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La Espiritualidad en los Procesos de Duelo

Chapter · May 2016

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Convulsiones Psicógenas No-Epilépticas (CPNE): Preguntas y Respuestas para las Preguntas Más Comunes View project

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Yeira Valdez

Carlos Albizu University at Puerto Rico

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Juan Aníbal González-Rivera

Ponce School of Medicine and Health Sciences

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Espiritualidad en las Profesiones de Ayuda: Del Debate a la Integración

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Capítulo 10

LA ESPIRITUALIDAD EN LOS

PROCESOS DE DUELO

Yeira M. Valdez Pimentel

Juan A. González Rivera

Emmanuel Mascorro Pinto

INTRODUCCIÓN

¿Alguna vez has tenido la oportunidad de participar de una con-versación, ya sea entre amigos, familiares o allegados, en la cual surja el tema de la muerte? Es probable que si ha pasado, las miradas, el tono de voz y puedo decir que hasta el ambiente cambia a uno tenso y hasta más serio. Se ha encontrado que la muerte es concebida socialmente como un tabú. “La muerte no es tema que salga a relucir en una conversación educada y de buen gusto. Es el tabú de nuestros días. Y aún más tabú resulta hablar de “prepararse para la muerte” (Ginés, 2001).

La muerte es parte de un continuo del proceso de vida por el cual todos los seres humanos pasarán sin importar la edad, sexo o condi-ción. Supone el momento final de la vida de una persona y el comienzo de un nuevo estado para sus allegados el cual en su manifestación y pro-ceso abarca una serie de características peculiares que pudieran ser simi-lares entre los individuos que la experimentan (Barreto & Soler, 2007). Es considerada una experiencia totalmente individual y en la cual podrá in-fluir la etapa de vida en que se encuentre la persona. Las diferentes cul-

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turas y las distintas generaciones han planteado de manera particular el tema de la muerte asociado con distintas creencias y costumbres (Barreto & Soler, 2007). Los individuos nacen dentro de una cultura determinada donde van incorporando creencias a medida que crecen en distintos gru-pos sociales (familias, escuelas, iglesias, etc.). Es por esto que algunas personas, de acuerdo a su cultura y/o conglomerado de creencias, como medida de afrontamiento ante la pérdida integran prácticas religiosas y/o espirituales con la finalidad de aliviar las consecuencias negativas de sucesos que han sido estresantes o dolorosos.

PROCESO DE MUERTE

La fenomenología de lo que ocurre durante el proceso de muerte es considerada popularmente como lejano, indiscutible, incluso como un tema que se habla sólo si es necesario. La muerte ciertamente es un fenó-meno natural que incomoda y crea malestar emocional. En Estados Uni-dos, cerca de 2.5 millones de personas mueren anualmente, dejando atrás grandes grupos de personas los cuales quedan impactadas por este fenó-meno (Friedman, 2012). En ocasiones, se desarrolla resistencia a la discu-sión del proceso de muerte en nuestra sociedad puertorriqueña, al igual que en diversos países del mundo occidental (Wallace & Bruer, 1994). La idea de la muerte queda en diversas ocasiones aislada, incluso ignorada por muchas personas, constituyéndose como tabú según Pedrero, citado en Rivera Avilés (2007). No obstante, este proceso de muerte es uno na-tural, normativo, dinámico y subjetivo, lo cual cada individuo puede experimentar diversidad de manifestaciones a nivel: a) emocional, b) cognitivo, c) conductual, y c) espiritual (Worden, 1997). El impacto y la reacción emocional que evoca la muerte en un individuo es universal, por lo que requiere un análisis exhaustivo para entender su compleja manifestación en todas sus dimensiones; a nivel socio-cultural y psico-emocional.

Se han desarrollado diversos acercamientos teóricos y postula-dos que tratan de brindar explicación a éste fenómeno del temor hacia la muerte. Estos intentos de esclarecimiento forjan explicaciones de diver-sos ángulos, entre los cuales se identifican elementos socio-históricos, religiosos y filosóficos (Pérez, 2004). En esencia, el constructo sociocultu-ral de la muerte se considera a nivel popular como el proceso donde el cuerpo cesa su funcionamiento, en la cual perdura y trasciende el alma o espíritu de la persona. Esta visión subjetiva de la muerte y sus procesos fenomenológicos, dependerán de diversos factores intra-psiquicos y cul-turales que sin duda alguna influyen e impactan su significado (Feld-man, 2009). Mariotti & Salete (2007) mencionan que los/as profesionales de la salud conciben la muerte como un proceso biológico, existencial y orgánico. Mencionan que muchos profesionales son víctimas de actitu-

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des distorsionadas y superficiales sobre la muerte. Esto, en gran medida, podemos observarlo por la carencia de adiestramientos que ayuden a conceptualizar en su totalidad la muerte y el impacto que esta deja en los demás.

Grecco (2000), menciona que la muerte es “una separación, una experiencia de desprendimiento, tanto para el que muere como para los que quedan vivos”. Esto haciendo referencia a que el duelo es una manifesta-ción interactiva del individuo. Se hace una valoración descentrándose no sólo en el ser que muere, sino también el efecto psicosocial que experi-mentan sus seres queridos. Estos allegados podrían ser: familiares, amis-tades, vecinos, compañeros de trabajo, etc. Este enfoque entiende que se debe considerar las diversas dimensiones de la muerte, tomando en cu-enta un medio colectivo sustentado por los vínculos de afecto. Cabe mencionar entonces sobre cómo se manifiesta esa muerte a nivel holísti-co. Beder (2004) alude que el ser humano se construye en tres experienci-as que tiene a través de la vida: el nacer, crecer y morir. Se establece que estas etapas son transitorias y que se experimentan de manera distintas.

