Post on 11-Nov-2015
description
transcript
O B R A S D E L A U T O R
La F lecha del Charra , folleto en e s p a o l
Jean O r th (edicin espaola), un volumen, 1%6. l'racluccitSn francesa
de M. Charles Barthez, un volumen.
L Amrique du Suo au XX'' s ic le (LArgentine et l Uruguay). 1905.
R ooseve lt e t Monroe, 1905.
L Amrique la tine {Rpublique Argentine), prface de M. Pierre Bmdm, I, un volumen, 1911.
L Amrique la t in e {Rpublique A rg en tin e), prface de Enrique R. Larreta, II, un volumen, 1913.
L Uruguay. Historique de son indpendan ce et d e son or^anaaiion : finances, conomie, agriculture, levage^ im migration, e tc . (Supplment illustr du Figaro, 1911.)
Le C h ili. Historique de son indpendance el d e son organisatimi : finances, conomie, agriculture, indm trie, m ines, im m igration, eAc, (Supplment illustr du Figaro, 1910.)
Discours prononc linauguration de la premire Semaine de rAmrique latine, Lyon, le 2 dcembre 1916.
Discours prononc linauguration de la Deuxime Semaine de rArn- rique latine, Bordeaux, octobre 1917.
Una H o ja de Lau re l : La Juventud de un L iertador ). A mrica. Un volumen de 128 paginas, con una fotografa del CirjH'ra! Garzn frente a Quito, en 1822. Cubierta original del pinor cislombaio Roberto Pizano. (Editions Le Livre Libre , F^ ars, 1926.)
P r x im a s a a p a r e c e r :
La Tragedia d e l P la t a *(/550 1852), con ilustraciones y ruimercsos documentos inditos sobre todos los sucesos y los hombres que figuraron en esa poca.
F iguras DE la A mrica L atina.
L a L imea.
M is Patriadas.
Y UNA novela de asunto c r io llo .
EUGENIO GARZON
LA CIUDAD ACUSTICA
D e d ic a d o a M a r c k l o T. d e A l v e a r .
Escenas de la vida parisiense.
P r l o g o de C a r l o s R e y l k s ,
\ 4-
D I T I O N S L E L I V R E L B R E
H'* I I , A v e n u e de l O p r a , I l
P A R S M C M XXV II
Ctij.yriftji \>y 1*.. r/.on. Ki ii'u|iit'(iiil fi'l a u it j'
EjSte libro, que sale hoy a luz, hace mucho tiempo que est
en la obscuridad, por razones de respeto a Francia. La Ciudad
Acstica estaba terminada al empezar la ltima guerra; pero
su autor se neg a imprimir su obra, alegando que sera una
falta de respeto para con la ciudad que le hospitalizaba el publi
car en aquellos momentos las escenas en que ha reflejado el
alma del Boulevard, cuando Pars estaba cubierto de una noble
melancola.
l tiempo ha pasado; y, al pasar, ha eliminado con su accin
transformadora algunas de las pginas de este libro, y muy prin
cipalmente aquellas que se refieren al viejo cochero de Pars,
en que el autor estudia su extraa fisiologa.
Otras escenas y tipos han sufrido las mudanzas realizadas en
los seres y las cosas.
Todo lo dems, que es el nervio del libro, vive an y se
mueve en el vasto solar de La Ciudad Acstica.
En la segunda edicin, el autor se propone aumentar las
pginas de su libro con lo que Pars fue durante la guerra y
despus de ella,
EL EDITOR.
RAZONES QUE J U S T I F I C A N EL T I T U L O- d e e s t e l i b r o
' ' ' ' Y ' por'estas'y'causas y ninus iisiiinicinucs y hIVctuH, PnrH es Paris y Paris es tiiido iior ihj/.u. tiil iimndo, nnrqiK' n,ih*laii!n .>u DeUeza a las otras ciudades; y Paris ; iirna /h* Huanm Tisfal.
Una voz aanima le llim la V/I* .m iuw !.., (.uM4lurino iMin-Hn. Ville Synthse; Canudo, Visa a e du Mande, y y lu llu.rrM, ut p'TiJ.'.nde estes seores, la Ville Acoiislufiio, ............
En efecto, Paris es la nica t'iiidad acii.sl.ica dd iimnil*.Una palabra dicha eu el HouUmird, pur pc.picu ({fit* Mcn, no ((unli/,au. Y ch que stos son escenarios sordo'.
En Londres suceden las cosas rns l'nnni'dafdcti. sinrap.i.'iiaM, por ejemplo, entre otras coalicionca, so liwcn dui'ijiH de Ihh rail**.? le hi gran metrpoli, apedrean a la polica, puiico uuu. torttlia en la raa dcl ministro, incendian centerm'es o buzones de comnis, cnntt ni vivieran en una ciudad abandonada... y la fartiosa polica de LdtidrrH, (Vpi ha hecho? Y estas mismas sufiragistas, no 4a!>i(ndt ya qu iiucer, un luieii da invaden el famoso campo de (Jarreras del lvrluj y .ne eehao hiiji la;; patas de un cabiallo del Rey que iba corri(ndo, y e hacen nHur. ( htiriiuinl'
Sera cuestin de agarrarse la. cabeza, .si tale cohuh .siicedierars en Pars. Todos los imbdes dol mundo itoiidrioi ft f'rif;,r: -'roici est perdida!...
Dgase una palabra ms fuerte que otra, en la, Plarr dr rupiha, grtese en el Bovievard, rmpase una, botelkii en la Hnrt' i[mndu% jeM- myese una histrica en Montmartre y los hishoh iuihcile tu) jiiudrAu a gritar:
Los escndalos d(i Paj*fs.Ms an; si a una nuijer le roban un saco de niiot y |i* arrancan
brutalmente su reloj. cf)n cadena y iodo, y ili^ hrieu f*rila: Au t'tdi'ur!, todo el Grand Boulevard, desde la Mnhdiin la HtisliHr, ;;e fi(i!idr,'' pU' igual a gritar:
Au vlear!... .. volo.ur!...Y los vientos alterados iwipclrn a hu ve/;Au voleur!... Au 'volcurl...Y Pars entero se pondr, a gritar:Au voleur!... Au voleur!.,.Y el universo, sugestionado por el Houlcvard, (ic van m ( junnrri deliniites oara poner m el aue el robo:
Au voleur!... yin valeur!..,Cmo no llamar, pues, a Pars la Ville Aeump/el
K. fL
A M A R C E L O T, D E A L V E A R
Y digo Marcelo, sencillamejite, porque al dedicarte este libro
no hago otra cosa que cumplir con una promesa que te hice
cuando os dos vivamos en Pars: t, de simple particular; y
yo, de igual categora.
T, por Pus felices aptitudes intelectuales y tus cualidades
superiores de hombre y de caballero, has llegado a sobrepujar,
en la lucha y en la vida, el nivel comn de las gentes, mientras
que yo sigo en el tumulto. Por esto mismo necesito poner estas
pginas bajo los auspicios de tu nombre, ilustre en ambos
mundos: en la vieja Espaa y en la nueva, como lo not el
general Mitre.
Y vlgale, pues, a La Ciudad Acstica esta doble aureola
con que hoy se presenta ante mis amigos y el pblico; y digo\
doble aureola, ya que sta fue luminosa por la accin esencial'
de tus antepasados; y, al presente, por el esfuerzo de ti profundo
y tranquilo espritu filosc)fico al presidir los altos destinos de la
Repblica Argentiiia; y aqu, y sin ms decir, me digo tuyo por
el afecto personal y por la tradicin que liga nuestros nombres,
en la historia de nuestra Amrica.
E u g e n i o GARZON.
Pars y octubre de 1927.
P R O L O G O
Hay no,mbres de personas que son evocadores; apenas pro
nunciados llenan la memoria de paisajes, panoramas, stmiles,
seres, hechos 3; cosas que se reflejan de hulto en un espejo sin
gular, a quien el espritu ha dado ancha superficie y fomro
profundo. Garzn es un hombre espejo y un espejo de muchos
planos. Absorbe :v suscita imgenes. En el ms lontano de
aqullos aparece la silueta fina, como estilizada, del Garzn
jovejt, caballero de pluma y espada, galanteador, dandy, pico
de oro, :v (ue lleva un pensamiento romntico en el ojal, y las
polainas blancas, con que ha de andar los agrios caminos -del
mundo, sin ofender su albura. Luego surge el periodista, 'el
guerrillero e?i las sierras de Maldonado, el prisionero eii
el Quebracho, el senador, el duelista, que va al terreno del
honor sin embarazo alguno, apuesto y sonriente, y le enva una
bala al adversario como un piropo a una dama. El cabello y la
barba Jian encanecido un tanto, pero la silueta no cambia, m
las polainas tampoco, 'menos an su modo de sentir la vida:
dignidad 'de buen talante, paquetera por dentro y por 'fuera,
amor, regocijo. Es un caballero, tiene linea exterior: tipo; y
estilo interior: personalidad. Esta figura con su atmsfera se
viene aquilatndose y agrandndose, a la superficie del espejo.
Una arremetida contra los molinos de viento. Ha atravesado el
lquido diamante azul, est en Pars, solo, extrao a todo y a
todos, la bolsa vaca; pero eso no le impide mondar el pecho,
llevar alta la cabeza, el cogote tiesotiene el msculo realy
pasearse por los bulevares con los arrestos y desplantes de un
lord en plena disponibilidad. Ahora usa monculo, y cuando se
ve el mundo al travs de un monculo o se re o se llora. Garzn
sonre, pero no se apea de su Rocinante, que es un Rocinante
optimista y galopador. 7 empieza la dura brega de conquistar
a -mano limpia lo que l llama, co?i grande acierto, la ciudad
acstica. Tantea el terreno, trata de orientarse entre tanta
niebla; se documenta y lucha en la soledad y el desamparo, sin
una queja, porque el dandy es un estoico; sin una flaqueza,
porque el preteiidiente es un gaucho que ha templado su coraje
en el calor de los fogones. Esgrime la pluma, publica varios
libros; por fin toma de asalto Le Fgaro, y desde tan alta tri
buna le descubre a Europa las aspiraciones, las fuerzas vivas,
los paisajes espirituales y los hombres de los inmensos territorios
que dej abonados con su sangre la raza hispnica. Y se con
vierte, por derecho propio, en el Embajador de la Amrica
Latina, y ya la figura de Garzn, cargada de contenido humano,
llena de sentido, campea en la ms prxima y lmpida superficie
del espejo. Todas las siluetas se han fundido en una. Sus cabellos
han ido cobrando el color de la fiieve, mientras l iba acari
ciando >' realizajido sueos de color de rosas. En vez del l)ensa-
miento romntico, lleva en el ojal la roseta de Comendador de
la Legin de Honor, integralmente conserva la lnea del dandy,
iesprit y, por supuesto, el mon)ctdo y las polainas inmaculadas,
dos smbolos de su complexin moral. A veces sonre a cosas
invisibles, lleva un mundo dentro. Los ojos miran entornados
para tamizar la luz y sentir mejor las impresiones del psiclogo,
del pintor de costumbres, del filsofo nitmdano, (ue todo eso
es ahora Garzn, naturaleza vivida y renovable, .siempre garz(Sn,
ofrecindole a los que lo suponan al fin de su disco tina nueva
dcima: La Ciudad Acstica, dibujada y pintada, no con la
pluma del periodista, sino con el pi7icel del escritor.
