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Universidad Interamericana de Puerto Rico
Recinto Metropolitano
Departamento de Historia
Análisis sobre las posturas e imaginarios que se construyeron sobre la
nación y el nacionalismo de 1920 a 1940.
Análisis Historiográfico sobre el surgimiento y desarrollo del imaginario
nacional puertorriqueño.
Quiñones Pérez, Gustavo A
Hist.898X
2013-14
I. El traspaso de la soberanía puertorriqueña de España a Estados Unidos y sus consecuencias en la formación del imaginario nacional puertorriqueño.
Con el traspaso de la soberanía puertorriqueña de España a Estados Unidos,
la Isla comenzó a experimentar cambios significativos de índole cultural, político,
y socioeconómico. La potencia del norte al parecer, ya desde tiempo atrás,
tenía diseñado un plan para lo que sería su nueva colonia en el Caribe. Luego
del gobierno militar, el Congreso implementó una Constitución intitulada Ley
Foraker. Dicha ley creaba un Consejo Ejecutivo compuesto por funcionarios
nombrados por el Presidente de los Estados Unidos tales como el Fiscal
General, el Tesorero, Contador, Comisionado del Interior1, Secretario2 y el
Comisionado de Instrucción. El verdadero poder del gobierno insular radicaba en
los funcionarios aquí mencionados, pues eran estos quienes controlaban el
dinero, la hacienda, la fiscalización y la instrucción pública, mientras los otros
cinco no eran más que meros observadores de los procedimientos. Como si
esto fuera poco, la configuración de este nuevo gobierno parecía aunar los
poderes legislativo, ejecutivo y judicial en la rama ejecutiva si ningún contrapeso.
El terreno estaba listo para la llegada de los grandes inversionistas.
A partir de 1900, Puerto Rico comenzó a lucir como un llamativo mercado para
los inversionistas estadounidenses. Según observa Scarano:
“Invertir en la isla parecía ventajoso por varias razones: las tierras eran fértiles y se podían comprar a buen precio, debido a las pésimas condiciones económicas imperantes; la fuerza laboral era abundante y diestra; existía acceso libre al mercado norteamericano, y el gobierno civil, dominado por funcionarios procedentes de la metrópoli, no sólo era estable sino que tenía interés en cooperar con los inversionistas norteños”.3
1 Este era uno de los puestos claves del nuevo gobierno que garantizaba a los grandes intereses azucareros la fácil adquisición de terrenos en la Isla ya que tenía a su cargo todos los edificios, fincas y terrenos públicos que no pertenezcan a los Estados Unidos, lo que es tanto como decir, que tenía el pleno control de los bienes patrimoniales del pueblo de Puerto Rico2 El nombre de su cargo era Secretario. Registraba y conservaba todas las actas de las sesiones del Consejo Ejecutivo y de las leyes votadas por la Asamblea Legislativa.
2
Al parecer veían a la isla sólo como un extenso cañaveral que flotaba en el
Caribe. Los efectos de esta decisión hicieron que muchas personas de las
montañas, que hasta entonces dependían casi por completo de la industria
cafetalera, bajaran a las llanuras para encontrar empleos.
Estos cambios produjeron un descontento en la población isleña. La opinión
de los puertorriqueños sobre este particular no se dejó esperar. Así lo evidencia
el siguiente reportaje:
“De modo que una de las cosas más antiamericanas que aquí se ha hecho, es imponernos una ley como la Foraker, en la cual esos poderes se enredan, se confunden, se enmarañan y se centralizan, en manos de empleados que nosotros no hemos elegido.
Una de las más descaradas mentiras, de las muchas que aquí se han dicho y se dicen, es afirmar que esa ley, que tal confusión establece como principio y como práctica, nos está americanizando, cuando en realidad por no ser americano el sistema, lo que está haciendo es corromperlas costumbres públicas, dar ocasión a granjerías, sonsacar a políticos frágiles, enseñar a este pueblo como mienten en nombre de su bandera, los gobiernos hipócritas”4.
La otrora Escuela Normal, hoy Universidad de Puerto Rico, se convirtió en una
especie de fábrica de maestros que se preparaban para enseñar en los nuevos
planteles escolares que iban en aumento. Los norteamericanos tenían un gran
interés en moldear las mentes de los puertorriqueños con el fin de
americanizarnos para así crear un imaginario nacional en los que los ideales y
valores norteamericanos fueran parte de nuestra conciencia histórica colectiva.
En un estudio realizado por la profesora Aida Negrón de Montilla sobre las
aspiraciones o metas de los comisionados norteamericanos de instrucción pública
en la isla, encontramos lo siguiente:
“Moldear las mentes de los niños puertorriqueños e inspirarlos con el espíritu americano (Victor S. Clark, [primer comisionado de instrucción pública en Puerto Rico]); transmitir a los puertorriqueños el espíritu y los ideales del pueblo americano, y fomentar un
3 Francisco A. Scarano: Puerto Rico: Cinco Siglos de Historia. México, D.F. McGrawHill. (2000) Pág. 670.4 Periódico La Correspondencia, 5 de Diciembre de 1903.
3
entusiasmo, una devoción y un patriotismo por la República (Martin G. Brumbraugh); extender a Puerto Rico los principios americanos de gobierno, ideales y conducta de vida, inculcar respeto y amor por los héroes del pasado y por la historia de la República (Samuel M. Lindsay); hacer del Inglés el medio de enseñanza ( para hacer de dos pueblos uno) (Roland Falkner); hacer que Washington, Padre de la Patria, ocupe un lugar destacado en los corazones de los niños puertorriqueños (Edwin G. Dexter); alentar el patriotismo mediante la instrucción militar en las Compañías de Cadetes Escolares (Edward M. Bainter); hacer que los profesores y los alumnos se conviertan en eficientes propagandistas, dispuestos y capaces de tomar parte en el moldeo de la opinión pública en términos patrióticos (Paul G. Miller); implantar el espíritu de América de nuestros niño –sumergirlos en la vida nacional – (Juan B. Huyke)”.5
Todos estos funcionarios tenían un enorme poder sobre la instrucción pública
del país. Este sistema educativo era sumamente centralizado, los comisionados
de educación tenían casi todo el control sobre el currículo y los sistemas de
enseñanza. Como era de esperarse, para que un proyecto de americanización a
través de un sistema de educación altamente centralizado pudiese ser llevado a
cabo a plenitud, era necesario que dicha enseñanza fuera llevada a cabo en el
idioma de la nueva metrópoli: el Inglés. Este plan tuvo un efecto diametralmente
opuesto al esperado. En lugar de adelantar un proceso de asimilación por parte
de los puertorriqueños hacia la cultura y la historia americana, logró despertar un
movimiento de nacionalismo cultural que iría creciendo con el pasar del tiempo
hasta convertirse en el llamado Nacionalismo de Arranque del que esboza
P.Chatterjee 6, que se caracterizó por cuestionar el énfasis que se le daba a los
padres de la patria estadounidense por encima de los propios valores y héroes
de la patria puertorriqueña.
Esta situación creo una suerte de descontento entre los intelectuales
puertorriqueños. Se comparaba la producción literaria intelectual de los últimos
5 Aida Negrón de Montilla: La americanización y el sistema de instrucción pública. San Juan. Editorial Universitaria. (1977). Pág. 273.6 Partha Chatterjee: National Thought and the Colonial World. A Derivative Discourse? Minneapolis, University of Minnesota Press. (1998) Citado en José J. Rodríguez Vázquez: El Sueño que no cesa: La nación deseada en el debate intelectual y político puertorriqueño, 1920-1940. San Juan. S.E. (S. A) Pág. 13.
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treinta años de la dominación española, caracterizada por grandes y abundantes
obras locales7, con el período que comprendía los primeros treinta años de
soberanía estadounidense, que se caracterizó en gran medida por una
paupérrima producción literaria. Esto a juicio de muchos intelectuales de la
época era señal de que al pueblo puertorriqueño le hacía falta detenerse,
repensarse y recrearse como comunidad, para así encontrar sus elementos
comunes y armar un discurso nacional. Señala Géigel Polanco:
…Basta ya de prácticas coloniales. Basta ya de programas mínimos de gobierno a base de transacciones comprometedoras y perspectivas burocráticas. El reformismo ha perdido su eficacia alucinante. En treinta y dos años de lucha no hemos logrado una sola franquicia ciudadana. Nuestra situación de 1930 es más humillante que la de 1898” 8. (Nótese que el autor asevera que estábamos mejor ora bajo el régimen español, ora bajo el gobierno militar de Estados Unidos para el año de 1898, que treinta y dos años más tardes bajo otra Constitución de Gobierno).
Concluimos pues, que durante estos primeros años de dominación
estadounidense en la isla, el país aún se encontraba en una interface de
preparación, en la cual, se comenzaban a sentar las bases para el desarrollo de
un imaginario nacional. A pesar de que era claro que se habían creado los
medios necesarios para concientizar al pueblo de sus elementos comunes a
través de las nuevas formas de convivencia (escuelas, periódicos, puntos de
reunión de la clase obrera, desarrollo de urbanizaciones en las que se eliminaba
el distanciamiento que existía en los campos, alfabetización de la población,
entre otros,) la realidad es que estos mecanismos no habían sido debidamente
desarrollados en parte porque el país se encontraba dividido en tres ideologías
políticas (estadidad, soberanía y autonomía) representadas por sus respectivos
partidos políticos, cuyas plataformas se fundamentaban en la futura relación con
los Estados Unidos.
7 Vicente Géigel Polanco: ‘Manifiesto a favor de la independencia’. Periódico El Mundo. 28 de mayo de 1932.8 Ídem.
5
Además, el sistema educativo estaba encaminado precisamente a borrar la
historia y la cultura colectiva del pueblo para reemplazarla por la de la metrópoli.
Es decir, la misión y la visión de aquel Departamento de Instrucción Pública
altamente centralizado iba en contravención de la formación plena de una
conciencia nacional, de una identidad propia del puertorriqueño. Era un país
extranjero queriendo diseñar un imaginario nacional irreal, ajeno e incongruente
a la realidad puertorriqueña. No obstante, los 400 años previos a la dominación
anglosajona al parecer pudieron más que las intenciones de implantar aquel
imaginario nacional ficticio, ya que eventualmente los Estados Unidos terminaron
por desistir de aquella empresa. De modo que los puertorriqueños se
percataron de que aquel imaginario no era más que una adaptación artificial que
le querían imponer. Y más importante aún, reconocieron que eran diferentes a
los norteamericanos y que tenían sus propios valores, cultura y tradiciones que
anhelaban exaltar y mantener.
