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Ciudades sagradas Julio 25, 2008Posted by Javier García Blanco in : Arquitectura, Símbolos, Urbanismo , 8comments
En nuestra visión actual, las ciudades constituyen una creación humana diametralmente opuesta a la idea de
espiritualidad. La mayoría de las grandes urbes actuales resultan frías, deshumanizadas, estresantes y bulliciosas…
Pero no siempre fue así. En la antigüedad, pueblos de todo el planeta establecieron sus asentamientos siguiendo una
serie de rituales mágico-religiosos que convertían a las nuevas urbes en auténticas ciudades sagradas.
Mayas, aztecas, incas, egipcios, sumerios, chinos, hindúes, etruscos, griegos y romanos desarrollaron costumbres
similares a la hora de sacralizar un lugar, transformando una simple porción de tierra en un espacio conectado con lo
divino.
Desde la elección del lugar, pasando por el trazado del plano, hasta la construcción de las murallas, templos y
edificios, todo se realizaba según un ritual cargado de simbolismo. No se trataba de un mero trámite supersticioso,
sino que para sus habitantes constituía un procedimiento imprescindible que garantizaba la protección y prosperidad
de la nueva colonia.
Esta vinculación con lo sagrado se producía desde los primeros momentos de la creación de una nueva ciudad. El
lugar escogido para vivir era previamente transformado de una situación de caos (ausencia de delimitación), en
kosmos (orden). De este modo, el terreno se convertía en algo “real” y se creaba un centro para el asentamiento. Este
punto central era un axis mundi, un centro u “ombligo” del mundo. Según el erudito Mircea Eliade, “si ha de
perdurar, si ha de ser real, el nuevo hogar ha de ser proyectado como el ritual de construcción en el centro del
universo”.
La importancia del centro no se reducía a la fundación de las ciudades,
sino que era algo común en la construcción de templos y santuarios sagrados. Un ejemplo célebre es el de Delfos.
Según la leyenda, Zeus hizo que dos águilas comenzaran a volar desde dos puntos opuestos del Universo. Finalmente
se cruzaron, y ese punto determinó el centro del mundo, que resultó ser Delfos. En las excavaciones arqueológicas se
descubrió una piedra (el omphalos, “ombligo”) con forma de huevo cortado por la base, que se conserva en el museo
del santuario y que demuestra esa creencia en el centro sagrado.
Además de servir de conexión con la divinidad, el centro también tenía otras implicaciones sagradas, tal y como
explica el profesor Santiago Sebastián en Mensaje simbólico del arte medieval (Encuentro Ediciones, 1994): “En el
centro se relacionan los tres niveles cósmicos, y ello explica que Babilonia tuviera el nombre de ‘Casa de la Base del
Cielo y la Tierra’”.
Esta relación del centro con los tres niveles (el superior, vinculado a las divinidades, el intermedio o terrenal y el
inferior o inframundo) se señalaba con la colocación de un altar con fuego en ese lugar. El humo de las llamas o del
incienso se elevaba a las alturas, de donde también descendían “a la tierra las gozosas influencias celestes”, como
explica José Olives Puig en La ciudad cautiva (Siruela, 2006). En las ciudades etruscas y romanas, bajo el altar solía
realizarse una pequeña fosa o mundus, donde se depositaban ofrendas para los habitantes del inframundo
. Por otra parte, el acto de fundar una ciudad era también
sagrado por otros motivos: en primer lugar, el acto de fundación suponía una repetición del mito más importante, el
de la Creación del mundo. Pero había más vinculaciones con el cosmos. El plano de las ciudades podía considerarse
un auténtico mandala, y a menudo estaba orientado en función de los puntos cardinales. El procedimiento para
obtenerlo era siempre el mismo, y quedó registrado gracias al arquitecto romano Vitruvio: una vez elegido el lugar
idóneo, se clavaba un gnomon (estaca) en el centro del emplazamiento, que se convertiría más tarde en eje vertical de
la ciudad. Alrededor de este «palo» se trazaba un círculo de grandes dimensiones. Cuando salía el Sol, la estaca
proyectaba una sombra que «cortaba» la circunferencia, y lo mismo ocurría a la puesta de Sol. De esta forma se
obtenía el eje Este-Oeste del edificio, trazando una recta entre los puntos señalados por la sombra del gnomon.
Después se trazaba una perpendicular al eje Este-Oeste. Con ello, no sólo se podía orientar la ciudad, sino que se
creaba inmediatamente un vínculo entre ella y el Cosmos, pues se había utilizado el Sol para orientar y generar el
plano y su disposición.
La mayor parte de los testimonios sobre estos ritos procede de fuentes romanas, y son una magnífica guía para
descubrir el carácter sagrado de las ciudades. Estas ceremonias incluían la actuación de augures y arúspices. Los
primeros se encargaban, mediante la contemplación e interpretación de “signos divinos” (generalmente el vuelo de
las aves) de determinar si las divinidades daban su “visto bueno” a la ubicación elegida, así como de la marcación de
los límites de la urbe. Por otra parte, los arúspices procedían a la “lectura” de las entrañas de animales sacrificados,
para averiguar si el lugar era salubre o no, o si las “energías” y los espíritus del lugar eran benignos.
