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Nosotros somos el mensaje – Silvia Himitian pág. 1
NOSOTROS SOMOS EL MENSAJE
Silvia Palacio de Himitian
A diferencia de otros mensajeros, de quienes tal vez no importe la filiación,
el portador del mensaje evangélico debe llevar en sí mismo la impronta de
Aquel que es fuente y génesis de este mensaje. Es decir, no basta con
transmitir en palabras las buenas nuevas de salvación de parte de Dios.
Deben haber sido vividas primero. De lo contrario no tienen ninguna
credibilidad.
Dicho de otra forma, yo soy el mensaje. Mi vida debe hablar antes que mis
palabras. Jesucristo declaró: Las palabras que yo os he hablado son
espíritu y son vida. (Juan 6.63) La vida produce vida por medio del Espíritu.
Las palabras son sólo el medio, el canal. Es cierto que muchas veces Dios
bendice y toca vidas a pesar de que el mensajero no sea una persona
aprobada, pero eso constituye la excepción, y de ninguna manera es la
voluntad original de Dios.
Su propósito es que llevemos la impronta de Jesucristo, su misma imagen,
grabada en nosotros, en nuestro espíritu, para que esta imagen se refleje
en nuestro carácter, en nuestra manera de actuar, en nuestros hábitos, y
hasta en nuestro aspecto exterior. Porque nosotros debemos ser la
propuesta concreta y visible de Dios para un mundo que desespera y se
debate en una oscuridad absoluta. La idea de Dios es que nos vean y
crean. Que aquel que clama en su interior por una salida, al vernos
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adquiera la certeza de que el camino que le señalamos es el correcto
porque nosotros mismos hemos salido de un estado similar al suyo.
Pero si nosotros permanecemos en una situación de pecado, frustración y
fracaso semejante a la de las demás personas que nos rodean ¿cuál es
nuestro mensaje? Un conocido proverbio popular dice: Tus acciones
hablan tan fuerte que no me permiten oír tus palabras. ¿No nos pasará
algo de eso cuando intentamos predicar el mensaje del evangelio sin
vivirlo?
¿QUÉ SOMOS?
Cartas de Cristo
San Pablo decía a los creyentes en Corinto: Nuestras cartas sois vosotros,
escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres;
siendo manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no
con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en
tablas de carne del corazón. (2 Corintios 3.2-3) Tal vez nosotros conocemos
muy bien nuestras Biblias, escritas con tinta, pero debemos preguntarnos si
le permitimos al Espíritu Santo que reescriba la Palabra en nuestros
corazones, de manera que también en nosotros se haga manifiesto que
somos cartas de Cristo y podamos ser leídos por todos los hombres. Esta es
la cuestión de fondo. Si los hombres no pueden hacer una lectura positiva
de nuestra vida, tampoco estarán interesados en nuestro mensaje. Si Cristo
no puede cambiar a los cristianos, ¿qué podrá hacer por los que viven
alejados de él?, se preguntarán los que aún no han creído. La gente nos
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conoce en el barrio, en el trabajo, en nuestra casa. A veces se dan cuanta
de cómo somos hasta de lejos, al vernos actuar, hablar, conducirnos,
vestirnos.
Luz
Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se
puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud,
sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así
alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras
buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. (Mateo
5.14-16) Son palabras de Jesús. Y no nos dan opciones. No es que
“podemos” ser luz. Somos luz. Y tenemos que alumbrar. La luz son la buenas
acciones: el buen trato hacia todos; el servicio a los demás; la
generosidad; el trabajo bien hecho; el cuidado y atención de los niños, los
ancianos, los débiles y los enfermos; el orden y la limpieza en nuestras
casas; la ayuda a los necesitados; y tantas otras cosas que se podrían
mencionar.
Sal
Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será
salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por
los hombres. (Mateo 5.13) También son palabras de Jesús. Y contienen una
advertencia: si perdemos nuestra calidad como sal ya no servimos para
nada; los hombres nos dejarán de lado y nos menospreciarán. La sal no
sólo sirve para dar sabor, sino para evitar que los alimentos se corrompan.