Los primeros treinta años de dominación estadounidense en la isla fueron, en
síntesis, tal y como lo describía Géigel Polanco allá para la época de 1930:
“En verdad, estamos malgastando un valioso caudal de energía en estériles disputas de villorrio, mientras los invasores acaparan nuestras tierras, someten las riquezas naturales a las disciplinas de un ausentismo agotador, imponen a nuestro pueblo un ruinoso sistema económico, proletarizan a nuestras masas obreras, impiden nuestro contacto con otros pueblos, obstaculizan el florecimiento de nuestra cultura y utilizan la escuela –que pagamos nosotros – para fomentar en las juventudes puertorriqueñas un americanismo de importación que anule sus facultades creadoras y destruya su personalidad moral.”9
Así, el imaginario nacional era lo próximo en agenda para el curso de los
acontecimientos de la historia de Puerto Rico. Dicho discurso comenzaría a
armarse, debido a ciertos factores que iremos exponiendo durante la lectura,
con la Generación del Treinta que estudiaremos a continuación.
9 Ídem.
6
II. Los arquitectos del imaginario nacional puertorriqueño: Tomás Blanco, Vicente Géigel Polanco, Antonio S. Pedreira y Luis Palés Matos. P. Chatterjee sostiene que el nacionalismo de un país siempre ha de pasar
por tres etapas fundamentales. La primera de ellas es la llamada etapa de
arranque en la que los intelectuales, escriben para otros intelectuales una crítica
sobre el sistema colonial en el que viven y sobre las formas en las que se podría
cambiar y mejorar dicho sistema10. Este discurso como ya hemos dicho, es uno
que se da entre los académicos de un país para criticar el orden existente. No
aspira, por tanto, a servir como plataforma para partido político alguno. Sólo
pretende sentar unas bases. La segunda fase, consiste en incorporar esas
ideas surgidas en la primera fase a plataformas políticas. En esta etapa el
nacionalismo pasa de ser una cuestión privativa de los académicos para ser
utilizado como arma política, que en muchas ocasiones hacen del nacionalismo
uno de carácter radical, perteneciente a la izquierda política. La tercera y última
fase consiste en utilizar una versión menos radical de ese discurso, elaborado
por académicos y difundido por los políticos, como la ideología oficial del Estado
postcolonial.
Según Ernest Gellner11 existe una etapa en el desarrollo de toda nación en la
que comienzan a surgir una suerte de elites culturales que se abrogan la ardua
misión de definir qué rasgos son característicos de una nación, así como qué
rasgos no lo son para de esta forma, diferenciarlas de otras naciones. Estas
elites, según Chatterjee, serían los letrados de los que se habla en la primera
fase o fase de arranque.
En Puerto Rico estos intelectuales, que fungen como ingenieros del
imaginario nacional comenzaron a aparecer en escena en el período que
comprende de 1920 ha 1930. A pesar de que ya en 1901 Rosendo Matienzo
Cintrón decía “Hoy Puerto Rico sólo es una muchedumbre. Pero cuando la
muchedumbre tenga un alma, entonces Puerto Rico será una patria12”, fue
durante ese período, particularmente a finales de los años veinte, cuando estos
10 Partha Chatterjee en El sueño que no cesa... Págs.13-14.11 Ernest Gellner: Naciones y Nacionalismo. Buenos Aires. Alianza Editorial (1991) Pág. 46.12 Vicente Géigel Polanco: El despertar de un Pueblo. San Juan. Biblioteca de Autores Puertorriqueños. (1943) Pág. 268.
7
debates se encontraban en pleno apogeo. Durante dicha época, se encuentra
circulando por el país un mensuario que llevaba por título Revista Índice. Los
escritores de dicha revista, Vicente Géigel Polanco, Samuel R. Quiñones y
Antonio S. Pedreira, entre otros, realizaron una encuesta en la que le
preguntaban a otros escritores, así como al propio pueblo: “a) qué somos, b)
cómo somos c) ¿Cree usted que nuestra personalidad como pueblo está
completamente definida? d) ¿Existe una manera de ser inconfundible y
genuinamente puertorriqueña? e) ¿Cuáles son los signos definitivos de nuestro
carácter colectivo?”13. Otros se preguntaban qué es Puerto Rico: un pueblo o
una muchedumbre. Contestar este tipo de preguntas era la moda entre los
letrados y las élites políticas del país durante esa época. Se estilaba entre ellos
la cordialidad, el reconocimiento mutuo, aunque cada uno estaba en
competencia con el otro.
La competencia consistía en cuál de ellos creaba el imaginario nacional
puertorriqueño, pero un imaginario legitimado por el Estado y por las élites
políticas, respaldado por la Historia, inmortalizado luego en las futuras
generaciones por los currículos de enseñanza. En fin, querían crear al
puertorriqueño y definir cuál era la esencia de la puertorriqueñidad. Lo que es
tanto como decir, que estos individuos competían por diseñar el imaginario
nacional puertorriqueño.
Como dijimos anteriormente, Benedict Anderson14 sostenía que es natural el
hecho de que estos letrados y élites políticas utilicen la imprenta como medio
para definir la identidad nacional, pues es a través de ella que pueden llegar al
público masivamente. Durante el período de 1920 a 1930 en Puerto Rico, la
estrategia de llegar a las masas con un discurso que aspiraba a homogenizar y
legitimar el concepto de la puertorriqueñidad era la orden del día. Los autores
se valían, de revistas, periódicos e incluso libros para ver quién resultaba ser
más persuasivo a la hora de añadir un capítulo más al mito fundacional
13 En Néstor R Duprey Salgado: Independentista Popular. Las causas de Vicente Géigel Polanco. San Juan. Crónicas Inc. (2005). Pág. 19.14 Benedict Anderson: Imagined communities: Reflections on the origins and spreads of nationalism. Londres. Ed. Verso. (1991). Pág. 25.
8
puertorriqueño, o, en otros casos de intentar desarmar el ya vigente para armar
uno nuevo.
Esta competencia que era llevada a cabo, como hemos dicho, en revistas,
periódicos, libros, conferencias entre otros , nos resulta conveniente a nosotros
como historiadores del nacionalismo puertorriqueño toda vez, que existe una
abundancia de recursos historiográficos (como la propia revista Índice, el
periódico El Mundo, la Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, el
Nacionalista de Ponce, entre otros). Es nuestro interés el demostrar que estos
autores de principios de siglo aún hoy, debido a la influencia de sus
pensamientos, siguen inspirando el imaginario nacional puertorriqueño en el
presente. Acto seguido, queremos analizar la literatura de estos individuos para
compararla con las teorías de Anderson, Gellner y Hobsbawm15 e identificar
cómo cada uno de estos escritores de la década 1920 a 1940 aportaron para
armar el concepto que los puertorriqueños tienen hoy día de qué los caracteriza
como pueblo frente al resto de los pueblos de la tierra. De igual forma, es
nuestro interés analizar, si el status colonial de la Isla influye en la concepción
que tienen sus habitantes sobre ellos mismos, en comparación con los
habitantes de otros países.
En mérito de lo anterior, consideramos que los escritos de los siguientes
autores tienen una importancia mayúscula para este estudio, a saber: Vicente
Géigel Polanco, Antonio S. Pedreira, Tomás Blanco, Samuel R. Quiñones, Luis
Pales Matos y cualquier otro autor del período antes mencionado que se
dedicara a definir qué clase de cosas son los puertorriqueños basándonos en la
Historia, la antropología y la sociología.
A continuación, veremos tres ejemplos de cómo se manifestaba esta actividad
entre eruditos en la década antes descrita:
A. La Visión de Tomás Blanco sobre la historia de Puerto Rico y su devenir:
15 Hobsbawm, Eric: Naciones y Nacionalismo desde 1780. Barcelona. Ed. Aragó. (1998).
9
Para Blanco, algunas características de la idiosincrasia del pueblo de Puerto
Rico se remontan al período prehistórico de la Isla. Debido a su posición
geográfica, Puerto Rico, antes de la llegada de los españoles a América ya era
un frente defensivo de los aruacos y un campo ofensivo para los Caribes. Dicho
carácter de “frontera de choque” se repite en muchas ocasiones posteriores de
la historia de Borinquen. Durante la conquista española por ejemplo, los
conquistadores se percataron de que la ubicación de la Isla era estratégica para
repeler cualquier ataque por parte de los caribes a la Española16. Más adelante,
en las primeras décadas del siglo XVII, Felipe III dijo que Puerto Rico era: “frente
y guardia de todas mis islas Occidentales, y respecto a sus consecuencias, la
más importante de ellas y codiciada por enemigos”17. Una vez más, la Isla era
considerada un puesto clave en la periferia del imperio español, cuando éste ya
se encontraba en una época de decadencia, para repeler los ataques de las
nuevas potencias emergentes hacia España.
A pesar de su importante posición estratégica como llave del mar Caribe,
Puerto Rico durante los siglos XVI y XVII tenía muy poca población como para
formar una sociedad civil digna de dicho nombre. Pero a partir de la segunda
mitad del siglo XVIII, debido a diversos factores económicos y sociológicos que
no serán mencionados en este estudio, la población comenzó a crecer
exponencialmente y con dicho crecimiento, se fundaron casi treinta municipios
adicionales en la Isla. Es importante señalar que parte de ese crecimiento se
debió en gran medida a la inmigración18. Fue también durante el siglo XVIII
cuando Abbad y la Sierra escribe la Historia Geográfica, Civil y Natural de la isla
de San Juan de Puerto Rico. La importancia del siglo XVIII para Puerto Rico
estriba en el hecho de que éste deja de ser una colonia desierta y olvidada por
España y comienza a tomar la forma de un país, con todas las características
que dicha condición jurídica trae consigo. En palabras del propio Blanco: “…al
16 Tomás Blanco: Prontuario Histórico de Puerto Rico. San Juan. Instituto de Cultura Puertorriqueña. (1970) 6ta edición. Págs. 26 y 28.17 Ibíd. Pág. 4018 Ibíd. Pág. 51
10
finalizar el siglo XVIII, Puerto Rico es ya algo más que mero peñón fortificado y
una iglesia catedral sin rentas.19
De modo que según Blanco, la isla de Puerto Rico se vio estancada por varios
siglos debido precisamente a su posición geográfica fronteriza, situación esta
que desde los tiempos de la prehistoria insular, hacía de la isla un lugar perfecto
como fortaleza, para realizar escalas en los viajes, o como “estación
experimental20”, y no así como un lugar donde se podía crear un doblamiento
estable. El siglo XVIII por tanto, viene a subsanar ese defecto debido a las
nuevas condiciones socioeconómicas que comenzaron a manifestarse en la Isla.
