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    Si la naturaleza de los conflictos armados est cambiando, tambin cam-biar el papel que en ellos juegan las instituciones internacionales y las orga-nizaciones no gubernamentales (ONG). De hecho, ni las primeras ni las se-gundas han encontrado an su lugar en esta compleja geopoltica de la pos-modernidad. En ello estn, como veremos a continuacin.

    2.6. LOS AGENTES POSPOLTICOS. TICA Y ACCIN HUMANITARIA

    La organizacin internacional por excelencia en el mbito poltico y di-plomtico, la Organizacin de las Naciones Unidas (ONU), no parece estarpreparada para afrontar los retos del nuevo contexto geopoltico. Su estructu-ra actual, diseada tras la Segunda Guerra Mundial, es claramente obsoleta.Los estados ms poderosos e influyentes -y muy especialmente los EstadosUnidos de Amrica- ejercen continuas presiones sobre la institucin paraconseguir sus objetivos, llegando incluso a no abonar las cuotas de mante-nimiento correspondientes. stos, adems, reconocen su autoridad cuandoconviene a sus intereses y no dudan en servirse, si lo precisan, de otras organi-

    zaciones ms operativas, sobre todo en el mbito militar, como la OTAN,deslegitimando an ms de esta manera a una institucin ya de sobras cues-tionada.

    El principio terico de igualdad soberana de todos los miembros inte-grantes de la ONU no ha tenido su correspondiente aplicacin prctica. Lasresoluciones de la Asamblea General, donde, efectivamente, los votos de todoslos estados tienen el mismo valor, no son de obligado cumplimiento. Por otraparte, en el Consejo de Seguridad, formado por cinco miembros permanentes,el derecho a veto se ha utilizado en demasa por parte de las grandes poten-cias, antes y durante la Guerra Fra: la antigua URSS lo us casi de forma sis-temtica entre1945 y 1955, y lo mismo hicieron los Estados Unidos a partir de1970 (Achcar , 1999).

    Una de las funciones ms importantes y visibles de la ONU a lo largo de

    este medio siglo de existencia ha consistido en enviar delegaciones de mante-nimiento de la paz a zonas en conflicto. Es interesante analizar esta dimen-sin de las Naciones Unidas, porque permite entrever no slo la evolucin dedichos conflictos, sino la de la propia institucin. Jett (1999) detecta siete fa-ses en este proceso, cada una de ellas con una duracin de entre cinco y onceaos y con unas caractersticas particulares. La primera fase, a la que denomi-naperodo naciente,va de1946a1956y en ella se enviaron unas pocas misio-nes de observacin, a las que an no se haba aplicado el calificativo de mante-nimiento de la paz. Los dos primeros destacamentos enviados siguen en acti-vo, puesto que los conflictos correspondientes (Israel y Cachemira) todava nose han resuelto.

    La segunda fase, denominada enrgica, corresponde al perodo1956-1967y es calificada de innovadora y muy activa. Se crearon ocho nuevas

    misiones, desplazadas a Lbano, Yemen, Repblica Dominicana, India-Pakistn, Egipto, Congo, Nueva Guinea y Chipre. Por primera vez, la ONUasuma temporalmente la autoridad sobre un territorio en proceso de desco-l onizacin e independencia, incorporaba polica civil a una misin, armaba a

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    los cascos azules y se aventuraba en una operacin a gran escala. No sucedilo mismo en la fase siguiente (1967-1973), calificada deinactiva, en la que nose cre ninguna misin, en parte debido a las fricciones entre las dos superpo-tencias, en parte como resultado de la creacin de organizaciones regionales,como la Organizacin para la Unidad Africana (OUA).

    La cuarta fase (1973-1978) represent un cierto renacer (de ah el adjeti-vo derenaciente), aunque toda la actividad se centr en el Oriente Prximo,donde se mandaron tres misiones de mantenimiento de la paz, bajo fuertepresin de los Estados Unidos: al Sina, a los Altos del Goln y de nuevo al L-bano. El siguiente perodo (1978-1988), al queJeffcalifica de mantenimiento,representa un cierto estancamiento, puesto que no se mandaron nuevas mi-siones, a diferencia de lo que sucedera en la sexta fase(perodo de expansin),entre 1988 y 1993. En sta -y como resultado de la finalizacin de la GuerraFra, de la aparicin de un contexto geopoltico totalmente nuevo y de la crisisde la guerra convencional-, se crearon ms misiones que en todas las fasesanteriores juntas. Ahora bien, la complejidad de los conflictos y su carcter in-fraestatal y de guerra civil aumentaron su vulnerabilidad y riesgo, precisa-mente cuando stas eran cada vez ms reclamadas por la opinin pblica oc-

    cidental, escandalizada por las horrendas imgenes que llegaban a sus hoga-res a travs de los medios de comunicacin (el denominado efecto CNN). Seacomo fuere, lo cierto es que los 9.000 efectivos de 1988 se convirtieron en80.000 a finales de 1993, distribuidos, entre otros, en destinos como Afganis-tn, Uganda, Ruanda, Shara Occidental, la antigua Yugoslavia, Georgia, Li-beria, Hait, Angola, Mozambique y Somalia.

    La complejidad de estas nuevas misiones, junto a una cierta sensacin defracaso en muchas de ellas, induce a pensar que, a partir de 1993, se habraentrado de nuevo en una fase de contraccin o, a lo sumo, de estancamientoen el nmero e importancia de las misiones de mantenimiento de la paz. Lamisma opinin pblica que aplaude la intervencin de la ONU en estas gue-rras fratricidas localizadas en su mayora en el Tercer Mundo, no entiendepor qu los cascos azules se muestran pasivos e inactivos ante las acciones de-

    salmadas de los seores de la guerra, los genocidios planificados o las opera-ciones de limpieza tnica. La ONU alega falta de recursos y de decisin polti-ca de sus miembros ms poderosos, quienes, a su vez, optan cada vez ms por

    vas paralelas o alternativas, sin por ello dejar de participar en misiones con-juntas que a menudo son ms testimoniales y de observacin que de presenciaactiva.

    La Guerra del Golfo de 1991, coincidente en el tiempo con la desintegra-cin de la URSS y el final de la Guerra Fra, marc un hito en este camino desustitucin de las Naciones Unidas. Por primera vez, las grandes potencias, li-deradas por los Estados Unidos, condenaron unnimemente a un estado dei mportancia nada despreciable y recurrieron al uso de la fuerza militar, con laabstencin de China. Se iniciaba as una dinmica en la que la OTAN, aprove-chndose de la desaparicin del Pacto de Varsovia y de la inexistencia de un

    bloque militar de similares caractersticas, iba a adquirir un notable protago-nismo, otorgndose ciertos derechos y tomando algunas decisiones que, enprincipio, no le corresponderan. El segundo paso en esta lnea se iba a daren marzo de 1999, con motivo del bombardeo de la OTAN contra Serbia por

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    su actuacin en Kosovo. Esta organizacin se converta as,de facto, en el bra-zo armado de la ONU.

    Al caer el Muro de Berln, alguien dud sobre la conveniencia de mante-ner la OTAN, una organizacin poltica y militar cuya funcin originaria erahacer frente a la amenaza -ya desaparecida- de la Unin Sovitica y de suspases aliados. Poco duraron las dudas: unos meses ms tarde se decidi quela pervivencia de la Alianza Atlntica era imprescindible para poder llevar acabo toda una nueva gama de misiones. stas eran las siguientes: la posibili-dad de dos conflictos regionales de una dimensin comparable a la de la Gue-rra del Golfo; una operacin calificada dehumanitariade gran envergadura;la instalacin y colocacin previa de medios militares suficientes en las zonasde crisis desde donde se pueda proyectar su traslado a gran distancia; y, final-mente, el empleo permanente de medios de informacin y de observacinante la probable multiplicacin de crisis diversas, incluidas las suscitadas porgrupos terroristas (Gorce, 1999). As pues, la OTAN ha encontrado la justifica-cin de su existencia en el hecho de convertirse en un instrumento permanen-te de intervencin en las crisis y los conflictos europeos, o cercanos. Las con-flagraciones de Bosnia y de Kosovo han representado su puesta de largo en

    este sentido.Las Naciones Unidas y la OTAN son, posiblemente, excepciones en unsistema mundial cada vez ms copado por organizaciones diferentes, a lasque hemos designado como pospolticas. Unas organizaciones -humanita-rias, econmicas, culturales- no explcitamente polticas, pero con dimen-sin poltica, y que no responden a los principios de soberana, legitimidad yrepresentatividad tradicionales de las instituciones que hasta ahora protago-nizaban la geopoltica.

    Estamos, pues, ante un cambio muy significativo de las principales orga-nizaciones internacionales vinculadas a la resolucin de conflictos de uno uotro tipo. Este proceso ha ido acompaado de un desarrollo espectacular delas ONG, hoy ms presentes que nunca y con una influencia inimaginablehace pocos aos, incluso en Espaa, donde se han difundido algo ms tarde

    que en el resto de pases de nuestro entorno (Casado, 1995, 1999; Rodrguez,Montserrat, 1996; Ruiz, 1999; Subirats, 1999; Calle, 2000). Sus acciones de ca-rcter humanitario -no exentas de ciertas ambigedades y contradiccio-nes- han adquirido una importancia extraordinaria en esta compleja geopo-ltica de la posmodernidad.

    La primera ONG en importancia, la ms antigua y la que quizs sufra deuna manera ms patente las contradicciones generadas por la crisis de la gue-rra y el surgimiento de nuevas tierras incgnitas, es la Cruz Roja, o mejor di-cho, el Comit Internacional de la Cruz Roja (CICR). Existen ciento sesentaasociaciones nacionales de la Cruz Roja, financiadas a travs de aportaciones

    voluntarias y de subvenciones oficiales y dedicadas bsicamente a solventar opaliar emergencias sanitarias dentro de cada pas. El CICR, con sede en Gine-bra, es el organismo encargado explcitamente de intervenir en las guerras.

