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ABRAHAM A. MOLES: UN CLASICO EN LA BRECHA DE LA … · ciendo-de seguir las clases de Pauli en la...

Date post: 19-Feb-2020
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ABRAHAM A. MOLES: UN CLASICO EN LA BRECHA DE LA MODERNIDAD Albeo Hidalgo Tuñón I gnoro el conjunto de micro-decisiones que Abraham Moles, cibernántropo surrealista, tuvo que adoptar para acer- carse a Gijón respondiendo a una invi- tación de la Sociedad Asturiana de Filosoa pa- ra participar en el III Congreso de Teoría y Me- todología de las Ciencias. Quizá le subyugó una cierta arbitrariedad en los recorridos o simple- mente se dejó arrastrar por el automatismo so- cial de las redes académicas mecánicamente programadas. Es dicil penetrar en las intencio- nes del creador de la teoría del hombre caracol, que va por el mundo con su complejo sistema de caparazones, dispuesto a participar en el jue- go dialéctico de la dispersión/concentración en el tiempo y en el espacio, pero a sabiendas de que ya no existen casas, ni regios inexpugna- bles en la civilización actual, sino sólo aparca- mientos limitados. En cualquier caso, a sus 65 años, esta especie de judío errante y peririco, maestro desconcertante del análisis atomístico de los nómenos imprecisos, autor prolífico de libros y artículos sobre la creación artística y científica, la comunicación de masas, la inrmá- tica, el arte, el diseño urbano, la estética y el Kitsch, sigue representando personalmente, con un desorden premeditado en la exposición, una de las estrategias metodológicas más ricas para la investigación de las sociedades contemporá- neas. A propósito de sus trabajos, se ha hablado de estructuralismo estadístico, pero como suele ocurrir con las etiquetas, ésta, apenas nos revela más sobre el transndo de su pensamiento que una cita erudita de su endiosado Paul Valéry: «La mayor libertad nace del mayor rigor». Si es cierto que «los hombres sólo aceptan la sociedad en la medida en que son capaces de re- chazarla» -primer axioma de la dialéctica con- centración/dispersión-, el ritual de una entre- vista anunciada, sólo podía ejecutarse con éxito despoblando el universo de la comunicación, re- duciendo las «interces», suprimiendo los reco- vecos, los escondites, las digresiones y las esca- padas. Había que mutilar el complejo ciclo so- ciocultural, tan soberbiamente analizado por Moles en su Sociodinámica de la cultura (l), re- cortando cuidadosamente el microplano au- torretente de la sociedad intelectual. Por aña- didura, para conservar la dinámica, sólo cabía agarrarse al hilo argumental de la biograa. Así 32 Abraham A. Moles pues, comencé con una pregunta plana, sin aris- tas ni concavidades. -En todas sus biograas se alude a su rma- ción científica, lpuede hablarnos de ella y de los autores que han influido en su pensamiento hasta provocar su cambio de orientación hacia las ciencias humanas? -No ha habido cambio; más bien, un proceso continuo, circular, si usted quiere. Mi primera for- mación e como ingeniero en electricidad y elec- trónica y después he realizado investigaciones en ica y ica matemática -metalurgia, temple de aceros, vibraciones en los sólidos, etc.-, campo en el que presenté una tesis doctoral en La Sorbonne. Luego he dado muchas vueltas, he trabajado en Suiza, en Alemania, en Estados idos con una beca de la ndación Rockller para la Univei- dad de Columbia. nalmente, he dendido una tesis en letras, de filoso, sobre «la creación cientca», por una parte, y sobre «la teoría ir- macional de la percepción», por otra. Esta última parte, posteriormente, ha sido muy dundida, pues se ha traducido a una docena de lenguas... -Bien -le interrumpí ante el evidente peligro de una yuxtaposición externa de datos biográfi- cos y publicaciones-, pero yo quería s�ber por qué se produce ese tránsito hacia la.filosoa y quiénes influyeron en usted. -Si, si, esa es la cuestión -concedió con una risa apresurada; pero franca, tras la que hizo una levísima pausa, apenas suficiente para cambiar el programa de su procesador-. Me ha influido mu- cho Gastan Berger, el ndador de la prospectiva, al que conocía desde hacia tiempo. Hicé un gesto de iluminación, que no pasó desapercibido al creador de la micropsicología
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ABRAHAM A. MOLES:

UN CLASICO EN LA

BRECHA DE LA

MODERNIDAD

Alberto Hidalgo Tuñón

I gnoro el conjunto de micro-decisiones que Abraham Moles, cibernántropo surrealista, tuvo que adoptar para acer­carse a Gijón respondiendo a una invi-

tación de la Sociedad Asturiana de Filosofía pa­ra participar en el III Congreso de Teoría y Me­todología de las Ciencias. Quizá le subyugó una cierta arbitrariedad en los recorridos o simple­mente se dejó arrastrar por el automatismo so­cial de las redes académicas mecánicamente programadas. Es difícil penetrar en las intencio­nes del creador de la teoría del hombre caracol, que va por el mundo con su complejo sistema de caparazones, dispuesto a participar en el jue­go dialéctico de la dispersión/ concentración en el tiempo y en el espacio, pero a sabiendas de que ya no existen casas, ni refugios inexpugna­bles en la civilización actual, sino sólo aparca­mientos limitados. En cualquier caso, a sus 65 años, esta especie de judío errante y periférico, maestro desconcertante del análisis atomístico de los fenómenos imprecisos, autor prolífico de libros y artículos sobre la creación artística y científica, la comunicación de masas, la informá­tica, el arte, el diseño urbano, la estética y el Kitsch, sigue representando personalmente, con un desorden premeditado en la exposición, una de las estrategias metodológicas más ricas para la investigación de las sociedades contemporá­neas. A propósito de sus trabajos, se ha hablado de estructuralismo estadístico, pero como suele ocurrir con las etiquetas, ésta, apenas nos revela más sobre el transfondo de su pensamiento que una cita erudita de su endiosado Paul Valéry: «La mayor libertad nace del mayor rigor».

Si es cierto que «los hombres sólo aceptan la sociedad en la medida en que son capaces de re­chazarla» -primer axioma de la dialéctica con­centración/dispersión-, el ritual de una entre­vista anunciada, sólo podía ejecutarse con éxito despoblando el universo de la comunicación, re­duciendo las «interfaces», suprimiendo los reco­vecos, los escondites, las digresiones y las esca­padas. Había que mutilar el complejo ciclo so­ciocultural, tan soberbiamente analizado por Moles en su Sociodinámica de la cultura (l), re­cortando cuidadosamente el microplano au­torrefetente de la sociedad intelectual. Por aña­didura, para conservar la dinámica, sólo cabía agarrarse al hilo argumental de la biografía. Así

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Abraham A. Moles

pues, comencé con una pregunta plana, sin aris­tas ni concavidades.

-En todas sus biografías se alude a su forma­ción científica, lpuede hablarnos de ella y de los autores que han influido en su pensamiento hasta provocar su cambio de orientación hacia las ciencias humanas?

