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PERSONAJES EXTREMEÑOS EN LOS CEMENTERIOS DE ESPAÑA (1)
Ricardo Hernández Megías. Febrero 2012
Recordamos que allá por los primeros años del actual siglo XXI, los
periódicos y revistas especializadas comenzaron a hablar de la
celebración del cuarto centenario de la publicación de la primera parte de
la obra más universal de las letras españolas, El Ingenioso Hidalgo Don
Quijote de la Mancha, 1605, del autor de Alcalá de Henares, don Miguel
de Cervantes Saavedra, conocido –y reconocido– más tarde, como El
Príncipe de los Ingenios.
No había semana en que no saliera algún crítico o especialista sobre
el tema hablando de la universal obra, o del no menos universal autor y
de sus muchos merecimientos para tan deseado evento. Si bien, creemos,
que el mejor homenaje que se le puede hacer a un escritor es la
publicación y difusión de su obra, no es menos cierto (y así se viene
haciendo en todo el mundo civilizado), que se aprovechen estas
efemérides para hacer una ofrenda floral o cultural delante de la tumba
del personaje, como un merecido reconocimiento a su memoria y a su
paso por esta vida, muchas veces –como lo fue en este caso–, no del todo
satisfactoria, ni cómoda, ni mucho menos de reconocidos méritos
literarios.
Y aquí empieza el problema. Los españoles, que nunca nos hemos
distinguido por reconocer en vida los méritos de aquellos que triunfan o
se destacan en cualquier actividad pública, no lo íbamos a hacer a su
muerte y, a lo largo de nuestra ya larga historia, hemos sido incapaces de
preservar la memoria de nuestros grandes personajes, que una vez
muertos y enterrados con la pompa y el boato oficial de la época, han
merecido el más cruel de los olvidos. Solamente un país como el nuestro
es capaz de popularizar y vulgarizar una sentencia tan cruel como la que
dice: el muerto al hoyo y el vivo al bollo, dando con ello a entender que
lo que realmente tiene valor es el presente y no el pasado, por muchos
méritos contraídos por dichos personajes.
_______________ (1) Todos los datos aquí recogidos pertenecen a mi libro Escritores extremeños en los Cementerios
de España. Beturia Ediciones, Madrid, Tomos I- II (2004) y Tomo III (2011)
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De este abandono, tanto de las autoridades políticas y culturales, así
como de los ciudadanos, hemos llegado en los momentos actuales, a ser
el único pueblo de Europa donde no tengamos, no ya un Panteón
Nacional de Hombres Ilustres, como pueda ser el caso de nuestra vecina
Francia, sino la simple conservación de las artísticas tumbas de muchas
de las más reconocidas figuras de las Letras, de las Ciencias, de las
Artes, de la Guerra, salvándose, en muy contados casos, algún que otro
prohombre de nuestra historia, como consecuencia de las influencias
territoriales, según la suerte de su lugar de nacimiento. Si a esto
añadimos que muchos de estos grandes personajes tuvieron en su
momento gran relevancia social, política o económica y que en el
momento de su muerte sus panteones fueron construidos y decorados
con trabajos de los mejores escultores nacionales y extranjeros, podemos
valorar, en su conjunto, lo que de importancia artística hemos perdido
con la desaparición de sus tumbas.
Templete con los restos de los Liberales del XIX
Es verdad que en muchos casos hay razones de índole social para
justificar estas valiosas pérdidas, como es el caso de Madrid, ciudad que
hasta finales del siglo XIX era un poblachón de abigarradas calles
encerradas por obsoletas murallas, señalando sus reminiscencias árabes
que la condenaban a sufrir los inconvenientes de una urbe sin
posibilidades de expansión. Fue a partir de los nuevos decretos reales
firmados por el rey Carlos III en el último tercio del siglo XVIII de
obligar a que los enterramientos se hicieran fuera de los templos y de las
ciudades, como medidas de sanidad y seguridad una vez producido en
marzo de 1781, en el pueblo de Pasaje, una infección por la peste
causada por los numerosísimos restos que contenía su iglesia parroquial
y que causó la muerte de 83 ciudadanos. Pero, realmente, esta real orden
fue incumplida en numerosas ocasiones y fue el nuevo rey francés José
Napoleón I, en 1813, quien definitivamente rompió las murallas de
Madrid, derrumbó numerosos barrios e iglesias para crear amplios
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espacios libres y plazas de recreo, eliminó sin muchos miramientos los
cementerios que se encontraban dentro de la gran ciudad y, lo más
importante para este estudio, prohibió definitivamente los enterramientos
en lugares sagrados cerrados, creando para ello, a las afueras de los
nuevos núcleos urbanos, dos grandes cementerios civiles: uno al Norte
(en lo que hoy llamamos glorieta de Bilbao, al final de la calle
Fuencarral), y otro al Sur (en los desmontes que hoy serían parte del
barrio de Legazpi y que colindaban con los atochares del río
Manzanares)
Creemos importante esta aclaración sobre las costumbres y modos
de enterramientos en Madrid, porque ello tiene mucho que ver con el
siguiente paso en este estudio sobre los panteones de los personajes
extremeños, muchos de ellos descansando en la paz eterna en los nuevos
campos de muerte creados a partir de estas fechas.
Panteón de Sagasta, obra de Benlluire
Siguiendo el hilo de lo que antes veníamos diciendo, las autoridades
políticas y académicas que querían darse lustre ante el mundo de la
cultura con el homenaje a la obra más representativa de la literatura
castellana, no podían hacer el imprescindible homenaje a su creador…
porque muchos de ellos desconocían –también las actuales los
desconocen– sus lugares de enterramiento, como es el caso de los restos
de Cervantes, Quevedo, Lope, Calderón, Herrera, y un largo etcétera de
ilustres personajes del llamado Siglo de Oro, -por nombrar algunos de
los más conocidos–, que hacen que nos sonrojemos ante tanto desafuero
y tanta incultura en un pueblo, como el español, que ha dado al mundo
algunas de las mejores obras de la literatura por el hombre conocidas.
Nosotros queremos dejar aquí señalado que Cervantes, fallecido en
Madrid el 22 de abril de 1616, fue enterrado “de pobre” en el cercano
convento de Las Trinitarias, sito entre las calles Huerta y Lope de Vega,
(antigua calle de Cantarranas), convento que sufrió una gran
remodelación en el año 1639, perdiéndose para siempre el lugar de
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enterramiento del insigne escritor, cuyos restos, creemos, están
depositados, junto a los de otros muchos difuntos pobres, en el osario
común del nuevo convento.
Detalle del Panteón de Hombres Ilustres de la Sacramental de San Isidro
Estos despropósitos, esta falta de sensibilidad ante la muerte y,
principalmente, ante las figuras de nuestros grandes personajes, fue lo
que nos inclinó a modificar los trabajos biográfico que hasta esos
momentos veníamos haciendo sobre personajes extremeños y que, a
partir de esos momentos, siguiéramos adelante con ellos, pero, señalando
con noticias reales, así como dejando constancia fotográfica, de los
lugares de enterramientos de cada uno de los personajes a los que
literariamente nos acercábamos. Este trabajo se publicó en dos tomos por
la Editorial Beturia, en 2004, recogiendo los apuntes biográficos de
veintitrés escritores extremeños, con un proemio del malogrado amigo
don Rafael Rodríguez-Moñino Soriano y Epílogo del poeta José Iglesias
Benítez. Señalar que un tercer tomo con otros nueve apuntes biográficos
está finalizado y pendiente de su publicación en la misma editorial
Beturia, con un prólogo del escritor extremeño y amigo Theófilo Acedo,
que verá la luz para finales de este mismo mes de marzo de 2012.
* * *
Una vez que nos hemos introducido en el siempre curioso mundo
de los cementerios, de tanta raigambre y tradición en nuestra cultura
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judeo-cristiana, vamos a dar comienzo a un somero estudio de los
lugares de enterramiento de los grandes escritores extremeños hasta estos
momentos estudiados en nuestros trabajos de divulgación.
Panteón de López de Ayala en la Sacramental de San justo
Por los mismo años que anteriormente señalábamos, en que se
preparaban los fastos de los homenajes al Quijote y a Cervantes,
recordamos que un día, en uno de los muchos actos culturales
extremeños a los que solemos asistir, nos presentaron a una “alta
personalidad” de la anterior Junta de Extremadura, quien conocía el
trabajo que veníamos haciendo y, esperamos que para halagarnos, o,
seguro, para demostrarnos que él también quería contribuir al
enaltecimiento de nuestros escritores como una parte más de las nuevas
señas de identidad que se querían imprimir a la recientemente constituida
y aprobada Autonomía extremeña, nos avanzó el estudio que se venía
haciendo por algunos “entendidos en la materia” para levantar un
Panteón de Hombres Ilustres Extremeños, idea por cierto muy recurrente
de todos aquellos que llegan nuevos a los gobiernos (aunque sean
autonómicos), pero, naturalmente nunca realizados, entre otras muchas
razones…, porque es una idea de imposible cumplimiento, como más
adelante detallaremos.
Creemos que fuimos poco correctos con nuestro interlocutor (desde
aquí pedimos disculpas) y que el asombro que reflejaba nuestra cara y
nuestra sonrisa de incredulidad dejó desconcertado a quien solamente
quería congraciarse con nosotros. Pero tenemos que confesar que el
cargo que aquel hombre representaba en nuestra Comunidad Autónoma
y su grado de desconocimiento de lo que nos estaba anunciando nos
producía una insatisfacción que rayaba en lo más ridículo que hasta esos
momentos habíamos escuchado. No, no queremos ser crueles con nadie.
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Tan solo queremos señalar cómo temas tan sensibles para un pueblo –
esta vez el extremeño– como lo pueda ser éste de sus muertos, son
tratados de una manera tan superficial, sin que antes se estudie a fondo
su posible realización.
Primer gran proyecto para un Panteón de Hombres ilustres: San Francisco el Grande
Para empezar, y como consecuencia de los mismos problemas
sociales, económicos y políticos que desde siempre han incidido en
Extremadura, con dos clases sociales completamente diferenciadas y
enfrentadas, tanto en lo económico como en lo cultural, han hecho,
durante siglos, que los hijos de las clases económicas privilegiadas
(salvo alguna excepción), pudieran estudiar en las Universidades
españolas, preferentemente Salamanca, Sevilla o Madrid, y que una vez
terminadas sus carreras, no regresaran a Extremadura, haciendo sus vidas
profesionales en las grandes ciudades, tanto españolas –normalmente–,
como europeas. Afortunadamente, Extremadura puede contar entre sus
hijos a un gran número de hombres que alcanzaron fama y prestigio, bien
a través de la pluma, o bien a través de la política, cuando no en ambas a
la vez, siéndoles reconocidas ambas facetas profesionales y mereciendo
los mayores galardones y puestos de prestigios. Cuando morían
alcanzados por la poca fiable diosa Fama, los mismos organismos
oficiales, gubernamentales, literarios, o por qué no decirlo, el mismo
pueblo al que habían servido de una u otra manera, les premiaban con el
levantamiento de un mausoleo oficial pagado por suscripción popular, o
eran enterrados en los llamados Panteones de Hombres Ilustres locales.
Por lo tanto, pasaban a ser parte del Patrimonio Nacional, como hasta en
estos momentos se conservan. Otros, que no alcanzaron fama nacional o
no quisieron desvincularse de su tierra, también están enterrados en
tumbas pagadas por el erario público o, en muchos casos, por la
aportación de sus ciudadanos, siendo consideradas sus tumbas
patrimonio municipal. Frente a estas perspectivas, naturalmente, las
palabras del político quedaban vacías de contenido, o, por decirlo de
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manera más literaria, eran un nuevo “un brindis al sol” por parte de una
autoridad política.
