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Atlas arqueológico de antioquia

Date post: 08-Jul-2015
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ATLAS ARQUEOLOGICO DE ANTIOQUIA JORGE LUIS ACEVEDO ZAPATA SILVIA HELENA BOTERO ARCILA CARLO EMILIO PIAZZINI SUAREZ ASESOR: GUSTAVO SANTOS VECINO SECRETARIA DE EDUCACION Y CULTURA EXTENSION CULTURAL DEPARTAMENTAL INSTITUTO DE ESTUDIOS REGIONALES UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA MEDELLIN, MAYO DE 1995
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ATLAS ARQUEOLOGICO DE ANTIOQUIA

JORGE LUIS ACEVEDO ZAPATA

SILVIA HELENA BOTERO ARCILA

CARLO EMILIO PIAZZINI SUAREZ

ASESOR: GUSTAVO SANTOS VECINO

SECRETARIA DE EDUCACION Y CULTURA

EXTENSION CULTURAL DEPARTAMENTAL

INSTITUTO DE ESTUDIOS REGIONALES

UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA

MEDELLIN, MAYO DE 1995

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AGRADECIMIENTOS Expresamos nuestro reconocimiento a la Secretaría de Educación y Cultura -Dirección de Extensión Cultural Departamental- por el impulso y los recursos destinados para la realización del Atlas Arqueológico de Antioquia. Al Instituto Nacional de Estudios Regionales (INER) y a La Asociación de Antropólogos Egresados de la U de A. por confiarnos la elaboración de la presente obra. Igualmente por facilitarnos las labores de digitación e impresión de los textos. A Gustavo Santos V. por sus oportunos comentarios y sugerencias en la asesoría brindada en el desarrollo de la investigación. A Claudia E. Agudelo, Angela M. López, Maryi Tobón, Juan G. Muñoz por la elaboración de los mapas; a Claudia Ruíz por la digitación de los cuadros. Por último, a todas aquellas personas que de una u otra forma colaboraron en la ejecución de éste trabajo.

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PROLOGO El Atlas Arqueológico de Antioquia constituye un primer trabajo de sistematización y síntesis de la información arqueológica sobre Antioquia, que representa un gran esfuerzo, debido a las diferencias y a la disparidad de criterios o puntos de vista, de las metodologías empleadas, de la calidad y representatividad de la información, y de los alcances de los resultados, en las distintas fuentes consultadas, las cuales comprenden no sólo los estudios arqueológicos sino también los estudios o referencias de historiadores y etnohistoriadores, y los de anticuarios o aficionados a la arqueologia, desde el siglo pasado hasta el momento actual. Evidentemente, un trabajo de esta magnitud tiene dificultades y limitaciones, pero sus resultados constituyen, por un lado, un marco de referencia importante para el desarrollo de las investigaciones arqueológicas y para el establecimento de las políticas de rescate, preservación y protección del patrimonio histórico y cultural, y por otro lado, una visión integral, aunque provisional y particular, del pasado prehispánico de Antioquia, prácticamente desconocido hasta hace unas décadas . La elaboración del atlas implicó la discución e implementación de criterios metodológicos y conceptuales para la definición de los parámetros requeridos en la periodización y regionalización de un amplio conjunto de manifestaciones culturales prehispánicas, que es indicativo de las formas de vida y del auge económico y sociocultural logrado en las distintas épocas que se sucedieron desde hace por lo menos 10.000 años hasta la época de la Conquista, y de un amplio contexto que involucró en el pasado otras regiones y territorios del país y aún del continente americano. Así, la perspectiva histórica adoptada para la organización regional de la información arqueológica busca la comprensión de los procesos de cambio y desarrollo ocurridos durante un tiempo tan largo, en el que los eventos regionales se sucedieron en espacios variables o diferentes. La periodización propuesta, independientemente de las categorías utilizadas y de su extensión cronológica, muestra la existencia de largos procesos originados por cambios económicos y sociales de grandes repercusiones en amplios territorios, más o menos influenciados por factores y cambios climáticos, como la transición de los grupos de cazadores y recolectores a las sociedades agrícolas aldeanas, o bien, refleja momentos o fases de desarrollo dentro de un mismo proceso, como el incremento de la complejización social y de la diversidad cultural en las "sociedades agroalfareras tardías" después los siglos VIII y IX. La regionalización establecida de acuerdo con los distintos períodos y momentos históricos, aunque depende en buena parte de la información disponible para cada región, especialmente en los períodos más antiguos, puede representar variantes de desarrollos socioculturales dentro de grupos que comparten una misma tradición u horizonte cultural, como en el caso de las sociedades portadoras del estilo cerámico Marrón-Inciso, las cuales se extiendieron durante los seis primeros siglos de nuestra era por un amplio territorio de Antioquia, en el que se advierten variantes regionales hacia el Suroreste, el valle de Aburrá, y las vertientes de la cordillera occidental hacia el Atrato; o puede representar la existencia de grupos culturalmente distintos interaccionando en

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grandes contextos macroregionales, como se deduce de la presencia de diferentes manifestaciones culturales que se distribuyen por todo el territorio antioqueño durante los últimos seis siglos anteriores a la conquista española, y que permiten diferenciar regiones como Urabá, norte del cañón del Cauca y Noroccidente, Nordeste, Valle de Aburrá y Suroeste, y Magdalena Medio. Estas variantes o unidades regionales son resultado de complejos procesos de diferenciación cultural, en los que uno de los factores importantes fue la especialización en la explotación de los recursos propios de cada región o zona de vida, como lo señalan las diferencias culturales que se observan, desde las épocas más antiguas hasta las más recientes, en regiones como el golfo de Urabá, el cañón del río Cauca, y valle del río Magdalena, cada una con características fisiográficas y ambientales muy peculiares. Varias problemáticas o temas de estudio interesantes e importantes surgen de esta integración de la información arqueológica en una perspectiva histórica y macroregional, entre ellos, los procesos de poblamiento del actual territorio antioqueño, para los cuales se establecen varias hipótesis , y la diversidad cultural que presenta en los dos últimos milenios, que se intensifica hacia el final de la época prehispánica, evidenciando un proceso de complejización social, y que supone una interacción en grandes contextos sociopolíticos de grupos con distintos niveles de desarrollo económico y social. Los planteamientos y las hipótesis que se establecieron para la elaboración del atlas o que han surgido de su realización, deberán ser debatidos por los arqueólogos y confrontados mediante la investigacion arqueológica de Antioquia y otros departamentos relacionados culturalmente en el pasado. La investigación ha tenido un crecimiento y un impulso en la última década, especialmente con el desarrollo de la "arqueología de rescate", pero sigue siendo inprescindible, para el estudio y la comprensión de la historia prehispánica, la investigación sistemática de problemáticas regionales y locales, que se realiza orientada por modelos e hipótesis resultantes de la adopción de marcos teórico-metodológicos o estrategias de investigación de la disciplina arqueológica. En este sentido, se espera que los resultados alcanzados en este estudio sean una base importante para el establecimiento de políticas o planes de recuperación y valoración del patrimonio histórico y cultural, por parte de las instituciones gubernamentales encargadas del desarrollo cultural y de las empresas oficiales y privadas que se enfrentan en sus proyectos de obras de infraestuctura al problema de la destrucción o afectación de los contextos y yacimientos arqueológicos que aún se conservan. Se espera que el Atlas Arqueológico de Antioquia llame la atención de funcionarios, estudiantes y del público en general, sobre la necesidad de conocer y valorar el pasado prehispánico, el cual, a pesar de la profundidad temporal, no es tan distante ni tan ajeno, como generalmente se cree, porque las costumbres, los conocimientos y los valores desarrollados durante miles de años por los grupos o sociedades indígenas fueron un referente importante para la conquista y un fundamento para el desarrollo de la sociedad colonial, y constituyen una herencia cultural, que de alguna manera, esta presente en la sociedad actual, como se percibe en las formas de apropiación del medio para la explotación de recursos bióticos y minerales, en las tecnologías agrarias, en las formas

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de cooperación para el trabajo, y en las formas de pensamiento de algunos sectores de la sociedad. Este conjunto de manifestaciones expresa una unidad y una identidad de los pueblos latinoamericanos, verdaderos herederos de las culturas aborígenes. Gustavo Santos Vecino Antropólogo Departamento de Antropología Universidad de Antioquia Medellín, Mayo de 1995

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INTRODUCCION Dentro de la propuesta general de elaboración del ATLAS CULTURAL DE ANTIOQUIA, la parte concerniente a la historia precolombina abarca los procesos sociales y culturales más antiguos y prolongados de la región, y en cierta medida los más desconocidos también. Actualmente se sabe que el hombre ha estado habitando algunas regiones del territorio antioqueño desde hace por lo menos diez mil años. De estos, los últimos quinientos han sido el objeto tradicional de los estudios históricos regionales, quedando para la arqueología la tarea de investigar y dar a conocer las características de los procesos históricos ocurridos en el gran lapso de tiempo restante. La arqueología, es una disciplina científica que se dedica al estudio de la historia y las características culturales y sociales de los grupos humanos del pasado, interpretando los vestigios materiales que persisten a través del tiempo (Cf. Trigger, 1992). Mediante una serie de técnicas y métodos, el arqueólogo recupera y analiza las evidencias materiales de los grupos humanos y de sus acciones sobre la naturaleza, y los datos ecológicos sobre el entorno físico que los rodeaba. En el medio antioqueño, el interés por los estudios arqueológicos ha estado presente desde finales del siglo XIX; sin embargo, es a partir de las últimas décadas cuando la arqueología se ha ido consolidando como una disciplina con continuidad investigativa. El volumen de datos e interpretaciones de carácter arqueológico disponible actualmente para Antioquia, permite la reconstrucción parcial de la historia precolombina, esencialmente en lo que tiene que ver con la localización geográfica y cronológica de diversos grupos humanos asentados en el área desde por lo menos el octavo milenio antes de la era cristiana, hasta la época de la conquista española. Así mismo, es posible realizar preguntas acerca de las relaciones sociales y de intercambio cultural que han podido darse al interior de estos grupos, entre sí mismos, y desde luego señalar vacíos de información para determinadas áreas geográficas, períodos históricos o temáticas específicas. La propuesta textual y gráfica que se presenta en el ATLAS ARQUEOLÓGICO DE ANTIOQUIA, tiene en cuenta -en la medida en que los datos lo permitan-, las relaciones existentes entre el hombre precolombino y el medio ambiente como también de los diversos grupos humanos entre sí, a través del espacio y del tiempo, con lo que se asegura una imagen dinámica de las regiones en el proceso histórico que se quiere abordar. El primer capítulo del ATLAS ARQUEOLOGICO, está dedicado a la presentación de los antecedentes sobre la investigación arqueológica en Antioquia, así como de su estado actual, permitiendo al lector acceder a un conocimiento general de los contextos

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históricos, sociales y teóricos en los que se ha efectuado la recuperación y estudio del patrimonio arqueológico regional. A la exposición del conocimiento hoy disponible sobre la historia precolombina de la región antioqueña, se dedica el segundo capítulo, mediante el establecimiento de un modelo de periodización que tiene en cuenta la distribución regional de las evidencias de acuerdo a cada período histórico. Los vacíos de información existentes, se señalan en el curso de los mismos. De acuerdo al desarrollo de los capítulos anteriores, el tercer capitulo, se encarga de realizar un balance que sugiere líneas a seguir en la investigación arqueológica de la región antioqueña hacia el futuro; también se indica la importancia de un trabajo cordinado entre la comunidad científica, las instituciones y la sociedad en general, orientado a la protección y divulgación de los elementos que componen la historia prehispánica regional. De fundamental importancia para la comprensión de la parte textual del Atlas, resultan los mapas y los cuadros que el lector debe ir combinando al ritmo de su lectura. Se presentan dos cuadros sistematizados: el primero sobre el registro arqueológico recuperado hasta el momento para Antioquia (Cuadro No. 1), con una referencia de las interpretaciones propuestas y las respectivas fuentes bibliográficas. El segundo, contiene el total de las fechas de radiocarbono obtenidas en el transcurso de dichas investigaciones (Cuadro No. 2). Los mapas por su parte, han sido elaborados en tres tipos de formatos: los que se encargan de proporcionar un contexto macrorregional de las evidencias de Antioquia respecto de los hallazgos realizados en áreas adyacentes para cada período (Mapas Nos. 2, 5, 8, 11, 14 y 16), los mapas que señalan las áreas generales de dispersión de esas evidencias (Mapas 3, 6, 9, 12, 14 y 17) y por último los que otorgan una imagen esquemática del tipo de evidencias para cada región de Antioquia(Mapas Nos. 4, 7, 10, 11 y 16). Todos estos mapas, se elaboraron acorde con el modelo de periodización propuesto en el segundo capítulo. En la realización del Atlas, se ha tratado de emplear un lenguaje accequible tanto para el lector no especializado que quiere enterarse con cierto grado de detalle de la historia precolombina de la región, así como para el investigador que desea encontrar datos específicos para contrastar con sus propios estudios. Sin embargo, se ha creído conveniente incluir un glosario de términos de uso arqueológico, debido a que en ocasiones resulta difícil y poco adecuado traducir al lenguaje común, conceptos y nociones que ya tienen un significado preciso en la jerga especializada.

