Date post: | 11-Mar-2016 |
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AnécdotasAnécdotas de lade la Vida Vida
Anécdotas de la Vida Página 1
Carlos B. Delfante
… Mi recelo, para después de muerto,
es el remordimiento de no haber vivido
plenamente feliz.
Omar Khaiame
Anécdotas de la Vida Página 2
ÍNDICE
La Mala Suerte 6
Vidas Dilapidadas 17
El Fruto del Desencanto 34
Vacaciones 46
Advertida Incertidumbre 57
Insólito Homicidio 72
Ingratitud 85
Vital Resignación 99
Los Nuevos Amigos 110
Abnegación 127
El Dicharachero 138
Anécdotas de la Vida Página 3
Error de Interpretación 150
Biografía 163
La gente, en general, soporta mucho
mejor que se hablen de sus vicios y
crímenes, que de sus fracasos y
debilidades.
Conde de Chesterfield
Anécdotas de la Vida Página 4
Nota del Autor
Las fábulas aquí relatadas tienen origen en la ficción
del autor de la obra, quien buscó por intermedio de ellas
narrar los instantes frugales de lo frecuente de la vida
popular, inventando los personajes y las historias que
envolvieron las alegorías del libro.
No debe ser considerado como responsabilidad del
mismo, que algunas semejanzas, sean estas en parte o en
un todo, al ser encontradas por el lector, éste se identifique
de alguna manera con los hechos narrados en el andar de
los cuentos.
Entre tanto, es posible que frecuentemente algunas
personas tengan vivenciado acontecimientos similares, o
posean una relativa analogía con la descripción física de
Anécdotas de la Vida Página 5
algún individuo de algunas de las ficciones. Sin embargo,
el lector debe considerar que, al ser parte integrante de una
sociedad diversificada, también está sometido a su oculta
comparación con los hechos de la vida.
La Mala Suerte
-¡No lo pudo creer! -gritó de repente entre el
entusiasmo y la sorpresa.
Miguel se quedó pasmado con lo que acabara de
escuchar, y apresurado intentó corroborar la relación de
números que había oído mencionar en el noticiero. Bajo
el asombro inicial, se puso a cambiar el dial del aparato
saltando la frecuencia de una a otra emisora en una
búsqueda afanosa por sintonizar a tiempo algún otro
informativo, mientras aguardaba con el corazón en la
boca a que un otro locutor pronunciase nuevamente la
lista correspondiente al sorteo de la Lotería Nacional de
aquél día.
Sintió que la adrenalina había tomado cuenta de su
cuerpo, cuando la ansiedad por querer certificarse de que
Anécdotas de la Vida Página 6
había alcanzado a escuchar correctamente los guarismos
anunciados, le estaba ocasionado una angustia desmedida
que ya comenzaba a provocarle un sudor frío en los
temporales.
De igual modo, percibió que las manos se le habían
puesto húmedas; la boca, reseca, revelaba un gusto a
hiel; los batimientos cardíacos comenzaron a golpearle
pecho como si fuesen realizados por un martillo
siniestro; las piernas le tiritaban de tal modo que hacían
que sus rodillas se cacheteasen entre sí. Era todo temblor
que lo inundaba de arriba abajo y le ofuscaba la
capacidad de raciocinar derecho
El pedazo de papel que sujetaba entre sus dedos, se
movía en un trémulo subibaja pareciendo ser un abanico
de cartón pronto a refrescar el ambiente con la brisa
captada por los rápidos movimientos a que lo sometían.
Se dio cuenta que tenía la camisa alrededor de las
axilas, totalmente mojada por la transpiración que ya le
emanaba por los poros en un torrente de secreción salada
y acuosa, la que era producida por su hemostático
sentimiento con mezcla de pánico y felicidad
desenfrenada.
Se negaba a aceptar que sus oídos lo hubiesen
vendido. Estaba cierto de haber escuchado claramente
los cinco dígitos que componían la cifra correspondiente
Anécdotas de la Vida Página 7
al primer premio de la lotería. Siendo así, no había lugar
a dudas que él era el ganador del sorteo; el único
bienaventurado que se iría alzar con la millonada toda.
-¡Mi Dios…! Es un milagro que eso me ocurra
ahora, -expresó en un silencioso pensamiento.
Mientras tanto, el locutor de la radio sintonizada
continuaba narrando un rosario de informaciones que a él
le parecían inexpresivas, ya que le llegaban en una
perorata hueca por causa del anhelo que lo invadía… Y
nada del hombre anunciar los números que indicarían
cual era el número ganador de aquél día. La espera ya le
parecía interminable e infinita.
-¡Cállense un poco!, –llegó a gritar intempestivo, en
una tentativa de pedir silencio a los de casa para que no
le pasase inadvertida la voz del locutor; aunque de tan
próximo que se encontraba del aparato, tenía su oreja
derecha casi adentro del receptor.
De pronto, más de mil ideas comenzaron a invadir
su mente en virtud de la posibilidad de ser realmente el
individuo afortunado que iría ser premiado por la gracia
Divina. Pero no quería precipitar los acontecimientos,
llegando a especular que no debía contar nada a nadie
hasta que no confirmarse la noticia.
Anécdotas de la Vida Página 8
-¡Vaya a saber si no fue un engaño! -caviló consigo
mismo, mientras abanaba la cabeza de un lado a otro
negándose a admitir la superchería.
Pocos instantes después, la sorprendida esposa
acudió a la habitación con pasos apresurados. De alguna
manera estaba sugestionada por los bramidos del absorto
marido.
Al entrar, lo encontró casi adherido al receptor en
una simbiosis hombre-máquina que la asombró. Notó
que Miguel tenía un aire entremezclado de júbilo y
aprensión en su rostro, con las facciones contraídas, y
una leve sonrisa estampada en su mirada. No en tanto,
percibió que inmensas gotas de sudor corrían por las
sienes de su enajenado marido.
-¿Qué te pasó Miguel?... ¿Qué gritería es esa? ¿Por
qué tanto desazón?... ¿Qué fue lo que ocurrió?... Habla
de una vez, ¡hombre! –le fue diciendo agitada y en un
recitado fusionado que iba enmendando pregunta con
pregunta, sin dar tiempo a que el marido se pronunciase.
-¡Nada Teresita!... Es que no consigo escuchar las
noticias. Parece que van anunciar algo importante y
quiero saber… ¡Nada más!
-¿Y para qué nos mandaste callar? -le preguntó.
Anécdotas de la Vida Página 9
-Lo que pasa, es que ustedes hablan que ni cotorras y
no consigo… -el respondió Miguel contrariado, en un
timbre de voz encima de lo normal.
-¿Y por eso estás con esa cara de difunto alegre? -
inquirió ella sin dejar que él terminase la alegación.
-¿Qué ha sucedido?... ¿Te sentís bien? -le preguntó
acongojada por verlo en ese estado de espíritu medio
sobresaltado y aturdido.
-¡Bueno!... Mejor qué me dejes tranquilo. Más tarde
te cuento… ¡Ahora lárgate de aquí!, que después te
explico que pasó, –llegó a expresar Miguel con una voz
hosca y severa, al buscar esconder tras la dicción, cuál
era el verdadero sentimiento que lo degradaba.
A decir verdad, doña Teresita dio de hombros y se
retiró de la habitación más ensimismada que cuando
había entrado en el recinto. Pero aquél tratamiento la
dejó más preocupada que antes, por haber visto a su
marido con esa apariencia disímil, llegando a especular
que bajo aquel semblante alterado de su esposo estaría
ocurriendo algún hecho más agobiante capaz de causar
esa intranquilidad y esa loca neurosis por querer oír las
noticias.
–¿Vaya uno a saber? Cada día que pasa, éste hombre
me deja más desatinada, -Teresita salió diciendo corredor
afuera refunfuñando en su psiquis.
Anécdotas de la Vida Página 10
En ese entretanto, el hombre continuaba recluido a
las palabras del locutor del momento, nada más por
demorar en informar el resultado del sorteo.
–¡Dale, desgraciado! No me mates de agonía… ¿Por
qué no cantas de una vez esos números? -se puso a
despotricar Miguel hablando solo, demostrando una
ansiedad sin parangón que iba creciendo que ni un
torbellino que se le antojó cruzar por entero dentro de su
ser, mientras se expresaba en una voz de susurro casi
afónico, como pretendiendo no dejar escapar la sorpresa
antes de corroborarla.
-¿Qué me importa a mí, lo que le paso a fulano o a
mengano?... ¡Canta! ¡Dale pirulo! ¡Canta!, -proseguía
blasfemando en un cuchicheo secreto, envuelto de una
verbosidad de irritación por la demora.
Y así prosiguió durante algunos minutos más, hasta
que llegó al punto que no aguantó más esa congoja que
lo consumía por dentro, que le ahogaba el pecho e iba
robándole el aire de su alrededor. Pero como tenía de
boca seca, halló mejor ir a tomar agua. No en tanto,
atolondradamente se levantó y corrió hacia la puerta y se
precipitó a la calle.
-Me voy al kiosco para ver si ya tienen el resultado.
No puede ser que demoren así, -se dijo para sí, en el
Anécdotas de la Vida Página 11
mismo instante en que había saltado de la silla y se
largaba en loca carrera por el corredor de su casa.
Una vez en la calle, primero comenzó a andar a
pasos largos. La ansiedad hizo que pronto se convirtieran
en una carrera. Pero al correr escasos treinta o cuarenta
metros, ya sentía que le dolían las piernas. Advirtió que
estaba como acalambrado, que los músculos de la
pantorrilla se le habían endurecido como garrote. No
conseguía casi correr, pues su cuerpo todo estaba
inundado por la adrenalina segregada desde la masa
medular suprarrenal.
Empero, mientras intentaba perpetuar de alguna
manera su carrera, discernía que la sangre le hervía en las
venas, que se le dilataban los bronquios, que el corazón
quería escapársele por la boca.
Sin embargo, un estridente bocinazo lo sorprendió
cuando cruzaba la calle.
-¡Que mierda…! –alcanzó a gritar para él mismo.
-¡Era sólo lo que me faltaba! -continuó pensando
mientras de reojo veía pasar a quien le había bocinado.
-¡Maldito desgraciado! -despotricó entre dientes-. Si
no lo esquivo, -pensó-, este animal era capaz de
matarme, y lo peor, es que dejaría a esta bruja con una
montaña de plata mientras yo me pudro dentro de un
cajón, -llegó a cavilar en su esquizofrenia alborozada.
Anécdotas de la Vida Página 12
Sin embargo, minutos antes, doña Teresita se asustó
al notar la sombra de su marido lanzándose a la carrear
hacia la calle. Y tras oír el golpazo de la puerta, salió al
zaguán para ver lo que había sucedido.
-¿Será que declararon alguna guerra? ¿Será que
derrocaron el gobierno? A lo mejor se murió don
Antonio, ¡pobrecito!, -suspiró ella.
-Estaba tan débil últimamente, que bien capaz que su
corazón no aguantó más… ¡Que Dios lo guarde!, -
finalizó ella persignándose tres veces, en cuanto iba
articulando las palabras en un acento de perplejidad y
asombro, y hablando para sí misma mientras marchaba
anhelante hacia la puerta de calle, creyendo encontrar allí
el dictamen de tanta enajenación.
Miguel ya no aguantaba más correr, y de pronto paró
bajo la sombra de un plátano, intentando allí recobrar el
aliento que le faltaba, y ansiando aún más recuperar las
fuerzas de sus piernas.
-¡No corrí ni dos cuadras, y ya estoy muerto de
cansancio! -llegó a cuestionarse apoyado al tronco del
viejo árbol, totalmente delirante en la turbación de sus
pensamientos, mientras jadeante en una respiración
entrecortada, hurgaba por aspirar el aire de su contorno,
que de alguna manera sentía que le mortificaba al
penetrar en sus pulmones.
Anécdotas de la Vida Página 13
-¡Me falta sólo una cuadra!... ¡Un cachito nomás! -
protestó-. Necesito recomponerme, no sea que todavía
me dé un infarto aquí mismo, -deliberaba con su
conciencia, como justificando la necesidad de dominar
su ansiedad y su desespero.
-Juro que si saqué la grande, soy capaz de darle un
beso en la boca a este calentón del Tano, -alcanzó a
murmurar, pensando dentro de la propia embriaguez de
optimismo que lo envolvía, sobre el dueño del kiosco
donde él siempre compraba los billetes de lotería.
-No… ¡Mejor ni digo nada! -recapacitó-. Agarro a la
vieja y me las tomo de aquí… Es bien probable que
aparezcan estos hipócritas del barrio, sólo para pedirme
favores y plata prestada.
-¡Lo único que me faltaba! Sobre seguro que cuando
sepan que gané, se vendrán como abejas a la miel.
-¡Uf!... -suspiró de inmediato-. Ni que hablar de la
familia, que cuando nosotros estábamos en la mismísima
“eme”, nadie apareció para preguntarnos nada.
-No, ¡al diablo con todos! -determinó airado-. Ya
sean amigos, vecinos o parientes, hoy mismo de noche
nos vamos los dos y chau, si te he visto no me acuerdo, –
estableció silencioso, mientras cambiaba el pie con el
cual estaba apoyando el peso del cuerpo.
Anécdotas de la Vida Página 14
-¡Bien que la flaca se lo merece! -recapacitó,
dejando que una sonrisa oportuna se dibujase en sus
labios al pensar en su mujer.
Sumergido en ese albedrío de pensamientos, Miguel
pronto se encontró deliberando sobre el tipo de
contratiempos que se avecinaban por tan solo haber
ganado la lotería, y sin querer, fue recapacitando sobre
cuál sería la mejor actitud que debería asumir, en cuanto
indagaba por alternativas que no llegasen a despertar
sospecha inmediata de su expedita fortuna; o quizás, que
le permitiese escapar de los embrollones que ensayarían
dar un mejor fin a su premio con la misma rapidez de un
rayo.
-Bueno, ¡ya estoy mejor! Mejor sigo –reconsideró
segundos después.
-Quizás me doy una corridita leve, paso disimulado
por la frente y observo de soslayo en la pizarra cual es el
número ganador, no sea que el loco del Tano se dé
cuenta que fui yo el que ganó, y el muy chismoso
termine por contarle a todo el mundo, antes de que yo
pueda tomar una aptitud, –continuó pensando para sí
antes de animarse a dar los primeros pasos.
Y así fue que nuevamente Miguel se largó a correr
por la vereda en dirección al local de su objetivo, cuando
sorprendentemente un dolor agudo le paralizo las
Anécdotas de la Vida Página 15
piernas, y de pronto cayó estático al suelo sintiendo los
músculos de las pantorrillas agarrotados mientras el
dolor lo dilaceraba por dentro. Entretanto, el pavor se le
dibujó patentemente en el rostro.
En ese momento Miguel pensó en lo peor, pero el
dolor le ahogaba la voz y le obstaculizaba emitir un grito
de socorro, apenas quedándole fuerzas para, sentado en
la vereda, apretarse fuertemente los músculos con sus
manos y dejar que las abundantes lágrimas le corriesen
sueltas por las mejillas, acompañadas de un lloriqueo
infantil y de desahogo. -¡Me muero! -gritó.
En ese momento creyó escuchar la voz de su mujer,
Teresita, que le golpeaba el hombro y preguntaba en una
exclamación de desconcierto al sentirse preocupada por
el motivo de su gimoteo, notando que su marido estaba
empapado de un sudor frío, sentado en medio de la cama
y con las manos sujetándose las pantorrillas:
-¿Pero qué te pasa hombre?... ¿Te sentís mal? Estás
agitado y llorando –le preguntó ella mientras buscaba
encender la lamparita de cabecera.
-¡Nada, mujer!... No pasa nada –Miguel le respondió
melancólico, y cerrando los ojos por causa de aquel
relámpago de la luz repentina en su cara.
Anécdotas de la Vida Página 16
-¿Pero si te estás agarrando las piernas y estás
sudando que ni un condenado?... ¿Te duele algo? –
interpeló la esposa con cara de asustada.
-No sé. Debe haber sido un calambre –le explicó el
marido, acompañando las palabras con una mueca.
-¿Estás seguro, Miguel? -insistió ella, que no se
había quedado conforme con la disculpa.
-Sí. Quédate tranquila, mujer. Apaga la luz y dormí,
que lo mío no es nada -Miguel dijo con desgana.
-¿Estás seguro? -insistió ella-. No me cuesta nada
traerte una píldora -sugirió a seguir, volviendo a cerrar
los ojos para no despabilarse.
-Es que si yo te cuento lo que estaba soñando… -
agregó Miguel luego después que Teresita había apagado
la luz.
No hubo respuesta y un resoplido se alcanzó a
escuchar en el silencio del cuarto.
-No me lo vas a creer… ¡Y lo peor!... ¡Es que no se
si gane o no! -discursó Miguel en lo oscuro.
Pero doña Teresita ya había cerrado los ojos para
intentar conciliar el sueño, sin llegar a escuchar lo que le
decía su marido.
No en tanto, Miguel, en lugar de entregarse a su
descanso, continuó acostado y a llorar en silencio, pero
no de dolor...
Anécdotas de la Vida Página 17
Ahora era de rabia.
Vidas Dilapidadas
Ese día se despertó temprano, como en realidad era
de costumbre, y notó que aún faltaban algunos minutos
para las 6:15 am. No necesitaba del despertador, pero así
mismo, aunque supiese de antemano, una automatización
inconsciente hacía que siempre pusiese la alarma para
que la campanilla del reloj disparase en ese horario. Ya
estaba acostumbrada desde muchos años atrás a esa
misma rutina de igual originalidad. Lo venía haciendo
repetitivamente desde la ocasión en que se determinó en
Anécdotas de la Vida Página 18
la vida a realizar siempre los ejercicios físicos antes de
desayunar.
Desechó con ágil movimiento el leve camisón de
tejido floreado que utilizaba para dormir, colocándolo
maquinalmente sobre el respaldar de una silla. Al mismo
tiempo, instintivamente pasó los brazos por dentro de su
camiseta blanca de algodón, cubrió sus piernas con el
pantalón de nylon azul para gimnasia y vistió la chaqueta
del mismo conjunto deportivo. A seguir, buscó calzar las
grises y desgastadas zapatillas de atletismo, se ajustó
sobre la cabeza un gorro de paño rojo que simulaba un
plagio de los que utilizan los jugadores de béisbol
americano, y se lo compuso dejando salir por el ojal
trasero del sombrero un largo mechón de cabellos color
de miel.
El sol, en la lejanía, inauguraba el día mostrando
apenas su fase de media forma, comenzando a esparcir
sobre la línea del horizonte una volátil coloración dorada,
difundiendo una calidez temprana que templaba la brisa
del amanecer. Sin lugar a dudas, la alborada indicaba que
ese sería más uno de esos bonitos días calurosos. Mismo
así, ella pensó como le resultaba placentero ejercitarse a
través de una larga caminata por alrededor de la laguna,
permitiéndose apreciar los difusos colores del crepúsculo
matutino.
Anécdotas de la Vida Página 19
Empero, antes de salir para dar inicio a su marcha,
extendió una bucólica mirada de contemplación sobre
aquel soñador panorama, mientras saboreaba el instante
de suerte que la predestinación le había proporcionado
cuando surgiera la sorprendente oportunidad de adquirir
aquel departamento. Esto no ocurrió solamente porque él
era suficientemente confortable para sus célibes
necesidades, sino más bien por la entrecortada vista del
paisaje que se distinguía por las ventanas, y por la
favorable ubicación del barrio donde éste se situaba.
Reconocía que su edificio no era una construcción
nueva, pero sin lugar a dudas sabía que en la ocasión de
la compra la suerte le había concedido una excelente
oportunidad de negociación. De igual forma, cuando lo
fue a ver, el diseño de los espacios la atrapó, pues le
permitiría obtener aposentos espaciosos, ventilados y
claros por la luminosidad que recibían.
El casco de la estructura mostraba una edificación
de cuatro pisos, en el que se acomodaban cuatro
residencias por cada suelo; sin ascensores y con una
larga y ancha escalera de granito monolítico localizada
en el centro de cada pavimento. Las cocheras de
aparcamiento quedaban al fondo del terreno y en la parte
frontal del inmueble. También, había un gracioso jardín
cubierto por una delgada hierba de un verde perenne, que
Anécdotas de la Vida Página 20
a su vez acogía discretamente unos hermosos canteros de
tornasolados pensamientos y refulgentes rosales de las
más dulzonas fragancias.
El predio estaba situado en una calmosa calle
paralela de la misma avenida que marginaba el estuario,
y como el apartamento de ella quedaba ubicado a los
fondos del tercer piso, eso le permitía apreciar sólo una
vista parcial de la laguna. En todo caso, le era suficiente
aunque fuese una panorámica restringida entre las otras
edificaciones similares y las frondosas arboledas de
cinamomos que se izaban en la arteria principal,
sombreando las veredas que le entrecortaban la visión
del estuario.
Cuanto a su entrenamiento, ella tenía suficiente
intuición para comprender que el ejercicio matinal le
proporcionaba la debida acción de movimientos que se
contraponían frente a la pasividad ejercida durante el
resto de la jornada. Desde mucho tiempo atrás había
adquirido el discernimiento de que la práctica de algún
deporte le suministraba las energías suficientes para
compensarle las largas horas consumidas en la quietud
muscular que la envolvía. Ya había intentado practicar
natación, gimnasia aeróbica, y un sinnúmero de otros
deportes, todos practicados en recintos cerrados, algo que
Anécdotas de la Vida Página 21
la obligaban a tener que suspender constantemente sus
tareas y transferir la concentración.
Pero al mudarse para su nueva vivienda, había
descubierto la experiencia diaria de las caminadas, las
que le permitían como coadyuvante al ejercicio, poder
entregarse deslumbrada a apreciar le hermosa vista que
la rodeaba, y extasiando su mirada por el ensanchado
estuario.
Asimismo, había aprendido a calcular el tiempo
que le dedicaba al deporte por intermedio de algunas
contingencias que iban ocurriendo metódicamente a cada
mañana, yendo desde el flemático despegue del sol en el
horizonte, o por el total de los pasos del recorrido de ida
y vuelta que realizaba. Todo lo calculaba por intermedio
del lento aumento del movimiento de personas por las
calles, o el hecho de notar el espeso tránsito que se
enfatizaba con el transcurso de los iniciales minutos de la
mañana. Ya no hallaba necesario consultar el cronometro
que llevaba en su pulso, para deducir el tiempo dedicado
a su ejercicio.
Los únicos días en que se permitía suspender su
rutina mañanera, eran aquellos en que la lluvia insistía en
precipitarse diligente, terminando por encharcar los
paseos e embarrando las veredas; pero probablemente su
decisión se apoyaba en el motivo de no encontrar en su
Anécdotas de la Vida Página 22
camino el trinar insistente de los zorzales, el revoloteo
despreocupado y holgazán de las palomas, el remolón
agitar de los gorriones, todos precipitados en conquistar
su primer alimento del día; o por no poder apreciar la
propia luminosidad anaranjada de un sol en su despertar.
Invariable, terminada la caminata, al regresar al
departamento se duchaba lentamente, demorándose más
de lo normal para lograr así reanimar su cuerpo bajo la
aspersión de una llovizna refrescante, mientras se frotaba
la piel con un aromático jabón hidratante. Concluida la
higiene, envuelta en su holgada bata de seda carmesí,
preparaba un desayuno nutriente, que invariablemente
consistía en una dosis de yogurt descremado, al que le
agregaba algunas porciones de fruta fragmentada, una
taza de té con leche, tres tostadas de pan integral
revestidas con queso ricota, y untadas con una leve
camada de mermelada o jalea light que iba variando de
sabor conforme su apetencia del momento.
Su departamento tenía dos dormitorios y una sala
espaciosa, que a su vez estaba dividida por un biombo de
cáñamo de delicadas iconografías florales pintadas a
mano, permitiendo que éste formase dos estructuras
ambientales independientes entre sí, separándolas del
área correspondiente a la cocina. En la entrada de ella
había instalado un balcón con una tapa de mármol negro
Anécdotas de la Vida Página 23
sobrepuesto, que la dejaba desplegada y abierta hacia el
salón, dándole un aspecto de mayor espacio a la pieza.
La vivienda se completaba con una pequeña área
de servicio y el cuarto de baño. Estos dos ambientes
menores estaban orientados hacia una columna de
ventilación, pareciendo un hueco ciego en la estructura
interna de la edificación.
Luego después de haber adquirido el inmueble, ella
había mandado realizar una amplia reforma para poder
dejarlo con el aspecto actual. En ese entonces, dispuso
que pintasen las paredes de coloraciones pasteles de
tonos claros, y a los pisos de la sala y los dormitorios,
que eran de parqué, los había hecho pulir y revestir con
un barniz trasparente y brillante. Del mismo modo, había
ordenado derribar la mitad de la pared de la cocina que
daba hacia el salón, cuando entonces mandó colocar la
piedra oscura imitando un mostrador, el que resaltaba por
ser más oscuro, contrastando con el color durazno que
decoraba los muros del recinto mayor.