    La Cruz Roja fue creada en 1859 por el ginebrino Jean-Henri Dunant, unacaudalado ciudadano suizo que qued impresionado ante el drama humanodesparramado por los campos de batalla del norte de Italia despus del en-frentamiento entre los ejrcitos de Napolen III, de Francia, y Francisco Jos,

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    de Austria. En Un souvenir de Solferino describe de forma despiadada la pat-tica situacin en la que quedaron los soldados heridos y moribundos despusdel fragor de la batalla. Se trataba, pues, de crear una organizacin sanitariainternacional y neutral, respetada por los contendientes, que pudiera ayudara los heridos de guerra y actuar de intermediaria en las operaciones de inter-

    cambio de prisioneros. Ante los representantes de diecisis pases, entre elloslos Estados Unidos, la Convencin de Ginebra de 1864 reconoca el carcterneutral de los hospitales y los equipos mdicos y la igualdad del trato mdicopara los soldados enemigos y para las propias tropas (Ignatieff, 1999). La Con-vencin de La Haya de 1907 y la revisin de la Convencin de Ginebra de 1906fueron ms all y acordaron los cdigos para la guerra por tierra y por mar,as como el trato a los prisioneros. Al tiempo que los pases europeos se arma-ban frenticamente y que los avances tcnicos permitan incrementar la efica-cia de la mquina de matar, Europa aspiraba a civilizar la guerra.

    La neutralidad sigue siendo hoy el punto de referencia bsico en las ac-tuaciones del CICR. No se establecen diferencias entre guerras buenas y ma-las, entre causas justas e injustas, ni tampoco entre vctimas y agresores. ElCICR se abstiene de formular valoraciones polticas y de pronunciarse sobre

    las situaciones en las que interviene o de las que es testimonio de excepcin, nitan slo cuando se conculcan los derechos humanos. Su lgica sigue respon-diendo a la guerra clsica, en la que dos o ms ejrcitos regulares luchan entresi, respetandogrosso modo lossucesivos acuerdos tomados en las Convencio-nes de Ginebra. Sin embargo, la realidad actual, como hemos visto ms arri-ba, es muy distinta. Hoy, la mayora de las guerras son infraestatales y losbandos en litigio no se corresponden con el modelo tradicional de ejrcito re-gular, estructurado y jerarquizado. Se trata, muchas veces, de luchas entrefacciones, entre bandas armadas vinculadas a menudo con el crimen, forma-das a veces por adolescentes que no saben ni quieren saber de Convenciones yque generan ms vctimas civiles que militares. Ante ellas, o, lo que es lo mis-mo, ante la desintegracin total de un estado, de poco sirve una estructuracomo la del CICR ni un compromiso tico tan ambiguo.

    Las ONG nacidas a partir de 1970 -y an ms las surgidas en los ltimosdiez aos- parten de otro supuesto: la ayuda humanitaria desinteresada,pero sin renunciar a la denuncia pblica de las violaciones de los derechos hu-manos. El compromiso tico no es ambiguo ni lo pretende ser y no se escon-den las implicaciones polticas que el mismo pueda acarrear. Esta nueva ge-neracin de ONG se inicia en 1971 con la fundacin de Mdicos sin Fronteras(MSF), que nace, de hecho, como respuesta al genocidio llevado a cabo en laguerra de Biafra. A partir de entonces se multiplican las ONG de caractersti-cas similares y en los ms diversos campos, desde el sanitario (Farmacuticossin Fronteras) hasta el ldico (Payasos sin Fronteras).

    Una de las ONG ms notables es, sin duda, Amnista Internacional, unaorganizacin creada en 1961 y dedicada a la defensa y difusin de la Declara-cin Universal de los Derechos Humanos. Actualmente cuenta con un millnde asociados distribuidos en 162 pases.Esta clase de organizaciones humanitarias se adaptan mejor al nuevotipo de guerras y de conflictos y despiertan muchas simpatas entre los ciuda-danos -especialmente los jvenes- de los pases occidentales, precisamente

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    por su carcter no oficial y desinteresado. Tanto es as que, de hecho, la ayudahumanitaria de estos pases hacia las zonas en crisis se canaliza cada vez msa travs de estas organizaciones. Este fue el caso de la Unin Europea en Bos-nia. Se cre una agencia, la European Community Humanitarian Office(ECHO), a travs de la cual se canaliz la ayuda humanitaria, que era gestio-

    nada sobre el terreno por las ONG.Como toda organizacin social, las ONG no estn exentas de contradic-ciones. Para poder llevar a cabo sus funciones, precisan de una financiacini mportante. Si sta procede del gobierno o de alguna organizacin internacio-nal, como la Unin Europea, su margen de maniobra y su libertad de crtica seven cada vez ms reducidas y cuestionadas. Si, por otra parte, optan por la fi-nanciacin propia a travs de campaas publicitarias de captacin de donan-tes y de socios protectores, se ven obligadas a entrar en complicadas operacio-nes de mrqueting y en una feroz competencia contra otras ONG, llegando adestinar a veces hasta el 25 % de su presupuesto a la obtencin de fondos pro-pios. A ello hay que aadir el contraste -a veces insultante- entre los mediosmateriales de que disponen los cooperantes para hacer ms llevadera su es-tancia en estas zonas en crisis y la precariedad general de la poblacin local.

    Durante el asedio de Sarajevo, un traductor local que trabajara para una ONGreciba al mes unas 70.000 pesetas, mientras que los mdicos y enfermerasbosnios no llegaban ni a una dcima parte de este sueldo. En la misma ciudad,los integrantes de las ONG tenan derecho a acceder a las tiendas denomina-das PX, una especie de duty f ree puestas a disposicin de los cascos azules dela ONU. En ellas se poda adquirir, a precios libres de impuestos, toda clasede productos, desde comida y bebidas, hasta cmaras de vdeo, equipos de altafidelidad o zapatillas de deporte... en una ciudad en la que se pasaba hambre.

    A este tipo de contradicciones se aaden otras de ms calado. Nos referi-mos concretamente a los efectos perversos -y a veces imprevisibles- de laayuda humanitaria. A menudo, sta acta de tapadera, de excusa ante la opi-nin pblica nacional e internacional: no se interviene militarmente o polti-camente (cuando sta es la intervencin que se precisa), pero s de forma hu-

    manitaria. Por otra parte, una ayuda humanitaria determinada puede teneruna incidencia poltica e incluso blica no deseada, al aprovecharse de ella eldictador de turno o la banda armada que inici las hostilidades y provoc latragedia humana que precisamente se pretende solventar ahora. Con todo, elbalance de la accin humanitaria llevada a cabo en estos ltimos aos por lasONG es muy positivo. El compromiso tico de la mayora de sus componenteses digno de respeto y de consideracin y, en conjunto, se han convertido enuno de los agentes pospolticos ms relevantes de este inicio de milenio.

    En resumen, a lo largo de todo este captulo hemos intentado mostrar, atravs de ejemplos concretos localizados en el tiempo y el espacio, la emergen-cia de unos nuevos territorios y actores de la geopoltica contempornea que secaracterizan por actuar relativamente al margen de los mecanismos tradiciona-les del sistema mundial. Las ONG, las mafias, los movimientos migratorios, los

    deportados y refugiados a raz de los conflictos blicos, ... todos ellos, con sussiempre diversas y opuestas caras, son los agentes que crean y configuran lasque hemos denominado terme incognitae, que coexisten con espacios controla-dos y territorios planificados hasta unos extremos inauditos e impensables

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    hace unos pocos aos. Efectivamente, el orden geopoltico vigente desde 1945 yque se derrumb en 1989 -a pesar de los ecos que todava resuenan en una an-tigua superpotencia como Rusia, a la que le es difcil acomodarse a la nueva si-tuacin-, ha sido sustituido por la geopoltica de la complejidad.

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    C A P T U L O 5

    LA CONSTRUCCIN DE NUEVOS DISCURSOS

    Y SUS PRCTICAS GEOPOLTICAS

    En los captulos anteriores hemos visto cmo los procesos de deconstruc-cin econmica, poltica y cultural del estado-nacin tradicional daban lugara una geopoltica caracterizada por su complejidad y variedad de actores, de

    agentes y de escalas. Hemos visto tambin cmo en ella primaba una aparen-temente catica coexistencia de espacios controlados y de territorios planifi-cados, al lado de nuevas tierras incgnitas. Todo ello est dando como resulta-do un escenario de mltiples discursos geopolticos (con sus correspondien-tes prcticas geopolticas), algunos de ellos anclados an en el pasado msreciente, anterior a 1989, y ya analizados en el apartado 4.1. Otros presentanun nuevo formato, aunque, de hecho, en ciertos aspectos, ya estuvieron pre-sentes en otros contextos histricos. ste es el caso del discurso identitario,aquel que vincula identidad, territorio y poltica. El retorno al lugar comoreaccin a determinados procesos de globalizacin es, sin duda, un discursogeopoltico de nuevo cuo. Sin embargo, cuando este retorno al lugar se ex-presa a travs de la ideologa nacionalista, entonces ya no lo es tanto. Final-mente, nos hallamos ante otra clase de discursos geopolticos que son real-

    mente inslitos por su novedad, como el representado por la geopoltica delmedio ambiente, surgido a raz de la reciente concienciacin mundial por laproblemtica ambiental. En este captulo vamos a analizar estos dos ltimosdiscursos a los que nos acabamos de referir. No son los nicos, ni mucho me-nos, pero s de los ms significativos.