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CAPITULO 1

LA ARQUEOLOGIA EN ANTIOQUIA: ANTECEDENTES Y ACTUALIDAD. La arqueología en Antioquia, puede ser vista como el resultado tanto de las características propias del contexto histórico y social dentro del cual se han movido sus autores, como de las influencias recibidas desde desarrollos teórico-metodológicos efectuados en otras partes del mundo y en particular de la arqueología colombiana. Es por ello que al tratar de identificar las características actuales y pasadas de la arqueología en Antioquia, se deben tener en cuenta tanto las relaciones entre la ciencia y el contexto social e histórico regional, como entre ciencia local, nacional e internacional. El presente capítulo se basa tanto en la información compilada como en los planteamientos elaborados en el transcurso de estudios recientes, que proponen el análisis de la arqueología antioqueña de acuerdo con tres períodos cronológicos, cada uno caracterizado por circunstancias históricas específicas y contenidos discursivos y teóricos particulares (Piazzini, 1993 y 1995). El primer período (1850-1942), se caracteriza por las actividades de anticuarios e historiadores aficionados, quienes se encargaron de recuperar la única información disponible sobre la gran cantidad de evidencias arqueológicas irremediablemente perdidas a raíz del auge de la guaquería durante el siglo XIX. El segundo período (1943-1976), corresponde a la oficialización de la antropología y de la arqueología como subdisciplina de ésta, mediante la creación del Museo Universitario, el Servicio Etnológico y mas tarde del Instituto de Antropología, todas ellas dependencias de la Universidad de Antioquia. El tercer y último período (1977-1994), se caracteriza por la implementación de la docencia y la investigación como modelo básico para el desarrollo de una tradición de pensamiento que actualmente propende por su consolidación como comunidad científica.

LA ÉPOCA COLONIAL E INICIOS DEL SIGLO XIX. Durante el prolongado lapso de tiempo que transcurrió desde el proceso de conquista y posterior colonización del actual territorio antioqueño, hasta los inicios de la vida republicana de la Nueva Granada, no se llevaron a cabo acciones expresas para recuperar y estudiar el patrimonio arqueológico. Los diversos factores de orden ideológico, social y económico que se conjugaron a raíz de los intereses españoles por el dominio del mundo americano, combatieron en principio y luego ignoraron, la historia y la cultura indígena de la región. A pesar de ello, existe valiosa información escrita desde la cual conocer acerca de la población indígena que en general ocupaba el territorio americano durante el proceso de la colonización española.

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Durante el primer siglo de presencia española, fueron escritas las crónicas y relaciones de conquista por parte de funcionarios, escribanos, frailes y militares, al servicio de la Corona. Para el actual territorio antioqueño, las conocidas obras de Gonzalo Fernández de Oviedo, Pedro Cieza de León, Juan de Castellanos, Pedro Simón, Jorge Robledo, Juan Bautista Sardella y Pedro Sarmiento, entre otros, son hoy en día fuentes primordiales para el estudio de las características culturales e históricas del siglo XVI. Otras fuentes, adecuadas para estudiar las políticas de la dominación española y la resistencia indígena en el período colonial, son los documentos de visitas, demandas jurídicas y títulos sobre tierras y encomiendas que los funcionarios de la Corona producían para el mejor control de las provincias. Para Antioquia, por ejemplo, son muy interesantes los documentos relativos a la visita que Francisco Herrera y Campuzano realizó a principios del siglo XVII. Por lo general, este tipo de información ha sido poco empleada por los estudiosos, debido a que se trata en la mayoría de los casos de archivos inéditos. Con el advenimiento de la República, los nuevos intereses políticos encontraron en la historia prehispánica elementos adecuados para esgrimir una identidad propia. En Antioquia, desde principios del siglo XIX se dan antecedentes en el empleo de datos arqueológícos para la elaboración de discursos sobre las características del mundo precolombino y de conquista. Sin embargo, se trata de menciones y acciones esporádicas y aisladas, que no lograron el mantener un interés permanente, ni continuidad con generaciones posteriores. Entre ellas hay que mencionar la obra de José Manuel Restrepo, quien fue uno de los primeros intelectuales antioqueños en preocuparse por reconstruir la historia de la región y del país. Su "Ensayo sobre la geografía, producciones, industria y población de la Provincia de Antioquia en el Nuevo Reino de Granada" (1809), es la primera obra conocida, en donde a manera de evidencia, se exponen datos arqueológicos, para reconstruir la imagen de los indígenas prehispánicos de la región. El primer dato que se tiene sobre la conformación de una colección arqueológica corresponde a la de Don Manuel Vélez, quien además escribió algunas reflexiones sobre las poblaciones precolombinas del Valle de Aburrá (Vélez, 1833 en Zerda, 1947). Otro elemento que vale la pena resaltar para la época, es el reconocimiento empírico de la explotación prehispánica de oro de veta, realizado como parte de las actividades de asesoría técnica de los ingenieros y químicos extranjeros Carlos Segismundo de Greiff, Pedro Nisser y Juan Bautista Boussingault. Sin embargo, el hecho de hallar un elemento de continuidad entre la población prehispánica y una de las actividades más importantes de la historia económica de la provincia, no conllevó a un interés constante por el estudio de otras facetas de la cultura precolombina, ni a plantear el valor cultural de la tecnología indígena en las técnicas utilizadas posteriormente en la explotación aurífera.

PRIMER PERÍODO (1850-1942).

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Tanto en Antioquia como en otras regiones del país, el inicio de la tradición de los anticuarios, se da realmente desde la segunda mitad del siglo XIX, por cuanto es a partir de esta época que se logran identificar elementos de continuidad en las actividades, los escritos y las políticas que constituyeron las bases de lo que posteriormente vendría a llamarse arqueología. Este período se caracteriza por el auge de la guaquería dentro del proceso de expansión colonizadora; el surgimiento de la imagen del anticuario, quién va más allá del valor de mercancía que anteriormente poseían los objetos arqueológicos; y los historiadores aficionados quienes se encargaron de construir y divulgar los primeros discursos sobre el pasado prehispánico regional. A través del ejercicio de la guaquería, se desarrolló un conjunto de técnicas que incluían principios empíricos de lectura del relieve, estratigrafía comparada y modalidades de excavación, lo que repercutió en la invención de herramientas nuevas y la adopción de algunas utilizadas anteriormente para la minería artesanal y la agricultura. A su vez, el guaquero construyó tipologías con base en las características de los suelos y la estructura formal de las tumbas y de su contenido, permitiéndole desarrollar un sistema predictivo sobre la naturaleza del trabajo específico que debía realizar. En contraste con el guaquero, quien en general, otorgaba un valor estrictamente comercial a los objetos precolombinos, el anticuario les otorgaba un valor estético, sacándolos temporal ó definitivamente del círculo del mercado y colocándolos en colecciones privadas, conjuntamente con otras "curiosidades". Los anticuarios surgieron en Antioquia y el viejo Caldas, aprovechando su rol económico y social de comerciantes, en donde por una parte eran receptores directos de los objetos provenientes de guaquería, y por otra, estaban al tanto de los intereses intelectuales de la élite, circulo al cual pertenecían. Ello les permitió tomar disposiciones en lo tocante al tipo de piezas que valía la pena conservar, y comunicar sus predilecciones a los guaqueros. Es realmente poca la información disponible acerca de los anticuarios existentes en la Antioquia del siglo XIX. Se sabe que poseían colecciones arqueológicas los señores Luis Antonio Restrepo, Jesús María Restrepo, Vicente Restrepo, Manuel Uríbe Angel y Gregorio Gutiérrez González (Pérez de Barradas, 1965). Para la primera mitad del siglo XX, se conformaron otras colecciones por las siguientes personas: Elena Ospina de Ospina, Federico Restrepo, Ernesto Valenzuela, Leopoldo Borda Roldán y Félix Mejía Arango, quien sería una de las primeras personas en dirigirse a realizar excavaciones, con la finalidad de obtener datos para su estudio. Entre ellos sobresale el comerciante Leocadio María Arango, quien llegó a poseer una colección de fama internacional y representa la figura típica del anticuario antioqueño. Las piezas de oro que logró reunir durante muchos años de dedicación, fueron mas tarde la base del Museo del Oro del Banco de la República, mientras que las piezas

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cerámicas hacen parte actualmente de la colección arqueológica del Museo Universitario de la Universidad de Antioquia (Pérez de Barradas, 1965 y Piazzini, 1992). A partir de la interpretación de las colecciones conformadas por los anticuarios, y en mayor medida de la lectura de las crónicas del descubrimiento, se desarrollaron las primeras construcciones sobre la historia precolombina de la región. Esta labor estuvo a cargo de individuos con una formación variada, que incluía principalmente la medicina, además de la ingeniería y la jurisprudencia, vinculados en una incipiente comunidad científica y agrupados en torno de universidades y academias, donde empezaron a escribir en publicaciones monográficas y seriadas. En 1873, el médico y naturalista Andrés Posada Arango publica en París el primer texto con referencia explícita a las etnias prehispánicas de la región de Antioquia, desde que se consignaran las impresiones de las crónicas del siglo XVI: "Essai ethnographique sur les aborigenes de l'Etat d'Antioquia en Colombie". Allí, retomando algunos datos etnohistóricos, establece la famosa trilogía de las etnias Catio, Nutabe y Tahamí. También médico, Manuel Uribe Angel constituye un personaje central entre los precursores de la historia regional. Su obra "Geografía general y compendio histórico del estado de Antioquia en Colombia" publicada en París en 1885, fue el referente obligado durante muchos años, de todo estudio sobre las sociedades indígenas del siglo XVI y la conquista del territorio antioqueño. Para Uribe Angel fue fundamental la lectura de los cronistas del siglo XVI; a partir de los datos referentes al medio geográfico, cotejó con los paisajes y los toponímicos actuales, para reforzar una regionalización cultural que existía implícitamente en la obra del cronista Castellanos y que ya había sido propuesta por Andrés Posada Arango. La ya mencionada división entre Catíos, Nutabes y Tahamíes como primitivos habitantes de Antioquia, nutrió la visión general que hasta épocas recientes prevalecía respecto a los grupos indígenas de Antioquia en el siglo XVI. Muy importante es además la obra de Vicente Restrepo: "Estudio sobre las minas de oro y plata en Colombia" (1883), cuyo primer capítulo está dedicado a las técnicas indígenas de explotación aurífera. El reconocimiento de que tal actividad se remontaba a épocas precolombinas no era nuevo, pero el autor lo ilustra como el origen de las técnicas usadas durante bastante tiempo en la minería regional. En 1892, su hijo, Ernesto Restrepo publicó el "Ensayo etnográfico y arqueológico de la Provincia de los Quimbayas en el Nuevo Reino de Granada", texto de singular importancia, por cuanto constituye el primer trabajo de carácter monográfico, realizado sobre los indígenas del occidente colombiano. Al iniciar el siglo XX y luego de la guerra de los mil días, la continuidad con las actividades anteriormente descritas es notoria aunque cuantitativamente inferior. Las características de los textos sobre historia precolombina y del siglo XVI son esencialmente las mismas; algunos de los personajes continúan desarrollando sus

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estudios y las nuevas generaciones se forman en el mismo medio. Sin embargo, son de señalar los primeros esfuerzos oficiales por el estudio de la historia indígena. La fundación de la Academia Antioqueña de Historia en 1903, significa el establecimiento oficial del discurso histórico, de su reconocimiento como elemento constitutivo de la educación y de su valor para el conocimiento de las características humanas que conformaron la región. En el discurso de inauguración, a cargo de su primer presidente el ingeniero Tulio Ospina, se observan los avances de una visión del pasado prehispánico que ganaba en profundidad temporal, en actitudes críticas y sobre todo en el reconocimiento de lo indígena como elemento importante de la cultura antioqueña (Ospina, 1904). Para la misma época, Alvaro Restrepo Eusse, publicó su "Historia de Antioquia desde la conquista hasta 1900" un texto poco conocido y caracterizado por el tono satírico frente a las creencias sobre la pureza de sangre de las altas clases sociales de su época. Durante las décadas siguientes, se prestó poco interés al tema del pasado precolombino. En los pocos estudios realizados, se observa un cambio gradual hacia las referencias de un registro arqueológico más amplio, donde nuevas características del mismo son identificadas y un grupo de objetos hasta entonces ignorados o desconocidos, es incorporado a las colecciones y al discurso. Además, se comienza a tener en cuenta el trabajo de campo, como un método por el cual, se asegura la referencia espacial de los objetos recuperados y de los rasgos arqueológicos registrados en el paisaje. En 1919, el ingeniero de origen inglés Juan Enrique White, escribe un artículo titulado "Disertación sobre los indígenas de Occidente", y a partir de ese mismo año, el médico Juan Bautista Montoya y Flórez, comienza a publicar una serie de artículos sobre arqueología en el Repertorio Histórico de la Academia Antioqueña de Historia. En su primer artículo (1919), describió las características formales y decorativas de algunos rodillos de impresión provenientes de ajuares funerarios. Posteriormente (1922a), realizó un análisis detallado de la colección de cerámica de Leocadio María Arango, donde encontró que del total de 2968 piezas, 1500 correspondían a falsificaciones. La divulgación de estos resultados entre los americanistas franceses, permitió a su vez la identificación de piezas falsas dentro de colecciones provenientes de la región antioqueña y el Cauca medio, conformadas en el exterior. La fascinación que en Montoya y Florez, produjo el asunto del pasado precolombino, lo llevó a realizar un estudio (1922b) en su tierra natal, Titiribí. A partir de la lectura de las crónicas de conquista, cree identificar, mediante una prospección en terreno, los sitios de asentamiento de las provincias indígenas de Titiribí y Sinifaná, describiendo algunos de los rasgos presentes en el paisaje. Desde 1936, se producen de nuevo algunos textos con referencia exclusiva de datos arqueológicos, por parte del ingeniero Alfredo Cock Arango. Mediante la realización de un recorrido por los alrededores de Fredonia, el autor cree ver en las caprichosas formas

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del Cerro de Tusa, una serie de monumentales construcciones indígenas y referencia la existencia de petroglífos en cercanías a las quebradas. Entre 1938 y 1939 el arquitecto Félix Mejía Arango, presenta ante la Academia de Historia sus "Apuntes sobre arqueología", dedicados a la descripción de instrumentos líti-cos, algunos de los cuales recuperó directamente en terreno. A pesar de la brevedad del documento, por primera vez en la región se registra material lítico procedente de excavaciones. En síntesis, durante este primer período de la arqueología en Antioquia, se parte, desde una visión general del pasado como "historia natural", hacia la adopción de las primeras actitudes que separan lo cultural de lo natural y otorgan cierta profundidad a la historia precolombina, intentando abandonar esa visión naturalista de la historia humana y reconociendo en los objetos arqueológicos un producto cultural temporalmente determinado. En el contexto social y político de la época, la referencia al pasado precolombino a través de los objetos o los discursos, funciona como pretexto para justificar la existencia histórica de un proceso universal hacia la civilización y la formación de clases sociales dominantes. Mas que un interés por exaltar los valores propios, se trata de asumir conductas foráneas, idealizadas en el hombre de ciencia, como ser civilizado por excelencia. En lo concerniente al desarrollo propiamente dicho de la arqueología, se puede identificar un transcurso gradual desde las descripciones de objetos aislados y suntuosos, hacia la implementación de prospecciones en terreno y la referencia de elementos no transportables del registro arqueológico. Respecto a la interpretación, primaron las hipótesis difusionistas, entre las que sobresale la teoría de las migraciones Caribe, como una elaboración local que luego tendría una repercusión importante en las teorías sobre el proceso de cambio cultural que vivía el mundo americano a la llegada de los españoles (Cf. Burcher, 1985). Gradualmente, esta hipótesis sería combinada con los planteamientos sobre el poblamiento de América desde Asia y la creencia en el desaparecido continente de la Atlantida, como un puente por tierra desde Africa y Asia, que permitía migraciones por el Atlántico.