Es a mediados del siglo XVIII cuando se forma la base donde se fundamentara
toda la estructura, social, política, cultural y económica que va surgir en el siglo
XIX. El primero, según este Blanco, constituye una primera etapa en nuestra
historia, caracterizada por la llamada sedimentación de la población, por la
llegada de inmigrantes y el comercio, así como por la relativa paz característica
de este período, la cual permitió que la población creciera y madurara en
términos de vivir en sociedad, tanto en el aspecto civil, como en el jurídico y el
político.
Ya en el siglo XIX Puerto Rico aparece como un pueblo que va en constante
crecimiento, tanto en términos poblacionales como culturales. Se ha creado, a
demandas Ramón Power y Giralt, la intendencia de Hacienda y todas las
reformas económicas que desde ese departamento se realizaron. La isla, al
dejar de depender del situado debido a la Revolución Mexicana en 1810, se las
ingenio para dar paso al nacimiento y crecimiento de una economía local, que
cada vez dependiera menos de la metrópoli. A la par con estos eventos de
emancipación económica, surgían movimientos políticos que buscaban el mismo
fin. Tal es el caso de Román Baldorioty de Castro, Luis Muñoz Rivera y José C.
Barbosa, que buscaban que la metrópoli española le extienda una amplia
autonomía a la Isla. Incluso hubo algunos como Ramón E. Betances, que fueron
19 Ibíd. Pág. 5220 Ibíd. Pág. 56
11
más radicales en sus demandas al reclamar la independencia política de Puerto
Rico frente a España.
Pero justo cuando el país parecía encaminarse a la inmensa autonomía cuasi-
soberana que le otorgaba la Carta Autonómica, el curso de la Historia dio un giro
súbito, cuando el 25 de julio de 1898 Estados Unidos invade a Puerto Rico y
despoja a España de la soberanía de la Isla. De modo que cuando
aparentemente íbamos a ejercer nuestro derecho inalienable a la soberanía del
país, una potencia extranjera nos invade y usurpa nuestro derecho a la
autodeterminación como país, imponiéndonos un régimen militar, primero, una
Ley Foraker en la cual la verdadera participación de los puertorriqueños en su
propio gobierno es casi nula, y una Ley Jones mediante la cual se impone la
ciudadanía norteamericana a los puertorriqueños que sirve para llevarlos a la
guerra, mas no para escoger a los políticos que determinan el destinos de este
pueblo. Blanco concluye que:
“En Puerto Rico existe un pueblo con problemas propios, caracteres regionales bien definidos, recursos modestos pero suficientes si se administran en provecho de su población; vitalidad más que suficiente si se le dirige por cauces apropiados, y hasta, quizás, con alguna misión histórica que cumplir…Pero vive desorganizado por los males económicos y morales inherentes al colonialismo (énfasis nuestro); mediatizado por normas ajenas, muchas veces antagónicas a la realidad isleña; desorientado por falta de esperanzas concretas, inmediatamente asequibles, en que pueda tener fe; incapacitado por sometimiento de su voluntad a un grupo de intereses extraños que ni siquiera representan los más altos intereses del pueblo que lo domina.
… los remedios tendrán que ser iniciados por nosotros mismos (énfasis suplido), … Necesitamos plena independencia administrativa; personalidad jurídica internacional para negociar tratados comerciales por nuestra propia cuenta; real y efectivo self-government que dignifique nuestra política, vigorice nuestro carácter y ejercite el sentimiento de nuestra responsabilidad como pueblo….(énfasis provisto)Todas las probabilidades indican que ningún cambio espontáneo de la política metropolitana pueda paralizar, de una manera adecuada, eficaz y permanente, los intereses económicos que
12
desde Nueva York nos pauperizan (énfasis suplido). El dilema es, pues: o tomar en nuestras manos, con serenidad y firmeza, nuestro destino, o someternos, como retrasados mentales… Entonces sólo se salvarían los muertos.”21
A pesar de que dedica unas cuantas líneas al hecho de que según él Puerto
Rico tiene una identidad nacional propia y única, es evidente que a Tomás
Blanco le interesaba más el argumento político y el económico, pues parte de la
premisa de que el colonialismo es la raíz de todos los males que enfrentaba el
pueblo puertorriqueño.
El colonialismo es el causante de que se implantaran en el país, normas
ajenas, e incluso antagónicas a la realidad social boricua. Esas normas a su
vez, respondían a las exigencias de los grandes intereses que venían a la isla
con sus firmas y cabildeaban para que se aprobaran las leyes que mejor
viabilizaban sus intenciones. Es decir, que la legislación insular era hecha para
cumplir con las exigencias de las grandes corporaciones. De modo que la rama
legislativa, de la manera en que había sido configurada por el legislador del
norte, no respondía al fin de cuentas a aquel que debía responderle, es decir, al
pueblo de Puerto Rico.
Luego, según Blanco, la solución a este mal no estribaba, como era uso y
costumbre para el pueblo puertorriqueño, en esperar que Washington
interviniera, mediante otra Constitución, para poner en orden el aparato político
insular. Esta suposición, según Blanco, estaba harto probada de que no
representaba ninguna solución a largo plazo. Ello debido a que con cada
cambio de administración en el gobierno de los Estados Unidos, Puerto Rico,
dependiendo de la administración de turno, bien podía beneficiarse o
perjudicarse más de lo que ya estaba.
La solución que propone el autor era romper con la cultura política
puertorriqueña que casi rayaba en el fanatismo ciego, para de esta forma
atender sin prejuicios los males que aquejaban al país en aquel entonces.
Blanco propone que busquemos ser administrativamente independientes y que
21 Ibíd. Págs. 129-135.
13
procuremos adquirir una personalidad jurídica en el teatro internacional.
Además, insta a que se demande la soberanía del país. Sólo teniendo estos
tres elementos a nuestro favor, podríamos mejorar como pueblo ya que, de esta
forma, podríamos celebrar tratados comerciales con otras naciones de la Tierra.
Por tanto, el argumento de Blanco es que el país debía dejar la mala
costumbre de esperar que la metrópoli resuelva los problemas de una isla que
apenas conoce, y que seamos nosotros, en cambio, los que comencemos a
buscarle soluciones al asunto. De otra forma seríamos como una hoja que el
viento mueve a su voluntad. Estaríamos dejando nuestro destino al acaso. Y el
remedio a dicho problema se encuentra, como ya mencionamos, en que el país
tenga plena soberanía sobre su propio Estado.
Este autor postula la teoría de que Puerto Rico iba encaminado a volverse una
nación digna de ese nombre. Puerto Rico desde la segunda mitad del siglo XIX
iba encaminado a convertirse en un Estado nacional. El desarrollo de la
literatura, de la prensa, de la música, de la poesía, entre otras manifestaciones
autóctonas, así lo evidenciaban. Pero cuando finalmente el país se emanciparía
como un Estado nacional soberano, repentinamente entra Estados Unidos en
escena, interrumpiendo, mediante su aparición no solicitada, el curso de la
evolución del país, y aún más, retrasándola de forma considerable. Así pues,
según Blanco, la nación del norte vino a derrumbar aquella estructura que los
puertorriqueños venían erigiendo desde hace años.
B. Las interrogantes de la nación puertorriqueña según Vicente Géigel
Polanco:
“Es un hecho evidente el estado de incertidumbre de nuestro pueblo en lo que respecta a orientaciones políticas. ¿A qué obedece esa incertidumbre? ¿Qué factores determinan esa desorientación? ¿Por qué carecemos de conciencia nacional? ¿Qué motiva este triste espectáculo de pueblo que no sabe lo que piensa ni siente lo que dice, ni dice lo que quiere?...
Hace treinta y dos años que las fuerzas militares de Estados Unidos de América ocupan nuestro territorio. Durante ese largo período no hemos realizado gestión alguna para integrar los elementos esenciales de la nacionalidad…. Fue un error
14
imperdonable no haber demandado, en ocasión de la Guerra Hispanoamericana, el reconocimiento de nuestra soberanía como un derecho inherente a nuestra condición de pueblo civilizado. Y error máximo, haber cooperado durante treinta y dos años en una política de dolorosas transacciones... Aún tuvo nuestra torpeza alcances más significativos. Si, a la par que lidiábamos con Estados Unidos en este peligroso juego de contemporizador empeño, hubiéramos despertado en las multitudes el sentimiento de la nacionalidad, la conciencia unitaria de la patria, les hubiéramos aleccionado en la filosofía del esfuerzo propio y hubiéramos inculcado en su espíritu que el pueblo es fuente de toda soberanía, habrían sido menores los riesgos de aquel deporte colonial, porque estaría formado el bloque colectivo con fuerzas bastantes para repeler toda penetración y a estas horas ya habríamos planteado nuestro problema constitucional con absoluto sentido de responsabilidad…. [Pero en lugar de eso] a la conciencia política de nuestro pueblo ofrecimos un credo tripartito, una ideología de heterogéneo sentido, tres pensamientos irreconciliables: el anexionismo a la república del norte como Estado federado, la constitución de la nacionalidad puertorriqueña y la prolongación del coloniaje bajo fórmulas que dimos en llamar autonómicas. De ahí arranca la desorientación política de nuestro pueblo….¡Y es que no se puede formar un pueblo al calor de tres sentimientos divergentes!... El desconcierto deriva de la prédica de ideales divergentes. La desorientación arranca de postular en una tribuna la urgencia de yanquizar nuestra alma y, en otra, la de conservar y enriquecer nuestros valores históricos. La estadidad, la independencia y el coloniaje requieren aleccionamientos antagónicos. O afirmamos nuestro ser o propiciamos nuestra disolución….”22
A pesar de que el planteamiento de Vicente Géigel Polanco es parecido al de
Tomás Blanco en términos de que es necesaria la soberanía puertorriqueña
22 En Néstor R Duprey Salgado: Independentista Popular. Las causas de Vicente Géigel Polanco. San Juan. Crónicas Inc. (2005). Págs. 19-23. Esta es una publicación de Géigel Polanco en la Revista mensual Índice que publica junto a Samuel R. Quiñones y Antonio S. Pedreira. Esta publicación data del 13 de agosto de 1930, y Géigel la titula: La Desorientación Política. Debemos señalar que la revista antes mencionada había realizado una suerte de encuesta en la que sus publicadores le preguntaban al pueblo: a) qué somos, b) cómo somos c) ¿Cree usted que nuestra personalidad como pueblo está completamente definida? d) ¿Existe una manera de ser inconfundible y genuinamente puertorriqueña? e) ¿Cuáles son los signos definitivos de nuestro carácter colectivo? Dichas preguntas comenzaron a ser realizadas desde 1929 por el mensuario Índice. Esta publicación Géigel posteriormente la amplía y la intitula El despertar de un Pueblo (1934).
