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5-Ensayos

Date post: 03-Jan-2017
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l presente ensayo tiene origen en refle-xiones provocadas (en la amplia polise-

mia de este término) por algunas ideas de HéctorSchmucler, presentes en sus textos y en su enseñan-za. Mi objetivo es poner en funcionamiento algunascategorías del pensamiento de Max Horkheimer yTheodor Adorno, específicamente las que hacen alo que denominaron desarrollo del pensamientoobjetivante o “Dialéctica de la Ilustración”, y con-frontarlas con ciertos aspectos de las sociedades decomienzos del tercer milenio, así como con autoresy reflexiones que tratan de analizarlas.

En la visión de los frankfurtianos, el Iluminismo,surgido del espanto y el miedo provocados por lasujeción a las fuerzas telúricas, se ha lanzado desdetiempos inmemoriales a una conquista sin fin, bus-cando el completo dominio de la naturaleza y la su-jeción de toda manifestación de autonomía que pu-diera implicar una amenaza a su seguridad. El sigloXX era para ellos el punto de llegada de esta largatravesía, con la conquista de la cultura, travestidaen industria cultural, y con la explicitación de la irra-cionalidad subyacente a la razón subjetiva: la regre-sión del iluminismo a la mitología y la aparición de“un nuevo género de barbarie”.

Las postrimerías del siglo XX, y el inicio del ac-tual, han presentado nuevos desafíos y parecieranmostrar que los campos de conquista del pensa-

miento objetivante aún no se han detenido. A par-tir de algunas sugerencias vertidas por Schmucler,en este trabajo trato de analizar como nueva etapala que él denomina “industria de lo humano”, esdecir, la conquista de la vida posibilitada por las te-rapias de modificación genética, así como las cone-xiones subyacentes con la más general noción de“biopolítica”. En el apartado final, analizo la incor-poración de las habilidades comunicativas y lingüís-ticas de los seres humanos a los actuales modelosde organización de la empresa capitalista. Como sedijo, algunas reflexiones contenidas en los textos yen las clases del profesor Schmucler se encuentranen el punto de partida de mis propias reflexiones,pero los puntos de arribo no siempre son iguales.

I. La conquista de la cultura

En la década del 40, Max Horkheimer y TheodorAdorno (1944) diagnosticaron las causas profundasde la barbarie a la que había arribado la civilizaciónoccidental y las establecieron en lo que denomina-ron “pensamiento objetivante”, realizando unaparticular relectura del tema weberiano de la racio-nalización y el desencantamiento del mundo queexpandió el ámbito de este proceso, tanto en senti-do temporal -al rastrear su inicio en el origen mis-mo de la especie- como conceptual, y abarcandotanto la actitud objetivante frente a la naturalezaexterna como la represión de la naturaleza interna.

En la actitud de dominio de la naturaleza ya seencuentra implícito el punto de vista por el cual elhombre se separa de ella de una manera conflictivay la redefine en términos instrumentales. Separarsede la naturaleza y ponerla bajo el dominio humanoha sido una aspiración de la especie, explicable des-de el espanto y el sufrimiento que ha supuesto enlos primeros hombres la sumisión a las fuerzas na-turales. Como sostienen estos autores, este proce-so ha tenido sus costos: “La humanidad ha debidosometerse a un tratamiento espantoso para que na-

Por Luis Sandoval

Profesor Titular del

Departamento de Comunicación

Social de la Universidad

Nacional de la Patagonia San

Juan Bosco. Se ha desempeñado

en proyectos de comunicación en

distintas instituciones públicas y

actualmente coordina el portal

“Nombre Falso. Comunicación y

sociología de la cultura”

www.nombrefalso.com.ar

Más allá de la conquista de la cultura

E

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ciese y se consolidase el Sí, el carácter idéntico,práctico, viril del hombre, y algo de todo ello se re-pite en cada infancia. El esfuerzo para mantenerunido el yo abarca todos los estadios del yo, y latentación de perderlo ha estado siempre unida a laciega decisión de conservarlo”.

Es factible hipotetizar que las pinturas rupestresde los primeros homo sapiens ya eran una forma deintentar un dominio de la naturaleza por vía de suadscripción a una mitología. El mito vuelve legiblela naturaleza y la ordena, si bien al costo de limitarla acción de dominio a los siempre inseguros me-dios mágicos. Pero en la perspectiva de Adorno yHorkheimer, los diferentes instrumentos que loshombres han utilizado en esta empresa siempre re-produjeron a su turno las condiciones de partida:“La mitología misma ha puesto en marcha el proce-so sin fin del iluminismo, en el que, con necesidadineluctable, toda concepción teórica determinadacae bajo la acusación destructora de no ser más queuna fe, hasta que también los conceptos de espíri-tu, verdad e incluso iluminismo quedan relegadoscomo magia animista”.

De este modo se entiende que, a renglón segui-do, el Iluminismo se haya propuesto como progra-ma “quitar el miedo a los hombres y convertirlos enamos [y, para conseguirlo,] disolver los mitos y con-futar la imaginación”. En su expansión, el Iluminis-mo, el “pensamiento en continuo progreso”, deri-vará en el imperio siempre creciente de aquello queHorkheimer había llamado “razón subjetiva”, encontraposición a la “razón objetiva” o “razón ins-trumental”: un modo de pensamiento que sólopuede afirmar la racionalidad de los medios, perono ya de los fines de la acción humana.

Si bien la razón subjetiva inició su camino co-mo acompañante metódico de las aventuras delIluminismo -y por lo tanto puede rastrearse hastalos orígenes de la civilización occidental-, es en laModernidad cuando su hegemonía se volvió talque pasó a convertirse, sin más, en sinónimo del

comportamiento racional. Se volvió la noción desentido común de razón, y así Horhkheimer pudoempezar Crítica de la razón instrumental diciendoque se había llegado a un punto en el que “urgi-do por dar una respuesta, el hombre medio diráque, evidentemente, las cosas razonables son lascosas útiles y que todo hombre razonable debe es-tar en condiciones de discernir lo que es útil”(Horkheimer, 1947).

Pero la misma concepción que sostiene la afir-mación del hombre común se encuentra en el nú-cleo del pensamiento científico y, de hecho, la afini-dad entre positivismo y sentido común ha sido se-ñalada en numerosas ocasiones. Ya en su artículoprogramático “Teoría tradicional y teoría crítica”Horkheimer había apuntado a las limitaciones de laciencia positivista que hacía hincapié en la sistema-ticidad de las proposiciones1, pero desconfiaba pro-fundamente de la búsqueda de principios genera-les, con lo cual se obturaba la misma posibilidad dedar sentido a su accionar, o como dirá más tarde:“La ciencia misma no sabe por qué ella ordena pre-cisamente en esa dirección los hechos y se concen-tra en determinados objetos y no en otros” (Hork-heimer, 1986).

Ahora bien, en el Horkheimer de los años 30había una propuesta de construcción de una cien-cia social crítica, alternativa al proyecto positivista.Frente al cientificismo positivista, Horkheimer(1947) pudo afirmar que “hay un comportamientohumano que tiene por objeto la sociedad misma.No está dirigido solamente a subsanar inconvenien-tes, pues para él estos dependen más bien de laconstrucción de la sociedad en su conjunto. Si biense origina en la estructura social, no está empeña-do, ni por su intención conciente ni por su significa-do objetivo, en que una cosa cualquiera funcionemejor en esa estructura. Las categorías de mejor,útil, adecuado, productivo, valioso, tal como se lasentiende en este sistema, son, para tal comporta-miento, sospechosas en sí mismas, y de ningún mo-

1 El concepto de ciencia presenteen Edmund Husserl, en quienHorkheimer (1947) encuentra “lalógica más avanzada de nuestrosdías”, es radicalmente limitativo.Para él “ciencia es ‘cierto universode proposiciones que surge demodo constante de la actividadteórica, y en cuyo orden sistemáti-co un cierto universo de objetosalcanza su determinación’. El quetodas las partes, sin excepción ysin contradicciones, estén encade-nadas las unas con las otras es laexigencia básica que debe cumplircualquier sistema teórico. La ar-monía de las partes, que excluyetoda contradicción, así como laausencia de componentes super-fluos, puramente dogmáticos,que nada tienen que ver con losfenómenos observables, son seña-ladas [...] como condiciones im-prescindibles”.

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do constituyen supuestos extracientíficos con loscuales él tenga nada que hacer”.

Diez años después, para la época de Crítica de larazón instrumental, esta perspectiva propositiva pa-rece haber desaparecido. Hacia fines de la décadadel 40, Horkheimer se había convencido de la impo-sibilidad de frenar el avance de la razón subjetiva ha-cia la sociedad totalmente administrada. Las conse-cuencias de este deslizamiento desde la razón obje-tiva a la subjetiva son claramente políticas: si ya noes posible, dado el imperio de la razón subjetiva,sostener ningún fundamento como racional, enton-ces quedarán también en entredicho -y necesaria-mente- los principios mismos que han sustentado lademocracia. Ideas como la libertad individual, laigualdad ante la ley o el respeto a la vida sólo po-drán sostener su validez, argumenta Horkheimer, sidemuestran ser los mejores medios para la obten-ción de un fin ulterior (la paz social, por ejemplo),pero siempre quedarán expuestas a la posibilidad deque otros mecanismos demuestren una eficacia ma-yor. Como hoy ya no es posible establecer la racio-nalidad de los fines en función de algún tipo de or-den natural o divino, entonces resulta imposible darcuenta de los motivos últimos de la propia acción.O, incluso, cualquier fin puede volverse legítimo.

Tomando como caso ejemplar la obra del mar-qués de Sade, como instancia límite en la cual la ra-cionalidad se ponía al servicio de la contracara exac-ta de los valores de la tradición del cristianismo,Adorno y Horkheimer mostraron cual era el destinodel programa iluminista si éste era llevado a su ex-trema consecuencia: “Sade aceleró la disolución delos vínculos (...): la crítica a la solidaridad con la so-ciedad, al trabajo, a la familia, hasta proclamar laanarquía. Su obra desenmascara el carácter mitoló-gico de los principios sobre los que -para la religión-descansa la civilización, el decálogo, la autoridadpaterna, la propiedad (...) Cada uno de los diezmandamientos recibe la demostración de su nuli-dad ante el tribunal de la razón formal”.

A juicio de los frankfurtianos, la instauraciónplena de la racionalidad instrumental desembocabaen el siglo XX en dos experiencias distintas pero ín-timamente vinculadas: la producción y consumo deuna cultura masiva y el establecimiento del terrortotalitario2.

I.1 Cultura y pensamiento objetivante

La producción industrial de la cultura abando-nará la pretensión que había acompañado siemprea la obra de arte autónoma, esa “promesa de bie-nestar” (en la afirmación de Stendhal que se cita amenudo en los textos de Adorno y también de Ben-jamin), para retroceder hasta ocupar un rol privile-giado en el sostenimiento de las estructuras de do-minio del capitalismo avanzado.

En el siglo XX, la cultura también se vuelve unacosa razonable, es decir, útil. Su misión es el “entre-tenimiento” de las masas y para ello el pensamien-to objetivante desarrollará sistemas que calcularánlos efectos y volverán eficiente la producción indus-trial de la cultura. La reducción de la complejidad dela vida a un manojo de estereotipos que harán lasveces de piezas en las cadenas de montaje de la in-dustria cultural es la muestra más acabada de esteproceso.

En el pensamiento cultural de la teoría crítica, lapobreza de la cultura masiva no deriva de las su-puestas limitaciones de sus destinatarios3, y tampo-co de que constituyan formas desviadas, atrasadaso bárbaras, como la crítica conservadora la ha que-rido caracterizar. Al contrario, la industria cultural seubica en el punto más avanzado del imperio de laracionalidad instrumental. Si Kant había asignado alsujeto el papel de deslindar, en la multiplicidad delas formas sensibles, las estructuras subyacentes(que correspondían a los conceptos fundamentalesdel orden de la razón), la industria permitirá aho-rrarle este esfuerzo a su público. Ya no será necesa-ria la operación del esquematismo, porque el suje-

2 En un aforismo redactado algu-nos años después, Horkheimer(1976) reafirmaba su convenci-miento en esta interconexión: “Lademocracia, cuyos votantes noson a la vez esclarecidos y huma-nizados, debe caer víctima final-mente de los propagandistas másinescrupulosos. El desarrollo de losmedios de influencia sobre las ma-sas como diarios, radio, televisión,encuestas, ligado a la influenciarecíproca con el retroceso de lainstrucción, deben llevar necesa-riamente a la dictadura y al retro-ceso de la humanidad”.3 En Televisión y cultura de masas(1966) Adorno demostrará que lacultura popular inglesa de los si-glos XVII y XVIII, que provee granparte de las tramas y personajescomunes en las ficciones de la in-dustria cultural, no poseía comocaracterística esta pobreza. Lastramas de Defoe y Richardsoneran más imprevisibles y los perso-najes mostraban cierta ambivalen-cia psicológica, elementos hoy au-sentes.

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to se enfrentará a los esquemas mismos, ya depu-rados de toda singularidad. Los productos estaránpredigeridos y conceptualmente los mensajes serántodos iguales y aludirán a los mismos esquemas deproducción, por lo que sus diferencias se traslada-rán al campo del costo de realización.

Para los autores, “Kant ha anticipado intuitiva-mente lo que ha sido realizado conscientemente só-lo por Hollywood: las imágenes son censuradas enforma anticipada, en el momento mismo en que selas produce, según los módulos del intelecto con-forme al cual deberán ser contempladas”. Así, lamisión de la industria cultural no se cumplirá sólopor la presencia de un mensaje que refuerza el es-tado de cosas imperante, aunque éste exista4, sinomás precisamente por la estructura misma de susproductos, que permite convertir el ámbito del ocioen un espacio de reproducción del sistema de tra-bajo. “La mecanización ha conquistado tanto podersobre el hombre durante el tiempo libre y sobre sufelicidad, determina tan íntegramente la fabricaciónde los productos para distraerse, que el hombre notiene acceso más que a las copias y a las reproduc-ciones del proceso de trabajo mismo. El supuestocontenido no es más que una pálida fachada; loque se imprime es la sucesión automática de opera-ciones reguladas. Sólo se puede escapar al procesode trabajo en la fábrica y en la oficina adecuándosea él en el ocio”.

