FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES
GRADO EN SOCIOLOGÍA
Trabajo de Fin de Grado
Aportaciones de Mario Bunge a la Sociología de la Ciencia.
Breve esbozo del programa de la sociología científica
Germán Hevia Martínez
Tutora: Irene Martínez Sahuquillo
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CONTENIDO
INTRODUCCIÓN .................................................................................................................................. 3
LA SOCIOLOGÍA DE LA CIENCIA: ORÍGENES, EVOLUCIÓN Y PRESENTE .................................................. 4
LA SOCIOLOGÍA DEL CONOCIMIENTO ................................................................................................................ 4
LOS PRECURSORES: MARX Y ENGELS ................................................................................................................. 5
MAX SCHELER Y KARL MANNHEIM ................................................................................................................... 6
LA ESCUELA DE FRÁNCFORT ............................................................................................................................ 8
NACIMIENTO E INSTITUCIONALIZACIÓN DE LA SOCIOLOGÍA DE LA CIENCIA: ROBERT K. MERTON ................................... 8
EL «GIRO CONSTRUCTIVISTA»: LAS SOCIOLOGÍAS DEL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO ..................................................... 9
EL CRITERIO DE DEMARCACIÓN DE REICHENBACH Y EL «IMPERIALISMO DISCIPLINAR» ............................................... 12
APORTACIONES DE BUNGE A LA SOCIOLOGÍA DE LA CIENCIA ............................................................. 15
EL LUGAR DE LAS CIENCIAS SOCIALES EN LA CIENCIA .......................................................................................... 15
CORROBORACIÓN Y EVALUACIÓN DE LAS TEORÍAS SOCIALES ................................................................................. 18
EL REALISMO FILOSÓFICO INTEGRAL ................................................................................................................ 21
CIENCIA SOCIAL, TECNOLOGÍA SOCIAL, Y VALORES .............................................................................................. 22
IMPLICACIONES DE LAS TESIS DE BUNGE: EL PROGRAMA DE LA SOCIOLOGÍA CIENTÍFICA ............................................. 25
CONCLUSIONES ................................................................................................................................. 27
BIBLIOGRAFÍA ................................................................................................................................... 28
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INTRODUCCIÓN
Robert K. Merton ya advertía hace casi medio siglo del nefasto estado de la Sociología
de la Ciencia: no sólo en lo referente al poco interés que había suscitado entre los
sociólogos, sino también a sus escasos y parciales estudios (los cuales provenían,
generalmente, de estudiosos que no pertenecían a la comunidad de científicos sociales)
Lamentablemente, el estado de esta disciplina no es mucho mejor en la actualidad. Los
nuevos sociólogos de la ciencia parecen haber encontrado una cómoda perspectiva en la
cual el análisis riguroso ha dado paso a la mera especulación filosófica (en el mejor de
los casos) y al gusto por el ensayismo y la literatura (en el peor de ellos). Me atrevo a
decir que nos encontramos ante una disciplina que languidece a manos de sus supuestos
defensores.
Muchos sostendrán que el «giro» de la nueva Sociología de la Ciencia no es más que
una demostración del «estatuto» de la Sociología como ciencia «multiparadigmática»,
en la que Merton pertenecería a un «paradigma» derivado de la visión positivista de la
Ciencia Social que desprecia el estudio del sujeto creador de la ciencia y subestima la
influencia de este en la validez de los productos científicos. Intentaré refutar en el
presente texto dicha apreciación a partir de las reflexiones del filósofo de la ciencia
Mario Bunge, cuya obra específica sobre la Sociología de la Ciencia y sobre la Filosofía
de las Ciencias Sociales no solo pone en tela de juicio muchas de las principales
asunciones de las nuevas corrientes posmertonianas, sino que también implica una
fuerte crítica al conjunto de la teoría sociológica. De ahí, que a partir de sus reflexiones,
haya esbozado al final del presente texto un breve programa de la sociología científica
basada en su particular concepción del realismo y del quehacer científico.
No obstante, antes de comenzar esta disertación, quisiera realizar una advertencia al
lector. Esta empresa intelectual que presento aquí supone no ya una tarea propia de una
tesis doctoral, sino una tarea a la que dedicar toda una vida de investigación; excede con
creces la extensión del presente texto. De ahí que el lector pueda, con buen criterio,
considerar que algunos de los temas aquí recogidos hayan sido tratados
superficialmente, o que no se ha indagado lo suficiente en el análisis de los autores aquí
referenciados. Pido disculpas de antemano. Pero por algo se ha de empezar.
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LA SOCIOLOGÍA DE LA CIENCIA: ORÍGENES, EVOLUCIÓN Y PRESENTE
La Sociología del Conocimiento
Al igual que ocurre con otras subdisciplinas de la Sociología, no resulta nada fácil
establecer los orígenes primigenios de la Sociología de la Ciencia. No obstante, parece
haber cierto consenso en torno a la consideración de que ésta subdisciplina surgió de la
denominada Sociología del Conocimiento (Lamo de Espinosa, González García, y
Torres Alberto 1994:445; Storer 1985:15)
La Sociología del Conocimiento sería aquella rama de la Sociología que «se ocupa
principalmente de las relaciones entre el conocimiento y otros factores existenciales de
la sociedad o la cultura» (Merton 1985a:46) Definición equivalente a la de Storer, para
quien esta sería la rama de la Sociología que buscaría «discernir la medida en que el
conocimiento de los hombres se halla moldeado por sus intereses y sus experiencias»
(1985:15-16). Y muy similar también a la establecida por Ferrater Mora –la cual tomaré
como base–, según la cual la Sociología del Conocimiento sería aquella subdisciplina
que tendría por objeto el generar «teorías destinadas a explicar la relación entre
estructuras y condiciones sociales y estructuras cognoscitivas», y de forma más general,
«la relación entre estructuras y condiciones sociales y estructuras culturales de toda
clase» (2009a:663)
La peculiaridad de este campo es el «ser molienda para su propio molino» (Storer
1985:14) Esto es, se busca generar conocimientos sobre el propio conocimiento y su
relación con la sociedad. Se podrá argumentar que esta es una problemática común a
cualquier subdisciplina de la Sociología. Sin embargo, tal y como recuerda Merton,
cualquier tipo de análisis relativo a esta cuestión presupone no solo una teoría, si no una
concepción completa y total del método sociológico (1985a:71) Es decir, la Sociología
del Conocimiento, pese a su estatus de subdisciplina, se sitúa, por su objeto, en lo que
podríamos denominar el «núcleo» de la propia Ciencia Social. Haciendo uso de una
metáfora arquitectónica, en el rascacielos de la Sociología la Sociología del
Conocimiento no ocuparía una o varias de sus plantas (como harían otras subdisciplinas
sociológicas), sino que constituiría los cimientos mismos de su estructura.
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Los orígenes de la Sociología del Conocimiento, propiamente dicha, han de ser
buscados en las obras de Max Scheler y Karl Mannheim. Pero antes de discutir las
aportaciones de estos autores –y la importancia de las mismas de cara a la futura génesis
de la Sociología de la Ciencia– creo es preciso hacer una mención especial a dos autores
que, si bien no trabajaron específicamente el campo de la Sociología del Conocimiento,
sentaron las bases para el análisis de la relación entre la sociedad y el conocimiento.
