras, y con
ello más “auténticas”. La “autenticidad escenificada” en los contextos turísticos, por
tanto, es para MacCannell una mascarada o una mera fachada. Y, como hemos visto, esa
era la posición de Liégeois quien consideraba al conjunto del Sacromonte, ya en la
década de los 70 del pasado siglo, exclusivamente como una región frontal, una façade,
un dispositivo destinado al turismo y desprovisto de autenticidad.
La propuesta de MacCannell ha sido criticada y superada ampliamente (véase, entre
otros, Cohen, 2004; Nogués Pedregal, 2011, Korstanje, 2013). Para Nogués Pedregal
(2011: 17), a pesar de la enorme influencia de MacCannell en los estudios sobre turismo,
298
algunos de sus planteamientos deberían estar situados hace tiempo “en el ámbito de lo
anecdótico”. La crítica principal al concepto de “autenticidad escenificada” propuesto
por MacCannell es que presupone la existencia de formas culturales “auténticas o puras”
(el backstage), que son ocultadas a los turistas, pero que en cualquier caso estarían ahí.
Existiría, pues, una “autenticidad objetiva” (Wang, 1999)111. Por el contrario, desde el
constructivismo, la autenticidad ha sido evaluada como un constructo social, como el
resultado de la negociación en torno al significado de determinados objetos turísticos
(Cohen 2004: 104). De modo que a una misma atracción turística podrían serle
atribuidos distintos grados de autenticidad dependiendo del contexto y de los agentes
implicados en su evaluación.
Para Wang (1999), tanto la perspectiva objetiva como la constructivista consideran el
problema de la autenticidad exclusivamente en relación al objeto o la atracción turística,
y no tienen en cuenta la actividad y la experiencia del turista. Wang propone el concepto
de “autenticidad existencial” para caracterizar cómo el turista puede obtener una
experiencia “auténtica” más allá de la verdad o falsedad del objeto o el destino turístico.
La “autenticidad existencial” es, para Wang (1999: 352), “un potencial estado existencial
del Ser” que puede ser activado a partir de la actividad turística. En este sentido, sería un
tipo de “autenticidad” ligada a la actividad y al propio turista, y no al objeto o al destino
turístico. Desde esta perspectiva, el turismo posibilita la adopción durante un periodo
limitado de tiempo de una "nueva identidad". Una identidad que se juzga más auténtica,
más acorde con la "verdadera esencia" del propio ser, puesto que estaría liberada de las
constricciones de la vida cotidiana (Boissevain 2011). La experiencia de Virginia Walker, 111 MacCannell, no obstante, ha rechazado que tales conclusiones puedan extraerse de su obra y que pueda presuponerse que existe “posibilidad alguna de autenticidad en forma pura” a partir del concepto del concepto de “autenticidad escenificada” (MacCannell, 2007: 150).
299
cuya vida “cambió por completo” al vivir en una cueva del Sacromonte y llegó a “ser
una gitana andaluza”, podría caracterizarse, siguiendo esta línea de análisis, como una
experiencia existencialmente auténtica.
Estos tres modos diferentes de contemplar la autenticidad en contextos turísticos
(objetiva, constructivista y existencial, que aquí hemos expuesto necesariamente de una
manera muy breve y simplificada), si bien pueden ser útiles para comprender
determinados aspectos del turismo, como la experiencia subjetiva de los turistas o la
espectacularización de determinadas tradiciones locales por parte de la industria, no
explican cómo afectan las imágenes turísticas a la población local ni qué tipo de
relaciones empíricas se establecen entre anfitriones e invitados (cfr. Francesch 2011). En
distinto grado, estas tres perspectivas teóricas comparten un mismo presupuesto
erróneo: la sospecha de que las poblaciones receptoras de turismo mantienen una
actitud falsaria respecto a sus visitantes. La mera pregunta por la autenticidad del destino
evidencia tal suposición. Y, al mostrar a los receptores de turismo como contumaces
falsarios, los turistas son presentados como “inocentes víctimas” del engaño (aunque
puedan llegar a experimentar una “autenticidad existencial”) o como perspicaces
escrutadores cuya principal actividad turística sería discernir lo auténtico entre las
bambalinas de la escena.
Nuestro objetivo aquí, por lo tanto, no es evaluar la “autenticidad” del Sacromonte o de
la experiencia turística de quienes lo visitan, sino comprender cómo, a lo largo del
tiempo, los distintos agentes implicados (autoridades públicas, la industria y el conjunto
de la población local –a menudo exotizada–) han sobrellevado los estereotipos y lidiado
con sus representaciones turísticas (cfr. Boissevain, 2011) y cómo estas han afectado
300
tanto a la configuración del barrio como a los procesos de identificación colectiva de sus
habitantes.
Para ello, en las próximas páginas, expondremos gradualmente cómo fue caracterizado
el Sacromonte por los primeros viajeros románticos, cómo dicha imagen fue
incorporada a la oferta turística del barrio y, paradójicamente, cómo tal adaptación a la
demanda turística ha sido considerada como un indicio de inautenticidad.
2. LA MIRADA ORIENTALISTA
La obsesión europea por los gitanos españoles encuentra en el Sacromonte uno de sus
principales referentes (Charnon-Deutsch 2004). La morfología del Sacromonte,
caracterizada por las cuevas utilizadas como vivienda y por sus vistas a la Alhambra (el
monumento más visitado de España y ligado al pasado musulmán de la península
ibérica); el exotismo atribuido a sus habitantes y el atractivo de las zambras (un
espectáculo flamenco supuestamente originario del Sacromonte y en el que se
mezclarían elementos gitanos y moriscos) convirtieron a este barrio granadino en objeto
de fascinación para los viajeros europeos desde el siglo XIX, llegando a ser uno de los
destinos favoritos en el recorrido del Grand Tour.
El encanto atribuido a la ciudad de Granada, a sus gitanos y a sus zambras cautivó a
literatos, artistas plásticos y músicos, tanto autóctonos como extranjeros. La nómina es
extensa, y existe una abundante bibliografía sobre ello, por lo que no nos detendremos
en detallarla112. Cabría destacar, no obstante, la importancia de Carmen –novela
publicada por Prosper Mérimée a mediados del siglo XIX y adaptada, con gran éxito, a 112 Pueden consultarse a este respecto, entre otros, a Charnon-Deutsch (2004), Lundström (2007) y Viñes (1999).
301
la ópera por Bizet en 1875– en la construcción de una imagen determinada de España
que influiría en los literatos y viajeros posteriores. Una imagen en la que la figura del
“gitano libre y pasional” ocuparía un lugar central y que impregnó multitud de
productos culturales y objetos de consumo de la Europa de final del XIX (Colmeiro
2002).
En cualquier caso, como advierte Charnon-Deutsch (2004), es importante tener
presente que no sólo los viajeros extranjeros difundieron una imagen estereotípica del
gitano, sino que también lo hicieron artistas e intelectuales españoles que contribuyeron
a su propia auto-exotización a través de la figura del gitano andaluz. La representación
orientalista de España realizada por autores foráneos tuvo su reverso autóctono en el
casticismo y la literatura costumbrista española. Y Andalucía “constituirá uno de los
cruces de caminos más recurrentes entre las lógicas del casticismo y el orientalismo”
(González Alcantud, 2002: 120; véase también González Alcantud, 2011: 189-219). En
Granada, a finales del siglo XIX, se habían desarrollado ya verdaderas infraestructuras
turísticas y comenzaba a explotarse comercialmente el exotismo que le había sido
atribuido. Una figura controvertida, en este sentido, fue la de ‹‹Chorrojumo›› (Chorro de
humo) quien, autoproclamado ‹‹rey de los gitanos›› [Ilustración 14], servía de guía
turístico a los viajeros que visitaban la ciudad. No era el único gitano que se dedicaba a
esta tarea, según cuenta Adriano Colocci (1889), que afirmaba haber practicado el caló
con él durante su estancia en Granada113, pero sí el más conocido. El nombre real de
113 Esta afirmación del conocido ziganólogo italiano y la exhibición de sus destrezas lingüísticas han de tomarse con todas las cautelas. Leonardo Piasere (1996) ha demostrado que la relación real de Adriano Colocci con los Zingari fue muy esporádica, si no nula; que siempre recurrió a un “hombre secreto” (nunca citado) para producir sus informaciones de campo y que su conocimiento del romanés era muy superficial: “Colocci è un buon conoscitore della letteratura ziganologica, ma è evidente che con gli Zingari non ha mai vissuto (checché ne lasci entendere) ed è più che ignorante di romanes (...)” (Piasere 1996: 123-124).
