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A M/ I N° 11S 2011
C :L
G, A D
Guillaume Sibertin-Blanc 1
Resumen
En este artículo volvemos a la distinción propuesta por Deleuze entre
la “historia de las revoluciones” y el “devenir-revolucionario de la gente”.
Tratamos de aclarar el sentido reconduciéndolo a la reelaboración deleuziana
del concepto de acontecimiento y a la secuencia histórica que la motivó. De
ahí la hipótesis de una lectura sintomal de ese momento histórico-conceptual:
dicho concepto de acontecimiento envuelve una referencia implícita o más
bien forcluye el problema de la coyuntura revolucionaria en el marxismo.
Este registra no solo las dificultades teóricas para construir un concepto
materialista de coyuntura revolucionaria, sino los impases históricos que, en
décadas posteriores a la guerra, llevaron a la crisis la representación del sujeto
revolucionario que el marxismo creyó poder garantizar. Reexaminamos, a laluz de esta doble crisis teórica y política, las reflexiones contemporáneas de
Althusser y Guattari sobre la articulación entre la coyuntura revolucionaria
y la subjetivación política.
Palabras clave : coyuntura revolucionaria, acontecimiento, subjetiva-
ción política, esquizoanálisis.
1 Doctor en Filosofía de la Universidad de Lille III. Actualmente enseña filosofía en la UniversidadToulouse-Le Mirail. Es además coordinador responsable del Grupo de Investigaciones Materialista(ERRAPHIS/CIEPFC); secretario de la Asociación EuroPhilosophie (Universidad Toulouse-LeMirail; Director de Programa en el Collège International de Philosophie (2010-2016); Coordinadorde las ediciones en línea de la “Bibliothèque de Philosophie Sociales et Politique”.Traducción: Gustavo Bustos, Ernesto Fehuerake, Lorena Osorio. Revisión traducción y edición:María Emilia Tijoux.
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Abstract
In this article we return to the distinction proposed by Deleuzebetween «history of revolutions» and «revolutionary-becoming of people».
We attempt to clarify this distinction by bringing it back to the Deleuzian
elaboration of the concept of the event, and to the historical arrangement
that required it. We propose the following hypothesis from a symptomatic
reading of this historical-conceptual moment: the concept of the event
contains an implicit, or rather foreclosed, reference to the Marxist problem
of the revolutionary conjuncture. It demonstrates not only the theoretical
difficulties involved in constructing a materialist concept of a revolutionary
conjuncture, but also the historical impasses that, in the post-war decades,
jeopardized the representation of the revolutionary subject that Marxism
had supposedly guaranteed. We reexamine, in light of this two-fold crisis
(theoretical and political), the contemporary reflections of Louis Althusser
and Félix Guattari on the connection between revolutionary conjuncture
and political subjectivization.
Keyword : Revolutionary conjuncture, event, subjectivity politics,esquizoanalysis.
Introducción
Lo que proponemos aquí es una trayectoria del trabajo realizado por
Gilles Deleuze y Félix Guattari sobre el tema que surge a mediados de losaños setenta y que regresará una y otra vez: del “devenir-revolucionario”.
Este tema se impone de plano como un gesto de distanciamiento a
la constatación que en el espacio ideológico-político francés de los
años setenta se vuelve tan banal como mediáticamente enfático, del
triste porvenir de las revoluciones pasadas. De modo general, Deleuze
y Guattari lo hacen jugar a contrapelo de la instrumentalización
bivalente del discurso histórico frente a las luchas de emancipación.
No hacer funcionar la historia como un discurso de autentificacióno descalificación de los problemas prácticos, tanto existenciales como
políticos, del compromiso revolucionario; no buscar ni los prestigios
de los grandes seguros teleológicos o mesiánicos, ni los vértigos de las
advertencias apocalípticas que ponen en el horizonte la misma palabra
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cuestionan de un modo completamente inmanente, la economía
global de la máquina y los agenciamientos de los Estados Nacionales.
En lugar de apostar por la eterna imposibilidad de la revolucióny por el retorno fascista de una máquina de guerra en general,
¿por qué no pensar que un nuevo tipo de revolución está siendo
posible, y que todo tipo de máquinas mutantes, vivientes, hacen
guerras, se conjugan y trazan un plan de consistencia que mina el
plan de organización del Mundo y de los Estados? Puesto que una
vez más, el mundo y sus Estados ya no son dueños de su plan, los
revolucionarios no están condenados a la deformación del suyo.
Todo se juega en partes inciertas, “cara a cara, espalda con espalda,
espalda con cara…”. La pregunta del porvenir de la revolución es
una mala pregunta, porque mientras se hace, hay mucha gente
que no deviene revolucionaria; y la pregunta se hace precisamente
por eso, para impedir el problema del devenir-revolucionario de la
gente, a todo nivel, en cada lugar”2.
Esta distinción entre el “devenir-revolucionario” y la “historia de
la revolución” sigue siendo problemática, al menos porque interioriza
necesariamente, en una división interna, la noción de Revolución:entre la revolución como concepto histórico y la revolución como
Idea práctica. ¿Acaso no podría esta misma distinción apelar a una
nueva comprensión de su articulación? Pero las formulaciones del
mismo Deleuze al respecto, oscilan entre posiciones inestables: a veces
endureciendo la heterogeneidad de ambos polos, arriesgando volver
incomprensible el hecho de que el devenir-revolucionario pueda todavía
animar una política ; a veces dialectizándola y haciendo de la “recaída”
de los porvenires en el espesor histórico de las sociedades, la apuesta de
una “micropolítica” que no puede diferir indefinidamente el problema
de sus umbrales de eficacia histórica o “macropolítica”3. Pero tal vez estos
problemas sean tributarios de un primer problema más urgente, que
podría decidir sobre el resto: el de comprender qué es lo que produce
esta distinción, si es solo de ratio, y si en lo real mismo vale en todo
2 Deleuze, G. Dialogues . Flammarion, París, 1978, p. 175-176. Cf. Deleuze, G. Pourparlers . Editionsde Minuit, París, 1989, p. 208-209; Deleuze, G., Guattari, F. Mille plateaux . Editions de Minuit,París, 1980, p. 586 y ss. Para una tentativa de clarificación de esta articulación, que no es ellaanalítica sino histórica, entre el “devenir-revolucionario de la gente” y el “devenir-minoritario detodo el mundo”, ver Sibertin-Blanc, G. “Deleuze et les minorités: quelle politique?”, Cités , n° 40,2009, Presses Universitaires de France, París, pp. 39-57.3 Ver Deleuze, G., Pourparlers, op. cit., p. 238-239; Deleuze, G. Guattari, F., Qu’est-ce que la philosophie , Editions de Minuit, París, 1990, pp. 107-108.
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tiempo y lugar. Dicho de otro modo, ¿cuál es la instancia que separa,
en la historia, al devenir y a la historia como dos regímenes temporales
heterogéneos? Y en consecuencia: ¿Acaso esta misma disyunción notiene una significación histórica para la secuencia del siglo XX que hace
urgente su teorización, y para nosotros que la heredamos?
Esta instancia que hace diferir a la historia consigo misma, es
precisamente lo que Deleuze, desde la lógica del sentido, llama un
acontecimiento. Pero en la filosofía francesa hace ya cerca de cincuenta
años que este concepto está en boga. Quisiera mostrar ahora un examen
del concepto de acontecimiento forjado por Deleuze y de su puesta
en juego en la problematización de esta disyunción entre devenir-revolucionario e historia de las revoluciones, para entregar la hipótesis
de una lectura sintomal de esta renovación, lectura que, aunque no agote
con certeza el sentido, al menos permita extraer algunas enseñanzas
histórico-conceptuales, más allá de la mera exégesis deleuziana. Es en
este sentido que partiremos de un artículo relativamente tardío –el
artículo firmado conjuntamente por Deleuze y Guattari en 1984 –“No
hubo Mayo del 68”, donde se enuncia simultáneamente de forma claray confusa, explícita pero incompleta e inestable, y sobre todo diferida
respecto al periodo histórico que evoca, el problema indisociablemente
teórico y práctico que constituye el contenido objetivo mismo de un
“acontecimiento” y que atañe a las categorías de sujeto y subjetivación.