La apelación que trata de justificar a la industriacultural afirmando que “es lo que la gente quiere”resulta así totalmente falaz, ya que el público esproducido, en sus expectativas, actitudes, predispo-siciones y deseos, por el mismo sistema. El ansia dedominio del Iluminismo ha sojuzgado la amenazade autonomía que siempre supuso el arte.

II. La colonización de la vida

El desarrollo del Iluminismo aún no parece ha-ber encontrado su límite. En los últimos años de su

vida Horkheimer (1986) afirmó que “al final, si al-guna catástrofe no destruye la vida por completo,habrá una sociedad totalmente administrada”.¿Cómo continuar el diagnóstico de los frankfurtia-nos, si asumimos su validez, al menos como hipó-tesis de trabajo? ¿Qué campo de sujeción invadiráel pensamiento objetivante, el frío cálculo de me-dios y fines, una vez asegurada la conquista de lacultura?

Héctor Schmucler (2001) sugiere al respectouna línea de consecuencias perturbadoras: “La in-dustria cultural significaba la eliminación de cual-quier forma de autonomía de la creación humana.La industria de lo humano, que encuentra en la ma-nipulación genética su expresión más destacada, vamás lejos: admite la posibilidad de concluir con la li-bre apertura al mundo como rasgo indelegable delos seres humanos. Si la cultura no resiste su trans-formación en puro objeto productivo, la humani-dad misma se desvanece cuando se postula la posi-bilidad de predeterminar el comportamiento de loshombres”.

Si la imaginación distópica de los escritores deciencia ficción del siglo XX parecía proponer sus pe-sadillas como alusiones a las tendencias más deshu-manizantes de las sociedades contemporáneas, elinicio del siglo XXI está volviendo literales esas me-táforas. El biólogo molecular Lee Silver, de la Uni-versidad de Princeton, a partir del reconocimientode que los costos que suponen tecnologías como lamodificación genética hereditaria las harán accesi-bles sólo a los sectores más ricos de la población, hallegado a postular un futuro en el que se diferencia-rán nítidamente los GenRich (ricos en genes) y losNaturales: “Todos los aspectos de la economía, laprensa, la industria del entretenimiento y el conoci-miento industrial serán controlados por los miem-bros de la clase GenRich… Los Naturales trabajaráncomo proveedores de servicios o trabajadores conpagos bajos… [Eventualmente] la clase GenRich y laclase Natural serán especies completamente sepa-

4 “Aunque su objetivo explícitosea la diversión, los productos dela industria cultural no desaprove-chan la oportunidad de reforza-miento ideológico, ya sea en susuperficie o en aquellos estratosde significación de los que Ador-no afirma que son significaciones,antes que inconscientes, “calla-das”. Recordemos que la ideolo-gía nunca está oculta en sí, sinoque se ocultan sus cimientos rea-les (mostrar un sistema de pro-ducción e intercambio como sifuera sólo uno de intercambio)”.La ideología está a la vista de to-dos: una serie de teorías, imáge-nes, representaciones y discursosson productos de las relacionesideológicas que los sujetos con-traen con sus propias condicionesde existencia” (Eagleton, 1990).

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radas, sin habilidad de poder cruzar las especies en-tre sí y con el mismo tipo de interés romántico unoen el otro que el que el actual humano tiene por unchimpancé” (CGS, 2005).

Si este futurible es de por sí aterrador, lo es aúnmás la manera en que Silver justifica la aplicaciónde estas tecnologías, de las que es claramente con-ciente de sus resultados. La sociedad norteamerica-na, argumenta, privilegia el principio de que el des-tino de las personas está asociado tanto a su liber-tad personal como a su fortuna personal. De he-cho, si los jóvenes provenientes de las clases aco-modadas acceden a posibilidades educativas nega-das a los pobres, lo que se traducirá más tarde ensu inclusión en los círculos dirigentes de la econo-mía y la política del país, entonces el uso de la tec-nología de modificación genética vendrá simple-mente a prolongar esta racionalidad social fundan-te. En sus palabras: “En una sociedad que valora lalibertad individual sobre todo lo demás es difícil en-contrar una base legítima para restringir el uso dereprogenéticas”. En tal sentido, puede citarse tam-bién la reflexión del economista del MIT LesterThurow: “Supongamos que los padres pueden au-mentar 30 puntos el coeficiente intelectual de sushijos, ¿no les gustaría hacerlo? Además, si no lo hi-cieran, su hijo sería el más estúpido del vecindario”(CGS, 2005).

La eugenesia, como ideología subyacente enlas amenazas que suponen los usos extremos de lastecnologías de modificación genética, es la expre-sión más cabal de una ciencia que no puede darcuenta de los fines que persigue, preocupaciónque atravesó longitudinalmente la larga reflexiónde la teoría crítica. Abandonada la posibilidad dedefinir racionalmente los fines, éstos son impues-tos por el deseo de dominio o -lo que termina sien-do otra forma del mismo- por la lógica irracionaldel mercado.

Las terapias genéticas para la selección del gé-nero previas al embarazo, que ya están empezando

a comercializarse en EE.UU., muestran la trivialidadsubyacente a “lo que quiere la gente”, al mismotiempo que su condición de vanguardia de un mo-delo social que parece calcado del Mundo feliz deHuxley5.

Pero ¿cuál es la lógica de esas selecciones? Onuevamente, ¿qué esconde lo que la gente quiere?Los históricos puntos de contacto entre la cienciaeugenésica y las más brutales formas del racismorenacen en los actuales opositores a cualquier for-ma de control social de las terapias genéticas, y sepatentizan aún más claramente en sus visiones delfuturo. Como sostiene Schmucler (2001): “Desdeuna perspectiva eugenésica, la ciencia de la mani-pulación genética anunciaba su futuro apoyada enuna ideología a la que casi nadie ponía obstáculos:el progreso. Las nociones de raza y racismo -difícil-mente separables de la eugenesia- tienen un espa-cio común con la creencia en el progreso que laModernidad hizo posible”.

El racismo, el eurocentrismo y el darwinismo so-cial se patentizaban en el sostén ideológico de lavieja eugenesia, pero también de la actual. JuremaWerneck, Secretaria Ejecutiva de la Articulación deMujeres Negras de Brasil, ha señalado las “llamati-vas coincidencias” existentes en las formulaciones yprácticas eugenésicas, donde las iniciativas se desa-rrollan en el cuerpo de la mujer y son encabezadaspor hombres de grupos raciales o étnicos conside-rados superiores (blancos occidentales) y provenien-tes de los países del hemisferio norte, mientras quelas mujeres sometidas a intervenciones pertenecena grupos considerados inferiores y viven en países yregiones sometidos a la pobreza y la explotacióneconómica.

Sostiene Werneck (2005): “Desafiadas por lageneración de múltiples vulnerabilidades, [las muje-res negras] nos vemos obligadas a invertir nuestraspautas políticas a fin de dar respuesta a los ambicio-sos proyectos de científicos, empresas y consumido-res (e incluso algunos sectores del movimiento fe-

5 “Si esta forma de selección sevuelve la norma, no habrá ningúncimiento ético ni moral sobre elcual oponerse a futuras seleccio-nes eugenésicas de color de piel,estatura o tipo de musculatura. Laselección sexual abre la puerta aun futuro tecno-eugenésico co-mercializado de bebés diseñados ycombinados como accesorios”,(CGS, 2005).

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minista) de los países blancos del norte. Esto, al mis-mo tiempo que estamos inmersas en nuestras pro-pias demandas de justicia y del fin del racismo y ladesigualdad de género, de acceso a los bienes so-ciales, al agua potable, a un ambiente sano, de lu-cha contra el hambre y la pobreza, de control de laepidemia de VIH/sida, entre otras cosas”6.

II.1 Biopolítica, control y la nueva definición de li-bertad

El pensamiento objetivante no se detiene antelo sagrado de la vida y convierte a la misma natura-leza humana en objeto de un cálculo racional demedios y fines. Se tratará, entonces, de la produc-ción de la vida humana misma. En un registro algodiferente, pero plenamente coincidente, MichelFoucault se centró en esta problemática al proponerla noción de biopolítica7. No es menor que localiceejemplarmente el origen de esta tecnología de po-der en el quiebre que suponen las concepciones fi-siocráticas frente a las mercantilistas. Las últimaspostulaban –en relación con el problema crucial delgrano y la escasez– una serie de reglamentacionestendientes a asegurar un grano abundante y bara-to, a partir de que los salarios sean lo más bajos po-sibles.

De esta manera, esperaban contar con un con-junto de mercancías comercializables a bajo costoque, al ser vendidas en el extranjero, permitieranimportar grandes cantidades de oro con el objetivofinal de fortalecer la riqueza del Estado. Las sucesi-vas crisis de escasez mostraron la fragilidad del ra-zonamiento, y llevaron a los fisiócratas a una argu-mentación en todo diferente: la eliminación de lasreglamentaciones permitiría un alza del precio delgrano, induciendo a los campesinos a ampliar suscosechas y alentando a los intermediarios a no aca-pararlo. El precio no subiría de manera indefinida,sino que alcanzaría un nivel óptimo, tanto para susiembra como para su consumo, eliminando el pro-

blema de la escasez y su potencial peligro, la rebe-lión.

El paso del mercantilismo a los fisiócratas es elpasaje de la aplicación del sentido común (y el de-seo del soberano) a la aplicación de los principiosracionales de la ciencia o, en términos de Foucault(2004), el paso de los mecanismos de la soberaníay la disciplina a los de la seguridad y el gobierno.“Será preciso manipular, suscitar, facilitar, dejar ha-cer; en otras palabras, será preciso manejar y ya noreglamentar. El objetivo esencial de esa gestión noserá tanto impedir las cosas como procurar que lasregulaciones necesarias y naturales actúen, e inclu-so establecer regulaciones que faciliten las regula-ciones naturales”.

Vale decir, la biopolítica nace cuando el dogmaqueda sustituido por el conocimiento científico dela naturaleza, pero se trata de un conocimiento queno aparece de ningún modo desinteresado, sinoque busca poner al servicio del poder, encauzándo-los, los procesos naturales. Para lograr esto, es ne-cesario favorecer que estos procesos se desarrollensin restricciones voluntaristas. Paradójicamente,“un dispositivo de seguridad (…) sólo puede fun-cionar bien con la condición de que se dé algo quees justamente la libertad”. Así, se está en condicio-nes de pasar del derecho soberano feudal -que aúncuando proponía su imperio sobre la vida y la muer-te, sólo alcanzaba a efectivizarse como derecho dehacer morir o dejar vivir- a un dispositivo totalmen-te nuevo: el de hacer vivir y dejar morir.

“La biopolítica tiene que ver con la población, yésta como problema político, como problema a lavez científico y político, como problema biológico yproblema de poder (...) En los mecanismos introdu-cidos por la biopolítica, el interés estará en princi-pio, desde luego, en las previsiones, las estimacio-nes estadísticas, las mediciones globales; se tratará,igualmente, no de modificar tal o cual fenómenoen particular, no a tal o cual individuo en tanto quelo es, sino, en esencia, de intervenir en el nivel de

6 Por eso es que resulta tan difícil-cuando nos ubicamos en una po-sición geográfica, cultural e ideo-lógica muy diferente- compartirlas apreciaciones que realiza Ro-bert Nisbet (1991) sobre la nociónde progreso: “Por muchas corrup-ciones que haya experimentado laidea de progreso (…), sigo con-vencido de que esta idea ha con-tribuido más que cualquier otra, alo largo de veinticinco siglos de lahistoria de Occidente, tanto a fo-mentar la creatividad en los másdiversos campos como a alimen-tar la esperanza y la confianza dela humanidad y de los individuosen la posibilidad de cambiar y me-jorar el mundo”. Es más difícilaún cuando Nisbet cuenta entreestas “corrupciones” la mismaconfianza en el progreso que ex-hiben “las naciones que constitu-yen las más terribles amenazasque pesan sobre la cultura occi-dental y sus valores espirituales ymorales”, un discurso que se ubi-ca a un tris de postular el “Eje delmal”. Es difícil realizar el esfuerzode salvar la noción de progresosin sucumbir a una defensa dog-mática y conservadora de los “va-lores de la civilización occidental”,es decir, sin retroceder a un euro-centrismo retrógrado. Nisbet nolo consigue, aunque incluso esdudoso que lo intente. Las alusio-nes al texto de Thomas StearnsEliot, Notas para la definición dela cultura (1948), y su defensa dela tradición, lo muestran cómodocon posiciones claramente conser-vadoras, algo un tanto paradójicopara un defensor de la idea de“progreso”. Tal vez, justamente,sea aplicable a Nisbet lo que Ray-mond Williams (1958) dijo deEliot, hace ya medio siglo: “Loque es muy claro en el nuevoconservadurismo es que una ge-nuina objeción teórica al principioy los efectos de una sociedad in-

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las determinaciones de esos fenómenos generales,esos fenómenos en lo que tienen de global (...) Nose trata, en absoluto, de conectarse a un cuerpo in-dividual, como lo hace la disciplina. No se trata enmodo alguno, por consiguiente, de tomar al indivi-duo en el nivel de detalle sino, al contrario, de ac-tuar mediante mecanismos globales de tal maneraque se obtengan estados globales de equilibrio y re-gularidad; en síntesis, de tomar en cuenta la vida,los procesos biológicos del hombre/especie y asegu-rar en ellos no una disciplina, sino una regulariza-ción” (Foucault, 1997).

