Análisis longitudinal de la violencia emitida en televisión: una
evaluación psicosocial
Juan Carlos Revilla, Concepción Fernández Villanueva y Celeste Dávila
Universidad Complutense de Madrid
Resumen
El análisis de la violencia en televisión podría parecer que se limita a cuantificar su incidencia y
recomendar su reducción. Sin embargo, las características de la violencia que se emite y su
contexto de emisión (esto es, lo que se cuenta y cómo se cuenta) puede cumplir funciones
positivas, como la sensibilización, la educación, etc. Y en este cómo se cuenta aparecen
precisamente algunas variables de interés psicosocial, como la legitimación o el género
narrativo televisivo. En ese sentido, el presente trabajo pretende indagar acerca de cómo está
variando en el tiempo la emisión de violencia en televisión, tanto cuantitativa como
cualitativamente. Para ello, contamos con un análisis de contenido de calas de emisiones de
cadenas de televisión generalistas, recogidas aleatoriamente en los años 2000, 2005 y 2012
(un total de 147 horas de grabación), a partir de los cuales hemos calculado índices de
violencia, así como recogido los datos correspondientes a tipos de programa, tipos de
agresores y víctimas, tipo de daño y discurso legitimador. Los resultados muestran, en primer
lugar, un cambio en el patrón de la programación que progresivamente incorpora mayor
número de horas de programas informativos y menos de ficción televisiva (películas o series).
Esto tiene efectos sobre la reducción de los índices globales de violencia, en la medida en que
el índice de violencia en los programas de ficción tiende a ser superior al de los programas de
realidad, especialmente en las películas. Esto produce asimismo una reducción de la violencia
legitimada y ambivalente y un aumento de la deslegitimada. Los datos globales, por su parte,
muestran una tendencia de los informativos a retratar mayor porcentaje de violencia contra la
propiedad, mientras que la violencia física predomina en las películas y la social en las series y
los magazines. Los informativos y las series tienden a presentar en mayor medida la violencia
como deslegitimada, mientras que en las películas aparece en mayor medida de forma
ambivalente y legitimada. La publicidad y los documentales también tienden a legitimar la
violencia en mayor medida.
Introducción La preocupación por la violencia social en general se suele relacionar con la cantidad de
violencia que emiten los medios de comunicación, en la medida en que se supone la existencia
de una relación entre la violencia contemplada y la violencia real. Sin embargo, esta relación
no ha sido sencilla de demostrar por la dificultad de establecer los vínculos entre consumo de
violencia en televisión, con toda su diversidad de modalidades, y las tasas y tipos de violencia
real. De hecho, autores recientes, como Ferguson (2015), muestra cómo el consumo de
violencia ficticia en la televisión no va acompañado de un aumento posterior de violencia real
en la sociedad, con lo que se cuestiona uno de los mitos más extendidos acerca de los efectos
de la violencia mostrada en televisión, basados principalmente en estudios sobre violencia
ficticia y sobre actos de violencia física. Por tanto, podríamos pensar que más allá de la mera
cuantificación, la forma en que se presenta esa violencia en los medios, el contexto en que se
presenta, puede ser incluso más determinante para producir efectos en los espectadores, ya
sean positivos, negativos o ambivalentes. Esto es, no solo es relevante cuánta violencia se
emite, sino de qué tipo, cómo se presenta, quiénes están implicados, cuándo se emite, qué
sentido tiene mostrar lo que se muestra y qué nos quieren decir con ello. O, si se quiere, de
qué modo se pretende que el espectador la asuma como aceptable o rechazable, como
legítima o ilegítima. En ese sentido, las razones, intenciones, motivos, fines o justificaciones
que se ofrecen de tal violencia han de tener un papel especialmente relevante a la hora de su
recepción por los espectadores.
El problema es que los conceptos o variables que se han utilizado para recoger esta cuestión
son muy diversos. Por ejemplo, Wilson et al. (1997, 1998) hablan de razones de la violencia,
apreciando que, de todos los actos de violencia analizados el 30% se producía en beneficio
personal, el 26% para proteger la vida y el 24% por enfado, entre las razones más importantes.
Potter et al. (1995) distinguen entre intenciones maliciosas (58%) y desconsideración (33%).
Gunter y Harrison (1998) distinguen entre motivos positivos (autopreservación, defender la
ley, proteger la familia o la sociedad) y negativos (maldad o destrucción, ambición o poder,
deseo de dinero). Mustonen y Pulkkinen (1993) utilizan el concepto de justificación como
variable de clasificación de los actos agresivos, diferenciando entre justificados (defensivos,
altruistas y no intencionados) e injustificados (espontáneos, planeados, ofensivos,
instrumentales y vengativos).
Pero todas estas clasificaciones se basan en el intento de penetrar en la mente del agresor
para desvelar sus motivos, intenciones, razones o justificaciones, lo cual no siempre es posible
con la información que se aporta en la emisión. Además, en el caso de la justificación, aparece
la posibilidad de justificaciones encontradas: lo que es justificado por el agresor puede no serlo
por la víctima, los observadores o la sociedad en general. En este sentido, Potter y Ware (1987)
encontraron que el 93% de la violencia en televisión estaba justificada desde la perspectiva del
agresor, pero no para la sociedad.