El Señor habla figurativamente. Si los cristianos que estamos metidos dentro
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de la sociedad humana con una misión no la cumplimos, no somos
verdaderos siervos de Dios. No servimos más para nada. ¿De qué se
alimenta la gente hoy en día? De mentira, de engaño, de robo, de
corrupción, de sexo impuro. Alimento podrido se sirve en muchísimas
mesas. ¿Y dónde ha quedado nuestra sal? No nos animamos a señalar el
pecado. Ni abrimos la boca por temor a ser burlados o rechazados.
¿Dónde ha quedado la denuncia profética? Nos hemos vuelto
condescendientes no ya con los pecadores sino con el pecado.
Mostremos todo el amor a las personas, pero denunciemos el pecado,
porque es el pecado lo que los lleva a la destrucción, a la muerte, a la
condenación eterna. Somos sal, nos guste o no. Pero podemos ser sal
desvanecida. Y entonces no somos nada. Si no señalamos el pecado, de
nada sirve nuestra predicación aguada de la gracia de Dios. ¿De qué
necesitan salvarse las personas cuando dejamos el pecado fuera del
cuadro?
Árbol que da buen fruto
Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de
ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis.
¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo
buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede
el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo
árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por
sus frutos los conoceréis. (Mateo 7.15-19) Cristo enseña aquí como
reconocer a un falso profeta: por los malos frutos. Por oposición,
entendemos que la característica del verdadero profeta es que lleva
buenos frutos. Así también, todo mensajero del Señor que pretenda llevar
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su palabra a los que no la conocen debe tener motivos honestos (no ser
lobo que busca sacar provecho para sí de las ovejas) y llevar una vida
coherente con lo que predica. No podemos hablar de amor y mostrar
indiferencia hacia la gente. No podemos llamar al renunciamiento
mientras nos enriquecemos con los diezmos y ofrendas que traen al Señor
sus hijos. No podemos vivir como el mundo a nuestro alrededor y llamarnos
cristiano. El árbol y su fruto son de la misma índole. Y es el fruto el que
delata la verdadera naturaleza del árbol.
Hacedores de la Palabra
No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino
el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me
dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu
nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos
milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí, apartaos de mi,
hacedores de maldad. Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las
hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la
roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon
contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca.
Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a
un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió
lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella
casa; y cayó, y fue grande su ruina. (Mateo 7.21-27) Según Jesús, se puede
predicar, profetizar, hacer milagros y sanidades y echar demonios y al
mismo tiempo ser un obrador de maldad. ¡Increíble! Si no fuera Cristo
mismo el que lo dice, no lo creeríamos. Mi marido, Jorge Himitian, siempre
dice: Ser usado por Dios no significa ser aprobado por Dios. El Señor usó a
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Nabucodonosor y a los reyes de Persia, pero no aprobó a ninguno de ellos.
También utilizó a un animal, el asna de Balaam, para transmitir un mensaje
al profeta rebelde, y no por eso lo consideramos un instrumento sagrado.
Los dones con los que nos dota Dios a través del Espíritu Santo son simples
herramientas para ser utilizadas en el cumplimiento de las tareas que Dios
nos encomienda. El ejercerlos no implica que estemos haciendo lo que el
Señor nos ha mandado. Mucho menos constituyen un aval de nuestra
santidad y espiritualidad. Hay quienes se han apartado bastante de los
caminos del Señor sin que él los haya privado de los dones que una vez les
otorgó. ¿Por qué? No lo sabemos. La Palabra dice que irrevocables son los
dones y el llamamiento de Dios (Romanos 11.29). ¿Cómo permite Dios que
los dones sigan siendo ejercidos por aquellos que han dejado la santidad y
viven como impíos? Él es soberano y sus razones tendrá. Pero nos deja
herramientas eficaces para poder separar la paja del trigo, para poder
determinar con certeza quién es un siervo de Dios y quién no: Por sus frutos
los conoceréis. Y aún más: Cualquiera que me oye estas palabras, y las
hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la
roca... y no cayó. Éste es el que permanece, el que no se vendrá abajo a
mitad de camino. Somos llamados a ser oidores y hacedores de las
palabras de Dios. Necesitamos conocerlas para luego llevarlas a la
práctica. Debe ser lo uno y lo otro. Conocer y vivir. Conocerlas solamente
no nos sirve de nada: Cualquiera que me oye estas palabras y no las hace,
le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena...
y fue grande su ruina. Nos ayudará mucho recordar que no hemos sido
llamados a ser hacedores de milagros sino hacedores de la Palabra.
