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CO N V E RSACI Ó N A B I E R TA
Al sur del cielo: arte y violencia en México 56
Por Israel Martínez y Gerardo Montes de Oca
CR ÍT I C A : L I B ROS
Sobre el Anti-Humboldt (o de las palabras) . . . . . . . . . . . . . 62
Por Javier Taboada
La modernidad errada 64
Por Francisco Serratos CR ÍT I C A : M E D I OS
Cuando el blanco y negro me salvó la vida 70
Por Ainamar Clariana Rodagut FO R M A S B R E V E S
Personajes precarios 72
Por Vanni Santoni
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Director fundadorVíctor Sandoval †
Tierra Adentro es una publicación mensual de la Dirección General de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cul-tura y las Artes. Los textos firmados son responsabilidad de sus autores. Los editores no comparten necesariamente el punto de vista de los autores. Los títulos de los textos son responsabilidad de los editores. Periodo de exhibición: sep-tiembre de 2015. Domicilio: Av. Paseo de la Reforma 175, piso 3, colonia Cuauhtémoc, México, Distrito Federal, CP 06500; teléfono: 41550200, ext. 9094; correo electrónico: tierraadentro@conaculta.gob.mx. Editor responsable: Rodrigo Castillo. Publicación registrada en la Dirección de Derechos de Autor de la Secretaría de Educación Pública, con Reserva de Derechos de Título núm. 04-2011-051212064200-102. Certificado de Licitud de Título, núm. 9776. Certificado de Licitud de Contenido, núm. 6837, expedido por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Se-cretaría de Gobernación, issn 0185-0938. Impresión: Offset Santiago. Río San Joaquín 436, col. Ampliación Granada, C.P. 11520, Distrito Federal, México. Distribución: Educal S.A. de C.V., Avenida Ceylán núm. 450, Colonia Euzkadi, Azcapotzalco, México, Distrito Federal, CP 02660.
Cada edición de Tierra Adentro propone una discusión actual y pertinente para nuestro contexto, validada en el diálogo abierto y transversal con sus lectores. Nos interesa discutir el presente inmediato desde las artes en todas sus dimensiones, tanto éticas como estéticas. «Septiembre negro» es un dossier que contiene diferentes reflexiones sobre la violencia y la muerte en nuestro país. ¿Qué significa vivir en México hoy? ¿Qué significa morir aquí? Reflexionamos acerca del valor del metro cuadrado de tierra en los panteones de distintas zonas nacionales, gracias a Paul Medrano, quien nos cuenta la historia de dos familias mexicanas que padecieron los altos costos funerarios, la burocracia y la corrupción al intentar realizar las exequias de sus seres queridos. Para ahondar en esta cuestión, varios creadores nos dieron su punto de vista sobre algunos de los problemas más graves a los que los jóvenes mexicanos se enfrentan día con día: la muerte por migración, por feminicidio, por desaparición forzada, o del periodismo como oficio, entre otros.
En entrevista, y a raíz de la aparición de su más reciente libro Campo de guerra, el ensayista Sergio González Rodríguez nos habla sobre el lúgubre panorama al que se asoma nuestro país en el contexto de violencia y corrupción en el cual está sumido. Esta edición especial de Tierra Adentro se suma al coro de voces que se multiplican para resistir ante una realidad apabullante que intenta silenciarnos.
D OSS I E R
15. Septiembre Negro La muerte no es la nada 16
Por Paul Medrano
Una breve historia con olor a muerte 24
Por Carolina Alba
Maíz, sin título 28
Por Eduardo Abaroa
Quebrantahuesos 30
Por Edgardo Aragón
Rancho Ciencias Naturales 32
Por Paulina Lasa
Morir en línea 36
Por José Jiménez Ortiz
N A R R AT I VA
Dijeron después 45
Por Marina Porcelli
La Devoravidas 48
Por Óscar David López
Lobo 50
Por Orfa Alarcón
Semillas de granada 52
Por Raúl Aníbal Sánchez
El asesinato del periodismo 54
Por Juan Pablo Proal
E N SAYO
El futuro incierto de un país enfermo 38
Por Tania Ruvalcaba Valdés
10. Sergio González Rodríguez Por Carlos Velázquez
4. Cadáveres en las callesPor Daniel Herrera
CRÓ N I C A E N PR I M E R A PE RSO N A
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5CRÓ N I C A
El escenario es el siguiente. Torreón, 1911, una ciudad que se había
desarrollado en menos de veinte años como casi ninguna. Crea-
ción y orgullo de Porfirio Díaz, representaba la multiculturalidad y
el apogeo económico de la modernidad que el dictador intentaba
introducir al país. Sobre lo primero, a pesar de los mitos lagune-
ros, apenas había un 5% de habitantes extranjeros en la ciudad;
respecto a lo segundo, a pesar de la afluencia de dinero, la ciudad
estaba inmersa en un polvo que parecía talco, tan ligera que se
levantaba con apenas el paso de los caballos.
Además de las cuatro tomas realizadas durante la Revolución,
tres de ellas protagonizadas por Francisco Villa y cada una más
violenta y sanguinaria que la anterior, en marzo de 1929 Torreón
posee el vergonzoso récord de ser la primera ciudad del país bom-
bardeada desde el aire.
También existe otro récord, más vergonzoso que el de 1929: en
1911, de forma sistemática y organizada, la boyante comunidad
china que vivía en Torreón fue exterminada. Es quizá, como dice
Julián Herbert, autor de La casa del dolor ajeno, libro que aborda
ampliamente el acontecimiento, la matanza «más cuantiosa y
cruel en la historia de todo el continente americano. Fue, en el
sentido cabal de la palabra, un genocidio».
La caída de Torreón es parte fundamental del triunfo de Made-
ro; aun así, el genocidio que sucedió ha sido casi ignorado tanto
por la historia nacional como por los laguneros. A excepción de
varios esfuerzos que consisten en múltiples textos, la curaduría
fotográfica que realizaron Adriana Gallegos y Carlos Castañón en
la exposición 303 La matanza de chinos en Torreón, y el libro más
completo sobre el tema, Entre el río Perla y el Nazas, de Juan Puig.
A principios del siglo xx, Torreón, la ciudad más importante de La Laguna, fue escenario de uno de los sucesos más vergonzosos del país: la matanza de chinos, un genocidio olvidado por la historia nacional y por los mismos laguneros El escritor Daniel Herrera indaga en archivos fotográficos, periodísticos y literarios para hablar del contexto social en que se dio este suceso y sobre los primeros indicios de sinofobia en México Una versión extendida de esta crónica puede leerse a partir de septiembre en el sitio web de Tierra Adentro . Por Daniel Herrera
Cadáveresen lascalles
Generalmente atribuida a Villa, y sin buscar quitarle al bando-
lero su gusto por el asesinato y el robo, este pequeño genocidio
tiene otros protagonistas y, además, demuestra una característi-
ca escondida dentro de la idiosincrasia lagunera que algunos to-
davía niegan.
TRES DÍAS DE MUERTE
Antes de 1911 ya existían expresiones antichinas tanto en La La-
guna como en el resto del país. Julián Herbert, por ejemplo, res-
cata el informe de la Comisión Romero creada por Porfirio Díaz
para investigar si la inmigración china afectaba de alguna manera
al país. Con un claro ánimo sinófobo, los resultados de la comi-
sión explicaron que esa inmigración no era conveniente para Mé-
xico. Ricardo Flores Magón llegó a la misma conclusión, cuando
en 1906, palabras más, palabras menos, se preocupó por la pér-
dida de empleos mexicanos a manos de los chinos. Durante los
festejos de los cien años de la Independencia en Torreón, casi
como presagio, algunos negocios chinos fueron apedreados. La
xenofobia se respiraba tanto en el aire que el representante de los
súbditos del imperio chino en la ciudad, Woo Lam Po, después de
reunirse con los dirigentes del área, mandó imprimir un volan-
te en chino donde les advertía a sus compatriotas no sólo de no
participar en las acciones militares, sino, incluso, de no oponer
resistencia en caso de saqueos.
Cuando los revolucionarios maderistas, por llamarles de alguna
manera, se encontraban a las puertas de la ciudad, los chinos se
habían encerrado a cal y canto con la esperanza de que la revo-
lución pasara sin tocarlos.
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6 7CRÓ N I C A CRÓ N I C A
que los líderes, Jesús Agustín Castro y Sixto Ugalde, no hubie-
ran escuchado sobre los asesinatos que ocurrían en El Pajonal, al
oriente de la ciudad.
Justo ese lugar fue el que vivió más intensamente el segundo
día. Los Amarillos intentaron retomar sus posiciones pero de nue-
vo retrocedieron a la Alameda. La batalla duró hasta la tarde. Por
la noche, más soldados que llegaron de Gómez Palacio decidieron
divertirse con los campesinos chinos que habían sobrevivido en-
cerrados desde la noche anterior. Los juntaron en un descampado
y, entre carcajadas, comenzaron a dispararles. Algunos cayeron
heridos, pero ninguno quedaría vivo. No sólo les dispararon en el
pecho o en la cabeza, también, ya muertos, los desmembraron.
A las tres de la mañana del 15, los soldados federales ya habían
dejado Torreón. Comenzaron a retirarse a partir de la mediano-
che; la falta de armamento y la cantidad abrumadora de rebeldes
maderistas que se encontraban en toda la ciudad hacían impo-
sible la defensa. La salida fue sigilosa al principio, pero en algún
momento, a las afueras, tuvieron que abrirse camino frente a las
fuerzas rebeldes. Habría que imaginar la tierra lodosa, irregular,
el enemigo disparando y, en medio de la oscuridad, correr al mis-
mo tiempo que se rechaza el fuego contrario. Pues bien, eso fue
nada frente al infierno que estaban a punto de vivir trescientos
tres chinos.
Al día siguiente, los primeros en enterarse de la retirada federal
fueron el expresidente municipal, Francisco A. Villanueva, quien
en ese momento era recaudador de renta, y el cónsul estadouni-
dense George C. Carothers. En lugar de negociar con los maderis-
tas, los dos decidieron encerrarse, algo comprensible para ellos,
quienes temían que los primeros rebeldes llegaran a la ciudad.
Eran las cuatro de la mañana.
Una hora después, algunos hombres a caballo entraban a toda
velocidad, disparando al aire y dando gritos, recorrían deprisa un
par de cuadras y salían lo más rápido posible. Esperaban una em-
boscada. Todavía no sabían que la plaza estaba indefensa.
Cuando descubrieron que lo único que recibían eran vivas de
los maderistas dentro de la ciudad, el grueso de los hombres que
estuvieron combatiendo los dos días anteriores se internó rumbo
a la plaza principal. Nadie los recibió a balazos, no había ya ene-
migos. Entre ellos seguro estaba Benjamín Argumedo.
Lo primero que hicieron los vencedores fue incendiar el Palacio
Municipal, liberar a los presos y emborracharse con vino adulte-
rado que estaba almacenado en el edificio gubernamental y que
esperaba una resolución: tirarlo o devolverlo a quien lo había en-
viado a la ciudad. Después, los soldados y los pobres se interna-
ron en todas las cantinas o bares que estaban a su disposición.
Apenas salía el sol y la turba ya estaba borracha. Los primeros
que bebieron el vino adulterado cayeron enfermos en la misma
calle. Las acusaciones brotaron: los chinos habían envenenado el
vino, el agua y la comida.
A las seis de la mañana se festejaba la victoria en la plaza prin-
cipal con el saqueo. Los maderistas habían prometido todas las
riquezas de la clase alta de Torreón a los rebeldes.
Herbert afirma que los primeros negocios en ser saqueados
fueron La Prueba, de Tomás Zertuche Treviño, y La Suiza, de Gui-
llermo Peters. Pero pronto los olvidaron para volcarse contra la
comunidad china: «no fueron asaltados “algunos de sus negocios”,
sino todos. Y no solamente sufrieron pérdidas materiales: la turba
y los maderistas asesinaron a sangre fría a todos y cada uno de
los cantoneses que encontraron».
Benjamín Argumedo se acercó a los pobres que estaban sa-
queando los negocios y les preguntó desde cuáles azoteas habían
estado disparando los federales. Todos los edificios a los que apun-
taron eran dirigidos o propiedad de chinos. Así, frente al Banco
Chino, Argumedo ordenó a sus hombres matar a todos los can-
toneses que encontraran.
Es claro que los chinos no dispararon, pero el rumor se espar-
ció rápidamente.
La turba arrasó con todo edificio que tuviera alguna caracte-
rística oriental: la Compañía Shanghai, ubicada en el primer piso
del banco, trece chinos asesinados con cuchillos y hachas en la
calle; tercer piso, muerte a balazos de todos los empleados, a dos
los cortaron en pedazos; Club Reformista Chino, todos los resi-
dentes del club, quince o dieciséis, asesinados; otros negocios pa-
saron por lo mismo, Herbert y Puig enumeran: las tiendas de Yee
Hop, la de Wing Hing Lung, la de Quong Shin, la de King Chaw,
El 2 de Abril, La Ciudad de Pekín, la Zaragoza, El Nuevo 5 de
Mayo, El Vencedor, El Quince Letras Chinas, el restaurante Park
Jan Long, El Puerto de Ho Nam, El Pabellón Mexicano, la lavan-
dería El Vapor Oriental y otros negocios ubicados en el mercado
local El Parián.
De casi todos ellos sacaron cadáveres u hombres vivos para
lincharlos en la calle. Morían con balazos en el corazón o en la
sien, con machetazos o sablazos en medio de la cabeza. Esto de-
muestra la falsedad de las acusaciones maderistas, ninguno de
ellos murió de forma distinta. La posición de las heridas señala
que estaban de pie y a poca distancia de sus verdugos. Si acaso
alguno de ellos disparó un tiro fue en defensa propia.
En medio de la matanza, unos niños patearon las cabezas de
dos cadáveres. A algunos muertos los amarraban a los caballos y
eran arrastrados por las calles. Cuando se descubrió que algunas
de las víctimas llevaban sus ahorros en los calcetines, cada vez
que algún cadáver era arrojado a la calle, la turba se amontonaba
desnudándolos en busca de la riqueza. El éxtasis asesino llegó
cuando, de pronto, desde una ventana del edificio Wah Yick un
hombre, probablemente un lagunero, aventó a la calle la cabeza
de un chino.
La matanza fue amainando porque ya no quedaban chinos por
matar ni negocios orientales por desvalijar. Los jefes maderistas,
Emilio Madero, Orestes Pereyra, Sixto Ugalde y Jesús Agustín Cas-
tro seguían sin aparecer. Es muy probable que alguno de ellos estu-
viera enterado de la matanza. No fue hasta las diez de la mañana,
más o menos, cuando Emilio Madero, junto a Orestes Pereyra y Je-
sús Agustín Castro, entraron a la ciudad y prohibieron la matanza.
Pero, como escribe, Puig: «Los últimos soldados revolucionarios
que entraron en la ciudad [...] empezaron entonces a tratar de
El 9 de mayo, Gómez Palacio y Lerdo, dos de las tres ciudades
más importantes de La Laguna, estaban tomadas por los maderis-
tas. La batalla por Torreón era irreversible y ambos bandos, federa-
les y revolucionarios, se prepararon para librarla hasta la derrota.
Las acciones comenzaron la mañana del sábado 13 de mayo.
Grupos de soldados mal organizados, la mayoría pobres sin nada
que perder, se apostaron alrededor de la ciudad. Entre los dirigen-
tes se puede nombrar a Benjamín Argumedo, un campesino de
Matamoros, Coahuila, quien atacaría por el oriente, por El Pajonal;
Sixto Ugalde y Orestes Pereyra, también laguneros, uno herrero y
el otro peluquero, entrarían por el suroeste, específicamente por el
río Nazas; Juan Ramírez atacaría por San Joaquín; finalmente, José
Agustín Castro, héroe de Gómez Palacio, herrero de profesión,
ingresaría por el panteón que se encontraba a las afueras de la
ciudad. Este último era el jefe militar de la región junto a Emilio
Madero, hermano de Francisco I. Madero y quien tenía la mayor
responsabilidad sobre las tropas que atacarían la ciudad y su re-
lación con los residentes.
Dentro de la ciudad, el general Emiliano Lojero organizaba a
sus soldados para defender la plaza. Zanjas, trincheras, análisis
de la zona, apostamiento de vigilantes y soldados en áreas es-
tratégicas fueron las órdenes del veterano general. En todos los
textos que se pueden encontrar sobre esta matanza se hace refe-
rencia a un grupo de soldados federales llamados Los Amarillos,
cuyo nombre oficial era los Voluntarios de Nuevo León. El apodo
proviene del color caqui de su uniforme y, por su desempeño du-
rante la batalla, se podría afirmar que estaban bien entrenados.
Estos hombres se desperdigaron por el oriente de la ciudad, a lo
largo del ferrocarril Coahuila-Pacífico y también sobre el techo de
la huerta Do Sing Yuen, propiedad de un rico inversionista chino
llamado Woon Foon-chuck. Cuando se retiraron de la zona esa
misma noche, dejaron indefensos a los hortelanos chinos y éstos
sufrieron la rabia sembrada en los rebeldes por las dificultades
para tomar El Pajonal.
El ataque inició a las diez de la mañana. Los primeros en caer,
al parecer, fueron civiles. Después los muertos comenzaron a con-
tarse por decenas en ambos bandos, pero mucho más nutrido del
lado rebelde.
Esa noche cayó una tormenta. Aunque la zona es desértica, a
veces llueve como si las nubes de todo el país llegaran a descar-
garse sobre la ciudad. Los chinos que corrieron buscando salvar
su vida quedaron ahí, entre las acequias, desangrándose en el
lodo. Varias decenas fueron asesinados y así comenzó la matanza.
El domingo 14 de mayo recomenzó la batalla temprano por
la mañana, aunque atenuada por la inmensa cantidad de muer-
tos en ambos bandos. También la noticia de los chinos asesinados
corrió por la tropa. Herbert afirma que es poco creíble suponer
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contener la matanza y el saqueo. [...] No empleaban otro método
que el de la persuasión, el cual por muy enérgica que la quisieran
hacer, tardaba mucho en surtir efecto entre sus interlocutores».
La matanza no terminó hasta las cuatro de la tarde, ya con eje-
cuciones aisladas. El saqueo consistió en cincuenta y nueve casas
y trescientos tres muertos. Se sospecha que el más chico de ellos
tenía doce años. Ninguno participó en la batalla.
TODOS CONTRA TODOS
Converso a la distancia con Julián Herbert. Él vive en Saltillo. In-
vestigó múltiples fuentes, platicó con distintos historiadores, se
zambulló en la historia local para escribir un libro sobre este ge-
nocidio. Afirma que puede entender la idiosincrasia lagunera de
forma crítica pero no alcanza a observar todas sus orillas.
Su libro tiene una perspectiva clara: demostrar que la clase diri-
gente de la ciudad intenta manipular la historia de Torreón. Ellos,
explica, son los primeros en sostener «la historia de bronce», esa
donde se dice que los asesinos no eran de aquí, sino un grupo de
salvajes que seguían a la tropa. Un fragmento de sus pruebas es
una entrevista que hizo a Silvia Castro, directora del Museo de la
Revolución de Torreón.
Tampoco deja atrás al resto de la población. Ellos también crea-
ron un mito: «La cultura popular se ha lavado las manos de otra
manera, concretamente, culpando a Francisco Villa, quien, como
sabes, no tuvo ninguna vela en ese entierro».
El asunto, desde mi perspectiva, se pierde por otros prejuicios.
Por un lado, si a la clase alta lagunera le interesa esconder ca-
dáveres en el clóset, dudo que sean de chinos. Algunos historia-
dores locales, como la directora del museo, tal vez expliquen la
matanza como una acción aislada perpetrada por una «troupe de
pícaros», como dice Silvia Castro a Herbert. Pero he visto que la
versión más aceptada es que los asesinos fueron laguneros po-
bres y algunos clasemedieros, mezclados con personas de otros
lugares. Es improbable pensar que la matanza y el saqueo, por
sus dimensiones y minuciosidad, provenga de personas ajenas
a la región.
Por otro lado, la versión popular apenas circula. Para la ma-
yoría de los laguneros, al igual que para el resto del país, este
genocidio jamás existió. Tal vez esta ignorancia viene de cierto
racismo velado.
Esta perspectiva también la comparte Herbert. Queda claro que
el pueblo mató a los cantoneses, pero no fue espontáneo, «sino
tras la construcción de un imaginario xenófobo que llevaba déca-
das de existir y cuya primera articulación documentada proviene
del gobierno de Porfirio Díaz y de los prejuicios raciales de la bur-
guesía mexicana en general y particularmente de la lagunera».
Y aunque los pobres podían tener sus razones, como seguir las
tesis magonistas citadas arriba, para Herbert esta visión no está
peleada con la ideología dominante, «tratarlas como si fuesen
dos entidades sin posibilidad alguna de mutua contaminación
es, por decir lo menos, una ilusión. Y, por decir lo más, una mani-
pulación de la historia».
Pero quizá lo más inquietante es que esta violencia de lagu-
neros contra laguneros, que viene a romper con el feliz mito de
que somos amables e incluyentes, tiene su punto más álgido y
terrible en eventos recientes. La Laguna vivió uno de sus peores
momentos por varios años gracias a la lucha del narco impul-
sada por Calderón. Las balaceras, ejecuciones y persecuciones
eran comunes de día y de noche. Durante el 2010 vimos con ho-
rror distintas masacres. Los muertos oficiales eran pocos, pero
los testigos siempre contaban más de los que aparecían en los
periódicos.
Meses después nos enteramos de que los sicarios eran presos
del Cereso de Gómez Palacio, quienes eran liberados por la noche
para perpetrar las matanzas y regresaban a la prisión al amane-
cer. Eran hombres de la región, como los sicarios del otro bando,
quienes vivían en los cerros del poniente, mudos testigos de las
distintas batallas que ha vivido Torreón. Aquí es donde, me pare-
ce, Herbert no descubre ningún hilo negro. Ya sabíamos que so-
mos autodestructivos, que entre nosotros nos hemos asesinado
desde hace tiempo. El autor logró leer de cerca a los laguneros,
pero no terminó de medirnos por completo.
Como epílogo a este genocidio existe una disculpa que tampo-
co terminó bien. Lo cuenta Herbert . En el 2011 el doctor Sergio
Corona Páez, cronista oficial de Torreón,
impulsó a través del ayuntamiento un acto de desagravio: redactó una
disculpa histórica que entregó públicamente a una misión diplomática
china invitada a la ciudad. En el mismo acto, una placa luctuosa fue co-
locada en un muro del edificio conocido como Banco Chino y la efigie
en bronce de un hortelano cantonés fue instalada en el bosque Venus-
tiano Carranza.
Al parecer el encargado de la misión diplomática no sabía nada
sobre la matanza, pero recibió la disculpa de todas maneras. En
otoño del mismo año, la placa desapareció del edificio y la escul-
tura fue removida de su base. La explicación más clara es que
durante esa época, mientras las balaceras y ejecuciones arrecia-
ron en la región, los ladrones de placas, monumentos y tapas de
coladeras lograron robarse casi todo para venderlo «al kilo». Casi
todas las esculturas, bustos y placas eran de bronce, y pocas sa-
lieron indemnes. Una consecuencia más de enfrentar al narco.
