Lóbrego

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Es un pequeño libro de cuentos escritos por Andrea Porto y Juliana de Avila y diagramados, editados e ilustrados por mi , Karol Heredia

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Juliana De Ávila RomeroAndrea Carolina Porto BurgosKarol Sthefany Heredia Brieva

Juliana De Ávila RomeroAndrea Carolina Porto BurgosKarol Sthefany Heredia Brieva

©Junio del 2012- Cartagena BolívarJuliana De Ávila RomeroAndrea Carolina Porto BrugosKarol Sthefany Heredia BrievaCorrección de estilo: Karol S. Heredia B.

Diagramación: Karol S. Heredia B.Concepto de portada: Karol S. Heredia B.Ilustración y diseño de cubierta: Karol S. Heredia B.

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta puede ser reproducida, almacenada o trasmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o fotocopia, sin permiso previo del editor.

Este libro se compuso en caracteres Garamond.

De sus reflejos

Juliana De Ávila

I

Existe entre las almas, lazos, conexiones profundas, infinitas e inexplicables. Entre hermanos esa co-nexión se crea desde el día del nacimiento, en el caso de gemelos o gemelas, la conexión establecida está repleta de más energía, esta unión eterna supe-ra espacios, cuerpo y tiempo, es indestructible, im-

placable, inmortal. Linda y Luisa son gemelas, y aunque físicamente son exactas, cabellos negros azabache, ojos azul marino y piel blanca, tersa, sus personalidades no son menos que una antítesis profunda.

Linda es amable, humilde, sociable, suele sentarse en el jardín de su casa y hablar con toda persona que pasa frente a ella, tie-ne una capacidad natural de ayudar a los demás, de agradar a quie-nes le rodean. A ella, le importa poco su apariencia, a veces, parecería que no tiene conciencia de su belleza, nunca se le ve arre-glando su cabello o pintando su cara, pero su rostro siempre está gloriosamente iluminado, una sonrisa, para su belleza es suficiente.

Luisa es callada, tiene algo de oscuro y tenebroso en su mirada, pasa los días entre su cuarto, la sala y la biblioteca de su hogar, le importa poco las personas a su alrededor, y no mantiene charlas de más de 3 minutos, incluso a su hermana deja de hablarle por largo tiempo. Ella también es muy bella, y lo sabe, un libro oscuro en la biblioteca de su padre y un espejo enorme que hace poco ubicó en su cuarto son sus dos objetos favoritos, así gasta su día, entre la lectura y su reflejo. Linda sueña con el amor real, ese que la gente dice que es para toda la vida, Luisa sueña con ser más bella, con tener a todos a sus pies, rendidos ante su belleza. Es 12 de agosto, un día antes del cumpleaños número 16 de las gemelas, sus padres organizaban una gran fiesta para conmemorar este nuevo año, para Linda era una ocasión más para estar cerca de sus amigos, de los que quería, para Luisa era su gran entrada, ese día pretendía robarse el cariño de todos, ese que durante largo tiempo solo tuvo su hermana.

E

II

El día esperado llegó, Linda y Luisa se vistieron de azul, un vestido que hacía perfecto contraste con sus ojos, se veían hermosas, ambas, por igual. Salieron al gran salón, y todos aplaudían sin cesar, los diez primeros chicos salieron corriendo en dirección a Linda, la abrazaron y cargaron hasta su lugar, mientras Luisa, por más que sonreía, no lo-graba que nadie se acercara a ella, más que sus padres y su hermana, que de vez en vez, iba a preguntarle cómo se sentía y si quería pasar algún tiempo con sus amigos, a lo que ella siempre respondía con un seco no. Esa noche, sentada en un rincón Luisa solo deseaba que el tiempo corriera rápido, como nunca. Mientras, no apartaba la vista de su hermana, era tan bella, tan sublime y tenía ese brillo que a ella tanto le costaba obtener y la odió, con toda su alma, lo sintió en su cuer-po, la envidia, la amargura y el más profundo rencor atrapó su cora-zón, al terminar la velada, solo se retiro en silencio, profundo silencio.