DUELO Y PÉRDIDAS

La muerte, el proceso de duelo y su fenomenología es un hecho cotidiano de la vida y posiblemente la única certeza que tiene el ser hu-mano. Andrews (2009) determina que el proceso de duelo es un fenóme-no que toda persona enfrentará en algún momento en su vida. Alude que el duelo rodea constantemente nuestra existencia, no obstante se hace presente en diversos eventos y de distintas maneras. Nomen (2009) expli-ca que el proceso fenomenológico de duelo surgirá tras una pérdida sig-nificativa, y que su curso de manifestación es variado entre personas. Existe una multiplicidad de definiciones que autores le han otorgado al constructo de duelo. Gamo, del Álamo, Hernangómez y García (2003) lo definen como una reacción emocional universal ante la pérdida de un ser querido el cual está influenciada por diversos condicionamientos intra-psíquicos y ambientales que afectan la salud mental. Tizón (2004) lo defi-ne como un conglomerado de procesos psicosociales que son subsiguien-tes a la muerte de un ser humano. Neimeyer (2004) explica el duelo des-de la perspectiva socio-construccionista como una reconstrucción del sig-nificado tras la pérdida que evoca cierta fragmentación y desorganiza-ción en la vida de la persona.

Por otra parte, William Worden (1997) lo explica como un proce-so en el cual la persona es impactada por diversas emociones provocadas por la pérdida de un objeto de valor emocional, en el cual se ve obligado a adaptarse y aceptar la realidad del evento. En la práctica clínica distin-guimos varios tipos de duelos:

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• Duelo Crónico: la duración del proceso de duelo es excesiva, y es difícil para el individuo realizar un cierre emocional ante la pérdida

• Duelo Retrasado: el individuo no logra procesar la pérdida en el momento en que ocurre, y se manifiesta posteriormente en se vida.

• Duelo Exagerado: el individuo experimenta una manifestación sin-tomatológica disfuncional y discapacitante. Se observa una reacción emocional desproporcionada a las normas culturales.

• Duelo Enmascarado: la persona no logra reconocer de manera cons-ciente la pérdida que experimenta. Suele presentarse con somatiza-ciones fisiológicas (malestar estomacal, dolor de cabeza, etc.).

¿Qué pudieran experimentar por igual todos aquellos que pasan por una pérdida? Sufrimiento. Para la mayoría de las personas las pérdi-das experimentadas implican mucho sufrimiento, un sufrimiento que es considerado “normal” teniendo en consideración la limitación del tiem-po y el desarrollo del proceso. Sin embargo, en algunos casos, pudieran surgir complicaciones dentro del proceso de duelo que pudieran dar lugar a un proceso de resolución inadecuado, y/o incluso trastornos psi-cológicos (Barreto & Soler, 2007).

Antes de continuar, es pertinente aclarar la diferencia entre pér-dida y duelo. El concepto de pérdida se entiende como “quedar privado de algo que se ha tenido (pérdida de amistades), fracasar en el mantenimiento de una cosa que valoramos (cuando nos roban), reducir alguna sustancia o proceso (pérdida de habilidades físicas), ó destruir o arruinar (pérdidas causadas por una guerra)” (Neimeyer, 2002). Es decir, la pérdida surge al experimentar una situación de separación de la figura o el objeto.

Tizón (2004) ha identificado varios tipos de pérdida, entre las cuales se encuentran:

Las pérdidas relacionales incluyen separaciones y divorcios, falleci-miento de un ser querido, abandonos, abusos, entre otros.

Las pérdidas intrapersonales abarcan aquellas pérdidas que tienen que ver con los individuos y su cuerpo. Por ejemplo, capacidades intelectuales y/o físicas.

Las pérdidas materiales surge cuando las persona pierden objetos o posesiones que le pertenecen.

Las pérdidas evolutivas están relacionadas a las fases del ciclo de vida que abarcan la infancia, la adolescencia, la juventud, la adultez y la vejez.

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Por otra parte, el concepto de duelo se refiere al proceso. Es de-cir, “el conjunto de procesos psicológicos y psicosociales que siguen a la pérdida de una persona con la que el sujeto en deudo estaba psicosocialmente vinculado” (Tizón, 2004). También el duelo se ha definido como: “el dolor emocional que se experimenta tras haber perdido algo o alguien significativo en nuestras vidas, utilizándose los términos “pena” o “aflicción” para describir su respuesta emocional más característica”. Por su parte, John Baker (2001) define el duelo como “la relación interna que la persona en duelo tiene con la imagen del objeto/persona perdida”. El duelo que surge por la pérdida es un indicador del vínculo que se ha mantenido con el objeto o persona fallecida. Por esta razón se pudiera afirmar que no hay duelo sin un vínculo significa-tivo.

Poch & Herrero (2003), han identificado algunos elementos ca-racterísticos del proceso del duelo. Éstas son:

Proceso: evoluciona a través del tiempo y del espacio.

Normal: todas las personas que atraviesan una pérdida experimen-tan el proceso de duelo.

Dinámico: cambios a lo largo del tiempo, como por ejemplo, en el estado de ánimo.

Depende del reconocimiento social: la experiencia del duelo aun-que sea una experiencia individual se manifestará en un entorno social.

Íntimo: la reacción de la persona ante la pérdida será de acuerdo a los recursos que posea. Es decir, cada persona reacciona de manera diferente lo que hace de este proceso uno individual.

Social: los rituales culturales que las personas realizan en comuni-dad ante la pérdida de un ser querido.