Los precursores: Marx y Engels
Tanto Robert K. Merton como Mario Bunge (Bunge 1999, 2015a; Merton 1985a)
coindicen en señalar al pensador alemán Karl Marx como uno de los principales
precursores, sino de la Sociología de la Ciencia, al menos de la Sociología del
Conocimiento
Así, Bunge defiende la audacia, en su contexto histórico, de las intuiciones reseñadas
por Karl Marx y Friedrich Engels, en lo referente a su consideración de la influencia de
la estructura social o el sistema de clases en la ideología y el conocimiento y, en
particular, a la influencia de la estructura social en la labor llevaba a cabo por los
científicos (2015a:21).
Algo que sin duda se encontraría relacionado con las discusiones y debates que estos
autores mantuvieron con los principales pensadores del ámbito de la economía y la
política en su tiempo, y la sospecha de que sus teorías podrían responder más a intereses
particulares que a un análisis de la realidad social existente. Aunque se ha señalado en
diversas ocasiones los defectos de la teoría marxista como teoría explicativa de la
realidad social (Bunge 1999, 2007, 2015a; Merton 1985a) cabe resaltar que, pese a las
dificultades de su época, pudieron generar estudios sociales descriptivos en base o bien
a datos recopilados por ambos autores (Bunge 2015a:35-38), o bien a las reseñas
realizadas por Engels en su observación de las condiciones materiales de la clase obrera
británica (Bermudo Ávila 1979)
No obstante, la ambigüedad de muchos de los conceptos e hipótesis usados por estos
autores ha dado lugar a multitud de interpretaciones (y malinterpretaciones) de su obra –
algunas de las cuales servirán de fundamento para criticar a la ciencia–.
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En síntesis, la mayor aportación de estos autores a la temática aquí tratada es la
intuición del condicionamiento social del conocimiento, idea que será desarrollada
décadas más tarde por los sociólogos alemanes Max Scheler y Karl Mannheim.
Max Scheler y Karl Mannheim
La Sociología del Conocimiento surgió, tal y como señala Pintor Ramos, a partir de un
entramado de tendencias que se desarrollaron en el pensamiento sociológico alemán
(1971:30), siendo las encabezadas por Max Scheler y Karl Mannheim las primeras en
dar sus frutos. De ahí que a ambos se les considere cofundadores de esta disciplina
(Gómez Muñoz 1993:46)
La preocupación principal de Scheler fue el análisis de la problemática que plantea la
naturaleza social de todo saber. De esta forma, se preguntó hasta qué punto los saberes
se encuentran condicionados sociológicamente, y hasta qué punto estos se encuentran
condicionados por la estructura social (Lamo de Espinosa et al. 1994:298; Pintor Ramos
1971:33)
De inspiración fenomenológica, desarrolló la doctrina ontológica de las «esferas del
ser», sobre la cual basó su particular concepción de la sociología. Así, considera que el
objeto de la sociología deberá ser el estudio de las relaciones entre los hombres a través
de la construcción de «modelos» y «tipos» –siguiendo la idea de Max Weber de tipos
ideales–, y realiza una distinción ontológica entre la sociología de la cultura (esfera del
espíritu) y sociología real (esfera de la naturaleza) (Pintor Ramos 1971:34-39)
Desde esta concepción Scheler plantea su teoría de los saberes, en la cual rechaza tanto
el planteamiento positivista de Comte como el planteamiento marxista (Lamo de
Espinosa et al. 1994:94-95) Así, Scheler realiza una distinción de tres tipos esenciales
de saber –científico, filosófico y metafísico–, los cuales irían adquiriendo diversas
configuraciones en las distintas épocas históricas y serían irreducibles entre sí (Lamo de
Espinosa et al. 1994:299; Pintor Ramos 1971:43-44)
Siguiendo su dualismo ontológico, estos «factores ideales» estarían condicionados por
los «factores reales» –a saber, sangre, poder y economía (Pintor Ramos 1971:49)–. De
esta forma, y partiendo de una concepción idealista, estos últimos factores
determinarían la selección de aquellas ideas que pasarían a tener una «existencia real»
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De ahí que Scheler considere que el contenido de las ideas no esté determinado por la
sociedad, sino sólo su selección (Lamo de Espinosa et al. 1994:306)
En este marco de pensamiento, cobra relevancia la que es considera por muchos la gran
aportación de Scheler a la Sociología del Conocimiento: la «imagen del mundo
relativamente natural». Concepto que hace referencia –ante la imposibilidad de aceptar
una única imagen del mundo válida para todas las épocas– a todo conocimiento que en
una colectividad concreta e históricamente situada es considerado como «dado» y
«establecido» sin ningún género de dudas, no siendo pues susceptible de demostración
(Lamo de Espinosa et al. 1994:303; Pintor Ramos 1971:41)
Por su parte, Mannheim partió en sus análisis de un dualismo similar al de Scheler,
estableciendo una diferenciación entre el conocimiento natural y el cultural: sus objetos
serían distintos, tratando el primero de hechos y el segundo de significados (Gómez
Muñoz 1993:47) De ahí que en su concepción de «pensamiento existencialmente
determinado» incluya a las Ciencias Sociales, pero no a las naturales, al considerar que
en las primeras los científicos parten de valoraciones propias del grupo social al cual
pertenecen (Gómez Muñoz 1993:50; Lamo de Espinosa et al. 1994:330-331)
Por ello, Mannheim prestó una importante atención al concepto de relativismo: si la
verdad es relativa a cada grupo social debe de haber alguna forma de salvar la verdad de
este relativismo total. Así, Mannheim considera que es necesaria una nueva
epistemología, mucho más realista que la clásica, que incorpore la perspectiva del
conocimiento sin perder por ello objetividad (Lamo de Espinosa et al. 1994:338)
Cabe resaltar que para Mannheim el factor social no determina la objetividad del objeto,
sino su interpretabilidad; esto es, lo social fijaría el sentido del objeto (Gómez Muñoz
1993:56) De ahí que frente al relativismo, propusiese la adopción del perspectivismo o
relacionismo. Lamo et. al se hacen eco de las palabras de Mannheim a la hora de
describir su concepto de perspectiva: «la manera en que uno observa un objeto, lo que
percibe de él y cómo lo construye en su pensamiento» (1994:335) Esto implica que,
siguiendo su relacionismo, las ideas hayan de ser puestas en relación con la estructura
social y los grupos sociales de las que surgen. No obstante, Mannheim señala que una
cosa es relacionar el conocimiento con el medio social y otra muy distinta decir que por
ello no existen criterios de verdad y falsedad.
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La Escuela de Fráncfort
En el pensamiento de la denominada Escuela de Fráncfort subyace la tesis de la
influencia de la ideología dominante y de la clase burguesa en la ciencia. Grosso modo,
los pensadores adscritos a esta escuela sostienen que la modernidad habría expandido la
racionalidad económica (o modelo de acción instrumental) al resto de subsistemas de la
sociedad, legitimando de esta forma al capitalismo y al status quo. Es decir, se considera
(explicita e implícitamente) que la ciencia está al servicio del poder y que sirve al
propósito de legitimar el orden social existente.
Dicha tesis parece partir de las funciones sociales que tanto Marx como los teóricos
marxistas imputaban a la ciencia. Así, tal y como señala Merton, «se sostiene que en la
sociedad capitalista, la ciencia y la tecnología que deriva de ésta se convierten en un
instrumento adicional de control por la clase dominante» (1985a:80).