302
Chorrojumo era Mariano Fernández (o Manuel o Rafael, según las fuentes) y sirvió de
modelo al pintor Mariano Fortuny, quién para retratarlo lo vistió con un atuendo
exótico y anacrónico. A partir de esta experiencia, Chorrojumo comenzó a utilizar
habitualmente esta vestimenta y a vender su imagen a los viajeros, haciendo de modelo
para fotógrafos y pintores, vendiendo postales con su imagen y acompañando a los
turistas por la ciudad (Lundström, 2007). Según Colocci (1889) acompañaba a los
turistas al ‹‹barrio de los Gitanos›› y organizaba allí espectáculos flamencos para los
extranjeros. A su muerte, en 1906, le sucedió su hijo quien tomó tanto su nombre como
su título de ‹‹rey de los gitanos›› (González Alcantud, 2011). Tras la muerte del segundo
Chorrojumo, en 1947, la figura real desapareció de las calles, pero no así su leyenda y su
imagen: en la actualidad, una estatua de Chorrojumo preside la entrada al Sacromonte.
Ilustración 14. ‹‹Chorro e jumo›› rey de los gitanos. 1898. Fotografía de José García Ayola. Disponible en http: //www.museosdeandalucia.es
303
En ocasiones no ha sido necesario viajar hasta Granada para contemplar los encantos
exóticos del Sacromonte, sino que era el propio barrio el que viajaba para poder ser
contemplado. Así ocurrió, como muestran Sazatornil y Lasheras (2005), en la
Exposición Universal de París de 1900, donde una recreación del Sacromonte fue uno
de los atractivos de la instalación L’Andalousie au temps des maures. Esta instalación
reiteraba algunos de los contenidos de la exposición de 1889 donde se ofreció un
espectáculo flamenco protagonizado por una «troupe de gitanos». La prensa granadina de
aquella época, como muestra Manuel Lorente (2007: 37), recoge los testimonios de
algunos intelectuales locales que protestaron ante que fuese la “gitanería” el máximo
exponente de la ciudad en la exposición parisina de 1900.
Una prueba del grado de difusión e interés que el Sacromonte ha tenido a nivel
internacional radica en el hecho de que algunos artistas flamencos adujesen su origen
gitano y sacromontano como marchamo de autenticidad. Una de las bailaoras más
reconocidas del primer tercio del Siglo XX fue Carmen Amaya quien actuó en
espectáculos organizados en Europa, Latinoamérica y Estados Unidos. Nacida en una
barraca del barrio barcelonés del Somorrostro, Carmen Amaya afirmó ante la prensa en
varias ocasiones que era originaria del Sacromonte granadino. Tal declaración, fue
recogida por varios aficionados y estudiosos del flamenco que contribuyeron a la
confusión sobre sus orígenes. Miru Capuya (1945), por ejemplo, decía que Amaya
“había nacido en las ‘cuevas’ de Granada en octubre alrededor del año 1920” (p. 66) y
añadía que “era tan salvaje y auténtica como la cueva en la que nació” (p. 71). Para
McFarlane (1952: 125) la “frenética y salvaje” forma de bailar de Carmen Amaya era
“patrimonio del Sacromonte”.
304
La figura de la gitana exótica, aderezada con el primitivismo asociado a las cuevas y con
el flamenco, considerado como la expresión de una cultura eminentemente pasional,
constituyó la base sobre la que se generó la imagen orientalista del Sacromonte,
exportada por el movimiento romántico y la industria turística. En el siguiente apartado,
describiremos el modo en que los agentes turísticos locales (autoridades públicas,
artistas, empresarios, asociaciones y la propia población del barrio) se han relacionado
con dicha imagen y cómo ha sido tratada en distintas prácticas expositivas puestas en
marcha en la ciudad.
3. ZAMBRAS Y MUSEOS EN/DEL SACROMONTE
La industria turística moderna de Granada otorgó desde sus inicios un papel relevante al
Sacromonte y a sus gitanos. En 1929, un año después de su creación, el Patronato
Nacional de Turismo de España editó un cartel publicitario de Granada que había
diseñado el artista local Hermenegildo Lanz. En este cartel [Ilustración 12], se puede
apreciar en primer término un conjunto de casas cueva, seguido de la Alhambra, Sierra
Nevada y el mar. Una perspectiva imposible de la ciudad que, sin embargo, como afirma
Javier Hernández (2008: 72) en su análisis de este mismo cartel, sintetiza muy bien el
imaginario turístico de Granada. No mucho más tarde, comienza a plantearse un
discurso museístico formal en torno al Sacromonte.
En 1948, Antonio Gallego Burín –historiador del arte y alcalde franquista de Granada
desde la Guerra Civil española hasta 1951– organizó la I Exposición Gitana de Granada
durante el Corpus Christi, fiesta mayor de la ciudad. Aunque esta exposición no se
organizó en el Sacromonte, las casas-cueva y el conjunto del barrio tuvieron una
presencia y una importancia fundamental en la muestra. Los materiales y recursos
utilizados en esta exposición configurarán la base sobre la que más tarde se organizaría
305
la ‘Sala Gitana’ del Museo Casa de los Tiros, uno de los más importantes de Granada,
situado en el barrio del Realejo, en el centro histórico de la ciudad. El Museo Casa de los
Tiros, dedicado a la historia y la cultura local fue impulsado también por el propio
Gallego Burín (cfr. González Alcantud, 2005: 145-161; 2011).
Las cuevas en sí mismas y el propio barrio habían tenido siempre una función
expositiva, museística (cfr. Rothéa, 2008: 371-382), y, durante todo este tiempo en la
mayor parte de las cuevas que bordeaban el camino principal del Sacromonte se ofrecían
zambras y espectáculos a turistas y viajeros. No podía dejar de plantearse, por lo tanto,
la necesidad de implantar un museo en el propio barrio. Lo hizo en 1965, dos años
después de que unas copiosas lluvias provocaran inundaciones en la zona y obligaran a
desalojar a la mayor parte de la población gitana de las cuevas, el gobernador civil de la
ciudad proponiendo “levantar en el Sacro Monte una cueva-modelo, para mantener así
el auténtico folklore gitano” (Lorente Rivas, 2007: 143). Los estatutos de esta cueva-
modelo, que llevaría el nombre de Hogar Gitano Internacional, fueron redactados por
una comisión presidida por Gallego Morell, delegado regional del Ministerio de
Información y Turismo114 e hijo de Gallego Burín. Según la prensa de la época, durante
las reuniones de la comisión se acordó también que una delegación de gitanos del
Sacromonte –“seleccionado entre todos los de las cuevas que se dedican actualmente a
114 No fue el único cargo institucional que desempeñó Gallego Morell (1923-2009). En distintas épocas, tanto durante el franquismo como en la transición democrática, ocupó, entre otros, los siguientes cargos: teniente de Alcalde del ayuntamiento de Granada, director del Museo Casa de los Tiros, presidente del Patronato de Turismo de Andalucía, presidente del Patronato de la Alhambra y el Generalife y rector de la Universidad de Granada (y de la de Málaga, que contribuyó a fundar). Agradezco a Javier García Castaño esta información.
306
las zambras”115– participasen en la reunión internacional de Gitanos organizada por el
Vaticano que se celebraría ese mismo año en Pomezia (Italia).
El Hogar Gitano se instalaría en las cuevas de la “Chumbera” donde, cuatro décadas
después, se instaló el “Centro Internacional de Estudios Gitanos” (2000) y el “Museo
Etnológico de la Mujer Gitana” (2006). En la actualidad, el Sacromonte continúa siendo
uno de los recursos turísticos de Granada más publicitados por las administraciones
públicas y el carácter “gitano” del barrio se señala invariablemente como uno de sus
principales atractivos (López López y Beluschi Fabeni, 2014).