Tal vez la escultura del campesino cantonés fue demasiado
pesada para sacarla del bosque; las puertas giratorias complica-
ron el hurto. Al parecer fue regalada por el alcalde de entonces,
Eduardo Olmos, al representante de la comunidad china local,
Manuel Lee Soriano.
Mientras la ciudad parecía derrumbarse y poco después, tam-
baleante, comenzó a resurgir de donde se había escondido, los
locales de comida china cuyos dueños son inmigrantes de aquel
país comienzan a multiplicarse, uno tras otro, lenta y silencio-
samente.
Daniel Herrera (Torreón, 1978) es escritor, profesor y periodista. Autor de Melamina y Quisiera ser John Fante.
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En Campo de Guerra (Premio Anagrama de En-
sayo 2014) Sergio González Rodríguez sostie-
ne que «en tiempos de guerra la ley guarda
silencio». Dicha aseveración describe de ma-
nera global la situación del México contem-
poráneo. Un país en el que el Estado ha sido
suplantado por el an-estado. Territorio donde
impera lo a-legal. Nación que padece una re-
saca estratosférica: ciento veinte mil muertos
y desaparecidos producto de la guerra con-
tra el narco. Cifra a la que diario se le suman
más dígitos.
Por obras como Huesos en el desierto (in-
vestigación sobre los feminicidios en Ciudad
Juárez) y El hombre sin cabeza (un análisis
sobre la decapitación por parte de grupos
criminales), no existe hoy figura con mayor
autoridad para develar el México actual que
González Rodríguez. Además, destaca como
uno de los críticos literarios más reputados
del país —responsable en gran medida de la
recepción crítica de la literatura norteña en
el centro—. Su conocimiento y su trabajo de
campo (su indagación en el estado de Chi-
huahua durante la investigación para Huesos
en el desierto) lo dotan de una credibilidad
irreprochable. Tanto en lo literario como en
lo periodístico. Pero su sensibilidad se ubica
más allá del tema de la violencia. Cada año
ofrece un puntual recuento de los mejores li-
bros publicados en variedad de géneros, en los
que no se ausenta la poesía. Lo que detenta
una voracidad indómita. González Rodríguez
reparte su tiempo entre lo bello y lo terrible
que conforman el paisaje mexicano.
¿Consideras la guerra contra el narco la peor
crisis en la historia del país?
La guerra contra el narcotráfico es una eta-
pa de la historia del país inserta en el des-
plome del pacto Estado-nación de México a
principios del siglo xxi. Su gravedad es enor-
me, ciento veinte mil muertos, ejecutados y
desaparecidos, pero hay que recordar que en
los últimos cien años pasaron la Revolución
de 1910-1921 (un millón de muertos), la gue-
rra cristera (1926-1929, con cerca de doscien-
tas cincuenta mil víctimas) y otros episodios
violentos, como la represión al movimiento
estudiantil de 1968 y el levantamiento za-
patista de 1994 en los Altos de Chiapas. La
firma del Tratado de Libre Comercio de Amé-
rica del Norte (tlcan, 1994) y el Acuerdo para
la Seguridad y la Prosperidad de América del
Norte (aspan, 2005) marcan una etapa dis-
tinta en la historia mexicana que a veces se
denomina como posnacionalista o posmexi-
cana, ya que la soberanía del país ha entrado
en una dinámica de absorción por parte de
Estados Unidos y Canadá.
Ante la ausencia de una soberanía nacional,
donde el concepto de patria es inasible, ¿cuáles
son las posibles mutaciones que experimenta-
rá el mexicano de la posnación?
El ataque a la soberanía nacional delata la
bandera de algunos políticos, empresarios, co-
munidades y personas pro-estadounidenses,
que repiten aquella doctrina tradicional de
«América para los americanos» (James Mon-
roe dixit), pero la soberanía está lejos de ser
un concepto inasible y objeto de compraventa
expedita: consta en las normas constituciona-
les de México (y de todos los países). El hecho
de que los gobernantes y sus socios rechacen
cumplir tal precepto implica otro asunto. Por
lo demás, resulta una falacia decir que los
Estados-nación son cosa del pasado porque
ahora se impone (o debe imponerse) el go-
bierno mundial dirigido por Estados Unidos.
El Estado-nación continúa como el punto de
ensamble necesario para el orden global. El
concepto de soberanía no sólo es un mensa-
je sobre la extensión y autonomía territorial,
sino que constituye el recipiente de la historia,
la cultura, la memoria, el lenguaje específico
de una nacionalidad. Si el nacionalismo ar-
caico está rebasado, la nacionalidad enten-
dida como cosmopolitismo de la diferencia
(Ulrich Beck dixit) determina los contenidos
posmexicanos o posnacionales. Las nuevas
generaciones que están al tanto de la cultura
En años recientes, Sergio González Rodríguez (Ciudad de México, 1950) se ha erigido como un autor de importancia capital, no sólo por sus ensayos, sino por sus prolíficas novelas que ya han evidenciado las preocupaciones centrales de su obra. Ante este panorama, el autor de Campo de guerra habla con Carlos Velázquez desde la distancia crítica, lejano a la vez de la resignación y la apatía, sobre la guerra contra el narcotráfico y la apabullante violencia que se vive en México. Una versión extendida de esta entrevista está disponible en la página web de Tierra Adentro.
Por Carlos Velázquez
FotograFías de Alejandra Carbajal
EN TIEMPOS DE GUERRALA LEY GUARDA SILENCIO
SergioGonzález Rodríguez
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12 13E N PR I M E R A PE RSO N A S E RG I O G O N Z Á LE Z RO D R Í G U E Z
global y que, a la vez, viven en su entorno y
bajo el legado familiar, local y comunitario.
Si la única solución para enderezar el rum-
bo es hacer que se cumpla el estado de dere-
cho, ¿cómo podría conseguirse esto desde el
an-Estado?
Restablecer el estado de derecho (rule of law)
es una tarea que atañe y debe encarar el pro-
pio Estado alegal o an-Estado que llegue a de-
sarrollar una voluntad autocorrectiva, y que
implica al poder ejecutivo, al poder legislativo
y al poder judicial, a los partidos políticos, a la
clase empresarial, a las iglesias y, sobre todo, a
la sociedad, que tiene que rechazar el an-Esta-
do: su funcionamiento anómalo de estar fuera
y contra de la legalidad y, al mismo tiempo,
simular el respeto por ella. Por ejemplo, ahí
está pendiente el combate total a la corrup-
ción institucional, la opacidad del gobierno,
el autoritarismo en acciones y medidas. Des-
de luego, esto implica crear y practicar otra
cultura política a nivel civil que sea capaz de
trascender el mito de que la democracia co-
mienza y termina con el voto y durante la jor-
nada electoral, y queda en uso exclusivo de
la clase política. La participación civil es una
práctica que debe realizarse todos los días.
En el pasado existía el temor de que nuestro
territorio se «colombianizara», ahora son otros
países los que temen «mexicanizarse». ¿Nos he-
mos convertido en el mejor modelo de corrup-
ción, de la falta de gobernabilidad y de crisis
de inseguridad?
El riesgo de «mexicanización» de otros países
por desgracia es real: se trataría de esa línea
espectral donde lo legal y lo ilegal se entre-
lazan bajo una legalidad formal. Es decir: la
simulación del estado de derecho y el incum-
plimiento de las normas constitucionales. Si
se pierde el estado de derecho sustancial, ma-
terial, concreto, los demás males vienen de
inmediato: corrupción, ingobernabilidad, in-
seguridad, ineficacia, etcétera. Cada vez más
las democracias contemporáneas, ha explica-
do Giorgio Agamben, recurren al estado de
excepción, en otra palabras, a la ruptura de la
legalidad constituida bajo el pretexto de im-
poner la ley. Sucedió en México, en Michoa-
cán, cuando el gobierno federal impuso a un
«comisionado» para «resolver» la inseguridad
y la violencia allá y éste pasó por encima del
orden constitucional al realizar, para colmo,
sólo un ejercicio de «control de riesgos» tem-
poral, cuyos efectos fueron fugaces, mínimos y
propagandísticos. Mientras tanto, persistieron
los problemas que lo convocaron.
México es muchos Méxicos. Pero primordial-
mente se advierten dos: el progresista y el
represor. Un día legalizamos el matrimonio en-
tre personas del mismo sexo y otro quemamos
pruebas de nuestra corrupción, como ocurre
con los documentos de la deuda de Coahui-
la. ¿Ontológicamente nos definen estos dos
opuestos? ¿La permisividad y la impunidad?
Estoy de acuerdo con la idea de que México es
muchos Méxicos, y también con la idea de un
amplio terreno (real e imaginario) que se abre
entre dos extremos, el progreso y el autoritaris-
mo. Ahí caben esos Méxicos y es donde, a mi
parecer, se encuentran las causas históricas,
culturales y sociopolíticas que determinan los
contrastes y diferencias que caracterizan la
sociedad mexicana en el presente. En lo perso-
nal, desconfío de las explicaciones metafísicas
cuando existen factores tan evidentes como la
pobreza, la desigualdad, la marginación, el des-
orden institucional, las carencias educativas,
la impunidad completa de los delitos. En tales
factores se origina la permisividad, el delito,
la violencia, etcétera. Lo peor es cuando se
generaliza la idea de fatalidad de lo mexicano,
es decir, se atribuye a un componente esencial,
racial, cultural o religioso una supuesta condi-
ción negativa, pues se niega la posibilidad de
enfrentar causas concretas y se estigmatiza
a un pueblo, o se forjan estereotipos de uno
u otro rango.
Si en México las instituciones son una entele-
quia, ¿la institucionalización de la violencia es
el máximo poder en el país?
La cultura mexicana está más viva que nunca,
basta observar la calidad y diversidad a nivel
internacional de los productos culturales en
nuestra literatura, el arte, el pensamiento, el
teatro, la música, el cine, el video, la fotografía,
el periodismo, etcétera. La narcocultura, que
prefiero llamar la subcultura del narcotráfico,
ha tenido un auge que comenzó alrededor de
tres décadas atrás y ya contempla su ocaso.
Tuvo una primera etapa con las películas sobre
el tráfico de drogas y el crimen de los años
ochenta del siglo xx, por ejemplo, La banda del
carro rojo de Rubén Galindo (1978), derivada
del corrido homónimo del grupo Los Tigres del
Norte, los cuales a lo largo de los años setenta
comenzaron a triunfar con este tipo de temas
de «Contrabando y traición». La potencia de
los grupos criminales en México, que hacia la
década de los noventa se explayara por comple-
to, haría que entre 1994 y 2012 la subcultura del
narcotráfico se volviera una corriente distintiva
en el derrumbe del Estado-nación a través de
relatos, canciones, películas y otras expresiones
artísticas de índole más o menos apologética.
Las instituciones en México son entelequias
porque, o son ineficaces e ineficientes o se
limitan a cumplir formas pero incumplen lo
sustancial: resultados tangibles. Todo Estado
constituye violencia permitida y ejercida por el
propio Estado, lo malo está cuando un Estado
(como el mexicano) carece del monopolio de
esa violencia (la delincuencia organizada se lo
forcejea) y es incapaz de garantizar derechos
o seguridad para los ciudadanos, y en cam-
bio pretende encarnarse cada vez más en un
Estado terrorista.
En CeroCeroCero Roberto Saviano declara de
manera un tanto tardía que la cocaína es la
principal responsable de la violencia en el mun-
do. Pero el crack sepultó a la cocaína en algu-
nas regiones de México. Lo podemos ver en
sitios como Tepito, por ejemplo. ¿Crees que la
coca sea todavía la protagonista del conflicto?
La principal causa de la violencia en el mundo
es la máquina de guerra implantada por Es-
tados Unidos con el pretexto del combate al
terrorismo, el cual subsume además el com-
bate al tráfico de drogas a nivel planetario. La
cocaína es uno de los protagonistas históricos,
por cierto, menor: un pretexto para la política
prohibicionista que encubre la maquinaria bé-
lica y persecutoria en todos sentidos.
Los cárteles se disputan una plaza a muerte, con
bajas de toda clase, incluidas civiles, sin embar-
go son capaces de pactar acuerdos para que en
determinada plaza la cocaína que se venda sea
de la peor calidad. ¿A qué obedece esta lógica?
El tráfico de drogas es una modalidad del ca-
pitalismo, y sus empresarios ilegales se des-
plazan bajo la lógica de éste: oferta-demanda,
bajos costos, máxima rentabilidad, acuerdos
o desacuerdos mercantiles con sus compe-
tidores, etcétera. Si en alguna plaza ofrecen
pésimo producto a sus consumidores es para
ganar más dinero a costa de éstos.
¿Agoniza la cultura mexicana? ¿Será suplanta-
da por la narcocultura? ¿Se convertirá el nar-
cotráfico en la cultura dominante?
Ahora que en 2015 el país vive una fuerte crisis
económica y su política sufre cambios ace-
lerados por la presión de Estados Unidos, se
puede apreciar que, como tendencia, aquella
va ya de salida. Por ejemplo, ya se registra el
descenso de las ventas de libros dedicados a los
antihéroes criminales y sus «hazañas» contra
la ley. Hay que recordar siempre aquello que
adelantó Susan Sontag: el gusto es el contexto
histórico y el contexto cambia.
La subcultura del narcotráfico jamás su-
plantará a la cultura mexicana (su historia,
memoria, vigencia). El tráfico de drogas, su
discurso y narrativas de autoafirmación, co-
mienzan a ser pasado concluso sin viabilidad
hacia el futuro: parodia de un tiempo perdi-
do. En cambio, las miradas críticas al respecto
mantienen su fuerza.
¿Es México un país de asesinos o de
asesinados?
México es un país de asesinados, de asesinos
y de una gran mayoría de personas que se nie-
gan a ser ejecutados o convertirse en asesi-
nos. Si no fuera por eso, desde hace mucho
tiempo este país sería inexistente.
¿Es México un país de sobrevivientes?
Sobrevivir no sólo es el lema de México, sino
que es el lema de la especie humana, por eso
fue la especie que triunfó en la creación. El
ser humano encarna la conciencia del mal-
bien que ha buscado el amor de la verdad
para salvarse.
Carlos Velázquez (Torreón, 1978) es autor de La Biblia Vaquera y La marrana negra de la literatura rosa, además del libro de crónicas El karma de vivir al norte.
Alejandra Carbajal (Ciudad de México, 1983) estudió en la Escuela Activa de Fotografía de Echegaray, donde actualmente es profesora de técnicas antiguas. Colabora en la revista Time Out México.
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En Tierra Adentro tenemos la convicción de no separar los
temas políticos de los estéticos, sino ponerlos en un punto
medio para hablar del contexto social y político a través del
arte. En esta ocasión, convocamos a escritores, sociólogos
y artistas visuales a que respondan qué queda del país ante
la ausencia, qué es vivir aquí y, quizá más importante, qué
significa morir en México. «Septiembre negro» es nuestro
dossier con el que celebramos y cuestionamos el mes patrio y,
también, nuestra manera de iniciar un diálogo contemporáneo
y necesario con nuestros lectores y colaboradores. Inicia
Paul Medrano con una crónica en la que nos presenta datos
duros sobre cuánto cuesta el metro cuadrado para entierros,
además de los distintos servicios funerarios que, muchas
veces, son un fraude. Un intermedio visual entabla un diálogo
político con la sociedad desde la que se crea, acompañado
de un ensayo de José Jiménez Ortiz en el que se reflexiona
sobre desaparecer en la era de la posnacionalidad, de los
no lugares, cuando se borran las fronteras de la identidad.
Además, cedimos el micrófono de nuestras secciones de
creación para continuar el debate: en ensayo, Tania Ruvalcaba
Valdés explora los pormenores de la alimentación escolar
y las consecuencias fatales que tiene en la vida de la nueva
promoción de mexicanos, y en narrativa pedimos a cinco
autores que escribieran cuentos sobre la muerte por censura,
por desaparición, narcotráfico, feminicidios y migración.
Para finalizar, extendimos la discusión a la Conversación
abierta, en donde Israel Martínez y Gerardo Montes de Oca
reflexionan en torno a la violencia desde el arte.
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selfie en un motel barato, en una cama detrás se ve un montón
de billetes de cien y cincuenta pesos; Junior en una motocicleta
Italika, quemando llanta; Junior con un traje camuflado en una
zona inhóspita, rodeado de cerros inmensos y árboles hasta el
infinito.
Cuando al profesor rural le informaron sobre los pasos en los
que andaba Junior, fue tajante en su sentencia: «si él escogió ese
camino, que lo ande. Pero andará solo. Ya está bastante grande-
cito para que yo lo cuide».
Nadie volvió a hacerle la observación. Nadie. Ni siquiera su es-
posa, cuando vio entrar el féretro de su hijo por la puerta de su
casa.
Desde que se enteró de la muerte de Junior, su padre fue a ver
a un amigo que incursionó en la política para que lo ayudara a
conseguir un lote en el panteón municipal. Cada espacio de tie-
rra en el camposanto, de 2 x 3 metros, cuesta novecientos pesos.
No es mucho, pero hay que mover influencias para que no te to-
que en una ladera, junto al basurero o encerrado entre mausoleos.
El profesor buscaba un espacio digno para enterrar algo más
que a su único varón; enterraría, también, su apellido, su estirpe. Y
en un lote de panteón no cabe tanto. Tuvo suerte; su amigo políti-
co no sólo le consiguió un buen lugar, sino que usó sus contactos
para que el lote de Junior no tuviera costo.
LA MUERTENO ES LA NADA
Por Paul Medrano
FotograFías de Pedro Pardo
La muerte no es el descanso eterno para los familiares de los finados. En esta crónica, Paul Medrano escribe sobre dos casos comunes en nuestro país, una muerte a causa de la diabetes y un asesinato por grupos del narcotráfico, donde muestra que morir es sólo el primer paso de un largo y costoso pesar para los deudos, quienes deambulan entre el dolor, coronas de flores, corrupción y falsas funerarias.
Quién, qué dios,
qué enloquecidas alas
podrán venir, amar
aquí.
Donde no hay nada.
Antonio Gamoneda
Junior murió hace un año, poco antes de sus dieciocho. Encon-
traron su cadáver arrumbado en un lote baldío de Guadalajara.
La policía relató en su informe que fue majado a golpes y luego
torturado durante mucho tiempo. Después le metieron catorce
balazos. Pasaron tres días para que su familia se enterara de la
ejecución y necesitaron casi dos horas para reconocerlo.
El ombligo de Junior estaba más allá de Zapopan. Mucho más
allá. Provenía de la región serrana de los límites entre Guerrero
y Michoacán. Hijo de un profesor rural y un ama de casa, Junior
creció en un ambiente hostil y violento que lo predispuso a tomar
el camino más común entre los adolescentes sierreños: el narco.
Sus primeros logros fueron presumidos en Facebook. Junior fu-
mando a través de un bong; Junior en un restaurante, rodeado de
botellas de whisky JB y dos jovencitas de su edad; Junior en una
↑ Velan cuerpos de policías asesinados en Xolapa, Guerrero. 6 de junio del 2015.
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Pero no todo iba a ser tan fácil: cuando llegó a Guadalajara a
reclamar el cadáver de su hijo, le informaron que para «entre-
garlo» debía aportar una cuota voluntariamente obligatoria al
Ministerio Público por los trámites que exigió el caso. El motivo:
las circunstancias de la muerte vinculadas a grupos delictivos.
La cooperación fue impuesta en veinticinco mil pesos y no hubo
poder humano que la redujera. De este trámite no queda prueba
alguna, pues es un movimiento que se realiza bajo el agua. Lo
mismo pasó en el Servicio Médico Forense (Semefo) y con el acta
de defunción. Además, tuvo que someterse a un interrogatorio de
rutina para responder algunas preguntas sobre el oficio de su hijo.
El padre de Junior creyó que por fin había acabado el viacru-
cis, pero faltaba lo mejor: el Semefo exige los servicios de una
funeraria para entregar el cadáver. Por ley, los deudos no pueden
llevarse el cadáver como si fuera un televisor de plasma. De modo
que tuvo que contratar una agencia funeraria que de inmediato
le informó que, para trasladarlo a su lugar de origen, los honora-
rios y trámites extras iban a duplicar el costo inicial: veintiocho
mil pesos.
A todo eso tuvo que sumarle los seiscientos del costo de la
misa, doscientos pesos para la rezadora que veló durante la no-
che, quinientos para elaboración del altar, dos mil quinientos a
cada uno por las flores y los músicos, setecientos de veladoras,
cuatro mil para alimentación de los dolientes, dos mil pesos para
bebidas frías y calientes, trescientos cincuenta en platos, vasos y
cucharas desechables; cien pesos de servilletas, cuatrocientos de
pan dulce, ciento cincuenta de tortillas, ochocientos para la ropa
fúnebre (sin zapatos), y casi cinco mil de bebidas alcohólicas.
Pero no todo fue negro. La novia de Junior está embarazada.
■
Aquí ni los muertos descansan.
Eso lo supo David cuando le avisaron que su madre había muer-
to y recordó que una de sus últimas voluntades era que cremaran
su cuerpo. Cuando terminó la llamada en su celular, se limpió las
manos del cemento aún fresco, se quitó la gorra en señal de luto
y miró al cielo unos instantes. La pesadilla apenas empezaba.
«Acaba de hablarme mi hermana para avisar que mi madre
ha muerto», le dijo al encargado de obra. Un entallado «lo sien-
to» salió de su estricto jefe. «Ve a hacer lo que tengas que hacer,
David». Eso significaba que tenía el día libre de trabajo, no de
congojas.
Bajó por la improvisada escalinata que servía para toda la peo-
nada de la obra. A su paso no apreció la sinfonía de sonidos que
emanan de una construcción. Su mente estaba en el último deseo
de su madre, pero también en el tercer parto de su mujer.
Al llegar a su casa, su esposa lo abrazó. Ya sabía la mala noticia.
Agotada por la diabetes, la madre de David pasó sus últimos
dos años entre hemodiálisis, coma diabético, breves etapas de
estabilidad y una férrea negativa al estricto régimen alimenticio.
La diabetes agotó primero la vista, luego los riñones. Era ne-
cesario cambiar de vida. Los siete hermanos organizaron un mi-
nucioso cronograma para repartirse el trabajo y los gastos. Como
la albañilería es un oficio eventual y absorbente, David aportaba
una cuota mensual para subsanar gastos y compensar su ausen-
cia. Además, su mujer iba cuatro días al mes a cuidar a la suegra,
ya fuera en el hospital o en la casa materna.
En algún momento de la enfermedad, la madre de David co-
menzó a cocinar la idea de la cremación. «Quiero acabar de raíz
con este mal», justificaba. No hubo explicación que la convencie-
ra de que la diabetes no es causada por un virus o bacteria, sino
por una falla biológica. Con el tiempo, los hermanos se hicieron a
la idea de que había de ser cremada, pero veían lejos el momento.
Cuando murió, venía de un periodo de relativa mejoría. Por eso
el asunto de la cremación los tomó por sorpresa. En la cama de
Cada año mueren en México seiscientos mil personas en promedio. Ocho de cada diez finados son sometidos a la cremación. Existen servicios funerarios desde los cinco mil pesos y cremaciones desde los nueve mil. A partir de estas cantidades las cifras se van elevando según el bolsillo y las necesidades del cliente. En ciudades como la de México, Acapulco o Monterrey, es frecuente encontrar funerales de cien mil pesos.