Sin embargo, nuestro planteamiento considera que la clave de la significación y del impacto
que puede tener la violencia sobre los espectadores está en las pretensiones de sentido del
programa concreto. Esto es, no se trata de que el agresor considere justificada su acción o que
la víctima la considere injustificada, o de las razones concretas que puedan tener los agresores
para poner en práctica este tipo de conductas, sino que se trata es de observar las claves que
se nos ofrecen en la imagen y en el sonido emitidos para que lleguemos a una determinada
interpretación de lo que está ocurriendo. El espectador podrá aceptarlas o no, pero el discurso
de la emisión siempre orienta lo que describe para que lo interpretemos de una manera
determinada.
Desde este planteamiento, consideramos que el concepto más adecuado es el de legitimación,
concretamente las “pretensiones legitimatorias” de la violencia emitida en televisión. La
legitimación podría entenderse como “un proceso por el que se construyen versiones
culturales dentro de una estructura social mayor para explicar y apoyar la existencia de una
entidad social, ya sea esa entidad un grupo, una estructura de inequidad, una posición de
autoridad o una práctica social” (Berger, Ridgeway, Fisek y Norman, 1998, p. 380), y en el que
esa explicación o apoyo no es neutro, sino que pretende su aprobación normativa o, al menos,
su aceptación o consentimiento (Della Fave, 1986). Cuando un agente trata de que algo se
acepte como legítimo está vinculando estas “pretensiones de legitimidad” a la aceptación de
un “otro generalizado” (Berger, Ridgeway, Fisek y Norman, 1998, p. 380), utilizando la
conocida expresión de George Herbert Mead (1934). El sistema normativo (legal, ético y
moral) del contexto social es el que en último término ampara (legitima) o rechaza como
inaceptable (deslegitima) el objeto de legitimación. En resumen, legitimar la violencia significa
presentarla como un comportamiento aceptable, normal, trivial, comprensible. En ocasiones
va más allá de la comprensión y aceptación, e incluye la celebración y exaltación.
La complejidad de la legitimación se muestra en que “inherentemente es un proceso
multinivel” en el que está implicado un nivel “local”, el que afecta al objeto de legitimación, y
un nivel “global”, del entorno social en el que tiene lugar el proceso (Dornbusch y Scott, 1975;
Walker y Zelditch, 1993; Berger et al., 1998). Cuando intervienen en el proceso, los medios de
comunicación articulan ambos niveles creando contextos interpretativos (Pollock y Rindova,
2001) que tienen como consecuencia el aumento de la probabilidad de que la audiencia acepte
como legítima o ilegítima, por ejemplo, la conducta o práctica social mostrada en la emisión.
Desde esta concepción, Ball-Rokeach (1972) señala la necesidad de relacionar la violencia en
televisión y sus efectos con la legitimidad o ilegitimidad bajo la que ésta se presenta. Para esta
autora, los diferentes actores sociales que analicen una determinada agresión pueden
discrepar o no sobre su legitimidad, con lo que se podrá producir un consenso o no entre los
diferentes actores implicados acerca de la legitimidad de una agresión. Adicionalmente,
consideramos que es necesario diferenciar a su vez las pretensiones de legitimidad que realiza
la emisión televisiva y la aceptación o rechazo de ese discurso legitimador por parte de la
audiencia, es decir, de los diferentes actores sociales.
Los recursos audiovisuales con los que cuentan los creadores y productores de la violencia en
televisión son el soporte que conforma las pretensiones de legitimación de la emisión. A este
respecto, en un trabajo anterior (Fdez. Villanueva et al., 2004a) desarrollamos los mecanismos
de legitimación propios de la violencia en televisión. Además de los factores de tipo general (la
modalidad de las emisiones y las funciones de la imagen), clasificamos los mecanismos
específicos de legitimación en mecanismos vinculados a los actores (agresores y víctimas), los
que hacen referencia a los daños (tipo de daño) y a las consecuencias (para el agresor), y los
relacionados con las acciones violentas (legitimación o no). Todos estos aspectos son
“mostrados” y “dichos”. Por ejemplo, la imagen “muestra” a un personaje desvalido y la
palabra nos “dice” que ha realizado o sufrido determinadas acciones. El recurso fundamental
es la imagen, pero el soporte es la palabra que afianza el significado, en conjunto dan sentido a
un relato que se espera que el espectador haga suyo.
Para construir acciones violentas que sean interpretadas como aceptables o legítimas muy a
menudo no es necesario explicitar las razones ni el sentido de los actos violentos. Se puede
hacer manejando la construcción de los agresores, las víctimas y las consecuencias de las
agresiones. Por ejemplo, para presentar como legítimo un acto violento basta con presentar
actores “agradables” para la audiencia (héroes, por ejemplo), actores “legales” que utilizan la
violencia para hacer cumplir las normas (policías o ejércitos, por ejemplo), actores
“aceptables” que necesitan usar la violencia para desempeñar su rol (profesores, padres o
adultos, por ejemplo), actores que se ven obligados a defender sus derechos con violencia, etc.
(como manifestantes). Esa legitimación se refuerza si las víctimas son presentadas como
culpables, locas o simplemente merecedoras de castigo. Por el contrario, para presentar como
ilegítimo un acto de violencia se pueden construir agresores antipáticos, malvados, culpables o
locos y unas víctimas inocentes, desprotegidas o indefensas.