Vamos nosotros, en breves apuntes a señalar quiénes son estos
escritores-políticos –o políticos-escritores– estudiados y su lugar de
enterramiento, señalando en cada uno de ellos estas circunstancias que
anteriormente hemos reseñado, pudiendo comprobar que, en muchos
casos, su misma muerte es más literaria que su propia obra:
Políticos-escritores extremeños enterrados en Panteones de
Hombres Ilustres, pertenecientes al Patrimonio Nacional:
Benito Arias Montano.- Fregenal de la Sierra (antiguo reino de
Sevilla) hoy perteneciente a la provincia de Badajoz, 1527; Sevilla, 6 de
julio de 1598. Este humilde sacerdote que llegó a ser uno de los hombres
con más influencia en la política del rey Felipe II y uno de los sabio más
reconocidos de su tiempo, figura principal de la Biblia Políglota, murió
en su casa sevillana del Campo de la Flores, donde redactas sus últimas
voluntades, cuando preparaba su retiro definitivo en la Cartuja de Santa
María de las Cuevas. En estas últimas voluntades redacta: Mando mi
cuerpo a la tierra de que fue formado, y pido y suplico ser sepultado en
sepultura eclesiástica como cristiano sacerdote y religioso; que la dicha
sepultura me sea proveída y dada en lugar que plugiere a aquellos
hermanos cristianos y donde Dios ordenare que sea el fin de esta vida
mortal mía, para que allí atienda mi cuerpo la resurrección suya, que
firmemente creo y espero”.
Sus restos mortales fueron sellados en un cajón de plomo y
depositados en el lado izquierdo de la iglesia conventual de Santiago de
los Caballeros (o de la Espada) de Sevilla. No sería el destino final de
sus restos. Al abandonar la comunidad el convento ante la invasión de
las tropas francesas que lo utilizaron como cuartel, el 30 de marzo de
1808 y ante el temor de que sus cenizas fueran ultrajadas, fueron
retirados sus restos y trasladados a la Catedral Hispalense, donde
nuevamente fueron colocados sus restos, el 25 de junio siguiente, en un
nicho de la capilla grande de la Concepción, respetando la estatua
yacente de su primer enterramiento erigido por sus amigos de la iglesia
de Santiago. En la actualidad, los restos de nuestro paisano descansan en
la pequeña iglesia de la Anunciación, en la capital Hispalense, cuya
cripta ha sido convertida en Panteón de Sevillanos Ilustres, en cuya
lápida podemos claramente leer el epitafio que estos amigos le
dedicaron: En el año del Señor de 1598 los amigos enterraron los huesos
de Benito Arias Montano, hombre clarísimo por su piedad cristiana,
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doctrina y santidad de costumbres, eximio comentado por don divino de
las Sagradas Escrituras, con la esperanza de la resurrección.”
Juan Meléndez Valdés.- Ribera del Fresno (Baja Extremadura), 11
de marzo de 1754; Montpelier (Francia), 24 de mayo de 1817. No es
justo, como señala acertadamente Pecellín Lancharro –ni cierto,
añadimos nosotros–, el juicio que sobre Menéndez Valdés hace Pedro
Salinas en el prólogo de la Poesías, editadas por Clásicos Castellanos.
Meléndez Valdés es un hombre de su tiempo, y como tal, incurre en
contradiciones personales e ideológicas tan comunes en los seguidores
de las Luces y de la Razón: de los Enciclopedistas. Hijo de una familia
rural acomodada que aprovechó estas circunstancias para darle a sus
hijos una educación esmerada, Juan Meléndez Cacho (el patronímico
Valdés será un homenaje a un pariente lejano que se le había atendido
con cariño en Madrid), hace sus primeros estudios en la escuela de los
Padres Dominicos de Santo Tomás de Madrid, ampliándolos en los
Reales Estudios de San Isidro, bajo la protección del obispo de Segovia,
monseñor Llanes, quien le enviará a Salamanca a estudiar Leyes. Amigo
personal de Jovellanos y Cadalso, serán desde un principio quienes
orienten los futuros pasos del joven poeta, como bien nos lo recuerda
Quintana. Meléndez Valdés pasará por momentos muy delicados,
cuando enferme de gravedad y tenga que retirarse al campo, y,
principalmente, a la muerte de su hermano Esteban que lo sumerge en un
profundo pozo de dolor y de melancolía, llegando, incluso, a pensar
hacerse sacerdote.
Afortunadamente para él, todo cambia cuando vuelve a Salamanca,
en 1778, para ocupar la vacante de una cátedra de Humanidades, dejando
atrás sus dudas clericales y sus desvaríos hacia las hembras y el vino. En
1781 ocupará en propiedad la cátedra de Prima de Gramática,
licenciándose y doctorándose en Leyes en los años 1782 y 1783. A estas
alturas de los tiempos, Batilo es reconocido como uno de los más
afamados poetas de su tiempo, mereciendo la amistad de los grandes
santones de la literatura, como lo era el mismo Jovellanos. En 1785
publica el primer tomo de sus Poesías que le catapultó al éxito general.
Un reflejo del carácter impreciso y romántico de Meléndez lo
podemos encontrar en su propia boda: en los momentos de máximo
éxito, en 1785, ya llevaba dos años de casado en secreto y en el mayor
desconocimiento de sus mejores amigos, con la señorita María Andrea
de Coca y Figueroa, de distinguida familia salmantina, mujer que si bien
era de una considerable belleza, tenía un carácter horroroso e intratable,
aunque amantísima con su esposo. Cansado por su actual vida, falto de
perspectivas culturales, Meléndez emprende la carrera de Magistrado,
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tomando posesión el 15 de septiembre de 1789 como Alcalde del Crimen
en la Audiencia de Zaragoza, para pasar el 12 de mayo de 1791 a ocupar
el puesto como Oidor de la Chancillería de Valladolid, ciudad en la
permanecerá hasta 1797, en la que es nombrado Fiscal de la Sala de
Alcaldes de Casa y Corte de Madrid, por recomendación de su amigo y
paisano Manuel Godoy. En el mismo año y dedicadas al Príncipe de la
Paz, saldrán publicadas la 2ª edición de su Poesías. Sus ideas siempre
comprometidas y sus desencuentros con la Inquisición hacen que el 27
de agosto de 1798 reciba una orden de destierro hacia Medina del
Campo, donde debería esperar las nuevas órdenes de S. M., coincidiendo
dicha orden con la caída de su amigo Jovellanos, destierro que terminaría
con el Motín de Aranjuez, volviendo nuevamente a Madrid, donde
comenzará su calvario que le llevará nuevamente al destierro, esta vez a
territorio francés y, poco más tarde, a su muerte.
El 24 de mayo de 1817, en Montpellier y en casa del doctor Fages –
su amigo que le daba albergue– muere el gran poeta por causa de un
ataque de perlesía. Tampoco los restos de Meléndez Valdés alcanzaron
la paz definitiva hasta mucho tiempo después. Cinco enterramientos
tuvieron que sufrir sus restos: primeramente se le enterró,
provisionalmente, en una bodega de una casa de campo, por las
extravagancias de su esposa, temiendo que robaran su cadáver, después,
en la iglesia de Montferrier, donde sus restos estuvieron a punto de
perderse; luego, en 1828, por diligencias de Nicasio Gallego y el duque
de Frías, en el cementerio del Hospital de San Carlos, en Montpellier,
donde estuvieron 38 años. El 6 de mayo de 1866 –cincuenta y ocho años
después de atravesar la frontera como exiliado–, el gobierno de Isabel II
los traslada a Madrid (existen datos muy curiosos de Mesonero Romanos
–hijo–) y, el 11 de mayo de 1900 fueron trasladado definitivamente a la
Sacramental de San Isidro, donde reposan en el Panteón de Hombre
Ilustres. Mientras las autoridades oficiales homenajeaban a los
afrancesados elevándoles un mausoleo en el cementerio de Madrid,
muchos oficialistas y retrasados inquisidores se manifestaban
escandalizados gritando: En lugar de traer aquí a esa gente para
enterrarlas en los cementerios de Madrid, hubiésemos debido quemar
sus restos y dispersar sus cenizas a los cuatro vientos para hacer
reflexionar a los traidores. Terrible tragedia de la este hombre bueno y
sabio a quien la historia le dio la espalda.
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Diego Muñoz-Torrero.- Cabeza del Buey (Baja Extremadura),
1761; Penal de San Julián de la Barra (Portugal), 16 de marzo de 1829.
Diputado por Extremadura, Catedrático de Teología y ex-rector de la
Universidad de Salamanca, fue nombrado obispo electo de la ciudad de
Guadix (Granada). Figura principal de los redactores de la Constitución
de 1812 “La Pepa”, y personaje encargado de hacerla jurar al rey
Fernando VII, a la vuelta del absolutismo sería perseguido por los
realistas, junto a tantos liberales que sufrieron persecución y muerte por
el llamado “Ángel exterminador”. Huído a Portugal llevó una vida de
penalidades y a la llegada del rey Miguel I, fue encarcelado en el penal
de San Julián de la Barra donde falleció a consecuencia de los
sufrimientos y falta de alimentos. Lo normal de un presidiario cuando
moría era que su cuerpo fuera tirado al mar y comido por los peces. Él
tuvo más suerte. Su cuerpo, primeramente fue enterrado en unos terrenos
valdíos cercanos a la playa, para, posteriormente ser trasladados a un
humilde cementerio, en el pueblecito de Oeiras, en el año 1834. Treinta
años después, el partido liberal decide rescatar del olvido la figura de tan
importante personaje, proponiéndose rescatar sus restos. Aprovechando
el panteón que en 1835 se había levantado en el cementerio de San
Nicolás, de Madrid, para guardar los restos de Argüelles, Calatrava y
Mendizábal, se decide incorporar en el año 1864 los restos de Muñoz-
Torrero, a los que se agregarán en su reducido espacio de piedra de
granito, en 1874, los de Olózaga. Es un monumento obra de Federico
Aparici, en forma de templete circular, coronado por una estatua de la
Libertad. Actualmente, al desaparecer el cementerio de San Nicolás este
templete y los restos que albergaban pasaron al Panteón de los Hombres
Ilustres de Atocha, en uno de cuyos ángulos de su cuadrado claustro se
encuentra.
José de Espronceda y Delgado.- Almendralejo (Baja
Extremadura), 25 de marzo de 1808; Madrid, 23 de mayo de de 1842.
El nacimiento de Espronceda en tierras de Extremadura es
completamente accidental, como consecuencia de que su padre, militar
de carrera, estuviera destinado en un batallón del regimiento de
caballería en los primeros años de la guerra de la Independencia con las
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tropas francesas y portuguesas, y que a éste le acompañara su esposa, en
aquello momento en avanzado estado de embarazo, por tierras
extremeñas. Espronceda es el personaje más representativo del pos-
romanticismo español y su posterior obra así debe de enmarcarse.
Hombre comprometido desde su juventud con los ideales liberales, sus
comienzos políticos estarán marcados por la ignominiosa muerte en la
horca, en la plaza de la Cebada de Madrid, del héroe popular, el general
Riego. Este hecho le llevó, junto con otros amigos tan jóvenes e
idealistas como él a crear una “Sociedad secreta”, denominada Los
Numantinos, que le llevaría a la corta edad de quince años a sufrir
encarcelamiento en un convento-cuartel de la ciudad de Guadalajara.
Agobiado por la policía realista del felón Fernando VII, emprende la
huída hacia Gibraltar, para poco tiempo después dar el salto hacia
Portugal donde vivía una abundante colonia de exiliados españoles. Allí
conocerá el hambre, el frío, la soledad… pero también el amor, en la
figura de Teresa Mancha, hija de otro militar español exiliado.
Espronceda dará el salto a Inglaterra siguiendo los pasos de su amada a
la que sus padres han apartado de los ambientes del exilio, tanto
portugués como inglés, queriendo con este paso alejarla del poeta.
Hombre fogoso y llevado por sus ideales de libertad, participa como
guerrillero en las barricadas de los sucesos de 1830 en París que serán el
final de la corrupta monarquía borbónica. La victoria, aplastante y sin
mucho brillo, dará pie a que los participantes españoles emprendan la
empresa de entrar en España para enfrentarse con los absolutistas
fernandinos. La derrota de los revolucionarios y la muerte por
fusilamiento de su líder, hizo que volviera nuevamente a Francia y,
desde allí, regresar a tierras inglesas. El reencuentro con su amada
Teresa, mujer que se había casado con un comerciante vasco para salvar
a su familia del hambre y la pobreza, y la huída con ella desde un hotel
de París abandonando a su esposo y a sus hijos, marcó el destino de este
hombre apasionado, violento, pero uno de los más grandes poetas de su
época. El abandono al que posteriormente le sometió Teresa dejándole
una hija de ambos y su triste fallecimiento a la edad de 28 años, le llevó
a componer uno de los cantos románticos más hermosos escritos en el
siglo XIX: Canto a Teresa. Nuevamente en España y perseguido por su
fama de conflictivo, se dedicará en cuerpo y alma a la política y a la
poesía, siendo nombrado diputado por Almería y escribiendo obras tan
importantes como El Pelayo, El estudiante de Salamanca, Sancho
Saldaña, o El diablo Mundo, así como numerosas poesías que le darán
fama nacional: La canción del pirata, El himno al sol, El verdugo, A
Jarifa en una orgía, etc.