→ Velorio de un joven futbolista en Chilpancingo. 27 de septiembre del 2014.
↓ Sepelio en la comunidad. Kilómetro 30 de Acapulco. 3 de junio del 2014.
↑ Sepelio en kilómetro 30. 3 de junio del 2014.
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20 21D OSS I E R S E P T I E M B R E N EG RO
hospital, ante el cadáver, repartieron responsabilidades para el
velorio y David fue el encargado de la cremación.
David no sabía nada de quemar carne. Su referente más cercano
era el de los cuarenta y tres estudiantes supuestamente calcinados
en el basurero de Cocula, entre el 26 y 27 de septiembre del 2014.
Para él, tal cosa no pudo ocurrir. Ahora, lo que sí debía ocurrir era
la de su madre, un último deseo que debía ser cumplido.
Antes de salir del hospital de Acapulco, preguntó a dos enfer-
meras sobre alguna empresa que se encargara de cremaciones.
Ninguna le dio razón, pero le sugirieron que se dirigiera al cubículo
de información, a la entrada del nosocomio. Cuando salió a la ca-
lle ya tenía los datos, tomó su teléfono celular y llamó al número
proporcionado. Casi se fue de espaldas cuando le informaron del
costo, veinticinco mil pesos. Era demasiado para un último de-
seo. Buscó otras opciones, hasta que la funeraria Manzanarez le
pidió doce mil. Accedió.
Dos días después, luego del velorio, los familiares acompañaron
a la vieja carroza fúnebre que trasladaba el cuerpo de la madre de
David. De la zona de hospitales, donde velaron el cuerpo, el cortejo
enfiló hacia La Cima. Luego de un prolongado descenso llegaron
a la zona de Las Cruces, en la entrada de Acapulco, y tomaron la
avenida hacia Puerto Marqués.
En unos minutos llegaron a Cremaciones del Pacífico. Cuando
bajó del taxi colectivo, David miró aquel lugar con cierto asom-
bro. Parecía una casa color beige, con techo a dos aguas y el vo-
lado pintado de verde. Un pequeño letrero rectangular blanco
con la razón social en letras negras y una silueta de lo que parece
ser un farol.
Por el frente sólo tenía una puerta blanca y una ventana, de la
cual salía el equipo de aire acondicionado. A un costado sobre-
salía una bodega con un pequeño portón. En su parte superior,
de nuevo la razón social en otro tipo de letra y un par de alas. A
un costado de ese negocio, la miscelánea Alina, y del otro, una
ferretería.
Una secretaria les dio la bienvenida. Los atendió de manera
amable y les dijo que por órdenes de la Secretaría de Salud no po-
dían presenciar el proceso crematorio. A David le pareció atinado
el comentario. Asimismo, le informaron que el proceso duraría
varias horas, por eso les recomendaron que fueran al día siguiente
a recoger la urna con cenizas.
Al día siguiente, como acordaron, fueron a recoger la urna y el
domingo, después de una misa, la familia se trasladó a Pie de la
Cuesta, donde esparcieron las cenizas. Fue un momento emotivo,
pues cada pariente tomó un puñado y lo lanzó al mar.
Dos meses después, las noticias revelaron un hecho espeluz-
nante: descubrieron sesenta cadáveres en un crematorio abando-
nado. El parte oficial afirmó que era muy probable que se tratara
de un fraude de servicios funerarios. El lugar era el mismo donde
David dejó los restos de su madre.
Poco después David recibió la llamada de una sus hermanas.
Aunque la sospecha los carcomía, confiaron en que no se tratara
de su madre. Sin embargo, por la noche, cuando se difundieron las
primeras imágenes del interior de ese lugar, David reconoció en
uno de los cuerpos una mantilla aperlada con la que envolvieron
a su madre durante el velorio, para ser trasladada al crematorio.
La duda lo abofeteó. ¿Serían de ella los restos putrefactos deba-
jo de aquella mantilla o simplemente alguien se la había quitado
antes de cremarla?
Al día siguiente acudió a la Fiscalía General del Estado, donde
un gran número de personas esperaban informes sobre los sesenta
cuerpos. Platicando entre ellos, descubrieron que habían llegado
de diferentes agencias funerarias. La exigencia de claridad calen-
tó los ánimos. Todos los posibles defraudados se plantaron en la
entrada de la Fiscalía en espera de datos fidedignos.
Horas después, la Fiscalía informó que, debido al estado de des-
composición de los cuerpos, la identificación ocular era imposi-
ble, por lo que era necesario realizar pruebas biológicas. Entonces
solicitó a los posibles afectados muestras para ser comparadas.
Asimismo, advirtió que los resultados tardarían algunos días por
el número de cuerpos.
Un mes después, David fue informado de que su madre sí estaba
entre los cadáveres. Pensó que la cremación no había sido buena
idea. Tampoco había sido buena idea ser el encargado familiar de
este proceso. Maldijo su oficio de albañil y se recriminó por no
haber terminado una carrera, como siempre le decía su madre.
Ahora ya todo estaba hecho.
David y su familia despidieron a su madre por segunda vez en
un panteón. David se encargó de elaborar la fosa, la gaveta y un
pequeño mausoleo. Cada domingo la visita.
Paul Medrano (Ciudad Victoria, 1977) es autor de Flor de Capomo y Vicio final.
El certificado médico de defunción es gratuito en todo el país. Este documento es imprescindible para tramitar el acta de defunción (o certificado de defunción). El costo del acta es de diez a setenta y cinco pesos. Los gastos pueden incrementar si la muerte fue violenta, ya que se requerirá la participación del Ministerio Público, donde subyace un mundo burocrático cuyos costos pueden elevarse por la corrupción.
↑ Aspecto del panteón de Iguala. 18 de octubre del 2014.
↓ Aplicación de pruebas de adn a cadáveres hallados en el crematorio abandonado en Acapulco. 8 de febrero del 2015.
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Cuernavaca
4 m
il 15
4 pe
sos
200 pesosde refrendos
55 milpesos por
traspaso de lote
Metlatónoc
Sin
cost
o
Inde
term
inad
o
Inde
term
inad
o
San JuanTepeuxilaMitontic
200
mil
peso
s
Santa Fe
200 mil pesos
Serviciotodo
incluido
15 m
il pe
sos
San PedroGarzaGarcía
15 milpesos por
lote (incluyetodos losservicios)
Hermosillo
8 m
il 34
5 pe
sos
8 mil 345pesos por
costo de lote(no hay
refrendo)
Acapulco
5 m
il pe
sos
400
peso
s 2 m
il 70
0 pe
sos
450 pesosde refrendo
Entre 40 y50 mil pesos
por lote
Oaxacade Juárez
350
peso
s
3 m
il 80
0 pe
sos
3 m
il pe
sos
532 pesos demantenimiento
Promedio de100 mil
pesos por lote
TuxtlaGutiérrez
400
peso
s
3 m
il 80
0 pe
sos
1 mil
800
peso
s
45 pesos demantenimiento
Promedio de75 mil
pesos por lote
Cananea
709
peso
s
761 p
esos
3 m
il 55
2 pe
sos
4 mil 300pesos porlote, 1 mil pesos másdespués delas dos p.m.
Galeana
18 p
esos
2 m
il 500
pes
os
Xochimilco
1 mil
450
peso
s
194
peso
s
750
peso
s (c
ada
siete
año
s)
150 pesosde refrendoscada 7 años
495pesos por
costo de lote
Campeche
600
peso
s (p
or a
ño)
350
peso
s
1 mil
650
peso
s
600 pesospor año (máximo
tres años)
Promedio de25 mil
pesos portraspaso de lote
Toluca
505
peso
s
450
peso
s
1 mil
600
peso
s
700 pesosde refrendos
505pesos por
costo de lote
400 pesospor espacio(incluye una
fosa)
Calakmul
1 mil
565
peso
s
400
peso
s
Tetela
1 mil
350
peso
s
158
peso
s
158 pesosde pago en elRegistro Civil
Villa deAllende
Sin
cost
o
1 mil
250
peso
s
300
peso
s
El costo de un espacio en el panteón no tiene costo.
Este derecho es exclusivo
de los oriundos o
residentes del municipio
En estos municipios, los panteones no tienen ningún costo, y no se
pudieron determinar los
demás factores de
costo
SIMBOLOGÍA:
Más alto de su estadoMás bajo de su estado
Índice económico por municipio
Sector de Índice económico por estadoBajo Medio Alto
Valores de costo del enterramientoFosa GavetaLote
MAPA DE MUNICIPIOS DIFERENCIA ENTRECOSTOS DE SEPELIOS
Acapulco Metlatónoc
Oaxaca Tuxtla GutiérrezSan Juan Tepeuxila
Mitontic
CampecheTetela
Calakmul
TolucaCuernavaca
Santa Fe
Xochimilco
Villa deAllende
Hermosillo
Cananea
San PedroGarza García
Galeana
TETALA(MORELOS)
158 pesos
SANTA FE(D.F.)
200 mil pesos
1 mil 267(veces más caro)
Incluye la tenencia del
lote en el panteón y una fosa.
Este derecho es exclusivo
de los oriundos o residentes
del municipio
22 23D OSS I E R S E P T I E M B R E N EG RO
COSTO DE LOTE
A partir de la investigación realizada por Paul Medrano, en la que preguntó autoridades municipales, ya sea del gobierno o empleados directos de panteones, presentamos a manera de infografía una muestra de cuánto cuesta el promedio de tierra para entierros en diferentes latitudes del país.
Y TRABAJO DEL PANTEÓN
INFO
GR
AFÍ
A: A
RTU
RO
FO
NSE
CA
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24 25D OSS I E R S E P T I E M B R E N EG RO
que dichos replicadores (genes, moldes) desarrollaran maneras
de autodefensa, también llamadas máquinas de supervivencia.
Dichos vehículos de subsistencia debieron irse perfeccionando
en técnicas y artificios, y henos aquí. Pero el objetivo principal
de Dawkins en su libro es examinar la biología del egoísmo y el
altruismo, y defiende que estas máquinas de supervivencia están
programadas para perpetuar las moléculas egoístas, también lla-
madas genes. De hecho, es irónico pensar que si fuera más fácil
aprender a ser altruistas sería debido a un condicionamiento ge-
nético. Pero lo que nos interesa al hablar de la muerte, presente
de diversas maneras a nuestro alrededor, son aquellas influencias
que se han ido aprendiendo y transmitiendo de una generación a
otra a través de la cultura.
Dawkins nos ofrece dos panoramas inmediatos, uno en donde
reina el altruismo, y otro el egoísmo. En el escenario del altruismo,
algunos deberán sacrificarse por el bienestar del grupo, también
llamado «selección de grupos»; por el contrario, en el escenario
de la «selección individual», algún rebelde no estará dispuesto
a tal sacrificio, y esto mismo le dará mayores posibilidades de
subsistir y reproducirse. Por consiguiente, la herencia serán estas
cualidades egoístas y, tras varias generaciones, finalmente los que
quedarán del grupo altruista se identificarán con el grupo egoísta.
UNA BREVE HISTORIA CON OLOR En una de sus publicaciones periódicas para la revista e-flux, Boris
Groys (2013) nos recuerda que la finitud de la existencia humana
previene a la humanidad de alcanzar la perfección e invita al artis-
ta a no volverse inmune ante el bacilo del cambio, la enfermedad
y la muerte, sino por el contrario, que se deje permear por estas
situaciones, que las explore y confronte. La escasez del tiempo y
la energía es lo que determina la finitud humana, pero no sólo eso:
estos mismos factores fueron lo que definieron en gran medida
las bases para la evolución de la naturaleza. El ideal de la copia
de una molécula dependió del tiempo que tuviera, ya fuera para
replicarse con gran velocidad o para hacerlo de manera más len-
ta pero con mayor precisión. El que para ambos casos los recur-
sos siempre fueran limitados, finitos, propició la competencia, y
por ende, la ya conocida lucha por la existencia, la supervivencia.
Sin embargo, hay todavía dos variables importantes por con-
siderar en este proceso evolutivo: la estabilidad (resistencia) de
la copia del molde, y la gran posibilidad del error en alguna de las
copias. El error se vuelve entonces un factor atractivo para reto-
mar, ya que sin poderlo clasificar como mejor o peor, propiciará
la evolución misma. De hecho Richard Dawkins, en su libro El
gen egoísta (1993), nos aclara que nada en realidad desea evolu-
cionar; por el contrario, la búsqueda por una estabilidad forzó a
Por Carolina Alba
¿Cómo podemos reflexionar sobre la muerte desde las artes visuales? Carolina Alba traza las inquietudes de un grupo de artistas que relacionan su trabajo con la muerte del campo (territorio), la muerte del discurso (política), la muerte del maíz (alimento) y la muerte de la ciudad (hábitat), para dar sentido a un conjunto de propuestas que cuestionan nuestra realidad inmediata.
A MUERTE
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Todo esto podría ser «aparente»; sin embargo, si se piensa en la
muerte del campo (territorio), la muerte del discurso (política,
bienestar común), la muerte del maíz (comida) o la muerte de la
ciudad (hábitat) en México, vemos que la teoría de aquel zoólogo
inglés heredero de Darwin cobra sentido.
Vivimos en el inicio de la era del info-capitalismo (Mason,
2015), donde la abundancia de la información del conocimiento
y la inmediatez de la imagen no nos permiten «fiarnos de lo vi-
sible», y hemos tenido que regresar a uno de nuestros sentidos
más básicos para distinguir el estado de las cosas: el olfato. En
efecto, algo huele mal, a podrido. Distinguimos el olor común/
tradicional de los elotes con mayonesa y chile de nuestras calles
llenas de comida pero tirados como basura en barrios extran-
jeros, herederos de una bio-cultura milenaria; el olor a muerte
de las tierras estériles repartidas y millones de muertos por una
revolución ficticia, el olor a pólvora de los trofeos de conflictos
de años que no permitían trabajar pero que se conmemoran; el
olor al dinero criminal normalizado como democracia que fluye
a través de los discursos sordos y sin sentido, pero nos cuesta
imaginarnos el olor de nuevos hábitos sustentables y una per-
macultura autosuficiente porque, quizá, hemos heredado el gen
egoísta y despiadado. Sin embargo, es relevante reflexionar so-
bre las condiciones y el contexto donde este ser ha sobrevivido
y prosperado.
Este dossier de arte invita a pensar, a través de una breve línea
histórica, en la relevancia urgente de políticas alimentarias que
reconozcan el pasado particular de una herencia milenaria de
la biodiversidad del maíz con el proyecto de Eduardo Abaroa y
Rubén Ortiz. Acto seguido, cuestionar la trascendencia del pasa-
do inmediato de la reforma agraria tras la Revolución con la obra
de Edgardo Aragón, para así reflexionar en el presente y la demo-
cracia que vivimos basados en la normalización del narcotráfico
y, finalmente, repensar el futuro de la cultura que queremos he-
redar entendiendo nuestra historia, considerando un contexto
urbano-rural en una era de la producción colaborativa que usa
la tecnología de redes para producir bienes y servicios con el
proyecto de Rancho Ciencias Naturales de Paulina Lasa. Porque
si pensamos que, como Mason cita a Karl Marx, el conocimiento
dentro de las máquinas debe ser social, el poder de la imagina-
ción, el diseño y la información basado en un sistema de redes
podría permitirnos, quizá, regresar a maneras más altruistas de
subsistir por un bienestar de las especies, a partir de reflexionar
sobre el riesgo de la estabilidad contra el error y de carecer de
una memoria histórica colectiva que nos haga caer en la trampa
de repetir patrones.
Carolina Alba (Ciudad de México, 1982) hizo una maestría en Historia del Arte y del Diseño en Kingston University London, es académica en la uia Santa Fe y genera proyectos independientes entre la investigación y la práctica artística. Fue miembro del colectivo Nerivela y coordinadora el proyecto educativo Estudio Abierto del Museo de Arte Carrillo Gil.
Porque si pensamos que, el conocimiento dentro de las máquinas debe ser social, el poder de la imaginación, el diseño y la información […] podría permitirnos, quizá, regresar a maneras más altruistas de subsistir.
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se han presentado para proteger la biodiversidad, la sustentabili-
dad y la soberanía alimentaria nacional. Una insistente campaña
internacional en medios masivos acompaña la elección de estas
tecnologías, como un artículo reciente en la revista National Geo-
graphic que incluyó el rechazo a los transgénicos en una lista de
quienes tienen una «guerra contra la ciencia», equiparando esta
toma de posición con la negación del cambio climático o el re-
chazo a las vacunas. El artículo menciona un consenso científico
amplio sobre la seguridad de estos cultivos para los consumido-
res. La defensa de la causa de los transgénicos tiene de su lado a
científicos célebres como Richard Dawkins, autor de El gen egoís-
ta, y Neil deGrasse Tyson, el astrofísico conductor del remake de
la serie Cosmos.
La historia es diferente en México, sobre todo porque la segu-
ridad del consumidor no es la única razón para tener precaución
con estas tecnologías. Hay una gran cantidad de científicos que
secundan las preocupaciones del doctor Emilio Chapela, uno de
los primeros en estudiar el tema. José Sarukhán, ex rector de la
unam y especialista en ecología, además de otros muchos, han
analizado a fondo la situación, concluyendo que en México la li-
beración de cultivos transgénicos sería catastrófica.
Queda claro, gracias al trabajo de grupos como la Unión de
Científicos Comprometidos con la Sociedad o la campaña Sin
MAÍZ, SIN TÍTULOUn día de 1999 o 2000, mientras caminaba en las cercanías de Echo
Park, área donde entonces vivían los mexicanos en Los Ángeles,
me llamó la atención que, junto a las cloacas, había olotes tirados
en las jardineras. Parte del paisaje urbano, como podrían serlo en
algún parque del Distrito Federal o en cualquier pueblo de México.
Nuestros compatriotas se habían llevado con ellos la costumbre
de comer maíz con crema y chile en parques y festejos. Me pare-
ció que esos olotes ensartados en un palo eran elocuentes mar-
cadores de la presencia mexicana en esa área. Por mi interés en
aquellos rastros de una cultura que no está codificada de un modo
tan evidente en otro contexto, pensé que debía hacer una escul-
tura con el tema. Le comenté esta idea a mi amigo Rubén Ortiz
y decidimos hacer réplicas realistas de olotes mordidos. Esta co-
secha sería un múltiple de edición ilimitada que se vendería por
kilo, incluso logramos posicionar varios en la entonces naciente
colección Jumex. Los olotes llegaron a ser parte de la controvertida
muestra sobre la Ciudad de México en el P.S.1. (Nueva York, 2002)
en donde se anunciaron como Elotes/Maíz transgénico.
Durante los últimos veinte años las compañías de biotecnología
y el gobierno de Estados Unidos han considerado que la adopción
de cultivos transgénicos es la mejor apuesta para el futuro de la
alimentación mundial. El presidente que hoy tenemos en México
también defiende su uso, incluso enfrentando las demandas que
Por Eduardo Abaroa
maíz no hay país, que el maíz transgénico vulnera las prácticas
agrícolas sustentables de los grupos de pequeños agricultores en
México, quienes todavía generan la mayoría de la producción del
grano en el país. La teoría más aceptada es que fueron los agricul-
tores antiguos en el territorio que ahora es México quienes criaron
la planta del maíz a partir del pequeño teocintle, hace aproxima-
damente ocho mil años. La gran variedad de razas de maíz en el
país es testimonio de esta herencia biocultural que estas técnicas
de agricultura industrial ponen en grave riesgo. La insistencia en
un monocultivo destruye los suelos y hace probable la contami-
nación de las plantas nativas con rasgos transgénicos. La siem-
bra de maíz transgénico es una actividad que pone en riesgo la
producción agrícola nacional y la seguridad alimentaria no sólo
de México, sino del mundo entero.
Eduardo Abaroa (Ciudad de México, 1968) es artista visual y escritor. Ha recibido varios reconocimientos. Entre sus exposiciones individuales más importantes se encuentran Stonehenge Sanitario y Bitácora Artística.
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QUEBRANTAHUESOS
con los perros de los ranchos cercanos, me rendí ante un su re-
novada estrategia diaria por robarme las putrefactas tripas del
señuelo; nunca vi a ningún animal regodearse con tanta gloria
mientras traga.
Y aunque fui obligado cuando niño a cantar el corrido 30-30,
enhuarachado, con bigote falso bajo el sol del mediodía, con una
vergüenza titánica, aún sigo en la búsqueda de la carabina que fue
lo único que mi familia obtuvo de entre un millón de muertos.
Edgardo Aragón (Oaxaca, 1985) es artista visual. Ha participado en la III Trienal de Port Izmir, la VI y la III Bienal de Arte Joven de Moscú, la XII Bienal de Estambul y la VIII Bienal de Mercosur.
¿Recuerdan que un exvillista le regaló al General Cárdenas su rifle
Winchester 30-30 como agradecimiento por la Reforma Agraria,
que repartía en su mayoría las porciones de tierra estériles a dife-
rencia de las que los generales tomaron al término de la matanza
iniciada en 1910? ¿Lo recuerdan?
De esas tierras pedregosas a mi abuelo no le tocó ni el cascajo.
Ha sido durante años un misterio para mí, ese no saber de qué
lado de la revolución estuvo mi abuelo. El Atlas de México de Po-
rrúa dice que por geografía fue zapatista; desgraciadamente, por
mis deducciones he de decir que finalmente quedó en el lado ofi-
cialista con los sonorenses, aunque después, para beneplácito de
mi lado socialista funcional, quedara del lado de Cárdenas por la
misma lógica de los acontecimientos.
Como es lógico, por mi edad nunca lo conocí. Murió el mismo
año en que fui concebido. Así que es muy difícil saber a ciencia
cierta muchas cosas; lo que sí tengo claro es que tuvo varias es-
posas y después de enviudar en distintas ocasiones, a la última,
mi abuela, le tocó enterrarlo.
Una de las múltiples anécdotas que escuché en torno a ese
fantasma que es mi abuelo es que en los años sesenta conserva-
ba consigo la única herencia defendida a punta de golpes en la
Revolución: su Winchester 30-30.
Según mi abuela, que aún vive (ella tenía quince años cuando se
casaron; él cincuenta), mi abuelo había completado una suma de
dinero para comprar terrenos de labranza, pero necesitaba un
poco más para poder adquirirlos, así que decidió venderlo por
una cantidad respetable para, por fin, hacerse campesino, ya que
nunca le dio por serlo plenamente —la revolución lo agarró a los
diecisiete y no lo soltó hasta bien entrado el siglo xx—. Semanas
después, el 30-30 cobraría su última víctima en un poblado veci-
no. Si compras un arma de fuego, seguramente es porque vas a
usarla. El nuevo dueño lo tenía claro.