Que el concepto de “acontecimiento” para Deleuze, no sea un concepto
de objeto que remita más bien a una instancia irreductiblemente
problemática que solo se deja ver como un vacío o como una “grieta” que
se sustrae a la representación objetiva, no es una tesis surgida en 1984.Dicha tesis ya está al centro de la teoría del sentido esbozada al final del
capítulo III y luego en el capítulo IV de Diferencia y repetición en 1968 ,
y cuya “excrecencia” convergerá el año siguiente en la Lógica del sentido
que da forma simultáneamente a la prolongación y el desplazamiento.
Pero el interés singular del artículo de 1984, incluso para reexaminar
retrospectivamente estos análisis de 1968-1969, es recuperar esta noción
de acontecimiento al contacto de una secuencia histórica determinada
(esta secuencia de luchas colectivas, nacionales y mundiales de los años
sesenta que genéricamente llama “Mayo 68”), por lo tanto al precio
de un después-de que indudablemente hace cuerpo con esta noción
y con el tipo de problema teórico-práctico que compromete. Para
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tratar de identificar este problema, pero también para explicar ciertas
dificultades de su formulación en 1984, propondré la hipótesis de leer
la reanudación indirecta (en una relación de herencia simultáneamenteimplícita y ocultada) de un problema legado, pero sin solución viable,
desde la problematización marxista de la “coyuntura revolucionaria”,
que concentra justamente las dificultades de la articulación entre teoría
y práctica, es decir, específicamente, la articulación entre el análisis de
las formaciones históricas y la apropiación práctica por una política
determinada como práctica colectiva de autogobierno de las “masas”.
Tomando como punto de referencia la tentativa de Louis Althusser
para definir precisamente un concepto materialista de coyunturarevolucionaria y delimitar al interior del marxismo los límites y las
dificultades, volveré a las reflexiones hechas por Guattari en el mismo
periodo, en particular en el artículo “La causalidad, la subjetividad,
la historia”4, que me parece estar al fondo del diagnóstico de 1984,
pues permite explicitar al mismo tiempo los términos y el problema
subyacente –problema explícito en los años 1960, y ya forcluido en
1984-, susceptible de aclarar “sintomalmente” el funcionamiento delconcepto deleuziano de acontecimiento, en su problemática relación
con el problema de la subjetivación revolucionaria.
1. Disyunción I: El acontecimiento revolucionario,
entre devenir e historia
El artículo “No hubo Mayo del 68” se da en fórmulas medianamente
alusivas, en torno a la articulación entre dos niveles de análisis: uno
contiene una tesis relativa a la causalidad histórica; la otra formula un
problema provocado por esta misma tesis, como una especie de tarea
práctica por cumplir. La tesis enuncia que una mutación social, siempre
preparada, condicionada y posibilitada por series causales complejas,
sociales, económicas, políticas, solo se inscribe primero en lo real bajo
la forma de una ruptura de las cadenas de causalidad. Guerra, crisisinstitucional o económica, revolución, una coyuntura de transformación
4 Efectivamente se trata de cuatro textos redactados entre 1966 y 1968, reunidos en un solo conjuntoen la recopilación que apareció en 1972 en la editorial François Maspero [Psicoanálisis y transver-salidad, Siglo XXI, Buenos Aires, 1976, traducción de Fernando Hugo Azcurra].
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histórica no solo es un periodo de cambios particularmente visible o
ruidoso; es un periodo donde cambia la manera misma de cambiar .
Que las sociedades cambien y se transformen a través de su historia, esun hecho; pero lo que importa son los momentos donde se introduce un
diferencial en el cambio; donde eso comienza a cambiar de otro modo.
Este diferencial en el cambio, el cambio en la manera de cambiar, es
lo que produce una ruptura de la causalidad histórica. Luego –y esto
nos conduce a la tarea práctica– cuando tal mutación interviene, no
basta “con sacar consecuencias o efectos, según las líneas de causalidad
económica y política” supuestamente invariables. Es que efectivamente
tales rupturas de causalidad provocan una suerte de estado de indecisiónmás o menos radical, que abre un campo de potencialidades cuyas líneas
de actualización no están predefinidas y que provocan el devenir social
en una imprevisibilidad objetiva. En este sentido, el acontecimiento
designado con el nombre propio “Mayo del 68” no se identifica con
un conjunto de hechos determinados (motines, huelgas, experiencias
de autogestión…), ni tampoco con series complejas de experiencias
nacionales e internacionales que lo hicieron posible
, sino que consisterigurosamente, en ese nuevo campo problemático “metaestable”, la
apertura de posibles indeterminados, o al menos ambiguos y que solo
pueden aprehenderse a través de experimentaciones colectivas en busca
de su propio saber, o como lo escribiera Foucault, “sin programa” .
¿Qué es lo que puede dar consistencia a tales posibles, y, en
función de qué cadenas de causalidad objetiva, sociales, económicas
y políticas, podrían ser revisados? “Es necesario que la sociedad sea
capaz de formar agenciamientos colectivos correspondientes a la nuevasubjetividad, de tal manera que desee su mutación. Esto es una verdadera
‘reconversión’”. Encontramos nuevamente el lenguaje un poquito
espiritualista de la “conversión” desde el cual, en Lógica del sentido,
Deleuze problematizaba la schize traumática que un acontecimiento
–por su carácter no simbolizable (corte no significable) y no incorporable
(transformación incorporal)– produce en un sujeto que ahora no puede
vivir este acontecimiento sino por una asunción poiética, creando en él
la voluntad que “lo hace acontecimiento”, es decir, transformándose a sí
mismo para ser capaz de devenir sujeto, agente o paciente. Esta tesis, al
ser retranscrita en 1984 en el lenguaje político oficial de la “reconversión”
(en el sentido que habla de reconversión de un sector industrial o de
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un lugar de trabajo), apunta a un problema subjetivo análogo que se
obstina esencialmente en desconocer las tecnocracias socio-económicas
y estatales, siempre considerando, a contrapelo de un subjetivismovoluntarista, la extrema ambivalencia que introduce una coyuntura de
cambio histórico al interior de los modos de subjetivación, de los modos
de recuperación simbólico e imaginario, de las coordenadas del actuar y
de los saberes que se articulan.
Desde los años sesenta, Guattari interpelaba sobre las dimensiones
generales de este problema:
No se puede comprender la historia del movimiento obrero si
nos negamos a ver que en ciertas épocas de las instituciones del
movimiento obrero, se producen nuevos tipos de subjetividad y
forzando las cosas, diría incluso de “razas humanas” diferentes. Un
cierto tipo de obrero de la Comuna de París, se ha vuelto “mutante”
a tal punto, que la burguesía no ha tenido otra solución que exter-
minarlo. Porque fueron percibidos como una amenaza diabólica,
insoportable. (…) La historia nos propone también verdaderas
‘guerras de subjetividad’5.
Pero este problema aparecía de inmediato al interior de un
diagnóstico crítico de los procesos revolucionarios del “socialismo
real”: un diagnóstico que intenta sustraer el problema del “fracaso de la
revolución” al lenguaje paranoico de las fidelidades y las traiciones, para
situarlo contrariamente, no en un “para después” de las “desviaciones”
y las “recuperaciones” sino en el presente vivo de sus luchas y de
la duración de sus procesos, en la remodelación de construcciones
subjetivas al interior de las relaciones de fuerza de la coyuntura, enlas formas de institucionalización y desinstitucionalización de esos
modos de subjetivación, de sus “complejidades”, de sus impases y sus
potencialidades creadoras. Por lo tanto, no se trataba simplemente
de hacer valer los derechos de una subjetividad contra el reino de un
determinismo objetivo, social y económico; se trataba, más bien, de
medir las transformaciones subjetivas necesariamente implicadas en todo
proceso de cambio o de transición revolucionaria, pero inseparablementede las experimentaciones institucionales desde las cuales los colectivos
pueden autoanalizar y conquistar las mutaciones en las que están
5 Guattari, F., Oury, J., Tosquelles, F., Pratique de l’institutionnel et politique , Matrice Editions,Vigneux, 1985, p. 53.
