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143FUNDAMENTOS DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO
PRINCIPIO DE CONTINUIDADAldo Rossi
El doble significado, atmosférico y cronológico, del tiempo, es el principio que
preside toda construcción; ese doble sentido de la energía lo descubro ahora
claramente en la arquitectura, del mismo modo que podría hacerlo en otras téc-
nicas o artes. En La arquitectura de la ciudad, mi primer libro, identificaba ese
mismo problema con el de las relaciones entre forma y función; la forma perma-
necía y determinaba la construcción en un mundo en que las funciones estaban
en perpetuo cambio; y con la forma variaba también el material. El material de
una campana podía convertirse en el de un obús, la forma de un anfiteatro en la
de una ciudad, la de una ciudad en un palacio. Escrito alrededor de mis treinta
años, aquel libro me parecía definitivo y, aún hoy, no han sido sus enunciados
ampliados suficientemente. Más tarde advertí con claridad que en la obra latían
motivaciones mucho más complejas, especialmente a causa de las analogías que
atraviesan todas nuestras acciones.
Desde mis primeros proyectos, en los que estaba interesado por el purismo, he gus-
tado del contagio, de los pequeños cambios, de los comentarios y las reiteraciones.
Mi primera educación no fue exactamente figurativa y, por otra parte, aún hoy
estoy convencido de que, poseyendo un objetivo claro, todo oficio es igual a otro;
habría podido dedicarme a cualquier cosa y, de hecho, mi interés por la arquitec-
tura y mi actividad como arquitecto se inician con bastante retraso. En realidad
creo haber concedido en todo momento una atención especial a las formas y a
las cosas, aunque tal actitud me ha parecido siempre el último instante de un Charles Leonard Woolley, levantamiento de la antigua ciudad sumeria de Ur (en el actual Irak).
144 I. FUNDAMENTOS CUATRO CUADERNOS. APUNTES DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO
complicado proceso, de una energía que se dejaba ver tan sólo en esos momen-
tos. Así, de niño, me impresionaban particularmente los Sacri Monti («El Sacro
Monte fue una expresión característica de la religiosidad lombarda durante el
manierismo —consiste en una sucesión de capillas que, representando diver-
sos momentos de alguna historia sacra, deben ser visitadas por los peregrinos
siguiendo el orden de esa historia, y cuya culminación, al final del recorrido pro-
cesional, reproduce el Santo Sepulcro. Se trataba de una inigualable conjunción
de arquitectura y recorrido paisajístico»1): estaba convencido de que la historia
sagrada se resumía en la imagen de yeso, en el gesto inmóvil, en la expresión
detenida en el tiempo de una historia que no podía contarse de otro modo.
Era la misma postura de los tratadistas respecto a los maestros medievales; la des-
cripción y el levantamiento de las formas antiguas permitía una continuidad que
de otra manera no se habría dado, y dejaba un resquicio para la transformación
cuando la vida quedaba detenida en formas precisas. Admiraba la obstinación
de Alberti, repitiendo, en Rímini y Mantua, formas y espacios de Roma, como
si no existiese la historia contemporánea; de hecho, él trabajaba científicamente
con el solo material posible, el único que está a disposición del arquitecto. Fue
precisamente visitando San Andrés de Mantua cuando tuve, por vez primera, la
sensación de esa correspondencia que existe entre el tiempo en su doble sentido,
atmosférico y cronológico, y la arquitectura; veía la niebla penetrar en la basílica
tal como a menudo gustaba de observarla en la Galleria de Milán, como algo im-
previsible, que modifica y altera, como luz y sombra, como las piedras pulidas y
gastadas por los pies y manos de generaciones de hombres.
Tal vez era eso lo único que me interesaba de la arquitectura; porque sabía
que era el resultado de una lucha entre el tiempo y una forma que iba a ser,
finalmente, destruida en el combate. La arquitectura era uno de los modos de
supervivencia que habían perseguido los hombres, una manera de expresar su
esencial búsqueda de la felicidad.
1Anna Tomlinson, «Sacri Monti» en The Architectural Review, vol. 116, 1954.
Autobiografía científica [1981], Gustavo Gili, Barcelona, 1998.
Charles Leonard Woolley desentierra una estatuilla en Ur durante las excavaciones entre 1922 y 1934.