Igualmente, las acciones violentas se nos presentan evaluadas en el relato que se cuenta y en
las consecuencias que se muestran. Así, aparecen acciones proporcionadas,
desproporcionadas, morales, lícitas o ilícitas, inexplicables, inhumanas, humorísticas,
necesarias, etc. Es decir, un amplio panorama en el que se mezclan las características de los
actores, las víctimas y las consecuencias para presentar una explicación y una argumentación
que sostiene la pretensión de legitimación o deslegitimación de las emisiones. Los mecanismos
relacionados con los daños tienen que ver con el hecho de presentarlos o no y la forma en que
se hace. Respecto de las consecuencias, la ocultación o no de las consecuencias negativas y
positivas sirve también como mecanismo de legitimación o deslegitimación. Por último, la
legitimación o no de las acciones violentas pasa por la forma de presentarlas, como ofensivas o
defensivas, lícitas o ilícitas, con fines morales o inmorales, etc.
Si se analiza la programación desde esta perspectiva de construcción sutil del sentido y la
evaluación de las acciones, lo primero que sorprende es el amplio porcentaje de violencia que
se presenta como legítima, y por tanto, como éticamente aceptable. En un estudio previo
(Fernández-Villanueva, Domínguez, Revilla y Anagnostou, 2006) se encontró que alrededor del
40% de los actos agresivos emitidos en televisión son totalmente legitimados, otro 40% son
deslegitimados y un 20% son ambivalentes, es decir, legitimados y deslegitimados al tiempo. El
Centre Superieur de l’Audiovisuel francés (CSA, 1995) identifica como legitimados el 40% de
los actos agresivos de los programas de ficción analizados. Finalmente, Gunter y Harrison
(1998), considerando conjuntamente los fines positivos del agresor (autopreservación,
bienestar de la sociedad o de la familia y sostenimiento y respeto de la ley) obtiene que cerca
del 33% de la violencia en televisión sería de este tipo, es decir, estaría legitimada según
nuestra concepción. Esta legitimación es coherente con la aceptación del uso de violencia y su
legitimación jurídica o moral en los códigos legales, que legitiman la guerra justa o la legítima
defensa, y en los productos culturales que ensalzan a los héroes que protegen a las
poblaciones de abusos injustos o violencia inaceptable. A pesar de ello, no se puede desdeñar
el hecho de que también hay mucha violencia presentada como ilegítima (más o menos 40%
en Fdez. Villanueva et al., 43% en Gunter y Harrison) y que, por tanto, invita a que el
espectador la rechace.
También deberían considerarse aquellos casos en los que la legitimación no se presenta de
forma clara o nítida (por ejemplo, el 20% de los actos agresivos encontrados por Fernández-
Villanueva et al, 2006), es decir, en los que aparecen elementos legitimadores (aceptables) y
deslegitimadores (condenables) a la vez. En este caso, el efecto de esta complejidad es doble.
Por un lado, la posibilidad de que el espectador vea como legitimados los actos de violencia de
la televisión se puede incrementar mucho: 6 de cada 10 actos de violencia se presentan con
algún discurso que los legitima, pues entre los actos legitimados totalmente y los ambivalentes
suman alrededor del 60%. Habría que pensar si esta “ambivalencia” o falta de parámetros
estrictos no es también un rasgo que poseen los actos de violencia reales, ya que el mismo
concepto de violencia es evaluativo y su interpretación depende considerablemente de
quiénes son los evaluadores, pero, en cualquier caso, es una dimensión a tener en cuenta
cuando se evalúa su posible influencia social.
La eficacia de los actos violentos, es decir, el hecho de que la violencia se muestre como
funcional para quien la ejerce, es otro importante indicador que sin duda se relaciona con la
aceptación de la violencia social. Fernández-Villanueva et al (2006), en el análisis de las
consecuencias de los actos violentos, señalaban que casi la mitad tienen consecuencias
positivas para quien realiza la agresión. Es decir, se presenta como un recurso que facilita la
posibilidad de conseguir los objetivos pretendidos, independientemente de que sean vistos
(juzgados) desde fuera como positivos o negativos desde un punto de vista ético.
Por tanto, sin tener en cuenta más factores extratelevisivos, la literatura sobre el tema nos
permite afirmar que tanto los altos niveles de legitimación como la eficacia de la violencia (las
consecuencias de las violencia para el agresor) mostrada en las pantallas invitan a que el
espectador la entienda y la acepte. No obstante, debemos tomar en consideración el contexto
interpersonal, político y social en el que la televisión opera, y contrastar su legitimación con
otras legitimaciones que se presentan fuera de los medios de comunicación y en particular
fuera de la televisión.
El objetivo de este trabajo es analizar aquellos elementos de las emisiones televisivas que
pueden contribuir a la aceptación o comprensión de la violencia emitida. Para ello,
presentamos los resultados relativos a una primera aproximación cuantitativa que se centra en
variables como la cantidad de actos agresivos, el tipo de programa, el tipo de daño, las
consecuencias de la agresión y su legitimación. Además, analizaremos la evolución de la
violencia emitida en estas variables, a través de un análisis longitudinal con datos de los años
2000, 2005 y 2012.