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involucrados. Fue así como a partir de los años 1966, en los momentos
que se encendían las controversias sobre la Revolución Cultural en
China, Guattari pedía considerar la creatividad institucional como uncriterio de evaluación del devenir del socialismo real, pues solo dicha
creatividad podía testimoniar respecto al acontecimiento revolucionario
de 1917 en los nuevos agenciamientos colectivos de deseo y enunciación.
De este punto de vista, Guattari escribía: “la debilidad de la creación
institucional en Rusia en todos los ámbitos, desde la liquidación precoz
de los Soviets”, debe estar presente entre los factores determinantes
del fracaso de la Revolución Rusa. Desde entonces, los bolcheviques
comenzaron, por ejemplo, a importar de Occidente automóviles armadosde fábrica, reintroduciendo no solo unas funciones tecnológicas, sino
reincorporando simultáneamente formas de trabajo, de separación,
entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, entre las funciones de
dirección y de ejecución, los modos de consumo, los tipos de relaciones
humanas y de expresión “completamente extranjeras al socialismo” –en
suma, los tipos de relaciones sociales que reintrodujeron las formas de
subjetividad capitalistas al interior de la “construcción del socialismo”.Es precisamente a nivel de esta creatividad institucional (más
allá de la oposición entre espontaneismo y organización, o como entre
subjetivismo y objetivismo) que puede enfrentarse prácticamente
el problema de las remanencias, los bloqueos y las fijaciones que
comprometen la transformación revolucionaria en los agentes mismos
que pretenden llevarla a cabo . Y precisamente es desde este punto de vista
que se diagnostica en 1984, el “no lugar” de Mayo del 68: no el fracaso de
sus efectos, sino el fracaso de inscribir sus efectos en huellas discursivas,prácticas, existenciales y colectivas, desde procesos de institucionalización
únicos que habrían permitido soportar los reagenciamientos de los
modos de subjetivación que el acontecimiento necesitaba. Este no-
lugar es precisamente la forclusión de este problema subjetivo que no
deja más alternativa que el delirio de una tecnocracia omnipotente que
“operaría desde arriba las reconversiones económicas necesarias”, y sujetos
vulnerados relegados a “situaciones de abandono’, controladas”, que no
tienen otra solución que entregarse a las propuestas de un “capitalismo
salvaje a la americana” o aferrarse a las viejas soluciones institucionales
exangües de la Familia, la Religión y la Nación, donde se focalizan los
fantasmas reaccionarios del Orden y la histeria de las Identidades.
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“Después del 68, los poderes vivieron continuamente con la idea de
que “eso se calmaría”. Y efectivamente eso se calmó, pero en condiciones
catastróficas. Mayo del 68 no fue consecuencia de una crisis ni la reaccióna una crisis. Es más bien lo contrario. Es la crisis actual, son los impasses
de la crisis actual en Francia que resultan directamente de la incapacidad
de la sociedad francesa de asimilar Mayo del 68. La sociedad francesa
mostró una impotencia radical para operar una reconversión subjetiva a
nivel colectivo, tal como lo exigía Mayo del 68: y en estas condiciones,
¿cómo podía operar una reconversión económica en condiciones de
izquierda? No supo proponerle nada a la gente: ni en el ámbito escolar, ni
en el del trabajo. Todo lo que era nuevo fue marginado o caricaturizado.Hoy vemos a la gente de Longwy aferrarse a su acero; a los productores
lecheros, a sus vacas; etc.: pero qué más podrían hacer, cuando todo
agenciamiento de una nueva existencia, de una nueva subjetividad
colectiva, fue aplastada de antemano por la reacción contra el 68, tanto
en la izquierda como en la derecha.
Tomemos un poco de distancia de esta argumentación para extraer
primero dos o tres observaciones generales. Primeramente, podemosobservar que el “no lugar” del acontecimiento diagnosticado en 1984
es objeto de dos apreciaciones que sin ser necesariamente incompatibles,
orientan el análisis en direcciones sensiblemente distintas. Por un lado,
que el acontecimiento no haya tenido lugar, que nunca haya tenido lugar
al momento en que Deleuze y Guattari escriben, es algo claramente
integrado en un diagnóstico crítico de creaciones institucionales y
políticas cuyas deficiencias, carencias o fracasos, entrega el criterio en
el presente. Pero por otra parte, el no-lugar de este acontecimiento ensufrimiento, a la espera de agenciamientos colectivos capaces de crear
condiciones de una asunción subjetiva para un nuevo “si” –tal como
una nueva voluntad que no preexiste a la mutación en la que se apoya–,
es pensada como una dimensión constitutiva del acontecimiento como
tal. Como si su inactualidad, la contingencia de su actualización y la
imprevisibilidad de sus efectos en la duración abierta de sus repercusiones
posteriores, se confundieran con su positividad misma y en definitiva solo
formaran la modalidad paradójica de su propia eficacia: una eficacia a
distancia, esencialmente diferida, que solo puede producir efectos “fuera”
de su presente o de su “lugar”.
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De este último punto de vista, el “No hubo Mayo del 68”, re-
moviliza indirectamente lo que Deleuze insistía por tematizar en la
Lógica del sentido a partir de un par conceptual estoico que entrecruzala lógica y la física como parte virtual, no empírica e “inefectuable” del
acontecimiento: el acontecimiento en tanto “expresado”, inseparable de
los actos de lenguaje y no obstante irrepresentable por las significaciones,
las manifestaciones y las designaciones de sus proposiciones; pero también
el acontecimiento en tanto “transformación incorporal” inseparable
de las acciones y las pasiones de cuerpos que lo causan y sin embargo,
dotado de una autonomía respecto a sus causas, tal como una potencia
de autoposición de una mutación en sí misma inactiva e impasible.Contentémonos con recordar acá que en esta conceptualización, el
acontecimiento no figura como un componente entre otros, de una
reflexión sobre la lógica proposicional y una reflexión sobre la ética. Por
el contrario, nombra la instancia que simultáneamente abre el campo
de la lógica como tal, que abre el espacio de la preocupación ética como
tal, y los abre como irreductiblemente problemáticos, considerando
a cada uno por separado, en su disyunción misma. Disyuntivo, elacontecimiento se da de varios modos. Primero, que el acontecimiento
sea un “expresado” inseparable de los enunciados que lo expresan, es
reconocer su carácter esencialmente discursivo, pero solo a condición
de diferenciar lo expresado de las modalidades representacionales de
propuestas como la manifestación, la designación y la significación. ¿Qué
es el acontecimiento como “expresado”?, en último análisis: una cierta
modificación de las relaciones de sentido y no-sentido, que insiste en las
manifestaciones, designaciones y significados y que determina el sentido yel no-sentido de las proposiciones correspondientes, aunque nunca pueda
él mismo ser designado o significado por sus proposiciones. Pero en otro
sentido, las modificaciones de la repartición del sentido y del no-sentido
no afecta solamente lo que se dice sin afectar sobre lo que se hace, lo
que se vive y a lo que se reacciona, es decir, las acciones y las pasiones
del cuerpo en las que estamos sumidos. Si un acontecimiento siempre
es efecto de un encuentro del encadenamiento de acciones y pasiones a
las que también entra como causa de nuevos efectos, saca su consistencia
propiamente acontecimental de estar al límite de lo activo y lo pasivo,
como límite de una relación donde esta deviene, como diría Blanchot, la
“relación de una no-relación”. Corporales son las relaciones de acciones y
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pasiones, pero incorporales son las mutaciones en las maneras de actuar y
padecer, mutaciones que nunca son actuadas ni padecidas en sí mismas,
aunque se atribuyan a lo que cambia las posibilidades relacionales. Aligual que no habría ningún problema lógico, si el sentido de lo que se dice
se confundiera con las significaciones enunciadas, igualmente no habría
ningún problema ético si los acontecimientos se confundieran con las
pasiones y las acciones de cuerpo. De tal manera, que el acontecimiento
es esta instancia disyuntiva que solo se aprehende en esta doble separación
–y en su modalidad objetivamente problemática–: cuando se enuncian
proposiciones cuyo sentido es incierto; cuando ya no sabemos cómo
actuar y reaccionar, e incluso cómo soportar lo que sucede . Al extremo,si la subjetivación revolucionaria de un acontecimiento se señala
cuando estas dos separaciones interfieren disyuntivamente entre sí, no
cabe duda que la fenomenología del acontecimiento que subyace al
análisis deleuziano hay que buscarla en aquellas situaciones donde nos
encontramos hablando “al lado” de lo que hacemos, y donde actuamos y
padecemos sin ser capaces de decir nada. En suma, en tales circunstancias,
las modalidades aunque lógicas, lingüísticas y simbólicas, como físicas,activas y páticas, de la asunción subjetiva de palabras y actos, pierden
su evidencia haciendo dudar a la posición misma de la subjetividad
como función de unificación y soporte de las relaciones de algo como
un mundo cuya coherencia y permanencia son llevadas de golpe a una
contingencia de fondo.