Algunos pasos se adelantaron en la aplicación de elementos evolucionistas, como cuando se trataban de ordenar los objetos arqueológicos en una secuencia de com-plejización de las formas, sin embargo, la poca profundidad temporal de las evidencias no permitía el desarrollo de series culturales de evolución.

Finalmente, el desarrollo de la arqueología regional en esta período, se corresponde con el adelantado en otras regiones del país como el alto magdalena y el altiplano cundibo-yacense para la misma época, sin embargo, el advenimiento del nuevo siglo, fue marcando un descenso de los estudios, que no aparece en las regiones mencionadas (cf. oyuela y caycedo, 1994). es posible que esta crisis se deba al interés por otras

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épocas de la historia, donde el origen de los antioqueños se explicaba en virtud de una supuesta ascendencia judía, árabe o vasca, pero nunca americana (cf.mesa, 1988). SEGUNDO PERÍODO (1943-1977) Este período posee en sus inicios bastantes similitudes con el cambio que en general se reconoce para la historia de la arqueología en Colombia. Sin embargo, sus relaciones con el período anterior, y el proceso histórico que lo enmarca hasta le década de los años setenta, difieren sustancialmente con los derroteros de la arqueología realizada en otras regiones del país. El inicio de este período se establece por el cambio fundamental que representa el carácter oficial de la arqueología, en contraste con la calidad de afición que tuvo en el período anterior. Por primera vez, el estado reconoce y apoya mediante la creación de instituciones, el estudio y preservación del patrimonio arqueológico. También por primera vez, se reconoce que la arqueología requiere de un profesional en la materia para su tratamiento, quien debe ser remunerado por el ejercicio de sus investigaciones. Este asunto, hace parte de un cambio que involucra diferentes aspectos de la vida política del país, y en general, coincide con el inicio de los estudios sociales de carácter profesional a nivel nacional. Las reformas educativas impulsadas por el nuevo gobierno liberal durante la década de los años treinta, tuvieron repercusiones directas con la creación de instituciones tales como el Servicio Arqueológico Nacional y la Escuela Normal Superior en Bogotá, marcando el inicio de un ambiente decisivo para el desarrollo de la sociología, la historia y la antropología en Colombia (Jimeno, 1984). En Antioquia, los esfuerzos por impartir una enseñanza profesional coherente con los modelos que a nivel nacional se adoptaban para le educación pública, se realizaron en la Universidad Nacional con su sede en Medellín y en la Universidad de Antioquia. A través de ésta última, se concentraron los intereses oficiales por estudiar y preservar el patrimonio arqueológico regional hasta la época actual. Por el contrario, la Academia Antioqueña de Historia, abandonaba gradualmente el interés por los aspectos del pasado precolombino, que anteriormente lideraba. El inicio y desarrollo de la obra profesional de un personaje particular, significa el origen y buena parte de la vida de la institución que por excelencia ha recopilado la mayor parte del patrimonio mueble arqueológico de Antioquia: el Museo Universitario de la Universi-dad de Antioquia. Graciliano Arcila Vélez, estudiante de provincia en Bogotá, estudió ciencias sociales y económicas en la Escuela Normal Superior y en 1942 recibió el título de licenciado en Antropología conjuntamente con la primera promoción del Instituto Etnológico Nacional, bajo la dirección de Paul Rivet (Arcila, 1987).

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Arcila, regresó a Medellín en 1943, para ponerse al frente del estudio y crecimiento de una colección arqueológica, recientemente adquirida por la Universidad de Antioquia. Así mismo, Arcila fue la figura clave en la creación del Instituto de Antropología, mas tarde Departamento de Antropología de la Universidad de Antioquia y de la Sociedad Antioqueña de Antropología, entidades desde las cuales se fue conformando la base institucional de la arqueología en Antioquia. En 1945, fundó el Servicio Etnológico, como una forma de "conquistar categoría" para su actividad. Esta entidad, realmente no tuvo mayor resonancia, sin embargo, durante esta época, logró reunir en torno suyo algunos discípulos (Ibíd). Mientras las posibilidades de realizar estudios arqueológicos en la región antioqueña fueron esquivas, Arcila realizó investigaciones serológicas en comunidades indígenas Paéz y Caramantas y reconocimientos y excavaciones arqueológicas en la región del Carare en Santander. Desde 1953, año en que se crea el Instituto de Antropología, comienza el "ciclo de oro" de la antropología en Antioquia, y con ello la puesta en práctica de varias investigaciones arqueológicas (ibíd). A través de la Sociedad Antioqueña de Antropología, fundada en 1953, se logran canalizar las voluntades políticas y los recursos económicos y profesionales necesarios para sacar adelante la antropología regional dentro de un panorama de zozobras políticas a nivel nacional. De otro lado, el Instituto de Antropología, fundado ese mismo año, fue la base oficial de las actividades museográficas e investigativas y centro promotor del discurso antropológico mediante los cursos de servicio para pregrado y la publicación del Boletín del Instituto de Antropología. Aparte de las investigaciones realizadas por Graciliano Arcila, fueron pocos los trabajos desarrollados por los miembros de la Sociedad de Antropología, la mayoría de los cuales se realizaron en el campo de la Antropología física. Sin embargo, son de mencionar los trabajos teóricos sobre prehistoria efectuados por Emilio Robledo y el Hermano Daniel, así como las referencias empíricas efectuadas por Gustavo White Uribe. En 1955, Emilio Robledo publica "Las Migraciones Oceánicas en el Poblamiento de Colombia" un texto clásico, que pone la discusión sobre el poblamiento de América al tanto de las hipótesis de Max Uhle y Paul Rívet, sobre la existencia de evidencias humanas del paleolítico en América y especialmente en Colombia. Para confirmar estas tesis, hace referencia a los hallazgos realizados en Antioquia, el viejo Caldas y Huila, de puntas de proyectil, atribuidas ya en la época a los primeros pobladores del continente, por contraste con la "piedra pulimentada" propia de períodos más recientes. Además, apunta hacia la posibilidad de un poblamiento múltiple del continente, con sucesivas migraciones provenientes de Asia y Oceanía. Los méritos de la obra de Emilio Robledo, están en su capacidad para introducir hipótesis originales dentro de problemáticas vigentes en esos momentos para la arqueología americana.

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Algo similar se puede decir de la obra del Hermano Daniel, quien ya desde 1948, en su texto: "Nociones de Geología y Prehistoria de Colombia", había realizado una síntesis sobre paleozoología y prehistoria mundial, donde lo relacionando con América se expone en concordancia con los planteamientos más recientes de la época. Las evidencias disponibles en ese momento para Colombia, son asociadas al paleolítico y al neolítico americanos, en un reconocimiento de antigüedad de las sociedades precolombinas, que en los medios locales no era frecuente. De otro lado, Gustavo White Uribe, publica en 1953 un artículo monográfico sobre la "Civilización Katía precolombina", producto de sus recorridos como ingeniero de minas en la región de Frontino. Por su parte Graciliano Arcila desarrolló numerosas investigaciones de carácter empírico desde finales de la década de los cuarenta. Entre 1948 y 1958, llevó a cabo una primera serie de investigaciones en Antioquia, cubriendo la región noroccidental en los municipios de Dabeiba, Chigorodó, Mutatá y Acandí en el Urabá Chocoano; en el Norte en los municipios de Tarazá, Ituango, Peque y San Andrés de Cuerquia; en el occidente en el municipio chocoano de Carmen de Atrato y hacia el sur en Támesis (Arcila, 1950, 1951, 1953, 1955, 1956 y 1960). Posteriormente, entre los años sesenta y setenta las investigaciones disminuyeron en intensidad y se realizaron en el Suroeste del Departamento, en los municipios de Titiribí y Venecia y en la región central en algunos municipios del Valle de Aburrá (Arcila, 1969, 1970 y 1977). Especial interés se prestó a los contextos funerarios, por cuanto permitían la consecución de piezas cerámicas completas para la colección del Museo Universitario, y a los petroglifos, elementos inmuebles del patrimonio arqueológico, que fueron registrados fotográficamente. El análisis realizado de los materiales recuperados, consistía en la separación de conjuntos de piezas que presentaran homogeneidad en sus aspectos formales, sin que ello necesariamente estuviera remitiendo a la existencia de diferencias culturales o temporales. Una constante en los informes de investigación es la descripción detallada, pieza por pieza, de sus características tecnológicas, formales, y decorativas. Luego, una vez se habían identificado y descrito los rasgos de cada una de las piezas, se trataba de vincularlas con conjuntos representativos de otras áreas geográficas, esbozando así la existencia de nexos culturales entre ellos. Así se plantearon los primeros conjuntos y asociaciones estilísticas de cerámica para la región antioqueña. En el área de Urabá se identificó la decoración "Incisa Relievada" (Arcila, 1955) y mas hacia el sur, en la cuenca del río Sucio, la decoración "Incisa con variante de Pastillaje" (Ibíd, 1953) como manifestaciones locales, mientras que la cerámica del Valle de Aburrá y Titiribí se asoció con material del área Quimbaya (Ibíd, 1977 y 1969) y la del bajo Cauca, con las urnas funerarias del Magdalena Medio (Ibíd, 1951).

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Con respecto a los petroglífos, se desarrollaron dos propuestas para diferenciar su origen cultural. La primera de ellas, establecía que los petroglífos que se encontraban en las partes altas contenían representaciones de figuras humanas, mientras los de las partes bajas, en cercanías de los ríos, representaban figuras animales (Ibíd, 1956 y 1969). En una propuesta posterior, Arcila ve en las figuras en forma de espiral o sigma, un elemento iconográfico propio de grupos de origen Antillano, asentados en la región antes de que los grupos de filiación Caribe hubieran invadido el interior andino en épocas posteriores (1970 y 1977). Durante los años sesenta, Graciliano Arcila logró conformar un grupo de discípulos provenientes de diferentes programas académicos de la Universidad, y con quienes apoyó la idea de un programa específico de estudios en antropología. Contrató los servicios de antropólogos vinculados con otras entidades del país, para que dictaran cursos intensivos de poca duración y profesores de otros programas académicos de la Universidad de Antioquia y algunos de sus discípulos que bajo la modalidad de auxiliares de cátedra, dictaron cursos en algunas áreas (Arcila, 1992). Así nació en 1966 el Departamento de Antropología de la Universidad de Antioquia, cuyo plan de estudio propendía por la formación de antropólogos profesionales, y continuaba con el suministro de cursos de servicio para otras dependencias universitarias, en lo que se denominaba el Instituto de Estudios Generales (Cardona, 1967). Durante finales de los sesenta e inicios de los setenta, en consonancia con los factores de orden político y social que afectaron ampliamente la realidad nacional de la época, el esquema tradicional de la enseñanza de la Antropología fue duramente criticado en todas las Universidades donde se impartía tal disciplina (Uribe, 1980). En la Universidad de Antioquia, se dirigieron los ánimos revolucionarios en contra de la antropología tradicional de Graciliano Arcila. El movimiento de provincia logró la aprobación de un nuevo pensum de antropología en 1971 y Arcila decidió retirarse para dirigir el Museo Universitario, el que desde entonces funciona como una dependencia autónoma del Departamento de Antropología. El nuevo pensum, introdujo las modalidades de trabajo de campo como "una práctica orientada hacia la investigación" y de monografía de grado como "la investigación de un aspecto concreto", cambio sustancial pues anteriormente no se contemplaban las tesis de grado en antropología, ni se daba una clara orientación investigativa al estudiante (Pensum, Dpto. Antropología U. de A., 1971). Durante los años siguientes, se vivió la crisis propia de la universidad pública colombiana de inicios de los setenta. En el Departamento de Antropología de la Universidad de Antioquia, las esperanzas puestas en el nuevo pensum, se vieron alteradas por la zozobra que llevó al cierre de las inscripciones de nuevos alumnos entre 1973 y 1974. (Henao, 1987:65).