Sin embargo, tal y como ha señalado este mismo autor –y como ya se ha adelantado– la
ambigüedad de las teorías y los conceptos desarrollados por Marx y Engels pueden
explicar en gran medida las falsas identificaciones que en las que han incurrido muchos
los estudiosos marxistas posteriores (Merton 1985a:54)
Por ejemplo, tanto Jürgen Habermas como otros pensadores de la Escuela de Fráncfort
incurrieron en la falsa identificación de la ciencia con la tecnología y la de estas con la
ideología del capitalismo tardío (Bunge 2007:61) Una falsa identificación en la que
parecen también incurrir Lamo et al., quienes consideran (implícitamente) a la ciencia
como un factor de racionalización y de expansión de la racionalidad instrumental
(1994:627-629) Temática que será tratada en apartados posteriores.
Nacimiento e institucionalización de la Sociología de la Ciencia: Robert K. Merton
Si bien no se le puede imputar la “paternidad” de una subdisciplina a un solo autor, el
trabajo y el impulso que Robert King Merton dio a la Sociología de la Ciencia bien le
puede merecer el título (Bunge 2015a:45; Storer 1985:13)
Merton caracterizó su planteamiento por el abandono de los problemas epistemológicos
que tanto habían preocupado a sus predecesores (Lamo de Espinosa et al. 1994:455). De
esta forma, considera (al contrario que Mannheim) que la génesis social de la ciencia no
determina ni su validez ni su falsedad, sin perder sin embargo de vista la premisa básica
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de la Sociología del Conocimiento: la dependencia del conocimiento respecto de la
estructura social. Dicho de otra forma, Merton centró su análisis «en el contexto en el
que surge y se desarrolla la ciencia», alejándose del análisis de la validez de esta
(Fernández Zubieta 2009:690).
En su análisis de la «actividad social distintiva» de la Ciencia y en «su aparición como
institución social» (Storer 1985:17-19), Merton se preocupa de diversas cuestiones:
desde la génesis de la ciencia moderna (1984), hasta los sistemas de recompensa de la
comunidad científica y la estratificación social de estas (1985b).
Quizás la mayor aportación del programa mertoniano –que incluso constituye una
aportación clave para la filosofía de la ciencia, tal y como señala Richardson (2004)–
haya sido la identificación del ethos de la Ciencia o Cudeos (Comunismo o
comunalismo, Universalismo, Desinterés y Escepticismo Organizado). Un ethos que
Merton indagó inicialmente en el estudio del surgimiento de la ciencia, en tanto que
institución social, en su tesis sobre la ciencia y la tecnología en la Inglaterra del S.XVII,
siendo su principal hipótesis que el conjunto de valores o el ethos del puritanismo había
promovido el establecimiento de la Ciencia (Bunge 2015a:46; Lamo de Espinosa et al.
1994:460; Storer 1985:19) Hipótesis que no solo bebía de la Ética protestante y el
espíritu del capitalismo de Weber, sino que, con seguridad, partía del valor atribuido
por el estructural funcionalismo –al cual Merton se encontraba de una u otra forma
adscrito– al entramado normativo-valorativo de la sociedad (Toharia 1978:111)
En síntesis, el programa mertoniano, hegemónico durante varias décadas, no sólo
realizó importantes e interesantes contribuciones a la disciplina de la Sociología de la
Ciencia, sino que jugó un papel clave en su institucionalización. Sin embargo, las líneas
de investigación comenzadas por esta corriente serán abandonadas, e incluso criticadas,
por los nuevos planteamientos surgidos a partir de los años sesenta.
El «giro constructivista»: las Sociologías del Conocimiento Científico
El origen del giro de la Sociología de la Ciencia producido en los años setenta ha de
buscarse en la célebre obra de Thomas S. Kuhn: La estructura de las revoluciones
científicas, publicada originalmente en 1962. En esta obra, Kuhn carga contra la
tradición del pensamiento del positivismo lógico y sus principales postulados con
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respecto de la ciencia (Lamo de Espinosa et al. 1994:486-489), entre los cuales se
encontraban la distinción establecida por Hans Reichenbach entre contexto de
justificación y contexto de descubrimiento (de la cual se hablará más adelante)
Se abría así el camino para que la Sociología de la Ciencia, de la mano de sus nuevos
“guardianes”, penetrase en la caja negra, en el contexto de justificación; el objeto de la
Sociología de la Ciencia ya no se circunscribiría sólo al “medio” en el que se desarrolla
la ciencia, sino también a su propio contenido y validez.
Las Sociologías del Conocimiento Científico (ó SCC) comparten un trasfondo
constructivista y, en mayor o menor grado, relativista (Fernández Zubieta 2009)
Además de estas dos características, en su crítica a estas corrientes, Mario Bunge
(2015a) ha señalado que mantienen también en común una adhesión al externalismo
(asumir que el contexto determina el contenido), al pragmatismo (identificación de los
principios de la ciencia con los de la tecnología) y al ordinarismo (asumir que la ciencia
no tiene un “estatus” distinto al resto de conocimientos). Además, este autor ha
señalado la adopción por parte de estas corrientes de «doctrinas psicológicas obsoletas»
y la sustitución de las «filosofías clásicas» por «filosofías ajenas a la ciencia e incluso
anticientíficas» (Bunge 2015a:31-32) Cuestiones que, como se verá más adelante,
resultan enormemente relevantes a la hora de evaluar los productos elaborados por las
SCC.
En el Programa Fuerte (o PF) encontramos uno de los primeros planteamientos dentro
del nuevo enfoque de las SCC, cuyos postulados, tal y como recogen Lamo et al., dieron
paso al resto de planteamientos desarrollados en las posteriores décadas (1994:539). En
el manifiesto fundacional del PF, David Bloor –tal y como recogen Lamo et al.