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Cuando Espronceda había sosegado su vida y encontrado de nuevo
el amor, muere a la edad de treinta y cuatro años víctima de una difteria
de laringe, vulgarmente llamado “garrotillo”. Sus restos fueron
depositados en esos momentos en un humilde nicho en el Cementerio de
la Sacramental de San Nicolás, que se hallaba por aquellas fechas
cercano a la Puerta de Atocha, calle de Méndez Álvaro esquina con
Canarias, muy cercano al nicho de su amigo Larra que le había precedido
en la muerte. A la desaparición de este cementerio, como consecuencia
de los planes de expansión del “nuevo Madrid”, los restos de estos dos
amigos fueron reclamados (junto con los de otros escritores) por las
asociaciones culturales madrileñas, que les dieron nueva sepultura en el
proyectado Panteón de Hombres Ilustres madrileños de la Sacramental
de San Justo.
Juan Donoso Cortés.- Valle de la Serena (Baja Extremadura), 6 de
mayo de 1809; París (Francia), 3 de mayo de 1853. Aunque su familia
viviera en Don Benito, los acontecimientos de la guerra de la
Independencia aconsejaron a sus padres desplazarse a sus posesiones en
el Valle de la Serena, donde nacería el niño, hijo de grandes
terratenientes de la comarca. Podríamos resumir su vida diciendo que
recorrerá un largo camino ideológico desde su juventud liberal y
enciclopedista, hasta posturas conservadoras y ultra católicas en su
madurez. Luis Veuillot, en la introducción que precede a la Obra de
Donoso Cortés, publicada por su familia en lengua francesa, después de
haber ensalzado su memoria, escribe estas palabras: No: el nombre de
Donoso Cortés no morirá, antes ha de aumentarse todavía su gloria, los
grande conceptos de su mente, lejos de ser puestos en olvido, lograrán
más autoridad a medida que lo que él previó se vaya manifestando.
Estas palabras, dichas a más de ciento sesenta años de distancia, se
manifestarán premonitorias, puesto que hoy en día y con una España
completamente diferente a la que él vivió, muchas de sus ideas siguen
actualmente vigente en algunos políticos democráticos conservadores.
Muy joven marcha a estudiar a la Universidad de Salamanca, foco
en aquellos momentos de grandes tensiones políticas, y en 1822 ingresa
en el Colegio Universitario de Cáceres, donde conoce a un hombre que
será clave en su vida: el gran poeta Quintana; en la Universidad de
Sevilla, donde predomina los liberales, termina sus estudios de Derecho,
aunque ya por aquellas fechas su gran afición era la literatura. Poco más
tarde, con el título bajo el brazo, recala en Madrid y bajo la tutela de
Quintana aceptará dirigir la cátedra de Literatura del Colegio de
Humanidades de Cáceres. Hombre de su tiempo, Donoso Cortés es uno
de los últimos seguidores del Romanticismo, con quienes se alinea,
siendo uno de los más fervorosos admiradores de Byron, su guía y
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ejemplo a continuar. De nuevo en Madrid, en 1832 y casado con Teresa
García Carrasco, compone su Memoria sobre la situación actual de la
monarquía, donde se muestra partidario de la joven y futura reina Isabel
II. Esta obra será la verdadera llave que le introduzca definitivamente en
el mundo de la política, de la que no saldrá ya más hasta el momento de
su muerte, siempre ocupando altos cargos. Su gran fama de orador y su
enorme inteligencia harán que sea nombrado miembro de la Real
Academia de las Buenas Letras Sevillanas, de la Económica cacereña y,
más tarde, ingrese con todo honor en la Real Academia Española.
Si hasta estos momentos Donoso ha defendido una posición
abiertamente progresista y ha mantenido contactos literarios con lo más
granado del liberalismo como lo eran Larra, Espronceda o el mismísimo
Quintana, su paso por París tras el trágico episodio de la muerte de su
hija, primero, y más tarde de su esposa, harán que inicie un marcado giro
hacia posiciones marcadamente conservadoras. Uno de sus primeros
pasos será su regreso a la fe católica, y como nuevo converso, lo hará de
la manera más radical posible. Su acercamiento a la monarquía es tan
visible, que llegará a ser nombrado Secretario personal de la reina, y su
implicación política tan acusada, que participará directamente en los
acontecimientos turbulentos que terminarán con el derrocamiento del
liberal Espartero. Diputado por Badajoz y Ministro Plenipotenciario con
grandes honores, llegará a concitar la envidia de sus adversarios
políticos. La postura tan radical de Donoso Cortés coincide con los
movimientos revolucionarios que en 1848 invaden Europa. Él cree, y lo
mantiene en sus escritos, que el mantenimiento de la monarquía, de la
tradición y, de forma determinante, del catolicismo, serán las únicas
barreras capaces de defenderse de las revoluciones. Su radicalización es
tan acusada en estos momentos, que llega a defender la dictadura y el
recurso de la fuerza: el futuro no pertenece a la libertad, llegará a
pronuncia sin que le tiemble la voz. Estos conceptos están
magníficamente reflejados en sus dos obras fundamentales: Discursos
sobre Europa y, sobre todo, en Ensayo sobre el Catolicismo, el
Liberalismo y el Socialismo.
En París, viviendo una vida muy piadosa y austera, completamente
ajena a su cargo de Ministro Plenipotenciario, muere Donoso Cortés el 3
de mayo de 1853, pocos días antes de cumplir 44 años. La muerte del
marqués de Valdegamas, gran Cruz de las Órdenes de Isabel la Católica
y de Carlos III y Gran Oficial de la Legión de Honor, fue una
manifestación de dolor de la clase política. Sus exequias, el día 7 de
mayo, fueron celebras en la iglesia de Saint-Philippe du Roule, en cuyo
bóveda y provisionalmente fueron depositados sus restos. Por decreto de
28 de junio del mismo año, se ordena el traslado de sus restos a Madrid,
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quedando depositados, nuevamente de manera provisional, en las
bóvedas de la iglesia de la Colegiata de San Isidro el Real, el 12 de
octubre del mismo año, corriendo el gobierno con todos los gastos, a la
espera de un enterramiento final, digno de la importancia del personaje.
Finalmente, después de muchos años de abandono, olvidados y casi
perdidos, sus restos mortuorios son trasladados al Panteón de Hombres
Ilustres del cementerio de la Sacramental de San Isidro, donde reposan
junto a los de Leandro Fernández de Moratín, Menéndez Valdés y los de
Goya, estos últimos trasladados más tarde a la ermita de San Antonio de
la Florida.
José Moreno Nieto.- Siruela (Comarca de los Montes. Baja
Extremadura), 2 de febrero de 1825; Madrid, 24 de febrero de 1882. Hijo
de una familia de clase media –su padre era médico–, tuvo la desgracia
de quedar huérfano a muy corta edad, superando el posible descalabro
económico que supuso la muerte de su padre, cuando un tío suyo,
sacerdote, observó las extraordinarias posibilidades que la inteligencia
del niño poseía, mandándole a estudiar Humanidades al Monasterio de
Guadalupe, de donde pasaría a estudiar Leyes a Toledo, lugar idóneo
para aficionarse al estudio de las lenguas semíticas. En 1846 se licencia
en Derecho, opositando a la cátedra de árabe de la Universidad de
Granada, año en que el gobierno le encomendará la ingente labor de
componer una gramática de lengua árabe, pero escrita en castellano,
trabajo que realizó con considerable éxito, dándola por terminada en el
año 1863, aunque no fuera publicada hasta el año 1872.
Moreno Nieto era un personaje muy querido en Granada por su
sencillez y por su enorme prestigio en el mundo de la cultura, llegando a
presidir en dicha ciudad la Academia de Ciencias y Literatura, así como
a formar parte de la Junta de Gobierno de la Academia de Bellas Artes.
Hombres de profundas creencias religiosas y políticas como tantos otros
hombres salidos del Partido Liberal, fue evolucionando hacia una
concepción hegeliana del espíritu absoluto; podemos considerarlo, por lo
tanto, como uno de los más significados representantes del doctrinarismo
politico del siglo XIX. Sin embargo, nunca tuvo éxito en el campo de la
política, como consecuencia precisamente de su carácter bonachón y su
búsqueda de un punto de equidistancia en la política, llegando a ser
denostado por sus mismos correligionarios y denunciado como hombre
poco implicado. Algo tan corriente en aquello años de incertidumbre
política, era el pase de militancia de un partido a otro, sin que los
interesados se ruborizaran lo más mínimo; también Moreno Nieto, que
anteriormente había defendido en el Parlamento propuestas de leyes
conservadoras o progresistas, pasaría, más tarde, a militar en el nuevo
partido de Unión Liberal de O´Donnell. En 1859, por petición del
15
gobierno de turno, pasaría a explicar Hacienda Pública en la Universidad
Central, para poco después, en reñida oposición ganar la cátedra de
Historia de los Tratados en la facultad de Derecho. Fue, también por
méritos propios, Académico de la Historia, de las Ciencias Morales y
Políticas, de la de Jurisprudencia y Legislación y Presidente del Ateneo
(1875-1881). Durante el reinado de Amadeo I de Saboya, fue
unánimemente votado por el Claustro de profesores como Rector de la
Universidad de Madrid. Su obra impresa (dejó mucha sin imprimir) se
reduce a dos importantísimas obras: Gramática de la lengua árabe y
Catálogo de los libros existentes en la biblioteca del Ateneo científico y
literario de Madrid.
Mucho nos ha costado encontrar el olvido mausoleo del, en otro
tiempo, famoso hombre de Estado, debido, principalmente, a que sus
restos mortales, que oficialmente fueron depositados tras su muerte en
1882 en el Patio 5º, fila 3ª, sepultura nº 24 de la Sacramental de San
Isidro, sufrieron un segundo enterramiento, el día 20 de junio de 1885.
En el Patio número 4, llamado de la Concepción, seguramente el patio
más antiguo del cementerio de la ya citada Sacramental de San Isidro de
Madrid, (en donde también se encuentran los enterramientos de
Meléndez Valdés y de Donoso Cortés, ambos en el Panteón de Hombres
Ilustres, y el del músico pacense Cristóbal Oudrid), un hermoso templete
de mármol blanco de estilo neoclásico hoy arruinado por el paso del
tiempo, marcado por el número 3, letra “e”, en cuyo frontal aparece una
hermosa escultura de mujer que protege con los pliegues de su túnica a
un bello niño, y que guarda bajo su brazo izquierdo un voluminoso libro
–(¿imagen idealizada de la Patria, el Pueblo y de la constitución?)–,
recogen los restos del insigne extremeño, al frente del cual y sobre el
frontis se lee el nombre del eximio político: MORENO NIETO. Debajo,
a los pies del monumento, una lápida con esta inscripción: Catedrático.
Presidente del Ateneo de Madrid. Nacido en Siruela, provincia de
Badajoz, en el 2 de febrero de 1825. Murió en Madrid, el 24 de febrero
de 1882.
Adelardo López de Ayala.- Guadalcanal, Baja Extremadura (hoy
perteneciente a la provincia de Sevilla), 1829; Madrid, 30 de diciembre
de 1879. Aunque Guadalcanal pasaría en su juventud a formar parte de la
provincia de Sevilla, López de Ayala siempre se declaró muy extremeño
y así lo consideramos nosotros. El siglo XIX es considerado por muchos
críticos como el más contradictorio, turbulento y de más grande
desasosiego para la historia de España. Aunque nuestro autor nacerá ya
en los años finales del déspota y sanguinario Fernando VII, sí vivirá y
participará durante su juventud en los acontecimientos políticos más
relevantes de un país que quería modernizarse y dejar atrás los años de
16
oscurantismo político y asonadas militares. Será partícipe de los
acontecimientos de su tiempo, siendo el prototipo de hombre sin
escrúpulos políticos, cambiando de partido según su conveniencia. Luis
de Oteyza, crítico también nacido en Extremadura, considera a López de
Ayala como: el mayor figurón y hombre vacío de entre las figuras del
siglo XIX.
