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Pregón de la – Corporación Bíblica: Los Profetas - Por: José Joaquín Borrego Serrano – Año 2017
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Pregón de la Semana Santa de Puente-Genil 2017
Quiero dedicar este pregón a mi madre, que nos ha demostrado que el
amor no tiene límites y no pierde la batalla con el tiempo, sino que perdura eternamente. A mi mujer y a mis hijos por soportar pacientemente mis desvelos y renunciar a parte de mi tiempo. A mi familia, amigos y hermanos. Y de manera muy especial, a la memoria de mi padre, que me enseñó que una vida sin amor y entrega a los demás, no es vida.
Permitidme que me dirija a mi presentador Emilio, para agradecerle
que me reconozca más valores de los que el Creador ha depositado en mí; el hecho de ser hermano y amigo lo delata. Quiero devolverte mi cariño y decirte que tu personalidad te honra en todas las vertientes de la vida.
Atrapaste mi corazón
desde el primer instante, de mi vida tomaste el timón de manera exultante. Tu luz penetró en mis pupilas como fina aguja de plata. como luz que al alba penetra la gota de rocío en las plantas. Tus aromas de membrillo y ribera embargaron mis sentidos hasta el punto que no pudiera volver a latir sin vivirlos. Tu fervor, amor y tradición, reflejaron en el espejo de mi alma muy dentro de mi corazón, fe y amor eterno a la mananta. La mirada azul de tu cielo, tu sonrisa de cal blanca mitigaron mi dolor y desvelo y me devolvieron la calma. La dulce jalea de tus campos, el guiño plata de tu río tus ojos entre dos orillas son razones que por ti porfío. No hay mayor galardón que haber nacido aquí, un domingo de Resurrección en tu tierra, PUENTE GENIL
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Sí, queridos paisanos, yo nací en Puente Genil un Domingo de Resurrección del año
de 1965, desde entonces mi vida queda marcada por las señas de identidad pontanas y todo lo
que soy y lo que tengo se lo debo a estar unido a este pueblo. Cuando recibí la propuesta de
acometer este pregón, pensé en un primer momento que podía ser una buena ocasión de intentar
corresponder, aunque en una mínima parte, a tanto recibido y el orgullo me llevó a aceptar la
propuesta. Sin embargo, desde ese mismo momento sentí una enorme responsabilidad, que a
día de hoy aún me pesa como las sombras en una noche oscura, al pensar en la categoría de mis
predecesores en tan digno menester y a los que yo como humilde aprendiz de pregonero no
podré llegar siquiera a emular. A todos ellos dedico mi recuerdo y profunda admiración por
haber dejado este legado de amor a nuestra más bendita celebración.
Espero, por tanto, que todos sepáis perdonar mi osadía. Pero, si hoy estoy aquí es,
porque creo, que la providencia así lo ha dispuesto y en pos de mi Dios, ante esta bendita
Imagen, que simboliza las virtudes de la humildad y la paciencia, de las que hoy
desgraciadamente el mundo carece, vengo ante vosotros lleno de temor, en un acto de necesaria
intimidad, a desnudar mis sentimientos, pero con la esperanza de abrir vuestros corazones y
compartir el amor a nuestra Semana Santa.
Yo si vengo con el corazón abierto y como éste no entiende de tiempo, no quiero entrar
en una cronología de hechos, sino en un viaje por los sentimientos, por aquellos que me han
hecho amar esta fiesta, aquellas vivencias que he compartido con mi familia y mis actuales
hermanos de corporación “Los Profetas”.
Abro la puerta de
este imaginario medio y al
entrar, se cuela por las
entretelas de mis entrañas
una imagen que me
conmueve el alma y es el
recuerdo de unas manos, las
de mis padres, Joaquín
Borrego y Rosario Serrano.
Estas manos son el sostén de
mi equilibrio, son la
nostalgia en su ausencia, son
la caricia y la cura, son las
manos que mueven el
mundo, mi mundo y esas
manos me conducen por la
senda que acabo eligiendo, la del amor a mi familia, a mi tierra y a mi Semana Santa. Desde
aquí en un gesto de atrevimiento os ofrezco mi mano para que la sujetéis y me acompañéis en
este breve, pero sentimental trayecto.
Antes de partir permitidme que dedique unas palabras como humilde homenaje a todas
esas personas que con sus manos consiguen engrandecer nuestros desfiles, iglesias, pasos y
calles, manos que convierten lo efímero y terrenal, en eterno y divino y que tienen la capacidad
de tocar nuestros corazones con sus magistrales obras, son manos entregadas en cuerpo y alma,
a sus cofradías y corporaciones, a sus benditas imágenes, sin esperar más gratificación que
poder entregar su cariño y devoción, y ser depositarios del amor de sus hermanos. Son las
manos de hombres y mujeres que representan la parte noble, sencilla y valiente de nuestra
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Semana Santa y a la vez, son las manos de sus verdaderos artífices, son las manos que
trabajando en la sombra encienden nuestros corazones, son las manos que muestran con orgullo
sus encomiables huellas, son las manos de imagineros, músicos, bordadoras, floristas, pintores,
camareras, doradores, orfebres, mayordomos, cantaores y un largo etcétera, son manos como
las de mis padres, ¡benditas manos humanas!
Por todo ello os invito a cerrad los ojos por un momento y recrear el espacio y el
tiempo en el que ese imaginero desconocido creó la imagen de nuestro Nazareno, cerrad los
ojos conmigo y dejaos llevar por un conmovedor pensamiento y por un momento, sentid sus
manos, llenas de la inspiración divina, que le llevó a crear tan incomparable imagen, reflejando
la luz del orbe entero en sus pupilas, o el amor eterno brillando en ellas cuando las miras, la
belleza de sus manos bendiciendo, sujetando la paz de los hombres o el dolor que ha de salvar
al mundo, o sus doloridos pies que han de seguir los corazones de los pontanos ¡Que sublime
creación para despertar el fervor de nuestro pueblo!, conseguir que sea la imagen del mismo
Dios, y que un escalofrío te recorra el alma al mirarlo a la cara. Quizás cerró los ojos y cayendo
en un profundo sueño se encontró subiendo, en medio del Imperio, la calle Amargura para
desembocar en la Plaza del Calvario y allí, sentir el latido de todo un pueblo, movido por las
dulces notas musicales de la Diana una “madrugá” del Viernes Santo, o las melodías de los
misereres los sábados de cuaresma, o las plegarias de hombres y mujeres por sus queridos
seres, o el abrazo sincero de un hermano emocionado,
o los rezos de otros agradecidos por un nuevo
encuentro frente al pórtico del calvario pontano.