En mi afán por recuperar ese rifle, me aventuré en diversas
direcciones. Aquí una de las esotéricas: en los mismos terrenos
decidí colocar un señuelo para provocar la reiterada visita de un
quebrantahuesos, así tendría una señalización clara de cómo
puede existir un olor metafórico a muerto con los zopilotes ron-
dando de forma cotidiana los terrenos. Al quinto día, después
de convertirme en observador de aves de rapiña, dejé de luchar
Por Edgardo Aragón
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de lluvia que, aunque carece de servicios básicos, cuenta con las
condiciones necesarias para ser cultivada y habitada por medio
de la bio-construcción. Se tiene planeada la realización de espa-
cios para vivienda para un grupo limitado de personas, espacios
de producción e investigación de campo, que alojen encuentros
transdisciplinarios a manera de residencias, talleres y cursos, con-
ferencias que estén relacionadas con algún tema sobre sustenta-
bilidad y ecología, contemplando una proyección consciente y
responsable hacia el futuro del espacio y su entorno.
Paulina Lasa (Ciudad de México, 1980) estudió Arte y Diseño industrial en la unam Ha expuesto su trabajo en México, Estados Unidos y Europa
RANCHO CIENCIAS NATURALES
El Rancho Ciencias Naturales se gesta como una asociación de
personas con procesos afines y sinérgicos que buscan generar
proyectos colectivos a partir de su interés por adoptar estilos de
vida que tiendan hacia la autosuficiencia energética y material,
así como al uso integral del cuerpo humano como herramienta
de conocimiento y producción. Sin olvidar la identidad cultural
urbana de sus miembros, pone de manifiesto la experimentación
de lo rural como principio de investigación para explorar las po-
sibilidades de nuevas identidades híbridas. Para ello, y basado en
la filosofía del open-source, el proyecto será documentado desde
su inicio y se compartirá abiertamente la información generada
en forma de manuales, gacetas y artículos.
El espacio rural recientemente obtuvo el certificado parcela-
rio para arrancar esta iniciativa y está localizado en una zona
Por Paulina Lasa
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disímbola, diacrónica y segregada, entre los polarizados habitan-
tes multimillonarios, pobres y miserables. Las huellas, entonces,
son cosa exclusiva de aquellos que tienen acceso a la tecnología
que nos permite vivir y trascender la existencia terrenal en el pla-
no de las redes sociales. A pesar de la hiperpoblación de redes wifi,
de la aparición de smartphones de bajo costo y de los programas
académicos de la Secretaría de Educación Pública que incluyen
inglés e internet, en nuestro país sólo 44.4% de la población tiene
acceso a esta realidad.5 Son cuatro de cada diez mexicanos los que
pueden crear un perfil y ser alguien después de su muerte. En un
ambiente multidocumentado en el que los medios de comuni-
cación son parte de nuestra vida cotidiana, volvemos al tema de
lo real. ¿Acaso las fotografías que tomé y que miro después pue-
den reemplazar mi memoria actual sobre un lugar, una persona
o un hecho? De ser así, ¿quién controla mi pasado?, ¿quién lo que
existe en mi memoria o mis registros sobre ella? ¿El 66.6% de la
población no forma parte de la realidad? ¿A dónde van a dar sus
huellas? ¿A quién le importa su acta de nacimiento o certificado
de defunción?
Dentro del contexto hiperviolento en el cual vivimos los mexi-
canos, podríamos pensar un poco más en esas huellas de las que
habla Derrida. La muerte está a la vuelta de cada esquina y se-
ría bueno considerar cuál es nuestra última huella: ¿una marca-
da en la realidad concreta, o un estado de WhatsApp convertido
en epitafio? Mientras los cibernautas se exponen al tema del se-
cuestro de cuentas, la población desconectada se expone a un
secuestro real. Mientras el habitante de las redes sociales trasla-
da el problema filosófico de la existencia al terreno de la realidad
virtual, el ser humano sin acceso a la tecnología sigue enfrentan-
do la muerte en las mismas condiciones de miseria que lo hicie-
ron sus antepasados: como un personaje anónimo sin derecho a
escribir un epitafio, por no tener recursos para grabar una lápi-
da. Ni siquiera en Facebook.
José Jiménez Ortiz (Torreón, 1980) es artista visual y autor del libro Algorithms, Fear and Social Change. Ha expuesto en museos de México, Brasil, Finlandia, España y Holanda.
5 Encuesta sobre acceso a tecnología del año 2015 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (inegi).
Structural Transformation of the Public Sphere: An Inquiry into a
Category of Bourgeois Society,2 generando con su noción del espacio
público un apéndice gigante a la pregunta en cuestión: ¿de qué
manera se sitúa el ser humano en la realidad, tanto en el espacio
público como en el privado? Más complejo se ha puesto el asunto
cuando nos ponemos a pensar que el concepto desarrollado por
Habermas ha caducado en tiempos post social network.
Se trata de una ecuación sumamente compleja con variables
en distintos postulados teóricos enfocados a cómo interpretar los
conceptos de realidad, realidad virtual, espacio público, para con
ello despejar las incógnitas relativas en torno a la función huma-
na dentro de dichos lugares; llegamos a una pregunta que pertur-
ba al sujeto que forma parte del tejido social contemporáneo: ¿la
realidad virtual, esa que las personas integran dentro de redes so-
ciales, forma parte de la realidad misma? Si aún no decidimos si
el ser humano es, está, existe, habita o transita la realidad propia-
mente dicha, ¿cómo saber cuál es su rol dentro del complejo sis-
tema de redes en el cual interactúa con otros miles de usuarios?
Si aún no definimos aquello que nos empeñamos en llamar rea-
lidad, ¿cómo explicar lo que estamos presenciando en un mun-
do tomado por empresas que ofrecen una vida detrás de un user
name y una picture profile?
Pensemos en un escenario real, bello y siniestro: en el futuro,
cuando todos sus billones de usuarios estén muertos, Facebook,
WhatsApp, Instagram y Twitter serán cementerios. Es aquí don-
de no puedo dejar de pensar en Jaques Derrida y su obra Aporías,3
donde el francés afirma que «vivir significa dejar huellas». A él le
interesaba la idea de que vives al dejar una huella y luego la de-
jas atrás, por lo tanto vivir significa morir. Para él, cada trabajo
de escritura es una pequeña muerte. Si trasladamos esa idea a cada
tweet, cada post en Facebook, cada foto en Instagram o cada con-
versación en WhatsApp, se vuelven instantáneamente en huellas
de nuestra muerte. Derrida escribió: «La huella que dejo significa
simultáneamente mi muerte, mi muerte por venir y la esperan-
za de que me sobrevivirá. No es una ambición de inmortalidad;
es fundamental. Dejo aquí un pedazo de papel, lo dejo, muero; es
imposible salir de esta estructura; es la forma inmutable de mi
vida. Cada vez que dejo ir algo, vivo mi muerte en la escritura».4
Ahora, ¿qué pasa con todo esto en un lugar como México, na-
ción culturalmente diferente, desigual económicamente y des-
conectada tecnológicamente? La globalización en México es
2 Jürgen Habermas, The Structural Transformation of the Public Sphere: An Inquiry into a Category of Bourgeois Society, Cambridge, 1962 trans 1989.
3 Jacques Derrida, Aporías: Morir-esperarse (en) Los límites de la verdad, Ed. Paidós, 1998.
4 Idem.
MORIR EN LÍNEA
En tiempos de la globalización, gracias a que internet borró la mayoría de las fronteras para conocer otras culturas, los cibernautas han decidido poner toda su vida en eso que Juan José Arreola predijo que podría convertirse en «el basurero de la humanidad». Así, José Jiménez Ortiz debate sobre lo que será de la humanidad una vez que sólo queden esos cementerios que ahora conocemos como Facebook y Twitter.
Lo relevante en la mentira no es nunca su contenido,
sino la intencionalidad del que miente. La mentira no
es algo que se oponga a la verdad, sino que se sitúa
en su finalidad: en el vector que separa lo que alguien
dice de lo que piensa en su acción discursiva referida
a los otros. Lo decisivo es, por tanto, el perjuicio que
ocasiona en el otro, sin el cual no existe la mentira.
Jacques Derrida
En el pasado, los símbolos y los rituales nos ayudaban a recordar;
en la actualidad son los documentos digitales los que nos ayudan a
hacerlo. Al introducir la estética de la información (info-aesthetics),
Lev Manovich aborda el flujo de información que los internautas
procesan y almacenan, ya sea en su vida laboral o bien en la per-
sonal.1 En un sistema de redes, los nodos se mantienen activos
1 Lev Manovich, The Language of New Media, Cambridge, MIT Press, 2001.
en la medida en que permitan el ir y venir de datos a través de
ellos, sin importar quién los opera. Pensemos en qué pasa con los
bots: a pesar de estar programados para decir lo mismo que miles
de cuentas similares, cumplen las funciones básicas de cualquier
otro internauta.
¿Qué pasa con esos «trazos digitales de nuestra existencia» de
los que habla Manovich cuando uno muere? Si el internet es un
protocolo para la transferencia de datos entre nodos, sale a flote
una serie de interrogantes en torno a cómo ocurre la muerte en un
sistema de redes. ¿Pasa cuando un nodo deja de procesar datos o
cuando el usuario que opera ese nodo pierde la vida?
Un usuario ¿es?, ¿está?, ¿existe?, ¿habita?, ¿transita? Ubican-
do nuestro objeto de reflexión en lo que podemos llamar gené-
ricamente «realidad», chocamos con una cuestión presente a lo
largo de la historia de la filosofía. Durante siglos, grandes pensa-
dores han tratado de darle sentido a la cuestión, más que formular
respuestas. Siempre ha sido un tema bastante trabado que peor
se puso cuando Jürgen Habermas publicó en 1962 su obra The
Por José Jiménez Ortiz
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Las imágenes para el fin del siglo, según los ecologistas en la te-
levisión regional durante mi infancia, apuntaban a un escenario
a treinta años donde todo era desolación y más desierto. El fin
parecía comenzar con una larga sequía donde la gente casi agoni-
zaba de sed, por lo que debía salir de las casas con maletas atibo-
rradas de ropa y colchones enlazados en los techos de los carros.
La vida en la ciudad terminaba con la última gota de agua que
negaba toda posibilidad de sobrevivencia.
Después de estas imágenes delirantes vino la violencia social,
la disgregación de lo que antes llamábamos comunidad. Siguió la
influenza aviar, la cual vino a transformar mi distopía. Ahora, virus
letales penetraban las paredes de las casas, avanzaban por todo el
territorio nacional atacando únicamente a nuestro desgraciado
país hasta las fronteras norte y sur. Era necesario prepararnos para
los últimos días de nuestra normalidad y el principio del caos: usar
cubrebocas, permanecer en casa evitando el contacto humano
EL FUTURO INCIERTO DE UN PAÍS ENFERMO
y rezando para que los mexicanos no fuéramos a desaparecer
en masa de este planeta. Mientras, otras muertes avanzaban
silenciosamente en la vida nacional, lejos de los reflectores: las
narco mantas y todo experimento de biopoder. Así, por más de
una década, las nuevas causas de muerte se han llevado a millo-
nes de mexicanos, incluyendo a varios miembros de mi familia.
Hipertensión y diabetes.
Maestra: No llevar una alimentación adecuada, una consecuencia, ¿cuál
sería?
Karina: Las consecuencias pueden ser un infarto y … ah… y ah… los
de diabetes.
Jaime: Ah, ya sé. Se les para el… este… el intestino grueso.
Maestra: No, el delgado.
Francisco: Que se te para el abdomen, o sea que se les para y ¡ay!, no
funciona. A mi abuelita le pasó y la llevaron al hospital.
Estas enfermedades se han asociado a otra epidemia que no
suscita el cierre de negocios o escuelas, ni ningún otro tipo de pá-
nico mediático: el sobrepeso y la obesidad que afectan a uno de
cada tres estudiantes del nivel básico. Ambos padecimientos han
crecido sostenidamente desde los años ochenta y derivan de un
universo placentero fomentado por la industria alimentaria y la
típica dieta mexicana: excesivo hincapié en el azúcar, sal, harina
refinada y grasas. Lo último lo podemos observar tanto en nues-
tras alacenas y refrigeradores como en lo que llevamos de refri-
gerio a nuestros trabajos o escuelas. Sin embargo, muchas otras
personas decidieron hace años suplantar el recetario mexicano
por comida hecha en una fábrica y más cercana a lo que algunos
especialistas llaman la «dieta occidental». Para cocinarla, socie-
dades de científicos incansablemente desarrollan productos que
puedan sorprender y cautivar nuestros paladares mediante la crea-
ción de aromas y sensaciones que afecten a todos los sentidos. El
éxito de esta labor nos lleva a dejar como mera curiosidad algo
que había sido un hábito con profundas raíces culturales. Así, rá-
pidamente han ido cambiando nuestras percepciones de lo que
es sabroso, necesario, deseable y saludable en materia alimenticia.
Maestra: ¿Con qué hacemos la sopa?
Alumnos: ¡Tomate!, ¡Consomate!, ¡consomé!, ¡ jitomate!, ¡tortilla!
Maestra: Ya hicimos la sopa. ¿Sólo eso vamos a comer?
Alumnos. ¡Tortilla!, ¡refresco!
Maestra: ¿Vamos a cenar o no vamos a cenar?
Alumnos: ¡Leche!, ¡cereal!
Maestra: ¿Qué cereal? Hay de muchos tipos.
Osvaldo: De lo que sea pero que sea All Bran. (Risas).
Por Tania Ruvalcaba Valdés
ilustraciones de Jorge Caderón
México sufre de una enfermedad silenciosa que aqueja a gran parte de la población. La dificultad para costear alimentos saludables y las bondades del gobierno con la industria de la comida chatarra han hecho que nos acostumbremos al sobrepeso y la obesidad sin saber sobre los riesgos que corre nuestra salud. En este ensayo, Tania Ruvalcaba Valdés nos comparte los resultados de sus años de experiencia como trabajadora en una primaria, a la vez que expone las razones y motivos que empresarios y supervisores escolares tienen sobre la alimentación escolar de las nuevas promociones de mexicanos.
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40 41CR E ACI Ó N E N SAYO
Los miles de aditivos integrados a los nuevos alimentos han
transformado no sólo la composición química de nuestros cuer-
pos, sino también del medio ambiente y la noción que tenemos de
él. Por ello, la Secretaría de Educación Pública comenzó a interve-
nir en este tema. De esta manera, en 2006 hizo especial hincapié
en varios aspectos involucrados con la nutrición y en secundaria
buscó sentar las bases para que las nuevas generaciones fueran
más conocedoras de todas las dimensiones que conlleva.
Judith: Maestra, ¿la leche es de origen animal?
Maestra: Sí.
Judith: La azúcar, ¿a qué pertenece?
Maestra: El azúcar la sacan de la caña de azúcar, es fruta.
Se trató, entonces, de formar un criterio más analítico de lo
que es la alimentación, apelando a lograr una generación de con-
sumidores más consciente y saludable. Sin embargo, toda esta
reflexión se estaría dando en las escuelas, uno de los puntos de
venta más exitosos de la industria alimentaria. La razón es sim-
ple: en cada una de ellas hay centenares o miles de compradores
hambrientos y cautivos, que juntos suman 25’939,193 estudiantes y
1’201,517 docentes (inee) dispuestos a gastar de uno a setenta pe-
sos diarios en golosinas, frituras, refrescos, jugos, antojitos, panes,
pasteles, helados, elotes y cualquier otra cosa que la imaginación
de un vendedor pueda concebir. Haciendo un paréntesis, las ci-
fras mencionadas no incluyen al personal administrativo de las
228,205 escuelas preescolares, primarias y secundarias del terri-
torio nacional.
Maestra: Antes de venir, ¿comes en tu casa?
Alumnos: ¡Sí!
Brianda: Me traen en el recreo.
Maestra: ¿Compras aquí?
Alumnos: ¡Nomás papitas! ¡Y Coca!
Maestra: ¿Y por qué no lo hacen?, traer fruta.
Karina: Porque me da vergüenza.
Miriam: Es que vas a estar comiendo así.
Dulce: Porque te critican cómo comes.
Laura: No me gusta que me vean.
El tamaño potencial que representan los compradores de co-
mida chatarra es millonario y nos dice por qué el blanco de la
epidemia de la obesidad son los niños y las niñas de México. Ellos
enfrentan las condiciones de salud que tenían nuestros abuelos y
ahora nuestros padres: enfermedades cardiovasculares, diabetes
mellitus, diferentes tipos de cáncer. Para ellos queda la culpa, el
estigma de verse diferentes, de no caber en los pupitres y de no
ser los favoritos en educación física; también la baja calidad de
vida, la negación de una infancia y de una juventud plena. A cam-
bio, las escuelas les ofrecen nuevos productos, alimentos conve-
nientes, «más saludables», los cuales han cambiado de etiqueta
o a un envase más pequeño y además, han sido adicionados con
suplementos que los hacen parecer más benignos.
Supervisora escolar: Ya la misma refresquera está haciendo, aparte del
agua natural que les vende, agua con sabor a frutas. Están sustituyendo
una cosa por otra. Nada más es cuestión de que el alumno se acostum-
bre a consumirla, porque están acostumbrados a consumir lo negro. Sí,
aunque esté negro, negro.
Durante décadas, algunas voces denunciaron en la prensa el
visto bueno de las autoridades oficiales a la participación de la
industria alimentaria en las instituciones educativas. Sin embar-
go, fue en el sexenio de Felipe Calderón Hinojosa cuando Pepsico,
Bimbo y Coca-Cola tuvieron el reconocimiento para ingresar a las
escuelas mediante el programa Vive Saludable, en el que las tras-
nacionales se ocuparían de enseñar lo que es la nutrición en los
planteles. Para 2010 los panistas, arrepentidos, anunciaron una
nueva política de Estado que pretendía paliar la iniciativa anterior.
Esto significó sentar nuevas reglas para exigir la reducción de ra-
ciones y de contenidos de grasa, azúcares y sales en los productos
industriales, pero ¿por qué seguir permitiendo la participación de
las multinacionales?, ¿qué no eran las culpables de la epidemia?
Supervisora escolar: Le dan una comisión en efectivo… Pero ahora con esto
de que quitaron el refresco pus esa comisión disminuyó al 50%. O sea que
le dan en la torre a la escuela otra vez en cuanto a beneficios económicos.
Antes de los lineamientos de 2000 era común que los grandes
consorcios alimentarios negociaran con las escuelas una «con-
cesión» o bien, un derecho de exclusividad para que no entrara la
competencia en el lugar. A cambio, las escuelas recibían botes de
basura, pintura, equipo deportivo y dinero en efectivo que finan-
ciaba la operación de la institución. En este sentido, la industria
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qué dimensiones abordarlas, a quién delegar el trabajo para girar
el destino de millones de mexicanos. Décadas atrás, discutimos
sobre la gula, la falta de amor propio, la percepción distorsiona-
da de la realidad, pero frente a una epidemia se debe ir a fondo y
en grande. Ante la falta de resultados, la Organización Mundial
de la Salud debió poner la discusión en la mesa y presionar para
ver cambios trascendentales en la acción gubernamental. De ahí
derivan decisiones sobre la venta de comida en las escuelas e im-
puestos elevados en lo que se considera chatarra, pero aún queda
más por hacer que pueda impactar a las familias y sus hábitos, a
las formas sedentarias de vivir en este mundo.
Supervisora escolar: La mamá, saliendo de la escuela, le compra al alum-
no productos chatarra. Entonces tenemos una lucha constante. Tenemos
niños de colonias de nivel medio y medio bajo donde madres y padres
trabajan pero no se ocupan de la alimentación del niño.
En este sentido, es necesario recalcar la relación escuela-comu-
nidad donde ambas se permean, en este caso en los patrones de
conducta alimentaria. Además del factor cultural, las familias im-
pactan en las escuelas mediante su situación económica, es decir,
su posibilidad de acceder a refrigerios perecederos o más sofisti-
cados, a distintas cantidades y calidades en la comida. Entonces,
tendríamos que voltear a ver la pobreza alimentaria, la cual tam-
bién tiene efectos en la salud de los menores y que se manifiesta
en la baja talla infantil que todavía afecta aproximadamente al
10% de los infantes y jóvenes en edad escolar (ensanut, 2006).1
Supervisora escolar: A lo mejor un alumno de la secundaria 33 sí te
puede consumir un yogur o una gelatina o un jugo natural, porque así
lo tienen acostumbrado en su casa, pero un alumno de la 22, un alum-
no de la 44 que apenas tiene para los frijolitos, ¿a poco crees que van a
preferir un jugo?
Esto complica aún más el tratamiento que se le pueda dar a
la epidemia del sobrepeso y la obesidad. Así, sumando a la cifra
anterior el 30% aproximado de los menores con sobrepeso y obe-
sidad, tenemos que el 40% de los estudiantes del país no tiene
las condiciones físicas necesarias para una vida plena. En esta
situación, dentro de poco tomarán las riendas de un país enfer-
mo. Hace cuarenta años nadie imaginó que estaríamos ante este
escenario. Además, gozábamos de seguridad alimentaria pues los
campesinos producían todo aquello que consumíamos, ¿a quién
1 En el caso del grupo de edad de 12 a 17 años sólo se tiene información de las mujeres para 2006.
podía preocuparle nuestro futuro? Ahora, en cambio, enfrenta-
mos grandes retos; las siguientes cuatro décadas son turbias y la
prosperidad pareciera negada.
Tania Ruvalcaba Valdés (Torreón, 1977) es socióloga y candidata a maestra en Educación por la Universidad Pedagógica Nacional. Inició su vida laboral en la enseñanza pública y desde 2007 ha documentado la alimentación escolar. Ha presentado sus investigaciones en congresos a nivel nacional e internacional y ha colaborado con el diario Milenio.
Jorge Caderón (Tlalnepantla, 1986) es diseñador gráfico e ilustrador. Actualmente realiza su servicio social en el Programa Cultural Tierra Adentro.
alimentaria se convirtió en un gran subsidiario de los centros edu-
cativos y, en ocasiones, el único.
Con Vicente Fox Quesada, se estableció en su momento que
las escuelas públicas debían de competir entre ellas para que las
ganadoras pudieran captar recursos económicos vía el programa
Escuelas de Calidad. Un sexenio y medio después podemos tomar
un paseo y confirmar que sin el patrocinio de las trasnacionales
se aceleró el declive de los centros educativos en cuanto a su in-
fraestructura, mobiliario y servicio. Ahora, si alguna escuela desea
comprar una escoba, trapeador o fotocopiar algún documento
tendrá que conseguir sus propios recursos para financiarlo. Aquí
comienza la nostalgia por la era de oro entre las escuelas y las
industrias de la comida chatarra.
Maestra: Ahora vamos a ver bulimia y anorexia, porque son enfermeda-
des que derivan de la obesidad. A ver, la mayoría coincidió en que eran
problemas ¿psicológicos o sociales?
Alumnos: ¡Psicológicos!, ¡sociales!
Óscar: Sociales porque pueden ir al Seguro Social.
Maestra: Son psicológicos.
Mientras tanto, los científicos de la salud debaten sobre cuá-
les son las causas profundas de la obesidad y del sobrepeso, en
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Narrar las formas en las que
los mexicanos podemos morir es parte de esta propuesta narrativa en la que cinco escritores abordan la
estadística fúnebre nacional. La muerte del periodismo recrea en el cuento de Juan Pablo
Proal esa delgada línea que divide lo que puede hacerse y decirse en los diarios. Marina Porcelli
relata un feminicidio como una de las muertes más constantes en México. Óscar David López cuenta la historia de los migrantes que suben a La Bestia en un viaje de retorno a Honduras. Orfa Alarcón nos
ofrece un cuento basado en una historia de corrupción emocional y Raúl Aníbal Sánchez
se monta en los zapatos de una madre a la que le desaparecen a su hijo,
como tantos casos hay a lo largo del país.
