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TEMA9: LOS FUNDAMENTOS DE LA ACCION MORAL BLOQUE V:
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TEMA 9: FUNDAMENTOS DE LA ACCIÓN MORAL
1. EL HOMBRE COMO SER MORAL
En el tema anterior hemos estudiado qué significa ser persona y hemos distinguido dos ámbitos
en el ser humano: El ámbito de la naturaleza y el ámbito de la libertad.
Todos somos personas por naturaleza: el ser humano es aquel que posee una naturaleza
humana, y, en este sentido, incluso los asesinos en serie son humanos. Pero también decimos que
“hay mejores personas” y “peores personas”. Ser persona es también demostrarlo o hacerse
merecedor de ello. Por tanto humano también señala “lo propio del ser humano”. Esta segunda
acepción nos remite a la dimensión moral del ser humano.
En este sentido la moral es el arte de vivir como como le corresponde a un ser humano.
¿Se necesita aprender a ser humano? ¿Se nace sabiendo ser humano? Los animales no necesitan
que nadie les enseñe a vivir, simplemente viven. Quizás aprenden de sus progenitores algunas
estrategias para conseguir su alimento o para defenderse, pero poco más. Viven de acuerdo con sus
instintos y viven bien. No necesitan ninguna preparación. No necesitan ningún arte; les basta con
dejarse llevar.
Pero el hombre es un ser especial; es un ser libre. Necesita ser educado para vivir como
hombre. El recién nacido no es capaz siquiera de buscar el alimento que necesita: está ciego, no
coordina sus movimientos, no sabe andar. Los primeros meses hay que hacérselo todo; después
hay que enseñárselo todo.
El hombre no sabe por instinto cómo debe usar de su libertad. Tiene cierta inclinación natural
a usarla bien como la tiene también para hablar y caminar, pero necesita educación. Tiene que
aprender poco a poco lo que un hombre debe hacer y lo que debe evitar: qué es lo conveniente
para un hombre y qué es lo inadecuado. Podemos distinguir lo que soy y lo que debo ser y, gracias
al poder radical de mi libertad puedo elegir entre lo que me hace capaz del mayor bien y del mayor
mal.
La conducta humana se ha enfrentado siempre a la doble posibilidad de ser: humana o
inhumana. La libertad implica escoger una conducta. Llamamos “eleccion moral”, a la elección de la
conducta digna, al esfuerzo por obrar bien y al arte de conseguirlo.
La moral, el arte de vivir como hombre, se puede definir también como el arte de usar bien de
la libertad. Es un arte porque necesita, como todo arte, conocimientos teóricos y prácticos:
conocimientos que hay que recibir de otros, y hábitos que sólo se pueden adquirir por el ejercicio
personal.
El ser humano es un ser libre capaz de escoger inventar las vacunas, la música pero también las
armas de destrucción masiva. Es el mismo hombre es que es capaz de actuar bien o mal. Porque
somos libres, estamos obligados a escoger: carecemos de piloto automático. Queremos ser felices.
Queremos vivir en sociedad, ¿Para qué sirve la ética? Para vivir como lo que somos: personas; para
no vivir como lo que no somos: animales. La Ética y la Moral nos ayudan a vivir como lo que somos,
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y somos seres que vivimos con los demás- en sociedad- . Por tanto todas nuestras acciones tienes
una dimensión social. Con las acciones construimos o destruimos la sociedad
Así que nos encontramos con el más útil de los conocimientos humanos, y con el más
necesario.: el que nos perite vivir como personas, a salvo de la selva y del caos.
2. MORAL Y ETICA
Estos dos términos veces se usan indistintamente, pero no son sinónimos.
¿Qué es la Moral? Podemos entender la moral como:
Conjunto de normas y valores que pretenden orientar la conducta libre de los seres
humanos, individual y colectivamente. La moral ciudadana, la moral cristiana, la moral del
profesorado, etc.
La moral es la valoración que hacemos sobre los actos humano considerados desde la
perspectiva de lo bueno o lo malo, lo justo o lo injusto. Por ejemplo: cuando decimos que
alguien ha hecho algo “malo” o “bueno”, por ejemplo, plagiar un artículo de internet es
inmoral; o que el voluntariado es una buena acción.
la moral es la aspiración del ser humano de vivir con dignidad: el esfuerzo por obrar el bien.
Podemos decir que es el arte de vivir bien.
¿Qué es la Ética? la reflexión filosófica acerca de la moral. Las personas no sólo actuamos
moralmente, sino que, también reflexionamos sobre nuestro comportamiento o el de los demás,
como cuando nos preguntamos ¿debo hacer esto?, ¿he hecho lo correcto?, ¿es justo que…?, etc.
Esta inquietud humana por esclarecer el propio comportamiento moral dio lugar a la Ética, una
disciplina que nace en la Grecia Clásica en el s. IV a. C. Los objetivos de la Etica entre otros son:
Analizar cuáles son las características de la conducta moral para distinguirla de otros tipos
de conducta (por ejemplo, la religiosa, la política, la legal, etc.).
Estudiar los valores morales (por ejemplo, definir qué es lo bueno, lo justo...) y
las normas que se derivan de ellos, y plantearse cuestiones como: ¿es necesario que existan
normas morales?, ¿cuál es su fundamento?, ¿por qué unas y no otras?, etc.
Determinar en qué consiste la responsabilidad moral, dado que solo hay conducta moral
cuando uno es responsable de sus actos.
Investigar si el ser humano actúa con libertad, o si está determinado o condicionado (solo
soy responsable de mis actos si libremente he podido elegir entre hacerlos o no).
Analizar qué es la obligación moral (¿qué debo hacer?, ¿por qué?).
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3. EL BIEN Y EL RELATIVISMO
La ética por definición busca el bien. Y el bien se logra cuando se conoce y se respeta la verdad.
Obrar bien es obrar conforme a la verdad, conforme a lo que son las cosas. Ese conocimiento no
tiene nada de fácil. Todos aspiramos al bien, pero “bien” no significa lo mismo para todos.
El Bien se puede definir como aquello que “le conviene a una cosa”, lo que perfecciona algo con
independencia del placer o dolor que pueda causar. ¿Es una operación algo bueno si causa dolor?
Sí, porque cura.
Lógicamente lo que perfecciona a unos puede no perfeccionar a otros (a unas personas les
viene bien el deporte y a otras puede que no), pero eso no quiere decir que el bien sea subjetivo. La
conveniencia del deporte o del reposo en cada caso no depende del deseo o de la opinión sino de
una realidad objetiva para esa persona.
La ética es el respeto a la verdad de las cosas. Cuando los filósofos antiguos estudiaron la
naturaleza humana (lo que es el hombre), descubrieron en ella no una ley física o biológica, sino
una ley moral. La naturaleza humana es fuente de la moral. Y por tener todos los hombres una
naturaleza común, la ley moral de esa naturaleza es igual para todos. Y esa verdad no depende de
que haya millones de personas que hagan lo contrario: matar es malo aunque haya guerras y
genocidios; de la misma manera que los errores en unos ejercicios de matemáticas no atentan
contra el valor de las matemáticas
En todas las culturas existen unos bienes que coinciden. Tenemos la experiencia de estas
coincidencias morales dominantes en las diversas culturas, y que nosotros valoramos de modo
inmediato e intuitivo algunos comportamientos (matar, mentir, robar, etc)
Quien diga que cada uno debe hacer lo que quiera se mueve en un círculo vicioso. La
afirmación: haz lo que quieras, presupone que uno sabe lo que quiere. Vivir rectamente, vivir
bien, significa ante todo establecer una jerarquía en las preferencias. Los antiguos filósofos
pensaron que podían ofrecer un criterio para una adecuada jerarquía; es correcta aquella
ordenación de acuerdo con la cual el hombre vive feliz y en paz consigo mismo. Esto es
precisamente lo que no puede ocurrir con cualquier ordenación de moda, de manera que el
consejo “haz lo que te guste” no basta para responder a la cuestión “¿qué es lo que debe
gustarme?”.
En definitiva, el Bien moral es aquello que perfecciona a una realidad según su modo específico
de ser y actuar: lo que perfecciona la propia naturaleza de ser. Primero son necesarios los
conocimientos: tenemos que aprender de otros seres humanos cómo debe comportarse un
hombre. Hacen falta conocimientos morales: saber qué es lo conveniente y qué es lo
inconveniente. Es evidente que no se puede tocar el piano de cualquier modo. El arte de tocar el
piano está muy condicionado al menos por dos cosas: por la estructura física del piano y por la
movilidad de la mano humana. Ambas cosas, que son completamente objetivas, condicionan
mucho este arte: aunque dejan un margen de libertad. En ese margen, el arte es opinable, pero en
el otro, no.