En efecto, La Ciudad Acstica es una obra pictrica, de
observacin minuciosa y finos toques de acuarela japonesa. A.qu
y all, algunos brochazos goyescos. Lo cmico, lo melanclico,
lo pattico se dan el brazo y arrancan por el Grand Boulevard,
porque es en la carne, la entraa y la sangre de la urbe latina
y no en su historia, sus Academias y sus Museos, donde Garzn,
desde treinta aos atrs, tnoja el pincel dcl atthta o iiiiide el
bistur del analizador.As que llega, ya entrado en aos, duros los hiwsos vharnUis,
abre los ojos, aguza los odos, muda de pellejo como las vhorm
y aspira a grandes boca^ iadas la cultura vurapet. I/h erialq
instinto de rumbeador lo lleva al Graiid Bouevard porque ah
las resonancias de toda la tierra tienen eco y latido. ()3svrvur Im
gentes que pasan y or lo que dicen e.s como tomarle vi jnisi ul
mundo. Y Garzn se lo' toma da .v noche e inipriini- vrt m
placas ultrasensibles de su memoria los perjiles y los ate n i os
de lo que ha visto y odo. A fuerza de atvmin, su mirada
trnase perforante. Nada se le escapa. Lo
sigue apurada el tranco largo de su marido)'); ael turco, anegado
en su sensualimno sombro, habla un idioma mal dispuesto, un
idioma con espinas; el chino, si se ren de l, recuerda un
glorioso pasado y sigue andando con su trenza acuestas.)) Y
continan desfilando, puestos de relieve por un trazo ya irnico,
ya triste, el ruso tonante de antao y el ruso periclitado de hoy ^
el sueco, cdiombre lunar)); el suizo, el griego, el hngaro de
icbigote aborrascado)), y los tristes y los alegres, los pobres y los
ricos, los cuerdos y los locos, los calculadores y os intuitivos,
soimbidos todos corriendo tras sus quimeras, ya que el vivir
es un puro so7tar. De pronto, una nota trgica: el potentado
que se muere de miseria en un banco del Boulevard. nEl pobre
estaba doblemente helado por el hlito de la miuerte y el fro
de la nieve, y no tenia camisa. Como contraste, cmna pareja
trabada de las manos se pasa su amor o un detalle libertino,
la cruzada ertica de Cora Ferie, beldad famosa, desde la
(Maison Dore hasta el aCaf Anglais. Iba enteramente des
nuda, slo cubiertos el cuello y las manos de perlas y brillantes
garrafales. Sus adoradores la seguan llevando cada cual, apre
tada contra el tumultuoso corazn, una prenda de la primorosa
indumenta de la bella.
Garz()n nos describe con amor prolijo el Boulevard porque
l mismo es Boulevard. Se ha identificado con su asimto, le
ha absorbido los tutanos: Misteriosas similitudes, sutiles con
cordancias entre la vida del autor y la vida heterdita del Bou-
levard, han establecido entre ste y aqul intima corresponden
cia, ese lenguaje sin palabras, signos ni gestos con que se hahlmi
las almas gemelas o ms raramente el hombre y las cosas. Esloy
seguro que Garzn ha circulado por la grande iirieria como
sangre y luego como vidente con el monocuio iiiserio en el ojo
y las puertas del espritu abiertas de par en par. Por eso com
prende 3 nos pinta sin acidez, abites bien con humorstico o
melanclico acento, los ambiguos personajes que fornnm hi
fauna aborigen del pav.
Cada captulo es un poema vivo, no una crnica iHuerta,
Narra con arte y la vibracin interna que colora ,v anima el
relato y tambin el estilo, que, en fin de cuentas, no es l/ntea ;v
fisonoma, sino principalmente tono y timbra. Qu sera de las
rosas, por ms opulentas que fueran, sin el aroma? iuis iingenes
y las escenas de Garzn tienen perfume precismenle porque no
son retrica, flores de pluma, tan preparadas como las flores de
sartn: son alma. Hablando de los mil matices de la pierrciLse,
desde la de lengua procaz hasta aquella otra que de ueada Id-'
grima sale disparando un cocodriloy), nos cuenta:
ioUna noche, dando el paseo que solamos, vimos a un de
ellas que estaba triste, muy triste, apoyada en un rbol, eoriio
si algn helado desmayo e ocupara el corazn. Limpios de
segunda intencin, tocados por una silenciosa piedad, que en
cualquier ocasin tiene lugar la cortesa, le preguntamos por la
doble causa de aquel dolor y por as lgrimas que tUi liorahih
sin saber cmo decirle palabras convenientes, y no nos contest.
Insistimos en nuestra inferior curiosidad y, al fin, ??os dijo con
fina terneza sofocando sus palabras en el pauelo:
))II me trompe, monsieur...
y alzando la sencillez de sus ojos busc vagamente los mos
y quedse ms tranquila en aquella noche de olvido, que el
dolor comunicado agobia menos.
y las palabras de aquella pobre muchacha, temblndole el
corazn, en lo mejor de su edad, fueron dichas con tal melan
cola, impregnadas de dolor tan extremo, que aun las guardo
en el erario de mis recuerdos. Nunca olvidar la imagen dolo
rosa de aquella criatura negativa, encendida en vivo fuego de
mor, y de quien fui, en un minuto htdev arder o, el arco que
seren su borrasca.
Los efectos de aquel breve coloquio que los dos tuvimos
fueron bien parejos: ella se qued padeciendo y yo me fui cavi
lando.
y cuando vuelvo a pensar en su persona, la veo llorando en
el Boulevard, sola en su casa, sola en el mundo, con un ay!
errante entre sus labios, que la ociosidad y el deleite son la ruina
de las almas.
yyPobre mi amiga de un minuto!
y>Qu cosa rara es el Boulevard!
Y asi corno un gil prestimano. Garzn nos va sacando de su
galera blanca de dandy o de su chambergo cantor las entraas
calientes del Boulevard, dichoso de mmlrrnoHus, ujyquc son
vida, y l, a pesar de los aos, es mi amante de la vitlu, y se
despedif de ella, wqub hciyci sido eine, ( tie'ialulali, eeni /i
punta de los dedos, un beso do cniuofLio.
Cmx.m R I'V Y iJ 'S .
Pars y septiembre de 1927.
RAZAS Y NACIONALIDADES QUE DESFILAN,
El Grand Boulevard, que tiene por s solo el valor de un
mundo, es la reunin de todas las razas y nacionalidades de la
tierra.
Su ruido es grande y mayores sus apetitos y la vislumbre de
sus colores.
El Grand Boulevard est confederado por otros bulevares,
con nomenclatura y paseantes distintos, con idioma y gestos de
otras tierras.
Desde la Madeleine hasta la Place de VOpera, y casi hasta
la Chausse d'Antiii, en la esquina del teatro del Vaudeville,
predomina el extranjero,
Y es curioso advertir cmo deja ver cada cual su individua!
naturaleza y los diferentes gneros del decir, mostrando as la
fisiologa del pas de que procede.
El espaol, por ejemplo, comenta la poltica de su pas,
y habla fuerte, con grandsimo extremo; el americano del Sur
se mueve inquieto, con la impaciencia de querer probarlo todo,
y, como su seor padre el espaol, habla fuerte tambin.
El italiano,, con su palabra original, siguiendo la variedad
de su condicin, aadiendo imaginaciones a inia^inac'tones,
precipitado en la diccin, pattico en el gesto, junta el iaur-
vard en su recuerdo que lo aprende para siempre : ufo amo
dicequesto imbrogUo cid; me ja hene a a mente e ai cutwe,-
El rabe, alto y flaco, sereno y distn^tido, riasi eiivuefti>
en su blanco albornoz. El rabe, en medio del Hoiife'i^ariL
alejndose del suelo, parece que fuera canurtando en iitin}a
confrontacin con las viejas formas de su pcn^anicno.
Y el amor patrio, sutil maestro, le induce a creer tjue tiun
viven en el limbo sus Dioses tutelares... Oh, Al, Al !...
El in l^s-Cook se sonre, fro y dichtso, y la Iriilfsa de
salud animosa y escaso pecho, Bacckcr en niari, apiirndose
a.saber, si^ue apurada el tranco largo de su marido.
Y el ingls elegante que ha parado en el liiz, vesfitio
an de camino, le muestra a la suya el limtlevartl rKHMirrio:
(Where the Prince of Wales where not a gooii hoy. Y i*sto t-
ciendo se siente dichoso con un recuerdo putriotieo que le taba
a su rey un punto ms que al diablo.
El yanqui compra perlas para su seora en la me tie ia Puix,
encuentra escasas las riquezas del Bouvvurd, fuma y
tiene pecas en las manos. Cuando le da a uno la Huya, k* saet el
brazo de un tirn. En recompensa, os invitar a $\i casa de Cllii.
cago, que le ha costado jtres millones!... y los muebleK lima
tro!...
Por ahi pasa el holands, cuya sangre la pierreuse avivar no
puede.
El turco, anegado en su sensualismo sombro, habla un
idioma mal dispuesto, un idioma con espinas.
En qu irn pensando los descendientes del pastor Oomn,
que fue un bandido?
Las caras entristecidas de estos hombres, que van en muda
discusin con el destino, muestran la fnebre ptina de su vieja
esclavitud.
El egipcio, soando siempre, se vuelve con la imaginacin
a mejores tiempos y piensa en ellos. La reforma de la situacin
actual, la evacuacin por el ingls de las tierras que componen
el misterioso Egipto, son cosas que andan por su alma.
Quin es esa ave negra, cual si hubiera sido apaleada, que
mantiene viva la curiosidad del Boulevard?
Es un chino amarillo del Imperio Celeste. El tambin em
pieza a ser removido por las inquietudes de la revolucin. Y,
cuando el Boulevard se re de su estampa, l se alienta silencioso
con el recuerdo de su glorioso pasado, y sigue andando con su
trenza a cuestas.
De quin es aquella nariz que dibuja su corvo perfil de
guerra en el clarobscuro del Boulevard?
Es un judo de Francia, de Jerusaln, de cualquier parte, del
mismo Boulevard, que va pensando en Shylock... Cruz-diablo!
Qu aceite no se consume, pues, en la llama del Boulevard?
La celeste arde en la frente del hombre genial; la roja
al brbaro, y la amarilla tamiza la visin dcl hombre eofernio
que comienza a bajar, camino de la iimba, por la ihi curva
que su cuerpo ensaya.
El hngaro, de cara chata y bigote aborraKcatIo, espera a
muerte de Francisco Jos para vivir en casa propia. No {leiiKa
en otra cosa (1).