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Para 1975, las políticas nacionales para la educación pública, privilegiaron la masificación de la formación profesional sobre los planes de investigación, vinculando gran cantidad de profesores para que se dedicaran exclusivamente a la labor docente (Arocha, 1984). Esta ausencia de estímulo a las investigaciones, hizo que la arqueología en Antioquia se restringiera a las exposiciones magistrales en las aulas de clase, por lo que no se formaron profesionales interesados en efectuar trabajos de campo. Además, el lugar de la arqueología dentro del plan de estudios era secundario frente al tono de importancia que en general se le prestó a la etnología dentro de la antropología de los setenta en Colombia: "..la urgencia de estudiar lo social vivo, no daba cabida al estudio de los social muerto" (Chaves, 1990). Por lo demás, el discurso socializante de la etnología comprometida de la época tuvo una influencia leve y postrera sobre la temática arqueológica. Como era de esperar, la producción de textos con referencia exclusiva a temas arqueológicos también decayó notablemente, señalando el fin del segundo período de la arqueología en Antioquia. En síntesis, durante este período, se encuentran bastantes elementos de continuidad en cuanto a los fundamentos conceptuales con la etapa anterior. Específicamente, el discurso sobre el pasado prehispánico siguió siendo manejado por un selecto grupo de aficionados -si bien estuvo liderado por un profesional en el área de la antropología-. En cuanto a las características de la percepción del pasado indígena, los discursos no superaron la imagen de grupos cultural y biológicamente atrasados, que en general venía funcionando desde la etapa anterior. Por el contrario, el mito de la tenacidad paisa se fortaleció, de tal manera que la influencia del elemento indígena en la conformación de las características de la población actual nunca fue argumentada. En el campo específico de la arqueología, se vivió un cambio significativo con la creación del Museo Universitario, desde el cual y en torno del cual se realizó una importante labor de recuperación y preservación del patrimonio arqueológico y de divulgación de la imagen del pasado indígena expresada en el discurso de los objetos museales. Además, se incrementó notablemente el registro de proveniencia regional de los datos, mediante la implementación de la fase de campo como condición previa a la recuperación de los mismos. Sin embargo, no se prestó importancia a la disposición espacial de las evidencias dentro de conjuntos cerrados, ni se avanzó hacia la documentación de las características deposicionales del material, técnicas que comenzaban a ser aplicadas con éxito en otras regiones del país. Ello tiene que ver con un enfoque teórico en el que los objetos y rasgos arqueológicos por si solos agotaban la capacidad de cuestionamiento y análisis, considerándose por lo tanto, de poco valor la información relativa a las características contextuales del registro arqueológico. Dentro del panorama nacional, la arqueología regional de este período ofrece una imagen estática en su desarrollo teórico-metodológico. A pesar de que el empleo de

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algunas técnicas de prospección y preservación del material presentaron un cambio notable respecto del período anterior, nuevas implementaciones de este tipo no se realizaron posteriormente. Otro aspecto que diferencia notablemente la arqueología regional durante este período, es la relativa ausencia de investigaciones por parte de estudiosos que no fueran antio-queños, mientras que en otras partes del país, existía el flujo de investigadores locales entre varias zonas arqueológicas y una fuerte influencia por parte de investigadores extranjeros que trabajaron en el país. En Antioquia, aparte de las minuciosas investigaciones de carácter etnohistórico realizadas por el alemán Hermann Trimborn (1943, 1944, 1949 y 1953), no existieron esfuerzos decisivos por incorporar la arqueología regional dentro del panorama general de la historia prehispánica.

TERCER PERIODO (1977-1994) Si bien es cierto que durante la década de los años sesenta la convulsionada política de educación pública prácticamente impidió la investigación a los docentes, gradualmente la disposición de la Universidad pública cambió hacia el presente. Este cambio puede ser claramente identificado en el desarrollo de las reformas del pensum de Antropología. Entre 1965 y 1970, los únicos elementos relacionados con la actividad investigativa, eran impartidos en las clases de técnicas de investigación arqueológica y en las clases de antropología física. Entre 1971 y 1979, el nuevo pensum ya incluía prácticas de arqueología y etnografía y trabajo de campo, y la posibilidad no reglamentada de realizar monografía de grado. Posteriormente y hasta el presente, la presentación de un proyecto de investigación y su realización es el requisito de grado para los estudiantes. Este paso gradual desde la docencia exclusiva hacia la investigación, resultó fundamen-tal para el desarrollo de la arqueología, por cuanto se pudo vincular la experiencia investigativa a la actividad docente de los profesores y al programa de estudios de los alumnos. Como resultado de ello, se propiciaron dos asuntos esenciales: en primer lugar, la enseñanza de las técnicas y métodos de excavación y análisis, vitales para garantizar la formación de futuros arqueólogos. En segundo lugar, la realización de investigaciones, que bajo la modalidad de monografías de grado y trabajos de campo, se constituyeron en un aporte importante al esclarecimiento de problemáticas regionales desarrolladas desde las investigaciones-piloto, efectuadas por los profesores. Además de esto, se logró una cierta dinámica en la vida académica, que ha nutrido y puesto en contacto las experiencias teóricas y empíricas de alumnos y profesores. En general, desde finales de la década de los años setenta y hasta el presente, se puede decir que las investigaciones se realizan mediante un modelo metodológico basado en problemáticas regionalmente planteadas.

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En 1977 se inicia la Primera Campaña de Investigaciones del Golfo de Urabá, a cargo del denominado Grupo de Investigaciones Arqueológicas y Prehistóricas GIAP. Significa este el primer precedente en la realización de excavaciones arqueológicamente controladas en Antioquia, entendiendo por tales, excavaciones previamente planeadas para recuperar datos arqueológicos y ecodatos, así como su contexto horizontal y ver-tical de deposición. GIAP estaba compuesto por un grupo interdisciplinario de investigación que incluía como investigadores asociados a profesionales en las áreas de antropología, zoología, botánica, geología, topografía, dibujo y fotografía, todos ellos vinculados a diferentes facultades e institutos de la Universidad de Antioquia. La dirección del proyecto estaba a cargo de los antropólogos recién graduados en la Universidad Nacional de Bogotá, Alvaro Botiva y Gustavo Santos. La recuperación e identificación de macrorrestos animales y de polen fosilizado durante los trabajos de terreno, fueron implementaciones novedosas en ese entonces, y extrañas a la arqueología regional hasta hace muy pocos años, así como el equipo interdisciplinario que desarrollaba la investigación (GIAP, 1980). Las fechas de radiocarbono, desafortunadamente fueron analizadas defectuosamente en laboratorio, lo que se supo después de haberlas incorporado a las interpretaciones, causando un error de unos mil años de antigüedad en la cronología del yacimiento. Por consiguiente, las correlaciones regionales se plantearon desfasadamente. A partir de 1981 y hasta 1983, una vez el Grupo de Investigaciones Arqueológicas y Prehistóricas se hubo disuelto, el antropólogo Gustavo Santos, emprendió la Segunda Campaña de Investigaciones en el mismo yacimiento, en compañía de algunos estudiantes de la campaña anterior y otros nuevos. En esta ocasión, el equipo inter-disciplinario, se restringió a las áreas de suelos, biología y fotografía. Esta segunda campaña, además de ampliar las excavaciones anteriores y desarrollar prospecciones mediante investigaciones satélites por parte de estudiantes, reordenó la clasificación cerámica y reformuló la cronología errónea de la campaña anterior, lo que permitió la definición de una fase arqueológica, como parte de un complejo cultural, y su correlación con la problemática arqueológica tardía de la costa Atlántica y Panamá (Santos, 1989). En su conjunto, las dos campañas de investigación desarrolladas en Urabá, entre 1977 y 1983, sirvieron como laboratorio experimental para la formación de alumnos de antropología, algunos de los cuales adelantaron monografía de grado sobre la problemática arqueológica de la región: Carmen Bedoya y Elena Naranjo en Capurganá (1985); Gustavo Román en Turbo (1985); Dora Mejía, Helda Otero y Héctor Ramírez en Necoclí (1991) y Hernán Morales en Tarena (1985). De otra parte, los alcances conseguidos en el conocimiento de los aspectos relativos a las sociedades prehispánicas del Golfo de Urabá, y sus consiguientes interrogantes, generaron la realización de investigaciones arqueológicas en áreas geográficamente

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cercanas, en el marco de un convenio interinstitucional Colombo-holandés, denominado Arqueocaribe (Santos y Troncoso, 1986). El interés de Gustavo Santos por el estudio de las actividades económicas de producción e intercambio en épocas precolombinas, llevó también a la realización de investigaciones en torno a la explotación de fuentes salinas en la región central de Antioquia (Santos, 1986), generando a su vez el interés por parte de algunos estudiantes, hacia el conocimiento de la explotación de este recurso en épocas prehispánicas (v.g. Restrepo, 1990), y la realización de prácticas de arqueología donde las prospecciones se desarrollaron en busca de sitios de explotación de sal y fuentes termales (Santos, 1992). Mientras se efectuaban las investigaciones en Urabá y el Oriente antioqueño, estudios de otra índole, pero de pertinencia arqueológica, también se llevaban a cabo. Después de varias décadas de total abandono de la etnohistoria regional, se realizó una monografía de grado sobre la "Resistencia indígena en la conquista de Antioquia" (González, 1982). Así mismo, se desarrolló uno de los escasos trabajos de carácter teórico sobre la arqueología de la región: "Las teorías sobre las migraciones Karib", por la antropóloga y prehistoriadora Priscilla Burcher (1983), profesora del Departamento de Antropología desde 1975. Se trata de un análisis exhaustivo del desarrollo de ésta hipótesis, espina vertebral de un sinnúmero de interpretaciones sobre las sociedades indígenas del norte de Suramérica, desde el siglo XVI, hasta el presente. En otro entorno geográfico, entre 1983 y 1989, se llevó a cabo otro conjunto de investigaciones regionalmente planeadas, y realizadas bajo el mencionado modelo operativo, docencia-investigación. En esta ocasión, la dirección de las investigaciones estuvo a cargo de la antropóloga Neyla Castillo, egresada de la Universidad Nacional de Bogotá en 1980 y vinculada al Departamento de Antropología de la Universidad de Antioquia dos años más tarde. Su primera investigación en Antioquia (Castillo, 1984), se efectuó en 1983, como acción de salvamento de un cementerio prehispánico en el municipio de Sopetrán. Los datos obtenidos, fueron complementados posteriormente con la excavación de un sitio de habitación cercano, obteniendo así una interpretación tipo para contrastar con las evidencias que luego se obtendrían mediante amplias prospecciones en otras áreas del cañón del Cauca y el análisis de las colecciones cerámicas del Museo Universitario. Debido a que gran parte de las evidencias parecían corresponder a la época terminal de la historia prehispánica, los datos arqueológicos fueron correlacionados con la información etnohistórica del siglo XVI para el occidente antioqueño, tratando de hallar grupos culturalmente afines o "macroetnias" (Cf. Castillo, 1988a y 1988b). Esta correlación entre los datos arqueológicos y etnohistóricos, conformó la esencia de la problemática y la metodología de varias practicas arqueológicas y tesis de grado emprendidas en la región por parte de los estudiantes. Con la excepción de una investigación realizada en Buriticá (Girón, 1985) cuando aún no se habían definido dichas unidades, las investigaciones desarrolladas en Santafé de Antioquia por Henry Arboleda (1988), por Luz Elena Martínez en Peque (1990) y Marta Montoya en Anzá

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(1992), emplearon el concepto de macroetnia como referente analítico en la caracterización social de las sociedades que para el siglo XVI habitaban los territorios estudiados. Además, una de las finalidades expresas en todos estos estudios, era la de rastrear mediante extensas prospecciones, la dispersión de los complejos culturales y los tipos cerámicos, definidos inicialmente en Sopetrán. El producto de gran parte de las investigaciones mencionadas, conjuntamente con los resultados de Urabá, fueron sintetizados por Neyla Castillo (1988a), dentro de una obra general sobre la historia de antioquia. Este hecho, significó la incorporación de una visión nueva del mundo indígena precolombino en la historia regional, con lo que se logró una cierta oficialización y reconocimiento del discurso arqueológico dentro del ámbito de los historiadores locales, hecho que no se daba desde la primera época de la arqueología en Antioquia. En épocas posteriores, el área del occidente antioqueño y el cañón del Cauca, fue objeto de muy pocas investigaciones, las que siguieron retomando los planteamientos anteriormente mencionados (Nieto, 1991 y Castrillón, 1993. A partir de la década de los noventa, la arqueología regional experimenta un cambio gradual hacia el desarrollo de proyectos inscritos en varias modalidades de investigación: se continuaron realizando trabajos de campo y monografías; aumentaron las investigaciones básicas por parte de recientes egresados y profesores del Departa-mento, y la novedad la constituyeron los programas de arqueología de rescate en el marco de los estudios de impacto ambiental en obras de infraestructura energética. En total, las investigaciones se han multiplicado en grado tal que se podría hablar de un auge súbito en la arqueología regional. Si durante la década anterior el número de investigaciones no llegó a una decena, en los primeros cuatro años de la presente, se podrían contabilizar más de quince proyectos de pertinencia arqueológica. Una opción nueva de ejercicio práctico para los estudiantes, se tiene en el establecimiento de convenios interinstitucionales entre el Departamento de Antropología y otros estamentos, permitiendo un intercambio académico y científico más fluido entre arqueología regional y arqueología nacional. De otro lado, el Museo Universitario viene apoyando logísticamente la realización de investigaciones basadas en el análisis de sus colecciones cerámicas, en una serie de estudios estilísticos efectuados por estudiantes (Lema, 1993; Betancur, 1994 y Aristizabal, 1994). Además, pone a disposición el espacio físico para la realización de la fase de laboratorio de varias investigaciones. Durante los primeros años de la década, se incorporaron dos nuevos profesores de arqueología al departamento de Antropología: Carlos López y Sofía Botero, antropólogos egresados de la Universidad Nacional de Bogotá, quienes también han desarrollado investigaciones articuladas al modelo docencia-investigación, introduciendo nuevos elementos dentro de las perspectivas regionales de estudio.