López de Ayala fue periodista influyente, poeta laureado con una
corona de oro, dramaturgo aplaudido y… deshacedor de ministerios –
esto último como uno de sus perfiles más característicos–, ser
comparado, ni más ni menos, que con los clásicos y hasta alcanzar la
inmortalidad al ser nombrado miembro de la Real Academia Española,
ocupando la vacante de Alcalá Galiano. En política, y como prueba de su
inconstancia y de sus ansias de protagonismo, fue tres veces ministro de
Ultramar… con tres gobiernos diametralmente opuestos, cuando no
enfrentados políticamente. Para premiar su “fidelidad política”, Cánovas
del Castillo, hombre listo y sagaz que vio en el extremeño un aliado
acomodaticio, lo elevó a la gloria de presidir (por dos veces) el
Parlamento e, incluso, lo propuso a Alfonso XII para presiente del
gobierno, que tan sólo los achaques físicos en los últimos años de su
vida, privarían, por voluntad propia, de tan ansiado puesto a tan
ambicioso como poco escrupuloso personaje.
López de Ayala es el genuino representante de la burguesía
campesina extremeña. Nacido en el seno de una familia con pretensiones
de descender de la alta nobleza española, inteligente y consentido, nunca
sabrá gobernar sus impulsos caprichosos ni ser fiel a una idea
determinada. Hombre extrovertido y un mucho fanfarrón, dedicaba más
tiempo a su prestancia física que al sometimiento de su prodigioso
intelecto a unas normas armónicas con la moral y la disciplina de
cualquier partido.
En lo literario nos dejó una numerosa obra de teatro, que no han
sido del gusto de los ciudadanos modernos y, por lo tanto, hoy es un
autor completamente olvido. Adelardo López de Ayala, el gran figurón,
el hombre que traicionó a todos los partidos del amplio arco
parlamentario español con tal de “tocar poder”, el que fuera considerado
y aclamado gran literato sin tener ningún mérito que hiciera honor a ese
nombre y que, incluso, alcanzó la inmortalidad al ser nombrado miembro
de la Real Academia Española, moriría el 30 de diciembre de 1879 en su
casa de la calle San Quintín, a la corta edad de cincuenta años. Fue
enterrado, acompañado por un cortejo formado por los hombres más
sobresalientes de la política y del mundo de las Letras, el día 2 de enero
de 1880, y en cuyo trayecto mortuorio desde el Congreso hasta la Cuesta
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de la Vega, fue formado un cordón con las tropas de guarnición que le
rindieron honores militares con descargas de fusilería y rendición de
banderas. Su cuerpo descansa desde ese día en un panteón sufragado por
el pueblo madrileño, cuyo proyecto se debe a don Miguel Aguado y su
ejecución a los hermanos Vallmitjana, en el cementerio de la
Sacramental de San Justo, de Madrid, entre cuya columnas de mármol,
hoy amarillas por el tiempo, podemos ver el busto de nuestro paisano
Ayala, coronando el templete un hermoso Ángel de la Fama, en cuya
mano derecha porta la corona de laurel de los académicos.
Políticos-escritores extremeños en panteones de familias ajenas
o en panteones desaparecidos:
Francisco Sánchez de las Brozas “El Brocense”.- Brozas (Alta
Extremadura), 20 de julio de 1522 (¿); Salamanca, 2 (¿) de diciembre de
1600. Francisco Sánchez es uno de los más importantes e insignes
escritores extremeños y el humanista más relevante de la Europa del
siglo XVI. Nuestro escritor nace en un pueblecito de la, hoy, provincia
de Cáceres que, andando el tiempo, será conocido en todo el mundo
civilizado al añadirse el personaje el patronímico de su pueblo natal: de
las Brozas. Tuvo inmensa suerte al ser llevado, cuando contaba con once
años de edad, por un familiar que ocupaba un alto cargo junto a la reina
de Portugal, Catalina, hija menor de Juana de Castilla y hermana del
emperador Carlos I, hasta la ciudad de Évora, donde estaba asentada por
aquellas fechas la corte portuguesa para que le sirviera de ayuda de
cámara. Este familiar, su tío Rodrigo, capellán de la princesa y
catedrático de gramática latina en el real Palacio, será quien tome bajo su
custodia al avispado sobrino, quien sobresaldrá desde muy temprana
edad en esta disciplina. Con la muerte de la reina María, esposa de Felipe
II y la marcha nuevamente de su tío a la corte portuguesa, cambiará por
completo la vida palaciega del joven extremeño, quien es enviado a
estudiar a la Universidad de Salamanca la carrera de Artes (Filosofía),
primeramente, para, después de algunos años perdidos, emprender la de
Teología, estudios que tampoco terminará en aquellos momentos.
Francisco Sánchez será el restaurador de los estudios clásicos,
siguiendo la estela perdida del gran maestro Nebrija, a quien será
comparado por los críticos, a la par de ser un magnífico poeta. En la
Universidad de Salamanca, en 1554, comenzará el extremeño a impartir
sus primeras clases de Lengua griega, compartiendo con su propietario la
cátedra de Retórica. Cuando todo parecía que le iba bien a nuestro
hombre, la muerte de su esposa Ana, quien le deja con una numerosa
prole de seis hijos, le descompone y deja en el más cruel de los
18
desamparos, por lo que a partir de esos momentos tendrá de compaginar
sus trabajos universitarios con clases particulares que le robarán mucho
tiempo para sus propios estudios. En 1573 obtuvo por fin en propiedad la
cátedra de Retórica en dicha Universidad. Enamorado desde su juventud
de los clásicos castellanos, a él le debemos estudios de la obra de
personajes tan importantes como el gran poeta cordobés Juan de Mena, o
la excelente edición, en 1577, de la obra de su admirado Garcilaso de la
Vega. Hombre muy adelantado a su tiempo, sufrió en sus carnes los
zarpazos de la Inquisición, por la que fue acusado en 1600 y perseguido
hasta el final de sus días.
Los numerosos disgustos que la persecución a la que era sometido
le causaron, fueron motivo de que enfermara gravemente, llegándole la
muerte, asistido por su hijo y rodeado de numerosos amigos que le
adoraban y una vez hecho testamento y pública denuncia de su fe,
creemos que sobre el día 2 de diciembre del año 1600. Sus restos, por
expreso deseo del finado fueron enterrados en el convento de San
Francisco, de Salamanca, hoy desaparecidos para siempre, toda vez que
dicho convento fue demolido en el siglo pasado, espacio que hoy día
ocupa un hermoso jardín denominado: Campo de San Francisco.
Juan Pablo Forner Segarra.- Mérida (Baja Extremadura), 17 de
febrero de 1756: Madrid, 16 de marzo de 1797. Forner es uno de los
personajes más contradictorios del siglo XVIII, tanto por su azarosa y
corta vida, como por su dilatada y, por desgracia, poco conocida obra
literaria. Será conocido principalmente y durante muchos años como un
polemista enérgico; apologista de la España ofendida por extraños;
guardián de los caminos espirituales de su país, cual Quijote a quien se le
parece mucho, pues era flaco, hosco y gastaba un humor afiladísimo. Ese
carácter agrio y discutidor venía defendido por una gran armadura
cultural que tanto sus amigos como sus enemigos consideraban como la
más entera y formidable de su tiempo. Lo que ni unos ni otros podrán
negar nunca, es ser el centro de la historia literaria española y de la
historia del pensamiento español desde su llegada al mundo de las letras
en Madrid, en 1781 y hasta su temprana muerte, en 1797.
Pocos son los datos que conocemos de la infancia de Forner, para
recuperar su biografía con catorce años, cuando comience sus estudios
de Leyes en la Universidad de Salamanca, desde 1769 hasta 1772 y
reaparecer en 1781. No conocemos las razones, pero nunca se licenciaría
Forner en esta Universidad, ni en la de Toledo, ni en la de Madrid, donde
también está confirmada su asistencia. Pero debió terminar sus estudios
de Leyes, pues con fecha de 28 de agosto de 1783 es admitido en el
Colegio de Abogados de Madrid y ser nombrado abogado honorario en
19
la Casa Altamira y, más tarde, historiador de la misma. Forner será un
escritor polémico y de posturas bastante radicales; hombre de recta fe
católica, despreciará y combatirá lo que él considera ideas perniciosas o
equivocadas, principalmente las filosofías disolventes que llegan de
Francia influidas directamente por su Revolución; critica abiertamente lo
escrito por Montesquieu, Voltaire o Rousseau, así como la inmoralidad y
perversión de la aristocracia, empezando por el mismo rey Luis XV,
amancebado con madame Pompadour. Pero no nos equivoquemos ante
estas críticas: Forner es un defensor a ultranza de la monarquía y
condena sin ningún tipo de dudas cualquier intento democratizador. Su
gran amor a España lo centra en el amor por el idioma, por la lengua
castellana, a la que define como difunta, asesinada por los malos
escritores, por los importadores de palabras ajenas desconociendo la
riqueza del propio. Gran defensor de los autores clásicos españoles como
Calderón, Lope, Cervantes, etc., llegaría a decir años después, que: el
más endeble de los clásicos españoles valía más que cualquiera de los
más alabados literatos del XVIII. De esta defensa por la lengua saldrá
una de sus obras más famosas: Exequias de la lengua castellana. Otras
obras suyas, tan polémicas como la anterior, no verían la luz hasta el año
1970, como es el caso de Los Gramáticos, Obras Chinescas, ante la
denuncia en aquellos tiempos de los hermanos Iriarte.
En 1790 en nombrado Fiscal del Crimen de la Audiencia de Sevilla,
a donde se traslada con el cargo de segundo Fiscal de la Audiencia,
cargo de nueva creación. En 1791 contrae matrimonio en la parroquia
del Sagrario de Sevilla, solicitando el ingreso en la Real Academia
Sevillana de las Buenas Letras, de la que será nombrado académico
honorario, y en 1792 nace su primer hijo también bautizado en la misma
parroquia sevillana. Pero su terrible carácter y sus ansias de justicia le
iban a pasar factura entre los sectores más retrógrados de la sociedad
sevillana, quienes le ven como a un enemigo a batir. Cansado por el
empobrecido mundillo de la ciudad y quedándosele muy corto el
ambiente cultural de la misma, Forner decide regresar a Madrid con el
cargo de Fiscal del Consejo de Castilla, cargo al que accedería,
seguramente, por los buenos oficios de su amigo el omnipresente Godoy,
del que no pudo disfrutar por su repentina muerte el 16 de marzo de
1797. Previamente, la Academia de Derecho le había elegido como
Presidente y premiado uno de sus muchos trabajos.
En mis apuntes biográficos publicados por Beturia en 2004,
señalaba: Yo he cenado sobre la tumba de Forner. No. No era una
broma, ni mucho menos una falta de respeto al admirado escritor. Forner
fue enterrado en la hoy desaparecida iglesia parroquial de Santa Cruz, de
la calle de la Bolsa, el día 17 de marzo de 1797, a los 41 años de edad,
20
según consta en su partida de sepelio inscrita en el libro dieciseis de
defunciones, folio 3. Dicha iglesia fue derruida en su mayor parte y la
nave principal, junto con la cripta (en la que fue enterrado Forner) hoy
son los comedores de un conocido restaurante de lujo. Pero si miramos
atentamente las paredes y suelos de la cripta (este detalle nos fue
confirmado por el actual propietario), podemos distinguir claramente –
aunque han tratado de ocultarlos a la vista de los clientes con una
excelente decoración– los marcos de las sepulturas de las que Patrimonio
Nacional no permitió que se tocaran los restos.