Al día siguiente, a penas despertó, corrió en busca de ese libro que había estado leyendo hace meses, el gigante, el oscuro. Lo abrió en la página seis-ocho-seis, lo leyó suavemente, “un hechizo para enamorar” era el título de la página, estuvo sentada frente a él por horas, luego, lo cerró y se sentó frente al espejo, allí pasó el resto del día trenzando su largo cabello, mientras observaba, también en el espejo, a su hermana, esa que quería enamorarse, para la que estaba planeando una gran sorpresa.

III Linda había pasado el día corriendo cerca del lago con sus amigos, ahora ya era demasiado tarde y el sueño se apoderaba de sus ojos, de su cuerpo. Estaba lista para dormir, su pijama y su cabello tren-zado estaban listos, cuando de repente escuchó a través de la venta-na una voz pronunciando su nombre, pensó que era un efecto ex-traño del sueño, de repente, lo escuchó nuevamente, ahora era más fuerte y claro. Se asomó rápidamente por la ventana y buscó en la oscuridad, no veía nada más que arboles y flores, cuando de repen-te, entre el frío provocado por la oscuridad vio aparecer a un joven.

Él era hermoso, había algo novelesco en su presencia, sus ojos bri-llaban de una forma especial, su piel era fina, hermosa, ella no podía dejar de mirarlo, no podía hablar, ni preguntar, sus sentidos quedaron encarcelados, sin libertad. A penas pudo reponerse, preguntó sin te-mor a qué se debía su presencia, quién era, por qué tocar su ventana y cómo sabía su nombre. Él contestó que la amaba, que aunque pa-reciera extraño había estado observándola, en la fiesta, en el jardín, jugando en el lago, que la había visto de verdad, con el corazón, y que solo podía describir lo que sentía como amor, y que hoy, esa noche, había decidido venir a visitarla, a conquistarla, a enamorar su corazón.

Así, noche tras noche ese joven venía a visitarla, y por las mañanas siempre dejaba en su ventana una carta de amor escrita a mano di-ciendo lo mucho que deseaba ser correspondido y que en cuanto su-cediera, no quisiera nada más que casarse con ella, estar junto a Linda toda la vida. A ella le encantaba, ahora, no hacía más que danzar el tiempo entero y cantar miles de canciones de amor, contó a sus ami-gos, a su padre y a su hermana la presencia de este joven, hablaba todo el día de él, mostraba las cartas y decía a media voz que creía estar enamorada, que ella también quería estar con él por siempre.

IV

Después de cuarenta noches, de cuarenta cartas y el mismo número de visitas, Linda lo miró fijamente, tomó sus manos y pronuncia las dos palabras esperadas, “te amo” dijo entre sollozos. Él la miró fija-mente, la vio derretida a sus pies, dio la vuelta, y grito lo mucho que la despreciaba, le dijo con tono firme que se había cansado de esperarla y que había conseguido a otra mujer, más bella, más valiosa, se había casado con ella y ya no volvería más, no tendría más visitas nocturnas, ni cartas en la ventana, que lo olvidara. Ella quedó en el suelo, sin entenderlo, conmocionada, envuelta en sudor, en lagrimas y en dolor. Linda enfermó, su cabello comenzó a caerse, no quería más sa-lir a jugar, sonreír, ni comer, pasaba el día en su habitación, a os-curas, halando con fuerza su cabello, llorando a solas. Sus pa-dres intentaron sacarla de la habitación, sus amigos fueron un par de veces a animar su soledad, pero ella se negaba, leía una y otra vez las cartas de su amado , pronunciaba su nombre y lloraba.

Su rostro perdió la luz, no había nada hermoso en ella, su alma se había perdido en la desilusión. El diez de noviembre, justo a las cinco-cero-cuatro de la madrugada, los espejos de la casa, se que-braron de esquina a esquina, todos se levantaron espantados por el estruendo, todos se levantaron menos Linda, seguía en su habita-ción, había muerto. Sus padres estaban alrededor de su cama, llo-rando, sollozando, Luisa, de repente, se asomó en la habitación, descubrió el llanto de sus padres y el cuerpo sin vida, sin luz de Lin-da y sonrió, lo había logrado. Volvió a su cuarto caminando des-pacio, con una sonrisa desesperada en su rostro, y volvió a dormir.