Las “técnicas” empleadas por augures y arúspices habían sido heredadas de los etruscos y, de hecho, se incluían
dentro de lo que se conocía como “etrusca disciplina”. Estos personajes gozaron de gran respeto e influencia en la
sociedad etrusca y romana, y solían pertenecer a familias aristocráticas. En el caso de los arúspices, además de las
fuentes escritas se han conservado piezas utilizadas en sus ritos de lectura de las entrañas de animales. Uno de estos
objetos es el llamado “hígado de Piacenza”, una figura en bronce con forma de hígado y que estaba dividida en 42
partes, cada una señalada con el nombre de una divinidad. En cuanto a los augures, las excavaciones arqueológicas
han sacado a la luz, como en el caso de Tarraco, la existencia de auguraculum, espacios sagrados generalmente
orientados a los puntos cardinales, desde los que los augures realizaban la contemplación, atentos a los presagios
divinos sobre la ciudad.
Tras la elección del lugar y la orientación del solar, se procedía a su delimitación. En época romana se marcaban los
límites con la ayuda de un arado de bronce. El trazado del surco era realizado con gran meticulosidad, pues se
cuidaba que la tierra removida cayera siempre hacia el interior. El surco tenía un carácter sagrado, y era conocido
como sulcus primigenius. Éste era inviolable, hasta el punto de que en la leyenda de la fundación de Roma, Rómulo
mató a su hermano Remo por haber pasado por encima de él. El magistrado sólo levantaba el arado en los lugares
destinados a colocar las puertas de la futura ciudad. Aunque este hecho pueda parecernos anecdótico, estaba cargado
de sentido, pues en la antigüedad las murallas no tenían sólo un carácter defensivo frente a enemigos de “carne y
hueso”, sino que también constituían un “círculo mágico” que repelía las influencias negativas.
Moneda romana de Caesaraugusta, con relieve de la ceremonia de delimitación con el arado sagrado.
Otro papel fundamental lo constituían los mitos de los héroes fundadores, detalle que se repite en todas las ciudades.
En Roma fue Rómulo, en otras urbes romanas el héroe Hércules, Ápolo en el santuario de Delfos, Indra y el
arquitecto celeste Vishvakarma en Angkor… Todas estas historias poseen elementos idénticos, arquetipos que se
repiten y que tratan de explicar el nacimiento de las ciudades, reafirmando su carácter sagrado. De hecho, aquellos
relatos jugaban un papel muy importante. En la antigua Roma el mito fundacional se celebraba todos los 21 de abril,
el Dies Natalis Romae, que rememoraba la creación de la ciudad por Rómulo en el 753 a.C. Estas celebraciones
actuaban como una renovación del nacimiento de la urbe, y garantizaban la conservación del orden religioso y
político.
Roma podría considerarse el paradigma de las ciudades sagradas occidentales. Su origen tiene como protagonista a
Rómulo. Él y Remo eran hijos de la vestal Rea Silvia (hija a su vez del rey destronado Numitor) y el dios Marte. Al
nacer, los hermanos fueron abandonados en una cesta colocada en el río Tíber por orden de Amulio, el rival de
Numitor. Sin embargo, los pequeños sobrevivieron y fueron alimentados por la loba Luperca. Cuando se hicieron
mayores, los jóvenes descubrieron su noble origen. Tras matar a Amulio y liberar a su abuelo, decidieron fundar la
futura Roma. Según la leyenda, el nombre de la urbe fue elegida por el propio Rómulo, pues “venció” a su hermano
en una apuesta para ver quién avistaba más pájaros (una clara alusión a la práctica de los augures).
La importancia de esta leyenda ha quedado de manifiesto con el reciente hallazgo de la gruta donde, según el mito, la
loba Luperca amamantó a los niños. Dicha cueva ha sido descubierta en la colina palatina. Estos lugares citados en la
historia mítica sirven para ubicar los enclaves sagrados de Roma. El primero de ellos es, precisamente, la colina
palatina. Además de albergar la gruta de la loba, allí se levantaba también un importante templo dedicado a Júpiter,
Juno y Minerva. Otro de los enclaves era la colina capitolina. Allí, en una de las cimas existentes (conocida como
Arx) se levantaba, según la leyenda, un refugio construido por el propio Rómulo, mientras que en otra existió un
templo dedicado a Saturno.
REFLEJO DE LAS ESTRELLAS
Las antiguas ciudades romanas también han deparado otras sorpresas. Antes mencionamos que el acto de fundación
suponía una identificación de la ciudad con el cosmos. Sin embargo, en algunos casos dicha vinculación era algo más
que simbólica.
Hasta ahora se conocía la importancia que los grandes ejes (cardo y decumano) tenían en las ciudades romanas, y su
orientación con los puntos cardinales. Sin embargo, en 2007 el profesor Giulio Magli, catedrático de matemáticas de
la Universidad Politécnica de Milán, reveló que muchas ciudades romanas habían sido orientadas astronómicamente.