Activo: la persona es la protagonista de su proceso de pérdida y le compete solo a ésta otorgarle significado a la misma.

MODELOS TEÓRICOS SOBRE EL DUELO

Han sido varios los autores que han mostrado interés en anali-zar, comprender y definir la pérdida así como el proceso, manifestación y manejo del duelo. Sin embargo, no se ha considerado una definición universal de los conceptos de pérdida y duelo. Es fundamental señalar que para efectos de este capítulo se tratará el duelo asociado a la pérdida relacional, es decir, la pérdida de un ser querido. Debido a que el proceso de duelo es subjetivo e individual, cada persona lo experimenta y perci-be de manera distinta, como por ejemplo, en intensidad y duración del

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proceso, lo que pudiera implicar que no todas las personas pasan por las mismas etapas, ni en el mismo orden.

Modelo de Elisabeth Kübler-Ross

Kübler-Ross (1969) define el duelo como una emoción intensa de sufrimiento causada por la pérdida considerada una respuesta natural y normal ante la pérdida relacionada con ajuste y adaptación. Desarrolló cinco etapas por las que atraviesan las personas como parte del proceso de duelo en las cuales la persona puede experimentar sentimiento de culpa, pena, duda, confusión, frustración, impotencia, soledad, desampa-ro y vacío. Estas etapas son: negación, coraje, negociación, depresión y aceptación.

Durante la etapa de negación la persona no puede aceptar el he-cho de la pérdida. Este es considerado un mecanismo de defensa que el individuo utiliza de forma inconsciente para poder continuar con su vida y no sentir el dolor de la pérdida. Otra forma de manifestarse es median-te el shock. La persona tiende a negar o bloquear la realidad. A través de la etapa de coraje la persona suele sentir enojo con la persona que falle-ció, con Dios o con ellos mismos. Esto surge principalmente por el de-samparo, herida y frustración que se experimenta, llevando a las perso-nas a mostrarse agresivas y hostiles. Dado que se les dificulta manejar la emoción adecuadamente, se rebelan contra todo. Kübler-Ross añade que la persona que experimenta la pérdida puede presentar sentimientos de culpa y obstruir la expresión de coraje lo cual es considerado no saluda-ble. Por esta razón es importante que los sentimientos de culpa se pre-senten luego con la depresión.

De acuerdo a la autora, en la etapa de negociación la persona co-mienza un intercambio de sentimientos y de pensamientos relacionados a la muerte y a la vida. Por ejemplo, pudieran desear morir o intercam-biar sus vidas por la persona fallecida, pueden desear que el tiempo dé marcha hacia atrás, o que Dios le regrese a su ser querido. Por su parte, la etapa de depresión surge a raíz de la sintomatología que usualmente se presenta en un diagnóstico de depresión, como por ejemplo: llanto fre-cuente, desesperanza, pérdida del placer por las cosas que antes disfruta-ba, inhibición del deseo sexual, pérdida del apetito, aislamiento social, sentimientos de culpa y tristeza entre otra sintomatología significati-va. Sin embargo, la presencia de estos síntomas se debe más al duelo que a una depresión, aunque ambas pueden estar relacionadas.

Si la persona procesa de forma positiva y saludable estos sínto-mas, puede llegar a la última etapa, aceptación. La aceptación se refiere al momento en que la persona acepta la muerte de la persona fallecida, logrando un alivio emocional. En este período las personas restablecen

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sus vidas. Es una etapa de integración en la que la persona está lista para crear nuevos vínculos y relaciones afectivas. La autora pone en perspecti-va la presencia e integración de la espiritualidad en el proceso de duelo, debido a que puede ayudar a alcanzar la etapa de aceptación más rápi-damente. Estas etapas no tienen un orden lineal ni necesariamente apare-cen todas ellas. Usualmente la mayoría de estas etapas se dan con distin-ta intensidad, no tienen límite de duración, y cada una surgirá de acuer-do al tiempo que deba darse según cada individuo.

Modelo de J. William Worden

Worden (1997) ve al individuo como alguien activo en su proce-so de duelo y que deberá superar ciertas pruebas para llegar al final de este. En comparación a otros autores, Worden explica que en los proce-sos de duelo no se observan las etapas ni las fases porque no se sigue un modelo lineal (Nomen, 2009). Por lo que aclara que las personas pueden revivir sensaciones de tristeza y de ira varias veces durante el proceso de duelo. El modelo de Worden, es considerado uno constructivista. Desde la perspectiva constructivista, se trata de reconstruir un mundo de signi-ficados que ha sido destruido para la persona que experimenta la pérdi-da. Es “como si una parte de nuestro mundo donde tenemos un edificio dedicado a una persona u objeto se cayera por completo dejando únicamente unos escom-bros” (Nomen, 2009). La idea de los dolientes es la de volver a reconstruir el mundo tal y como era antes de la pérdida, cosa que no es viable puesto que el vacío que se produce no es sustituible, ni puede negarse u olvidar-se. El concepto de pérdida así como la forma en que ésta afecta al indivi-duo, dependerá del significado que le otorgue a la misma. Desde esta perspectiva, la persona deberá crear una nueva vida, otorgar un signifi-cado a lo sucedido y cómo actúa frente a ello, entiéndase a la pérdida. Una vez la persona logra comprender el para qué, en lugar del por qué de la pérdida, ofreciendo a sí mismo una explicación que le satisfaga, podrá iniciar un proceso creativo de reconstrucción.

En este proceso de reconstrucción, Worden expone que lo que más ayuda al doliente es el cumplimiento de tareas. Las cuatro tareas expuestas por Worden (1997) son:

Aceptar la realidad de la pérdida: afrontar plenamente la realidad de que la persona está muerta, que se ha marchado y no volverá. Comprender que el reencuentro con la persona fallecida no es posi-ble, al menos en esta vida.