Saetas, cánticos y cuarteleras, los brindis con las
uvitas por alegres momentos de hermandad, de
encuentros. Estoy seguro de que tuvo que ser así, que
no pudo ser de otra manera, quién creó al Nazareno
tuvo que con nuestro pueblo, ¡soñar primero!
Dadme la mano y acompañadme al origen,
que no puede ser otro que el de la infancia. Hablar de
mis sentimientos de niño en este pueblo hace que
vengan a mi memoria hechos que han ido
conformando mi persona a lo largo del tiempo y como
todos vamos unidos a vivencias que nos marcan de
manera inevitable, yo también, como muchos de
vosotros, comencé a amar esta tierra y esta fiesta
desde la más tierna infancia. Infancia que discurre en un pueblo tranquilo, donde para desgranar
la vida no hacia falta más que el cielo de cubierta, un grupo de amigos y una calle vacía, no
necesitábamos juguetes complicados, sólo una imaginación despierta para disfrutar la tarde de
una sincera e inolvidable amistad compartida. Y así íbamos desojando el calendario hasta que
llegaba una señalada fiesta, como la del día de la Cruz y tocaba jugar a ser hombres, a
representar lo que hacían nuestros mayores, forjando corazones de ilusión manantera.
¡Quien no, siendo niño en este venerable pueblo, ha querido ser bastonero para ser los
pies del Nazareno!
¿Quién no ha querido ser un lirio? Para alumbrar los pasos de nuestro padre eterno?.
¡Quién, no siendo un niño ha querido, ser capitán del Imperio en jueves para desfilar
orgulloso por la calle de la Plaza!
¡Quién no ha querido ser Profeta, Apóstol, Atao o Jetón un Viernes Santo o un
Domingo de Resurrección!
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Recuerdo como una mañana de “Viernes Santo Chiquito” otra mano, la del primo de
mi madre, Rafael Serrano, me llevaba a vestirme al Juicio, el corazón temblando por un
escalofrío en el alma, mis primeras vivencias mananteras, mis primeros pasos hacia Jesús, mi
primera diana y reverencias. Vivía con extremado gozo esos días, me sentía orgulloso de vestir
y representar a las figuras, de compartir con niños y mayores la felicidad de esos momentos, de
descubrir en la mirada de mis padres y de mis abuelos, el brillo melancólico del recuerdo de sus
propias experiencias, que después verían mis hijos, José Joaquín y Alberto, reflejada en los
míos. No se ha borrado de mi corazón el recuerdo y el cariño por esos momentos.
Y fuimos:
Bastoneros de cruz de cartulina
sobre una caja de hojalata,
vestimos romanos de papel plata
con cascos pintados de purpurina.
Tocamos en latas hechas tambores
imitando pasodoble romano,
portamos rostrillos hechos a mano
e imitamos a nuestros mayores.
Mientras, llenábamos el corazón
dando cobijo al amor fraternal
y mananteros llenos de ilusión.
Soñamos con ser de Jesús el costal,
de seguir sus pasos, nuestra misión
y de dormir a sus pies, nuestro final.
Dejad que repose aquí ahora un ratito para anunciar que estamos a las puertas de
nuestra más preciada fiesta y a siete días del brote de un pensamiento negro en nuestros
corazones que los cubrirá con la sombra de una terrible nostalgia, pero llegamos hasta aquí con
el corazón gozoso y cargado de emociones que se van generando a lo largo de ese maravilloso
preámbulo que conforma nuestra cuaresma gloriosa. ¡Sí, gloriosa!. Porque para los que vivimos
con intensa emoción estos días, renovamos la ilusión del niño que llora en el rezo frente a la
imagen de su Virgen, su Cristo o del Nazareno, purificamos el alma en los cultos, nos
entregamos a los brazos de nuestros titulares al escuchar los cantos celestiales de la Schola,
ensanchamos el corazón hasta que no nos cabe en el pecho, sentimos el amor fraterno como el
más sublime de los sentimientos y cada sábado, fieles a la cita acudimos presurosos a compartir
encuentros, rezos, suspiros, desvelos, cánticos, uvitas y abrazos.
Son los sábados de cuaresma los que nos dan una identidad, los que nos diferencian del
resto, haciendo única la nuestra. Cada sábado, después de un primer refrigerio, salimos en
singular peregrinación y buscamos, como muchos otros cuarteles, nuestro primer
emplazamiento, a esperar que pase la nave que servirá de guía al fervor de todo un pueblo hacia
un eterno encuentro, al timón “La Chusma” y “Los Ataos”, dentro corazones abiertos a los
hermanos, a la acogida al forastero, el motor de ese navío la grandiosa expresión del amor
fraterno. ¡Todo el pueblo está en la calle! Y aunque por distintos caminos, todos alcanzan un
mismo destino, como ríos que desembocan en el mar y como una marea jubilosa, la multitud se
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congrega alrededor de la ermita de nuestro Padre Jesús Nazareno y allí se puede escuchar su
rumor, cantos y cuarteleras, regados con dulces uvitas, hasta que el silencio reina para escuchar
los misereres o el stábat mater. Todavía queda tiempo para rezar un padrenuestro frente al
azulejo de Jesús, para pedir por nuestros seres queridos, los que están y los que ya se han ido,
entregarte en un abrazo al hermano que tienes al lado y dejar escapar una reconfortante lágrima.
No termina aquí el trayecto, anhelando el siguiente momento y con el corazón pleno
por el encuentro, bajamos de nuevo al cuartel, lo hacemos gozosos y cantando, no tenemos
prisa, porque quedan todavía allí, en nuestro caso, dos entrañables momentos, leer la
correspondiente profecía y la simbólica mutilación de la vieja cuaresmera, calendario de la
cuaresma, que se realiza por el hermano designado por el presidente, y que tendrá el honor de
dirigirse al resto.