(1994:525), Fernández Zubieta (2009:691) y Mario Bunge (2015a:53-54)– afirma que la
Sociología de la Ciencia deberá asumir cuatro principios programáticos: causalidad
(analizar y explicar las causas de las creencias científicas), imparcialidad (respecto a la
verdad o falsedad, racionalidad o irracionalidad, él éxito o el fracaso), simetría (los
mismos tipos de causas tienen que explicar las creencias verdaderas y falsas) y
reflexividad (sus modelos de explicación deberán aplicarse también a la propia
sociología)
Como bien ha señalado Bunge, estos principios programáticos resultan defectuosos
atendiendo a sus implicaciones, ya que la causalidad incurre en el externalismo, la
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imparcialidad en la despreocupación por la verdad, la simetría (asociada a la
causalidad) resulta o bien fútil o bien imposible, y, por último, el principio de la
reflexividad es honrado, pero suicida (2015a:54-55)
Este último, el principio de reflexividad o «reflexivismo», pese a ser parte del PF, surge
del intento de Woolgar, Mulkay y Ashmore de defender el relativismo en el marco de la
Sociología de la Ciencia (Lamo de Espinosa et al. 1994:563) Estos autores consideran
que objeto y representación no son independientes, presentando una relación de
interdependencia en la que ambos «cambian con el fin de adaptarse entre sí» (Lamo de
Espinosa et al. 1994:565)
De esta forma, proponen la inversión de la relación sujeto/objeto, asumiendo que los
sujetos hacen surgir con sus representaciones a los objetos (Bunge 2007:81), y
construyen la realidad con su discurso (Lamo de Espinosa et al. 1994:564-565)
Tesis que no solo atenta contra la lógica (¿qué representa la representación?) sino que
incurre en una confusión de los niveles epistémico y ontológico: si bien es cierto que a
nivel epistémico los conceptos y teorías científicas son constructos sociales –en tanto
que han sido producidos por mentes individuales– resulta absurdo considerar que los
hechos a los cuales se refieren lo son también (Bunge 2007; Searle 2012; Venables
2013) Planteamiento que, sin embargo, parece ser tomado por Lamo et al. como
“paradigma” sobre el que trabajar en la Sociología de la Ciencia, ya que asumen que la
“sociedad” estudia al “sujeto” (y viceversa) y que la sociología “constituye la realidad
social en el acto mismo de estudiarla” (Lamo de Espinosa et al. 1994:613)
Otra de las corrientes de las SCC, encabezada por Latour, Woolgar y Knorr-Cetina,
centró sus análisis en los laboratorios, partiendo de un enfoque etnográfico según el cual
«el investigador se convierte en un observador participante que interactúa (…) dentro
del grupo de referencia estudiado, aunque para ello adopta un punto de vista ajeno a las
prácticas del grupo que estudia» (Lamo de Espinosa et al. 1994:540), llegando a
conclusiones como la enunciada por Knorr-Cetina, para quien la «naturaleza no se
encuentran en el laboratorio» (Lamo de Espinosa et al. 1994:542) Parece que esta autora
obvió que los objetos utilizados en el laboratorio (véase matraces de cristal, ácidos,
microscopios, etc.) se fabrican con minerales. Poco pueden aportar análisis realizados
por observadores que son legos en la materia en la que se encuentran trabajando los
científicos (Bunge 2015a:80), o lo que es lo mismo, en las que se intenta realizar un
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análisis al amparo de la doctrina o perspectiva «afuerista» enunciada por Merton, según
la cual «el conocimiento acerca de los grupos sólo es accesible a “los de afuera”»
(1985a:185)
En resumen, la mayor parte de las propuestas realizadas por las SCC pueden ser
refutadas atendiendo a los desarrollos de la filosofía de la ciencia o incluso en base a los
planteamientos de sus predecesores. Cabe recordar la elocuente crítica de Merton al
«adentrismo» –relacionada con el «afuerismo» antes mencionado– o lo que es lo
mismo, la consideración etnocéntrica de que la adscripción a ciertas categorías afectan
a los productos del conocimiento (1985a:156-201), tesis inherente a la epistemología
relativista y que implicaría en la práctica la existencia de tantos tipos de ciencia y
disciplinas como estratos y grupos sociales existentes (Bunge 2015a:87)
El criterio de demarcación de Reichenbach y el «imperialismo disciplinar»
A lo largo de la discusión sobre el desarrollo de la Sociología del Conocimiento y la
Sociología de la Ciencia se ha obviado la cuestión del lugar que ocuparía la
epistemología. Así, en vistas de lo expuesto, si el conocimiento es un objeto de estudio
de la Sociología del Conocimiento, ¿dónde queda la epistemología? ¿Estudian acaso
ambas el mismo fenómeno?
A este respecto, el filósofo de la ciencia Hans Reichenbach –al igual que Scheler (Lamo
de Espinosa et al. 1994; Pintor Ramos 1971)– consideraba que la examinación y las
propiedades del conocimiento implicaban estudiar las características de un fenómeno
sociológico (1938:3) Este autor asumía que mientras era tarea de la Sociología analizar
el conocimiento, sólo una pequeña parte de éste sería objeto del dominio de la
epistemología (en concreto, la ciencia) Así pues, una de estas disciplinas debería de
analizar las relaciones externas al contenido del conocimiento, mientras que la otra
debería centrar su atención en las relaciones internas dentro de éste (Reichenbach
1938:4) Esto es, era preciso establecer una distinción «between the process of
conceiving a theory and the validation of that theory» (Schickore 2014), o lo que es lo
mismo, entre el «contexto de descubrimiento» y el «contexto de justificación».
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Reichenbach realizó una distinción algo más compleja entre ambos términos, pudiendo
resaltarse aquí que con dicha distinción buscaba crear un fuerte «criterio de
demarcación» en lo referido a los objetos de análisis por parte de las distintas
disciplinas.
La línea de demarcación aquí es clara: la Sociología analizaría las relaciones externas al
conocimiento sin entrar en su contenido, esto es, su contexto de descubrimiento; la
epistemología, las relaciones internas relativas al contenido del conocimiento, esto es,
su contexto de justificación.
Así, en esta «reconstrucción racional del pensamiento» que perseguía Reichenbach, las
consideraciones sociológicas se hallarían “dentro del contexto de descubrimiento, pero
no de la justificación o validación” (Ferrater Mora 2009a:834-836)
Un criterio de demarcación que fue asumido –aunque con serios matices– por Max
Scheler y Karl Mannnheim, y seguido completamente por Robert K. Merton. Sin
embargo, como ya se acaba de ser, dicha distinción ha sido desechada por las SCC,
cuyos autores, siguiendo el impulso de las críticas de Kuhn al positivismo lógico,
decidieron que la Sociología de la Ciencia debía romper sus fronteras y adentrarse en el
territorio de la epistemología y la filosofía de la ciencia.
Cuestión en la que parece subyacer, por parte de las SCC, un fuerte reduccionismo
sociológico. Reduccionismo que se podría tachar de «imperialismo sociológico»,
término acuñado por Wilkinson (1968) como crítica a la intromisión de la Sociología en
los dominios de otras ciencias y que podría enlazarse con el concepto, más reciente, de
«imperialismo disciplinar1», propuesto por el sociólogo británico Andrew Sayer.
Cabe recordar aquí aquella predicción de Auguste Comte –quizás el más claro
exponente del positivismo que tanto defenestran las SSC– por la cual, en el estado
positivo, la «Ciencia final de la Sociedad» eclipsaría y absorbería al resto (1875:299-
300). Esta «Ciencia Final», tendría ante sí la prerrogativa de “Coordinar
Subjetivamente” la acumulación “Objetiva” que habría desarrollado la Ciencia,
constituyendo así la Sociología “the only possible foundation for any Organisation of
Knowledge” (Comte 1875:350)
1 Ésta es posiblemente la mejor traducción que puede realizarse del concepto original, «disciplinary imperialism»
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Predicción que Wilkinson (1968) consideraba, como hipótesis, que podría ser una de las
causas de esta tendencia tan extendida en la Sociología contemporánea. A fin de no
parecer especulativo con esta cuestión presento a continuación un claro ejemplo,
extraído de la valoración del PF por parte de Lamo et al., de a qué me estoy refiriendo
con esta crítica:
De los esfuerzos del Programa Fuerte puede concluirse que las doctrinas
racionalistas tradicionales que monopolizaban el conocimiento de la cámara
sagrada de la ciencia, e impedían el acceso a su interior, han sido despojadas de
su supremacía y se ven inmersas en la necesidad de asumir un intercambio de
puntos de vista con la sociología del conocimiento científico que, sin duda,
provocará el mutuo enriquecimiento de las complementarias e intercambiables
tareas que unos y otros campos se asignan mutuamente. (1994:537)
Aquí puede observarse esa competencia entre disciplinas a la que hacía referencia Sayer
y que constituye junto con el reduccionismo uno de los elementos básicos de la
tendencia del «imperialismo disciplinar»:
Disciplinary imperialism is itself a form of reductionism, at once both
imperialistic and parochial, claiming ever greater scope and vision for a
particular discipline while remaining within its restricted point of view (…) [It]
invites members of disciplines (…) to assess theories or explanations not
according to any general standards of empirical adequacy, rigour, coherence,
etc., but according to whether they advance the imperialistic ambitions of their
discipline (Sayer 2003:4)
Esta tendencia al imperialismo puede ser quizás una de las mayores críticas que se le
puede realizar a las SCC, cuyos principales promotores se han inmiscuido en el análisis
de cuestiones que superan al propio objeto de la Sociología de la Ciencia, penetrando de
esta forma en ámbitos del conocimiento (la epistemología y la filosofía de la ciencia) en
el que han demostrado que la Sociología, lejos de aportar nuevos análisis, sólo ha
servido para “resucitar” viejas filosofías que no han hecho más que entorpecer y
obstaculizar el análisis de la ciencia en calidad de institución social.