Trabajar las emociones y el dolor de la pérdida: reconocer y traba-jar el dolor físico y emocional de lo contrario, se manifestará a tra-vés de síntomas u otras formas de conducta disfuncional.

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Adaptarse a un medio donde el difunto está ausente: dependerá de cómo era la relación con la persona fallecida y de los distintos ro-les que desempeñaba.

Recolocar emocionalmente al difunto y continuar viviendo: con-siste en que el individuo identifique en un lugar adecuado a la per-sona fallecida en su vida emocional, un lugar que le permita conti-nuar viviendo de manera activa en el mundo.

Modelo de Luto de Desliele-Lapierre

Según Deslie-Lapierre (1986), el duelo en su etapa final se divide en tres fases: la crítica, la crucial y la creadora o de integración. La etapa crítica se caracterizará por dos reacciones principales: el estupor o aletar-gamiento y el llanto intensivo. Esta etapa comienza con la muerte del ser querido; las personas deberán enfrentar conscientemente esta etapa de duelo por lo que el llanto es saludable y necesario. No permitir la expre-sión de los sentimientos podría acarrear problemas futuros ya que no se completa el proceso de la asimilación de la muerte del ser querido. La etapa crucial comienza cuando los amigos se alejan y los miembros de la familia empiezan a sentir el vacío. La ansiedad, la soledad, el disgusto y la culpa son sentimientos comunes en esta etapa. Estos sentimientos pue-den entrelazarse con frecuencia en un momento donde los sobrevivientes pueden sentir coraje contra el difunto por haberlos abandonado. El duelo concluye con la etapa creadora o de integración, aquí el individuo comi-enza a realizar nuevas actividades y sus miembros pueden hablar de lo sucedido sin que le provoque angustia.

Modelo de Robert Neimeyer

Neimeyer trae un nuevo enfoque que integra una nueva visión sistémica, cognitiva y constructivista-narrativa. A diferencia de otros mo-delos, Neimeyer es más flexible al momento de describir y clasificar los procesos que surgen por la pérdida. Identifica tres etapas que ocurren dentro del proceso de duelo: evitación, asimilación y acomodación. No obstante, aclara que las etapas pueden ser intercaladas y enfatiza que los dolientes no las experimentan de la misma manera; lo que hace de este proceso uno individual. Las etapas son descritas de la siguiente forma:

Evitación: fase de incredulidad o shock. La persona no acepta la pér-dida y evita cualquier idea o pensamiento que le haga enfrentar la realidad.

Asimilación: conocimiento intelectual y emocional de la pérdida. La persona entra en contacto con las emociones relacionadas a la persona fallecida.

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Acomodación: la persona que atraviesa la pérdida reorganiza su vida y reinstala dentro de sí mismo al ser querido fallecido. Ha co-menzado a aceptar y aprender a vivir con la pérdida.

Para este autor, los diferentes significados que se le pueden dar a la pérdida, se organizan alrededor de un conjunto de creencias, en su mayoría espirituales y/o religiosas. Estas creencias, influyen en la per-cepción que las personas tienen ante las experiencias positivas o negati-vas de la vida, entre éstas la pérdida de un ser querido.

En síntesis, resulta difícil definir cuando el duelo ha finalizado. Sin embargo, el momento clave es aquel donde podemos ser capaces de mirar hacia atrás y recordar con afecto sereno al fallecido, así como su historia. Dentro de la perspectiva psicológica, la orientación que ha pre-valecido ha sido la que entiende el duelo como un proceso de transición, cambio y adaptación.

EL PROCESO DE DUELO Y LA CULTURA

El duelo es considerado un proceso complejo de cambios que im-pacta componentes físicos, psicológicos y sociales. La psicología social transcultural es aquella que se ocupa de la relación entre la cultura y los procesos psicosociales, los valores, la relación entre las culturas, las vi-vencias, la expresión emocional y el afrontamiento de hechos traumáti-cos, entre otros temas de estudio teórico-metodológicos (Paez & Vergara, 2000). Esta rama de la psicología facilita la comprensión de la interacción de los individuos que pasan por momentos de sufrimiento como por ejemplo la muerte de seres queridos. Se han tomado en consideración distintas culturas para investigar las diferencias que existen en las creen-cias y prácticas religiosas y espirituales sobre la muerte, los procesos y manifestación del duelo y el beneficio de contar con el apoyo de grupos sociales. La mayoría de las investigaciones demuestran que las creencias religiosas y espirituales, así como las conductas relacionadas, parecen fa-cilitar el ajuste positivo a la pérdida de un ser querido.

Perspectivas del Duelo en el Contexto Socio-Cultural Puertorriqueño

Culturalmente existen diversidad de escritos literarios que hacen referencias a la visión tradicional y conservadora de la muerte en Puerto Rico. Ciertamente el componente socio-cultural moldea la visión de las prácticas y expresiones del proceso de duelo (Brea, 2002). Entre algunas de las obras literarias y artísticas populares que abiertamente abordan el tema de la muerte y los procesos de duelos son: El Velorio de Francisco Oller, el cual exhibe una celebración de un baquiné, ritual realizado al morir un niño. En la obra se plasma la creencia cultural de que el alma del niño se integrará a un ser supremo con pureza. Por otra parte, en