V

Luisa no podía soportar más vivir bajo la sombra de su hermana, debía apagar su luz y ser ella la que brillara, era lo que quería, había estado pensando la noche entera en el hechizo de amor que indicaba el libro oscuro, lo pensó muy bien toda la noche. Sabía que esa era la forma per-fecta de apagar su luz, dándole amor y quitándolo de repente, sin aviso. La mañana siguiente inició su plan, recolectó un par de frutas frescas, tomó un par de cabellos del peine de su padre y quitó otros de la cabe-za de su hermana, hizo un frasco de una bebida espumosa, deliciosa.

Al llegar la noche buscó la ropa que había estado robando del arma-rio de su padre, bebió un poco del frasco y se fue caminando hasta el frente que daba al cuarto de su hermana, cuando llegó allí, ya era un hombre, un joven hermoso que lograría enamorar a cualquiera que viera sus gigantes ojos. Ese fue su recorrido diario, se vestía con las ropas de su padre y se dirigía a paso firme hasta la habitación de su hermana, pasaba los días escribiendo cartas de amor que luego, dejaba en su ventana. La enamoró y hasta alcanzó a enamorarse de ella, pero se encargó de ese sentimiento, no podía quererla, debía odiarla, y cada vez que algo cercado al cariño llegaba a su cuerpo, lo sacudía recordan-do aquella noche de su cumpleaños, ella quería conquistar el mundo y Linda, sí, ella y su luz la habían opacado, no lo podía permitir más.

Pasaron 40 días hasta que Linda lo pronunció, Luisa esperaba que demo-rara menos pero no se dejó vencer, cuando escuchó la palabra “amor” salir de la boca de su hermana, sonrió, era tiempo de romperle el corazón, de apagar su luz, su momento esperado, el más exquisito de su aventura había llegado. Así lo hizo, rechazó su amor, la humilló, defraudó su co-razón y salió de su habitación. Dejó a su hermana ahí, tirada, revolcan-do en su dolor, en sus lágrimas. Al llegar a su habitación, Luisa se des-vistió y entró en su cama, durmió como nunca antes, profundamente.

VI

Pasaron días sin que Luisa saliera de su habitación, se miraba al espejo y de vez en vez se asomaba a la ventana para verificar la ausencia de su hermana, a veces, sentía como una enfermera iba a su cuarto y de-jaba un plato de comida, pastillas y mucha agua en su mesa de noche, pensó que era solo una confusión. Aún así tomaba las pastillas y comía del plato pensando en que así su hermana no tendría la oportunidad de tomarlo, de comer y su luz se apagaría más rápido. Veía como sus padres desfilaban por su alcoba pidiéndole que saliera, era habitual, ella solo ignoraba sus palabras, hasta esa madrugada del diez de noviem-bre, justo a las cinco-cero-cuatro, sintió como se quebraban y caían todos los espejos de la casa. Salió en busca de la explicación y vio el cuerpo de su hermana, tendido sobre la cama, sin luz, a su lado esta-ban los padres, sollozando de dolor, sonrío y volvió a su habitación.

Sus padres también pasearon por su habitación llorando, seguramente pretendían encontrar consuelo, no lo hallaron, Luisa estaba acostada, se sentía cansada, pero satisfecha, dormía cada día con una profundi-dad inexplicable, le costaba cada vez más levantarse de la cama. Una mañana, llegó un señor alto, delgado y puso el espejo que se había roto hace ya 40 días, ella sonrío y llena de alegría le dio las gracias, él la ignoró. Levanto su cuerpo, lavó su cara y se acercó animada al espejo, pero no se vio. Por un momento pensó que había algo mal en el espejo y salió corriendo de su habitación en busca de los demás, se veía en todos y en ninguno encontraba su reflejo. Fue hasta el lago, ese que era el favorito de Linda, alrededor del que le gustaba jugar, danzar y cantar con sus amigos, e intentó buscar su reflejo en el agua, no lo encontró.