15
para así emanciparnos como pueblo, Géigel se enfoca más en el hecho de que
era necesario, durante los primeros años de la dominación norteamericana en la
isla, que los puertorriqueños reconocieran aquello que los hace únicos como
pueblo y diferentes a los Estados Unidos.
Para este autor, el hecho de que el país nunca haya reclamado con seriedad
su soberanía, se debe a que nadie se molestó en educar al pueblo de los
elementos constitutivos de su identidad nacional. De este modo, para Géigel,
primero había que crear un imaginario nacional puertorriqueño autóctono, y
luego como consecuencia lógica de este imaginario, los mismos puertorriqueños
solicitarían la soberanía. Ello es así pues al reconocer que son un pueblo con
una pasado, costumbres, cultura y lengua comunes, lógicamente buscarían ese
último elemento que les faltaría que sería la soberanía. Una vez soberano, el
pueblo entonces crearía una Constitución, leyes, reglamentos y jurisprudencia,
que correspondieran a la realidad social de Puerto Rico. Blanco, por su parte,
pensaba que el proceso debería realizarse a la inversa. Es decir, primero ser
soberanos y luego crear el tan anhelado imaginario nacional puertorriqueño.
Por otra parte, Géigel señala un aspecto muy atinado y es el hecho de que
según él, una de las trabas para alcanzar la realización de este imaginario
nacional, somos los propios puertorriqueños. En este sentido su argumento se
parece bastante a aquel que muchos años antes planteaba Matienzo Cintrón,
que “el peor enemigo de los puertorriqueños son los propios puertorriqueños”23.
Y es que en primer lugar, la cultura política del país se ha caracterizado desde
sus inicios en la búsqueda de la autonomía frente a la Corona española, en que
se crean partidos divididos abismalmente entre sí por diferencias ideológicas
que en muchas ocasiones parecen incluso insignificantes. Como mencionamos
anteriormente, la división entre estos partidos es algo parecido a una guerra de
trincheras, donde en muchas ocasiones realizar un pacto entre ellos parecería
algo utópico, debido a los fuertes roces de carácter personalista que existen
entre sus líderes. Pareciera como si fueran más bien tribus que están en guerra
23 Luis M. Díaz Soler: Rosendo Matienzo Cintrón, orientador y guardián de una cultura. San Juan. Instituto de Literatura Puertorriqueña. (1960) Vol. I Pág. 226.
16
por viejas rencillas entre sus caciques, que partidos políticos en busca de una
solución a un problema común.
En segundo lugar, que esta errada costumbre de partidos tribales continuó y
de hecho se intensificó, a medida que nos adentrábamos en el siglo XX. Para
aquel entonces la división entre partidos se realizaba en base al ideal de status
que cada uno decía respaldar. Existían, pues, tres fórmulas: anexión, soberanía
y autonomía.
En tercer lugar, estando de esta forma divididos en tres fórmulas, no había
manera de crear entre los puertorriqueños un sentimiento de camaradería, de
motivación para resolver el problema común. Luego, un pueblo que se
encuentra dividido por el ideal de lo que debiera ser el destino común, jamás
podría convertirse en una nación, pues mientras unos quieren reafirmar su
personalidad como pueblo, otros quieren crear un híbrido entre su propia
identidad nacional con la de la metrópoli, y los terceros quieren incluso
desaparecer dicha identidad para reemplazarla por la fusión con los Estados
Unidos. En palabras del propio Géigel: “no se puede formar un pueblo al calor
de tres sentimientos divergentes.”24 Este planteamiento se asemeja mucho a la
tesis de Anderson, cuando señala que uno de los elementos necesarios para la
existencia de una nación es que exista entre sus miembros una camaradería
profunda y horizontal. Está claro que con esta situación de las tres fórmulas de
status, dicha camaradería sería imposible de alcanzar25.
Luego de que publicara el ensayo aquí reseñado en la Revista Índice, en 1936,
Géigel retoma el tema de ¿Qué somos? Y ¿Cómo somos? Durante una charla
en la Universidad de Puerto Rico. Dicho discurso llevaba por nombre: Puerto
Rico: ¿Pueblo o muchedumbre? Veamos su exposición:
“…¿Qué somos? ¿Cómo somos?... ¿somos un pueblo o una muchedumbre? …Vinculamos al concepto de pueblo la existencia de conciencia nacional… por lo menos en estado de potencia, perceptible en
24 Géigel. Supra.25 Anderson: Imagined communities... Pág. 7
17
aquellas manifestaciones del espíritu público que no están sujetas a injerencias extrañas a su propia razón de ser…. Descartamos… la teoría de que un régimen colonial sea capaz, por su propia fuerza, de destruir la personalidad de un pueblo de cultura sólidamente establecida…Desde luego que sí, en lugar de un pueblo arquitecturado sobre recias bases de cultura, se tratará de una raza humana carente de articulación histórica, sin vinculaciones emocionales, rodando al vaivén del último impulso extraño, sin conciencia de su pasado, sin noción exacta de su presente, sin vislumbres de su porvenir, el régimen político extranjerizante será decisivo factor de desorientación, las unidades de cultura que en forma dispersa puedan coexistir en esa masa jamás alcanzaron sustantiva cohesión y la vida de la comunidad seguirá un derrotero de progresiva disolución. ¿Tiene Puerto Rico conciencia de pueblo o mera conciencia de muchedumbre? ¿Funda su realidad social sobre bases de cultura o sobre la incertidumbre de inconciliables módulos de vida, filosofías dispares y encontradas corrientes de articulación política?... …En aquellos primeros programas del reformismo colonial y en los siguientes del asimilismo y la autonomía, se agitaban ya los fermentos que en temprana fecha podrían cuajar en la definición precisa de nuestra personalidad colectiva. Ya se iba moldeando un ideario político que acaso serviría más tarde para dotar nuestra realidad social de más concretas aspiraciones. Del fecundo hervor de las ideas, de aquella dura brega entre puertorriqueños e incondicionales españoles, era posible que emergiera un estímulo aprovechable para la cabal integración de nuestro pueblo. El cambio de soberanía detuvo aquel proceso magnífico en el momento culminante en que la Carta Autonómica abría brecha prometedora a la capacidad nativa y perspectiva cierta para afrontar lo problemas de nuestras muchedumbres”.26
Al analizar los planteamientos de Géigel, podemos sostener que tienen cierta
similitud con la teoría de Tomás Blanco. Ambos plantean que durante la
segunda mitad del siglo XIX los puertorriqueños comenzábamos a desarrollar
una conciencia y una cultura colectiva sin precedentes. Los grandes logros, en
todos los ámbitos sociales y culturales, crecían de manera exponencial y
comenzaban a convertirse en la orden del día. A tal punto, que casi cerrando el
siglo XIX Puerto Rico recibiría de la Corona una Constitución intitulada Carta
26 Vicente Géigel Polanco :Puerto Rico: ¿Pueblo o muchedumbre? Charla ofrecida en 1936 en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. En Duprey Salgado (Págs. 53-57.)
18
Autonómica, la cual le otorgaba al país unos poderes políticos muy parecidos a
aquellos que ostentan los países soberanos. No obstante, con el traspaso de
soberanía de España a Estados Unidos, todos esos logros vinieron a menos.
Continúa Géigel:
“Logramos, sin embargo, durante la etapa final de la dominación española, una cosa de capital trascendencia: la formación de una clase dirigente, seria, culta, honesta, consciente de sus responsabilidades y ávida de servir los mejores intereses del país. En su pública actuación dio evidentes señales de sabiduría, de rectitud y patriotismo. Acaso afirmen descontentos que no tuvo visión histórica, que dejó pasar inadvertidos preciosos momentos para la consecución de la soberanía popular. ¿Por qué no escuchó Puerto Rico a Betances y a Ruiz Belvis cuando con heroico fervor propagaban ideales separatistas? ¿Por qué se malogró el grito insurreccional de Lares? ¿Por qué no se aprovechó la espléndida coyuntura de la guerra de 98 para recibir a los norteamericanos con las armas en las manos y un programa de independencia patria desplegado a los cuatro vientos? La respuesta es dolorosa. Porque no teníamos pueblo; porque no había conciencia colectiva; porque no estaba formado el espíritu público… No bastan las muchedumbres desorganizadas para tan altos empeños.”27
Es interesante el señalamiento que el autor realiza sobre la realidad social del
Puerto Rico del siglo XIX, un pueblo que a pesar de que como se dijo
anteriormente estaba desarrollando cultura en cantidades sustanciales dicha
cultura, dichos logros políticos y económicos, eran de la autoría de las clases
pudientes y letradas de la sociedad y no de las masas obreras, las cuales
constituían una mayoría abrumadora. Así como Hobsbawm y Bauer, Vicente
Géigel Polanco advierte que en una sociedad agraria las masas trabajadoras,
debido a su particular forma de vida, no logran alcanzar esa conciencia colectiva
que tanto hace falta para unir a un pueblo entero. El resultado de este
fenómeno socioeconómico en la Isla quedó perfectamente ejemplificado en el
hecho de que todos los movimientos insurgentes quedaron frustrados, en gran
medida, por la falta de apoyo que encontraron los revolucionarios en las masas.
27 Géigel Polanco Supra.
19
Luego, no se trataba de que los obreros no quisieran cooperar, – pues después
de todo ellos eran los más afectados por el régimen –, era que vivían tan
enajenados de lo que acontecía en la sociedad, tanto por el aislamiento
horizontal entre ellos mismos, como por el marcado distanciamiento vertical que
existía entre esos obreros analfabetos y los letrados del país, quienes eran
culturalmente superiores a aquellos y usualmente pertenecían a las clases altas
de la sociedad.
A continuación presentaremos el imaginario nacional de Puerto Rico desde el
punto de vista de Pedreira no sin antes discutir a José E. Rodó y la influencia
que su obra Ariel tuvo sobre el escritor boricua.
C. Rodó y su influencia en Pedreira.
La obra Ariel es un ensayo de carácter normativo en el que, José Enrique
Rodó, su autor, expone los problemas sociales que trae consigo la modernidad.