Según la guía “El arte flamenco en Granada”116, publicada por el Ayuntamiento de la
ciudad, en la actualidad existen en el Sacromonte cuatro museos: el Museo Cuevas del
Sacromonte, el Museo de la Mujer Gitana, la Zambra Museo María la Canastera y el
Museo de la Zambra Cueva del Curro; lo que probablemente convierte al Sacromonte
en el barrio con mayor concentración de museos por habitante de Andalucía.
Los dos primeros museos, el de Cuevas del Sacromonte y el de la Mujer Gitana
[Ilustración 15], están gestionados por entidades privadas sin ánimo de lucro (la
Asociación Cultural Valparaiso y la Asociación de Mujeres Gitanas Romí,
respectivamente) y están situados en varias cuevas municipales cedidas por el
ayuntamiento de la ciudad. El Museo Cuevas del Sacromonte, que se define como
museo etnográfico y medioambiental, se centra en la ‘cueva’ como tipología de
habitación tradicional del barrio, y en los distintos usos que se le han dado: vivienda,
cuadra, lugar de trabajo, etc. Además cuenta con una exposición permanente dedicada al
115 ‘Un Hogar internacional gitano en Granada’, ABC, 27/05/1965, p. 78 116 Disponible en formato digital: http: //granadatur.com/fileadmin/descargas/TURISMO_arte_flamenco_FINAL_guia_interior_baja.pdf
307
flamenco en el Sacromonte. Por su parte, el Museo Etnológico de la Mujer Gitana tiene
como principal finalidad “dar voz a la garganta muda de la mujer gitana, rompiendo los
lazos de la doble discriminación que padecen por ser mujeres y por ser gitanas, además
de crear un espacio de encuentro permanente no solo para la comunidad gitana, sino
para todo tipo de población” (Martín Cáceres, 2010: 51). El museo se distribuye a través
de varias cuevas que acogen temáticas distintas como la historia del pueblo gitano, la
relevancia de la mujer gitana, arte y literatura, música, esoterismo, medicina tradicional,
etc.
La Zambra María la Canastera y el Museo de la Zambra Cueva del Curro son “cuevas-
espectáculo” que se promocionan también como espacios expositivos, subrayando
especialmente la historia de la zambra, espectáculo que ofrecen a las visitantes-clientes.
La Zambra María la Canastera fue constituida en 1954 por María Cortés Heredia, la
Canastera, y José Carmona, su marido. Y entre sus visitantes más ilustres pueden
señalarse, entre otros, a los reyes de España, Bélgica y Jordania, y gente del cine como
Anthony Quinn, Ingrid Bergman, Claudia Cardinale o Imperio Argentina117. En 2010, el
ayuntamiento de Granada inauguró una estatua de María la Canastera en un céntrico
bulevar de la ciudad [Ilustración 16], junto a otras de figuras de reconocido prestigio
relacionadas con Granada como Federico García Lorca o Manuel de Falla. La Cueva del
Curro está vinculada a la figura de su propietario, Curro Albaicín, un conocido y
polifacético artista originario del Sacromonte, que ha sido descrito como una de las
personas que más ha contribuido a la salvaguarda de las zambras tras las lluvias
torrenciales que obligaron a desalojar a la mayor parte de las familias gitanas que allí
117 Puede consultarse más información al respecto en la web de la Zambra http://www.marialacanastera.com/
308
vivían (Cabrero Palomares, 2009). Ha escrito varios trabajos sobre el Sacromonte y las
zambras y colaborado en documentales sobre la historia del barrio118.
Ilustración 15. Cartelería informativa en el Sacromonte, indicaciones para el Museo Cuevas del Sacromonte, el Museo Etnológico de la Mujer Gitana y el local de espectáculos flamencos “Venta del
Gallo”. Fotografía del autor.
Ilustración 16. Estatua de María la Canastera en bulevar de la Avenida de la Constitución (Granada). Fotografía del autor.
118 En 2014 ha sido coguionista y coprotagonista de “Sacromonte. Los sabios de la tribu”, una película documental sobre el flamenco en el Sacromonte, dirigida por Chus Gutiérrez. También ha aparecido en el documental etnográfico “Sacromonte de ida y vuelta” dirigido por Silvia Paggi y en el que nosotros mismos colaboramos como investigadores. Este último está disponible en http: //weproject.unice.fr/
309
Como los distintos espacios expositivos, la toponimia del Sacromonte también insiste en
esta relación entre las cuevas, “lo gitano” y las zambras. La mayor parte de las cuevas,
sobre todo las situadas en el Camino del Sacromonte –la calle principal del barrio y la
zona más turística– y dedicadas a usos hosteleros, son nombradas mediante rótulos y
carteles con nombres inspirados en el mundo del flamenco (La Cantaora, La Bulería, La
Zíngara, La Faraona, etc.). Como venimos diciendo, estas cuevas-espectáculo en las que
se pueden contemplar representaciones de la zambra cumplen en sí mismas, más allá de
su oferta de flamenco, una función expositiva propia.
Estas zambras constituyen la representación simbólica de la vinculación entre las cuevas
y la etnicidad gitana. O, dicho en términos patrimoniales, la etnificación de las cuevas
como patrimonio cultural material, vinculado a “lo gitano”, se realiza mediante su
conexión con el patrimonio inmaterial etnificado y corporeizado que constituye la
zambra. Las “cuevas-espectáculo” pueden interpretarse como una suerte de
etnoempresas donde la gitaneidad de los productores-empresarios es lo que garantiza la
autenticidad del producto. Como advierten John L. y Jane Comaroff, toda etnoempresa
“implica la administración y comercialización de productos y prácticas culturales, qua
propiedad intelectual, es decir, como fuentes de valor –de hecho como capital
exclusivo–, inseparable del ser y de los cuerpos de los propietarios-productores”
(Comaroff y Comaroff, 2011: 85). Nos encontramos ante una doble instrumentalización
de la zambra y el “patrimonio gitano”: la primera, que podríamos denominar externa,
activada por la industria turística y los poderes públicos locales cuyo objetivo es exponer
la imagen exotizada del Sacromonte para atraer turistas a la ciudad y, por otro lado, una
instrumentalización interna, por parte del propio grupo etnificado, que utiliza sus
marcadores étnicos a modo de propiedad intelectual comercializable.
310
La etnicidad “exótica” atribuida a los gitanos y la representación de la zambra in situ, en
una cueva del Sacromonte –el no menos exótico lugar en el que se estima que tuvieron
su origen–, han proporcionado al barrio su atractivo turístico. Sin embargo, como
veremos a continuación, la adaptación de la configuración urbana de la zona, así como
de sus actividades económicas, a la demanda turística han provocado, desde fechas muy
tempranas, suspicacias acerca de su autenticidad.
4. LA CIUDAD MUSEALIZADA
La imagen del Sacromonte como un gran “parque temático gitano” es frecuente entre
quiénes –prácticamente desde su consolidación como destino turístico– han cuestionado
su “autenticidad”; y, al mismo tiempo, ha sido una propuesta formal realizada por
autoridades políticas y los agentes turísticos de la ciudad desde mediados del siglo XX.
La creación de un “parque etnológico de las cuevas” y el aprovechamiento de la mayor
parte de éstas como infraestructura hostelera son algunas de las propuestas más
recurrentes en este sentido (Rothéa, 2008; López López y Beluschi Fabeni, 2014).
La figura exotizada del “gitano”, las cuevas como modelo “primitivo” de vivienda y las
zambras como expresión artística singular han aportado un valor patrimonial y
diferencial al Sacromonte, en el contexto del turismo internacional, del que tanto las
autoridades políticas como los propios gitanos han sido conscientes. Un valor que, por
supuesto, es susceptible de ser transformado en beneficios económicos. En su análisis
del cine folklórico español de la primera mitad del siglo XX, Jo Labanyi (2004) señalaba
que la explotación comercial de “lo gitano” siempre ha formado parte de la economía
capitalista moderna y ha proporcionado rentabilidad en la exportación de productos
culturales españoles al exterior. El éxito turístico del Sacromonte, vinculado a esta
imagen exotizada del gitano, ha provocado críticas a la “autenticidad” de lo expuesto.