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cuanto a obras literarias se puede apreciar: La Charca de Manuel Zeno Gandía (1930), la obra La Carreta de René Márquez (1952), Poema de Mi Muerte de Julia de Burgos (1975), Funeraria de Virgilio Dávila (1963) en-tre otras. En la literatura poética, Rosa (2005) desarrolló una poesía plas-mando la perspectiva sociocultural del proceso de duelo. Interesante-mente, realiza una personificación de la muerte (un anciano) el cual forja la percepción cultural de la muerte en la etapa de desarrollo en la vejez. En la misma el autor recoge diversos aspectos folklóricos y religiosos acerca de la muerte con su poesía Duelo a la Transparencia el cual se citará a continuación:

Mi viaje ha sido la temerosa madurez de la hierba; una edad sin rostro, y el amarillo de una muerte silenciosa. Una sangre en oro, desfilando lentamente hasta tocar el aire

y llega el despliome, espesa sordera entre los nombres del cántico. Con este viaje he hablado a los que me amaron;

los pies de un resplandor que hice mío, y de mi llanto. En el día resquebrajado junto a sus mies vacía

de todo me fui llamando, de todo hice un fuego personal y entre tanta luz, me derrotaran unos senos.

Me derrota un sueño muy pequeño en los labios. Me van creando el cuerpo otras sombras entre luces muy amadas.

Las ventanas han quedado abiertas; rendidas dimensiones hacia el volar, hacia la unción

de una semilla, una palabra, una historia entre la magia y la ruina y la escarlata cama de un loco, dulce pira de astros e imágenes

desbocada creación de un anillo de agua, hecho para cantar. Ladrón he sido entre los viajes de muchos;

les digo que van a morir entre un pecho centenario y ellos, me dan su próxima amargura, su próxima queja. La mirada que guardaron para la cosecha de una pascua

y ponen mi soledad, sobre mi boca, me besan y se pierden. No quiero regresar, ya se lo he dicho a mis palabras; no quiero ese sudor nuevo de las uvas más errantes. He dicho que no, tantas veces como decir: Te amo.

Pero las muchedumbres me atrapan, me rasgan el sueño y se lo llevan

todo me lleva desde su nombre, desde su clima, desde su tormenta y hasta aquellos nombres con sexo del sol

como la invitación del trueno mis heridas tocan amo al desconocido, lo amo como se ama una sombra;

de su oleaje, las alas conozco como espinas al resplandor. Lo amo, porque yo como un desconocido

de nadie soy, como las tibias grandezas del aire.

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Por eso, en todos mis poemas un viaje morirá; con vestido, desnudo, de bruces, con limpio maquillaje

con un rosario, o un circulo de fuego con nombre femenino, o con labios de cicuta

los sueños, los sueños, mueren entre mi mirada. Los sueños en la espalda hablan de desbocarse y finalmente lo hacen, y finalmente el poeta

conoce desde el dormir su viaje en la soledad. (Rosa, 2005, pág. 11-12)

Rituales Fúnebres y Expresiones simbólicas Culturales

Cada sociedad ha desarrollado sus prácticas funerarias según lo establecido por las creencias religiosas y filosóficas. Estos rituales permi-ten una manifestación simbólica de pensamientos y emociones hacia el fenecido (Brea, 2002). El luto es el proceso en el cual un individuo entra en un proceso de pérdida, dejándose influir por determinantes cultura-les, reglas, costumbre y rituales (Clemens, Manno, Henry, Wilks & Fos-ter, 2003). Reeves (2011) señala que esos rituales se pueden incorporar en el proceso clínico, lo cual brinda múltiples beneficios. Entre estos la auto-ra identifica: 1) provee al individuo un espacio en el cual se discute y va-lida la muerte; 2) permite la expresión de diversos tipos de manifestación de duelo; 3) fomenta estructura y estabilidad en un momento de vida donde permea el caos; 4) aumenta el autoestima; 5) clarifica controver-sias/dudas; y 6) promueve integración biopsicosocial-espiritual.

Por otra parte, Clements et al. (2003) señala que el procesamiento formal de luto y duelo en poblaciones latinas comienza con los servicios fúnebres. Típicamente inician con servicios de ataúd abierto, exhibiendo al cadáver. Otro elemento que menciona es la parte de las oraciones, co-múnmente por rosarios, ya que en su mayoría, los latinos son cristianos católicos. Se establecen por lo regular dos días de velatorio, en el cual se incorporan grupos de familia y amistades a rendirle homenaje y plegarias a Dios para que su alma trascienda a un plano espiritual. La fase final de este tipo de ritual cultural es el entierro del cadáver en un cementerio, el cual es complementado con la guía de un sacerdote, pastor o líder espiritual. Durante este proceso de luto, los familiares in-mediatos usualmente no escuchan la radio, ni observan televisión, ni atienden a actividades sociales.

ESPIRITUALIDAD Y DUELO

Desde finales del siglo XIX hasta nuestros días, se ha eviden-ciado un boom en la búsqueda de la espiritualidad, entendiéndose esta como una experiencia esencialmente personal y subjetiva, que incluye

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tanto elementos de la religión, como de lo mágico y lo secular o no sagra-do, para lograr la armonización con uno mismo, con los demás, con la naturaleza y el cosmos, desde posiciones amplias y abiertas que respetan la autonomía individual y permiten un vasto sincretismo filosófico y teo-lógico (Lenoir, 2005). El termino espiritualidad se equipara frecuente-mente con el de religiosidad, definido como el conjunto de prácticas y creencias institucionales asociadas a religiones específicas (Richards & Bergin, 2005). Sin embargo, según los planteamientos existencialistas de Viktor Frankl y de autores posteriores, la espiritualidad permite y moti-va la búsqueda personal de sentido, propósito, significado, conexión, paz, esperanza y bienestar óptimo del individuo.