Por eso la tercera observación: el desplazamiento que introduce el
artículo de 1984 en relación a la Lógica del sentido es, por lo menos,
doble. Se refiere a la dimensión práctica que Deleuze desarrolla apartir de esta instancia problemáticamente disyuntiva respecto a lo que
consiste e insiste un acontecimiento: no porque substituya simplemente
un diagnóstico político a una teorización ética, sino más bien en el
sentido que coloca un problema ético en el campo de la política, de
una transformación de las “relaciones de si” como una dimensión a
la vez interna, que tiene la tarea revolucionaria de la revisión de las
causalidades sociales, económicas, institucionales e incluso ideológicas
y sin embargo específica, es decir, no factible para la codificación
estratégica de los grupos de poder y de las relaciones de fuerzas. Volveré
más adelante a la formulación de esta tarea práctica, a la vez ética y
poiética, cuando se encuentre con las reflexiones de Guattari sobre los
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“grupos analíticos” y militantes, que entregará sus enunciados básicos al
programa del “esquizoanálisis” desarrollado en El Anti-Edipo. Veamos
acá primero que este primer desplazamiento es inseparable del segundo:este acontecimiento llamado “mayo del 68”, en la insistencia de su no-
lugar más allá del desarrollo empírico de la secuencia histórica nacional
y mundial a la que está claramente atado, concierne acá directamente a
la temporalidad histórica y a la historia como proceso. Es importante al
respecto destacar lo que en el artículo de 1984, da el efecto a posteriori
de la redacción del texto, su significación propiamente conceptual.
Efectivamente, es en el intervalo de este a posteriori que el acontecimiento
“Mayo del 68” aparece simultáneamente como una ruptura del procesohistórico y como una inyunción aun activa de una transformación,
institucionalmente creadora, de las formas de subjetividad. Pero también
es al mismo tiempo lo que precisamente separa al proceso histórico de su
“sujeto”, logrando que este último resista a ser pensado como si hubiera
sido agente y paciente del acontecimiento. Todo ocurre entonces como
si el acontecimiento, al impedir relacionar este proceso histórico y este
sujeto entre sí, mostrara las dos caras de su no-lugar, por un lado unproceso histórico sin sujeto, por el otro un sujeto virtual, virtualizado
por la ausencia de decisiones prácticas sobre este proceso.
2. Disyunción II: La coyuntura revolucionaria,
entre causalidad histórica e intervención política
Lo que se quisiera sugerir ahora, es que un tal no-lugar del
acontecimiento solo pudo emerger en el trabajo del concepto, a causa
de condiciones históricas determinadas, entre las cuales hay que
considerar la crisis y el reflujo de la formación discursiva marxista que
hasta entonces dominaba ampliamente los modos de enunciación, de
representación y de problematización de la crítica social y política.
Sabemos sin embargo, que paradójicamente su éxito era indisociable
de sus herencias múltiples y conflictivas, fragmentadas y fragmentables–pues estas fragmentaciones internas son las que permitieron durante
casi un siglo desarrollar críticas marxistas del marxismo–, hasta un punto
de estallido y diseminación que hizo cada vez más complicada esta auto-
referencialidad, aunque crítica, del marxismo . Volviendo también a la
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agravación de la crisis del movimiento obrero que se había iniciado con
la Gran Guerra y la derrota frente al fascismo entre las dos guerras, cada
vez fue más insostenible la identificación del sujeto de la política que elmovimiento obrero creyó poder garantizar. A través del aplastamiento
del movimiento comunista europeo por el fascismo de los años 1930,
la capa estalinista sobre las vías del Este europeo de la “construcción del
socialismo”, la escisión sino-soviética y el fin del movimiento comunista
internacional, la integración tendencial de los sindicatos y los partidos
obreros occidentales en los aparatos estatales y económicos de regulación
de los conflictos sociales, esta crisis debía hacer cada vez más insostenible
la figura de un sujeto de la historia, es decir, el cuerpo de representacionesteóricas e ideológicas en las que los movimientos obreros marxistas y sus
organizaciones habían proyectado la unidad –unidad ficticia por cierto,
pero de una ficción sumamente eficaz en el plano de las construcciones
identitarias- de las masas y del partido, en la figura del proletariado,
sujeto colectivo que encarna la verdad del proceso histórico, poseedor
de su sentido, encomendado para escribirla, partero de su destino final
en la sociedad sin clases. Apostemos a que la dislocación de este sistemade representaciones y, específicamente al modo en que repercutió sobre
el concepto marxista leninista de “coyuntura revolucionaria”, forma
en ciertos aspectos el mismo objeto de este concepto deleuziano de
acontecimiento que no remite necesariamente a un objeto (un tipo
de momento particular en el curso del tiempo histórico) pero sí a un
problema, forcluido en lo real (“no-lugar”, separación o lugar vacío)
y presente en el discurso de Deleuze y Guattari como el lugar de una
mancha, lugar de una intervención práctica que tendrá como sintomáticoel que su indeterminación (o la indeterminación de su sujeto) solo sea
compensada, en el artículo de 1984, de modo verbal por el recurso a
la entidad imaginariamente plena: “la sociedad” (“la incapacidad de la
sociedad francesa de asimilar Mayo del 68”, la “radical impotencia [de]
la sociedad francesa” a “proponer a la gente” algo…).
Para apoyar esta hipótesis, haré un desvío por el trabajo realizado
a comienzos de los años sesenta por Althusser, primero porque allí hay
un esfuerzo continuo, singular en su enfoque y emblemático al mismo
tiempo, en su apuesta de fondo por tomar nota de esta crisis y por tomar,
al interior del marxismo, la medida de lo que impone la renuncia a la
idea de un sujeto de la historia y al cuerpo de representaciones, que
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según Althusser están indisociablemente asociadas: a) del punto de vista
de una teoría del conocimiento, la representación de un sujeto capaz
de aprehender el proceso histórico en una representación totalizada; b)del punto de vista de la práctica política, la posibilidad de un agente
para unificar al sujeto cognocente y al sujeto actuante, y por lo tanto
de unificarse a sí mismo como instancia que reflexiona entre sí, en una
completa transparencia, la apropiación teórica y la apropiación práctica
del proceso histórico; c) desde el punto de vista de una teoría de la misma
temporalidad histórica, la garantía de un actor predeterminado para
encarnar el sentido, el principio de desarrollo o el fin. Pero el enfoque
de Althusser es más significativo, porque al desmontar este dispositivo,es inmediatamente empujado a reabrir el trabajo de elaboración de un
concepto materialista de coyuntura –como si a él le correspondiera asumir
todas las consecuencias de este gesto crítico–, lo que aclara entonces, al
contrario, la inestabilidad que marca en la historia teórica e ideológico-
político del marxismo, esta noción de coyuntura que es al mismo tiempo
absolutamente crucial y medianamente subelaborada.
