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Pasaje interior (1.980-1.984)
PASAJE INTERIOR
(1980-1984)
pues edificar
es consecuencia de la tierra
definir su vasta geometría
desde el polvo y su mensaje
donde el desnudo no existe
Miguel Mas
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Al principio, sólo eres unos ojos
sonámbulos, un efímero horizonte
siempre en marcha hacia la luz.
Un espacio te empuja
en actitud solemne y meditada.
Todavía tu perfil está dormido
y la noche aún te espera.
Solo eres silencio, una paz dormida,
donde adivinar procuras
los sonidos que a la nada te conducen.
Saboreas el néctar de la vida,
el aroma de cuerpos celestes,
consumiendo los últimos objetos,
los últimos minutos
de tu primera morada.
Sólo eres un mosaico sin imagen
donde todas las escenas se confunden,
una oscura dimensión
junto al límite que la tierra impone.
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No has pensado en tu vegetal origen,
en el tiempo detenido
limando tus asperezas
en las opacas profundidades del mar.
La noche insiste en ocupar el silencio
impactando su oscura huella
en la línea que circunda nuestras vidas;
en el acantilado
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arrojará la espuma de asfixia o muerte,
y velos invisibles
ocultarán en las sombras
la mano inmóvil que mueve los resortes.
Así existe el deseo
que tus labios ocultan:
poseer el tiempo, la palabra,
la noche desnuda, el cielo calcinado,
la tempestad,
todas las imágenes,
todas las escenas,
todos los espacios.
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La ciudad abre los surcos
de su piel intacta,
el rito de las ceremonias,
el perfil austero de la multitud,
cuya trayectoria se adivina en otro tiempo.
Esa atmósfera sellada,
esas sombras confundiendo los espacios
no cesarán hasta que la estela
se consuma en un holocausto,
corrompiendo el aire a bocanadas de humo.
En algún momento,
en otro instante,
una tierra desértica y pura
abatirá los muros,
se aferrará al vacío,
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cuando el viento arda
con húmeda pureza,
cuando el mar derrame
se semen de espuma,
cuando el polvo desnude los sonidos
del ropaje exhausto del silencio.
Y allí estaremos nosotros,
mirando frente a frente
las sórdidas tinieblas,
despojando la luz de su armadura.
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Un murmullo en entramadas calles,
un enjambre de rostros
compartiendo tu mismo laberinto,
toda la historia que tus ojos delatan;
una mano acechando el umbral
para poseer la sombra inerte
que la locura posee, la frágil
imagen de ignoradas formas;
un cuerpo distante
cerrando sus puertas
como noche fundida
en este ámbito asolado,
muro impasible de confusas siluetas.
Ya nada importa. El silencio,
con su densa calma,
aun persiste
en la ruta tenue de las horas.
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Con el viento meces
lo que la tierra destruye.
Un sórdido cobijo
en el rincón espera,
una luz confusa
ciega y amordaza,
y en la húmeda boca
la locura te posee
devorándote:
todo está previsto.
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Qué esperar puedes
del conjuro de brujos y doctores,
la vegetal unión del silencio antiguo
con la sombra fugaz de los altares,
el vuelo repentino
de todas las mentiras
buscando el ritual de nuestros actos,
la inútil extensión de la belleza,
o la vencida luz ,cuyo sudario posees.
Qué huella dejarás,
si el temor de tanta duda te destruye
cuando conocer quisieras
un furioso despertar,
un murmullo de plegarias y aquelarres
escrutando en la alcoba
tu forma y contenido.
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Ahora que la noche termina,
ahora que las horas caen muertas
y negros lapidarios besan tu textura,
comprenderás el destino que te dictan
aunque sólo sepas
el oficio de hombre.
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Has de saber que la tierra sólo recoge
lo que el tiempo le promete:
una falsa arquitectura, edificios
cuyo mármol agrieta los contornos,
fisuras en el jardín, un paisaje
que se funde y se deforma.
Así, el lento cambio de las cosas
apenas detiene nuestros días,
y, con cautela, el relieve guarda
sus facciones en una túnica de rocío,
desprendiendo el aroma que la noche niega.
Por angostos pasadizos
nuevos manantiales recorrerán tu cuerpo;
en ellos beberé el agua fresca y cristalina
hasta calmar la sed de tan larga espera.