Las ventanas estaban recubiertas desde el techo al
suelo, con unas delicadas cortinas de satén de un color un
poco más fuerte que el tono de la pintura que revestían
las paredes. En las mismas, había colgado algunos
cuadros de un atractivo un poco excéntrico, pero que ella
había adquirido con cierta vacilación en la propia feria de
Anécdotas de la Vida Página 24
artesanos de la ciudad. En realidad, toda la decoración
era un poco sobria y monocromática, pareciendo un lugar
sin espíritu y desguarnecido de colores que hicieran de
alguna forma destacar el contexto sencillo del local.
Dentro de ese estilo circunspecto y moderado, lo
único que resaltaba eran las alfombras de estambre
teñido que tenía esparcidas por las habitaciones, casi de
un idéntico matiz que hacía juego con los muebles que la
decoraban. Por lo demás, en el dormitorio para
huéspedes había ordenado colocar un gran armario de
cedro, donde había acondicionado una biblioteca con su
extensa colección de libros, además de contener algunos
viejos manuscritos de la época de estudiante.
Frecuentemente, al terminar su desayuno, mientras
ella aireaba sus cabellos con el secador, prestaba cuidado
a las noticias en el primer resumen informativo de la
televisión, dando oídos a una reproducción de hechos
idénticos al de todos los días, donde desfilaban reseñas
de robos, asaltos, desfalcos, accidentes, reproches
políticos, fracasados atentados de grupos sediciosos, las
condiciones matutinas del tránsito, además del presagio
climático. No en tanto, lo hacía en una aptitud que
parecía prestarle más atención a las crónicas que
despertaban algún interés que valiese la pena seguirla,
dándole sólo a éstas la debida consideración.
Anécdotas de la Vida Página 25
De cualquier manera, enterarse de las noticias era
un hábito que realizaba para distraerse y llenar los
espacios silenciosos del ambiente con algún sonido,
mientras ella se entretenía en las mecánicas rutinas de
cada mañana. Una vez que finalizaba el trato mañoso en
sus cabellos, separaba meticulosamente sobre la cama la
ropa que pretendía vestir ese día.
Vale decir que su cuerpo era delgado, mientras se
apoyaba en un par de piernas largas que poseían escasa
carnosidad alrededor de sus alargados huesos, lo que
hacía resaltar una musculatura firme en las pantorrillas y
en los muslos, asemejándola a una esbelta garza zancuda.
El cuidado con su nutrición y el constante entrenamiento
físico, le permitían mantener un alineamiento corpóreo
armonioso dentro de su desvaída figura, dejando
aparecer una atractiva belleza dentro de los límites
existentes entre lo sutil y lo grácil de la hermosura.
Sus cabellos lacios y dorados combinaban en color
juntamente a un par de ojos redondeados que se ubicaban
entre unos párpados elípticos, pero que mostraban una
mirada circunspecta y penetrante, retirando de su
lánguido rostro una beldad suficiente y garbosa. La tez,
que una vez había sido clara en demasía, ahora exhibía
una tonalidad que variaba entre rojiza y cetrina por causa
de la penetración de los rayos ultravioletas, aunque ella
Anécdotas de la Vida Página 26
demostraba claramente la plena salud que se desprendía
de su cuerpo.
Daba preferencia a vestirse con indumentarias en
de tonos oscuros que variaban entre el rojo, el azul o el
verde, y solamente se permitía alternar entonaciones y la
propia característica de los tejidos. Sus ropajes
invariablemente consistían en trajecitos o combinaciones
de blazer que armonizaban con polleras o pantalones más
bien holgados, y blusas de la misma tonalidad en
progresión de color. Eventualmente, hacía armonizar sus
trajecitos con alguna camisa blanca de popelín o de seda,
pero eternamente utilizaba zapatos cerrados con tacos de
mediana altura, buscando no desentonar demasiadamente
con su alto cuerpo.
Cada mañana, dando continuidad al preparo de su
embelesamiento, se empolvaba levemente el rostro,
delineaba las cejas con un lápiz color marrón oscuro, y
humedecía cuidadosamente con un lápiz labial de color
púrpura, un par de labios pre delineados y delicados.
Normalmente, en el lóbulo de sus orejas pendían
unos pequeños aros de oro, pero para el día, pretendía
hacerlos combinar con una delicada gargantilla, de la
cual colgaba una diminuta piedra esmeralda que, cuando
se la colocó, se destacaba a media altura del pecho, entre
el cuello y la comisura de sus senos. Para combinar, se
Anécdotas de la Vida Página 27
puso un fino y delicado brazalete de oro en la muñeca
derecha, y en el opuesto ajustó un diminuto reloj pulsera
de cuero blanco que armonizaba con la propia esfera del
mismo. No llevaba anillos ni sortijas en sus largos dedos.
Nunca se permitía extravagancias fuera de un estilo
discreto y del propio comportamiento comedidamente
monocromático de todas sus actitudes, porque hallaba
que no necesitaba de algún determinado tipo de
reafirmación, por considerarse una mujer que sabía lo
que hacía en cada momento del día. Ése día había
decidido que iría vestida con un conjunto de lino de un
acentuado verde limón sobre una blusa con coloración
análoga que era de un tono de musgo que combinaba con
el reflejo de la gema de su pendiente.
Una vez que finalizó la tarea cadenciosa de
arreglarse y vestirse, antes de partir, fue hasta la cocina
para repasar la previa lista mental de las necesidades de
alimentos e insumos que debería sustituir en su alacena.
Para rectificar sus pensamientos, se entregó a revisar
meticulosamente armarios, frasqueras y el refrigerador,
confeccionando una lista con los artículos requeridos
para más algunos días de sustento, que los iba anotando
apresurada en una diminuta libreta que siempre destinaba
para apuntar todo lo sugerido.
Anécdotas de la Vida Página 28
Planeaba para el final de su expediente, pasar por
el mercado central y realizar allí las compras necesarias
antes de regresar a su hogar. Imperceptiblemente, en el
mismo instante que idealizó dicho deseo, un tenue
escalofrío corrió por su espina dorsal, como si fuese un
presagio de mal augurio que en el momento no le dio la
debida importancia, pensando que el leve temblor
percibido tal vez fuese alguna corriente de aire que la
había sorprendido desprevenida.
Volvió a la sala y fue en busca de su espacioso
bolso de cuero castaño fusco. Introdujo en él la libreta de
anotaciones, revisó el porta documentos, su monedero y
los valores que conservaba en su interior, calculando
mentalmente si estos mismos fondos serían suficientes
para los gastos pretendidos. Repasó visualmente si estaba
en poder de su estuche de maquillaje y los otros
pormenores que normalmente abundan en la cartera de
una mujer. Al constatar que todo estaba en orden, cerró
la boca de su bolso y lo pendió elegantemente sobre su
hombro izquierdo.
Antes de partir, reparó visualmente el interior del
departamento para certificarse que todo conservaba la
deseada simetría de disposición. Enseguida, abrió la
puerta externa de su residencia, salió al corredor y
posteriormente la cerró suavemente. Después de bajar el
Anécdotas de la Vida Página 29
tramo de escaleras, se dirigió al coche aparcado en el
trasfondo del edificio. Era un sedán blanco de cuatro
puertas, a medio uso, pero en un estado impecable de
conservación.
Dio partida al coche y, a continuación, se introdujo
con cuidado en el enmarañado tránsito que a la 8.30 de
una mañana que ya anunciaba un expectante bullicio de
seres semejantes que de igual forma se dislocaban para
sus múltiples quehaceres diarios, cada uno sobrellevando
en sus conciencias la incertidumbre de los días actuales.
Contenciosa y atenta, dirigió por las avenidas de la
ciudad, regulando la velocidad del vehículo para evitar
los congestionamientos desordenados que la obligasen a
detenerse inesperadamente en algún paraje o local
vulnerable de esa enloquecida urbe. Al llegar al edificio
de la organización que trabajaba, estacionó el automóvil
en el subsuelo y se encaminó hacia los elevadores de
acero que la transportarían hasta el quinto piso del Banco
Nacional. Sin lugar a dudas, un local seguro donde
pasaba inadvertidamente largas horas del día.
Trabajaba en una pequeña antecámara protegida
por transparentes vidrios que le proporcionaban un
relativo amparo del resto del salón, por donde se
extendían lustrosos escritorios e infinidad de monitores
de ordenadores ligados conjuntamente al cerebro central
Anécdotas de la Vida Página 30
del banco. Ella era la responsable analítica de los
procesos de trasferencia de fondos interbancarios. Un
procedimiento que la obligaba a mantener una ordenada
meticulosidad de observación en unos interminables
sumarios de cuentas, códigos y valores de extensas
cifras.
La extenuante tarea se prolongaba diariamente
hasta las dieciocho horas; pero a veces, su labor era
entrecortada por intranquilas reuniones de trabajo y
lacónicas determinaciones que la obligaban a emitir
nuevos y sucintos análisis antes de finalizar la labor del
día. Minutos más, minutos menos, siempre alrededor del
mismo horario, ella partía para realizar sus compras
previamente programadas, o para el cumplimiento de los
compromisos anteriormente organizados.
En este día, por una ironía del destino, una última
obligación retrasó su partida durante un poco más de
treinta minutos, motivo que le fastidió el humor y le
arrebató la concentración, pues le importunaba tener que
realizar las compras con el mercado abarrotado de gentes
que, en ese horario, ya estarían deambulando por los
apretados negocios del local.
Al partir, dirigió el coche con la debida cautela de
siempre, pero al llegar cerca del recinto del mercado, se
vio obligada a estacionar un poco apartada del lugar
Anécdotas de la Vida Página 31
donde siempre lo hacía. Algo mortificada, recorrió la
distancia que la separaba, con el pensamiento absorto en
la lista de compras que iría a realizar, y llegó a quedar
estupefacta por el gentío que en ese momento se
concentraba en tareas idénticas, lo que la hizo
reprocharse silenciosamente por el atraso acontecido.
Todo ese movimiento de pedestres obligaba a la
multitud a circular entre un constante empujarse de gente
contra gente, de los que iban y venían, de tener que
cruzar por entre filas de espera, entre sonidos de voces
estridentes de algunas que ofrecían entre medio de las
que compraban, por entremedio de personas cargando
paquetes, de individuos con bolsas o envoltorios
colgados sobre las espaldas, por una mezcla de olores
dulces, rancios, ahumados, condimentados; todo al
mismo tiempo aconteciendo bajo un atento observar de
la guardia nacional que buscaba dar una cierta seguridad
al perímetro.
Ella ya había conseguido adquirir un par de
artículos que constaban en su lista, y ahora se encontraba
en otra tienda, luego atrás de una joven que ya estaba
siendo atendida. Cuando la muchacha se retiró, no
percibió una bolsa de mimbre que estaba depositada
junto a sus pies; la cual permanecía allí como olvidada
inadvertidamente por algún apresurado comprador. Al
Anécdotas de la Vida Página 32
notarla, rápidamente, como si tuviese aguzado su instinto
de preservación, avisó acuciosamente al dependiente que
la atendía, en una tentativa de descubrir el dueño del
objeto olvidado.
En ese mismo instante, ella no alcanzó a percatar la
mueca de espanto estampada en el rostro del muchacho,
porque en ese intervalo, primero surgió una enorme y
descomunal claridad que se propagó espontáneamente, la
cual se vio acompañada de una violenta onda de un
poderosísimo ventarrón infernal que arrasó todo lo que
existía en el entorno del mercado.
En décimas fracciones de segundos, de lejos se
llegó a escuchar resonar un ensordecedor estruendo que
había dejado a su paso una desolada penumbra, tras la
cual se escondían promontorios de hierros retorcidos,
montes de escombros apilados de los más diversos
materiales, una pesada nube de polvo blanquecino, y
espantosos gritos de horror y dolor seguidos de llantos y
gemidos, de cuerpos despedazados, y el inmenso pavor
generado por un cobarde atentado que tan radicalmente
terminó por arrebatarle la vida sin que ella se percatase.
Anécdotas de la Vida Página 33
El Fruto del Desencanto
Era una niña de un primoroso perfil acomodado
cándidamente dentro de sus escasos dos años de edad; la
cual, con sus cortitas piernas temblorosas, al caminar,
buscaba mantenerse erecta balanceando su quebrantable
cuerpito como queriendo encontrar un cierto equilibrio,
intentando quizás hallarlo al buscar cachear el aire de su
entorno, realizando un meneo descompasado y graciosos
con sus dos bracitos.
Una sedosa piel blanquecina le rodeaba toda su
forma dándole un aire de cierta gracia y fragilidad, en
donde se destacaba una cabecita redonda, contornada en
Anécdotas de la Vida Página 34
el cráneo por un ensortijado y rizado cabello formado por
finísimos hilos del más puro oro. Sus cachetes redondos
y regordetes parecían pintados de un acentuado color
rosáceo que escondían la sutil naricita de cereza, la cual
se asemejaba a una apetitosa fruta incrustada en una
deliciosa magdalena.
Sus ojos más bien parecían dos pequeñas bolitas
hechas de almíbar de miel, por su coloración y por la
dulzura que de ellos emanaba, y estaban contorneados
por largas pestañas de tonalidad semitransparente. Su
semblante, desde un par de labios tersos, dejaba escapar
por la boca risueña una fina vocecita que le salía
hilvanada en un cántico de melodiosas arpas.
Ése día ella estaba vestida con una engalanada
jardinera de terciopelo de un suave color amarillo patito,
sobrepuesta a una camiseta de diminutas mangas cortas
que le dejaban expuestos los rollitos de carne de sus
extremidades, que por su vez, le destacaban aún más el
suave color de la epidermis. En el frente de la parte
superior del pantaloncito estaba bordada la diminuta
figura de un alegre payasito de variados matices. La
parte inferior del mismo, le ceñía los pañales en un
abultado paquete que le dejaba las nalgas ensanchadas.
Calzaba unas sandalias de lona que combinaban
con la misma tonalidad de su ropita; pues si éstas eran
Anécdotas de la Vida Página 35
amarillas, las diminutas medias que vestía combinaban
en color, contrastando en cierta forma con el límpido
blanco de su camisetita.
Sus tiernos bracitos pendían flojos desde un
cuerpito de contextura fuerte, los que terminaban en unas
manitos rollizas de cortitos dedos que, mismo siendo
gorditos, carecían de resistencia y estabilidad para
practicar graciosamente sus juegos.
Quién observase ésta frágil y graciosa criatura, sólo
podía imaginar que tan delicado ángel era el más puro
fruto de una idílica pasión surgida entre dos seres que se
habían consumido en los efusivos ardores del amor. No
en tanto, su historia, y la de sus padres, nos remite a un
contexto de circunstancias inextricables, más bien por
causa del comportamiento etéreo que ambos progenitores
disfrutaban.
Sobre el muchacho, padre biológico de la niña,
podía detallarse que pertenecía a una paupérrima familia
de ocho hermanos de muy pocos recursos; crecidos todos
entre la promiscuidad de dos aposentos que habían sido
levantados de tabla y zinc de un destartalado cuchitril
construido como guarida, y localizado en la periferia de
la ciudad. Una edificación semejante a esa enormidad de
viviendas que nos habituamos a observar solamente con
la frialdad inconmovible de nuestros sentimientos.
Anécdotas de la Vida Página 36
En esa soledad de desparpajos, él fuera criado entre
la constante falta de alimentos y atavíos, y creciendo
como un paria que no tuvo oportunidad de conocer las
facilidades de la vida moderna; dividiendo tan sólo
indigencia e ignorancias en un lugar donde prevalecía la
valentía y la fuerza bruta para permitir que predominase
la subsistencia y desechar así el infortunio.
Poseedor de cortos estudios, apenas cosechados en
la miserable escuela del arrabal, había logrado aprender
solamente las letras y los números en suficiente
asimilación, sin llegar a una instrucción completa para
evitar una casi total ignorancia.
De igual modo, tuvo que acostumbrarse a dormitar,
desde niño, dividiendo el lecho juntamente a otros dos
cuerpos y abrigarse tan sólo con el propio calor de sus
complexiones. Pero al adentrarse en la adolescencia,
todos los hermanos se sintieron obligados a pelear de
alguna manera por su propia existencia, buscando con los
puños la manera de evitar los desengaños y aminorar los
sueños. A partir de ese momento, él aprendió más en la
escuela de la calle, que de todo lo que había conseguido
aprender en el pobre colegio primario que frecuentó, tal
vez porque le sobraba voluntad y cobijaba ilusiones.
El temperamento antagonista de su mocedad, que
era el más puro resultado de la convivencia entre
Anécdotas de la Vida Página 37
ignorantes, con el tiempo fue quedando adormilado en su
entelequia, haciendo surgir en su interior una esencia
más apacible, aunque todavía tosca, como resultado de la
responsabilidad de dividir las horas entre individuos de
mejores poses y superior conciencia, de los que pudo
absorber nuevos conocimientos y domar la índole
discrepante que poseía.
Ahora esbozaba un cuerpo delgado y una altura un
poco por debajo de la media para su edad, todo en
consecuencia de su raquítico pasado. No obstante, por
entre el descarnado cuerpo ahora le saltaban músculos
resistentes y firmes en corolario de las acostumbradas
tareas del día a día. De ojos vivarachos y mirada suave,
desprendida de un semblante barbilampiño, mantenía un
astuto atisbo en todo lo que lo rodeaba, como queriendo
cautivar todo su entorno con su presencia escuálida.
Por otro lado, la muchacha, que era la madre de la
adorable niñita, también había sido un ser semejante a
ese impresionante batallón de desnutridos que anidan en
las barriadas humildes de los alrededores de cualquier
ciudad. Pero de mejor suerte que él, tuvo la oportunidad
de gozar de una estrella superior durante su niñez, una
vez que la familia a la cual pertenecía no era tan
numerosa, y las cualidades de la vivienda no eran tan
exiguas; pero de la misma forma, disfrutó la posibilidad
Anécdotas de la Vida Página 38
de repartir los descarnados recursos que su familia
obtenía para subsistir.
Asimismo, en el seno de esa familia no llegó a
existir tan profunda ignorancia y penuria, así como
tampoco la promiscuidad, que es un procedimiento algo
común entre los que les desborda el analfabetismo y les
falta la mínima instrucción. En todo caso, el entorno del
lugar no contribuía en lo más mínimo para que aflorase
en ella un comportamiento más sustancial y verosímil,
como el que habitualmente se vislumbra entre los
pertenecientes a las castas más pudientes; pues del
mismo modo, aunque no lo conociese en su casa, a diario
le penetraba por los ojos y oídos llegando a inundarle la
visión, historias de un proceder menos púdico y recatado,
como aquellas que abarrotaban los alrededores de su
residencia.
El tiempo fue pasando, y ella fue creciendo en ese
ambiente heterogéneo, donde de algún modo se permitió
progresar clandestinamente entre el emanar de actitudes
promiscuas, y acostumbrándose desde muy jovencita a
enamoriscarse a las escondidas, cuando aún su pubertad
era apenas un tenue esbozo que se dibujaba en un
organismo en ebullición, para muy pronto convertirse en
una integrante adicional al ya vasto escuadrón de
adolescentes de fáciles entretenimientos.
Anécdotas de la Vida Página 39
Podría ser apuntado que el comportamiento de ella
no era más que una actitud de reemplazo a la vagancia, a
modo de poder ocupar el tiempo con irresponsabilidades,
y cosechando aventuras inmaduras; aquellas que por lo
general constan dentro de la falta de educación en la
oquedad del contexto de los arrabales. Y así fue
sustituyendo de a poco la ociosidad de las horas, por
otras recreaciones menos dignas de una jovenzuela; que
a su vez carecía de alguna provechosa distracción y de
una tutela más firme por parte de sus progenitores.
Sin mucho estudio y menos recursos, al igual que
muchas otras chiquilinas de igual talante, la pubertad le
llegó de vez encontrándola en una ocupación de servicios
domésticos para familias más pudientes; un hecho
positivo que posibilitó un socorro a los ingresos de la
casa, y le inculcó un cambio en su anterior conducta,
haciéndola asumir una postura de cordura y ponderación,
al abandonar de vez los antiguos desatinos.
Esa mudanza de aplomo pronto la convirtió en una
lozana moza de largos cabellos trigueños ligeramente
ensortijados, y con un par de ojos relucientes que
brillaban por detrás de un miramiento gracioso y alegre;
los que por su vez, estaban encarcelados en un rostro
oval. Tenía el cuerpo totalmente recubierto con una tez
pálida y suavemente aceitunada. Pero aquella mudanza
Anécdotas de la Vida Página 40
de ambiente y de ocupaciones, contribuyeron de alguna
manera para ejercer una mutación de comportamiento,
sin robarle la antigua oficiosidad de enamoradiza.
No obstante, en un determinado momento de sus
vidas, el destino quiso que se cruzaran esas dos almas
voluntariosas, sentenciándolas a formar una pareja de
disímil apariencia. Se conocieron por casualidad, sin
interferencias ajenas, probablemente como conclusión de
una eventualidad predispuesta; pues al instante que se
miraron por la primera vez, germinó entre ellos una
pasión intensa, la que luego los condujo sin titubeos a
buscar apaciguar la fogosidad sentida por intermedio de
un amor impetuoso y frenético.
A partir de ese momento, ellos se amaron y
sedujeron intensamente, mientras acordados amoldaban
el sueño de construir un hogar inmarcesible, diferente al
que los había cobijado en sus pasados. Sin embargo,
escondieron el uno del otro los episodios más hoscos y
adustos de su inicial juventud, como si con ello
pretendieran apagar un pasado en desacuerdo con sus
actuales espejismos.
De igual modo, los dineros de sus labores eran
mínimos para saciar los deseos y sueños en un corto
plazo, sobrándoles apenas la ilusión y faltándoles la
condición esencial para cumplir con las pretensiones.
Anécdotas de la Vida Página 41
Empero, durante algún tiempo continuaron a entregarse
arrebatadamente a fruiciones, de manera que sus actos
pudiesen apaciguar de alguna manera su idilio, y
postergando el cumplimiento de sus esperanzas para,
quien sabe, encontrar la manera de solucionarlas a su
determinado momento.
Sin embargo, los escasos instantes de descanso que
disfrutaban, eran muy prontamente disipados con el
entretenimiento de complacencias y placeres, los que
eran realizados frenéticamente a través de un intenso
regodeo con el que buscaba apaciguar el ardor que
llevaban en sus entrañas. Todo fue así, hasta que un
determinado día, aquellos intensos recreos de un amor
que tanto los complacía, imprevistamente les concedió el
germen de la vida, haciendo fructificar en ella un
embarazo inesperado.
Nada que resultase en un hecho inusual entre los
que se entregan al placer del cuerpo, pero ciertamente lo
es para todos aquellos que creen estar inmunes a las
consecuencias más infaustas que pueden surgir de las
aventuras practicadas. Tal vez, aquello ocurrió en
consecuencia de la falta de visión futura, de la ineptitud
imberbe de sus mentes, de la incapacidad de
planificación de sus pretéritas vidas, de la falta de
Anécdotas de la Vida Página 42
clarividencia para proteger la existencia posterior del ser
en gestación… Pero ocurrió.
Puede que para los que así proceden, sea una
punición y un escarmiento divino a ser sobrellevado por
el resto de sus días; el que tarde o temprano terminará
por abrazarles los sentimientos haciéndolos sentirse
culpados por los actos torpes que fueron obrados en un
determinado momento de su existencia.
Se dice que la vida es la escuela del dolor, y que en
ella se tiene que pagar el precio de la sorpresa y el
desencanto; y cuando un hecho así sucede, muchas veces
nos hace nacer sentimientos inocuos o conmociones
intrínsecas que pueden ir desde un pleno estado de
regocijo, hasta la propia etapa de sentir un pavor
descontrolado.
Por tanto, muy pronto la aprehensión tomó cuenta
de sus semblantes ante tan inesperada noticia, pues
estaban al tanto que sería imposible asumir una
obligación tan responsable, no por la incapacidad del
intelecto de ellos, sino por carecer de contexto y recursos
económicos como para querer adjudicarse tan profunda
contrariedad para el resto de sus existencias. No
obstante, los meses fueron transcurriendo, mientras el
génesis de una nueva criatura se iba desarrollando dentro
de aquel cuerpo semidelgado y esbelto de otrora,
Anécdotas de la Vida Página 43
despojándole las delicadas curvas que exteriorizaba, y
que poco a poco le fue ensanchando las formas de su
complexión física.
Del mismo modo, tampoco durante esos meses
encontraron alguna alternativa viable para solucionar el
profundo enigma que se le avecinaba, y prontamente
comenzaron a florecer entre ellos las discusiones, las
controversias, las intimidaciones y hasta las propias
amenazas; como si el fruto en gestación fuese un
inconveniente imposible de transponer, y obrase como el
único causante de todos los desencantos y contrariedades
por las cuales atravesaban.