Metodología Los actos de violencia analizados se recogieron a través de calas de emisiones televisivas de 15
minutos diarios elegidos aleatoriamente durante 4 semanas no consecutivas de cada una de
las cadenas generalistas, nacionales o regionales, seleccionadas por criterios de audiencia y
población (TV1, La 2, Antena 3, Tele 5, Cuatro, La Sexta, Telemadrid, Canal Sur y TV3). Para
seleccionar los fragmentos de emisión se dividió el horario de un día en cuatro tramos de seis
horas cada uno y cada tramo en 24 fragmentos de quince minutos cada uno, de los que se
seleccionaron aleatoriamente un fragmento de cada tramo horario por día y por cadena. Este
procedimiento se realizó en los años 2000, 2005 y 2012, de forma que por cada cadena, hora y
año se grabaron y analizaron 7 horas de emisión, hasta un total de 149 horas (Tabla 1).
Tabla 1: Cadenas televisivas y número de horas analizadas en cada año.
Canales 2000 2005 2012
TV1 x x x
La 2 x x x
Antena 3 x x x
Tele 5 x x x
Cuatro x
La Sexta x
Telemadrid x x x
Canal Sur x x
TV3 x x
Nº Cadenas 5 7 9
Total horas 35 49 63
Fuente: Elaboración propia
De los fragmentos de emisión seleccionados identificamos aquellos episodios donde existía
violencia, considerando no sólo la violencia física, sino todo tipo de violencia. La definición de
violencia empleada fue la siguiente: “aquel estado de las relaciones sociales que para su
mantenimiento o alteración precisa de una amenaza latente o explícita” (Fernández-Villanueva
et al., 1998, p. 46). A su vez, se entendió como episodio de violencia la unidad mínima de
sentido en el análisis de la violencia emitida por televisión (Fernández-Villanueva et al., en
prensa, a). El episodio suele ser una parte de una emisión, entendida como unidad completa
de programación. Por ejemplo, si se hace referencia a un informativo el episodio sería la
noticia, y si es a una película, el episodio sería una escena, o un anuncio en el caso de la
publicidad. Ahora bien, cada uno de esos episodios puede contener diversos actos agresivos,
que son las conductas o comportamientos que causan daños, entendiendo por daño cualquier
menoscabo en la integridad física, social, patrimonial o de otro tipo de cualquier agente
considerado.
Una vez identificados como violentos los episodios y actos correspondientes, se realizó una
codificación fruto de un análisis de contenido llevado a cabo como jueces por los miembros del
equipo de investigación, sometiendo los casos discrepantes a un trabajo específico para
clarificar los criterios de codificación hasta alcanzar la unanimidad. La fiabilidad global
interjueces fue un más que aceptable 84,5%. La fiabilidad superó el 90% en variables más
sencillas, como especie o género y edad del agresor y víctima, y quedó por encima del 70% en
variables más evaluativas, como el tipo de daño, las consecuencias para el agresor y los
diferentes tipos de legitimación o deslegitimación.
Las variables analizadas son las siguientes:
1. Ratio de violencia. Se obtiene del cociente entre el número de actos agresivos y el tiempo de
grabación, lo que proporciona el número de actos agresivos por hora. Se ofrecen los resultados
globales por año, pero también segmentados por tipo de programa. Con esto se podrá
apreciar si hay alguna pauta clara en la evolución de la cantidad de violencia en las emisiones
televisivas.
2. Porcentajes de actos agresivos por tipo de programa respecto del total por cada año y
porcentajes de tiempo de grabación por tipo de programa respecto del total por cada año. Con
ello se pretende analizar los cambios en la oferta televisiva de los canales seleccionados para
después relacionarlo con las ratios de violencia, pues entendemos que la evolución de estas
puede tener que ver con una mayor o menor presencia de ciertos tipos de programas en los
que se suele encontrar más o menos violencia.
3. Tipos de daño en la víctima de los actos agresivos analizados en los diferentes años
contemplados. Con ello se pretende apreciar si la violencia que se muestra cambia en su
mayor o menor gravedad.
4. Consecuencias para el agresor de los actos agresivos analizados, que pueden ser positivas,
negativas, ambiguas o ninguna. La ausencia de consecuencias puede tener un aspecto positivo,
en la medida en que el agresor consigue evitar la sanción derivada de una violencia que es en
muchos casos ilícita. Las consecuencias de los actos son un indicador, por tanto, de la
evaluación moral de la violencia ejercida por los agresores.
5. Discurso legitimador, que caracteriza a los actos agresivos en legitimados (si solo presentan
instancias de legitimación, sean de agresor, víctima o acción), deslegitimados (solo con
instancias de deslegitimación) o ambivalentes (si presentan instancias de legitimación y
deslegitimación a un tiempo). Este indicador mostrará igualmente la consideración social de la
violencia emitida.
Para el análisis de las relaciones que a continuación se plantean se han utilizado
fundamentalmente tablas de contingencia y el análisis de chi-cuadrado como estadístico de
contraste. Las relaciones entre todas las variables contempladas resultan positivas y
significativas en todos los casos. Complementariamente, se ha procedido a realizar un análisis
de correspondencias con las variables tipo de programa, consecuencias para el agresor,
discurso legitimador y tipo de daño. El año ha sido contemplado como variable suplementaria,
una vez apreciadas las escasas diferencias que se encuentran por año en estas variables.