311
Esa es una de las grandes paradojas sacromontanas: a pesar de su éxito turístico, el
Sacromonte ha sido frecuentemente descrito como un gran escenario artificial,
inauténtico, poblado de máscaras y personajes teatrales, por parte de algunos viajeros
más o menos especializados. Entre ellos podemos señalar a estudiosos de los romá y los
gitanos que trataron de encontrar en el Sacromonte un lugar dónde llevar a cabo sus
investigaciones, pero que terminaron decepcionados al no encontrar al “verdadero
gitano” (Willems, 1997) que habían ido a buscar. Tras un viaje por España en 1888,
Adriano Colocci afirmaba que “uno está muy equivocado si cree que el tipo puro del
gitano tradicional se encuentra todavía allí”, y que en el Sacromonte, el ‹‹barrio de los
Gitanos››, sus vecinos se dedicaban sobre todo a “mendigar a los turistas” y las mujeres a
“decir la fortuna o representar bailes flamencos ante los extranjeros” (Colocci, 1889:
287). Un discurso que se ha ido sucediendo con relativa estabilidad hasta la actualidad.
El irlandés Walter Starkie, quien fuera presidente de la Gypsy Lore Society, tras una visita al
Sacromonte en la década de los treinta, afirmaba que las cuevas decepcionarían a
cualquier investigador de “la vida primitiva y nómada de los gitanos” y se asombraba de
que fuesen “demasiado confortables” y de que incluso dispusieran de electricidad
(Starkie, 1985: 268-269). En esa misma línea se pronunciaron, ya en las décadas de los
setenta y ochenta del siglo pasado, Merryll F. McLane (1987) y otros. Más
recientemente, José Antonio González Alcantud (2005: 115) señalaba que “la impostura
forma una parte sustantiva del ambiente sacromontano” y, según Manuel Lorente
(2007), ante las sospechas de inautenticidad, en la actualidad no es extraño en el
Sacromonte escuchar a turistas extranjeros preguntando dónde pueden encontrar
flamenco “de verdad”, no para extranjeros, tratando de asistir a fiestas “privadas” o
“domésticas”. Estarían buscando, en términos de MacCannell, el backstage de la
escenificación turística.
312
La producción de diferencia es una de las principales tareas que la industria local debe
acometer para competir en el mercado de los destinos turísticos (Kirshenblatt-Gimblett,
1998), una tarea que no está exenta de paradojas. En una economía capitalista la
demanda turística genera inevitablemente infraestructuras y oferta turísticas. La
contradicción en este específico sector económico radica en que la instalación de nuevas
infraestructuras y la oferta estandarizada puede quebrar, para algunos consumidores, ese
halo mistérico de la ‘diferencia’ que motivó en primer lugar la demanda. Para mantener
una posición ventajosa en el mercado turístico, los distintos destinos deben evitar la
excesiva visibilidad de los mecanismos de producción de la diferencia y contener la
sobreoferta turística.
En el caso del Sacromonte, el conjunto del barrio se ha ido configurando como un gran
museo al aire libre. Según García Canclini, "la multiplicación de museos-para-atraer-
turistas ha llevado a rediseñar la ciudad entera como museo" (2007: 97-98). En este
sentido, la abundancia de espacios expositivos, así como de locales de ocio y
espectáculos contrasta con la escasez de otro tipo de infraestructuras comerciales
(tiendas de alimentación y otros productos cotidianos) y de prestación de servicios. Esto
no significa, sin embargo, que la tesis de la inautenticidad del Sacromonte sea cierta. A
pesar de su especialización como destino turístico, en el barrio hay vida real, hay vecinos
y trabajadores que se relacionan cotidianamente con los visitantes y que gestionan de
modos diversos las imágenes y los estereotipos que les han sido atribuidos.
Según los últimos estudios realizados para la planificación urbanística de la zona, en la
actualidad hay unas 350 cuevas en el Sacromonte, de las que 27 estarían destinadas a
zambras y otro tipo de locales de ocio (cfr. López López y Beluschi Fabeni, 2014). El
resto siguen siendo usadas como viviendas permanentes o como alojamientos turísticos
313
temporales. Una parte de estas cuevas (o casas-cueva) han sido adquiridas por
ciudadanos extranjeros que se han convertido en residentes permanentes del
Sacromonte, y algunas han sido alquiladas por jóvenes y estudiantes de la Universidad
de Granada. Además, una buena parte de las cuevas sigue estando habitada por familias
gitanas que, o bien no se vieron afectadas directamente por las inundaciones de 1963 o
que con el tiempo consiguieron volver. Algunos de quienes no consiguieron volver y sus
descendientes, no obstante, han seguido trabajando en las zambras del Sacromonte y en
el sector turístico vinculado al flamenco de la ciudad. En la zona más alta del
Sacromonte, conocida como Cerro de San Miguel, hay también una serie de cuevas que
han sido ocupadas de forma no regulada por personas de distintas nacionalidades (entre
los que hay españoles y también ciudadanos de distintos países europeos y África
subsahariana). El ayuntamiento de la ciudad ha intentado en distintas ocasiones desalojar
estas cuevas, entre otros motivos, con la intención de instalar allí nuevas infraestructuras
turísticas.
Por otra parte, en la actualidad hay una escuela en el Sacromonte, acreditada por el
Instituto Cervantes, en el que se combinan la enseñanza del español con cursos formales
de las distintas disciplinas del flamenco (cante, baile y toque) al que asiste alumnado de
distintas nacionalidades. Se trata de la escuela Carmen de las Cuevas. También, en la
Chumbera –recinto de titularidad municipal en el que se encuentra el Museo de la Mujer
Gitana–, está instalada la Escuela Internacional de Flamenco Manolete. Y varias
zambras y personas particulares ofrecen también clases de baile y guitarra. El alumnado
de estas escuelas, procedente en gran parte de fuera de Granada y de España, podría ser
considerado un tipo especial de turista, muy comprometido con el flamenco y cuya
estancia suele extenderse en el tiempo bastante más que la del visitante ocasional.
314
En este contexto, la presencia de turistas en el barrio se vive como algo cotidiano y, en
todo caso, constituyen más un motivo de orgullo que de rechazo, a pesar de los
conflictos que pueden generar al situar al Sacromonte en el centro de disputas
económicas, urbanísticas e inmobiliarias.
Si bien el debate sobre la autenticidad, tal y como es planteado por los críticos y ciertos
sectores intelectuales, no es una de las preocupaciones principales de quienes viven y
trabajan en el barrio, sí que manifiestan cierta nostalgia por un pasado idealizado, previo
a las inundaciones y la expulsión de la mayor parte de la población gitana. Tal
sentimiento nostálgico se vincula a la zambra y al flamenco, y a su aprendizaje “natural”,
aparentemente no reglado, de generación en generación. Curro Albaicín, durante el
rodaje de ‘Sacromonte de ida y vuelta’ (véase nota 118), nos lo contaba de una forma muy
expresiva:
1963 fue una año nefasto para el Sacromonte, fue arrancar la raíz, ya nunca volvió a ser lo mismo,
ni nosotros –los habitantes–, ni el barrio. Se perdió la manera de vivir como vivíamos, de aprender
el flamenco unos de otros, los pequeños de ver a los mayores. Y ahí ya murió el barrio. (…) ya
sólo quedan el paisaje y las momias.
Esta última expresión se asemeja a algunas de las metáforas con las que se ha
caracterizado a los objetos, tanto materiales como ‘inmateriales’, sometidos a procesos
de patrimonialización o musealización. Barbara Kirshenblatt-Gimblett (1998) señala que
obtienen una “segunda vida”, mientras que Hernández y Martí (2008), por su parte,
califica al patrimonio como un ‘zombi’ dotado de “vida artificial”. La función expositiva
del Sacromonte, que desborda a las zambras y a los museos formales –dispositivos
especializados en la exhibición–, ha llevado a la concepción del conjunto del barrio
como un gran museo al aire libre. Un museo habitado, en el que esa “segunda vida”,
constituida por las imágenes turísticas y la nostalgia por un pasado idealizado, interactúa
315
inevitablemente con la “vida real”, compuesta de relaciones sociales concretas y
conflictos políticos.