El ruso elegante, aquel prncipe rubio como el rci ipu gnH,
taba, que era trado en lenguas por las liabaclura.s tle! /okI'-.
mrd, ya no existe. Habr existido? fabra cii: rtleer fas
crnicas que as lo afirman, tomando lo que en ella liuhii*ra s.{t'
verdad, con la imaginacin de la hora que vivirnos.
Segn las anotaciones de la poca, el prncipe rtiso era el
//f obligado de la cocotta mas en boga, cuyas badianas ele l^asifes
ei Boulevard escriba con letras de vividos colores en la jeHuri-
brante crnica de su vida. Si haba bluff, la t^tealte comparta
la responsabilidad con su amante y con el rrti.miso Btmiertrd,
El ruso que es hoy asiduo de las ierray,as vs irn riiio t*x-
patriado; es la anttesis del otro. Es un ruso abafdo |>iir la ti es
gracia, desgarrado por la miseria; pero t|e a kIi.'^ [as
infortunios de la vida, en alas de su nuKtica pfJCM'a. que r,-. ;n flaenh, y
plidos y transparentes, y llevan sus cabellos mi elf.s>rdiri, y e,s
l) Y as ha sido.
igual el desalio de sus trazas, el Boulevard dice respetuosa
mente:
i Esos son dos rusos..., dos hroes..., dos libertadores, tai
vez!...
Y el hombre de la vieja Polonia cautiva, movido an por el
valor de su sangre, que vino antao al Boulevard huyendo de
la muerte, ve pasar, y no sin placer, mseros y dolientes, a los
hijos de aquellos que proclamaron la paz de Varsovia.
El alemn, jDios mo, qu invasin de alemanes! Estos
ponen la desesperacin en el espritu de los restaurateurs del
Grand Boulevard, porque slo comen fiambre y beben cerveza,
al contrario del ingls, que bebe los mejores vinos.
Fueron los alemanes los que inventaron la propina y, sin
embargo, son los que la dan ms escasa. Al pagar la cuenta la
miran y remiran y la estudian cientficamente, como si quisieran
encontrar el microbio del robo en los precios de cada plato ser
vido. No obstante todo esto, envidian a Pars, recomendando a
la memoria cuanto ven, ms como espas que'como filsofos.
El griego recuerda la luz primera con que deslumbr al
mundo y la obscuridad en que cay despus. Y cuando se halla
en el Boulevard es para abrir su pecho a la esperanza, desper
tando en su memoria los dormidos das, Y si en la Ciudad Acs
tica encuentra a los montenegrinos y a los turcos, a los hngaros
y a los servios, los trata como si fueran hombres de una misma
civilizacin.
El suizo, con sus virtudes activas, baja de la nionian donde
se cuajan las nieves, sin dejar traslucir los alborozos de su pen
samiento. Su cara parece una acuarela, sin drarua y sin comedia,
digna de la vida que lleva en su ambiente azul. Y cuando el
suizo lee en las terrazas del Boulevard, todo lo ve nc^ro, y par
ticularmente cuando se informa de que Eiu'Opa gusli ms dinero
en tener soldados en los cuarteles que nios en las escuelas.
El sueco, hombre lunar, distrado como las auras, va al
Boulevard como quien va al cinemaS^rafo: silenciso, lo ve
desfilar con su sangre tranquila. Apenas si alguna vez se le albo
rota, pero poco; y, cuando toma el cansino de retorno que le
conduce al apacible hogar, lleva una mscara diferente de la que
trajo, porque el Boulevard le ha puesto una de las suyas. Y esta
alegra se mantendr mientras vaya pensaulo en las cosas visas,
Y de este enjambre de razas y nacionalidades que disienten
entre s, como las olas del alborotado mar, sur|>e la balumba de!
Grand Boulevard, cuya confusKJn de lenguas sobrepasa ia de
Babel.
nL A y ID A H U M A N A Q U E : P A S A .
L a v i d a h u m a n a q u e p a s a . . .
El Grand Boulevard participa de muchas cosas buenas.
Jams aparta de s las risas; pero le sobran quejidos y se oyen
maldiciones.
Muchos se alegran, hay pechos que se torturan, y el pensa
miento irritado se baja a pensar. Oh, secretos de la vida!,..
Hay quien lo peregrina con el ltimo aliento, y otros as
piran a convertir sus esperanzas en firme realidad.
Quin es ese hombre de ojo alegre y de sonrisa esttica, que,
satisfecho de s mismo, pasa inquietando a las mujeres?
Es un' bandido, un monedero falso, tal vezdicen las pier
reuses al recibir la mirada triunfadora de aquel personaje, que,
ostentando una compuesta gravedad, va diciendo a las claras:
I Dejad gozar a quien sabe !
Quin en el Boulevard no gana pasos de miseria o de glora?
Quin no pone en la voz sus amores?
Algunos, dentro de s mismos, de risa se van haciendo pe
dazos. Locos? Dichosos? Desgraciados? i Quin sabe ! Pero
recordemos que la risa es a veces la espuma de la tristeza.
Quin no piensa en a!o muy ardicic o muy melanclico,
muy horrible o muy placentero?
Quin no pasa animoso, con la eiiacidad de una idea feliz,
y quin no anda irresoluto con la variedad de soluciones que le
desorientan?
Cul, en una ascensin mental, no iiiiere iinidar de rumbo
para mudar de ventura?
Y cul, despus de mil abyecciones, o quiere volver a
nueva pureza y nueva vida, a sus prinier(s pensafiiientoB de
honor?
Ah va, con vagoroso paso, el que olvida sus |)ropios gustos
por ajenos juicios. Tal vez es un sugestionado de la poltica o de
alguna filosofa religiosa, un decepcionado del arfe, cpie ha evo
cado en vano; de la ciencia, que no pudo perielrar, o del aruor,
que no supo inspirar. Vaya uno a saber eslas cosas!... Cuntos
de stos buscan otra alma enferma como la s\iya, y en tanto
grado como la desean; y cuntos, en fin, confan en un destino
mejor!...
Qu cosa rara es el Boulevard!
Quin no siente encendida la llanta del amor li>rc y qiiei no
vive de la sustancia de su fantasa?
El mismo trovar, sin mucho decir, encontrar all f sus red
tantes, y un poeta se ha quedado dormido sobre los alambres de
su lira. Por entre stos y los otros y los de ms all, so mucho
ahondar en ello, no deja de advertirse al que m sido arrojado
32
a ios vicios por el abatimiento. Y, como contraste, una pareja
trabada de las manos se pasa su amor.
Pasa soando el que alimenta una ilusin con otra ilusin o
aquel a quien la esperanza le ha abandonado de pronto con su
ligero vuelo.
Un filsofo, auxiliado de paciencia, prudente como una cu
lebra, se habla a s mismo con nimo generoso.
Otros, con ms bienes de naturaleza que de fortuna, piensan
en la inconstancia de la suerte; y otros, con sus voluntades dis
conformes, van murmurando palabras por nadie entendidas.
En qu van pensando estos hombres?...
Una mujer dolida recibe penas de quien la debe su voluntad;
y un boutiquier ha salido a fumar su pipa, seguido por el perro
de madame, que va oliendo inquieto el suelo, los rboles y las
paredes..., poimfaire aprs ses petites ajjaires...
Ah va el que siempre palpa en la obscuridad, sin acertar
jams con la luz, Y el ms dulcemente caviloso rima un verso, se
hace ilusiones o quimeriza un absurdo.
i Infortunios de la tristeza!...
Cada ser que camina por el Boulevard est luchando, est
vencido o mira, sonmbulo de la vida, las seales familiares de
sus dioses invisibles.
Qu cosa rara es el Boulevard!
El extranjero es el que ms siente las sugestiones del Bou
levard, y el que ms arde en llamas prohibidas.
Cuntos hay que hacen el designio de partir, y no falta,
qu diablos!, el que est decidido a soportar la vida, j caiga
como caiga!...
Algunos, sin oficio ni beneficio, buscan la piedra filosofal, sin
saber la carga que se toman, y otros alimentan una animosidad,
creyndose perseguidos.
Otros creen divertir la pena acariciando las mejoras de una
esperanza, o, polichinelas del dolor, hacen pblicas sus miserias.
El poeta histrico, desfavorecido por las pierreuses, despe
gado de las reglas de la vida, discute de espaldas a la realidad,
afirmando en contradiccin lo que quiere.
No falta el que piensa en hacer un libro o en un nuevo plan
de conducta a seguir, y aquel otro a quien la felicidad se le niega.
Otros, ocupados de excesiva perturbacin, escriben en la
memoria cartas que luego olvidan; y otros, perseguidos por los
disfavores de la vida, buscan en las terrazas aquellos amigos en
quienes ms fan. Y los que en tales cosas andan, llevan, sin sa
berlo, una vida entregada al miedo.
A muchos la verdad les habla dentro del pecho, y otros, que
poco saben de firmeza, oyen una voz que les desanima y otra
que les llama a lo glorioso.
El ms potico cree que soando se salvar. Tal vez. Y yo
Kio digo que no, porque tengo en m mismo la prueba de que s;
y esta tarea penetra todos los das en lo ntimo de su espritu:
piensa hoy ser y maana no. | Soledades de la vida!
Y en medio de este concurso de gentes de diverso pensa
miento y desigual ventura, encontraris al hombre orante de
plido rostro y beatifica figura que, aun en el Boulvard, en
sanchando su oracin, va pensando en la tarde lvida del calvario
y en el patbulo de la Cruz, sus temas favoritos. Y cuando su
atencin, siempre puesta en el cielo, se fija en los rboles, que
a aqul ilustran, se dice a s mismo, con beatitud profunda, | que
no se mueve la hoja sin la voluntad de Dios!
Y junto a este ser sutil, animado de fina sustancia, pasa otro
ms terrestre, o terrestre del todo, acoquinado por una desilu
sin total, que es el lirismo de los corazones tmidos.
i Qu cosa rara es el Boulevard!
Qu entidad humana, en resolucin, qu perfil, qu matices,
le faltan al Boulevard?
Cul es la raza cuya lengua no ha tocado all a rebato?
Qu civilizaciones no han pasado a la sombra de sus rboles?
Qu tribu no ha dejado en el Boulevavrd el eco de sus voces
primitivas?
Slo falta que venga el gran turco; pero el muy brbaro no
viene porque tiene miedo... Obscuro personaje...
Un caudaloso hombre de negocios, ex-gerente de un Banco
*de Montevideo, fue encontrado muerto sobre un banco del
Boulevard. El pobre italiano estaba doblemente helado por el
hlito de la muerte y el fro de la nieve, y no tena camisa.
Qu cosa rara es el Boulevard!
Y si Francia tuvo un victoriossimo Napolen, que ms de
una vez la cruzara sombro, el Boulevard tuvo tambin el suyo:
Napolen Hayard, dit Vempereur des Camelots.