De repente, todo se precipitó en un torrente de
antagonismos, derrumbando de vez los sueños pueriles
de un momento al otro. La situación obligó a que la
muchacha cesase su trabajo hasta después que tuviese el
alumbramiento, lo que la despojó de inmediato de los
recursos tan necesarios para el sustento y los gastos
adicionales que ya se aproximaban, mientras pasó a
reivindicar a su futuro compañero la obligación de
procurar los estipendios que demandaba la cuestión.
Pero en un abrir y cerrar de ojos, actuando bajo el
impacto psicológico y sobre el efecto de la presión
ejercida por la mujer, el muchacho sintió su mente
invadida por una inconcebible onda de pánico, y de
Anécdotas de la Vida Página 44
pronto la cobardía hizo que casi al instante se escabullera
bajo las brumas de su universo, desapareciendo como por
encanto de la fase de la tierra, y abandonase a cualquier
fatalidad la futura suerte de la muchacha e del hijo que
estaba por nacer.
Indudablemente, esa actitud imprudente colocó de
pronto al descubierto el perfil egoísta, insensato,
mezquino, sórdido e irresponsable de su carácter, y el
que tan deshonestamente había escondido en él hasta ese
momento.
Frente a tamaña adversidad, la cualidad del
muchacho despertó en ella una condición similar a la de
él, cuando avivó en su íntimo una silueta insensata, vil,
innoble y cicatera, revelando un pensamiento de
inmadurez que le incitó la osadía de abandonar a su hija
en el mismo instante en que ésta naciese. Su deliberación
fue la condición que se impuso mentalmente, para lograr
librarse de inmediato del pesado fardo que debería cargar
por el resto de sus días.
Ya transcurrieron dos años de la realización de
aquel acto rastrero que la madre de la niña soezmente le
proporcionó, y así conocí hoy a ese benjamín, retozando
alegremente entre otras muchas criaturas similares que,
en un determinado momento de sus infantas vidas,
fueron abandonadas en el orfanato de la ciudad, y las que
Anécdotas de la Vida Página 45
todavía aguardan optimistas por un nuevo hogar que les
brinde el cariño y el amor que se merecen.
Vacaciones
Esta era una de las formalidades que realizábamos
frecuentemente al dilatar nuestras frecuentes caminatas
por donde quiera que nos hallásemos. Un hecho que
ambos nos acostumbramos a concebirlo casi a cotidiano,
y que lo efectuábamos gratamente de manos dadas,
conversando, acompañando nuestras ilusiones e utopías,
debatiendo incertidumbres, proyectando nuestras vidas,
intercambiando sentimientos mientas disfrutábamos en
medio de determinados paisajes bucólicos.
Por así decir, ella y yo llevábamos la vida
cultivando lo que cada lugar nos ofrecía, cuando nos
entregándonos por momentos a mojar nuestros pies en la
Anécdotas de la Vida Página 46
orla del mar, mientras otras veces nos encontrábamos
deambulando por parques esplendorosos. Por tanto,
muchas de las veces lo hacíamos transitando por calles
viejas y extrañas, mientras nos agraciábamos la
contemplación al observar vistas deslumbrantes, o hasta
contemplando aquellos distritos más desventurados; pero
siempre llenando nuestros ojos con la simplicidad de la
vida en cuanto atiborrábamos el corazón con el
reemplazo de las horas vividas entre la insensatez
mundana, y aguardando expectantes por nuevos
momentos de exaltación.
Ciertas veces llegábamos a contener nuestros
cuerpos y nuestra imaginación por largos periodos de
tiempo, para estimular los sentidos con los alrededores
de un local placentero, y poder gravar en nuestra mente,
como si ella fuese una máquina fotográfica especial, una
determinada visión agradable, y hasta buscando apreciar
mejor las coloquiales costumbres, y de esa manera lograr
empaparnos con los hábitos de personas de simple vivir.
Bien podía mencionar que a menudo teníamos la
mala costumbre de ponernos a escudriñar por lugares con
aglomeración de personas placenteramente sentadas,
próximo a alguna mesa de bar, o reclinados sobre los
duros bancos de cualquier plaza, y hasta por qué no, en
los hangares de alguna estación de tren, o mismo
Anécdotas de la Vida Página 47
sentados sobre el banco de algún jardín; entregados tan
sólo a abandonar el tiempo, para que éste se escapara
lentamente por entre las inmovilizadas miradas que
adjudicábamos, y en los comentarios insubstanciales que
expresábamos. Como por ejemplo:
-¡Mira! ¡Mira! Aprecia como ese sujeto que viene
por allá, tiene cara de extravagante. Parece que el tipo
disfruta de un espíritu alegre. Hasta yo diría que suplica -
llegaba a comentarle a mi esposa mientras me reía por
determinados momento, siempre intentando llamarle la
atención sobre alguna cosa de aspecto extraño que se
aproximaba.
-Julio, vos siempre igual… Para ti, o son todos
extremadamente alegres, o demasiado tristes ¡Sos un
criticón! –ella me contrariaba como si con su expresión
quisiese discordar de mi comentario banal.
-Pero Carla, ¡fíjate!… -insistía-. El tipo se hamaca
para caminar… ¡Mira como revolea las caderas! ¿No me
digas que no es un suplicante? -le exhortaba aseverando
mi identificación clandestina sobre cualquier sujeto que
se acercaba por alguno de los lados, mientras buscaba
demostrarle los movimientos con un ademán de mano.
-Julio, ¡no insistas…! Ese pobre hombre debe tener
pie plano. ¡No es un maricón! -protestaba ella para
contrariarme-. Además, para ser un afeminado, como vos
Anécdotas de la Vida Página 48
insinúas, tendría que vestirse con otro tipo de ropa,
imagino –me retrucaba, como si ella fuese una gran
conocedora de los hábitos profanos, a la vez que fruncía
el rostro en una mueca de media sonrisa.
Y así, divagando entre esa pauta de comentarios
frívolos, ciertas veces dejábamos pasar frente a nosotros
algunos de esos individuos con fisonomías enervadas,
fragorosas, cansadas, de rostros agitados, con semblantes
taciturnos. Nada más, eran que personas de expresiones y
gesticulaciones aburridas, alegres, estremecidas.
En realidad, todo resultaba ser en un verdadero
desfile de prototipos humanos con perfiles que estaban
envueltos en un inmutable carnaval de coloraciones y
sentimientos sin fin.
Donde estuviésemos, era posible encontrar, además
de la gente, la misma miscelánea de colores, de sabores,
de prácticas y costumbres que se encontraban de alguna
manera enraizados entre los más variados aromas y
matices del lugar, y que desfilaban en esa circulación de
ida o vuelta que era producía con el intenso y bullicioso
trajinar de las personas a nuestro alrededor.
De repente, ciertas veces yo escuchaba que Carla
me decía: -¿Vistes como en la moda actual? Ahora se
combinan los colores más contrastantes… Bien que
podíamos comprar algo así… o quizás como aquello allá,
Anécdotas de la Vida Página 49
-que además de comentarlo, me lo señalaba apuntando
hacia al frente con la punta de su pera, mientras movía
intencionalmente la cabeza para agrandar el meneo. Con
la mano no, porque según ella, era cosa de maleducados.
-¿Llegaste a reparar en el tipo de mocasines que te
dije? -me preguntaba en otra ocasión, haciendo valer su
condición femenina.
-No. Para nada. Hasta porque en verdad, ni lo
recordaba -le respondía sin mirarle el rostro, no fuese
que ella notase mi hipocresía.
-¡Ah, Julio! -protestaba con voz melosa, hasta que
segundos después se exaltaba al decirme-: ¿Te fijaste?
La señora que pasó recién delante nuestro, tenía unos
casi iguales… ¿No la vistes? -insistía cuando el asunto le
interesaba.
Yo, obvio, no decía nada. En ese tipo de asuntos, la
experiencia ya me había mostrado que lo mejor era
quedarse callado.
-¡Julio! Aquí en la vidriera hay unos lindísimos…
¡Míralos! ¡Están chiquérrimos!... Elegantísimos… ¿No
son un amor? -se le antojaba insistir poco después, como
si estuviese intentando atraparme en el asunto.
Por casualidad, al ponerme a escribir este relato, el
momento pertenece a un atardecer normal de un día
cualquiera de este caluroso verano, y sé que en la calle,
Anécdotas de la Vida Página 50
al igual que horas antes, los prójimos deben continuar a
entremezclarse y a dislocarse llevando en su interior los
misterios de su vida, sus intranquilidades, sus angustias,
sus logros, su prosperidad o sus tristezas, como suele
ocurrir en cualquier metrópoli.
Empero, lo que pretendo resaltar, es que mientras
caminábamos más temprano, yo había notado que
algunas personas les encantaba hablar en voz baja
mientras otros menos educados adoraban hablar gritando,
lo que contrastaban con un sin número que andaban
silenciosos y de cabeza baja. Aunque otra de las
particularidades que me había sorprendido, fue observar
que algunos cargaban en sus brazos volúmenes de mayor
o menor tamaño, mientras otros, de manos libres llevan
sus bultos escondidos en sus conciencias.
Yo comento esto, para retomar de alguna manera el
tema que surgió más temprano en nuestro paseo, cuando
a Carla se le ocurrió decirme de repente:
-¿Te distes cuenta, Julio, que ni todos se fueron a la
playa en este verano?
-Puede ser porque sus responsabilidades no se lo
permitieron… O tal vez por falta de plata -le respondí
inconsciente, sin llegar a percibir lo que vendría después.
-¡Sós un infame, Julio! Si vos no hubieses insistido
tanto en cambiar de coche, bien que nosotros podríamos
Anécdotas de la Vida Página 51
haber ido de vacaciones a la playa –me dijo lanzándome
una mirada regada por un rencor desagradable, y con una
voz encolerizada que se depositó sobre mi sombra de
manera impertinente.
Al momento decidí no responderle nada, mientras
observa a los individuos que partían o regresaban de sus
responsabilidades y obligaciones, reparando que unos
caminaban, otros corrían, mientras muchos simplemente
impelían sus cuerpos hacia delante entre la agitada
muchedumbre, como que renunciando a querer ser
llevados por el tiempo o eludiendo los reveses que
abultan sus tormentos.
-¿Cuántos de éstos tipos tendrán el mismo dilema
que yo? –me entregué a pensar sórdidamente sin perder
de vista los pasos de Carla, y sin dejarla que percibiera
mis reflexiones, que de cierta forma estaban estampadas
en mi semblante.
En ese entretanto, vi un carnaval de folklóricas
vestimentas que se destacaba en algarabía de gamas y
colores, donde se contrarrestaba el mocerío que usaba
holgadas ropas, de los adultos con su circunspecto vestir.
Otros tantos vestían los atuendos posibles, mientras ellos
iban caminando subordinados a sus propios encargos e
insuficiencias, inventando introspecciones multicolores
en sus estampas.
Anécdotas de la Vida Página 52
Ya con las neuronas en funcionamiento, me decidí
por hablarle y le manifesté: -Pero cuando tú vas a la casa
de tu madre, bien que te gusta mostrárselo a tu cuñado…
Siempre vi el brillo de tus ojos cuando insistís en
preguntarle: ¿Ya vistes el coche que nos compramos? –
pero tomé el cuidado de pronunciar las palabras en un
tono jocoso, de manera que con esa entonación se le
aplacase un poco la ira.
-Julio, vos bien sabes que yo se lo digo, porque él
siempre anda exhibiéndose con sus majaderías, y
haciendo algún alarde para refregarnos en la cara las
estupideces que hace… Y por qué igualmente es un
presumido, –Carla me contestó agriamente.
-Además, nosotros no vamos a la playa, por tu
culpa y tu egoísmo… Sólo porque el año pasado te pedí
para ir por dos o tres semanas para Aruba o Cancún…
¡Pero no!, a vos se te antojó cambiar el coche y pronto…
aquí estamos, caminando que ni bobos entre este gentío -
me fue diciendo sin ton ni son, mientras continuaba la
discusión sobre sus reflexiones, y culpándome por causa
de mi egolatría.
-Pero querida, -atiné a decirle con voz remilgada-,
sabes que fue un negocio de oportunidad… y hasta vos
misma concordaste en que era el momento justo de
hacerlo… ¿O me lo vas a negar ahora? –le respondí
Anécdotas de la Vida Página 53
buscando hacerla razonar de alguna manera sobre un
tema que ya era axiomático para los dos.
-En aquel momento… -comenzó a decirme con
cara avinagrada, pero paró de sopetón-, …tú me
afirmaste que las vacaciones estaban garantidas, -dijo a
seguir, expresando la última frase con una voz un tanto
más cordial. Eso me hizo pensar que ella no quería
pelear.
-Garantidas están, Carla, pero todo será a su debido
momento… –le respondí de inmediato, intentado que ella
volviese a reflexionar sobre lo que ya habíamos discutido
antes, -Será después del verano –asentí al final.
-¡Aja! ¿Entonces para qué vamos a ir?... ¿Para ti
poder pescar?... Imagino que será por ese motivo que tú
estás pensando ir, pues bien sabes que el sol no será el
mismo en esa época del año, –argumentó Carla,
utilizando para responderme la magistral lógica que ella
siempre esgrime para deliberar exclusivamente sobre los
asuntos de su interés.
En todo caso, el cielo ya empezaba a tornasolar los
matices enrojecidos del atardecer, haciendo que las
sombras de los edificios se fuesen proyectando más
oblicuamente sobre el asfalto, forjándome a percibir el
simulacro de mi silueta y la de ella, estiradas lánguidas
por la vereda mientras acompañaban simultáneamente
Anécdotas de la Vida Página 54
nuestros pasos y se enredaban con los movimientos de
otros transeúntes.
-Estuve dando una pesquisada -alcancé a
comentarle aleatoriamente-. Encontré unos hoteles lindos
en el litoral, y los precios para la semana de turismo
están óptimos… Hasta podemos ir en coche y aprovechar
la estadía para recorrer otros locales… ¿Qué te parece la
idea? –le expresé con una amabilidad, como para poder
demostrarle que continuaba preocupándome del tema.
-¡Estás loco, Julio! -Carla me respondió en un
bramido intempestivo-. ¿No estarás pensando que yo voy
aceptar ir allí en fines de abril? ¿O será que vos queres
que yo termine por enfermarme del reuma? ¿Vos estás
chiflado? ¡Imaginen! Vos tenés cada idea desequilibrada,
Julio –me expuso en un estrépito de voz acústico que
llegó de lleno hasta mis oídos, sobreponiéndose al
intenso barullo de la calle.
Como ya estábamos atravesando la plaza, para
aplacar mi ánimo me distraje observando quienes estaban
deglutiendo unos suculentos tentempiés en un carrito, y
charlaban mientras degustaban diferenciados bocadillos
moviendo indelicadamente sus mandíbulas, para luego a
seguir sorber gélidos refrescos. Eso me dio la impresión
de que todos estaban ejecutando determinadas actitudes
Anécdotas de la Vida Página 55
como si fomentando las ansias, o buscasen apagar algún
vestigio para burlar su prisa.
-Ahora, -me interrumpió Carla-, si vos me dijeses
que en marzo nos alquilamos una casita en Punta…,
todavía soy capaz de pensarlo, pero…, -otra vez estaba
ella intentando usar su buena lógica como si ella fuese
una anestesia para su preocupación,
-Allí también podemos ir con el coche… -agregó
mientras yo mantenía la mirada en la gente al rededor del
carrito de comidas-, sabes que allí hay lugares divinos
para visitar… y ni hace falta que hable de los locales de
pesca que vas a encontrar… -continuaba discurriendo
metódicamente entre pausa y pausa.
-Y mientras vos pescas…, yo puedo ir al casino…
¿O quien sabe, alcanzamos a encontrarnos con…?
Cuando ella tocó ese punto, ya estábamos en la
puerta de nuestro edificio, y entonces decidí entregarme
al abandono de cualquier respuesta.
Lo que en realidad quería, era poder recordar sin
prisa mi exuberante caminada, cuando regalé mi visión
en un confortable observar de desemejantes hábitos y
costumbres por alrededor, cuando pude percatar una
miscelánea de razas y culturas, y encontrar en ellos la
inevitable mezcolanza del que tiene poses y el que poco
Anécdotas de la Vida Página 56
disfruta, todo fermentado en el mismo calderón de
emociones de esta vida terrenal… ¡Sublime!
Advertida Incertidumbre
Al observarlo detenidamente, pude notar que bajo
una clara señal de incertidumbre y aprehensión que aquel
notable hombre que tenía por delante, estaba buscando
afanosamente en sus pensamientos la manera de poder
dar con una refutación correcta con la que fuese posible
responder a mi bizarra interrogación. Percibía que no
encontraba las palabras de una manera tácita o hipotética
que le facilitase lograr explicar notoriamente la supuesta
cuestión. Yo bien sabía, o pensaba intuir, que si ella me
fuese promulgada en otros tiempos, la contestación le
habría salido prontamente desde su boca en un estilo
claro y locuaz.
Es posible que en ese instante, de una manera
inadvertida y oculta, yo haya descubierto la expiración
Anécdotas de la Vida Página 57
de la distante agilidad retórica que otrora poseía, pues
con su comportamiento actual, sólo me demostraba estar
fecundando el inicio de un lento proceso de deterioro
cerebral.
La verdad, es que esa situación posteriormente se
confirmó, cuando a partir de la cual nos pasó a dejar a
todos en la familia lo suficientemente estupefactos con
algunos de los actos y los episodios en cuales pasó a
envolverse inadvertidamente. Pero eso ocurrió después.
En aquel momento, calculé que él debería tener
alrededor de sesenta y nueve años, que los llevaba dentro
de un cuerpo que insistía en exhibirse a cada día más
flácido y pellejudo, y en el cual ahora se desparramaban
rugosidades por una epidermis que anteriormente había
estado estirada encima de una superficie corpulenta.
El estado anímico actual, conforme su relato y
respetando su propia opinión, decía ser la consecuencia
de la insuficiencia coronaria que le había robado la
destreza de antes, lo que fue amplificando su aflicción
por la inoportuna influencia de los medicamentos que
consumía para controlar los batimientos cardiacos.
Por entonces ostentaba un cráneo totalmente calvo,
que mantenía una estrecha aureola de cabello albino
emergiendo lúgubremente sobre la piel de los laterales de
la cabeza y en la parte posterior de la misma, dejándole
Anécdotas de la Vida Página 58
totalmente desprotegida una mollera cubierta con una
dermis de coloración rojiza brillante; como si ésta
hubiese sido protegida con algún aceitoso lubricante
capilar especial.
Su rostro, de una similitud aovada, tenía unas
bastas cejas espesas y peludas que se juntaban en el
entrecejo, permitiendo esconder por detrás de ellas unos
ojos deslucidos y semicerrados, dejando disimular unos
parpados que parecían estar hechos en dobladillos de piel
rugosa.
La frente mostraba unos largos surcos horizontales
extendiéndose rectos desde un lado al otro de los huesos
temporales, los que parecían haber sido tallados de
manera profunda sobre las facciones, tal era el volumen
de piel rolliza acumulada entre los bordes de las ranuras.
El aspecto de los maxilares eran como dos
eminencias angulosas sobrepuestas en las laterales de
una nariz aguileña y fina, que por su vez le bajaba
delicadamente hacia los labios descarnados que tenían un
color más rosado que el propio tono del rosado de su
epidermis. Por debajo de esa piel transparente y sedosa
del rostro, se advertían innumerables y finísimos ríos de
color azulado por donde era posible notar que le fluía
lentamente la sangre.
Anécdotas de la Vida Página 59
Al estar cómodamente sentado en un voluminoso
almohadón que le habían colocado sobre el asiento de
una poltrona de apoyos altos, descansaba a gusto sus
brazos sobre estos, dejando extendidas hacia mi frente
unas manos rugosas y desvigorizadas, con dedos largos y
crispados por la consecuencia de la artrosis deformante
que lo incomodaba.
Según él, al notar que se los observaba, me
comentó que en los días de frío o humedad elevada, bien
le parecía que alguien se los torcía, forjando para que se
le anudasen las juntas, lo que de por sí le causaba una
molestia dolorosa y punzante que le impacientaba el
humor y le robaba la voluntad.
En mi atisbo, percibí una mirada triste en aquel
semblante senil, pero durante su relato, me afirmó que
todo era resultante de la debilidad que poseía su
organismo y el propio efecto de la dosificación de los
remedios que lo obligaban a tomar. De cualquier modo,
él insistía en confirmar que se mantenía lúcido y la voz
permanecía firme, metálica y sonora como en el pasado,
y así mismo, pese a su edad, aún no era necesario que
utilizara cualquier tipo de anteojos, vanagloriándose de
no requerir ni de aquellos que se estilan usar
comúnmente para la lectura, pues todavía identificaba la
Anécdotas de la Vida Página 60
nitidez de las imágenes por más pequeñas que éstas
fuesen.
Sobre los hábitos de lectura, una rutina que tanto
practicaba en tiempos pasados, me explicó que ya no lo
hacía con mucha regularidad, pues el cansancio lo vencía
y terminaba dormitando, no más allá de media docena de
páginas leídas. No obstante, en la actualidad, -insistía en
apuntarme-, sólo se dedicaba a apreciar buenas obras
literarias, mismo que fuesen romances o novelas, porque
había abandonado la vieja costumbre de concentrarse tan
solamente en la lectura técnica o científica, pues ésta no
le era más necesaria para su día a día.
En su consciente relato, continuó a manifestar toda
la contrariedad que lo afligía, por causa de la escasez de
visitas que ahora recibía de aquellos que antes tanto lo
habían ensalzado. Expresaba palabras de sentimiento
que, evidentemente, me permitían considerar que las
personas tal vez no las realizasen, evitando tener que
perturbarle el sosiego con algunas inquisiciones sobre los
irrefutables conocimientos que él poseía; pero de igual
modo, consideraba que tampoco esas mismas personas
las consumaban, aunque más fuese para entretenerse
ensanchando las horas entre descansados palabreados.
Mientras escuchaba atentamente su relato, que más
se parecía a un monólogo que a un diálogo entre dos
Anécdotas de la Vida Página 61
humanos, pude apreciar en el aposento un halo medio
decadente, no en el sentido de empobrecimiento del
contexto, o de estar deteriorado por la mala conservación
o falta de aseo; más bien, lo notaba como que estuviese
eclipsado y marchito por la falta de evolución del tiempo
dentro de la casa.
Asimismo, advertía como si evidentemente él se
permitiese una carencia de ilusión, o hasta de una
privación de voluntad para renovar dentro de la
prosperidad y del progreso que la vida actual
proporciona a los individuos.
En cuanto todas estas cavilaciones iban sucediendo
en mi subconsciente, creí entender que el vivo retrato
que emanaba de esos ambientes, más se asemejaba al de
un espejo que insistía en reflejar la propia imagen de los
habitantes de la residencia, exteriorizando por intermedio
del reflejo, un claro perfil de los avanzados años de éstos
y de la propia decrepitud de los mismos.
Por otro lado, aquellos aposentos no asentaban una
uniformidad de estilos entre los diversos mobiliarios y
utensilios que estaban esparcidos por los recintos, salas y
alcobas de la residencia. Se apreciaba una relativa
promiscuidad de formas y géneros contrastando entre
modelos Luis XV, Imperial y Moderno, sin alcanzar a
mantener una armonía en todo el conjunto de la vivienda.
Anécdotas de la Vida Página 62
Al observarlos inadvertidamente, no se lograba
distinguir la predilección de sus dueños, y no se percibía
claramente la enunciación o una tendencia de gusto
definido, o una cierta complacencia por algún género
predominante de decoración.
Extendiendo mi perspicacia analítica, evalúe que la
construcción de la vivienda en sí, no era vetusta ni mal
conservada, pero tampoco exhibía una línea de estilo
específico que la destacase dentro de las demás
construcciones que se extendían por el resto de aquella
calle; así como del mismo modo no presentaba una
coloración determinada en la textura de sus paredes y
aberturas; pero de igual forma, no podía negar que era
una residencia vistosa y alegre, edificada en medio de un
jardín bien conservado, en donde se lucían alborozados
macizos de nardos, clavelinas, rosales y petunias.
Entre tanto, la conversación entre nosotros se iba
desarrollando de manera placida con los ocasionales
comentarios de las amenidades de la vida, y entrecortada
por opiniones de sucesos acaecidos recientemente en
nuestras familias, o por algunos de los ocurridos por el
resto de la humanidad, como una manera de poder
entretener confortablemente la irregularidad de nuestro
encuentro y saltear las horas. Pero de pronto su voz me
embistió grave y envuelta en un razonamiento sin nexo,
Anécdotas de la Vida Página 63
no existiendo en sus palabras enunciadas ninguna
conexión con los temas en alocución.