En definitiva, en esta sección se ha mostrado el nacimiento, auge y caída de la que un
día fue la prometedora Sociología de la Ciencia fundada por Merton, cuya forma de
análisis y conclusiones han sido o bien denostadas o bien olvidadas por aquellos autores
adscritos a la nueva sociología de la ciencia o posmertoniana.
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APORTACIONES DE BUNGE A LA SOCIOLOGÍA DE LA CIENCIA
En 1993 –en una pequeña obra titulada La sociología de la ciencia y reeditada hoy con
otro título (véase 2015a)– Mario Bunge cargó contra la deriva irracionalista de las
SCC, defendiendo una refundación de la disciplina –a la que también se sumó Kitcher
(2000)– en base a criterios científicos. Las aportaciones de este autor a la Sociología de
la Ciencia derivan de su particular concepción de la ciencia y del quehacer científico, el
cual ha sido denominado como “realismo científico bungeano” o “realismo filosófico
integral” De ahí que sus aportaciones no sólo incumben a la Sociología de la Ciencia,
sino a la totalidad de las Ciencias Sociales.
En esta sección desarrollaré muy sumariamente las tesis principales del realismo
científico bungeano, las cuales no sólo refutan gran parte del sustrato teórico de las
SSC, sino que muestran a su vez un corpus filosófico fértil para la genuina investigación
en el ámbito de la Sociología de la Ciencia. Además, en algunos apartados he decidido
tratar algunos temas que, pese a que puedan parecer fuera de lugar, ayudan a entender
mejor el alcance de las teorías de este autor para las Ciencias Sociales en su conjunto.
El lugar de las Ciencias Sociales en la Ciencia
Las ciencias fácticas –esto es, las que se refieren a objetos materiales (Bunge 2013)–
comparten un núcleo común: la lógica, la matemática y ciertas hipótesis filosóficas
acerca de la naturaleza del mundo y del estudio científico (Bunge 1999:10, 2015b:238;
Lamo de Espinosa et al. 1994:585)
Sin embargo, tradicionalmente se ha tendido a diferenciar a las Ciencias Naturales y las
Ciencias Sociales, siendo muchos los autores que han defendido para estas últimas un
estatus distintivo y contrapuesto a las primeras. Pensamiento cuya influencia puede
verse lo largo de la historia de la Sociología –recordemos la diferenciación, ya tratada,
de Scheler entre sociología cultural y sociología real–, y que ha dado lugar a
perspectivas distintas sobre lo que consideramos realidad social y sobre cuál ha de ser la
labor del sociólogo.
Con respecto a esta cuestión, Bunge sostiene que el ser humano posee una naturaleza
“artefáctica”, en tanto que este se encuentra imbuido, además de en el sistema biológico,
en sistemas no naturales o “construidos”. De esta forma, defiende lo que ha denominado
16
esquema BEPC de la sociedad (Figura 1). De sus subsistemas, sólo el Biológico sería
natural, y aun así estaría «fuertemente influenciado» por los otros «tres subsistemas
artificiales» (Bunge 1999:19)
Figura 1. Esquema BEPC de la sociedad
Fuente: elaboración propia a partir de Bunge (1999) De su esquema se deduce que existe una continuidad a nivel ontológico entre la
naturaleza y la sociedad, lo cual no implica que la segunda sea reducible a la primera,
dado que tanto la economía, como la organización política y la cultura son constructos
artificiales que no existirían sin el ser humano. Una concepción presente en la obra de
John Searle (2012), donde –señala Venables (2013) – se asume la existencia de un
continuum entre lo natural y lo social.
La mejor estrategia de investigación del ser humano precisa pues de un enfoque
multidisciplinar y transdisciplinar (Bunge 1999:96), debiéndose evitar, en todo caso, la
tendencia al «imperialismo» (Bunge 1999:109; Sayer 2003; Wilkinson 1968) y la
pretensión de subordinar unas disciplinas a otras. No obstante, esto último no implica
que no pueda realizarse una clasificación u ordenación de las mismas. Así, las
disciplinas pueden ordenarse en base a relaciones de precedencia lógica, gnoseológica y
ontológica. Podemos considerar que la disciplina A precede lógicamente a la disciplina
B cuando A contiene alguna de las proposiciones que implican a B; que B precede
gnoseológicamente a A cuando los conocimientos de esta última son necesarios para los
de B; o que A precede ontológicamente a B porque ésta se refiere a objetos compuestos
por los individuos estudiados por A (Bunge 2015b:234-237)
Biología
Economía
Organización Política
Cultura
17
De lo expuesto se deriva que las distintas disciplinas pueden recurrir a otras que les
precedan sin quedar reducidas a estas. De ahí que las Ciencias Sociales tengan sus
raíces en las Ciencias Naturales sin estar incluidas en ellas (Bunge 1999:34) Las
segundas sobrepasan a las primeras porque estudian sistemas supra-biológicos, pero no
pueden pasar por alto la biología sin tornarse irrealistas (Bunge 1999:22) Además, la
existencia de ciencias biosociales (demografía, psicología social, antropología, etc.)
refuta la división ya reseñada (Bunge 1999, 2013)
No obstante, esto no implica defender –como hacía el positivismo– que deban de ser
equivalentes en su metodología. Ambas comparten un método (el científico), pero
deben contar con técnicas de análisis que se adecuen a sus objetos de estudio y que
cumplan las «exigencias esenciales del método científico en lo que respecta a las
preguntas y a la pruebas» (Bunge 2013:71).
En base a lo expuesto, Bunge considera a la Antropología como precedente al resto de
las Ciencias Sociales, ya que ésta abarcaría el estudio del hombre desde los cuatro
subsistemas (BEPC): la Sociología no sería más que una especialización de ésta
enfocada al estudio de los sistemas sociales. Así, la Sociología sería el estudio científico
sincrónico de la sociedad, siendo su objeto el sistema social; sus diversos subsistemas;
su estructura y cambios (Bunge 1999:78) A fin de evitar malinterpretaciones, cabe aquí
clarificar el concepto de «sistema», el cual sería:
Un objeto complejo cuyas partes o componentes se mantienen unidos por medio
de vínculos de algún tipo. Estos vínculos son lógicos en el caso de los sistemas
conceptuales (…) y materiales en el caso de los sistemas concretos (…) La
colección de todas estas relaciones entre los constituyentes de un sistema es su
estructura (u organización o arquitectura) (Bunge 2007:183-184)
Resaltemos la diferencia entre estructura y sistema: la estructura vincula a las entidades
del sistema. De esta forma, el sociólogo debería de estudiar las «totalidades sociales en
términos de acciones individuales» y al mismo tiempo «dar cuenta de estas en términos
de estructura social» (Bunge 1999:79) Aquí subyace la asunción, ya señalada, de la
sociedad como artefáctica, sobre cuya “construcción” da cuenta Searle (2012). Para
dicho fin, Bunge aboga por el enfoque sistémico como estrategia a la hora de analizar lo
social, el cual implica la superación del dualismo individualismo metodológico/holismo
sociológico (Figura 2).