    1 . Identidad, territorio ypoltica'

    1.1. EL RETORNO AL LUGAR

    Utilizamos la expresin retorno al lugarpara indicar, desde un punto devista metafrico, la creciente importancia que tiene en el mundo contempor-

    neo el lugar y su identidad. Veamos por qu ello es as, por qu las sociedadescontemporneas redescubren, reivindican, reinventan los lugares.

    1 . Una versin parecida de este apartado se public en el libro: Nacionalismo y Territorio,de Joan Nogu (1998).

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    Hay que reconocer, de entrada, que este fenmeno se ve favorecido por ladinmica general de la economa, de la sociedad y de la cultura. Los diversosprocesos de globalizacin hoy existentes han desencadenado una interesantee inesperada tensin dialctica entre lo global y lo local, que est en la base deeste retorno al lugar que estamos comentando. Aunque con un cierto desfasecronolgico, la verdad es que dicha tensin dialctica ha coincidido bastantecon la transicin del fordismo al posfordismo, como ya avanzbamos en laIntroduccin.

    Lo realmente paradjico de todo este proceso que estamos comentandoes que, aunque el espacio y el tiempo se hayan comprimido, las distancias sehayan relativizado y las barreras espaciales se hayan suavizado, el espacio noslo no ha perdido importancia, sino que ha aumentado su influencia y supeso especfico en los mbitos econmico, poltico, social y cultural. Esto es,bajo unas condiciones de mxima flexibilidad general y de incremento de lacapacidad de movilidad por el territorio, la competencia se convierte en extre-madamente dura y, por lo tanto, el capital, en su acepcin ms amplia, ha deprestar ms atencin que nunca a las ventajas del lugar. Dicho en otras pala-bras: la disminucin de las barreras espaciales fuerza al capital a aprovechar

    al mximo las ms mnimas diferenciaciones espaciales, con el fin de optimi-zar los beneficios y competir mejor. En este sentido, las pequeas -o no tanpequeas- diferencias que puedan presentar dos espacios, dos lugares, dosciudades, en lo referente a recursos, a infraestructuras, a mercado laboral, apaisaje, a patrimonio cultural, o a cualquier otro aspecto, se convierten ahoraen muy significativas.

    Precisamente cuando parecamos abocados a todo lo contrario, estamosasistiendo a un excepcional proceso de revalorizacin de los lugares que, a su

    vez, genera una competencia entre ellos indita hasta el momento. Una com-petencia, en unos casos, basada en la explotacin de precarias ventajascomparativas, como las que buscan -y encuentran- en lugares como Ma-rruecos, Bangladesh o Mxico (las conocidas maquiladoras) empresas trans-nacionales. En otros casos, basada en factores ms cualitativos y de prestigio,

    en lugares ubicados en pases centrales. De ah la necesidad de singularizarse,de exhibir y resaltar todos aquellos elementos significativos que diferencianun lugar respecto a los dems, de salir en el mapa, en definitiva. Cul es, si no,el sentido y el objetivo ltimo de los planes estratgicos que se estn elaboran-do en tantas y tan diversas ciudades? Con el abierto apoyo, en la mayora delos casos, de los sectores empresariales, de movimientos sociales varios e in-cluso de los sindicatos, los gobiernos regionales y locales compiten encarniza-damente a todos los niveles, incluso a nivel mundial, por atraer magnos acon-tecimientos deportivos (los Juegos Olmpicos, por ejemplo), inversiones, capi-tales y equipamientos tales como grandes centros culturales, sedes de entida-des polticas supraestatales, institutos de investigacin y universidades.

    Pensar globalmente y actuar localmentese ha convertido en una consignafundamental que ya no slo satisface a los grupos ecologistas, sino tambin a

    las empresas multinacionales, a los planificadores de las ciudades y de las re-giones... e incluso a los lderes nacionalistas. En efecto, lo local y lo global seentrecruzan y forman una red en la que amb os elementos se transformancomo resultado de sus mismas interconexiones. La globalizacin se expresa a

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    LA CONSTRUCCIN DE NUEVOS DISCURSOS Y SUS PRCTICAS GEOPOLTICAS 159

    travs de la tensin entre las fuerzas de la comunidad global y las de la parti-cularidad cultural, la fragmentacin tnica, y la homogeneizacin (Guiber-nau, 1996, p.146). Ms an: el lugar acta a modo de vnculo, de punto de con-tacto e interaccin entre los fenmenos mundiales y la experiencia individual.En efecto, GLOCAL (de GLObal y loCAL) se ha convertido en un neologismo

    de moda. Es sorprendente, pero lo cierto es que, en vez de disminuir el papeldel territorio, la internacionalizacin y la integracin mundial han aumenta-do su peso especfico; no slo no han eclipsado al territorio, sino que han au-mentado su importancia. 2

    Estamos, pues, ante una revalorizacin econmica del lugar, sin duda,pero no slo econmica. Este reaparece tambin en sus dimensiones cultura-les, sociales y polticas. Ante la crisis del Estado-nacin y los procesos de ho-mogeneizacin cultural, las lenguas y las culturas minoritarias reafirman suidentidad y reinventan el territorio, puesto que es innegable que una culturacon base territorial resiste mucho mejor los embates de la cultura de masasmundializada.

    Por otra parte, muchos movimientos sociales de nuevo y viejo cuo se or-ganizan -y en algunos casos se definen- territorialmente. Los grupos ecolo-

    gistas, por ejemplo, no slo se organizan localmente, sino que su propia filo-sofa es descentralizadora y territorializada, en el sentido en que actan enprimera instancia para resolver los problemas ms inmediatos y ms localesde degradacin ambiental, sin dejar por ello de preocuparse, obviamente, portemas de mbito mundial, como el cambio climtico o la disminucin de labiodiversidad. Otro ejemplo sera el de las denominadas tribus urbanas, com-plejo fenmeno social de gran trascendencia y enormemente territorializado.En efecto, de nuevo nos encontramos aqu ante una suerte de paradoja espa-cial. El lugar (lo propio, lo cercano) se ve invadido por lo externo, por lo uni-

    versal, por la globalizacin, en definitiva y, por lo tanto, se convierte en un es-pacio abstracto, neutro, homogneo. As pues, aparentemente, estos jveneshabitantes urbanos son cada vez menos de un lugar concreto, puesto que ste,como la cultura, la poltica o la economa, se ha globalizado. Sin embargo, lo

    que se intenta arrojar por la puerta, entra por la ventana. El debilitamiento dela identidad tradicional fundada en el espacio propio provoca una sensacinde vaco psicolgico que propicia un movimiento de reaccin, de vuelta atrs:perdida la seguridad que ofrecan las antiguas fronteras, se buscan, entonces,nuevas barreras, nuevas divisiones... (Costa, Prez Tornero y Tropea, 1996,pp. 29-30). En los movimientos neotribales urbanos tpicos de las sociedadesposindustriales se observa con sorpresa que, cuanto ms cosmopolita es unaciudad, ms deseos de enraizamiento localista se detectan. Se produce asuna especie de apropiacin y delimitacin del territorio guiada por un fuertesentimiento de pertenencia al mismo.

    Finalmente, en lo referente a la dimensin poltica, hay que reconocerque el territorio tiene un peso especfico cada vez mayor en dicho mbito, noslo porque la poltica absorbe problemticas sociales de carcter territorial,como las ambientales, sino porque las propias organizaciones polticas, in-cluidos los partidos, no tienen ms remedio que descentralizarse para acer-

    2. Vase el apartado 3.2.

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    carse ms y mejor al ciudadano. Lo ms curioso del caso es que algunas expe-riencias polticas supraestatales, fundadas y constituidas formalmente por es-tados-nacin, han desarrollado intensas polticas regionales e incluso locales.El ejemplo ms ilustrativo es sin duda, como se ha visto, el de la Unin Euro-pea, un complicado entramado de foros y de iniciativas polticas en el que los

    estados-nacin tienen sin duda primaca, pero de una forma cada vez ms di-fusa y condicionada por las estrategias regionales y locales. El resultado detodo ello es un complejo orden poltico en el cual la poltica europea se regio-naliza, la poltica regional se europeza y la poltica nacional se europeza a la

    vez que se regionaliza (Keating, 1996, p. 68).As pues, sea cual sea el punto de vista elegido, lo cierto es que el lugar

    reaparece con fuerza y vigor. La gente afirma, cada vez con ms insistencia yde forma ms organizada, sus races histricas, culturales, religiosas, tnicasy territoriales. Se reafirma, en otras palabras, en sus identidades singulares.Como indica Manuel Castells (1998), los movimientos sociales que se oponena la globalizacin capitalista son, fundamentalmente, movimientos basadosen la identidad, que defienden sus lugares ante la nueva lgica de los espaciossin lugares, de los espacios de flujos propios de la era informacional en la que

    ya nos hallamos inmersos. Reclaman su memoria histrica, la pervivencia desus valores y el derecho a preservar su propia concepcin del espacio y deltiempo. He ah la gran paradoja: el resurgimiento de las identidades colectivasen un mundo globalizado, identidades que, por otra parte, no son fijas e inmu-tables, sino que se hallan sometidas a un continuado proceso de reformu-lacin.

    Es por todo ello por lo que la perspectiva geogrfica reviste un enorme in-ters a la hora de entender los diversos fenmenos sociales que se dan en unespacio determinado, porque stos estn estructurados por el contexto, el me-dio y el lugar. Es en el lugar donde se materializan las grandes categoras so-ciales (sexo, clase, edad), donde tienen lugar las interacciones sociales queprovocarn una respuesta u otra a un determinado fenmeno social.