-No ha habido cambio; más bien, un procesocontinuo, circular, si usted quiere. Mi primera for­mación fue como ingeniero en electricidad y elec­trónica y después he realizado investigaciones en física y física matemática -metalurgia, temple de aceros, vibraciones en los sólidos, etc.-, campo en el que presenté una tesis doctoral en La Sorbonne. Luego he dado muchas vueltas, he trabajado en Suiza, en Alemania, en Estados Unidos con una beca de la Fundación Rockefeller para la Universi­dad de Columbia. Finalmente, he defendido una tesis en letras, de filosofía, sobre «la creación científica», por una parte, y sobre «la teoría infor­macional de la percepción», por otra. Esta última parte, posteriormente, ha sido muy difundida, pues se ha traducido a una docena de lenguas ...

-Bien -le interrumpí ante el evidente peligrode una yuxtaposición externa de datos biográfi­cos y publicaciones-, pero yo quería s�ber por qué se produce ese tránsito hacia la.filosofía y quiénes influyeron en usted.

-Si, si, esa es la cuestión -concedió con unarisa apresurada; pero franca, tras la que hizo una levísima pausa, apenas suficiente para cambiar el programa de su procesador-. Me ha influido mu­cho Gastan Berger, el fundador de la prospectiva, al que conocía desde hacia tiempo.

Hicé un gesto de iluminación, que no pasó desapercibido al creador de la micropsicología

de la vida cotidiana, porque inmediatamente se apresuró a banalizar sus relaciones con Berger: su coincidencia cronológica en la Universidad de Marsella, sus clases, sus tropezones casuales en los andenes del ferrocarril, etc. Eran muchas las claves filosóficas que proporcionaba el solo nombre de Gastan Berger, aquel profundo in­troductor de la fenomenología de Husserl en Francia, cuya trepidante carrera administrativa e industrial no le había impedido remozar la tradi­ción espiritualista (Blondel, Le Senne) a travésde la interiorización de la acción. El proyecto fi­losofico de Berger, en el que se mezclaban feno­menología, mística, educación y técnica, tan in­teligentemente cuajado con la fundación del Centro de Prospectiva en 1957 con vistas a pro­mocionar una colaboración entre administrado­res públicos, sabios y organizadores atraídos desde los horizontes más diversos, tenía mucho que ver en la reorganización de un auténtico «poder espiritual» en el mundo moderno. Se trataba, en definitiva, de que la filosofía volviese a jugar un papel integrador de los esfuerzos des­perdigados que tendían a una mayor integración humana y a una mayor promoción cultural en conexión con el progreso técnico. Moles, sin du­da, había sido atraído por aquel grandioso proyecto en su juventud. Aunque actualmente lo compartiese en sus lineamientos generales, su propio pensamiento había seguido derroteros menos metafísicos y eran evidentes sus esfuer­zos, entre risitas azoradas, por diversificar las in­fluencias y desmarcarse de una orientación tan pronunciada. Mencionó algunos profesores de Universidad, que yo no conocía, e hizo especial hincapié en la huella que dejaron sobre él los grandes matemáticos estructuralistas del grupo Bourbaki (Cartan, Dieudonné, etc.). Me dio la impresión de que el teórico de la información estaba introduciendo deliberadamente «ruidos» en el canal de comunicación.

-Tuve también la oportunidad -continuó di­ciendo- de seguir las clases de Pauli en la Univer­sidad de Zurich. He trabajado también con More­no y pienso que he desarrollado una determinada dirección de la sociometría aplicada, como teoría de sistemas, que él no siguió. Fui asistente del pro­fesor Louis Néel, gran especialista en electromag­netismo y antiferromagnetismo, que posteriormen­te -1970- fue galardonado con el Premio Nobel por sus aplicaciones en la física del estado só­lido ...

A estas alturas, Abraham Moles se había per­catado, no sé a través de qué signos corporales inmediatos, de que aquella rutilante retahíla de personajes no había logrado disipar mis dudas iniciales. Necesitaba hilvanar un argumento más convincente, porque ninguno de los autores mencionados, a excepción de Berger, podían ha­ber modificado su orientación técnica inicial. Fue suficiente una leve insinuación cronológica para provocar en él un cambio automático de pista informacional. Descendimos así al ordo et

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conexio idearum, que, al decir de Espinosa, es elmismo que el ordo et conexio rerum.

-Bueno -se disculpó-, todo esto puede habersido un poco antes o un poco después en el tiem­po, pero era en esta etapa. Lo que me ha orientado progresivamente es el hecho de que, cuando estaba trabajando sobre la teoría de las vibraciones y, si­multáneamente, sobre acústica musical, me estaba dando cuenta de que las ideas que buscaba iban en la dirección de cómo reaccionaba el individuo ante los fenómenos del entorno. Saber cómo se constituía la reactividad del ser y del individuo era la gran línea directriz que me ha ido orientando hacia las ciencias sociales, las ciencias humanas, la psicología. Yo investigaba en torno a una idea general: ¿qué es lo que se conserva cuando se transmite un mensaje musical o un mensaje de la palabra? ... puesto que tiene que haber algo que se conserva. Sobre esta idea había realizado diversas aproximaciones, cuando tuve conocimiento de los trabajos de Shannon y Weaver, que acababan de ser publicados en el «Bel! System Technical Jour­nal» (1948). Aquello era precisamente lo que me interesaba y creo que he logrado transformar su teoría matemática, un poco abstracta, en una teo­ría física general. Al hacer esto, me he interesado en las formas (Gestalten) de los sonidos, de los ruidos, de los fenómenos sonoros en general, y me he planteado cuestiones en torno a lo arbitrario de la notación musical. En mi laboratorio de acústica en el C.N.R.S. de Marsella, poco a poco, llegué a preguntarme si podría combinarse todo esto y ob­tener gestalten originales, que fuesen diferentes de cada uno de los elementos. Se trataba de la idea de composición.

-lEra ya la época de los ordenadores? lDe Artet ordinateur?

Noté que mi pregunta le aliviaba, porque pa­recía cesar la presión ideológica inicial.

-No, eso fue después. Con todo -se apresuró aagregar relajada y complacientemente- en aque­lla época tuve el honor de plantear algunas pre­guntas al E.N.l.A.C., el primer gran ordenador electrónico, cuando estaba en los Estados Unidos. Pero, siguiendo con la idea de composición me he encontrado coincidiendo con lo que hacía Pierre Schaejfer en la radiodifusión francesa, cuando trataba de combinar sonidos más o menos graba­dos para confeccionar un todo artístico que fuese homogéneo. Es lo que se llamaba «música concre­ta». Para mí fue un tema apasionante y, durante varios años, yo mismo he sido el teórico de la mú­sica concreta. De esta época data la representa­ción tridimensional del objeto sonoro, que usted ha seleccionado para el boletín informativo de este Congreso. Así he llegado a establecer las bases de la composición y del reconocimiento de sonidos. Incluso he trabajado con el director de orquesta Hermann Scherchen, que ha sido el intérprete de algunos grandes compositores actuales como D.