18
Se sitúa, por tanto, con respecto a esta cuestión, en la misma línea que aquellos
científicos sociales que han criticado las problemáticas del individualismo/holismo para
el análisis de los fenómenos sociales y de la dificultad de relacionar lo micro y lo macro
desde ambas perspectivas (Granovetter 1973; Taylor 1988)
Figura 2. Relación de los niveles macro y micro en los tres enfoques
(a) enfoque de abajo a arriba (b) enfoque de arriba abajo (c) enfoque sistémico: de abajo a arriba y de arriba a abajo. Fuente: elaboración propia a partir de Bunge (1999:91; 2015:67) De esta forma, el sistemista analizaría la manera en las acciones individuales afectan a
la estructura del sistema social, así como «la manera en que las mismas son a su vez
condicionadas (…) por la estructura social» (Bunge 1999, 2015a:68) Sobre su posible
confusión con el holismo, Bunge señala que el sistemismo «invita a analizar las
totalidades en términos de sus constituyentes» (Bunge, 2007, p. 187), realizando un
análisis de lo micro a lo macro y viceversa.
Cabe resaltar también el materialismo inherente a las tesis de Bunge, en cuyo primer
postulado se establece que «todo objeto es o bien material o bien conceptual y ninguno
es ambas cosas» y en el segundo que «todos los constituyentes del mundo (…) son
materiales» (Bunge 2007:54). Además, a fin de poder dar cabida a los sistemas, hay que
sumarle la tesis del emergentismo: esto es, la consideración de que los sistemas
presentan propiedades que no se encuentran en sus constituyentes (Bunge 2007:395;
Hedström 2010:219)
Corroboración y evaluación de las teorías sociales
Considero que el hecho de que la mayor parte de las principales tradiciones o escuelas
teóricas de la sociología se encuentran influenciadas por una o más tradiciones de la
filosofía no supone una sorpresa para nadie.
Macro Macro Macro
Micro Micro Micro
INDIVIDUALISMO MET. HOLISMO SOCIOLÓG. SISTEMISMO
(a) (b) (c)
19
Tal y como señala Bunge, “para bien o para mal, las ideas filosóficas preceden,
acompañan y siguen a cualquier estudio social”, pudiendo ser la filosofía “reprimida
pero no suprimida” (Bunge 1999:8) Se ha visto, por ejemplo, como las SCC parten de
suposiciones sobre la realidad derivadas de corrientes filosóficas irracionalistas y
anticientíficas (cuyos estudios parecen más interesados en demonizar el quehacer
científico que en estudiarlo)
De hecho, en ocasiones no resulta difícil seguir “el hilo” retrospectivamente de las ideas
que algunos autores presentan en sus obras. Cada escuela o tradición teórica, tal y como
señalan Lamo et al., parte de unas presuposiciones sobre la realidad social que no se
encuentran en el nivel empírico y que se encuentran guiadas por ciertos valores, lo cual
«imposibilita la falsación de cualquier programa de investigación en sociología» (Lamo
de Espinosa et al. 1994:585) De esta forma, y debido a la complejidad inherente al
objeto de estudio (la realidad social), se requiere la «adopción del principio del
pluralismo cognitivo y metodológico para ordenar y estructurar el quehacer
sociológico», sin olvidar que esto no excluye el cuestionar «la existencia de un número
teórico común que aporte un bagaje teórico y metodológico mínimo» (Lamo de
Espinosa et al. 1994:593)
Es preciso señalar que aquí Lamo et al. (1994) cometen dos fallos y un acierto. Aciertan
si consideran la imposibilidad de falsación de las filosofías que nutren las principales
tradiciones teóricas de la sociología. En efecto, no se puede falsar una filosofía, aunque
sí es posible evaluarla, como veremos más adelante (Bunge 2015b).
El primero de los fallos tiene que ver con la consideración de la Sociología como
ciencia “multiparadigmática”, cuyo pluralismo es considerado por muchos autores
(incluyendo a Lamo et al.) como inherente a la propia disciplina. Sin embargo, dicho
pluralismo es análogo a las divisiones entre las escuelas filosóficas; pero no al
verdadero pluralismo de las ciencias. En segundo lugar, falla si considera que los
programas de investigación en sociología, al ser “derivados” o “deudores” de distintas
filosofías, no son falsables. Así, Lamo et al. sostienen que:
Tampoco en sociología las teorías generales pueden someterse a una
corroboración o falsación concluyente por medio de los datos, puesto que la
propia evidencia que se usa para contrastar tal teoría está informada por la
misma teoría que es previa, y que indica qué es relevante y qué no, y qué
procedimientos e instrumentos se utilizan en tal proceso (1994:586)
20
Vayamos por partes. En el mismo apartado, y muy acertadamente, Lamo et al.
consideran que de forma ad hoc las teorías pueden ser modificadas de tal manera que
conservan intactos (y a buen recaudo de pruebas) sus “núcleos duros”; algo que Merton
le criticaba a los análisis marxistas, ya que, según este, pecaban de ser demasiado
“flexibles”, permitiendo así que su teoría pudiera ser «reconciliada prácticamente con
cualquier configuración de los hechos» (1985a:75)
Por otro lado, Lamo et al. incurren en otro fallo: el considerar que la única forma de
analizar la adecuación de una teoría a la realidad social es la falsación. Algo que podría
estar relacionado con la aparente difusión de las ideas de Popper entre los manuales
españoles de metodología de la investigación social (véase por ejemplo el caso de Cea
D’Acona (1998:62-65))
Aún a riesgo de naufragar en el ámbito de la filosofía de la ciencia, esta cuestión merece
al menos un breve desarrollo. En el falsabilismo de Popper, grosso modo, «una teoría es
falsada cuando se descubre un hecho que la desmiente», quedando corroborada una
teoría sólo cuando ésta resiste los esfuerzos para falsarla; no sólo cuando se descubran
hechos que la verifiquen (Ferrater Mora 2009b:1213-1214) Popper buscaba así, junto
con los defensores del refutacionismo (Ferrater Mora 2009c:3037-3038) oponerse al
verificacionismo, el cual constituía más un criterio de demarcación que un criterio
relativo a la contrastación de teorías (Ferrater Mora 2009c:3676-3680)
Otra propuesta “alternativa” a estas aquí descritas la constituiría el justificacionismo
derivado de la noción de Reichenbach de contexto de justificación. En su forma más
radical, este supondría descartar por completo «el estudio de todo contexto distinto del
de justificación», estimando a aquellas explicaciones que partan de consideraciones
psicológicas, sociológicas, etc. como pseudo-explicaciones (Ferrater Mora 2009b:1984-
1985)
En lo referente a esta discusión, Bunge defiende en su epistemología un
justificacionismo relativo o condicional, al cual denomina falibilismo o principio
falibilista. Según este principio, «regard every cognitive ítem –be it datum, hypothesis,
theory, technique, or plan– as subject to revisión, every check as recheckable, and
artifact as imperfect» (1997:119) Además, añade a este principio el meliorismo, según
el cual «every cognitive ítem, every proposal, and every artifact worth being perfected
can be improved on» (Mahner y Bunge 1997:119)
21
Ambos principios, falibilismo y meliorismo, constituyen dos de las seis tesis del
realismo gnoseológico bungeano, y parte por tanto de su realismo integral –el cual será
detallado más adelante–. Así, el impacto del escepticismo inherente al falibilismo se
encuentra moderado por el meliorismo (Bunge 2007:349-350)
Volviendo de nuevo al inicio de esta discusión, si bien no podemos corroborar una
filosofía o una “gran teoría sociológica”, sí puede ser susceptible de ser evaluada
atendiendo a sus «frutos», o dicho de otra forma, a través del criterio pragmático de la
fertilidad: una filosofía será “fértil” cuando ayude a avanzar el conocimiento, y será
“estéril” cuando lo obstaculice (Bunge 2015b) Queja ésta última que lanzaba Merton
contra los «esquemas conceptuales» totalizantes (Merton 1987:63)
Este criterio, propuesto por Bunge pensando en las corrientes filosóficas, bien podría ser
aplicado al corpus teórico de la sociología con el fin de evaluar sus programas de
investigación.