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Hay una parte de nosotros que es el fruto de nuestras decisiones libres. Pero la mayor parte
no: la hemos recibido y tiene sus leyes. No podemos decidir cómo va a ser nuestra digestión, ni en
qué sentido tiene que circular nuestra sangre. Todo nuestro ser físico funciona de acuerdo con
leyes que no hemos inventado y que apenas podemos modificar: sólo podemos descubrirlas. Lo
que sucede en el ámbito físico guarda un paralelo con lo que sucede en el ámbito espiritual, que es
el ámbito del uso de la libertad.
Casi toda nuestra vida moral consiste en desarrollar libremente unas capacidades que nos
hemos encontrado puestas cuando vinimos al mundo. Estas capacidades tienen sus leyes propias,
aunque a veces no las conozcamos. La inteligencia, por ejemplo, tiene unas leyes que no hemos
inventado nosotros: tiene un modo propio de intuir y de razonar; la voluntad también tiene sus
leyes y lo mismo sucede con las demás capacidades.
Podemos proponernos tener buenos amigos, pero no podemos decidir en qué consiste la
amistad. Podemos desear ser felices e intentarlo de distintas maneras, pero no podemos inventar la
felicidad. El que seamos felices o no dependerá de que acertemos o no a vivir de acuerdo con las
leyes que tiene la felicidad humana.
Por eso la moral no depende de los gustos de cada uno. No es algo que cada uno pueda
crear según le apetece. No es una cuestión de opiniones. No da lo mismo comportarse de un modo
o de otro.
Puede suceder que, en algún caso, no sepamos con seguridad cuál es la conducta que
conviene, y entonces cabe la opinión. En este sentido la moral es tan opinable como la medicina.
También los médicos opinan cuando no saben, cuando no están seguros, pero son conscientes de
que sus opiniones no cambian la realidad. No es opinable, por ejemplo, el modo de hacer la
digestión, ni cuáles son los alimentos que nos convienen. Sólo opinamos sobre estos temas cuando
no sabemos.
El saber moral es difícil y delicado. Por eso hay que poner un esfuerzo especial para
alcanzarlo, pero vale la pena porque es un saber precioso para el hombre: mucho más importante
que el de tocar el piano o pintar al óleo. Aunque es un saber difícil, hay modos de orientarse sobre
lo que es bueno o malo. Vamos a verlo brevemente a continuación.
La naturaleza responde bien a lo que le conviene y responde mal a lo que no le conviene. Es
lógico y puede servir para detectar lo que es bueno y lo que es malo. Esto sucede en todos los
campos, aunque no de la misma manera. El que come un alimento que no le conviene, lo notará;
incluso lo podremos percibir externamente: veremos su mala cara, sus espasmos o quizás le
veremos revolcarse por el suelo. Las equivocaciones o los aciertos en el plano físico se notan
físicamente: nos sentimos mal o bien según el alimento sea apropiado o no. El campo de la moral es
un poco distinto. Los errores y los aciertos en el uso de la libertad no se pueden sentir físicamente;
pero se perciben de alguna manera. Por eso decimos que uno se siente bien cuando obra bien y
que se siente mal cuando obra mal. No es un criterio muy preciso, porque la actividad humana es
muy compleja, pero sirve de indicio. El obrar bien deja siempre una huella de felicidad, mientras
que el obrar mal, deja un rastro de insatisfacción y disgusto.
Hay otro criterio externo muy importante. Las acciones buenas son percibidas como bellas y
deseables. Y cuando son muy buenas, suscitan la admiración y el deseo de imitarlas. Producen
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gusto en el que las contempla, de modo semejante a como produce gusto la contemplación de un
paisaje. Todos perciben, por ejemplo, la belleza del gesto del que arriesga su vida por salvar la de
otro, y a cualquier persona normal le gustaría ser así, aunque quizás no se sienta con fuerzas. Las
acciones malas, por el contrario, son percibidas como innobles, como inconvenientes y como feas.
Suscitan el rechazo espontáneo. No es necesario ningún razonamiento para ver que hacer sufrir a
un animal o, con mayor razón, a un ser humano, es malo. Produce repugnancia instintiva: es
percibido como feo, como algo que desagrada a la vista, que sería mejor no haber visto, que sería
mejor no haber hecho. Hay una estridencia estética en la acción mala: algo grita, aunque no se oiga
físicamente su voz. Es la sensación de fealdad, De hecho, a los niños se les suele indicar que algo
está mal diciéndoles que es feo. Se les educa moralmente enseñándoles a sentir repugnancia hacia
las acciones malas.
Claro es que se puede perder el buen gusto. La experiencia enseña que hay gentes que llegan a
ver como bonito, o por lo menos deseable, lo que al sentir natural de todos parece feo y odioso.
Hay quien disfruta haciendo sufrir a un pobre conejo y quien disfruta torturando a un hombre. Esto
no quiere decir que sea moralmente opinable esa acción y que la opinión del sádico valga lo mismo
que la de todos los demás; quiere decir tan sólo que se puede deformar el buen gusto, el sentido
moral natural. Nadie dudaría en calificar de degenerado al hombre que disfruta haciendo sufrir a
otros.
La disputa sobre el mal y el bien demuestra que la Ética es campo de lucha. Pero eso es también
lo que demuestra justamente que no es algo puramente relativo, que el bien puede estar siempre
en lo singular y que es difícil decidir en los casos límite. Esa disputa demuestra que determinados
comportamientos son mejores que otros, mejores en absoluto, no mejores para alguien o en
relación con determinadas normas culturales. Todos lo sabemos. El sentido de la Ética filosófica es
arrojar más luz sobre este conocimiento y defenderlo frente a las objeciones de los sofistas.
4. LA ACCION HUMANA
4.1. CONCEPTO DE ACCION
En el cosmos, hay muchos seres que actúan: el viento erosiona las montañas, la luz ilumina
la habitación, o el profesor educa a sus alumnos. Podemos distinguir:
- Comportamiento animal: todo animal está condicionados por su dotación genética, por lo
que al actuar, no lo hacen de forma espontánea y libre sino que se limita a ejecutar un programa
genético. Aunque muchos animales son capaces de producir conductas espontáneas y de aprender
de otros, muchos de sus actos son automáticos
- Comportamiento de las máquinas: su conducta se encuentra definida por un programa
informático que determina sus respuestas y aquello que es capaz de hacer Por muy complejas que
sean las operaciones que pueda desempeñar, seguirán siendo predeterminadas y automáticas, y no
el resultado de la reflexión y la elección libre.
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- Comportamiento humano: en el ser humano la determinación instintiva es mucho menor
que en el resto de animales, y su conducta es espontánea y no la repetición de una pauta
heredada. Lo específico de su comportamiento es la posibilidad de elegir entre hacer esto o lo otro,
o incluso, no hacer nada. Sólo un ser que escoge y decide lo que hace, sólo un ser humano, puede
considerarse como un agente voluntario.
Sin embargo no todas las acciones que realiza el ser humano son libres. Para determinar
claramente en qué consiste la acción es necesario previamente realizar la siguiente distinción:
4.2. TIPOS DE ACCIONES HUMANAS
a) Acciones involuntarias. Aquéllas que llevamos a cabo sin darnos plenamente cuenta. Las
conductas involuntarias “nos pasan” a nosotros. Podemos distinguir:
-Reflejas: El reflejo es una pauta hereditaria de comportamiento común a toda una especie
pero, a diferencia del instinto, es de carácter local (no compromete a todo el organismo sino a una
pequeña parte de éste). Su puesta en marcha es automática, desencadenada por un estímulo
particular en la zona respectiva, que debe sobrepasar cierto umbral, de lo que se reduce que no
depende de la especificación de un objeto para producirse. Por ejemplo, al tocar sin ser conscientes
algo caliente, retiramos la mano de forma inmediata.
- Instintivas. El instinto se define como una pauta hereditaria de comportamiento cuyas
características son:
Es común a toda la especie.
Posee finalidad adaptativa.
Es de carácter complejo, es decir, consta de una serie de pasos para su producción:
percepción de la necesidad, búsqueda del objeto, percepción del objeto, utilización
del objeto, satisfacción y cancelación del estado de necesidad.