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Ser portadores del mensaje del evangelio necesariamente lleva consigo la
necesidad de una vida comprometida. No significa que debemos ser
perfectos en un sentido absoluto, pero sí que cada día buscaremos vivir en
consonancia con los mandatos de Dios, con la intención de crecer y
asemejarnos cada vez más a Jesucristo. Esto tiene ciertas implicancias:
Nuestro fin es que la vida de Cristo se manifieste en nosotros
...Estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no
desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no
destruidos; llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de
Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos.
Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por
causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en
nuestra carne mortal. (2 Corintios 4.8-11) Estamos dispuestos a sufrir
siguiendo el ejemplo de Cristo para que otros lleguen al conocimiento de
él.
No nos dejaremos ganar por el desaliento
Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se
va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque
esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más
excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se
ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero
las que no se ven son eternas. Porque sabemos que si nuestra morada
terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una
casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. (2 Corintios 4.16-5.1) Las
dificultades y los sufrimientos vendrán. No los buscamos, pero muchas
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veces aparecen. El enemigo quiere desalentarnos a través de ellos para
que desistamos de hacer la obra. Entonces necesitamos mirar las cosas
desde una perspectiva eterna. ¿Qué es el mundo en comparación con el
vasto universo? ¿Qué son estos pocos años, o aun siglos o milenios,
comparados con la eternidad? Mirando desde ahí las cosas Pablo puede
calificar sus sufrimientos como esta leve tribulación momentánea.
No buscaremos vivir para nosotros mismos
Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió
por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven,
ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. (2
Corintios 5.14-15) Dios nos salvó y le dio sentido a nuestra vida. Le devolvió
toda la riqueza que había perdido. ¿No valdrá la pena entregar nuestra
vida con el propósito de que otros también alcancen este gran beneficio?
Procuraremos andar según la nueva vida
De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas
pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. (2 Corintios 5.17) Tenemos que
elegir vivir con coherencia. No podemos seguir siendo tolerantes con
nosotros mismo. Las cosas viejas pasaron. Tenemos que andar según la
vida nueva.
Viviremos nuestra vocación como hijos de Dios con todo lo que ella
incluya
No damos a nadie ninguna ocasión de tropiezo, para que nuestro
ministerio no sea vituperado; antes bien, nos recomendamos en todo
como ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, en
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necesidades, en angustias; en azotes, en cárceles, en tumultos, en
trabajos, en desvelos, en ayunos; en pureza, en ciencia, en loganimidad,
en bondad, en el Espíritu Santo, en amor sincero, en palabra de verdad, en
poder de Dios, con armas de justicia a diestra y a siniestra; por honra y por
deshonra, por mala fama y por buena fama; como engañadores, pero
veraces; como desconocidos, pero bien conocidos; como moribundos,
más he aquí vivimos; como castigados, mas no muertos; como
entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a
muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo. (2 Corintios 6.3-
10) Pablo enfoca aquí una cantidad de situaciones posibles y las actitudes
con que las se las ha de enfrentar para poder servir a Dios.
No nos asociaremos con ideas ni con modelos de vida o estilos extraños al
reino de Dios
No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué
compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con
la tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente
con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos?
Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y
andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Por lo cual, salid
de en medio de ellos y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y
yo os recibiré. Y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e
hijas, dice el Señor Todopoderoso. Así que, amados, puesto que tenemos
tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de
espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios. (2 Corintios 6.14-
7.1) Existe una incompatibilidad intrínseca entre las cosas de Dios y las de
este mundo. No contemporicemos, y mucho menos trabajemos en
sociedad con los impíos, comprometiendo el mensaje y el poder del
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evangelio en acuerdos que atentan contra las verdades de la Palabra.