En el siguiente epígrafe defenderemos la necesidad de desprenderse de la “sospecha de
inautenticidad” atribuida al Sacromonte, y a otros contextos turísticos, para poder
estudiar y comprender las relaciones sociales empíricas que propicia la actividad
turística.
5. MÍMESIS Y SUBVERSIÓN DEL ESTEREOTIPO
La mirada del turista provoca en la “comunidad anfitriona” un sentimiento de orgullo
por lo propio que desemboca en la activación de diversos recursos patrimoniales, que
hasta el momento podían haber pasado desapercibidos en tanto que objetos o prácticas
cotidianas. Se fomenta entre los anfitriones de este modo “la reflexión sobre sus propias
culturas y tradiciones” (Boissevain, 2005: 220) y la nostalgia de un pasado idealizado. La
instalación de museos etnográficos en los cuales la mayor parte de los objetos que se
exhiben son utensilios domésticos y cotidianos ya en desuso –así como la decoración de
las cuevas-espectáculo que, además de antiguas fotografías, exponen también ese tipo de
utensilios– responde a esta reflexión y valoración de “lo propio”.
Al elegir un determinado destino entre muchos posibles, el viajero extranjero se
convierte en una fuente de prestigio (y recursos) y, por lo tanto, se le pretende fidelizar.
En el caso de Granada y el Sacromonte, la figura del viajero ha llegado a integrarse en el
conjunto del patrimonio histórico y cultural de la ciudad. Podemos señalar varios
ejemplos al respecto: la sala dedicada a Washington Irving y a los viajeros románticos
del Museo Casa de los Tiros, las innumerables referencias a sus obras en las guías
316
turísticas editadas por la ciudad o el “Monumento al viajero” inaugurado en 2013 por las
autoridades locales y regionales [Ilustración 17].
Ilustración 17. Monumento al Viajero, situado en el Paseo del Violón (Granada). Fotografía del autor
No hay duda de que turistas y viajeros han contribuido a la valoración, por parte de la
población local, del patrimonio sacromontano, representado por las zambras, las cuevas
y la propia etnicidad gitana. No obstante, la pregunta no debería ser si esto ha
contribuido o no a la destrucción del “auténtico Sacromonte”. El debate sobre la
autenticidad se ha demostrado estéril: a lo largo los aproximadamente dos siglos se han
ido repitiendo los mismos tópicos y ninguna respuesta ha resultado satisfactoria.
317
La pregunta ha de ser reformulada. Más que por su grado de autenticidad, deberíamos
preguntarnos cómo la población del Sacromonte y quienes allí trabajan gestionan el
conjunto de atributos y estereotipos que se les atribuyen. La investigación etnográfica y
no la mera especulación filosófica, como advierte Cohen (2004), nos puede ayudar a
superar tanto las explicaciones primordialistas –caracterizadas por metáforas biológicas
de la identidad como la “piel” o la “sangre”– que argumentan a favor de la
“autenticidad” del destino turístico y sus imágenes–; como aquellas constructivistas –
caracterizada por metáforas de lo efímero y contingente como “la máscara” o “la
camisa”–, que se posicionan en contra. Ambas, a menudo tautológicas, resultan
insuficientes.
Nuestra hipótesis es que, como en un juego de espejos, los habitantes del Sacromonte se
han apropiado de la imagen, más o menos distorsionada, que los relatos de sus visitantes
le devolvían de sí mismos. En un proceso mimético (Taussig, 1993), la población local
ha insertado en su propia narración identitaria los discursos alóctonos, discursos que no
son asumidos sin más, sino que son re-significados a través de las prácticas locales. Este
proceso de mímesis no sería, en cualquier caso, un fenómeno original del Sacromonte,
sino que procesos similares han sido ya observados en otros contextos turísticos: en
Haití (Richman, 2008), entre las comunidades quechuas de Perú (Pérez Galán, 2004;
2011a), en Brasil entre los artistas afro-brasileños de Pelourinho (Sansi, 2005) o entre los
indígenas kuna de Panamá (Pereiro, 2011).
Como advierte Roger Sansi, analizando los procesos turísticos y patrimoniales del barrio
del Pelourinho en Salvador de Bahía (Brasil) vinculado a la identidad afro-brasileña, sería
insuficiente plantear que la "identidad gitana" exhibida en el Sacromonte es una
construcción social. Obviamente lo es, y en su construcción han participado tanto los
318
viajeros decimonónicos, como los agentes turísticos y la propia población local, "pero
eso no quiere decir que sea sólo una máscara que la gente del Sacromonte [Pelourinho
en el original] se pone para recibir a los turistas" (Sansi, 2005: 268), sino que pueden
sentirse identificados con ciertos elementos identitarios que les han sido atribuidos,
porque están orgullosos del interés que su contexto cotidiano de vida ha despertado en
multitud de viajeros y de una cierta narración de su pasado y de la zambra, a la que
consideran una expresión cultural propia que el turismo ha contribuido a consolidar. En
un tríptico explicativo del Museo Etnológico de la Mujer Gitana se dice así: “(…) con el
movimiento romántico se le dará al Sacromonte un valor excepcional por su
pintoresquismo y belleza. Los gitanas/os que han nacido en el Sacromonte siente un
cariño especial por su barrio y se sienten orgullosos de vivir en este mítico lugar evocado
por artistas flamencos de todas las épocas como idílico para los gitanas/os e incluso
como símbolo de identidad”119.
Por otra parte, el proceso mimético, como plantea Jo Labanyi, puede incluso convertirse
en un mecanismo de subversión del estereotipo cuando se lleva al exceso, cuando se
convierte en “mímesis paródica” (Labanyi, 2004; Gallardo Saborido, 2010). Así lo
explica Labanyi: “una manera de subvertir los estereotipos es la mímica paródica, que
demuestra su status como representación (...). O sea, la subversión consiste en
demostrar que la visión estereotípica de la cultura gitana, es precisamente, una
representación" (2004: 11). Un ejemplo temprano de “mímesis paródica” en el
Sacromonte podría encontrarse en la figura de Chorrojumo, quien ha sido calificado por
Lundström (2007) como un suvenir viviente, el “epítome de la iconografía turística”.
119 Asociación de Mujeres Gitanas Romí (sf.) Museo Etnológico de la Mujer Gitana. Tríptico no editado.
319
Esta forma, en cierto modo burlesca, de enfrentarse al estereotipo en contextos
turísticos, en los que habitualmente la población local se encuentra en una posición
subordinada respecto a sus visitantes, permite que “puedan conservar su autoestima” y
resistir ante las posibles consecuencias negativas de la actividad turística (Boissevain,
2011: 50).
Ahora bien, una visión caleidoscópica y compleja –etnográfica– del turismo y las
representaciones sacromontanas, debería atender a la posición subordinada que los
gitanos han ocupado en la industria local del turismo. Quintana (1998) y Liégeois (1971)
denunciaron hace ya un tiempo que los gitanos del Sacromonte han sido en su mayoría
expulsados hacia zonas periféricas de la ciudad y que, salvo algunas excepciones, son
quiénes menos se han beneficiado del turismo en la zona. Incluso, continúa Quintana,
las empresas turísticas han difundido ciertos estereotipos racistas con objeto de reforzar
el exotismo y monopolizar los tours por el barrio, empleando, por ejemplo, la imagen
del “gitano peligroso” para convencer a los turistas de que lo mejor es visitar el barrio
acompañado por los guías turísticos profesionales que ellas mismas proporcionan. La
“mímesis paródica” podría funcionar también como un mecanismo de defensa ante esta
situación.
Finalmente, frente al protagonismo que históricamente han tenido las élites (‘payas’)
locales en la construcción de las representaciones de los gitanos sacromontanos
(recuérdense las figuras de Gallego Burín y Gallego Morell), se observa un cierto avance
en cuanto al control de dichas representaciones por parte del propio movimiento
asociativo gitano. Un ejemplo de ello es la instalación en 2006 del Museo Etnológico de
la Mujer Gitana, cuya gestión corre a cargo de una asociación de mujeres gitanas.