Así, poco a poco, vamos descontando el tiempo que nos llevará a nuestro anhelado fin,
hasta encontrarnos tal día como hay, Domingo de Ramos.
Pero desde fuera pudiera parecer otra cosa y no sólo tenemos que demostrar a nuestros
visitantes que lo que prima, lo verdaderamente importante, es la fraternidad y el amor a Dios,
que las uvitas son el aceite que lubrifica los sentimientos, para exaltar los momentos, pero que
no son el objetivo en sí mismas, sino que también se lo hemos de hacer saber a nuestros
jóvenes, hombres y mujeres que comienzan a vivir esta tradición, y a los que debemos inculcar
estos valores y no los superfluos de los etílicos, desde aquí os prometo que intentaré hacerlo.
CUARESMA PONTANA
En el corazón te vas colando
¡Ay mi cuaresma gloriosa! de puntillas caminando distraída y sigilosa.
Con tu mano primorosa la luz dibuja en el cielo colores de primavera y trazos de terciopelo.
Las iglesias y ermitas de fraternidad se engalanan, los corazones fervientes de los hermanos y hermanas.
A la terrible nostalgia confinas con tu presencia, trayéndonos la hermandad, la paz y la convivencia.
Tus aromas de bengala, azahar e incienso, embriagan el alma celebrando que has vuelto.
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Añorados y metálicos los sones de la campanita flotan como bucólicos en la armonía infinita. Llenan todos sus espacios de sentimentales acordes los coreados cantos, misereres y pasodobles. Cada uno de tus sábados fervor, tradición y euforia vivimos, y entregándonos a Jesús alcanzamos la Gloria. Distraída y sigilosa de puntillas caminando ¡Ay mi cuaresma gloriosa! en el corazón te vas colando.
Muchos de los momentos que vendrán ahora se los debo a las manos de mis
hermanos de corporación, a mis hermanos Profetas.
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Os invito ahora a que me acompañéis un Miércoles Santo. Para entonces, nuestros
corazones ya habrán sentido: El calor de la mano de Nuestra Señora de la Guía que desde el
Sábado de Ramos alumbrará nuestros pasos en los venideros y venturosos días de nuestra
Semana Santa, las Penas de Nuestro Padre Jesús y el cielo en nuestro pueblo con Nuestra
Señora Reina de los Ángeles la madrugada del Domingo de Ramos, de los pasos de la
borriquita, portando a Jesús y la refulgente luz de María Santísima de la Estrella el Domingo de
Ramos, la bendición de Dios en el banquete eucarístico con el presagio de una traición en la
Sagrada Cena y el amor puro de una madre, María Santísima del Amor en la tarde del Lunes
Santo. Cruz, abatimiento y tristeza de Nuestro Padre Jesús de los Afligidos, la pasión de Jesús
de Nuestra Señora del Rosario, el terrible dolor y sufrimiento del Santísimo Cristo del Calvario
y el dulce alivio de Nuestra Madre y Señora del Consuelo una tarde de Martes Santo, o los
pasos camino del calvario del Santísimo Cristo del Silencio la noche del mismo. Son muchas
las vivencias que van calando en nuestra alma a lo largo de todos estos días, pero como ya os
dije al principio, este pregón era un trayecto por los sentidos y los sentimientos, por los míos y
son muchos los que me unen al Miércoles Santo. Así que perdonar que me detenga aquí más
tiempo.
Los Miércoles después de nuestro almuerzo de hermandad, salimos, como muchas
otras corporaciones, a vivir la tarde de este día en la calle. Subimos de nuestro cuartel con un
destino marcado, calle Aguilar, esquina con calle Cosano, lo hacemos sin prisa, vamos
recreando nuestros pasos aprovechando algunas esquinas para cantar cuarteleras y coreadas
alusivas a este día, aclaramos la garganta y endulzamos nuestro espíritu con alguna que otra
uvita.
Cuando por fin llegamos a nuestro destino, la muchedumbre ocupa el espacio, hombres
y mujeres se mueven agitados
buscando un sitio; a muy
pocos metros se escucha el
rumor de los corazones
inquietos de los hermanos y
hermanas que van a realizar su
estación de penitencia,
acogidos en los benditos
interiores de las dos iglesias,
Santuario de Nuestra
Señora de la Concepción y
la iglesia del Hospital
ex-convento de San Francisco
de la Asunción. A nuestro
alrededor hermanos de todos
los cuarteles que con sus
capillos distintivos, colorean
el espacio y mezclados con la
especial luz de este día
generan un ambiente imposible de reproducir ni en las mejores pinturas, no habría paleta que
pudiera recrear el color de esa atmósfera. Los picoruchos apuntan al cielo como si intentaran
elevar una plegaria, pidiendo que nos libere Jesús de la vanidad y la impaciencia en ese día de
puertas abiertas. ¡Ya no cabe ni un suspiro!, una ráfaga de viento refresca el aire para
recordarnos que aunque parezca el cielo, estamos en la tierra y a la vez nos trae el aroma de los
álamos del río, del ancestral vino de las bodegas, del incienso y los ecos de la campanita.
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Como vaticinio de lo que ha de suceder en esta tarde, Adán y Eva nos dejan abiertas las
puertas del paraíso.
Ya sale el primer paso “Nuestro Padre Jesús en el Lavatorio de los pies”. Ya tenemos
delante a Jesús, que en un gesto de servicio humilde, se dispone a lavar los pies a su discípulo
Pedro, ante la atenta mirada de Juan como testigo. Invitándonos a seguir sus pasos, a ser como
Él, a compartir nuestro amor con nuestros hermanos, a ayudarnos y perdonarnos mutuamente,
sirviéndonos los unos a los otros.
Mueven sus bastoneros el paso, y al tintineo de sus cuatro faroles, se balancean las
ropas de sus discípulos, el mantel de la eucaristía, la toalla y la túnica de Jesús y con
cadencioso movimiento suben calle Aguilar arriba, como si quisieran mostrarnos el camino del
amor a Dios para alcanzar el reino de los cielos.