Luisa, volvió a su habitación corriendo, enloquecida, y tomó el libro grande, el oscuro. Lo abrió en una página que decía “almas gemelas”. El gran libro decía “Y tu hermano es tu alma gemela, ese que estará conti-go, a tu alrededor por siempre, y si le haces daño, si lo odias, ese mismo odio, las mismas heridas se generaran en tu cuerpo. Llorarás sus lagrimas,

sufrirás las torturas, y cuando muera, tu reflejo, también desaparecerá”.

Fin

El Arpa de Azrael

Andrea Porto

No soy mujer de creer en los malos augurios, pero esa tarde sentí una fuerte opresión en mi pecho; en mi mente solo cabía la posibilidad de que algo malo su-cedería. Estaba muy inquieta, mis manos sudaban y en ocasiones me daban ganas de sollozar. Mientras in-

tentaba poner mi mente en blanco para poder tranquilizarme un poco, mi mirada se paseaba por toda mi habitación, intentaba buscar algo que calmara esa ansiedad inexplicable en la que había caído. Después de ob-servar mi guitarra por un par de minutos me di cuenta que no estaba en condiciones de sacar ni media tonada, en otro momento mi cuarto hu-biese sido un templo de inspiración para dejar fluir las ideas, pero sin-ceramente no sabía que producía ese estado en el que me encontraba.

Entre tanto que buscaba una distracción, me fijé en la foto-grafía que me había tomado en el parque, junto a Santiago. El ver esa foto causó que aumentara mi ansiedad, pero no logra-ba entender el por qué, si ella era mi favorita, puesto que es una de las pocas veces que Santi luce su espléndida sonrisa. Santiago, es mi mejor amigo, pese a todas las circunstancias. Debo reco-nocer que más de una cayó por sus encantos, y lo más triste era que yo estaba en esa lista, aunque él no lo supiera. Santi sabía las capacidades in-telectuales que les habían sido otorgadas por el cielo, y sabía que estaba dotado por la naturaleza, pero ni su hermoso cabello lacio color castaño, ni sus profundos ojos miel, ni lo esbelto de su complexión física, eran motivos para que él se creyera más que los otros. Guardaba en su inte-rior una humildad admirable; creo que era eso lo que más me atraía de él.

Ring…Ring… el timbre del teléfono me devolvió a la realidad…

-Buenas Tardes, Casa de los Forestieri, a sus órdenes- Contesté.

-Buenas Tardes, sería tan amable de acercarme a Lucia- Era la voz de Santiago.

N

-Santi, soy yo Lucia-Contesté con voz apagada.

-Hola, Lú, es que tu voz suena algo extraña por eso no te re-conocí. Sólo llamaba para invitarte esta noche a ver el reci-tal de coros, pues ya arreglé la antena y podemos estar se-guros de que no va a fallar. ¿Qué dices?- Preguntó Santiago.

-Está bien Santi, nos vemos en tu casa- Contesté. Luego de cerrar el teléfono, debo confesar que como era de costum-bre, mis pulsaciones sanguíneas aumentaron. Pero me dije a mi mis-ma: “debo controlarme sino Santiago se va a dar cuenta de lo que siento por él, y nuestra amistad se acabará por culpa de mi torpeza”.

5:30 p.m.

Después de ducharme, saqué del armario el vestido azul que me había re-galado mi madre, y unas zapatillas azules que combinaban perfectamen-te con mi atuendo. Me vestí, y me dirigí hacia el espejo de mi habitación.

-Definitivamente el color azul, me luce-, expresé en voz alta. -Por supuesto que sí- dijo mi madre que estaba en la puerta de mi habitación.

-Gracias Madre, por hacerme este vestido- le dije con una reverencia.

-De nada hija, solo fue fijarme en tu castaño cabello ondulado y tus expresivos ojos café para inspírame, y además el azul queda bien con tu tez clara- dijo mi madre y sonrió.

-Bueno madre, debo irme ya para la casa de Santiago, después se enoja como llegue tarde- dije.

6:05 p.m.

Estando frente la casa de Santiago, toqué el timbre y en un santiamén él abrió la puerta. Tenía una camisa negra, que lo hacía ver más guapo de lo normal, o quizá para mí en-cajaba perfectamente con su tez clara y sus ojos color miel.