En la modernidad, diría Foucault, el poder des-cubre que su mandato se ejerce no simplementesobre un grupo humano más o menos numeroso,sino sobre seres vivos regidos o atravesados por le-yes biológicas, y que éstos también son ámbitosde ejercicio del poder. Estas tecnologías se con-centrarán en la regulación de los aglomerados hu-manos en forma despersonalizada: el urbanismo,la higiene pública, las políticas encaminadas a mo-dificar las tasas de natalidad o mortalidad, van enesta vía. Cierto, las regulaciones biopolíticas ac-túan sobre los procesos vitales en el nivel de la po-blación, mientras que las técnicas eugenésicas nopueden (aún) prescindir de los cuerpos individua-les. Pero esta observación, antes que cuestionar larelación, sugiere que el vínculo entre las tecnolo-gías disciplinarias y las regulaciones poblacionalesse vuelve, en las sociedades de comienzos del ter-cer milenio, aún más íntimo que el que suponíaFoucault.

El nuevo modelo social -sociedades de controllas denomina Gilles Deleuze (1998)- permite la pro-liferación de la libertad, pero a condición de que és-ta se encauce rigurosamente. Ya no se trata de limi-tar los movimientos por medio del encierro, sino depermitir los desplazamientos, pero en el marco deuna grilla ya definida, aunque prácticamente invisi-ble8. Si el modelo de las sociedades disciplinariasimplicaba retener los cuerpos, ahora se trata de li-

berarlos, incluso de sus limitaciones biológicas9 ygenéticas, mientras que lo que aparece retenido esel uso/ disfrute de ciertos bienes o servicios. De ahíque el acceso se vuelva una categoría central, tan-to de las estrategias del capitalismo global (Rifkin,2004), como de las mismas reivindicaciones de lostrabajadores y -justamente- excluidos. Después detodo, los hombres siempre viven las relaciones consus condiciones de existencia en el marco de laideología dominante, lo que lleva a que “las masastienen ahora lo que quieren y reclaman obstinada-mente la ideología mediante la cual se las esclavi-za” (Horkheimer y Adorno, 1987).

En las sociedades de control, como sostienenMichael Hardt y Antonio Negri (2000): “Los meca-nismos de comando se tornan aún más ‘democráti-cos’, aún más inmanentes al campo social, distribui-dos a través de los cuerpos y las mentes de los ciu-dadanos. Los comportamientos de inclusión y ex-clusión social adecuados para gobernar son, porello, cada vez más interiorizados dentro de los pro-pios sujetos. El poder es ahora ejercido por mediode máquinas que, directamente, organizan lasmentes (en sistemas de comunicaciones, redes deinformación, etc.) y los cuerpos (en sistemas de bie-nestar, actividades monitoreadas, etc.) hacia un es-tado de alineación autónoma del sentido de la viday el deseo de creatividad”.

La “apertura al mundo”, entonces, continuaríae incluso sería en algún modo potenciada10, pero loharía de una manera tan radicalmente redefinida, ytan profundamente funcional a los objetivos del ca-pitalismo trasnacional, que vuelve problemática lamisma definición de “libertad”. ¿Cómo no ver en laambición eugenésica de producción de cuerpos“perfectos” (en relación a una matriz de presupues-tos ideológicos acerca de dicha perfección), o en lamodulación de las sociedades de control (siempredispuestas a ofrecer mayores dosis de libertad acambio de que las elecciones se den en el sentidoquerido por el poder), nuevos vectores de desarro-

dividualista ‘atomizada’ se combi-na y debe combinarse con la ad-hesión a los principios de un siste-ma económico fundado precisa-mente en ese punto de vista indi-vidualista ‘atomizado”. O, dichomás claramente, “tira la piedra,pero esconde la mano”.7 Si bien pareciera que Foucaultsólo muy tardíamente estudió alos frankfurtianos, existen puntosde vinculación más que interesan-tes. En un artículo sobre estas zo-nas de contacto, Henri Leroux(2006) señala que “Foucault elo-gia a Frankfurt por intentar captarel punto exacto; en el que esta-mos, de nuestra historia, que es -yesa es para él la gran problemáti-ca moderna- la que sin artificioshace el balance exacto sobre la ra-zón”. Y, de hecho, “puede decirseque el intento de Foucault de re-considerar su doctrina del poder[presente en sus trabajos finalessobre la hermenéutica del sujeto]corresponde a un deseo de validarla visión ‘pesimista’ de la evolu-ción [que posee] Frankfurt -la úni-ca apta para tomar la medida trá-gica de la época- pero para plan-tear el desafío, incluso en esascondiciones extremas, de volver adar a la razón autónoma su natu-raleza propia”. Curiosamente, Le-roux presenta una versión del filó-sofo francés mucho menos estruc-turalista y opresiva que las que cir-culan corrientemente y que suelenfinalizar en la interpelación: “¡Pe-ro entonces usted cree que no esposible salirse del poder!”, pasoprevio al nihilismo político, o alabandono de Foucault como pen-sador que aporte algún tipo deproductividad política.8 A riesgo de forzamiento, puedeecharse mano a la diferenciaciónque hace Anthony Giddens (1995)entre conciencia discursiva y con-ciencia práctica: si el encierro dis-ciplinario opera en el nivel de la

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llo del pensamiento objetivante denunciado porAdorno y Horkheimer? Si la industria de lo humanodemuestra que no hay límites evidentes al imperiode la razón subjetiva, del frío cálculo de los mejoresmedios para alcanzar el fin propuesto (sea éste elque sea), la trama de generación biopolítica explicaa su vez la manera profunda en que los sujetos sonproducidos por el poder11; vale decir, los modos enque el pensamiento objetivante se aplica a definirlas sociedades del tercer milenio.

III. El paradójico regreso de la palabra

En el artículo que abre su libro Memoria de lacomunicación (1997), Héctor Schmucler afirmaque una de sus convicciones es que “estamos vi-viendo una cultura signada por la declinación de lapalabra, devaluada hasta el extremo, y que comoconsecuencia de esa pobreza ha crecido la desola-ción en el mundo”. En lugar de la palabra, las so-ciedades tardomodernas propondrían la utopía dela massmediatización generalizada, donde la tec-nología se volvería la cifra del futuro posible y de-seable. Y termina el artículo con una pregunta/ in-terpelación: “¿Queda tiempo para que la palabraregrese?”.

Aun compartiendo su perspectiva general, creoque las sociedades actuales muestran un modo in-quietante de retorno de la palabra exiliada, muy le-jano a los deseos de Schmucler, y en el que nueva-mente resultan de utilidad para la reflexión algunasintuiciones de la teoría crítica. Lejos de la noción deque el ocio es un tiempo vacío12, los frankfurtianoshabían localizado el papel preciso que cumple enlas sociedades de la modernidad tardía: asegurar elcierre del ciclo productivo, tanto desde un punto devista estrictamente económico como así tambiénideológico.

Como afirma Blanca Muñoz (1989): “Si antesal esclavo no se le dejaba tiempo más que paraproducir, ahora, con la tecnificación, el tiempo li-

bre que se le va a conceder será un tiempo ‘ocu-pado’. La automatización consolidará un modeloque culturalice y organice la población a fin de‘entretenerla’ durante el tiempo no productivo,pero en cuyo transcurso consuma lo producido. Lasociedad postindustrial será entonces una socie-dad con la ley determinante de producir mercan-cías y, esencialmente, necesidades”. De allí que eltiempo del ocio, cuando éste se vuelve sinónimode consumo de los productos de la industria cultu-ral, adquiera el cariz de continuidad de los proce-sos productivos.

Sin embargo, en su análisis de la “multitudpostfordista”, Paolo Virno (2003) encuentra que es-ta premisa ha sido invertida: ya no se trata, en lassociedades de inicios del tercer milenio, de que elocio dé continuidad al momento del trabajo, sinode que éste se apropia del bagaje de recursos y ha-bilidades adquiridos y utilizados en la esfera domés-tica y en las relaciones interpersonales, y los trans-forma en poderosas fuerzas productivas al serviciodel capital.

En el postfordismo, el trabajo se vuelve una ac-tividad virtuosa, en el sentido en que este términohabía sido discutido tanto por Kart Marx como porHanna Arendt: una actividad que no produce unaobra sino que se cumple en sí misma y que exige,para tener lugar, la presencia de los otros. ParaMarx, los virtuosos (músicos, bailarines, predicado-res, etc.) realizan un trabajo asalariado no producti-vo, y por lo tanto se asimilan a las tareas serviles(aquéllas donde no se invierte capital, sino que segasta un rédito); constituyen así un caso interesan-te desde el punto de vista analítico, pero marginaldesde el empírico.

Arendt, por su parte, está interesada en las simi-litudes que existen entre los artistas virtuosos y laacción política. Asumiendo la división aristotélica dela experiencia humana en Trabajo, Acción Política eIntelecto, encuentra que lo distintivo de la praxis esque consiste en una acción que tiene su fin en sí

conciencia discursiva (“a la vista”de los sujetos del mismo), las so-ciedades de control actúan en elregistro de la conciencia práctica,con lo que tornan más difícil vol-ver evidente la existencia de susdispositivos (aunque la misma, sino explicada, es experimentadapor los sujetos).9 Parte de la misma lógica queestamos comentando es la expan-sión de las cirugías plásticas, alpunto de que se esté hablando dela existencia de adictos a las mis-mas.10 Como sucede con las tenden-cias actuales del management,que acentúan la actitud positiva,la motivación, la creatividad ycierta autonomía para la toma dedecisiones (empowerment o “em-poderamiento”, ya sea de los em-pleados, de los clientes o de losusuarios).11 El hecho de que la libertad delos sujetos sea un requerimientointerno a las sociedades de con-trol ya fue intuido por los frank-furtianos: “El hecho de ofrecer alpúblico una jerarquía de cualida-des en serie sirve sólo para lacuantificación más completa. Ca-da uno debe comportarse, por asídecirlo, espontáneamente, deacuerdo con su level determinadoen forma anticipada por índicesestadísticos, y dirigirse a la cate-goría de productos de masa queha sido preparada para su tipo”(Horkheimer y Adorno, 1944).12 “El ocio es una cantidad detiempo libre, exento de las exi-gencias del tiempo de la obliga-ción (el tiempo del trabajo profe-sional o escolar, y las sujeciones aél anexas, como trasladarse de unlugar a otro, etc.) y del tiempo delcompromiso (el tiempo de lasobligaciones sociales, administrati-vas, familiares y domésticas). Elocio no define a priori ningún ti-po de actividad, lo que lo caracte-

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misma13, y que depende de la presencia de losotros; en este caso en el espacio público, es decir,las mismas características de los artistas virtuosos.Para Arendt, el principal problema era la asimilaciónde la política a los modos característicos del traba-jo, el borramiento de los límites entre ambos enperjuicio de la primera. En un sentido simétrica-mente opuesto va a argumentar Virno: “Sostengoque en el trabajo contemporáneo se manifiesta la‘exposición a los ojos de los otros’, la relación conla presencia de los demás, el inicio de procesos iné-ditos, la constitutiva familiaridad con la contingen-cia, lo imprevisto y lo posible. Sostengo que el tra-bajo postfordista, el trabajo que produce plusvalía,el trabajo subordinado, emplea dotes y requisitoshumanos que, según la tradición secular, corres-pondían más bien a la acción política”.

En el pasaje hacia el modelo postfordista la in-dustria cultural cumple un papel clave. Por defini-ción, la industria cultural es una actividad sin obra,es decir “virtuosa”14, y es en ella en donde empe-zaron a coincidir el trabajo asalariado, las tecnolo-gías de planificación y organización del capitalismode escala y las cualidades otrora asignadas a la ac-ción política. Esta combinación, que resultó experi-mental en los primeros diarios masivos, o en el cinede los grandes estudios de las décadas del 30 y 40,luego se volvió -y ésta es, creo, una de las ideas mássugerentes de Virno- la norma en todo tipo de pro-ducción.

Cuando este autor alude a que el trabajo ha in-corporado las características de la acción política loque está diciendo es que las facultades humanasgenéricas de la comunicación y el lenguaje –quehasta antes del postfordismo quedaban por fueradel espacio productivo– ahora han sido conquista-das por el capitalismo y transformadas en fuerzasproductivas centrales. Virno recuerda que desdesiempre una de las formas que tuvo la empresa ca-pitalista de incrementar la productividad (y la ga-nancia) fue la sustracción del saber de los obreros:

cuando éstos encontraban un modo menos fatigo-so de hacer el trabajo, éste era incorporado comomodificación organizativa. Pero ahora el trabajo delempleado es encontrar formas que mejoren la or-ganización. Se exigen, como competencias habitua-les, la creatividad, la intuición, la asunción de ries-gos, la comunicación.

Hoy, por caso, es habitual entender a una orga-nización como una “red de conversaciones”15,donde la actividad principal de su personal es de ti-po comunicativo: recibir pedidos, asumir compro-misos, redactar informes, establecer estrategias,etc. Un ejemplo, entre muchos otros posibles, es lareflexión realizada por la especialista chilena SallySchachner en una entrevista realizada por el diarioLa Voz del Interior en octubre de 2006: “Antes, conel trabajo mecánico, la gente no tenía necesidad dehablar. Ahora, las tareas creativas exigen más co-municación, y en el contexto de la empresa es cru-cial. [El trabajo mecánico es] la parte más fácil de re-solver en una empresa, porque se adapta la tecno-logía y se diseña lo que se necesita (…) Lo difícil esdefinir la política de la institución, ponerse deacuerdo, superar las discrepancias, entender al otroy ser capaz de negociar, y para ello la comunicaciónes indispensable, y por supuesto es lo que define eléxito o fracaso de una empresa”.

Pero por si queda alguna duda acerca de la in-tencionalidad del capital con esta preocupación porlas cuestiones comunicativas y conversacionales,Schachner se sincera: “Guste o no guste, las con-versaciones se dan, pero la propuesta es convertiresa conversación en un elemento de la productivi-dad de la empresa, ya que malas conversacionesdisminuyen la productividad, en tanto que buenasconversaciones la aumentan”.