El realismo filosófico integral
Las ideas de Mario Bunge discutidas en los apartados anteriores, se enmarcan –como ya
se ha adelantado– en su concepción particular del realismo científico, denominada
realismo filosófico integral, el cual constituye un sistema conceptual interrelacionado
formado por siete tesis realistas y que abarca todas las ramas de la filosofía (Figura 3)
Figura 3. Formulación abreviada de las tesis del Realismo Filosófico Integral Realismo ontológico El mundo externo existe por sí mismo Realismo gnoseológico El mundo externo puede ser conocido Realismo semántico Referencia externa y verdad fáctica Realismo metodológico Contrastación con la realidad y cientificismo Realismo axiológico Valores objetivos tanto como subjetivos Realismo ético Hechos morales y verdades morales Realismo práctico Eficiencia y responsabilidad Fuente: Bunge (2007:343)
Cabe resaltar aquí dos cuestiones: en su realismo metodológico, el cientifismo sería –en
contraposición a lo que normalmente se ha entendido– la tesis de que el método
científico constituye la mejor estrategia de investigación (Bunge 2007:361).
22
En síntesis, la triada del realismo integral, el materialismo y el cientificismo forman lo
que Bunge ha denominado hilorrealismo científico (Bunge 2007:380-383), propuesta
filosófica con la que este pretende mejorar las hipótesis filosóficas subyacentes –y que
preceden– a cualquier estudio científico. De ahí la importancia de que estas deban
ayudar al avance de la ciencia; no a su obstaculización.
La explicación detallada de los componentes internos de cada una de las tesis excede
con creces el objetivo del presente texto. No obstante, en el desarrollo teórico realizado
en este texto hasta el momento –y más en concreto este apartado– creo haber puesto de
manifiesto no sólo hasta qué punto desde el realismo científico se pueden refutar los
desarrollos de las SCC, sino también la solidez de sus planteamientos y la capacidad de
los mismos para resolver las problemáticas, aún vigentes, de la teoría sociológica.
Ciencia social, tecnología social, y valores
Hemos visto, en apartados anteriores, como varios pensadores del ámbito de la
Sociología de la Ciencia identifican la ciencia con la tecnología, o lo que es lo mismo,
asumen que la ciencia sigue los mismos principios que guían a la tecnología. Esta idea
podemos encontrarla en el pensamiento de Jürgen Habermas –el cual es seguido en esta
consideración por Lamo et al. – y también en el “trasfondo” de las Sociologías del
Conocimiento Científico. Incluso encontramos, más o menos, dicha identificación en
Max Scheler, quien consideraba que la ciencia se guiaba por un criterio utilitarista cuya
finalidad sería «acrecentar el poder sobre la naturaleza para poder dominarla» (Pintor
Ramos 1971:42)
No obstante, esta identificación no sólo se produce en el ámbito académico. Considero
que podemos convenir en la existencia en nuestras sociedades de una imputación de
«responsabilidad» a la ciencia por los desmanes ocasionados por los productos
tecnológicos. Y también podemos convenir en la existencia de una amplia difusión de la
identificación entre la ciencia y la tecnología entre la mayor parte de los ciudadanos.
Algo que, tal y como deja caer Bunge, se le podría imputar a los medios de
comunicación, y que queda reflejado en el uso –sobre todo entre internautas y
pensadores posmodernos– del neologismo «tecnociencia» (2015b:79-85)
23
La discusión sobre esta temática en concreto, aunque no lo parezca a primera vista,
puede ayudarnos a esclarecer no sólo la falsa identificación en la que se está incurriendo
desde la nueva sociología de la ciencia, sino también el grave error en el que
históricamente parecen haber caído ciertos desarrollos de la teoría sociológica.
Recordemos aquí aquella famosa máxima de Karl Marx: «los filósofos no han hecho
más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de
transformarlo» (1973:10) De esta tesis cabe derivar pues que cualquier tipo de teoría
sobre lo social ha de estar enfocada a la utilidad práctica, esto es, a la transformación
social. Algo que se ha entendido –y seguido– desde la denominada sociología crítica, en
la que el principal cometido del sociólogo es influir sobre los procesos políticos
(Boudon 2004:223). Los sociólogos críticos no solo deben describir y explicar el
mundo, sino que deben tratar de transformarlo.
Sin embargo, esta apreciación resulta ciertamente incorrecta. En primer lugar, tal y
como señala Bunge, «mientras los científicos estudian la realidad, los técnicos estudian
cómo cambiarla» (2015b:80) Aunque la tecnología base sus desarrollos en el
conocimiento científico, no deja de ser una rama del conocimiento «consagrada al
diseño y puesta a prueba de sistemas o procesos» con la meta última «de servir a la
industria o el gobierno» (Bunge 1999:264)
En segundo lugar, a diferencia de la ciencia básica, la tecnología se encuentra
fuertemente influenciada por los valores. Así, el alcance y la naturaleza de la tecnología
se encuentran limitados por estos (Bunge 1999:326; Merton 1985a:137)
En tercer lugar, la ciencia y la tecnología no poseen los mismos principios: la primera se
encuentra motivada por la curiosidad y se basa en los principios de universalidad y
comunismo identificados por Merton (Merton 1985b); la segunda, sigue el criterio
pragmático de la utilidad (Bunge 1999:84, 2015a:100-101)
En resumen, y aplicando lo expuesto al campo de las Ciencias Sociales, la tarea de
describir y explicar la realidad social recae en el científico social; la de transformarla, en
el tecnólogo social. De esta forma, la tecnología social o sociotecnología sería aquella
disciplina que estudia «las maneras de mantener, reparar, mejorar o reemplazar sistemas
[…] y procesos […] sociales existentes; y diseña o rediseña unos y otros para afrontar
problemas sociales» (Bunge 1999:323)
24
Sin embargo, es preciso distinguir en la sociotecnología –como en cualquier otro tipo de
tecnología– la interrelación entre los distintos tipos de trabajo realizados en su seno;
interacciones que pueden observarse en la Figura 4.