Rodó utiliza particular, aunque no exclusivamente, a la antigua Grecia como el
ejemplo a seguir para Latinoamérica que es el país objeto de esta obra. En
contraste, utiliza el ejemplo de los Estados Unidos de América como el otro
extremo que Latinoamérica jamás debería emular. En Ariel, Rodó crítica la
tendencia de algunas sociedades modernas de fomentar el desarrollo y
perfeccionamiento de una única y universal vocación excluyendo, tácitamente, el
desarrollo de otras habilidades o destrezas inherentes a la condición humana.
Procede entonces a citar nuevamente a Guyau cuando éste sostenía que: «Hay
una profesión universal, que es la de hombre». Con lo de hombre Rodó se
refiere a la entereza, integridad y a la completud que debe poseer todo ser
humano digno de ese nombre.
Según él, los individuos que cultivan únicamente una faceta de su espíritu se
vuelven individuos truncados por que sólo se especializan en aquello a lo que se
dedican. Utiliza como ejemplo el caso griego en el cual, no se valoraba tanto la
especialización de un individuo en una sola faceta de su vida como se valoraba
el individuo polifacético. Los griegos admiraban más al individuo que era más
20
flexible y más dado a hablar de múltiples tema que a aquel que era un experto
en uno sólo.
Rodó, emulando el ejemplo griego, nos insta a que, con el fin de ser seres
humanos desarrollados a plenitud y no meros cuadros abreviados de nuestra
especie, cultivemos nuestro intelecto de modo tal que podamos abarcar más y
no apretar tanto28.
Sobre la democracia.
“Sería insensato pensar que de la acumulación de muchos espíritus vulgares
se obtendrá jamás el equivalente de un cerebro de genio”. Ese es el principal
argumento que esgrime Rodó contra los defensores de la democracia al estilo
estadounidense. Para él, el problema de este sistema político es que le da más
énfasis a la cantidad de los individuos y no a la calidad de éstos. En otras
palabras: se le brinda tanta atención al bien común que se olvida el bien de los
particulares, que son después de todo, los que componen aquello que llamamos
lo común29.
Rodó y los Estados Unidos de América.
Para Rodó Estados Unidos es la personificación del utilitarismo inmisericorde.
Concluye que los estadounidenses tienen un gran culto al trabajo y los bienes
materiales. Poseen además una incuestionable destreza para la celeridad y la
eficacia tanto en el campo de los bienes, como en el de los servicios y se han
destacado desde su surgimiento, y posterior desarrollo, al perfeccionamiento de
técnicas que otrora funcionaban eficazmente. Mas, este culto al trabajo, a la
perfección y a los bienes materiales, hace que los estadounidenses nunca se
detengan a reflexionar sobre sus vidas, sobre lo bello y por tanto su espíritu se
ha visto enervado por esta constante presteza.
Por tanto, señala Rodó que, “por sus triunfos inauditos en todas las esferas del
engrandecimiento material, es indudable que aquella civilización produce en su 28 Emir Rodríguez Monegal: Obras Completas de José E. Rodó. Madrid. Ediciones Aguilar. (1967). Págs. 212-21729 Ibíd. Págs. 222-231
21
conjunto una singular impresión de insuficiencia y de vacío. No le apasiona la
idealidad de lo verdadero. Menosprecia todo ejercicio del pensamiento que
prescinda de una inmediata finalidad”. Es decir, que evitan todo aquello que no
les resulte práctico y por ello no se detienen a filosofar ni a pensarse.
Esta carencia de pensamiento se traduce en términos de la moral, por
ejemplo en el hecho que Rodó explica de la siguiente forma: “La más elevada
cúspide de su moral es la moral de Franklin: — Una filosofía de la conducta, que
halla su término en lo mediocre de la honestidad, en la utilidad de la prudencia;
de cuyo seno no surgirán jamás ni la santidad, ni el heroísmo; y que, sólo apta
para prestar a la conciencia, en los caminos normales de la vida, el apoyo del
bastón de manzano con que marchaba habitualmente su propagador, no es más
que un leño frágil cuando se trata de subir las alturas pendientes”30.
D. La importancia de la hispanofilia en el imaginario nacional Antonio S.
Pedreira:
Debemos señalar que tanto Blanco como Géigel, escriben sus respectivas
obras en reacción a la obra de Antonio S. Pedreira, Insularismo. Es en dicha
obra donde el discurso sobre la identidad puertorriqueña llega a su punto más
alto y por ello la exponemos luego de Blanco y Pedreira, aunque como ya
dijimos, esta obra precede a las anteriores. En aquel trabajo, el autor, señala
que en lugar de buscar soluciones al problema, más bien desea plantearlo. El
problema consiste en contestar las preguntas qué somos y cómo somos los
puertorriqueños globalmente considerados. Es decir, Pedreira se dio a la ardua
tarea de auscultar las características de nuestra psicología colectiva. Y de cómo
la geografía y la historia del país han hecho que la personalidad cultural de sus
ciudadanos sea una débil y pasiva.
30 Ibíd. Págs. 231-249.
22
Para Pedreira, uno de los elementos claves en los que se fundamenta la
psicología colectiva puertorriqueña, es en la manera “optimista” y estéril”31 en la
que percibimos nuestra historia como pueblo. Según el autor, el principal
responsable de esta visión trunca de nuestra historia es el propio historiador
gubernativo que, con el fin de no salirse de la línea de lo que es políticamente
correcto y de esta forma mantener contentos a sus empleadores, escribe una
historia oficial del país que omite muchos sucesos claves en la formación de
este pueblo. Esta es la principal razón por la que los puertorriqueños según
Pedreira, se creen el non plus ultra de los pueblos antillanos32.
Este delirio de grandeza por parte de los puertorriqueños descansa en una
falsa base. Ello es así debido a que este pueblo hace mucho alarde de sus
virtudes, y esas mismas virtudes son las que no posee. Luego, como
atinadamente señala el autor, si se quiere estudiar a un pueblo que se
caracteriza por su empeño en engañarse a sí mismo y al resto del mundo, es
necesario, acentuar todos esos defectos que con tanto esfuerzo esconde, para
de esta manera auscultar cuál es su verdadera sustancia y de qué y por qué se
esconde. Y no es que el optimismo de los puertorriqueños sea nocivo para
éstos, es que es un optimismo artificial33. Porque aunque parezca paradójico,
del pesimismo muchas veces pasamos a la reflexión y de la reflexión obtenemos
los cambios que necesitamos para adaptarnos y sobrevivir.34 Puerto Rico no ha
tenido la oportunidad de realizar esta importante reflexión.
En este país según señala Pedreira, la política es un fenómeno siempre
presente en nuestro diario vivir. Y como todo en nosotros es política, tenemos la
tendencia a medir las cosas desde el punto de vista electoral. Es decir, para
nosotros el progreso es el aumento cuantitativo de las cosas y las ideas.
Mientras que según el autor no es el aumento cuantitativo lo que mide el
proceso, sino más bien el aumento cualitativo. De modo que no es la cantidad lo
31 Pedreira Antonio S.: Insularismo. Ensayos de Interpretación Puertorriqueña. Madrid. Editorial de Tipografía Artística. (1992) Pág. 9.32 Ibíd. Pág. 1033 Ibíd. Pág. 1134 Ibíd. Págs. 11-12.
23
que nos debería importar, sino la calidad de esa cantidad, por más mínima que
sea. Luego, como el puertorriqueño está siempre preocupado por la política,
nunca ha tenido la oportunidad de interesarse por la esencia de la vida y de las
cosas. Es precisamente en esta esencia en la que Pedreira desea penetrar35.
Según el autor, existen en la historia del desarrollo del pueblo de Puerto Rico
tres momentos supremos, a saber: el primero de ellos, se caracterizó por ser
uno de formación y acumulación pasiva, que comenzó con la conquista y
culminó en las postrimerías del siglo XVIII y principios del XIX; el segundo, se
caracteriza por el despertar y la iniciación, el cual se solapa con el primero y
culmina con la Guerra Hispanoamericana; y por último, el tercero que, se
caracteriza por la indecisión y transición en el que estábamos para la época en
la que se escribió esta obra y aún hoy en nuestros días. Durante el primer
período sólo fuimos un facsímil razonable de la cultura hispánica en América,
una extensión de ésta en el nuevo continente; en el segundo período
comenzamos a adquirir ciertos rasgos privativos dentro de la común cultura con
España; y en el tercer período hemos querido seguir desarrollando nuestro
ademán independiente pero con un nuevo elemento anglosajón que se
superpone a su crecimiento36. Este último elemento anglosajón en cierta
manera interrumpió nuestra evolución como pueblo y por tanto no llegamos a
alcanzar una madurez plena.
Entonces, es este ademán propio, que nos caracteriza como puertorriqueños y
nos distingue del resto de los otros pueblos, el motivo de preocupación del autor
y al cual define con el nombre de insularismo. Y más adelante señala que “todo
el sistema de condiciones en que históricamente flota es lo que aquí
entenderemos por cultura puertorriqueña”37. Para Pedreira, la influencia
española en la isla es exponencialmente mayor a lo que nosotros como pueblo
hemos creado. Por ello, fuimos y aún hoy seguimos siendo una colonia cultural
hispánica. Empero, esa poca cultura que podemos llamar nuestra, o creadas
35 Ibíd. Pág. 13.36 Ibíd. Pág. 15.37 Ibíd. Pág. 16.
24
por nosotros, es suficiente para diferenciarnos del resto de los pueblos del
mundo. Investigar cuál es el ritmo vital que nos define es el propósito de la obra
de este autor.
Pedreira cree que la razón de ser de nuestra idiosincrasia puede tener algo
que ver con el hecho de que provenimos de una diversidad de mezclas y
cruzamientos raciales. Si sacamos al indio de la ecuación, porque sabido es
que este fue mermado por los conquistadores y por ellos quedó en el pasado,
tenemos a los españoles y africanos, los amos y los esclavos que con pasar del
tiempo se fusionaron y su producto, es precisamente el puertorriqueño
contemporáneo. Este último, se caracteriza por una eterna pugna entre el peón
y el esclavo que en él cohabitan. La firmeza y la voluntad del europeo retienen a
su lado la duda y el resentimiento africano. Por ello, a la hora de elegir entre
una cosa u otra, los puertorriqueños se caracterizan por buscar siempre una
solución intermedia, un acomodo. Las rebeldías colectivas son efímeras, la
docilidad en cambio es permanente. Estas causas de índole biológica aunque
no son determinantes, influyen enormemente en nuestro ademán como pueblo38.