Fue en ese instante, que escuché aquella voz
inquebrantable, ronca, inalterada, que me preguntaba
sorpresivamente:
-¡Me gustaría que tú interpretases el siguiente
enigma!, -cuando pasó sin más a recitarme a
continuación la siguiente narrativa:
-Cierto día, un hombre, al salir de su casa por la
mañana y atravesar la vereda del jardín, se encontró con
un enorme caracol que estaba atravesando lentamente la
misma. De pronto, desprevenidamente, éste se agachó, lo
tomó entre sus dedos y lo arrojó violentamente hacia
atrás y por arriba del techo de su casa, haciendo que el
pobre animal se despeñase en el patio del trasfondo de la
residencia… -hizo una breve pausa para tomar aliento, y
continuó-: El asustado caracol, después del evidente
desplome y afectado por el fuerte impacto que recibió,
permaneció durante algún tiempo desvanecido y sin
sentidos por entre los yuyos del huerto. Cuando por fin
despertó de su desmayo, notó que tenía fragmentada una
parte del caparazón, motivo que lo imposibilitaba de
poder retomar de inmediato sus movimientos normales…
-realizó una nueva pausa para recuperar el aliento, y
prosiguió diciendo-: En razón de los hematomas
Anécdotas de la Vida Página 64
recibidos, el desdichado caracol desdió primeramente
recuperarse de las heridas y aguardar en reposo hasta
recobrar el estado normal de su cuerpo, escogiendo para
ello ocultarse entre las rizomas de algunas plantas que se
encontraban cerca de allí… -entonces efectuó otra corta
pausa, y agregó-: Transcurrieron meses y meses para
poder sanar medianamente sus contusiones; y cuando un
cierto día, percibió que ya se encontraba en condiciones
de poder aventurarse a salir al exterior y retomar sus
andanzas; salió de su escondrijo para enfrentar otra vez
la vida.
-¡Bueno!, -me indicó con un ademán de brazos
como buscando abreviar la historia, o tomar un nuevo
aliento, y prosiguió con la narración:- El lento animal,
flanqueado por su parsimonioso arrastrarse, demoró más
algunos meses para poder llegar nuevamente al frente de
la casa y poder atravesar de manera anónima la vereda
del jardín. De cualquier modo, -me garantizó mirándome
fijo a los ojos, -no podemos olvidar que ya se había
pasado casi un año desde aquel trágico incidente que casi
lo destruyó definitivamente, y como en una exacta
repetición del destino, esa cierta mañana, el hombre
volvió a salir de su casa y advirtió al indiferente caracol
languidecido en el medio de la calzada… Absorto por
encontrarlo allí, éste lo miró fijamente y le preguntó:
Anécdotas de la Vida Página 65
¿Hay algún problema entre tú y yo?, pues si no lo hay…
¿por qué motivo tú insistes en perseguirme?
A bien de la verdad, yo aún estaba concentrado y
anhelante por pretender enterarme del final de su relato,
cuando él me sorprendió desconcertado, intimándome
casi provocadoramente con una nueva pregunta:
-¿Entendiste el misterio de la narración?... Si la
alcanzas a vislumbrar, entonces tú debes responderme la
interpretación que le das al escondido enigma de este
hecho -puntualizó con mirada avizora.
En verdad, yo me quedé estupefacto por la
incoherencia de la narración y por la propia paráfrasis
que debería darle a la misma, pues lo cierto, es que yo
notaba que no existía un vínculo o motivo coligado al
hecho, a no ser por la propia comicidad del cuento, y por
notar que esa utopía tampoco poseía una metáfora
explícita en todo su contexto.
La perplejidad que me causó el motivo de intentar
descubrir el impulso que lo había llevado a contarme la
historia, y la de ambicionar interpelarme para buscar en
ella algún misterioso enigma, pronto me despertó en la
conciencia una leve desconfianza de su senectud
desvariada, induciéndome a pensar de que tal vez ya
comenzase a fallarle la coordinación de las ideas y la
correcta ordenación del razonamiento.
Anécdotas de la Vida Página 66
En pocos instantes percibí que yo estaba intentando
analizar los motivos, concluyendo que sería posible que
esa actitud fuese un posible reflejo involuntario que tenía
origen en la propia dosificación de los compuestos
medicinales que le eran suministrados, y de que éstos
probablemente fuesen los responsables directos por los
determinados actos indescifrables que él me expresaba.
No sé, es probable que en mi cavilación sólo
hubiesen transcurrido algunos escasos segundos, pero de
pronto percibí estampado en su rostro, que lo había
invadido una exagerada perplejidad por yo estar
manifestando una demora en la respuesta, y exponiendo
una preocupación innecesaria e inverosímil para quien
hasta ese entonces, pensaba que había mantenido un
correcto comportamiento.
La actitud por él asumida, significaba que yo había
sido el responsable por exteriorizar una probable
ignorancia frente a un delicado misterio que tan
necesariamente aguardaba por un categórico e despectivo
juzgamiento de algún erudito.
No en tanto, cuando le expuse con toda franqueza
que no encontraba un sentido explícito o un conexo
coherente en la charada por él descripta, presentí la
dureza repentina de su voz, con la que exhibió una
reciedumbre encolerizada y agria hacia mi actitud, como
Anécdotas de la Vida Página 67
si estuviese acusándome de que me faltase la convenida
probidad y la honestidad, para qué, por lo menos, yo
intentara mantener un diálogo en un nivel intelectual
para su merecida altura.
Sentí que prontamente lo había invadido una
desmedida acrimonia ahora cincelada en las facciones, y
con una dureza inexplicable que venía acompañada de
frases críticas e insolentes para con mi compostura,
donde enarboló un sinfín de improperios sueltos entre
palabras amargas y desconectas, como las que se pueden
percibir en todas aquellas personas que aguardan con
determinada certitud, por la rectificación de una
respuesta de acuerdo con sus ordenados pensamientos.
Repentinamente, como si nada hubiese ocurrido
entre él y yo, mudó la lucidez del semblante en una
rapidez espasmódica, retornando a exhibir la misma
imagen aplacible y abatida con que me recibió al inicio
de mi visita, cuando retomó nuevamente la conversación
coloquial desde una frase lejana, en donde fue
rememorando algunos hechos del pasado, y en muchos
de los cuales ya ni me acordaba que estos tuviesen
ocurrido.
Esas idas y venidas de genio y pensamiento que
exteriorizaba su temperamento, me despertó una tácita
incertidumbre sobre su verdadero estado de espíritu y la
Anécdotas de la Vida Página 68
correcta conexión intelectual de los hechos acaecidos,
donde demostraba, o tal vez yo percibía, que existía un
ligero deterioro o disminución sutil de la capacidad de
funcionamiento de su cerebro.
Es probable que en ese momento, mi perspicacia
careciese de la experiencia de poder comprender
claramente si sus actos eran meros achaques de
petulancia, o una demencia que principiaba a
desarrollarse, permitiendo embotar mi análisis en una
única y simple reflexión, describiéndolo mentalmente
como tratándose de un viejo arrogante y engreído, donde
la intelectualidad de otrora no le consentía sosiego de
ánimo.
Absorto en mi indagación mental, casi no percibí
que nuevamente estaba expresando un balbuceo de frases
duras y acerbas, en las cuales me incriminaba por estar
incluido entre el rol de los familiares que proyectaban
eliminarlo, para luego después de su muerte, poder
dividir su patrimonio, acusándome de que mi visita sólo
servía como un motivo de investigación de las
actividades que él ejecutaba en sus solitarias jornadas.
Luego de inmediato presentí una mirada frívola
que partía desde la indiferencia de sus ojos, haciendo que
ésta penetrase punzantemente por mi corteza, y con la
cual me trasmitía con su contemplación una sensación de
Anécdotas de la Vida Página 69
sentimiento de odio reprimido que me causó un profundo
malestar.
Comencé a sentirme incómodo frente a estas
actitudes y por el propio tratamiento que él me destinaba,
siendo embarazoso para mí el hecho de tener que
continuar impávido a contener mis palabras y demostrar
una total insensibilidad ante tan gratuitos agravios.
Sin más ni menos, rápidamente inventé una
disculpa educada para expresarle la apresurada necesidad
que requería para dar por terminada mi visita, pues ideé
que había recordado que debería apresurarme para
concurrir a una improvisada cita con una muchacha que
había conocido recientemente, la cual me estimulaba
muchísimo interés, tanto por la belleza como por la
intelectualidad que ésta poseía.
Al terminar mi fantasiosa narrativa, descubrí que
desde sus ojos se desprendía una pequeña lágrima que
lentamente iba rodando por sus arrugadas mejillas; y
desde su boca emitió un tenue sollozo envuelto en una
voz de susurro, en la que distinguí que él lamentaba
sinceramente mi repentina decisión de abandonar su
compañía, como si presagiase que mi decisión era una
disculpa establecida para alejarme de la reunión.
Sin lugar a dudas, ese escenario me causó un
profundo sentimiento de culpabilidad, al que puedo
Anécdotas de la Vida Página 70
afirmar con relativa seguridad, que de una manera
precipitada, éste se delineó muy explícitamente en mi
semblante, causándome una aprehensión perturbable
desde el punto de vista emocional.
De cualquier modo, tuve las suficientes fuerzas
para mantener mi sentencia de retirarme del local, sin
necesidad de continuar a escuchar las perturbaciones de
su espíritu.
Después de la despedida, partí empeñado bajo la
promesa de repetir mis visitas más asiduamente, y con el
firme compromiso de poder debatir conjuntamente
algunos temas concernientes y vinculados a la lectura de
sus libros, como si estuviese asumiendo una deuda moral
para reparar el daño que le causé con mi repentina y
menoscabada partida. En todo caso, continúe mi
caminata con la incertidumbre interior que éste longevo
hombre había causado en mí.
Anécdotas de la Vida Página 71
Insólito Homicidio
Al abrir la puerta de la vivienda, sin duda que el
primer estremecimiento que irrumpía en la mirada de
cualquier persona, era la imagen de aquel cuerpo
recostado en el sofá, con la cabeza inerte pendiéndole
hacia el costado derecho, como queriendo interpretar el
icono de un individuo de entrada edad entregado
placenteramente a un despreocupado descanso de una
mañana cualquiera de su vejez.
A decir verdad, el cuadro allí desdibujado no era
justamente aquello que se percibía en la primera
contemplación, pues aquella armonización caracterizada
pertenecía meramente a un organismo inerte, a una
esfinge ya sin vida, exánime totalmente de movimientos.
Virtualmente, todo allí hacía parte de un impotente
diagrama que se desenvolvía frente a la inicial fetidez
Anécdotas de la Vida Página 72
que emanaba por el ambiente putrefacto, proveniente del
propio proceso de descomposición del cadáver.
Pero antes de poder emitir un fallo preliminar
solamente con base en las informaciones de esa primera
reflexión, me resultaba menester descubrir la
clarificación del episodio ocurrido, revisando todo lo
contiguo al contexto de aquella morada, llevando en
cuenta que el local del crimen se trataba de una casa
demasiado común, que estaba situada en una calle
polvorienta, sin una clara dilucidación de lo que era la
propia calle o la misma vereda que limitaba las viviendas
simples que componían toda la barriada de aquella zona.
En aquél distrito estaba situada una comunidad
compuesta de gente humilde, con habitaciones hechas de
a pedazos, uno de cada vez; en los que se notaba que
cada uno de ellos se habían ido construyendo de acuerdo
con las disponibilidades económicas que ésos habitantes
disfrutaban en los diversos momentos de sus vidas.
Construcciones que sin duda eran levantadas con
una precariedad de elementos y materiales, y los que
primeramente deberían caber en cuantificación de
valores dentro del bolsillo, para después ir repitiendo
idéntica operación para cada determinado instante en que
ocurrían las diversas etapas de la edificación.
Anécdotas de la Vida Página 73
Para ser sincero, bastaba una mera mirada, para
notar que por allí no existían lujos o extravagancias, ni
por afuera ni por adentro de esos hogares, visto que estos
nativos se concentraban en poseer lo mínimo necesario
para una amoldada subsistencia, y conformándose en
disfrutar la vida con los propios recursos con que
alcanzaban a complacerse.
En una rápida ojeada por los alrededores, se notaba
que los que poseían algún bien de determinado valor
implícito; el mismo se resumía a un vetusto automóvil
con el esqueleto externo transformado en chatarra, y
totalmente carcomido por el herrumbre, y sumándose a
esto, se notaban los claros señales de deterioro interno de
los mismos. En verdad, muchos de esos carromatos
estaban con los motores desarmados y con llantas sin
surcos; los cuales, en la mayoría de los casos,
permanecían estacionados a la intemperie, como
pretendiendo querer ostentar el baluarte de propiedad de
esa familia que, posiblemente en sus mentes, sirviese
para reflejar un cierto mayorazgo ante sus vecinos.
La vivienda en que nos encontrábamos, era hecha
de ladrillos simples, donde cada pieza estaba encadenada
por unos enmarañados de elementos de adobe dispares
entre sí, donde algunos presentaban un tono rojizo tan
anticuado, que desentonaba en color y tamaño cuando
Anécdotas de la Vida Página 74
estaban contrapuestos frente a otros de más reciente
fabricación. Algunas de las ventanas habían sido
fabricadas con madera, en cuanto otras habían sido
confeccionadas con hierro y chapas de metal ondulado.
Algo muy similar a lo que era posible notar en las
propias ventanas y puertas de la casa de los aledaños.
La propiedad en cuestión estaba cercada por una
pocas líneas de alambrado en condiciones bastante
deteriorada, y que parecían estar allí por el simple hecho
de intentar delimitar territorialmente el contorno
rectangular de tierra que pertenecía al anciano. Era un
terreno donde en alguna época, alguien había comenzado
el asentamiento de la vivienda. No había plantas ni flores
desparramadas por los diversos espacios vacíos de la
finca, como del mismo modo, tampoco existían árboles o
matorrales que protegiesen el perímetro.
Tampoco se divisaba por los alrededores del local,
la existencia de cualquier animal doméstico como gato,
perro o ave que sirviese de compañía para el victimado.
Ni mismo existían las simples gallinas, que normalmente
deambulan siseando por esos espacios libres, hasta que
un determinado día, por la gracia de Dios, consiguen
alcanzar peso suficiente y entonces, posteriormente
mueren súbitamente dentro de una cacerola.
Anécdotas de la Vida Página 75
Internamente, aquella casa mantenía la misma
precariedad de todo el contexto del vecindario;
poseyendo paredes desnudas y sin revoque de argamasa,
con techos sin recubrir con cielorraso, y los que admitían
mansamente poder observar en la penumbra del
ambiente, los pequeños puntos de luminosidad que se
colaban por los diminutos orificios de las chapas de zinc
del techado. Las puertas que separaban las habitaciones
parecería que, desde mucho tiempo atrás, habían sido
sustituidas por pesadas cortinas de cáñamo, y el piso del
pavimento había sido construido con una miscelánea de
embaldosados desiguales y desparejos.
El dormitorio de la casa era bastante escaso de
muebles en su interior. Resumiendo, había un camastro
tradicional cubierto por un amasijo de sábanas y frazadas
que permitía notar que estas hacían mucho tiempo que no
eran oreadas y ordenadas. Había también un ropero de
madera medio destartalado, donde las puertas del mismo
no cabían dentro de los espacios del armazón, lo que
permitía que las mismas insistiesen en pender cerradas a
medias. De igual forma, en el mismo recinto existía una
pequeña mesita de cabecera que ostentaba, irónica, una
vela a medio usar que reposaba en pie sobre un plato de
arcilla colmado de cerillas de cigarrillos ya consumidos,
como queriendo de esa manera adornar unas fotografías
Anécdotas de la Vida Página 76
viejas y amarillentas que parecían estar olvidadas por
detrás de ella desde vaya a saber cuánto tiempo atrás.
En una de las desnudas paredes del dormitorio
estaba colgado únicamente un solitario cuadro con la
imagen del Sagrado Corazón de Jesús, donde se reparaba
que el vidrio que lo cubría estaba quebrado y astillado en
una de sus puntas, pero nada que denotase ser algún
hecho reciente.
Por otro lado, las vestimentas que la víctima tenía
aparentemente para uso cotidiano, estaban depositadas
sobre el respaldo de una silla de madera que estaba
ubicada al lado derecho de la cama.
En otro ambiente de aquella casa, el espacio que
fuera reservado a la cocina, la apariencia allí dejaba
percibir que no era muy diferente a la de las otras
habitaciones, ya que en el local había una heladera
maltrecha donde, con un poco de imaginación, se podía
conjeturar que en algún momento el caparazón del
mismo había estado pintado con una tonalidad celeste.
Sobre un mostrador construido de material tosco,
se notaban desparramados algunos utensilios que se
encontraban descansando dentro de una pileta rebosada
de platos, cubiertos y ollas, y aguardaban pacientemente
que en algún determinado día o semana, les efectuasen
su higienización.
Anécdotas de la Vida Página 77
Había también una cocinilla de dos hornallas con
un diminuto horno; la que me imagino serviría para la
preparación de los alimentos. Completaba el reducido
espacio una destartalada alacena que estaba repleta de
diversos trastos viejos, donde un escuadrón de avispadas
cucarachas deambulaba pacíficamente por entre los
restos y la mugre del local.
La sala, donde aún se preservaba el cuerpo inerte y
sin vida, tenía unos escasos muebles estropeados por el
tiempo, lo que hacía difícil que en todo el conjunto se
pudiese combinar una determinada igualdad, pues se
constituían de un vetusto bargueño de madera oscura,
una mesa redonda construida en madera de pino bruto, a
la que acompañaba un juego de cuatro sillas simples con
asiento de paja. Completaba el ambiente un sofá de dos
asientos, donde yacía el fallecido en su descanso eterno,
que por su vez, se hallaba recostado sobre unas
almohadillas que parecían ya haber sido forradas de un
tipo de tejido sintético deslucido y viejo.
Sobre una de las esquinas de la sala había una
pequeña mesita con un televisor tan antiguo como su
dueño. En las paredes estaban colgadas, a la derecha, una
cartulina descolorida con la imagen de un equipo de
futbol que había sido campeón nacional en 1957; y por
sobre el sofá, había un cuadro en donde, a través de la
Anécdotas de la Vida Página 78
humedad y con algo de imaginación, era posible percibir
que aparecía una imagen nebulosa de una playa
imposible de poder identificar su localización.
Analizando toda la perspectiva que rodeaba el local
del asesinato, desde ya podíamos eliminar un claro
motivo externo que pudiese incitar nuestra mente a
pensar en tratarse de una víctima que fuera empujada a
ese trance por alguna motivación de carácter económico
por parte del homicida, pues conforme daba para
constatar, en la vivienda no existían posesiones, bienes o
valores que pudiesen provocar en cualquier sujeto una
determinada codicia, tal era la precariedad del inmueble
y de los propios aposentos.
Descartada esa posibilidad, me detuve a observar
atentamente la posición del hombre y las características
de la herida que lo había ultimado. Entonces pude
percatarme de que un delgado filete de sangre había
corrido débilmente desde su oído derecho, dejándole un
fino hilo de un reseco carmesí, que se había quedado
marchito entre los pelos de una barba blanquecina.
Los ojos estaban con los parpados cerrados como
en posición de dormitar. El fallecido permanecía con la
boca entreabierta en una actitud a partir de la cual se
esbozaba una casi imperceptible mueca de padecimiento.
Anécdotas de la Vida Página 79
El cadáver del anciano mantenía las manos con los
dos puños crispados, contraídos de manera cómo quien
se prepara para una lucha a trompadas, significando que
era posible que hubiese intentado algún acto de defensa
frente al malhechor que lo atacó. Pero tampoco se notaba
por allí alguna señal de forcejeo o altercado que
expusiese alrededor, un explícito cuadro de reyerta.
A simple vista, se interpretaba, tomando como base
la colocación adoptada por el cuerpo, que el hombre se
ubicó directamente en el sillón por sus propias fuerzas,
tal vez haciéndolo solamente algunos instantes después
de una supuesta agresión y un poco antes de fallecer. Era
una condición que permitía dilucidar que, si hubo un acto
de violencia, evidentemente éste no se habría practicado
en esa posición.
Una revista más minuciosa del cuerpo hacía
posible eliminar la identificación inicial de algún señal
de magulladura o contusión que proyectara desde su
orificio un mínimo caudal de sangre que indicase el local
de la herida; pues en el caso de que ésta hubiese sido
practicada por alguna arma de fuego, cuchillo o cualquier
otro objeto contundente, expeditamente se observaría un
vestigio, y pudiese existir una abertura por donde hubiese
escurrido el líquido rojo de la vida.
Anécdotas de la Vida Página 80
Pero lo que me había llegado a intrigar, era la
mancha cardenal que le subía propagándose desde el
pecho hacia el cuello y una parte de la carótida izquierda,
que le dejaba bajo una piel arrugada un tono violáceo
oscuro mucho más intenso que el color desvaído y
cadavérico de todo su cuerpo.
Tampoco se notaban indicaciones de qué alguna
soga, alambre, cable u objeto similar hubiese sido
utilizado para inmovilizarlo, pues al operar de ésta
manera, invariablemente, esa estratagema tendría dejado
determinadas marcas perceptibles a simple vista. Del
mismo modo, no había ninguna demostración, fuera de la
suciedad de las mismas, de que las ropas que vestían la
víctima estuviesen ajadas o rasgadas, lo que dejaba claro
poder evaluar que no hubo, o no existió, forcejeo o
combate entre los contrincantes.
Como el cuerpo inerte estaba totalmente vestido y
en sus pies llevaba unos calzados simples y bastante
deteriorados, alcancé a conjeturar en el momento, que el
crimen, era bien probable que se hubiese practicado
durante el transcurso del día; pues sería obvio deducir,
que si el hombre tuviese sido sorprendido en la
madrugada, sus vestimentas serían bien diferentes a las
que llevaba en el momento de su muerte.
Anécdotas de la Vida Página 81
Fuera del desorden normal que existía en los
escasos objetos internos de la vivienda, podía percibirse
claramente la falta de una limpieza y esmero más
obstinado por parte del habitante del local; pero todo allí
guardaba un aparente orden simétrico, sin notarse
papeles desparramados aleatoriamente por el suelo o
cajones dados vuelta en señal de una búsqueda
apresurada; así como tampoco habían muebles, objetos o
elementos en desaliño que pudiese despertar la inmediata
atención de quien los observase. Aparentemente todo
estaba en su lugar.
De la misma manera, en la parte externa de la casa,
no había asomo que despertase repentinamente la
atención. No había huellas estampadas en los pastizales,
o en el propio camino de tierra; de igual forma, no
encontré señales de ventanas abiertas de manera forzada,
o con signos de que la abertura de las mismas hubiese
sido realizada con el uso de violencia, como tampoco lo
había en la puerta de entrada.
Los vecinos lindantes más cercanos al domicilio,
tenían las edificaciones a escasos metros del local, pero
parecerían estar ensimismados en un silencio dentro de
sus pensamientos aletargados, pues ninguno de ellos
demostraba que en algún momento hubiesen notado algo
Anécdotas de la Vida Página 82
insólito; ni cualquier movimiento de personas extrañas o
mismo conocidas.
De la misma manera, al ser interrogados, éstos
expusieron no tener el conocimiento, o mismo haber
escuchado cualquier barullo diferente a los que
usualmente eran percibidos en los alrededores, y algunos
agregaron alguna que otra indicación, sobre el
antigregario comportamiento del fallecido.
Esto también era algo que me dejaba intrigado y
perplejo, pues debido al tipo de precariedad de los
materiales con los que estaban construidas las moradas,
era de suponer que cualquier ruido extraño que ocurriese,
necesariamente éste debería escurrirse rápidamente por
los poros de esas precarias paredes y llegar claramente
hasta los oídos de los vecinos.
De tal modo, poco a poco fui descartando las
opciones axiomáticas e incontrovertibles del caso, y era
innegable que estábamos posicionados frente a un
misterio que demandaría mucha sagacidad y perspicacia
para lograr llegar a su elucidación. Un hecho que
indudablemente requeriría una minuciosa investigación y
un posterior y atento análisis de todos los aspectos que lo
circundaban. Sin lugar a dudas se trataba de un asunto
que pronto envolvería a una buena parte de todo el
equipo de especialistas que se verían involucrados en la
Anécdotas de la Vida Página 83
clarificación de esta trama, especialmente intentando
descubrir aquellos imperceptibles detalles que escapaban
de la simple observación inicial.
Ciertamente que, en virtud de lo corroborado, sería
necesario aguardar por los levantamientos técnicos y las
pericias a realizar, juntándolas con las informaciones que
estaban siendo realizadas en el perímetro, así como
también era imperioso esperar por el resultado de los
análisis provenientes de la disección del cadáver, y de la
interpretación que el médico legista daría cuando
finalizase la autopsia, para sólo entonces poder dar
seguimiento a la investigación.
De cualquier manera, el hecho en sí, no dejaba de
ser un claro desafío profesional para mi corta carrera de
investigador, aunque obviamente, por la dificultad que
presentaba la circunstancia de no poder encontrar
fácilmente la motivación y el responsable, o responsables
por el asesinato, estaba convicto que haría del mismo un
caso más, y que dentro de muy poco tiempo este se
sumaría a los otros tantos que dormitaban en los
polvorientos anaqueles de la comisaría en la que yo
trabajaba.