Es evidente que tenga un lugar crucial, primero, desde el puntode vista del materialismo histórico, entendido como “la ciencia de las
formaciones sociales históricas”, de las contradicciones internas en
sus relaciones sociales y de los mecanismos de reproducción de esas
relaciones y los vectores críticos de su transformación. Es crucial sobre
todo desde el punto de vista de una teoría de la práctica histórica como
práctica colectiva, que es y forma parte de dichas contradicciones y
dichos vectores críticos, lo que impone buscar diferenciaciones internas
–ya sea tratando de formalizar secuencias o fases distintas al interiorde una coyuntura revolucionaria, o incluso distinguiendo coyunturas
revolucionarias y coyunturas donde la revolución solo está “a la orden del
día”–. En un contexto teórico que rechace abstraer la práctica colectiva
de las condiciones históricas que la posibilitan y que determinen desde
ahí, al menos parcialmente sus modalidades de realización, la noción de
coyuntura finalmente solo concentra el problema de la articulación entre
teoría y práctica. Para el marxismo, designa el lugar por excelencia de la
verdad de su saber, es decir el punto donde debe demostrarse la positividad
de su conocimiento sobre las estructuras y las contradicciones sociales
(lo que Lenin llamaba “análisis concreto de la situación concreta”), pero
simultáneamente, también, el lugar de su prueba práctica, el momento
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de la apropiación de tendencias históricas por un agente colectivo capaz
de incidir o precipitar el curso, por lo tanto el momento por excelencia
de subjetivación política del proceso histórico. Pero al mismo tiempo,se comprende en qué sentido la representación de un proceso histórico
que supuestamente predetermina y garantiza las composiciones subjetivas
de las fuerzas colectivas que pensamos intervienen, podría tender
simultáneamente a convertir en algo secundario la elaboración de este
concepto de coyuntura, y al extremo volverlo superfluo, haciendo, como
escribía Sartre al comienzo de la Crítica de la razón dialéctica , una palabra
vacía inserta en la sencilla confirmación de lo que una filosofía de la
historia parecía asegurarnos (con las violencias, agregaba Sartre, lectorde la dialéctica hegeliana del Terror, lo que esto implica para forzar lo
real cuando no se pliega a lo imaginario). Esto implicaba volver a negar
en un mismo gesto, las dificultades específicas que plantean el análisis
de coyuntura y el problema mismo de una política marxista.
Precisamente todo el problema de una política como ésta, reside
en el modo en que las tendencias históricas contradictorias se subjetivan
en agentes colectivos de una práctica política, lo que significa que estapráctica necesariamente queda presa de una doble dialéctica, pero sin
armonía preestablecida, sin garantía para que ambas dialécticas se afinen
o enlacen entre sí: una dialéctica interna de estructuras históricas cuyas
múltiples contradicciones determinan sus vectores de transformación;
pero también una dialéctica relativamente específica a esta práctica
política, que impone a sus agentes la unidad contradictoria de la
heteronomía de las condiciones históricas de sus prácticas (que nunca
controlan totalmente) y de la autonomización de las formas de estasprácticas respecto a la política de las clases dominantes, por lo tanto
también respecto a otros modos de subjetivación de los sujetos de la
política. Es en el punto de (des)encuentro de estas dos dialécticas,
dialéctica histórica y dialéctica política, que es necesario localizar el punto
nodal de la intervención de Althusser en el campo del marxismo, pero
al precio del contraataque de una escisión interna a su pensamiento,
retomando los términos de Balibar, entre un “althusserianismo de la
estructura” y un “althusserianismo de la coyuntura”. Una escisión que
Althusser se esforzó continuamente en reducir aunque sin anularla
por ello, e incluso contrariamente tomando cada vez claramente más
conciencia de su irreductibilidad. Para resumir, recordemos simplemente
algunos elementos que sostienen esta observación.
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Primeramente, el rediseño de la concepción post-marxiana de la
dialéctica histórica que ordena, desde La revolución teórica de Marx , hasta
Para leer al Capital hasta mucho más lejos, la empresa de redefinición,bajo la apremiante metáfora de la “tópica” marxiana del concepto del
todo social, más que excluir el problema de la coyuntura, en gran parte
lo orienta con su reposición. Dejando de lado los múltiples frentes donde
este enfoque supuestamente puede producir efectos al interior mismo del
marxismo (contra el economicismo que reduce el “motor de la historia”
hasta el desarrollo de las fuerzas productivas y su contradicción con
las relaciones de producción; contra “el humanismo teórico”; contra el
historicismo gramsciano o sartriano que identifican la práctica teóricacon “la expresión” o con la consciencia de sí de la praxis…), recordemos
simplemente que cuando Althusser implementa su tesis de la ruptura
epistemológica con la que, desde las Tesis sobre Feuerbach hasta la
Contribución a la crítica de la economía política , Marx habría conquistado
una determinación propiamente materialista de la dialéctica totalmente
distinta a la dialéctica idealista (es decir, sometida a toda otra estructura,
imposible de extraer de la dialéctica idealista, ni siquiera, como lo quería latradición, por su “inversión”, la apuesta es indisociablemente re-tematizar
la causalidad histórica y redefinir el concepto de la temporalidad histórica.
De una totalidad social “expresiva”, fundada en un principio simple que se
vería como idéntico a sí mismo en la integralidad de sus manifestaciones
fenoménicas contradictorias y que integraría dichas contradicciones
como momentos simultáneamente superados y conservados, es decir,
como contradicciones internas al movimiento del principio, pasaríamos
a la noción de un “todo social complejo estructurado a uno dominante”,muy diferente a la totalidad expresiva de la dialéctica idealista: un todo
complejo, es decir, diferenciado en instancias cuyas relaciones son
de heterogeneidad real (económica, política y jurídica, ideológicas),
instancias entonces irreductibles a una simplicidad de principios y cuyas
contradicciones cada vez más específicas, no son interiorizables en una
unidad originaria o final; un todo estructurado, es decir, articulado en
un conjunto de relaciones entre dichas instancias y al interior de cada
una, donde cada instancia está interiormente marcada por la complejidad
específica de todo lo que determina y hace variar, según las formaciones
sociales y según las coyunturas al interior de una misma formación social,
el grado de autonomía relativa y el coeficiente de eficacia propia; un todo
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adominante, es decir, marcado por las diferencias de eficacia entre estas
distintas instancias y entre los niveles de contradicciones que los afectan
desigualmente (por eso la importancia, en La revolución teórica de Marx ,de la dialectización maoísta del mismo concepto de contradicción, que
diferencia la contradicción principal de las contradicciones secundarias
o subordinadas, y el aspecto principal del aspecto secundario de una
contradicción, destacando los desplazamientos de sus desigualdades).
Claramente en este complejo dispositivo se trataba para Althusser
dejar espacio a toda interpretación economicista de la “determinación en
última instancia” de las contradicciones de la infraestructura y romper
los interminables movimientos del ir y venir entre las interpretacionesmecanicistas de las transformaciones históricas con el desarrollo
providencial de las fuerzas productivas, y, como reacción contra ellas,
las interpretaciones voluntaristas de la causalidad histórica que invocan
una praxis constituyente que idealizan como la nueva forma de un
principio originario, Esencia o Sujeto, que se “expresa” en otras instancias
de las relaciones sociales. Inversamente, al poner la sumisión de la
“determinación en última instancia” en condiciones de complejidad dela estructura del todo que “sobredeterminan” y el grado de autonomía
relativa respecto a otras instancias (haciendo por ejemplo que la instancia
“económica” sea imposible de aislar como tal en ciertas formaciones
sociales –o, lo que es lo mismo, que las relaciones de producción estén
interiormente constituidas por relaciones no económicas), y el grado
de eficacia desigual (por lo tanto posiblemente subordinado) de otras
contradicciones no económicas, se trataba para Althusser de fundar en
esta desigualdad de eficacia y en los desplazamientos de contradiccionesheterogéneas, la contingencia de su “fusión” (para retomar la metáfora
de La revolución teórica de Marx ) o de su “reencuentro” (retomando la
de Maquiavelo y nosotros). En otros términos: fundar en la complejidad
estructural de las formaciones históricas la necesidad de esta contingencia.
Pero al “fundar” la necesidad estructural de la contingencia a la que se
somete la causalidad histórica, Althusser minaba simultáneamente todo
fundamento de intervención política, es decir, toda garantía a priori
de la justeza de su intervención en un presente histórico determinado.