Somos templos de Dios. Debemos mantener la santidad, evitando
contaminarnos con cosas extrañas.
Por último, recordemos que:
Somos discípulos
Esto implica responsabilidad y renunciamiento a nosotros mismos. Y sobre
todo entrega a Cristo y a la misión que nos encomienda el maestro (Leer
Lucas 14.25-33).
Somos Hijos de Dios
Dios nos ha adoptado y nos ha dado su Espíritu para que podamos vivir
conforme a esta dignidad que nos ha conferido. No es propio vivir como
esclavos cuando somos herederos de Dios. (Leer Gálatas 4.4-7).
Somos siervos inútiles
Somos siervos de Dios. Pero, por mucho que nos esforcemos, no
alcanzamos a entender todo lo que hay en su mente, sus propósitos y su
voluntad. Así que lo servimos con mucha debilidad y torpeza. A veces casi
estorbando su obra. Sin embargo, él ha elegido usarnos para la extensión
de su reino. Gran privilegio. Gran responsabilidad. Hagámoslo con sencillez
y humildad, y después de haber hecho todo de la mejor manera posible,
consideremos que aun así no somos otra cosa que siervos inútiles. Que nos
dé lo mismo hablar desde el púlpito que barrer el salón, atender a un
anciano que cantar en el coro. Un siervo está para cumplir órdenes,
cualquier orden. Nadie se considere “ministro de alabanza”, “coordinador
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de actividades”, “director del coro”, como para que no se pueda rebajar
a realizar tareas más sencillas. Apenas calificamos para “siervos inútiles”. ¡Y
ese es todo el título que necesitamos!
SOMOS MINISTROS DE UN NUEVO PACTO: DEL ESPÍRITU
Y tal confianza tenemos mediante Cristo para con Dios; no que seamos
competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros
mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios, el cual asimismo
nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del
espíritu; porque la letra mata, más el espíritu vivifica. Y si el ministerio de
muerte grabado con letras en piedras fue con gloria, tanto que los hijos de
Israel no pudieron fijar la vista en el rostro de Moisés a causa de la gloria de
su rostro, la cual había de perecer, ¿cómo no será más bien con gloria el
ministerio del espíritu? Porque si el ministerio de condenación fue con
gloria, mucho más abundará en gloria el ministerio de justificación (2
Corintios 3.4-9) Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del
Señor, allí hay libertad. Por tanto, nosotros todos, mirando a cara
descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados
de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.
(4.17-18).
Pablo habla aquí de los dos pactos. El que hizo Dios con Israel en el monte
Sinaí, escrito en tablas de piedra, y el nuevo, el del Espíritu, escrito en los
corazones, y sellado con la sangre de Cristo. Este segundo ya había sido
anunciado por el profeta Jeremías en el capítulo 31, versículo 33: Daré mi
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ley en su mente, y la escribiré en su corazón. ¿Cómo? Por el Espíritu Santo.
Y a nosotros, a la iglesia, se nos encomienda la administración de este
nuevo pacto al mundo. El Señor no sólo nos establece como sus ministros
sino que nos hace competentes a través de la acción del Espíritu Santo en
nosotros. Y señala Pablo que este nuevo pacto del Espíritu va a ser con
mayor gloria y que al mirar a cara descubierta esa gloria del Señor seremos
transformados a su misma imagen por el Espíritu del Señor. Ya nadie tendrá
que hacer las cosas en sus propias fuerzas o capacidad sino en el poder
del Espíritu.
Cuando Jesús ascendió a los cielos les ordenó a sus discípulos que no se
fueran de Jerusalén ni hicieran nada hasta ser bautizados con el Espíritu
Santo. Porque sólo así podrían cumplir con efectividad su misión. Recibiréis
poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis
testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la
tierra (Hechos 1.8), les dijo Cristo. Y así lo hicieron. Luego llenaron el mundo
del evangelio.