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En Antioquia, López inició sus investigaciones en el marco de la arqueología de rescate, como parte de la evaluación de impacto del oleoducto Vasconia-Coveñas, registrando las primeras evidencias irrefutables sobre la existencia del hombre del paleolítico en Antioquia (López, 1991). Este proyecto, fue la base para la realización de otra investigación, que financiada por FIAN, amplió las referencias cronológicas y deposicio-nales de los hallazgos anteriores (Ibíd, 1989), en una suerte de complementación entre la arqueología de rescate y las investigaciones básicas. Por su parte, y en el marco operativo de las investigaciones básicas, la profesora Sofía Botero, antropóloga y master en arqueología, ha venido aportando en la formación de estudiantes desde 1991, articulando la docencia con un proyecto a largo plazo, sobre prácticas agrícolas precolombínas en el oriente antioqueño (Botero, 1994). De otro lado, Neyla Castillo y Gustavo Santos, efectuaron en 1991 el "Proyecto Arqueológico Valle de Aburrá", investigación financiada por la Secretaría de Educación del Municipio de Medellín. Esta, fue desarrollada en dos frentes autónomos de trabajo: mientras Castillo realizaba prospecciones en sitios de habitación por los entornos rurales del Valle, Santos se encargó del reconocimiento de sitios de habitación y la excavación de tumbas en el cerro el Volador. En conjunto, el proyecto permitió el establecimiento de un esquema cronológico y cultural básico para el conocimiento de la historia precolombina del Valle de Aburrá. A-demás, significó el primer antecedente de cooperación entre la Universidad y una entidad municipal, para el desarrollo de estudios arqueológicos. Actualmente, Gustavo Santos y la antropóloga Helda Otero, formada en la Universidad de Antioquia, dan continuidad a las investigaciones del cerro el Volador, dentro de un plan municipal que a largo plazo pretende la creación de un arqueoparque turístico en el sitio. Por el momento, una avance significativo se ha logrado con el reconocimiento del Cerro como parte del patrimonio histórico de la nación. Por su parte, Neyla Castillo en compañía del arqueólogo Carlos Múnera de formación Mexicana, adelanta un programa a largo plazo de arqueología de rescate en el Proyecto Hidroeléctrico Porce II. Esta investigación se ha constituido en una escuela práctica de técnicas de excavación para un nutrido grupo de estudiantes que ha venido participado en las fases de prospección y excavación. Actualmente, en este proyecto se efectúan excavaciones en área tendientes a la recuperación de evidencias arqueológicas y paleoambientales, y su distribución dentro de áreas de actividad, coherente con una arqueología cuantitatíva y funcional que da prioridad al análisis de características intrasitio. También se han efectuado proyectos de investigación básica por parte de investigadores independientes egresados del Departamento (Nieto, 1991 y Otero,1994) y profesores (Santos, 1994), con la financiación de la Fundación de Investigaciones Arqueológicas del Banco de la República y el Instituto Colombiano de Antropología. Estas investigaciones,

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se han dirigido hacia el rastreo de complejos cerámicos específicos en áreas virtual-mente desconocidas y bajo un modelo previo de problemáticas regionales. Dentro de la modalidad de rescate, además de los mencionados estudios (López, 1991 y Castillo, 1993), se han efectuado hasta el momento tres proyectos de evaluación de impacto en líneas de interconexión eléctrica, desarrollados por egresados del Departamento (Mejía y Montoya, 1992), y profesores y estudiantes del mismo (López, 1994 y Castillo y Piazzini, 1994). Las características de estos estudios han requerido del reconocimiento y prospección de grandes transeptos geográficos, aportando en la refinación de la distribución geográfica y cronológica de problemáticas regionales previa-mente planteadas. En general, las características metodológicas de las investigaciones efectuadas en la presente década, han estado en consonancia con el estado diferencial de los conoci-mientos para cada área estudiada, la orientación teórica de los investigadores y el monto de los recursos económicos disponibles. Sin embargo se podrían diferenciar dos tipos fundamentales de estudios: prospecciones arqueológicas en áreas virtualmente inexploradas para determinar la dispersión y cronología de complejos cerámicos, tradiciones líticas y pautas de enterramiento (Castillo y Santos 1992; Nieto, 1991; López, 1991 y 1994; Mejía y Montoya, 1992; Otero, 1994; Santos, 1994 y Castillo y Piazzini, 1994) y prospecciones y excavaciones sistemáticas en contextos domésticos, funerarios y sistemas de cultivo, buscando identificar las características internas del registro arqueológico en áreas de actividad específicas, y en regiones para las que ya se disponía de prospecciones y datos (Castillo, 1992; Santos, 1992 y 1994 y Botero, 1994). Las primeras, pueden incluirse dentro de un enfoque histórico-cultural, y se dirigen al análisis intersitios de las evidencias, mientras que las segundas van introduciendo gradualmente un nuevo modelo funcional y cuantitativo, para el análisis intrasitios de las evidencias arqueológicas y paleoambientales. Los presupuestos teóricos de las investigaciones de los noventa, no son para nada explícitos, pero se nota una tendencia hacia la adopción de planteamientos ecológicos y en menor medida de análisis funcionales sobre áreas de actividad. Paradójicamente, han sido muy pocas las investigaciones en implementar técnicas para la recuperación de ecodatos como polen fosilizado, fitolítos ó macrorrestos orgánicos (v.g. Castillo, 1992 y Botero, 1994), mientras el análisis de microhuellas de uso en artefactos, es todavía un propósito en la arqueología regional. Ello se explica en gran medida, por la falta de suficientes fondos económicos. Salvo en lo relativo a la explotación de sal (Santos, 1986) y a las prácticas de adecuación de sitios para el cultivo (Botero, 1994) las pruebas sobre la apropiación del medio ambiente por parte de las sociedades precolombinas, son pues, muy débiles. La implementación de los enfoques funcionalístas que comienzan a influenciar la arqueología regional, parecen ser la vía por la cual acceder a un conocimiento más real

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de las características medioambientales y su apropiación efectiva por parte del hombre precolombino. En cuanto a las relaciones que a nivel teórico-metodológico se puedan establecer entre la arqueología regional y nacional, no existe hasta el momento un estudio comparativo que permita identificar las características de la arqueología colombiana para las últimas décadas. Sin embargo, respecto del estado actual de la arqueología colombiana, el arqueólogo Cristóbal Gnecco apunta lo siguiente: " Aunque la praxis empirísta todavía es apoyada, la madurez de la arqueología colombiana ha sido señalada por la conciencia de que la investigación debe trascender el ordenamiento empírico de fenómenos pasados para explicar los procesos dinámicos responsables de su producción" (1994). Esta imagen, dándole un poco más de énfasis al peso del empirísmo, es válida para el estado actual de la arqueología antioqueña, y permite establecer un paralelo de similitud con la arqueología que se realiza actualmente en Suramérica "cuya preocupación rebasa los límites de la acumulación para ingresar en el terreno de la búsqueda sistemática de una historia que requiere explicación" (Lumbreras, 1992).

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CAPITULO 2 2.1 EL MODELO DE PERIODIZACIÓN Y REGIONALIZACIÓN. Con la finalidad de lograr el ordenamiento de los datos arqueológicos existentes actualmente para Antioquia, se ha diseñado un modelo de periodización y regionalización que busca contextualizar las evidencias locales dentro de problemáticas macro-regionales de amplia ocurrencia, sin perder de vista las particularidades regionales. Aspectos tales como el proceso de poblamiento temprano de Suramérica septentrional, los inicios de selección y domesticación de especies vegetales por parte del hombre prehispánico, o el incremento de la complejidad social durante los dos últimos milenios antes de la llegada de los españoles, constituyen problemáticas de fondo, que involucran a un numeroso conjunto de sociedades prehispánicas del norte de Suramérica a través de su historia. Sin embargo, el énfasis se dirige hacia el conjunto de rasgos particulares que permiten diferenciar los aspectos propios de las sociedades locales y regionales. La diversidad cultural que a menudo se señala como una característica fundamental de las regiones colombianas, tiene ya un punto de partida importante en el largo proceso de configuración de identidades étnicas, de estrategias económicas y apropiación territorial, observable en la historia precolombina. Ante presiones y coyunturas de orden ambiental y social de amplia ocurrencia, las respuestas individuales y colectivas de las sociedades precolombinas no fueron siempre las mismas, desembocando en desarrollos desiguales, pero fuertemente ligados entre sí. Identificar esta suerte de síntesis entre problemáticas extensas y respuestas locales, es pues el objetivo que se pretende lograr con el empleo del modelo de periodización y regionalización propuesto para el Atlas Arqueológico de Antioquia. Para exponer las características del modelo que aquí se propone, se tendrán en cuenta dos dimensiones básicas: una temporal en la que los datos son ordenados por períodos y una espacial que se refiere a las regiones definidas para cada período. Respecto de la dimensión temporal se han definido tres períodos históricos, cada uno de ellos correspondiente con un proceso importante para la evolución socio-cultural de los grupos en cuestión. El período inicial (8000 a 5000 a.c.), se caracteriza por la existencia de sociedades con un modo de vida de bandas de cazadores-recolectores en proceso de poblamiento de nuevos espacios y para las cuales la cacería, la pesca y la recolección constituyeron las principales actividades económicas.

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El período siguiente (5000 a último milenio a.c.) corresponde con los inicios de la vida sedentaria, la agricultura y la alfarería, y un mayor poblamiento de las áreas montañosas. El último período (primeros siglos d.c a siglo XVI) es el escenario temporal de un incremento demográfico importante, así como de la complejización de las estructuras sociales, económicas y políticas de algunos grupos y de la dinamización de la interacción regional. Es importante aclarar que la información relativa al siglo XVI, se presenta de manera separada, no en virtud de que constituya un nuevo período histórico, sino en cuanto la mayoría de los datos están constituidos por fuentes de carácter etnohistórico y no arqueológico. Desde luego, los límites que separan un período de otro, deben ser concebidos de manera elástica, pues no todas las sociedades incluidas sufrieron transformaciones en el mismo momento ni en igual dirección. Estas tres etapas, encuentran referentes muy similares en los modelos de periodización de mayor cobertura propuestos para Colombia, si bien tienen unos límites temporales más específicos para Antioquia. Así, respecto de la clásica propuesta de Reichel-Dolmatoff (1982), el primer período planteado aquí para Antioquia corresponde con su etapa paleoindia, el segundo con la etapa formativa y el tercero con el advenimiento de los cacicazgos. La cuarta etapa del autor: las federaciones de aldeas, no representa un período especial en el caso antioqueño por considerase que los cambios respecto del período anterior no fueron tan acentuados. Algo parecido se puede decir respecto del modelo propuesto recientemente por Karl Langebaek (1992), para el Noreste colombiano y el Noroeste de Venezuela. Sus dos primeras etapas: cacería de megafauna y cacería y recolección especializadas, corresponden a grandes trazos con el primer período para Antioquia. Sus dos siguientes etapas: recolección especializada y desarrollos a partir del siglo XI a.c, son equiparables, guardadas las proporciones, con los períodos segundo y tercero de la historia precolombina para Antioquia. Las semejanzas que se observan entre el modelo de periodización para Antioquia y los expuestos para áreas mayores, están dadas en virtud de las importantes transformaciones sociales y culturales que para épocas mas o menos iguales, ocurrieron en amplias áreas del norte de Suramérica y que por supuesto tuvieron su propia expresión para la región antioqueña. Así pues, la similitud con las propuestas mencionadas, y aún el empleo de conceptos desarrollados por sus autores, no corresponden a la adopción de la totalidad de los presupuestos teóricos que dan fundamento a las mismas. De otra parte, la dimensión espacial en la que se sucedieron los períodos históricos propuestos, tiene en cuenta la definición tentativa de ciertas regiones ocupadas por los grupos precolombinos.

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La magnitud espacial del largo proceso histórico precolombino, involucra en mayor o menor medida segmentos geográficos que actualmente no pertenecen al Departamento de Antioquia, pero que fueron escenario común de los desarrollos culturales que se dieron en épocas prehispánicas y aún en los siglos XVI y XVII. Por ello al hablar de las sociedades precolombinas de Antioquia, se está haciendo una abstracción y se debe comprender que tal referencia territorial es empleada como una herramienta: Antioquia es aquí una unidad espacial de carácter operativo, cuya continuidad histórica con los territorios de los grupos precolombinos no siempre está presente. Por ello, ésta característica operativa y analítica del concepto de región en arqueología, se encuentra íntimamente ligado a los modelos teóricos empleados para su estudio y a la cantidad y calidad de los datos disponibles. Así por ejemplo, la arqueología de la primera mitad del siglo, empleaba el concepto de área cultural para referirse a la distribución espacial de un conjunto homogéneo de evidencias. Esta concepción, en varios casos implicaba una visión estática de las regiones, dadas las dificultades para identificar profundidades históricas en los grupos estudiados. Por consiguiente, los mapas o atlas arqueológicos de la época presentaban secciones geográficas etiquetadas con el nombre de una cultura arqueológica que en últimas tan solo había habitado ése territorio en una época determinada. Es este el origen de las denominadas áreas o regiones arqueológicas Calima, Quimbaya, Sinú, etc, empleadas en Colombia desde principios del siglo para diferenciar geográficamente las evidencias arqueológicas. A partir de mediados del siglo, con la implementación de técnicas y métodos físico-químicos para saber la edad de las evidencias, y el incremento de las mismas para períodos más antiguos, los arqueólogos comenzaron a identificar una mayor diversidad en el tiempo y en las manifestaciones culturales de las sociedades estudiadas, por consiguiente de los territorios por ellas ocupados. Para tratar de explicar estas diferencias en el tiempo y en el espacio, además de distribuir geográficamente conjuntos homogéneos de evidencias, se comenzó a dar gran importancia al medioambiente y a los cambios climáticos como factores influyentes en los desarrollos culturales y las particularidades de las sociedades. Desde entonces, las regiones arqueológicas se han venido concibiendo en estrecha relación con las unidades fisiográficas (paisaje, clima, vegetación y suelos). Bajo esta concepción se han elaborado las propuestas más conocidas de regionalización y de periodización para la arqueología colombiana y regional: se ha diferenciado entre las características de las sociedades asentadas en las tierras bajas tropicales y aquellas localizadas sobre las tierras altas de los Andes (Trimborn, 1949; Reichel-Dolmatoff 1984 y Langebaek, 1992), y se han elaborado modelos de apropiación e intercambio de recursos bióticos de acuerdo a su distribución altitudinal en los pisos térmicos (Murra, 1975 y Reichel-Dolmatoff, 1984).