Bartolomé José Gallardo.- Campanario (Baja Extremadura), 13 de
agosto de 1776; Alcoy (Alicante) 14 de setiembre de 1852. Estamos, sin
duda, ante el personaje literario más importante en la España del siglo
XIX. Gallardo, hombre de una gran cultura y una afiladísima pluma
mantuvo durante toda su vida fuertes enfrentamientos con los estamentos
políticos y culturales de su tiempo, sufriendo por ello persecución y
exilio en Inglaterra, como consecuencia de sus ideales liberales. Fue un
gran bibliófilo y a él se deben (como más tarde a Vicente Barrantes o a
Rodríguez-Moñino) la recuperación y catalogación de infinidad de obras
castellanas desconocidas o perdidas en los insondables fondos de
desconocidas bibliotecas nacionales y extranjeras. Allá donde aparecía
una nueva joya literaria, no tardaba de ser escrutada, estudiada y
catalogada por este verdadero maestro de la bibliofilia, formando la
mejor colección de reseñas bibliográficas, desgraciadamente
desaparecida en parte, en los sucesos de San Antonio.
En 1805 se trasladará definitivamente a Madrid, ganando por
oposición una cátedra de francés en la Real Casa de Paje, de la que era
su director don Juan Nicasio Gallego, con el que entabló una gran
amistad y con el que formaría grupo en las luchas políticas de Cádiz. En
1811 aparece publicado un folleto caricaturesco de nuestro autor,
titulado Apología de los palos, que causó un gran revuelo entre el
numeroso público que ya seguía al autor y que ofendió mucho a más de
un distinguido político. De este folleto nos dice Alcalá Galiano que: con
un lindo y chistosísimo folleto había cobrado crédito de los más altos,
que sostuvo entre lo general de los jueces, pero no entre los mejores, con
su Diccionario crítico burlesco. Efectivamente hemos llegado a la más
famosa de las obras de Gallardo, que si no la mejor, sí la más conocida
de su extensa producción y en la que mejor refleja su fisonomía moral y
literaria, siendo el libro más celebrado y discutido del primer cuarto del
siglo XIX. No sería el último de los polémicos trabajos del extremeño,
quien durante su larga vida sufrió odios, denuncias, multas y destierros,
como el sufrido después del juicio celebrado el 24 de agosto de 1852 en
el que fue condenado a: ocho mese de destierro á una distancia de diez
21
leguas de esta Corte, con prohibición de entrar en ella durante el tiempo
de la condena; al pago de todas las costas y gastos del juicio, y no
haciéndole de éstos, á un día de prisión correccional por cada medio
duro que importe, sin que pueda exceder de dos años.
Nunca llegaría a cumplir por entero la condena. En los documentos
de apelación del proceso, realizados poe el insatisfecho Estébanez
Calderon, aparece un escrito de don Gregorio Moltó, presbítero y
archivero de la parroquia de Santa María, en Alcoy (Alicante), que con
fecha de 18 de noviembre de 1852 certifica: que en el cementerio de
dicha ciudad y parroquia, a 15 de Septiembre del mismo año, fué
enterrado el cadáver de D. Bartolomé José Gallardo, de 75 años, hijo de
D. José y de Dª Ana Lucía… fallecido de un ataque cerebral; no testó y
lo enterraron José Jordá y Ramón Mascarell.
Gallardo, exiliado, perseguido, pobre y fuera de su tierra, fue
enterrado en el panteón familiar de la familia Ridaura, sus amigos
personales, que no permitieron que se perdieran los restos del sabio
extremeño. Afortunadamente, el grueso de sus papeletas con los nuevos
apuntes que fue recolectando durante toda su vida sobre libros raros
españoles, fueron adquiridas por el Sr. Zarco del Valle quien las publicó
en cuatro volúmenes, formando el Ensayo de una Biblioteca Española
de libros raros y curiosos. El resto de su biblioteca personal –la que no
se perdió para siempre– fue a parar a la Biblioteca Nacional o a manos
particulares, que hoy son piezas cotizadísimas siempre perseguidas por
avezados bibliófilos.
Panteones de políticos-escritores extremeños de propiedad
eclesiástica o municipal.
Luisa de Carvajal y Mendoza.- Jaraicejo (Alta Extremadura), 2
de enero de 1566; Londres (Inglaterra), 2 de enero de 1614. Hija de
nobles extremeños (su madre Dª María de Mendoza y Pacheco era hija
del conde de Monteagudo y de Casarrubios), estaba entroncada por
nacimiento con los apellidos de más renombre de la nobleza española y
extremeña: los Carvajales, Mendoza, Vargas, Fajardo, etc. Desde muy
niña, en un ambiente familiar muy religioso, fue creciendo en la idea de
su entrega a la causa religiosa. Sobre el año de 1571, su padre, don
Francisco de Carvajal, fue nombrado por el rey Felipe II Corregidor de la
ciudad de León, a donde el obediente y agradecido súbdito marcha
acompañado de toda la familia. Las condiciones sanitarias de la ciudad
no deberían ser muy buenas, porque no mucho después de su llegada,
doña María, su esposa, contrae una terrible enfermedad y muere a la
edad de veintiocho años. El drama se completa cuando infectado por la
22
misma enfermedad de su esposa, a la que ha asistido amorosamente
hasta el final, don Francisco muere pocas fechas después, dejando
huérfana a nuestra escritora a la corta edad de seis años, aunque el
previsor padre había dispuesto en su testamento dotarla con una muy
buena cantidad de dinero, para: la pusiesen en un monasterio hasta que
tuviese edad de elegir estado, y en el entretanto se criase en casa de la
marquesa de Ladrada, deuda suya. Otros fueron los destinos que
tomaron los dirigidos pasos de la pequeña Luisa: doña María Chacón, su
tía, hermana de su abuela, la condesa doña Luisa y madre del cardenal
don Bernardo de Rojas, arzobispo de Toledo e Inquisidor general, la
llevó con ella a Palacio donde era aya del príncipe don Diego y camarera
de sus hermanas las infantas. A la muerte de doña Luisa, un nuevo
destino se le ofrece a la huérfana niña. Su tío, el marqués de Almazán,
hermano de su madre, se la llevó a Monteagudo, acompañada de su aya
doña Isabel de Ayllón, verdadera guía de su virtuosa vida. Este quería
para su sobrina lo mejor y quiso casarla con un noble de su estirpe, pero
la muerte de los marqueses la libró de sus compromisos de obediencia,
reafirmándose en su ya libre vocación de virginidad.
Los acontecimientos políticos y sobre todo de carácter religioso que
se estaban desarrollando en Inglaterra, con dos sociedades en franco
enfrentamiento y en donde el poder de la corona presidida por la cruel
Isabel I venía haciendo estragos con persecuciones, encarcelamientos y
crueles ejecuciones de católicos, vinieron a abrirle los ojos a nuestra
paisana quien vio abierto el camino en lo referente a su entrega a la
causa de Cristo. Desde Valladolid y con las ansias de nueva Cruzada por
la Fe, parte doña Luisa hacia Inglaterra, el veinticuatro de enero de 1605.
En el transcurso de su viaje muere la reina Isabel legando al trono el
menos radical Jacobo I. Desde el primer momento de su llegada al país,
Luisa se entregará a una actividad frenética en defensa de los oprimidos,
de los presos, guardando las reliquias de los mártires de la fe. Su ayuda a
los perseguidos será tan intensa que tiene que refugiarse en la misma
embajada española en Londres. Doña Luisa es una iluminada, un nuevo
capitán de los ejércitos de Cristo que se entrega con toda su alma a la
defensa de su fe sin ningún tipo de disimulos, haciendo públicas
demostraciones de ello, en un país enemigo de los católicos, por lo que
creará graves problemas diplomáticos a España. Tanto llega a tensar la
cuerda con sus demostraciones de fe católica, imperdonables insultos
para los protestantes, que el arzobispo de Canterbury decide tomar cartas
en el asunto, asalta su domicilio y encarcela a tan arisca dama. No sería
ni la primera ni la última vez que la extremeña se enfrenta con las
autoridades inglesas y sólo las relaciones familiares con la corona
española logran salvar la situación, aunque recibe la orden de expulsión.
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La orden no llegará a cumplirse. Agotada por sus numerosas
enfermedades agravadas por sus permanencias en prisión, doña Luisa
muere –seguramente– de pulmonía, el día 2 de enero de 1614,
justamente el mismo día en que cumplía 48 años. Un año más tarde,
poderosos señores de la nobleza que desde España siempre le habían
ayudado económicamente y la habían apoyado en su cruzada a favor del
catolicismo, deciden costear el traslado de sus restos y, en agosto de
1615, tras superar numerosos inconvenientes de carácter oficial, los
restos llegan a San Sebastián, y desde allí a Madrid, donde reposan en el
mismo cajón en el que vino –nunca mejor dicho como en este caso– los
restos de la inquieta dama en el relicario del Real Monasterio de la
Encarnación, junto a sus reliquias –que también vinieron con ella–, muy
cerquita al altar donde también se conservan los restos de su amiga y
confidente –hoy santa–, la madre priora del convento, Mariana de San
José. Su obra poética está recogida y dada a la imprenta muchos años
después de su muerte por su biógrafo, Don Luis Muñoz, Imprenta Real,
Madrid, 1632.
Juan Bravo Murillo.- Fregenal de la Sierra (Sevilla), años más
tarde provincia de Badajoz, 9 de junio de 1803; Pozuelo de Alarcón
(Madrid), 10 de enero de 1873. Es el personaje político más relevante
que ha dado Extremadura: don Juan Bravo Murillo fue jefe del partido
conservador, varias veces Ministro y presidente del Consejo de
Ministros, y hombre muy respetado tanto por amigos como por
adversarios. Inició sus estudios de Filosofía en el convento de San
Francisco de su pueblo, para marchar tres años después a Sevilla, en
cuya Universidad Hispalense comenzaría los estudios eclesiásticos –que
abandonaría por falta de vocación sacerdotal–, para comenzar
Jurisprudencia en la Universidad de Salamanca. Dos años más tarde,
acompañado de su amigo y paisano Donoso Cortés volverá de nuevo a
Sevilla para continuar los estudios de Leyes. Bravo Murillo vivirá
intensamente los acontecimientos de los agitados años pre-
revolucionarios que dieron comienzo con el pronunciamiento militar, en
1820, del general Riego en Las Cabezas de San Juan y que le costarían la
vida –de forma vil y afrentosa para un buen militar y héroe nacional–,
siendo ahorcado en la Plaza de la Cebada de Madrid. Aunque de talante
conservador, Bravo Murillo nunca justificará los crueles años del felón
Fernando VII y será uno de los puntales de la política de su hija Isabel II.
Hombre muy adelantado a su tiempo, su paso por los ministerios están
jalonados por verdaderas conquistas de cara a un futuro desarrollo de
España. De su ministerio salió la conformación del nuevo ministerio de
Hacienda, racionalizando los gastos del gobierno y de la corona; de su
ministerio salieron los planes de desarrollo para las llamadas redes
radiales de carreteras y ferrocarriles españoles, así como el resto de la
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redes comarcales para ambos medios de comunicación; de su ministerio
salió el primer plan de alfabetización rural para un país con un gran
número de analfabetismo; y de su ministerio salió el importantísimo plan
de traidas de aguas para la capital del reino, hoy llamado Canal de Isabel
II, problema que limitaba la expansión de una ciudad que era capital del
reino.
Después de una vida profesional y política de marcados éxitos,
muere en su domicilio de la calle del Almendro el día 10 de enero de
1873, como consecuencia de una pulmonía, el hombre que había sido el
pilar fundamental de la Restauración monárquica en la figura de la
tristemente denostada Isabel II. Como siempre sucede en estos casos, el
reconocimiento que no tuvo en vida mereció las alabanzas de todos los
grupos políticos a su muerte, incluidas las de sus más apasionados
adversarios, los liberales. Bravo Murillo, por decisión propia plasmada
en su testamento, quiso que sus restos fueran trasladados a su pueblo
natal, Fregenal de la Sierra, en cuya iglesia de Santa Ana, donde había
sido bautizado, sería enterrado, y en donde más tarde, en 1882, se
levantaría un hermoso sepulcro de mármol, como homenaje del pueblo a
uno de sus más ilustres paisanos.