Para llevar a cabo los análisis cuyos resultados se muestran a continuación se ha utilizado el
paquete de programas estadísticos IBM SPSS Statistics 22.
Resultados Con relación a la cantidad de violencia emitida por las cadenas de televisión (ver Tabla 2), se
puede apreciar que la ratio global es de alrededor de 20 actos agresivos por hora de grabación.
La mayor ratio se obtiene en el año 2005 (24,45). Las ratios por tipo de programa muestran en
muchos casos una variabilidad aun mayor, si bien se pueden apreciar algunas tendencias muy
claras. En primer lugar, destaca sobremanera la ratio de violencia de las promos, esto es, los
anuncios de programas que se emitirán posteriormente. Dado que muchos de ellos se refieren
a películas o series, y que se busca el impacto de las imágenes, no resulta sorprendente
encontrar en ellos una gran cantidad de actos agresivos. Cuando se analiza el tiempo de
emisión de los programas (ver Tabla 3), se observa la reducción del tiempo de emisión de
películas, lo que habría de tener como consecuencia la reducción en el porcentaje de promos
de las películas a emitir y, con ello, la reducción, como es el caso, de la ratio de violencia en
este tipo de programa en el año 2012, al ser las películas uno de los tipos de programas con
mayor ratio de violencia, como veremos a continuación.
Tabla 2: Ratios de violencia por tipo de programa y total
2000 2005 2012 Media
Informativos 20,88 24,62 17,94 20,60
Reportajes 14,77 23,62 9,80 12,87
Documentales 7,41 17,65 15,16 14,38
Películas 43,32 43,05 88,49 49,44
Series - culebrón 26,33 46,86 31,59 32,17
Magazines 3,89 9,32 10,17 8,48
Publicidad 4,90 14,50 11,10 10,60
Promos 171,36 208,93 118,56 154,02
Retransmisiones deportivas
3,32 2,52 16,77 8,26
Dibujos animados 32,46 69,01 81,44 58,09
Otros 4,40 10,86 2,51 4,96
Totales 18,74 24,45 17,75 20,22
Por otro lado, las siguientes ratios más elevadas son las de programas de ficción, ya sean
películas, series o dibujos animados, estos últimos con una tasa de violencia creciente y un
tiempo de emisión cada vez menor en estos canales generalistas, tras la llegada de los canales
dirigidos específicamente a la infancia. Salvo el dato de 2012 (88,5 actos por hora en las
películas), la ratio de violencia de los programas de ficción adulta, películas y series no sigue
una tendencia clara y parecería más bien estabilizada en un nivel que se sitúa bastante por
arriba de la media. Esto se aprecia igualmente en la tabla 3, en la que queda de manifiesto que
los programas de ficción concentran un porcentaje de actos sobre el total mucho mayor al
porcentaje de tiempo de emisión que representan. Así, mientras que las películas vienen a ser
algo más del 7% del tiempo de emisión de la muestra, los actos agresivos en películas se
acercan al 18% del total. Algo parecido, aunque menos pronunciado sucede con las series:
8,7% de tiempo de emisión frente a un 13,8% de actos agresivos.
Los informativos televisivos son el tipo de programa que se sitúa más cerca de la media del
ratio de violencia en los tres años analizados, con variaciones no demasiado significativas. Al
tratarse de violencia real, se podría pensar que la actualidad marca la presencia de mayor o
menor violencia en las noticias, si bien también podría pensarse que puede haber momentos
en que las televisiones presten más atención a sucesos luctuosos. En cualquiera de las posibles
interpretaciones, las diferencias no son muy apreciables. Eso sí, los otros tipos de programas
sobre la realidad, reportajes y documentales, presentan ratios de violencia algo inferiores a los
informativos, lo que podría tener que ver con que se centran menos en lo llamativo del
problema, que suele ser la violencia en muchos casos, y analizan las cuestiones sociales más en
profundidad. De esta forma, la violencia explícita sirve para constatar una realidad, pero no
tanto para explicar la problemática social que se esconde detrás de estas manifestaciones.
Además, la explicación modula los posibles efectos y orientan la interpretación de los
espectadores desde complicados procesos de mediación.
Por último, los tipos de programa con las ratios de violencia más bajas son las retransmisiones
deportivas, los magazines y la publicidad, aunque aparentemente con tendencia a aumentar
en las últimas oleadas recogidas.
Como conclusión a esta parte, hemos de destacar que la ratio general de violencia en
televisión no parece estar en aumento (como también apunta Ferguson, 2015), si bien se
repite la pauta por la cual la violencia se concentra en los programas de ficción televisiva, que
incluye películas, series, dibujos animados y, sobre todo, las promos que se emiten para
anunciar su emisión. Sin embargo, la concentración de la violencia televisiva en esta ficción se
ha reducido significativamente entre 2000 y 2012. Mientras en el año 2000, la violencia
conjunta de la ficción (de estos 4 tipos de programas) representaba el 70,4% y en 2012
representaba solo el 45,1%, como consecuencia de la reducción sostenida de estos tipos de
programas en este tiempo, pues han pasado de representar el 31,6% del tiempo de emisión a
solo el 13,5%. Por el contrario, la violencia en los programas informativos (informativos,
reportajes y documentales) ha pasado de representar el 18,4% en el 2000 al 35,7% en el 2012,
prácticamente el doble, como consecuencia de que han pasado de suponer el 19,8% de las
emisiones del año 2000 a un 42,2% en 2012.