45N A R R AT I VA
Basura.g. cabezón cámara
Y después (en la colonia, en la iglesia, en el artículo minúsculo del pe-
riódico sobre lo que ocurrió en esa zona en la temporada de lluvia),
dijeron que fue Rosaura la que tomó el camino equivocado cuando
ese miércoles salió a las cinco y media de la mañana, a cumplir el
turno en la panadería del centro (el camino aislado, dijeron, que
nadie toma excepto que esté acompañado o sea muy de día y haya
gente saliendo a trabajar, el que está luego luego del bloque de edi-
ficios en forma de ele, ese descampado como en desnivel, cerca de
las vías viejas, que se cargaba de charcos y árboles pudriéndose en la
temporada de lluvia, el que nadie toma, dijeron, excepto que esté
buscando algo), pero por el apuro de devolver el dinero y meterlo en
la caja sin que nadie se entere, y porque habían clausurado la subida
del puente, con las inundaciones. Rosaura lo pensó un momento y
se decidió: pasó por la oscuridad de debajo del puente y cruzó en
diagonal a la hilera de edificios, y se metió en el descampado. Iba
pegada a las vías cuando, bastante antes de llegar a la callecita que
la sacaba a la avenida para tomar el camión, distinguió o creyó
ver el auto blanco que rondaba el sitio con lentitud. Con mucha
lentitud, pensó Rosaura, con los vidrios subidos y tres tipos dentro,
y creyó ver (aunque no estaba segura) a ese tipo sin barba que a
veces aparecía por la colonia (y fue ese domingo cuando ella estuvo
todo el día en la puerta, tomando el agua de jamaica que le había
preparado a Maribel, después de pasar la noche sin dormir y atenta
a la fiebre de su hermana, hasta que Rosaura se cansó de estar en
la puerta, y decidió dar una vuelta por el centro, y fue justamente
en el paradero donde apareció otra vez el tipo sin barba, que se
adelantó y pagó el boleto de ella, a pesar de que Rosaura insistió
en que no hacía falta, y que de veras hubiera preferido que el tipo
no se adelantara y le diera las monedas al chofer, porque después
él se sentó a su lado, y no dejó de conversar, y de preguntarle cosas,
y ella respondió como pudo, ese domingo en que no tenía ninguna
gana de conversar ni de escuchar a nadie ni de soportar a nadie,
en realidad, en que quería que la dejaran en paz, pero el tipo son-
rió y dijo que había que ser cortés con una dama tan joven, y se
adelantó y sin preguntarle pagó el boleto, y eso, de alguna forma
rara, lo autorizaba a hablarle todo el camino, y la obligaba a ella a
escuchar, hasta que por fin ella se bajó del camión, aliviada de no
tener que soportar más esa conversación, con la mirada de él que
Por Marina Porcelli
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de tan pesada podía sentirla fija a su espalda, sentir cómo le medía
las caderas, y las piernas desnudas debajo del short). Entonces ese
miércoles a las cinco y media de la mañana Rosaura creyó que
era él quien estaba sentado en el asiento trasero del auto blanco,
y pensó que el auto estaba avanzando con demasiada lentitud.
La muchacha siguió adelante. Sin tiempo, había que atravesar la
callecita y llegar a Municipio, y devolver los pinches doscientos
pesos que el sábado sacó de la caja. Fue tan fácil sacarlos después
del corte, que hasta ella se sorprendió. Como si los pasara de una
mano a otra, en realidad, se los dio esa tarde a Maribel, y esa misma
tarde las dos se metieron en el cuarto que apestaba a cloro donde
la señora hacía el raspaje, y ella (Rosaura) se quedó esperando en la
salita de entrada, hasta que la llamaron para que se llevara a Ma-
ribel, y después a su hermana le dio fiebre todo el fin de semana,
y ahora por fin estaba mejor. Por fin. Y todo se acabaría de una
pinche vez hoy, pensó Rosaura, dentro de un rato, no bien metiera
el dinero en la caja. Por eso se sobresaltó cuando el auto blanco se
estacionó junto a ella. La ventanilla se abrió con lentitud y una voz
muy clara preguntó dónde estaba Municipio. Rosaura se detuvo, y
le sucedieron dos cosas: primero, se sorprendió al no ver al tipo sin
barba del domingo (y esto, un poco, la tranquilizó) y, casi enseguida,
instintivamente, se arrinconó contra unos pastos altos antes de
alzar el brazo y responder. Giró la cabeza y señaló hacia adelante.
Y quizá por esto, porque se tardó unos segundos en la respuesta,
dijeron después que ella sabía quién iba adentro. Que los conocía,
si se había detenido a conversar con ellos, cuando ella andaba por
ahí. A los tres hombres. O por lo menos, a los dos que se bajaron no
bien Rosaura se giró apenas, y uno la sujetó de los brazos, y otro la
golpeó en plena cara, y así la tironearon hasta subirla al coche. No
la insultaron. La metieron en el asiento de atrás, y uno le seguía
sujetando los brazos a la espalda, mientras el otro la golpeaba y
la golpeaba. Los dedos gruesos cayeron sobre el pómulo y esto
casi la desmayó. Antes, Rosaura alcanzó a librarse una mano, y
buscó arañar la cara del tipo. Dio un tirón, y la carne húmeda se
le metió bajo las uñas. Ahora sí le gritaron (se lo estaba buscando,
dijeron) y le ataron las manos atrás, y le anudaron una especie de
venda que le tapó los ojos. Y sin embargo, por debajo, pudo ver
(y fue lo último que vio, mientras le arrancaban la blusa, y uno la
empujaba sobre el otro, y le entraba así, mientras ella gritaba, y le
aplastaban la boca, y el auto seguía a la misma velocidad), pudo
ver los brazos del que ya estaba sobre ella. Con mucho pelo. Hasta
que la mano de él (áspera también) subió por el pecho y la tomó del
cuello. Después, fue el chico que cumplía con el turno de reparto
de periódicos, el viernes de la semana siguiente, el que dijo (el que
avisó) que había un cuerpo de mujer revoleado entre la basura.
Abandonado, revoleado ahí como si fuera lo mismo que los cartones
viejos pudriéndose con tanta lluvia, y los desechos, un cuerpo de
mujer boca abajo, con las piernas abiertas, el pelo enredado, la
cara deformada por los golpes, dijeron, cuando la policía llegó y
dio vuelta el cadáver de Rosaura, de ella, que a juzgar por la ropa
y por estar sola tan temprano en ese sitio quizá era medio pu-
ta, o quizá era una chica que (eso dijeron) se escapó con el novio y
a último momento todo fue mal, y se pelearon, hasta que el forense
le dijo a Maribel (que seguía con fiebre, y había preguntado en
todos lados, y había buscado en todos lados, y no, nadie le decía
nada, decía Maribel) que les quiebran la mandíbula así cuando la
chica grita demasiado (entonces Maribel se apoyó contra la pared
de la morgue, y retiró los ojos del pecho tajeado de Rosaura), y era
extraño, porque las putas están medio acostumbradas a gritar,
dijeron después, y que seguro había sido un tipo aislado (un caso
aislado), o a lo sumo dos, y que Rosaura los conocía, sino cómo
se explicaba que ella (Rosaura) se hubiera detenido a conversar,
y en la panadería se sorprendieron con la noticia, pero faltaban
doscientos pesos en caja, y quién sabe si eso no indicaba que algo
andaba mal (y Maribel, entonces, qué chillaba tanto ahora) porque,
francamente, mucho no se puede esperar de una chica que se pasa
todo el domingo en la calle, muy bien no le puede ir a una chica
a la que veían irse con cualquiera en cualquier camión, si al final
fue Rosaura la que decidió andar sola esa mañana, y fue ella la que
tomó el camino equivocado, y la que se quedó conversando con
los del auto, y después todos dijeron que más le hubiera convenido
no salir, y no vestirse de esa manera, si de verdad la chica quería
que estas cosas no pasaran, si de verdad quería que esto nunca le
hubiera sucedido.
Marina Porcelli (Buenos Aires, Argentina, 1978) fue becaria del Programa de Residencias Artísticas para Iberoamérica y Haití del Fonca/Conaculta y de la Residencia otorgada por la Secretaría de Cultura Argentina, en convenio con México. En 2009 apareció su primer volumen de relatos, De la noche rota, y en 2014 obtuvo el Premio de Cuento Edmundo Valadés.
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49N A R R AT I VA
Era la temporada en que a la Petra y a mí nos amanecía en aque-
lla alcantarilla-bar, hablando de lo divertido que sería borrar del
mapa a una culera que odiábamos, cuando un chiflido en el silen-
cio entre canciones nos hizo mirar de reojo un rinconcito detrás
de la rocola. Ojo rasgado, pelo negro azulado, flaca y descosida
cual gata que amamantó pirañas como crías. Era la travesti más
triste del mundo. Sentada con una pierna cruzada encima de la
otra, hablándonos con el acento distorsionado de quien ha atra-
vesado fronteras siniestramente con el afán de lograr el futuro, el
avant-garde mental, la pesadilla de los leggins everywhere, con voz
interracial e intersexual aunque un poquito tarada.
—Pero que salga bonita, mija. Como soy —dijo estirando a la
Petra su teléfono celular.
En un acto de contorsionista psicótica pasó de ser la travesti
más triste a una feliz edecán de embutidos y queso plasticoso que
en los pasillos de la vida guiña el ojo o mueve el culo a los padres
de familia que no les queda más que comerse de un mordisco
el trocito de lo que será un cáncer gástrico. Cáncer gástrico con
metástasis era esta vestida insolente que nos había agarrado de
sus fotógrafas. A nosotras que sólo pensábamos en las mejores
maneras de borrar alimañas de nuestro territorio. Más yo que
la Petra, que se juntaba conmigo sólo para verse travolta mala.
Improvisando esa sesión de cantina nos preguntamos para qué
querría fotos mostrándose feliz esta vieja travesti. Tan fea, tan
sureña, tan mezclada. ¿Imágenes de sí misma en el glamour de
la soledad? Qué nefasta. ¿No conocía las selfies? ¿Por qué no se
autorretrataba fingiendo no darse cuenta, como hacen las cule-
ras a las que tanto odiábamos? Simulacros de diversión y exce-
sos: mala muerte, cerveza tamaño caguama, ambientes festivos
en medio de columnas de humo, y ella en plan jovial, en huerca
chiflada, en el nada extraño caso de la doctora Jackie y Misery
trans. Se metamorfoseó apenas el ojo de su cámara la apuntó. A
cada flash, una nueva pose. Se reía a carcajada suelta estirando
su mano que al instante era besada por pretendientes invisibles.
Loca de atar. Fingida felicidad en formato 1:1 para que las de su
pueblo la envidiaran. Eso pensábamos cuando de repente dijo:
—Yo les hago el trabajito.
Nos quedamos pendejas la Petra y yo. A pesar de la edad, la tra-
vesti tuvo oído para escuchar nuestra sarta de deseos de asesinas
seriales. Ella acabaría con cualquier antropomórfica infestación
de garrapatas que obstruyera nuestro camino. Ahora nos debía
un favor. Era un intercambio de guante blanco, en frío, sin ligue
emocional. Ni ella diría quién le tomó las fotos ni nosotras quién
acabó con la culera que aborrecíamos. Sólo una culera, precisó.
No hago exterminio de plagas. ¿Tomar fotos a cambio de que se
deshagan de tu peor enemiga? No lo hubiéramos imaginado nun-
ca. ¡Magnífico! Le guiñé un ojo.
—¿Pero cómo? —cuestionó la Petra.
—Mi nombre se lo debo a La Bestia. Soy la Devoravidas.
No sabíamos que aquella pregunta costaría que nos echara en la
jeta su monólogo. Se había subido por primera vez a La Bestia en
sentido contrario. Por imbécil. De México a Honduras. Enculada
de un cabrón que le daba piedra y su anaconda personal. Conoció
primero el sur vecinal que el norte soñado. Cuando el cabrón dijo
estar harto y quiso regresarse, ella lo siguió y con un arañazo lo
echó a las vías. Luego los Mara Salvatrucha la adoptaron usán-
dola de guachimán en los vagones del tren. Cientos de viajes en
tramos cortos. Vivía empedrada, envuelta en humo, nostálgica.
Su función en el tren de la muerte era la de guadaña. Cortar ca-
bezas. Decir quién tenía y dónde su dinero. Extorsionar, asaltar,
incluso sodomizar. ¿Sodomizar? ¡Hasta el fondo! Aprendió a darle
de comer a La Bestia arrojando a los majes que se negaban a en-
tregar sus pertenencias. Mentando la madre por pisto. Se volvió
una catrina. Débora, la Devoravidas.
—Eres toda una asesina —dijo la Petra que se sentía identi-
ficada con su historia pues también ella era migrante e incluso
mató para sobrevivir.
—No más que tus leggins, mija —señaló aquellas carnes apretu-
jadas bajo la lycra. Y aquello era cierto porque a la Petra le habían
dejado en la entrepierna más bien el antes que el después de un
labio leporino con paladar hendido. Pero todo junto y mal engra-
pado, con sonrisa de nervios y con harta hambre.
—¿Y para qué son las fotos? —pregunté para evitar el roce en-
tre ellas.
—Para un deudo.
—¿Pariente del que estabas enculada? —siguió de insolente
la Petra.
—No, niña, es para uno que va a dejar el odio de tu amiga.
—Estás loca, nosotras estamos borrachas.
—No queremos matar a nadie —terció la Petra—. Mejor
vámonos.
—Esperen, yo tampoco quiero matar a ninguna culera. Hable-
mos claro. No vine huyendo de la migra para que se acabe la di-
versión. Si me quedaba en Honduras me mataban por trans. Si
me subía a La Bestia me mataban por ir en transmigración ilegal.
Que la maten a una es muy trans. Quiero que lo entiendan. Cuan-
do una es migrante y encima trans es la doble de sí misma. O dos
veces una pero entera por fin. Una está dividida por lo que dejó y
por lo que encontrará. Pero cuando una mata por fin completa el
ciclo de víctima y asesina.
—Pensábamos que eras travesti. ¿Desde cuándo eres trans?
—Desde que soy jarocha.
—¿Entonces migrar cuesta la vida?
—Así es, niña. Por eso vengo a que me tomen fotos en las que
simulo ser una mujer feliz. Feliz y de fiesta. Estoy atrapada en lo
que llaman fuga disociativa.
—O sea que, encima de serlo, ¿estás loca?
— Ten cuidado, culera, porque yo vencí a la mismísima Bestia.
—¿Entonces para ti esto es una fiesta? ¡Qué raras son las fies-
tas allá en el sur!
La Devoravidas sacó de su bolso de mano una botellita oscura y
se puso unas gotas detrás de las orejas, en el cuello y en el interior
de los codos. Enseguida arrastró a la Petra a la pista de baile. Se
abrazaron tan fuertemente que no se entendía si se restregaban
de alegría o peleaban por separarse.
—¡Son poppers! —gritó la Petra cayendo desinflada al piso—.
¡Tu maldito perfume son poppers! ¡Ay, mi corazón!
En ese momento vi mentalmente la fotografía de una travesti
vieja pero feliz. Petra agonizaba en el piso. Me acerqué sigilosa
agarrándome del brazo de la Devoravidas que todavía hedía a
poppers. La señora guadaña había pasado encima de la Petra. Y
el tren de la muerte. La Bestia y la Devoravidas también. Cubrí
su cara de muerta con las faldas que llevaba puestas, dejándole
el sexo trans al aire.
—Ay, ni que le hubiera quedado tan bonita la jarocha —dijo la
Devoravidas. Y nos fuimos con los brazos entrelazados buscando
el cuarto oscuro antes de que amaneciera.
Óscar David López (Monterrey, 1982) es autor de Mapping (Premio Regional de Poesía Carmen Alardín) y Farmacotopía (Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen). Es columnista en Vice.
Por Óscar David López
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50 51CR E ACI Ó N N A R R AT I VA
Si me despierto en la noche aún siento que él respira en la habi-
tación de al lado. Desde mi cama veo la luz de la lámpara que cae
dulce sobre su cuna.
Ya no vives aquí, ya nunca están cerradas las puertas de la casa.
Ya no temo que Gabriel, gateando, llegue a la cocina y tome
algo que pueda lastimarlo. Ya no temo al oír el motor de la Lobo al
estacionarse enfrente.
Ya ni tú ni él viven en esta mierdera colonia de Infonavit.
¿Qué se siente haberse llevado a un hijo que ni era tuyo?
Me lo quitaste por joder. La única temporada en la que tuvimos
una relación cordial y pacífica fue la del divorcio. Pensaste que re-
accionaría, que pelearía como madre leona, que usaría todo lo que
no me habías matado del carácter. Reclamaste a Gabriel pensando
que no lo obtendrías. Sólo pedí la Lobo. La casa no es más que un
contrato de renta. Me quedé con la camioneta, también, por joder.
Ya no corras, Gabriel.
¿Quién nombra a un hijo como propio, sin estar seguro de que
lo sea? Sólo aquellos que buscan algo de qué asirse en el mundo.
Tú andabas sobre la tierra en tu camioneta que parecía volar so-
bre las dunas.
Ya no corras, Gabriel.
Y girabas en tu desierto, sobrevolabas tu situación de clase me-
dia pobre, aparentabas ser otro en esa camioneta que valía más de
lo que teníamos o hubiéramos llegado a tener nunca.
Nunca, Gabriel.
Si me despierto en la noche ya no temo tu rabia.
No es seguro ni para un pelado andar en esa troca. Andabas
por la noche como quien no teme al despojo, a la tortura, a las
desapariciones, al frío del metal sobre los ojos, al ruido de las ba-
las, a ser uno contra doce, a las sospechas, a la policía, a las falsas
acusaciones, al rumor de ser de «los otros», al ejército, a la sangre
que chorrea de las cajuelas de otros vehículos, a la envidia hacia
tu camioneta negra.
Andabas por la noche como quien busca la muerte.
Ya no corras, Gabriel.
Y yo te esperaba angustiada para encerrarme en cuanto te oía
llegar. Al niño lo dejaba en su cuarto, en la cuna, porque él te tran-
quilizaba, te recordaba que sí, la vida es frágil, la vida es mierda,
pero también puede ser bella. Y yo en la recámara sabía que no
debía abrir la puerta hasta saber que no venías de madrearte con
cuanto se te hubiera puesto delante.
Ya no corras, mi amor.
Te enfrentabas a la existencia como quien la odia. Sólo la ino-
cencia del niño te tranquilizaba.
Ya no llores, Gabriel, no hagas enojar a tu papá.
Pero tú y yo sabíamos que el niño no era tuyo.
A veces venías de buen humor.
Por la camioneta, unos clientes creyeron que yo era el
contratista.
Quitarle a un albañil su Lobo es tan cruel como quitarle el hijo
a una madre. ¿Cuántos años trabajaste por ella, cabrón?, ¿cuánto
tiempo no hubo para ti descanso, no hubo familia que te impor-
tara? Yo me encargué del hambre del niño. Estabas empelotado
con esa troca porque siempre te gustó aparentar, lucir como quien
no serías nunca. Por eso ahora tienes un hijo a quien no recono-
ces como ajeno.
Me lo contaste desde la primera vez que me invitaste a salir:
habías comenzado a trabajar para tener la camioneta desde los
once años. Fue cuando supiste de las resolanas de esta tierra seca,
del viento hielo que en invierno corta como navajas. Apenas eras
un niño cuando ya estabas solo. Un niño que quería jugar a los
carritos.
Ya no temo a la oscuridad ni a la dureza de tus puños. Ya no
temo la fiereza de la noche. Me pierdo en ella protegida por el
metal de tu Lobo. Yo también he tomado una vida que no me
pertenece. Tus amigos ya son los míos. Al Flaco es al que veo
más seguido.
Ya no corras, Gabriel.
Ahora entiendo que tenías prisa por destruirte.
¿Cómo se continúa viviendo después de destruir las fotos de
boda? ¿Cómo se sigue habitando una casa con una cuna vacía?
Ya no corra, ¿para dónde va?
Ya van dos veces que me detienen en la noche. La primera vez
fueron «los malos». La segunda fueron «los buenos». Quien vive
en una casa vacía no teme ni a unos ni a otros.
Salía de la casa del Flaco a las cuatro de la mañana. No sé cómo
un hombre tan hosco y recio puede tener un ronquido tan delica-
do, como de gatita, apenas perceptible. El Flaco duerme junto a
mí como quien se aferra a su madre. Yo ya no lo soy. Hice madre
a tu nueva mujer cuando le cedí a mi hijo.
Dicen que la tercera es la vencida. La primera vez «los malos»
me dijeron que andaba de suerte, que nada más no querían volver
a verme por ahí. Era la noche de Apodaca y sus silencios.
Aunque es de mi edad, en el Flaco no puedo ver a un hombre
porque duerme junto a mí como si le tuviera miedo a la oscuri-
dad. Quiero al Flaco como quien quiere a un hermano porque así
lo querías tú.
Lo dejo en medio de la noche porque debe aprender a no te-
merle a nada.
¿Sí sabe que por aquí están matando mujeres?
También están matando hombres, oficial.
La segunda vez me detuvieron «los buenos», y yo no llevaba
dinero conmigo.
Me pidieron los papeles, me preguntaron de quién era la ca-
mioneta. Llevaban dos kilómetros parándome y dejándome ir.
Hacían que me orillara y luego se iban. Después de jugar un rato
uno de ellos se bajó a hablarme. Yo no olía ni a alcohol ni a mota.
El cuerpo del Flaco era mi único aroma.
¿Sí sabe que no son horas para andar por aquí?, ¿viene de la
fiesta, o qué?, me dijo acercándose para olerme el aliento.
Fue otra vez sentir la fragilidad de mi cuerpo, esa certeza de
que tu puño ya no se retraería.
Me sube la ventanilla, y ya no corra.
Del ejército uno puede librarse sólo por lástima. O misericordia.
No subo las ventanillas porque me gusta que entre a la Lobo
toda la oscuridad y toda la noche.
Nunca lastimarías a Gabriel, lo vi en tu mirada cuando te lo
entregué. Cuando ni titubeaste al entregarme las llaves de la
camioneta.
Eres una perra.
¿Quién cambia un hijo por una troca? Ni siquiera me sentí
insultada.
Ya no temo a la noche, ni a la casa ni a los caminos vacíos.
La tercera es la vencida.
Hay una casa de un piso con dos recámaras diminutas donde
ya no viven mis hombres.
¿Gabriel llora todavía si despierta y ve que está completamen-
te a oscuras?
Debe aprender que en la oscuridad es donde está el descanso.
Enséñale eso cuando crezca.
¿Me extraña?
La tercera es la vencida, pero si ni buenos ni malos se encargan
de mí, la noche es una Lobo que sabrá devorarme, meterme en
su boca, engullirme.
Hay muros y hay barrancos.
Un desierto que arde.
Un desierto de estrellas ciegas.
Ya no corras, Gabriel.
Me arrastras, Gabriel.
Orfa Alarcón (Linares, 1979) es escritora y editora, autora de las novelas Perra brava y Bitch Doll.