Nicolás Díaz y Pérez.- Badajoz, 6 de diciembre de1841; Madrid,
17 de junio de 1902. Estamos ante la figura de unos de los hombres más
denostados y discutidos en el amplio panorama nacional de las letras
españolas. A Nicolás Díaz y Pérez, conocido con el sobrenombre de El
Plutarco extremeño, todo el mundo le critica, pero curiosamente, siendo
un personaje duramente atacado desde todos los frentes y ninguneado en
su obra literaria, es un escritor a quien todos nombran a la hora de
ofrecer al lector una visión global del siglo XIX. A veces para alabarle,
la mayoría para criticarle. Pero a quien siempre se le tiene en cuenta. A
estas alturas sabemos que a Díaz y Pérez no se le ha mandado al
purgatoria de las letras por su falta de rigor en sus trabajos históricos; a
nuestro juicio, a este hombre nunca le perdonaron, en una sociedad
clasista, ni su procedencia humilde, ni su falta de titulación académica,
ni, lo que consideramos más importante, su claro compromiso con los
más desfavorecidos y desprotegidos. Su pluma es una verdadera daga
para la sociedad en la que le tocó vivir: republicano, socialista utópico,
defensor de la libertad individual del ciudadano frente al poder de los
gobiernos conservadores y monárquicos, y, lo que es imperdonable,
masón y enemigo irreconciliable con la iglesia ultramontana. Él es un
hombre enciclopedista, con grandes ansias de conocimientos generales
nacidos de las corrientes liberalizadoras que habían traspasado los
Pirineos después de la gran Revolución.
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Sus inicios académicos están ligados al omnipresente Seminario de
San Atón de la capital pacense, pero su poco celo religioso le hace
renunciar a seguir por ese camino, para, a una edad muy temprana,
comenzar sus colaboraciones periodísticas y literarias en los tabloides
provinciales. El pronunciamiento militar llamado la Vicalvarada, en
1854, será el punto de partida para su compromiso con la política; los
sueños y las luchas de un pueblo por alcanzar la ansiada libertad que dan
paso la Bienio progresista serán cortados a raiz por la reacción de la
Unión Liberal, creándose los grupos de resistencia llamados sociedades
secretas en las que militará nuestro escritor, por lo que sufrirá
persecución, cárcel y destierro en más de una ocasión, ligado por sus
compromisos con los partidos republicanos. Periodista profesional,
pondrá su pluma y su intelecto al servicio de su partido, creándose
poderosos enemigos que le amargarán la vida y le tacharán de
panfletario.
Después de una existencia agitada y violenta con continuos
enfrentamientos políticos en los que participará durante muchos años,
fracasado y amargado por las continuas traiciones de sus
correligionarios, con más de una docena de libros en su haber; redactor y
fundador de varios periódicos en su larga vida profesional, Gran Maestro
de la Masonería, en la más tristes de las miserias, muere en Madrid un 17
de junio de 1902. Su entierro, pagado en su totalidad por falta de medios
por la Asociación de Escritores y Artistas, llevó su cuerpo en el
cementerio civil de La Almudena sin que los representantes de la iglesia
católica quisieran asistirle o rezar una oración por su alma. Tampoco sus
restos tuvieron mejor suerte: enterrado en una fosa común masónica,
Cuartel 2, Letra A, del ya citado cementerio, diez años después, es decir
en 1913, al no ser reclamado por sus familiares, serían sacados y
arrojados al osario común, según certificado que solicitamos y que
consta en nuestro poder. Que dios le persone a él –que lo habrá hecho– y
a nosotros por tan lamentable e injustificado olvido.
José María Gabriel y Galán.- Frade de la Sierra (Salamanca), 28
de junio de 1870; Guijo de Granadilla (Cáceres), 6 de enero de 1905.
Aunque nacido en tierras salmantinas, casado con una extremeña, José
Mª Gabriel y Galán vivió hasta su muerte en esta tierra donde quiso, por
voluntad propia ser enterrado. Sus primeras enseñanzas las hizo en su
pueblo natal y a los 17 años consigue plaza de maestro, por oposición, en
Guijuelo, durante cuatro años, para pasar después a Piedrahita (Ávila).
En un viaje a Guijo de Granadilla para saludar a sus tíos conoce a la que
será su esposa, madre de sus hijos y verdadero sostén de su obra literaria.
A ella dedicará una de las poesías más importante de su obra: El Ama.
26
Gabriel y Galán es un hombre de origen humilde con unas ideas
conservadoras; sus principios cristianos están muy alejados de los
valores del capitalismo, que lo manipulará como poeta hasta casi hacer
olvidar al tímido cantor de la naturaleza. La poesía rural y religiosa del
vate salmantino será leída con verdadera pasión en chozos y paupérrimas
cabañas por campesinos y pastores, muchos de ellos analfabetos, quienes
lo tienen como su guía y a quien adoran por su sencillez y compromiso
con los pobres. Su obra está dividida en cuatro libros principales:
Castellanas, Extremeñas, Campesinas y Religiosas. La prematura
muerte del poeta trunca lo que parecía iba a ser una vida completamente
dedicada a sus dos grandes amores: el campo y la poesía. De manera
inesperada, después de una corta enfermedad, muere en Guijo de
Granadilla (Cáceres), el día 6 de enero de 1905, a la edad de treinta y
cinco años. Su muerte fue un acontecimiento muy doloroso para el
mundo de las letras, pero sobre todo, para la gente humilde que lo
adoraba, que se aprendía sus versos para cantarlos durante las faenas del
campo o para recitarlos al calor del fuego del hogar. Tal era la pasión
que levantaba, que en el pueblo se llegaron a formar piquetes haciendo
guardia sobre su tumba, pagada por suscripción popular, temerosos de
que se llevaran sus restos a otro lugar, donde darle una sepultura más
oficial de más boato.
Francisco Valdés Nicolau.- Don Benito (Badajoz), 17 de setiembre
de 1893; Fusilado en las tapias del cementerio del mismo Don Benito, la
madrugada del 4 de setiembre de 1936. Nace en el seno de una familia
burguesa con grandes propiedades agrícolas en la zona. Inicia sus
estudios con las monjas del Santo Ángel de su pueblo y prepara el
bachillerato en el mismo don Benito bajo la dirección de buenos
profesores particulares, aficionándose desde niño a los estudios de
Historia y Geografía. Con dieciocho años llega para estudiar a Madrid,
ciudad que le deslumbrará dadas sus inquietudes literarias, asistiendo a
los cenáculos de escritores y poetas y visitando con frecuencia la mítica
Residencia de Estudiantes, donde conocerá a poetas de la talla de Juan
Ramón Jiménez. Después de unos años de desconcierto y vida chabacana
y disoluta, Valdés terminará la carrera de Derecho y aprobará algunas
asignaturas de Filosofía y Letras, estudios más acordes con su pasión
literaria. El doctorado tardará unos años en hacerlo, lo que será un buen
motivo para simultanear su vida entre las dos grandes ciudades a las que
adora: Madrid y Don Benito.
Francisco Valdés es un finísimo crítico literario que mantiene
amistad y correspondencia con los grandes escritores de su tiempo. De
esa amistad y de la lectura de sus libros saldrá una magnífica obra de
crítica literaria: Letras, aparte de colaborar en los periódicos de la
27
comarca extremeña. Los acontecimientos políticos que llevarán al país a
la guerra civil (1936-1939) y su claro compromiso con las fuerza
conservadoras serán las que le lleven a ser fusilados por las fuerzas
rebeldes en las tapias del cementerio, recién comenzado el levantamiento
militar. Su cuerpo, con otros muchos represaliados, descansa en el
mausoleo levantado en el centro del cementerio denominado “Cruz de
los Caídos”. A muy pocos metros, otra fosa común contiene los restos de
los caídos en el otro bando. Dos Españas separadas hasta en la muerte.
Luis Chamizo Triguero.- Guareña (Badajoz), 7 de noviembre de
1894; Madrid, 24 de diciembre de 1945. Chamizo es el máximo
representante extremeño de la España del 98. Fiel a la idea de
recuperación de unas señas de identidad regional, como sucedió en otras
muchas regiones, dará a la imprenta uno de los libros más hermosos y
leídos por todos aquellos que amamos Extremadura: El miajón de los
castúos, publicado en 1921 en lo que se ha dado en llamar habla regional
o “castúo”. Hijo de un humilde alfarero, el esfuerzo y tesón de su padre
conseguirá levantar un pequeño capital que servirá para darle estudios a
su retoño. Luis, una vez finalizados sus primeros estudios en la escuela
de su pueblo, marchará a Sevilla para hacer el bachillerato, donde
alcanzará la titulación de Perito Mercantil. Después se trasladará a
Madrid para terminar la carrera de Derecho. Finalizados los estudios y
sin un trabajo a la vista regresará a Guareña donde ayudará a su padre en
la tarea de vender los conos para vinos y aceites que salían de los
reformados hornos familiares. Luis, en contra de lo que se ha dicho,
nunca ejerció la alfarería como oficio, dedicándose, dados sus
conocimientos comerciales, mercantiles y su don de gente, a colocar el
producto del trabajo paterno por los pueblos de los alrededores, llegando
con ellos hasta las provincias más cercanas. Los viajes, dada la época y
el volumen de la mercancía, eran a veces penosos, teniendo que
pernoctar en albergues, chozos y majadas, donde Chamizo se impregnará
del habla de los viajantes, pastores y carboneros, oirá sus canciones y
romances, así como aprenderá el giro dialectal con el que hablaban, tan
fundamental, más tarde, en la composición de sus poesías. Cansado de
tantos viajes y con un negocio cada vez más ruinoso, decide trasladarse a
Don Benito donde ejercerá de pasante del notario don Vitoriano Munilla,
familiar del escrito Ortega Munilla, quien será su protector en su
empresa literaria.
Luis Chamizo comenzó su andadura poética siguiendo la escuela
romántica, pero una vez que conoce a los modernistas: Amado Nervo,
Rueda, Villaespesa, Rubén Darío, etc. y bajo la tutela de su amigo y
paisano Eugenio Frutos Cortés, se inclinará por esta corriente. Chamizo
aparte de ser un gran poeta era un gran recitador capaz de entusiasmar y
28
levantar de su asiento a los oyentes, ganando muchos premios y flores
naturales. En Guadalcanal, pueblo que había pertenecido a Badajoz y
ahora a Sevilla, conoce al poeta Arturo Gazul y a Consuelo Corzo con
quien se casaría dándole cinco hijas, y pueblo en que llegaría a ser
alcalde, aunque, creemos, que las circunstancias de la guerra civil no le
permitirían nunca llegar a jurar su cargo. Es la guerra civil la que
cambiará drásticamente los destinos del poeta. La terrible represión de
las fuerzas sublevadas en Extremadura contra los que se mantienen fieles
a los postulados republicanos asusta a nuestro hombre que se siente
perseguido y que, incluso, tiene que ser escondido por los trabajadores
de su empresa. Una vez terminada la contienda, asustado por los
acontecimientos y sin un trabajo consistente en Extremadura, decide
marcharse a Madrid para “ocultarse” entre la masa y cambiar de aires.
Con la llegada a la capital de España, alejado de sus raíces
extremeñas, Chamizo dejará completamente la poesía dedicándose a la
recientemente creada academia de recitación, que junto con el
nombramiento oficial en el sindicato de espectáculos, sería suficiente,
económicamente, para mantener a su familia. De 1942 en el último
trabajo publicado por el poeta de Guareña: Extremadura, primero y
único libro de un gran proyecto que no llegó a terminarse. El 24 de
diciembre de 1945, rodeado de su esposa y de sus hijas, muere en
Madrid, calle Escorial, a la edad de 51 años el vate extremeño,
frustrando su carrera literaria, si es que alguna vez pensó en continuarla.
Desde esa fecha, los restos olvidados de Chamizo se pudren en el
cementerio de La Almudena sin que tenga más visitas que las de su
esposa y sus numerosas hijas. El 5 de noviembre de 1994, ante el deseo
de sus paisanos y con el permiso de sus familiares, por suscripción
popular, sus restos son trasladados a Guareña (Badajoz), en cuyo
cementerio se levantó un hermoso panteón de granito, dando
cumplimiento al sueño de poeta, que muchos años antes, en su poesía
Nostalgia, reclamando su condición de extremeño y su profundo amor a
la tierra que le vio nacer había escrito: Dios de la clemencia / haz porque
mis huesos / se pudran en ella.