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Así mismo, las características fisiográficas de ciertas áreas han sido tenidas en cuenta para proponer rutas naturales que facilitaron el desplazamiento humano en sus procesos de poblamiento por corredores costeros, valles interandinos o depresiones cordilleranas (Duque, 1965 y Reichel-Dolmatoff, 1982), lo mismo que para señalar ciertos escenarios físicos que por excelencia sirvieron para dar inicio a la agricultura y su desarrollo tecnológico a gran escala (Reichel-Dolmatoff, 1982 y Langebaek, 1992). En general, este tipo de tratamiento del concepto de región ha dirigido su atención hacia las relaciones entre el hombre y el medio ambiente, asunto muy importante sin lugar a dudas, pero ha dado poca importancia a los fenómenos de interacción y cambio social, tan fundamentales como los anteriores en cualquier proceso histórico. La apropiación de determinados recursos por parte de un grupo humano dado, genera sentimientos de pertenencia, actitudes de defensa y sistemas de control territorial, así como relaciones de intercambio económico e interacción cultural, pues las sociedades aisladas nunca han existido (Schortman, 1987). Así entonces, los aspectos ecológicos deben integrarse a los de carácter social y cultural para efectuar de manera adecuada los estudios regionales en arqueología. Actualmente, tanto los arqueólogos como los etnólogos parecen estar de acuerdo en el valor operativo del concepto de región, como una unidad espacial de análisis que necesariamente pretende configurar un territorio humanamente significativo, ya por el uso y apropiación de recursos económicos, ya por la importancia de rutas de intercambio, o por procesos de poblamiento e interacción regional, todo ello en una dinámica histórica que combina la permanencia y el cambio. El concepto de región en Arqueología no debe circunscribirse necesariamente a unidades fisiográficas o al territorio ocupado por un grupo cultural homogéneo, si no que también se debe utilizar para definir áreas de frontera entre los mismos, y hacer referencia de la importancia de los procesos de interacción regional (Schortman, 1987). La ausencia de un cuerpo suficiente de datos que permita al arqueólogo reconstruir precisamente la distribución espacial y temporal de un conjunto determinado de evidencias y profundizar en las esferas sociales, políticas y simbólicas de las sociedades estudiadas, hacen que cualquier categoría de región se emplee siempre de manera provisional para elaborar hipótesis que guíen las investigaciones futuras y en ello estriba su validez y utilidad. En tal sentido el concepto de región empleado en El Atlas Arqueológico, debe ser entendido como una categoría espacial utilizada para ordenar, analizar y explicar los datos y surge de una síntesis entre lo que se sabe del territorio realmente apropiado por las sociedades precolombinas y la manera en que el arqueólogo concibe dicho territorio. Generalmente, entre más atrás en el tiempo, las evidencias arqueológicas suelen ser más escasas y por consiguiente para los períodos más tempranos la identificación de regiones culturalmente significativas se hace más difícil. A ello se suma la dificultad inherente al tipo de evidencias que por excelencia han logrado conservarse de la cultura

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material perteneciente a dichos períodos: artefactos y deshechos de piedra. Estos, aportan más información sobre la tecnología y la economía de los grupos que los emplearon, que sobre sus características culturales, haciéndose más problemático el tratar de identificar diferencias regionales. Por contraste, las evidencias más comunes para los períodos tardíos (cerámica, orfebreria, textiles, petroglifos, etc.), tanto por sus características formales como por su mayor frecuencia, permiten una identificación más precisa de las diferencias de carácter social y cultural de los grupos que las produjeron. La forma y decoración de las vasijas cerámicas y las piezas de oro por ejemplo, permiten acceder a los contenidos simbólicos que son más expresivos de la identidad y diversidad cultural y de algunos aspectos de la organización social de sus artífices, esfera esta de la vida cultural en la que pueden quedar plasmados los referentes de identidad que diferencian o asemejan a un grupo específico respecto de otro u otros en el tiempo y en el espacio. Es así como la identificación de unicidades regionales para las épocas tempranas, se basa fundamentalmente en la distribución espacial de rasgos tecno-económicos, mientras que a medida que el registro arqueológico se hace más numeroso e incorpora elementos simbólicos, se puede avanzar en la identificación de características culturales más específicas y territorialidades efectivas que no solo corresponden con el área investigada por los arqueólogos. En concordancia con lo anterior, para las épocas más tempranas ha sido preciso tener en cuenta contextos macro-regionales de gran amplitud, compensando así la escacez de datos y las dificultades interpretativas observables a escala regional. Para las épocas más recientes, el contexto macro-regional se reduce, sin dejar de lado la existencia los desarrollos culturales adyacentes a la región antioqueña. Así pues, el cruce de las dimensiones temporal y espacial, en la búsqueda de particularidades sociales y culturales y de sus relaciones entre sí, desemboca en la adopción de un concepto de región como unidad dinámica de análisis. De bastante utilidad resultan otros conceptos desarrollados por la arqueología para tratar de diferenciar y explicar los procesos históricos que aquí se quieren dar a conocer. Así, la categoría de modo de vida propuesta por Iraida Vargas (1989) y Mario Sanoja (1983), como una formación económico-social específica para cada tipo de desarrollo cultural, es una herramienta útil para identificar las características económicas de cada grupo social estudiado, teniendo en cuenta las evidencias que presenta. De Sanoja (1981) también resultan útiles los conceptos de vegecultura y semicultura para diferenciar dos importantes sistemas de cultivo con fuertes implicaciones en los desarrollados sociales precolombinos de los últimos milenios. Igualmente, resultan de gran valor operativo los conceptos de interacción regional (Schortman, 1987) e intercambio entre centro y periferia (Langebaek, 1992), por cuanto permiten el análisis de las relaciones entre diferentes sociedades y de estas con la apropiación de determinados recursos bióticos, minerales y aún políticos.

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De empleo mucho mas problemático resulta la categoría de cacicazgo, referida comúnmente a aquellas sociedades con una organización social, política y económica a medio camino entre las comunidades igualitarias y las sociedades estatales. Sin embargo, tanto por la visión evolucionista unilineal que implica, como por su poca utilidad para tratar de identificar importantes variables en la constitución particular de las sociedades a que se refiere, el concepto de Cacicazgo ha recibido múltiples críticas (v.g. Drennan y Uribe, 1986). De todas maneras, para aquellas áreas en las cuales las secuencias cronológicas y los análisis de cambio social y cultural están poco o nada desarrollados -como es el caso de Antioquia- el concepto de cacicazgo resulta útil como herramienta de análisis más no como modelo explicativo (Ibid). Con estas aclaraciones, se utiliza aquí el concepto de cacicazgo en la acepción que desde la década de los sesenta le habían otorgado autores como E. Service (1966) y M. Sahlins (1977) y que se refiere a la existencia de sociedades con una marcada jerarquización social y especialización económica, donde cada individuo cumple una función social ya sea como artesano, sacerdote o curandero, guerrero, comerciante,etc, inmersos en una organización sociopolítica controlada por un cacique principal al cual se subordinan otros de rango menor. De esta manera el sociedad establece una red de relaciones intra y extra comunitarias que le permite acceder a una amplia gama de recursos y productos aún de apartadas regiones. Por último, es necesario hacer énfasis en el carácter provisional del modelo de regionalización y periodización empleado para el Atlas Arqueológico de Antioquia, hasta que nuevas propuestas basadas en las investigaciones futuras permitan modificarlo o revaluarlo. 2.2 PRIMER PERIODO. LAS SOCIEDADES MAS ANTIGUAS. (8.000 - 2.500 a.c). En Antioquia el estudio sobre las sociedades más antiguas ha dependido de situaciones más o menos fortuitas y no a partir de un plan académico o científico de investigaciones para tal fin. Inicialmente y hasta épocas muy recientes la mayoría de las referencias obtenidas, provenían de hallazgos superficiales sin mayores datos y por lo tanto sin adecuadas bases para su interpretación. La puesta en marcha en épocas recientes de proyectos de arqueología de rescate en pro de la salvaguarda y preservación del patrimonio arqueológico, ha permitido acceder al conocimiento de algunas características de dichas sociedades tales como su forma de vida, los sitios de vivienda, las herramientas utilizadas, etc. Esto no quiere decir que en épocas anteriores no se hubiesen dado reflexiones sobre el tema, sino que el alcance de las mismas era limitado en tanto la existencia de técnicas y métodos para la recuperación de las evidencias y su análisis, no habían sido incorporadas dentro de la construcción de la historia regional.

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Por tal motivo, se presenta en primer lugar una síntesis histórica sobre la evolución y transformación que ha sufrido la concepción sobre las sociedades más antiguas de la región, desde las primeras elaboraciones de los historiadores de principios del siglo XX, hasta nuestros días. Además, y teniendo en cuenta el desarrollo actual de la disciplina arqueológica, el estudio de los procesos socio- culturales prehispánicos y en particular de aquellas primeras sociedades, debe hacerse sobre un contexto amplio que cubra extensas áreas geográficas de carácter continental, pues entre más se avanza hacia el pasado más amplios son los territorios apropiados por aquellas sociedades humanas. Difícilmente una zona o región investigada puede dar cuenta por si sola de la totalidad de los procesos de cambio histórico en ella acontecidos. Por ejemplo, el presupuesto sobre la ruta de penetración en sentido norte-sur de las primeras sociedades humanas a Suramérica, hace pensar en que el actual territorio antioqueño fue una de las primeras áreas ocupadas del continente. Ello se confirma parcialmente al tener en cuenta los recientes hallazgos sobre sociedades de este período efectuados en Antioquia y los cuales parecen estar relacionados con las evidencias obtenidas en la Costa norte del país, el valle del Magdalena y la sabana de Bogotá. Así mismo, deben ser contemplados los resultados de los estudios realizados en el sur-occidente de Colombia y la Amazonia, los que vienen señalando desarrollos contemporáneos pero diferentes en sus expresiones culturales. Aunque en Antioquia desde comienzos del presente siglo reconocidos académicos han venido formulando algunas hipótesis sobre la antigüedad y forma de vida de las primeras sociedades llegadas a este territorio, es solo a partir de la presente década cuando se empieza a configurar un cuerpo de datos provenientes de excavaciones arqueológicas controladas y con un registro confiable para su interpretación. Los datos hasta ahora obtenidos revelan la existencia de dinámicas culturales, desde hace por lo menos 10500 años para zonas como el valle intermedio del río Magdalena y desde hace unos 6500 para el curso medio del río Porce. Dinámicas que son el fundamento de desarrollos sociales posteriores, relacionados con el inicio de la agricultura, un período sobre el cual apenas se está comenzando a investigar. Es quizá don Tulio Ospina (1905) el primero en relacionar algunos vestigios arqueológicos y paleontológicos hallados en Antioquia, con la existencia de un hombre del cuaternario, contemporáneo de las especies extintas de mastodonte y caballo curvidente. Tales planteamientos se correspondían con los postulados teóricos sobre el poblamiento del continente Americano, que comenzaron a generalizarse a inicios del presente siglo. El más conocido de ellos, se basaba en comparaciones etnográficas entre algunos rasgos físicos de los pueblos indígenas americanos con sociedades asiáticas de ascendencia Mongoloide, que llevaban a considerar el ingreso del hombre al continente Americano por el estrecho de Bering, procedente del sureste asiático (Hrdlicka, 1915).