Hoy nosotros también somos ministros de este pacto. Y para ser
competentes necesitamos, como al principio, movernos en el poder del
Espíritu Santo. Necesitamos la acción del Espíritu en nuestro interior para
poder vivir las demandas del evangelio, y los dones espirituales para llevar
a cabo la obra de extensión del reino de Dios.
¿Qué tareas específicas nos encomendó Cristo?
Cuando Jesús envió por primera vez a los doce les encomendó:
...Predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado. Sanad
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enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios
(Mateo 10.7-8). En Marcos 6.7 y 13, agrega que les dio autoridad sobre los
espíritus inmundos... Y echaban fuera muchos demonios, y ungían con
aceite a muchos enfermos, y los sanaban. Lucas lo narra así: Habiendo
reunido a sus doce discípulos, les dio poder y autoridad sobre todos los
demonios, y para sanar enfermedades. Y los envió a predicar el reino de
Dios y a sanar a los enfermos. (Lucas 9.1-2).
Jesús encomendó esta tarea a los doce mientras él estaba con ellos. Les
enseñó lo que tenían que hacer. Luego vendría su muerte y la obra
expiatoria. Después la resurrección y el mandato: Id y haced discípulos a
todas las naciones, bautizándolos en el nombre del padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo. (Mateo 28.19) Y la recomendación de esperar en Jerusalén
hasta que seas investidos de poder desde lo alto (Lucas 24.49). Entonces la
escueta orden: Me seréis testigos. Y ninguna otra especificación. Porque lo
que tenían que hacer luego de recibido el Espíritu era aquello en lo que ya
los había instruido su maestro.
¿Y qué en cuanto a nosotros? El Señor también nos ha investido de poder
para hacer una obra del Espíritu, sobrenatural. De la misma manera que lo
hizo la iglesia primitiva. El libro de los Hechos dice que muchas maravillas y
señales eran hechas por los apóstoles a medida que predicaban la
palabra (Hechos 2.43), que con gran poder los apóstoles daban
testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre
todos ellos (4.33), que por la mano de los apóstoles se hacían muchas
señales y prodigios en el pueblo (5.12) ...y aun de las ciudades vecinas
muchos venían a Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados de espíritus
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inmundos; y todos eran sanados (5.16). Y hay muchas otras menciones
semejantes. La predicación del advenimiento del reino de Dios era hecha
con gran poder. Miles se convertían. Y a la vez, Dios avalaba la Palabra
con milagros, señales, sanidades, liberaciones.
Eso tiene que volver a ocurrir hoy: una palabra poderosa que libere los
espíritus, y la manifestación de los dones en hechos concretos que
permitan ver la gloria de Dios.
La obra de evangelización se debe hacer bajo la guía del Espíritu Santo.
Necesitamos volvernos sensibles a su voz. De otra manera haremos las
cosas a nuestro modo, y muchas veces no estaremos en el lugar donde el
Señor quiere obrar. Romanos 8.14 declara: Porque todos los que son
guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Como hijos de Dios,
tenemos el derecho y el privilegio de ser guiados por su Espíritu. Debemos
aprender a oír su voz y seguir sus instrucciones, como lo hacía Jesús: ...nada
hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo. Porque
el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo
hago siempre lo que le agrada. (Juan 8.28-29).
Tenemos que depender de la guía del Espíritu Santo para dar la palabra
adecuada en el lugar indicado y hacer las obras que el Padre preparó de
antemano para que anduviésemos en ellas (Efesios 2.10). Cuando
aprendemos a escuchar al Espíritu y a obedecerlo, todo es más fácil y
efectivo. Él nos indica cuando poner las manos sobre un enfermo para
sanidad, cuando echar fuera un demonio. También nosotros hoy debemos
movernos en los dones según el Espíritu nos guía. No corramos detrás de
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cada corriente carismática que aparece, detrás de cada práctica
novedosa que surge. Pero hagamos uso de los dones según la enseñanza
de la Palabra y así como Cristo nos manda. 1 Corintios 12.7-11 dice: Pero a
cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho. Porque a
éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de
ciencia según al mismo Espíritu, a otro, fe por el mismo Espíritu y a otro,
dones de sanidades por el mismo Espíritu. A otro, el hacer milagros; a otro,
profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de
lenguas; y a otro, interpretación de lenguas. Pero todas estas cosas las
hace una y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él
quiere.