Tabla 3: Porcentaje de actos agresivos por programa y año; porcentaje de tiempo de grabación
por programa y año
Actos Tiempos
Tipo de programa
2000 2005 2012 Total 2000 2005 2012 Total
Informativos 14,9% 18,9% 23,1% 19,6% 13,4% 18,7% 22,8% 19,2%
Reportajes 2,0% 4,3% 7,2% 4,9% 2,5% 4,5% 13,1% 7,7%
Documentales 1,5% 2,8% 5,4% 3,5% 3,9% 3,9% 6,3% 4,9%
Películas 25,6% 18,9% 11,6% 17,7% 11,1% 10,8% 2,3% 7,2%
Series - culebrón 21,5% 9,1% 14,3% 13,8% 15,3% 4,7% 8,0% 8,7%
Magazines 2,9% 8,0% 7,3% 6,6% 13,9% 21,0% 12,8% 15,8%
Publicidad 4,4% 9,7% 5,3% 6,9% 16,9% 16,3% 8,4% 13,1%
Promos 17,5% 13,0% 15,7% 15,0% 1,9% 1,5% 2,4% 2,0%
Retransmisiones deportivas
1,1% 0,4% 3,8% 1,9% 6,0% 4,0% 4,1% 4,5%
Dibujos animados
5,8% 9,9% 3,5% 6,6% 3,3% 3,5% 0,8% 2,3%
Otros 2,7% 4,8% 2,7% 3,6% 11,7% 10,9% 19,0% 14,5%
Totales (N) 100% (656)
100% (1198)
100% (1118)
100% (2972)
100% (35 h.)
100% (49 h.)
100% (63 h.)
100% (147h.)
Con respecto al tipo de daño, las diferencias en el periodo considerado no son muy
significativas. La violencia física continúa siendo la preponderante, alcanzando el 63,6% en
2012 frente al 59,8% en 2000 (tabla 4). De toda esta violencia física, la violencia que supone la
muerte de la víctima supone algo menos de la mitad, y el 31,8% de todos los actos agresivos de
la muestra longitudinal suponen violencia mortal, con apenas variación entre 2000 y 2012. La
violencia social y contra la propiedad tampoco sufre grandes modificaciones, suponiendo la
primera el 28,3% de la muestra total y la segunda el 7,9%, con un leve descenso la primera y
un leve aumento la segunda entre el principio y el fin del periodo considerado.
Tabla 4: Tipo de daño por año
Año
Tipo daño 2000 2005 2012 Total
Física 392 749 711 1852
59,76% 62,57% 63,60% 62,34%
(De la que mortal) (195) (419) (330) (944)
(29,70%) (35,00%) (29,50%) (31,80%)
Social 201 334 307 842
30,64% 27,90% 27,46% 28,34%
Propiedad 39 75 88 202
5,95% 6,27% 7,87% 6,80%
Otros 24 39 12 75
3,66% 3,26% 1,07% 2,52%
656 1197 1118 2971
100% 100% 100% 100%
Por el contrario, al respecto de las consecuencias del acto agresivo para el propio agresor
(tabla 5), sí parece estar produciéndose un cambio importante. Por un lado, se reduce el
porcentaje de actos con consecuencias claramente positivas (del 46,2% en 2000 al 29% del
2012), pero también el de actos con consecuencias claramente negativas, si bien en menor
proporción (del 30,8% al 21%). Todo esto a costa de un aumento espectacular de los actos con
consecuencias ambivalentes, que triplican su porcentaje (del 11% al 33,4%), que podría
deberse al reseñado aumento de actos en programas informativos, que tienden a mostrar más
indicios de consecuencias ambivalentes en el intento periodístico de mostrar objetividad en el
relato informativo. El interés de este dato es evidente desde un punto de vista psicosocial.
Como vemos, el mensaje de que la violencia rinde réditos para quien la comete pierde apoyo,
pero también lo pierde el mensaje contrario de que la violencia es negativa sin más para el
agresor. El mensaje que se estaría haciendo más frecuente es el de que la violencia sí rinde
réditos, pero con un coste, pues quien la ejerce también sufre consecuencias negativas.
Igualmente, este resultado va en la línea de reducir el efecto de imitación o desinhibición que
pudiera tener la violencia, ya que los actos con consecuencias ambivalentes dejan más margen
al espectador para que realice un juicio moral propio desde sus marcos de valores previos, su
conocimientos de los hechos y sus referencias sociales para interpretarlos. Son, pues,
interpretaciones situadas.