Curiosa forma, la del capital, de poner su aten-ción en la palabra; no para restituirle su valor libe-rador, sino para convertirla en un nuevo –y más po-deroso– instrumento de dominio. Si Schmucler selamentaba porque “el verbo, en su sentido fuerte y

riza es sólo su forma liberatoria; elocio se presenta como un purocontinente, como una envolturade tiempo liberado; el ocio no de-fine nada más que un vacío” (Yo-net, 1988). En su deseo de adjudi-car mayor capacidad de agencia alos sujetos, Paul Yonet se extrali-mita y acaba por derribar cual-quier precaución estructural.13 Hoy diríamos que es performa-tiva (o mejor, para sustituir unneologismo burdo por otro máselegante, realizativa, tal como ha-cen los traductores de John Langs-haw Austin).14 Por supuesto que existen regis-tros que pueden asimilarse al re-sultado de un proceso productivoestándar: discos, películas, etc. Pe-ro la industria cultural no ofreceun film enlatado, sino la experien-cia del cine. Tal vez habría que po-ner algunos resguardos al uso delsustantivo “consumo” asociado aladjetivo “cultural”.15 Así lo hace el influyente mode-lo del filósofo organizacional Fran-cisco Flores, colaborador de losepistemólogos constructivistasHumberto Maturano y FranciscoVarela.

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responsable, es un exiliado de los sistemas interac-tivos de las redes globales”, pareciera, por el con-trario, que la capacidad de integración de lo distin-to -que Horkheimer y Adorno señalaron como dis-tintiva del capitalismo- lo ha llevado a reparar en es-te “olvido”, propiciando un retorno de la palabraexiliada, aunque del modo omnímodo que losfrankfurtianos sabían consustancial al desarrollo delpensamiento objetivante.

IV. Coda

Dado que el objetivo enunciado para este ensa-yo era poner en funcionamiento algunas categoríasdel pensamiento frankfurtiano, el tono apocalípticoque lo atraviesa se vuelve prácticamente inevitable.No considero, sin embargo, que el diagnóstico críti-co de nuestro tiempo deba traducirse necesaria-mente en la apatía o el nihilismo político. Al contra-rio, creo que relevar minuciosamente el campo de-limitado por las estrategias del poder establecido esun requisito para la visualización de los signos de lonuevo, es el prolegómeno para reconocer “comodiscurso lo que no era escuchado más que comoruido” (Rancière, 1996); es decir, para dar lugar a lacreatividad siempre nueva de la política.

Digámoslo mejor con las palabras de Schmucler(1997): “Justamente porque al desilusionar quitanun velo encubridor, porque admiten percibir lamagnitud del peligro, estas ideas alientan, aún, unaesperanza”.

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Colección Educación

Jóvenes: el futuro llegó hace rato.Comunicación y estudios culturaleslatinoamericanosFlorencia Saintout

Trabajo de investigación enfocado desdelos estudios culturales en el campo de lacomunicación. Realizado en los márgenes de diversos saberesdisciplinarios, pero anclado en unatrayectoria específica que es la de losestudios en comunicación/cultura y quepermite a la comunicación“salirse” de la pregunta por lo quehabía sido su objeto prioritario (losmedios masivos con sus efectos) paraconcentrarse en los modos de darlesentido a la vida de los actores sociales.

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Fotografía en blanco y sortilegios

¿Qué es el olvido? Nada, quizá. Nada, ya quepareciese vivir en el límite de lo inexistente. Pero esalgo, también, y tal vez mucho. Pues el olvido viveparalelo a la memoria. Constituyen ambos fuerza ypoder: poder del recuerdo, fuerza del olvido. Dequé nos olvidamos o por qué recordamos esto o lootro son preguntas justas, humanas y, diría, futuris-tas, en el sentido de que la memoria vive en el fu-turo. Nadie recuerda el olvido, esa es su condiciónontológica. Pero el olvido puede vivir sin el recuer-do. Sin palabras, en el cuerpo, en la vida social.Afectándonos y hasta conduciéndonos.

La memoria también nos dirige. Nos guía porhuellas que recordamos, por rutas de los sentidos,olores, sabores, miradas, sueños, residuos corpora-les que nos llaman y atienden. La memoria que vie-ne de lejos nos anuncia, tanto que la memoria dela especie nos trae recuerdos inmemoriales que en-caminan. Nos trae manes divinizados. Nos trae aDios, inolvidado, así no se conozca. Nos brindamomentos, instantes, historias y relatos. La historiamisma de la ciudad está ligada al territorio de susmuertos. Fundador era el hombre que celebraba elacto religioso “sin el cual no podría existir una po-blación” y buscaba el lugar donde estaban los res-tos de sus queridos, tribus, clanes o familias. Fun-

dador era quien colocaba el hogar en que debía ar-der eternamente el fuego sagrado. Nada tenía máspresente la ciudad antigua “que la memoria de sufundación” (Fustel de Coulanges, 1864). La civili-zación está hecha de memoria y de sus medios pa-ra revivirla.

Pero el olvido también nos arrastra, ligado a unarchi-consciente (digamos, más allá del incons-ciente freudiano). El olvido posee algo de loco y deenloquecedor, “más allá de la conciencia, más alláde la memoria, más allá de la razón, más allá deltiempo, más allá de la historia, más allá, en el sen-tido de otra parte, el olvido pareciese conducirnosal desierto” (Bertrand, 1970). Pero no, esta ahí,acá, allá, en nuestros cuerpos, formando red y fil-tro, en interacción con el recuerdo. El olvido es ac-tivo, lo sabemos.

La memoria, de naturaleza corporal, es culturaen cuanto a tradición, pero también es técnica ytecnología. La memoria fluye y también se la hacefluir. En la historia, hecha de memorias, los sereshumanos han fabricado sueños, quizá la materiaestética más antigua que poseemos; también in-ventaron la escritura, signos donde radica quizá elsentido histórico de la memoria; además, hemoshecho artes, junto a variedad de técnicas visuales,para acordarnos o para sabernos seres de la crea-ción, de la sociedad, de distintas colectividades.Cuando en el siglo XIX apareció la fotografía sellegó a pensar que era la misma máquina de la ver-dad –pre-vista desde el renacimiento–, por su in-creíble capacidad para reproducir lo que estabaafuera, eso que suele llamarse realidad. Y huboespanto y admiración. Aparecía una máquina bajouna inaudita capacidad para construir y fijar imá-genes. Una maquinita fabulosa que desde enton-ces ha permitido hacer imágenes a partir de tomarcontacto con la realidad externa. Se parecía mu-cho a la memoria, por fabricar y traer figuras, yhasta Freud alcanzó a relacionar esa cámara oscu-ra con lo inconsciente y al proceso de revelado con

Álbum de fotos: arqueología familiar con voces de mujer

Por Armando Silva

Doctor en Filosofía y Literatura

comparada por la Universidad de

California, Irvine. Fue seleccio-

nado en 2002 por Documenta XI,

en Kassel, Alemania, por su obra

Urban Imaginaries from Latin

America, donde desarrolla su

metodología de investigación

comparada de culturas urbanas

del continente, bajo la gestión del

Convenio Andrés Bello. Es

profesor de “Estética y

Pensamiento Visual” en la

Universidad Nacional

de Colombia.

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el de toma de conciencia. Poco a poco, la fotogra-fía fue reemplazando el retrato pictórico y los ciu-dadanos acudieron a ella para mirarse. La materiade la fotografía será química (el revelado y suscomponentes) y física (la cámara y sus principios),pero la sustancia simbólica que produce es de otraclase: son imágenes y, por tanto, recuerdos.

En la era del ego –como suelen llamar algunosa la modernidad de nuestro tiempo, debido a su de-terminante capacidad narcisística y a su ampliadoafán de auto-protagonismo–, la fotografía apareciócomo uno de los principales recursos para mostrary mostrarse cada uno ante los demás y ante sí mis-mo. Con el transcurrir de los años y la populariza-ción del objeto, construir la propia imagen y la delos suyos fue pasando a ser práctica común, y lagente fue tomando conciencia de la capacidad delas fotos para seleccionar y exaltar momentos. En suuso social, la fotografía logró altas dignidades deaceptación y veneración. Se presumió que era larealidad, en especial en lo que captaba de la vidapersonal y familiar. También se la veneró porque sela vinculó al pasado, a lo que ya no existía luego deser fotografiado sino como pura imagen: los muer-tos. Los vínculos entre fotografía y muerte prontose ajustaron. La compararon con un disparo –comotoma– y en ambientes rurales hasta se habló de lamuerte de la persona porque había sido vista, o sea,fotografiada.

Las propiedades de semejante invento fueronsaliendo a la luz pública. La fotografía era sobre to-do memoria y medio. Pero en su modo de archivaresos recuerdos también se revelaron otras propie-dades, en especial tres: atemporalidad, silencio ydisposición fetiche. La atemporalidad fotográfica seopone al tiempo de las narraciones de la literaturao el cine y se emparenta con la atemporalidad de loinconsciente, de la memoria profunda. Su silencio,en tanto, se expresa entre inmovilidad y mutismo.La inmovilidad y el silencio “no son solamente dosaspectos objetivos de la muerte, sino sus símbolos

principales”, aclara Christian Metz (1989); configu-ran la muerte. Y a esta vinculación profunda y lógi-ca con la muerte (según las trilogías sígnicas deCharles S. Peirce la foto es tiempo pasado) seguirásu condición fetiche, el guardar la foto, ahora conaureola, como estampa y sortilegio protector. El ha-cer de la foto no sólo el eslabón presente del serquerido sino su real reemplazo: el muerto imagina-do en el presente. Bajo esas tres condiciones, tiem-po, espacio y evocación, fue naciendo el álbum defamilia, mito de la familia viva y continua donde losmuertos aparecen con otras voces. Un libro sagra-do pero secular, que puede seguramente recono-cerse como el archivo visual doméstico de mayorpermanencia durante el siglo XX para construir laimagen familiar en las ciudades de occidente. Y al-go de las propiedades semióticas de la fotografíapasan al álbum.

Las fotos, propiamente hablando, no tienen sig-nificación en sí mismas: su sentido es exterior aellas, está esencialmente determinado por su rela-ción efectiva con su objeto (lo que muestra) y consu situación afectiva de enunciación (con el que lamira). De esta manera, la foto afirma ante nuestrosojos la existencia de aquello que representa (el “esoha sido” de Barthes), y en esto, continúa PhilippeDubois (1983), “no nos dice nada sobre el sentidode esta representación; no nos dice ‘esto quiere de-cir tal cosa”. El referente, entonces, “es representa-do por la foto como una realidad empírica, pero‘blanca’: su significación permanece enigmática pa-ra nosotros, a menos que formemos parte activa dela situación de enunciación de donde proviene laimagen”. Y esas deducciones, que acompañan milibro Álbum de familia: la imagen de nosotros mis-mos (1998), fueron posibles por un reencuentro devarios estudiosos con la semiótica indiciaria de Peir-ce. Si la foto posee y muestra algo “real” no será,como pudo pensarse, una imagen mimética. Si secomprende el Índice “se puede distinguir la realidadde la ficción”, especialmente si se piensa en la foto

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como tal. “Nada sino signos dinámicos pueden dis-tinguir la ficción a través de los índices del mundoreal”, señala Pierce (1931), e insiste, “signos más omenos análogos a los síntomas” que se refieren a“un Objeto que denota en virtud de ser realmenteafectado por tal Objeto”.

Así, entonces, a la imagen fotográfica como fi-gura ya constituida simbólicamente le antecede elflujo fotónico que la indica, señalado por Jean Ma-rie Schaeffer (1987) como su estatuto técnico, el ar-ché de la fotografía. La imagen fotográfica (o diríamás bien la marca que la antecede, ya que la ima-gen sería lo que vemos) es una impresión química,el efecto químico de una causalidad física (electro-magnética). En términos de Schaeffer, “un flujo defotones procedentes de un objeto (por emisión opor reflexión) que toca la superficie sensible”. Si al-go tiene la foto “real” será, entonces, ese objetoque le dio la luz para que impregnara una impre-sión. Impresión que en este caso sería “la señal queun cuerpo físico imprime sobre otro”. Así, el objetoimpreso, lo representado, será paralelo al flujo fotó-nico. Su representación mimética, lo que se llama elanálogo fotográfico, no será “un análogo del flujoperceptivo, sino una consecuencia de una indica-ción, de una huella, de una impresión química-físi-ca: rastros de algo cierto y real. Impresión que, biensabemos, se produce de modo casi invisible ya quela cámara no toca a su objeto, sino que permite quese impregne de la luz que le porta: el objeto invadeen su radiación a la fotografía” (Silva, 1998).

El álbum de fotografías y sus cuentos de mujer

Sobre los anteriores precedentes, ¿qué es el ál-bum de fotografías en su lógica condición de me-moria familiar indicada? He logrado aislar tres con-diciones de su inherencia lógica para que el álbumpueda ser en su composición: un sujeto, la familia;un objeto que hace posible mostrarla visualmente,la fotografía, y un modo de archivar esas imágenes,

el mismo álbum de fotografías (Silva, 1998). Pero es-tas tres condiciones son tocadas y afectadas por unacuarta que las materializa: el álbum cuenta historias.La atemporalidad fotográfica cede a la narración delálbum. Si bien en una foto individual el tiempo seinstala desde el observador, en el caso de las fotosde un álbum su naturaleza se hace literaria y su vo-cación atiende a contar historias. Son cuentos de fa-milia. Sus mitos y leyendas. Catálogo de su moral degrupo y su modo de hacerse pública.