-Adelante Lú, sabes que esta es tu casa- expresó Santiago.

-mmmm….pero, ¿Qué es lo que huele tan rico?- pregunté.

-Tu platillo favorito, crepes con pollo- dijo Santi con una sonrisa.

Yo me acomodé en el sofá que estaba frente al televisor, cogí el control y ubiqué el canal regional. La imagen del televisor tenía lluvia, así que miré a Santiago y él sólo alzó los hombros. Al instante, inició el recital de coros, mientras escuchábamos las tonadas de Johann Sebastián Bach en Re me-nor, Santiago me brindó las crepes con una deliciosa limonada cerezada.

7: 10 p.m.

Después de hacer cenado, y escuchado tres coros, comenzó a molestar la señal. Santiago se puso en pie y se dirigió hacia la puerta.

-Y tú… ¿Para dónde crees que vas?, la vez pasada casi te caes del teja-do. No quiero pasar otro susto- le reclamé en un tono severo.

-Tranquila, no me va a pasar nada, solo es que mueva la antena y verás cómo se arregla enseguida- respondió. Mientras Santi subía a arreglar la antena, yo recogí los platos y los lavé. Limpié toda la sala y me senté a esperar.

7: 30 p.m.

Ya habían pasado 20 minutos y no sabía nada de Santiago. Y la imagen del televisor seguía con lluvia.

8:00 p.m.

50 minutos sin saber de Santiago y nada que bajaba del tejado, esto me causaba mala espina, me asomé a la ventana y le llamé un par de veces, pero no me contestaba. Mi corazón se aceleró, decidí salir a buscarlo. Cuando abrí la puerta para salir a buscarlo, me encuentro con él cara a cara. Su rostro estaba ensangrentado. Mi cuerpo entero temblaba al verlo en ese estado. Como puede tomé fuerzas y alcé mi mano derecha para halarlo dentro de la casa. Pero no podía tocarlo, pensé que era pro-ducto de mi imaginación, intenté de nuevo y chillé con todas mis fuer-zas. Santiago puso su dedo en sus labios. Me calmé y entramos a la casa.

-No sé que es lo que me pasó, soy un torpe. Sólo sé que cuando estaba arreglando la antena, resbalé y me golpeé la cabeza. Al des-pertar estaba flotando y vi mi cuerpo en el suelo- Dijo Santiago.

Dentro de mi pecho había un sollozo ahogado que no pude re-tener, lloré con todas mis fuerzas. Santiago me decía calma-damente que estaba muerto, que era su espíritu con el que hablaba mientras su cuerpo yacía a las afueras de la casa.

-No puedes dejarme, Santiago.¡NO PUEDES MORIRTE AHORA!-le grité.

-Calma, no estoy muerto. Mira este cordón, esto me mantiene atado a mi cuerpo- Exclamó.para regresar a tu cuerpo?, explícame… - Le grité de nuevo.

-En el tejado junto a mi cuerpo hay un ser de nom-bre “Azrael”, él me dijo que entrara a la casa por ayuda, que solo tú me podías ayudar a regresar a la vida- Dijo Santiago.

Yo estaba muy conmocionada con todo esto, nunca lo ha-bía leído en algún libro. ¿Esto era posible?, me pregunta-ba. Pero por más que echara cabeza a esta situación, los cues-tionamientos no eran freno para que ayudara a mi Santiago.

-Subamos- Le dije a Santiago. Él se negó – No puedo dejarte subir. Que tal… qué te pase algo malo por mi culpa- Exclamó. Lo ignoré, y salí de la casa. Mientras me dirigía hacia el tejado, él me gritaba para que no subiera e intentaba frenarme, pero le era imposible retenerme, sus manos atravesaban las mías, y no lograban sostenerme. Debo admitir que aunque sabía que era Santiago, me causaba escalofríos.