Es global, compromete a todo el organismo vivo.
b) Acciones forzosas: Acciones que realizamos a la fuerza y cuyo origen no está en nosotros. Por
ejemplo cuando nos caemos a causa de que alguien nos ha empujado.
c) Acciones voluntarias. Acciones que llevamos a cabo siendo plenamente conscientes de ellas
y de la finalidad que perseguimos. Su origen es nuestra propia voluntad.
Por tanto, podemos decir que el termino ACCION HUMANA se refiere a acciones conscientes y
voluntarias. Es decir ACCIONES LIBRES.
El único agente consciente y voluntario es el ser humano y que, por ello, la acción es una
característica específica suya. No obstante, no todo lo que hace una persona es una acción. Por
ejemplo, roncar, hacer la digestión, parpadear... son cosas que hacemos las personas de manera
refleja, sin proponérnoslas ni controlarlas, por lo que no las consideramos acciones. La acción es,
por tanto, la actividad de un agente consciente y voluntario, y que las acciones se limitan a ciertas
operaciones que llevan a cabo las personas.
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4.3. ELEMENTOS DE LA ACCION HUMANA
Los elementos que forman parte de la estructura de la acción son:
a) Finalidad. Deseo u objetivo que nos proponemos llevar a cabo de un modo consciente y
explícito. El fin primero se proyecta intelectualmente, y luego es perseguido en la práctica,
pudiéndose alcanzar o no, y si esto último es lo que nos sucede nos sobreviene la frustración. Gran
parte de las conductas humanas están gobernadas por fines, en este sentido decimos que la
conducta del hombre es teleológica. Los animales también persiguen fines, pero con la diferencia
de que éstos les vienen determinados por su código genético. El hombre puede, de forma
voluntaria, modificar sus deseos, fines biológicos, hasta llegar a reprimirlos totalmente. A diferencia
también de los animales, los hombres pueden perseguir fines culturales (jugar con la consola,
comprarse unas zapatillas, estudiar filosofía, etc.), y éstos son prácticamente infinitos.
b) Medios; Perseguir un determinado fin requiere igualmente elegir los medios para alcanzarlo,
constituyéndose en los instrumentos de todo tipo que debemos de emplear para alcanzar el éxito.
Para evaluar una acción es preciso tener en cuenta tanto los medios como los fines propuestos.
c) Consecuencias. Nuestras acciones siempre tienen efectos y, por tanto, debemos de intentar
preverlos, aunque esto no sea totalmente posible en muchos casos, y, en ocasiones las
consecuencias puedan ser contrarias a lo que pretendíamos. En este sentido podemos hablar de
dos tipos de consecuencias: Previsibles: son aquellos resultados que ya habíamos previsto al pensar
y ejecutar la acción; Imprevisibles: son las consecuencias que no habíamos previsto, bien por
ignorancia, bien porque han surgido sin esperarlo.
d) Sentido. Es el elemento que nos permite comprender por qué se ha llevado a cabo la acción,
y porqué se ha llevado a cabo de una manera y no de otra.
4.4. EL CARÁCTER INMANENTE DE LA ACCION: LOS HABITOS
La inmanencia significa “dentro”, es decir lo que queda dentro del ser humano y por lo tanto “lo
que tiene” el ser humano. Para entender esto hay que explicar que significa “tener” en el ser
humano.
1) tener físico (tener con el cuerpo): tengo un vestido (llevo puesto u vestido); tengo un móvil,
tengo frio, tengo dolor, etc.
2) tener según la inteligencia; es el nivel del conocimiento (saber las matemáticas, saber la teoría
de la relatividad, conocer la historia de España: es un modo de tener). Si el hombre no conociera,
no sería capaz de fabricar instrumentos. Por tanto, el primer nivel del tener depende del segundo.
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3) tener en forma de hábitos. El tercer nivel del tener es el hábito. Cuando el hombre actúa, lo que
hace le mejora o le empeora, y en definitiva lo cambia. La acción humana es el medio por el cual la
persona se realiza como tal, porque con ello adquiere hábitos. Un hábito se puede definir como una
disposición estable que inclina a determinadas acciones, haciéndolas más fáciles. Este es el modo
más perfecto de tener. Tener el hábito de la laboriosidad, del orden o de la fortaleza es algo que
modifica el “ser” de las personas. Por ejemplo, la sinceridad es algo que el hombre tiene pero que a
la vez el hombre “es”. Los hábitos perfeccionan al propio hombre, y quedan en él de modo estable..
Un hábito sólo se adquiere por repetición de actos, porque produce un acostumbramiento y un
fortalecimiento que da la facilidad para su acción propia
Hay varias clases de hábitos, al menos tres:
a) Hábitos técnicos, manuales, que consisten en ciertas destrezas en el manejo de instrumentos o
en la producción de determinadas cosas. El término «arte», aplicado en sentido coloquial, puede
expresar esta destreza: el arte de fabricar zapatos, cerámicas, etc. También puede expresarla la
palabra «técnica»: la técnica de dominio del balón, la del piloto de aviones, etc.
b) Hábitos intelectuales, lo que llamamos “pensar” por ejemplo, saber multiplicar, hablar francés,
etc.
c) Hábitos del carácter. Son los que se refieren a la acción, a la conducta: inclinan a comportarse de
una determinada manera porque nos hacen ser de un determinado modo. Por ejemplo, el hábito
de sonreír con frecuencia; el hábito de fumar un cigarro después de comer; el hábito de recrear
mundos imaginarios mientras damos un paseo; el hábito de avergonzarnos por cualquier cosa, por
ejemplo, hablar en público; el hábito de mentir…
Los hábitos se adquieren con la práctica. No hay otro modo. Y la repetición de actos se convierte en
costumbre y la costumbre es como una segunda naturaleza, según reza el dicho. El hombre es un
animal de costumbres, porque su naturaleza se desarrolla mediante la adquisición de hábitos. La
importancia de las costumbres en la vida humana es enorme. Una vez que se adquiere una
costumbre, resulta difícil cambiarla, incluso aunque se desee hacerlo (basta recordar cuánto cuesta
dejar de fumar): el hábito crea una inclinación o condicionamiento natural, físico y psicológico, que
puede llegar a ser muy fuerte.
En esta clasificación hay que incluir los hábitos morales. La ética trata sobre ellos, y los divide en
positivos y negativos. A los primeros los llama virtudes y a los segundos vicios. Lo veremos más
adelante
Los hábitos son importantes porque modifican al sujeto que los adquiere, modulando su
naturaleza de una determinada manera, haciéndole ser de un determinado modo. Las acciones
humanas quedan dentro de nosotros y nos modifica (cuando yo hago el bien, “me hago bueno”;
cuando digo una mentira, “me hago mentiroso”, cuando yo canto: me convierto en cantante, etc.).
A este tipo de acción corresponde la acción moral.
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5. LA ACCION MORAL
¿De qué tipo de acciones se ocupa la moral? se ocupa de las acciones humanas, es decir, de
aquellas acciones que el hombre realiza con conciencia y deliberación, y que por lo tanto implican
su libertad y su responsabilidad. Cuando nacemos, nuestra vida es como una página en blanco que
está por escribir, lo que supone que cada uno de nosotros va a tener que construirse su propia
existencia y su propia personalidad. La vida es, por tanto, un camino, en el que tendremos que
diseñar nuestro estilo de vida personal. La construcción de ese camino, que es mi vida, se va
realizando a través de los hechos que realizo y de las relaciones con los demás.
Nuestra vida es el resultado de lo que hacemos, de nuestros actos, ellos definen lo que
vamos siendo y hacia dónde vamos. Estos actos deben ser elegidos y decididos por cada uno de
nosotros, elegir los objetivos que queremos alcanzar, buscar los medios adecuados para lograrlos, y
es fundamental, en la medida de lo posible, tomar estas decisiones en libertad.
Sobre las acciones instintivas e inconscientes no puede recaer ningún calificativo del tipo
esto está bien, esto es correcto, etc., sencillamente porque no somos responsables de ellas, por el
contrario, sobre nuestras acciones conscientes, aquellas que sabemos lo que hacemos, que
podemos decidir si las realizamos o no, y a través de las cuales podemos beneficiar o perjudicar a
nosotros mismos o a los demás, si puede recaer la aprobación o el rechazo, tanto de nosotros
mismos como de los demás.