Lo sigue la imagen de Jesús orando en el huerto de los olivos, Jesús eleva la mirada al
cielo buscando la de su Padre, para en su enorme tristeza y una mortal angustia encontrar su
comprensión y suplicarle que aparte de él ese cáliz, mientras un ángel a su espalda apunta al
cielo y le ofrece su consuelo. Detrás sus discípulos Pedro, Santiago y Juan, van dormidos. Y yo
le pido:
No me dejes dormir, Padre
que quiero con mi desvelo pedir contigo al cielo que este cáliz se pase, y orar contigo quiero por el amor verdadero y de la muerte eterna librarme.
Mientras tanto uno de sus discípulos no dormía y no tardará en encontrarlo, ya que
Judas acompañado de la chusma, ya lo anda buscando calle Aguilar arriba.
Aquí está María Santísima de la Victoria, Virgen de tez morena y aunque dicen que de
origen y estilo sevillano, no les hagan ustedes caso, no hay en Sevilla Virgen tan preciosa. Ya
la tenemos al lado, pero para poder llegar hasta nuestro sitio, primero se ha tenido que obrar el
milagro de salir de la iglesia. Su angosta puerta pone a prueba el valor de sus costaleros, que
han de salir de rodillas para poder sacar el paso.
¡Vamos, valientes costaleros!
¡haced bien las cosas! que lleváis sobre el costal a la más preciada rosa del jardín de los cielos.
Que no roce la madera, pero acaricie el dintel y bendiga las esquinas con su ligero tropel los varales y bambalinas.
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Hinca la rodilla en tierra, que Puente Genil despierta para encontrar la gloria viendo salir por la puerta a la Virgen de la Victoria.
Ya se acerca a nuestra presencia el Señor de la Humildad y Paciencia “El Humilde”. El
sonido, como si fuera un barco, echa el ancla en el reloj, para que solo se escuche el latir del
corazón del pueblo y los pasos de los bastoneros sobre los adoquines del suelo. Jesús se
desprende de cualquier retazo de soberbia y en actitud paciente nos muestra que las mejores
virtudes para alcanzar la gloria son la humildad y paciencia. Su rostro refleja la expresión
serena y frente a la traición y el odio, nos devuelve amor a manos llenas, y por las heridas de su
dolorida espalda nos habla de lealtad al Padre.
Sobre pétreo pedestal va Jesús sentado,
su trémula alma eleva al cielo rota en pedazos por su desvelo y frente a la traición de un ser despiadado nos va entregando amor y consuelo. En su mirada refleja la Paz y el perdón. ¡Ni un suspiro! ¡Ni una queja!, en el dolor en su abatido corazón alberga el horror de una infame y mezquina traición. Ni una muestra de rabia o rencor en su rostro, aflicción y humildad para el eterno e infame traidor ¡Judas! Que siempre fue y existirá. Con su bendita espalda dolorida nos va bendiciendo a su paso, liberando nuestras pobres vidas del dolor, el rencor y el ocaso. El Jesús que traigo a tu presencia, el de mirada serena y semblante triste es el Señor de la Humildad y paciencia es de mi pueblo “El Humilde”.
Pasadlo aquí junto a nosotros un instante, no os lo llevéis todavía que en recuerdo de
Rafa Fresno y de todos los que están en su presencia, nuestro hermano Antonio “El Califa” le
va a dedicar una oración hecha saeta.
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Tras él viene su madre, Nuestra Señora de la Amargura, el atardecer tiñe de rojo el
cielo como un reflejo de su pena y con su mirada, de cristal roto en mil pedazos, casi alcanza a
ver la espalda de su hijo. Va suplicando a sus hermanos que aligeren el paso para poder
consolarlo. No hay mayor pesar que el amargo de una madre sufriendo por su hijo, todos
queremos consolarla con vivas y cuarteleras, más su dolor no tiene alivio, porque le embarga la
pena de una injusta y cruel condena.
Un dolor amargo y triste
te hace llorar de pena por una injusta condena y de rojo el cielo teñiste.
El vaivén de los varales hacen temblar tu figura por la pena más dura y tu llanto maternal por la calle Aguilar… llena Puente Genil de amargura.
Pasada la Virgen, el gentío comienza a moverse, unos irán a buscar otro lugar donde
volver a ver la procesión y otros aprovecharán para visitar los cuarteles, pues estamos en el día
de puertas abiertas. Los cuarteles y sus hermanos abren al mundo sus corazones para acoger al
hermano, al familiar o al forastero. Hacemos gala de la expresión que marca nuestro carácter y
nos llena de orgullo, hasta el punto que hacemos de ella nuestro lema, Puente Genil, pueblo de
gente abierta.
Nosotros volveremos sobre nuestros pasos, para bajar de nuevo a nuestro cuartel, pero
el camino no será corto, porque nuestro paso por las calles Santos, Plazuela Lara, Angelita
Martín Flores y Pósito, estará lleno de abrazos sinceros con hermanos y amigos de otras
corporaciones, cuarteleras y cantos compartidos que nos harán sentir como en el cielo.
Ya en el cuartel, reposaremos un momento, compartiremos cena de hermandad y
retomaremos al punto de partida para presenciar el encierro.
Pero antes pararemos para ver subir la procesión por la cuesta Baena.
A los pies de la iglesia
de la Purísima Concepción una empinada cuesta converge, callejuela celeste, camino de pasión, vía de penitencia.
Parece que le pidiera al reloj, que la escuchara, para que el tiempo detuviera y por siempre encerrara en el interior de su esfera a esta época manantera.
En su piel adoquinada una dulce caricia ha sentido al paso de una Virgen amada o de su venerado hijo hacia su santa morada. Por su boca de azahar respira el aroma certero de la madera al quebrar sobre el hombro del bastonero cuando eleva su alma al cielo.
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. Por sus ojos de antiguo ventanal ha visto pasar la luz de Guía el amor de María puro y blanco a Jesús en su eucaristía. O triste y Afligido caminando las perlas primorosas del Rosario el sublime Consuelo de María y Horror en el Calvario.