    Nos encontramos, en definitiva, ante una excepcional revalorizacin de

    los lugares en un contexto de mxima globalizacin, proceso que favorece cla-ramente la expansin de determinadas actitudes e ideologas. La sensacin deindefensin, de impotencia, de inseguridad ante este nuevo contexto de globa-lizacin e internacionalizacin de los fenmenos sociales, culturales, polti-cos y econmicos, provoca un retorno a los microterritorios, a las microsocie-dades, al lugar en definitiva. La necesidad de sentirse identificado con unespacio determinado es ahora, de nuevo, sentida vivamente, sin que ello signi-fique volver inevitablemente a formas premodernas de identidad territorial.

    Sobre e l d iagnst ico real izado hay re lat ivamen te poca controversia . Don-d e s h a y d i s p a r i d a d d e o p i n i o n e s e s e n s u v a l o r a c i n . P o r u n l a d o , n o s e n c o n -t r a m o s c o n l o s q u e v a l o r a n d i c h o p r o c e s o d e u n a f o r m a m s b i e n n e g a t i v a , p e -s im is ta , en t rm ino s de au to de fensa , de r ep l i e gue po r imp o t enc ia an t e unm undo inseguro e inc ie rto . Dav id H arvey s e m u e s t r a p re o c u p a d o e n e s t e s e n -t id o p o r q u e , s e g n l , la d i s m i n u c i n d e l a s b a r r e r a s e s p a c i a l e s c r e a u n s e n t i -m iento de insegur idad y de am enaza que, comb inado con la intens i ficac inde la com pet i ti v idad en t re pa ses , r eg iones y c iudades , p roduce u n rep l i egueen la geop ol tica local , e l proteccionismo , la xenofobia y e l espacio defendible

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    (1988, p. 25); es a eso a lo que el propio Harvey(1998) denomina trampa co-munitaria. Desde esta perspectiva, el retorno a lo local conllevara, en ltimainstancia y en sus posiciones ms extremas, el cultivo de actitudes retrgra-das, conservadoras e, incluso, antiurbanas y antimetropolitanas. He ah lacultura de la desesperanza que, ante un futuro incierto, invoca un pasado m-

    tico, idealizado y, en definitiva, tergiversado. En un vano intento por recupe-rar una territorialidad existencial hoy perdida, esta especie de localismo neo-romntico reivindicara costumbres, hbitos, diseos urbanos y formas ar-quitectnicas propias del pasado, olvidando -siempre segn sus crticos-que las pequeas comunidades locales han sido siempre los espacios por exce-lencia de la jerarqua, de la sumisin del individuo al grupo y del grupo a latradicin, del control social y del conformismo asfixiante. De ah que, de unaforma tajante, algunos autores nos pongan en guardia ante el peligro de volvera espacios microsociales, despus de tantos esfuerzos realizados en los lti-mos siglos por intentar escapar precisamente a las lgicas tribales y corporati-vas: Hay mucha nostalgia restauradora en tantas reivindicaciones locales,una nostalgia anloga a las tentativas de encerrarse entre murallas medieva-les en un mundo que cambia en direccin opuesta (Sernini, 1989, p. 38).

    Como era de esperar, existen, por otro lado, valoraciones totalmenteopuestas a las anteriores, de carcter positivo y optimista (Frampton, 1985;Cooke, 1990). stas interpretan el fenmeno en trminos progresistas y de re-sistencia cultural. El retorno a lo local sera un excelente antdoto contra laimposicin de valores supuestamente universales, dictados por los grandespoderes econmicos y transmitidos por los mass-media. Es en los lugares con-cretos, en los microespacios (pueblos, barrios, ciudades pequeas y media-nas) donde, gracias a su peculiar qumica social, se crea y recrea la diversidad,y no en los grandes espacios abstractos, incluyendo tambin en esta categoraa las grandes metrpolis contemporneas. En las megalpolis, segn estas

    versiones, la ciudad tradicional ha dejado de existir: ha explotado en mil frag-mentos, se ha balcanizado y descontextualizado, ha perdido sus contornos ysu cohesin y su estructura ya no es comprensible; en definitiva, ha dejado de

    ser humana, ha perdido su identidad. Contra todo ello se alzara el redescubri-miento del lugar y de la dimensin local. Las comunidades locales seran labase fundamental de la nueva movilizacin social, al canalizar las reivindica-ciones por conseguir una mayor descentralizacin del poder y de la toma dedecisiones.

    Como ocurre a menudo, es probable que las dos interpretaciones tenganalgo de razn, por lo que cabra pensar en la posibilidad de una tercera va queprofundizara en aquellos elementos no incompatibles de las mismas. Seacomo fuere, lo cierto es que estamos asistiendo a una revalorizacin del papeldel lugar y a un renovado inters por una nueva forma de entender el territo-rio que sea capaz de conectar lo particular con lo general.

    Ahora bien, seguramente el mbito en el que identidad, territorio y polti-ca se funden de una manera ms clara es el nacionalista. En efecto, los nacio-

    nalismos son una suerte de movimientos sociales y polticos muy arraigadosen el territorio, en el lugar, en el espacio; son, en gran medida, una forma te-rritorial de ideologa o, si se quiere, una ideologa territorial. Los nacionalis-mos se muestran hoy da como una de las respuestas ideolgicas mejor adap-

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    tadas al proceso de fragmentacin territorial generado por la globalizacin.A ellos -y a sus componentes territoriales ms significativos- vamos a refe-rirnos a continuacin.

    1.2. LA DIMENSIN TERRITORIAL DE LOS NACIONALISMOS

    1.2.1. Lmites y fronteras

    Cualquier territorio -y en este caso el territorio que se reclama como so-porte de la nacin reivindicada- posee una delimitacin, ocupa una porcinconcreta de la superficie terrestre. En este sentido, la primera cuestin que seplantea, implcita o explcitamente, cualquier movimiento nacionalista eshasta dnde llega territorialmente la nacin; cules son sus lmites o, en lamayora de los casos, cules deberan ser estos lmites y a partir de qu crite-rios se establecen. Son, ciertamente, cuestiones elementales, pero de una grantrascendencia, porque, como recuerda Raffestin(1980, p. 412), el lmite pro-

    voca la diferencia o, si se prefiere, la diferencia suscita el lmite. Es un hecho

    evidente que el discurso nacionalista necesita, antes de nada, esclarecer estepunto.Nos parece ms adecuado utilizar en este ensayo el concepto de lmite

    para referirnos a las naciones sin estado y el de frontera para los esta-dos-nacin. El lmite es un concepto ms genrico y, hasta cierto punto, msimpreciso. La frontera, en cambio, en su sentido geopoltico, est estrecha-mente ligada al poder y a la razn de ser del estado y se materializa fsicamen-te sobre el terreno: es, claramente, una separacin, una barrera que se puedecartografiar, si conviene, con esmerada precisin, sin tener en cuenta otras

    variables que no sean las estrictamente geopolticas.' En cualquier caso, am-bos conceptos han sido y son utilizados tambin desde otras perspectivas quevan ms all de las puramente geopolticas, como la antropolgica. En efecto,el territorio, definido por uno u otro tipo de lmites, es entendido desde estadisciplina como el principio bsico de identificacin para una gran mayorade sociedades, tradicionales y modernas. As, por ejemplo, en el caso vasco,segn Martnez(1994), la delimitacin, la diferencia, la distincin, la identi-dad, en definitiva, es simbolizada espacialmente, no en trminos de parentes-co (p. 71).

    La frontera ha sido, y contina siendo, un tema fundamental en todoanlisis de carcter geopoltico y es objeto de renovadas aportaciones con-ceptuales y metodolgicas. As, por poner slo un ejemplo, en estudios re-cientes inspirados en el posmodernismo, la frontera es concebida como elreceptculo privilegiado de la hibridez o tambin como espacio intermedio(betweenessen ingls). La idea de hibridez es interesante, puesto que permi-te concebir la frontera como la yuxtaposicin de distintas prcticas prove-nientes de sujetos e instituciones situados en distintos contextos espaciales,desde donde sta es imaginada, representada, planeada y materializada

    3. El idioma ingls ha conservado una cuidada distincin entre la lnea fronteriza -lafrontera propiamente dicha- o boundaryy la zona fronteriza o frontier.

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    (Zusman, 2000; Marre, 1999). Se trata, de alguna manera, de una traslacindel concepto de hibridacin de Bakhtin (1981) del campo filolgico al terri-torial. Adems de la excelente investigacin de Perla Zusman al respecto,destacaramos en este punto el documentado trabajo de Mario Valero Mart-nez (2000) sobre la regin venezolana de Tchira como espacio fronterizo deintegracin y el ms periodstico, pero no por ello menos interesante, de

    Hernn Lpez Echage (1997) sobre la zona fronteriza entre Brasil, Argenti-na y Paraguay. La descripcin que de Ciudad del Este, punto de encuentroentre las tres fronteras, realiza Hernn Lpez es fantstica y algo espeluz-

    nante, ejemplo paradigmtico de una nueva tierra incgnita, tal como stahan sido definida en el apartado 4.2:

    Hasta las siete de la tarde, sta es la ciudad de la tolerancia, del milagrobrasileiro. Arabes, chinos, japoneses y brasileos conviven en aparente armo-na. Hablan, hacen negocios, hacen poltica, cada uno le reza a su dios sin pro-blemas. A partir de las siete, se matan entre ellos... Ms de doscientos mil habi-tantes; cincuenta y cinco favelas; tal vez quince mil rabes, buena parte de ellospropietarios de tierras, comercios y fortunas de insondable procedencia; el cin-cuenta y cinco por ciento es chita, el ochenta por ciento lleg del Lbano. Cinco

    mil chinos, en especial de Taiwn, que, al igual que los mgicos rabes, t ienen laextraordinaria habilidad de convertir en oro todo cuanto tocan, miran o huelen,y as, por ejemplo, de improviso, sacar de un bolsillo rado 45 millones de dla-res para comprarse el Iguau Golf Club; prostbulos de lujo, como la Piova y SexAppeal, empresas de magnitud especializadas en la contratacin de chicas dequince, diecisis aos -rubias de Londrina; piel mate y morena de EsprituSanto; blancas estudiantes de Sao Paulo-, para luego ofrecerlas a polticos yempresarios del Paraguay, el Brasil y la Argentina... (pp. 51-52).