Desde muy joven fu cliente de las terrazas y no era insen
sible a los atractivos de andar con buen nombre por el mundo
de los suyos. Este archi-camelot de los camelots, hombre simple
y sin mal, cuyo origen no sube ms all de s mismo, naci en
las malvas, como Sancho.
No hubo ua sola hija del Boulevard que estando a punto de
desgracia no llamara a su corazn sin trmino para acoger la
ajena congoja. Le mat un auto sur le pav du grand Boule
vard..., ((.chez lui, como dice uno de sus bigrafos.
Cuando se piden noticias suyas, interesndose en sus an
danzas de caballero bulevardero, que tuvo por estilo servir y
ayudar a ses filles, se oye an decir:
Combien de fois fa i tap son gros galern de mousque
taire!... Pauvre frre Hayard, il tait drle!...
Cul es, pues, repetimos, el color, la somnolencia o la viva
cidad; cul el pensamiento que no vive inquieto en el alma co
lectiva del Boulevard?
A un elegante le hace juego un estropeado que est al fin de
la vida; otro, sentado en un banco, cabeceando, ahoga sus penas
en los olvidos del sueo; y una mujer, casi allanada por el suelo,
ms cercana de la muerte que con esperanza de vida, va ha
ciendo penosamente el trabajo del camino, que es cuesta arriba.
Les journaux du soir!va diciendo melanclicamente.
Un nio con las piernas estropeadas, apoyado en sus muletas,
pasa vendiendo tarjetas postales.
Merci, messieurs et dames dice, y sigue por la vida que
valientemente afronta.
Hay quienes se muestran sin brazos; quines sin piernas, y
quienes caminan sobre las asentaderas. Estos no son muchos:
dos o tres no ms. Se les ve merodeando entre el Od En~
gland y el Grand Htel.
Quin es ese cansado viejo que a pie firme, dignamente des
cubierto, inspirando el ms profundo respeto, pide a los otros
hombres lo que l no pudo conseguir para s? Quin es ese
hombre a quien la muerte acecha para robarle la vida?
Es un soldado, un hroe, tal vez, de otra poca, que parece
inmaterial a fuerza de dolor y de silencio.
Dadle una limosna por el amor de Dios, que el pan da va
lenta, como dijo Fray Luis. Y tu, rico caminante que pasas,
protgele, ya que la pobreza no te estorba para hacer el bien.
Pero estos desvalidos de la suerte son una excepcin, porque
en Pars no hay pordioseros, y cuando los hay en algo trabajan,
algo venden: lpices, cordones para los botines, y la moral de la
gran metrpoli est salvada, porque una ciudad con mendigos
es una ciudad sin honor.
Qu cosa rara es el Boulevard!
Por qu artes, atrados por qu evocaciones, por qu sensa
cin oculta a los ojos y a las almas, se dan punto de reunin en
el Boulevard hombres y mujeres de todas partes del mundo y
de todas sus categoras sociales, con su sangre alegre o su sangre
triste, con sus virtudes y defectos?
Cul es, en fin, la causa que mantiene rumoroso a este se
cular enjambre?
Dgala el que la sepa o aprela el que vaya leyendo.
L O A S D E L B O U L E V A R ...
S U S T R A N S F O R M A C I O N E S
R E C U E R D O D E C O R A PE R L E
I l i
L o a s d e l B o u l e v a r d . S u s t r a n s f o r m a c i o n e s .-
R e c u e r d o d e C o r a P e r l e .
Qu inmenso poder ejerce el Botileiiard!
Qu rey, qu emperador, qu sabio, qu evidencia humana,
por decirlo as, no hace de l el objeto primario de su curio
sidad?
Aun los ms tristes se sonren. Al mismo Shah de Persia, tan
sombro, le ha retozado ms de una vez el alma dentro del
cuerpo, a pesar de su destino inferior en este mundo.
Pero cuando el Botdevard vi a Krger, de todos loado; a
Krger, tan rico de esfuerzos y de sacrificios, mostr regocijarse
saludndole a su paso con arrojadas flores. Y el alma ciudadana
de Pars toc alarma, iz sus banderas, le obsequi con sus m
sicas y le alab de hroe y de patriarca; y del gran boer qued i
memoria.
El Shah de Persia y el Presidente Krger, qu dos seres tan
distintos!
Qu gran animal aquel que sabemos!...
El rey Eduardo, la ltima vez que vino a Pars su primer
impulso fu irse al Boulevard, sin remitir el verlo para otro da;
a ese Boulevard donde l hiciera tanto papel, y en donde, a
suerte y ventura, disfrutara de todos los juegos de su amor.
Era joven y hermoso, generoso y turbulento, dejando
siempre a su paso el recuerdo de su benevolencia, energa de
los fuertes.
i Cuntas veces no subieron hasta la coronita de los rboles,
corrindose por entre sus hojas, las risas francamente sonoras
del entonces Prncipe de Gales!
Y fu debido a esto, sin duda, que exclam una vez :
i Qu embromar esto de ser rey!...
Por qu?le pregunt su hermano el Duque de Con-
naught.
i Porque ya no podr ir a Pars como en mis buenos
tiempos !
Que Pars fu siempre, como es sabido, el blanco de su me
moria de hombre de avera.
Pero repetimos por tercera vez: Qu es lo que no se ve, a
quin no se le ve, qu es lo que no se dice y qu no se ha hecho
en el Boulevard?
Para colmo de espectculos cmicosa otros la tarea de ca
lificarlos menos benvolamenteCora Perle, la clebre demi-
mondaine que floreci en el segundo Imperio, a pesar de su
origen poco calificado de femme de chambre, cruz una noche
desnuda desde la Maison-Dore hasta el Gaf-Anglais.
Sus amigos la siguieron en gran jarana, llevando cada uno una
prenda de su vestir: quin iba con los zapatos de seda azul, sal
picados con lentejuelas de colores, y las medias de finsima seda,
que cabran en una cscara de nuez; quin con el vestido sobre-
labrado con hilos de oro, que apretaba contra su pecho; quin
con los primorosos calzones, que eran de espuma; cul con la
camisa, su primera epidermis, y quin, el ms enfervorizado,
con el cors primoroso, urna vaca de los nevados pechos, dis
ciplinados de azul, que la noche enfriaba.
Y el Boulevard, alterado por aquella visin, se estremeci
hasta los confines del placer.
Eran tales y tantos los brillantes que cubran sus manos y
su cuello, que al entrever hoy aquella extraa exhalacin bu
levardera, con la imaginacin de las cosas lejanas, dirase la ser
piente antigua que el Olimpo esperaba, como el smbolo de
amor libre entre las nubes, segn la profeca de Jpiter el ase
sino.
Si salimos de la comunicacin que nos mantiene en contacto
con el Boulevard, se vern cosas ms raras an.
En el Boulevard no vive solamente la alegra o la misan
tropa que pasa guardada en el pecho de quien la padece, sino
aquella otra que vive en l de fijo; y es preciso que sta sea mi
santropa y un punto ms para que all pueda alentar. Si antao
el moro enterraba sus tesoros, en el Boulevard ha habido quien
enterraba los suyos, con la misma beatitud que aqullos. Se
asegura que en el Boulevard des Italiens ha existido una mujer
ilamada madame de Perigny, que durante cuarenta aos no
sali de su cuarto de dormir, mostrndose ajena a los magne
tismos que alardeando en alegra pasaban por debajo de sus bal
cones. Viva sola su alma y jams trataba con ser viviente; se
la crea una pequea rentista; pero a su muerte apareci su
dinero escondido, que era mucho, muchsimo, pero mucho.
i Qu cosa rara es el Boulevard!
La figura de madame Perigny viene a aumentar el desfile de
los diversos personajes del Boulevard, que han pasado, pasan y
seguirn pasando entre las gentes con que l se halla mezclado.
Y si l est destinado a que su actividad sea eterna, seguir,
como hasta aqu, creciendo y dejando que el tiempo vaya cam
biando su alma y sus maneras y guardando sus tesoros.
La fisonoma del Boulevard, que para muchos confina con la
del infierno, se viene modificando desde que tom principio en
el siglo XVIL
Se oye decir a cada instante que el Boulevard de una poca
no es el de la otra. Naturalmente que no, ya que todo en este
mundo cual sombra pasa.
Ni los tiempos son unos, ni las edades son firmes. El pro
greso ha marcado sus etapas en el estilo que peda el tiempo;
y cada vez que el Boulevard reforma la vieja organizacin de
su vida apasionada, es porque la generacin del momento as lo
exige; y sera difcil acortar su historia, que se alarga sin
cesar.
Los nuevos inventos han dado nuevos rasgos a su fisonoma,
y estas expansiones lo han distrado de las que tena en uso. La
locomocin moderna, por ejemplo, con sus nuevos perfiles y
sus cornetas, ha aumentado la masa flotante de sus ruidos.
La luz elctrica del alumbrado pblico le ha hecho an ms
alegre. Cuando sta se puso, despus de la E^xposicin de 1900,
los caballos de los fiacres se enfermaron de la vista.
El Boulevard es, a la verdad, un ente muy complejo, harto
elocuente, que hace hasta un poco de reloj. Cuando veis que
un perro injuria al muro o quema el tronco de un rbol, tened
por seguro que son las nueve y media de la noche, justas y ca
bales. No preguntis ms, Y as sucede en todo el resto de la
gran ciudad. Mientras toutou alza delicadamente la patita de
rechasiempre la derechapara hacer sus necesidades gaseosas,
la jemme de chambre, cruzada de brazos, ivec le jichii sur es
paules, sigue los pasos giles del perrito con la pausa de los
suyos. Ha dejado el tablier blanc para salir a la calle; el valet
de chambre, con el suyo, relampaguea entre las sombras, ha
ciendo la misma guardia de honor.
O ! le chien de madame... Lo chien de madame est sacr!...
No se puede mirar el Boidevard sin encontrar en toda oca
sin un nuevo color, una nueva lnea u or un nuevo grito que
en el aire se mantiene.
En los ltimos tiempos han aparecido cuatro nuevos ele
mentos que han venido a variar su vieja mscara: la jemme-
cochre, el chaujjeur auto, el antobs y una especie de ame ^
ricano del Norte de veinticinco aos de edad que hasta la fecha
no haba establecido su corriente inmigratoria hacia el Boule
vard. Hace su aparicin peridica en ei mes de julio: es un
yanqui de verano. No debe ser ni rico ni pobre, ni hombre de
mundo; ha de ser empleado de comercio, que esto trasciende
de sus maneras, de sus hbitos. A pesar de su mucha juventud,
que le retoza por el cuerpo, y de su salud a prueba de bomba,
no es espritu bullanguero. Todos visten lo mismo y del mismo
color: de gris. Es un hombre que ignora el gusto del adorno,
aunque se tiene con gran aseo, a base de agua fra, sin afeites
y sin perfumes; cuando ms, un poco de agua de Colonia. Gasta
saco largo, cuadrado, amplio, muy amplio, y no usa chaleco.