Es en 1965, en el capítulo “El objeto del ‘Capital’”, que Althusser
precisa las implicaciones de este gesto, durante una discusión del
historicismo gramsciano del que busca mostrar que sigue siendo
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tributario de una representación de la temporalidad histórica sometida
a la estructura idealista de la dialéctica. Siguiendo tal representación,
la temporalidad histórica sería la “reflexión, en la continuidad deltiempo, de la esencia interior de la totalidad histórica que encarna
un momento del desarrollo del concepto”6 –que ese concepto sea
concebido de modo especulativo como “Idea”, antropológico como
“fuerzas genéricas del hombre”, empírico-especulativa como “praxis”,
o incluso economista como “fuerzas productivas”–. Por lo tanto, esta
temporalidad sería necesariamente continua, homogénea –porque al
manifestar “la continuidad dialéctica del proceso de desarrollo de la
idea”– y sobre todo contemporánea de sí misma en cada uno de estosmomentos, haciendo de cada presente la expresión de la identidad
de sí del principio en su existencia histórica, o incluso, la expresión
empírica del hecho que la totalidad social sería siempre ya sincrónica,
contemporánea de sí misma, porque está enteramente presente en la
integralidad de sus elementos como en cada uno de sus momentos: “tal
determinación material o económica, tal institución política, tal forma
religiosa, artística o filosófica, no es más que la presencia del concepto desí mismo en un momento histórico determinado. Es en este sentido que
la copresencia de los elementos entre sí y la presencia de cada elemento
en el todo, se fundan en una presencia previa en derecho: la presencia
total del concepto en todas las determinaciones de su existencia”. Pero
según Althusser, es precisamente lo que hace la imposibilidad de construir
un concepto operatorio de la coyuntura. Un tal concepto impone,
contrariamente, inscribir el concepto de temporalidad histórica en las
condiciones de la complejidad, es decir, nuevamente de heterogeneidady desigualdad interna del todo social. Por lo tanto impone pensar a una
misma temporalidad histórica como múltiple, diferencial y marcada por
desigualdades internas y por los desplazamientos de esas desigualdades
que, con un mismo gesto, destituyen la categoría de presente histórico
como “corte de esencia” (“corte del presente tal como todos los elementos
del todo revelados por dicho corte, están en una relación inmediata, que
expresa inmediatamente su esencia interna”), y hacen determinables
las reversiones internas de una coyuntura, con los desplazamientos
de “lugares” de la intervención revolucionaria (revolución política,
6 Althusser, L., « L’objet du “Capital” ». Dans Althusser, L. (dir.), Lire le Capital (1965), rééd. PressesUniversitaires de France, París, 1995, p. 270.
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económica, cultural…), las variaciones de sus ritmos y sus urgencias,
las reparticiones móviles de los objetivos primarios y secundarios…7.
Esta apuesta no es solamente la elaboración de una teoría general dela temporalidad histórica adecuada a los presupuestos del materialismo
histórico. El problema es, por el contrario, establecer las condiciones de
validez de toda una serie de nociones que Althusser estima irreemplazables
para el análisis concreto de las coyunturas, aunque indudablemente dichas
nociones estén irreductiblemente ancladas en una metafórica que continúa
vehiculizando la idea de un tiempo de base o de una temporalidad única
y unificante. De este modo las nociones de “desigualdad de desarrollo”,
de “avance” y de “retroceso”, de “supervivencia” y de “anacronismo”,de “regresión sin repetición”, etc., todas nociones o “casi-conceptos”
que connotan la heterogeneidad de sí del presente o las desigualdades
internas (dominancias/subordinaciones) de la coyuntura como “tópico”8.
La teoría de la sobredeterminación desemboca entonces en la tentativa
de dar un estatus riguroso a nociones movilizadas por el análisis de
coyuntura, nociones por definición “impuras”, que hacen interferir el
conocimiento histórico y las decisiones para la acción en el presente,funcionando por lo tanto al mismo tiempo como conceptos de objeto y
como indicadores tácticos en relaciones de fuerzas que escapan siempre,
al menos parcialmente a su objetivación. De este modo permite sobre
todo la identificación del problema político al que esos casi-conceptos
aluden. Mientras más se esmera Althusser en reducir la distancia que
separa el análisis de las estructuras sociales –objeto del materialismo
histórico– y el análisis de las coyunturas –pieza ineludible de una política
marxista que no desplazaría imaginariamente sus dificultades propiasal plano de una filosofía de la historia–, más se encuentra frente a la
exigencia de sostener simultáneamente: a) que el “sentido de la historia”
solo puede ser aprehendido en el presente, b) pero que en cambio ese
presente solo se da en la complejidad interna, “asincrónica”, de una
coyuntura, por lo tanto también en la equivocidad de ese “sentido”, c)
que entonces por fin se encuentra excluida ipso facto toda posibilidad
de poder adoptar un punto de vista sobre el todo –o por decirlo a la
inversa, se plantea la necesidad de apostar sobre un eslabón decisivo, sin
7 Este punto será central en el análisis althusseriano de la Revolución Cultural China: ver Althusser,L., “Sur la révolution culturelle”, Cahiers marxistes-léninistes , novembre-décembre 1966, n° 14,pp. 5-16.8 Althusser, L., Lire le “Capital” , op. cit., p. 293 y siguientes.
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ninguna garantía teórica de “conversión” de las tendencias históricas en
una práctica política ajustada a estas tendencias y por lo tanto a toda
posibilidad de fusión de la teoría y la práctica, como a toda unificaciónde su sujeto (masa, proletariado, clases explotadas, multitud…). De ahí
la necesidad que tiene Althusser de redoblar, como bien lo ha señalado
de nuevo Balibar, el concepto de sobredeterminación de una noción de
subdeterminación, que no es simplemente el complemento o lo simétrico
del primero, sino más bien su punto de tope, su límite y su exceso no
dialectizable: si la noción de sobredeterminación designa la necesidad de
la contingencia de los puntos de ruptura o de mutación de las estructuras
sociohistóricas, la de subdeterminación relaciona esta necesidad mismacon su lugar de contingencia, por lo tanto a algo como una contingencia
de la contingencia (lo que Althusser llamará tardíamente “lo aleatorio”)
que hace que no haya ninguna garantía, ni siquiera estructural, que haya
historia, y que haya una subjetivación y una politización de un “sujeto”
para hacerla, al punto que se pueda preguntar si todavía estamos frente a
una “determinación” propiamente dicha, si estamos frente a un elemento
no inscribible en el registro de una causalidad histórica (estructural y/ocoyuntural, estructural y/o político, objetivo y/o subjetivo), un elemento
capitalizable por decirlo de algún modo, en el orden de una racionalidad
del proceso histórico, de un seguimiento de sus tendencias contradictorias
condensadas en el presente sobredeterminado de la coyuntura y de un
ajuste de decisiones prácticas y políticas sobre esas tendencias; o si hay que
recurrir, como recientemente lo ha propuesto Balibar, a algo como una
“heteronomía de la heteronomía”, en la especie de una “causa ausente”
que maquina sobre una “otra escena”, la dialéctica político-históricade la autonomía y la heteronomía del sujeto de la política . Pero es
precisamente en este último nivel que se sitúa la intervención de Félix
Guattari en “La causalidad, la subjetividad, la historia”, donde podemos
localizar retrospectivamente uno de los puntos de encuentro de Guattari
con el trabajo que continúa Deleuze por su lado en torno a una lógica
del sentido y del acontecimiento en la segunda mitad de los años 1960.