Otros personajes extremeños enterrados en sepulturas particulares o
familiares:
Hasta aquí, creemos, hemos dado a conocer las sepulturas de los
hombres más relevantes de la literatura extremeña que se encuentran
enterrados en panteones “especiales”. Pero, naturalmente, la lista de
personajes de las letras o de la política por nosotros estudiados es mucho
más amplia, aunque para los fines de este trabajo pueden estudiarse más
someramente, como lo vamos hacer, haciendo solamente mención de los
29
datos personales y sus lugares de enterramientos familiares, para
aquellos que tengan la curiosidad o el deseo de reconocer y hacerles un
homenaje a nuestros hombres en un momento determinado:
Carolina Coronado.- Almendralejo (Badajoz), 12 de diciembre de
1820; Lisboa (Portugal), 15 de enero de 1911. La poeta más
representativa del pos-romanticismo español, ella misma contribuiría a
crear sobre sí misma una leyenda que, en muchos casos, desvirtúa su
propia y verdadera historia. Fue una gran poeta que mereció el
reconocimiento de las grandes figuras de su tiempo, como lo fueron
Espronceda, Zorrilla, Quintana, etc. Pero lo más importante en aquellos
años es que Carolina fue una gran luchadora por la libertad y
emancipación de la mujer de su tiempo. Como consecuencia de los años
de terror de la política de Fernando VII contra los liberales, la familia
tuvo que salir de su pueblo y buscar acomodo en Badajoz capital, de
donde machará la familia, en 1847 a la ciudad de Sevilla, para en 1848
ser recibida oficialmente en la fiesta del Liceo madrileño donde se le
impondrá una corona de laurel y oro. Después de varias enfermedades de
la poetisa, en las que se llega a temer por su vida, Carolina Coronado se
asienta definitivamente en la capital del reino donde triunfará como
poeta y como mujer, mucho más cuando se case con Horacio Perry,
delegado comercial de los Estados Unidos en España. Años de triunfos y
de grandes influencias junto a la propia reina Isabel II que se vendrán al
traste cuando Carolina pierda a dos de sus hijos y decida el matrimonio
marchar a Lisboa donde Horacio tiene intereses comerciales. La muerte
del marido será la puntilla de la gran señora que a partir de entonces se
aparta de la sociedad y espera la muerte en el palacio de la Mitra
lisboeta. Esta llegará un 15 de enero de 1911 a la edad de 91 años
cuando ya Carolina no es más que un olvidado recuerdo en el mundo de
las letras. Sus restos fueron trasladados por deseo de la finada, junto con
los restos de su esposo, a la ciudad de Badajoz, el 19 del mismo mes,
donde en el cementerio de San José y en nichos contiguos descansan
eternamente.
Vicente Barrantes Moreno.- Badajoz, 24 de marzo de 1829;
Pozuelo de Alarcón (Madrid), 16 de octubre de 1898. Político,
Académico de la Real Española, de la Historia y de San Fernando. Uno
de los más importantes bibliófilos españoles del siglo XIX, cuya
biblioteca personal forma parte de la recuperada Biblioteca del
Monasterio de Guadalupe. Recopilador de las leyendas extremeñas, su
gran obra literaria fue el monumental Aparato biográfico para la
Historia de Extremadura (tres tomos, Madrid, 1875-1877). A su muerte
en su residencia veraniega de Pozuelo de Alarcón, fue trasladado en tren
con todos los honores y méritos reconocidos por las tres Academias,
30
hasta la estación de Príncipe Pío, y desde allí, al cercano cementerio de
la Sacramental de San Justo. Sus restos, hoy olvidados en un humilde
nicho sin lápida como consecuencia de la humedad y de los estragos de
los bombardeos durante la guerra civil (el cementerio estaba en la línea
de fuego de los dos bandos combatientes), lo pudimos encontrar después
de agotadora búsqueda por los polvorientos archivos, en el Nicho de
Adultos, fila 6, nº 9, 3ª Sección del Patio denominado Santa Gertrudis.
Felipe Trigo Sánchez.- Villanueva de la Serena (Badajoz);
Madrid, 2 de setiembre de 1916. Médico de profesión, Trigo llegaría a
ser uno de los escritores de más fama y venta de libros de finales del
siglo XIX. Estudiante en Madrid, ciudad en la que vive su ambiente
intensamente, tendrá sus primeras experiencias como médico en
pequeñas poblaciones rurales de Extremadura, de cuya experiencia
saldrán libros como: El médico rural o Jarrapellejos, tremendos alegatos
contra el caciquismo o la inmoralidad política de su tiempo. Después de
una experiencia trágica en las colonias españolas del Pacífico donde
estuvo a punto de morir a machetazos, Felipe Trigo se queda
definitivamente a vivir en Madrid, ciudad en donde alcanzará la fama y
la fortuna como escritor. Desorientado por una enfermedad nerviosa,
Trigo se suicidaría de un tiro en la cabeza, en su chalet de la Ciudad
Lineal, un 2 de setiembre de 1916, en la cumbre de su prestigio. Fue
enterrado primeramente en el cementerio campestre de Canillejas donde
se perdió su rastro durante muchos años.
Recuerdo que cuando comenzamos a preparar los apuntes de este
querido personaje, nuestra preocupación fue el saber que su mismo
suicidio y la absorción de parte del antiguo cementerio por las nuevas
viviendas del barrio hubieran destruido aquellos enterramientos que
estaban fuera de los muros sagrados, donde se enterraban en aquellos
años a los suicidas. Afortunadamente, la familia había recuperado
muchos años antes su cuerpo, el 12 de mayo de 1947, para trasladarlo a
una tumba familiar del cementerio de La Almudena, donde se conservan
actualmente, junto con los de los demás familiares, en dos sólidas
tumbas de granito, en la Meseta Central, 1ª Manzana, Sepultura 51-A.
José López Prudencio.- Badajoz, 1 de noviembre de 1870;
Badajoz, 18 de setiembre de 1949. Podemos considerarlo, aunque sus
enemigos lo nieguen, como uno de los “apóstoles” o padre del
regionalismo extremeño, ahora olvidado por las nuevas autoridades
autonómicas. Hijo de una humilde familia, estudió en el Seminario de
San Atón de la capital pacense, a contracorriente de las ideas liberales
que desde la Institución Libre de Enseñanza venían introduciéndose
desde hacía años en Extremadura. Hombre conservador y muy religioso,
31
terminará sus estudios de Filosofía y Letras en las ciudades de Sevilla y
Madrid. A López Prudencio le debemos los mejores estudios de su época
sobre la historia de la ciudad de Badajoz, así como también sobre
literatura extremeña. Su gran pasión fue durante toda su vida el
periodismo en el que colaborará y dirigirá varios periódicos importantes
de la época, tanto en Extremadura como en Madrid. Presidente de la
Asociación de la Prensa de Badajoz, Cronista de la ciudad y Archivero y
Bibliotecario municipal, su mayor premio fue el ser nombrado Miembro
Correspondiente de la Real Academia de la Lengua, así como la
dirección durante más de veinte años de la prestigiosa Revista de
Estudios Extremeños. Homenajeado en su tierra por aquellas fechas, el
pronunciamiento militar de 1936-39 cambiaría la vida de este humilde
escritor cuando tome partido por los insurrectos y ponga su pluma al
servicio de los militares. A partir de ahí y hasta su muerte, la vida de este
culto personaje será una continua sucesión de despropósitos y olvidos
por parte del estamento oficial, sobre todo en la última parte de su vida.
Pobre y olvidado, el hombre que más había trabajado por darle unas
señas de identidad a su región, muere un 18 de setiembre de 1949,
teniendo que correr el ayuntamiento de la ciudad con los gastos del
sepelio y la colocación de la lápida en el cementerio de San José, donde
reposan sus restos junto a los de su mujer y los de un sobrino, en un
pobre nicho marcado con el número 195.
Rafael García-Plata de Osma.- Guadalcanal (Sevilla) –hasta 1832
había pertenecido a la provincia de la Alta Extremadura–, 4 de marzo de
1870; Cáceres, 19 de noviembre de 1918. Es el segundo personaje
estudiado que no habiendo nacido en Extremadura, él así se considera,
por casamiento y por amor a la tierra de sus mayores y en ella está
enterrado. Estudiante de Leyes en Madrid, sufre una enfermedad
pulmonar que le llevará a descansar en tierras extremeñas donde tiene
familia, Alcuéscar; en este bello y saludable pueblo conocerá a una
prima lejana, con la que se casará más adelante y en cuyo pueblo
encontrará el bienestar del clima tan necesario para sus dañados
pulmones. Hombre muy culto e inquieto, investigará las costumbres de
la zona, su folklore, e investigará su rico patrimonio arqueológico, que
puntualmente dará a conocer en la recién creada Revista de
Extremadura. Amigo de Mario Roso de Luna, con el que mantendrá
larga relación epistolar, conseguirá el puesto de Juez, aunque su gran
bondad y su incapacidad para los negocios resulten ruinosas y tenga que
marchar a Cáceres capital donde encuentra mejores condiciones
económicas para vivir y mejor acomodo para sus inquietudes culturales.
García-Plata es un recolector pionero en el mundo del folklore y nos ha
dejado un hermoso legado que merece ser estudiado en profundidad.
Dañado por las enfermedades, García-Plata moriría en su casa de la
32
capital cacereña, un 4 de marzo de 1870, a la corta edad de 48 años,
siendo enterrado en el panteón que la familia tenía en el cementerio de la
ciudad.
Mario Roso de Luna.- Logrosán (Cáceres), 15 de marzo de 1872;
Madrid, 8 de noviembre de 1931. Llamado por sus grandes
conocimientos “El Mago de Logrosán”, dedicó toda su vida a la cultura:
Doctor en Derecho, escritor, periodista, arqueólogo, cosmógrafo,
músico, etc. Gran Maestre de la Logia masónica madrileña, muere en su
casa de la calle Buen Suceso y es enterrado en una tumba masónica en el
cementerio civil de La Almudena, junto a su esposa, en el Cuartel nº 2,
Manzana n º 7, Letra A.
Manuel Monterrey.- Badajoz, 15 de octubre de 1877; Badajoz, 14
de diciembre de 1963. Relojero y poeta modernista y “agitador” cultural
en los años cincuenta del pasado siglo en Badajoz. Fue enterrado en el
cementerio municipal de San José, en la capital pacense, Departamento
4º, Fila 2ª, Número 238, compartiendo el humilde nicho con su esposa
Elena Olguera (sic.) Torres y su madre Soledad Calvo Vázquez.
Antonio Reyes Huertas.- Campanario (Badajoz), 7 de noviembre
de 1887; finca “Campo de la Ortiga” en el término de La Guarda
(Badajoz), 13 de agosto de 1952. Considerado como el mejor novelista
costumbrista extremeño, estudia en el Seminario pacense de San Atón
Humanidades, Filosofía y Teología. Para ganarse la vida se dedica al
periodismo, participando y dirigiendo durante muchos años varios
periódicos extremeños, para dar el salto a la capital de España en el año
1939. Desencantado, pobre y enfermo regresa a Extremadura donde se le
rendirá un tumultuoso homenaje pocas fechas antes de su muerte,
acaecida el 13 de agosto de 1952. Fue enterrado en el cementerio
municipal de su pueblo, Campanario, donde reposan en un olvidado y
sucio nicho con las cristaleras rotas, tal y como nos lo encontramos
nosotros en nuestra visita al camposanto.
Pedro Caba Landa.- Arroyo de la Luz (Cáceres), 2 de diciembre
de 1900; Madrid, 23 de octubre de 1992. Estudia bachillerato en la
ciudad de Cáceres teniendo que dejar los estudios por la muerte de su
padre. Forzado a marcharse a Madrid, simultanea sus estudios de
Ciencias Naturales y Letras en el viejo caserón de San Bernardo con
todo tipo de oficios para poder mantener dichos estudios. En 1925 entra
en el Cuerpo Nacional de la Policía. En la capital conocerá la obra de
Zubiri y la de Ortega y Gasset, filósofos de gran influencia en su obra
posterior. Fue arrestado y encarcelado tres años durante la guerra civil
por sus ideas socialistas, de cuya prisión saldrá el único libro de poesía
33
por él escrito. La obra filosófica de Caba Landa es amplia y de gran
calado, siendo un escritor muy conocido y respetado, ejerciendo durante
muchos años como decano de las letras extremeñas y académico de la
Real Academia de Extremadura. Falleció en Madrid, y fue enterrado por
propia voluntad en el cementerio de su pueblo, Arroyo de la Luz, sobre
cuya lápida aparece uno de sus versos: Flotando en el río baja la rosa de
mi pensamiento.