320
CONCLUSIONES
El barrio granadino del Sacromonte ha constituido un objeto de atracción desde que fue
“descubierto” por los escritores y viajeros románticos, precursores de la actividad
turística moderna. El Sacromonte ha constituido un ejemplo perfecto de la visión
orientalista de España y, sobre todo, de Andalucía, sintetizando en un pequeño espacio
la mayor parte de sus tópicos: la figura del gitano pasional, un estilo de vida “primitivo”
–ejemplificado por la habitación en cueva–, y todo estrechamente relacionado con el
pasado islámico de la ciudad a través de la visión de la Alhambra, omnipresente desde la
mayor parte del barrio, y las zambras, en las que supuestamente se mezclarían elementos
gitanos y moriscos.
La conjunción sintética de todos estos elementos en el Sacromonte lo hace sospechoso
de inautenticidad. Nuestra intención al analizar cómo el imaginario turístico sobre el
barrio y sus habitantes ha sido integrado en diversas propuestas expositivas y
museísticas en el ámbito local ha sido superar el debate, en gran medida literario y
deductivo, sobre la autenticidad del destino y sus habitantes. Los estudios sobre las
imágenes y representaciones de los gitanos del Sacromonte, y andaluces en general, en la
literatura, el cine y otros productos culturales son relativamente abundantes. Sin
embargo, escasean las investigaciones empíricas de carácter etnográfico sobre su
vinculación a la actividad turística. Un análisis etnográfico del turismo en el Sacromonte
permitiría superar el ya caduco debate sobre la autenticidad y observar cuál es el rol que
desempeñan las imágenes turísticas y los estereotipos en las relaciones sociales concretas
que se producen entre turistas, autóctonos y promotores públicos y privados.
321
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324
325
IV. REFLEXIONES FINALES Y PERSPECTIVAS DE FUTURO
326
327
omo la mayor parte de las tesis doctorales, el presente trabajo tiene un
carácter fundamentalmente programático. El objeto de estudio propuesto,
las perspectivas teóricas desde las que se ha abordado, las diferentes
temáticas que se han tratado, etc., forman parte de mis intereses de investigación y sobre
ellos pretendo seguir trabajando en los próximos años.
Aunque –como se señalaba en la introducción– cada uno de los textos compilados
pueden considerarse en sí mismos productos “acabados” de la investigación, los casos
de estudio presentados constituyen dos etnografías inconclusas. En el caso de la
patrimonialización de las fiestas, es necesario analizar las consecuencias en el ámbito
local de la su designación oficial como “Actividades de Interés Etnológico” incluidas en
el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz, una vez que ésta se produzca.
Además, sería muy conveniente profundizar en el estudio etnográfico del entramado
institucional de la toma de decisiones patrimoniales; en nuestro caso, haciendo especial
énfasis en la “administración de cultura” de la Junta de Andalucía.
En cuanto al análisis del turismo en el Sacromonte, que ha sido estudiado sobre todo
desde el punto de vista administrativo, y a través de fuentes institucionales e históricas,
es necesario profundizar en el estudio de las relaciones empíricas que se producen entre
C
328
turistas y nativos. Y, para ello, debería hacerse un uso más intensivo de los métodos
clásicos del trabajo de campo etnográfico, especialmente la entrevista y la observación
participante. El último texto compilado, de hecho, concluye planteando una hipótesis de
trabajo en este sentido.
Los trabajos aquí compilados constituyen una primera etapa de esa etnografía, cuyo
objetivo principal ha sido analizar determinados procesos de patrimonialización y las
teorías de la cultura y la diversidad sobre la que se han sustentado. En esta última
sección, más que exponer una serie sintética de conclusiones, que ya han ido
apareciendo en los distintos textos, trataré de presentar un conjunto de reflexiones en
torno a las identidades, la cultura y la diversidad como ejes conceptuales de la noción de
patrimonio. En último lugar, expondré la propuesta del “agnosticismo patrimonial”,
desarrollada por Brumann (2014), como una posible tercera vía en los estudios críticos
del patrimonio, que abre puertas a la colaboración de la antropología con las
instituciones sin renunciar al análisis crítico de sus prácticas y del propio concepto de
patrimonio.
1. EL PATRIMONIO COMO CONSTRUCTO POLÍTICO: IDENTIDADES,
CULTURA Y DIVERSIDAD
Llorenç Prats (1997: 42) propuso las expresiones “nosotros de nosotros” y “nosotros de
los otros” para distinguir las activaciones patrimoniales dirigidas a construir y/o reforzar
procesos de identificación colectiva en el interior de determinadas comunidades, de
aquellas prácticas patrimoniales cuyo objetivo era aumentar el interés turístico de
determinados destinos. Ambos modelos ideales, sin embargo, no son contradictorios,
sino que forman parte de un continuo que se complica en la observación empírica. A
priori, se podría afirmar que el proceso de patrimonialización de las fiestas tendría como
329
objetivo afianzar un determinado relato identitario, una versión específica del “nosotros
de nosotros”; mientras que la patrimonialización de las cuevas, las zambras y la propia
etnicidad gitana en el Sacromonte estaría dirigida a delimitar un “nosotros de los otros”,
básicamente dirigido al mercado turístico. No obstante, a lo largo de este trabajo se ha
tratado de mostrar que sobre el terreno ambos modelos se entrecruzan y adquieren
distintos matices. Hemos visto, por ejemplo, que los significados de las fiestas otorgados
por la población local son múltiples y, por lo tanto, también los discursos identitarios
vehiculados a través de las mismas: unas veces se priorizará la identificación con la
localidad, otras con la historia familiar o, más allá de lo identitario, se privilegiarán los
aspectos lúdicos y la celebración de la propia sociabilidad. Mientras que por parte de la
administración autonómica se instrumentalizarán como manifestaciones o “pruebas” de
la diversidad cultural que caracterizaría a la supuesta “identidad étnica andaluza”. Una
identidad que, según el mandato estatutario120, debe ser fomentada y protegida por el
gobierno andaluz, de modo que mediante su patrimonialización institucional se espera
salvaguardar a las fiestas de las posibles degradaciones que conllevaría su inserción en
los circuitos mercantiles de la globalización. Sin embargo, hemos mostrado también que
dicha certificación patrimonial funciona como un “sello de calidad” en el mercado
turístico, y así es percibido por algunos de los agentes implicados. En el caso del
Sacromonte, por el contrario, hemos observado que ese “nosotros de los otros” que fue
definiéndose a partir de los relatos de los primeros viajeros románticos y que,
posteriormente, fue difundido a través de la industria turística y los poderes públicos, ha
llegado a incorporarse a los discursos identitarios de ciertos sectores de la población 120 “El afianzamiento de la conciencia de identidad y de la cultura andaluza a través del conocimiento, investigación y difusión del patrimonio histórico, antropológico y lingüístico”, constituye uno de los “objetivos básicos de la Comunidad Autónoma” (Estatuto de Autonomía para Andalucía, Artículo 10, Objetivos básicos de la Comunidad Autónoma).
330
local. Dicho de otro modo, “el nosotros de los otros” se ha integrado en “el nosotros
del nosotros”. La larga historia del Sacromonte como destino turístico incluso
posibilitaría la patrimonialización de los distintos oficios de provisión de servicios
turísticos como manifestaciones de la “identidad local”. Sin embargo, dicha
especialización turística es contemplada por algunos viajeros y turistas como un indicio
de “inautenticidad”, como una disneylandización del lugar. La presentación institucional
del Sacromonte como destino turístico, basada en un discurso patrimonial en torno a las
cuevas, las zambras y lo gitano, se diferencia muy poco de la imagen difundida por los
viajeros decimonónicos. Un “empecinamiento romántico” (Hernández Ramírez, 2008)
en la promoción turística institucional del Sacromonte que oculta los conflictos sociales,
urbanísticos e inmobiliarios que se suceden en el barrio y su entorno.