�Milhaud, L. Da/lapicola, K. Stockhausen. Me in- -+ traduje bastante en este tema y dí varias conferen-cias en Stuttgart, Berlín, Hamburgo, Munich. Era

un tema que conocía bien. Bueno, así es cómo me he ido orientando progresivamente.

Mientras recapitulaba satisfecho la trayectoria intelectual de su etapa de formación, Abraham Moles había recobrado su habitual aspecto de bon vivant y su exquisita cortesía. Había sortea­do la dificultad principal de la pregunta, al mos­trar que la aparente dispersión de sus intereses gozaban de un fondo común claramente formu­lable, racional por tanto, sin necesidad de com­prometerse con dudosas concepciones filosófi­cas escoradas hacia el misticismo. Estar en la brecha de la investigación técnica avanzada era internamente significativo, porque permitía transitar, sin solución de continuidad, de la in­geniería electrónica a la reactividad del ser hu­mano. En este contexto, el análisis de las pro­piedades psicofísicas interesadas por la «música concreta» o electrónica no era sólo un hobby o un pasatiempo marginal, sino la expresión mis­ma de una actitud ante el mundo e, incluso, de una cosmovisión. No en vano su temprana cola­boración con Schaeff er (2) extraía directamente de la «historia de una experiencia», «los ele­mentos de una teoría». La posibilidad misma de vincular, en el límite, la más espiritual de las ar­tes -la música- con la más mecánica de las téc­nicas -la computación digital-, cuando, más tarde, en Art et Ordinateur (3), se generaliza bajo la propuesta de una estética informacional a to­das las formas de expresión artística, no sólo arrastra propuestas revolucionarias («cerremos los museos», «del orden al desorden», etc.), sino que presupone una mutación de valores éticos y un cambio provocativo en torno al propio senti­do de la vida en las sociedades de consumo. lEn base a qué?

1.-CIBERNETICA, ESTRUCTURALISMO Y TEORIA DE SISTEMAS

Abraham Moles pertenece, por derecho pro­pio, a esa generación de intelectuales que con una sólida formación física y matemática dedi­can sus esfuerzos a rigorizar el campo de las ciencias sociales después de la Segunda Guerra Mundial. En esta tarea de trasvase interdiscipli­nar la institucionalización de la Cibernética, fundada por Norbert Wiener, Rosenblueth, Bi­gelow y otros en la década de los cuarenta, juega un papel central en orden a catalizar profundos intercambios de ideas. Pero el programa «reuni­ficador» de Wiener, que convocaba a los investi­gadores más cualificados, a trabajar sobre las re­giones fronterizas de la ciencia, pese a su rápida difusión y aceptación, suponía compromisos metodológicos, epistemológicos y ontológicos, que pronto entrarían en conflicto con las estra­tegias investigadoras promocionadas por el Es­tructuralismo y la Teoría General de Sistemas. En este conflicto, Moles representa la solución «armonista» y «aséptica», solución que no pue-

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de ser ingenua, cuando proviene de un autor que ha reconstruido el árbol genealógico de la Cibernética, en base a dos ramificaciones princi­pales: la línea que se refiere a la explicación y si­mulación de los organismos vivos tanto en sus procesos biológicos como mentales, y que en la noche de los tiempos hunde sus raíces en el mi­to de Pygmalion, y la línea más preocupada por la lógica y la construcción de máquinas calcula­doras, que se remonta a la orientación matema­ticista y pitagórica de Platón (4). Mis preguntas tampoco podían ser, bajo su apariencia trivial, ingenuas.

-Señor Moles, usted está vinculado desde elprincipio al movimiento cibernético, pero más tarde su posición aparece como estructuralista e incluso sistémica: lpuede considerársele como pionero del movimiento cibernético en Fran­cia?; lcómo evoluciona hacia el estructuralismo y qué relaciones ha tenido con el movimiento estructuralista?

-En efecto, en lo que concierne a la Cibernética,he conocido a Norbert Wiener en la época en que estaba en Haití, y también a Roman Jakobson, quien me apreciaba mucho, por cierto. Era la épo­ca en que Noam Chomsky trabajaba como joven asistente de Jakobson, junto con Morris Halle, quien hizo las primeras voces artificiales en unas modestas. instalaciones. Entre 1946 y 1955 era fá­cil mantener muchas relaciones y yo, que pertene­cía a la Sociedad Americana de Física, estaba in­merso en aquel movimiento de ideas, en el que la cibernética, la teoría de la información y la biolo­gía matemática estaban íntimamente relaciona­das. De hecho, después de pasar por la Universi­dad de Columbia, estuve trabajando algún tiempo con Grey Walter en su Laboratorio de Bristol, co­nocí personalmente a Ross Ashby y, más tarde, pasé a la Universidad de Illinois para trabajar con Osgood sobre la teoría de los diferenciales semán-

ticos. Por tanto, es cierto que tuve mucha rela­ción con este ambiente que se estaba desarrollan­do en EE. UU. e Inglaterra. En cambio, no tenía mucha relación con los círculos parisinos. Había conocido a Sartre, pero de una forma bastante le­jana, porque siempre había un cortejo a su alrede­dor, que no iba mucho con mi estilo. Debo recono­cer que mi condición de director de una editorial de obras científicas en Ginebra me facilitó mucho las cosas. Me permitía no pocas libertades finan­cieras y me proporcionaba tiempo para poner a punto cantidad de trabajos. Había una mezcla en­tre mi actividad profesional y mi actividad científi­ca. Es la época en que publiqué La Créationscientifique (5). Por aquel tiempo la palabra «ci­bernética» tenía mucho prestigio y buena prensa, porque se trataba de un proyecto global para re­construir nuestro concepto de hombre sobre las bases científicas. Sigue siéndolo, pero su meta ha retrocedido, porque la cibernética ha sido corrom� pida, sobre todo, por el influjo de los periodistas, quienes de forma sensacionalista andaban prego­nando: «ies la solución!», «ise ha descubierto to­do!». Pero esta actitud es contraria al proceder científico, que hace un pequeño progreso, luego otro, otro ... , que pueden, incluso, enunciar pers­pectivas generales, pero que jamás dice: «puedo hacerlo todo». Precisamente ésto era lo que pre­tendían los periodistas. Llegó un momento, en, que la gente que utilizaba la palabra «cibernética» co­menzó a encontrarla molesta. Progresivamente fue sustituida por la expresión «teoría:de sistemas ge­nerales», introducida por Bertalanffy.

Estábamos tocando fondo, pese a la pertinaz actitud superficialista de Moles de referirlo todo a problemas de nombre o a coyunturas socioló­gicas externas, en particular, a la influencia de los mass-media en el ciclo sociocultural de la re­producción intelectual, que él había estudiado bien. Era imperioso completar el cuadro y no pude reprimir una pregunta, entre irónica e in­crédula.