Tras examinar 38 urbes, Magli determinó que la mayoría estaban orientadas a fechas de importantes festividades
sagradas. Tres de ellas (Pesaro, Rimini y Senigallia) están dirigidas al norte; otras dos (Verona y Vicenza) hacia la
salida del Sol en el solsticio de verano y el resto 10 grados al sudeste de la salida del Sol o cerca de orto solar en el
solsticio de invierno.
Pero Roma no tuvo la exclusiva de las conexiones astronómicas. Además de la misteriosa Angkor y de las hipótesis
sobre Egipto, otras ciudades muy alejadas del Viejo Mundo dispusieron sus cimientos con arreglo a claves
“cósmicas”.
En la cultura maya, por ejemplo, descubrimos también ejemplos de la relación ciudad-cosmos. En El pensamiento
religioso de los antiguos mayas (Ed. Trotta), el profesor Miguel Rivera Dorado explica que las pirámides mayas son
representaciones de la montaña primigenia cargadas de un simbolismo cósmico, y cómo los diseños de los centros
urbanos se disponían de forma que reflejaban el orden del cosmos. Además, algunos de sus templos y recintos
contenían claves astronómicas precisas, de significado religioso, relacionadas con equinoccios y solsticios.
Todos estos ejemplos han sido confirmados en ámbitos académicos. Sin embargo, en otros casos, estudiosos alejados
de la ortodoxia han propuesto hipótesis similares en marcos geográficos diferentes. Este es el caso del escritor
Robert Bauval. En 1994, su libro El misterio de Orión se convertía en un bestseller internacional con una
sorprendente tesis: el diseño de las pirámides de Gizeh y su ubicación con respecto al Nilo eran un reflejo de una
porción del firmamento, pues se corresponderían con tres estrellas de la constelación de Orión y con la Vía Láctea. La
tesis de Bauval fue duramente criticada, pero eso no frenó su interés por la cuestión, y recientemente ha vuelto “a la
carga” con Código Egipto (Martínez Roca, 2007). En éste último su hipótesis se ampliaba, asegurando que otras
construcciones piramidales y templos, levantados durante siglos, constituían un “inmenso proyecto pangeneracional
(…) un inmenso ‘Egipto cósmico’ cuya imagen se insinúa en la geografía del valle del Nilo”.
Tampoco los incas fueron ajenos a este tipo de prácticas sagradas. La importancia de Cuzco como ciudad sagrada
arranca con su propio nombre pues, según la tradición, en quechua significaba “centro”, lo que nos lleva de nuevo a
la idea destacada al comienzo de este artículo. Además, según la mitología inca, en Cuzco confluían el “mundo de
abajo”, el mundo visible y el mundo superior: los tres niveles cósmicos vistos en otras culturas.
Según los propios textos indígenas, la ciudad se diseñó de tal forma que el templo principal, el Koricancha o Templo
del Sol (hoy Convento de Santo Domingo), quedase en el centro de una confluencia de 42 líneas, conocidas como
ceques, que conectan a su vez con distintos puntos sagrados de la urbe, como fuentes, colinas, piedras o edificios.
Como han demostrado autores como Brian Bauer, o el ya citado Giulio Magli, algunos de estos ceques están
orientados a la salida del sol en fechas solsticiales.
ANGKOR, LA COLOSAL
En torno al siglo IX d.C., el Imperio Jemer comenzaba a destacar en los territorios de la actual Camboya. Fruto de
aquel poder terrenal y de sus creencias hinduistas, surgió una de las ciudades más sorprendentes y espectaculares del
planeta. La ciudad de Angkor, hoy visitada por un millón de turistas al año, permaneció oculta entre la selva hasta
mediados del siglo XIX, cuando el naturalista Henri Mouhot divulgó su existencia. Los estudios más recientes han
revelado que en su día llegó a alcanzar una dimensión de unos 3.000 kilómetros cuadrados. Estas cifras
“mastodónticas” la convierten en la ciudad preindustrial más grande del planeta.
Fotografía vía satálite de la antigua ciudad de Angkor (click para ampliar).
Detalle de uno de los templos de Angkor. (click para ampliar)
Esta gigantesca urbe, poblada por más de 1.000 templos, tiene su signo de identidad en el templo de Angkor Wat,
erigido en el siglo XII. Los estudios realizados han revelado que, además de sus torres y cúpulas en recuerdo del
monte Meru (centro del universo y residencia de las divinidades del panteón hindú), el hermoso templo oculta otras
claves de corte astronómico. Por ejemplo, el templo de Angkor Wat y el de Prasat Kuk estén unidos por una línea
imaginaria que coincide con la posición de la salida del Sol en el solsticio de invierno. Pero además, varios estudios
han sacado a la luz otros jugosos datos. Por ejemplo: distintos puntos de la entrada Oeste de Angkor Wat fueron
orientados para que coincidieran con la salida del Sol en equinoccios y solsticios. Y además, las medidas de distintas
partes del edificio, en los que se empleó el llamado codo camboyano (0,435 metros) hacen referencia a ciclos
calendáricos y cosmológicos, o aluden directamente a los distintos yuga hindúes (Kali, Dvapara, Treta y Krta) de las
etapas del mundo.