Su oído de barrio ancestral ha podido escuchar las plegarias de devotas corales, notas de marchas celestiales como Barrabás, melodía sin par y el latir del corazón de los mortales.
Recorrido enhiesto santa vereda camino al cielo, ¡Cuesta Baena!
Vamos llegando al fin de un día pleno de hermandad. Ya está próxima la Virgen a abrir
las puertas de la nostalgia, por otro Miércoles Santo. Las sombras de las dos iglesias se
proyectan sobre los presentes como si quisieran en un abrazo fundirse con sus almas. El sonido
ya es silencio. Y cuando el deseo en el corazón de todos es uno, se produce el milagro, los
bastoneros, ahora sin aliento, tiran del fondo de sus adentros para en su último esfuerzo,
levantar el paso de su amada madre del cielo, que al momento luce un manto de púrpuras
estrellas por el reflejo de su amargura. La Virgen comienza a andar sobre los hombros de sus
emocionados hijos, los reflejos de una rutilante luna sobre los varales, los convierte en luceros
que nos encienden el corazón, que late al compás de las bambalinas. Entonces comienza a
sonar una sobrecogedora marcha ¡Recuerdo! Y de pronto, como una sola voz. ¡al unísono!
Todo el mundo entona su letra.
Madre del Amor, tu amargura es el preludio del dolor que vas en pos de un gran querer.
El sonido se adentra en los oídos como un suspiro del alma, que remueve tus entrañas,
haciendo que la emoción te haga soltar unas lágrimas.
Paso a paso, entre vivas y cuarteleras se cierra la puerta de otro glorioso Miércoles
Santo.
Dadme la mano ahora, que os llevo a vivir en mi cuartel y con mi familia el Jueves
Santo.
¡Es Jueves Santo!, día del Amor Fraterno. El día amanece con una luz especial, como si
en un gesto de complicidad nos invitara a amar a Jesús, a nuestros hermanos. Se respira en la
atmósfera el azahar, los campos se visten de manteles de primavera y aves de esta época
revolotean por el cielo distrayendo nuestra mirada y haciéndonos dibujar una sonrisa en la cara.
Acercándose el mediodía se ve a muchos hombres moverse de un lado a otro del
pueblo, traje y bolsas en mano, en la que portan seguramente, la túnica de rebate o de nazareno;
pero ¿adónde se dirigen? ¿Adónde van? Se preguntan los de fuera, y los de aquí les responden
¡A dónde van a ir! ¡A los cuarteles!
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Es en los cuarteles donde el término fraternidad alcanza su mayor expresión, en ellos se
asienta la piedra angular sobre la que se van construyendo los corazones mananteros y creo que
podemos congratularnos de que esos cimientos sean cada vez más sólidos, siendo buena prueba
de ello la cantidad de cuarteles jóvenes que van surgiendo.
Eres, Cuartel, estandarte de la hermandad, refugio de noches en vela en épocas de
juventud, centinela del amor fraterno, testigo de inolvidables convivencias llenas de poesías,
saetas y cuarteleras, de palabras emocionadas de los hermanos o de algún invitado que se siente
como en casa, de brindis y de alguna que otra lágrima, templo de la amistad, forja de corazones
templados a golpe de amor y fe, navío que conduce nuestro fervor hacia quien nos preside,
Jesús, museo de retazos de vida transcurrida entre sus cuatro paredes, por los que están y por
los que ya se han ido, añoranza de los hermanos ausentes y dedicatorias en su recuerdo por los
presentes, blasón de la tradición, Cuna de cantaores y fuente de mananteros. Eres la pieza clave
que configura esta singular manera de vivir nuestra ansiada fiesta, en la mayor semana de
nuestras vidas, nuestra Semana Santa.
Desde hace 23 años pertenezco a la corporación de “Los Profetas” donde he tenido la
suerte de compartir cuartel con grandes hermanos que ejerciendo de decanos, me han enseñado
el valor de los dos términos que figuran en el lema de nuestro escudo “Hermandad y
Tradición”.
Quiero dedicarle a todos ellos y en su nombre al actual decano Ramón Cejas Rivas y al
decano perpetuo Antonio Estepa Franco estas sencillas palabras:
A vosotros decanos,
que me habéis enseñado que la palabra hermano encierra un gran legado y no se pronuncia en vano.
Que has de ser cristiano entregarte a ser paciente escuchar y ser creyente misericordioso y humano.
Ser guardián fiel y celoso del valor de lo entregado, el tesoro más precioso la tradición que han forjado.
Rezar con el corazón en la mano ayudar para ser ayudado amar como Jesús, a tu hermano y perdonar para ser perdonado.
En el cuartel y en el templo has de seguir su ejemplo que has de sentir muy dentro la fe de nuestro pueblo.
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Y en la vida, has de hacer tuyo, el amor a Dios, sincero y afano para poder mostrar con orgullo en todas y cada una de tus facetas que eres un gran hermano, hermano de “Los Profetas”.
El Jueves Santo se vive en los cuarteles la hermandad de una forma especial y también
en el mío, como no puede ser de otra manera. Abrimos los corazones para llenarlos de amor
fraterno, cantamos, rezamos y brindamos; en un determinado momento nos damos la paz como
cuando estamos en misa, entregando el corazón en cada abrazo o en cada apretón de manos,
recordamos la pasión de Cristo, representada por varios hermanos, se recitan poesías que
elevan el espíritu al cielo y así, en maravillosa armonía, exaltamos, hasta el punto de sentirnos
orgullosos, el término Hermano.
Terminado nuestro fraternal encuentro y plenos de gozo, salimos de nuestro cuartel
para dirigirnos a la calle de la Plaza a presenciar la salida de los romanos, que en un instante se
convertirá en el cauce de un impetuoso torrente, al paso del Imperio Romano. El gentío se
arremolina a ambos lados de la calle, algunos niños hacen sonar sus tambores de juguete, para
atraer la mirada de los presentes y sentirse protagonistas del sueño de desfilar, siendo músico
de la escuadra tabaco en esa tarde, otros están en brazos de sus madres o de sus padres, que
esperan impacientes porque presencien lo que a ellos les mostraron un día y que hoy les llena
de orgullo.