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8
La noche el camino asedia,
al rostro arroja los despojos
de tanta lucha. Atrás quedan
las heridas, cicatrices del tiempo,
la consunción de la memoria
que no llega a ser barro,
ni estatua de bronce, ni bajel
que conduce para escapar a la ley.
Camina recto, con las manos
en alto, con los ojos abiertos,
con el cuerpo desnudo. Negra
es la noche; negro el destino.
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Si no existiera la palabra,
y el sonido omitiera su diseño,
tan sólo un débil quejido
emitiera la garganta, otra versión
sería nuestra vida y otra materia
nuestro eje.
Si todo se resume
en nada concreto, como vagar
por espacios infinitos, es este el momento
de pedir tregua, pues sabemos
el trayecto que tomamos,
pero no la magnitud de nuestro encuentro.
Si traspasar el umbral a nada conduce,
será porque los héroes no dictan su epitafio,
o, tal vez, frente al ocaso, guarden
al resbaladizo Dios entre sus dedos.
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En el umbral te escondes, mástil
de la noche, voz que acompaña
el rostro del océano, viento
que cincela y quebranta las visiones.
Cabos sueltos amarran el espacio
y la tempestad acrecienta los temores,
derriba la espuma hasta acallar
el clamor inocente. Sólo el aire
amordaza las tinieblas y a este altar
acuden las estatuas, lindes
de un desierto casi vacío, islas
de perlas nunca poseídas. Luego
está la mano que todo lo detiene,
la que te mostrará la paz y el silencio
de una muerte apenas esbozada.
Faro de las sombras, tú eres
el pasado que siempre me atormenta;
si dejas que mi fuerza te recorra,
y que mis ojos posean tu secreto,
se fundirán en tu vientre
las aristas de mi hostil armadura.
Ola gigantesca, de pronto asomas
tras el nítido paisaje para borrar
la memoria que el alba difumina;
tú, en quien la vida siempre se confunde,
no dejarás que el sueño te destruya,
si en el muro de artificio la historia
se detiene. Ángel caído,
pon en mis dedos la torpeza,
las dudas de este lento peregrinar,
allí donde inmensos torbellinos socavan
tus entrañas y ríos de sangre y lava
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modelan el espacio. Pájaro fugaz,
una estela de despojos te consume,
un batir de alas golpea y deforma
los enigmas, pues con tu dibujo
otro universo construyes,
aunque sus leyes ignores.
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Como un libro cerrado
que guarda su secreto
construyes las secuencias
que de mi vida ignoro,
el eje que todo lo transforma,
la húmeda sustancia
que la tierra germina.
Mientras, las hojas cubren
lo que nunca encontramos:
un silencio habitado
en la atmósfera sutil
de nuestros sueños.
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Aunque tus ojos lo nieguen,
el viento extraño de la tarde
devorará los huecos de la noche,
y los ojos de la ciudad
te observarán como dos cuchillos
rasgando tus facciones.
Las sombras dejan tras de ti
las huellas que predicen tus deseos.
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Es la hora, el rigor del espacio
te circunda, mientras la soledad
te acosa como a perro acorralado.
Contempla las cenizas,
ese cuerpo en falso.
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Tras la ventana sólo ves
lo que el marco te permite.
Los objetos buscan su lugar exacto,
y hasta la luz halla su perfil más denso.
Brillantes superficies,
bruscos cambios de materia
darán la versión completa del conjunto.
Pero tú seguirás
sin descubrir su forma,
y, cuando el rayo te deslumbre,
presentirás la sombra de tu rostro
y la ceguera de tu espíritu.
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Tú, sombra inerte,
ve a habitar los espejos
del día, erosiona
las blancas vestiduras del alba,
que resbale la espuma,
el eco de la forma,
pues fue mi goce poseer
el perfil exacto a tu deseo.
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Deja que el cuerpo
acomode su cansancio
levemente,
así no ha de esperar
el día ni la hora
en que maldiga su sueño.
Deja que el ojo
se acostumbre a la luz,
para que luego despierte
con la ebriedad del silencio
no hallado.
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¡Qué fáciles son los conceptos
escritos con indescifrables letras,
ser amante o enemigo,
afirmar o negar los juramentos
cuando la voz goza del placer de los justos!