-lHa trabajado usted también con van Berta­lanffy?

-Nunca, jamás. -Me replicó cortante, al tiem­po que se ponía en guardia, de nuevo-. En cam­bio, he trabajado con McCulloch, que se preocu­paba de las propiedades de las neuronas y de los tejidos nerviosos, he tenido alguna relación con Wiener, y, sobre todo, he conocido bastante bien a Shannon, quien me ha animado mucho a dedicar­me a las ciencias humanas, en especial, al opera­dor humano en sentido cibernético. El modelo hu­mano de la fisiología acústica es el mismo que el de la fisiología nerviosa en la teoría de la informa­ción, y es precisamente este aspecto psicofisico del operador humano el que me interesa de la teoría de la información y de la cibernética.

-De acuerdo, pero -agregué parsimoniosa­mente- usted no ignora que la Cibernética y la Teoría General de Sistemas mantienen relacio­nes distantes. Ambas toman los teoremas de la teoría de la información de Shannon como base

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de sus argumentaciones respectivas; es cierto. -Concedí para acallar sus protestas cada vezmás vehementes-. Sin embargo, frecuentemen­te, sus interpretaciones son diferentes y a lasobras de Bertalanffy me remito. Como movi­mientos nacen independientemente, en institu­ciones diversas y con órganos de expresión dis­tintos. Y, aunque en ciertos países, especial­mente europeos, tienden a asimilarse, me pare-ce que la Society far General System Research mantiene severas críticas contra la ciQ_ernética, al menos en boca de Bertalanffy, Rapoport, Bouilding, etc., que conciernen precisamente al modelo humano, al que usted alude. Según los sistémicos el modelo cibernántropo es clara­mente mecanicista y reduccionista, mientras el modelo sistémico es organicista, holista, globa­lista. El mismo hecho de que la T.G.S. sólo ini­cie su despegue a partir de la década de los se­senta, al mismo tiempo y al mismo ritmo que declina la estrella de la Cibernética, es interpre- - · tacto por Bertalanffy como un cambio de «para­digma», en el que la T.G.S. juega el papel de Ave Fénix resurgente de las cenizas «mecanicis­tas» de la Cibernética, la teoría de los juegos, la teoría de la información y la teoría de la deci­sión, varadas todas ellas por su «empirismo uni­lateral», etc. Para resumir, la crítica de la T.G.S. a la cibernética, les correcta o no?

Se revolvió incómodo en la butaca. Obvia­mente la cuestión no encajaba bien en sus es­quemas «armonistas», donde los conflictos y las interferencias no debían aparecer ni en el nivel de los creadores de ideas nuevas, en el de la so­ciedad intelectual. Allí el desarrollo debía ser paralelo y armónico. Eran los hechos y aconteci­mientos externos los que provocaban disonan­cias amplificadas por los mass-media. Creo quesu respuesta fue un modelo de estrategia de la acomodación, coherente con su filosofía de la Centralidad: «desde puntos más o menos leja­nos del mundo llueven mensajes sobre este vítreo fanal fenomenológico del individuo, so­bre esta pantalla que le aleja y le protege».

-Creo que le he dado una explicación generalde la evolución de estas ciencias. Es cierto que ha habido polémicas filosóficas, conflictos, discusio­nes. Personalmente nunca he participado en ellas y no las conozco a fondo. Tenía pocas relaciones con el grupo de Chicago de Bertalanffy. Yo estaba más ligado a Ashby y al grupo que trabajaba en la dirección de los ordenadores. De paso, quisiera subrayar que en este movimiento de ideas había una persona muy importante, a quien curiosamen­te no se le ha concedido el Premio Nobel, John van Neumann, pese a que ha sido el matemático más grande de este siglo.

-lLa teoría de los juegos?-Sí, la teoría de los juegos, entre otras. El hizo

la primera programación de los ordenadores, el �texto fundamental de The Drain as a Mechanical -+

Computer, ha construido la teoría de los autóma-tas, etc. Pues bien, tiene usted razón en la descrip-

ción que hace de estas disputas y, aunque no han tenido mucha influencia sobre mí, creo que los ataques que padecieron los cibernéticos provienen de un problema: «¿piensan las máquinas?». Hoy se considera un pseudo-problema, pero en aquella época interesaba mucho a la gente. Ha habido reacciones muy diversas: de ataque (Bertalanfjy, Buckley), de prudencia, de conciliación, etcétera. Por aquella época yo andaba por Alemania y Aus­tria, ya que trabajaba en el relanzamiento de labo­ratorios, y allí la actitud era más tolerante quizá por influencia de los trabajos de Wieser, Stein­buch, Frank, etc. Allí colaboré en la formación de Grundlagen Studien für Kybernetik, de la que sigo siendo miembro fundador. Después han sur­gido nuevas figuras que se interesaron mucho por este tipo de cuestiones, como Richard Meier, Ri­chardson, etc. Pero en aquel momento el problema fundamental era: ¿qué se quería hacer? ... Bueno, era el problema de la reconstrucción, del «milagro económico» y había un dinamismo considerable. Debo decir que mis trabajos eran más conocidos en Alemania, EE. UU. e Italia en este contexto, de lo que lo eran en Francia. Y esto responde un poco también a la otra pregunta que usted me ha hecho sobre mis relaciones con el estructuralismo. Para concretar: usted conoce bien mi libro Teoría de la información y de la percepción estética (6). Un libro clásico, sólido, muy utilizado. Pues bien, si tuviera que reeditarlo ahora, lo titularía «Teoría estructural de la percepción». No cambiaría ni una sola palabra, pero sí cambiaría el título. Esa es mi respuesta ...

Traté de recordar apresuradamente la clave interpretativa que Moles había usado en su clá­sico texto de hacía casi treinta años. Allí se ha­blaba, en efecto, de estructuras elementales de la percepción en un sentido atomista y, a partir de ellas, con fórmulas precisas e intervalos cuantificados se reconstruía el concepto de for­ma o de Gestalt. Sin embargo, entre la teoría psi­cofisiológica del receptor individual que se com­porta como un aparato de scanning integrado, y la psicología gestaltista, que ignora los detalles fenoménicos subyacentes a la percepción en provecho de los todos o agregados significativos, Moles había reconocido la existencia de una oposición dialéctica: la misma que de un modo filosófico general le estaba planteando yo ahora. lCómo la había superado?

-Se lo diré de otro modo -agregó ante mi cre­ciente estupefacción-. Mi teoría informacional de la percepción da cuenta, a través de la descompo­sición del hecho perceptivo en átomos simples, de las reglas del juego de la reconstrucción de los to­dos significativos de acuerdo con un cierto código descifrable y no aleatorio. Exactamente eso es lo que más tarde se ha llamado teoría estructural. Pero en aquella época yo tenía pocas relaciones con lo que se llamaba escuela estructura/isla, por­que aquella agitación de tiburones parisinos, de la que yo evidentemente no formaba parte, tenía mu-

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cho de juego diplomático, que no me interesaba. Es cierto que Lévi-Strauss, cuando había regresa-· do de América del Sur, me había animado a seguir trabajando en la línea emprendida después de la publicación de La Creación científica. Pero ¿ era yo estructuralista o no? Yo hacía teoría de la in­formación. Otros llamaban estructuralismo a esto. Si se trataba de la misma cosa, ¿por qué cambiar de nombre? Más tarde descubrí que hubiera sido más diplomático darle un nombre que estaba de moda.