Por Orfa Alarcón
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53N A R R AT I VA
Por Raúl Aníbal Sánchez
My head is filled with
Fallen statuesdeath in june
Como cada primavera, regresaron las pesadillas. Habían pasado
tres años desde que se lo llevaron y, puntualmente, como un re-
loj, Ulises regresaba en sueños a visitar a su madre acongojada:
Mamá, en el viento hace un calor de peces dorados.
Los mensajes nocturnos que recibía Rosa María de boca de su
hijo desaparecido no tenían sentido:
Mamá, Dios es un juguete de la necesidad.
Eran apenas diálogos parecidos a esto, tenebrosos por poseer
algún tipo de lógica torcida, pero lógica al fin. Inaprensibles, sim-
bólicos, no tenían un significado exacto y eso la atormentaba.
Durante mucho tiempo ella se esmeró en buscar una señal,
una pista en estas frases desperdigadas que iba anotando en una
libreta, al despertar. Alguien le había dicho que una madre y su
hijo comparten un lazo inquebrantable, telepático, que incluso
trasciende a la muerte.
¿Muerte? No. Ulises estaba en algún lado que no era la muer-
te, un reino o limbo entre ambos mundos. Incluso en los sueños
de Rosa María el rostro de su hijo era diferente, había cambiado
y una sombra le empañaba los ojos. Vestía la misma ropa que lle-
vaba la última vez que lo vio, una camisa azul de trabajo y unos
pantalones de mezclilla. Los gestos de sus manos de dedos largos,
nerviosas y ágiles, la postura de sus hombros adolescentes, el bozo
sobre el labio. Todo era idéntico a como lo había visto por última
vez, todo excepto esa sombra, ese velo sobre la mirada.
Como en el mito de Perséfone, raptada por un dios infernal, Uli-
ses había comido de los frutos del Hades: seis semillas de granada
que lo encadenaban a la tierra. Ahora aparecía cada primavera en
el sueño de su madre, con esta vida incompleta y extraña, tan sólo
para volver al abismo.
2
Mamá, es el dragón del invierno quien devora nuestra casa. Lo he
visto caminar tranquilo por el desierto y las ciudades. Lo he visto
llamar a los niños por su nombre. Tiene una casa en lo profundo
del mar.
Y el problema de Rosa María es que no sabía dónde buscar pues
nunca supo quién se lo había llevado o si él mismo se escondía de
algún destino fatal. Tres años atrás, Rosa María cruzó la fronte-
ra para cuidar a un anciano enfermo en Laredo. Los gringos vie-
jos preferían una enfermera mexicana, eficiente y barata, y ella
era la mejor. Gracias a ese tipo de trabajos que hacía cada tan-
to, la familia había sobrevivido durante años y sus tres hijos te-
nían educación, comida, techo. Tenía que dejar a los niños solos
varios días, pero valía la pena a la hora de cobrar en dólares. Sin
embargo, esa última vez, cuando regresó a Tamaulipas, Ulises, el
hijo mayor, ya no estaba.
Uno de los días de esa semana llegaron los Zetas y se llevaron
a muchos adolescentes de entre quince y veinte años. El segundo
día llegó el ejército y se llevó a los que quedaban. Tiempo después,
cuando encontraron las fosas comunes, la misma Policía Federal
la amenazó para que no se presentara a identificar los cuerpos.
Sus otros dos hijos no supieron decirle nada, ni siquiera descri-
bir a los hombres que habían sacado a rastras a Ulises de la casa.
Rosa María no abrigaba ninguna esperanza concreta, pero no
podía completar el duelo sin la certeza absoluta de la muerte de su
hijo mayor. Mientras siguió trabajando. Se especializó en pacientes
con cáncer, consiguió una plaza en un hospital y aún atraviesa de
vez en cuando la frontera. Ahora gana más dinero que antes, pero
siempre llega la primavera.
3
Mamá, no llores.
Rosa María despertó sobresaltada, por instinto cogió la libre-
ta donde apuntaba las frases de sus sueños, pero no anotó nada.
Era la primera vez que algo de lo dicho por la aparición de Ulises
tenía pleno sentido.
Eran tal vez las dos de la madrugada cuando llamaron a la
puerta. Golpeaban con fuerza con la mano abierta, con lo que
parecía ser desesperación, como quien viene a cobrar una deuda
de mucho tiempo atrás.
En un principio tuvo miedo, luego pensó que si vinieran por
ella, a secuestrarla o asaltarla, ya hubieran roto la puerta. Se puso
el batín y se dirigió a la entrada de la casa. En el portal se en-
contraba un muchacho de edad indeterminada. Tenía el rostro
ensangrentado, se veía desnutrido y enfermo, con los ojos hundi-
dos. Recordaba su mirada a la de su hijo en sus sueños, una mirada
de alguien que habita entre el mundo de los vivos y los muertos:
—Señora, vengo por Ulises, no tengo mucho tiempo.
—¿Está bien mi hijo?
—A Ulises lo mataron al tercer día que nos llevaron, junto con
otros cinco. No sufrieron, les dispararon y ya. A otros les fue mu-
cho peor. Escuché que habían deshecho todos los cuerpos con
ácido. A mí me llevaron a San Carlos a empaquetar marihuana y
hielo. Pero me acabo de escapar y Ulises era mi amigo y no podía
dejar esto así, no podía no decirle y vine hasta acá. Vine a decirle
que ya no lo busque más.
Rosa María sintió la noticia como algo leve o poco profundo,
como si aún estuviera soñando. Pensó que el impacto iba a ser
mayor, pero el tiempo había erosionado lentamente las superfi-
cies de su corazón. Miró al muchacho y algún instinto antiguo se
despertó en ella:
—Pero pásale, mira cómo vienes. De seguro no has comido
en días.
El muchacho se arrodilló en el umbral y comenzó a llorar, ara-
ñándose las mejillas de la desesperación. Estuvo así un rato y
después se incorporó y entró. Ya en la cocina, se sentaron a la
mesa sin hablar, mientras él comía un plato de frijoles granea-
dos con pan.
—Me tengo que ir, no puedo estar aquí más tiempo.
El muchacho se incorporó y salió a la noche, un poco recom-
puesto al parecer, alimentado por la comida del mundo de los
vivos. Rosa María quedó un momento en el umbral mientras lo
miraba alejarse por la calle sin pavimentar. Regresó a la cama y
durmió. Durmió sin soñar absolutamente nada, sin visiones ni
profecías: sólo la negrura de una noche interior y la vaga bruma
gris del futuro.
Raúl Aníbal Sánchez (Chihuahua, 1984) ha publicado poesía, ensayo y cuento para jóvenes. Es autor de El genio de la familia.
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55N A R R AT I VA
Por Juan Pablo Proal
La alarma le recuerda iniciar el rito automático: enciende la ra-
dio, cambia de posición, continúa dormitando. Hoy, el ruido es
un poco más desagradable que de costumbre. La cabeza de Luis
Garmilla está pesada, adolorida por las copas de hace unas ho-
ras. El autómata de las noticias en que se ha convertido lo obliga
a prestar atención. «Repito para quienes no nos han escuchado:
explota ducto de Pemex en San Macario, cinco muertos, número
indeterminado de heridos». De mala gana, Luis abre su computa-
dora y empieza a transcribir declaraciones, datos y testimonios
vertidos en el noticiero. Le echa un telefonazo al jefe de prensa
de Protección Civil para pedirle «datitos». Consulta los portales
informativos. Pega y recorta información de aquí y de allá. Man-
da su nota a la sección de Estados de El Veraz, «el gran diario na-
cional de información objetiva». Se mete a la cama. Programa la
alarma de su celular a las 8:45.
■
En un alto, Luis observa que su nota publicada en El Veraz ape-
nas tiene dieciséis likes en Facebook. Llega al restaurante Santa
Mónica veinte minutos después de iniciada la rueda de pren-
sa del panista Jorge Verdugo. Una reportera lo pone al tanto de
lo ocurrido: el político presentará una queja por irregularidades
en el proceso de sucesión de la dirigencia local del pan. Luis es-
cucha con desgano, está más interesado en pedirle al mesero
unos chilaquiles. Suena su teléfono celular. Es el jefe de Esta-
dos de El Veraz.
—¿Qué pasó, jefe?
—Está cabrón lo de San Macario, ¿ya vas para allá?
—Sí, voy en camino, ya tomé carretera —miente Luis.
—Apúrate para que mandes en chinga. Y acuérdate, nada
de jugar al escritor con tus entraditas literarias. Aquí hacemos
periodismo.
—Disculpe, jefe, ¿me podrían depositar algo de viáticos?
—¡Pensando en los viáticos! ¡La noticia no espera, carajo!
Su otro jefe, Alejandro García, subdirector de El vocero regional,
le encargó cubrir cuatro ruedas de prensa y la sesión de Cabildo.
El tanque de gasolina de su Chevy tiene poco más de un cuarto
de combustible. Apenas cuenta con cuatrocientos pesos para ter-
minar la quincena. Pagan en seis días.
Al inicio de la sesión de preguntas y respuestas de la rueda de
prensa, suena nuevamente el teléfono de Luis. Le llama García.
—Buenos días, jefe.
—No has dictado la nota de Verdugo para el portal.
—Todavía no termina la rueda de prensa.
—Apúrate, chingá. Por cierto, el sábado vas a tener que traba-
jar. Te irás al pueblo del dueño, su tío será nombrado ciudadano
distinguido y quiere que lo cubramos. No la cagues.
—Pero el sábado tengo la entrevista con Juan Villoro, la pacté
desde hace tres semanas para nuestro suplemento cultural. ¿No
recuerda?
—Pues la cancelas. Apúrate con la nota de Verdugo. Estás des-
cuidando mucho el periódico desde que tienes esa pinche corres-
ponsalía. Deja de jugar a ser periodista famoso.
Luis se queda petrificado de rabia. Abandona los chilaquiles y
la rueda de prensa. «Yo nací para ser periodista, ya basta de estas
pendejadas».
Se dirige a la carretera interserrana que comunica con San Ma-
cario. Hará la mejor cobertura de su historia, se promete. Aviva su
ánimo con imágenes mentales de García Márquez y Kapuscinski,
con su máxima: «Los cínicos no sirven para este oficio». Repro-
duce en el estéreo de su coche «La maza», de Silvio Rodríguez.
Se siente orgulloso de haber elegido «la mejor profesión del mun-
do». Pisa más fuerte el acelerador. Apaga su teléfono celular, no
quiere interrupciones de nadie, menos de García. Está ansioso
por llegar al municipio, entrevistar a las víctimas, investigar las
verdaderas razones de la explosión. «Me empezarán a tomar en
serio en El Veraz».
■
Una imponente mancha fungiforme acapara el cielo de San Ma-
cario. Luis deja su coche en una acera. A lo lejos, una marabunta
de reporteros entrevista al secretario de Protección Civil. Luis
trota en dirección al amontonamiento. Carga una mochila con
una libreta, una pluma y una grabadora. De repente, su tobillo de-
recho se dobla. Grita de dolor mientras cae en un charco fangoso.
Cojeando y escurriendo lodo, Luis llega a la entrevista banque-
tera. Estira su mano derecha para que su grabadora registre la voz
del funcionario, pero pocos segundos después los reporteros ba-
jan sus brazos. El político se da la media vuelta y camina rumbo
a la zona resguardada.
Un compañero lo pone al tanto de lo declarado y le indica dón-
de viven los familiares de las víctimas. Maltrecho, Luis se dirige a
una de las casas de los damnificados. Al llegar, pobladores con los
rostros humedecidos por el llanto le relatan que desde hace me-
ses un grupo criminal roba combustible del ducto; le entregan fo-
tografías que documentan su aseveración. También le facilitan
copias de la queja que presentaron en la presidencia municipal.
Después de pasar casi dos horas con los pobladores, prende su
teléfono y llama al jefe de Estados.
—Jefe, traigo información buenísima de San Macario. Conseguí
unos documentos…
—Olvida lo de San Macario, nadie peló la nota, se compartió
poco.
—Pero tengo documentado que el crimen organizado está
involucr…
—¡Claro que está involucrado, eso no es nota! Regrésate en
chinga a la ciudad. El gobernador fue exhibido en un videoes-
cándalo cabrón: lo grabaron pedísimo amenazando al dueño de
un table.
Devastado, Luis camina a la tiendita de enfrente para com-
prar cerveza. Le llega un mensaje de texto de García: «A mí na-
die me apaga el teléfono. Estás suspendido una semana sin goce
de sueldo».
En la miscelánea, una estampa alivia su estado de ánimo: un
gatito corretea juguetonamente a un loro. La señora que atiende
le cuenta que el ave y el gato, sus mascotas, se han hecho gran-
des amigos. Luis los graba en un video de cinco segundos que de
inmediato publica en su muro de Facebook.
Entra a su automóvil, abre una cerveza y arranca rumbo a la
ciudad. Su teléfono celular le manda una ametralladora de no-
tificaciones. Sus contactos comparten masivamente el video en
las redes sociales. En menos de diez minutos, el gato y el loro
se vuelven tendencia en el país. Los operadores de redes sociales
de El Veraz se percatan del fenómeno y en un par de clics distin-
guen que la fuente original es Luis. Le informan al jefe de Estados,
quien, descompuesto de ira, llama al corresponsal.
—¿Eres pendejo o qué?
—¿Qué pasó, jefe?
—¿Por qué no enviaste el video del gato y el loro para la sec-
ción de Curiosidades del portal? Cómo se ve que tú no quieres
crecer en El Veraz.
Juan Pablo Proal (Puebla, 1983) es coeditor de la página web de la revista Proceso y articulista en la misma publicación. Autor de Vivir en el cuerpo equivocado y Voy a morir.
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AL SURDEL CIELO:
ISRAEL MARTÍNEZ
Ejercías como psicólogo en Guadalajara, pero siempre estabas alerta de manifestaciones artísticas; incursionaste en la foto-grafía cuando te conocí. Después me enteré de que estabas haciendo una maestría en arte en Finlandia, y la terminaste en Viena. Han pasado tres años desde que dejaste Guadalajara; yo también la dejé como mi base principal. Hace aproxima-damente cinco años arremetió radicalmente la delincuencia organizada en nuestra ciudad y ésta comenzó a modificar-se. Ahora recibes noticias cada día sobre asesinatos, violacio-nes, asaltos, corrupción, modificación de leyes a favor de unos cuantos, impunidad. Si bien tu ritmo de vida ha sido acelerado los últimos años para poder vivir y estudiar en Europa, tam-bién es vertiginosa la información que recibes desde México. ¿Qué pasa por tu mente y tus emociones? ¿Qué piensas sobre tu familia, tus amigos? ¿Cómo se vive esto desde Viena?
GERARDO MONTES DE OCA
Sí, hace tres años me fui a estudiar la maestría en cultura visual a Finlandia, ciertamente muy experimental tanto teó-rica como prácticamente. Esto me trajo a Viena, que curio-samente era una de las pocas opciones que contemplé antes de elegir Finlandia para entrarle más de lleno a mi formación en artes.
Finlandia, fría, pero honesta y equitativa, es una democra-cia que —si bien el concepto es debatible— se encuentra a otros niveles. La confianza social e institucional es increíble, los índices de corrupción son los más bajos del mundo. Y créeme, siempre mantengo una actitud abierta y crítica, no idealizo Escandinavia.
Una amiga finlandesa me hizo «la pregunta» necesaria, clave, evidente a los ojos de esa otra cultura: «¿Por qué en México no valoran la vida?»
Después de lo ocurrido con los normalistas en Guerrero, las noticias me han venido lastimando mucho. Pienso que es el evento que penosamente nos ha levantado y comenza-do a articular de otras maneras. Y no parece que esto se vaya a detener. He llorado muchas veces, la mayoría de ellas fren-te a la pantalla (al informarme en línea), pero también en la ducha, o en mi habitación. En la segunda manifestación que organizamos los mexicanos con apoyo internacional (que ha sido sólido por parte de los latinoamericanos) me tuve que contener durante casi todo el recorrido. Y ocurre con los de-más. Nos afecta mucho, nos desespera, nos deprime. Afortu-nadamente la historia está cambiando. La movilización ha sido enorme y constante, dentro y fuera de México. Ha ha-
bido muestras de una creciente solidaridad y una manera diferente de confrontar al poder criminal y represor. Tal soli-daridad y empoderamiento fortalece la esperanza y nos per-mite afrontar el miedo juntos. Esto me ha ido levantando los ánimos. Al mismo tiempo, he notado que la forma y conteni-do de las noticias de medios alternativos también está cam-biando. Cada día salen más y más cosas a la luz.
Fue un placer enorme tenerte por acá en tu residencia y en el MuseumsQuartier. La pieza que exhibiste era totalmente necesaria, pertinente. Los trágicos eventos lo corroboraron inmediatamente, si es que no era evidente ya. ¿Qué me pue-des decir de esta pieza, así como de la investigación detrás de la obra? ¿Por qué elegiste ese formato tan peculiar para la ex-hibición Post-Colonial Flagship Store?
ISRAEL MARTÍNEZ
Georg Klein y Sven Kalden, curadores de la exposición y tam-bién artistas, me invitaron a este proyecto que, desde un pun-to de vista muy irónico, se interna en el poscolonialismo; el formato es el de una tienda de lujo. El título de la obra (en colaboración con mi hermano Diego) es South of Heaven, tan cerca de la potencia neocolonizadora y las ilusiones que esto representa para muchos (incluyendo al Estado que cada vez entrega más al país), y tan lejos de una mínima salud social y política.
Hicimos un puesto de venta similar a los de los tianguis en México, que, por cierto, ofrecen en su mayoría artículos piratas, que conforman una parte importante de la economía del país. El «producto» que ofrecimos fue un cd-r titulado Sounds of Mexican Drug War, que incluye una pieza auditi-va de casi sesenta minutos con sonidos extraídos de videos publicados en internet durante el sexenio de Calderón: sus discursos de lanzamiento o defensa de su proyecto, balace-ras grabadas por los mismos sicarios, decapitaciones, mani-festaciones, llanto, interferencia de charlas por radio entre miembros de cárteles; en fin, sonidos de terror, de vergüen-za, de tristeza y barbarie. Estos sonidos no se reproducen en bocinas, hay que colocarse audífonos para escucharlos. El sonido que sí es audible a través de dos bocinas se confor-ma del registro de inhalaciones de cocaína, como si fuera la música que acompaña a este puesto de venta, su «música de ambientación» es el consumo de una droga vital para Mé-xico como exportador —como señala el periodista italiano Roberto Saviano, quien incluso se atreve a decir que México es el centro de una nueva configuración del mundo en torno al negocio de la cocaína.
En este diálogo, Israel Martínez y Gerardo Montes de Oca observan, con distancia geográfica y crítica, el oscuro panorama en el que está sumido México y reflexionan en torno a la violencia desde el mundo del arte
ARTE Y VIOLENCIA EN MÉXICOPor Israel Martínez y Gerardo Montes de Oca
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En el mismo puesto hay un monitor en el que se muestra una transcripción textual de experiencias personales en tor-no a la droga y el narcotráfico, como un testimonio —entre millones que hay en el país— de cómo nos relacionamos con estos temas de forma natural, muchas veces sin decidirlo; por ejemplo, al tener un vecino inmiscuido en dicho nego-cio. También usamos una lona, pero en lugar de promocionar nuestro «producto», en ella explicamos ciertos puntos que nos parecen importantes para entender una parte de la rela-ción político-económica entre México y Estados Unidos. Este flujo de información está basado en el libro de Sergio Gonzá-lez Rodríguez, Campo de guerra, en el que señala el poder que ejerce Estados Unidos sobre México a partir del negocio de
la droga, y las políticas de una supuesta asistencia en torno a la seguridad.
Inauguramos el 2 de octubre, fecha importante para México, y tan sólo un poco después de la desaparición de los cuarenta y tres estudiantes. Empezó un proceso doloroso para todos. En mi caso, no pasó un solo día durante la residencia en el Muse-umsQuartier, y cada vez que visitaba la exposición, en el que no platicara con personas sobre la incomprensible situación de México. Como mencionas, la pregunta recurrente es por qué la vida vale tan poco en nuestro país. ¿Por qué se mata, se viola, se roba, se violenta tan fácilmente en México? Mu-cha gente no tiene idea de las gigantescas dimensiones del narcotráfico, su única relación con el tema son los dealers
de cualquier posible conexión con la sociedad en general. Ya que tu interés principal es un arte más frontal en torno a lo político —además de que Viena es un punto interesante don-de política y arte confluyen totalmente—, ¿cuál es tu visión sobre esto?
GERARDO MONTES DE OCA
Me parece que tu pieza articula múltiples elementos involu-crados en el tema del narcotráfico (cuyas relaciones se com-plican al momento de su análisis), al mismo tiempo que hace comentarios interesantes sobre un neocolonialismo en el inte-rior del mundo del arte. Es interesante que coloques el sonido como eje e intersección de procesos de producción y consu-mo cultural: sus industrias, el mercado informal en México y formas de comercio fuera de la ley. Con el formato de puesto callejero se crea una relación mercantil entre el espectador, la obra y el artista. La instalación vuelve al espectador un consu-midor y a la obra un producto de consumo, pero un producto al margen de la ley: pirata. El mercado informal cuestiona y confronta al Estado y a la ley. Y no sólo simbólicamente. Es decir, utilizas sonidos y discursos producidos por otros agentes o «autores» para apropiarte de ellos y reconfigurar sus relaciones y sentidos. He aquí su clandestinidad. Coque-teas incluso con una acción delictiva. La definición que da la unesco de la piratería me parece muy pertinente para lo que percibo en la pieza:
El término «piratería» abarca la reproducción y distribu-ción de copias de obras protegidas por el derecho de autor, así como su transmisión al público o su puesta a disposi-ción en redes de comunicación en línea, sin la autorización de los propietarios legítimos, cuando ésta resulte necesaria legalmente.
Considerando que tomas y alteras material sonoro en lí-nea de agentes/autores como el Estado (en los discursos pre-sidenciales), los criminales o testigos que documentan actos criminales o confrontaciones armadas y suben los videos a internet, emergen nuevas preguntas sobre el narcotráfico: ¿Quién o quiénes son los autores? ¿Cuáles son los derechos de esos «autores»? ¿Cómo se protegen sus productos? ¿Quién autoriza la disposición de tales producciones y por qué moti-vos? ¿Qué y quiénes definen y autorizan a un agente como su propietario legítimo?
Con tales preguntas se dirige de manera directa a las formas de dominio neocolonial intrínsecas en las relaciones entre Es-tado, crimen y ciudadanía en México, así como en la relación entre nuestro país y Estados Unidos. De esta manera se señala, cuestiona y confronta al Estado mismo y a los discursos insti-
Es fundamental sentirnos en comunidad,sentir al vecino, sentir al transeúnte, sentirnos todos, respetarnos, buscar las coincidencias más que acentuar nuestras diferencias.
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Israel Martínez.
Gente
comportándose
como verdaderos
animales, 2011.
Video, audio.
←
Israel Martínez, en
colaboración con
Diego Martínez.