-Yo sé que no te hice caso, y no tengo dere-cho a exigir nada, pero por favor ¡NO VAYAS!- gritó. Al llegar al tejado pude ver el cuerpo de Santiago, y la cinta azul que sa-lía de su ombligo. Al lado se encontraba Azrael, el que me había men-cionado Santi dentro de la casa. Azrael, tenía unas vestiduras rasgadas color negro, no se le podía ver el rostro pues lo tapaba una capucha ne-gra, la cual hacía parte de su harapiento traje. En su mano derecha lle-vaba una guadaña plateada, y de su punta colgaba una gota color verde.

-Todos me conocen como el Ángel de la Muerte, pero mi verdadero nombre es Azrael. He venido hasta aquí por algo que se me ha extravia-do por tres décadas humanas, que en mi mundo equivale a dos minutos con cuarenta segundos, y no debo dejar pasar un minuto más. Así que, debido a tu interés por Santiago espero que me colabores. Tú tienes algo que es mío, y yo tengo a alguien que te pertenece, si me das de regreso

regreso mi instrumento; yo le regresaré a la vida a tu queri-do Santi -expresó entono burlón- y no probará la gota amar-ga de la muerte- Dijo Azrael con una voz tenebrosa e imponente.

-No te entiendo nada, no sé que pueda tener yo que sea tuyo- Le repli-qué ansiosamente.

-Te lo explicaré de la siguiente forma- dijo Azrael.

Azrael puso su huesudo dedo en mi sien y con ello me hizo ob-servar una serie de imágenes. Sentí que mi cuerpo se trasladó a un yermo lugar del universo, pero realmente era otra dimensión, no se veía como en los programas que hablan del cosmos, este era som-brío y siniestro. En este lugar se encontraba un ejército de mi-les de ángeles de la muerte, todos más pequeños en estatura que Azrael. Había uno que tocaba un arpa, esta arpa tenía un emble-ma que decía “quien saque de mi melodía, vivirá para siempre”. Azrael, le envío al ángel súbdito que llevara el arpa al planeta tierra, y se lo encomendara al leviatán, -la bestia del apocalipsis que habita en el triángulo de las Bermudas-. Este ángel cumplió con su encomienda.

Después vi como Federico Forestieri, mi abuelo paterno en sus haza-ñas como buzo se dirigía al triángulo de las Bermudas, en este lugar decidió descender a las profundidades del mar. Dentro del agua, un resplandor color verde le llamó la atención, y se dirigió hacia aquel sitio. Ese reflejo verde era del leviatán, mi abuelo vio el arpa, la aga-rró y la trajo consigo a la superficie. El leviatán no pudo hacer nada por detenerlo a causa de un crucifijo que llevaba en su pecho. Se montó en su lancha y la guardó entre sus cosas, nunca aprendió a to-car el arpa, pero siempre la llevaba con él. Al momento de enterrar-lo mi abuela Simona, decidió enterrar el arpa y el crucifijo con él…

-Yo no puedo tocar las lápidas de los muertos y además el cuerpo de

Federico lleva aún el crucifijo, por eso debes ir tú a buscar mi arpa-Dijo Azrael en un tono severo.-Pero es muy tarde, el cementerio debe estar cerrado- le dije a Azrael.

-Como quieras- Dijo Azrael.

Inclinó su guadaña hacia la boca de Santiago y amena-zó con dale a beber una gota que reposaba en el filo de su Oz.

Antes de que la gota de la muerte tocara la boca de Santia-go, le grité -¡PARA!. ¿Cuánto tiempo me das para traer tu arpa?

-Como mucho, 3 horas humanas. No pienses que me quedaré aquí a esperar el amanecer-Dijo Azrael.

Bajé del tejado, y me dirigí hacia el patio. Santiago debía tener en algún lado una pala; llegar a mi casa sería una pérdida de tiem-po. Después de buscar por 5 minutos, encontré una pala livia-na. Salí corriendo de la casa, y me dirigí hacia el cementerio. Cuando por fin llegué al cementerio, este obviamente estaba cerra-do. Me tocó volarme un muro que gracias a Dios no era tan alto. Y en medio de la penumbra empecé a buscar la lápida de mi abuelo. Ya llevaba una hora en esas, cuando de repente vi el nombre de “Federico Forestieri”. Sin duda esa era la tumba de abuelo, y em-pecé a escavar con ímpetu. A decir verdad, a veces me daba mu-cho pavor estar en ese lugar más que por el sitio, era la hora lo que me preocupaba, pero debía ser valiente. Seguía escavando, cuan-do de pronto sentí madera. Solté la pala y comencé a esparcir con mis manos la tierra hacia los costados. Abrí el cobre mortuorio, y lo primero que vi fue el arpa. La tomé y salí corriendo de ese lugar.