Estar en la brecha de la actualidad no había si­do, al parecer, para Moles un·a cuestión de esno­bismo, ni una estrategia deliberada para promo­cionar publicitariamente su imagen. Pero las ri­sas irónicas, con que acompañaba sus observa­ciones acerca de las modas intelectuales, los co­legios invisibles y la difusión cultural, viniendo de un experto psicosociólogo de la comunica­ción, no estaban exentas de ambigüedad. Cierta­mente su teoría de la información era explícita­mente estructuralista y el libro aludido contenía una no despreciable autorreflexión filosófica so­bre el sentido y valor de la misma. De un modo general destacaba el método de polaridades dia­lécticas conscientemente elegido para su propia construcción. Partiendo de la polaridad hereda­da de la termodinámica entre orden/desorden, Moles había derivado al modo hegeliano, nue­vos dobletes estructurales (predicible/impredici­ble, banal/original, redundante/informativo, in­teligente/insólito, simple/ complejo) abriendo así a la investigación nuevos campos de aplica­ción. Su proceder dual analítico-sintético habla­ba a favor de sinceridad de sus declaraciones.

Pero si no había esnobismo, la qué se debía la patente versatilidad de su carrera? Sugiero una pista. Cualquier lector del número 13 de Com­munications, dedicado monográficamente a «los

objetos», o, en su defecto, de la sistemática del objeto contemporáneo que Moles ejecuta en Théorie des objects (7), no dejará de apreciar uncierto aire de familia entre los análisis de la con­dición posmoderna puestos de moda por Jean Baudrillard y Jean-Franyois Lyotard en los ochenta y los escorzos anticipados por aquellas publicaciones a principios de los setenta. Inte­rrogado acerca de las posibles influencias, Moles me respondió con un pícaro y divertido peut­etre. Entre nosotros Mario Gaviria, que le cono­ce bien y le debe algo, acierta a caracterizar a es­te «asesor sibilino y repartidor gratuito de ideas que se ponen en práctica» como una especie de explorador infatigable, que vive en el futuro más que en el presente. La información que maneja va diez años por delante de su difusión cultural, de manera que el asiduo lector de Moles sufre con frecuencia la decepcionante experiencia del déja-vu.

2.-EL LABERINTO EPISTEMOLOGICO

DEL LABORATORIO

Abraham Moles vino al III Congreso de Teo­ría y Metodología de las ciencias con una pro­puesta epistemológica precisa: «el tratamiento riguroso de los fenómenos imprecisos». Des­pués de su último libro, Laberintos de lo vivi­do (8), Moles regresa a la epistemología con unplan o plano específicamente diseñado para orientar a los investigadores en el laberinto de las ciencias sociales. Consciente de la ceguera del positivismo para los procesos de constitu­ción y creación científica, incluso en las «cien­cias duras», desaconseja abiertamente su estra­tegia y propugna un ensanchamiento y flexibili­zación de la razón. Si las ciencias sociales mani­pulan conceptos imprecisos,flous o borrosos por esencia y establecen relaciones infra-lógicas si­milares a las que funcionan en la vida cotidiana (veánse, por ejemplo, las aplicaciones que hace de ellas la retórica publicitaria para construir un discurso operatorio)-, todo esfuerzo por definir­los cerradamente, sin contradicción y sin incerti­dumbre, destruye estos mismos conceptos y eli­mina las relaciones. Si el propio mundo de las partículas elementales no puede permanecer ya en el dominio confortable del determinismo de Laplace, al abrigo de los principios de incertidum­bre, parece absurdo no percatarse de que en lainvestigación experimental en ciencias humanas funcionen verdaderos principios de incertidum­bre en la observación a gran escala.

Moles subraya la imbricación del experimen­tador en el experimento, la incrustación pertur­badora del observador en el fenómeno observa­do. He aquí un ejemplo sencillo: el acto de foto­grafiar sujetos animados con una buena calidad de imagen introduce una necesaria reacción, sea de huída, sea de pose, en todo caso de artificiali­dad del sujeto, creada por la presencia del obser­vador. Todos los etólogos y reporteros gráficos

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lo saben bien. Y si el observador se disimula, se minimiza, las imágenes que obtendrá serán cada vez más imprecisas, más vagas, más pequeñas; pronto aparecerá una suerte de producto cons­tante de incertidumbre entre la finura de la ima­gen y la exactitud de la observación en relación a la verdad del fenómeno observado. Bien mira­do, se trata de un proceso incrustado en la natu­raleza misma de la observación. Sin embargo, no se trata de un obstáculo insalvable que impi­da pensar con rigor los conceptos vagos. El es­tructuralismo estadístico y atomista permite unenfoque que se quiere considerar legítimamente más riguroso, porque se cree capaz de tomar en cuenta las «cosas vagas». Para ello Moles, feno­menólogo, considera de buena gana que la medi­da sigue siendo el algoritmo primero de la distan­ciación, esa operación tan necesaria y tan delica­da: al «medir» se toma una prudente distancia del hecho y de sus apariencias de significación. En el corazón del asunto nos topamos con el problema de las relaciones epistemológicas en­tre sujeto y objeto operatorios. La pregunta al Moles epistemólogo debía ser formulada en es­tos términos. Recursivamente, la cuestión es: lcómo se orientó él en el laberinto de la episte­mología filosófica? lAnte qué observadores-per­turbadores reaccionó? lCómo resolvió las incer­tidumbres implicadas?

- He seguido durante varios años cursos muydiversos en el terreno de la filosofía; eran cursos muy relajados, puesto que yo ya era doctor y los seguía simplemente porque me interesaban. Tuve como profesor a lean Piaget, en cuyo laboratorio de Ginebra había trabajado. Conocí bien a Gas­ton Bachelard, que entonces desempeñaba el pa­pel que más tarde desempeñaría Karl Popper en epistemología, y me divierte poder ofrecer algunas citas de Bachelard, que no se encuentran en nin­gún libro. Seguí todos los cursos de Merleau-Ponty en Amsterdam. Gastan Berger fue, quizá el obser­vador-perturbador más importante para mí: yo es­taba en la Sociedad de Filosofía de Marsella el día en que presentó por primera vez el término «pros­pectiva» y su definición. Todos estos fueron con­tactos muy directos.