JERUSALÉN, LA CIUDAD SANTA
Hasta ahora hemos hablado de ciudades del mundo grecolatino, precolombino y del antiguo Egipto. Sin embargo, en
la cultura occidental, de raíces judeocristianas, destaca la ciudad de Jerusalén, el lugar donde, entre otras cosas, murió
Jesucristo. Tras sus murallas se encuentran, sin embargo, varios enclaves que son sagrados para las tres grandes
religiones monoteístas: cristianismo, judaísmo e islam.
Uno de los más representativos, que destaca en el skyline de Jerusalén, es la llamada Qubbat al-Sakhra o Cúpula de
la Roca, uno de los santuarios musulmanes de la ciudad. Su origen se remonta al siglo VII, cuando el califa Omar
entró con sus tropas en la ciudad y se hizo con la llamada explanada del Templo. El lugar pasó a ser sagrado para los
musulmanes, que lo denominan Haram al-Sharif (Centro Sagrado).
Algunos años después, bajo el mandato de Abd al-Malik, se erigió un conjunto religioso que hoy es conocido como
mezquita de Al-Aqsa, formado por tres edificios: la Gran Mezquita, la Cúpula de la Cadena y la Cúpula de la Roca.
Ésta se construyó según los planos de un arquitecto cristiano de origen sirio. Su planta es octogonal y seguramente
imitaba el diseño de otros templos cristianos con un diseño similar, como el Santo Sepulcro —la cúpula de ambas
construcciones mide lo mismo— o la iglesia de la Ascensión. En su interior posee un doble deambulatorio que, según
los expertos, servía para realizar el tawaf (el ceremonial de circunvalación) en torno a la Sakhara o Roca Sagrada.
Ese es, precisamente, el punto más sagrado para los musulmanes, la roca en la que, según la tradición, Mahoma se
apoyó antes de partir al Paraíso a lomos de la yegua Al-Burak. Esta es otra similitud con otro de los enclaves
sagrados de Jerusalén: el Santo Sepulcro, también de planta central, posee en su centro la roca que supuestamente
albergó el sepulcro de Cristo. El enclave de “la Cúpula” también es sagrado para los judíos, ya que allí Abraham
estuvo a punto de sacrificar a su hijo Isaac, y también fue el lugar donde Jacob tuvo su visión de la escalera celestial.
Por si fuera poco, algunas tradiciones judías lo señalan como “centro del mundo”, el lugar en el que se colocó la
primera piedra de todo lo creado y, además, exactamente allí, en el monte Moriah, se creía que estaba el Templo de
Salomón.
Siglos después de su construcción, tras la conquista cruzada de Jerusalén, el santuario pasó a tener nuevos
propietarios: los caballeros de la Orden del Temple. Poco después de establecerse en Tierra Santa, el rey Balduino de
Jerusalén concedió a los monjes-guerreros parte de los terrenos de la explanada del Templo donde se encuentra la
Cúpula de la Roca.
LA PIEDRA NEGRA DE LA KAABA
A pesar de su indiscutible importancia para el Islam, Jerusalén tiene una dura competidora: todos los fieles de Alá
deben rezar cinco veces al día en dirección a La Meca, un lugar de peregrinación obligada para todo musulmán al
menos una vez en la vida. Dos detalles que dan una idea de su importancia como “centro sagrado del mundo”.
Allí nació Mahoma, el Profeta, quien “arrancó” a la ciudad y sus habitantes del paganismo al que se hallaban
entregados. Pero además, y esto es lo más importante, allí, en el interior de la Gran Mezquita, se encuentra el
santuario de la sagrada Kaaba, la piedra negra que cayó del cielo. Según la tradición, el santuario que guarda la
piedra fue construido por Abraham y su hijo Ismael. Mide sólo 12 metros de longitud y 15 de altura, pero su
importancia es más simbólica que física, pues sus cuatro esquinas están orientadas a los cuatro puntos cardinales. En
su interior, la piedra negra, que cayó al Jardín del Edén y fue entregada a Adán para que “absorbiera” todos los
pecados. Hasta ese instante, la piedra había sido blanca, pero al “capturar” los malos actos adoptó su color actual.
Antes de Mahoma, los habitantes de La Meca ya adoraban la Piedra, aunque entonces era objeto de culto pagano. Fue
el Profeta quien recuperó la piedra sagrada para la verdadera fe y atrajo a sus contemporáneos a la Verdad.
PD: Habrá una segunda parte, en la que abordaré la cuestión en épocas más recientes.
Entradas relacionadas:
-La orientación astronómica de las ciudades romanas
El simbolismo del Sello de Salomón Junio 12, 2008Posted by Javier García Blanco in : Alquimia, Esoterismo, Geometría, Símbolos , 1 comment so far
Tras más de un mes de silencio involuntario –he tenido una de las temporadas más estresantes y ajetreadas de los
últimos años– regreso a la carga con una nueva entrada en el blog. Uno de los textos más leídos de ARS SECRETA
es el dedicado al Simbolismo del pentagrama, así que he decidido preparar un texto similar sobre otro de los
símbolos mágicos por excelencia: el hexagrama, Estrella de David o Sello de Salomón.