La dimensión moral del ser humano, es una capacidad específicamente humana, no la
tienen los animales, gracias a la cual, somos capaces de diferenciar entre lo que hacemos y lo que
deberíamos hacer, y, por ello, somos capaces de valorar estos actos como justos o injustos, buenos
o malos, honestos o deshonestos, virtuosos o viciosos, etc. Así, por ejemplo, si digo “las guerras
existen”, afirmo un hecho existente, sin más, pero si afirmo “las guerras no deberían existir”, estoy
adoptando un punto de vista diferente ante ese hecho, estoy valorando moralmente las guerras.
Para ello, he tenido en cuenta un conjunto de normas especiales así como los valores, las
costumbres, ideas, etc. que me han sido inculcadas en la sociedad en que he nacido.
Pues bien, esta capacidad humana de distinguir entre lo que está bien y lo que está mal,
entre cómo son las cosas y cómo deberían ser, etc. es una capacidad exclusiva del ser humano
conocida como su dimensión moral.
No hay personas amorales. Las personas somos inevitablemente morales porque, a la hora
de actuar, imaginamos distintas posibilidades, entre las que nos vemos obligadas a elegir, y además
hemos de justificar nuestra elección, si queremos comportarnos como seres racionales. Amoral es
el ser que actúa automáticamente y, por lo tanto, no es dueño de sus actos ni responsable de ellos.
Por ejemplo, los animales. Las personas, en cambio, podemos comportarnos moral o inmoralmente
en relación con unas normas de conducta determinadas, pero no somos amorales. También cabe
admitir, que si una persona no es libre para elegir o escoger entre diferentes opciones, si es
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inconsciente cuando actúa (como quien padece una deficiencia psíquica), no es responsable
moralmente de su conducta.
6. LA ESTRUCTURA DEL ACTO MORAL
La pregunta fundamental que surge es: ¿Cuál es el indicador de la moralidad de la acción, el objeto
elegido (elección), o el fin que se busca (intención)?
- El objeto es la conducta concreta elegida por la persona: una acción u omisión.Cuando
hablamos aquí de “objeto” nos referimos al “objeto moral” de la acción, aquello que
responde a la pregunta “¿qué haces?” o, en el caso que la acción ya haya finalizado “¿qué
has hecho?”. Es decir, es expresable en palabras y podemos decir lo que hemos hecho,
siempre y cuando seamos sinceros con nosotros mismos y con los demás. Algunos objetos
de las acciones son, por ejemplo: “ayudar a una persona invidente a cruzar la calle” u
“ofrecer la propia comida a alguien que tiene hambre”. Otros son más sencillos en su
descripción, como es el caso de “matar”. Si el objeto moral es malo, la valoración de la
acción siempre es mala, independientemente de la intención o de las circunstancias
- “El fin que se busca”: es decir, de la intención. Es el propósito perseguido con dicha
conducta: resolver tal problema, prestar tal servicio, ejecutar tal venganza . Puede recibir la
calificación de buena o mala. Si la intención es mala, la valoración de la acción siempre es
mala. Si la intención es buena la valoración depende del objeto moral. Las buenas
intenciones no hacen buenas las acciones (el fin no justifica los medios)
- las circunstancias son aquellas condiciones accidentales que modifican la moralidad
substancial que sin ellas tenía ya el acto humano; se trata de elementos a los que tiende la
acción por sí pero no en primer lugar. Las circunstancias tradicionalmente se enumeran
como: quién, qué, dónde, con qué medios, cómo, cuándo; agravan o disminuyen la
responsabilidad moral. No reciben calificación moral. Si una persona está desesperada
económicamente y tiene una familia que se va a la ruina, y roba en la empresa: es malo pero
no tanto como si lo haces por corrupción. Pero la circunstancia no justifica que lo que se
haga sea bueno
Además se puede tomar en consideración las consecuencias (que en realidad salen fuera de
la acción aunque están muy relacionadas con ella)
Tanto si la acción es un éxito como si es un fracaso, existe la posibilidad de que de ella se
sigan efectos no imaginados. Entonces hablamos de consecuencias no previstas de la acción. Si
después de comer en el restaurante me da una indigestión, ésta no es el resultado de mi acción,
sino una consecuencia de ella. Las consecuencias no previstas no pueden considerarse acciones, ya
que no son algo que hagamos intencionadamente, sino algo que nos pasa (como, por
ejemplo, roncar).
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Si veo a una persona que corre por la calle, pero no sé por qué (motivo) ni para qué
(intención) corre, en realidad no sé lo que hace: puede estar huyendo de un policía o puede estar
persiguiendo a un atracador o simplemente puede que llegue tarde al trabajo. Como la acción no
es una simple ejecución de movimientos corporales, sino que hablamos de acción cuando éstos
responden a unos motivos y a unas intenciones, entender y poder explicar la acción consistirá
en conocer los motivos y las intenciones que la definen y no únicamente en describir los
movimientos que la componen
Existen sin embargo distintas corrientes éticas que valoran las acciones de modo diferente
Las "éticas de la convicción" determinan el valor moral de las acciones en función de las
intenciones. Las denominadas éticas de la convicción toman en consideración el motivo por el que
se lleva a cabo un acto, con independencia de las consecuencias que se sigan del mismo. Importa
por qué se ha hecho algo, aunque el resultado de la acción no corresponda con la supuesta "buena
voluntad" que ha guiado al sujeto. Los partidarios de las éticas de la convicción estiman que no es
justo condenar moralmente una acción atendiendo simplemente a sus consecuencias, sólo la
voluntad e intención de las personas puede ser calificada moralmente.
Las éticas de la responsabilidad dan prioridad a las consecuencias de la acción sobre las
intenciones que la han motivado y que, a juicio de los partidarios de este tipo de éticas, no pueden
ser objetivamente verificadas. En efecto, ¿cómo conocer realmente las intenciones que llevan a un
ser humano a actuar de tal o cual manera? Sólo el grado de responsabilidad que demostramos a
través de nuestras acciones, y que queda de manifiesto por sus consecuencias, puede ser objeto de
una valoración moral. Tanto si la acción es un éxito como si es un fracaso, existe la posibilidad de
que de ella se sigan efectos no imaginados. Entonces hablamos de consecuencias no previstas de la
acción. Si después de comer en el restaurante me da una indigestión, ésta no es el resultado de mi
acción, sino una consecuencia de ella. Las consecuencias no previstas no pueden considerarse
acciones, ya que no son algo que hagamos intencionadamente, sino algo que nos pasa (como, por
ejemplo, roncar).
7. LA LIBERTAD COMO CONDICION DE LA ACCION MORAL
La libertad es la condición para que una acción sea moral. Pero, ¿qué es la libertad? La
persona humana es principio de sus propias operaciones, principalmente las operaciones de
conocer y amar. A través de estas operaciones el hombre posee enormes posibilidades de
perfeccionamiento: puede conocer más o amar más intensamente. La libertad es una de las
principales características del ser personal. Permite al hombre alcanzar su máxima grandeza o
su máxima degradación, siendo, en cualquier caso, autor de su propia vida. La libertad
empapa todo el actuar humano, de modo que no se concibe que se pueda ser
verdaderamente humano sin ser libre.
Para aproximarnos a una definición de libertad, podemos la podemos considerar en dos
planos distintos:
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a) en el plano de la NATURALEZA, la libertad humana es algo “dado”, podríamos decir
que la libertad no es algo que se tiene, sino que se es: es lo más radicalmente
constitutivo del ser humano. En este plano hay dos tipos de libertad:
- libertad fundamental
- libertad de elección
b) En el plano de la PERSONA La libertad que se conquista y puede crecer
- Libertad moral
- Libertad política
7.1. LA LIBERTAD FUNDAMENTAL
Es el sentido más profundo de la libertad, sobre el que se fundamentan los otros sentidos. Es
una de las capacidades de la naturaleza humana, forma parte del ser humano en el que hay
un espacio interior –intimidad– que nadie puede poseer si uno no quiere, en el cual yo me
encuentro a disposición de mí mismo. Es ser dueño de uno mismo y, por tanto, de las propias
acciones. La libertad fundamental no se puede quitar de ningún modo, ningún cautiverio es
capaz de suprimir este nivel de libertad. El único modo de suprimir esta libertad sería
suprimir al hombre mismo, por eso todas las formas de perseguir la libertad de pensamiento
o de conciencia están condenadas al fracaso.