Tabla 5: Consecuencias para el agresor por año
Año
Consecuencias 2000 2005 2012 Total
Positivas 269 368 308 945
46,2% 33,9% 29,0% 34,6%
Ninguna 70 222 177 469
12,0% 20,4% 16,7% 17,2%
Ambivalente 64 308 355 727
11,0% 28,4% 33,4% 26,6%
Negativas 179 188 223 590
30,8% 17,3% 21,0% 21,6%
582 1086 1063 2731
100% 100% 100% 100%
Respecto de la legitimación, el porcentaje más alto de los actos agresivos aparecen
deslegitimados en las emisiones televisivas en todas las oleadas analizadas, con porcentajes
que varían desde el 37,4% del 2005 hasta el 46,9% de 2012. En la misma línea, los actos
agresivos descienden ligeramente del 38,6% de 2000 al 33,5% de 2012. Los actos de
legitimación ambivalente se mantienen estables, con un repunte puntual en el año 2005,
alrededor del 20%. Esta transformación también podría estar relaciona con el descenso de la
violencia de ficción, que tiende a legitimar la violencia que aparece en esos productos en
mayor proporción. Mientras, en los programas de realidad la violencia tiende a aparecer más
deslegitimada, en un discurso de corte pacificador que suele enfatizar la sinrazón de la
violencia, ya sea la de las guerras, la de los sucesos cotidianos o incluso la de manifestantes y
policías.
Tabla 6: Discurso legitimador de los actos agresivos por año
Año
Actos 2000 2005 2012 Total
Legitimados 253 442 373 1068
38,6% 36,9% 33,5% 36,0%
Deslegitimados 272 448 522 1242
41,5% 37,4% 46,9% 41,9%
Ambivalentes 130 308 219 657
19,8% 25,7% 19,7% 22,1%
Total 655 1198 1114 2967
100% 100% 100% 100%
Para profundizar en mayor medida en la relación existente entre las variables analizadas se
llevó a cabo, un análisis de correspondencias con las variables consecuencias, discurso
legitimador, tipo de daño y tipo de programa. El resultado muestra dos dimensiones que
tienen sentido analítico (dimensión 1, Alfa=0.530, Inercia=0.415; dimensión 1, Alfa=0.408,
Inercia=0.360). La primera dimensión diferencia con claridad las consecuencias negativas (y
ambivalentes) de las positivas y de la ausencia de consecuencias; del mismo modo esta
dimensión diferencia entre los actos deslegitimados y los legitimados, quedando los
ambivalentes en una puntuación intermedia. La segunda dimensión es de algún modo
complementaria, pues diferencia la ausencia de consecuencias de las consecuencias positivas,
del mismo modo que diferencia nítidamente la legitimación ambivalente de la legitimación
total.
De este modo, se configura una especie de triángulo (ver Figura 1), que ordena también con
cierta claridad los tipos de programa y los tipos de daño. Así, en un vértice del triángulo
(puntuación negativa en dimensión 1, cerca de 0 en dimensión 2) encontramos una relación
clara entre consecuencias negativas o ambivalentes para el agresor, acto deslegitimado,
violencia contra la propiedad y programas informativos. Esto significa que en los informativos
tiende a predominar la deslegitimación de la violencia que se muestra o narra, así como las
consecuencias negativas o ambivalentes para el agresor, del mismo modo que se narran más
casos de violencia contra la propiedad que en otro tipo de programas. En un segundo vértice
(puntuación claramente positiva en ambas dimensiones) se sitúa la ausencia de consecuencias
para el agresor, la legitimación ambivalente, la violencia social y las series y magazines como
programas más cercanos. Esto es, en las series y magazines predomina con claridad la violencia
social, más que en otro tipo de programa, la cual tiende a ser mostrada sin consecuencias para
el agresor y con legitimación ambivalente. Por último, el tercer vértice (puntuación positiva en
dimensión 1 y negativa en dimensión 2) estaría configurado por las consecuencias positivas
para el agresor y la legitimación de la acción, sin ningún tipo de programa o de daño tan cerca
de ese vértice.
En puridad, la violencia física se sitúa prácticamente equidistante del primer y tercer vértice,
esto es, no presenta un perfil claro en cuanto a legitimidad o consecuencias para el agresor, lo
que indica la variedad de conductas que incluye. Eso sí, la violencia física se sitúa muy lejos de
la ambivalencia en legitimidad, lo que podría indicar que este tipo de violencia polariza el
discurso legitimador, o se legitima o se deslegitima el acto violento, con menor ocurrencia del
discurso ambivalente. Algo similar parecería estar sucediendo con las películas, siendo uno de
los tipos de programa con más presencia en la violencia televisiva. La posición casi central que
ocupa en el gráfico, algo sesgada hacia una puntuación positiva en la dimensión 1, indicaría
que, en cuanto género narrativo, las películas no se orientan en ninguna dirección clara en
cuanto a tipos de daño, consecuencias o legitimación, lo que indica la pluralidad de perfiles de
actos agresivos que encontramos en los diferentes productos de ficción. En todo caso,
parecerían situarse algo más cerca de la legitimación de la violencia o de las consecuencias
positivas para el agresor que sus opuestos.
Por último, la posición central de los años en el análisis de correspondencia muestra que el
efecto de esa variable y, por tanto, de los posibles cambios en esta serie longitudinal, es
relativamente pequeña. Las puntuaciones de 2000 y 2005 son prácticamente las mismas en
ambas dimensiones, mientras que 2012 se posiciona más cerca del mencionado vértice 1, esto
es, más cerca de la violencia de informativos, deslegitimada y con consecuencias negativas o
ambivalentes para el agresor, lo que es muestra del aumento de la presencia de informativos
en la programación de las cadenas generalistas analizadas.
Figura 1: Análisis de correspondencias: consecuencias, legitimación, tipo de daño y tipo de
programa.