No existe en los puertorriqueños una comunidad de intereses, sentimientos e
ideas. No tenemos sentido de cooperación ni proporción. La principal debilidad
del puertorriqueño radica en su incapacidad para la acción conjunta y
desinteresada. Cuando el blanco dentro de nosotros protesta, el negro dentro
de nosotros acata y viceversa. El resultado de este fenómeno, es un individuo
servil y con la mansedumbre del cordero que se encuentra en el escudo de su
país, Puerto Rico. Un país cuyos habitantes están sumamente acostumbrados a
asimilar bastantes elementos extraños a su cultura. Pedreira señala que todo
nos ha llegado hecho y manoseado, por ello el pueblo se acostumbró al
consumo y no a la producción de bienes vitales.
Decimos que el período de “Nacimiento” de conciencia colectiva, de cultura,
política, entre otras, debido a que en 1898, cuando por primera vez en nuestra
historia íbamos a tener una Carta Autonómica, mediante la cual nos iniciaríamos
38 Ibíd. Pág. 34.
25
de una vez y por todas en una nueva vida política, la Guerra Hispanoamericana
frustró estos deseos e interrumpió nuestra evolución natural como pueblo.
Este acto significó un cambio de Norte para el pueblo que apenas comenzaba
a desarrollar sus propias características como privativas, pues era el comienzo
del dominio norteamericano en la Isla y todas las repercusiones que dicho
dominio traería a todas las facetas de nuestra vida como pueblo. En palabras
del propio Pedreira: “Pasamos de un Estado católico, tradicional y monárquico, a
otro protestante, progresista y democrático; de los sociológico a lo económico;
de lo culto a lo civilizado”39.
Para Pedreira, la cultura es algo más cualitativo que cuantitativo, como lo es la
civilización, por ejemplo. Es decir, mientras la primera atiende al progreso, la
segunda atiende al desarrollo. En Puerto Rico suele confundirse el término
desarrollo con el término progreso. El aumento de las escuelas y de los
empleos durante los primeros años bajo el dominio norteamericano es un hecho
incuestionable. Pero este fenómeno no es sinónimo de progreso, más bien, se
trata de desarrollo. No se trata cantidad sino de calidad. En palabras del autor,
la dimensión más entrañable de la cultura no es la del largo ni el ancho, sino la
del espesor. Por ello sostiene que la civilización es horizontal y la cultura
vertical. Lo que necesariamente significa, que si vamos a medirlo todo en
términos cuantitativos, bajo el dominio norteamericano somos más civilizados
pero bajo el español éramos más cultos40.
Éramos más cultos bajo el dominio español porque si bien es verdad que
durante ese período hablamos un sólo idioma, también es cierto que, como
decía Fernández Vanga41: “Un niño que vive de dos idiomas no llega a ser nunca
un hombre doble; se queda siempre en medio hombre”42. Además, con el
cambio de gobierno a una democracia, el país cayó según Pedreira, en una
mediocracia. Es decir, en el gobierno del punto medio, el imperio del número, en
39 Ibíd. Pág. 97.40 Ibíd. Págs.100-103.41 Epifanio Fernández Vanga: El idioma de Puerto Rico y el idioma escolar de Puerto Rico. Nueva York. Arno Press. (1975) Pág.10942 Ibíd. Pág. 101.
26
el cual, como bien sostenía Bourget, la civilización pierde en hondura lo que
gana en extensión, ya que dicho imperio del mayor número de las personas, del
que hablan los utilitaristas, excluye accidentalmente “la colaboración
extraordinaria de los selectos43”.
Para el autor de Insularismo, el problema colonial se expresa de muchas
maneras en nuestro diario vivir. Pero su característica más lamentable, es el
hecho de que los puertorriqueños estamos acostumbrados a que los elementos
más importantes que toda sociedad necesita para funcionar de forma organizada
nos han sido extendidos por nuestras metrópolis.
Los elementos a los que aquí hacemos referencia son, por mencionar algunos,
Una Constitución redactada por y para los puertorriqueños; un cambio de
moneda realizado con el consejo y consentimiento de los puertorriqueños; una
secularización realizada por los propios puertorriqueños; un cambio de metrópoli
autorizado por los puertorriqueños, entre otros.
La Carta Autonómica fue redactada por legisladores españoles. La Ley
Foraker por norteamericanos. Ambas eran Cartas Magnas y aunque una de
ellas ni siquiera pudo entrar en vigencia, ninguna fue redactada con el
consentimiento de los puertorriqueños.
La separación de la Iglesia y el Estado así como los derechos humanos más
básicos fueron importados por los puertorriqueños desde sus metrópolis. Hoy
en día, la secularización y muchos derechos que muchas personas poseen son
vistos como algo normal, cotidiano. Mas, sabido es que tanto la separación de
la Iglesia y el Estado, así como la obtención de ciertos derechos que hoy
llamamos inalienables no es algo que siempre se daba por sentado. Obtener esa
separación entre lo eclesiástico y lo gubernamental, igual con los derechos que
ahora llamamos fundamentales, no fue tarea fácil.
Los puertorriqueños sin embargo, dan por sentados todos estos derechos,
como lo son la libertad de culto, de expresión, entre otros. ¿Pero y cómo van a
valorar algo por lo que nunca derramaron una gota de sangre para obtener? Es
como sostenía Platón en La República sobre la diferencia que existe entre la
43 Ibíd. Pág. 103.
27
persona que hace su fortuna y aquel que la hereda. El primero como tuvo que
trabajar y sudar para amasar su fortuna tiende a valorarla más que aquel que la
heredó y nunca la trabajó44. Ese es precisamente el caso de Puerto Rico.
“El coloniaje”, sostiene Pedreira, “nos tiene acostumbrados a que otros
hombres piensen por nosotros soluciones y remedios en los cuales no hemos
intervenido”…”Nos falta esa colaboración subconsciente que da la cultura
amasada con dolor y sacrificio”.45
El verdadero problema de Puerto Rico según el autor, quien a su vez
probablemente hace referencia a Matienzo, son los propios puertorriqueños. Por
alguna razón no han aprendido los derechos y las obligaciones de los
ciudadanos. Y como no ejercen las obligaciones, se sienten indignos de los
derechos de ser ciudadanos. En lugar de ver al gobierno como un servidor, lo
ven como a un amo. El gobierno a su vez, compuesto por puertorriqueños al fin,
espera que todo el trabajo que se supone que haga le venga de afuera ya
realizado. Porque ya la costumbre de que todo nos llegue procesado y de no
elaborarlo nosotros mismos la tenemos metida hasta los huesos.
Decía Rosendo Matienzo Cintrón allá para 1903 “Hoy Puerto Rico sólo es una
muchedumbre. Pero cuando la muchedumbre tenga un alma, entonces Puerto
Rico será una nación46”. Es decir, Matienzo Cintrón, al igual que otros tantos
pensadores de su época opinaba que Puerto Rico no era una nación, sino que
más bien éramos una muchedumbre de personas.
Pero para Antonio S. Pedreira, esa alma de la que según Matienzo, carecemos
los puertorriqueños, está ahí, en alguna parte dispersa, “fragmentada como un
rompecabezas doloroso que no ha gozado nunca de su integralidad47”. Es un
alma que apenas comenzó a ser creada en el siglo XIX y que en ese mismo
siglo fue extinguida con el fallido grito de Lares. Para el autor la nación
44 Platón: La República. Bogotá. Panamericana Editorial Ltda. (2005). Pág. 12.45 Pedreira Insularismo... Pág.11946 Luis M. Díaz Soler: Rosendo Matienzo Cintrón, orientador y guardián de una cultura. San Juan. Instituto de Literatura Puertorriqueña. (1960) Vol. I Pág. 226.47 Pedreira Insularismo... Pág. 119.
28
puertorriqueña aún no está hecha porque para que se cree le falta tiempo y
madurez. El pueblo apenas dejó de gatear y comenzó a caminar de pies en
siglo XIX. Fue durante este período cuando dimos nuestros primeros pasos en
el campo de la cultura48.
De hecho todavía a principios del siglo XIX los puertorriqueños no estaban
seguros de si eran españoles o ya eran un pueblo completamente nuevo y
distinto. En 1822 El Diario Liberal y de Variedades de Puerto Rico del 28 de
abril contenía una carta en la que un individuo se quejaba del trato preferencial
que se le daba a los españoles en la Isla y decía como sigue: “Amados
compatriotas Puertorriqueños: con todos hablo, pues a todos nos alcanza y toca
y por lo menos os pregunto ¿somos o no españoles iguales en un todo a los de
la península y amada patria a que pertenecemos? ¿Estamos o no regidos bajo
unas mismas leyes y sistema constitucional?49”. Debemos recordar que para la
fecha el liberalismo había triunfado en España y comenzaban a aparecer en la
Isla periódicos en los que las personas comenzaban a manifestar su opinión de
forma tímida en un principio y luego se fueron poniendo más temerarios. Pero lo
que realmente es interesante de esta carta es que aún a principios de los 1800,
los puertorriqueños tenían un serio problema de identidad: todavía no estaban
conscientes de que eran un pueblo nuevo, muy distinto al español.
La educación homogeniza las masas y es un requisito sine qua non para que
exista la nación. Pues en Puerto Rico no hubo una escuela secundaria hasta
bien entrado el siglo XIX. De hecho hubo que enviar a cuatro individuos, dos de
ellos, Román Baldorioty de Castro y José Julián Acosta a España para que
aprendieran sendas materias e impartieran clases en la Isla. Al volver no había
ni escuela ni empleo para ellos.
Los movimientos emancipadores de las postrimerías del siglo XIX se
caracterizaron porque los puertorriqueños comenzaron a darse cuenta de que
48 Ibíd. Pág. 20.49 El Diario Liberal y de Variedades de Puerto Rico del 28 de abril de 1822 citado en Pedreira: Insularismo… Pág. 172
29
eran distintos a los españoles. Que el hombre aquí formado se fue
diferenciando de sus ingredientes originales. Era un compuesto muy distinto a
los elementos que lo conformaban y como tal, tenía unas características y unas
necesidades distintas. Por eso comenzaron a pedir leyes especiales para
Puerto Rico. Por eso pedían mayor grado de autonomía.
Podemos entonces colegir que uno de los factores que condiciona la peculiar
sociedad puertorriqueña es el hecho de que lo verdaderamente puertorriqueño
comenzó a definirse tan tarde como a finales del siglo XIX. Pues como hemos
dicho en varias ocasiones, todavía a mediados de ese siglo, ni siquiera
sabíamos la diferencia entre nosotros y los españoles.