En la actualidad lo identificamos irremediablemente con el pueblo judío, pero el símbolo de la estrella de seis puntas
o hexagrama es en realidad un emblema universal que posee unos orígenes remotos y ha sido utilizado con fines
diversos por numerosas culturas: de talismán protector hasta símbolo alquímico o mero elemento decorativo, ha sido
utilizado por el judaísmo, el islam, el cristianismo e incluso el hinduismo.
Durante siglos, antes de que se popularizara como “Estrella de David” o Magen David (Escudo de David), este
emblema era conocido como Sello de Salomón (Khatam Suleiman para los musulmanes y Jatam Sholomo para los
judíos). Distintos textos –en especial el Talmud de Babilonia y algunos relatos musulmanes– difundieron la leyenda
de que el bíblico rey Salomón poseía un anillo de propiedades mágicas mediante el cual podía controlar a los
demonios o hablar con los animales. Dicha sortija portaba un sello con el símbolo del hexagrama al que se le añadía
el nombre secreto de Dios.
Según los estudiosos, el signo del hexagrama posee un
significado similar al del ying y el yang, como representación de los opuestos, así como de nexo entre el cielo y la
tierra o plasmación ideográfica de la sabiduría sobrehumana. Sin embargo, el uso más conocido fue siempre el de su
carácter protector y mágico, sin que estuviera vinculado a ninguna religión en concreto. Así, en la Edad Media era
habitual encontrar amuletos y talismanes que reproducían el Sello de Salomón, generalmente con la estrella inscrita
en un círculo y acompañada de varios puntos. Se creía que estos dibujos mágicos protegían a su portador del
influjo de demonios y espíritus maléficos, o simplemente de la mala suerte. También era frecuente grabar el Sello
en los marcos o dinteles de la puerta de entrada a las viviendas o en los escalones de las escaleras, con ese mismo
carácter protector frente a los espíritus o ante posibles incendios.
El prestigioso experto en cábala Gershom Scholem estudió a fondo la simbología del Sello de Salomón y su función
mágico-protectora en el islam y el judaísmo, además de rastrear sus orígenes.
La identificación más antigua que se conoce de este símbolo con el pueblo judío data del siglo XIV, cuando los judíos
de la ciudad de Praga lo usaron como siglo de identidad. Sin embargo, no sería hasta finales del siglo XIX, con los
movimientos nacionalistas judíos, cuando adquiriría el sentido actual. A pesar de este detalle, sí se conocen
representaciones del Sello de carácter judío en épocas más antiguas, como algunos libros hebreos realizados en
España en el siglo XIII.
Pero el uso mágico o esotérico de este símbolo no termina aquí. Tuvo también una gran importancia en la práctica y
la iconografía alquímica, siendo representado en numerosos trabajos sobre la Gran Obra como emblema del fuego y
el agua. La masonería también cuenta entre sus símbolos con el hexagrama, que aparece plasmado en motivos
decorativos de las logias, así como en objetos y obras de arte de cariz masónico.
Además, es frecuente encontrar también el Sello de Salomón en numerosas construcciones cristianas medievales,
como elemento decorativo o como símbolo de la sabiduría divina. Un magnífico ejemplo lo encontramos en la
fachada de la catedral de Burgos, en la que se ven varias representaciones del símbolo, tanto en el rosetón principal
como en relieves escultóricos. Otro ejemplo lo encontramos también en una de las fachadas de la catedral de
Valencia. Y, de forma paralela, fue también un motivo ornamental y sagrado representado de forma recurrente en el
arte islámico, donde encontramos obras bellísimas de gran refinamiento.
Os dejo con unas cuantas imágenes de ejemplo. Por cierto, la imagen que abre este post procede de un manuscrito
medieval y representa a un breuer (un cervecero alemán). El Sello de Salomón tenía para este gremio, al parecer, un
simbolismo alquímico relacionado con el proceso de creación de la cerveza. Quién lo iba a decir
Sello de Salomón en la fachada principal de la catedral de Burgos.
Balcón en Salamanca, con decoraciones realizadas a base de estrellas de David.
Dos representaciones del Sello de Salomón en la puerta de una mezquita en Túnez
Sello de Salomón acompañado de símbolos, en la fachada de un templo masónico en Edimburgo (Escocia).
Enlaces de interés:
-The Stars of David around the World (grupo de imágenes en Flickr!)
Entradas relacionadas:
-El Simbolismo del pentagrama
La magia de Sir John Dee, en el Museo Británico Abril 25, 2008Posted by Javier García Blanco in : Esoterismo, Símbolos , 4comments
John Dee (1527-1609) fue una de las mentes más brillantes de su
tiempo. Consumado astrónomo, matemático y geógrafo, mostró también un interés inusitado –como otros pensadores
de su época- por disciplinas heterodoxas, como la astrología, la magia o la alquimia. Por otra parte, su erudición en
el arte de navegar lo convirtió en asesor y consultor de buena parte de los mayores representantes de la armada
británica. Y, además, formó parte durante algún tiempo de la corte de la reina Isabel I de Inglaterra, convirtiéndose
en su astrólogo personal.