Pero el álbum posee una calidad narrativa quelo hace único. Sus fotos son contadas con voces demujer, lo que afecta y sostiene toda su documenta-ción doméstica. Hablar la imagen, como señaló Jac-ques Derrida al ocuparse del tema1, no sólo sumer-ge en la distorsión del medio –lo visual se habla y secanta–, sino que genera una secuencia de lecturasemejante, así, a un hacer colectivo representadoen un ocasional relatante que actualiza. De estemodo, las fotos pegadas, o colocadas una detrás deotra, van adquiriendo un orden de narración quecorresponde, sólo en principio, al mismo dado en laconstrucción del álbum, pero con la capacidad depoder rehacer esta lógica argumental y pasar (conlibertad) a otro esquema de lectura, a tomar otraruta afectiva. Es por esto que para ser tales los ál-bumes no necesitan siquiera del soporte dado porel mismo cuadernillo, aun una caja improvisadapuede ocupar su lugar, y en ese caso las fotos secuentan al capricho del azar.

Y esta lectura de las fotos persiste en su presen-cia femenina. En nuestro estudio de los álbumes2

encontramos que en la gran mayoría de los casos(un 96% en promedio) se cumple la misma lógicanarrativa: la mujer arma el álbum, lo archiva y locuenta (si bien el hombre toma varias de las fotos).La mujer está representada en la madre, la hija, laabuela, la tía, la hermana o hasta las empleadas delas casas. Se trata de un oficio de mujer, género alque suele delegarse buena parte de la creación dela belleza de la casa en varios hogares latinos; acti-

1 El profesor Jacques Derrida fueconsejero de la investigación sobrelos álbumes de familia, preparadacomo tesis doctoral en el área Li-teratura Comparada de la Univer-sidad de California, en Irving. Parafortuna de las reflexiones queavanzaba entonces presentó mitrabajo en audiencia pública conotros doctorandos bajo la premisade “Imágenes habladas”.2 Adelantada en ciudades colom-bianas como Bogotá, Medellín ySanta Marta, y en familias colom-bianas que habitan Nueva York, lainvestigación se realizó sobre unamuestra de 170 álbumes, de entre8 y 248 fotos cada uno, lo quedio una monumental muestra deimágenes que fue sometida al es-tudio en cuestión.

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vidades dentro de las cuales se suma esta otra demayores responsabilidades estéticas: el ocuparse dela memoria de la familia a través de organizar yguardar las fotos que se van coleccionando.

Pero la mujer que cuenta es contada por el mi-to mismo de su condición femenina: ella es quienarma el mundo de los afectos. De allí que, por logeneral, cada álbum nazca también con un matri-monio: el de ella. El matrimonio es de una pareja,pero la colección se dirige y toma como destinata-rio a la línea parental de la esposa. O sea, se cuen-tan las historias para que un día el eventual destina-tario, la familia de la dama, pueda verse y encantar-se en su historia privada. Y si nos vamos por otrasestadísticas3, los temas que más aparecen consig-nados en los álbumes son: primeras comuniones,matrimonios, cumpleaños, paseos y celebraciones,como fiestas de grado y entrega de diplomas. Perolos grandes ritos escénicos de los álbumes estudia-dos también fueron femeninos: la primera comu-nión de la niña, sus quince años, su boda posterior.

La primera comunión de la infanta mereciónuestra atención. En las culturas urbanas colombia-nas –y probablemente en otros países de similaridiosincrasia– la primera comunión se hace conpompas, fiestas y distintas demostraciones a la niñahomenajeada. Al comparar las fotos de las primerascomuniones se encontraron imaginarios familiaressignificativos, tanto desde los ángulos formales delas tomas como en los referentes construidos, loscuales convertimos en un conteo pre-iconográfico4.En cuanto a la focalización de la toma –o modos deenunciación de las imágenes–, se hallaron en espe-cial tres tipos de encuadres: a la niña en plano me-dio se le hace una toma en contra-picada para mos-trar un sentido espiritual que conecta su rostro conlas alturas, por lo general en una iglesia; a la niña sela toma en plano general con enfoque frontal paraexaltar la magnificencia de las fiestas familiares ysus trajes blancos inmaculados; por último, se en-cuentran distintas poses de la púber en primeros y

primerísimos planos que persiguen más su intimi-dad y la exaltación de su belleza personal, lo que in-cluye provocar gestos de franca coquetería. Y si de-finimos la pose fotográfica como “escenario de unaimagen calculada para el futuro” (Silva, 1988), po-demos afirmar que las chicas son pre-vistas en sigi-losos desplazamientos psicológicos tutelados porsus familias.

Al examinar y comparar las poses de las prime-ras comuniones con las de los matrimonios apare-cieron muchas coincidencias que permiten llegar auna conclusión: el rito de la primera comunión enlas fotos de los álbumes corresponde a un primer(secreto) matrimonio de la infanta, y la familia laprepara así a una potencial entrega; no tanto a undios cristiano en abstracto (que también), sino a uneventual varón con quien un día se unirá para com-partir su vida. Piénsese nada más que Dios (al me-nos el cristiano) también es hombre. La estratage-ma salta a la vista.

Muy probablemente, esa chica festejada en laprimera comunión, o en sus 15 años, un día nomuy lejano también podrá ser protagonista de estastres funciones: armar un álbum, archivarlo y contar-lo. Sin embargo, el álbum no sólo se arma con fo-tos. Allí llegan muchos residuos: mechones de pelo,dientes, trozos de vestidos, pedazos de tortas ma-trimoniales, ecografías (o imágenes sonoras del so-nido del vientre materno) y hasta ombligos de re-cién nacidos. Un enjambre de objetos que bien po-dría relacionarse con la pequeña “a” lacaniana de-bido a su condición de residuo de cuerpo que repre-senta al “otro”, acercándose más a un orden realdel cuerpo (los signos ostensivos de Umberto Eco)que a la mera representación sígnica. Así, el álbumes un objeto depositario de residuos reales: lo quepierde el cuerpo. También lo es de cuerpos mutila-dos, como fotos de enamorados a quienes se losdecapita al calor de las rabias pasionales que termi-nan en acciones contra la integridad de las mismasimágenes; o igual depositario de manchas fisiológi-

3 Me refiero a las bases de datosa que llevamos las hojas electróni-cas que contenían la informaciónque transcribimos del estudio delos álbumes.4 La pre-iconografía, como lo pro-puso Erwin Panofsky (1939), con-siste simplemente en aislar paraluego contar los elementos quecomponen una imagen, antes deser entendidas como formadoresde temas (Silva, 1988).

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cas, como gotas de sangre provenientes de pactosde amor que las quinceañeras guardan junto conlas fotos de sus amados imposibles.

Y si el álbum es residuo corporal, también es ar-queología de familias. Los álbumes se archivan demodo doméstico en libros, con pastas finas y ador-nadas, pero también en cajas y en sobres sueltos demanila. No obstante, sin importar cómo se guar-den, allí están los archivos todavía vivos en vestigiosde papel de una sustancia cierta. Un día los histo-riadores de la vida privada llegarán con ímpetu arescatar para la memoria colectiva lo que de modotan paciente y amoroso han hechos las mujeres enestos 150 años de historia de los álbumes familia-res. Pues el álbum fenece.

Con la entrada en crisis de la foto analógica y laentrega de su lugar a la foto digital, que obedecemás al cálculo numérico que a alguna materia osustancia que se ponga en el lugar de un objeto pa-ra representarlo, cambia el panorama. La foto quese veía en los álbumes se observa ahora en unapantalla del computador; la foto que se mandaba arevelar aparece ahora encendida al instante. La fo-to relacionada intrínsecamente con la muerte y elpasado mira ahora alborozada al futuro del archivodigital. El archivo de fotos analógicas va desapare-ciendo, se va quedando sin sitio en la era digital, yen su lugar no sólo están los CD o discos de memo-ria electrónica, sino que las familias entran a la eradel video y se filman: sus miembros aparecen en ac-ción. Y, aún más diciente, la crisis de la foto analó-gica coincide en sus efectos con la crisis de las fami-lias sanguíneas que también dan su puesto a nue-vas maneras de juntarnos, ahora más bajo lazos ci-viles y de conveniencia de hogares, ya no céntricossino también desterritorializados.

Si en los comienzos del siglo XX los álbumes só-lo registran fotos de caballeros en poses de estudio,hechas para destacar una clase social y volverlas tar-jetas de presentación ante su comunidad y ciudad,en la segunda mitad del siglo el varón es destrona-

do y es la mujer la que instaura su nueva dictaduravisual, con fotos de cámaras personales para mos-trarse en su belleza o rodeada de familia. Pero en laspostrimerías del siglo XX y el inicio del nuevo mile-nio la familia misma también desaparece. Ni abue-los, ni abuelas, ni padres ni madres, sólo hijos. En losálbumes de bolsillo que entregan las casas comercia-les se ven niños y niñas de familias uniparentalesque elevan a sus vástagos a la categoría de héroessolitarios: allí están las fotos de su primer diente, suprimera caída, su feliz cumpleaños y sus proezas nocompartidas. La familia, pues, va desapareciendo almismo tiempo que sus álbumes. El hijo único, en sudelirio de todopoderoso, toma su lugar.

Contar los relatos de los álbumes con voces demujer, cuando llegaba una visita a la casa o cuandose celebraba un evento de familia, creó una cere-monia moderna no suficientemente reconocida niestudiada que bien podría entenderse como unparticular género narrativo sobre memorias de la vi-da privada. Género literario, podríamos decir, quese logró poniendo a interactuar extrañas mezclas:por un lado, mostrar imágenes –fotográficas lasmás de las veces– producidas en distintos tiempospasados, y juntarlas al arbitrio de la narración del ál-bum; por otro, contarlas en tiempo presente y real,para actualizar a quien ve y escucha tal acto de par-te de una relatora de episodios de la vida familiar. Sibien “ella” será relatora no es la misma narradora.El álbum tiene como narrador colectivo a toda la fa-milia, pero una de ellas es quien lo relata. Mientrastanto, la familia controla qué vale la pena preservarcomo imágenes para sus herederos, pues en asun-tos de memoria futura lo que digan sus fotos seráverdad. Verdades de los mitos de familia. Por siem-pre, quizá.

Bibliografía

- BERTRAND, P. El olvido: revolución o muerte de lahistoria, Siglo XXI, México, 1970.

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- DUBOIS, P. El acto fotográfico: de la representa-ción a la recepción, Paidós, Barcelona, 1983.- ECO, U. Tratado de semiótica general, Lumen,Madrid, 1976.- FUSTEL DE COULANGES, N.D. La ciudad antigua,Edaf, Madrid, 1982 (1864).- METZ, C. “Fotografía y Fetiche”, en Signo y Pen-samiento Nº 11, Bogotá, 1989.- PANOFSKY, E. Estudios de Iconología, Estampa,Lisboa, 1982 (1939).- PEIRCE, C.S. Collected Papers, Tomo II, HarvardUniversity Press, Cambridge, 1931. - SCHAEFFER, J.M. La imagen precaria del dispositi-vo fotográfico, Cátedra, Madrid, 1987.- SILVA, A. Álbum de familia: la imagen de nosotrosmismos, Norma, Bogotá, 1998.- ___________ “¿Las imágenes nos hablan?”, enRevista de Estética Nº 7, Buenos Aires, octubre de1988.

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Cultura masiva y procesos de subjetivación contemporáneos

Por Vanina Papalini

y Georgina Remondino

Vanina Papalini: investigadora

del CONICET y profesora de la

Universidad Nacional de Córdo-

ba. Es Magister en Comunicación

y Cultura Contemporánea. Publi-

có Anime (2006) y editó La co-

municación como riesgo: cuerpo

y subjetividad (2006).

Georgina Remondino: becaria del

CONICET y doctoranda del Cen-

tro de Estudios Avanzados de la

Universidad Nacional de Córdo-

ba. Es Especialista en Investiga-

ción de la Comunicación.

a historia conocida del campo de la co-municación suele reconocer el núcleo

original de su preocupación en la temática de losmedios masivos y sus mensajes. Tanto desde laperspectiva de la “industria cultural” como de la in-vestigación sobre los efectos, hay en ciernes unalectura de los procesos subjetivos que se desenca-denan a partir de estos agentes. A tal punto, queestas teorías serían incomprensibles si no se tuvieracomo referencia, en un caso, a la psicología con-ductista y, en el otro, a la teoría psicoanalítica deFreud.

No obstante su importancia, las investigacionesulteriores no se interesaron demasiado por estos as-pectos o, más bien, el campo comunicacional dejófuera de su área de investigación la cuestión de lasubjetividad. Los autores que desde el interaccionis-mo simbólico frecuentaron conceptos y problemasde la psicología (Bateson y Watzlawick, entre otros)o quienes, con una perspectiva crítica, se interesa-ron en la productividad de los conceptos del psicoa-nálisis (Marcuse, Althusser) sólo reciben un trata-miento ocasional en los estudios de comunicación:sus problemas quedaron fuera de la delimitación deun campo que se declara “no definido” pero quereclama un objeto propio, asentado sobre las basesde una configuración teórica más o menos establey reconocible.

Sobre esta breve tradición del campo que tienea la actividad mediática como centro se produjeronalgunas variaciones. Los Estudios Culturales pene-traron laboriosamente el mediacentrismo más ce-rrado para instalar una perspectiva que, desde lacultura, piense los procesos comunicacionales.Prácticas o conductas, significaciones o mensajes,cultura o sociedad, tienen ya trayectoria en tantoobjetos de estudio del campo comunicacional. Has-ta aquí, sin embargo, se sigue eludiendo –por de-sinterés, por la peculiaridad de los cruces disciplina-res que fecundaron el campo o por los problemasteóricos y metodológicos que plantea– un asuntocentral, a saber: el análisis de los procesos subjeti-vos desencadenados en la cultura masiva1.

Tímidamente, comienza a instalarse la preocu-pación por la cuestión del sentido, que siempre re-mite a una dimensión subjetiva y a la experiencia vi-vida de los sujetos. Se lo busca empíricamente, sur-giendo del relato de los actores –en virtud de lo cuallos abordajes discursivos y hermenéuticos resultanimprescindibles–, pero esto tiene el inconvenientede limitar la investigación a una dimensión micro.