Esta libertad también se conoce como “libertad interior” es el fundamento de la dignidad
de la persona y la base de los derechos humanos, pues de ella brotan la libertad de
expresión, el derecho a la libre discusión en la búsqueda de la verdad, el derecho a la libertad
religiosa, el derecho a vivir según las propias convicciones y la propia conciencia, o el derecho
a seguir el propio proyecto vital
La libertad fundamental es, por tanto, la inclinación a autorrealizarse haciendo que el
hombre sea causa de sí mismo en orden a las operaciones: se mueve uno a sí mismo hacia
donde uno quiere para alcanzar la propia plenitud. El hombre, en cuanto es radicalmente
libre, está en sus propias manos. Esta libertad es la que hace que nos entendamos como un
proyecto, la que hace posible forjar un proyecto de vida. Ser libre es ser dueño de ti mismo.
Es importante entender que la libertad del hombre no es una libertad abstracta (no
estamos hablando de un ser abstracto, que parte de cero) es una libertad situada en unas
circunstancias (herencia genética, cultura, familia, etc.). La Libertad es limitada: El hombre
no es un ser absoluto porque ninguna de sus facultades lo es. La limitación es triple: física,
psicológica y moral. Necesita nutrirse y respirar para conservar la vida; no es capaz de
conocer y querer todo; y respecto a la moralidad de sus actos, sabe con seguridad que hay
acciones que puede pero no debe realizar. Estos tres aspectos limitan el campo de la libertad
humana y orientan sus elecciones. Pero ello no debe considerarse como algo negativo:
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parece lógico que a un ser limitado le corresponda una libertad limitada, que el límite de su
querer sea el límite de su ser. De otra forma, si la libertad humana fuera absoluta, habría que
comenzar a temerla como prerrogativa de los demás.
7.2. LA LIBERTAD DE ELECCION
La libertad de elección es la capacidad de elegir. Tenemos conciencia de que podemos elegir
y de que podemos elegir esto o aquello. Es lo que se conoce como libertad de arbitrio o
libertad de elección, es ésta la acepción más común de la palabra libertad. Es la libertad que
fomenta la sociedad de consumo que tiende a considerar la sociedad como un inmenso
"supermercado".
¿Está la raíz de la libertad en esta posibilidad de elegir? Es decir ¿el hombre es libre
porque elige o elige porque es libre? Elige porque es libre. La raíz de la libertad no está tanto
en la posibilidad de elección (en la existencia de alternativas) como en la autoposesión
(libertad fundamental). Reducir la libertad a la libertad de elección entre más o manos
ofertas es empequeñecer la libertad humana, que siempre implica un cierto compromiso,
una puesta en juego de la propia existencia.
Una deformación de la libertad es pensar que lo importante es elegir pero que da igual lo
que se elija. Esto implica que el bien o el mal son categorías externas a la libertad, no influyen
en ella. Esta mentalidad defiende que cada uno es libre de elegir lo que quiera siempre que
los demás no se vean perjudicados: aunque alguien se equivoque, es preferible dejarle en el
error antes que imponerle una opinión o una elección que no sea la suya propia. No se puede
hablar de proyectos de libertad mejores o peores. Lo más que se puede decir al hombre es
que somos libres, pero no cómo ser bueno, cómo vivir una vida buena.
Este modo de entender la libertad va necesariamente acompañado de la idea de que
todos los valores son igualmente buenos para aquél que libremente los elige, pues lo que los
hace buenos no es que en sí mismo lo sean, sino el hecho de que son libremente elegidos. Las
categorías de verdad y bien han sido sustituidas por la autenticidad. Lo importante no es
hacer el bien o el mal (son categorías subjetivas, que dependen de cada uno), sino ser
coherente con uno mismo, actuar de un modo auténtico, no siguiendo normas que vienen de
fuera de uno mismo.
La libertad tampoco es absoluta porque tiene un carácter instrumental: está al servicio
del perfeccionamiento humano. Los colores y el pincel están en función del cuadro; la
libertad está en función del proyecto vital que cada hombre desea, y es el medio para
alcanzarlo. Por eso la libertad no es el valor supremo: nos interesa porque hay algo más allá
de ella que la supera y marca su sentido. Ser libre no es exactamente ser independiente. Al
menos, si por independencia entendemos no respetar los límites señalados anteriormente.
Cortar esos vínculos sería cortar las raíces o lanzarse a navegar sin rumbo,
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La limitación humana supone que cada elección lleva consigo una renuncia: estar leyendo o
redactando este capítulo significa renunciar a estar, en este momento, jugando al tenis o nadando.
A su vez, nadar supone no poder, al mismo tiempo, estudiar o pasear. El problema que se plantea
debe resolverlo la libertad pesando el valor de lo que escoge y de lo que rechaza. ¿Quién se
atreverá a decir que escoge la vagancia o la hipocresía porque valen tanto como sus contrarios?
Puestos a renunciar, sólo vale la pena preferir lo superior a lo inferior.
Igual que el orden físico, el orden moral está sometido a límites propios. Y trapasarlos es siempre
peligroso. Cualquier psiquiatra sabe que en la raíz de muchos desequilibrios se esconden acciones a
veces inconfesables. Ser libre no significa estar por encima de la moral, aunque otorga la posibilidad
de no aceptarla y no cumplirla. Ahora bien, la inmoralidad nunca puede defenderse en nombre de
la libertad, pues entonces no podríamos condenar inmoralidades como el asesinato, la mentira o el
robo. La condición social del hombre exige que cada uno respete la libertad de los demás. Si a ello
se añade que toda elección debe buscar lo mejor, podemos concluir que no es correcto identificar
lo libre con lo espontáneo. La libertad, desde cierto ángulo, es justamente la negación de la
espontaneidad: es el dominio de la razón y de la voluntad. Espontáneamente mentiríamos,
insultaríamos, rechazaríamos el esfuerzo y el sacrificio..., pero sólo somos libres cuando entre el
estímulo y nuestra respuesta interponemos un juicio de valor y decidimos en consecuencia.
La idea de que lo espontáneo es lo natural, y por tanto lo bueno, supone ponerse en manos de la
biología. Los animales son espontáneos pero no libres.
Sócrates consideraba el autodominio o autocontrol como la manifestación más elevada de la
excelencia humana. Un autodominio que se manifiesta cuando el hombre se enfrenta a los estados
de placer, dolor y cansancio, cuando se ve sometido a la presión de las pasiones y de los impulsos.
El autodominio, en definitiva, significa el dominio de la propia animalidad mediante la propia
racionalidad. Se comprende así que Sócrates haya identificado la libertad humana con ese dominio
racional de la animalidad: el hombre verdaderamente libre es el que domina sus instintos, y el
hombre verdaderamente esclavo es el dominado por ellos.
Yo no soy libre de tener una determinada constitución biológica o psicológica, pero si soy
libre para asumirla o no en mi proyecto vital. Hay cosas que nosotros queremos y cosas –
buenas o malas– que “nos pasan” sin que nosotros queramos. Imaginarse que la libertad
consiste en la ausencia total de limitaciones puede ser una peligrosa fantasía.
7.3. LIBERTAD MORAL
La naturaleza se perfecciona con los hábitos, ya que éstos hacen más fácil alcanzar los
fines del hombre. Se puede definir el hombre como un ser intrínsecamente perfectible, que
se tiene a sí mismo como tarea. Esto es posible por el carácter abierto de la persona: sus
posibilidades son en cierto modo ilimitadas y están en función de las decisiones que vamos
tomando.
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La realización de la libertad consiste, por tanto, en un conjunto de decisiones que van
diseñando la propia vida y que podemos llamar proyecto vital. Vivir es ejercer la capacidad de
forjar proyectos, y de llevarlos a cabo. De ahí que, dependiendo de la ambición de los
proyectos las vidas sean grises, iluminadas, previsibles, rutinarias, heroicas, aburridas, etc. La
libertad fundamental con la que nos ha dotado nuestra naturaleza debe ser desarrollada en
el tiempo hasta completar la propia biografía. Podríamos afirmar que la libertad moral
consiste en la realización de la libertad fundamental a lo largo del tiempo según un proyecto
vital.
En este camino la espontaneidad no basta. Si no hay un hacia dónde, una meta, la
libertad se hace irrelevante y trivial (¿Coca cola o cerveza?). La libertad se mide por aquello
respecto de lo cual la empleamos. Por eso en ella lo importante son los proyectos, el blanco
al que apuntan las trayectorias, el fin que se busca. La vida de las personas se parece más a
una prueba de “tiro al blanco” que a una carrera. Un ideal es un modelo de vida que uno
elige para sí y se convierte en un proyecto vital cuando se decide a ponerlo en práctica.