Mis ojos buscaron el fuego
de los palacios, y los gritos
alzaron su voz. Ya todo desciende
cuando, acallados los clamores,
el amo llama a los siervos cautivos,
distantes del breve oráculo del miedo.
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La estancia está vacía,
sólo el calor y el eco la ocupan.
Tengo el calor y el eco
entre mis brazos,
permanecen aferrados
a este tiempo, este espacio,
a solas, a mi tiempo,
a mi espacio, lleno del sabor
de noches confusas,
junto al rincón vacío,
sobre el mármol pétreo.
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Quizás se consuma el dibujo,
y las suaves aristas,
cubiertas de cálidas pieles,
difuminen la luz más allá
del espacio infranqueable.
Tal vez así el pulso se detenga
y deje de enviar su latido final.
Aún golpea en mi cerebro
el ritmo impetuoso de la noche.
Fluidos esporádicos marginan mi estancia
donde siluetas mercenarias ocupan
mi única imagen y se agolpan
en un túmulo inabarcable
de esfinges inertes y uniformes.
Ante el laberinto hay que tener presente
el tiempo recorrido,
no sólo poseer la conciencia
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de la muerte o de la vida.
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Ebria me exhalas el hedor
de tu sombra, quiebras tus miembros
en la escena de mi alcoba macilenta.
Mientras, envejezco irreversiblemente,
los espejos no dan forma a la figura
que el tiempo deteriora.
Mis pasos
siguen el camino por todos recorrido.
He caído en la trampa letal
de los humanos sólo conocida.
Tambalean mis pies. Un gélido,
viscoso fluir me invade y arrebata.
A veces presiento la noche eterna.
No importa si la lluvia borra el vacío,
por siempre.
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Mirando al mar se ve que cumple un rito
cada vez que mueve sus onduladas crestas.
En su blanquecina túnica
se posan las gaviotas
con el rigor que el momento exige.
Una vela cruza el horizonte
dejando su uniforme estela,
y hasta el sol se esconde
para dejar la noche desnuda.
El salitre inunda mis sentidos.
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Me hablas, y sólo escucho
el murmullo incompleto de las olas.
Me tocas, y no te siento. Mi piel habita
la dimensión inútil de tu nombre.
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Yo no construí los muros que os separan.
No quise fabricar los candados
que cerraran vuestras puertas,
ni la llave que descubría
vuestro interior secreto.
No quiero ser guardián del santuario,
ni subir a las altas cimas
que la memoria sustenta,
ni guardar vuestra imagen
bajo la piel que me esconde.
Sabéis que mi palabra no dormita,
que mis pies están desnudos
y mi días contados.
Vosotros:
máscaras de juez omnipotente,
perdonad mi infamia
si perdonar sabéis, tened clemencia,
mis actos no me pertenecen.
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Un silencio hostil consume
el último rescoldo que en nuestro infierno queda.
Escucha los temores, el miedo
acechando los deseos que nunca poseímos,
siempre buscando el final a tu discurso
con el poder que de tu voz emana,
con el recuerdo de un rastro antiguo
tras el corredor que señala nuestro origen.
Un continuo abrazar a la distancia
nos hace regresar a lo que fuimos.
Somos ficción, plegaria estéril que la tierra
resucita, espacio que reconstruye
el punto de partida.
Otro viento es
el que recorre nuestros surcos
sobre mapas de piel intacta; su tacto,
hará de ti un cuerpo hermoso, abrirá
tus pupilas con desmesura, cercará
el tiempo en perfecta comunión
con el perpetuo transcurrir de nuestros días.
¡Qué existencia, qué camino nos depara
largo sueño o la espera inmóvil,
esa lucha perdida por los brazos de la muerte!.
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A ciegas, siempre a ciegas,
tus ojos observan
el acontecer de la vida,
una ficción que suave se desliza
entre las páginas de un libro ya olvidado.
Cuando todo te condene,
cuando el magma incandescente,
la materia, te modele o te transforme,
encontrarás el sentido de la espera,
ese fin cuyo principio ignoras.
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La hiedra avanza perforando los sepulcros.
Alguien, muy lejos, grita ecos prohibidos
de prohibidas ceremonias.
Junto a los pinares caen las sombras,
buscando el cobijo de las hojas secas.