Así las cosas, resulta incómodo plantearse comoobjeto de estudio la producción de la subjetividaden la cultura masiva contemporánea, referida a pro-cesos sociales amplios y no a la dimensión del actor.La tarea es ardua y las conclusiones resultan conje-turales, ensayísticas, poco fiables. Sin embargo,creemos que lo poco o lo mucho que hayamosavanzado en este camino tiene un cierto valor acompartir, porque implicó una indagación sobre lasherramientas de investigación, un aclaración deconceptos que exhiben largas trayectorias en otrasdisciplinas y la temeridad de hollar un territorio po-co conocido que linda por momentos con el psicoa-nálisis o con la filosofía.

Entendemos que aprehender la complejidadde los procesos de subjetivación desde la tradiciónhermenéutica implica interpretar distintas formassimbólicas de la cultura masiva. Las construcciones

L

1 Al respecto, puede consultarseel artículo de Vanina Papalini, “Lacuestión de la subjetividad en elcampo de la comunicación. Unareflexión epistemológica”, en As-trolabio Nº 3, Centro de EstudiosAvanzados, Córdoba, 2006. Dis-ponible en www.astrolabio.unc.e-du.ar

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significativas objeto de nuestro análisis remiten aaspectos culturales e ideológicos2. Una interpreta-ción de este tipo hace visible una constelación desentidos que orbita alrededor de prácticas y dis-cursos de los sujetos y que se replica con significa-ciones sociales no siempre idénticas en el discursosocial dominante. Nos referiremos, entonces, a al-gunas significaciones sociales que aparecen coninsistencia en nuestra sociedad y que, en ciertamanera, dan cuenta de las líneas de fuerza de lacultura contemporánea a la hora de conformarsubjetividades.

Subjetividad: un concepto transversal

Puede decirse que tanto sujeto como subjetivi-dad son conceptos complejos, las más de las vecescomprendidos de un modo global, pero difíciles deprecisar. Al hablar de subjetividad no nos referimosa la psiquis individual sino a los rasgos homogéneosresultantes de procesos sociales de subjetivación. Lasubjetividad no coincide con la psiquis individual: esla refracción de las condiciones objetivas de existen-cia. Las llamadas “condiciones objetivas” –la insti-tución social– se internalizan a través de pautas so-ciales distribuidas ampliamente en la cultura y repli-cadas en gran medida –no totalmente, no plena-mente ni sin matices– por sus instituciones emble-máticas: la familia y la escuela son los principalesagentes de este proceso, pero también juegan unpapel importante el mundo del trabajo, la vida pú-blica y –lo que nos incumbe especialmente– los me-dios masivos.

La conformación de la subjetividad es un proce-so constante, si bien sus fundamentos se estable-cen en la infancia. Esta continuidad del proceso seexplica por dos vías distintas. Por un lado, porque seconforman sujetos “para” un mundo, y éste estáen permanente cambio. De allí la necesidad de unareconfiguración más o menos constante. Pero, tam-bién, por la existencia de esfuerzos de liberación

(movimientos de fuga, en la terminología deleuzia-na) que exigen su recaptura (Guattari, 1996).

De allí que no sea lo mismo hablar de “proce-sos de socialización” que de “producción de subje-tividad”. Aquí interesa destacar que los procesos deproducción de la subjetividad no son una simple in-troyección de la sociedad en el sujeto. El términoque utilizamos es refracción: la incorporación de lainstitución social (norma, lenguaje, símbolos) no esexacta; se desvía, y tanto más se desvía cuanto másdensa es la sustancia que quiere atravesar. La metá-fora química sirve para aludir a un aspecto que nosparece esencial: más refractarios somos a la replica-ción del orden social cuanto más hemos “densifica-do”, trabajado sobre nuestra interioridad. Esta ideaestá presente en Foucault, en Deleuze y en Casto-riadis, tres autores que pensaron los requerimientossubjetivos de la emancipación social.

El proceso de subjetivación –esto es, de consti-tución de sujetos– se ve también afectado por lascaracterísticas singulares de cada ser, siempre defi-nido en situación: en su lugar y en su época. La in-dividualización es un proceso moderno de configu-ración y denominación de los sujetos merced al cualel individuo aparece como un componente escindi-do de la totalidad que lo contiene y lo define. Des-de la perspectiva que desarrollamos, la cultura esentendida, entonces, como lugar de forja y estable-cimiento de significaciones en donde se manifies-tan las condiciones objetivas, pues éstas se apre-henden mediadas por representaciones sociales einterpretadas por los discursos circulantes. Al mis-mo tiempo, la cultura es entendida como lugar deconstitución, expresión y reorientación de la dimen-sión subjetiva. Se trata de un espacio de articula-ción entre objetividad y subjetividad: la objetividad,tal como es experimentada subjetivamente; la sub-jetividad, tal como es expresada u objetivada. Deallí se derivan las diferencias entre significación ysentido; como señala Sergio Caletti (2006), “la sig-nificación es parte de un proceso social de objetiva-

2 Existen antecedentes relevantesque plantean el abordaje herme-néutico de la cultura masiva. Véa-se especialmente la obra de JohnB. Thompson, Ideología y CulturaModerna, Universidad AutónomaMetropolitana, México, 1993.

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ción de las cosas vividas por la comunidad de dis-curso; el sentido es parte del proceso de subjetiva-ción de las cosas del mundo”.

En las sociedades heterónomas, vale decir, enaquellas cuyo proyecto colectivo descansa sobre lareproducción y perpetuación de lo mismo, y no so-bre la creación emancipatoria, la institución y sussignificaciones instituidas operan como “clausurasemiótica”: toda la colectividad tiende a percibir enla creación un único significado, aquel “propuestoe impuesto” por el campo social. A la inversa, “enuna sociedad democrática, la obra de la cultura nose inscribe necesariamente en un campo de signifi-cados instituidos y colectivamente aceptados” (Cas-toriadis, 2000). La creación radical es interrogaciónilimitada, así como la recepción es lectura produc-tora de nuevos sentidos.

En el anudamiento producido entre la dimensiónsubjetiva y la dimensión objetiva de la realidademerge el yo como punto de condensación, comonudo de una trama. Este lugar guarda una potencia-lidad que es, en germen, el principio imaginario dela libertad: cuanto mayor sea el trabajo subjetivo au-tónomo menor será la sujeción. Cuanto más densasea la dimensión subjetiva, mayor será la refraccióna los mandatos sociales y más se desdibujarán lasmarcas constituyentes de los procesos de subjetiva-ción heterónomos. La emancipación del sujeto se lo-gra a través de una praxis ejercida sobre sí mismo ysobre el mundo, ardua, laboriosa, continua, contra-dictoria. Mientras esto no se produzca, la realizaciónde la vida no será una búsqueda ligada a un interro-gante personal sino un objetivo social cuyas vías delegítimo acceso ya están prescriptas.

Las significaciones sociales que recorreremos acontinuación expresan modelos sociales que se es-tablecen a partir de un valor o significación valora-da socialmente y prescriben o recomiendan con-ductas ligadas a su obtención. Cada modelo encar-na a la vez un ideal, una aspiración y un conjuntode prácticas válidas. La producción de la subjetivi-

dad está ligada a estas matrices que moldean a lossujetos. Quien consiga conformarse a la medida delmodelo detentará un mérito, habrá obtenido unbien y, tal vez, de su posesión devenga la felicidad.

En este artículo, nos concentraremos en anali-zar cuatro significaciones sociales modélicas: la be-lleza, el éxito y la competencia, el consumo y la in-dividualización. A partir del análisis de un conjuntode productos de la cultura contemporánea, exami-naremos las características que adquieren estas no-ciones, repetidas insistentemente en los discursoshegemónicos. No se trata solamente de remarcarun énfasis discursivo de la contemporaneidad sinode hacer visible lo que estos modelos significan, asícomo los caminos y los recursos prefigurados por lasociedad que se ofrecen como rutas encaminadas aalcanzar esas metas.

Belleza

Durante muchos siglos, el cuerpo ha sido de-nostado, no sólo por el cristianismo sino, aun antes,por la filosofía platónica. Durante un largo períodode la historia occidental, el alma fue el quid del sery el cuerpo sólo una morada transitoria y corrupti-ble de esta esencia trascendente. La modernidad hi-zo de la razón el calco secular del alma. La cienciala llamó “inteligencia” y ésta fue descrita como unacapacidad radicada en el cerebro, de oprobiosa ma-terialidad física. El yo contemporáneo, pues, coinci-de totalmente con el cuerpo.

Las razones por las cuales el cuerpo fue vilipen-diado convergen en el argumento por el cual es en-salzado actualmente: el cuerpo es fuente de placery ocasión de experiencia. Es, también, la superficiede manifestación del síntoma, vale decir que es unespacio de expresión y padecimiento. El dolor y elamor no relatan otra cosa que sus contornos poro-sos y sus profundidades. Algunas acepciones deltérmino soma sugieren una unicidad del ser3, del yocomo cuerpo biológico y “cuerpo” psíquico: apare-

3 Entre otros, coincide con la defi-nición de persona e individuo.También significa vida –es decir, loque anima el cuerpo biológico– ycadáver, despojo material del serhumano. La terminología del dere-cho romano, que sigue la designa-ción griega, retoma el término so-ma como “persona” y lo opone a“cosa”: persona et res. Otra acep-ción, en la que se sugiere la de-pendencia que el cuerpo tiene delalma, es aquella en la que somaadquiere el significado de “escla-vo”.

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ce así como pathos, expresión material de la afecti-vidad, el pensamiento, la personalidad, las marcasmnémicas de la historia vivida y la imaginación, es-to es, la subjetividad. En pathos, origen etimológi-co de “pasión”, resuena más el dolor que el placer.Cualquier proyecto que tenga como meta la felici-dad está, por esta razón, compelido a ocuparse delcuerpo y de sus padeceres, aumentando la delecta-ción al máximo y reduciendo el sufrimiento hasta sudesaparición. Las afecciones que causan malestar yplacer, sin embargo, tienen que ver menos con la fi-siología que con la cultura.

La herencia dualista opone a la eternidad del al-ma la finitud del cuerpo. El alma es incólume, mien-tras que el cuerpo se marchita, da testimonio delpaso de la vida y anuncia, susurrante al principio, avoces promediando la vida, la sentencia inapelablede la muerte como fatalidad ineludible. Cada anun-cio de la declinación física se vuelve, a la sazón, an-gustia. Contra esta verdad existencial irrecusable espoco lo que el ser humano puede. No obstante, in-tenta torcer este sino: una de las vertientes más di-námica de la tecnología se orienta en dirección a lapreservación de la lozanía y la extensión del ciclo vi-tal. La estrategia es más compleja que el simple di-simulo: la eficacia de las técnicas se consuma en elejercicio de una sutil negación de la historia y delfuturo. El tiempo se vuelve obstáculo, dimensióninevitable a evadir mediante el despliegue de dispo-sitivos tecnológicos y terapias correctivas. El presen-te se exacerba y se ofrece como doble anclaje tem-poral: como el único tiempo en que el sujeto pue-de ocuparse de lograr o mantener un cuerpo joven;y como el único tiempo en que esto debe ser reali-zado. La convergencia de la industria farmacológi-ca, la cosmetología y la medicina se ofrecen comotecnología de cuidado de sí, pero, a la vez, propo-nen eliminar el esfuerzo presente y evitar resultadosa largo plazo. El imperativo que las sostiene exigeque los resultados de las distintas aplicaciones téc-nicas sobre el cuerpo se evidencien en el presente.

En el cumplimiento de este imperativo reside la efi-cacia de tales tecnologías.

La etapa actual de una modernidad en decliveya no se piensa en relación con el futuro venturosopresagiado por el progreso. La apoteosis del pre-sente implica borrar el recuerdo, enmascarando to-do indicio de tiempo. Pero también retener el futu-ro que conduce sin misericordia al final. Inmovilizarel paso de la vida es condenarla a una muerte poranorexia: sin el alimento de la experiencia no haycrecimiento, no puede alcanzarse la plenitud. Nohay otro remedio que permanecer joven pues seradulto es llegar a la cima de donde se ve la laderaque ha de recorrerse cuesta abajo. El desarrollo ver-tiginoso y paralelo entre las técnicas de belleza y latecnología médica no está estrictamente ligado a lasalud sino a la conservación de la mocedad.

El imperativo de la juventud y la belleza comobienes genera monstruosidades. El espacio socialestá siendo habitado por seres de un exterior anó-malo, rehechos hasta los límites de lo posible, an-siosos de frescura e impedidos de ella por simplemandato biológico, dolientes perpetuos de un malsin cura: el paso del tiempo. Como señala NellySchnaith (1990), “la negación del sufrimiento noconduce a su supresión. Por el contrario, da cabidaa la eficacia clandestina de sus poderes destructivosno reconocidos que, a la larga, transmuta los bene-ficios del alivio inmediato en el penoso esfuerzo demantenerlo a toda costa”.

Preso de la tecnología de la apariencia, el suje-to invierte capital económico y psíquico en produc-tos farmacéuticos que organizan la nueva econo-mía emocional bajo la forma de relación social do-minante, el “costo-beneficio”: se trata de minimi-zar gasto de energía, esfuerzo e involucramiento“personal” y maximizar el resultado. Antes que elejercicio físico y la dieta, la intervención quirúrgi-ca4; antes que el esfuerzo de seducción y exalta-ción, la pastilla que garantiza el disfrute sexual; an-tes que la serenidad lograda por el crecimiento

4 Sobre este tema, puede consul-tarse el trabajo de Mauro Orella-na, María Noel Mera y Ana Medi-na, “Las cirugías estéticas: unacercamiento a la subjetividadcontemporánea”, en Vanina Pa-palini (ed.), La comunicación co-mo riesgo: cuerpo y subjetividad,Al Margen, La Plata, 2006.