No olvidis que es un yanqui de verano. El pantaln es tambin
amplsimo, flamante, flotante en el ruedo. Es, n suma, un
hombre varonil, de buena contextura; se toma bien del suelo,
que golpea fuertemente; marcha con denuedo y va silbando
entre dientes. Es un verdadero yanqui! Algo ms yanqui no
encontraris!
El oso que se paraba de manos para flirtear con las pierreuses,
relamindose de puro gusto, ha sido reemplazado por el chauj
jeur d' auto, que en invierno aparece cubierto con un casacn
incoloro de pelos largos.
El Boidevard ha ^ exio dos fases interesantes de su vida;
se acabaron los cenculos polticos y las Academias literarias,
aun cuando en se recuerda todava a Alberto Wolff y a Aurc-
liano Scholl. En fin, el cenculo bulevardero que era luz de
las buenas letras francesas, usina sealada del verbo parisiense,
que dictaba leyes al mundo desde los mrmoles de (Tortoni,
del Napolitain o del Cardinal, no vive ya sino en el espritu
de los amantes a removerlo; y las reformas sociales que germi
naban en el de Madrid se fueron con el alma de Gambetta,
a quien hoy se recuerda con la veneracin que pide su memoria.
IV
L A p i e ; r r e u s e
V
La p i e r r e u s e
El que pesca en el Boulevard viene de todas las latitudes de
la tierra, buscando sus aguas activas y fosforescentes, puras e
impuras.
La pierreuse, en la variedad formidable de sus especies, lo
surca con la imaginacin descompuesta, cursando vicios tole
rados. Est en su casa y hace los honores del pav escuchando
su ne^ro amor.
i Ay, amor, amor, amor!...
En el trastorno general de estas cosas, que ella mira atrada
por una engaosa esperanza metida entre mil confusiones, asalta
el Boulevard, aventura la vida, queriendo encontrar a cada
paso que da, que siempre es un mal paso, el dinero que no dura
con ella, porque se lo quita el hombre a cuyo servicio est apa
rejada; y este hombre es blanco permanente de su memoria
aterrada: siempre piensa en l y siempre lo ve amenazante.
Pero esta mujer, joven~y si es joven promete para sus aos
m ayores i, que va y viene sin faltarle el nimo, hurtando ei
cuerpo entre los rboles amigos y las gentes que pasan, vigilada
por la polica y analizada por el pblico, esta mujer, repetimos,
qu puesto ocupa en el mundo de los vivos?
Es verdaderamente una mujer?
Se inquieta acaso su naturaleza cuando siente de cerca el
calor del hombre que la solicita o que ella asalta? Se siente
realmente mujer, cuando sus labios buscan otros labios?
No y no, porque es una mujer neutral, que slo se fertiliza
cuando siente a su tirano: con los dems hombres, amar no es
su ejercicio.
Estas mujeres, que, a fuerza de andar tan naturales, se las
juzga por vivas, estn muertas para el amor, aun cuando del
amor viven, y fingen darlo en un crecido suspiro.
En ese mecanismo en que se agitan, el cuerpo est cansado
y el corazn se qued sin alas, se muri...
La pierreuse del Boulevard, que parece hallarse siempre
de alegra, con arreglo al estado que muestra, mtese de pronto
entre diversos pensamientos y se torna adusta, que en el Bou
levard, aunque no lo parezca, entra tambin la pesadumbre
cuando ses filies se dan cuenta de que en esa vida les va el vivir.
Casi todas ellas estn subyugadas por algn espritu endemo-
niado, bien puesto en el punto de corrupcin; y es precisamente
bajo la conducta de ste como ellas andan a la luz de la noche
que vuelve cada vez ms incierta.
Dieu!.., quo la vie est quotidiennecomo notara Jiiles
Laforgue, mi genial compatriota.
Y ahi va la angustiada herona del Boulevard, con su talle
serpentino, que da realces al vestido, ganando pasos de miseria,
con ojos y quereres para todos, para acudir con puntualidad al
querer de uno solo, que frecuentemente la seala con la marca
de su mano.
Sin ms camino que no sea el del Boulevard, se detiene de
pronto, resolviendo sus dudas para aplicarse mejor a la ejecu
cin de sus deseos.
Todas las noches se pone en el peligro de que la rafie, la arre
bate, y este pensamiento es la inquietud perenne de su sosiego.
Movediza, vertiendo azogue sus pies aventureros, sin poner
jams los ojos en el suelo, advierte todas las cosas del Boulevard
con radical cuidado. Parece un perro venteando perdices.
De all a un poco, quejumbrosa de cintura, activa en sus
maneras, reprende su andar tan veloz como el mismo viento que
ella bebe en su nocturna andanza, buscando siempre la buena
estrella que la aguarda en el indeciso cielo de su vida. De pronto,
como para resistir la peno, cree que una sensacin dichosa la
arrastra en su corriente, dando por pasada la angustiosa vida;
pero no, es una ilusin que se mete en su imaginacin, que ha
tomado el vuelo poblada de imgenes irregulares.
-iVenid a delirar conmigo!parece decir, como una
consecuencia del medio favorable.
E G E N I O________G A R Z O N
El mundo que la ve rer, agitarse, aletear como una mari
posa bulliciosamente perseguida, cree que su ntimo vivir le da
al placer salida, en medio de aquella confusin que alegra.
Si se escurre independiente por la joule es para huir del
hombre con quien priva, que es todo su pensamiento..., por lo
que le cuesta; y al que ella mira como un abismo que la atrae,
que la obediencia ata al ajeno gusto...
Si se detiene un punto en su carrera, si piensa un segundo es
para restaurar su perdido aliento o rogar que la lleven u ofrecer
ella misma un hospedaje mercenario.
i Descenso obscuro en la onda de la vida!
En las sombras anda hurao, tomado de sus pensamientos
ms negros, midiendo impaciente el tiempo, el hombre que
descuidado de su honor ha encontrado el modo de vivir sucia
mente, a ninguna costa, y que, acabada la hazaa de la noche,
espera la soledad del Boulevard', cuya quietud lo agranda, para
ver mejor el sitio aplazado de donde ha de salir, par a par en
amistad con su esclava.
Durante el trabajo del Boulevard, ella y l han sido casi dos
desconocidos; apenas si alguna vez, al pasar, se han dicho sus
cuidados, con siniestro y particular acuerdo. Esto no obstante,
ella no baja a otro pensamiento que al de traicionarle, y los dos
se temen, y lo que pasa por ella pasa por l, y si alguna imagina
cin les pertuba el juicio, doblando penas, hacen su camino sin
entretenerlo con palabra alguna, en silencio. El, cobarde, que
l a c . u d a U S T ^ l C A
no tiene manos sino para las mujeres, con vsu brutalidad en
cendida, necesita pegarla; y ella, furiosa, dolida de aquella con
duca, piensa en abandonarle, desgarrndose de l para siempre;
y los dos, iguales en miedo, se sacan viva la intencin, que
tal los tiene el sentimiento de la recproca antipata; y, sin
embargo, el amor no se les borra del todo. Pero, al fin y al cabo
y, como siempre, el olvido hace su estrago.
La pobre pierreuse se est muriendo en secreto, aunque lleve
sus mejores vestidos de alegra; y como dicen que no hay mal
que por bien no venga es en la muerte en donde encontrar sa
lida su dolor.
Y picando aqu de latinista, recordaremos el epitafio de
Artus, el rey ingls: Hic iacet Arturus, rcx quondam rosque fii~
turiis. En francoespaol: Aqu yace na petite Jeamiette, que
fu pierreuse y ha de volver a serlo.
Y de estas pierreuses (quiere as el Boulevard llamar a las que
andan por sus sendas ms obscuras) las hay que se llevan las
manos a los ojos como indicio de sentimiento.
Una noche, dando el paseo que solamos, vimos a una de
ellas que estaba triste, muy triste, apoyada en un rbol, como
si algn helado desmayo le ocupara el corazn. Limpios de se
gunda intencin, tocados por una silenciosa piedad, que en
cualquier ocasin tiene lugar la cortesa, le preguntamos por la
doble causa de aquel dolor y por las lgrimas que all lloraba,
sin saber cmo decirle palabras convenientes, y no nos con-
test. Insistimos en nuestra inferior curiosidad y, a] fin, nos dijo
con fina terneza sofocando sus palabras en el pauelo:
11 me trompe, monsieur...
Y alzando la sencillez de sus ojos busc vagamente los mos
y quedse ms tranquila en aquella noche de olvido, que el
dolor comunicado agobia menos.
Y las palabras de aquella pobre muchacha, temblndole el
corazn, en lo mejor de su edad, fueron dichas con tal melan
cola, impregnadas de dolor tan extremo, que aun las guardo
en el erario de mis recuerdos. Nunca olvidar la imagen dolo
rosa de aquella criatura negativa, encendida en vivo fuego de
amor, y de quien fui, en un minuto bulevardero, el arco que
seren su borrasca.
Los efectos de aquel breve coloquio, que los dos tuvimos,
fueron bien parejos; ella se qued padeciendo y yo me fui ca
vilando.
Y cuando vuelvo a pensar en su persona, la veo llorando en
el Boulevard, sola en su casa, sola en el mundo, con un ay!
errante entre sus labios, que la ociosidad y el deleite son la ruina
de las almas.
i Pobre mi amiga de un minuto!
i Qu cosa rara es el Boulevard!
VA C U A R E L A N O C U R N A
VA c u a r e l a n o c t u r n a
Cualquiera en cuyo juicio no quepan muchas cosas creer
que en el Boulevard no hay mas que mujeres de mala vida, bien
tintas en desvergenza... Pues se equivoca. n el Boulevard
hay la mujer que se vende y se compra y la que pide dinero
para darlo, como la consecuencia de una imposicin o como
efecto de su natural generoso; y hay la tiue lo busca con inters.
Esta mujer vive sola, aislada, siempre ajena a toda confidencia,
desprovista de delirios, y por esto pasa por el mundo sin
hombres y sin amores; y el Boulevard la concepta como lo dice:
~ Une tte forte!
Y si seguimos examinando a las dems mujeres, hay tambin
la que es buena, bonsima, que no sabe cmo all ha entrado ni
por dnde ha de salir, y de cuyo corazn angustiado slo Dios
es testigo.
Hay la que, hipcrita, pone en la voz sus dulzuras, que se
rompen en injurias, cuando se convence de la esterilidad del
esfuerzo ante un hombre que pasa indiferente.
Va donc, espce de vieux diplomate nos dijeron nna
noche... i Qu injusticia!...
Hay la que-se deja ir por el canal profundo de sus vicios,
en ella caractersticos, y por lo mismo irremediables.
No falta la que se quiera oponer a su influjo y la que, llevada
de mera curiosidad, pasea el tumulto con la vista, mirando
incauta cmo all se dilata la vida del Boulevard, de cuya con
fusin y grandeza haba odo tanto hablar. Se ve a la que est
de buena o de mala dicha y a la que visiblemente llora, aunque
las lgrimas no digan bien en su rostro.
No falta la que pide quelques sous pour aller jusqu' la Bas
tille ou pour grimper Montmartre, y la que, tomada por una
nueva locura, es capaz de robar las cenizas de Napolen el
Primero.