Al momento de las personas enfrentar los procesos de duelo sur-gen ciertas necesidades espirituales, tanto religiosas como no religiosas. Las necesidades espirituales religiosas están fundamentadas en la rela-ción con lo sagrado, entiéndase Dios u otros seres de carácter divino, que facilitan la creencia de una vida después de la muerte. Para algunas per-sonas, la religión es el principal factor de apoyo en los procesos difíciles del diario vivir el cual les permite seguir adelante a pesar de las adversi-dades (Koenig & Pritchett, 1998). Las necesidades espirituales no religio-sas son aquellas que integran la búsqueda de sentido, significado y tras-cendencia en la experiencia de pérdida y dan dirección al proceso de duelo. En este sentido, la espiritualidad se convierte en una herramienta de afrontamiento que genera sentimientos de esperanza, renovación interior y significado. Es necesario señalar, una vez más, que la dimen-sión espiritual y la dimensión religiosa, íntimamente relacionadas e incluyentes, no necesariamente coinciden entre sí. En el siguiente caso de una persona en duelo, se puede identificar claramente una necesidad espiritual sin que llegue a convertirse en una necesidad religiosa:

“Cuando el doctor me dijo que mi esposa había muerto, mi mundo se hizo pedazos, no tenía fuerzas ni para levantar la mirada. En la medida que pasaban los días, sentía el dolor y la angustia mucho más fuertes. En ocasiones me soltaba y de la nada regresaba. Aprendí a vivir con la realidad de que ella no estaba. Sin embargo, algunos días me levantaba con mucho coraje porque la vida no es justa; otros días me cuestiono: ¿por qué a mí? ¿por qué ahora? ¿por qué la vida me la quito? Sin embargo sé que estas preguntas me hacen daño”.

Todas las preguntas y cuestionamientos que hace el esposo de unestro caso hipotético se encuentran en el centro mismo de la dimen-sión espiritual de los seres humanos que buscan genuinamente encon-trarle sentido y significado a las experiencias negativas y dolorosas de la

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vida. Este es un ejemplo de una necesidad espiritual de carácter no reli-giosa.

La espiritualidad es una de las destrezas de afrontamiento más utilizadas por las personas para trabajar el duelo y superar las secuelas negativas de la perdida. La literatura científica ha correlacionado positi-vamente la espiritualidad con la resiliencia. Se entiende por resiliencia la habilidad para surgir de la adversidad, adaptarse, recuperarse y acceder a una vida significativa, productiva y funcional (International Catholic Child Bureau, 1994). Las creencias y prácticas espirituales, tanto religio-sas como no religiosas, favorecen la resiliencia al ofrecer un sentido tras-cendental más allá de la pérdida misma. La mayoría de las personas en-cuentran fortaleza, amparo y guía ante la adversidad gracias a las conexi-ones que tienen con sus costumbres culturales y religiosas (Walsh, 2008).

Los profesionales de ayuda deben reconocer que la muerte es más que un evento biopsicosocial que puede acarrear consecuencias psi-cológicas adversas. El duelo conlleva un proceso de búsqueda espiritual en cuanto que, el sujeto que experimenta la perdida le otorga significado y sentido a la misma. Para este fin, el individuo debe concentrarse en identificar, desarrollar y/o fortalecer los recursos espirituales que posee para afrontar el proceso de duelo con fe y esperanza (Corr, 1992; Walsh, 2008). A su vez, este trabajo espiritual implica un proceso de reflexión e introspección que dirige a la persona a: 1) reexaminar sus creencias per-sonales, 2) reconciliar sus opciones de vida, 3) explorar su contribución a la sociedad, 4) examinar sus relaciones con los familiares y seres queri-dos, 5) explorar sus creencias sobre la vida después de la muerte, y 6) descubrir un sentido trascendental a la experiencia.

Significado y Búsqueda de Sentido

La literatura científica sugiere que las experiencias espirituales son importantes oportunidades de aprendizaje, crecimiento y significa-do. El término significado se refiere a la sensibilidad espiritual de otorgar sentido, propósito y dirección a la vida; es la capacidad que tiene un in-dividuo de otorgarle valor a su propia existencia. ¿Pero en qué realidad concreta y determinada debe fundarse la actividad humana, para encon-trar un auténtico sentido en su vida? Muchos teóricos de la conducta hu-mana y grandes maestros espirituales, incluyendo Viktor Frankl, han co-nectado la búsqueda de sentido y significado con las contribuciones que las personas hacen al mundo y con el tener relaciones interpersonales armoniosas y cercanas. Por ejemplo, Frankl plantea en varias ocasiones que el ser humano puede encontrar sentido a la vida a través de tres ca-minos principales: 1) en lo que hace o crea (sus contribuciones a la socie-dad por medio de su trabajo), 2) en amar o vivir para alguien, y 3) en situaciones desesperadas (como la muerte, el duelo y la enfermedad).

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Esto quiere decir que existe todo un campo de diversas oportuni-dades para darle sentido a la propia existencia. No obstante, se debe re-conocer que todos estos caminos son temporales y en ciertas ocasiones efímeros. Demos un ejemplo hipotético, “lo más importante en la vida de Carmen y aquello que llena sus días de significado y valor es el amor que siente por su esposo José. Este muere repentinamente en un accidente de tránsito y de golpe aquello que daba significado a la vida de María no está”. Ante situacio-nes desesperadas como esta, al igual que María ante la muerte de su es-poso José, el ser humano puede cuestionarse la posibilidad de que exista un significado que esté más allá del valor que nos pueden dar estos sen-tidos de carácter temporal; un auténtico y verdadero sentido que respon-da a las exigencias más profundas del ser humano. Indudablemente es el sentido que se inspira en la dimensión trascendente de la persona, que no es otro, que el sentido que se funda en lo sagrado, lo divino y lo espiritual. Por esta razón es que Frankl afirmaba fehacientemente que preguntarse por el sentido de la vida supone ser espiritual.