Infaliblemente, con el pasar de los meses, la
referida carpeta de este proceso tendría la ingrata
oportunidad de tener que competir con los demás casos
Anécdotas de la Vida Página 84
insolubles, donde pasarían a disputar entre sí la
acumulación del polvo y la humedad entre los estantes de
la misma.
Ingratitud
El boliche continuaba a estar localizado en la
misma esquina del barrio desde muchas décadas atrás;
probablemente desde que se había fundado aquella
barriada; aunque, elemental, que su presente dueño no
fuese el precursor de ese preciso negocio.
Quién actualmente se encargaba de explorarlo
comercialmente, era el gallego Manuel, que desde hacía
casi cuatro décadas había comprado el establecimiento a
los antiguos propietarios, justo en el momento en que,
inquebrantable, había determinado que estaba en la hora
de trabajar para otros, pasando de ahí en adelante a
administrar su propias dependencias. Aunque con su
determinación, estaba dando proseguimiento a la
Anécdotas de la Vida Página 85
ejecución del mismo tipo de labores que aprendió a
desempeñar desde que había emigrado un día de su
madre patria.
El local, en realidad servía de reunión casi diaria y
asidua de los mismos individuos que residían por las
calles aledañas. Los había de todas las cualidades y
conductas, pero la mayoría acostumbraba reunirse allí
para matar el ocio que les sobraba en sus vidas, cuando
pasaban a entretenerse por horas alrededor de mesas
abarrotas de similares gentes que competían entre ellas al
recrearse en el juego de carteado, que podía ser el
chinchón o el truco, o jugando al dominó. Más alejado y
en un rincón del salón, también había una mesa grande
de paño verde donde se jugaba al billar; un otro de los
espacios que reunía un sinfín de holgazanes aficionados.
Prácticamente, todos los clientes acudían al bar en
el periodo vespertino, cuando la mayoría retornaba de
sus labores y, por algún motivo intrínseco, huían hasta
allí para ensanchar las horas sobrantes, dilapidando el
tiempo entre diversas recreaciones y aperitivos, y hasta
ocasionalmente degustando algunas fruslerías.
Mientras tanto, una vez allí, iban contándose
historias, inventando cuentos, relatando memorias,
conversando de amenidades o enarbolando comentarios
deportivos o políticos, conforme fuese el tema principal
Anécdotas de la Vida Página 86
del momento. Varias veces allí se organizaban tremendas
comilonas entre los propios integrantes más allegados a
la barra de amigos.
Entretanto, don Manuel, recubierto con su capa de
santa paciencia de monje franciscano, estoico y
ganancioso, se encargaba de servirles vueltas y más
vueltas de vino, grapa, caña, vermut, y hasta whisky para
los más pudientes. Y con el mismo etilo cordial, servía
cervezas para los más jóvenes, o refrescos para los más
precavidos, o enfermizos; y a todos los despachaba con
algunos potecitos de maní, o sirviéndoles sándwiches de
mortadela, medialunas de jamón, empanadas de carne
picada, y otras amenidades que ayudaban a matar el
hambre y engordar su caja.
Vale decir que el ambiente del local era de amistad,
camaradería y compañerismo entre todos los que allí
acudían, pues algunos de los mismos hasta eran
consanguíneos entre sí, o allegados en afinidad por causa
del destino que un día los había unido en un parentesco
familiar como consecuencia de los cruzamientos entre
esas castas que se desparramaban dentro de la misma
jurisdicción de aquella barriada.
Muchos de sus antiguos clientes ya habían partido
por causas de sus propias demandas; o se habían muerto
de viejos, o terminaron por cambiar de parajes por
Anécdotas de la Vida Página 87
diversas razones; por tanto, muy pocas veces aparecía en
el lugar algún individuo extraño o desconocido de todos,
o mismo, alguien que no hiciera parte de esa comunidad.
Los que allí concurrían, eran siempre las mismas
caras, que tenían las mismas razones, los mismísimos
motivos que los hacían reunir al borde del mostrador
para contar sus odiseas, sus desesperanzas, sus afanes,
sus propias peloteras.
Algunos de éstos prosaicos clientes se apoyaban en
el borde del largo mostrador como si fuesen “caballo de
policía”, dejando que el peso del cuerpo descansase
sobre una pierna, mientras que la otra permanecía
flexionada y recogida.
Pero la verdadera historia nada tiene a ver con el
bolichero, ni con el propio negocio en sí, porque la razón
de la misma se atiene a un caso específico sobre uno de
los antiguos clientes del bar, quien, inusitadamente, le
había tocado vivir una contingencia insólita después de
tantos años de existencia parrandera.
En el bar todos lo llamaban de Seca, porque su
nombre era José Carlos y, como José Carlos es muy
largo para pronunciar, se lo habían reducido a ese apodo
de cuatro letras con que él siempre respondía. En todo
caso, era un ser humano alborotador, divertido, jaranero,
Anécdotas de la Vida Página 88
humorista y hasta bonachón por así decir, dentro de sus
cuarenta y algunos años.
En verdad, Seca parecía más avejentado de lo que
era, por causa de su prominente barriga, su cabeza casi
calva, y su ropa medio desprolija.
Lo cierto, es que un buen día, o mejor noche, por
causa que el encuentro se dio en el luzco fusco del ocaso,
cuando Seca se encontraba cómodamente recostado en la
barra del mostrador paladeando su primer vasito de caña
con vermut, reunido con toda su pandilla de compadres
del albedrío, de pronto vio pasar por la acera del frente
del bar, la figura de un viejo conocido de parrandas.
Inmediatamente, como tocado por un resorte
invisible, corrió hasta la puerta y gritó:
-¡Neneeé! ¿Qué haces por estos pagos… Andás
perdido?
El hombre, sorprendido al oír el grito y su apellido,
pronto paró su parsimoniosa caminata y volvió la cabeza
para identificar quién lo llamara. Turulato, encontró
figura de su antiguo camarada de francachelas de
juventud, parado estático como estatua de general en
plaza pública, bajo la luz opaca de la puerta del boliche,
y con los brazos alzados al cielo en señal de súplica.
Tenía una sonrisa que se mostraba de oreja a oreja, en un
rostro redondo como pelota de futbol.
Anécdotas de la Vida Página 89
El individuo volvió sobre sus mismos pasos y fue
al encuentro de éste, que, con una fisonomía medio
conturbada, lo escuchó decir:
-¿Cómo andas, Poliomielitis?... ¡Cuánto tiempo,
no!, -le dijo Seca, porque en realidad, el apodo de él en la
época de juventud, era ese mismo. A los amigos se les
había ocurrido llamarlo así por causa de que, cuando
enamoraba, le gustaba atacar a las más jovencitas.
Al momento, Seca lo observó reparando en su
viejo amigo, una juventud que se desprendía dentro de
un cuerpo atlético. Notó que no tenía casi barriga, el pelo
oscuro y ondulado todavía estaba todo sobre la cabeza.
El hombre era altivo y bien trajeado, de camisa celeste a
listitas blancas y una corbata roja como la sangre, sin
ninguna arruga en el rostro, liso, liso.
Los dos tenían la misma edad, aunque sin embargo,
el otro parecía que había sido beneficiado por la mano de
Dios para poder conservar todavía aquella frescura de
mocedad en su estampa.
Al encontrarse, ambos se abrazaron envolviendo
los cuerpos con sus brazos y dándose efusivos golpecitos
de mano en las espaldas. Al inicio, los dos se quedaron
mirándose por escasos segundos y riendo, hasta que Seca
resuelve romper el silencio y le dice:
Anécdotas de la Vida Página 90
-¡Qué haces máaacho!... ¿Cuánto tiempo sin verte?,
debe hacer como…
-Veinte años… O algunos pocos más tal vez, -le
respondió Diego, que era el nombre verdadero de Nené.
-¡Sí, por abajo!..., deben ser unos veintitrés ya… -
asintió Seca confirmando en tono afirmativo.
-Ya ni me acuerdo más de la última vez que nos
vimos… ¿Creo que fue en el baile del Cheche?, después
de aquella batahola que se armó… -expuso Diego con
una sonrisa sarcástica.
-En realidad, vos no te podes acordarte de lo que
ocurrió aquella noche… Estabas más borracho que tonel
de vino, y vivías abrazado de aquellas pituquitas de mala
muerte –le retrucó Seca con la misma sonrisa de su
amigo.
-Exactamente, ¡fue ahí! -le confirmó el Diego con
su pinta de muchachón joven.
-En todo caso, vos eras terrible con las nenas… Un
flor de sinvergüenza, eso sí… ¡Hee!, todos te
envidábamos porque tu desfachatez era insuperable. No
se te escapaba nada que pesase arriba de cuarenta kilos y
caminase… -continuó ratificando Seca, sacando del baúl
de la memoria recuerdos del pasado.
Anécdotas de la Vida Página 91
-¡No digas eso, José Carlos! Fue una otra época…
–apuntó Diego, expresándose con una voz modesta y una
sonrisa medio forzada.
-Pero… contame loco… ¿Qué haces aquí por mi
barrio?... Veníii, tomate un trago con mis amigos y así
charlamos un poco más. -insistió Seca.
-En verdad, yo iba para tu casa… –Diego le
respondió de sopetón, mientras acompañaba sus palabras
con una mirada mansa y especulativa.
Para abreviar la historia, allá se fueron charlando
los dos a la casa del otro y, al llegar, entró Seca por el
corredor de los apartamentos donde vivía, arrastrando su
viejo amigo por el brazo, mientras desde la puerta le
gritaba a su mujer:
-¡Viejaaa…! ¡Mirá con quien me encontré en la
esquina!, ni lo vas a creer –vociferaba con una exagerada
alegría estampada en su rostro.
Al llegar a la sala, Maruja, que era la esposa de
Seca, no lo reconoció. En verdad, nunca lo había visto en
la vida. Por tanto, era imposible que lo conociera.
-Pero es Nené, vieja… ¿No te acordas que yo
siempre hablaba de él?… ¿Qué siempre lo nombraba
cuando te contaba las farras de soltero?
Sin que Maruja alcanzase a decir un ay, Seca se
volvió para su amigo, y lo fusiló con una pregunta: -¿Vos
Anécdotas de la Vida Página 92
te acordas de aquella vez que estábamos en un
casamiento, mamados hasta la médula y rodeados de…,
ni me acuerdo de qué muchachas, y vos le hiciste la
zancadilla al mozo, y el tipo se desparramó con la
bandeja de masitas y sándwiches arriba de aquellas
viejas coquetonas…? -a Seca las palabras no le salían
clara, pues las pronunciaba en medio carcajadas que
hacían parecer aquel rostro redondo y blanco como si
fuera una luna llena.
Antes que Diego pudiese defenderse del dislocado
e inoportuno comentario, el diálogo fue cortado por una
delicada voz femenina:
-¿Pero, quién es Nené? –preguntó Maruja, un poco
absorta por la visita que el marido le traía a su casa.
-¿Poliomielitis? ¿Quién más?
En ese instante, Seca se desparramó riendo en el
sofá, y soltando otra vez una sonora carcajada, después
que había llamado a su amigo por el apodo de juventud
notando la expresión de síncope que se había estampado
de rayano en el rostro.
-Pero vos tampoco eras sopa, mi amigo. No te
perdías ninguna jarana… –halló oportuno retrucar Diego,
al intentar apagar la imagen destorcida que la palabra
pronunciada podría generar en la mente de la jovial
mujer, esposa de Seca.
Anécdotas de la Vida Página 93
-¡Veníii!... Sentáte conmigo aquí en el sillón y
vamos recordar un poco los viejos tiempos, –insistió el
anfitrión, emanando felicidad por los poros.
-No… Es que no sé… Mejor… -inició a responder
Diego tartamudeando sin saber qué hacer.
La mujer, que se sentía medio dislocada en medio
de aquella repentina reunión, buscó con palabras corteses
emitir alguna disculpa que le permitiese escaparse hasta
la cocina para preparar la cena, pues tenía la intención de
finalizar los arreglos para recibir y agasajar a su hija y el
novio, que los vendría a visitar.
-¡Viejaaa…! Traéte dos vasos con hielo para que
me pueda tomar un aperitivo con Nené, -Seca le pidió a
la esposa, aprovechando su ida para la cocina.
Al quedarse solos en la sala, Seca retoma otra vez
la conversación y le comenta al amigo:
-Fijáte que justo hoy, viene la Chola… ¡Cholita, mi
hija…! ¿Te acordas? Ella nos trae al novio para que lo
conozcamos… Parece hasta mentira que soy casi suegro.
Apresuradamente, sin permitir que Diego esbozase
algún comentario, vuelve a interpelarlo diciendo:
-¿Vos te acordás de la nena, no?, ¡Cristinita!, a
quien cariñosamente llamamos de Chola, pero creció,
ella ya anda por los veintidós años… El tiempo se pasa
volando, amigo.
Anécdotas de la Vida Página 94
-¡Sí, la conozco! –Diego le respondió seco,
taxativo, exponiendo una entonación reservada y con una
mirada fija en los ojos del amigo.
Pero después del corto silencio que se interpuso
ante las miradas absortas de los dos, Seca meneó la
cabeza y haya por bien preguntarle:
-¿Qué era lo que vos venias a hacer aquí en casa?
-¿Yo? -responde Diego, sorprendido.
-Sí, vos… ¿No dijiste que venías para mi casa?
-A decir verdad, José Carlos… Venía a hablar
contigo…
-¿Algún motivo importante? -indagó Seca en voz
baja, ensimismado por el encuentro y la visita.
-¡Yo soy el novio de Cristina! -le expuso Diego de
manera firme y contundente.
Un gran mutismo tomó cuenta del lugar, justo en el
momento en que Maruja llegaba con los vasos en una
bandejita, y al verlos así, pregunta:
-¡Eééé!, que silencio, que caras… ¿Ya se acabaron
las reminiscencias?, -les pregunto incrédula, mirando
aquellas fisonomías taciturnas, consternadas, tétricas,
hurañas… Mudas.
Los tres continuaron algunos segundos sin decir
palabra, en una extensión de tiempo que más parecía ser
Anécdotas de la Vida Página 95
horas, cuando entonces Diego resuelve quebrar la
monotonía diciendo:
-Bueno… ¿Qué te parece? ¿En qué estás pensando,
Seca?
-Para decirte la verdad… No sé si te rompo la cara
a trompadas, o te doy un tiro y… –alcanzó a gritar el
padre de la nena… Su querida Cholita, ya con veintidós
años recién cumplidos.
-¿Por qué? Tanto te impresionó mi actitud y la
de… -pero Diego no alcanzó a terminar su frase.
-¡Qué cosa…! ¿Qué les paso a ustedes dos?
Apenas salgo por algunos minutos, y ustedes ya están en
posición de beligerancia, -los interpeló Maruja, la mujer.
-¡Nada…! Lo nuestro es pelea antigua… No te
metas, -le responde el marido.
-¡No, yo sé que no lo es! -retrucó ella-. ¿Pasan
veinte años sin verse, y cuando se encuentran quieren
agarrarse a trompadas? Aprovechen, hombres, tómense
un aperitivo, recuperen historias perdidas, al fin de
cuentas… -buscó decirles como intentado apaciguar la
situación.
En ese momento, Seca mantenía la mirada perdida,
la cual divagaba entre el taje azul marino y la corbata
roja que Diego exhibía en su gallarda estampa, y los
Anécdotas de la Vida Página 96
colores de la acuarela del cuadro que estaba colgado por
detrás de su amigo.
Sólo para quebrar el silencio sepulcral que había en
la sala, a la mujer se le da por comentar:
-Nuestra hija nos dijo que hoy viene a visitarnos su
novio… Fíjese esa juventud de hoy… Sólo nos cuenta
las cosas cuando ya son un hecho… ¡Bueno!, otras ni eso
hacen… Hago votos para que salga casamiento.
Cuando la mujer terminó de pronunciar la última
palabra, en ese instante Seca salta desde su lugar
confortable y le grita con una voz aguda:
-¡No, no viene, nooo!
-¿Pero, cómo sabes?... ¿Llamó por teléfono?... ¿Por
qué no dijiste? –alcanzó a preguntar absorta doña
Maruja, envuelta en palabras de consternación.
-¿Cómo era que decíamos cuando salíamos de
noche por ahí? ¡Familias, tranquen a sus hijas que
soltaron los…! –llegó a pronunciar Seca un poco
reminiscente, sin responder a su esposa.
-No… ¡No digas eso! Ella es una chica maravillosa
y yo estoy locamente enamorado de ella, –le confiesa
Diego.
-Haceme el favor, pará de una vez con esa
conversación canallesca… No me vengas con esa de
Anécdotas de la Vida Página 97
mujer asombrosa, ni con pasión de vejez… Asumí tu
idiosincrasia de hijo de p…..
Y Maruja, allí parada en medio de la sala, absorta
en ese diálogo de palabras duras, y sin conseguir
entender nada de lo que pasaba.
-¡Yo no tengo la culpa! –intentó disculparse Diego,
añadiendo: –de que hoy, vos estés del otro lado… ¡La
vida es así!
-¡Salí de mi casa! Andate de aquí antes que te de
una patada en donde tu vieja te metía el termómetro…, y
por encima, termine reventándote a trompadas… Me das
asco con esa pinta de…. –comenzó a insultarlo Seca.
En eso, la mujer tomó rápidamente a Diego por el
brazo y lo acompañó hasta la puerta, donándole media
docena de palabras amables para intentar justificar el
genio rancio de su marido.
Cuando Maruja volvió a la sala, escuchó la
expresión del marido preguntando:
-¿Por qué yo no tengo un traje azul como el de él?,
-y lo vio dejarse caer pesadamente en el sillón, con la
mirada perdida en la acuarela colgada de la pared.
Él, que en su juventud había sido el “Rey de la
Cumbia”, que hoy era el campeón de truco en pareja, que
ahora se sentía inmensamente más viejo que su
Anécdotas de la Vida Página 98
inolvidable amigo Nené, estaba en ese momento, con la
mirada muerta y el corazón apagado, como quien
proyecta una señal de quien ya se entregó al destino.
Vital Resignación
En el silencio de la pieza, recostado en el espacioso
sillón de la habitación, se había entregado a consagrar el
instante actual tratando de meditar profundamente sobre
los futuros pasos de su vida, sin llegar a percatarse que la
música de su tocadiscos ya había cesado de emitir los
armoniosos compases que cadenciosamente se diluían en
la circunspección del momento.
Sin embargo, el motivo del letargo requería que su
mente se concentrase en la intención de poder arrancar
de inmediato una trascendental resolución con la cual
podría escoger correctamente su posterior y problemático
camino. Por tanto, tenía la presunción de poder decidir su
enigmático destino, y así encontrar el sosiego para su
atribulado espíritu. Efectivamente, estaba determinado a
Anécdotas de la Vida Página 99
que aquellos momentos de soledad le sirviesen para
especular por alternativas que lo transportasen a
satisfacer esas aspiraciones.
Por lapsos continuos de tiempo, con el mentón
reposado sobre su mano y el brazo apoyado en la
protección lateral del cómodo sillón, dejaba vagar su
vista por la opacidad de la habitación, por momentos
deteniéndola frente al ventanal o sobre la estantería
desbordada de variados libros y textos de estudio, sin
conseguir alcanzar a tropezar en la respuesta que al
menos lo redimiese de estar ante tan profundo transe.
Dentro de ese contexto, como la tarde ya iba
dejando pasar las horas para encontrarse de vez con el
anochecer, el sol había renunciado a querer penetrar por
la diáfana abertura de la ventana, permitiendo que los
rayos moribundos del día se fugasen de la forzosa
existencia. De cualquier modo, él no lo divisaba, como
no tampoco lograba descubrir el más elemental alivio
para la tremenda desconsolación que lo ahuyentaba de
una vida palpitante.
Inmerso en esa profunda modorra, de pronto, en un
aburrido arrebato de movimientos de su entumecido
estado, fue inclinando el cuerpo para intentar suplantar
en el gramófono aquel disco ya concluido, pasando a
escudriñar entre otras obras similares, por una nueva
Anécdotas de la Vida Página 100
melodía que hiciese con que el sonido de la composición
sustituyese el momento que insistía en continuar a
columpiarlo entre el letargo y la desdicha.
Una vez que encontró el ritmo que lo complacía,
dio inicio a la reproducción sonora de tales modulaciones
allí gravadas, para luego a continuación retroceder hasta
el diván que lo acogía, y enfáticamente retomar al
confortable descanso corporal y cerebral que lo
mantendría alejado de la realidad del instante.
Pero antes de retornar nuevamente a su confortable
asiento, halló por bien detener rápidamente sus
movimientos y, en cortas pasadas, dirigirse a la mesa
donde tenía depositada la botella de whisky a medio
beber, junto a una caja de sus cigarrillos ya casi
consumida. Esa visión lo llevó a deliberar por algunos
segundos con su inconsciente, discurriendo sobre esa
imprecisa voluntad que lo invadía; hasta que abandonó la
interrogante y resolvió servirse otra vez de una holgada
dosis de aquella gratificante bebida que tenía a su frente.
Terminadas las tareas que lo habían proscripto de
su entorpecimiento anímico, retomó su vivificante lugar
en el sillón y, entre la humareda de un nuevo cigarrillo,
comenzaron a colársele distintas ideas trastocadas a sus
pensamientos marchitos, dejando que la resolución se le
evaporase entre los velos de una niebla cenicienta
Anécdotas de la Vida Página 101
proveniente del tabaco calcinado que no hacía más que
aumentar la nebulosa transparencia de la habitación, en
la que ya se percibe la oscuridad por causa de un sol casi
ido y moribundo.
Entregado a esos persistentes cuestionamientos de
su entelequia, remojados ahora por los alcohólicos
sorbos, y enardecidos por la aspiración de la sublimación
del tabaco quemado, se entregó a pensar en los
momentos de su pasado, llegando a rememorar con
angustia las nostalgias sublimes de antaño, sin conseguir
obtener la debida concentración que sus vacilaciones en
el momento requerían.
Su semblante taciturno ya dejaba florecer una
insipiente barba cetrina que trataba de despuntar en su
rostro, y agregándole un aspecto de mayor melancolía a
su fisonomía, a la que se sumaban las ensombrecidas
ojeras oscuras bajo un par de ojos trigueños y un cabello
castaño todo desgreñado que insistía tenazmente en
desparramarse sobre su frente.
El pantalón arrugado y la camisa ajada y
desabotonada, dejaban trasparentar las disímiles horas
que la vida lo postrara en ese estado de completo
desfallecimiento de in voluntades, haciéndolo alejarse de
una realidad que fue absorbiéndole de a poco el arrojo y
Anécdotas de la Vida Página 102
la energía, de manera de asemejarlo ahora a un pobre
hombre sin carácter.
En su cabeza comenzaba a pulsar un agudo dolor
de palpitantes ráfagas de fastidio, provenientes de la
desproporción entre las cantidades de dosis ingeridas y
los muchos cigarrillos fumados, yuxtapuestos a la
completa falta de alimento en su estómago, y aumentado
por la respiración de un hediondo ambiente. Lo que, todo
sumado, le provocaba el sufrimiento de neuralgias
dilacerantes, no logrando de manera alguna remover el
actual estado de zozobra anímica que lo dominaba.
Con las piernas entumecidas, estiradas sobre una
silla, no hacía más que amplificar la esfinge de la
desolación y del desamparo, permitiendo que su alma
implorase desesperadamente por llegar a una solución
urgente para el apabullante enigma que lo estaba
torturando internamente; el que hasta ese preciso
momento le había embalsamado hasta la última
convulsión de brío.
Intentó que su percepción fluyese ávidamente para
encontrar la resolución final, la cual se encontraba latente
entre la decisión de apelar a un subterfugio inmediato
teniendo que asumir a través de él un evasivo
comportamiento para encarar un huidizo escape a la
realidad de los hechos, o resolverse a enfrentar una
Anécdotas de la Vida Página 103
verdad que, sabidamente a posterior, le causaría un
irreparable sufrimiento colindante con el mismo
momento en que emitiera su fallo.
Pero cuanto más examinaba y razonaba sobre su
decisión, mayor era el malestar físico que le perforaba la
lucidez en continuas fisgadas que le iban taladrando los
sentidos, y lo conducían a una desesperada apatía para
postergar nuevamente el procedimiento a escoger,
llegando a cuestionarse si no sería mejor relegar la
decisión para un futuro cercano, donde claramente
entendía, le llegaría con igual denuedo y dejadez de
espíritu.
Repensando el último pensamiento, supo que no
podía huir de escoger el decreto final, pues ello sería la
postergación de sus sufrimientos psíquicos. Alcanzó a
deducir que seguramente su moral sería capaz de detener
un impúdico estado de coraje que le destrozaría los
sentidos si escogiese la disposición errada. Sabía también
que necesitaba ser ya; y ahora tenía que definir el camino
y enfrentar la realidad, lo que seguramente le causaría
más dolor, el dolor sentimental, el dolor espiritual,
diferente del que le estaba destrozando su cuerpo en ese
instante.