8.4. LIBERTAD POLITICA
La realización de la libertad exige que en la sociedad se pueda hacer lo que uno quiere. La
libertad social consiste en que los proyectos vitales puedan vivirse, que toda persona tenga
en sus manos la posibilidad de realizar sus metas. La mayor miseria humana es la falta de
libertad para desarrollarse autónomamente, podríamos definir la miseria como aquella
situación en la que el hombre queda reducido a una dinámica mecánica, en la que no puede
crecer. La libertad social se puede definir como liberación de la falta de recursos económicos,
jurídicos, políticos, afectivos, etc. Liberación de la ignorancia, la pobreza, la falta de
propiedad, la opresión política, la inseguridad, la soledad, etc. La miseria es la forma más
grave de ausencia de libertad, porque conlleva la falta de bienes necesarios para la
realización de la vida humana.
Una sociedad abierta es aquella en la que la libertad existe, no sólo en teoría, sino
también en la práctica. Las sociedades abiertas son –lógicamente– sociedades permisivas, en
las que el pluralismo, la diversidad y la tolerancia son valores irrenunciables, que adoptan la
forma de un ideal al que aspirar, a partir del hecho de que somos distintos, y hemos de
respetarnos como somos. El proceso cultural de los últimos siglos en Europa nos ha enseñado
que esa pluralidad no es una pérdida, sino una ganancia. El respeto al pluralismo es un valor
que trasciende con mucho a la tolerancia del permisivismo.
La tolerancia entendida como permisivismo es lo que se llama “corrección política”,
consiste en no reprochar a nadie su conducta y evitar cualquier manifestación que pueda ser
interpretada como discriminación. Ahora bien, el problema de esta manera de entender la
sociedad es que si nos olvidamos del valor de lo real, si todo se reduce a opiniones y ningún
tipo de convicción tiene más entidad que su contraria, nos quedamos sin motivos para ser
tolerantes. Una tolerancia absoluta (como un relativismo absoluto) es insostenible. Siempre
habrá cosas “intolerables”. El problema es dónde poner los límites de la tolerancia ¿Qué
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pasaría en una sociedad democrática si la mayoría quisiera la intolerancia o algo que va
contra el ser humano?
El defecto contrario a la tolerancia sería el autoritarismo, una forma de gobierno
paternalista que considera a los hombres como menores de edad, no como seres libres.
8. LA CONCIENCIA MORAL
La conciencia tiene dos acepciones: una psicológica y otra moral. Conciencia psicológica es
el conocimiento de uno mismo (autoconciencia). Conciencia moral es la capacidad de juzgar la
moralidad de la conducta propia o ajena. Por tanto la conciencia es una capacidad de la
inteligencia humana. El ser humano tiene conciencia porque es racional: porque la razón es la
facultad de juzgar. La conciencia moral es la capacidad e juzgar el bien o el mal. La conciencia
moral es la capacidad humana que nos hace capaces de distinguir entre lo correcto y lo incorrecto,
lo bueno y lo malo, etc. La conciencia capta el bien como valor universal que “debe” ser buscado en
cada acción, más allá de la mera utilidad, de acuerdo con lo que pide la realidad, con la naturaleza
del hombre.
La conciencia avisa, diríamos hoy, como una luz o un piloto rojo en el salpicadero del coche
sobre los niveles de gasolina o de aceite, como un termómetro que indica la temperatura corporal.
Nos informa sobre el modo en que el bien definitivo y eterno pide ser realizado aquí y ahora, quizá
en una pequeña acción. La conciencia, dice Guardini (s.XX), es como nuestra suprema brújula, que
puede estropearse por superficialidad y frivolidad o, finalmente, por alteraciones psicológicas de la
percepción de la realidad, y en general por falta de armonía entre la inteligencia y la voluntad, los
sentidos y los afectos.
Nuestra conciencia moral es capaz juzgar nuestros propios actos, nos permite saber
íntimamente, si actuamos bien o no, produciendo sentimientos de satisfacción o remordimientos y
es la que nos hace sentirnos responsables de las consecuencias de nuestras acciones. Ahora bien,
en lo que no hay acuerdo es en su origen.
La conciencia es un juicio d ela razón no una decisión de la voluntad: el hombre puede
juzgar bien y actuar mal. La conciencia es la condición necesaria para obrar bien pero no suficiente.
Este es el terrero de las virtudes.
El desarrollo de la conciencia moral
El psicólogo Kohlberg establecerá 3 etapas fundamentales divididas cada una de ellas en dos
estadios diferentes. Básicamente las etapas que distingue Kohlberg son las siguientes:
Etapa preconvencional
Aquel en el que el individuo actúa según sus intereses concretos. La norma es concebida como algo
exterior y coercitivo, que se obedece tan sólo en función de sus consecuencias. Las decisiones y
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acciones del niño se dirigen a evitar el castigo o a lograr algún tipo de recompensa o premio. El
mundo se divide en grandes categorías: bueno-malo, mentira-verdad, correcto-incorrecto…La
norma es puramente instrumental. Dentro de este nivel cabe distinguir estos dos estadios:
Estadio de la obediencia para evitar el castigo: El premio o el castigo se convierten en los criterios
de actuación, sin que haya un cuestionamiento de los mismos o una valoración de sus causas o
legitimidad.
Estadio de la orientación instrumental relativista: Es bueno lo que ayuda al niño a satisfacer sus
intereses y necesidades. El niño instrumentaliza el mundo y el orden moral según sus gustos y
preferencias. Es la etapa en la que se realiza un cálculo moral (echar cuentas para determinar quién
me ayuda y cuánto me ayuda)
Etapa convencional
El individuo va adoptando el punto de vista de ser un miembro de la sociedad. El grupo (sea la
clase, los amigos…) se convierte en la referencia moral permanente: lo bueno es vivir de acuerdo a
los estereotipos que marca el grupo. El niño (o el adolescente) logra interiorizar la moral del grupo
para convertirse en uno más del mismo: se trata de la moral de la imitación y la socialización. Los
estadios de este nivel son los siguientes:
Estadio de consideración convencional referido al otro concreto: aquí lo importante es ajustarse a
las imágenes sociales de lo bueno en todos los órdenes: ser un buen hijo, un buen amigo, un buen
compañero. Se busca la aprobación o la simpatía del grupo, y se comienza a apreciar valores
morales como la gratitud o la lealtad. A la vez, se empieza a juzgar las acciones por la intención de
las mismas.
Estadio de la orientación a la ley y el orden: se valora el mantenimiento del orden social global. Se
valora positivamente la autoridad que termina casi sacralizada. Lo bueno es siempre cumplir la ley,
ajustarse a las normas, hacer lo que se debe, que vendrá marcado por la autoridad o el código
social.
Etapa postconvencional
Es la etapa de la autonomía moral. El sujeto intenta regirse por principios morales universalmente
válidos y por razones distintas de la mera tradición, la costumbre o la autoridad. Se buscará en todo
caso una legitimación y unos motivos para la decisión o acción emprendida. Ahora decide el propio
individuo, y no una instancia exterior al mismo. Se supera un comportamiento que se ajuste a las
leyes o las normas exteriores. Los dos últimos estadios serían:
Estadio del contrato social y la utilidad: el individuo cree que hay un conjunto de valores y derechos
que son válidos independientemente de lo establecido por una sociedad cualquier en un momento
determinado. Dichos valores forman parte de lo que podría entenderse como un pacto social
fundamental, cuya legitimidad última puede ser la utilidad. Las leyes pueden cambiarse y si se
mantienen es porque conviene a todos los individuos de la sociedad. La utilidad (personal y social)
de las leyes justifica su validez.
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Estadio de los principios éticos universales: se supera el plano legal del estadio 5, para adoptar un
punto de vista ético, con aspiraciones universales. En este estadio, se aceptan los principios de un
modo reflexivo, como algo bueno o valioso desde un punto de vista racional, no exclusivamente
legal o jurídico. La conciencia moral autónoma (y no la ley) decide qué es lo justo y qué no lo es. El
sujeto se da las normas a sí mismo, y reflexiona sobre conceptos de contenido moral como justicia,
libertad, igualdad, respeto, dignidad… Se aspira a encontrar principios éticos universales desde los
que tomar las decisiones y actuar.