10: 30 p.m.

Subir el tejado con esa arpa era difícil, pero debía llegar a donde estaba el cuerpo de Santiago.-Muy bien, eres igual de arrestaba que Federico-Dijo Azrael.

Mientras él pronunciaba esas palabras, mi cuerpo se desplomó en el techo. Casi que me desmayaba del agotamiento físico que tenía. El alma de Santiago se veía preocupada por mí, pero él no podía hacer nada en ese estado etéreo, solo le quedaba esperar regresar a su cuerpo. -devuélvele la vida a Santiago- le exigí a Azrael junto al arpa.

Le di el arpa a Azrael, el tocó una tonada preciosa y Santiago regresó a su cuerpo. Me explicó que él si podía dar vida al tocarla, pero los humanos no debían intentarlo, porque el que lo tocara el arpa se in-mortalizaba en la tierra, y se quedaba estancado en esta dimensión, y su alma jamás descansaría y no adquiría múltiples talentos, posesiones y demás misterios que le tiene preparado el cosmos a todos los mortales. Santiago se levantó suavemente del suelo, me abrazó. Y antes de irse Azrael, nos advirtió que no debíamos decir nada de esto a nadie, por-que la mente humana es muy dada a la inmoralidad y algunos humanos podrían aprovecharse de cierta información para engañar a otros…

Después de un par de meses, cuando por fin pudimos recupe-rarnos un poco de esa torturante noche; Santiago y yo fuimos a la presentación de coros que se celebró el teatro municipal. Fal-tando pocos minutos para que terminaran todas las presentacio-nes, Santiago dijo estar mareado y salió a tomar aire. Me encantaba como iba todo y quería ver el final, pero no quería pasar de nue-vo por algo parecido algo de la otra noche, así que decidí seguirlo.

Cuando llegue hasta done estaba, sentado en una banca en el patio de atrás del teatro, me acerqué lentamente, temien-do que algo muy malo le pasara. Santiago se tapaba los ojos con las manos empuñadas y se encorvaba hacía sus rodillas.

-Santiago, ¿te pasa algo? -Pregunté cuando me llené de valor.

¿QUE TIENES?- le grité- déjate de juegos- le supliqué y me puse de rodillas frente a la banca.

Él rápido me levantó halándome de la muñeca y es un ve-loz movimiento me sentó a su lado en la banca. Luego se arrodillo justo en el lugar donde me encontraba yo antes.

-Soy yo quien debería arrodillarme- susurró. Y en medio de mi con-fusión se acercó a mi rostro y colocó suavemente sus labios sobre los míos.

-Me pasas tú y tengo este y otros besos guardados para ti dentro de mí. Desde hace mucho tiempo.- me explicó al separarse de mis labios- Cuando casi muero mi gran dolor era nunca habértelo dicho.- dijo con voz triste- Ahh y algo aún más importante, no quería morir sin decirte que el azul te queda precioso- Agregó.

Mis ojos se llenaron de lágrimas, no sabía que decir, no sa-bía si quería golpearlo por haberme asustado, o tal vez que-ría golpearlo por haberse tardado en decirme, por decir-lo antes que yo, por casi morir y dejarme o si solo quería besarlo.

No tuve que responderme. Santiago se me acercó de nuevo y esta vez me beso con fuerza. De una de sus manos salió una cinta azul y la anudó en mi cuello.

-Gracias por salvarme- me dijo con sus labios aún sobre los míos- tú eres esa estela azul que me mantiene vivo- finalizó.

Después de decir eso, no volvimos a cruzar palabras hasta el otro día. El resto de la noche, nuestros labios se pasaron cuenta de cobro.

FIN.