«Pero lo que me condujo a interesarme por la epistemología no fue la teoría, sino la práctica, mis trabajos en el laboratorio, de los que le he ha­blado antes. Hice también algunas investigaciones sobre el ferrocarril eléctrico y he pasado por la ex­periencia de haber realizado experimentos satis­factorios en un laboratorio y no poder repetirlos hasta mucho tiempo después debido a su alto cos­to. De esta experiencia, por ejemplo, surgen refle­xiones interesantes: aunque se diga que el «princi­pio de autoridad» no es válido en el dominio de las ciencias, en la práctica sí lo es, porque, a ve­ces, se hace uso de resultados no repetidos, si su prueba viene avalada por un científico de presti-

�gio. De esta manera, mi interés por la epistemolo- -+ gía venía dictado por la pregunta: üómo se hace la ciencia? Yo conocía por experiencia directa

gran cantidad de «efectos» de lo que en sentido estricto se llaman las ciencias. Había recopilado un gran número de elementos científicos a par­tir de mis trabajos en física, química, matemáti­cas, resistencia de materiales, tecnología, etc., y fue éso lo que me dio la idea de escribir un tra­bajo sobre La creación científica, que ahora ha llegado a ser clásico. En él hay una concepción del método científico. Una de las consecuencias de es­te trabajo fue la creación del Centro de Investiga­ción Metodológica, un organismo dependiente del Ministerio de Industria, nacido con la ayuda de Gastan Berger y Bertrand de Jouvenel, e/fundador de la Futurología. Allí realizamos varios trabajos de recopilación de métodos de creación y analiza­mos la forma en que se agrupan, el grado de certe­za que proporcionan y, también, su funcionamien­to y sus aplicaciones, puesto que hacíamos investi­gaciones para la industria. Por ejemplo, yo ayudé a fundar el grupo de investigaciones prospectivas para Kodak e hice investigaciones para la cons­trucción de un tipo nuevo de mechero para una marca muy conocida. Interesado por los proble­mas del «design», de la construcción de formas, mi concepción epistemológica es eminentemente prác­tica. No se trata de establecer grandes principios de lógica científica, sino de averiguar cómo se ha­ce t(na investigación, cómo se descubren las cosas; es lo que se llama heurística o, en un nivel más intelectual, hermenéutica. En este sentido, soy muy escéptico respecto a las epistemologías gene­rales, pues conozco bien la subjetividad del inves­tigador objetivo. Probablemente en aquella época yo era uno de los investigadores que tenía mayores conocimientos tecnológicos: sabía calcular un al­ternador, construir una máquina o reparar un or­denador electrónico. Todo esto me dio un estilo que, .incluso ahora que trabajo en el terreno de la filosofía de las ciencias, aún conservo. Creo que los términos «ingeniero social», «ingeniero publici­tario» quieren decir algo: voluntad de aplicación.

«Hay todavía otra etapa muy importante en mi vida -continuó diciendo en un tono desacos­tumbradamente grave-, que comienza hacia 1958. Es la época en que los resistentes alemanes -ique existieron!- se reúnen para recrear el Bau­haus, que había sido cerrado por los nazis. Yoacababa de terminar unos trabajos sobre la com­plejidad, en los que definía las diferencias entrecomplejidad estructural y complejidad funcional y,tras pronunciar unas conferencias en el seno delmovimiento de la Hochschule für Gestaltung deUlm, me pidieron que fuera profesor de esta Es­cuela esde 1962 hasta 1968. En ella había unamentalidad: el «design» en ciencias sociales apli­cadas. Se trabajaba sobre publicidad, sobre teoríade la imagen, los problemas del signo en las artesgráficas, la arquitectura, el cómo del diseño de losobjetos cotidianos y el por qué de su forma, en fin,todas estas cuestiones. Fue un período de extraor­dinaria creatividad en un centro ideal, donde ha­bía 400 alumnos para una veintena de profesores.

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En los laboratorios de esta Escuela realicé mis trabajos sobre la comicidad de la imagen y sobre los supersignos. Estábamos relacionados con los principales grafistas alemanes y trabajábamos pa­ra Philips, Telefunken, Braun, etc. Era la época en la que surgió el gran problema de la prefabrica­ción metálica. Por tanto, me excuso por haber de­sertado de los planteamientos y discusiones filosó­ficas sobre epistemología».

-lPor qué?-Bueno, no me excuso, no me excuso.Celebramos con una prolongada carcajada

nuestra mutua coincidencia antiescolástica. Sin duda, Moles había interpretado mi prolongado silencio como un signo de desaprobación. Acos­tumbrado a las excomuniones gremialistas en Francia y a las descalificaciones políticas, debió sorprenderle que un interlocutor, supuestamen­te de letras, mostrase realmente interés por el laberinto epistemológico del laboratorio y le concediese significación. Que mi respetuoso si­lencio no provenía de un persistente e impene­trable laminado de actitud y estilo, equivocada­mente encubierto bajo el cínico discurso univer­sitario sobre la interdisciplinaridad, le animó a concluir en tono de confianza:

-Así pues, queda claro mi interés por los obje­tos, por su materialidad y su estructura, por las re­laciones que existen entre ellos y los sujetos opera­torios que los construyen y los manejan, por sus resistencias a la imaginación humana. Todas es­tas ideas me parecen importantes.

En el laberinto del laboratorio Moles había encontrado obviamente las claves hermenéuti­cas para interpretar el mundo contemporáneo. De su exposición se desprendía meridianamente que entre las llamadas ciencias de la naturaleza y las ciencias del «espíritu» (Geisteswissenschaf­ten) no se marcaba diferencia ontológica, ni gno­seológica alguna. Un mismo modelo ontológico

-el atomismo- señoreaba el triunfo de la fisico­química en el siglo XIX y el actual progreso delas ciencias sociales desde Demócrito a Lévi­Strauss y a la teoría de la información. Gnoseo­lógicamente, se propugnaba un intercambiofluido entre los algoritmos del pensamientoofertados por las ciencias de la naturaleza y losmodelos experimentales diseñados para enfren­tar los principios de incertidumbre a gran escalade las ciencias sociales. Pero la interdisciplinari­dad buscada no se limitaba a la mera yuxtaposi­ción de especialistas en tomo a una mesa redon­da; sólo el contacto efectivo de disciplinas dife­rentes en la matriz de una misma conciencia po­día provocar fecundaciones recíprocas (9).

Sin embargo, comprender esto, no significaba compartirlo. En particular había dos supuestos que, en mi opinión, Moles había introducido de­masiado precipitadamente. Su proclividad hacia la heurística parecía hacerle escorar hacia un cierto inductivismo estadístico, por una parte; de otro lado, su exposición· parecía teñida de un cierto pragmatismo, no ya sólo por su insistente apelación a la práctica del laboratorio, cosa legí­tima, sino, sobre todo, porque los modelos teó­ricos manejados parecían consumir su inteligibi­lidad en su eficacia tecnológica. Por la vía del di­seño y la aplicación, la ciencia teórica resultaba en sí misma insignificante, puesto que, a la pos­tre, su función se limitaba a servir de prepara­ción para una tecnología. El problema técnico del entrevistador consistía ahora en acertar con la cuestión desencadenante que provocase una respuesta sin destruir el clima de confianza crea­do. Confieso que en esta quiniela no conseguí el pleno.