    Volvamos ahora al tema de los nacionalismos y a la concepcin de lasfronteras en los mismos. En efecto, llegar a tener fronteras es la aspiracinmxima de los movimientos independentistas, que conciben la individualidadgeogrfica (reconocida por las fronteras) como una de las herramientas msidneas para fundamentar la identidad y el destino de un pueblo. No resulta

    extrao, por lo tanto, que nacionalistas como Joan F. Mira evocaran en su mo-mento la importancia de las fronteras estatales:

    He escrito y repetido a menudo que nunca como ahora, en este final del si-glo XX, la humanidad haba estado tan rigurosamente dividida y cerrada en es-tas lneas que llamamos fronteras, y nunca como ahora se haba sido tan cons-ciente de ello. El siglo xx es la poca en la que, por primera vez en la historia dela especie y del planeta, todos -incluida la tribu ms remota- viven dentrode un mapa, en un territorio delimitado por una lneas perfectamente dibuja-das, marcadas y reconocidas. Las fronteras de soberana marcan rigurosamentelos compartimientos donde la gente y los sucesos poseen realidad reconocida:tal cosa, tal catstrofe o tal congreso no ocurre en territorio fang, sino en Gabno Camern, no entre los quechuas o los aimara, sino en Bolivia... la universaliza-cin de las fronteras de estado es el factor principal de la particularizacin de

    las sociedades a escala planetaria. Ahora, por vez primera, tenemos todos unaetiqueta de origen y una adscripcin particular, universalmente vlida y recono-cida. Por vez primera la particularidad -definida por la frontera y el estado-se ha convertido en un hecho de alcance universal (Mira, 1989, p. 168).

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    La lnea fronteriza delimita el espacio sobre el que el estado puede ejercersu poder con total soberana. El territorio del estado moderno es un territoriocercado y delimitado, con unas fronteras definidas y reconocidas por los orga-nismos internacionales. 4 Su soberana se define hoy en trminos bsicamenteterritoriales, a diferencia de otras pocas. El estado moderno es claramente

    un estado territorial,' expresin que enfatiza an ms su impenetrabilidadcomo caracterstica esencial. Las fronteras estatales delimitan el marco te-rritorial de un proyecto social, sensu lato, y contribuyen por la misma razn ala elaboracin de una ideologa (Raffestin, 1980, p. 421). De ah la enormetrascendencia (no slo simblica) de toda reestructuracin fronteriza entreestados soberanos.

    6

    La frontera es, en suma, la delimitacin fsica y simblicams palpable de lo que podramos denominar el espacio de produccin y dereproduccin de la identidad nacional, aunque a menudo muchas reas peri-fricas de ciertos estados (especialmente del Tercer Mundo) no se han incor-porado al proceso de construccin nacional hasta mucho despus del estable-cimiento de la frontera.'

    En los manuales de derecho internacional pblico, se suelen contraponerlas llamadas fronteras naturales a las calificadas de artificiales. Las fronteras

    naturales seran aquellas cuyo trazado sigue una configuracin fsica lineal,como un ro, una cadena montaosa o una lnea de costa. En realidad, se tratade un concepto geopoltico muy lejano en el tiempo y que numerosos esta-dos-nacin han utilizado polticamente y de muchas diversas maneras. Enpleno siglo Xv, el mismo Richelieu ya lo utiliz como base de su doctrina deles limites naturelles de la France (Pounds, 1951, 1954). Ms adelante, serauno de los pilares fundamentales de la idea germnica del Lebensraum. Noobstante, las fronteras naturales, en la acepcin geopoltica de la expresin,no existen en realidad como tales. Son los seres humanos los que crean lasfronteras. La naturaleza se limita a ofrecer unos accidentes fsicos que, en unmomento determinado, pueden o no adquirir el status de frontera. Todas lasfronteras son, por definicin, artificiales, porque, incluso en el caso de la utili-

    4 . Hay que matizar lo que acabamos de decir. La mayor parte de las fronteras entre esta-dos del Tercer Mundo -dibujadas algunas sobre el mapa despus de la Primera.Guerra Mundialy muchas ms despus de la Segunda Guerra Mundial-, ha sido simplemente esto: dibujadas so-bre el mapa (generalmente sobre un mapa a una escala inadecuada, demasiado pequea), perono delimitadas ni marcadas sobre el terreno. Si las fronteras bien delimitadas ya son a menudoconflictivas, mucho ms lo sern estas fronteras imprecisas y poco claras, sobre todo cuando elrea fronteriza es rica en recursos naturales. Con todo, bien o mal delimitadas, la realidad es queal estado contemporneo se le reconocen unas fronteras: se le reconoce el derecho al control to-tal y absoluto de una determinada porcin del territorio mundial.

    5. Vase el apartado 3.1.6 . Un caso paradigmtico en este sentido fue el crispado debate en relacin con el traza-

    do de la frontera de la Alemania ya reunificada. Por otra parte, la progresiva desaparicin de lasfronteras entre los estados miembros de la Unin Europea tambin est llena de expectativas. Sibien es cierto que en Europa Occidental la frontera puede perder en un futuro inmediato su fun-cin tradicional, conviene recordar que no ocurre lo mismo en el Tercer Mundo, donde se con-

    centra el 76 por ciento de las fronteras mundiales (Foucher, 1988).7 . Existen numerosos ejemplos al respecto en todo el mundo, algunos de ellos plasmadosi ncluso cinematogrficamente, como en la pelcula Siberiada (director: Andrei Mijakolov Kont-xalovski). Bertha K. Becker (1988) analiza con gran lucidez el caso de la Amazonia en relacincon el proceso de construccin nacional del estado brasileo.

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    zacin de elementos fsicos como lneas divisorias, hay que escoger entreunos cuantos ros posibles, entre unas cuantas montaas disponibles. Esta-mos, en definitiva, ante un falso dilema, en boga tanto entre los nacionalismosde estado como entre los nacionalismos subestatales. Resulta interesante ob-servar cmo la historiografa y la geografa nacionalistas se aferran al concep-

    to de frontera natural:En la mayora de casos, el territorio nacional se ha ido constituyendo y

    aglutinando a medida que surga aquella conciencia colectiva, nacida no de ma-nera artificiosa, sino como respuesta a una slida base geogrfica, forjadora desu unidad poltica y espiritual. Sin embargo, las fronteras no siempre separanzonas geogrficamente distintas, sino que responden a un estado de equilibrioentre dos fuerzas estatales vecinas y opuestas; y entonces, ms que el criteriogeogrfico, es la presin poltica dominante lo que determina la posicin de lafrontera. Pero a este hecho, puramente poltico e inestable, la geografa siemprepuede oponerle un criterio delimitador basado en hechos naturales e inmuta-bles (Soldevila, Iglsies y Sol, 1958, p. 641).

    La literatura nacionalista irlandesa tambin se encuentra repleta de alu-

    siones a la existencia de unas fronteras naturales -el mar, en este caso- quedelimitaran la nacin irlandesa. Lo que aqu se reivindica es el binomio unaisla = una nacin en la ms pura tradicin determinista de raz decimonnica.James Connolly, el padre del socialismo irlands, proclamaba que las fronte-ras de Irlanda, las seales indelebles de la existencia de Irlanda, son tan viejascomo la misma Irlanda... y, as como estas seales del nacionalismo separatis-ta irlands no fueron hechas por los polticos, tampoco ellos las pueden des-hacer. De modo parecido, Arthur Griffith, el fundador del Sinn Fein (el brazopoltico de la organizacin armada IRA), afirmaba: Cuando Dios cre estepas, fij unas fronteras que, como el alba y el ocaso, no podran ser alteradaspor el hombre (ambos citados por Boal, 1980, p. 40).

    El debate sobre el alcance y delimitacin de las fronteras lleva inevitable-mente a uno de los componentes territoriales ms comunes entre los distintos

    nacionalismos: el irredentismo, esto es la reivindicacin de la unificacin o reu-nificacin de territorios divididos que se consideran parte de la misma nacin.El irredentismo ha llegado a convertirse, a menudo, en el principal componentedel discurso nacionalista y en uno de los que mueven con mayor facilidad a lasmasas. En verdad, el mbito territorial establecido o ms o menos reconocido yel deseado por los sectores nacionalistas casi nunca coinciden. De hecho, si seanaliza el trazado de las fronteras internacionales, no es ningn atrevimientoafirmar que, potencialmente, la mayora de estados del mundo contienen na-cionalismos secesionistas. Es una realidad que las fronteras internacionales olas divisiones administrativas subestatales dividen a menudo reas homog-neas desde el punto de vista tnico, lingstico o religioso, lo cual es esgrimidocon contundencia por los movimientos nacionalistas. En el caso de los naciona-lismos vasco y cataln, se observan claramente dos actitudes al respecto, una de

    carcter maximalista y la otra de ndole ms posibilista.En el caso cataln, esta ltima actitud se traducira en la plena acepta-cin de los lmites geogrficos que la Constitucin de 1978 otorga a esta co-munidad autnoma; a saber, los delimitados por las provincias de Barcelona,

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    Tarragona, Lleida y Girona. La divisin provincial, a su vez, se acepta en tantoque administracin del estado, aunque se intenta eludir desde la administra-cin autonmica, a pesar de que sta la utilice a menudo, sirvindose paraello, si cabe, de eufemismos del tipo Servicio Territorial en vez deDelegacinProvincial. Esta aceptacin de los lmites de Catalua no implica que, a efec-

    tos culturales y lingsticos, no se reconozca la pertenencia a un mbito geo-grfico ms amplio que el asignado por la ley. Con todo, ninguno de los parti-dos que participaron en el proceso de transicin poltica -tampoco los nacio-nalistas- hicieron ni hacen de este tema un caballo de batalla. Adems, lospartidos nacionalistas catalanes votaron afirmativamente la Carta Magna,an a sabiendas de que su Artculo 145 prohiba explcitamente la federacinde Comunidades Autnomas, uno de los sueos ms preciados de muchosidelogos pancatalanistas. Se dira que, en este punto, las fuerzas polticasparlamentarias mostraron y siguen mostrando una exquisita prudencia y di-plomacia, menos visibles en otros temas. Quiz sea por el hecho de que, de to-das las reivindicaciones nacionalistas, las irredentistas son las que ms hie-ren. No hay ms que observar la facilidad con que salta la polmica al hacercualquier alusin a los territorios aragoneses de habla catalana. No ocurre lo

    mismo en Euskadi, donde la no inclusin de Navarra en la comunidad aut-noma vasca ha constituido una fuente continua de problemas y de tensiones.Todos los partidos nacionalistas vascos, incluso los que en este terreno plan-tean una estrategia poltica ms bien posibilista, reivindican en sus progra-mas la anexin de Navarra.