La pretensión de este trabajo, al mostrar todas estas paradojas en la objetivación
patrimonial y/o turística de la cultura, ha sido des-esencializar el patrimonio, a menudo
presentado como un hecho cuasi-natural e indiscutible, tratando de trascender la
pretendida objetividad de los valores asociados al patrimonio y de poner de manifiesto
el carácter político de todo proyecto patrimonial.
Subrayar la naturaleza esencialmente política del fenómeno patrimonial, como ya han
hecho numerosos autores (Smith, 2006; Quintero Morón, 2009; González Alcantud,
2012; Bendix, Eggert y Pesselman, 2012; Hafstein, 2014, entre otros), pudiera parecer
una obviedad en el ámbito de la antropología y en el conjunto de las ciencias sociales.
Sin embargo, debe insistirse en ello puesto que, desde el ámbito institucional, el
patrimonio sigue presentándose reiteradamente como un hecho objetivo, como algo que
“heredamos” del pasado y no como algo que construimos en el presente, como algo que
debe ser conservado por sus cualidades intrínsecas y no por los significados que le son
331
atribuidos (Prats, 1997). Lo que está en juego en los procesos de patrimonialización, en
tanto que fenómeno de carácter eminentemente político, es básicamente la
configuración de determinadas relaciones de poder entre individuos, grupos e
instituciones, que se disputan tanto el “poder de la representación” (del pueblo, de la
comunidad o de la cultura) como la propia “representación de su poder” (cfr. Barañano
y Cátedra, 2005). Una prueba fehaciente de la naturaleza política del patrimonio, de su
utilización como herramienta de gobierno y/o de contrapoder, es el hecho de que se
esgriman argumentos patrimoniales para justificar prácticas políticas divergentes o,
incluso, completamente opuestas.
Las paradojas que se observan actualmente en el campo del patrimonio provienen en
buena medida de la progresiva ampliación y extensión del concepto. Una amplitud que,
si bien ha permitido reconocer determinadas expresiones culturales habitualmente
minusvaloradas desde los clásicos planteamientos monumentalistas, ha complicado
mucho su definición y el establecimiento claro de cuáles serían los límites del patrimonio
y de lo patrimonializable. La antropología ha contribuido a esta ampliación del espectro
de los contenidos patrimonializables de una manera decisiva. Como han señalado
distintos autores (véase, por ejemplo, Fernández de Rota, 2009 o Carrera y Delgado,
2012), asistimos a un proceso de antropologización del patrimonio. En este sentido, no
son pocas las similitudes entre la definición de “patrimonio inmaterial” propuesta por la
UNESCO y las distintas formulaciones holísticas sobre la “cultura” que se han ido
proponiendo desde Tylor en antropología (Acevedo, 2011; Bortolotto, 2014). Esta
incorporación de criterios etnográficos en la definición institucional del patrimonio está
acarreando una segunda dificultad analítica: el exceso metonímico de equiparar
“patrimonio cultural” y “cultura”, lo que genera no poca incomodidad para la
332
antropología –cuyo concepto de cultura, como venimos sosteniendo, es la base sobre la
que se sustenta tal equiparación–. Es decir, se está dificultando la distinción que hiciera
José Luis García (1998) entre el “patrimonio cultural” y la “cultura como patrimonio”.
Evidentemente, como ya afirmaran con rotundidad Prats y Santana (2005: 16), “el
patrimonio no es la cultura”, y esa es una de las razones por las que, continúan estos
autores, “el patrimonio puede integrarse en el mercado turístico porque, de alguna
forma, puede ser vendido, mientras que la cultura no puede ser vendida porque debe ser
vivida” (cursivas en el original). Los elementos culturales (ya sean objetos o prácticas
sociales), una vez patrimonializados, no son –no pueden serlo– hurtados del ámbito de
la cultura para pasar a formar parte exclusivamente del campo patrimonial
institucionalizado. Si entendemos, con Díaz de Rada (2010), que la cultura es una
propiedad de la acción social de los “individuos-en-relación”, y no la
propiedad/posesión de un sujeto colectivo abstracto, resulta obvio no sólo que el
patrimonio no es la cultura, sino que aquel –y el propio proceso de patrimonialización y
atribución de valores– forma parte de esta. Puede producirse, como sugería Emanuele
Amodio (2006), que los elementos patrimonializados pasen a formar parte de dos
“circuitos de existencia”: uno plenamente patrimonial, valorado por expertos y
convertido en emblema identitario; y otro genéricamente cultural, en el que mantenga
funciones sociales y significados más allá de su valoración patrimonial y su
instrumentación identitaria. El primer circuito, de carácter patrimonial, no correría
paralelo al segundo, el genéricamente cultural, sino que estaría imbuido en éste. Es
necesario analíticamente –y deseable desde el punto de vista político e institucional-
distinguir de una vez por todas entre patrimonio y cultura, sin obviar sus imbricadas
relaciones conceptuales.
333
El concepto de cultura con el que se ha venido operando desde las instituciones
patrimoniales, como decíamos en la introducción, proviene del romanticismo herderiano
y, como ha argumentado María Valdés (2010), de su reinterpretación boasiana o de una
lectura errónea del particularismo histórico que ha llevado a la identificación de
patrimonio e identidad (García Castaño et al, 2011). En su denuncia del evolucionismo
universal, el particularismo histórico contribuyó a difundir la imagen de un mundo
compuesto por diferentes culturas, delimitables entre sí y sometidas a una evolución
histórica particular. En contra de los postulados del evolucionismo, desde el
particularismo se afirmaba la singularidad del desarrollo histórico de cada una de las
culturas, concepto equiparable –desde esta perspectiva teórica- al de grupos étnicos o
“identidades”· Las prácticas contemporáneas de las instituciones patrimoniales
recuperan estas premisas teóricas, lo que les permite afirmar el carácter contingente y
sometido a procesos históricos del patrimonio, al mismo tiempo que se les atribuye a las
“identidades”, reflejadas por dicho patrimonio, una existencia primordial (cfr. Texto 5).
En otras palabras, se afirma que la cultura cambia pero no la forma y la esencia de los
grupos humanos que conformarían cada cultura particular. De este modo, la función del
patrimonio cultural sería probar y “reflejar” la existencia y profundidad histórica de
dichos grupos definidos identitariamente. Lo que se patrimonializa, lo que se reifica, por
lo tanto, no es la cultura sino las identidades.
… lo que se tiene por patrimonializable no es otra cosa que la «identidad»: este es el auténtico
«plus». El paradigma romántico-boasiano persigue identidades y, cuando no se muestran como
tales, las reconstruye. (Valdés Gázquez, 2010: 36).
En su afán por salvaguardar y conservar el patrimonio, como mecanismo de
preservación de la diversidad cultural, los patrimonialistas refuerzan una visión
esencialista de las identidades étnicas y colectivas. Identidades que estarían sometidas a
334
multitud de amenazas, sobre las que destacaría ante todo la globalización
uniformizadora, conducente a la homogeneización identitaria y, en consecuencia, a la
pérdida de la diversidad. Es este temor el que llevó a un declarado boasiano como Lévi-
Strauss a reclamar en 1952, ante la UNESCO, la necesidad de preservar la diversidad
cultural más allá de sus contenidos históricos.
Es el hecho de la diversidad el que debe salvarse, no el contenido histórico que le ha dado cada
época y que ninguna podría perpetuar más allá de sí misma (Lévi-Strauss, 1999 [1952]: 104)
Como ha argumentado con acierto María Valdés (2007: 310), paradójicamente y a pesar
del fervoroso antirracismo de Boas y sus seguidores, estos planteamientos
patrimonialistas fueron utilizados como base ideológica del “racismo diferencialista”,
que propugna también el derecho de todos las culturas a preservar sus diferencias, es
decir, sus marcadores étnicos y su patrimonio cultural específico. Y, en aras de tal
objetivo, la conservación del patrimonio se convierte en un instrumento
“potencialmente mixófobo”, al pretender la evitación de cualquier contacto intercultural
ante el riesgo de hibridación, homogeneización y pérdida de la especificidad121. Un
argumento que olvida, por un lado, el hecho de que no existen culturas aisladas y
homogéneas y, por otro, que todo patrimonio es fruto de la creatividad y del contacto
intercultural, del diálogo entre sujetos situados (cfr. Cruces Villalobos, 2007). Que el
patrimonialismo pueda compartir tales argumentos con el “racismo diferencialista” es,
sin duda, uno de los motivos de la desconfianza de muchos antropólogos y
121 Por otro lado, y sin contradecir los términos de Lévi-Strauss, podría formularse, como hipótesis, que la mejor forma de preservar la diversidad pudiera ser el fomento del diálogo y la mezcla, como fuentes de creatividad cultural, y no el establecimiento de fronteras infranqueables, una utopía conservadora que conduciría a la fosilización de las formas culturales.