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3. Disyunción III. La subjetivación revolucionaria a
prueba de lo impolítico, entre inconsciente e historia
El texto de Guattari es contemporáneo a la publicación de La
revolución teórica de Marx y Para leer el Capital . Y más importante
aún, se presenta argumentado en parte contra ellos , pagando además el
precio de un contrasentido tan masivo que después aclara directamente
la empresa del mismo Guattari. Al leer la reelaboración althusseriana
de la estructura materialista de la dialéctica, bajo los presupuestos de
la complejidad estructural de las formaciones socio-históricas, comouna rehabilitación “solapada” de un determinismo histórico, allí donde
Althusser, recordémoslo, busca hacer exactamente lo contrario, Guattari
se apega precisamente a problematizar por sí mismo lo que para Althusser
sigue siendo un límite de lo que puede ser articulado en el terreno del
marxismo: esta sub-determinación de la coyuntura, es decir, la positividad
y la eficacia de esta “contingencia de la contingencia” que consiste en
la dimensión propiamente acontecimental de una coyuntura. Guattari
propone indexar las huellas en un plano de causalidad sui generis,operando “en contrapunto al principio mismo de la determinación”,
como una “causa ausente” que maquine sobre “otra escena” las
instancias de la estructura social y de sus encadenamientos prácticos,
discursivos, económicos, simbólicos e imaginarios, etc. Por medio de
una conceptualidad lacaniana en la que fue formado (asiste al seminario
de Lacan desde 1953 y contribuye activamente a difundir las enseñanzas
tanto entre los grupos políticos al interior de los cuales circula como en
el medio de la psicoterapia institucional), Guattari identifica este “orden
de contra-determinación” en el juego de los “cortes significantes” que a
instancias de los lapsus o los actos fallidos, rompen sintomáticamente
con las cadenas enunciativas y las baterías significantes que se articulan
sobre la escena de las luchas de clases, las construcciones identitarias de
agentes colectivos, sus organizaciones y sus aparatos institucionales, sus
regímenes de enunciados teóricos e ideológicos donde se formulan sus
intereses, sus aspiraciones y sus rechazos, su lugar en el mundo modernoy su rol en la historia: en suma, el conjunto de estructuras simbólicas
e imaginarias en que se sostienen la evidencia de los significados y la
ilusión de una palabra plena. Esta plenitud de significaciones, que se une
al sistema de lo vivido como conjunto de posiciones imaginarias de los
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sujetos, constituye genéricamente la consciencia histórica. Pero es en los
cortes significantes que se deciden las “posibles rupturas de la causalidad
histórica”9
. Psicoanalista y militante, Guattari llama a la necesidad decartografiar un nuevo tipo de campo analítico capaz de buscar estas
brechas o rupturas sintomales que, al desestabilizar las constelaciones
simbólicas e imaginarias en las cuales se subjetivan las relaciones de
fuerzas sociales, obligan a abrir la teoría de la causalidad histórica sobre
esta dimensión desconocida y hasta un cierto punto irreductiblemente
desconocible: “este nivel inconsciente [donde] la historia se trama y
[donde] surgen las revoluciones”.
Es a partir de aquí que puede considerarse una causalidad en el orden
de la lucha de clases. Aunque no quiera reconocerlo, es claramente
en el plano de la subjetividad y del significante que el movimiento
revolucionario desarrolla su intervención, trabajando por hacer sur-
gir otros cortes significantes, una transmutación subjetiva cuando,
en un sistema dado, la burguesía persiste inútilmente en articular
oposiciones de todo tipo […], incluso cuando no funcionan más ni a
nivel de la producción inconsciente, ni de la producción económica.
Así los términos de la lucha de clases –la clase de las palabras de la
clase– tal vez verán su acento y sus articulaciones fundamentalmente
modificados, mientras que los que continúen profiriendo sus enun-
ciados sin el respeto a esta nueva sintaxis inconsciente, caerán fuera
del corte subjetivo revolucionario actualizado, reificarán la lógica
histórica –lógica del sin-sentido– y volverán a caer a su pesar, en el
estructuralismo…10
Ante la evidencia, siempre se puede pretender que “realmentenunca la causalidad histórica de las relaciones de fuerza perdieron sus
derechos en este asunto, que este famoso corte significante –el corte
leninista– solo es un engaño y que la historia continúa regida en última
instancia, por las mismas leyes de la naturaleza o, más bien, por las que
la imaginación positivista les concede”11. Pero lo importante es que
siempre se pueda hacer posteriormente, revelando con ello la dimensión
irreductiblemente imaginaria del principio de la determinación o la
causalidad histórica: que consiste en “taponear” retrospectivamenteestos efectos de ruptura, en llenar brechas, en restaurar la continuidad
9 Ibid., p. 183 [p. 212].10 Ibid., p. 181 [210].11 Ibid., p. 184 [213].
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de los desarrollos y las identidades. Y este taponeo no solo se hace en
la cabeza de algunos teóricos, sino también en el cuerpo mismo de la
sociedad y de la subjetividad colectiva. Guattari lo destaca desde unejemplo particularmente significativo e históricamente decisivo, cuando
analiza lo que llama el “corte leninista fundamental”, que localiza al
término del II Congreso del Partido Obrero Social-Demócrata Ruso
en julio de 1903 , y que desembocará en la escisión del partido social-
demócrata entre bolcheviques y mencheviques. Si esta escisión remite
por cierto a toda una serie de causas históricas asignables al orden de
la determinación de las relaciones de fuerzas históricas, es sin embargo,
observa Guattari, a partir de elementos aparentemente menores, opropiamente insignificantes para los intereses de las problemáticas
macropolíticas de la coyuntura , que se desencadenó el conflicto, que
las posiciones adversas se radicalizaron, que se fijaron los términos
y las alternativas presentes y que por encima de esta escisión donde
fusionaban a una multiplicidad de factores contingentes, se cristalizó
irreversiblemente todo un cuerpo de representaciones y de oposiciones
significante –estilos de enunciados, esquemas de interpretación, actosde nominación de posicionamientos políticos, teóricos e ideológicos, e
incluso de formas de corporeidades y expresividades, posturas, gestos,
maneras de “machacar las fórmulas”, etc., que no dejarán de repetirse a
lo largo de la historia política del marxismo-leninismo–.
Lo que allí se jugó se repitió al infinito en otras partes. Los enun-
ciados se fijaron y cortaron definitivamente de sus situaciones
enunciadoras. Puestos en posición de enunciados dominantes, su
función fue después tratar de manejar toda enunciación en ruptura. Actitudes a un estilo ‘bolche’ profesional, un gusto perverso por un
quiebre principista asociado a una gran flexibilidad táctica que a
veces roza a la duplicidad, se lanzaron al mercado de la subjetividad
militante12.
Y esta axiomatización del ethos militante debía someter la subjeti-
vación revolucionaria a la ley de una repetición mucho más compulsiva,
mucho más entregada a una crispación reaccionaria, haciendo que lasconstrucciones identitarias encerradas en estos enunciados estuvieran
cada vez más desconectadas de las potencialidades efectivas de la situa-
ción actual, por lo tanto cada vez más sujetas a negarlas, al entibiarse en
12 Ibid., pp. 188 y 189 [218, traducción parcialmente modificada].
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baterías significantes segurizadoras, manteniendo vacío un imaginario del
sentido de la historia y del sujeto de la historia hecho esencialmente para
conjurar cualquier corte nuevo, es decir, toda nueva potencialización,en el plano subjetivo, de un proceso revolucionario.
De allí la tarea analítica de remontar a los regímenes de enunciados
sobre los cuales se sedimentaron las fantasmatizaciones y las identificacio-
nes imaginarias de las organizaciones políticas y militantes actuales, a la
contingencia de oposiciones significantes que se estructuraron y analizar
las fallas del presente, es decir, los nuevos cortes que, a modo de síntomas,
por lo tanto en condiciones irreductiblemente ambivalentes, podrían
mostrarse portadores de virtualidades o potencialidades subjetivas sus-ceptibles de provocar en plazos medianamente breves (en realidad, en una
duración abierta imposible a predeterminar) una reconfiguración de los
grupos de poder y de relaciones de fuerzas. – Aunque estas rupturas en el
significante se resedimentan en nuevas estructuras simbólico-imaginarias,
reificando la emergencia de una nueva enunciación en regímenes de
enunciados cortados de situación de enunciación, incluso erigidos bajo
nuevas coyunturas en posición de enunciados dominantes esencialmentedestinados “a controlar toda [nueva] enunciación de ruptura”13.