    La actitud de carcter maximalista se materializa, en el mbito cataln,en la reivindicacin de los Pases Catalanes como una sola nacin que englo-bara la Catalua Norte, el Principado de Catalua, las Islas Baleares y Pitiu-sas y el Pas Valenciano, propuesta que es hoy constitucionalmente (y tam-bin polticamente) inviable, ni tan slo por la va federativa. En cualquiercaso, lo importante para algunos sectores nacionalistas es que las afinidadesde tipo cultural, lingstico e histrico entre todos estos territorios justificande sobras su unidad poltica. As, por ejemplo, desde una sociolingstica que

    se presenta como innovadora -o, cuando menos, como renovada-, VicentPitarch (1989) apuesta tambin claramente por el irredentismo. Pitarch plan-tea su argumentacin considerando, de entrada, que de la presencia de unidioma obtenemos su constatacin inmediata a travs del espacio geofsicosobre el que aparecen sus hablantes (p. 145). Se tratara, segn Pitarch, de unespacio esencial porque de entrada parece problemtico que una lengua ten-ga garantizada la viabilidad funcional sin disponer de un reducto geofsicocon continuidad y exclusividad estables (p. 145). La conclusin lgica ser,naturalmente, de carcter irredentista:

    El nuestro es un espacio no slo discontinuo, sino profundamente apoli-llado, invadido por numerosos islotes de otras comunidades, algunos de los cua-les, a veces, estn tan asentados que parecen irrecuperables... Y ahora que nos

    hallamos en este espacio, hago un toque de atencin con respecto a una zonatan extensa que abarca el tercio del territorio valenciano y de la que nos hemosacostumbrado a claudicar, amparndonos en el prejuicio de que ha pertenecidodesde siempre a los dominios del espaol. Estudios recientes (como la tesis doc-

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    toral de Brauli Montoya) constituyen un punto de inflexin en estas creenciastradicionales. La aspiracin, pues, de reivindicar esas tierras no es un tema defi-nitivamente cerrado (Pitarch, 1989, pp. 145-146).

    Por lo se refiere al Pas Vasco, el irredentismo de corte maximalista, ma-terializado en el Pacto de Lizarra, no slo reivindica la unificacin con Nava-

    rra, sino tambin con Euskadi Norte, al otro lado de la frontera fran-co-espaola. Entre los crculos independentistas ms aficionados al graffiti,esta reivindicacin irredentista se expresa en la frmula 4 + 3 = 1, o dicho deotro modo, en el lemaZazpiakB at (Siete en Uno) sealando as que las cuatroprovincias que forman parte del estado espaol (Vizcaya, Guipzcoa, Alava yNavarra), ms las tres francesas (Baja Navarra, Lapurdi y Civeroa) formanuna sola nacin. El irredentismo es, sin lugar a dudas, uno de los elementoscohesionadores ms importantes del nacionalismo vasco, tanto o ms que lamisma lengua, el eusquera. Elorza (1983, p. 33) constata que el territorio vas-co es elevado a la categora de smbolo de unificacin y de superacin y queeste territorio-smbolo es visto como un proyecto comn empapado de lasvirtudes del conjunto humano que vive en l.

    El irredentismo no es algo exclusivo de los nacionalismos subestatales,

    sino que tambin se halla en los nacionalismos de estado. Ejemplos de ello seencuentran por todo el mundo: Espaa reivindica Gibraltar, Marruecos recla-

    ma el antiguo Shara espaol, as como Ceuta y Melilla, Grecia y Turqua es-tn enzarzadas en el Mar Egeo en un sinfn de disputas irredentistas, que seexpresan radicalmente en la divisin de Chipre, y Argentina convierte las Mal-vinas en un elemento de cohesin nacionalista.

    Puede darse tambin el caso de una tensin irredentista entre un esta-do-nacin y una nacin sin estado. Israelitas y palestinos utilizan, por ejem-plo, distintas estrategias territoriales en su confrontacin por apropiarse deun mismo territorio que no estn dispuestos a compartir, lo cual demuestraque no slo existe una estrategia territorial nacionalista desde las naciones sinestado, sino tambin desde los estados-nacin. Esta ltima presenta habitual-mente dos situaciones. Externamente, la encontramos en las polticas que

    persiguen ensanchar el territorio del estado hacia reas que dicho estado re-clama como partes integrantes de su nacin (la ocupacin de Austria por par-

    te de Hitler, por ejemplo); internamente, la vemos encarnada en acciones em-prendidas contra determinados grupos sociales o culturales supuestamenteantinacionales (el antisemitismo del Tercer Reich, siguiendo con el mismoejemplo). La historia moderna y contempornea europea es, en este sentido,una instancia clara de cmo ciertos estados han tratado de modificar en repe-tidas ocasiones los lmites de ciertas expresiones culturales (religiosas, lin-gsticas), con objeto de hacerlas coincidir con determinados lmites territo-riales, dentro de los cuales ejercen su poder con total soberana. A fin de evitara l mximo la conflictividad habitualmente presente en la heterogeneidad, elestado, en algunas de sus manifestaciones, ha intentado a veces conseguir lamxima homogeneidad tnica y cultural en el territorio sobre el que ejerce susoberana, ya sea con mtodos ms o menos sutiles (el caso francs) o de for-ma expeditiva y brutal, como sera el caso de las migraciones tnicas forzadaspor Stalin o lalimpieza tnicapracticada en las guerras que se desataron a raz

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    de la desintegracin de la antigua Yugoslavia despus de la cada del Muro deBerln. Tambin es cierto que algunos estados federales multitnicos se haninclinado ms por congelarla diversidad tnica que por homogeneizarla.

    El irredentismo es, en suma, un conflicto territorial externo, que se plan-tea de puertas afuera y no de puertas adentro. Son territorios que se reclamana alguien ms (a otra nacin, al estado del que forman parte o a otro estado) yque se consideran imprescindibles para poder fijar, por fin, el mbito territo-rial de la nacin. Sin embargo, existen tambin conflictos territoriales inter-nos esgrimidos por los nacionalistas con tanta o mayor virulencia que los ex-ternos, tal y como veremos a continuacin.

    1.2.2. Divisiones territoriales

    El tema de las divisiones territoriales nos conduce a la complicada cues-tin de las identidades territoriales, de la identificacin de la gente con un te-rritorio. En este punto es necesario partir de una constatacin que nos parecei mportante para centrar el tema. Se trata de lo que podramos denominar latransferencia del sentimiento de identidad del grupo al territorio. Se ha com-

    probado desde la antropologa que en otras pocas histricas -y an hoy enmuchos lugares del Tercer Mundo-, el principal elemento de identidad de lagente era la pertenencia a un grupo, a un clan, a una tribu. La gente se definaen relacin con el grupo social donde naca y era este grupo social el que im-prima carcter a su territorio. Ahora bien, con el tiempo y a raz de la apari-cin de los conceptos de nacin, de estado y de estado-nacin como fo r irlas deagrupacin social dominantes, el territorio delimitado polticamente acaba-ra por definir a la gente; hubo una trasferencia en el nfasis del grupo al terri-torio... Inglaterra fue antao el pas donde vivan los ingleses: los ingleses sonahora la gente que habita en Inglaterra ( Knight, 1982, p. 516). Es, sin duda,un cambio sustancial.

    Los colectivos humanos tienen lazos de identificacin establecidos a dife-rentes escalas territoriales y son capaces de moverse de una a otra con gran fa-

    cilidad. El ser humano cambia con gran habilidad el nivel de abstraccin te-rritorial, desde el nivel ms ntimo (el hogar), al nivel local (el pueblo, el ba-rrio), al comarcal/regional, al nacional/estatal o, incluso, al universal. Ahorabien, se corresponden estos niveles con las divisiones territoriales estableci-das oficialmente? La respuesta es s a grandes rasgos, pero casi nunca conexactitud; a saber, el nivel de identificacin local se corresponde ms o menoscon el nivel administrativo bsico, pero con ciertos matices: en reas rurales,la expresin a menudo hace referencia a las entidades de poblacin que for-man parte del municipio, y no precisamente al conjunto del municipio; enreas urbanas, por otra parte, la ciudad real vivida por el individuo traspasa amenudo los estrictos lmites municipales y se extiende mucho ms de los mis-mos. A escala comarcal, ms de lo mismo. Existe una absoluta identificacincon un nivel territorial superior al pueblo, al municipio, a la ciudad, aunque

    ni antes existi ni ahora existe una total correlacin entre los lmites comarca-les establecidos oficialmente y los que uno siente como suyos. PauVila, autorde la divisin comarcal de Catalua durante la Segunda Repblica, afirm enrepetidas ocasiones que, de haberse tomado en cuenta las respuestas a la pri-

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    mera de las tres preguntas dirigidas a los ayuntamientos (A qu comarcacreis que pertenece vuestro pueblo?), la divisin territorial de Catalua de1936 habra llegado a las cien (!) comarcas, casi tres veces ms de las que final-mente se implantaron.