Existe la abandonada por su hombre, que de inmediato lo
ha cambiado por otro, hecho de poca entidad y que por lo
mismo ella ser tanto del segundo como lo fu del primero,
porque a espaldas de su amor vive el olvido, como vive a es
paldas de todas las mujeres y de todos los hombres.
Contraste: otras piensan que muriendo l se morira ella,
y viceversa, que el dolor tiene fuerza de matar,
] Qu cosa rara es el Boulevard!
Todas las que son tenidas por la piel, el ms encendido de
los vnculos que posee el amor, no buscan su libre albedro y
prometen con acento apasionado no andarse en otras aventuras.
Hay la que declina a bandida, envenenada por los celos que
le piden venganza.
Son terribles los inquietos celos del Boulevard!
Y el vitriolo busca ojos que obscurecer.
Vivir en el Boulevard, el teatro natural de sus ensueos, la
nube de su quimera, tener el pensamiento de seguir a todos los
hombres, es salirse del abrigo de la buena senda, para volverla
a tomar con dificiiltad.
Si un buen da logran salir de la situacin en que se encuen
tran, buscarn en la vida nuevos horizontes que interrogar, y si
no, de su triste fin, ei Boulevard ser la causa.
Djanse hablar de todos y hablan a cuantos pueden, aun
cuando su mejor lenguaje son los ojos y las seas de la cabeza:
Viens!
Un hombre grande, barbudo, silencioso, lento en sus ma
neras, mira dulcemente a aquellas mujeres inquietas. Una de
stas, atrada por la solemnidad de aquel extico, le mira con
cuidado, y dentro de poco espacio aqulla vuelve y revuelve,
y al fin le dice:
Quelle mlancolie, 7ionsieur Vtranger ! C'est le temps
qui vous porte sur les nerjsf
Y como aqul no respondiera, ella agreg:
Mon Dieu, quoi silence!...
El hombre aquel continuaba sin contestar palabra, y fa
pierreuse trataba de herirle con la viva espuela de sus ruegos.
Y viendo que esta diligencia iba siendo vana se le subi a las
barbas. Y l permaneci en su silencio.
La sombra nocturna del padre de Hamlet no estuvo ms im
perturbable en la esplanada del castillo de Helsingr.
Eh ben... et ton homme? le dice una amiga vindola
de regreso.
I l tait un allemand... Figure-toi qiiHl m'a dit : a J\ii peur,
madame ...
Y la pierreuse esto diciendo mova locamente la risa y reme
daba la voz temblorosa del teutn :
J ai peur, madame.
A menudo la pierreuse, con la cabeza desatinada, como
siempre, ofrece hacer placeres por las pequeas calles que huyen
del Boulevard, obscuridades que velan la caricia errante.
Si en esa corta especulacin son felices, desambulan el ca
mino pasado con el estmulo crecido. Otras desfallecen en las
horas de una noche sin xitos. Y no faltan las que siguen llo
rando para desenconar el eorazn herido.
La mujer del Boulevard, que tiene por precepto al diablo y
al uso, es una flor marchita que solamente por excepcin se
volver hacia el sol. Y las gentes del Boulevard, errando con el
pensamiento, siguen paseando tranquilamente por entre las
cosas ms impdicas y ms inocentes, todo mezclado.
' r . ' : ' " -V e '
Las seales que se ven en el cielo no prometen buen tiempo.
De improvisto pasa una rfaga de viento oliendo a lluvia, a
tierra mojada, a yuyos. Es seal que va a llover o que ya est
lloviendo lejos, en el campo.
ha pierreuse] sensible a todo lo que le comunica con los actos
sucedidos en e! Boulevard, es la primera que lo adivina con
mucha brevedad y la primera que advierte que los rboles se
alegran con el agua que se acerca, evocada tal vez por ellos
mismos.
Pocas estrellas se muestran en el cielo, y alucinantes nubes
de verano se siguen unas en pos de las otras.
Relampaguea como en el teatro, pero sin drama, porque no
hay truenos, aun cuando todo anuncia grande agua.
De pronto el aire se hace animoso viento, y los papeles arro
jados por las mil manos annimas del Botdevard ruedan por el
suelo.
Las caras de los paseantes miran hacia el ciclo, para saber si
la lluvia ha empezado realmente a caer o no. Los hombres tan
tean sus paraguas y las mujeres se alarman y desfundan gracio
samente los suyos.
Un gesto de sensible alteracin se nota en todos los rostros.
Es seal de que va a pasar algo, es que va a llover. Las aves no
sienten la lluvia con menos sobresalto que la pierreuse dcl Bou
levard.
La imaginacin de la pierreuse, alzando la esperanza, se di-
iaia en el porvenir, esperando de la aurora siguiente aliento f
favor.
Su hombre se hace idntica reflexin, ya que la lluvia
perjudica las cosechas del Boulevard.
Y cuando sta empieza a caer de modo parisiense, mansa, rt
mica y obstinada, el Boulevard en masa, con la pierreuse en
tte, busca su mejor asilo y acomodo.
En las veredas lustradas por la lluvia se reflejan y alargan las
siluetas de las' cosas; y los rboles, cuyas hojas refrescadas se
agitan deliciosamente, siguen bebiendo a la salud del tiempo.
El pensamiento de la pierreuse se desvive menos por la
muerte que por una gota de agua.
i Su sombrero!...
, Oh, el sombrero ! El sombrero se le va a mojar, el sombrero
que le va pintado, que es parte de su vida y de su pblica fun
cin. El vestido se le va a echar a perder; pero no importa; el
sombrero es la cosa... Y no hay ms remedio: hay que salvar el
sombrero... j , al fin, todo se salva, menos los botines.
Cmo se opera este milagro? No lo sabemos; pero s sabe
mos que la parisiense, sea cual sea su rango social, tiene una
gracia especial para meter la cabeza entre los hombros, tomarse
el vestido y echarse a andar.
La pierreuse, ra.jaa de arriba abajo por los hilos finos de la
lluvia, parece una acuarela nocturna. Y ah va, faldas en mano,
activa y decidida, mostrando las piernas. Mostrar las piernas
en Paris no es pecado. iLas piernas de la parisiense no son un
secreto para nadie cuando llueve (1).
La lluvia sigue cayendo obstinada, y 1a pierreme, ms obs
tinada que la lluvia misma, sigue acometiendo. De pronto
aqulla cae ms fuerte, murmurando sonora entre los rboles;
y aqu el mercado tiene un momento de calma en sus transac
ciones y bullicios; la pierreuse se esconde en el marco de una
puerta, en un bar, bajo un rbol, a cuyo tronco se arrima. Y
all y aqu est nostlgica de sus correras.
Andar, siempre andar, buscar al hombre es su destino, en
ese pilago de encrespada gente. Pero, qu mujer no hace lo
mismo en todos los pilagos de la tierra?
Todo es cuestin de ambiente, de disimulo y de pudor.
Y la lluvia sigue regalando las hojas de los rboles.
Y la pierrc/use se sacude cual si fuera un pjaro mojado que
descendiera del viento.
De cada escondite sale una voz pidiendo auxilio:
V o u l c z - v o u s m acc om p ag n er , n w n d e u f
Una noche en que la nieve se desataba en cristales, una voz
que pareca herida de amor..., de amor por su sombrero..., nos
dijo desde ei tronco de un rbol, al pasar por la rue Vignon:
Aidez-moi, monsieur, sauver mon chapeau.
Sin contestarla, la cubrimos con nuestro paraguas, y los dos,
(i) Y hoy iUM CU!,indo no llmn'u.
cual si furamos una pareja amorosa, nos pegamos contra el
rbol hospitalario; pero, como sintiera que su codo se propa
sara, la dijimos de lindo humor:
. Le public est pri de ?ie pas toucher les objets.
J ai froid, monsieur nos contest.
Los dos nos llamamos a silencio y ella no insisti.
Cuando la nieve hubo cesado, aquella pobre muchacha nos
volvi a hablar con derretida ternura:
Et si la neige recommence, monsieur?...
Hicimos aqu otro poco de sentimiento, llamamos un fiacre,
que abonamos anticipadamente con nuestra Jltima moneda!,
la entramos en l y nos despedimos.
Bonsoir, mademoiselle la dijimos.
Bonsoir et merci, monsieur, mille fois merci! nos con
test.
Cocher agreg, sacando medio cuerpo fuera de la por
tezuela: 14, ru Mnilmontant.
Qu calle. Dios mo !
Nos saludamos recprocamente con la mano, y ella se fu
pensando sin duda en nuestra bondad o en nuestro candor.
Y prosiguiendo la ruta a pie, pensamos a nuestra vez en la
falsa apariencia de las cosas humanas y en las razones obscuras
del corazn.
En dnde andar esa alma? Y qu se habr hecho de su
sombrero?
De dnde sacan fuerzas esas nimas en pena con la apa
riencia feliz de querer dominarlo todo por el placer y la alegra?
Es el amor, seor de sus pechos? Las hay que all entraron a
los quince aos de su edad, y aun no estn muertas ni vivas. Son
esclavas que parecen puestas en libertad, porque andan sin ca
denas, porque nerviosamente se pasean por esc enorme solar
abierto al pecado ansioso del mundo.
Y as seguirn viviendo hasta que la naturaleza las llame a
s, para enviarlas allende la vida, que es en donde la muerte las
espera.
E L A L M A D E L O S D E . N G U E N T,E S
Vi
lL ALMA DE LOS DELINCUENTES
Cuando ei Boulevard sale de estos estados de alma, que son
pintorescos, y cae en el drama o en la tragedia, va hasta sus ex
tremos ms sombros.
Los dramas con sangre del Boulevard no son frecuentes y
vienen por rfagas; pero espantan cuando se ejecutan.
El ao de 1907 ser de triste recordacin para su memoria;
pero aquello que es ms digno de ser sealado es la tragedia de
la ru de la Lunc, que si no es propiamente el Boulevard es
como si lo fuera;est a un paso, desemboca en l, y como aqulla
es empinada se viene de arriba abajo, rpidamente.
La ru de la Lime tiene de da un aspecto banal y de noche
es dramtica, vive entre dos luces; entre la que sale de los
Brioches de la Lune et du Soleil y la de la nie Pomonnire,
que la limita.
Parece como si all no se estuviera en Pars, y esta caprichosa
imaginacin se agranda cuando la pequea iglesia de Notre
Dame de la Bonne Nouvelle emerge confusa, entre tanta
sombra y tanto misterio.
Y como cuando el vago pensar se echa a errar no hay poder
que lo contenga, uno cree or las horas de las Avemarias..., aun
que se est oyendo a la vez la apasionada respiracin dcl Boule
vard, seminario de la alegra y del dolor.
En la rue de la Lune fu en donde, en una noche trgica, se
reuni un Tribunal de apaches para juzgar a uno de los suyos: a
Aim Painblanc, acusado de traicin a la banda.
Aim Painblanc acababa de salir de Fresnes.