Tal vez necesitemos una renovación en el Espíritu Santo. Tal vez haga falta
avivar el fuego interior para que nuestra vida se vuelva más rica y profunda
en Dios y se despierte en nosotros una nueva pasión por comunicar el
evangelio. Todas las obras de Dios son generadas por el Espíritu. Si el Espíritu
no convence a las personas de pecado y de juicio, no llegarán al
arrepentimiento y a la conversión. Sólo él puede hacer la obra.
Presentémonos como instrumentos útiles, dispuestos a que él nos use para
la extensión de su reino.
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EL MENSAJE
Nuestra actitud al transmitir el mensaje
“No andamos negociando con el mensaje”
Gracias a Dios que siempre nos lleva en el desfile victorioso de Cristo
y que por medio de nosotros da a conocer su mensaje, el cual se
esparce por todas partes como un aroma agradable. Porque
nosotros somos como el olor del incienso que Cristo ofrece a Dios, y
que se esparce tanto entre los que se salvan como entre los que se
pierden. Para los que se pierden este incienso resulta un aroma
mortal, pero para los que se salvan, es una fragancia que les da
vida. ¿Y quién está capacitado para esto? Nosotros no andamos
negociando con el mensaje de Dios, como hacen muchos; al
contrario, hablamos con sinceridad delante de Dios, como enviados
suyos que somos y por nuestra unión con Cristo (2 Corintios 2.14-17,
versión La Biblia de Estudio). San Pablo habla de una marcha
victoriosa en la cual es dado el mensaje genuino y profundo de
Cristo. Y este mensaje es característico y distintivo como un perfume.
Mantiene firme la esencia de su fragancia. Y entonces divide los
bandos: para los que se salvan es un olor glorioso de salvación, para
los que se pierden resulta un aroma mortal. Precisamente porque no
se negocia el mensaje. ¿Llevamos en nosotros el perfume de Cristo?
¿Hablamos, como dice Pablo, con sinceridad delante de Dios,
proclamando toda la verdad de Dios, o procuramos contemporizar
con quienes nos escuchan para no ofender su oído? Pablo no se
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hacía problema: confrontaba a la gente con la verdad del
evangelio, con la fragancia de Cristo, para permitir que esa palabra
los definiera. Él creía, como dice en Hebreos 4.12 que la Palabra de
Dios tiene vida y poder. Es más cortante que cualquier espada de
dos filos, y penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu,
hasta lo más íntimo de la persona; y somete a juicio los pensamientos
y las intenciones del corazón. Nada de lo que Dios ha creado puede
esconderse de él; todo está claramente expuesto ante aquel a
quien tenemos que rendir cuentas. (2 Corintios 4.12-13 versión La
Biblia de Estudio). El mensaje jamás debe ser negociado, adulterado
o recortado, porque sino en lugar de gente arrepentida y convertida
lograremos simples adeptos sin convicción ni compromiso. Y esos no
califican para discípulos de Cristo.
Somos servidores de una nueva alianza (ministros de un nuevo
pacto)
Él nos ha capacitado para ser servidores de una nueva alianza,
basada no en una ley, sino en la acción del Espíritu. La ley condena
a muerte, pero el Espíritu de Dios da vida (2 Corintios 3.6, versión La
Biblia de Estudio). Somos conscientes de que servimos a Dios y a los
hombres dentro de este nuevo pacto del Espíritu y dependemos de
él para todo. Confiamos en la poderosa obra que puede realizar en
los corazones y echamos mano a los dones del Espíritu para
cooperar más eficazmente en la tarea de evangelización.
Necesariamente tenemos que movernos en el Espíritu.