En esta última etapa, es fundamental la idea filosófica de la dignidad humana, idea que ha
sido especialmente destacada por el filósofo alemán Kant. Según éste, los seres humanos se
merecen un trato especial y digno que posibilite su desarrollo como personas. En este sentido,
afirma Kant, el hombre es un fin en sí mismo, no un medio para usos de otros individuos, lo que lo
convertiría en una cosa. Los seres irracionales, como los animales, pueden ser medios para, por
ejemplo, la alimentación, en cambio la existencia de las personas es un valor absoluto y, por ello,
son merecedoras de todo el respeto moral mientras que la discriminación, la esclavitud, etc. son
acciones moralmente incorrectas, porque atentan contra la dignidad de las personas.
9. LAS VIRTUDES
9.1. Concepto de Virtud
La palabra virtud proviene del griego areté y del latín virtus que significa viril, fuerza de carácter,
capacidad, aptitud, excelencia, dinamismo, arrojo bélico, valentía, cordialidad, perseverancia. Se
trata de habilidades que el hombre va adquiriendo con esfuerzo personal y añadiendo a
su naturaleza que lo hace ser distinto de los demás. He ahí la importancia del tema de las virtudes
en el saber ético, ya que uno de los modelos éticos más enraizados en
la conciencia moral occidental ha sido el del hombre virtuoso. Al recorrer de los años este concepto
se ha definido como cualidad personal que se considera buena y correcta; capacidad de producir un
efecto determinado; buena conducta; comportamiento que se ajusta a las normas o leyes morales;
capacidad para obrar o surtir efecto y herramientas importantes para alcanzar el éxito
Dentro de las filosofías prácticas de la vida la virtud es "el esfuerzo que domina las pasiones. Para
que exista debe de haber lucha y no debe confundirse jamás con la honradez, la benevolencia ni
con la beneficencia. La primera se halla a menudo en los apáticos, la segunda, en los débiles y la
tercera puede maridarse y ningún apático, ningún débil, ninguno que delinca es virtuoso"
En sentido estricto la virtud se concibe como la fuerza interior que permite a la persona llevar a
término las decisiones correctas y adecuadas en las situaciones más adversas para tornarlas a su
favor; es una cualidad positiva de un ser, persona o cosa
La virtud como fuerza, principio y valor se concretiza en la persona humana por ser elemento
esencial en todo quehacer social y cultural. De esta forma, podemos afirmar, que el virtuoso es el
que está encaminado a ser sabio en experiencias, conocimientos, saberes, y además, le permite
desarrollar capacidades, habilidades y destrezas para saber cómo alcanzar sus metas planteadas; es
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el que sabe remar contra corriente; es el alma y el espíritu del ser o no ser en cada persona usando
su corazón como el supremo mediador.
La virtud es considerada como hábito o manera de ser de una cosa y, en último término, su perfección. En el hombre, es el poder propiamente humano, basado en su racionalidad, refiriéndose a todas las actividades humanas, teóricas y prácticas.
En la filosofía sistemática antigua se ha abordado el tema de la virtud como elemento fundamental para el quehacer humano, donde los filósofos le han dado matices propios de su forma de pensamiento y de ver a la realidad.
Sócrates es el primer pensador griego que aborda el tema y afirma que la virtud nos permitirá tomar las mejores acciones, y con ella, podremos distinguir entre el vicio, el mal y el bien. Además la virtud se puede alcanzar por medio de la educación fundamentada en nuestra moral y en nuestra vida cotidiana.
En la antigua Grecia Platón plantea que el ser humano posee y dispone de tres grandes y poderosas herramientas para la vida: el intelecto, la voluntad y la emoción, por lo que para cada herramienta existe una virtud: La sabiduría para identificar las acciones correctas, saber cuándo realizarlas y cómo realizarlas. El valor para tomar estas acciones a pesar de las amenazas, y defender los ideales propios. El autocontrol para interactuar con los demás seres y ante las situaciones más adversas cuando estamos realizando lo que debemos hacer para lograr nuestros propios fines. Y a estas tres añade una más: la justicia para respetar las ideas de los demás, sin abandonar las nuestras, para compartir los frutos de nuestras acciones y ayudar a los otros a realizar las suyas.
En el cristianismo tomó importancia su aspecto moral, como hábito de obrar bien. En la filosofía moderna, la virtud se siguió definiendo, en general, como la disposición de obrar conforme a la intención moral o como la fortaleza moral en el cumplimiento del deber según (Emmanuel Kant).
Toda Etica es una propuesta de virtudes. La creación de hábitos que facilitan el desarrollo de las posibilidades de cada persona es lo que llamamos virtud. La virtud es un fortalecimiento de la voluntad fruto de un ejercicio adecuado de nuestra libertad, gracias a ella uno adquiere una fuerza que no tenía y puede aspirar a bienes arduos cuya consecución exige tiempo y esfuerzo. Si el hombre elige mal, si opta por lo que no le conviene, le sobreviene un debilitamiento de su naturaleza que se llama vicio, una especie de hábito negativo que le incapacita para conseguir posibles bienes. Así pues, la libertad moral puede ser una ganancia de libertad en la medida en que uno se vuelve capaz de hacer cosas que antes no podía.
Las acciones morales, además, son las que a la larga nos convierten en «buenas o malas
personas», es decir, en personas moralmente íntegras o reprobables: uestra percepción de la vida
moral nos dice que podemos elegir entre el bien y el mal. Cuando lo hacemos nos convertimos en
personas virtuosas y cuando no lo hacemos somos personas inmorales:
- La virtud consiste en actuar conforme a la naturaleza humana y por tanto lleva a su
perfección. De la persona que hace el bien se dice que es “virtuosa”
- El vicio consiste en la actuación contra la naturaleza y quien así procede, el inmoral o
vicioso
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Decía Aristóteles en su “Ética a Nicómaco” que “la virtud moral es un hábito”. Un hábito es un
comportamiento que se repite, una forma de actuar estable. Según Aristóteles, “un solo acto no
hace a uno virtuoso”, es decir, una persona no se convierte en generosa porque un día de limosna a
un necesitado o sincera porque un día dijo la verdad. Por el contrario, la virtud moral hay que
conquistarla en el día a día, habituándose a actuar bien, repitiendo actos generosos o sinceros y es,
este hábito, lo que me convierte en una persona buena, sincera, honrada, etc. es lo que llamaba
Aristóteles “segunda naturaleza”
Todas las personas tenemos un carácter o personalidad moral que está formada por nuestras
actitudes y hábitos morales. Se produce entre tales elementos una relación circular: nuestros los
actos morales, repetidos una y otra vez, van conformando nuestras actitudes y hábitos, es decir,
disposiciones a obrar de un determinado modo, que a su vez dan lugar a nuestra personalidad
carácter moral.
9.2. VIRTUDES FUNDAMENTALES
Cuatro virtudes desempeñan un papel fundamental Estas son la prudencia, la justicia, la fortaleza y
la templanza.
La prudencia es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia
nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo. la prudencia quien guía
directamente el juicio de conciencia. El hombre prudente decide y ordena su conducta
según este juicio. Gracias a esta virtud aplicamos sin error los principios morales a los casos
particulares y superamos las dudas sobre el bien que debemos hacer y el mal que debemos
evitar.
La justicia es la virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al
prójimo lo que les es debido.
La fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la
búsqueda del bien. Reafirma la resolución de resistir a las tentaciones y de superar los
obstáculos en la vida moral.
La templanza es la virtud moral que modera la atracción de los placeres. Asegura el dominio
de la voluntad sobre los instintos
10. LA RESPONSABILIDAD
Todo acto libre es imputable, es decir, atribuible a alguien. Normalmente los actos pertenecen al
sujeto que los realiza, porque sin su querer no se hubieran producido. Es el agente quien escoge los
fines y los medios y, por consiguiente, quien mejor puede dar explicaciones sobre los mismos. Así,
del mismo modo que la libertad es el poder de elegir, la responsabilidad es la aptitud para dar
cuenta de esas elecciones. Libre y responsable son dos conceptos paralelos e inseparables.
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El miedo a la responsabilidad supone una visión desenfocada de la libertad, no apreciar que los
compromisos atan pero a la vez protegen. Es bueno el compromiso que un médico tiene de salvar
vidas humanas. Y es bueno para la sociedad, para sus pacientes y para él mismo, que se le pidan
responsabilidades de ello. Si no se le pidieran, se fomentaría su irresponsabilidad. Y si fuera
culpable, quedaría impune. El ejemplo vale para el abogado, el fontanero, el periodista, el
arquitecto..., y para cualquier otra profesión y persona.