South of Heaven,
2014. Stand, lona,
texto en video,
audio en dos canales
estéreo, 100 cd-r.
locales, que venden bajas cantidades. No saben que los grupos delincuenciales mexicanos están en gran parte del mundo, que la droga es un soporte económico ilegal muy importan-te, incluso en la Unión Europea, y mucho menos que algunos gobernantes de nuestro país son cómplices del proceso y, por supuesto, de los dividendos económicos.
Ahora que estoy de vuelta en México es inspirador ver a tanta gente movilizándose en todo el país, pues en muchos lugares tardó muchísimo tiempo para que se valorara la im-portancia de manifestarse, de marchar, de las acciones políti-cas. Es fundamental sentirnos en comunidad, sentir al vecino, sentir al transeúnte, sentirnos todos, respetarnos, buscar las coincidencias más que acentuar nuestras diferencias.
En este sentido, como mencionas, ha sido también inspi-rador sentir la unión fuera de México. En el caso de Viena, va creciendo, y hay estudiantes, artistas y activistas como tú trabajando fuerte en ello, estableciendo lazos con cualquier ciudadano interesado en el tema, difundiendo información. Es curioso porque a veces tengo la impresión de que parte de la escena artística contemporánea en México se avergüenza de su práctica en momentos como éste, asumen que el cir-cuito del arte es banal. Para mí, por el contrario, es uno de los espacios que incitan a la conciencia sociopolítica, aun-que en momentos tan radicales también muestra algunos puntos absurdos, autocomplacientes o, simplemente, fuera
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tucionales. La lona traduce esto de manera visual y el texto en la pantalla inserta la experiencia personal a la compleja trama. Mientras tanto, el espectador es invitado a consumir (o «ad-quirir») tal producto, por medio de uno de los tantos sonidos del mundo del crimen, corrupción e impunidad en México.
Muchas veces me preguntan por qué dejé la psicología para estudiar y hacer arte. Lo que pasa es que en el arte encuentro otras formas de reflexionar, investigar, experimentar e incidir en múltiples realidades. Creo que todos debemos preguntar-nos qué podemos hacer ante tal realidad en México. Esto me lleva a decir que el arte contemporáneo tiene una relación directa con la experiencia humana. Al trabajar con el arte, trabajamos directamente con múltiples subjetividades, lo cual nos permite probar y confrontar límites establecidos, formas de relaciones sociales y subjetividades dominantes. El arte tra-baja tanto con los terrenos simbólicos y culturales como mate-riales y relacionales, y por eso es imprescindible que se asuma una posición política. Al mismo tiempo, las artes producen nuevos espacios de enunciación, relación y acción. Claro que es un terreno limitado, no puede cambiar la realidad de tajo.
Pero nada lo puede hacer de ese modo, así es que entre más espacios subversivos creemos, más posibilidades de cambio e inclusión tendremos.
El arte, como la psicología y las ciencias sociales, requiere un alto grado de reflexividad. Digo esto porque pienso que es de extrema importancia mantener un constante grado de au-tocrítica al momento de reflexionar, cuestionar, organizarnos y actuar. Necesitamos cambiar el orden dominante cuidando de no hacerlo en formas de organización jerárquicas. Es cru-cial poder distinguir las más sutiles formas de exclusión y vio-lencia en nuestra vida cotidiana y organización ciudadana.
ISRAEL MARTÍNEZ
Los mexicanos estamos en un gran momento para detonar todo aquello que por años hemos pretendido transformar. Cuauhtémoc Medina comentaba en la charla que dio Bifo en el muac que éste será un proceso largo y no exento de incon-gruencias. Este punto me parece muy importante, porque de esas incongruencias suelen producirse escisiones; es decir, ataques ante cualquier posible diferencia entre nosotros en lugar de fortalecer nuestra comunidad.
Nuestros problemas son tan similares como las mismas lí-neas de cocaína que se inhalan alrededor del planeta.
GERARDO MONTES DE OCA
Sin duda la historia no es un continuum estable y coherente. Cuando las personas me preguntan aspectos sociales, cultu-rales o políticos de México siempre digo que es un espacio donde convergen muchas capas históricas y culturales de ma-neras muy complejas. Sin embargo, nos cuesta asumir tales diferencias, ¿acaso tenemos un ideal colectivo identitario que nos duele confrontar?
No me queda duda de que encuentros como el que hemos teni-do desde tu visita a Viena y el diálogo, que aún continúa, son for- mas de relación que necesitamos buscar, provocar y sostener. Dentro y fuera de México.
Israel Martínez (Guadalajara, 1979) ha creado videoinstalaciones, acciones, intervenciones y obra gráfica, además de composiciones electroacústicas. Es cofundador de la plataforma de difusión multimedia Suplex y del sello Abolipop Records. Su trabajo reflexiona sobre temas sociales a través del sonido, la música y su vinculación con la imagen.
Gerardo Montes de Oca (Guadalajara, 1978) es psicólogo clínico y social, activista y artista transdisciplinario. Actualmente realiza estudios doctorales en la Academia de Bellas Artes de Viena, donde investiga las políticas estéticas de la afectividad colectiva en contextos de violencia, dominación, resistencia y emancipación.
↑
Gerardo Montes
de Oca. Diver, 2013.
Still de video.
→
Gerardo Montes
de Oca. Crime
Scene, 2014.
Expedición a la Isla
Kylmäpihlaja.
↗
Gerardo Montes
de Oca. Sin título
(negociando el
espacio público),
2010. Impresión
digital.
[…] Las artes producen nuevos espacios de enunciación, relación y acción.Claro que es un terreno limitado, no puede cambiar la realidad de tajo.
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63CR Í T I C A : LI B R O S62
Crítica: li
bros
lo acusa de intento de violación. El marido de Antea, el rey Preto,
para no faltar a las normas de hospitalidad al asesinar a Belerofon-
te en sus palacios, le encomienda llevar una carta a un rey lejano.
El héroe, por supuesto, ignora que en esas letras lleva su propia
condena. Las palabras escritas, dice Homero, son sémata lygra,
signos terribles, funestos.
EL TLC: EL MUNDO ESCRITO
Anti-Humboldt participa de esta idea clásica. Aquí, las sémata ly-
gra, las palabras funestas, conforman el cuerpo del Tratado de
Libre Comercio que ha regido nuestra vida —y la de otros dos
países— durante más de veinte años. En el Tratado está nuestro
calendario, los años venideros, el futuro. El Tratado es la Ley que
está por encima de toda ley. Es el mundo. Encima del Estado, de
la familia, del individuo.
En Anti-Humboldt, el tlc funciona como una cosmogonía neo-
liberal. Como todo texto cosmogónico, el Tratado clasifica, divide,
establece formas de consecución y origen, y exhibe su autoridad.
Bajo premisas comerciales, define e instaura el orden de todo lo
vivo y lo inerte. Decodifica y traduce, en sus términos, a plantas,
animales y personas. El Tratado es un Libro de la vida, cruel y de-
vastador. Es la funesta palabra escrita.
EL SISTEMA OCULTO EN LA ESCRITURA
Sin embargo, en Anti-Humboldt, una lectura del Tratado de Libre
Comercio de América del Norte, no leemos el tlc. García Manrí-
quez ha borrado el texto. ¿Qué esconden esas palabras, enton-
ces? Como el mismo Belerofonte, lo ignoramos.
Lo que leemos en Anti-Humboldt son palabras resaltadas, aque-
llas que se han salvado de la fantasmagoría, de ser meras som-
bras de la realidad.1 Descubrimos, a partir de
ellas, que se esconde un Sistema Armonizado.
Un sistema que busca resignificar todo cuan-
to existe, objetivamente. Convertir todo en una
mercancía, sin contradicciones ni divergencias,
que transite de una frontera a otra. Este Siste-
ma dentro del tlc es el punto clave de la lec-
tura de Manríquez.
VOZ POÉTICA Y RESISTENCIA
En Anti-Humboldt las palabras que leemos (las
resaltadas) no son sino fragmentos, resquicios
por donde emerge la voz poética. Seleccio-
nadas, producto de la mutilación o creadas,
revelan la postura de la voz ante el tlc y, parti-
cularmente, frente al Sistema Armonizado. La
voz poética intenta resistirlo. Ante la brutalidad
de la Ley, de su frialdad, de su resolución en cifras, de la imposi-
ción de la manufactura y la maquinaria sobre los individuos y su
búsqueda de la felicidad, surge el yo (de mayoritario).
La voz se erige como un desastre natural que no puede ser cata-
logado ni medido. Una fuerza que está fuera del control del Tratado.
Esta resistencia —paradójicamente— nace de las palabras de un
1 Demócrito de Abdera, B145 D-K.
PREÁMBULO: PALABRA DICHA Y PALABRA ESCRITA
Las culturas antiguas estaban cimentadas en la oralidad. En ellas,
la palabra dicha y sistemáticamente repetida por sacerdotes, go-
bernantes o cualquier otro jerarca, era equivalente a la verdad. La
palabra de la autoridad era ley. Con la aparición y el auge de la es-
critura, según se ha dicho, este sistema comenzó a tambalearse. Al
parecer, en la soledad de la lectura, el individuo conseguía estable-
cer un diálogo silente con el autor. Así, el lector podía —en teoría—
refutar, comprobar o corregir lo escrito. La lectura, entonces, se
convertiría en la fuente de la divergencia y el pensamiento crítico.
BELEROFONTE Y LOS SIGNOS FUNESTOS
Pero la palabra escrita, a diferencia de la oral, no era (ni es) ac-
cesible para todos. Una inmensa mayoría de ciudadanos, escla-
vos, niños y mujeres, veía (ve) inscripciones, tallas en las paredes,
rocas con signos: todos ininteligibles. Su carácter hermético los
conduce al temor, a la sospecha. ¿Qué son esos garabatos?, ¿qué
esconden? La literatura ha proporcionado distintas respuestas.
Quisiera abordar sólo una, por considerarla esencial en mi lectu-
ra del Anti-Humboldt de Hugo García Manríquez. En la Ilíada VI
(145 y ss.), Homero resume la historia de Belerofonte: Antea, rei-
na de Tirinto, quiso seducir al héroe, que permanecía en su corte
como huésped. Belerofonte rechazó su oferta. Ofendida, la reina
texto que intenta homologar y convertir en recursos utilizables
al mundo. Brota de él, como esperanza. La esperanza (¿don o
castigo?) de escapar al dominio del capital,
esa zona común que ya no conoce límites ni
fronteras (p. 72):
(a) cada filial financiera extranjera tendrá un capital
autorizado determinado por México, y el capital pa-
gado de dicha institución no deberá ser menor […].
Una vez establecida, México podrá permitir que el
capital autorizado exceda al capital pagado. El capi-
tal autorizado no se reducirá, por ninguna medida de
México (salvo por medidas prudenciales), por debajo
del capital pagado. El importe máximo de las opera-
ciones de cada filial financiera extranjera se deter-
minará […] el efecto de evadir los límites de capital
señalados en esta lista. Este inciso no se aplica a las
transferencias de fondos de buena fe para constituir
depósitos de una noche. […]
Javier Taboada (Ciudad de México, 1982) es maestro en Letras Clásicas por la unam. Ha sido traductor de poemas, profesor de latín y griego, y locutor de radio. Es autor de Poemas de botica.
Anti-HumboldtHugo García ManríquezAldusMéxico, 2015
Práctica de caza
Rosa Gaytán
Textofilia / unam
México, 2015
Por DaviD Ruano González
Los poemas que conforman Práctica de caza,
segundo libro de Rosa Gaytán, abordan temas de
corte hogareño y familiar como los quehaceres, la
maternidad, incluso la escritura Con un lenguaje que
pretende la sencillez, lo cotidiano y lo conversacional,
con mínimos giros en la adjetivación y en la sintaxis,
los poemas se desarrollan desde un yo que intenta
revelar aspectos de dichas acciones a través de una
fórmula repetitiva: se describe la situación dentro de
la misma simplicidad de un objeto o un acto y, al final,
uno o dos versos que dan la vuelta de tuerca poética,
pero que suelen derivar en una resolución manifiesta
en la naturalidad del acto o el objeto mismos
A pesar de que Fabio Morábito hace una intere-
sante defensa de estos poemas en el prólogo del
libro, resulta un ejercicio de generosidad para es-
tas estampas que se quedan en descubrimientos
un tanto obvios no sólo para un lector común de
poesía, sino para la gente que se ve envuelta en
estas tareas
La espera, los ojos abiertos
Adolfo Echeverría
Ediciones Simiente
México, 2015
Por zel CabReRa
Estamos ante un libro de poemas, o quizá un solo
poema que se extiende a lo largo de ciento vein-
tiún páginas, a través de una sola línea La espera,
los ojos abiertos, de Adolfo Echeverría (Ciudad de
México, 1964), nos cuenta un deseo, un pensamiento
y, en ocasiones, se vuelve sólo una concatenación
de algo que nunca se devela, una constante que
no queda clara
La intención del autor parece ser una búsqueda a
través del lenguaje; sin embargo, tiende a la disper-
sión y a la reiteración En La espera, los ojos abier-
tos se mezclan sin distinción prosa y verso, pero
se alcanza a notar la intermitencia de una historia
amorosa o del deseo de éste y su enumeración en
imágenes y metáforas El libro presenta una lectu-
ra horizontal, en la que el cuerpo y las sensacio-
nes tienen un papel primordial y un inquebrantable
experimento
SOBRE EL ANTI-HUMBOLDT (O DE LAS PALABRAS)Por Javier Taboada
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65CR Í T I C A : LI B R O S64 CR ÍT I C A : LI B R O S
Narcoamérica
Colectivo Dromómanos
Tusquets
México, 2015
Por Thania aGuilaR
Una línea de cocaína que abarca por cuarenta y sie-
te ciudades Tres periodistas en un Pointer 2003
Un fenómeno que atraviesa América Latina con
las rutas de una cartografía propia Libro, escrito a
tres manos, recorre la topografía de la que, en al-
gún momento, fue considerada la «droga maravilla»
La investigación periodística realizada por Alejandra
Inzunza, José Luis Pardo y Pablo Ferri se preocupa
por registrar los distintos niveles del tráfico de co-
caína: lo abraza a nivel económico, político y social
A lo largo de sus páginas, con ayuda de testimo-
nios, documentación e investigación de campo, se
dibujan las diversas aristas de una realidad innega-
ble: un sistema de corrupción que ha echado raíces
y una dinámica en la que la miseria se ha conver-
tido en la carne de cañón predilecta Narcoaméri-
ca es la crónica fragmentada de un negocio que
mueve al año más de trescientos veinte mil millo-
nes de dólares, el relato de la empresa más redi-
tuable del mundo
Basta cerrar los ojos
Darío Jaramillo Agudelo
Era
México, 2014
Por CaRlos aTzin
La antología más reciente del poeta y narrador co-
lombiano Darío Jaramillo Agudelo da muestra de
una evolución poética notable Digamos que los pri-
meros poemas de alguien siempre resultan peligro-
sos por una exaltación inmadura pero necesaria; en
el caso de este autor resulta un acto honesto añadir
las primeras inquietudes (poco efectivas) y darle al
lector una línea evolutiva acerca de la vida de los
propios poemas
Compuesto por la selección de ocho libros de
poesía, el lector notará las obsesiones por hallar
en lo que nos rodea (las piedras, el cuerpo amado,
la memoria, la nostalgia, la soledad, los gatos) algo
que no habíamos visto antes Con un lenguaje su-
mamente puro y sin adornos, el poeta descubre y
convoca otros estados de las cosas, pues «basta
cerrar los ojos para que lluevan estrellas»
Los libros de Gallo se sitúan en ese debate precisamente, en el
intercambio y recepción de las ideas modernas entre europeos/
norteamericanos y mexicanos. Su libro sobre Freud y México,
la relación de Proust y los escritores latinoamericanos, las van-
guardias mexicanas y su correspondencia con las europeas son
el principal foco de atención en estudios como Freud’s Mexico:
Into the Wilds of Psychoanalysis, Heterodoxos mexicanos, Marcel
Proust’s Latin Americans y Máquinas de vanguardia, publicado en
2005 primero en inglés, como la mayor parte del trabajo de Gallo,
y recientemente traducido por Valeria Luiselli para Sexto Piso.
En Máquinas de vanguardia, como el título sugiere, Gallo abor-
da la tecnología y su influencia en las vanguardias artísticas a
principios de siglo xx. Un tema muy estudiado en inglés, fran-
cés y alemán, pero que había sido descuidado por la academia
mexicana posmoderna, tan embelesada con la novedad y la sub-
alternidad. El libro abarca las décadas de los veinte y treinta, el
fin de la Revolución y el inicio de la fiebre de modernización que
el país sufrió durante los gobiernos de Álvaro Obregón y Plutar-
co Elías Calles. Es la época dorada de Diego Rivera, Frida Kahlo,
Tina Modotti, José Vasconcelos, los Estridentistas y los Contem-
poráneos. Gallo relaciona los métodos y herramientas de trabajo
de cada uno de esos artistas con los principales aparatos tecno-
lógicos que revolucionaron la cultura y la política: la industria
automotriz, la cámara fotográfica, la radio, la máquina de escribir
y el cemento (desgraciadamente, no dedica un capítulo al cine o
la música).
Es un libro acucioso, lleno de simpáticas anécdotas de cómo
los artistas mexicanos confrontaron la realidad mediada por esos
inventos tecnológicos —por ejemplo, cuando narra la residencia
del hermano de Apollinaire en la Ciudad de México o las aven-
turas de Tina Modotti y Edward Weston en el país—. Algunos,
como Mariano Azuela y Martín Luis Guzmán, desconfiaban de la
modernidad porque, según Gallo, adolecían de una visión todavía
muy modernista y de finales del xix: preferían el clasicismo por-
firiano y humanista que ya no coincidía con el proyecto de país
posrevolucionario. Mientras que otros, como Rivera y Maples
Arce, recibieron con entusiasmo las nuevas tecnologías, aunque
con resultados poco convincentes porque no supieron incorpo-
rarlas en la construcción de sus obras. Un punto crucial en este
sentido es el optimismo y esperanza que la tecnología inyectó en
los artistas e intelectuales de izquierda; la recibieron, al igual que
Walter Benjamin, como una posibilidad de propagar el mensaje
revolucionario y como el medio ideal para construir una nueva
sociedad. Gallo narra los encuentros y descalabros de toda una
generación que se vio trastocada y obligada a repensar su oficio
y, en esa experiencia, revolucionar o fracasar.
LA MODERNIDAD ERRADAPor Francisco Serratos
En la academia contemporánea de las humanidades existen dos
tipos de investigadores: los que escarban en archivos para ofre-
cer nuevas lecturas sobre distintos documentos culturales, como
la literatura, el arte o la historia, y los posmodernos que agotan
el presente, la novedad de la teoría y las nuevas perspectivas so-
bre productos híbridos, sexualidades indefinidas o documentos
no artísticos leídos con la misma metodología que un poema clá-
sico. No vale la pena discutir cuál es mejor porque ambos, desde
su particular forma de abordar los objetos de estudio, pueden
producir textos tan mediocres como brillantes.
Dentro de la primera categoría de académicos, un tanto reduc-
cionista si gustan, me parece que está el trabajo de Rubén Ga-
llo. El tópico de Gallo ha sido constante dentro de su producción
académica: la modernidad de principios del siglo xx en México,
principalmente en las décadas posrevolucionarias, cuando el país
figuró en el mundo como una utopía cultural. Los temas que se
discutían en París o Nueva York eran los mismos de los que se ha-
blaba en la capital, no porque nuestros artistas hayan participado
de esos debates directamente (aunque algunos sí lo hicieron), sino
porque los artistas que debatían la modernidad, es decir los que
representaban las vanguardias, en su mayoría, vivían o visitaron
México e hicieron de este país la casa de la vanguardia. La lista es
larga: fotógrafos, pintores, poetas, novelistas, editores, etcétera.
Máquinas de vanguardiaRubén GalloSexto PisoMéxico, 2015
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66 67CR ÍT I C A : LI B R O S CR Í T I C A : LI B R O S
Aquí es donde tengo un problema con la lectura de Gallo. Su
concepto de modernidad resulta ambivalente: para él, los artistas
que mejor se adaptaron a la nueva tecnología
son los que merecen llamarse «modernos»,
mientras que quienes la rechazaron, por pre-
juicios o ceguera técnica, son conservadores.
El primer ejemplo es la máquina de escribir.
En este capítulo Gallo compara la postura de
dos narradores con dos poetas (primer error):
Azuela y Guzmán con Maples Arce y el brasi-
leño Mário de Andrade. Además de pertenecer
a generaciones distintas y momentos históri-
cos, aunque no muy distantes, casi ajenos, Ga-
llo califica a los primeros como conservadores
porque, a pesar de que utilizaron máquinas de
escribir, su actitud no fue tan abierta y entu-
siasta como la de los jóvenes poetas. En pocas palabras, no re-
novaron su estilo ni exploraron nuevas posibilidades con esta
máquina.
En el caso de Azuela, quien terminó de escribir Los de abajo en
una Oliver, las máquinas de escribir eran vulgares porque estaban
«asociadas a un episodio amargo de la política mexicana: el Por-
firiato y su ideología». Además, Azuela representa la máquina de
escribir en su obra como un objeto presuntuoso, pesado, atracti-
vo visualmente, «pero inútil en lo más fundamental». Tuvo que
usar la máquina por necesidad, no por gusto, cuando se encon-
traba exiliado en El Paso, Texas, y el editor de un diario local se
no haya creado un poema memorable: su modernidad estriba en
su actitud, no en su obra, parece argumentar el académico. «La
literatura estridentista de “las máquinas de
escribir y los avisos económicos” debía ser
ruidosa, irreverente, y estar firmemente arrai-
gada en la época moderna —una literatura,
dicho en pocas palabras, que era la antípoda
de la prosa lánguida de Guzmán». Difícil no
fruncir el ceño ante tal aseveración.
Gallo aquí parece perder el hilo de la van-
guardia y la historia de la literatura. Es injusto
comparar a Guzmán con Maples Arce y, en-
cima, con un poeta como Mário de Andrade,
porque, como reza cualquier tomo de histo-
ria de la literatura mexicana o latinoamerica-
na, la novela no dio el giro vanguardista sino
muy tardíamente en el siglo xx, mientras que
la poesía —el género que encabeza cualquier vanguardia— fue
prematura y mejor afianzada. A más de ello, Gallo coloca la mo-
dernidad en el lugar equivocado: que el Ulises de Joyce se haya
escrito a máquina o a mano no la hace más ni menos moderna
porque su modernidad estriba y está contenida en otras carac-
terísticas; que un autor escriba a máquina o en computadora, en
Word o en Scrivener —la app en la que estoy escribiendo esto—,
no lo hace más moderno ni quiere decir que entienda mejor la
realidad porque se mantenga atento a las modas tecnológicas.
La modernidad está fundada en la actitud crítica de la realidad,
no en su aceptación, y esta actitud implica una crítica de la mo-
dernidad misma.