El Tribunal lo constituan veinte sachems (jefes) pertene
cientes a diferentes bandas de malhechores, en que a la sazn
estaba dividido el Boulevard, a saber; los de la Bastilla; los de la
rue Bombay, los Sebastot y los del Montparnasse.
Esta escena se desarrollaba en un subsuelo de la mismsima
rue de la Lune, la cual estaba envuelta en un silencio amena
zante. Era aquello una verdadera cueva de bandidos.
Los jueces tomaron asiento, con los ojos fijos en el acusado,
que bajaba los suyos. La luz era escasa y el fro intenso. Aque
llos siniestros personajes, presididos por La Terreur du Fau
bourg Montmartre, iban a proceder al juicio.
La palidez de Painblanc iba en aumento; pareca de cera;
estaba como muerto.
La Terreur le dijo de lo que se le acusaba, y Painblanc
rechaz los cargos ciue se le hacan.
Despus de un spero debate entre la acusacin y la defensa,
se pas a un cuarto inmediato.
Painblanc se qued solo, cabizbajo. Estaba absorto en sus
propios pensamientos, repasando tal vez la gravedad de sus
viejas culpas o meditando la segunda parte de su defensa.
En una pieza contigua, los sachcms discutan la sentencia
que deba recaer sobre Painblanc. Se oan voces roncas, alcoho
lizadas, que pedan venganza.
Painblanc segua con la cabeza echada hacia atrs, apoyada
en la pared, discurriendo consigo mismo. A las dos de la maana
se reabri la sesin, aun cuando los jueces haban bebido mucho.
La Terreur previno a la audiencia que un nuevo testigo
iba a deponer, y entr la bella Ivette, de ojos someros c in
quietantes, que convino con las acusaciones que se le hacan a
Painblanc.
El acusado, que estaba en su juicio cabal, porque no haba
bebido, mir a Ivette de arriba abajo, irnicamente.
Reflexionada la causa y agotada la discusin por la falta de
pruebas fehacientes y por el estado de ebriedad de los seores
jueces, stos pasaron a un segundo cuarto intermedio para dic
tar sentencia.
De los veinte sachems, catorce declararon que, dada la poca
edad del acusado y su mal estado de salud, se le conmutaba la
pena de muerte por la del destierro a Blgica.
Los jueces de la minora, ebrios, tambaleantes, echados de
pechos sobre la mesa del Jurado, con los ojos rojos, balbuceaban
palabras definitivas.
A mort!... A mort...
Simulaban mirar a Painblanc, pero no le vean...
Mas como ccLa Terreur deseaba salvar al acusado, se difun
da en su elogio. Al fin le hizo seas para que le siguiese. Con
federados ambos, subieron por una escalerita furtiva que con
duca a una pequea calle trasera.
En el silencio fro de la noche callada se aviv la imagina
cin de La Terreur, dejando en su quietud normal la de
Painblanc, que no haba bebido. Y repitise aqu el fenmeno
sombro, impenetrable, de la naturaleza humana, que pierde
en absoluto su equilibrio cuando los fermentos del alcohol son
tocados, aunque sea levemente, por el aire libre. Por eso se dice
de los que han bebido mucho: En cuanto sali a la calle ech
el alma...
Contraste natural: uno hablaba, el bebido, y el otro, no.
Pero Painblanc llevaba escondida en el pecho la llama venga
tiva. El alcohol y el aire seguan deformando la voluntad de La
Terreur, y los dos vean visiones extraas, vivas en las memo
rias de otras tragedias.
Pensaban, sin duda, en los crmenes pasados o en otros por
cometer, que estas revistas desfilan siempre por el alma de los
malvados. Malvados, no, locos, digo yo. Menos todava: des
graciados.
La atrofia dcl brazo izquierdo de Paiiiblanc ie haca poco
temible para un cuerpo a cuerpo.
La Terreur, que de bravo sc picaba, ibale dando consejos,
a la par que le haca recriminaciones dolientes, sin suponer que
su protegido no oa los unos y rechazaba las otras en su trfico
interior.
Painblanc segua en turbado siiencio con las manos preve
nidas al crimen.
La Terreur continuaba amonestndole con el mayor des
cuido, mientras la clera de Painblanc iba en aumento, hasta
que estall, cuando el maestro le trat de borrico. Y aqu a
Painblanc se le fu la paciencia y dndole valor
creyeron que persona alguna atentara contra su vida, y menos
Painblanc.
Era de ver aquellas caras que observaban la de La Terreur,
tan plidas como la suya.
Guando la noticia del asesinato fu voz comn en el Boule
vard, con ser la hora que era, todas las mujeres que se miraron
en sus ojos o que sintieron sus castigos creyeron acudir a su re
medio, y subieron apuradas, cuesta arriba, la rue de la Lune,
con las faldas pecadoras arremangadas.
Viens! Viens!s e decan unas a otras; le petit Painhlanc
a assassin La Terreur.
O, o, o est-il?gritaban.
Ici, 2C-decan otras que no se animaban a tocarlo y ape
nas si a mirarlo.
Una de ellas, la de ms coraje, le alumbr la cara con una
lmpara elctrica de bolsillo, y de aquel grupo de hombres y
mujeres se alz un sordo rumor de espanto.
La Terreur estaba boca arriba, oprimindose con sus ma
nos crispadas la pechera de la camisa, manchada con el rojo de
su vertida sangre. Sus ojos entreabiertos, opacos, daban miedo,
y sus labios tenan esa quietud que slo la muerte imprime con
el rigor de su hielo.
Painblanc haba huido, y cada una de aquellas mujeres con
taba una ancdota a su respecto.
Una de ellas, llamada por su mal nombre Tourterelle,
certificaba haberle visto cruzar el Boulevard haca un instante.
La desaparicin de La Terreur)) dejaba en un gran desamparo
a aquellos de sus ntimos que ms fiaban en l; pero no a aque
llos otros que estaban subyugados a sus caprichos y que sentan
un alivio que no demostraban^ Muy humano.
Todas estas imaginaciones dispersas que componen hi gran
imaginacin del Boulevard recogieron aquel cuadro para
siempre, que cada una apreciaba segn su propio ardor, su frial
dad o la vaguedad de su juicio.
Las ms melanclicas se compadecan de la muerte de La
Terreur, las ms amorosas, que no le veran ms; y otras, las
ms apasionadas de una filosofa conservadora, crean que aque
lla desaparicin representaba un peligro menos para el Botde
vard, que al fin y al cabo cada uno tiene su diferente querer.
Y, esto no obstante, dejaban pasar entre ellas y el cielo una
indefinible angustia.
Muerto y todo, le tenan miedo.
En medio de la senda inquieta por donde stas caminan, no
sera aventurado decir que soiaran alguna vez en la posible
resurreccin de I.a Terreur, despertndose sobresaltadas, ya
que a ellas las posee ms el miedo que el placer. Cuando oyen
hablar de algn crimen ruidoso compran los diarios de la noche
para leerlos a la hora de acostarse; pero no lo hacen de miedo,
porque creen ser ellas mismas las protagonistas.
No hay en este mundo un solo ser viviente que haya come
tido un delito, una falta o sufrido un error que no sienta que
una onda de malestar le pasa por ,el coraznrgano misterioso
de la emocinal or referir iguales cosas a las ya por l come
tidas.
Y este diablico estado de alma que pasa por la mente de la
mujer impulsada al crimen remueve tambin el alma de la que
roba.
L A L A D R O N A E L B O U I. E V A R I )
I.A LADRONA DEL ((BOULEVARD
La lacirona del Grand Boulevard vive ms del robo que de so
persona. El robo es su objetivo, y ella ei medio.
Guando se encuentra frente al hombre que ha marcado por
suyo, piensa en todo menos en l. Y si le mira fijamente en los
ojos, es para descubrir el verdadero estado de su alma... y de su
bolsillo. Son adivinas. Unas de las cosas que ms observan es
el calzado. Un hombre bien calzado es para ellas un caso inte
resante. Ese hombre es, desde lue^o, un elclante y adems tiene
plata.
Es esta, por cierto, una sugestin del natural de todas las
mujeres, de las que viven en el Boulevard y fuera de l.
A las mujeres es ms fcil engaarlas con los pies que con la
cabeza.
Desde el momento en que la mujer del Botdevard adquiere
aquella conviccin no piensa en otra cosa que en el reloj y en
la cadena de su futura vctima. Conseguir esas prendas para s,
sin ms trabajo que mover sutilmente los dedos, las enardece el
contento; pero cuando piensan en la cartera, el ntimo placer
las embriaga. El deleite del robar es el robo mismo; y cuando
la ladrona del Boulevard roba cumple con el objeto principal
de su vida, y de aqu que no sepa si hace bien o hace mal..........
Y la cartera y el reloj de nuestro hombre? Qu se hicieron?
El fu robado y ella se hizo humo, como decimos por El
Plata cuando alguien se escapa sin saber cmo.
Y aun no ha parado de correr, de serpear, de escabullirse por
el mismo Boulevard, viendo por todas partes la sombra de su
vctima. Cuando advierte que el sergent de ville avanza haca
ella, se le oprime el corazn, se hiela toda, se oculta y observa,
Es de verlas en acecho, cuando interrogan la calle vaca con
los ojos asustadizos, respirando anhelantes. De vez en cuando
se tantean el reloj, la prenda deliciosamente robada, y buscan
en el seno los billetes de Banco que mueven pequeo murmullo.
Y como el sergent de ville, de paso tardo y aspecto abu
rrido, rio ha ido hacia ella, el corazn se le normaliza y el
temor deshecho vuelve a sus pulsos... y a las andadas...
Y atajan a otro hombre, y a otro y a otros, y as hasta que se
las apague la llama oscilante de la vida, se acaben todos los
hombres, todos los relojes y todas las carteras.
Robar es su destino, y nada ni nadie podr vencer a su mala
estrella. Estrella fatal.
La ladrona del Boulevard, aqucHa que pertenece a su milicia
activa, se diferencia de aquellas nuijeres que viven de otras
imaginaciones.
La ladrona est siempre inquieta, removida por la idea del
robo, que vive en el misterio de su naturaleza. Ha odo decir
que robando quebranta leyes: cooviene en ello; pero el deseo de
apoderarse de lo ajeno es tan grande que no puede contenerse,
y sigue poniendo en juego todos los modos y trazas de hurtar.
Si est en el caf, en el restaurante, en pleno Botdevard o en
la pequea calle de sus delirios, no tiene sentido sino para robar.
Y as como en la humana especie no hay dos seres semejantes,
las ladronas del Boulevard son de diferentes pintas.
Las menos peligrosas son aquellas que, dndose con empeo
,a todo vicio, se las ve agresivas en sus maneras, cuyos ojos os
hieren y cuyas bocas llamean en rojo.
m
v n i
L A H 1 S T K R I G A
VIl
L h HISTRICA
Y ya que vamos estudiaudo !os seres que pueblan ei Boule-
vard, nos parece consecuente de este estudio hablar de la mujer
histrica, de alma doliente, que tiene fino el gusto.