No nos predicamos a nosotros mismos
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No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor,
nosotros nos declaramos simplemente servidores de ustedes por
amor a Jesús. Porque el mismo Dios que mandó que la luz brotara de
la oscuridad, es el que ha hecho brotar su luz en nuestro corazón,
para que podamos iluminar a otros, dándoles a conocer la gloria de
Dios que brilla en la cara de Jesucristo (2 Corintios 4.5-6, versión La
Biblia de Estudio). Nuestra predicación debe ser cristocéntrica, si ha
de ser genuina predicación del evangelio. Predicamos a Cristo
crucificado, muerto, resucitado y hecho Señor de todo cuanto
existe. El señorío de Cristo es la nota central del mensaje de
salvación. Él como dueño absoluto, teniendo dominio sobre todo y
todos. No hay lugar para “evangelios” propios, interpretaciones
según ópticas humanas. Ni tampoco para un evangelio aguado
centrado en el hombre y sus necesidades. Nuestro tema de
predicación es Cristo, todo lo que él es y lo que demanda de cada
persona. Jesús nos ha ordenado predicar el evangelio del reino de
Dios, y no podemos inventar otros mensajes. Ni predicarnos a
nosotros mismos, dándonos el lugar de “el gran siervo de Dios”. No
existen los grandes siervos. Esto es un contrasentido. El de siervo es un
puesto humilde, jamás exaltado, jamás grande. Es más, Cristo nos
insta a comprender lo que somos en realidad: Así también ustedes,
cuando ya hayan cumplido todo lo que Dios les manda, deberán
decir: ´Somos servidores inútiles, porque no hemos hecho más que
cumplir con nuestra obligación´ (Lucas 17.10, versión La Biblia de
Estudio). Somos siervos inútiles tratando de cumplir con fidelidad la
obra que Dios nos ha encomendado.
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Actuamos con fe
La Escritura dice: “Tuve fe, y por eso hablé.” De igual manera,
nosotros, con esa misma actitud de fe, creemos y también
hablamos. Porque sabemos que Dios, que resucitó de la muerte al
Señor Jesús, también nos resucitará a nosotros con él, y junto con
ustedes nos llevará a su presencia. (2 Corintios 4.13-14). La fe tiene
más relación con las convicciones que con las emociones. Cuando
nos movemos en fe, lo hacemos en base a lo que sabemos y no en
base a lo que sentimos, tal como lo expresa Pablo: Sabemos que
Dios... nos resucitará. No hay duda. Hay convicción. Hebreos 11.1
describe acabadamente lo que es la fe: Tener fe es tener la plena
seguridad de recibir lo que se espera; es estar convencidos de la
realidad de cosas que no vemos. (Versión La Biblia de Estudio).
Cuando actuamos según lo que sentimos, nos convertimos en presas
fáciles del diablo, que nos lleva de aquí para allá. Necesitamos ser
personas de convicciones firmes que actúen en consecuencia.
Procuramos convencer a los hombres de que sigan el camino de
Dios
Por eso, sabiendo que al Señor hay que tenerle reverencia,
procuramos convencer a los hombres (2 Corintios 5.11, versión La
Biblia de Estudio). Como somos seres plenamente convencidos
acerca del camino de Dios, procuramos también convencer a
quienes nos rodean. Pero no con métodos ni razonamientos
humanos, sino a través de la palabra de Dios, y confiando que el
Espíritu Santo nos auxilia en esta labor. No podemos permanecer
callados o indiferentes mientras gente confundida difunde doctrinas
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de error. Les debemos a nuestros semejantes la honestidad de la
verdad. Pero no entremos en discusiones estériles. Hablemos del
Señor con convicción y firmeza, pero mostrando amor y respeto a
nuestros semejantes.
Nuestra meta es conducir a las personas a la reconciliación con Dios
Todo esto es la obra de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió
consigo mismo y nos dio el encargo de anunciar la reconciliación. Es
decir que, en Cristo, Dios estaba reconciliando consigo mismo al
mundo, sin tomar en cuenta los pecados de los hombres; y a
nosotros nos encargó que diéramos a conocer este mensaje. Así que
somos embajadores de Cristo, lo cual es como si Dios mismo les
rogara a ustedes por medio de nosotros. Así pues, en el nombre de
Cristo les rogamos que acepten el reconciliarse con Dios. Cristo no
cometió pecado alguno, pero por causa nuestra, Dios lo hizo
pecado, para hacernos a nosotros justicia de Dios en Cristo. Ahora
pues, como colaboradores en la obra de Dios, les rogamos a ustedes
que no desaprovechen la bondad que Dios les ha mostrado. Porque
él dice en las Escrituras: “En el momento oportuno te escuché; en el
día de la salvación te ayudé.” Y ahora es el momento oportuno.