Ahora bien, debemos colegir la visión utópica de lo que debería ser la nación
para los autores treintistas hasta ahora citados. Es decir, debemos descifrar
cuál es el argumento detrás de las obras de dichos autores. Comenzaremos
analizando más a fondo el discurso de Pedreira.
En este autor podemos encontrar varias peculiaridades interesantes que a su
vez se repiten en otros autores de su época. Tal vez la más notoria de ellas es
la hispanofilia como una de las bases indispensables para el desarrollo de la
nación puertorriqueña.
No obstante, debemos advertir en este planteamiento, que al ser Puerto Rico
un país compuesto por tres culturas (indígena, negra e hispana), el querer
resaltar una de ellas por encima de las otras, es una suerte de prejuicio que se
hace contra las otras dos restantes. Y es que en la Generación del Treinta, la
raza era inherente a la nación y por tanto, al elaborar un imaginario nacional, era
necesario abordar también el tema racial.
En aquel entonces, el discurso racial predominante dentro del grupo intelectual
puertorriqueño era el de Diego Padró50. Según este autor, el negro no había
aportado, en términos de raza y cultura, nada significante a la nación
50 Delma S. Arrigoitia: Jose de Diego el legislador: su visión de Puerto Rico en la historia. San Juan. Instituto de Cultura Puertorriqueña (1991).
30
puertorriqueña. Este autor sostenía que el negro representaba una minoría que
había asimilado de forma admirable la cultera occidental, mientras que el blanco,
el elemento fundamental de la nación puertorriqueña según estos escritores,
había conservado su cultura intacta. El resultado de este fenómeno fue el
desarrollo de una sociedad en la que a pesar de que habitaban tres razas,
existía una de ellas que era numérica y culturalmente superior a las dos
restantes: la hispana51.
Pedreira reconocía que esta mezcla de razas representaba un obstáculo en la
evolución de la nación puertorriqueña. De hecho, concibió esta mezcla de razas
como una de nuestras grandes debilidades como pueblo52. Sin embargo, para
él, el problema había sido solucionado debido a la superioridad cultural europea,
frente a las otras minorías raciales existentes en la Isla,
En palabras de Rodríguez Vázquez para Pedreira existían: “los pueblos aptos
para el mando y otros predispuestos a la obediencia…53” en un lado el europeo,
hombre libre, civilizado, con capacidad legislativa, hacedor y regidor del proyecto
nacional, sector de propietarios y, como su antítesis, el africano, esclavo,
bárbaro, apto sólo para el trabajo y la obediencia, primitivo y pasional, caótico y
desorganizado”.54 Por ello fue posible el desarrollo de una nación
puertorriqueña. Por que la raza blanca fue numérica y culturalmente superior a
las otras.
Nótese que en este discurso de Pedreira ni siquiera se toman en cuenta los
indios, debido a que este autor les resta importancia, dada a su mínima
participación en la historia de la nación puertorriqueña.
“Exterminada paulatinamente por las plagas y sometimiento la raza indígena, que a los pocos años de la conquista dejó de ser factor importante en el cruzamiento, quedaron frente a frente absorbiendo con ímpetu los restos del elemento indígena y prolongándose
51 De Diego Padró: “Antillanismo, criollismo, negroidismo”. El Mundo, 19 de noviembre de 1932. Citado en José J. Rodríguez Vázquez: El Sueño que no cesa... Pág. 30
52 Ibíd. Pág. 34.53 Rodríguez Vázquez El sueño que no cesa... Pág.8354 Ídem.
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aisladas o combinadas las dos razas invasoras con fondo y disposiciones psicológicas en pugna. La raza superior que daba la inteligencia y el proyecto y la llamada raza inferior que aportaba obligatoriamente el trabajo ofrecían características de difícil casamiento”.55
A pesar de que hoy día existen bastantes estudios científicos de ADN
mitocondrial que prueban que más del 90% de los puertorriqueños comparten un
antepasado indígena común56. Sin embargo, estos estudios fueron llevados a
cabo varias décadas después de Pedreira de modo que no debemos emitir un
juicio en torno a este particular. Pero al parecer a Pedreira le era preferible
despachar el tema de los indios en un párrafo, debido a que si es difícil realizar
un relato de las causas y los efectos del entrecruzamiento de dos razas y sus
repercusiones en la ulterior formación de una nación es, más difícil aún sería
realizar la misma tarea con tres razas. Sin embargo, no debemos juzgar a
Pedreira por pensar de esta forma, ya que el racialismo y el racismo fueron los
discursos dominantes de su época.
Según el autor, a pesar de que los negros, mulatos y mestizos eran un
considerable por ciento de la sociedad puertorriqueña durante el último cuarto
del siglo XIX, los blancos y su cultura aún preponderaban y por eso no era
descabellado decir que Puerto Rico era una nación57.
Para Pedreira, mientras más mezclas de razas hubieran en un país, menos
democráticas deberían ser sus instituciones gubernamentales. En realidad el
problema de este autor no era uno de carácter racial, sino más bien étnico. Y es
que de su lectura se desprende que su temor no era a las razas inferiores como
tales, sino que más bien le temía a la cultura que solían desarrollar estas razas
“inferiores”.
Y a decir verdad, esta concepción de mundo tan conservadora, le servía como
base para manifestar sus reservas en cuanto a los regímenes democráticos que
55 Pedreira. Pág. 2256 Juan C. Martínez Cruzado,. :El uso del ADN mitocondrial para descubrir las migraciones precolombinas al Caribe: Resultados para Puerto Rico y expectativas para la República Dominicana. (2002).57 Pedreira Insularismo... Pág. 16.
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comenzaban a ponerse de moda en aquella época. O al menos su opinión de
que dichos regímenes fueran instaurados en países en lo que las razas
inferiores eran la mayoría del pueblo.
De lo dicho anteriormente podemos deducir que Pedreira al igual que Rodó
era un hispanófilo, elitista, conservador, autoritario, que creía en la supremacía
racial blanca y en la supremacía de la cultura occidental. Por ello sus escritos
iban dirigidos a los intelectuales y no a las masas populares. Por eso decía que
la ciudad letrada eran los llamados a ser las clases dirigentes del país, para
conducirlo por el camino recto hacia la modernidad, instruirlos en la cosa
pública, homogenizarlos mediante la educación y el blanqueamiento que ofrecía
la cultura Occidental58.
El asunto racial quedaba resuelto según Blanco, debido al predominio de la
raza superior blanca, que con el pasar del tiempo iría disolviendo a las razas
inferiores en una sola raza, la puertorriqueña.59 Es claro que la Generación del
Treinta consideraban el binomio raza/nación como un fenómeno inseparable60.
E. Luis Palés Matos y su discurso a favor de la inclusión de la importancia de la raza negra en el imaginario nacional puertorriqueño. Palés Matos cuestionó abiertamente el discurso del occidentalismo y de lo
hispano como los elementos esenciales y fundacionales de la nacionalidad
puertorriqueña. Palés le restaba importancia a las características fenotípicas y
culturales de los individuos que poblaron la isla, toda vez que según él, estos
elementos, en un principio privativos y exclusivos de las diversas razas y etnias
que posteriormente formarían el pueblo puertorriqueño, se disolvieron mediante
los cruces de unos con otros para formar un compuesto muy distinto a los
elementos que lo conformaban, es decir los antillanos.
El factor geográfico en Palés sirvió como catalizador de este proceso de
fusión racial y cultural. Por el hecho de que se encontraban en una nueva tierra,
58 Rama: La Ciudad Letrada. Págs. 79-83.59 Tomás Blanco: El Prejuicio Racial. Págs.132-13360 Raymundo González, “Peña Batlle y su concepto histórico de la nación dominicana” en Ecos. Organo del Instituto de Historia de la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Año II, núm. 3. Págs. 11-52. (1994)
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exentos de las leyes estatales o tribales de su lugar de procedencia. Luego, de
este cruce y de la nueva situación geográfica que experimentaron los nuevos
pobladores, surgió una nueva especie que no era ni negro, ni mulato, ni mestizo,
culturalmente hablando, sino que más bien era caribeño, tropical, antillano, es
decir, una síntesis cultural distinta.
El discurso de este autor se torna aún más radical en el contexto de su época
cuando cuestiona si el jíbaro, el campesino blanco, el trabajador incansable de la
tierra, aquel que nuestras élites letradas habían acogido como el logotipo, el
ícono representativo de la identidad puertorriqueña, era realmente una
representación realista, correspondiente a nuestra realidad de pueblo. Y es que
el jíbaro es la representación del español que se asentó en el interior montañoso
del país y que poco a poco fue “puertorriqueñizándose” y adaptándose
perfectamente a su medio ambiente.
El problema con utilizar al jíbaro como la imagen distintiva del puertorriqueño
era que excluía a los negros, mulatos y mestizos quienes también conformaban
la sociedad puertorriqueña. El jíbaro, utilizado como ente representativo de esa
sociedad, era un factor para uso exclusivo de una comunidad que compartía
cierto fenotipo, excluía de la “gran familia puertorriqueña” a negros, mulatos y
mestizos.
Para Pedreira, Puerto Rico es como una especie de cultura satélite, y una
suerte de sucursal americana de la cultura española. Para Palés Matos, los
puertorriqueños quizá en un principio sí lo fuimos, pero ya para aquella época
habíamos alcanzado conseguir una cultura o un ademán propio, producto de la
mezcla de las culturas negra y blanca, así como de los factores geográficos de
nuestra condición insular. Es en este punto, en el que Pedreira y Palés entran
en desacuerdo. En adición a esto, Palés argumentaba que debido a nuestra
historia, lengua y cultura común, en las Antillas españolas, en lugar de existir
una identidad privativa de cada una de las islas, más bien se debería hablar de
una identidad antillana o caribeña. Se podría definir esta visión de Palés como
un tipo de nacionalismo “inter-antillano”.