Es paliducha, de ojos y pelos renegridos, profundamente oje
rosa y malamente empolvada, a lamparones. Viste de negro,
pero con extravagancia, y lleva siempre una flor roja que realza
su esculida belleza. Son largos sus braxos y larguiruchas sus
piernas, y largas y plidas las manos y largo el talle, y a veces
el corazn se le alarga hasta el amor: un amor fugitivo si se
quiere, pero amor al fin.
Hay en ella algoque atrae, algo que la lleva a acariciar senti
mientos generosos, aunque no sienta las armonas de la vida, a
pesar de su apariencia contraria.
El hombre no la hace mella sino cuando lo tiene cerca, que
un minuto despus lo olvida, para buscarle de nuevo y %'-olverle
a olvidar; y, como no tiene memoria, su vida carece de unidad,
aun cuando tiene invencin; pero como sta se contradice con la
de ayer, su vida toda es un caos; y as es en todo, porque siempre
van con pie igual su locura y su fatiga.
Refrena hoy su dolorido pecho, para abrirlo maana a la
esperanza, entre los murmullos confusos de su conciencia.
Naturaleza dispuesta a toda mudanza, tan pronto est alegre
como triste, que la histrica no es suya en todo tiempo, ya que
no llega jams a la quieta posesin de sus facultades.
De quin es entonces? Arcano. Con qu corazn confi
dencia el suyo? Su alma, qu otra alma anhela?
Es difcil saberlo, porque la histrica es la vaguedad en el
dolor, la obscuridad en su propio pensamiento, y tiene la tris
teza revestida de alegra.
Penetrar en el interior de una histrica es caer en un antro,
es perderse en sus sombras o encandilarse en su luz; y es su es
pritu, y por lo mismo, una rueda artificial invisible, vertigi
nosa, que echa chispas o salpica nieve. Siempre el contraste!
Su infeccin infernal le agita el corazn y le afila las uas; y es
una malvada, que no es otra cosa.
i Maldita mujer!
No, maldita, no.
Ms bien... pobre mujer.
S, pobre mujer.
Y es tal lo desatinado de nuestra herona enferma, que el
analisis mismo de su persona, sobre su carne viva, acabar en
la confusin, como lo estis viendo.
Qu demonio de mujer!...
Esto no obstante, sigmosla en la inquietud de su vida o en
el acomodo de su calma, y veamos cmo llegar hasta las fuentes
ntimas de su naturaleza.
Los desventurados de ki tierra nada tienen que esperar de
estas almas de piedra y de acero, de barro y de hielo.
Su coraje fsico es siempre agresivo a la par que cobarde, y
su valor moral desfallece hoy para revivir maana: siempre la
incoherencia.
La flecha alegrica del amor no encarna jams en su pecho,
y nunca dura sobre la misma imaginacin, que es donde est
la enfermedad.
El robo la repugna y la virtud la hace sonrer y el martirio la
inspira, i Incurable imaginacin la suya!
Cuando calumnia se arrepiente, y cuando no, quiere volver
a calumniar; y con la misma fuerza que se diric un reproche
se hace un elogio, sin poder jams atar extremos tan diversos.
No conoce los secretos de la vida ni para qu ha nacido, o,
mejor: ha nacido para todo y para nada.
La veris hablarse a s misma, con sus sustancias espirituales
alteradas, sonrer o hacer a la vez pequeos movimientos de
desesperacin: cacofona infernal en el atropello de la palabra
y confusin de la mente.
Su risa es sarcstica, cuando le sale del rabioso pecho, y su
llanto no tiene armona, porque no tiene emocin.
Y cuando llora a algn difunto de la familia entona una jere
miada y de cada gota de sus vertidas lgrimas sale disparando
un cocodrilo.
Si se siente mortificada por las ideas que la buscan, con su
vago juego, se echa a andar para espantarlas.
Pero, cules son estas ideas?...
Ama con la misma violencia con que odia. Sus risas se cam
bian fcilmente por lgrimas y la variedad de sus ensueos le
hace ver hoy lo que ayer no fu.
Sus labios dolientes, cuando no despreciativos, dejan pasar,
en pliegues alternos, atroces injurias o dulces palabras de amor.
La histrica es un ser que vive sin el apoyo de la fe, que es el
interior contento, y sin el gemido de la plegaria, que es el
consuelo.
No reza ni va a misa, pero hace creer que va. La histrica
total.
La histrica carece de sinceridad para el bien como para el
mal; pero es utilitaria, a pesar de su disposicin cerebral.
Cuando adula, cuando le pasa a uno la mano, se transforma
en un fantasma sutil, y oprime amorosamente contra su pecho
a aquel a quien quiere adormecer.
Pero cuando esta falsa hechicera no llega al abrigo de su logro
se enfurece; y es sabido que, cuando la histrica llega al vrtice
de su desequilibrio, araa, que araar es la manifestacin ms
aguda de su irritabilidad, cuando sus nervios se enjambran.
Pobre de aquel que cg en aus manos!
La verdad y la mentira se le entran por el coraztSn y se le
salen con la misma facilidad: es la evasin del alma y su retorno,
Y la envidia, plida hermana del odio, la busca sin cesar.
Pero dejmosla seuiramando en uu minuto de fuego; ve-
mosla llorar y rer, naldecir y glorificar, decir verdades y
mentir-sobre todo mentir..-, cosas stas que ella engendra den
tro de s misma con las sustancias esenciales que su naturaleza
tiene.
Y' es la histrica, en conclusin, espontnea como un pisto
letazo y disimulada como un zorro. Siempre el contraste, como
lo dejo advertido. Y no tiene, por lo mismo, tema dilecto, por
que todos lo son y ninguno lo es.
Laquelle de tes mes veux-tu qui soit immortelle?
IX
L A S AL M , A S
I.AS ALMAS.
Mientras tales cosas pasan por el alma de estas mujeres, otras
siguen haciendo de las siiyae.
Cuando estas estn puestas sobre el Boulevard^ se las ve con
cierta calma reglamentaria,- pero as que entran en las cidles fur
tivas aparece la criatura infernal. Aqu se vuelven ojos y son
decisivas en sus resoluciones, y el cuerpo se Ies mueve con la
elasticidad nativa.
Estn prontas para el asalto, sin. que el pecho se desvele.
Son muchas? Cuntas son? Se cuentan por docenas, por cen
tenares, por millares.
Es curioso verlas actuar, movedizas como el mar, sin r-
mora que las ataje.
Atraviesan de una vereda a otra; se escurren por aqu, se
salen por all, se esconden en una sombra y de pronto se echan
a andar, cuando no se quedan inmcSvIles, evocando nuevas for
tunas.
En qu estarn pensando?
Cruzan cien veces de una vereda a otra y ms de una vez se
dicen entre ellas:
Je suis reinte...
Pero esto no quita que en las mismas tinieblas se envidien
los sombreros y los vestidos y todos sus lucimientos, sin adver
tir que se estn matando.
La mujer de Boulevard, que se calza como para ir a un
baile, con tacos a lo Luis..., a lo un Luis cualquiera, de tantos
que ha habido. La otra, la que roba, los gasta chatos, cmodos,
para huir cuando llegue el caso.
En el Boulevard cada mujer se viste y se calza con arreglo a
la funcin que ejerce. Las hay que apenas tienen el vestido
sobre las carnes (1). Es una mrtir de las locuras del humor, es
casi una loca, o mejor, una loca realmente; y lo ser hasta que
hagan punto sus pesares.
La otra mujer que no roba ni hace robar, ni persigue ni hace
perseguir, es casi una inocente, que se cree feliz porque vive de
s misma, de su imaginacin creadora.
Se gana la vida aniquilando la suya y nadie ni nada la cam
biar: ni la fortuna, ni los cielos, ni lo que sea ms Dios.
No creemos en la redencin de las almas; nunca hemos
credo, ni de jvenes, hlas!...
Precursoras.
Querer luchar con la naturaleza individual es quedar por
ella vencido, que no hay ningn remedio contra lo que es con
dicin propia o vicio orgnico.
Son varias, y para m sin vlida contradiccin, las afirma
ciones filosficas que se han hecho a esc respecto. Y es por
esto mismo que yo quiero oponer aqu hi miL
La instruccin podr cultivar el espritu; la educacin, sua
vizar las maneras; pero la raxn del alma no se cambia. Nada
ni nadie la modificar, que se vive y se muere con la que se
ha nacido. Y cuuido se cambia en otra es porque se la traa de
repuesto, que liay seres que i^uardan en s mismos, en su sus
tancia espiritual, no una, sino varias almas que aparecen alter
nativamente, por crisis y por etapas, en el misterio de la fisio
loga humana. Naturalezas ricas.
Tales transformaciones, liasta hoy en la obscuridad y el mis
terio, que viven en lo sustancial que tiene el alma, pueden di
vidirse en dos tendencias: en aquella que le corresponde al ins
tinto, fuente ori||nal de la inteligencia, y en aquella otra, la
moral, fuerza al parecer vaga, pero que sirve para encaminar
al hombre a vivir en el mundo esencial de las ideas,
La accin moral gua la conducta y su procedimiento; y la
fsica, fuerza que fluye de su sanare, que es su equilibrio,
aprecia la visin de las cosas, que es la circulacin esttica entre
el hombre y la naturaleza.
Y es en este doble campo de lucha donde se libra la doble
batalla de la vi da y de la muerte, y desde cuyas alturas solitarias
se divisan la palma vencedora, la crcel o el manicomio.
Y sigue el Boulevard agitado y siguen sus mujeres en la fuga
de sus delirios, aunque vayan suspirando entre las sombras,
i Qu cosa rara es el Boulevard!
L A R A . E.- I . O S G A R O N S
Y E L G R A N T Z I G A N
La ffRAFLE,^ ..Los GARONS Y EL GRAN TZIGAN.
Y como la filosofa perenne de los libros fatiga la atencicSn
del po lector, quiero presentarle, como un descanso, la silueta
nera del sergent de vilic, que se testaca sobre los refugios de
la removida calle, macizada de coches que andan en corso. Y
quiero mostrarle an otras cosas ms.
En el bureau del mnibus, por ejemplo, se advierten algunas
mujeres que esperan el legendario vehculo de Pars, que ha de
arrimaras a sus domicilios.
El empleado flemtico, cansado, sin animar sus pasos, su
jeto a un oficio sin mdanos, despus de un cuarto de siglo,
avisa gruendo:
Bastille.., Passy... Madeleine... Allons, Filles du Calvaire.
Mientras, el conductor dice a su vez:
~A volont... complet l'intrieur... trois places rimp-
riale..., correspondances au contrleur...
El movimiento de la calle, que es frecuentada en todos
tiempos, va en aumento. Cada vez ms voces, ms conversa
ciones, ms declaraciones de epidermis a epidermis rpidas como
el himeneo areo de las moscas, y cada vez ms msicas, ms
tziganes que se desmayan de puro gusto y ms risas que se
levantan.
En el desorden de estos indicado