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Además, los estudios geológicos brindaban bases para sustentar la idea de un poblamiento desde el continente asiático: la última de las glaciaciones (llamada de Wisconsin, ocurrida entre el 70.000 y 10.000 A.P.), permitió la formación de un puente natural entre Siberia y Alaska, por donde pudo ingresar el hombre tras las manadas de animales, principalmente de grandes mamíferos, base de su sustento (Burcher, 1985). Esta perspectiva, dejaba de lado una serie de explicaciones que en siglos anteriores sostenían el origen bíblico de las sociedades americanas al considerarlas descendientes de algunas de la diez tribus de Israel o de los sobrevivientes del diluvio universal. Igualmente, descartaba cualquier origen autóctono o local del hombre americano, propuesta ampliamente defendida durante el siglo XIX por Ameghino, científico argentino, quien sostenía el surgimiento del hombre en las amplias pampas situadas al sur del continente americano (Salazar, 1984). Para la misma época, se planteaba la ocupación del continente desde hacía no más de 10.000 a 8.000 años, cuando grupos migrantes se desplazaron en dirección Norte-Sur, ocupándolo en un lapso aproximado de 1.000 años. Con ello, se presumía la existencia de un sustrato cultural común y una sola filación racial para todas las sociedades indígenas desarrolladas en el continente americano (Salazar, 1984). Otro tipo de interpretación, hacía énfasis en la existencia de un poblamiento múltiple del continente: además del ingreso del hombre por el estrecho de Bering, también este habría llegado por otras vías, a través del Océano Pacífico, desde la Melanesia, Australia y la Polinesia (Rivet, 1939). Este enfoque dejó sentadas las bases, hasta hoy día aceptadas, de un origen multirracial y multicultural de las primeras sociedades llegadas a América. De todas maneras, la idea del poblamiento del continente americano en sentido norte-sur no perdió vigencia, por lo cual resultaba coherente pensar que el actual territorio colombiano y en particular Antioquia, había sido paso obligado del hombre en su ruta migratoria desde Centro a Suramérica. Una vez en Colombia, utilizando vías naturales como las zonas costeras y los valles de los grandes ríos, el hombre se desplazó hacia el interior del país y el continente. La verificación del anterior supuesto se basaba en el hallazgo de algunas puntas de proyectil, artefactos generalmente asociados a grupos de cazadores tempranos del Nuevo Mundo y registrados en hallazgos realizados para varias regiones, tanto al norte como al sur del continente. En este sentido, varios autores construyeron un modelo explicativo, según el cual, el poblamiento de América se habría dado rápidamente, por parte de grupos especializados en la cacería de grandes animales como el mamut y el caballo americano; dichos cazadores serían portadores de una desarrollada tradición para la talla de puntas de proyectil, y asentados en espacios al aire libre, poseían una movilidad condicionada por el desplazamiento de las manadas de animales. Este modelo,

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denominado Paleoindio, se generalizó para referirse al primer período de la historia del hombre Americano (Cf. Gnecco, 1991). Durante las décadas de los años treinta y cuarenta, se reseñaron algunos hallazgos fortuitos de puntas de proyectil en diferentes sitios de Colombia tales como Manizales, El Espinal e Ibagué, datos que permitieron corroborar parcialmente los planteamientos anteriores (Robledo, 1955). De igual manera, para Antioquia se contaba con el hallazgo de dos puntas de proyectil en el municipio de Bello que indicaban la existencia desde épocas tempranas del hombre en el valle del Aburrá (Mejía, 1938). Sin embargo, las condiciones de estos hallazgos, generalmente superficiales y descontextualizados, no permitieron avanzar sobre un conocimiento más preciso de las sociedades que las produjeron, sus relaciones entre sí y con otros grupos del continente. Si bien en el lapso de tiempo comprendido entre los años 60 y finales de la década de los 80 se realizaron en Antioquia una serie de investigaciones arqueológicas, las mismas no abordaron la problemática sobre las sociedades más antiguas en la región. No obstante es importante considerar el avance dado a la temática en otras áreas el país y América ya que los resultados obtenidos se constituyeron en un nuevo marco general de interpretación para las investigaciones desarrolladas posteriormente a nivel local. 2.2.1 Las sociedades mas antiguas en el Noroccidente de Suramérica. Durante el transcurso de las décadas de los años 60 y 70 investigaciones arqueológicas efectuadas en suramérica ofrecieron nuevas perspectivas de análisis sobre aquellas primeras sociedades. De un lado, sitios como Taima-taima en Venezuela, el Inga en el Ecuador, Tagua-tagua en Chile indican que entre los 9.000 y 11.000 años a.c. existieron grupos portadores de una tradición lítica de artefactos bien tallados y de compleja elaboración, representados por puntas de proyectil utilizadas para la caza de grandes animales. Por otra parte, sitios como Ayacucho en el Perú y el Abra en Colombia evidenciaron un período, posiblemente anterior a los 11.000-12.000 años a.c, en el cual vivieron grupos con tradiciones líticas de artefactos obtenidos con técnicas simples de elaboración (utensilios sobre nódulos y lascas) orientados al aprovechamiento del medio a través de la caza, la pesca y la recolección (Ardila & Politis, 1989 y Gnecco, 1990) (Mapa No.2). Particularmente en Colombia, se implementó un programa de investigaciones en la sabana de Bogotá, específicamente para indagar sobre la presencia inicial del hombre y las condiciones del medio ambiente que habitó. Las investigaciones efectuadas en los abrigos rocosos de el Abra, permitieron recrear un marco ecológico para describir el medio ambiente de la sabana de Bogotá en aquellas épocas y los sucesivos cambios: Entre los 20.000 y 13.000 A.P. el clima era muy frío y seco con una vegetación de páramo con grandes áreas abiertas. Hacia los 12.500 A.P. aumenta la temperatura y la humedad, apareciendo en la sabana una vegetación de especies arbustivas (bosques de

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alisos). Alrededor de los 11.000 A.P. se presentan fuertes cambios de temperatura tornándose más fría con una vegetación semi-abierta de praderas. Desde hace 10.000 A.P. el clima y la vegetación adquieren la configuración actual, con leves y cortos cambios en diferentes épocas (Correal & Van der Hammen, 1971). Además del marco ecológico, en el Abra también se definió la primera industria lítica precerámica del país denominada "abriense" y conformada por artefactos elaborados por percusión directa y mal controlada; una fecha allí obtenida arrojó una edad de 10.400 años a.c.. Este utillaje lítico sería utilizado por grupos de cazadores-recolectores quienes se asentaron en abrigos rocosos durante su paso por ésta zona del país (Correal, 1977). Posteriores estudios en Tequendama y Tibitó mostraron otros aspectos de éste período en la sabana de Bogotá. En el sitio Tequendama se identificó otra industria lítica denominada "tequendamiense", conformada por un conjunto de artefactos elaborados con una técnica que indica un mejor manejo de la talla y una predeterminación en el diseño de los utensilios. Tibitó por su parte señaló la coexistencia del hombre con grandes animales, hoy extintos, y de los que habría hecho un aprovechamiento casual a través de una cacería fortuita de los mismos, pues no se hallaron herramientas especializadas que sugirieran la práctica permanente de su cacería (Correal, 1977; Gnecco, 1990). En términos generales se puede decir que en la sabana de Bogotá los grupos humanos de éste período estaban integrados por pequeñas bandas de cazadores-recolectores en permanente movilidad por la planicie y ocupando temporalmente los abrigos rocosos allí existentes. La presencia en los sitios reseñados, de artefactos fabricados en materia prima propia del valle del Magdalena, llevó a plantear el ingreso de aquellos grupos desde esa región, considerada como el principal eje de poblamiento hacia el interior andino, donde sería posible hallar asentamientos humanos con una mayor antiguedad. Posteriormente, los hallazgos realizados en Pubenza, un sitio arqueológico ubicado entre la sabana de Bogotá y el valle del Magdalena, confirman tanto la presencia humana en la región desde por lo menos 16.400 años A.P. así como, la ocupación de las regiones cordilleranas en sentido norte-sur (El Tiempo, 1993). Ya desde mediados de la década de los años 70, se habían realizado exploraciones a lo largo del valle del Magdalena en las cuales se ubicaron más de 20 sitios con evidencias que sugerían una gran antigüedad de los asentamientos humanos en la región. El mayor porcentaje del material lítico recuperado provino de recolecciones superficiales, haciendo difícil la interpretación cronológica de los mismos (Correal, 1977). 2.2.2 Las sociedades más antiguas en Antioquia. Varios de aquellos yacimientos fueron localizados en el Magdalena medio antioqueño. En Puerto Berrío, se hallaron evidencias en cuevas naturales ubicadas en las márgenes del río Alicante; igualmente en Puerto Nare se reportaron elementos líticos relacionados

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con grupos de cazadores-recolectores. Gran parte de las evidencias presentaba una tecnología simple de percusión directa asociadas a la industria "abriense" (Ibíd). El desarrollo de programas de arqueología de rescate implementados a comienzos de la presente década han brindado los primeros datos contextualizados para empezar a comprender los procesos de poblamiento de las sociedades más antiguas del departamento. Los datos hasta ahora obtenidos, provienen sólo de dos áreas del departamento de Antioquia: El Magdalena medio y el valle intermedio del río Porce (Map. No. 3 y 4). Durante la ejecución del programa de rescate arqueológico previo al inicio de las obras del oleoducto Vasconia-Coveñas se reseñaron yacimientos arqueológicos en jurisdicción de los municipios de Puerto Berrío, Yondó y Remedios (López, 1991). Los yacimientos fueron ubicados en las cimas de la bajas colinas y las amplias terrazas aluviales, formaciones características del paisaje de la región. En Puerto Berrío, sobre un conjunto de bajas colinas a 200 msnm y paralelas a la margen derecha de la quebrada San Juan de Bedout, se ubicó y excavó un yacimiento arqueológico; allí se registró una ocupación fechada en 8.400 años a.c. El material cultural correspondiente estaba conformado básicamente por lascas y raspadores elaborados en chert, cuarzo y cuarcita; las evidencias fueron asociadas a pequeños grupos con una alta movilidad y una base de subsistencia de cazadores-recolectores. Tecnológicamente los artefactos se clasificaron dentro de la tradición lítica "abriense" (Ibíd). En la Palestina, municipio de Yondó, se excavó otra estación arqueológica con elementos líticos estratificados. Las evidencias corresponden a artefactos y desechos de talla en chert, cuarzo y cuarcita asociados también a la tradición "abriense", a excepción de un cuchillo raspador plano-convexo y una preforma bifacial en cuarzo, relacionados con la tradición "tequendamiense". Todas las evidencias fueron fechados en 8.450 años a.c. (Ibid). Artefactos igualmente relacionados con ésta tradición se recuperaron superficialmente en una amplia área del Magdalena medio antioqueño; se destacan entre ellos puntas de proyectil y raspadores plano-convexos. Las condiciones de los hallazgos, sin ninguna relación estratigráfica y en algunos casos asociados a cerámica no permitieron relacionarlos directamente con las fechas obtenidas y correspondientes a una temprana ocupación del área (Ibíd). En términos generales, el conjunto de las evidencias referenciadas en los anteriores sitios, fueron interpretadas como el producto de grupos formados por pequeñas bandas con una subsistencia basada en la caza y la recolección que implicaba el consumo de los recursos del entorno y no su producción económica; con un patrón de asentamiento a cielo abierto y con una alta movilidad aprovechando las colinas y terrazas próximas a las corrientes de agua existentes en el lugar (Ibíd).

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Posteriormente, en peñones de Bogotá, un sitio al sur de Puerto Berrío, se efectuaron excavaciones en una amplia terraza aluvial con abundante material lítico, destacándose el hallazgo superficial de varias puntas de proyectil y raspadores plano-convexos. En un corte realizado se registró una sola ocupación o acumulación de vestigios con fechas comprendidas entre los 1.200 y los 4.000 años a.c.; el material cultural desde el inicio de la ocupación hasta el final de la misma no presenta variaciones tecnológicas que indiquen la existencia de diferentes ocupaciones del sitio. La clasificación de los instrumentos permitió situarlos dentro de las tradiciones líticas "abriense" y "tequendamiense", ampliamente difundidas en el valle del río Magdalena (Ibíd, 1992). Una contextualización de esta terraza con respecto al paisaje circundante, donde también se hallaron elementos líticos similares, sugiere un uso diferenciado del mismo: aquellos sitios amplios como las terrazas aluviales entre los 150 o 200 msnm, sirvieron al hombre para establecer sus campamentos base; mientras que sobre las cimas de las bajas colinas, entre los 200 y 600 msnm, se dieron asentamientos temporales destinados para el aprovechamiento de recursos provenientes de la recolección, la caza y la pesca (Ibíd). La cronología obtenida parecería no corresponder con el tipo de evidencias recuperadas, lo que sugiere una verificación de los resultados en el área. Otro sitio de particular interés, igualmente reseñado en programas de arqueología de rescate, fue ubicado en el municipio de Puerto Nare. La información preliminar indica una antigüedad de 8400 años a.c. asociada a un conjunto lítico clasificado dentro de la tradición "abriense". El yacimiento arqueológico se halló en una colina próxima a la margen izquierda del río Magdalena (López & Correcha, 1994).

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2.2.3 Otras evidencias sobre sociedades antiguas en antioquia. Una serie de evidencias, aunque aisladas y superficiales, posiblemente señalan la presencia de aquellas sociedades antiguas por un amplio sector de Antioquia. La mayoría de ellas corresponden a puntas de proyectil y artefactos de simple fabricación. En el corregimiento de Doradal, municipio de Puerto Triunfo, se halló una punta de proyectil en chert amarillo tallada bifacialmente, además de otros instrumentos como raspadores, lascas y desechos de talla (López, 1992). Otras puntas de proyectil similares se localizaron en los municipios de Maceo (López y Restrepo, 1993) y Yondó (Correcha, 1994 com. pers.). Probablemente, otras regiones hacia el interior de Antioquia, habrían sido ocupadas desde épocas muy tempranas, a juzgar por los hallazgos de puntas de proyectil realizados en la vertiente del río Porce: en su desembocadura al Nechí (Duque y Espinosa, com.pers), así como en el Valle de Aburrá (Mejía, 1939). Las puntas de proyectil mencionadas, presentan semejanzas morfológicas con las halladas a lo largo del valle del río Magdalena y otras áreas del país. Estas generalmente tienen una forma triangular con aletas en la base y pedúnculo. Hasta el momento no se sabe que tipo de relaciones existieron entre los portadores de ésta tecnología lítica, asentados en tan diversas regiones de Colombia y si existieron en épocas contemporáneas. Constituye una labor hacia el futuro, determinar con mayor precisión las características de las sociedades más antiguas del territorio antioqueño, así como indagar acerca de las relaciones de continuidad histórica que pudieron haber existido con las sociedades que posteriormente se encontraban asentadas en la región. Actualmente se sabe que en otras regiones del país, hacia el quinto milenio a.c.,se comenzaron a dar los primeros pasos para el establecimiento de una economía basada principalmente en el aprovechamiento de los recursos vegetales. En Antioquia, algunas evidencias recuperadas en el curso medio del río Porce (Castillo, 1992), sugieren el desarrollo de estrategias similares, ligadas a un nuevo período de la historia prehispánica sobre el cual se tratará a continuación. 2.3 SEGUNDO PERIODO. LAS SOCIEDADES RECOLECTORAS -HORTICOLAS Y ALFARERAS TEMPRANAS (5000-0 A.C.). Durante el período histórico comprendido entre el 7000 a.C y 1000 a.C. varios de los grupos humanos asentados en la parte noroccidental del territorio colombiano, desarrollaron un modo de vida mas dependiente de los recursos vegetales, en contraste con las actividades especializadas de caza y recolección del período anterior (Mapa No. 5).