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La calle Ancha se abre como un sueño y una ráfaga de aroma de bengala al viento se
cuela por sus adentros para anunciar que ya salen.
Ya se escucha a lo lejos un rumor, como un gorgoteo de un arroyuelo al nacer, el rumor
va creciendo hasta convertirse en un tumultuoso río cuando inunda la calle de la Plaza. Los
tambores suenan como el latido del corazón del pueblo, su música como una celestial melodía,
los trajes de oro y raso dibujan a su paso un calidoscópico paisaje, sus botas sobre el asfalto,
con un rítmico marchar, van dibujando en el suelo el mosaico más espectacular y sus penachos
como palomas al vuelo que parecen querer alcanzar el cielo, desordenan el espacio por donde
van pasando llenándolo de orgullo y satisfacción. Su paso como impetuosa corriente, dura casi
un instante, el rumor vuelve a sonar como distantes y melancólicas notas, pero su imagen ha
quedado prendida para siempre en las retinas y los corazones de los presentes.
Después siguiendo sus pasos me dirijo al encuentro de mi familia para ver la salida de
María Santísima de la Esperanza.
Ya, por las calles de nuestro pueblo, Jesús estará preso, soportando las lacerantes
ataduras del desprecio y el odio y la afrenta del azote de un sayón despiadado en presencia de
otro soldado. El dolor de la Virgen que frente a una cruz vacía, va derramando un torrente de
perladas lágrimas sobre el suelo del calvario y de nuevo Jesús que atado a una columna fría, va
emanando por sus heridas puro amor, para salvar el mundo del odio y a pesar de su dolorido
cuerpo, terriblemente flagelado, su rostro es la muestra de una gran dulzura, al encontrar con su
mirada el refugio de su Padre. También, entre paso y paso esa larga hilera de enhiestas figuras,
estatuas que de cuando en cuando cobran vida y que llenan el espacio de color, rasos,
diademas, terciopelos, escudos, cascos, y un largo etc. encontrándote con reyes y sayones, con
el Pretorio Romano, con los Testigos Falsos, con Lázaro resucitado o con Jehú a Salomón,
Tobías, los Evangelistas… que pudieran hacer pensar al que nos visita que erró en su destino y
que en lugar de llegar a un pueblo de Andalucía, ha viajado en el tiempo, reviviendo la pasión
de Cristo.
Ya se encuentra a las puertas de la ermita nuestra madre de la Esperanza, que cubre con
su manto de ilusión las almas de los presentes, llena con la luz de sus ojos, como dos luceros,
sus vidas; colorea de verde esperanza sus corazones, librándolos del color negro de la angustia
y con sus manos, blancos lirios, los bendice. Pero cuando al fin llego, en los últimos años lo
que encuentro es la ausencia de mis padres, así que me vais a permitir que os hable de ella.
Ahora que no hay distancia, o es muy corta, gracias a los medios que usamos para
desplazarnos, solemos escuchar que no existe la ausencia, pero para nosotros, los de este
pueblo, cobra especial sentido esa palabra hasta el punto que casi duele nombrarla.
Vivir la ausencia supone asumir el dolor de renunciar al fervor de todos los momentos
que se viven en nuestro pueblo, superar la melancolía de vivir separado de los gozosos y
joviales corazones de tus hermanos durante la cuaresma o durante la Semana Santa, pero desde
esta ausencia se puede llegar a engrandecer el valor de lo querido y podemos preparar cuerpo y
alma para, llegado el momento, vivir con especial intensidad todos los instantes añorados,
saliendo de las sombras de la tristeza a la luz de la presencia y correr al encuentro de los días,
ganándole la partida a la distancia y al tiempo.
Sin embargo, no os hablo de esa ausencia, sino de otra que hoy se da con demasiada
frecuencia, es una ausencia terrible y canalla que roba los recuerdos borrando la memoria y los
que nos han hecho amar nuestra mayor celebración, no la recuerdan. Es la ausencia
involuntaria, que duele más al que está al lado que al que la padece, es la ausencia que provoca
una enfermedad de cuyo nombre no quiero acordarme.
Y hoy lamentablemente la ausencia de mi padre será definitiva tras su muerte.
Pregón de la – Corporación Bíblica: Los Profetas - Por: José Joaquín Borrego Serrano – Año 2017
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AUSENCIA
Volverá la luz de tus ojos
la plaza de la Veracruz a llenar y, otra vez, el Jueves Santo, la esperanza anunciarás. Pero aquella luz, que brillaba en los ojos de mi padre al mirar, tu salida de la Ermita Esa…¡no volverá! Volverán de nuevo los hermanos tus pasos por la calle alumbrar y, otra vez, sus corazones de guía te servirán. pero aquellos pasos, que dio para a tu lado poder caminar como humilde servidor Esos…¡no volverán! Volverá el aroma de tu presencia en el aire de la tarde a flotar y, otra vez, nuestras almas de ilusión se llenarán. pero aquel que un día respiró, como la flor del lirio o el azahar que desprende tu paso Ese…¡no volverá! Volverá el amor fraterno de otro jueves a asomar y, otra vez, compartiremos momentos de hermandad. pero aquellos que a ti te hicieron vivir, sentir y amar por tu querida Virgen Esos…¡no volverán!
Pregón de la – Corporación Bíblica: Los Profetas - Por: José Joaquín Borrego Serrano – Año 2017
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Desde aquí os pido que hagamos todo lo posible por intentar mantener vivos los
recuerdos de todos aquellos hombres y mujeres que nos enseñaron a amar nuestra Semana
Santa.
Despertad conmigo ahora y acompañarme, otra vez de mi mano, al Viernes Santo.
Es Viernes Santo de madrugada, me levanto y aún resuenan en mis oídos los pasos de
mis hermanos recorriendo las estaciones, formando una larga hilera de sobrecogedora estampa,
en silencio y consternados, recorremos las puertas y espacios de los sacrosantos lugares de
nuestro pueblo, Dulce Nombre, Iglesia de la Victoria, Parroquia de la Purísima, Iglesia de la
Concepción, Iglesia del Hospital, Santuario de Jesús y Parroquia de Santiago, vamos a mostrar
a Jesús que estamos con Él, que no lo abandonamos en estos momentos de vergüenza e infamia
que le ha tocado vivir, dándole testimonio de nuestro amor y devoción. En mi cuartel, es cita
obligada para los hermanos que tendrán que vestir figura en el primer turno, entre los que
procuro encontrarme.