Figura 4. Interacción e interrelación entre los campos de la ciencia, la tecnología y la praxis
(a) toda actividad práctica puede ser objeto de una tecnología, y a su turno toda tecnología eficaz puede fundarse en y justificarse por una o más ciencias (b) toda ciencia puede usarse para construir o fortalecer la correspondiente tecnología, puede usarse para construir o fortalecer la correspondiente tecnología, que (c) puede utilizarse para orientar la correspondiente actividad práctica. Fuente: elaboración propia a partir de Bunge 1999:325
De esta forma, se distingue la investigación (ciencia), del diseño de artefactos
(tecnología) y de su aplicación (praxis). Por ejemplo, una política pública destinada a
acabar con el consumo de drogas precisaría de un análisis exhaustivo del problema y de
sus causas (ciencia); del diseño de servicios de atención integral para la rehabilitación
de sus consumidores y de campañas efectivas de prevención (tecnología); y de la
aplicación de dichos diseños por parte de las autoridades, trabajadores sociales y
funcionarios (praxis)
Lo expuesto anteriormente tiene diversas y variadas consecuencias prácticas. La
primera de ellas, quizás la más obvia, tiene que ver con la ejecución de políticas
públicas: un mal análisis de la situación o problema conlleva a un nefasto diseño, y a
una desastrosa aplicación. Este es quizás uno de los peligros prácticos que puede
suponer fundamentar la acción en investigaciones realizadas al amparo de
pseudociencias sociales (Bunge 2015a:126)
Otra de las consecuencias de asumir dicha identificación entre ciencia y tecnología es la
inclusión, por parte del científico social, de valores en sus análisis, los cuales, como se
ha visto en el caso de la tecnología, pueden imponer límites al alcance –y calidad– de la
investigación. En un elocuente texto, Boudon (2004) reflexionaba sobre esta cuestión a
partir de la identificación de cuatro tipos ideales de Sociología, pudiendo resaltarse aquí
los que ha denominado “sociología expresiva” y “sociología crítica”
Ciencia Tecnología Praxis
(a) (b) (c)
25
La primera de ellas, sería aquella sociología enfocada más al ensayismo social que a la
investigación sobre hechos concretos, cumpliendo una función, como su propio nombre
indica, de expresar desde la Sociología los temores y miedos de la gente común en la
vida cotidiana (Boudon 2004) Cabe pensar, por ejemplo, en la obra de autores como
Zygmund Bauman o Slavoj Žižek.
Sobre la última, ya se ha señalado la confusión entre el cometido de la ciencia
(descripción y explicación) y el de la sociotecnología (transformación); confusión que
en el caso de los estudios enmarcados en este tipo ideal de la “sociología crítica” puede
haber llevado o bien a acotar, a través de los valores de sus autores, el alcance de los
estudios realizados o bien a rechazar trabajos de otros académicos acudiendo a la
famosa falacia ad hominem. Se realizan así críticas a teorías y estudios concretos en
base a criterios estereotipados –cabe citar el caso de las críticas al estructural-
funcionalismo en base a la supuesta inteligibilidad de Parsons, tal y como señala
Toharia (1978:112)–, a la imputación de valores subyacentes –véase por ejemplo la
crítica de Adorno y Horkheimer a la sociología empírica (1969)– o en base a “status”
adscritos tal y como señaló Merton con su análisis de las perspectivas de “los de
adentro” y “los de afuera” (1985a:156-201)
En síntesis, la distinción entre ciencia social y tecnología social debe de ser tomada en
cuenta a fin de evitar graves errores en el enfoque llevado a cabo en una investigación.
Y también cabe señalar que los valores de los científicos si bien no sirven como base
para invalidar o acusar a una investigación de subjetiva (Bunge 2007:350), pueden
llevar, como se ha señalado, a convertir la discusión racional de las ideas en la ciencia
social a una batalla sin cuartel contra teorías y autores en base a sus adscripciones
ideológicas.
Implicaciones de las tesis de Bunge: el programa de la Sociología Científica
La sociología científica ha de ser teórica y empírica a la par, evitando tanto los sistemas
teóricos a prueba de corroboraciones como el particularismo derivado del análisis
descriptivo de datos. Sin duda la propuesta de Merton de las teorías de alcance
intermedio puede seguir teniendo hoy vigencia (1987)
26
Además, la investigación social de estar guiada por presupuestos filosóficos científicos;
no por presupuestos irracionalistas, obsoletos, ideologizados. No debemos ser una
teología secular enfocada al estudio de los textos y los autores “sagrados” Los valores y
las ideas siempre jugarán un papel clave en el quehacer sociológico: pero no medimos
una ciencia por las motivaciones de sus estudiosos, sino por sus productos (Bunge
1999, 2007, 2015a)
Como señalaban Lamo et al., quizás la depuración de conceptos sociológicos, la
formalización de nuestro lenguaje y técnicas, y la ayuda de los modelos matemáticos
(1994:593) puedan servir de base a este fin: el de la mejora de la teoría social.
En síntesis, mientras en el seno de nuestra disciplina convivan teorías que asuman
perspectivas ontológicas y gnoseológicas derivadas de filosofías irracionalistas y
anticientíficas; mientras sigamos partiendo de premisas y axiomas teóricos que no han
sido contrastados con la realidad; mientras, en definitiva, sigamos postergando el
estudio y la resolución de estas problemáticas concernientes al núcleo, a los cimientos,
de la Sociología, estaremos obstaculizando su avance.
Éste es uno de los peligros de seguir apuntalando –y fusionando– viejas grandes teorías.
Quizás se deba aplicar el criterio de fertilidad propuesto por Bunge e iniciar una
evaluación de las mismas a la luz de las evidencias acumuladas por el resto de las
ciencias, pudiendo ser discriminadas o seguidas en base a su adecuación con una
filosofía científica y con el método científico. Superar el dualismo
individualismo/holismo. Diluir el «imperialismo sociológico». Disminuir el papel de
nuestros valores en la evaluación de teorías. Estos son los puntos de partida del
programa de la sociología científica.
27
CONCLUSIONES
A lo largo del presente texto se ha puesto de manifiesto, analizando la evolución de la
Sociología de la Ciencia, su deriva hacia posturas anticientíficas y estériles en cuanto al
análisis de la ciencia, encontrando pues los estudios de Merton no sólo la época de
mayor esplendor y fertilidad de esta disciplina, sino también un buen punto de partida a
través del cual reconstituirla. Así, la asunción de la diferenciación de Reichenbach y los
análisis sistémicos realizados por Merton le sitúan muy cerca del enfoque de Bunge.
También se ha expuesto la propuesta del realismo integral de Bunge, el cual refuta las
tesis y bases ontológicas y gnoseológicas de las SCC, constituyendo así su filosofía
científica una buena base sobre la que avanzar en la investigación social y sobre la cual
generar programas de investigación en la Sociología de la Ciencia.
Además, se ha mostrado en el texto, implícitamente, una preocupación por el propio
estatuto de la Sociología, en cuyo seno conviven presupuestos filosóficos (que
apuntalan a las principales teorías sociológicas) contrapuestos, ideologizados o estériles.
De ahí la imperiosa necesidad de realizar una profunda revisión de su corpus teórico.
Por ello, la Sociología de la Ciencia debería servir también a este propósito, a través de
la génesis de programas de investigación enfocados a resolver estas problemáticas
internas de la Sociología. Aquí he presentado un breve esbozo –en base a la filosofía
científica de Bunge– de un posible programa a seguir para dicho efecto. De nuevo, por
algo se ha de empezar.
28
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