En ARS SECRETA, como es lógico, nos interesa especialmente su faceta como mago, alquimista y ocultista. A
partir de cierto momento de su vida –especialmente tras conocer a un oscuro personaje, Edward Kelly–, Dee se
mostró especialmente interesado en hallar una forma de contactar con los ángeles. Los escritos de Dee dan a entender
que estaba convencido de haber logrado dicho contacto, y reflejo en sus textos estas conversaciones con entidades
espirituales, dejando constancia del llamado “lenguaje enoquiano” (de los ángeles), que le había sido revelado.
Os cuento todo esto porque, aunque pueda parecer sorprendente, el Museo Británico conserva en su colección varias
piezas que pertenecieron a John Dee, y que fueron utilizadas por él para contactar con ese mundo espiritual. En total
son seis piezas “mágicas” (imagen superior), en su mayoría rescatadas por el anticuario británico Sir Robert Cotton
(1571-1631), cuya colección fue una de las que dieron forma al primitivo Museo Británico. El peculiar legado de Dee
está compuesto por tres “sellos” en forma de disco grabados con extraños símbolos mágicos (dos pequeños y uno más
grande), un espejo de obsidiana de origen azteca, un disco dorado y una bola de cristal.
Los tres sellos o discos recubiertos de signos ocultistas parece ser que fueron utilizados por Dee en su table of
practice (mesa de prácticas) durante sus contactos con ángeles. En concreto, sobre el más grande habría apoyado la
bola de cristal –o una similar– que se conserva en el Museo Británico. Como podéis ver, en el centro de este sello
destaca claramente la figura de un pentagrama “atravesado” por una circunferencia, y rodeado por otros símbolos
geométricos y signos mágicos.
En cuanto al disco de oro, posee un grabado en el que se representa la llamada “visión de los cuatro castillo”, que
según algunos escritos, Dee experimentó mientras se encontraba en Cracovia en 1584. Este fue el objeto que se unió
más recientemente a la curiosa colección, pues fue adquirido por el museo en 1942.
Otro día repasaremos otras curiosas posesiones de éste y otros museos de todo el mundo.
Fotografías de los objetos mágicos: (c) British Museum
La capilla “masónica” de Mosén Rubí Enero 10, 2008Posted by Javier García Blanco in : Arquitectura, Esoterismo, Iconografía, Masonería, Símbolos , 2comments
La jornada del 17 de febrero de 1592 fue especialmente fría en la capital
abulense. Aquella tarde, Don Diego de Bracamonte, señor de Fuente del
Sol y uno de los nobles más importantes de la ciudad, fue ejecutado
públicamente –degollado y no ahorcado, en deferencia a su condición– en
la Plaza del Mercado Chico. Mientras el verdugo completaba la sentencia,
otros nobles de la ciudad permanecían escondidos en sus casas, temerosos
de que la autoridad llamara a su puerta. ¿Qué crimen había cometido
Bracamonte? Todo parece indicar que fue el cabecilla de una revuelta
contra la política recaudatoria de Felipe II y principal responsable de que
la ciudad hubiera amanecido sembrada de pasquines críticos con el
monarca, a quien también se reprochaba que la nobleza hubiera quedado
excluida del gobierno. Tras la ejecución, los compañeros «conspiradores»
de Bracamonte salieron de sus hogares y recogieron su cadáver. El cuerpo fue trasladado a la capilla de Mosén Rubí,
también conocida como de La Anunciación, que se encontraba bajo patronazgo del fallecido. Al día siguiente sus
restos fueron llevados hasta la iglesia de San Francisco.
Desde el siglo XIX, varios autores –entre ellos algunos estudiosos y miembros de la masonería– han asegurado que la
capilla de Mosén Rubí es un recinto plagado de referencias esotéricas vinculadas a una logia masónica, a la que
habría pertenecido Diego de Bracamonte. La importancia de esta afirmación reside en que, de ser cierta, demostraría
la presencia de masones operativos en España en el siglo XVI, dos siglos antes del surgimiento de la llamada
masonería especulativa en Inglaterra.
En 1873, el historiador Juan Martín Carramolino señalaba en su obra Historia de Ávila, su provincia y su
obispado: «Más de un extranjero y algún estudioso español han querido hallar alguna significación misteriosa en esta
notable fundación…» Sólo un año después, en 1874, Vicente de la Fuente recogía el testigo en su obra Historia de
las Sociedades Secretas… y se preguntaba si, además del misterio que envolvía a la capilla, los pasquines contra
Felipe II «repartidos» por Diego de Bracamonte tenían su origen en una hipotética logia masónica de Ávila con
oscuros intereses conspiradores.
¿SIMBOLISMO ESOTÉRICO?
Antes de conocer la historia de la capilla, ubicada dentro de las murallas de Ávila, junto a las plazas de Mosén Rubí y
Fuente del Sol, veamos cuáles son esos supuestos elementos masónicos del edificio. Según los autores que se han
referido a esta cuestión, encontraríamos los siguientes: la forma de la propia planta del recinto, que recordaría los
templos masónicos del rito escocés; la abundante presencia –en vidrieras, muros exteriores e interior– de los símbolos
del mallete y la escuadra; un púlpito, hoy desaparecido, que tenía forma pentagonal; un relieve en la sillería del coro,
en el que se aprecia una esfera atravesada por un puñal, identificado como símbolo del grado de caballero Kadosh
(grado 30) de la masonería; un relieve escultórico en la entrada al Hospital adjunto, en el que se ve a Dios Padre
enmarcado por un triángulo, que sería una representación del ojo del Gran Arquitecto del Universo o «delta
masónico»; las columnas que enmarcan la entrada a la capilla, que serían un «reflejo» de las columnas masónicas de
Jakin y Boaz y, finalmente, el sepulcro de los patrocinadores de la capilla –según estos autores el propio Mosén Rubí
y su esposa–, en el que la escultura masculina aparece sacando la espada con su mano izquierda en dirección hacia el
hombro de ese lado, una supuesta alegoría del ya citado grado Kadosh.