Pero la duda lo desconsolaba, lo despedazaba
anímicamente, concibiendo que si optaba por reconocer
Anécdotas de la Vida Página 104
el lado de la verdad, que sería el que menos violentaría
su moral, el que mantendría su integridad intacta, el que
iba de encuentro a toda su educación de comportamiento
ético; era por su vez el que le quitaría la libertad, el que
lo engrillaría a un monótono convivir, que lo saturaría de
hastío, y el qué, según su observación, seguramente lo
conduciría al sometimiento de un estado apático por el
resto de sus días.
Por otro lado, si no era capaz de reconocer la
situación y la encaraba con una postura negativa, las
consecuencias posiblemente serían diferentes, y eso le
permitiría gozar del albedrío de sus jornadas, de
mantener una independencia total sin sumisión y
sometimiento, la que lo apartaría de esas monótonas
rutinas de sabor a nada; pero sería ciertamente la que le
recargaría la conciencia con un peso nefasto que
difícilmente se extinguiría de su cognición por el resto de
su vida.
Notó en medio a ese trance, que la habitación
estaba oscura como lo estaban sus sentimientos, y que
más un soplo de la vida se le había ido, que otra noche
había llegado a alcanzarlo sin que todavía pudiese
encontrase la decisión correcta.
En ese momento decretó de inmediato la necesidad
de encender la veladora para concederse un hilo de
Anécdotas de la Vida Página 105
penumbra, como si ésta fuese una manera de poder
iluminar su dictamen. Estableció que era necesario
volver a colocar una nueva música que lo equilibrase en
el dilema, o que por lo menos lo resguardase de su
conflicto interno, permitiendo que el nuevo embalo le
concediese más una prorrogación de pensamientos.
Al deambular su mirada por el aposento, descubrió
su antídoto reposando sobre la mesa, y el que lo empuja
inconsciente a volver a derramar una nueva holgada
porción en su vaso, en una clara pretensión de querer
ahogar allí su falta de desembarazo y disposición.
Al dejarse estar nuevamente en la poltrona, muñido
de esos subterfugios medicamentosos para el alivio de
conciencia, se abrasó de su penúltimo cigarrillo, para
deparar que todo el drama le denotaba la urgente
necesidad de llegar a la conclusión de un resultado,
principalmente, porque ya no le quedaba ni bebida ni
cigarrillos con los que podría entretenerse.
Su cuerpo ya le duele por entero, no hay partes
incólumes o saludables, es un dolor uniforme en sus
músculos, tendones y discernimiento. La prolongada
postura en la inercia lo había dejado en completa
extenuación, su flojedad está impregnada análogamente
en su organismo, siente que le empiezan a faltar las
fuerzas para racionar correctamente, que se le confunde
Anécdotas de la Vida Página 106
la ética con la razón y la moral entre sí, buscando
incorporar motivos o justificaciones para ese montón de
pensamientos enmarañados que lo circundaba.
Trastornado, comienza a recapitular que ya se le
fueron tres noches desde que recibió la impactante
noticia. Percibe que ha perdido un fin de semana entero
recostado en el sofá, todavía arropado con su misma
vestimenta de trabajo, sin una pizca de ánimo para
asearse, o simplemente alimentarse con algo más
consistente que le repusiese las energías consumidas. Se
da cuenta que está recubierto con un húmedo y pegajoso
sudor que le recubre el cuerpo, en una mixta secreción de
humedad, transpiración, miedo, ansia, y desasosiego.
Indeliberadamente, él se levanta de su estado
letárgico y pronuncia para sí con una voz casi inaudible y
consternada que venía acompañada de lágrimas en sus
mejillas, que la sentencia ya ha sido extirpada de su
conciencia, que la realidad lo obligará a ceder y claudicar
de su egoísta comportamiento, en detrimento a tener que
dividir su futuro con una congoja que seguramente le
asfixiaría el corazón.
Percibe que ahora qué se encuentra decidido, se le
hace necesario comunicarlo de inmediato. Finalmente, su
exilio de pensamientos había terminado.
Anécdotas de la Vida Página 107
De golpe, descubre por de pronto que hay nuevos
cuestionamientos para hacer frente a las contingencias
que en ese exacto momento le urgen providenciar.
Se le hace menester intentar ordenar los
pensamientos en torbellino, decretar las prioridades de
sus acciones.
Se le acelera el corazón y siente la adrenalina
inundar su sien y su ímpetu. Presiente que está iniciando
en él un nuevo aliento renovado después de tan largo
periodo de desvalijamiento de impulsos.
Busca reordenar las ideas y determina que todo lo
hará en su programado momento. Ya que primeramente
preparará una comida rápida, se afeitará y tomará un
largo baño, buscará vestirse con ropas adecuadas al
momento y partirá directo a comunicar personalmente su
dictamen final.
Nada de llamadas telefónicas, eso también le había
quedado explícito en su mente en virtud de la apreciación
que el fallo requería.
De pronto se sirve de la última porción de whisky,
enciende el último cigarrillo medio rugoso que le
quedaba, ya incluyendo en la memoria la necesidad de
reponerlos en cuanto salga de allí para anunciar
solemnemente que finalmente la decisión fuera tomada,
de manera que con ella pudiese asumir las consecuencias
Anécdotas de la Vida Página 108
sin imposición de reglas o exigencias adheridas a su
dictamen, y que pronto, con el apremio que demandan
esos casos, pasaría a coordinar los requerimientos que
sabidamente vendrían en un torrente de pretensiones y
obligaciones.
Al fin comprendiera que a partir de ese instante, su
existencia lo condicionaría a reciclar su inmaduro
comportamiento, claudicando de desvanecimientos de su
aventurera conducta. Pues en verdad, ser padre por
primera vez, es un hecho extraordinario en la vida de
todo hombre, mismo que ello signifique asumir un
casamiento para el cual muchos hombres no están
emocionalmente preparados.
Anécdotas de la Vida Página 109
Los Nuevos Amigos
De repente tuvo que entrar al bar porque estaba
apremiado, y sin más, se dirigió instintivamente hacia el
cuartito del fondo dando pasos apresurados. Andaba con
las piernas apretadas, por causa de la inconveniente
necesidad de soltar la vejiga; una molestia que
últimamente lo venía atosigando en los momentos más
apremiantes. El médico ya lo había prevenido de la
apoplejía de incontinencia proveniente de su prostatitis,
enfermedad que normalmente acomete a los hombres de
su edad.
Pero al pasar alígero por entre las mesas del local a
la vez que buscaba esquivarse de posibles empellones o
atropellos por parte de las personas que por allí estaban,
Anécdotas de la Vida Página 110
le pareció llegar a escuchar que alguien de lejos había
pronunciado su nombre; pero la necesidad apremiante
del momento no le permitió prestarle la debida atención.
-Será que escuché decir ¡Barbijo! –llegó a
indagarse mentalmente, mientras se entregaba feliz a
vaciar las ansias malamente contenidas.
-Sea quien sea, cuando salga, es posible que aún
esté en el salón… -continuó recapacitando-. ¡Ya veré
quien es! -concluyó, cuando sus dedos de la mano
derecha ya tiraban de la falleba para cerrar de vez la
bragueta.
Algunos minutos más tarde, al salir del baño, se
paró en la puerta y buscó extender la mirada a lo largo
del recinto, que era un ambiente mixto de rosticería,
pizzería y bar. Quiso así explorar con una rápida ojeada
por una indeterminada fisonomía que le fuese conocida,
y aspirando encontrarla entre los rostros de la multitud
que allí se encontraba.
El establecimiento, a esa hora estaba colmado de
clientes, todos reunidos en alegres grupos, riendo y
conversando sentados alrededor de mesas que estaban
servidas con bebidas y menudencias. En algunas de ellas
se apreciaban personas que estaba alimentándose con
algún tentempié diferente. El sonido del ambiente era de
una resonancia acústica que entremezclaba las voces de
Anécdotas de la Vida Página 111
los individuos, sus risas y algarabías, mientras que por
unos altoparlantes emanaban los chirridos electrónicos
de guitarra y batería del U2, con la clara intención de que
la voz de Bono se sobrepusiese de alguna manera a ese
bochinche infernal.
-¡Que gentío, mi Dios...! –pensó para sí, en una
interjección de crítica dirigida sobre el ambiente y los
parroquianos que divisaba.
Entretanto, en ese instante alcanza a vislumbrar un
brazo extendido hacia el cielo meneándose en un
movimiento de abanico, y el que se hallaba situado en
medio a un grupo de jóvenes. Notó que la voz que
acompañaba el brazo, sobresalía entre el alboroto del
recinto, diciéndole:
-¡Eh, Barbijo!... ¡Aquí!... ¡Vení! –atestiguando que
quien le gritaban, lo estaba convidando para arrimarse
hasta el lugar.
Fue cuando apuró mejor su mirada y distinguió a
su amigo sentado plácidamente alrededor de una de las
mesas que se encontraban sobre la derecha de la puerta
de entrada al bar. Al percibir que era necesario pasar
cerca del lugar antes de retirarse, decidió llegar hasta él
para saludarlo.
-¡Hola, Menéndez! ¿Cómo te va? –le dijo cuándo
se aproximó, palabras que acompañó con una leve
Anécdotas de la Vida Página 112
sonrisa que le quedó estampada en un rostro medio
constreñido por la situación con que se deparó.
El hombre debería tener más de sesenta y cinco
años, y él nunca se había enterado que su amigo fuese
una persona de andar participando de ambientes como
esos. Ni antes, ni después de su viudez -concluyó.
Pero ahora lo veía allí, rodeado de muchachas y
jóvenes, que bien podría afirmarse que eran sus nietos;
mientras que en una alegría arrebatada, sostenía un vaso
de whisky en una mano, y se levantaba para estrecharle
la otra, en cuanto buscaba con los ojos un espacio libre
para que Barbijo se sentase junto a él.
Ya de pie, oculto detrás de una amplia risa, el
amigo lo cumplimenta con la mano libre, mientras con la
otra distiende una amplia señal en semicírculo, y le dice:
-¡Te presento a mis amigos...! –en cuanto bajaba la
cabeza y miraba la chica que estaba sentada a su lado,
observándola con una cara de fascinación, al escuchar las
palabras que ella había acabado de pronunciar.
-¡Sentate a mi lado, Barbijo! -lo intimó, empujando
una silla para que el recién llegado se ubicase, al mismo
tiempo que lo tomaba del brazo y lo empujaba para que
se acomodase.
-¡Para! Te presento… ¡Ésta es la barra! –le explica
en cuanto señala al círculo de compañeros de mesa.
Anécdotas de la Vida Página 113
En todo caso, Barbijo, impresionado con lo que
veía, decide preguntarle:
-¿Algunos de los que están acá es… mmm... tu
hijo, ooo... tal vez tu nieto? –expresando
entrecortadamente sus palabras y con una locución de
delicada suspicacia, como buscando ser gentil con las
frases que expresaba. Ya que a ojos vistos, allí nadie era
su pariente.
-¡No!, no lo creas, son únicamente mis amigos…,
Y aunque tú no lo puedas entender, te diré que ninguno
de ellos es de mi familia… ¡Ésta es mi barra!... Ahora –
afirmó subrayando la última palabra, y demostrando una
inmensa alegría desdibuja en el rostro que, por su vez,
Barbijo no supo definir si era por causa de la bebida
ingerida, o por el verdadero gozo de encontrarse entre los
mismos.
Fue entonces que Menéndez le acerca la boca hasta
su oído y le dice casi susurrando:
-¡Bueno!, yo la llamo de… “Mi barra sonora”,
claro… –como si lo que su amigo acabase de decir
significase un secreto muy particular que necesitaba ser
esclarecido anticipadamente.
-¿Barra sonora? –le preguntó Barbijo a su amigo,
no comprendiendo derecho lo que el otro quería decir
con eso.
Anécdotas de la Vida Página 114
-Es que yo la llamo así, porque todas las semanas
nos encontramos aquí en el bar para charlar y oír música,
–Menéndez le explicó todo satisfecho.
-Cómo es qué…. –comenzó a preguntarle el
incrédulo Barbijo, cuando sorpresivamente el otro lo
interrumpe con un sonoro “Shhh”, por causa de la joven
que estaba sentada a su lado, y que había comenzado a
hablar.
En esos momentos, ya resonaba en el ambiente la
voz de Robert Plant sobresaliendo entre los acordes
estrepitosos de Led Zeppelin que estaban entonando
“Good Time, Bad Time”, en cuanto la jovenzuela
pronunciaba un dictado medio ecléctico, diciendo:
-¡Hoy estoy hecha una “niais”...! -¿Me entendiste?
–preguntó abriendo y cerrando ligeramente los parpados,
como quién busca despabilarse.
-¿No es sensacional? –le comentó Menéndez a su
amigo, exhibiendo un semblante embobado.
-¡Esto es un mundo maravilloso, Barbijo! Te
digo… ¡Maravilloso misssmo! -prosiguió diciendo.
-Bien, para decir…. –inicia a comentar Barbijo,
pero Menéndez lo detiene apoyando precipitadamente la
mano sobre el brazo de él.
-¿Tu ya notaste que los más jóvenes no hablan de
enfermedades?... Es una conversación sana… Un
Anécdotas de la Vida Página 115
coloquio sin presión arterial… Una charla sin existencia
de tumores, sin problemas de circulación, sin quejas de
artrosis… Nada de carcomas o inflamaciones que los
preocupen… diabetes, osteoporosis… -le iba recitando
enardecido, mientras que su mano realizaba gestos por el
aire acompañada con onomatopeyas de dolores ficticios.
-En parte es… -intenta decirle Barbijo.
Pero justo en ese momento aparece el mozo y
deposita algunos platos repletos de milanesas cortadas,
chorizos trozados y papas fritas humeantes, delante de
cada uno de los presentes en la reunión. No en tanto,
sentado en la punta de la mesa, se encontraba uno que
tenía el pelo entretejido a la moda afro-reggae,
simulando pertenecer a la secta Rastafari, y al entender
de Barbijo, tenía una apariencia que lo asemejaba a Bob
Marley.
-¡Mira…! ¡Mira! –Menéndez comenzó a señalarle
maravillado, para que observase al muchacho que insistía
en colocar furiosamente mostaza y pimienta, sobre los
platos recién servidos.
-¿Decime la verdad?, ¿hace cuánto tiempo que tú
no ves una cosa así?... ¡Fíjate como los más jóvenes
comen picantes!... Y donde las cosas tienen condimentos,
ellos todavía le agregan más, –le decía Menéndez que
estaba como hechizado con lo que estaba viendo.
Anécdotas de la Vida Página 116
No en tanto, Barbijo pensó que al observarlos, su
amigo se encontrase subyugado por los modales
demostrados por sus jóvenes amigos.
-Sí, pero no… -balbuceo nuevamente Barbijo, que
continuaba sin poder concluir sus frases.
-¡Comer con condimentos es maravilloso! ¡Sal es
la libertad!... Poder agregarle sabor a las comidas es
como savia en la vida de un ser humano… Un individuo
solamente puede considerarse libertado de cualquier
yugo, a partir del día que puede comer en cantidad, sin
remordimientos… sin restricciones… sin recelos –
insistía Menéndez al intentar explicarle su vana filosofía
de vida.
Para acentuar más el momento, ahora por los
potentes altoparlantes se escuchaba la voz del gritón de
Mick Jagger cantando “Miss you”, que con sus chillidos
ambicionaba mezclarse entre la confusión de los sonidos
que se desparramaban por el salón, ahora hamacados al
ritmo de los Rolling Stones.
De pronto el eufórico Menéndez vuelve el rostro
hacia la muchacha que estaba a su lado y le pregunta en
tono de intriga:
-¿Lo qué fue que tú dijiste, muñeca?
-Yo dije… Olvídate lo que dije… ¡El que no
escuchó, bailó…! ¿Me comprendes...? Que es igual que
Anécdotas de la Vida Página 117
te dijera: ¡El que va a Melilla, pierde su silla! –ella le
respondió expresándose en una fraseología metafórica
llena de resentimiento.
-¡Fíjate Barbijo!, Con qué profundidad los jóvenes
de hoy se expresan… ¿Escuchaste lo que ella habló?...
¿Notaste que ellos no necesitan de rodeos para externar
sus sentimientos? –Buscando explicarle a su amigo como
si en verdad lo que acabara de oír fuese de una
exclamación grandilocuente.
-Pero Menéndez, ella sólo… -intentó murmurar de
nuevo Barbijo.
-¿Tu no comprendiste? Pues estos muchachos de
hoy, cuando hablan, van directo al asunto… No son
iguales a nosotros, que siempre nos quedamos
deambulando entre charlatanerías alrededor de asuntos
irracionales o de temas superficiales… Que perdemos el
tiempo y andamos llenando de vocablos la grandeza del
mundo o la simplicidad de la vida… Que hablamos de la
devaluación de la moneda, del valor de las acciones en la
bolsa, de las tasas de interés… No, mi amigo, ellos no
pierden tiempo en eso, bastan pocas palabras para que lo
digan todo –empezó a discurrir Menéndez acompañado
de un acento axiomático.
En eso estaban cuando de nuevo se aproxima el
mozo hasta ellos, para preguntarles si deseaban algo más;
Anécdotas de la Vida Página 118
a lo que Menéndez ordena otro whisky para él y una
dosis de igual brebaje para su amigo.
-¡No! Para mí, solamente un agua mineral… con
gas… por favor, y si es posible con un cubito de hielo y
una rodajita de limón, solamente, -lo corrige Barbijo,
envuelto en una voz irrefutable.
Los ecos de música que emanaban de los altavoces
se desparramaban en ondas sobre el ambiente, intentando
entremezclar la voz de Rod Stewart entonando “If a had
you”, en medio del murmurio rimbombante del local.
-¡Pero, tomate algo caliente, hombre! –le recrimina
su Menéndez.
-La verdad, es que me gustaría, pero no puedo… -
le responde Barbijo, mientras con la mano se comprime
el lado derecho de su estómago.
Al notarle el gesto, el otro se inclina hasta su oído
y le comenta en ton de cuchicheo secreto:
-¿Ya te fijaste que los jóvenes no se palpan?... Que
ellos no andan todo el tiempo como nosotros, que
siempre nos estamos tocando por todas partes… que el
pecho, que la cabeza, que las piernas, que el hígado… o
por cualquier otro motivo… como si quisiésemos estar
seguros de que no nos robaron un pedazo… Para decir la
verdad, Barbijo… ellos sí sé tocan. Pero la diferencia
Anécdotas de la Vida Página 119
está, que cuando se tocan... lo hacen entre ellos… unos a
los otros, ¡eso sí!
-¡Qué gloria, Dios mío! ¡Qué gloria! –continuó a
decirle con una sonrisa contagiosa y un semblante
sugestionado por lo que lo rodeaba.
Barbijo ya no aguantaba más todo aquello. Ahora
estaban escuchando “Walk this way”, en la onda de
Steven Tyler gritando por encima de las estridentes
guitarras y la batería de los Aerosmith. Sentía toda la
resonancia del ambiente batiendo dentro de su cabeza,
como si fuese un tambor de percusión.
Entonces, en ese instante se levantó de su lugar
como si hubiese sido catapultado inesperadamente, y
apoyando una mano sobre el hombro de Menéndez le
dice:
-¡Mira!, yo no sé cómo tu puedes aguantar ésta…
Pero no logró finalizar, pues su amigo lo
interrumpe y en medio de una sonrisa le pregunta:
-¿Ahora, escuchaste lo que ella dijo? ¿Escuchaste,
Barbijo? –al referirse sobre el nuevo comentario de la
muchacha; una joven esbelta y pálida, con un par de ojos
negros llenos de luz ardiente y lánguida en su interior.
-No, no conseguí oír con todo este barullo de locos,
en todo caso, yo… -pero otra vez fue interrumpido para
tener que escuchar lo que Menéndez le decía:
Anécdotas de la Vida Página 120
-¡Bobeo…! ¡El lobo comió...! -le gritó Menéndez,
eufórico-. ¿No es magistral?... Ella es un poema, mi
amigo… Esa simplicidad, esa animosidad alegórica de
las palabras… ¡Ella es mi musa inspiradora! –terminó
por afirmar categórico y feliz.
-¡Entendí! -contestó Barbijo-. ¿Pero tú no podés
estar hablando en serio...? Me imagino que no es
prudente que tú te expreses de esa manera, a no ser que
no estés en tus cabales –le recriminó Barbijo en tono de
reprensión, por causa de todo ese extraño cuadro que
figuraba frente a sí, y por ver a su amigo en esa situación
absurda.
-¿Por qué...? ¿Vos tenés algún problema con mi
barra? –le respondió Menéndez con una mirada represora
y enigmática.
-Problema mismos, yo no tengo ninguno -expuso
Barbijo-. Y te digo más… hasta que ellos son unos tipos
espontáneos… un grupo alegre… campechanos. Tal vez
esa sea la palabra exacta para definirlos. Pero para mí, el
problema mismo reside en ti –termina por decirle en tono
de amonestación por causa de la actitud que demostraba
su amigo.
-¡Claro! -alegó el otro-, vos estarás pensando que
sería mejor que yo estuviese metido con gente de mi
edad… ¿No es eso? –le responde al reprobar las palabras
Anécdotas de la Vida Página 121
del otro. Pero lo miró unos segundos en silencio, y le
zampó en la cara:
-¿Sabes por qué? ¿Querés que te lo diga?... Me
canse… Sí, me cansé… Abandoné el otro grupo…
aquella barra de fantasmagóricos… de gente sin espíritu,
de… -le salió recitando en un rosario de adjetivos in
calificados con los que pasó a definir aquellos que antes
eran parte de un grupo unísono de viejos amigos.
Pero estaba eufórico y no se calló. Así que
continuó a explicarle su filosofía:
-¡Aquella era la barra del ayer...! Te diría más, la
llamaría: “la barra luctuosa”, a manera de registrar mi
sentimiento, y hacerle un homenaje al comportamiento
que asumimos al reunirnos.
-¡No alcanzo a comprenderte, Menéndez! –le
responde Barbijo, que estaba incrédulo frente a las
palabras de su amigo.
-Al escucharte hablar así, no alcanzo a entender tu
explicación. Te acostumbraste a poner las cosas de una
manera peculiar… como si tu cabeza ahora funcionase
retroactivamente, –disertó Barbijo, quien intentaba de
alguna manera comprender aquel que otrora había sido
un intelectual dentro del grupo… un letrado en la
elucidación del convivir humano.
Anécdotas de la Vida Página 122
-A decir verdad, -corrigió Menéndez-, yo la pasé a
denominar así, porque últimamente nos acostumbramos a
tropezarnos en los velorios… Pasamos un cierto tiempo
sin encontrarnos, y cuando lo hacemos… Allí estamos
los que restaron, -le explicó taxativo.
-No sé. Continúo sin comprenderte Menéndez, –
aseveró el otro.
-¡Ahí es que reside toda la cuestión, mi amigo!…
Porque si consideras bien lo que te expliqué, veras que
en suma, nosotros sólo nos reunimos en momentos
fúnebres. –intentó definir analíticamente su pensamiento.
Para Barbijo, aquella situación toda ya era
suficiente, y por encima tenía que escuchar a Eric
Clapton cantar “Tears In Haeven”, queriendo hacer
resonar la guitarra en medio del vocerío y las efusivas
celebraciones desparramadas alrededor de las mesas.
-No voy a discutir contigo sobre ese asunto, al final
de cuentas, ese es el fin esperado para nuestras vidas…
No es justo que tú digas… -pero de repente, Barbijo
busco silenciar sus palabras, porque en realidad se dio
cuenta que le faltaban argumentos convincentes.
-¡Piensa, Barbijo! ¡Piensa!... Cuando nos reunimos,
es solamente en aquellas veces que nos encontramos en
la fila para dar los pésames a la viuda… y luego a seguir,
¿qué hacemos?... sólo hablamos de cosas banales… de
Anécdotas de la Vida Página 123
enfermedad… de sufrimientos… -fue ponderando
nuevamente Menéndez con un lacónico enunciado de
protesto.
-Y bueno, que le vamos hacer, ¡es la vida…! -
intento justificarse Barbijo bajando los ojos.
-Sí, justamente eso… ¡Es la vida!, ¿qué le vamos
hacer?... Esas son frases muy usadas por los que vamos
permaneciendo en la barra… O si no, expresamos
compungidos: ¡Otro más que se va! –disertaba Menéndez
en tono iracundo y gesticulando vehementemente, como
queriendo apartar de si todo pensamiento tétrico.
-Bueno Menéndez, el que se va soy yo, al final sólo
estaba pasando por aquí… ¡Hasta la próxima! –intentó
despedirse, extendiendo amablemente su mano hacia el
amigo.
-Te equivocaste, porque siempre nos despedimos
diciendo: “Otro de nosotros que se fue”… o… ¡Hasta el
próximo encuentro triste...!, -buscó corregirlo su amigo,
haciendo aspaviento sobre la manera que habitualmente
se despedían en el cementerio.