En cuanto al duelo, esta búsqueda de significado se concentra en la preocupación intensa de entender, no tanto el por qué, sino el para que de la pérdida experimentada. Autores como Walsh (1999), definen “spiri-tual distress” como la incapacidad de darle sentido, significado y propó-sito a las experiencias traumáticas y/o dolorosas de la vida, como es la pérdida de un ser querido. Estos autores conceptualizan la experiencia traumática y dolorosa como un asunto espiritual. Mahoney & Graci (1999) indican que las personas espirituales tienden a afrontar los mo-mentos difíciles con más esperanza y otorgan significado y sentido a su vida con mayor facilidad.

La búsqueda religiosa de sentido y significado

La muerte siempre confronta con el misterio de la condición hu-mana, y no son pocas las personas que recurren a la religión como medio de búsqueda de un sentido de trascendencia. Por esta razón es que una de las funciones de la religión organizada es ofrecer respuestas coheren-tes a las preguntas existenciales de sus miembros. Estas preguntas suelen manifestarse en momentos de crisis, soledad, enfermedad crónica, pérdi-da y/o muerte de un ser querido. ¿Por qué se murió? ¿Por qué pasó? ¿Dónde está?, son algunas de las preguntas que suelen evocar las situa-ciones desesperadas. Las distintas religiones, en función de ofrecer res-puestas a estas preguntas, han generado todo un conjunto de creencias, prácticas y redes de apoyo social que facilitan a sus miembros poder afrontar los momentos difíciles desde una perspectiva religiosa/espiri-tual. Se ha evidenciado que estas creencias y prácticas pueden ayudar a quienes afrontan la pérdida de un ser querido, permitiéndole salir del

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aislamiento y la soledad que conlleva los procesos de duelo (Stroebe & Schut, 1999).

A continuación se presenta como algunas corrientes religiosas interpretan la búsqueda de sentido y el duelo en su conglomerado de creencias y prácticas:

Judaísmo. La religión judía considera que el tiempo, los rituales, el consuelo y el acompañamiento en los procesos de duelo favorecen la aceptación de la pérdida y el aprender a vivir con las emociones que surgen de la misma. El judaísmo entiende el proceso de duelo, no solo como una reacción a la muerte, sino como una oportunidad de canalizar la pérdida y dirigir un proceso de crecimiento. Para esto, son necesarios los rituales judíos dado que, simbólicamente sirven como ritos de transición (Gerson, 1994, citado en Yoffe, 2012).

Catolicismo. Dentro de la religión católica, el sufrimiento que gene-ra el enfrentarnos a situaciones dolorosas, es entendido desde la vida y muerte de Jesús de Nazaret. Las fuentes principales que los católicos utilizan para comprender y encontrar las respuestas al su-frimiento de la humanidad son las Sagradas Escrituras y la Tradi-ción de la Iglesia. Desde la perspectiva católica, el sufrimiento es una oportunidad para unirse a Cristo y cooperar en la redención del mundo. En este sentido, de nada vale el sufrimiento por sí mismo, sino la entrega amorosa que hacen de él a Dios. Es por eso que los católicos ven el sufrimiento como una gran oportunidad de crecimi-ento espiritual y encuentro con Dios.

Protestantismo cristiano. El enfoque de la pastoral protestante es dirigir espiritualmente a las personas en duelo para que logren re-construir su vida lo antes posible. A diferencia de los cristianos ca-tólicos, que entienden que el sufrimiento debe ser aceptado y vivido como una oportunidad de encuentro con Dios, los protestantes bus-can la superación inmediata del mismo; siendo este un proceso cen-trado en la motivación. Para los cristianos protestantes en duelo, es sumamente importante poder sentir la confianza de que podrán su-perar la pérdida y continuar su vida con nuevo proyectos.

Budismo. Las distintas corrientes budistas conceptualizan la muerte como un proceso fisiológico, psicológico, mental y espiritual. Enti-enden la muerte como un proceso de transformación y no como un evento terminal. La meditación budista facilita el surgimiento de la compasión como alivio para el sufrimiento humano. Entrenarse en la meditación permite aprender que todos los seres son iguales y sufren de la misma manera; lo cual puede llevar a respetar a quie-

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nes sufren, buscando ayudarlos a disminuir su dolor y alcanzar su felicidad (Yoffe, 2012).

Impacto de Espiritualidad en el Proceso de Duelo: Aplicabilidad en Puerto Rico

La espiritualidad sin duda alguna es un elemento trascendental en el duelo. Ciertamente ayuda a procesar la pérdida de manera favora-ble para el individuo que emocionalmente se encuentra afectado (Parga-ment, 1997). La espiritualidad se ha visualizado de manera individualista y personal. El concepto de la espiritualidad no entrelaza los elementos dogmáticos religiosos. La investigación en esta área es fundamental para comprender al ser humano en todas sus dimensiones, partiendo de la premisa del cuadrante humano; el modelo bio-psico-social-espiritual (Winiarski, 1997).

En Puerto Rico, se han realizado pocas investigaciones dirigidas a auscultar este fenómeno trascendental para el proceso de duelo. San-tiago (2011) realizó una investigación de metodología mixta, lo cual tenía como propósito explorar los elementos de espiritualidad en los puerto-rriqueños y analizar su pertenencia en la psicología. Encontró que todas las personas que participaron coincidieron en que el factor de la espiri-tualidad es importante en la psicología, en particular el área social.