El tercer capítulo de Máquinas está dedica-
do a la radio y aquí Gallo comienza comen-
tando una tierna fotografía de 1920 de un niño
escuchando la radio con unos audífonos que
le cubren la mitad de la cabeza. El niño apa-
rece en la imagen en un estado de trance, con
un gesto de ensueño y abstracción, conecta-
do totalmente con el aparato: «pareciera ser
un sujeto moderno arquetípico, atrapado en-
tre tecnologías acústicas y visuales: su oído
ha sido electrificado; su mirada, fotografia-
da». Con esta descripción, Gallo da a enten-
der que el sujeto moderno debe abandonarse a
las innovaciones tecnológicas y el artista debe
integrarlas en su procedimiento creativo para
transformar la forma y el contenido de su trabajo artístico. No se
equivoca en algunos casos si se toma en cuenta, por mencionar
uno, Altazor de Huidobro, un poema que incorpora el paracaídas
y otras máquinas en sus metáforas. El problema de Gallo es que
la modernidad que les exige a los artistas que estudia se puede
aplicar a él mismo, porque en lugar de criticar esa modernidad y
tomarla como un discurso agrietado, se resigna a observarlo como
monolito incuestionable.
Parece que para Gallo el artista debe convertirse en vocero de
la novedad cuando lo compara con los publicistas de compañías
¿Acaso esta atrocidad es el centro de todo?
Aleida Belem Salazar (comp.)
Stillness & Blood Press
México, 2015
Por YTzel maYa
Podemos construir puentes para ver a los suicidas
volar, o para tratar de hilar y crear diferentes atmós-
feras que convivan con las voces femeninas que nos
ofrece el texto Belem Salazar, en el prólogo a ¿Aca-
so esta atrocidad es el centro de todo?, dice que allá
afuera está pasando algo que todavía no se puede
definir Tal vez, a partir de la premisa de lo inefa-
ble, las autoras encontraron lo potente, lo desga-
La soledad del mal
Horacio Convertini
Universidad Veracruzana
Veracruz, 2015
Por DieGo salas
Con una estructura sólida, Horacio Convertini se
da el lujo de explorar un lenguaje poético poco
usual en la narrativa contemporánea latinoameri-
cana, cuya deuda estilística apunta a Rodolfo Walsh
y Truman Capote, en su primera novela que llega
a México, La soledad del mal . Aunque en Argenti-
na la han señalado como «novela negra» o «no-
vela policiaca», me parece que tiene aún más de
rrador, lo incómodo —fuera, muchas veces, de la
noción de verso
La ilustración en un libro no debería pretender es-
tablecer un valor pedagógico y didáctico a la obra
En esta antología de poesía, las ilustradoras tratan
de crear paradigmas de significado en las palabras de
las autoras; no hay espacios en blanco, todo queda
fuera de la imaginación La creación gráfica gene-
ra nuevas lecturas, así el discurso queda abierto La
interacción de las ilustraciones con el texto es un
juego de silencios: ¿qué se dice y qué no se dice?
¿Dónde está el lenguaje preciso de la carne?, ¿hay
un lenguaje que habla a través de lo que palpita?
shakesperiana, pues la muerte sirve de marco para
perfilar una serie de conductas capaces de apunta-
lar los cimientos sobre la conciencia ética y moral
de un lector poco habituado a establecer matices
en el valor de la gente que lo rodea La soledad del
mal es una de las últimas publicaciones de la colec-
ción Ficción de la Universidad Veracruzana, lograda
gracias a un convenio con la Editorial de la Univer-
sidad de Villa María (Argentina), la cual fue la casa
editorial original de este título Aunque tardío, es
tal vez uno de los lanzamientos de narrativa más
afortunados de la actual administración editorial de
esa casa de estudios
la ofreció para que terminara su gran novela. En suma, Azuela, a
diferencia de otros escritores como Blaise Cendrars y T. S. Eliot,
«era un tradicionalista que ridiculizaba todo
intento de llevar la escritura a las filas de la
modernidad tecnológica».
Martín Luis Guzmán, tal vez el primer no-
velista mexicano moderno, tampoco sale bien
librado del juicio de Gallo: Guzmán simple-
mente no puede entender la máquina de es-
cribir y la confunde con una cajita musical
cuyo único propósito es arrullar a su hijo. «El
autor», dice Gallo, «se consideraba, por su-
puesto, como un miembro de la comunidad de
espíritus cultivados, que se oponían al progre-
so y a todas sus manifestaciones —la indus-
tria, las máquinas, y los nuevos medios como
la máquina de escribir o el fonógrafo—, en aras de la alta cultu-
ra». Es decir, tenía una visión elitista de la cultura que contrasta-
ba con las ambiciones modernistas del gobierno; tanto así que
prefería la Remington a la Underwood, una máquina mucho más
sofisticada: «eligió una máquina políticamente conservadora, in-
cluso reaccionaria».
Al lado de estos dos novelistas, la obra de Maples Arce es
mucho más moderna porque este poeta, uno de los menos ta-
lentosos de la época si se le compara con cualquiera del grupo
Contemporáneos, acepta y recibe la tecnología con un entusias-
mo desfogado al igual que los futuristas italianos. No importa que
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68 69CR ÍT I C A : LI B R O S CR Í T I C A : LI B R O S
de radio y construcción que intentaban vender sus productos.
Dedica decenas de páginas al esfuerzo que las empresas de ce-
mento y radiodifusoras hicieron para
captar la atención de los mexicanos y acep-
taran consumir sus productos. Entre ellos,
Federico Sánchez Fogarty, un publicista-
poeta que organizó campañas culturales
para que el cemento fuera aceptado como
un material moderno y más diverso, fundó
revistas literarias y convocó a artistas para
que cantaran o representaran al cemento
con la dignidad que merecía. Fogarty fue
una especie de visionario que enseñó a los
artistas mexicanos a apreciar la modernidad, según Gallo, porque
con él y la ayuda de otros políticos entusiastas del cemento, «una
ideología protecnológica había reemplazado a las viejas fobias y
ansiedades que despertó el inicio de la modernidad».
Los mexicanos somos refractarios a la modernidad, dice el autor
en el último capítulo de Máquinas —un capítulo que por lo demás
le debe mucho a Octavio Paz y a Gabriel Zaid sin agregar nada
nuevo, y que por tanto se antoja excesivo—. Las ambiciones de
ideólogos como Vasconcelos y políticos como Obregón, Calles y
Heriberto Jara —gobernador de Veracruz que mandó a edificar
el estadio de Xalapa— no concordaban con la verdadera reali-
dad social y económica de la población. Gallo lo resume así: «La
modernidad había llegado a México pero no reemplazó el pasado
premoderno: coexistía con él, y la vida de la capital se convirtió
en una yuxtaposición paradójica de artefactos ultramodernos y
rituales conservadores, de ambiciones cosmopolitas y tendencias
nacionalistas». Una dicotomía que Gallo prefigura en el actual mer-
cado de Tepito porque ahí, dice, los dispositi-
vos tecnológicos son exhibidos como meras
mercancías de consumo que han perdido su
carácter revolucionario tal y como lo ima-
ginaron los artistas y pensadores marxistas
de principios de siglo pasado.
Por esta razón, Gallo coloca a los artistas
extranjeros como los verdaderos lectores
de la modernidad: los fotógrafos mexica-
nos son incapaces de sacudirse el picto-
rialismo decimonónico, mientras que Tina
Modotti, afianzada en México y bajo la tutela de Weston, renue-
va el discurso fotográfico con sus imágenes de cables, postes de
luz y estadios deportivos; Maples Arce, un poeta que Gallo reco-
noce como poco talentoso, no logra cuajar sus metáforas futuris-
tas con una verdadera experiencia de la radio ni la máquina de
escribir, a diferencia de Mário de Andrade y Apollinaire, quienes
trastocan sus métodos de escritura gracias a esos aparatos. Los
artistas mexicanos, al menos los que Gallo estudia, están dividi-
dos en dos realidades polares que les impiden crear una obra a
la altura de la modernidad. Los artistas contemporáneos tampo-
co se salvan de este juicio, porque para Gallo hay una gran falta
de «interés por el potencial de la tecnología para producir nue-
vas posibilidades de representación», no hay novelas que «explo-
ren el impacto de esta red universal de la escritura [internet]» y
los fotógrafos no han medido el impacto de la digitalización. Por
supuesto, esta es una gran mentira: basta asomarse al medio ar-
tístico mexicano de los últimos diez años para encontrar cientos
de ejemplos de artistas que utilizan el internet (blogs, ebooks, vi-
deo, redes sociales) y otras tecnologías para crear sus obras.
Me parece que esa carencia que menciona el autor es, por el
contrario, una ganancia, y por antonomasia la característica de la
modernidad intelectual que nos distingue —idea de Alfonso Re-
yes—. Habitar la frontera de dos mundos no vuelve a nadie afási-
co, pero sí tal vez más crítico. Gallo, sospecho, sigue demasiado a
Walter Benjamin, un filósofo entusiasta de la tecnología, curioso
de las posibilidades de la fotografía, que incluso escribió guiones
radiofónicos y que murió tempranamente como para ver el caos
que más tarde colegas suyos, como Adorno y Horkheimer, teori-
zaron —no necesariamente contradiciéndolo— cuando, durante
su exilio en Estados Unidos, atestiguaron la modernidad tecnoló-
gica y, lejos de inyectarles entusiasmo, la criticaron duramente: el
uso de la tecnología en la guerra, la radio como la «trivialización»
del arte y principal instrumento de proselitismo fascista, y el con-
sumismo como una falsa categoría de la existencia. El debate de
la modernidad que caldeó la amistad de Benjamin y Adorno, in-
cluyendo a otros pensadores como Lukács y Brecht, es el mismo
que Gallo intenta transportar al caso mexicano: mientras allá se
opuso el naturalismo al expresionismo y el realismo a la vanguar-
dia, aquí fue la ideología porfirista y el nacionalismo contra la
modernidad y la vanguardia que promulgaba el nuevo régimen.
El verdadero arte —lo que sea que esto signifique— nos lo de-
muestran las obras; más que zambullirse en el río de la realidad
para dejarse arrastrar, coloca un dique que obstruye ese dejarse
llevar. Si incorpora en su composición elementos y discursos de
otras disciplinas o campos del conocimiento no los trata como
modelos para construir una mejor sociedad, sino como meros
objetos en la experiencia humana. Esa ha sido la gran respuesta
de los artistas modernos: Pound, Artaud y Cuesta respondieron
con la locura, Orwell y Huxley con la distopía, Celan con el sui-
cidio, Novo y Gide con la homosexualidad, Guzmán con el thrill-
er político, Azuela con la crítica del proyecto revolucionario y
Proust y Kafka con el encierro; y si escribieron a máquina, se de-
jaron fotografiar o viajaban en auto no agrega ni quita nada a la
calidad de sus obras.
Francisco Serratos (Veracruz, 1982) ha publicado en revistas como Crítica, Lado B, Picnic y Gaceta Frontal. Es autor de Bordeños (Feta, 2014).
Los disfraces del fuego
Manuel Iris
Atrasalante
México, 2015
Por JoRGe oRTeGa
Ante la denodada pretensión de la poesía mexicana
de sonar menos introspectiva y más desenfadada,
fundida con los compases de la calle, el ruido, las
efusiones del relajo, el coloquialismo, los referentes
a los medios masivos, la agitación y la obsesión por
vocalizar la circunstancia, toparse con Los disfraces
del fuego (Atrasalante, 2015), que mira a mi parecer
hacia el lado contrario, significa una grata excepción
Facsímil
Alejandro Zambra
Sexto Piso
México, 2015
Con la estructura de la Prueba de Aptitud Verbal,
que se aplicó en Chile hasta el 2002 para entrar a la
universidad (es decir, la misma que tomó Alejandro
Zambra; es decir, con una serie de ejercicios de op-
ción múltiple), el autor de Mis documentos escribió
este libro originalísimo cuyo tema central es la edu-
cación —en el colegio, pero también en la familia, en
la iglesia y hasta en la televisión—, la cual funciona
como punto de entrada para realizar una crítica, no
a la regla y una garantía de resistencia del tempera-
mento poético a la dictadura de la moda en curso
Lo anticipa ya la música de Arvo Pärt que desde el
pórtico de cada una de las cuatro secciones del li-
bro se recomienda escuchar, un repertorio propicio
a la sosegada exploración de la interioridad y bajo
cuya advocación transcurre esta reciente entrega
de Manuel Iris Los disfraces del fuego rinde tributo
a los misterios de un orden que cambia sin que lo
notemos, como el milagro cotidiano de lo que da-
mos por sentado o pasamos por alto sin registrarlo
sin un humor crudo y por momentos nostálgico, de
la sociedad chilena
Zambra sigue el camino recorrido en su obra al
adentrarse en la vida cotidiana de la clase media
chilena, pero en esta ocasión el tratamiento es más
radical, tanto en la forma como en el contenido Al
tratarse de ejercicios con distintas posibles respues-
tas, Facsímil es en realidad muchos libros, tantos,
podríamos decir, como lectores tenga: al final hay
una hoja de respuestas —o facsímil— que cada uno
deberá ir llenando a medida que avance en la lec-
tura, como en un examen Pero en este libro el ver-
dadero examinado es ese país del sur con poetas y
dictadores, un país que quizá no pasó la prueba —hb
TA_207.indb 68-69 9/14/15 10:54 AM
71CR Í T I C A : M E D I O S70
Crítica: m
edios
de ambientes nublados, grises y lúgubres, baste citar Stalker, de
Tarkovsky, y Días de eclipse, de Sokurov—, su tema no ha perdido
vigencia. Si los escritores aludían con pocos tapujos a la persecu-
ción intelectual propia del totalitarismo soviético, Aleksei Ger-
man, el director, quiere decirnos que, en un régimen como el de
Vladímir Putin, aún tiene sentido hablar de lo mismo.
A pesar de los diálogos sin sentido y la experiencia asquerosa,
como nos recuerda el protagonista constantemente, la ironía y la
habilidad técnica destacan a tal punto que convierten a Qué di-
fícil es ser un dios en una joya. Y no podía ser menos, después de
los catorce años que su creador tardó en casi acabarla —su hijo y
esposa tuvieron que dar los últimos retoques, después de que el
artista ruso muriera sin leer las críticas a su opus vitae.
La ambientación, así como el sonido —postsincronizado— son
impecables; están tan logrados que dudo que muchos aguanten
más de media hora, de las casi tres que dura, entre plumas, mocos,
flatulencias, suciedad y mal olor. Solamente el blanco y negro dul-
cifica esta experiencia. Una estética de lo abyecto y de lo siniestro
representada en la construcción de escenarios, en la caracteriza-
ción de cada uno de los personajes y objetos que aparecen. La cru-
deza se pasea ante nuestros ojos en forma de animales disecados,
otros que vuelan, revolotean y se posan frente a la cámara, pero
también como cadáveres mutilados y caracteres estrambóticos
y deformes. Como escribió Eugenio Trías, el arte contemporá-
neo se avecina a lo bello y a lo siniestro. Y qué mejor descripción
para esta película de planos secuencia perfectos y movimientos de
cámara calculados al milímetro, que se
enfrenta a la claustrofobia de espacios
cerrados con muchedumbres repulsivas
y hacinadas entre lodo y carroña, a la
presencia constante de lo escatológico.
Pese a la precisa coreografía orques-
tada por German, sería lícito decir que
en este retrato reina lo estático, pro-
bablemente reforzado por el expresio-
nismo actoral. Aun contando con los
numerosos movimientos de cámara, y
siguiendo la propuesta de Gilles Deleuze, las tomas de este mundo
originario mantienen la pulsión de muerte en su propia quietud,
en su descomposición. La diferencia con la tesis deleuziana es que
aquí las bajas pasiones, el primitivismo, la agresividad, lo innom-
brable en nuestra sociedad civilizada, ya no están contenidos en
un plano, en un espacio para ello, sino que se han desparramado
más allá de las fronteras que los habían comprendido hasta este
momento. Y lo único que queda es una musiquita diegética, con
ritmos de jazz, tocada por un extrañamente artístico maestro de
ceremonias que anuncia, al que haya aguantado, que el espectá-
culo llega a su fin.
En largos primeros planos, en planos detalle, en otros cortados
y otros en segundos, suceden todo tipo de acciones inimagina-
bles y expresiones que no dejan ni un segundo de descanso y apun-
tan a un novedoso desplome de la cuarta pared. Pero dos horas,
Nos encontramos frente a un cuento, o mejor, una fábula. Pues
solamente en un contexto inventado como éste podría el espec-
tador enfrentar un ataque a sus sentidos como el de la cinta Qué
difícil es ser un dios. Y lo digo porque, como relata el narrador, la
acción se sitúa en un planeta cercano a la tierra; uno en el que el
Renacimiento nunca fue y que se ha quedado anclado en una es-
pecie de Alta Edad Media. Sólo gracias a este aislamiento, donde
las leyes se conforman al paso de la mirada del público, y bajo esta
condición, podemos nosotros, humanos terrícolas, digerir es-
ta película.
Entre podredumbre, fetidez y muerte viven los habitantes de
Arkanar, el planeta al que se ha desplazado nuestro protagonista,
junto a otros historiadores y antropólogos, para estudiar, y quizá
contribuir, a la evolución de estos humanos. Pero ni Don Rumata,
siendo un dios, ni ninguno de sus colegas, haciéndose pasar por
aristócratas, están autorizados a intervenir directamente en el
proceso histórico de esta civilización, y aunque lo hicieran acaba-
rían viéndose forzados a aceptar la triste realidad: la miseria y la
ignorancia seguirán dominando el devenir de esa cultura.
Quizá por ello se ha comparado el filme con la obra de Brueg-
hel y El Bosco. Detrás de su propuesta parece haber cierta canti-
nela moralista. Sin olvidar, claro está, la crítica social que, como
bien sabemos, predomina en el género de la ciencia ficción. Aun-
que se trata de una adaptación de la novela homónima, publica-
da en 1964, de Arkady y Boris Strugatsky —quienes parece que
con sus textos han incitado a los directores rusos a crear ese tipo
tres o cuarenta minutos serían lo mismo; la idea del cineasta queda
expresada de sobra. Lo que nos induce a pensar que, aparte de un
reto personal, su intención fue la de sobrepasar al espectador y,
en una especie de pulso entre intelectual y posmoderno, obligarlo
a levantarse de su butaca.
Ainamar Clariana Rodagut (Palma de Mallorca, España, 1988) es autora de El ojo surreal. La representación de la visión en el cine de los autores afines a la estética surrealista.
The Flash
The CW, 2014-
Vivimos en la era en que la televisión y el cine no bus-
can historias originales, sino narraciones que den
para hacer una saga, o incluso una franquicia Esta
forma de presentar productos no es nueva, ya los
comics lo han hecho desde hace varias décadas y
quizá por eso es imposible no ver en los catálogos
de cine o televisión muchas adaptaciones audiovi-
suales de superhéroes (ahí está Marvel, que encontró
la fórmula secreta para este modelo) En la pantalla
chica destaca el caso de The Flash, la única serie de
televisión de superhéroes que ha abrazado por com-
pleto sus raíces y lo ha hecho funcionar Esta historia
de Barry Allen, que en sí misma fue un spin-off de
Arrow, resulta prodigiosa para alejarse del ambiente
realista, oscuro y denso que tanto ha seguido a la
mayoría de las películas y series de superhéroes, un
aspecto que resultó para la trilogía que hizo Christo-
pher Nolan de Batman pero nada más Así, en The
Flash el espectador ve la realización máxima de las
series de televisión, las historias de superhéroes y,
por supuesto, los géneros populares —JGm
Club de cuervos
Netflix, 2015
La historia de Chava (Luis Gerardo Méndez) e Isa-
bel Iglesias (Mariana Treviño), herederos directos
del imperio de futbol construido por su recién fa-
llecido padre, comienza con el típico primer conflic-
to de las familias adineradas Sin embargo, lo que
pareciera dirigirse hacia el molde telenovelesco, la
pelea por ver quién se queda con el pez más gordo
de la herencia —en este caso la presidencia de los
Cuervos—, es únicamente la patada de inicio que
abre un partido más interesante
El relato, aderezado con humor bobo —que al
final sí termina dando risa—, presenta en pantalla
la dinámica que se genera en todos los niveles de la
industria del balompié: de la directiva del equipo a
los vestidores, de la prensa a la afición Aun con ello,
Club de cuervos no es, totalmente, una historia que
habla de futbol Si bien la primera producción de
Netflix para el público mexicano presenta al equipo
representativo de la ficticia y pequeña población de
Nuevo Toledo, la serie dirigida por el ya conocido
Gary Alazraki (Nosotros los nobles, 2013) da un
puntapié distinto al de cualquier otra producción
en la televisión nacional transmitida actualmente —Ta
CUANDO EL BLANCO Y NEGRO ME SALVÓ LA VIDAPor Ainamar Clariana Rodagut
TA_207.indb All Pages 9/14/15 10:54 AM
PERSONAJES PRECARIOSPor Vanni Santoni
Traducción de Kurt Hackbarth
VALERIO
Terribles para Valerio los tiempos en que en las noches de verano
todos gritaban «Valerio».
IOLE
Después de una vida dedicada a timar a la gente por medio de la
magia, terminó creyendo también en ella.
SIRIO
Sirio escribió «Te amo» en docenas de tarjetas. Cada día coloca un
par de ellas en el parabrisas de algún coche estacionado, esperando
arrojar un poco de luz sobre una existencia tétrica, o bien, desen-
cadenar espantosos dramas de celos.
LORENZO
Una chamarra a veces hace milagros.
ROBERTA
Se incorporó a una secta que le exprime el dinero y la pone en con-
tra de sus familiares. Nunca ha sido tan feliz.
EDOARDO
Seduce a una mujer colosal esperando en su corazón generar un
hijo enorme que, al llegar a la adolescencia, lo estrangule.
AMETISTA
Ese constante subrayar lo evidente.
ELMO
—¿Hacemos el amor como cuando teníamos veinte años?
—Esto es imposible, querida, no sólo porque tenemos cincuenta y
ocho, sino también porque en la época de nuestro primer ayunta-
miento teníamos veintidós años y no veinte. Lo recuerdo bien, ya
que a los veinte años salía con una preciosa chica de Lucca.
ELISA
La práctica constante de la gimnasia; el problema del significado.
MARIA
F O R M A S B R E V E S
«… Pero esta gente, será honesta o no?».
(no)
JACOB
Estuvo con los poetas: con los poetas.
NERINA
Jamás explicar el gesto.
FRANCESCO
Cenotaph88: hey
Cenotaph88: tas?
x3ngar: sip
Cenotaph88: cm vas?
x3ngar: los ojos serenos / y las estrelladas pestañas / la bella boca,
angélica, de perlas / llena de rosas y de dulces palabras / que hacen
a los demás temblar de asombro
Cenotaph88: …
Cenotaph88: vs a estar ms tarde?
x3ngar: sip
Cenotaph88: va nos vemos
x3ngar: va
GIUSEPPE
Piensa que sería bello tener unos recuerdos tipo viaje de pesca en
Yugoslavia.
Vanni Santoni (Montevarchi, Italia, 1978) es autor de las novelas Gli interessi in comune, Se fossi fuoco arderei Firenze y Muro di casse. Personaggi precari, colección a la que pertenecen estos textos, nació como un proyecto literario en internet que ya ha tenido dos ediciones impresas por las editoriales RGB y Voland en 2007 y 2013, respectivamente.
Kurt Hackbarth (Connecticut, Estados Unidos, 1974) es narrador, traductor, dramaturgo y periodista cultural. Es autor del libro de cuentos Interrumpimos este programa. Desde 1999 vive en la ciudad de Oaxaca.
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