Pero finalmente se despiden con unos leves
golpecitos en las espaldas y, al salir a la calle, Barbijo se
marchó pensativo y ensimismado en los argumentos de
su amigo, mientras meditaba sobre las manifestaciones
que acababa de oír.
Anécdotas de la Vida Página 124
Adentro del bar se habían quedado todos los otros
que ahora, entre el bullicio del ambiente, escuchaban a
Brian Johnson y los escandalosos AC/DC, entonando
“High Voltage”, dejándose estar entre el humo de los
cigarrillos y conversaciones insubstanciales.
En todo caso, no pasó mucho tiempo para que ellos
volviesen a encontrarse nuevamente. Fue en un velorio,
donde todos los que llegaban se iban juntando en un
rinconcito para colocar las noticias en día.
-¡Otro que se fue…!
-¡Es verdad!, también el pobre…
-Pero él no se cuidaba… -expresó uno de ellos.
-Dicen que tenía diabetes, pobre… -afirmó otro.
-Él siempre abusó del azúcar y los dulces… Con lo
que le gustaban… Pero siempre tenía que estar
controlándose, prohibiéndose de casi todo… Por un lado
hasta mejor que se haya muerto… Porque para vivir de
esa manera, mejor no vivir… -terminó diciendo Barbijo,
con voz embargada y cabizbajo por la emoción.
-¡Bobeo…! ¡El lobo comió! –expresó consternado
Menéndez, como si se sintiese descorazonado por la
partida de otro de sus viejos amigos.
-No se puede hacer nada contra eso, ¡Es la vida…!
-alguien respondió.
Anécdotas de la Vida Página 125
Luego después de finalizada la ceremonia de
entierro, la barra toda estaba perfilada en una única fila,
para dar los pésames a la familia del fallecido, mostrando
rostros absortos, reflexivos, tristes, ensimismados en sus
propios pensamientos. Cuando llegó la vez de Menéndez,
se aproxima del amigo y tomándolo por el brazo le dice
casi en un susurro:
-¿Es o no es una barra luctuosa?... ¡Entendiste por
qué te lo dije el otro día!
Ya en la puerta del cementerio, Barbijo, medio
tristón, se le aproxima y le pregunta:
-¿A dónde vas ahora?
-Después de esto…, Mejor me voy a buscar a los
de mi barra sonora… ¿Por qué? –le responde taxativo.
-¡Espera que vamos juntos! –Barbijo le reveló
lacónico.
Anécdotas de la Vida Página 126
Abnegación
Su padre era un renombrado médico cirujano que
poseía una dilatada experiencia en la profesión, por
medio de la cual ostentaba un reconocido enjuiciamiento
por los magnánimos servicios prestados en la comunidad
donde residía; pero qué, en su forma de comprender, lo
llevaba a razonar que disfrutaba de un temperamento
pusilánime en los actos que practicaba. Principalmente
en su hogar.
Desde muy niño, este hijo se había acostumbrado
con el meticuloso comportamiento demostrado por su
padre. El hombre era inexorable en sus palabras, exacto
en sus veredictos, concienzudo con sus juzgamientos,
tanto para con el chico, como para con la joven madre, su
esposa. Las largas horas que dispensaba a sus tareas
profesionales le despojaba íntegramente la posibilidad de
Anécdotas de la Vida Página 127
participar de agradables momentos de un convivir
familiar junto a ellos.
Igualmente, desde su impúber época, el muchacho
sentía que desde los primeros tiempos de escuela, los
años se fueron sucediendo equivalentes entre sí en una
vertiginosa carrera, cuando precozmente adivinara que le
escaseaba el envolvimiento del padre en sus desafíos, en
sus estudios, en la intervención de éste en los juegos y
recreos de su infancia. Pasó el tiempo entero careciendo
del obsequio espontáneo de un cariño verdadero.
Recordaba que hasta en los extensos periodos
vacacionales, estos eran despojados de la presencia y
entretenimiento junto al padre. Llegó al punto de
discernir que por aquellos tiempos de su vida, sólo
alcanzaba a obtener la dulce compañía de su madre, que
dedicada, fragmentaba junto a él su insuperable y
taciturna soledad.
Sin embargo, aún estaba claro ante sus ojos la
inmensa casa en que habitaron, así como el vasto jardín
que la rodeaba, con sus islotes de densas arboledas.
Algunas veces se entregaba a evocar aquellos efusivos
momentos donde en un inquieto retozar, revolcaba sus
misteriosas ilusiones entre el verdeante césped que
cubría el vergel, dando rienda suelta a sus delirios de
espadachín misterioso, de interpretar algún bandolero
Anécdotas de la Vida Página 128
inclemente, o superhéroe de incomprensibles figuras,
siempre alimentando sus espejismos pueriles entre los
misántropos juegos a los que se entregaba inconsciente
para cauterizar su desolado tiempo.
Inadvertidamente, en ese yermo vivir pese a las
circunstancias vividas, el niño fue desenvolviendo un
temperamento recluido y ceñudo, que se acentuó mucho
más profuso desde el día que su madre partió a raíz de
una muerte sorpresiva.
A continuación de ese trance, y encerrado en ese
estado solitario y entristecido que lo envolvía, notó aún
más el impenetrable abismo que lo separaba de su padre,
reparando estar desguarnecido de cualquier calor o
retribución de cariño para sí, hasta alcanzar a imputarle
pecaminosamente a éste, el motivo que ocasionó la
intempestiva defunción de su madre.
Enquistado frente al triste evento ocurrido en su
puericia edad, sus días pasaron a ser faltos de
entusiasmo, hoscos de afecto, esquivos de ternura o
carentes de exaltación. Con el correr del tempo fue
vislumbrando que su organismo estaba íntegramente
desguarnecido, totalmente recoleto, misógino del poco
amor y afición que antes le dedicaban.
A partir de ese instante, pasó a entrever en el
subconsciente, enclavado en una actitud ascética, que
Anécdotas de la Vida Página 129
nunca más poder contar con instantes de delicadas
caricias, con tiernos besos, con las amenas palabras
solidarias y comprensivas que antes le embrujaban los
sentimientos ante cualquier relámpago de exacerbación.
Prontamente asimiló que dentro de una soledad
casi desértica a que había sido relegado, sus días futuros
serían privados del mínimo interés de cualquier extraño,
de cualquier cándido enunciado de vocablos hacia él, de
un vacío frente a las inquietas enunciaciones de sus
preguntas, o hasta alguien que se dispusiese a escuchar el
recitado de sus sueños juveniles. Sospechaba que a su
corta edad estaba destinado a ser participante de un
abandono de afectos, a una dejadez de devoción, a
cualquier beneplácito enunciado de piedad, decretada por
la apostasía de afecto que le ofrendaba su padre.
Por causa de la propia postura de aislamiento y
cordialidad que demostraba, no demoró mucho tiempo
para que le fuese impuesta total reclusión física en un
colegio de pupilaje, el que era destinado a encarcelar
hijos de abastados; adonde le fue prometido que la
privación afectiva que sobrellevaba ahora, prontamente
le sería compensada con la simpática amistad que
alcanzaría a desenvolver junto a sus iguales de perfil y
carácter. Sería una institución donde podría compartir
aficiones y aprecios entre sus pares, y un lugar en el que
Anécdotas de la Vida Página 130
iría a conquistar apoyo decoroso e intelectual para
moldear eficientemente su apariencia.
Al ser obligado a ese impuesto aislamiento, donde
tuvo que concurrir desprovisto de cualquier intimidad
familiar, fue obligado a atravesar su juventud rodeándose
de un alegre consorcio de inquietas amistades que a su
semejanza, compartían íntegramente la desdicha de la
circunspección de sus años, permitiéndole en parte
fugarse de la adversidad que se le había impuesto por
orden del destino.
Mientras entregaba su púber tiempo a convertirlo
en juegos vigilados, prometió a sí mismo, de no reflejar
su temperamento en el espectro de su padre. De ninguna
manera se permitiría repetir a su semejanza, ni la
sabiduría ni el comportamiento de él.
Fue por esos años que pasó a buscar moldar su
índole, bajo la promesa de asumir una postura de
naturaleza extrovertida, locuaz, interactiva; mientras se
concedía regalarse con la constante meditación del
punzante dolor que inconscientemente su padre le había
infringido, como buscando la manera de recordar
inquebrantablemente sus dictámenes y sus pretensiones,
sin abdicar de su promesa tan vehementemente
dictaminada.
Anécdotas de la Vida Página 131
Fue obstinado en el preciso cumplimiento de su
propósito, con una conducta insaciable durante el
desarrollar de su proyecto; y a medida que el tiempo le
fue floreciendo en el cuerpo, más se encaminaba para
conquistar el asombro y el respecto de sus análogos en el
forzado cautiverio, llegando a liderarlos en las acciones
para inventar nuevas agitaciones, en el ejercitar de
diferentes deportes, y hasta como embajador de la
defensa de sus pares ante casuales amonestamientos. Se
estaba tornando un paladín de los acongojados por el
desamor.
Mientras tanto, su actitud en los estudios
desentonaba de su jovial conducta, por causa de los
reparos que recibía en las materias que cursaba. Las
mismas eran de una insuficiencia escuálida en
cualificación, solamente esforzándose para alcanzar la
puntuación mínima requerida para no ser amonestado ni
reprendido. Se había ensimismado en cumplir el estricto
reglamento del pupilaje en lo concerniente a las tareas
básicas que debía estudiar, evitando ser regañado por
infringir las normas que lo catalogasen como rebelde o
agitador.
Volcaba sus bríos en la práctica de los deportes.
Los ejercía hasta la extenuación, participando
activamente en la alineación de los equipos, en la
Anécdotas de la Vida Página 132
organización de efusivos torneos internos, en la
obtención estricta de los controles de la puntuación, en
los festejos de las conquistas propias y de sus
compañeros. No obstante, comprendía que para poder
disfrutar intensamente de ésta algarabía, le era menester
no descuidar sus rutinarias tareas y de los aborrecidos
estudios, y no estaba dispuesto a concederles la
oportunidad de que lo castigasen por sus testarudos
afanes.
Se había vuelto un perfecto apóstol de su
cognición, y sus actos pasaron a ser previamente
planeados y consientes bajo un carácter entusiasta y
alborotador, con el que se permitía disfrutar del gran
respecto de sus compañeros, y a su vez, despertaba la
incertidumbre de sus educadores. Por consecuencia,
comprendía que con esa conducta que asumía, por lo
menos alcanzaba a lacerar sutilmente la moral a su padre.
Pasados los años, llegando al ciclo final de su
cohibida y enclaustrada juventud, le fue menester
prepararse para la continuidad de sus estudios superiores.
Entendía que primero necesitaba seleccionar sus
enardecidos pensamientos y ambiciones para alcanzar los
objetivos, pues estaba claro que no quería repetir para
con sus descendientes lo que había sido su propio
pasado.
Anécdotas de la Vida Página 133
Aun así, codiciaba ilustrarse en alguna profesión
que le proporcionase confort y seguridad. Juzgaba que
debería incurrir en alguna determinada carrera que le
consumiese sus anhelos y le proporcionase satisfacción,
y que de alguna forma, apoyado en esos conocimientos,
posteriormente lo proyectase en sus epopeyas, y lo
volviese un hombre envidiado y codiciado en sus propios
quehaceres.
Luego después de su salida de la institución
educativa en la que había sido internado, se negó a
compartir la morada junto a su padre, decidiéndose por
abandonar cualquier contacto afectivo con el mismo.
Bajo esa condición, se ubicó provisoriamente en un
remediado apartamento, subsidiando los gastos con los
recursos provenientes del legado materno, hasta quien
sabe, -pensaba-, poder alcanzar el momento adecuado de
poder sustentar sus próximos pasos.
Por esos tiempos, su silueta lo había convertido en
un joven apuesto, y su perfil ahora se asemejaba al de su
madre. De cabello claro y tez pálida, con un par de ojos
que lograban iluminar bajo el encanto de una fugaz
mirada, con un cuerpo delgado y de una musculatura
bien trabajada en los ejercicios que había realizado en su
pasado. Ahora ya vestía su figura de una manera más
elegante y aristocrática.
Anécdotas de la Vida Página 134
Portador de una voz serena y pausada, pero firme y
absoluta, formada desde los tiempos de un anárquico
comportamiento que le permitía expresarse con
convicción y seguridad, careciendo de cualquier tono de
arrogancia o jactancia ente terceros; iba transmitiendo a
sus inadvertidos interlocutores, la perspectiva de estar
postrados frente de un auténtico adalid de sus
gobernados oyentes.
Está por demás exponer que la mayoría de las
veces, nos predisponemos a establecer determinados
horizontes para nuestras aflicciones o ambiciones, pero
en muchas de esas veces, el mismo destino nos adjudica
gratuitamente comprobadas sorpresas que los derrocan, y
que los hace cimbrar o prorrogar, como es el caso de lo
que a nuestro intérprete le sucedió.
Fue en una determinada noche, cuando el mismo
volvía negligentemente a su apartamento, que sucedió el
hecho inesperado. Un bando de mal encarados
bandoleros, estando allí al pasar, o tal vez asechando
maliciosos por su llegada, esperaban valerosos entre el
silencioso anonimato de la noche y apoyados por la
sorpresa de la oscuridad de las sombras, para de esa
manera, interceptarle el paso y llevar a cabo sus ladinos
instintos.
Anécdotas de la Vida Página 135
En la acometida de los malhechores, y bajo el
impacto de la sorpresa del momento, sin poder esbozar
una mísera reacción, fue rendido precipitadamente y
vilmente vapuleado, groseramente zarandeado, y
soezmente acuchillado, para tan solamente posibilitar
que le robasen algunos pocas pertenencias que llevaba
junto a sí, sin permitir que por lo menos pudiese contar
con el aporte de un único testigo que pudiese
rápidamente conceder su auxilio.
Después de practicado el atraco, los bellacos
salteadores partieron presurosos del lugar, dejándolo
tendido en la implícita negrura de su sangre y entre la
opacidad de las tinieblas, consintiendo que soezmente
fuese lentamente dejando la vida y las fuerzas; no
logrando pedir auxilio por socorro, y por la requerida
ayuda que su estado demandaba tan urgentemente.
Ya debilitado e inconsciente, fue rescatado un par
de horas después por un atolondrado transeúnte, que al
notarlo tendido sobre la calzada, primeramente interpretó
como si fuese el cuerpo de algún ebrio en su delirante
embriaguez, y sólo posteriormente comprendió que se
trataba de un maltrecho individuo que habría sufrido un
sorpresivo accidente.
Dentro de la premura que su estado físico requería
por mayúsculos cuidados clínicos, le fue providenciado
Anécdotas de la Vida Página 136
el apremiante transporte hasta un hospital cercano del
lugar, donde suministraron su entrada en un estado
inconsciente y severamente lastimado, sin cualquier tipo
de documentación que lo habilitase para ser previamente
identificado.
Providenciadas las primeras averiguaciones para
constatar las lesiones sufridas por el indigente cuerpo allí
extendido, los abnegados enfermeros notaron ser de
extrema necesidad que se le sometiese a una intervención
quirúrgica que al menos le posibilitase reparar los
órganos heridos y le suturasen las magulladuras
recibidas.
Al ingresar en la sala de operaciones de
emergencia, el médico cirujano jefe, que en esos
momentos era el responsable por los servicios de la
guardia, al llegar a la sala de procedimientos quirúrgicos,
se deparó atónito y estupefacto ante la constatación de su
hijo extendido desfalleciente en la camilla de la sala de
operaciones, se apresuró en luchar por querer recobrar la
vida de su amado hijo, que ya se iba escurriendo entre
sus manos.
Anécdotas de la Vida Página 137
El Dicharachero
Desde lejos, el sonido de su voz se ensanchaba en
una duplicación de ecos, y alcanzaba a propagarse de
forma melódica por entre las calles del barrio. Era una
voz desvigorizada por el peso de los años, pero que a su
vez sonaba igualmente grave y armoniosa al escaparse de
su pecho, consiguiendo llegar de manera clara a los
tímpanos de los moradores, llevándoles a estos los dulces
sonidos con los que ofrecía las delicias de la estación.
-¡Barríiita, palíiito, vasíiiito, bombón helado…!
¡Heeeelederóooo! -se le oía vociferar alegremente en
medio del bucólico paisaje de los calurosos días
veraniegos.
Era la época más calurosa del año, y el hombre
marchaba a enfrentar su trabajo alrededor de la media
mañana, cuando estacionaba su carri-bicicleta en frente
Anécdotas de la Vida Página 138
al colegio, cerca de la plaza mayor, aguardando allí por
la salida de los alegres estudiantes a que acudiesen en
busca de refrescar sus gargantas, y endulzarse con los
sabrosos helados que les vendía.
En el espacio de tiempo libre de los mediodías,
estacionaba en el jardín de la plaza, y bajo la sombra de
un frondoso tilo, comenzaba su invariable cantilena,
intentando atraer con su estribillo a los incautos
transeúntes, cuando intentaba despertarles determinada
apetencia para saciar la sed del momento.
Al llegar la media tarde, cuando por allí mermaba
el movimiento de personas, de pronto prorrumpía con su
engalanado armatoste y salía pedaleando por las calles
desiertas y somnolientas por causa del jadeante sol en su
cenit.
La chiquilinada, dentro de sus casas, escuchaba
desde lejos el estrépito de su voz mencionando aquellas
ofertas preladas de módicos precios que él aclamaba con
su boca marchita y labios arrugados por la vejez,
dándoles tiempo suficiente a que, con sus letanías, ellos
convenciesen sus madres a comprarles algunos álgidos
refrescos.
-¡Barríiita, palíiito, vasíiiito, bombón helado…!
¡Heeeeladeróooo! -repetía incansable por dos o tres
veces, de cuadra en cuadra, mientras iba pedaleando
Anécdotas de la Vida Página 139
lentamente su velocípedo aparato. Solamente interrumpía
las exclamaciones para atender solícito a su variada
clientela, ya que de alguna manera podía sofocar las
quimeras infantiles de aquellos que habían prometido un
buen comportamiento al horario de la siesta, en cambio
de un refrescante helado con determinado sabor.
Infaliblemente, sobre su delgado cuerpo vestía una
casaquilla de tergal celeste y una bermuda azul marino,
acompañado de unas zapatillas de tejido blanco y suela
engomada, llevando en su cabeza un gorrito de paja. Con
esa indumentaria se permitía soportar el calor veraniego
y abrasador durante sus repetitivas jornadas, dejando a
muestra unos miembros finos y descarnados, pero que
eran vigorosos de músculos y tendones que se
encontraban escondidos por debajo de una piel curtida y
arrugada.
Axiomáticamente, repetía idéntico trajinar de lunes
a sábados, cuando recorría exactamente las mismas
calles y los mismos lugares en una reproducción de
hechos similares para atender cordialmente a los mismos
sueños y deseos de los consumidores, todos los días.
Pero si el domingo prometía ser lindo, allá estaba él, en
el parque de la cuidad, gritando aquel eterno llamado
característico para despertar apetencias.
Anécdotas de la Vida Página 140
Lo que más llamaba la curiosidad, era el tipo de
vehículo que utilizaba para realizar el trabajo. Una
mezcla de bicicleta, a la que le habían acoplado un
carrito lateral de una sola rueda, que más se asemejaba a
un sidecar; sólo que éste estaba construido con un chasis
de hierro y un piso revestido con una plancha de madera,
donde él apoyaba el cajoncito para conservar enfriados
los helados.
Sobre las laterales de la caja le subían cuatro astas
de fierro, y arriba de ellas, se apoyaba un toldito de lona
colorida, de la cual colgaban unos pequeños cascabeles
que se balanceaban con la suave brisa al rodar el
vehículo, haciendo desprender un delicado tintineo, que
más parecía el sonido canoro de varias docenas de
diminutos grillos.
El individuo, normalmente permanecía de pie junto
a su incomparable artilugio, que lo llevaba todo pintado
de una tonalidad amarillo oro, que hacía resaltar aún más
el colorido de la lona listeada de azul y blanco. Pero
cuando circulaba por las calles, atendía a los clientes
sentado desde su cómodo asiento, el cual lo había
revestido con una almohada acolchonada.
Rodeado de una cierta dosis de intriga producida
por la mezcolanza de curiosidad y fascinación en mi
entelequia, cierto día me hallé detenido a observar el
Anécdotas de la Vida Página 141
comportamiento afable de tan noble figura, cuando, ante
la estricta necesidad de saciarla, tomé por resolución
abordarlo para interpelarlo sobre los beneficios que
obtenía al utilizarse su vehículo, que desde mi óptica, me
parecía que su uso le infundía un excesivo esfuerzo a su
delgado cuerpo.
-¡Lo hice yo!, -me respondió secamente, poco
acostumbrado a ese tipo de sorpresiva indagación, y
entonando una voz grave pero cordial donde se apreciaba
lo campechano de su espíritu.
-Junté unos pedazos de mi vieja bicicleta y armé el
carrito uniéndole unos tramos de caños -prosiguió,
intentando demostrar con el amague de sus manos la
parte que había dispuesto.
-Entiendo… –le respondí-. ¿Pero debe haber
copiado la idea de algún manual, o un diestro maestro en
esa profesión se lo debe haber dibujado?, -le afirmé con
una nueva indagación.
-¡No, mi amigo!, yo fui ideando mentalmente toda
la estructura, de manera que pudiese utilizarlo el año
entero, -me aseveró-. Pero no se crea que fue fácil, lo
pensé durante mucho tiempo, y mucho tiempo más me
llevó concluirlo.
Al sentirme entusiasmado por su beneplácito
relato, me vi estimulado a comprarme un vasito de
Anécdotas de la Vida Página 142
helado de frutilla, que mientras lo degustaba, podía
extender nuestro coloquio, teniendo en vista que mi
curiosidad se había potencializando bajo la resonancia de
su declaración.
-¡Sí!, comprendo… –le respondí-. ¿Pero helados no
se venden tanto así, en épocas menos cálidas? -continué
disertando, como pretendiendo buscar esclarecer el
motivo que lo llevaba a tener que utilizar semejante
aparato el resto del tiempo.
El hombre tuvo que suspender transitoriamente su
respuesta, en virtud de ser demandado para complacer a
dos muchachitas que se encontraban indecisas en la
resolución de comprar determinado sabor, y frente al tipo
de igualdad de productos similares.
-¡Yo no vendo únicamente helados!, mi amigo.
Cuando termina el verano, me las rebusco con la venta
de otras cosas, –me respondió de sopetón, luego de
atender a las simpáticas nenas.
–Le cambio la caja térmica, y coloco otros dos
tipos que inventé, -me dijo, explayándose como quien
quiere demostrar su habilidad de técnico erudito en la
creación de inventivas hazañas, que las acompañaba de
ademanes que simulaban querer demostrar el entresijo.
-¡Ah!, claro… ¿Imagino que deben ser mercaderías
más de acuerdo con la temporada? -intenté confirmar su
Anécdotas de la Vida Página 143
verborragia y dándole cuerda para explorar su interés por
continuar avanzando sobre la declaración que me había
expuesto.
-Yo me jubilé hace muchos años… Trabajé como
ferroviario durante un incontable tiempo, pero la renta es
así de chiquitita… ¡No da para nada! –intentó ilustrarme
con los dedos mustios casi apretados, simbolizando la
niñería del valor que recibía por jubilación.
–Pero esto que hago ahora, -agregó con una
sonrisa-, me permite reforzar el valor de mi rédito,
aunque me queden pocas fuerzas para andar caminando
el tiempo entero, -continuó a explicar, señalando con sus
manos el estado físico que poseía.
A simple vista, era obvio notar que la delgadez y
los años vividos ya no le posibilitaban desempeñar
actividades o fatigosos ejercicios por largos periodos de
tiempo; si bien que, su apariencia no demostraba
representar a una persona de aspecto delicado o
enfermizo. Todo por lo contrario, dentro de aquel cuerpo
pequeño se advertía la robustez de su morfología.
-Y si usted no vende helados… ¿Para qué utiliza la
bicicleta? –le pregunté para traerlo a la realidad, evitando
que se explayase en querer disertar sobre otros temas de
su vida.
Anécdotas de la Vida Página 144
-¡Es a eso que vamos, mi amigo! -me manifestó
formalmente-. Como le decía, mi experiencia con
herramientas me permitió crear mis instrumentos de
trabajo…, evitando la necesidad de tener que cargar peso
o forcejear involuntariamente.
-Así que me vi obligado a rebuscarme en otros
quehaceres, intenté fisgonear haciendo este tipo de
asunto… -comentó, haciendo una pausa para ver si se
acercaba algún comprador-, que no es más que vender
algunos chirimbolos para saciar las ansias de los más
jovencitos, que son los más fáciles de convencer y
siempre tienen algunas monedas en sus bolsillos, –me
explicó con su irrebatible filosofía de gran conocedor de
las ambiciones mundanas.