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Incluimos el discurso racial en este discurso debido a que para Pedreira, el
producto resultante de la mezcla interracial en Puerto Rico, fue un factor que
atrasó el surgimiento de la nación puertorriqueña. Y es que este autor, la prole
de un negro(a) y un blanco(a) es un ser que se encuentra en una suerte de zona
limítrofe entre dos culturas de sus respectivos padres. Esta situación crea seres
que debido al mestizaje, se encuentran en una eterna indecisión existencial,
pues no saben a ciencia cierta qué son, si blancos o negros. Dicha indecisión, al
generalizarse, crea unas condiciones que no eran favorables para el
surgimiento y desarrollo de la nación, puesto que la persona no se identifica con
una raza y con grupo étnico comunes, y menos aún con una colectividad aún
mayor, la nación. Si el mulato, producto del cruce de un blanco y un negro, se
mezclara con un negro sus hijos podrían caer en un “abismo” cultural, mientras
que si lo hiciera con un blanco sus descendientes se encausarían por el buen
camino, hacia una mejor cultura y en consecuencia a la creación de una nación.
Por eso hacía falta una cultura homogénea en la Isla.
No obstante, este devenir de una cultura heterogénea a una homogénea, cuya
consecuencia era el pleno desarrollo de nuestra personalidad como pueblo, fue
interrumpido con la llegada de los estadounidenses y la imposición de su cultura.
Esto surgió como un agravante que iba en detrimento de nuestro crecimiento
como pueblo, pues ahora el puertorriqueño iba como una nave sin rumbo entre
dos culturas con diferencias irreconciliables. Entonces, los factores raciales y
intromisión de una cultura extraña a un pueblo que aún no había asimilado por
completo la suya propia, hacían del puertorriqueño de la primera mitad del siglo
XX un ser indeciso, así como indecisas eran todas las acciones que realizaba
como sociedad, tanto en el ámbito doméstico, como en el internacional, en su
búsqueda de status político, por dar un ejemplo.
III. Conclusiones Generales.
Consideramos que con estos cinco ejemplos basta para ver que esta gente era
muy persuasiva a la hora de escribir. Fueron ellos los que poco a poco
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diseñaban el discurso nacional. He aquí los arquitectos de la nación, de su
concepción y de su forma de imaginarse.
Estos autores fueron los primeros en intentar tipificar la nación puertorriqueña.
Ello ocurrió así debido a las peculiaridades del período. Era un discurso en
reacción a ciertas políticas que llevaba a cabo el gobierno estadounidense para
con la isla de Puerto Rico ya fuera por sus acciones, o por sus omisiones, que
comenzaban a incomodar a estos eruditos, los cuales encontraron que
compartían sentimientos parecidos y los escribían ya en la prensa, ya en los
libros, ya en revistas, ya en cualquier otro medio de comunicación escrita. Se
trata del período en el que como bien sostenía Gellner, los intelectuales
intentaban hallar una por una las piezas para armar el rompecabezas de qué es
y cómo es la nación puertorriqueña. Dicho de otro modo, intentaban definir, o en
su defecto elaborar, el imaginario nacional puertorriqueño. Y su instrumento
predilecto para difundir tales hallazgos lo era, como bien advertía Anderson, la
prensa.
El surgimiento de estos intelectuales cuyo afán por definir, o construir un
imaginario nacional puertorriqueño, no tuvo precedentes en la historia de este
país. Quizá se pueda argüir que hubo ciertas personas que sí intentaron llevar a
cabo dicho proyecto con anterioridad, como es el caso de Rosendo Matienzo
Cintrón por ejemplo. Pero no tuvieron el impacto, la relevancia ni la pertinencia
que los autores aquí reseñados. Y es que éstos últimos escribían a tono con el
curso de la historia del país.
Cualquier autor que hubiese hecho semejantes señalamientos en la primera
década de 1900, por ejemplo, estaría a destiempo, debido a que la sociedad
puertorriqueña para entonces no tenía inquietud alguna por saber quién era ni
cómo era. Para que tal análisis tuviera relevancia, debían de combinarse una
serie de factores de índole histórico, político, económico y social. Estos
elementos, favorables al discurso introspectivo de qué y cómo somos los
puertorriqueños, se fueron combinando, cual alineación planetaria, entre la
década de 1900 a 1930, siendo este último año el momento en el que por fin se
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exterioriza el malestar de los puertorriqueños y su falta de dirección, a través de
las voces de Pedreira, Blanco y Géigel, entre otros intelectuales de la época.
Las posturas e imaginarios que se construyeron sobre la nación y el
nacionalismo de 1920 a 1935 que son el objeto de este trabajo, fueron muchas
de ellas contrapuestas entre sí, e incluso irreconciliables. Otras eran muy
semejantes entre sí pero la manera de abordarlas cambiaba. Lo importante es
que este período de interfase del imaginario de la nación y el nacionalismo
puertorriqueños, fue uno de bonanza intelectual, de una gran producción literaria
dirigida a ese tema, fue un período de riqueza cultural sin precedentes en la
historia del país. Es cierto que en aquella competencia de quién
institucionalizaría el imaginario nacional y el Mito Fundacional no se puede decir
que alguno de ellos hubiera ganado. Pero sí que todos aportaron en parte al
surgimiento y desarrollo ambos fenómenos sociológicos en el país.
Ello sugiere que a diferencia de otros países que estuvieron años o incluso
siglos, creando un imaginario nacional homogéneo, el génesis de ese proceso
en Puerto Rico se da a principios del siglo XX, es decir, hace poco, hablando en
términos históricos. Las preguntas son: ¿se puede crear un imaginario nacional
en menos de cien años?¿más aún cuando dichos procesos requieren de una
repetición constante de símbolos, tradiciones ceremonias, himnos, frases y
cuanta propaganda61 sea necesaria para inculcar en las masas la existencia de
una nación?62 Y de contestar negativamente a la primera pregunta, acaso en
mérito de todo lo dicho anteriormente ¿es Puerto Rico una nación?
En el pasado los autores han intentado abordar este delicado tema desde
perspectivas diversas. A título de ejemplo, R. Garzaro realiza un extenso trabajo
sobre el hecho de que Puerto Rico es una nación en busca de Estado, en su
libro que lleva ese nombre63. Este autor, representa la corriente de autores que
opinan, a pesar de toda la historiografía que señala lo contrario, que las
61 Al estilo de Joseph Goebbels , Ministro de propaganda en la Alemania Nazi.62 Otto Bauer: “Las condiciones de la asimilación nacional.” En la revista teórica de la socialdemocracia alemana: Die Neue Zeit. Año 26 (1909-1910), t.5 Págs. 13-24. (1909)63 Garzaro.R: Puerto Rico, una nación en busca de Estado. Madrid. Ed Tecnos (1974)
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naciones, para ser tales, no tienen que ser soberanas. A pesar de que este
autor no es tan conocido como otros autores, con el mero título de su obra
(Puerto Rico: una nación en busca de un Estado), parece ser el Magnus opus de
esta vertiente de estudiosos de la nación y el nacionalismo puertorriqueño.
Según Garzaro “[n]o es necesario… escudriñar mucho para percibir que en
Puerto Rico existe una nación, una comunidad con perfiles propios, definidos,
que se forjaron a lo largo de cuatro siglos de dominación española”64. Según él,
Puerto Rico es una nación porque es “una comunidad con perfiles propios [y]
definidos”65. Siguiendo esta definición Texas, podría ser considerada una
nación: es una comunidad con perfiles propios y definidos. Se caracteriza por
unas particularidades como por ejemplo, una vestimenta peculiar, (claro que no
todos los tejanos visten como vaqueros, pero es una forma de vestir que
caracteriza a muchos habitantes de ese Estado.); un acento propio (a pesar de
que hablan el idioma Inglés) una dieta propia de ese Estado, en fin, todo un
conjunto de particularidades que diferencian al tejano de aquel que vive en
Montana, por decir un ejemplo. Así pues, podemos decir que los tejanos poseen
una “comunidad con perfiles propios, definidos”66, pero no podemos decir que
Texas es una nación toda vez que, como es sabido, la nación son los Estados
Unidos de América, país al que Texas pertenece.
A diferencia de la gran mayoría de los autores que estudian el fenómeno de la
nación, Garzaro alega que “para que exista la nación no es necesario que posea
soberanía”. Y luego añade que “la soberanía corresponde al Estado, no a la
nación”67 (énfasis nuestro). En nuestra opinión no le asiste la razón. Veamos
porque. Si él define la nación como una “comunidad con perfiles propios,
definidos”68 pues entonces la nación son las personas que habitan en un
territorio, y dicho territorio está regido por un Estado. A menos que el régimen
de dicho territorio sea una dictadura o una monarquía, dicho Estado ha de
64 Ibíd. Pág. 10865 Ídem. 66 Ídem.67 Ibíd. Pág. 3068 Ibíd. Pág. 108
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poseer una Constitución o Carta Magna. Dicha Constitución no es otra cosa que
un contrato que realizan los habitantes de un país con el Estado que los rige,
mediante el cual dichos habitantes delegan en el Estado los poderes legislativos,
ejecutivos y judiciales. De hecho, muchas Constituciones comienzan de la
siguiente forma: “Nosotros el Pueblo X promulgamos y establecemos esta
Constitución etc.”69 como queriendo indicar que el soberano es el pueblo y que el
pueblo es quien le da el poder al Estado. Dicho esto, es la nación y no el
Estado, la que ostenta la soberanía, pero que delega dicha soberanía al Estado
mediante ese contrato social llamado Constitución. Por eso se le da el nombre
de democracia representativa, porque los funcionarios de gobierno sin importar
la cartera en la que trabajen, no hacen sino representar al pueblo y velar por sus
mejores intereses.
Además, si la nación no es soberana ¿qué la distingue de otras comunidades?
“una comunidad con perfiles propios, definidos”70 puede ser una etnia, una tribu,
un clan, una diáspora, pero no una nación. Ello es así debido a que es la
soberanía del Estado uno de los componentes principales de la nación. Cuando
se estudia un concepto es necesario definir de qué clase de cosa se está
hablando y qué la distingue de otras. La nación tiene unas peculiaridades que la
distinguen de otro tipo de fenómenos que aunque parecen ser similares, no son
idénticos. De otro modo, por qué se crea el concepto con un nombre distinto al
de otros que como ya hemos dicho son similares pero no equivalentes. Si fuera
así, los términos patria, nación, Estado, comunidad, etnia y demás conceptos
que hacen alusión a fenómenos que se asemejan entre sí, podrían ser utilizados
indistintamente para designar o definir un sinnúmero de fenómenos que tienen
que ver con diversos tipos de comunidades cual si fueran sinónimos. De modo
que nos hacemos de nuevo la pregunta ¿Es Puerto Rico una nación?
69 Véase por ejemplo la Constitución de los Estados Unidos de América, la de Francia, la de España, así como la de Puerto Rico, por dar algunos ejemplos.70 Garzaro: Puerto Rico: Una nación en bus.... Pág. 108
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