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personal y la maduración frente a los avatares de lavida, el calmante.

Constantemente sujetos, atrapados en la lógi-ca dominante de la reproducción que exige el gas-to, se garantiza la unción a la maquinaria produc-tiva. El cuerpo es ofrenda sacrificial en un trabajoque aniquila el yo –cuerpo físico y psíquico–, suc-cionando sus potencias y consumiendo sus fuerzassin realizar la existencia. La dicha efímera se vola-tiliza bajo el yugo de la opresión económica queincentiva el trabajo como generador de riquezas ycomo bien, por sí mismo, capaz de proporcionar lafelicidad. El terror a la desocupación –el fantasmamás eficaz que construyó el capitalismo– se rela-ciona no sólo con el miedo a la penuria económi-ca sino, sobre todo, a otras pérdidas potenciales:el trabajo es investido de un valor simbólico perse, pero también es proclamado como camino a lafelicidad, pues los recursos pecuniarios que unempleo proporciona habilitan el consumo y pue-den adquirir la juventud y la belleza física. La pri-vación de una ocupación rentada, pues, comportacarencias y acarrea desdichas: la ausencia de tra-bajo se mimetiza con el horror al tiempo vacío,una ocasión admirable para el temido encuentroforzoso con uno mismo.

La faz deseada e imaginada, recompuesta sobreaquella históricamente construida, suple infructuo-samente y con pobres recursos la faz previa. La dis-cordancia entre rostro y edad, aspecto y vida, deseode belleza y juventud y manipulación estética apa-rece como un chirrido insoportable que dificulta larelación con los otros, no tanto por la “naturali-dad” de los resultados cuanto por la negación quecomporta y la actividad que supone en términos deatención y privilegio del cuerpo sobre otros atribu-tos del yo. Cuanto más se está pendiente de unomismo, en una actitud de autocontemplación nar-cisística, más se refuerza el encierro, en un ensimis-mamiento paradojal que al mismo tiempo elude lareflexión crítica vuelta sobre sí.

La refiguración del cuerpo sobre los actuales es-tatutos de belleza y juventud niega al yo cuando ad-hiere a las representaciones mundanas. El padeci-miento y el placer, la belleza, la salud, la enferme-dad, la gracia o el ridículo, encuentran en él una su-perficie de afección. El cuerpo mismo no es objetode dicha sino su condición de posibilidad; un medio,un instrumento para la consecución de la satisfac-ción o la felicidad. Así, vemos elevar al cuerpo al lu-gar de ícono del éxito mediático o social. Diversosprogramas de competencias, juegos y realities pro-ponen nuevas figuras sociales nacidas bajo un gestode osadía o escaso pudor. Estos géneros invitan a jó-venes bellos a mostrar sus talentos y, principalmen-te, a mostrar sus siluetas frente a la pantalla que leshará alcanzar la dicha. Los menos agraciados, por suparte, son exhortados a transformar sus cuerpos, arevertir el paso del tiempo, los hábitos consideradosperjudiciales o las inscripciones de la naturaleza.Quienes logran la mayor transformación sobre sucuerpo –hasta volverlo un cuerpo deseado y desea-ble– son propuestos como modelo social y, en elmejor de los casos, como la cara publicitaria de al-gún producto de belleza o tecnología corporal.

Los medios de comunicación halagan los cuer-pos transformados y promocionan a diario las ven-tajas de las técnicas aplicadas: extensiones, implan-tes, cirugías, terapias correctivas y programas físicosy alimentarios aparecen como tópicos recurrentesen los discursos mediáticos. La celebración del cuer-po transformado o naturalmente joven, saludable ybello –según los cánones estéticos hegemónicos–,es una de las estrategias discursivas de los discursosmediáticos que cristalizan el imaginario de época.

Los discursos sociales circulantes estarían re-planteando la definición del yo, desatendiendo launidad de cuerpo y espíritu: parecería operarse unaescisión del cuerpo, el cual deviene un no-yo, unsocio o amigo, una herramienta, mientras que el yose reduciría a la dimensión psi en una radicalizacióndualista.

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Éxito y competencia

En los discursos circulantes, se observa un des-plazamiento de la centralidad de la noción “traba-jo” y su reemplazo por la persecución del éxito, unanoción ubicua que puede referirse a distintas áreasde la vida. Todos parecen desearlo, pero no se sabeexactamente a qué alude y, sobre todo, se teme sucontrario, el fracaso.

La noción de éxito tiene una trayectoria antigua,pero su valoración social ha ido creciendo y se havuelto un tópico recurrente en discursos empresaria-les, artísticos, publicitarios y políticos, entre otros. Susignificado desde el punto de vista etimológico tie-ne que ver con la obtención de resultados y no conel proceso de consecución de un objetivo o fin. Nose trata, pues, de un estado interior, implica el reco-nocimiento de una conquista o realización y esto nodeviene de uno mismo sino de una acción estimadapor un colectivo social. De allí que, en ocasiones, eléxito se confunda con la simple notoriedad. En estesentido, los medios pueden elevar al rango de triun-fo el solo hecho de aparecer en sus escenarios yotorgar visibilidad a un determinado sujeto.

El éxito es exterior y no implica esfuerzo, ni de-dicación, ni un “saber-hacer”. Se puede tener éxitopor un golpe de suerte, por una transacción dudo-sa, por un meritorio recorrido. No hay más éticaque la de los fines. No importa cómo se logre ni quémedios se utilicen para conseguirlo; el sujeto quepersigue el éxito ordena su experiencia tomandodecisiones bajo la lógica del “costo-beneficio” yconstruye, de ese modo, su propia estrategia paraalcanzarlo. Una serie de acciones sujetas a finesconstituye un modo de estar en el mundo. Se tratadel predominio de un pensamiento prospectivopropio del diseño de estrategias y tácticas de ac-ción. Alcanzar el éxito –cualquiera sea la forma enque éste se materialice– implica desarrollar una se-rie de acciones más o menos prescriptas socialmen-te, atadas a la meta que se pretende alcanzar.

La cultura ofrece al sujeto una serie de recursospara desarrollar su propia estrategia para lograr eléxito y un conjunto de productos que permite un“aprestamiento”, un aprendizaje lúdico que inter-naliza modelos de acción “para la vida”. La defini-ción de éxito, pues, adquiere distintas connotacio-nes según los productos culturales de los que setrate: por ejemplo, en los libros de autoayuda queapuntan a cuestiones de la vida familiar o personal,el éxito consiste en “sentirse bien con uno mis-mo”, sea cual fuere la situación en la que se esté.Cuando se trata de temas orientados al mundo deltrabajo, el éxito es una medida de logro en el en-torno competitivo. No necesariamente se asocia alcrecimiento u obtención de posiciones jerárquicas;siempre emerge bajo patrones de ponderaciónsubjetivos.

Otro caso de especial relevancia en nuestra cul-tura es el de los juegos en red, que encuentran par-ticular adhesión entre los jóvenes. Los juegos máspopulares en la actualidad proponen una significa-ción del éxito basada en la competencia y en posi-cionar al jugador –o a su equipo– en el primer lugardentro de un ranking mundial. Puede entendersecomo éxito, entonces, la influencia sobre los otros,la dirección de proyectos colectivos, el poder, el es-fuerzo y el optimismo frente a la adversidad.

A nivel de los vínculos interpersonales, en refe-rencia a los cuales se construye la identidad perso-nal, el éxito se propone como sinónimo de integra-ción social en un grupo de pares y, en forma másevidente, como el reconocimiento positivo del suje-to en ese grupo. Los atributos o bienes considera-dos positivos son diversos y dependen de la formaen que se materialice el imperativo social de cadagrupo o colectivo. En este sentido, las tecnologíasinformáticas se ofrecen como dispositivos capacesde facilitar dicha integración. Así, observamos pro-liferar vínculos informatizados –como parejas vir-tuales, amistades o nuevas formas de grupalidad entorno a foros o e-groups de afinidades e intereses–

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que son valorados por los sujetos en tanto permitenestar “conectados”, “integrados” o “participando”de una acción colectiva particular. En todo caso, esla pertenencia a un grupo o sector social lo que seerige como sinónimo de satisfacción y éxito perso-nal. Como apunta Schnaith, “la identidad personalno supone introspección sino múltiples relacionesinterhumanas. La subjetividad se configura en res-puesta a la percepción de los otros que nos asignalugar en la cadena de generaciones y suscita la au-toimagen”. En ese sentido, en los procesos de sub-jetivación contemporáneos la competencia materia-liza una forma de estar en el mundo ante los otrosy con los otros.

Las estrategias orientadas al éxito se vinculancon la flexibilidad: se trata de aprender a cambiar, aadaptarse a la coyuntura. Cada sujeto desarrollacon cierta plasticidad su propia táctica, inscribiendosobre sí mismo y sobre su relación con los otros sushabilidades y su tacto. Bajo esta premisa, el éxitoreaparecerá aun cuando esté momentáneamenteausente. Encontrarse en estado de alerta, prepara-do para los retos de un mundo en cambio constan-te, es una condición animal, más que humana. Noobstante, esa actitud de acecho permanente es laque permite “adaptarse” a una “naturaleza” ines-table del mundo social. Conservar, permanecer, es-perar, consolidar, arraigar, son verbos inadecuadospara las capacidades que exige la época. La mismadesvalorización se ejerce en relación con la duda, laespeculación, la reflexión. Se alude a un mundo deacción tendido hacia adelante que nunca debe mi-rar al pasado, cuya voluntad fáustica de transfor-mación no se despliega ya sobre el mundo sino so-bre uno mismo, persiguiendo el objetivo de adap-tarse adecuadamente. Las bestias no piensan, y poreso sobreviven en un mundo en el que la compe-tencia implica la sobrevivencia del más apto. El ins-tinto y la capacidad de reacción son fundamentalesen esta carrera. Las cavilaciones –y peor, las delibe-raciones– no conducen a salir de las caídas, de las

súbitas desgracias que acontecen como variacionesmeteorológicas en una sociedad configurada comonaturaleza inexorable. Cambiar, adaptarse a losnuevos tiempos con rapidez, olvidar las viejas con-vicciones, son las recetas para el éxito que depen-de, una vez más, de cada uno.

La disolución de las instituciones fuertes comoinstancia constitutiva de la subjetividad y el vacíode sentidos frente a la falta de proyectos comunesdejan al individuo a la deriva, en situación de com-petencia por el éxito, que se mide en relación conobjetivos que son señalados desde afuera peroque se presentan como propios. La competencianiega una relación solidaria e igualitaria con losotros; apenas si pueden pensarse relaciones estra-tégicas o esporádicas convenientes para los pro-pios propósitos. Estas alianzas, esta búsqueda delotro, se deshacen una vez logrados los objetivos ouna vez satisfechos los intereses personales o delsujeto colectivo. La competencia actúa como me-dio para el éxito y como fin en sí misma. Compe-tencia como fin, en tanto placer de competir –elcaso de los juegos en red evidencia con claridad laencarnación de esta significación–; y como medio,en tanto entrenamiento, búsqueda, construcciónde uno mismo para el logro de ciertos objetivos.La competencia es, entonces, una modalidad de larelación social, constitutiva de un orden que sepropone como hegemónico. Esta significación,desplazada de la guerra al juego y del juego a lavida cotidiana, carga un peso agónico sobre laexistencia social.

Consumo

Las circunstancias del mundo, múltiples y vas-tas, escapan a las capacidades individuales del suje-to y delinean su “situación objetiva”. La adversidadse instala en numerosas ocasiones y afecta las con-diciones primarias de la existencia humana: el abri-go, la vivienda, las posibilidades de desplazamiento,

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la alimentación, los placeres de tiempo libre, sonnecesidades antiguas que los seres humanos se hanesforzado por satisfacer. Encontramos aquí un pro-ceso de edificación social de larga data. Declaradodesde tiempos inmemoriales como peligro y máxi-mo obstáculo para la satisfacción, el mundo –natu-raleza/cultura– ha sido reivindicado por el progresocomo espacio de felicidad posible. De allí en más, latecnología de lo inerte dominó la naturaleza y latecnología de lo vivo controló las poblaciones.

Acolchadas convenientemente por la civiliza-ción, mediadas hasta su virtualización, las circuns-tancias mundanas no sólo dejaron de ser un impe-dimento, han pasado a ser consideradas como con-diciones del bienestar cuyos componentes se ofre-cen en escaparates diversos. En la sociedad capita-lista, una de las formas de relacionarse con el mun-do –tal vez la más emblemática– se denomina“consumo”. Desde este paradigma, la mirada quese posa en derredor es una mirada desacralizada,plenamente utilitaria, hedonista: se trata de extraerdel orbe el elixir de la felicidad, exprimiendo másallá de todo límite sus sustancias vitales.

El consumo es capaz de absorber las distintasformas del deseo. El mundo, mercantilizado hastasus confines, anuncia que todo puede ser adquiri-do, a condición de pertenecer al espacio de laabundancia, a la “tierra de la que mana leche ymiel”, metáfora antiquísima de un universo que hu-biera superado la escasez y el trabajo y que parecerealizarse en las metrópolis capitalistas. El “paraísonatural” se concibe como aquel en el que se haneliminado las labores destinadas a la provisión debienes y en el que se ofrecen sin límites mercancíasque no solamente sacien, sino que endulcen; eledén está colmado de objetos de placer que procu-ran un mundo de goce. Es un oasis de maravilla-miento y éxtasis, de ocio y fertilidad, de plenitud ygratuidad. En la cultura occidental, marcada a fue-go por la religión judeocristiana, el paraíso es la me-táfora más antigua de la prosperidad.

El “paraíso artificial” construido por la moderni-dad es un gesto de voluntad: los mortales podránconstruir un espacio de dicha al margen de la divi-nidad. La construcción implica un trabajo en el quelos colectivos humanos se ven enrolados, con o sinsu consentimiento, pues la máquina productiva seimpone como modo de relación absoluto, que nodivide ni hace acepción de personas. El mundo mo-derno es el mundo que se propone abolir el dolor y,sobre todo, el caos de la naturaleza, por la acciónplanificada y colectiva de las fuerzas humanas, in-crustadas en un mecanismo que las potencie y lasoriente racionalmente.