Para reforzar el lado oculto y misterioso de la capilla de Mosén Rubí, estos autores señalan otra curiosa circunstancia:
en 1530, el Santo Oficio habría prohibido la finalización de las obras, y el obispo de Toledo –encargado de consagrar
cualquier templo de Castilla– jamás puso un pie en la construcción.
ORÍGENES DE UN LINAJE
Diego de Bracamonte, el noble ajusticiado por rebelarse ante Felipe II, fue el patrón de la capilla hasta su muerte.
Después fue su hijo, Mosén Rubí de Bracamonte, quien concluyó las obras. En recuerdo a su memoria, hoy el edificio
es conocido popularmente con su nombre, aunque en realidad su designación oficial sea la de Capilla de la
Anunciación. Precisamente, en torno al nombre de este miembro del linaje Bracamente ha habido una gran confusión,
pues la mayoría de los autores que sugieren la teoría masónica suelen identificar erróneamente al hijo de Diego de
Bracamonte con el fundador del linaje, el francés Robert de Braquemont.
Este primer Mosén Rubí, patriarca de los Bracamonte, fue un almirante francés que, en el siglo XIV, luchó
valerosamente junto a Enrique II de Castilla. En agradecimiento por los servicios prestados, Braquemont recibió
importantes privilegios. Establecido en tierras castellanas, el almirante se casó con Doña Inés de Mendoza, hija del
mayordomo del rey Pedro el Cruel, obteniendo así los señoríos de Hita y Buitrago. Más tarde se casó de nuevo, en
esta ocasión con Doña Leonor Álvarez de Toledo, vinculada a la casa de Alba. A partir de entonces, los Bracamonte
fuero acumulando títulos y poder.
Algunos autores han sugerido la existencia de «puntos oscuros» en el árbol genealógico de los Bracamonte.
Interrogantes vinculados siempre a episodios históricos importantes, a un supuesto origen judío del linaje y a la
pertenencia de algunos Bracamente a la Orden de Calatrava. Para estos estudiosos, las peculiares características de la
familia tienen su culmen en Diego de Bracamonte.
UNA SIMPLE CAPILLA CIVIL
A pesar de lo sugerente de esta «intrahistoria», lo cierto es que poco de lo dicho sobre la «trama masónica» se ajusta a
la verdad. En primer lugar, la existencia de la capilla se debe a la señora Aldonza de Guzmán quien, en el siglo XV,
puso en marcha la construcción, y no a los Bracamonte. A la muerte de ésta, fue su sobrina, Doña María Herrera,
quien tomó el relevo de la fundación en 1512. Herrera era viuda de Andrés Vázquez Dávila, tío de Diego de
Bracamonte, y tras el fallecimiento de la dama, y puesto que no tenía descendencia, Don Diego recibió el encargo de
completar la obra, «e después de sus días a Mosén Rubí de Bracamonte, su hijo legítimo e de la Señora Doña Isabel
de Saavedra».
Uno de los argumentos más repetido ha sido la supuesta prohibición del Santo Oficio de continuar con la
construcción (a causa de las sospechas despertadas por el recinto). Además, se ha dicho que el obispo de Toledo no
acudió a benbecir el templo, como era preceptivo. Nada de esto parece tener base. La capilla no fue consagrada
porque es un recinto «de patronato laico por fundación y donación», tal y como explicó el obispo de Ávila Lorenzo
de Otaduy Avendaño en un texto de 1601. Se trata, por lo tanto, de un edificio ajeno a la Iglesia, aunque tenga
carácter cristiano. En cuanto a la supuesta condena inquisitorial, es probable que las obras se interrumpieran durante
un tiempo, pero si fue así las razones debieron ser otras. Un vistazo a la Sección Nobleza del Archivo Histórico
Nacional, en el apartado de Patronato de Obras Pías, permite despejar cualquier duda. Bajo el título de Diversos
documentos pontificios y reales concediendo licencias a los patronos del Hospital y Capilla de la Anunciación de
Ávila, encontramos jugosos documentos, como una Bula del papa Clemente VII confirmando el patronato de Diego
de Bracamonte (1532) o una «carta solemne» de Pío V autorizando a modificar las horas de maitines (1566). Es
indudable que, de ser cierta la prohibición inquisitorial, los pontífices mencionados no habrían otorgado tales
privilegios.