335
antropólogas ante cualquier proyecto patrimonial. Mucho más si se pretende hacer del
patrimonio un instrumento de “gestión de la diversidad”.
No obstante, aunque tales riesgos estén presentes en el planteamiento conceptual del
patrimonio, en la práctica encontramos una gran diversidad de proyectos y formas de
acción patrimonial a las que se hace preciso atender. Como Néstor García Canclini
(1999; 2010) viene insistiendo desde hace años, es necesario conjugar la clarificación
conceptual del patrimonio con el análisis de sus usos sociales, discursivos y políticos. Y
lo mismo puede decirse de otras nociones problemáticas como la de diversidad cultural
(cfr. Velasco, 2014).
2. LA VÍA AGNÓSTICA EN LOS ESTUDIOS SOBRE PATRIMONIO
El conjunto de los textos compilados ha pretendido ofrecer una visión crítica de los
procesos de patrimonialización. Podrían situarse, por lo tanto, en la línea de
investigación denominada “estudios críticos del patrimonio” (critical heritage studies) que se
ha venido desarrollando en los últimos años y que ha tomado un notable impulso con la
creación en 2012 de la Asociación de Estudios Críticos del Patrimonio (Association of
Critical Heritage Studies) y sus conferencias bianuales –la primera se celebró en 2012 en
Gotemburgo (Suecia), la segunda en 2014 en Canberra (Australia) y la tercera tendrá
lugar en Montreal (Canadá) en 2016–.
La mayor parte de los estudios que se enmarcan en esta línea provienen de
investigadores e investigadoras académicos que han aplicado un análisis
deconstruccionista a determinados procesos de patrimonialización y a las políticas
patrimoniales en general. No obstante, tanto en sus publicaciones como en sus
conferencias ha habido también lugar para profesionales involucrados en instituciones
336
patrimonializadoras, o comprometidos con determinados elementos patrimoniales, que
han solicitado atemperar los impulsos deconstruccionistas con el objeto de llegar a
acuerdos y comprensiones mutuas (cfr. Kuutma, 2012; Winter, 2013; Brumann, 2014).
En este encuentro entre estudiosos del patrimonio y profesionales patrimonializadores
parece estar gestándose una “tercera vía” de investigación que podría resultar útil para
ambos sectores122, posibilitando superar posiciones apriorísticas pro y anti-patrimonio
(cfr. Winter, 2013). Una “tercera vía” en la que la antropología y la investigación
etnográfica podrían desempeñar un rol relevante.
Christoph Brumann (2014) ha propuesto el “agnosticismo patrimonial” como esa
posible tercera vía. La consideración del patrimonio como el elemento sagrado de una
religión laica es una metáfora habitual utilizada por los críticos del patrimonio (véase
Texto 4); siguiendo con el tropo, Brumann propone diferenciar entre “creyentes del
patrimonio” (quienes están comprometidos con ciertos elementos patrimoniales y están
convencidos de sus valores intrínsecos y positivos) y “ateos del patrimonio”
(fundamentalmente académicos que, desde una perspectiva deconstruccionista, verían
en el patrimonio el resultado de un proceso de manipulación sobre objetos y prácticas
seleccionados arbitrariamente). La propuesta agnóstica, inspirada en el “ateísmo
metodológico” propuesto por Berger (2006 [1967]: 150) para el estudio de la religión,
afirma que dada la falta de información empírica acerca de la existencia o inexistencia
del elemento sagrado, ya sea Dios o el valor atribuido al patrimonio, el objetivo de la
investigación debe ser el análisis de las prácticas sociales derivadas del uso de la categoría
y las “experiencias y creencias patrimoniales de la gente”. 122 Más que de sectores podríamos hablar de roles en el ámbito patrimonial. Roles distintos –patrimonializador y estudioso de la patrimonialización– que, como en mi caso, pueden ser asumidos por un mismo agente, dependiendo del momento y el contexto en el que se esté desenvolviendo.
337
… an ‘agnostic’ study of heritage does not posit a priori that heritage is an empty signifier, an
entirely arbitrary and socially determined ascription, but takes people’s heritage experience and
beliefs seriously (Brumann, 2014: 180)
Nuestra propuesta –anunciada ya en el primer texto compilado y reiterada y ampliada
sobre todo en los textos 4, 5 y 7–, de fortalecer a través de la investigación etnográfica el
potencial reflexivo del patrimonio, está muy ligada a esta perspectiva agnóstica. Una vez
que desde la academia y la investigación se ha alcanzado el consenso acerca de carácter
construido del patrimonio (al menos en antropología y gran parte de las ciencias
sociales), la etnografía posibilita cartografiar la pluralidad de miradas existentes ante un
mismo elemento patrimonial y, a partir de ellas, fomentar el debate en torno sus
significados y, por lo tanto, también sobre la forma y los límites de los “sujetos
colectivos” a los que supuestamente representaría.
Como he tratado de mostrar a lo largo de la compilación, tanto los rituales festivos
como las cuevas sacromontanas son objeto de múltiples lecturas divergentes. Una
pluralidad interpretativa que también se aplica a su carácter patrimonial y al propio
proceso de patrimonialización. Los estudios sobre el patrimonio deberían atender a tal
multivocidad, a la que habría que añadir el propio discurso antropológico.
En el marco de la intervención directa, tal perspectiva agnóstica podría traducirse en un
“pragmatismo crítico”, que hiciese compatible el análisis teórico y deconstructivo del
patrimonio con la implicación instrumental de la antropología en proyectos
patrimoniales; tal y como ha propuesto David Barreiro (2003; 2006) para el campo de la
arqueología. Se trataría de superar la vieja separación dicotómica entre teoría y práctica,
sustentada tanto por el “prejuicio intelectualista”, que afirma “la superioridad del trabajo
intelectual sobre toda actividad práctica y/o material”, como por el “prejuicio
pragmatista”, que juzga teoría y práctica como dos fenómenos independientes e
338
irrelevantes el uno para con el otro (Barreiro, 2006: 208-09). Reintegrar teoría y práctica
posibilitaría también superar la división entre “antropología aplicada” y “antropología
teórico-académica”, bajo el único criterio de la pertenencia institucional de los
profesionales implicados, y observar que la práctica es producto y productora de teoría;
así como que la teoría es producto y productora de práctica.
Si observamos la recomendación de Regina Bendix et al. (2012) de dirigir los estudios
sobre patrimonio hacia la infusión de reflexividad en la toma de decisiones de las
instituciones patrimonializadoras, como la Unesco –el “Vaticano de la iglesia global del
patrimonio”, según Brumann (2014: 183)-, la vía del “agnosticismo patrimonial”
conducirá a un análisis exhaustivo de las prácticas y el funcionamiento cotidiano de
dichas instituciones. En los estudios sobre patrimonio, advierte Brumann, son habituales
el análisis de los textos producidos por las instituciones patrimonializadoras, pero
apenas se han estudiado etnográficamente las redes y las relaciones sociales de los
sujetos que trabajan en ellas, sus organigramas y su funcionamiento diario. Esta es, a mi
juicio, una vía fértil para avanzar en los estudios críticos del patrimonio y colaborar al
mismo tiempo con las instituciones patrimonializadoras. Aunque, por supuesto, se trata
de un camino no exento de dificultades, en el que como antropólogos y antropólogas
nos veremos obligados a negociar constantemente nuestros roles, a hacer un esfuerzo
por formular nuestras críticas a los procesos de patrimonialización de un modo
constructivo y a asumir contradicciones que deberán ser revisadas y analizadas
periódicamente.
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