¡Ahora es el día de la salvación! (2 Corintios 5.18-6.2, versión La Biblia
de Estudio). Dios quiere reconciliar al mundo consigo. Y nos ha
enviado como embajadores, como colaboradores suyos a rogar a
los hombres que se reconcilien con él. Esto nos indica la intensidad
del compromiso que debemos tener con el mensaje del evangelio y
con la gente que se pierde. No aflojemos nunca. No bajemos los
brazos. No desistamos. Redoblando la oración (porque la oración es
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la clave del accionar de Dios), sigamos intentando reconciliar a los
hombres con el Señor. Jesús no nos ha encomendado una tarea
para “flojos”, sino para perseverantes, para gente que marcha
adelante soportando las dificultades hasta ver su misión cumplida.
No perdamos de vista la meta.
¿Cuál es el mensaje que debemos predicar?
Jesús lo señaló (y lo predicó el mismo) desde el principio de su
ministerio: Y será predicado este evangelio del reino en todo el
mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el
fin. (Mateo 24.14). ¿Cuál evangelio del reino? El que él anunció
siempre: Jesús recorría toda Galilea, enseñando en la sinagoga de
cada lugar. Anunciaba la buena noticia del reino y curaba a la
gente de todas sus enfermedades y dolencias... Mucha gente...
seguía a Jesús. (Mateo 4.23, 25) ¿Qué reino? En Lucas 4.43 Jesús lo
dice claramente: Es necesario que también a otras ciudades
anuncie el evangelio del reino de Dios; porque para esto he sido
enviado.
¿Y cuál era su propuesta? Marcos 1.14-15 la define: Jesús vino a
Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El
tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado;
arrepentíos, y creed en el evangelio. Ante la realidad del
advenimiento, la llegada, del reino de Dios en medio de nosotros,
sólo cabe arrepentirnos de nuestra soberbia, de nuestro alejamiento
de Dios y creer en el evangelio de Cristo. El reino de Dios vino para
quedarse entre nosotros. Es algo real y presente, no futuro como
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algunos piensan. Comenzó con la llegada de Cristo a este mundo y
se prolongará por la eternidad. Tiene que ver con el gobierno, el
reinado de Dios sobre las vidas. Todo el que se convierte pasa a
pertenecer a ese reino. Por eso la Palabra señala que somos
extranjeros y peregrinos sobre la tierra (Hebreos 11.13). Pertenecemos
a otro orden, tenemos otra ciudadanía, la de los cielos (Hebreos
11.13-16). Pero muchas veces no discernimos la presencia de ese
reino aquí y ahora entre nosotros y entonces pensamos que es algo
que ha de venir con el regreso de Cristo. Pero no fue eso lo que dijo
Jesús. Y nos comisionó a nosotros para predicar el mismo mensaje.
Mucha de la chatura de nuestra vida tiene que ver con el no
discernir el reino de Dios presente hoy. Tenemos la vaga sensación
de pertenecer en cierto modo al sistema en el cual estamos
inmersos. Pero nuestra realidad es otra: pertenecemos al reino de
Dios y debemos vivir acordes con esta realidad para que también
podamos predicarla. Otras leyes nos gobiernan y mucho de lo que
nos parecen acontecimientos sobrenaturales no son sino el
cumplimiento en nosotros de las leyes del reino al que
pertenecemos. No es sobrenatural ser sanados, ser liberados, ser
guardados de peligros muy graves. Corresponde al reino espiritual de
Dios al cual pertenecemos. Y es este evangelio de la soberanía y el
poder de Dios reinando sobre nosotros y sobre todo lo que existe el
que debemos predicar, instando a la gente a que se reconcilie con
su creador por medio de la obra redentora de Jesús y que se someta
al señorío de Cristo.