Otro de los «elementos masónicos» señalados por los investigadores es el sarcófago de Mosén Rubí y su esposa, con
ese supuesto gesto interpretado como un símbolo de caballero Kadosh. Este sepulcro muestra efectivamente a los
fundadores pero, al contrario de lo que se ha repetido, quienes aparecen representados en él no son Mosén Rubí y su
mujer, sino Doña María Herrera y su esposo Andrés Vázquez Dávila, como se explica en el propio sepulcro. En
cuanto al signo de caballero Kadosh, también esta apreciación es falsa pues ese grado, tal y como aclara el historiador
de la masonería José Antonio Ferrer Benimeli, no existía en la fecha de edificación de la capilla, y no lo hizo hasta
dos siglos después, cuando Federico II de Prusia lo instituyó. Este detalle serviría también para descartar la
presencia de ese mismo símbolo en el relieve del coro.
El resto de elementos y «claves masónicas» también se desmoronan tras un análisis de los mismos. El supuesto “delta
masónico” (el tímpano triangular con Dios en su interior) del exterior es una representación normal, muy habitual en
multitud de templos cristianos. En este caso, Dios Padre aparece sobre una escena de la Anunciación a la Virgen
(recordemos que la capilla posee esta advocación).
Todos estos elementos parecen aclarados pero, ¿qué ocurre con los numerosos
relieves con la escuadra y el mallete, dos símbolos claramente masónicos? En
realidad, dichos relieves corresponden al escudo de la familia Bracamonte.
Cuando Don Diego y su hijo Mosén Rubí recibieron el encargo de concluir la
capilla, no dudaron en plasmar el escudo familiar en todos los rincones del edificio. Si buscamos el escudo de los
Bracamonte en la bibliografía sobre heráldica, comprobamos que, curiosamente, la escuadra y el mallete no son tales.
Se trata de máquinas de guerra. La falsa escuadra es un artefacto conocido como chevreau o cabrio, un emblema de
honor concedido a aquellos que han sido heridos en las piernas, además de símbolo de constancia y firmeza. Por otra
parte, el «mallete» es un simple mazo utilizado en la construcción de maquinaria bélica.
Si, como hemos visto, la capilla de Mosén Rubí no es un templo masónico, ni los Bracamonte tuvieron nada que ver
con logias masónicas secretas, ¿por qué se empeñaron distintos estudiosos en afirmar lo contrario? Quizá porque, tal
y como señala el historiador Antonio Bonet Correa en un trabajo al respecto, por un lado la figura de Diego de
Bracamonte, quien se enfrentó al rey y al orden establecido, aparecía ante los ojos de ciertos estudiosos del siglo XIX
como «un héroe liberal, un mártir de la lucha contra el absolutismo y la Inquisición». Por otra parte, esta visión
heroica fascinó a la masonería decimonónica, pues al otorgar una filiación masónica a los Bracamonte y a la capilla
que ayudaron a construir, creía dar más importancia y antigüedad a su Orden. Algo similar, aunque por razones
contrarias, les ocurrió a los autores antimasónicos, a quienes esta versión les servía para reafirmar sus tesis
conspirativas.
Actualización: Me olvidé de comentar que la capilla puede visitarse de forma gratuita. Entre semana, si no han
cambiado los horarios, abre a las 18:00 h, creo que hasta las 20:00 h. ¡Ah! La monjita que se encarga de enseñarla,
una señora de más de 80 años, es muy simpática. Eso sí, como la capilla incomprensiblemente no recibe muchas
visitas de turistas, hay que tener cuidado con ella, porque corres el riesgo de que aproveche para contarte su vida y
milagros, como me ocurrió a mí. ¡Hasta me regaló un ejemplar (atrasado) de L’Observatore Romano!
Fuentes:
-BONET CORREA, Antonio. Ars Longa: cuadernos de arte, nº2, 1991. “La capilla de Mosén Rubí de Bracamonte
y su interpretación masónica”. Ed. Universidad de Valencia. Departamento de Historia del Arte.
-FERRER BENIMELI, José Antonio. La masonería. Ed. Alianza. Madrid, 2005.
-GARCÍA ATIENZA, Juan. “La incierta historia de un caballero kadosh: Mosén Rubí de Bracamonte”. Historia 16,
nº 245, 1996.
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En el interior de una logia masónica… Diciembre 26, 2007
Posted by Javier García Blanco in : Iconografía, Libros, Masonería, Símbolos , 17comments
El pasado 12 de septiembre tuve la oportunidad de asistir a la presentación del libro Masones que cambiaron la
historia. 18 semblanzas masónicas, del escritor y masón Gustavo Vidal Manzanares (sí, es hermano del polémico
César Vidal), que publica la editorial EDAF.
No os había hablado antes del libro o del acto, pues este trabajo no está directamente relacionado con la temática de
este blog. Sin embargo, durante la presentación del trabajo de Vidal y en el ágape posterior que nos brindaron a los
presentes, tuve la ocasión de fotografiar distintas estancias del local en el que se celebró el acto: los locales que posee
la Gran Logia de España (GLE) en Madrid. Así que he pensado que quizá os gustaría ver el aspecto que tiene una
logia masónica por dentro. En las imágenes veréis varios ejemplos de la habitual iconografía masónica: escuadras,
compases, suelo ajedrezado, el Sol, la Luna, etc… Otro día analizaremos con calma cada uno de estos elementos,
deteniéndonos en su significado. Espero que os guste.