Si está claro que somos responsables, ¿ante quién debemos responder? Cada persona es
responsable ante los demás y ante la sociedad. Ante los demás, en la medida en que su conducta
les afecte: no es lo mismo poner a un alumno un suspenso injusto que condenar a muerte a un
inocente, como tampoco es igual la responsabilidad del ciclista y del camionero en el caso de que
ambos no respeten un semáforo, ni es igual robar dos dólares que dos millones. Las
responsabilidades sociales también dependen mucho de las circunstancias: no es lo mismo ser
primer ministro que leñador, ni tampoco el que siembra tomates tiene la misma responsabilidad
que el que siembra marihuana.
Ser responsable significa tener que responder de algo ante alguien. Desde Homero, ese
alguien es, en última instancia, Dios: fundamento último de toda responsabilidad. Si Protágoras dijo
que el hombre es la medida de todas las cosas, Sócrates y Platón puntualizaron que el hombre está,
a su vez, medido por Dios. Sólo sentirse responsable ante el gran testigo invisible es lo que pone al
hombre en la ineludible tesitura de colmar un sentido concreto y personal para su vida, y de ver
que su existencia tiene un valor absoluto e incondicionado.
A nadie se lo obliga a ser malo ni a ser bueno. No podemos eludir la responsabilidad sobre
nuestros actos. Pero el término responsabilidad posee diferentes usos que nos llevan desde la
esfera jurídica a la política, económica o ética. Con el fin de clarificar qué sentido tiene el término
responsabilidad dentro de la filosofía moral, vamos a reseñar sus usos más comunes:
De lo dicho se derivan dos significados de responsabilidad:
1) En primer lugar, la responsabilidad es la obligación de asumir como propias las acciones que
nos pertenecen. Es decir, consiste en no excusarnos, culpar a otros por aquello que hemos hecho
nosotros.
2) En segundo lugar, la responsabilidad es también la obligación de responder de las
consecuencias previsibles derivadas de nuestras acciones u omisiones que tengan repercusión
social, aunque aún no hayan sucedido.
Por ser responsable, las acciones del ser humano son susceptibles de aprobación o reproche por
parte de la comunidad a la que pertenece.
11. LOS VALORES MORALES
5.1. Qué son los valores morales
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Valor» es aquella propiedad o característica de un objeto que le convierte en atractivo o
repulsivo para alguien: un objeto posee “valor” cuando es preferido o deseado por alguien.
Cuando realizamos una acción estamos guiados por una serie de valores que son los que nos
mueven a obrar: los valores motivan la conducta moral y, por ello, aparecen como fundamento de
la vida moral, como una de sus condiciones de posibilidad, pues sin ellos careceríamos de impulso
para obrar.
Los valores morales son criterios de elección. Los seres humanos estamos continuamente
tomando decisiones. ¿Por qué elegimos lo que elegimos? Todas las personas poseen unos
referentes o valores morales, sean consciente o no de ellos, que nos hacen preferir unas cosas u
otras, hacer unas cosas en lugar de otras. os dicen qué es lo más conveniente, qué es lo bueno y,
por lo mismo, qué ha de hacer cada persona en las diversas situaciones en las que se encuentra a lo
largo de su vida.
Por supuesto que no todos los valores son morales. Existen otros tipos de valores: La
clasificación más extendida es la de Max Scheler (s. XX) que divide los valores en:
- Estéticos: belleza, elegancia, armonía,...
- Económicos: calidad, eficacia, eficiencia, abundancia, utilidad,...
- Vitales: salud, vitalidad, energía, fuerza, agilidad,...
- Religiosos: sagrado, divino, santo, milagroso, piadoso,...
- Intelectuales: verdad, conocimiento, corrección, exactitud,..
- Morales: bondad, justicia, honestidad, tolerancia, solidaridad, responsabilidad, amistad,
paz, lealtad...
La ética se ocupa de valores específicamente morales como la honradez, la justicia, la
solidaridad, la libertad. son morales porque está en nuestras manos la posibilidad de
incorporarlos conscientemente a nuestra vida personal y social. Los auténticos valores morales de
una persona no son los que dice que tiene sino los que pone en práctica, los que se reflejan en las
conductas que habitualmente realiza. Los valores morales son las cualidades o propiedades que
deben tener las personas y su conducta, así como las instituciones, para poder ser calificadas como
buenas y justas moralmente. Ejemplos: responsabilidad, honestidad, justicia, solidaridad,
generosidad, sinceridad…etc
5.2. Origen y legitimidad de los valores
Respecto al origen de los valores morales caben dos posturas: el subjetivismo y el objetivismo.
- El subjetivismo moral considera que los valores morales son el resultado de las interpretaciones
que los individuos, los grupos, las clases sociales y las culturas, hacen sobre lo que consideran
bueno o malo. Son producto de un acuerdo, y varían por tanto según las circunstancias.
- El objetivismo moral considera que los valores morales son universales, existen en sí mismos con
independencia de los individuos, los grupos, clases sociales y las culturas. El ser humano descubre
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los valores, no los inventa ni los crea, gracias a la intuición moral. El más firme defensor de esta
postura es el filósofo Max Scheller (s. XIX).
¿En que descansa su validez o legitimidad? Hay dos posturas:
Absolutismo moral: Según esta postura, hay valores absolutos, que valen por sí mismos, su
legitimidad no depende de que los individuos sepan apreciarlos, ni estarían condicionados por la
sociedad o la época. Si se radicaliza, se pueden considerar valores absolutos los que son
meramente opinables (por ejemplo, que cultura es mejor, o que haya un sistema político que sea el
mejor)
Relativismo moral: Las valoraciones dependen, son relativas a, cada persona, y a las
circunstancias sociales, históricas incluso biológicas, en que surgen. Por tanto, no existen valores
universales sino que las circunstancias influyen en modo de valorar • En su versión radical, un
relativismo radical puede llevar a defender cualquier actuación, por aberrante que sea, como
moralmente aceptable, por ejemplo la venganza, etc.
Está claro que, respecto a los valores morales no se deben adoptar posiciones extremas. Por
un lado, excepto los valores absolutos, como los derechos humanos, nadie tendría derecho a
imponerlos a los demás. Igualmente, el relativismo radical es igualmente rechazable, porque desde
esa postura nada es censurable.
Es necesario un sistema de valores lo más ampliamente compartido posible, deseables por
todos lo que no quiere decir que se caiga en la imposición absolutista. Los Derechos Humanos,
recogen los valores esenciales que defienden la dignidad de las persona por el mero hecho de serlo
y hacen posible la convivencia humana, como la libertad, la igualdad, la justicia, o la paz.
12. LAS NORMAS MORALES
Podemos definir las normas morales como la expresión en forma de
mandato, de imperativo, de los valores morales. Cuando en la reflexión ética se descubre que una
realidad es “valiosa”, esa misma reflexión le lleva al ser humano a desear ese valor, a marcarse de
forma imperativa un mandato que le permita conseguir ese valor. Por ejemplo si se descubre que la
vida es un valor, de ese descubrimiento nacerá un mandato, que lo podremos expresar en forma
positiva: “respetar la vida”, o en forma negativa: “no matarás”.
Las normas morales más significativas y de carácter más universal se llaman principios morales.
Un conjunto de normas morales aceptado por una persona o un colectivo determinado es lo
que se llama código moral y constituye un sistema de creencias morales que configura el orden
moral de un individuo, sociedad o momento histórico concreto.
Todas las normas morales son normas de conducta pero no todas las normas de conducta son
normas morales. Por ejemplo, las normas de cortesía no son normas morales.
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Se puede afirmar que las normas morales serán aquellas normas de conducta que poseen
las siguientes características:
Autobligación: Atraen de tal manera a las personas que las poseen, les parecen tan
valiosas, que se presentan ante ellas con una exigencia de ser obedecidas, sin
provenir de ninguna autoridad y sin ninguna necesidad de que los demás se enteren
o no de su cumplimiento que no tiene nada que ver con el aplauso o condena por
parte de la sociedad. Siente que las tiene que cumplir por respeto a sí mismo, nacen
de su forma de valorar y sentir la realidad.
Universalidad: El ser humano que posee normas morales piensa que esas normas
deben regir el comportamiento de todas las personas. Está tan convencido de su
valor que las extendería a todo ser humano.
Incondicionalidad: Las normas morales se presentan al que las posee como valiosas,
y piensa que hay que realizarlas simplemente por el hecho de dar lugar a
comportamientos valiosos, sin que con ellas se trate de conseguir algo distinto, como
el aplauso de los demás, el obtener un paraíso, etc. o cualquier otro objetivo que no
sea su puro cumplimiento.