Mientras bajo al cuartel, aún quedan prendidas en el aire como revoltosas alondras
buscando cobijo en el corazón de La Puente, las notas de la magistral y emotiva diana
interpretada por El Imperio. Ha hecho sólo un momento que se ha producido el eterno
encuentro entre Jesús, El Imperio y su pueblo. Una muchedumbre llena de fraternales y
fervorosos sentimientos acude a llenar el espacio de la plaza del Calvario, unos llegan recién
levantados y otros sin pegar ojo, pugna todavía la luna con el sol por conseguir un privilegiado
sitio y su luz prodigiosa baña las almas de todos los presentes, que esperan con impaciencia la
llegada de nuestro padre Jesús Nazareno “El Terrible”. Rompe el velo de la noche una bengala,
como hija de la luna y detrás “El Imperio” que va haciéndose un hueco entre el gentío
ocupando su sitio, hasta el silencio parece querer escuchar y todo el mundo calla porque no los
deja hablar un nudo en la garganta. Y entonces comienzan a volar por el cielo, sobre los níveos
penachos, como aves que buscan anidar en los corazones de los presentes, los acordes de esa
conmovedora pieza que cada año, como musical pregonera anuncia que ya, bajo el arco, está el
Patrón de Puente Genil.
Paso por el puente, ya cerca del cuartel situado en la calle Postigos, me detengo para
respirar el mágico aire de aromas de ribera, álamos y membrilleros, contemplo el sereno paso
del agua, que dentro de no mucho rato será testigo del paso de Jesús hacia el barrio manantero
de Miragenil para reposar sus pies y sus manos, no sin antes haber sido sentenciado a muerte
por Pilatos del Pretorio Romano, que en una esquina del puente; en un singular pregón del
Paso, lo condena a muerte y después se lava las manos, todos esos pensamientos inundan mi
corazón de calma, como un presagio de los momentos que voy a vivir en un instante.
Una vez en el cuartel nos preparamos para uno de los momentos más importantes, la
representación de las figuras bíblicas. Cada uno viste la que le ha tocado en el sorteo celebrado
la noche del Jueves Santo. Cuando me dispongo a colocarme las ropas, a preparar martirio y
rostrillo, y me paro a contemplarlos, de repente un pensamiento me viene a la mente y me
pregunto, de cuantos momentos de plegarias al cielo, sudor, lágrimas y sentimientos habrán
sido testigos. Permanecen dormidos, como en letargo, para volver a cobrar la vida que le ofrece
el que le toca vestirlos. Ahora me ha tocado a mí hacerlo.
Pregón de la – Corporación Bíblica: Los Profetas - Por: José Joaquín Borrego Serrano – Año 2017
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Mientras tanto desde el Calvario, el pueblo se habrá llenado, a su paso por las calles, de
la infinita bondad de Jesús y el perdón de los pecados con el agonizante Cristo de la
Misericordia, acompañado por su madre la Virgen del Mayor Dolor, María Magdalena, San
Juan y un vigilante y cruel centurión que a los pies de la cruz, contemplan el terrible momento
en que Jesús entrega su espíritu al Padre; de la firme fidelidad de su discípulo, San Juan con
Nuestra Señora de la Cruz y de la infinita pena y tristeza de su madre, La Virgen de los
Dolores, con el corazón roto por un dolor profundo, el dolor de una Madre que pierde a su Hijo
amado, el dolor de esos siete puñales que traspasan su corazón.
Jesús, tus pasos te habrán llevado también a ti desde el Calvario a la entrada de la calle
Santa Catalina y yo me estaré incorporando para ir a tu encuentro.
Cuando miro al final de la calle
un sol que no quema, dibuja tu talle, Tu cuerpo, un lirio morado tronchado por el peso del madero corre de sangre un reguero por tu rostro de espinas coronado. Mis pasos ya están soñando con andar el camino añorado, cruzar el límite de lo humano para llegar a ti que eres luz Redentor del mundo en la cruz y recibir la bendición de tu mano. El metálico son de la campana como ruiseñor de la mañana flota en el cielo su llamada y a modo de oriental estrella guía mis pasos hacia ella señalando el camino a tu mirada.
Mis pies avanzan lentamente entre una marea de almas silentes que esperan que mis pecados se diluyan sobre el suelo como la niebla en el cielo, como la cera de sus cirios desangrados. Sigo caminando a tu encuentro el rostrillo viste mi alma dentro y desnuda, desvestida del miedo ruega para que esta penitencia le haga alcanzar tu indulgencia convirtiendo en paz mi desvelo. Ya alcanzo a ver tus pies deshechos dejando mi corazón maltrecho por no poder mitigar tu dolor ni acabar con tu sufrimiento y a ti entrego mi último aliento como tributo a tu verdadero amor y en pos de tu divina presencia levanto mis brazos en reverencia y al llevar hacia ti mis manos no es el martirio lo que estoy elevando es mi pobre corazón temblando suplicando el perdón de los hermanos.
Tendré que seguir mi camino, pero ahora suena en mi corazón esa bendita plegaria
compuesta por Rafael Sánchez y Carlos Delgado, para alivio del tuyo.
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El Viernes Santo por la noche, ahora de las mano de los hermanos apóstoles, a los que
cariñosamente llamamos nuestros primos hermanos, tuve la ocasión de formar parte de ese
cortejo lúgubre y terrible que van representando, golpes de tambores roncos y apagados que
parecen salir de las entrañas de la tierra, van extendiendo el sonido a lo largo de su desfile
como si se tratara de la manifestación del caos, la pesadumbre, la pena y el miedo posteriores a
la muerte del Salvador del mundo, del Rey de los cristianos.
Avanzan lentamente como un viento de color negro y aroma a muerte. Sus picoruchos
asemejan a cipreses que no levantan sus copas al cielo, sino que rotos y desgarrados por el
dolor, proyectan sus funestas sombras sobre el suelo.