Conclusiones Con estos análisis podemos ya tener una respuesta al objetivo de este trabajo, analizar
aquellos elementos de las emisiones televisivas que pueden contribuir a la aceptación o
comprensión de la violencia emitida. Quizá de todos los resultados obtenidos, los más
novedosos en la literatura, por poco tenidos en cuenta, son los que se refieren a la importancia
del género narrativo-televisivo (el tipo de programa que se emite) en la medida en que
condiciona la cantidad de violencia que se emite, su tipo, así como el modo de presentarla. En
este sentido, sería mucho más determinante que el año de emisión. De este modo, las ratios
de violencia de cada tipo de programa mantienen pautas propias al mismo, mostrando
diferencias recurrentes con programas de otro tipo. Son siempre, pues, las promos las
emisiones con mayor ratio de violencia, seguidas de los programas de ficción: películas, dibujos
animados y series; del mismo modo, las ratios en los programas informativos, o en la
publicidad y en los magazines, también mantienen una línea de continuidad o una pauta
específica.
Lo que estaría cambiando, pues, sería la programación televisiva de estos canales generalistas,
lo que estaría teniendo su efecto en la violencia emitida. Así, se reduce el tiempo dedicado a
las películas (y con ello a la promoción de las mismas), pero también a los dibujos animados.
Las películas y las series son un producto más caro para los canales de televisión y se han
sustituido por programas de menor coste, como los informativos. Del mismo modo, los dibujos
animados han abandonado estas cadenas para ser los protagonistas principales de los canales
infantiles. Quizá por eso aumenta la ratio de violencia en dibujos animados, porque aumentan
relativamente los dibujos animados no dirigidos exclusivamente al público infantil (por
ejemplo, “Los Simpsons”).
De este modo, la reducción de las películas y los dibujos supondrían, en primer lugar, una
reducción de las ratios generales de violencia, si bien no sea demasiado pronunciada en
términos generales. Pero, por otro lado, también cambiaría el tipo de violencia que se emite.
Así, aumenta en cierta medida la violencia física y aquella contra la propiedad, más propias de
informativos, y disminuye la social, más propia de magazines y series. Pero también cambia la
forma de presentar la violencia: se reduce el porcentaje de actos de violencia que tienen
consecuencias positivas para el agresor, al tiempo que aumentan los actos con consecuencias
ambivalentes (tanto positivas como negativas), como corresponde al relato dominante en los
informativos: malhechor que comete un acto delictivo en su propio beneficio, pero que
finalmente es detenido por la policía. Eso sí, respecto de la legitimación, la mayor presencia en
el último año analizado de más violencia real de los informativos tiene como consecuencia el
aumento del porcentaje de actos deslegitimados y la reducción de los legitimados. En ese
sentido, parecería predominar en mayor medida en la violencia de los informativos un discurso
pacificador, esto es, un relato que condena en general la violencia social que se muestra, por lo
que en principio no potenciaría modelos que pudieran luego extrapolarse a la violencia real.
Todo esto viene confirmado por el análisis de correspondencia realizado, que muestra una
relación entre la violencia de los informativos, las consecuencias negativas o ambivalentes
para el agresor, la deslegitimación del acto violento y la violencia contra la propiedad (que no
suele aparecer en otro tipo de programas y de ahí la asociación tan clara). Igualmente aparece
una relación entre la violencia de series y magazines, la violencia social, la ausencia de
consecuencias para el agresor y la legitimación ambivalente. Por tanto, las series y los
magazines son los espacios más cercanos a la vida social, donde, cuando se trata de violencia,
lo que predomina son actos que producen daños menos graves, como insultos, desprecios y
similares. Y es una violencia inserta en un contexto de interacción, donde el desprecio de unos
resulta en el insulto de otros, o viceversa, de forma que toman su legitimación de ser reacción
a una ofensa anterior, al tiempo que en muchos casos se perciben como reacción
desproporcionada y, por ello, también deslegitimable. Es el caso característico de las tertulias
del corazón de los magazines o de las tramas cotidianas de muchas series y “culebrones”. Eso
sí, aunque su gravedad sea menor, no significa necesariamente que tengan un impacto
negativo menor sobre la audiencia, pues en definitiva proporciona ciertas pautas de relación
con el otro que pueden ser disfuncionales o incluso cuestionables moralmente.
Como comentábamos, la posición central en el análisis de las películas indica la variedad
interna propia de este género narrativo, lo que impide que se oriente con claridad hacia unos u
otros tipos de violencia, consecuencias o discursos legitimadores. Eso sí, se sitúan más cerca de
la legitimación de la violencia y de las consecuencias positivas para el agresor que otro tipo de
programas, lo que sería un reflejo de un componente importante dentro del género, las
denominadas películas de acción o de intriga, donde aparece en general legitimada y con
consecuencias positivas la violencia del héroe.
En definitiva, la emisión de violencia en televisión da lugar a un panorama complejo por las
diferentes formas en que se presenta y representa esa violencia, lo que en cualquier caso ha
de dificultar establecer pautas claras en los posibles efectos que tenga su emisión pública. Lo
anterior muestra precisamente que las modalidades de violencia emitida son muy diversas,
provenientes de diferentes géneros narrativos, cada uno con su lenguaje propio y unas pautas
específicas de legitimación y producción de modelos de conducta.
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