-Voy a proponerle una paradoja, que no en­caja del todo con esta visión atomista. Por el or­den de sus publicaciones, parece que usted ha pasado del estudio de fenómenos de masas, co­lectivos, globales, en los que trata el complejo sociocultural como un todo, al estudio porme­norizado de las reacciones individuales, al cam­po de la micropsicología, en la que se tratan pe­queños fragmentos de la vida cotidiana. lCómo

explica este tránsito y qué influencia tiene en él Elisabeth Rohmer?

-Trataré de contestar. En cuanto a los fenóme­nos de masas, el libro que yo he escrUo, Sociodi­námica de la cultura, es un ejemplo típico de aná­Usü cibernéüco -o sütémico, si usted quiere-de un fenómeno global, ciertamente. La idea central es que hay un proceso de reactMdad, de feed­back, de la cultura sobre sí müma, que involucra un ciclo de combinaciones. Sobre ellas he aplicado la teoría de la información, en particular, la bana­lización progresiva del mensaje. En cuanto a la mfrropsicología tiene usted razón al aludfr a mi compañera EUsabeth Rohmer, porque juntos he­mos tenido las pdmeras ideas sobre el asunto y juntos hemos defin;do el concepto. La inspiración viene aquí de la teoría de los actos, es decfr, una palanca aquí, un botón allí, una luz más allá (en

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el magnetofón que usted está utWzando) no son más que pequeños detalles vistos desde la nobleza filosófica. Detalles, sí, pero hay alguien que ha re­flexfonado sobre ellos. Hay quienes lo hacen bien y quienes lo hacen mal, y ello tiene consecuencias, porque se trata de la aplicación del razonamiento. En la ciencia no hay pequeños detalles. Todos los elementos de la cadena son importantes y deben ser dominados por igual. La reconstrucción de es­quemas inteligibles en los que esos elementos se jerarquizan viene después. Los modelos así cons­truidos son siempre impeifectos y deben ser some­tidos a crítica para su refinamiento. Por ejemplo, cuando hacemos un cartel destinado a la publici­dad, si se cambia el grosor de los caracteres, se in­siste más en el color rojo que en el verde, se sitúan las letras más a la derecha o a la izquierda, etc., camb;a el impacto del cartel. Se sabe que cambia el impacto, pero no se sabe cómo. Pues bien, esto es lo que hay que averiguar ... De ahí se deduce la Mea de que se estudian demaúado los grandes fe­nómenos y no se estudian suficientemente los fe­nómenos pequeños.

Sus ironías sobre el magnetofón y sobre la no­bleza filosófica denotaban que no se había roto el clima de confianza. Eso me autorizaba a se­guir profundizando.

3.-LA MONADOLOGIA REDIVIVA COMO

CRITICA DE LA SOCIEDAD

Había llegado el momento de poner las cartas sobre la mesa. Le hice reconocer que sus con­creciones pecaban de banales, si no remitían a una concepción más profunda y aparté el mag­netofón en señal de confidencia:

- Hay, en efecto, en todo esto otra idea más fi­losófica y profunda. La influencia del pensamien­to judío no debe ser despreciada, porque, al menos yo así lo creo, ha hecho grandes aportaciones. En este caso, se trata de los conceptos de «microorga­nismos» y «macrocosmos» y la idea de que el mi­crocosmos no está separado del macrocosmos, si­no que ambos obedecen en conjunto a las mümas leyes, al menos en la escala del mundo humano, en que nos movemos. En consecuencia, si no pue­do abarcar el macrocosmos, puesto que es muy difícU llegar a controlar todas las variables, co­menzaré por estudiar el microcosmos. Es un prin­cipio talmúdico muy conocido. Todo es solidario en el mundo: por consiguiente, si estudiamos real­mente a fondo, muy a fondo, una hoja de papel, estaremos estudiando el mundo y podremos dedu­cir las leyes de una nebulosa ...

- lNo le parece esta última idea un poco mís- ·tica?

- No, no especialmente mística. Estudiando unbolígrafo a fondo en todos sus detalles, en todo lo que se puede imaginar, podemos construir un (;J mundo entero a partir de él. ...,.

Nos enzarzamos en una breve discusión rabí­nica. En la tradición griega, yo veía la filiación

de la idea en el «todo está en todo» de Anaxágo­ras, más próximamente en la coimplicatio de Ni­colás de Cusa -el mentor casi medieval de von Bertalanffy- y, sobre todo, en Leibniz, el santo patrón de la cibernética, según Wiener. Cité de memoria la Monadología, la idea de que cada sustancia simple es «un perpetuo espejo vivien­te del universo», y acerté a mencionar entrecor­tadamente el párrafo 67: «Cada porción de la materia puede ser concebida como un jardín lle­no de plantas y como un estanque lleno de pe­ces. Pero cada rama de la planta, cada miembro del animal, cada gota de sus humores es, a su vez, un jardín o un estanque igual que los pri­meros». En aquel momento no me percaté de una sutil diferencia: los ejemplos elegidos por Moles eran artificiales -un papel, un bolígrafo-, mientras Leibniz se refería a los Autómatas Na-

. turales. En cualquier caso, noté que el laberinto culturológico le abrumaba más que el laberinto del laboratorio. En lugar de recurrir a Filón de Alejandría, a Saadia, a Rashi o a Mendelssohn, rehuyó la confrontación escolástico-racionalista y cambió hebraicamente el género de argumen­tación.

- No quiero pronunciarme. Tengo mucho res­peto por las ideas de Leibniz, que yo mismo utilizo con frecuencia; sobre todo, las que se refieren al arte combinatorio. Pero en este punto mi conoci­miento de la historia de las ciencias no es suficien­te para tomar una posición bien determinada. Yo digo las cosas tal como las conozco. Pero hay toda una tradición del Mishná, que se conoce como «tradición comentarista», a la que voy a acogerme. Le daré un texto que le servirá de respuesta. Yo es­cribí ese texto precisamente porque expresa toda mi posición sobre este problema. Creo que le estoy respondiendo claramente.

Me entregó un texto en castellano y me invitó a que lo leyera en voz alta. El ambiente se había electrizado fenomenológicamente. No sé por qué tuve la rara experiencia de haber tropezado con un background ontológico. Mi sofisticado submarino occidental navegaba por extrañas profundidades que, sin embargo, me resultaban familiares. Conmocionado, pronuncié este texto autorreferente:

«El Comentario es una red regular de balas de cristal equidistantes, ligadas unas a otras por hi­los de vidrio. Esta red es infinita, y se extiende hasta las extremidades del Universo. El Texto, él también es otra red de balas más grandes, pero, esta vez limitada. Esta red está inserta en la red precedente en un lugar particular que es el sitio del Texto. Pero para poderse localizar en la red del comentario, tiene que desplazar las balas de este comentario y, por tanto, las va desplazando una a otras indefinidamente.