    Determinados sectores del nacionalismo cataln aceptaran esta corres-pondencia por lo que se refiere a los niveles municipal, comarcal y nacional.Son divisiones territoriales totalmente integradas en su discurso. No la acepta-ran, sin embargo, por lo que se refiere al nivel provincial, en tanto que plasma-cin territorial de la administracin del estado al que se contesta. Sin embargo,es lcito preguntarse si una divisin territorial, por superficial e impuesta quesea, no crea con el tiempo sentimientos de identidad y de identificacin No seutiliza, espontneamente, el nivel provincial (adems del nacional) para identi-ficarse cuando uno sale de sus lmites? No pretendemos ni mucho menos de-fender la provincia, aunque s constatar que, guste o no, ciento cincuenta aosde historia no pasan en vano. Los sentimientos de identidad territorial -inte-grados o no en la ideologa nacionalista- deben ser tomados en serio si se quie-re conseguir una gestin y una planificacin del territorio adecuada y eficiente.Son innumerables los ejemplos de fracasos de polticas pblicas por el hecho

    de no adecuarse al entorno social y cultural en el que pretendan actuar: desdelos planes de desarrollo en el sur de Italia, hasta una buena parte de los progra-mas oficiales de cooperacin con el Tercer Mundo.

    Para entender por qu los nacionalismos subestatales son tan especial-mente sensibles hacia las divisiones territoriales de ndole poltico-adminis-trativa fijadas por el estado, y por qu reivindican con tanto nfasis una divi-sin territorial propia, conviene profundizar en el concepto de territorio y deterritorialidad.

    Son las acciones y los pensamientos humanos los que dan sentido a unaporcin cualquiera del espacio y la convierten en territorio. El territorio,perse, no existe, sino que se hace. En este sentido, es un espacio delimitado (orapor lmites, ora por fronteras) con el que se identifica un deter minado grupohumano, que lo posee o lo codicia y aspira a controlarlo en su totalidad. Este

    sentimiento de deseo y de control es, en definitiva, la expresin humana de laterritorialidad.Hay que reconocer que, salvo algn antroplogo, han sido los etlogos,

    los bilogos y los eclogos humanos los que han tratado ms a fondo el temade la territorialidad humana. La mayora de estos cientficos considera que,en este terreno, el ser humano se comporta exactamente igual que el resto delos seres vivos. Existen incluso analogas y paralelismos entre las jerarquasy los territorios marcados por los ciervos, por ejemplo, y la ordenacin polti-ca y social de los humanos. Se argumenta que los sentimientos de identidad yde seguridad colectivos responden a un comportamiento territorial instintivoque es tan propio de los pinginos como de los seres humanos. Se concibe, ensuma, la territorialidad humana como un instinto agresivo que el ser humanocomparte con los dems animales. La lectura de la obra del etlogo Irenus

    Eibl-Eibesfeldt (1977, pp. 70-71) es especialmente aleccionadora al respecto.Sin embargo, existe otra concepcin de la territorialidad humana, distin-ta de la que acabamos de comentar, y formulada desde la geografa polticapor Robert David Sack, (1986). Para Sack, la territorialidad en los seres huma-

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    nos no es un instinto innato ni necesariamente agresivo; no lo interpreta des-de el punto de vista biolgico, sino desde una ptica estrictamente geogrficay social. En este sentido, la territorialidad humana sera una forma de com-portamiento espacial, un acto de intencionalidad, una estrategia con tenden-cia a afectar, influir o controlar a la gente y los recursos de un rea (que llama-mos territorio) a travs de su control territorial. Como estrategia, la territoria-lidad puede o no puede ser utilizada; a saber, una porcin del espacio puedeconvertirse en territorio en un momento dado y dejar de serlo en otro momen-to. Por consiguiente, la gracia est en descubrir en qu condiciones y por quse utiliza esta estrategia, y en averiguar quin ejerce el control territorial, so-bre qu, sobre quin y en qu contexto geogrfico e histrico. Segn esta in-terpretacin, la territorialidad humana sera, pues, la expresin geogrficadel poder, tanto a escala social como individual.'

    Dicho esto, volvamos al tema que nos ocupa. Para la accin de gobiernosobre un territorio, para su administracin y gestin, para la represin (si esnecesario) de la sociedad que vive en l, el estado se sirve de diversas estrate-gias. Una de ellas es, sin duda, la estrategia territorial, materializada, sobretodo, en el establecimiento de una amplia gama de divisiones territoriales, de

    entre las que sobresalen las de carcter poltico-administrativo, que son mu-chas y variadas: distritos electorales, partidos judiciales, distritos notariales,distritos de recaudacin de contribuciones, etctera, etctera. La estrategiaterritorial del estado es tan efectiva e importante como raras veces comenta-da. Merece la pena, por lo tanto, que nos detengamos en ella y la explicitemosa travs de unos cuantos ejemplos que no son, ni mucho menos, los ms signi-ficativos, aunque s lo suficientemente indicativos.

    Empecemos con un caso extremo y, por suerte, hoy ya extinguido, almenos jurdicamente: elapartheidde la Repblica de frica del Sur. Como esharto conocido, el gobierno racista de este pas practic durante dcadasuna minuciosa poltica segregacionista conocida con el nombre de apar-theid. Elapartheidpretenda, en ltima instancia, establecer los mecanismosque permitan la separacin social, poltica y econmica de las comunidades

    tnicas y raciales sudafricanas a fin de facilitar a la minora blanca el controltotal del poder poltico y econmico. Pues bien, la estrategia del estado paraconseguir este objetivo fue, en gran medida, una estrategia territorial ejerci-da a distintas escalas, desde la creacin y la localizacin de las townships9 enlas periferias de las grandes ciudades, separadas por barreras artificiales

    8. Esta territorialidad humana individual variar, naturalmente, segn el contexto cultu-ral en el que nos movamos. En Occidente, por ejemplo, est especialmente dirigida al control dela propiedad privada: las vallas que rodean los jardines, las cadenas que impiden pasar, los letre-ros de el mismo Catastro no son ms que la manifestacin fsica y visible de una estrategia terri-torial que tiene por objeto preservar la integridad de la propiedad privada. El diseo de interio-res, por otra parte, est lleno de elementos cuya nica funcin es separar territorios dentro de lamisma vivienda.

    9. Una township es una ciudad-suburbio para gente de raza negra, de tipo concntri-

    co-radial, con calles y con avenidas anchas y largas que facilitan a las fuerzas armadas y policia-les el mantenimiento del orden pblico. Un excelente trabajo de Glen Mills (1989), profesor dearquitectura en la Universidad de Orange Free State (Repblica de Sudfrica), demuestra que lamorfologa espacial de la township responda exclusivamente a las necesidades de control delaparato de represin sudafricano.

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    MAPA 10. Losban t us t ans de la Repblica Sudafricana.

    como vertederos de basura, inmensas zonas de extraccin de ridos o gigan-tescas centrales trmicas de carbn, hasta la ya ms sofisticada invencin deestados ficticios llamados bantustans. Los bantustansconstituyeron un fe-nmeno geopoltico extremada -y trgicamente- interesante. Se tratabade pequeos microestados satlites, pseudoindependientes, con un contor-

    no espacial bien delimitado, donde se agrupaban las distintas etnias negrasdel pas. Eran, en definitiva, bolsas de mano de obra barata y de ciudadanossin ciudadana. El objetivo era dividir el territorio para no compartir el po-der. La dimensin territorial del apartheidno slo era evidente, sino tambinesencial para comprender cmo el estado -en manos de una minora blan-ca- controlaba y explotaba a las dems minoras. La estrategia territorialfue una ms entre las utilizadas por la minora blanca en el poder para per-petuar su hegemona. Existan, naturalmente, otras estrategias, como la mi-litar, la policial, la educativa, la cultural, todas ellas mucho ms estudiadas ydenunciadas que la territorial. Sin embargo, esta ltima fue probablementems efectiva -por sutil y de difcil reversibilidad- que algunas de las men-cionadas. Est demostrado que la poltica de ordenacin del territorio que elgobierno sudafricano llev a cabo a lo largo de los ltimos decenios estuvocondicionada por esta funesta poltica de control de la poblacin a travs delcontrol territorial. Cuatro millones de negros se vieron obligados a abando-nar su lugar de residencia habitual y, bajo los auspicios de la Group Area Act(promulgada en 1950), 600.000 mestizos e hindes tuvieron que cambiar de

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    barrio dentro de la misma ciudad. Slo en Ciudad del Cabo, una metrpolide apenas un milln de habitantes, 200.000 personas tuvieron que cam-biar de residencia (Western, 1981; 1984).

    MAPA 11. Cambios en los lmites administrativos en el Shara Occidental.

    Centrmonos ahora en otro ejemplo. Es una realidad que el gnero devida nmada es incompatible con la figura del estado moderno, que no aceptade buen grado la existencia de individuos incontrolados, y menos en los secto-res fronterizos. Desde Mauritania hasta Siria, los nmadas se han convertidoen los ltimos cuarenta aos en elementos bastante molestos e incmodos,sobre los que haba que intervenir. As, en la mayora de pases del norte de

    frica y de Oriente Medio el estado ha seguido una clara estrategia territorialpara resolver esta situacin. En Israel, concretamente, los nmadas beduinos(el 13 por ciento de la poblacin) han sido objeto de un proceso de asenta-miento escrupuloso y perfectamente planificado a fin de erradicar el proble-ma beduino. La sedentarizacin forzosa est acarreando, sin lugar a dudas, la

    prdida definitiva de la identidad cultural beduina. Por otro lado, dicha se-dentarizacin se ha dado con especial intensidad en aquellas reas de Galileay del Ngueb ms pobres agrcolamente y menos valiosas desde un punto de

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    vista de estrategia militar (Falah, 1985). Es especialmente significativo cons-tatar que fue tras el establecimiento del estado judo de Israel en 1948 cuandola sedentarizacin beduina en Galilea y Ngueb se dio casi por completo en elescaso perodo de tiempo que son diez aos (1950-1960).