-Claro, en eso yo le reconozco su habilidad…
¿Pero aún no descubrí las otras mercaderías que vende…
ni como utiliza esto aquí?, -intenté corroborar con sus
sicología comercial, y a su vez insistiendo para que su
pronta respuesta acabase de vez con mi creciente intriga.
-¡Bueno! A eso iba yo, don, -dijo cortando por lo
llano, y prosiguió:
-Es que cuando termina la temporada, le quito la
caja, y en el invierno le coloco una máquina de calentar
maníes, y paso a ocupar mi punto en los mismos locales
Anécdotas de la Vida Página 145
y atendiendo los mismos clientes del verano… Pero
vendiéndoles otras cosas.
-¡Ah! -exclamé-. Indiscutiblemente, es una óptima
idea -fui obligado a responderle por causa de la
sagacidad demostrada.
-Y en lugar de estar empujando nada y cargando
nada… ando en mi bici y salgo por ahí ofreciéndolos:
-“Maníiii, maníiiii, calentito el maníiiiii…
Manicerooooo”… Y no me va a negar usted que es un
producto que en el frío sale bien… ¿No le parece don?, -
me interpeló como queriendo afirmar su sagacidad.
-A decir verdad… ¡Debe ser, si! -asentí satisfecho-,
pero yo no entiendo mucho de ese tema, y mi curiosidad
era adivinar la utilidad que usted le daba a este perspicaz
artefacto que construyó, -señalándole con mis manos su
ingenio.
-¡Mire don…! Es mejor que vender helado. Es un
producto que permite ganar más del doble…, pero con el
clima frío las personas salen menos a la calle, y al final
término ganado casi igual… Eso, si no me tocan varios
días con lluvia, que ahí sí que no se vende casi nada, –
continuó disertando con gran erudición sobre el tema de
vender y la reflexión que utilizaba para evaluar su
análisis.
Anécdotas de la Vida Página 146
Lo que a mí más me admiraba, era aquella voz
canónica y la modulación con que acentuaba ciertas
palabras que, sin lugar a dudas, era su mayor
característica para despertar la atención de los
transeúntes.
-¡Lo comprendo…! -dije al confirmar su dictamen,
como para vanagloriarle su astucia mientras proseguí
dándole charla para matar mi ociosidad,
-Pero periodos de calor, calor, y de frío, frío… son
apenas unos seis a siete meses en el año… El resto del
tiempo, ¿usted descansa? –insistí ventilando otra análisis.
-¡Que va! Pobre no puede descansar, no puede
darse esos lujos… Cuando mucho, paro unas dos
semanitas, nada más… pero salteadas; y sólo descanso
en los días que estoy enfermo.
Otra vez fuimos interrumpidos con la llegada de
nuevos compradores, que esta vez se demoraron más que
lo normal por causa de la indecisión que tenían sobre la
compra que querían efectuar, instaurando un rosario de
preguntas que el simpático viejito parsimoniosamente se
las respondió.
-¡Me muero y le juro que todavía no vi todo! –
comentó luego después de la partida de los inoportunos,
cuando continuó a partir de punto anterior:
Anécdotas de la Vida Página 147
-En esos meses, yo pongo otro tipo de caja menor y
salgo a ofrecer barquillos, -haciéndome un gesto con sus
dedos marchitos en forma de dibujar con su ademán en el
aire, el tipo de mercadería que vendía.
-¿Esos de mazapán…? -pregunté-. Que son hechos
de forma convexa, medios dulces… ¿No es eso?, -
mencioné intentando confirmar lo que yo había
comprendido con sus palabras y su demostración
figurada.
-¡Más o menos así…! Porque es una hoja delgada
de pasta que no lleva levadura, y que pueden tener la
forma de canutos, o plana… O, como usted mismo dice,
convexos… Pero hay que venderlos calentitos, para que
mantengan el sabor y estén crocantes… -que mientras
me explicaba, continuaba haciendo mímicas con sus
manos en una tentativa de demostrarme las formas de los
barquillos.
Yo fui obligado a interrumpirle la explicación,
pues en ese instante me vinieron a la memoria los viejos
tiempos de colegial y de los sabrosos barquillos que
degustaba en aquella época.
-¿Pero de ésos ya no se ven más?.. ¿O será que aún
son vendidos por ahí?, -le indiqué con mi expresión
envuelta en una nueva curiosidad.
Anécdotas de la Vida Página 148
-¡Se venden sí! Y se venden muy bien, hasta mejor
que los maníes. El único problema es que ocupan mucho
espacio y hay que saber mantenerlos en la temperatura
ideal. Al final de cuentas, fue por eso que inventé mi
carrito con sus cacharpas todas.
-¡Ni me haga recordar! Me da agua a la boca sólo
de pensar. –alcancé a expresar con unas tremendas ganas
por degustarlos nuevamente.
-Si usted quiere, don… Vengase por aquí dentro de
un par de meses que ya será época de empezar a
venderlos, y le digo más… Los míos son deliciosos, -
como queriendo aguzar mis sentimientos nostálgicos y
provocándome la voluntad, en una demostración de
calidad de todo vendedor experto.
-Ni le confirmo, ni le niego la invitación, pero si
ando en la vuelta, le doy por seguro que aquí estaré, –me
apuré a confirmarle.
Ya saciada mi curiosidad y por encima
sintiéndome melancólico con mis pensamientos, le
estreché mi mano en despedida, apresurándome a
continuar con mi trabajo. Entonces me despedí de él y le
agradecí por sus doctos conocimientos.
-Vuelva siempre… –me dijo-. Yo, a ésta hora
estoy siempre por aquí –me respondió en medio de una
sonrisa amistosa y cordial.
Anécdotas de la Vida Página 149
No bien me había alejado algunos pasos aun
repasando mentalmente nuestra entrevista, Me quedé
sorprendido cuando siento que me gritan:
-¡Hey don…! “Barquiiillos calientes téeeengo,
¡BARQUILLERÓOO!”
Error de Interpretación
Era unos de los mejores hospitales de la ciudad
para el tratamiento de enfermedades cardíacas. El más
conceptuado y el mejor equipado en infraestructura y en
profesionales para atender ese tipo de molestias
Alfredo no se merecía menos que eso, y cuando
sufrió la crisis, lo habían trasladado para allí. Bueno, no
había sido de inmediato, pues la ambulancia que lo
recogió, primero lo trasladó a otro nosocomio, para
después, en virtud de su estado crítico, doña Estela
gestionar la remoción para éste local.
Anécdotas de la Vida Página 150
Ahora, ya hacía dos días que estaba internado en la
sala de tratamiento intensivo, incomunicado, dopado
bajo efecto de fuertes drogas, lleno de tubos y aparatos
ligados a su cuerpo, en un estado semiinconsciente que
lo mantenía dormido todo el tiempo.
La esposa, doña Estela, permanecía fiel en la sala
de espera del sanatorio, con el rostro dolido, atónita por
las circunstancias, y recibiendo a los allegados y los
familiares que recurrían a prestarle el debido homenaje a
su esposo. Dentro de su estado de tristeza incontenida,
aún no comprendía el motivo exacto del porqué su
querido Alfredo había sufrido tan repentino malestar que
casi lo victimó.
En verdad, él nunca había presentado síntomas de
cualquier molestia que fuese, aunque ella reconocía que
llevaba una vida parcialmente sedentaria para su edad,
sin practicar ejercicios físicos de manera periódica. El
hombre tenía treinta y cuatro años, de complexión fuerte,
robusto, sin llegar a ser obeso, de buen porte estructural;
tenía una nutrición sana, equilibrada, regular en los
horarios; nada que influenciase en el desenvolvimiento
de perturbaciones; y de joven, que ella recordase, nada
más que paperas y alguna otra enfermedad sin mayor
significando, o que fuese capaz de dejar secuelas para un
Anécdotas de la Vida Página 151
futuro. Tampoco tomaba algún tipo de medicamento o
complemento vitamínico.
Ese era el relato que, al principio, la esposa fue
obligada a mencionarle al médico responsable del equipo
que lo atendía, cuando el mismo la había interpelado:
-Necesito que me informe los hábitos y costumbres
del paciente. Es muy importante para el diagnóstico y el
tratamiento que tendremos que darle posteriormente.
-¡Es muy extraño! –Le respondió el doctor-. ¿Por
acaso él tenía algún desasosiego que lo mortificase? –el
médico volvió a inquirir un poco irresoluto.
-¡Nada doctor! Alfredo siempre fue una persona
pacífica, de bien con la vida, hombre del hogar, dedicado
a la familia… ¿No sé si usted me comprende? –le
respondió la mujer, ansiosa por la situación.
-¡Bueno, ahora no se preocupe, señora! Con los
estudios que le haremos, pronto sabremos los motivos, y
si habrá secuelas en un futuro. ¡Quédese tranquila que yo
la mantendré informada! Por ahora su cuadro está
evolucionando bien… Tal vez… en uno o dos días ya lo
mandaremos para la sala común -expresó el médico
intentando darle ánimo y valor.
En realidad, lo único que ella sabía al respecto, era
que su marido había tenido un desmayo repentino
cuando estaba en el supermercado.
Anécdotas de la Vida Página 152
Por otro lado, Alfredo era un conceptuado
ingeniero proyectista que trabajaba para una importante
empresa de construcciones. Un profesional dedicado a su
labor, muy bien relacionado en su círculo de actividad,
manteniendo una vida reglada, un esposo ejemplar, un
excelente padre de familia, un hombre consagrado sobre
todos los aspectos.
Tampoco tenía apremios financieros, disgustos que
le causasen depresiones, rivalidades profesionales, o
cualquier tipo de porfía que fuese capaz de originarle
algún tipo de angustias.
Nada había en su comportamiento o en su modo de
vivir, que lo incitase a provocar un malestar repentino.
–¿O será que él me escondía alguna preocupación?
–llegó a cuestionarse doña Estela, bastante desconsolada.
La sala de espera del hospital ya se asemejaba a un
templo parroquial donde los domingos se ven desfilar
fieles en procesión continua, tal era la cantidad de
parientes, amigos personales, compañeros, colegas o
colaboradores directos del enfermo. Todos habían sido
sorprendidos por las circunstancias, y querían prestar sus
homenajes a la familia.
-¿Pero, cómo fue? –la mayoría preguntaba atónita.
Anécdotas de la Vida Página 153
-¡No sabemos nada! Fue de repente. -ella les
respondía a todos de manera cordial dentro de su
preocupación.
-Si necesita algo, ya sabe que es sólo pedirlo… -
decían todos al ofertar puntualmente sus favores y
demostrando estar condolidos con el caso.
Los más atrevidos pretendían investigar un poco
más profundamente la cuestión, y opinando sobre el tema
como si fuesen eruditos en el asunto.
-¡Él comía mucha cosa grasienta! –mencionaban.
-¡Debería tener un problema que lo atosigaba!...
-¡Creo que algo había salido mal en un proyecto!...
–los presentes comentaban en una interminable retahíla
de importunidades similares. Parecería que todos tenían
una opinión propia formada al respecto del drama que
Alfredo estaba viviendo.
Algunos se preocupaban por los hijos y por ella, y
hasta con la situación futura de la familia, como si
estuviesen previendo anticipadamente el fallecimiento de
Alfredo, o la postración definitiva del hombre. Otros
eran un poco más equilibrados y solícitos con la mujer.
-¿Cómo vas hacer con los nenes? ¿Con la escuela?
¿Con la alimentación de los chicos?... ¿Por qué no vas a
descansar un poco? ¡Alguien tiene que velar por el
futuro! –le recitaban insoportables cosas por el estilo,
Anécdotas de la Vida Página 154
pero que demostraban un poco de afectuosidad y
comprensión por aquel trance que había acometido
repentinamente a la familia.
-¡Dios proveerá! ¡Todo saldrá bien! ¡Muchas
gracias por venir a verlo! ¡Soy joven, puedo soportarlo!
¡No se preocupen! -Eran las respuestas que demostraban
la fe y la fortaleza interna que Estela poseía. Una muralla
anímica construida para poder enfrentar el infortunio que
le había ocurrido tan sorpresivamente.
Mientras tanto, con el pasar de las horas y el efecto
directo de la medicación suministrada permitió que
Alfredo fuese superando aquel cuadro agudo de mal
estar, y paulatinamente se fue superando hasta alcanzar
el momento de que fue posible transferirlo para otra sala
del hospital.
Nuevamente, esa circunstancia permitió que la
misma peregrinación de familiares y allegados originase
un sequito de visitantes en las horas en que eran
permitidas las visitas en el nosocomio. Ahora querían
verlo, tocarlo. Querían ver el milagro divino de cerca.
Y otra vez los visitantes repetían las mismas
preguntas e indagaciones, las mismas inquietudes e
idénticos comentarios, pero ahora, realizados frente a
lecho del pobre hombre que aún continuaba sobre fuertes
efectos de calmantes y unido a equipos electrónicos que
Anécdotas de la Vida Página 155
median su ritmo cardiaco, el nivel de oxigenación, y
cosas por el estilo.
Aquel bullicioso escenario llegó al punto de exigir
la restricción de las visitas a un pequeño número de
personas, principalmente, para que Alfredo no necesitase
conversar con todos los que allí acudían, y escuchar las
indagaciones y sugerencias a su alrededor. Los médicos
aún estaban preocupados, pues su presión arterial
aumentaba considerablemente, mismo estando sobre los
efectos directos de las drogas suministradas.
No obstante, los mismos médicos percibieron que
ese mismo cuadro no se enfatizaba solamente en los
momentos de visita. Era algo que se repetía en
determinados períodos del día, principalmente cuando el
paciente ya no estaba bajo el intenso efecto de la
medicación, cuando entonces conseguía reflexionar en su
interior, y esto le ocasionaba su descompensación.
Él no se animaba a contar la verdad. Sentía un
pavor profundo sólo en recordar la escena del momento,
de acordarse de los rostros de las personas observándolo
a su alrededor a continuación del desmayo, del murmullo
de la gente con fisonomías abismadas, la expresión de la
propia señora causadora del incidente, de su
irresponsable actitud, de su cualidad profana, y de un sin
fin de otros acontecimientos que envolvían el asunto.
Anécdotas de la Vida Página 156
No sabía cómo encarar la realidad y contarle todo a
su esposa, a sus propios hijos que, de una manera
indirecta, estaban relacionados al caso.
No alcanzaba a comprender como había sido tan
relapso sobre el asunto, y de cómo había sido capaz de
reaccionar tan intempestivamente frente a una pregunta
tan obvia. Y esa meditación lo fastidiaba constantemente
y le impedía su restablecimiento.
-¡Como fui bajo! ¿Por qué tuve esa reacción tan
insolente? ¿Cómo voy a encarar a las personas ahora?
¿Qué les dirán a sus hijos en la escuela cuando sepan la
verdad? –Alfredo continuaba a pensar en su silencio
meditabundo sin alcanzar una solución, o encontrar la
fuerza suficiente para encarar la realidad.
Le dolía ver las facciones de su esposa, allí,
permanentemente velando por su recuperación, teniendo
que admitir su mirada de compasión y amor para con él,
sin que llegase a sospechar su villanía, su bajeza, la
bellaquería de sus actos. En realidad, todo el contexto
presente y futuro, lo atormentaba profundamente.
Pero la salida de pronto apareció frente a él como
si fuese un envío divino, como si fuese una providencia
celestial.
En un determinado momento, apareció junto a su
lecho un hombre intitulándose sacerdote de una
Anécdotas de la Vida Página 157
congregación cristiana, dispuesto a tomar su confesión y
proporcionarle el sacramento de la eucaristía, no
solamente a él, sino también a su familia, si así se lo
solicitasen.
No siendo un católico practicante, estaba dispuesto
a dispensar los servicios ofrecidos, hasta que de pronto
se le iluminó la conciencia y pensó estar frente a la única
posibilidad de revelar su acto vil y ordinario.
-¡Padre! –Le dijo determinado-. Quiero confesar
mis pecados… Pero primero necesito relatarle un hecho
grave -expresándose con una voz consternada y sufrida.
-¡Hijo mío!... ¡Yo seré el portador de tu
arrepentimiento frente al Señor! Puedes abrir tu corazón,
que yo sabré comprenderte y… -pero fue interrumpido
abruptamente por el enfermo.
-Usted no comprendió Padre… Yo sólo le cuento
todo, si usted es capaz de interceder junto a mi esposa y a
mis hijos, relatándoles a ellos mi pecado, pues lo que
pretendo ahora es obtener el perdón de ellos primero,
para después buscar el perdón de Dios. –le solicitó con
los ojos húmedos por unas lágrimas que no llegan a
escaparse de las orbitas.
-¡Dime hijo mío! Abre tu alma que yo seré capaz
de comprender… Por qué no existe pecado en el mundo
para que nuestro Señor no lo perdone… Y por
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comprender tu congoja, sabré interceder frente a tu
familia para que ellos igual sepan perdonarte.
Al escuchar las suaves palabras del sacerdote, a
Alfredo le parecía que una grande parte del peso que le
oprimía el pecho se había evaporado, lo que le posibilitó
reunir la confianza suficiente para relatar su congoja.
-¡Padre! Siempre he sido fiel a mi esposa… Nunca
la engañé… No he tenido un desliz para con ella o
nuestro matrimonio… -fue diciendo mientras el clérigo
escuchaba atentamente el inicio del relato, enunciando
por veces un balbuceo en busca de incentivar al hombre
a continuar su confesión.
-Pero en verdad… Existió una única vez en que fui
capaz de cometer una traición a nuestros votos… Y esa
única vez… Es la causante de todos mis males… -ahora
las lágrimas surcaban sus mejillas y el pensamiento le
embargaba la voz.
-Hoy pago por mi pecado y por mi indiscreción…
y los castigo a ellos por mi infamia… Pero quiero que
usted se los explique… De manera que ellos lo sepan
comprender… y entiendan mi arrepentimiento –le
continuó hablando entrecortadamente entre un gimoteo y
otro para conseguir expresarse entre sollozos.
-¡Tienes que tener Fe! Nada es tan grave que no
merezca el perdón de los humanos, –el sacerdote lo
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reconfortaba y lo inspiraba, para que Alfredo encontrase
las fuerzas para desahogar su desdicha.
-Usted no es capaz de imaginarse aquellos ojos
congelados… Mirándome… Fijos en mi… Aquel rostro
de espanto a continuación de mi pregunta… El color rojo
profundo que tomó cuenta de sus mejillas al escuchar mi
relato… ¡Qué horror Padre! ¡Oh, qué horror! –continuó a
relatarle entre lloriqueos sofocados.
-¿A quién tú te refieres, hijo mío? –le preguntó
ansioso el santo hombre.
-Todo sucedió hace apenas algunos días atrás, no
sé bien cuando… Por qué no sé cuántos días hace que
estoy acá… –dijo, poniendo en duda el momento exacto
de su infortunio.
-Es que yo había ido al supermercado, necesitaba
buscar algunas cosas antes de retornar a mi hogar -
comenzó a relatar Alfredo-. De pronto, cuando estaba
estacionando mi coche, noté a una mujer rubia que desde
lejos me saluda efusivamente… Sin dar mucha razón al
asunto, pensé que ella debía estar engañada y terminé de
aparcar el vehículo normalmente… Pero una vez que
estaba dentro de la tienda, nuevamente noté a la mujer
joven, rubia, exuberante, escultural por así decir… Ella
estaba en la fila de la carnicería, llena de gente alrededor
del mostrador, y es cuando advertí que ella continuaba a
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saludarme con una sonrisa estampada en su rostro
angelical… ¡Oh!... Disculpe mi comparación Padre. –
pronunció Alfredo al notar su imprudencia al hablar.
Prosiguiendo su relato con la voz embargada le
dice: -Pensé más una vez que ella debía estar confundida,
y proseguí con mi caminata por entre las góndolas, hasta
que nuevamente ella me miró y me saludó con su brazo
en alto.
-Yo pensé que estaba engañado, pero… Para
cerciorarme, primero eché un vistazo hacia todos los
lados, hasta que me convencí de que el saludo se dirigía
realmente a mi persona… Entonces, acometido por mi
instinto de curiosidad… Decidí acercarme hasta ella para
saciar mi curiosidad.
-Padre… Cuando llegué a la fila donde se
encontraba la bella muchacha, muy suavemente la
interpelé preguntando: -Disculpe… ¿Será que nosotros
ya nos conocemos?
-Ella me respondió con una sonrisa encantadora y
aquella mirada hipnotizadora, diciendo: -Puede… O tal
vez yo esté equivocada y no sea usted la persona que yo
pienso que sea.
-Intentando ser cortés, le expongo que si ella es
capaz de relatarme su recelo, sería bien probable que los
dos pudiésemos elucidar de vez la duda que ella tenía.
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-Tengo la impresión que usted es el padre de uno
de mis niños –ella me respondió sin hesitación.
-¡Padre! En ese momento me quede boquiabierto…
Mi memoria comenzó a trabajar apresuradamente…
Intenté recordar de algún momento de mi pasado en que
tuviese cometido un acto fallido… En acordarme de
detalles de la única vez que fui infiel a mí esposa… y
todo mientras ella continuaba a observarme con aquellos
ojos atrayentes.
-Fue justo en ese momento que no me contuve, y
extrañado por la circunstancia le dije:
-¡Oh!... ¿No me diga que usted es aquella stripper
desnuda que apareció en la fiesta de soltero de mi amigo,
y que yo al final terminé por culearla encima de la mesa
de billar en medio de toda aquella tremenda orgía, todos
estúpidamente borrachos, mientras una de sus amigas me
flagelaba por detrás golpeándome las nalgas y
arrancándome los pelos del...
-Bueno… ¡No es exactamente eso! -ella me
respondió visiblemente avergonzada por mis palabras y
por la repugnancia que ellas contenían, mientras que su
mirada cayó de mi rostro al suelo y prosiguió:
-Cuando yo le dije que usted podría ser el padre de
uno de mis niños… le quise decir… ¡Que yo soy la
maestra de su hijo!
Anécdotas de la Vida Página 162
BIOGRAFÍA DEL AUTORNombre: Carlos Guillermo Basáñez DelfantePaís de origen: República Oriental del UruguayFecha de nacimiento: 10 de Febrero de 1949Ciudad: Montevideo
Nivel educacional: Cursó primer nivel escolar y secundario en el Instituto Sagrado Corazón.Efectuó preparatorio de Notariado en el Instituto Nocturno de Montevideo y dio inicio a estudios universitarios en la Facultad de Derecho en Uruguay. Participó de diversos cursos técnicos y seminarios en Argentina, Brasil, México y Estados Unidos.
Experiencia profesional: Trabajó durante 26 años en Pepsico & Cia, donde se retiró como Vicepresidente de Ventas y Distribución, y posteriormente, 15 años en su propia empresa. Realizó para Pepsico consultoría de mercadeo y planificación en los mercados de México, Canadá, República Checa y Polonia.
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Residencia: Desde 1971, está radicado en Brasil, donde vivió en las ciudades de Río de Janeiro, Recife y São Paulo. Actualmente mantiene residencia fija en Porto Alegre (Brasil) y ocasionalmente permanece algunos meses al año en Buenos Aires (Rep. Argentina) y en Montevideo (Uruguay).
Retórica Literaria: Elaboró el “Manual Básico de Operaciones” en 4 volúmenes en 1983, el “Manual de Entrenamiento para Vendedores” en 1984, confeccionó el “Guía Práctico para Gerentes” en 3 volúmenes en el año 1989. Concibió el “Guía Sistematizado para Administración Gerencial” en 1997 y “El Arte de Vender con Éxito” en 2006. Obras concebidas en portugués y para uso interno de la empresa y sus asociados.
Obras en Español: Principios Básicos del Arte de Vender – 2007Poemas del Pensamiento – 2007Cuentos del Cotidiano – 2007La Tía Cora y otros Cuentos – 2008Anécdotas de la Vida – 2008La Vida Como Ella Es – 2008 Flashes Mundanos – 2008Nimiedades Insólitas – 2009Crónicas del Blog – 2009Corazones en Conflicto – 2009Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. II – 2009Con un Poco de Humor - 2009Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. III – 2009Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. IV – 2009Humor… una expresión de regocijo - 2010Risa… Un Remedio Infalible – 2010Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. V – 2010
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Fobias Entre Delirios – 2010 Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. VI – 2010Aguardando el Doctor Garrido – 2010El Velorio de Nicanor – 2010 La Verdadera Historia de Pulgarcito - 2010Misterios en Piedras Verdes - 2010Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. VII – 2010Una Flor Blanca en el Cardal - 2011Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. VIII – 2011¿Es Posible Ejercer un Buen Liderazgo? - 2011Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. IX – 2011Los Cuentos de Neiva, la Peluquera - 2012El Viaje Hacia el Real de San Felipe - 2012Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. X – 2012Logogrifos en el vagón del The Ghan - 2012Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas Vol. XI – 2012El Sagaz Teniente Alférez José Cavalheiro Leite - 2012El Maldito Tesoro de la Fragata - 2013Carretas del Espectro - 2013Los Piratas del Lord Clive - 2013
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