Todo el arte del comentador consiste en discer­nir del modo más exacto, el conjunto de perturba­ciones que la red del texto genera en la red del co­mentario, que le pre-existía por toda la eterni­dad».

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No pude menos que remitir la distinción en­tre Comentario/Texto a mis propias coordena­das, en las que se diferencia, también dialéctica­mente, entre Materia ontológico general/Mate­ria ontológico especial. Pero la potencia del tex­to de Moles residía precisamente en sus conse­cuencias gnoseológicas. Al ubicar el arte del co­mentador en la red preexistente desde la que se genera el Texto, el logos se encarnaba necesa­riamente en la vida cotidiana, pero trascendién­dola desde el Comentario. De ahí que su prag­matismo tomase una coloración trascendental, incluso cuando venía referido a la micropsicolo­gía de la vida cotidiana. Otros judíos, entre ellos Espinosa y Marx, habían transitado por estos ve­ricuetos. Moles, sin embargo, en el siglo XX, impresionado por el Texto de la microfísica y la mecánica cuántica, había tomado un camino di­vergente, en el que las instituciones -el Esta­do- y las clases sociales quedaban suprimidas. lCuáles eran las consecuencias prácticas de esa macro-opción?

-La micropsicología parte del análisis de situa­ciones simples, elementales, de los pequeños pro­blemas de la vida cotidiana ... Ahora mismo, usted está dando vueltas a la hoja, porque está usted in­quieto, no está seguro de que su cinta del magne­tofón vaya a durar hasta el final y, puesto que esto es su responsabilidad, es también su prohlema. Esto le molesta un poco, constituye una pequeña sombra en el campo de su conciencia, lo que hace que no me esté usted escuchando enteramente ...

Ante mi protesta por el ejemplo, elevó el ran­go de su discurso:

-Lo que quiero decir, y usted me entiende, esque en micropsicología estudiamos el conjunto de fenómenos psicológicos que están por encima del límite de la percepción -son, pues, perceptibles-, pero que están por debajo del límite de la concien­cia, es decir, que no son percibidos. Basta con /la-

mar su atención sobre ellos, para que los microdi­lemas planteados en un microesceri'a-r-io..cotidiano, le hagan tomar conciencia de las microdecisiones que usted toma contim1amente. Esto no tiene nada que ver con el psicoanálisis, donde es el incons­ciente el que provoca obsesiones, angustias, etc. Es, más bien, un análisis crítico de la vida cotidia­na que entraña una definición ampliada de la psi­cología social, ya no como ciencia de las relacio­nes de los individuos entre sí, sino como ciencia del hombre en sus relaciones con el medio físico y social. Pues bien, esta cantidad inmensa de peque­ños fenómenos de la vida cotidiana van unidos unos a otros y constituyen un conjunto compacto. Lo que ocurre en las sociedades modernas es que todo se ha institucionalizado, pues la sociedad, el lugar social, institucionaliza la forma de las puer­tas, la tensión eléctrica de las bombillas, el diáme­tro de su cigarrillo, las reglas según las cuales us­ted debe fumar en público; institucionaliza tam­bién el uso que usted hace de su coche, las bodas, los suicidios, los seguros, las mesas, los camare­ros, ... todo. Por debajo de esas formas institucio­nalizadas, sin embargo, siempre hay algo que per­manece, elementos constantes, que son los que in­teresan a la micropsicología. Pero quizá esto sea una respuesta un poco metafísica. Con todo, su estudio tiene efectos críticos inmediatos, porque, por ejemplo, pone de manifiesto lo que yo llamo «la mentira del discurso social». Un ejemplo sim­ple: a mí me gustan los palilleros argentinos. ¿ Cuál es el precio de este pequeño objeto? Dos dó­lares. Yo tengo dos dólares, e incluso mucho más. Pero si intento encontrar palilleros argentinos aquí, en Gijón, tal vez tenga que llamar al agrega­do comercial de la embajada argentina en Madrid, que quizá me informe de los trámites para conse­guir su importación dentro de tres meses. Así pues, si analizo detalladamente lo que yo llamo mi­croescenario e intento analizar también lo que lla­mo «costes generalizados», es decir, todos los ele­mentos necesarios para que los objetos lleguen hasta esta mesa, descubro que esto se convierte en algo vertiginoso, espantoso, entonces, ¿qué nos di­ce la sociedad de consumo? Ha construido un dis­curso social con una regla a seguir: «Si tenemos dinero, tenemos derecho». Pero ahora tengo el di­nero y no puedo conseguir el objeto. El discurso social es, pues, una mentira.

Era tarde y Moles debía madrugar para regre­sar a Strasbourg, así que adoptamos la microde­cisión de concluir la entrevista y nos incorpora­mos al grupo de congresistas que ya estaba ce­nando. Ciertamente la monadología rediviva, que Moles, exquisito gourmet, había entreverado en la tradición judía, tenía consecuencias críticas para la sociedad de consumo y también para las sociedades de «control burocrático». A mí me siguen pareciendo «microcríticas». Tal evez, en la brecha de la modernidad sean las únicas posibles.

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BIBLIOGRAFIA ALUDIDA

(1) Socio-dynamique de la Culture, Mouton, París, 1967;hay vers. cast. en Paidos, Buenos Aires, 1978.

(2) Schaeffer, P. y Moles A., A la recherche d'une musí-

que concrete, Seuil, París, 1952. (3) Art et Ordinateur, Casterman, 1971.(4) «Cybernétique et Information» en Méthodologie vers

une Science de /'Action, ed. R. Caude y A. Moles, Gauthier­Villars, Pans, 1964.

(5) La Création scientifique, Kister, Geneve, 1957.(6) Théorie de /'information et perception esthétique,

Flammarion, Paris, 1958 vers. inglesa de la University of Illinois en 1966. Algunas versiones a otros idiomas toman como fuente la versión inglesa. Hay reedición francesa por Denoel en 1973.

(7) Les objets. Communications, n.0 13, 1969, du Seuil.Hay vers. cast. en ed. Tiempo contemporáneo, S. A., 1971. Théorie des objets, Editions Universitaires, 1972.

(8) Labyrinthes du vécu, Librairie des Méridiens, 1982,escrito en colaboración con Elisabeth Rohmer, culmina una colaboración que comienza en 1972 con Micropsychologie et

vie quotidienne (Denoel, 1976) y Psychologie de /'espace, Cas­terman, 1972 (vers. cast. en Ricardo Aguilera, 1972).

(9) Varias obras de Moles constituyen una buena mues­tra de esta clase de interdisciplinaridad. Además de las ya citadas sobre música concreta o psicosociolbgía, cabe desta­car las relacionadas con problemas urbanísticos (L'ajfiche

dans la societé urbaine, Dunod, 1969; Facteurs psychoso­

ciaux d'une rénovation urbaine, Desoer, Liege, 1965), la teo­ría de la acción y la de la comunicación (Thedorie des acles.

Vers une écologie des actions, Casterman, 1977; L'image,

communication fonctionelle, Casterman, 1981), etc.


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