Una vez más, la vida acompaña nuestro origen
caminando sobre cristales rotos,
esculpiendo en bajorrelieves la música lejana.
En las primeras andaduras seremos
pájaros errantes, marineros sin puerto fijo
donde descargar la soledad y el silencio.
La ciudad calla y la noche se desata,
nos envuelve quemándose bajo la luz del día.
En confundidos espacios respiramos el aire
a bocanadas de humo y perseguimos
con pausados espasmos el inicio de un gota de rocío,
penetrando en la piel de nuestra infancia.
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¿Qué surcos trazarán nuestras pisadas,
qué dirección tomaremos en la blanda arena,
si hay cercos de brazos fuertes,
fugitivas miradas en todas las esquinas,
soles subterráneos en las primeras luces,
grajos desnudos de vuelo raso,
fresnos desguazados cerrando los caminos,
sangre que reposa en la palma de vacías manos?
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¡Qué importa el silencio
si no hay juez ni delito,
amo ni dueño que sentencie
los actos clandestinos!
¡Qué importa la distancia,
la efímera presencia de la vida,
si no hay verdugo
que dicte el epitafio!
¡Quién dibujará el paisaje
después de la batalla,
cuando los perros ladren
aullidos de muerte
y copos de nieve arrastren!
la piel de los vencidos.
¡Quién rasgará sus vestiduras,
proyectará la efímera venganza,
o guardará en su memoria
la paz de la caricia, ese objeto deseado
que descubre la esencia de las cosas!
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Me pregunto de qué está hecha la materia,
si la mortaja reseña los contornos
de lo que fui y de lo que soy,
sin engañar la esencia y el valor
de lo que al fin seré, si esa forma
ondulante o rectilínea me define
o me entrega sin más contemplaciones
a un paraje de zarzales y de aguas cenagosas.
Respondo como un péndulo de rítmico vaivén
oscilando en un punto definido,
lo mismo que la rueda de la vida
avanza en el tiempo, pero sólo regresa
con el errático mundo de los sueños.
La recompensa es saber esperar,
adivinar la pagina abierta del libro
en el momento justo, remover de la memoria
los pasajes donde se nutre la esperanza.
Y así, la materia tomará forma, cuerpo,
volumen, sentido, ajustará sus engranajes,
sus resortes, su fricción al junto movimiento,
para dar merecido sentido a la caricia,
y que el brusco cambio del odio al amor
sea duradero, imperecedero, un salto limpio
merecedor del aplauso.
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Es tarde.
La noche no acostumbra
a maldecir nuestros nombres,
si en tus manos tienes
la llave y su secreto.
Fue preciso borrar tanta soberbia,
destruir la fuerza
que a la vida nos ata,
que hasta las dudas alcanzaron
los enigmas más distantes.
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A donde te ocultes,
el barro salpicará tus garras
y el moho ascenderá,
como hiedra virgen,
a horadar tu piel y tu volumen.
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Acepta ser
el viento que pasa
con la severidad del vuelo
y el equilibrio del ala.
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30
No morirás. Vivir
es verter en la turbia copa
lo inútil, lo infame
de tantas creencias.
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INDICE
1. Al principio sólo eres unos ojos
2. No has pensado en tu vegetal origen
3. La ciudad abre los surcos
4. Un murmullo en entramadas calles
5. Con el viento meces
6. Qué esperar puedes
7. Has de saber que la tierra sólo recoge
8. La noche el camino asedia
9. Si no existiera la palabra
10. En el umbral te escondes
11. Como un libro cerrado
12. Aunque tus ojos lo nieguen
13. Tras la ventana sólo ves
14. Tú, sombra inerte
15. Deja que el cuerpo
16. ¡Qué fáciles son los conceptos
17. La estancia está vacía
18. Quizás se consuma el dibujo
19. Ebria me exhalas el hedor
20. Mirando al mar se ve que cumple un rito
21. Yo no construí los muros que os separan
22. Un silencio hostil consume
23. A ciegas, siempre a ciegas
24. La hiedra avanza perforando los sepulcros
25. ¡Qué importa el silencio
26. Me pregunto de qué está hecha la materia
27. Es tarde
28. A donde te ocultes
29. Acepta ser
30. No morirás.