La idea de un progreso ilimitado hizo vislumbrarun paraíso cercano: la expansión capitalista estimu-ló la vocación de hacerlo propio. La tecnología pa-reció cumplir el sueño de la abundancia sin esfuer-zo, concretando la posibilidad –inédita hasta enton-ces– de doblegar el trabajo. La sociedad capitalistadescansa sobre la díada producción-consumo; suconsolidación moderna subraya la incompatibilidadcon el ocio improductivo; su descendencia posmo-derna, en cambio, se recuesta en el consumo. El to-pos al que invita la sociedad contemporánea es unaregión saturada, en donde se multiplica la promesade mercancías compensatorias de la actividad pro-ductiva. Al recompensar el trabajo y procurar resar-cimientos se pone de relieve la negación a abolirlo.

Hablamos del trabajo como aquella actividadtendiente a cubrir carencias vitales. El consumo, laprovisión de bienes y servicios esenciales para la vi-da, se define así como la meta perseguida por eltrabajo alienado, al que nos vemos forzados para lamera supervivencia, en tanto que el trabajo ligadoa la vocación no reclama recompensa alguna pueses vivido en términos de afición y enriquecimientopersonal. La labor obligada, en cambio, es empo-brecedora y por ello exige una indemnización, nosólo en términos de pago -y, en este sentido, la re-muneración importa la satisfacción de necesidades-sino por la inversión de tiempo y energías en otra

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cosa que distraiga de la realización personal. Lostrabajadores son reclamados en términos de útiles ydespojados de la cualidad de personas; el trabajono es un espacio de autonomía sino el simple en-granaje de una cadena productiva en la que los se-res humanos son igualados a fuerzas abstractas, acapacidades sin rostro.

La contradicción del mundo contemporáneoqueda bien reflejada en la reflexión de Osvaldo Bai-gorria (1995): “Hoy, en los umbrales de un milenio,lo que vuelve escandalosa a la figura del trabajo esque técnicamente, ‘ganarse el pan’ está al alcancede toda la humanidad. Es probable que con la ac-tual tecnología se pudiese reducir sustancialmentela jornada laboral. Pero el sistema de consumo y ex-clusión que domina al planeta entero ha determina-do que unos mueran de hambre y otros pierdan suvida corriendo detrás de las necesidades creadaspor el fascismo publicitario. Como si la condena deldios judeocristiano fuera capaz de navegar inclusosobre la cresta de la ola tecno-cibernética, segui-mos ganándonos el pan con el sudor de la frente yel agotamiento del alma”.

La ampliación del consumo es un efecto exacer-bado de la alienación productivista que se brindacomo sustituto banal de la plenitud del sí mismoobliterada. El consumir aparece entonces reempla-zando el derroche de la fiesta, la gratuidad del jue-go, la reflexión del ocio. Es una única y misma pau-ta de resolución de la vida que resume todas las as-piraciones en una, única y general. La creación y larecreación del sí mismo rivalizan con la enajenaciónconsumista. El reverso de la necesidad no es laabundancia sino la libertad: si la necesidad reduce ala esclavitud, la abundancia no es capaz de liberarninguna cadena opresiva; sólo engendra esclavossatisfechos.

El consumo, pues, compensa condiciones de vidaque no se transforman, religando a un mundo quesofoca el deseo de libertad. El nuevo “opio de lospueblos” morigera el malestar y la queja al tiempo

que desplaza la legítima voluntad de realización. Laavidez por poseer revela una voluntad de dominioque se extiende a la totalidad de la vida, implantan-do una lógica del provecho y no de una solidaridadcooperativa que abarca a las cosas y a los seres hu-manos. Si la clave de la identidad es enajenada del símismo, y reposa sobre los objetos con los que el su-jeto se rodea, el “poseer” y el “parecer” se vuelvenantagonistas del “ser”. Zygmunt Bauman (2002) ex-presa que “las relaciones de poder ‘nuevas y mejora-das’ siguen el patrón del mercado de bienes de con-sumo que pone la seducción y el atractivo en el lugarque antes ocupaba la regulación normativa”. Ligadoa las lógicas empresariales, diversas esferas de la vidasocial se someten a ellas en lo que podría denomi-narse una cultura de consumo. Esta cultura, amplia-mente promovida por los medios de comunicación,no implica una pérdida de control sino un apuntala-miento mediante una estructura flexible. En ella unsinnúmero de imágenes, signos y bienes simbólicosinvitan a la satisfacción emocional mediante la com-placencia narcisista de sí mismo y no de los otros. Lacultura de consumo contemporánea parece estarampliando la gama de contextos y situaciones enque sus prácticas características se estiman apropia-das, aceptables, y las únicas en torno a las cuales or-denar un vasto número de experiencias.

Un caso paradigmático de esta cultura lo cons-tituyen los imperativos publicitarios de las tecnolo-gías informáticas de la comunicación o de telefoníamóvil. En ellos el consumo de distintos dispositivosy servicios aparecen como principal garantía de in-tegración social. A la vez, proponen un “consumopersonalizado” en el que todas las característicasde los bienes y servicios publicitados poseen algu-nos rasgos distintivos del sujeto consumidor y, porlo tanto, “están hechos a su medida”. Desentrañarlas estrategias de persuasión será entonces una ta-rea fundamental en la medida en que logre descu-brir los puntos débiles de una subjetividad demasia-do parecida a su propia cárcel.

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Individualización

Es un tema conocido en sociología el análisis dela transformación de los lazos sociales que se vieneproduciendo entre los 80 y la actualidad, funda-mentalmente en relación con el papel de los Esta-dos y la transformación del mundo del trabajo. Re-conocidos autores hacen referencia a este procesode cambio social proponiendo lecturas convergen-tes. Giddens, Sennet, Bauman, Beck, coinciden enque la modernidad, fijada territorialmente por la ac-ción del Estado y el trabajo, proveyó de rutinas queconstituían la subjetividad a través de la repetición.Las características del tiempo presente parecen serotras: la flexibilidad y el cambio constante, la deste-rritorialización del trabajo y de la vida, la pérdida dellazo social que articulaba al individuo con el grupo,la competencia y evaluación permanente. RichardSennet (2000) describe con acierto la forma en quelas transformaciones en el trabajo repercuten demanera subjetiva, ya que la ausencia de una pautaprefijada para la acción y la asunción solitaria deriesgos genera la ansiedad de no saber qué caminosseguir ni las consecuencias que tendrán las eleccio-nes individuales a las que debe someterse el sujetoen cada encrucijada. Esta aparente mayor autono-mía encubre mecanismos complejos, que tienden adistribuir democráticamente los perjuicios de los“caminos erróneos”, con la consecuente socializa-ción del fracaso, y a concentrar en unos pocos losbeneficios del éxito.

Mientras duró el Estado de Bienestar, el sentidode la acción estaba garantizado por instituciones ypoderes que orientaban férreamente las vidas. La fi-gura moderna del “ciudadano” como sujeto de so-beranía es una definición política, pero al mismotiempo existencial: dice del sujeto su politicidad y susujeción a leyes uniformes y abstractas. El reempla-zo por la figura del consumidor (y, en tanto que tal,portador de derechos asociados al consumo) esta-blece otro espacio y otra legalidad: la economía y

sus leyes de oferta y demanda. También pueden se-ñalarse los modos de exclusión que se correspon-den con cada topografía política. En la polis, el ex-tranjero carece de derechos; en el mercado, no par-ticipa quien no tenga poder adquisitivo.

La ciudadanía deviene una desleída cualidad política delsujeto consumidor. Las acusaciones y la búsqueda de respon-sabilidades se trasladan de la esfera pública a la privada. Co-mienzan a consolidarse estrategias sociales de inspiraciónnorteamericana que, como indica Pierre Rosanvallon (1995),“denuncian a la sociedad como ‘irresponsable’, llamando alos individuos a hacerse cargo de sí mismos. En el mismo or-den político, aunque sea diferente, también vemos producir-se este retorno a la responsabilidad individual”. Se trata desolicitar al sujeto que se encargue de sí mismo, de su propiasituación vital total, como si de él mismo dependiera. De he-cho, ya no hay otros apoyos sociales y los tradicionales hansido menoscabados o han perdido fuerza de convocatoria.Se desbaratan las colectividades del trabajo, espacialmenteaglutinadas en torno a un establecimiento (el taller, la empre-sa, la fábrica) y profesionalmente reunidas en torno a sindi-catos. El individuo se encuentra cara a cara con un destinosolitariamente personal, sin mediaciones, sin instancias inter-medias y sin proyecto colectivo.

A la fragmentación de la construcción social lesigue un individualismo de sobrevivencia, configu-rando un Robinson posmoderno volcado hacia supropia interioridad desesperada. Según se asevera,todos los conflictos podrán resolverse a partir de ac-ciones personales. Hay en circulación nuevas signi-ficaciones sociales que tienden a generar consensossobre un mundo “flexible” en donde los riesgos pa-recen ser el único dato universalmente compartido,que, sin embargo, parece interpelar a cada uno enparticular. Es un “desafío” que se muestra con elrostro de la “oportunidad”, según la pauta de in-terpretación socialmente ofrecida.

Al parecer, nos enfrentamos a una transforma-ción en los modos de constituir el lazo social quedeposita en el individuo el requerimiento de la au-torregulación, de la misma manera en que el mer-

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cado se autorregula. La disolución de las institucio-nes fuertes como instancias constitutivas de la sub-jetividad y el vacío de sentido dejan al individuo a laderiva, librado a sí mismo y en una situación de an-gustia, en situación de competencia y evaluaciónpermanente: la realización de la existencia dependede un criterio de éxito que se mide en relación a ob-jetivos señalados desde afuera. La competencia mi-na, socava la relación con los otros. Los poderes ins-tituidos ya no orientan las decisiones biográficas: sedebe elegir a cada momento cómo ser y cómo ac-tuar, en ausencia de un horizonte histórico-socialque dé sentido a las trayectorias personales. Esta si-tuación de aparente mayor libertad demanda unagran autonomía emocional, puesto que toda deci-sión depende de uno mismo. De allí que la presen-cia de la subjetividad en la escena contemporáneacobre una fuerza inusitada: en esa esfera no sólo sedebe dar resolución a la vida personal sino tambiéna la problemática social que es asumida en términosindividuales.

Luc Boltansky y Eve Chiapello (1999) proponenque el savoir-faire –la capacidad adquirida de hacerciertas cosas– está siendo gradual pero inevitable-mente reemplazada por el savoir-être, que se fundaen cualidades genéricas de una persona –las mis-mas que se valoran en la vida cotidiana, y que sonde orden afectivo– ponderando la capacidad de ge-nerar confianza, de comunicarse, de “identificarsecon el otro”. El “ser” aparece como un mandatoque interpela a un individuo desguarnecido y aisla-do, generando la sensación de que el éxito o el fra-caso son su propia responsabilidad. La individuali-dad –que se presenta como si fuera una elecciónautónoma– es obligatoria: se está confinado a losrecursos que solitariamente se puedan obtener y sedetenta una responsabilidad igualmente personalsobre los resultados. De allí, también, la angustiaexperimentada y la necesidad de salidas –natural-mente, individuales– a problemas que son vividoscomo privados.

En términos de los discursos circulantes, estasignificación se muestra no sólo en términos de lostemas sino en la forma de construir el relato. La pre-sencia del modelo de la “biografía cotidiana” sedescubre como un hecho de inusitada importanciaentre los discursos actuales que forman parte del“espacio biográfico”. Los medios muestran unapredilección por estas modalidades de enunciacióndel yo. En este sentido, Leonor Arfuch (2002) seña-la que “el avance de la mediatización y sus tecno-logías del directo han hecho que la palabra biográ-fica íntima, privada, lejos de circunscribirse a losdiarios secretos, cartas, borradores, escrituras elípti-cas, testigos privilegiados, esté disponible, hasta lasaturación, en formatos y soportes a escala global”.

La presencia de los géneros biográficos que par-ticulariza a los individuos es consonante con estatendencia individualizante, en la cual el sujeto esúnico actor de su propia obra. Como marca aguda-mente Arfuch, la recurrencia de la intimidad es unade las notas que da la peculiar tonalidad de la épo-ca actual. Las acciones relatadas no tienen impactoalguno en el acaecer social: se trata, por el contra-rio, de la dimensión privada. No se narran sucesosextraordinarios, sino ordinarios, monótonos, trivia-les. La identificación es inmediata: son las vidas quele ocurren a cualquiera. Pero, a diferencia del mo-delo anterior, las biografías cotidianas no permitenuna reconstrucción de los segmentos existencialesbajo una forma global, con un sentido y persiguien-do una orientación: simplemente exhiben y natura-lizan el fragmento.

Ante este horizonte en el que las sujeciones pa-recen ser totalizantes, las dinámicas de los procesosde subjetivación pueden facilitar potenciales ruptu-ras o nuevas formas instituyentes de la cultura. Entanto la experiencia tiene un plus no simbolizable,el devenir de la subjetividad se mantiene en una re-gión de incertidumbre. Esta experiencia es poten-ciada en las prácticas de ruptura, mientras que seagosta bajo las formas prefiguradas por los proce-

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sos de subjetivación hegemónicos. La conformaciónde la subjetividad que sigue las pautas dominantesantes descritas no se fija de una vez y para siempre:la subjetividad no es una cristalización estática.Cuanto más aislado y desguarnecido está el sujeto,más se pliega a una lógica sistemáticamente desa-rrollada para la conservación del orden existente. Enla medida en que participe y se deje atravesar porexperiencias colectivas de otro orden, es posible co-menzar a poner en cuestión esta constelación designificaciones sociales más recurrentes y sus senti-dos instituidos.

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