    En el conflicto rabe-israel se ponen en prctica otras estrategias de con-

    trol territorial, como el asentamiento de colonos israeles en territorios ocu-pados o en reas donde la poblacin rabe es mayoritaria, motivo fundamen-tal de la ruptura del proceso de paz iniciado en las Conferencias de Madrid yde Oslo. Falah (1989) demuestra que la poltica dejudaizacinde Galilea pre-tende conseguir, entre otros objetivos, una estructura demogrfica favorablea la poblacin juda. La colonizacin como estrategia de control territorialtambin se ha dado en otras reas en conflicto nacionalista. La colonizacinalemana de la provincia de Posen, de origen polaco, a finales del siglo xix, esotro excelente ejemplo de implantacin de poblacin civil como medio paraasegurar el control territorial de una zona. La Dietprusiana aprob una ley en1886 que impulsaba la germanizacin de esta rea polaca a travs de la trans-ferencia de campesinos alemanes a la zona con el fin deproducirun espacionacional y, en ltima instancia, de facilitar el control territorial de una zona

    donde el grupo tnico alemn era claramente minoritario.En el caso de la antigua Unin Sovitica, Smith (1989) destaca una particu-lar estrategia territorial que ha desempeado un papel muy significativo en la es-tructuracin de las relaciones sociales y en el propio control social: el sistema depasaportes y depropiskas (permisos de residencia). Los pasaportes de circula-cin interna y los correspondientes permisos de residencia eran una clara frmu-la de control y de restriccin arbitraria de la movilidad social y geogrfica dentrodel estado sovitico. Regulaban, de hecho, la migracin rural-urbana y el accesoa reas urbanas privilegiadas en lo que atae a la oferta de determinados bienes yservicios, algo que, de alguna forma, an sigue vigente en Mosc.

    Otra estrategia territorial, en este caso utilizada no slo a escala estatal,sino tambin a escala regional y municipal, es la delgerrymandering. Es unaprctica poco tica, pero bastante habitual, que consiste en manipular los lmi-

    tes geogrficos de las circunscripciones electorales con el fin de conseguir unosresultados que, de otro modo, no se obtendran. La expresin fue acuada porlos opositores de Elbridge Gerry, gobernador del estado de Massachusettsquien, en 1812, firm un decreto que variaba los lmites de una circunscripcinelectoral del norte de Boston con objeto de obtener all unos resultados electo-rales ms satisfactorios. La nueva circunscripcin tena foi lila de salamandra yde ah surgi la expresin antes mencionada(gerry, por el nombre del goberna-dory-mander, la parte final desalamander). La historia electoral de las demo-cracias occidentales est repleta de casos degerrymandering. En 1965, Dakotadel Sur se dividi en dos circunscripciones electorales siguiendo una lnea nor-te-sur, lo que conllev la eleccin automtica de dos senadores republicanos: sila divisin se hubiese hecho en direccin este-oeste, habran salido elegidos unsenador por el Partido Republicano y otro por el Partido Demcrata.

    El repertorio de ejemplos degerrymanderingpara dispersar el voto de mi-noras tnicas (negros, chicanos, puertorriqueos) o nacionalistas (el caso delUlster o del Shara) es amplsimo. Elgerrymanderingprovoca la ruptura, launificacin o la reunificacin -dependiendo de los casos- de unidades so -

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    ciogeogrficas ms o menos estructuradas y con un comportamiento electo-ral bastante homogneo. Desde Guatemala hasta Turqua y desde Brasil hastala India se observan estrategias territoriales parecidas, aunque para resolverproblemticas distintas. La estrategia territorial es una ms entre las que dis-pone el estado para ejercer el control sobre la poblacin y los recursos de suterritorio. Lo nico que vara es la finalidad, el objetivo perseguido.

    As pues, las divisiones territoriales son un vivo ejemplo de la accin delpoder establecido y, en el caso de los estados-nacin, no slo constituyen laexpresin ms clara y evidente de la foi nia de organizacin del estado, sinotambin la misma presencia fsica del estado. En cualquier pas soberano delmundo moderno, la accin del estado imprime su huella sobre el terreno. Enel caso de los Estados Unidos de Amrica, esta presencia es especialmente no-toria en las divisiones polticas internas. El hecho de que la mayor parte del te-rritorio norteamericano fuese adquirido o conquistado directamente por elgobierno central tuvo numerosas implicaciones en la conformacin del mapay en la disposicin de los asentamientos. Salvo los trece primeros estados, lasdivisiones entre los dems estados y condados fueron trazadas por funciona-rios federales siguiendo un modelo muy simple, estandarizado y casi geom-

    trico. En consecuencia, como afirma el gegrafo norteamericano Zelinsky,la mayor parte de nuestras propiedades y de las vallas que las separan, de losmrgenes de los campos y del trazado de las carreteras, de los lmites delos condados y de los de otras divisiones administrativas menores son un testi-monio perpetuo de la legitimidad del estado (1988, p. 176).

    Las divisiones territoriales tienden a un control uniforme del territorio delestado. En algunos pases, esta voluntad de uniformizacin se hace especial-mente visible a travs de las denominaciones de las divisiones. La administra-cin colonial de Gabn, por ejemplo, suprimi del repertorio de circunscripcio-nes todos los etnnimos a favor de los hidrnimos (Pourtier, 1989). Esta natu-ralizacinsistemtica no era, claro est, neutra. Era, en realidad, un ataquefrontal al tribalismo, el cual atentaba contra la razn de ser del estado. Se trata-ba de borrar simblicamente la heterogeneidad tnica mediante unas denomi-

    naciones nuevas cuyo carcter natural garantizaba su neutralidad. La Repbli-ca Gabonesa, nacida en 1958, se reafirm en esta lnea, incluso en la ltimagran reforma territorial de 1975. Lo mismo sucedi en Nigeria y en muchosotros estados. Se puede poner en tela de juicio la eficacia de este tipo de estrate-gias, pero difcilmente se puede menospreciar la fuerza de las palabras: la adhe-sin a la idea del estado-nacin pasa, en gran medida, por ellas.

    El estado, en definitiva, se hace visible a travs de las divisiones territo-riales. De ah que los movimientos nacionalistas subestatales se tomen estetema como un verdadero caballo de batalla. Centrmonos a modo de ejemploen el caso cataln y en la ya centenaria dicotoma comarca versusprovincia.Ciertamente, la divisin territorial -y en concreto la divisin territorial en co-marcas- ha constituido una de las preocupaciones ms caractersticas delcatalanismo poltico. La divisin territorial implantada por el ministro Fran-

    cisco Javier de Burgos en 1833 se ha entendido, a lo largo de los ltimos cientocincuenta aos, como una imposicin del poder central para desmembrar laidentidad territorial catalana. La literatura nacionalista, por consiguiente,arremeter contra l:

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    Qu criterios debi de seguir el inefable Javier de Burgos para la realiza-cin de tan lamentable obra? Me temo que nunca lo sabremos por la sencilla ra-zn de que me atrevera a afirmar que no tena criterio decente alguno. A no serque, a los dictados del centralismo al que serva, su ltima intencin fuera la demutilar la nacin catalana... No creo, pues, que adems de un posible criteriopoltico-militar de control, se pueda justificar desde ningn otro punto de vista

    la divisin territorial de 1833 en lo que concierne, por lo menos, a Catalua(Cucurella, 1984, p. 70).

    Desde el Pas Valenciano sonarn voces afines:

    En efecto, en nuestro caso la divisin provincial y todas las agregacionessupraprovinciales ensayadas ms tarde han sido sucesivos intentos de desmem-bramiento de la estructura territorial, con el fin de negar oficialmente, de escon-der -de integrar en otras unidades territoriales, en definitiva- la existencia delPas Valenciano. Curiosamente, nunca se ha dado ningn paso para acercar alos Pases Catalanes. Era demasiado evidente el peligro que ello entraaba. Porel contrario, los intentos de creacin del Sureste o del Levante se basaban en lasegregacin de zonas del Pas Valenciano, o en su unin con Murcia, Cuenca o

    Teruel. En distintos lugares se nos incluye an con estos territorios castellanos y

    aragoneses para affairesadministrativos o estadsticos (Jan, 1979, pp. 24-25).

    Sin embargo, la oposicin viene de lejos. Las Bases de Manresade 1892 o-para poner slo otro ejemplo-, la asamblea constituyente del Partido Sepa-ratista Revolucionario Cataln (La Habana, 1929)ya reclamaban la desapari-cin de las provincias y la instauracin de las comarcas como unidades polti-

    co-administrativas de la nacin catalana.En los momentos en los que Catalua ha conseguido cierto grado de au-

    tonoma poltica, el debate sobre qu divisin territorial haba que instaurarha pasado a ser uno de los principales focos de inters ciudadano (Burgueo,1995). Ello sucedi en los aos treinta, durante la Segunda Repblica, y tam-bin ha sucedido con la reinstauracin de la democracia. El nacionalismo y elcatalanismo poltico siempre han defendido el derecho a implantar su propia

    divisin territorial. El ltimo proyecto impulsado desde este mbito es el de-nominado Informe sobrela Revisin del Modelo de Organizacin Territorial deCatalua, presentado en diciem