Van acompañados de un demonio y una muerte, que distraídas juegan con los
presentes, celebrando una victoria que, pobres desventurados, no han logrado, porque el que
suponen muerto les ha vencido.
Solo cambia su semblante cuando al postrarse ante cada imagen, sus voces prodigiosas,
entonan una oración hecha cuartelera y así van rezando a cada uno de los Titulares de esta triste
noche.
Te miro, Jesús, y no puedo
ver tu cuerpo vencido, por muerte de cruz herido, sin sentir que por ti muero ni apartar de mí el dolor de ver tu cuerpo inerte. Tú que nos diste tu amor Cristo de la buena muerte, tocan los roncos tambores su repique de alma negra y un demonio que se alegra juega con la muerte, sin temores, una madre por el dolor herida ícono de piedad y pasión abraza a Jesús sin vida y de vida sueña una ilusión. Sus manos, blancas azucenas sin su hijo lucen mustias, no riega la sangre sus venas, madre eres, de las Angustias. Siguen y siguen tocando los tambores de negra pena, arrastrando las cadenas muerte y demonio danzando. Juan el discípulo amado, señala con su dedo el camino que Jesús nos ha marcado con su amor eterno y divino.
Llegan a él los romanos penachos negros de luto, mueven su paso los hermanos al son de un Trípili absoluto. Tambores de aroma a muerte, saetas de un gran calado, lúgubre cortejo del apostolado, “la parca” celebra su suerte. La luna también enluta con un manto de negro terciopelo, lágrimas negras del cielo caen por tu faz diminuta. Tus manos, palomas heridas por el odio y la maldad en esa noche deicida Virgen de la Soledad. Los tambores van ahogando su rumor de desconsuelo, el purgatorio se está apagando y ya no tiembla el suelo. Ya está el infierno cerrado y abierta la inmensa gloria, el pecado perdonado y grabada en mi memoria esa noche triste y de espanto, esa noche de Viernes Santo.
Pregón de la – Corporación Bíblica: Los Profetas - Por: José Joaquín Borrego Serrano – Año 2017
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El Sábado Santo los sentimientos van unidos a la mano de la Cofradía de nuestros
titulares, El Santo Sepulcro y Mª Santísima de las Lágrimas.
Al paso de Jesús yacente en una urna de cristal, los corazones se llenan de pesadumbre,
dolor y pena, la campanita cambia sus sones doblando ahora a muerte y las calles se visten de
riguroso luto, de cientos de nazarenos que acompañan a Jesús y a su madre Mª Santísima de
las Lágrimas, que sólo lleva por compañía el dolor por la pérdida de su hijo y una cruz vacía,
esa misma cruz que apaga su mirada, ahogándola en llanto. El universo está de luto por el
Redentor del mundo y aunque su cuerpo está yerto, nos va hablando de amor y llenando de luz
el sueño de alcanzar la vida eterna.
Sepulcro donde acaba lo vivido
testigo indolente de tu muerte, Tú nos mueves, Señor, muévenos verte con el cuerpo yerto y escarnecido. La sangre de tu cuerpo malherido germina como una roja rosa cuando expira tu alma piadosa y alcanzas el cielo prometido. Aquí en la tierra dolor y llanto gloria en el cielo por a Ti tenerte en esta noche de Sábado Santo. Tú que nos das la vida con tu muerte y nos libras del horror y el espanto permítenos vivirla sin perderte.
Va terminando el trayecto, pero no sería justo que en este sentimental recorrido faltara
el amor que, por nosotros, una madre siente. ¿No es la Virgen nuestra madre? Y no son las
advocaciones que representa el reflejo de sus sentimientos, porque las madres son la Guía de
nuestros primeros pasos, hacia Jesús y en la vida nos miman y protegen como si fueran Ángeles
del cielo y nos muestran el verdadero camino, alumbrándolo con la luz de una Estrella, nos dan
la vida y estarían dispuestas por nosotros a perderla como muestra el más sublime Amor sin
medida, comparten con celo nuestras experiencias como cuentas de un Rosario, nos dulcifican
los fracasos con su Consuelo ocultando a veces su Amargura y celebran con gran alborozo
nuestra Victoria, cuando nos desviamos del camino de Jesús, lloran por nosotros como La
Veracruz, pero no pierden la Esperanza de que volveremos a encontrarlo, nos traen al mundo
con sus Dolores al alumbrarnos y entregan su vida en protegernos para que nosotros no los
sintamos y cuando nos alejamos de su regazo sienten la Angustia de quedarse en Soledad y un
torrente de Lágrimas inunda sus ojos, recobrando la Alegría cuando volvemos de nuevo a sus
vidas.
Pregón de la – Corporación Bíblica: Los Profetas - Por: José Joaquín Borrego Serrano – Año 2017
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Aprovecho para congratularme del papel crucial de la mujer en nuestra Semana Santa y
os animo a que sigáis haciéndolo, porque vuestra pasión, vuestras aportaciones, os hacen dignas
merecedoras del término mananteras.
Y llegamos al final, volviendo al punto de partida, en el día del triunfo de Jesús sobre
la muerte, en el día del comienzo de una nueva y eterna vida, en un Domingo de Resurrección.
Jesús Resucitado nos ofrece a su paso por las calles de nuestro pueblo “vida en abundancia”
invitándonos a abrir nuestro corazón a él y recibir los dones que viene a ofrecernos, le
acompaña su Madre ahora llena de Alegría por el triunfo de su hijo resucitado y el encuentro
con el mismo. Pero llegados aquí, los sentimientos tienen el sabor agridulce de la alegría y la
certeza del triunfo de Jesús sobre la muerte y la nostalgia que nos separa de volver a vivir otra
Semana Santa.
Ya sólo me queda deciros, que sé que cada uno tiene sus propias experiencias, cada
cual escribe con su forma de vivir y sentir los días venideros su propio pregón, por lo que no
todos los pregones entran en uno, pero sí que todas las Semanas Santas están contenidas en una
y esa es la nuestra. Así que os animo a ¡¡VIVIDLA!!