Eugenio Frutos Cortés.- Guareña (Badajoz), 8 de setiembre de
1903; Zaragoza, 16 de octubre de 1979. Frutos es unos de los sabios más
interesantes del panorama nacional de este siglo, siempre oculto por su
inapropiada timidez. Estudió en el colegio de Don Benito donde tuvo
como profesor a Francisco Valdés y como amigo a Luis Chamizo. Hizo
Filosofía y Letras en la Universidad Central de Madrid y mantuvo gran
amistad con muchos de los grandes poetas del 27, por aquellos años
formando grupo en la Residencia de Estudiantes, que él frecuentaba.
Terminada la carrera y después de alguna incursión por tierras catalanas,
decide trasladarse a Cáceres, en 1930, donde durante doce fructíferos
años impartirá su cátedra de Filosofía y Letras, se casará con la poeta
Lola Mejías y le nacerán tres de sus cinco hijos. A partir de 1941, por
permuta de su cátedra, pasará a ejercer la cátedra de Fundamentos de
Filosofía e Historia de los Sistemas Filosóficos, en el Instituto Goya de
Zaragoza, ciudad que amará y en la que se sentirá muy querido y
respetado por sus alumnos. Hombre muy sencillo y cercano, son
numerosos los testimonios que tenemos sobre él y de su amor por la
enseñanza. Dejó una numerosa y rica obra literaria y después de recibir
numerosos premios, nombramientos y condecoraciones, Frutos moriría
en la ciudad del Ebro, en cuyo cementerio municipal descansan sus
restos.
Eusebio García Luengo.- Puebla de Alcocer (Badajoz), febrero de
1909; Madrid, 23 de diciembre de 2002. Luengo era un personaje ya
olvidado por escritores y lectores en los momentos de su muerte. Sin
embargo, fue uno de los individuos más representativos de la bohemia
madrileña en los años posteriores a la guerra civil, quienes tenían su casa
y su mesa de escribir en cualquiera de los numerosos cafés literarios de
la capital de España, en este caso concreto en el conocido Café Gijón,
del que sería nombrado ganador del primer premio literario y miembro
permanente de su jurado. Con trece años llega Madrid desde su
Extremadura natal y estudia en los Escolapios y más tarde con los
Jesuitas. Republicano en ejercicio, su vida durante la guerra civil estará
entre Madrid y Valencia. Autor de algunos libros interesantes y de
algunos trabajos teatrales, se casará con una actriz de teatro sin renunciar
nunca a su independencia ni a su vida bohemia. Participa en las
34
reuniones literarias tan comunes en aquellos años, pero se aleja de
cualquier compromiso que le reste libertad. Muere en Madrid y sus
restos son incinerados en el Tanatorio del cementerio de La Almudena,
siendo esparcidas sus cenizas por las sierras de Ávila, en cuyo pueblo de
Las Navas del Marqués pasaba muchos meses del año y en el que era
muy querido en los ambientes culturales, en los que participaba muy
gustoso.
Antonio Rodríguez-Moñino.- Calzadilla de los Barros (Badajoz),
14 de marzo de 1910; Madrid, 20 de junio de 1970. Sin lugar a dudas, el
hombre de letras más importante de España –y por consiguiente de
Extremadura– del siglo XX. Estudió derecho en la selecta Universidad
María Cristina de El Escorial, regida por la comunidad de frailes de la
Orden de San Agustín. En 1933 se licenciaría en Filosofía y Letras,
siendo nombrado profesor de Lengua y Literatura en el Instituto
Velázquez de Madrid y en 1935 catedrático de Lengua y Literatura
española. Bibliógrafo y bibliófilo (Príncipe de los bibliófilos le llamó
Bataillon), don Antonio dedicaría toda su vida al rescate y edición de
Romanceros y Canciones de los siglos XV y XVI, perdidos en los fondos
de bibliotecas particulares y religiosas, cuando no de las estatales. En ese
empeño recorrió medio mundo consultando y dando a conocer sus
hallazgos literarios. Durante la guerra civil fue nombrado comisario
político encargado de salvar el rico patrimonio bibliográfico nacional y
bibliotecas particulares a punto de desaparecer por la incultura y la
barbarie de los dos bandos en liza. Tal compromiso con la cultura –que
no con ningún bando político– le acarreó numerosos problemas hasta el
punto de ser depurado políticamente, encarcelado y apartado de su
cátedra, siendo destinado al pueblo de Valdepeñas. Don Antonio no
recuperaría todos sus derechos civiles hasta muy avanzados los años 60.
También sufrirá la negativa a su entrada a la Real Academia que no
llegaría a conseguir hasta el año 1966, leyendo su discurso de entrada en
el año 1968. Dio a las prensas más de dos centenares de trabajos, fue el
alma mater de la editorial Castalia, creando nuevas colecciones de
clásicos españoles, siempre apoyado por su esposa María Brey, y
contertulio del Café Lyón.
El respeto y la consideración que se le negaban en España se la
daban en el extranjero donde era un hombre muy respetado. Cansado por
tantos desafuero, Moñino marcharía como profesor de español a la
Universidad de Berkeley, en Estados Unidos donde será nombrado
doctor honoris causa por varias de sus Universidades. A su regreso a
España se sintió enfermo, muriendo de cáncer de linfa en la clínica
madrileña de Covesa, un 20 de junio de 1970. Fue enterrado el día
siguiente, 21, en el cementerio de la Sacramental de San Justo, siendo
35
depositados sus restos en un nicho (fila 7 nº 3) del Patio de Santa Cruz.
Su rica y abundante biblioteca, a la muerte de su esposa y por
disposición testamentaria fue donada a la Real Academia Española
donde fue inaugurada por los reyes de España y por las autoridades
autonómicas españolas, junto con su familia.
Pedro de Lorenzo Morales.- Casas de don Antonio (Cáceres), 7 de
agosto de 1917; Madrid, 20 de setiembre de 2000. Escritor garcilasista
con una importante obra en su haber, mucha de ella dedicada a su tierra
extremeña, periodista con gran influencia en los ambientes políticos de la
nueva España nacida en 1936, su cuerpo está enterrado en una tumba de
granito, junto a su esposa, en el cementerio municipal de su pueblo,
Casas de Don Antonio. Muchos años antes había escrito: …Que todavía
cuando el escritor ya no exista, sirva a su tierra y sea, en esta tierra,
semilla de eternidad… O estiércol para una rosa.
Fernando Pérez Marqués.- San Vicente de Alcántara (Badajoz),
11 de mayo de 1919; Madrid, 24 de julio de 1993. Don Fernando es un
fino articulista que tiene como maestro a Azorín. Dedicado a la
enseñanza desde su juventud, recorre varios pueblos hasta consolidar su
puesto en Santa Marta de los Barros, pueblo en el que conoce a su
esposa, en el que vivirá toda su vida y en el que recibirá el cariño y
respeto de sus ciudadanos hasta el momento de su muerte. Podemos
seguir la obra de este escritor principalmente por sus colaboraciones en
los periódicos, muchas de ellas pasadas después a la imprenta en forma
de libros. Hombre adelantado a su tiempo, conoce y sufre los problemas
de su Extremadura y la insolidaridad de la gente del campo. Casado con
una mujer con propiedades agrícolas, trabajará durante toda su vida por
formar cooperativas agrarias que unan los esfuerzos de los pequeños
propietarios alcanzando buenos resultados en sus esfuerzos. Buen
pedagogo, siempre entendió la enseñanza como una forma más de
integración en el medio en el que la desarrollaba, haciendo participar a
sus alumnos en numerosas excursiones al campo como la mejor forma de
conocer su entorno. Murió en Madrid y sus restos fueron llevados a
Santa Marta, en cuyo cementerio municipal y al lado de su querido hijo
Fernando Tomás descansan eternamente.
José Antonio Gabriel y Galán.- Plasencia (Cáceres), 24 de octubre
de 1940; Las Rozas (Madrid), 13 de marzo de 1993. El nieto del gran
vate extremeño, aun respetando la obra de su abuelo, seguiría por
caminos muy diferentes. El joven José Antonio será desde su juventud
un hombre inquieto y profundamente comprometido con su tiempo desde
sus años universitarios en Madrid, ciudad a la que ha llegado con pocos
años de edad y en la que habría que terminar sus estudios de bachillerato
36
en el Instituto Cardenal Cisneros. Antes de ingresar en la Universidad
decide viajar a Alemania en sus ansias de conocer nuevos paises, para, a
su regreso ingresar en la Complutense para hacer Derecho, licenciándose
en 1963, participando activamente en todos los mítines y revueltas contra
la autoridad represiva franquista. Su compromiso político desde la
izquierda democrática y su gran pasión por la cultura le llevarán durante
esta etapa de su vida a viajar y conocer desde un primer plano las
realidades sociales de otros países. A su vuelta de nuevo a Madrid, se
matriculará en la Escuela Oficial de Periodismo, oficio que ejercerá
durante toda su vida, al mismo tiempo que dará a la imprenta sus novelas
de corte social. Fundador de la revista El Urugallo, uno de los más
interesantes proyectos culturales de aquellos años, tomará también
contacto con la poesía publicando tres importantes poemarios, que serán
recogidos en un único libro en 1990 por la Editorial Regional de
Extremadura. El éxito más importante de su carrera literaria le llegará
con el prestigioso premio internacional Eduardo Carranza, por su novela
Muchos años después, 1990, que llegaría a ser finalista del Premio de la
Crítica y Nacional de Literatura.
Por esas fechas se le diagnostica un cáncer con el que luchará
valientemente durante muchos años, limitando su vida profesional y
literaria. Muere agotado en esta sobrehumana lucha de más de doce años
en su domicilio de Los Peñascales, en Las Rozas (Madrid), a la edad de
cincuenta y dos años. Su cuerpo reposa en el cementerio de
Torrelodones.
Jesús Alviz Arroyo.- Acebo, (Cáceres), 1946; Cáceres, 9 de
noviembre de 1998. Jesús Alviz fue un escritor singular que nos legó una
abundante y discutida obra. Pero sobre todo, fue un hombre valiente que
se enfrentó, defendiendo su “diferencia”, a los convencionalismos y
planteamientos morales de una sociedad cínica y pacata. Su
homosexualidad militante y nunca ocultada le creó un permanente
enfrentamiento con las autoridades civiles y culturales, tanto en Madrid
como en Extremadura, ninguneando en muchos casos una obra que
sobrepasaba al propio autor. Hizo sus primeros estudios en el seminario
de Cáceres, ciudad en la que terminará los estudios de Filosofía y Letras.
Gran lector de la mejor literatura del momento, se armará de un armazón
cultural muy relevante. La cerrazón moral en nuestra tierra, por aquellos
años, y la falta de motivaciones culturales, hicieron que diera el salto a
Madrid, donde será muy conocido en los ambientes literarios de la
capital. La abundante y personal obra literaria de Alviz se mantiene, en
estos nuevos y democráticos tiempos fresca y cercana, sin que el paso de
los años hayan hecho mella en sus argumentos.
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Cansado, frustrado y enfermo, vuelve a su querida tierra extremeña
buscando el recogimiento y el silencio de las calles cacereñas por él tan
queridas. Después de una larga y penosa enfermedad, el hombre, el
escritor con más futuro del actual panorama literario español, muere a la
edad de cincuenta y dos años. Sus restos fueron trasladados a su pueblo
natal, Acebo, en cuyo cementerio municipal reposan bajo las losas de
granito de una hermosa tumba.
* * *
Con estos brevísimos apuntes biográficos, hemos pretendido hacer
un somero retrato del personaje antes de señalar sus definitivos (¿)
lugares de descanso. Esperamos haber conseguido llamar la atención de
los lectores extremeños y que, a partir de ahora, visitemos y honremos la
memoria de aquellos personajes que tanta gloria dieron a nuestra región
y a las Letras nacionales. Este es nuestro mayor deseo.