Por último, un tal campo analítico debería tomar en cuenta el hecho
de que estos cortes (acontecimientos moleculares) no tienen el mismo
ritmo que los posicionamientos políticos e ideológicos de los individuos
y los grupos en la escena histórica; producen efectos a distancia; pueden
abrir a las constelaciones de significación, modificaciones al principio
imperceptibles o más insignificantes, en los sectores más inesperados del
campo social o aparentemente los menos “políticos”:
Esto es la revolución, la historia verdadera. Ha ocurrido algo.
Cualquiera que haya venido a Rusia en 1916 y que vuelve en
1918 advertiría que la gente no está en el mismo lugar. Eso se lee
en el significado. Los periodistas escribirán, por ejemplo que, ‘en
los hipódromos ya no se ve a nadie’, que ‘el Palacio de Invierno
no tiene el mismo aspecto’…, pero no se trata de eso: lo que ha
cambiado completamente es el sentido de todas las significaciones,
es decir algo que se produjo en el significante. […] Pero este corte
significante es tan difícil de descifrar como el contenido latente de
un sueño a partir de su contenido manifiesto: ¿Qué se rompió allí
13 Ibid., p. 188 [218].
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dentro; qué cadenas supuestamente significantes han sido quebradas
y reorganizadas según otros esquemas? […] podemos admitir que lo
que cambió debe ser identificable en el orden lingüístico, ¡pero estono es en modo alguno una exclusividad! Ciertamente no se habla
más del mismo modo e incluso cuando se dice “hola amigo”, ya
no es el mismo amigo después que se mató al zar, el objeto mismo
cambió, porque ya no está instalado en las mismas relaciones de
articulación significante, en las mismas constelaciones significantes
de referencia: la del otro sexo, de otra edad, de otra raza, de Dios,
¿Cómo saberlo?14
Sabemos que para problematizar una instancia como esta,teóricamente pero también prácticamente, Guattari propondrá con
Deleuze, el concepto de “proceso deseante” (o deseo esquizofrénico), y
luego los de “devenir-minoritario” y “devenir-revolucionario”, forjados
a lo largo de una interrogación persistente sobre el fascismo histórico y
sobre los mecanismos permanentes de la empresa de un “micro-fascismo”
de masas a interior de los Estados nacional-capitalistas de posguerra. Es
porque verán siempre más claramente en el fascismo, una condensación
de la aporía nodal de la política: la incapacidad de conquistar una
aptitud para sacarse de encima las cristalizaciones inconscientes de las
identificaciones colectivas, en la urgencia de una coyuntura marcada
por una manipulación del inconsciente a escala masiva, por la cual se
destruía el propio espacio político. Esto significa replantear el problema
que ya había preocupado a Walter Benjamin, Wilhelm Reich o Georges
Bataille sobre los mecanismos de identificación colectiva y el lugar
que estamos prestos a otorgar, en el pensamiento y el análisis políticoal fantasma, al imaginario de las identidades, incluidas sus formas
extremas de despersonalización o al contrario (pero realmente las formas
aquí comunican), de la histerización y el delirio de las identidades .
Pero ello implicará también profundizar sus implicancias prácticas, y
replantear con eso el problema fundamental de toda política encargada
y ocupada de la autonomía de su sujeto (emancipación) –el problema
de la heteronomía de esta misma política–, pero llevándola a su límite
o a su punto de exceso: el que marca el problema de una autonomíade esta instancia heterogénea impolitizable, de esta “otra escena” del
inconsciente donde se inscriben sintomáticamente los impases y las
14 Ibid., p. 178 [206-207].
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crisis que atraviesan estos agentes colectivos. Que estos restos o estos
síntomas que Deleuze y Guattari conceptualizan como “máquinas
deseantes” y luego como “devenires”, no integrables en una racionalidadpolítica, estratégica e incluso ético-social (en el sentido de la Sittlichkeit
hegeliana), puedan volver brutalmente al orden de la relación del cuerpo
con el lenguaje, del arte y la sexualidad, el espacio y la historia, formando
de este modo muchas huellas de la heterogeneidad de sí de sujetos de
la intervención política, eso que se llama la construcción de un espacio
analítico sui generis que permita acondicionar sus posiciones, conjurando
al mismo tiempo los desastres a los que siempre expone la pretensión de
ganar sobre ellos un dominio irrestricto. Esta es la escena que Deleuzey Guattari intentan tematizar como “esquizo-análisis” y luego como
análisis “micropolítico” de los “devenires-revolucionarios de la gente”.
La tarea práctica conveniente que se desprende le da a este concepto
de “devenir-revolucionario” su contenido efectivo; contenido cuya
relativa borradura ulterior (lo vimos a propósito del ejemplo de 1984:
“No hubo Mayo del 68”) seguirá exponiéndose al riesgo de recaer en una
dualidad abstracta entre “devenir” e “historia”, desplazando verbalmentea los problemas práctico-políticos que habían ordenado durante los años
sesenta la puesta en marcha del tema del devenir-revolucionario (problema
de las “reconversiones subjetivas” y de la creatividad institucional, hasta
la articulación de la analítica del deseo y de la lucha revolucionaria) hacia
una “resolución” meramente especulativa de su relación. Guattari desde
los años sesenta y luego con Deleuze en los años setenta, no dejará de
abordarlo nuevamente: el problema no es psicologizar los antagonismos
sociales y políticos, ni psicoanalizar las organizaciones militantes, sinocuestionar, teóricamente y prácticamente, la aptitud de las organizaciones
vinculadas con movimientos revolucionarios para funcionar como
analizadores colectivos y experimentadores de estos movimientos en los
que se insertan; por lo tanto de agenciar en sí mismas las condiciones
(inevitablemente provisorias y renegociables en la duración real de
las luchas) para dirigir simultáneamente la crítica objetiva del orden
social y la crítica interna tanto de las constelaciones libidinales y las
formas de subjetividad que estas luchas secretan en sí mismas; en suma,
problematizar su aptitud de hacer de la intervención política en el campo
social el vector de experimentaciones y transformaciones de sí, y de
dichas experimentaciones el medio de renovar los modos de percepción,
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de inteligibilidad y de intervención material en el campo social. Como
en suma, retomando los términos de Deleuze, “constituir en el grupo
las condiciones de un análisis de deseo, sobre sí mismo y sobre los otros[…]; liberar los agentes colectivos de enunciación capaces de formar los
nuevos enunciados de deseo; constituir no una vanguardia, sino grupos
de adyacencia con los procesos sociales”.
Pero en todo esto, se trata, a mi modo de ver, de mantener siempre
la circularidad de las dos proposiciones: la primera, althusseriana, según
la cual la política “remite a una circularidad esencial”, en el sentido
de que solo encuentra sus condiciones allí donde las constituye y las
reproduce (lo que Althusser en su lectura de Maquiavelo metaforizabaen la imagen de un “vacío” que la política requiere para instituirse, pero
que no preexiste a la intervención mediante la cual consigue crearla –y
que se mantiene entonces irreductiblemente contingente)–; la segunda,
guattaro-deleuziana, según la cual esta contingencia o esta finitud de la
política es irreductible, o más bien siempre puesta en juego, porque está
sometida a una heterogeneidad irreductible, dependiente de una instancia
que, desde otro lugar que aquel donde se ubica la práctica de la política,puede tener fuerza, modifica las relaciones del sentido y el sinsentido, y de
lo posible y lo imposible en la política, y así expone continuamente a una
contingencia de la contingencia misma. Para decirlo más sencillamente,
esta instancia desplaza incesantemente las condiciones de la política, y al
extremo puede destruirlas, aunque no sea inscribible en el orden de las
racionalidades políticas donde produce sus efectos, ni sea traducible en
silogismos prácticos de medios y fines, proporcionales a cálculos tácticos
y anticipaciones estratégicas, codificable en la institucionalización dederechos y deberes, y en los instrumentos de regulación de relaciones de
fuerzas históricas. Por eso justamente la necesidad de colectivos (“grupos
analíticos y militantes”, “comunas analíticas”, siguiendo lo términos
propuestos por Guattari para esta utopía activa), capaces de abrir el
espacio analítico que permita acoger estos síntomas “impolíticos” en
donde ya se juegan, a la vez, la subjetivación revolucionaria y el peligro
de desmoronamiento de toda política posible: “cara a cara, espalda a
espalda, espalda a cara…”.
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