Por otra parte, en Puerto Rico se han creado estrategias de inter-venciones clínicas las cuales incorporan elementos de espiritualidad y religiosidad en el proceso terapéutico. Colón (2008) realizó una investi-gación para conocer la integración de estos elementos espirituales en el proceso psicoterapéutico. Utilizó cuestionarios de auto reporte a) Inven-tario Espiritualidad en la Clínica y, b) Índice de Trascendencia Espiritual con una muestra de 163 psicólogos de Puerto Rico, los cuales en su ma-yoría tenían una práctica espiritual. Encontró que el 74 % de los clientes solicitaron de una forma u otra hablar acerca de la espiritualidad durante el proceso terapéutico. El 75% de los psicólogos reportaron observar un impacto clínico debido al factor de la espiritualidad.

Parte de la manifestación cultural de los proceso de duelo recoge ciertas prácticas y rituales culturales. Un estudio realizado haciendo un análisis comparativo entre población puertorriqueña y norteamericanos reveló que el asistir a un funeral simboliza una expresión social de pena ante la muerte de un ser querido (Grabowski & Frantz, 1993). Esta sim-bolización es una manifestación relevante del procesamiento emocional ante la pérdida de un ser querido.

Escalera, Falcón, Pastrana & Rivera (2005) realizaron un estudio exploratorio, de diseño cualitativo de género testimonial. En la misma exploraron las dinámicas de apoyo social-familiar y aspectos espirituales

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en 16 padres y madres que sufrieron la muerte de su hijo/a menor de 21 años por la enfermedad del cáncer. Estudiaron el nivel de conocimiento que tenía la muestra acerca del tema de duelo y sus experiencias subjeti-vas con las intervenciones clínicas realizadas por trabajadores sociales en Puerto Rico. La muestra fue obtenida a través de la técnica bola de nieve (snow bowling) referidos por participantes, comunidades religiosas y grupos de apoyo. Dentro de los hallazgos encontraron que la unión fa-miliar y el apoyo de pareja ayuda a manejar de manera favorable el pro-ceso de duelo. Además, los padres y madres consideraron que el factor de apoyo espiritual fue la base esencial para afrontar su pérdida. Encon-traron que la comunidad de fe y líderes religiosos les brindaron ayuda espiritual y económica, sin necesariamente pertenecer a la misma ideolo-gía religiosa. Por otra parte, en cuanto a la percepción hacia la muerte y conocimiento de los procesos de duelo, la mayoría de los padres y ma-dres evadieron el tema. Encontraron que no querían pensar ni contem-plar la idea de muerte debido a costumbres socio-culturales. Los padres y madres también indicaron no tener información en cuanto a los pro-ceso de duelo esperados.

Por otra parte, Muñoz (2005) desarrolló una guía para que profe-sionales ayuden a personas que afrontan la pérdida emocional por la muerte de un ser querido. La misma tuvo como propósito contextuali-zarlo con elementos teocéntricos fundamentados desde el aspecto judeo-cristiano. Kelly & Chang (2012) realizaron una investigación estudiando los tipos de apego hacia una figura Divina, y capacidades de afrontami-ento religiosos. La muestra fue de 93 participantes, quienes experimenta-ron la muerte de un allegado significativo. Encontraron que aquellos participantes que presentan un estilo de apego más seguro con Dios, exhibían menos sintomatología de depresión y ansiedad.

CONCLUSIÓN

La muerte es un suceso que no podemos evitar, así como el sufri-miento ante las pérdidas de seres queridos y/o personas significativas en el curso de la vida. De modo que, como profesionales de ayuda no esta-mos excentos de recibir personas que se encuentren pasando por una pérdida o simplemente hayan experimentado una pérdida significativa en un momento de sus vidas y esta surja dentro del proceso terapéutico al trabajar con ellas. Investigaciones empíricas han demostrado que la muerte de un individuo puede desencadenar cambios constructivos en la vida de una persona (Armstrong y Shakespeare-Finch, 2011; Cadell, Regehr & Hemsworth, 2003; Engelkemeyer & Marwit, 2008; Shakes-peare-Finch & Armstrong, 2010, citados en Currier, Mallot, Martínez, Sandy y Neimeyer (2013). No obstante, otros estudios recientes han encontrado que un tercio de las consultas en atención primaria tiene

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orígenes psicológicos y de ellas una cuarta parte se identifica como el resultado de algún tipo de pérdida (Bayés, 2001).

Si trabajar el duelo es delicado, imagine cuánto más pudiera serlo si se integra la dimensión espiritual dentro del proceso. Es por esto que se considera imprescindible la instrucción sobre el tema que aquí exponemos, así como ser sensibles y considerar la diversidad cultural ante las creencias religiosas y/o espirituales al momento de trabajar ma-nejo de la pérdida y procesos de duelo. Una investigación realizada por Mascorro (2014) sobre el conocimiento y la actitud de duelo en profesio-nales de salud mental en Puerto Rico, concluyó que los profesionales que utilizan la espiritualidad con pacientes que atraviesan procesos de duelo presentan mejor conocimiento hacia el duelo, mejor capacidad de auto-evaluación, presentan mayor actitud hacia el duelo y mayor impacto emocional en comparación a los profesionales que no utilizan la espiri-tualidad como estrategia terapéutica.

Afrontar una pérdida de manera adecuada permitirá manejar la misma de una manera más sana. Ofrecer un nuevo sentido y significado a la vida y a la muerte permite que se promuevan cambios en la identi-dad de la persona que atraviesa la pérdida favoreciendo así el fortaleci-miento y crecimiento personal.

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