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Paralelo a una nueva economía de apropiación generalizada, se registra un patrón de asentamiento permanente, también contrastante con la alta movilidad que caracterizaba a los grupos cazadores recolectores. Esta relativa sedentarización, permitió a los grupos humanos localizarse en regiones donde el medio les ofrecía una gran diversidad de recursos, desarrollando actividades de caza, pesca, y recolección de vegetales; además, estos grupos explotaron los recursos de las áreas de frontera ecológica (ecotonos) obteniendo una variada dieta alimenticia sin necesidad de efectuar grandes desplazamientos (Campbell, 1986). Así por ejemplo, en las zonas bajas se explotaron tanto los recursos del mar, manglares, lagunas y bosques tropicales y en las zonas andinas por su parte, se aprovecharon los recursos presentes en ríos, bosques y sábanas. Se ha registrado para esta época en algunas zonas del país, el desarrollo de la alfarería y la introducción de las primeras prácticas de horticultura, actividades al parecer posibilitadas por la adopción de las pautas de asentamiento semisedentarias, pero cuyos orígenes no parecen estar necesariamente relacionados entre sí. Mientras que las evidencias sobre los inicios de las prácticas hortícolas parecen tener diferentes núcleos de desarrollo en áreas tales como la Costa Atlántica, el altiplano Cundiboyacense, el alto Magdalena, la parte alta del río Calima y el curso medio del río Porce (Langebeak 1991; Groot, 1994; Rodríguez, 1991; Salgado, 1986 y Castillo, 1993), las evidencias más antiguas hasta ahora disponibles, sobre la existencia de la alfarería para el área norte del continente americano, están localizadas en la Costa Atlántica colombiana (Reichel-Dolmatoff, 1986 y Oyuela, 1987). 2.3.1 Las sociedades agroalfareras tempranas en el noroccidente de Colombia. Es la Costa Atlántica Colombiana el área donde se ha registrado la presencia de los grupos agroalfareos más tempranos; sitios como Monsú, Puerto Hormiga, San Jacinto, Guájaro, Puerto Chacho y Momil entre otros, han sido fechados entre los 4.000 y 170 a.C. (Reichel-Dolmatoff, 1986; Oyuela 1987 y Legross 1988). Se trata de yacimientos formados por la acumulación de basuras procedentes de restos de conchas marinas entremezcladas con artefactos líticos y óseos, así como huesos y fragmentos de cerámica, resultado de la explotación y consumo mediante una economía mixta generalizada, donde los pobladores complementaban su dieta con la pesca, la caza de especies pequeñas, la recolección de frutos vegetales; muy probablemente también se practicó el cultivo de raíces, pues así lo indica la presencia de azadas, instrumentos tallados en concha para trabajar la tierra. También se recolectaban moluscos del litoral (Reichel-Dolmatoff, 1986). La cerámica de este período, fechada entre 3.090 y 3.715 a.c. la más antigua para Colombia, se caracteriza por las grandes vasijas, los cuencos y budares, algunos con decoración incisa panda y punteada, y con la utilización de fibras vegetales como desgrasante en la arcilla (Ibíd y Oyuela, 1987).

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En esta zona, para los momentos finales del período, hacia el 1.120 a.c. en Malambo, se presenta una economía mixta con evidencias del cultivo de la yuca brava complementada con la cacería de mamíferos y la recolección de moluscos de agua dulce. El procesamiento de la yuca brava se confirma por la presencia de fragmentos de platos o budares, elementos relacionados con la elaboración de las tortas de harina o cazabe que se cocían al fuego (Ángulo, 1981). Pero no solo en la Costa Atlántica se estaban desarrollando la alfarería y la horticultura tempranas, también para la región de la Amazonia hay datos que reportan cerámica con desgrasante vegetal correspondiente a budares propios para el procesamiento de la yuca brava fechados en 2700 a.c; se registra además, la importancia del consumo de frutos de palmas (Herrera, Mora y Cavalier 1988). Es importante señalar además la presencia de sitios precerámicos como Neusa y Checua en Cundinamarca, Chaparral en el Tolima y Darien en el valle del Cauca en donde se encuentran referencias sobre la presencia de grupos humanos con prácticas hortícolas en épocas anteriores a la aparición de desarrollos agroalfareros. Así parece indicarlo la presencia de artefactos tales como manos de moler, placas planas, cantos rodados con bordes desgastados, asociados al procesamiento de semillas, y azadas en piedra, que sugieren el arado de la tierra (Rivera, 1986; Groot, 1994; Rodríguez, 1992 y Salgado, 1987). En otras zonas altas o intermedias de los Andes, entre los años 5.000 y 2000 a.c. se encuentran sitios arqueológicos como Chia, Zipacon, Vista hermosa, Aguazuque entre otros, que evidencian la transición de una economía basada en la cacería hacia una que combinaba la horticultura, la caza y la pesca. Así lo sugiere la presencia de artefactos líticos abrienses, sumados a martillos, cantos rodados con bordes desgastados y placas de moler. En algunos sitios de habitación se encuentran evidencias de pisos construidos en piedra, posiblemente utilizados como aislantes de la humedad, sobre los cuales se hallan restos de fogones, artefactos en hueso y entierros (Ardila, 1981; Correal y Pinto, 1983 y Correal, 1990). Hacia el 3000 a.C se ha identificado la cerámica mas temprana para el Altiplano Cundiboyacense, denominada cerámica Herrera ó pre-Muisca. Al período Herrera corresponden los desarrollos ocurridos entre el precerámico tardío y el período Muisca en el siglo VIII d.c. (Broadbent, 1971 y Cardele, 1985). En este período fueron de gran importancia la caza y la recolección, combinadas con los productos de una agricultura incipiente, probablemente de tubérculos como la papa. Otra actividad estaba constituida por la explotación de fuentes de agua sal; mientras que no se han registrado evidencias sobre la fabricación de tejidos, orfebreria o cerámica ceremonial (Botiva et al, 1989). Se caracteriza el Período Herrera además, por la presencia de pequeñas aldeas, cuyos pobladores conocían el cultivo del maíz, sin embargo parece que éste no representaba la base económica, siendo, como se dijo anteriormente, los tubérculos de tierra fría de gran importancia en su alimentación. En general se cree que los Andes orientales fueron un importante centro de domesticación de tubérculos de tierra fría (Domínguez 1981).

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Muy probablemente el patrón de asentamiento de estos grupos era de carácter semisedentario (Cardale 1985), utilizando tanto los abrigos rocosos como los sitios de campo abierto, para ubicar sus habitaciones.

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2.3.2 Evidencias sobre sociedades precerámicas con horticultura temprana en Antioquia (5000 a finales del primer milenio A.C.). En Antioquia no se tienen muchas evidencias arqueológicas que puedan dar cuenta de los procesos sociales y ecomónicos que caracterizan este período. Tan solo recientemente el registro arqueológico comienza a arrojar datos que sugieren de una manera preliminar la presencia de grupos horticultores precerámicos tempranos (Castillo, 1993) (Mapa No. 4). Los yacimientos hasta ahora encontrados, están ubicados en la cuenca media del río Porce entre los municipios de Amalfi, Gómez Plata y Yolombo, y corresponden al área donde Empresas Publicas de Medellín y la Universidad de Antioquia adelantan actualmente un programa de arqueología de rescate para el proyecto hidroeléctrico Porce II. Las evidencias allí encontradas, reportan una fecha de 4.530 a.c. que define una primera ocupación en la zona, sobre una terraza aluvial cercana al río. Al parecer se trata de grupos humanos que explotaban los recursos que el río les ofrecía y complementaban su dieta con la cacería de animales de monte, la recolección de vegetales y probablemente el cultivo de algunas raíces (Ibíd). En la tecnología lítica se destaca la presencia de instrumentos adecuados para la maceracion, trituración, y percusión utilizados en el procesamiento de recursos vegetales; la presencia de hachas de piedra sugiere el desmonte de áreas boscosas para efectuar las actividades agrícolas (Ibíd). Los resultados preliminares obtenidos en las últimas excavaciones realizadas en el Porce medio, reportan la presencia de pisos de piedra adecuados para sitios de vivienda y prácticas funerarias caracterizadas por entierros primarios colectivos, colocando sobre el piso al individuo, generalmente flexionado, procediendo luego a su sepultura (Castillo, com. pers.). Si bien la información obtenida para la región del Porce medio sugiere interesantes relaciones con los desarrollos hortícolas tempranos identificados en el interior del país, se espera que en las investigaciones actualmente en curso, y otras que hacia el futuro se desarrollen en otras areas de Antioquia, se puedan abordar con mayor certeza ésta y otras problemáticas. Resulta fundamental realizar investigaciones en otras áreas, con la finalidad de verificar si existieron desarrollos similares en otras partes de Antioquia, así como indagar acerca de los procesos de poblamiento con estrategias hortícolas hacia el interior andíno. Así mismo, es importante averiguar por las relaciones entre estas evidencias y las que posteriormente se tienen identificadas sobre grupos agroalfareros tempranos, asentados también en el Porce Medio.

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En este orden de ideas, Se hace necesario realizar estudios arqueológicos que incluyan otras áreas del departamento y amplíen el panorama de los grupos humanos que lo habitaron en épocas anteriores al desarrollo de la alfarería y la agricultura. 2.3.3 Las sociedades agroalfareras más tempranas en Antioquia. 2.3.3.1 Complejo ceramico la cancana: También en el curso medio del río Porce se ha identificado la presencia de la cerámica más antigua hasta ahora conocida para el departamento de Antioquia. A ésta se le ha denominado Complejo cerámico la Cancana con una cronologia relatíva que puede estar entre los 2.500 y los 1.500 a.c. (EPM, 1995) (Mapa No.6 y 7). Por el estado inicial de las investigaciones en esta zona, los datos obtenidos hasta el momento no permiten asegurar la existencia de relaciones socioculturales y económicas entre estos grupos y los anteriores recolectores hortícolas precerámicos asentados en la región. Sin embargo se evidencia una continuidad en la industria litica, lo que sugiere la existencia de algún tipo de relación entre estos grupos, o por lo menos, la presencia de un modelo económico similar. El complejo cerámico la Cancana identifica a grupos agroalfareros tempranos; al parecer se trata de pequeños grupos, posiblemente no mayores de una familia extensa. Sus asentamientos tenían una distribución espacial restringida, ubicados cerca al rió Porce o a las quebradas de curso mayor, donde pudieron explotar los recursos de ambientes ribereños a través de la pesca, y los recursos de los bosques circundantes como la caza y la recolección de recursos vegetales (Castillo, 1993). La cerámica de este complejo presenta una gran homogeneidad; fue elaborada con pastas muy finas, dándole un acabado liso y algunas están decoradas en el borde con líneas incisas muy finas, lo que hace suponer la existencia de un refinamiento en las técnicas alfareras, dejando latente la pregunta de sí fue un desarrollo local de la alfarería, o sí por el contrario ésta se introdujo en el área desde otros centros culturales, como por ejemplo la Costa Atlántica. No existen antecedentes de estos grupos en otras áreas del departamento de Antioquia, siendo difícil su interpretación y contextualización dentro de los procesos de poblamiento y las relaciones de este con los grupos que posteriormente poblaron la región. Por ello es necesario realizar estudios arqueológicos para entender los procesos sociales ocurridos en este período y su relación con otras áreas, a nivel regional, nacional y continental. 2.3.3.2 El complejo Ferrería y la colonización del interior de Antioquia (Siglo V a.c. a VII d.c.).

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Para esta época, en Antioquia, las evidencias apuntan hacia el poblamiento de valles interandinos, vertientes cordilleranas y altiplanos de la cordillera Central, por parte de grupos agroalfareros relacionados con el complejo cerámico Ferrería (Castillo 1992). Estos grupos, al parecer fueron los primeros en colonizar y poblar permanentemente las tierras templadas y frías de esta basta región, en un proceso que debe haber comenzado a principios del último milenio antes de cristo (ibíd). (Mapas Nos. 6 y 7) Las evidencias se han localizado en áreas geográfica y climáticamente diversas: un conjunto importante de asentamientos Ferrería, se ha identificado en el curso medio del río Porce, donde las características del clima cálido y el bosque húmedo tropical, plantean un habitat potencial para el desarrollo de la agricultura de tubérculos, y la recolección de especies vegetales y animales. Las fechas de radiocarbono indican que durante los siglos III a.c y VII d.c, estos grupos estuvieron asentados en la región, lo que remite a un largo proceso de adaptación y manejo del medio ambiente (Ibíd. 1993). (Existe una fecha tardía para este complejo ubicada en el siglo XV que deberá ser revisada para poder clarificar la permanencia de estos grupos hasta la época de concquista). Hacia el sur, en el valle de Aburrá, con un clima más templado y suelos de mayor aptitud para la agricultura, los asentamientos Ferrería conformaron otro importante territorio, ocupado simultáneamente al del Porce medio, entre los siglos V a.c. y IV d.c. Los sitios de vivienda se localizaron sobre planos naturales en la cima de colinas y montañas, y en laderas donde en ocasiones construyeron aterrazamientos. La distribución de los yacimientos, hace pensar en poblados hacia las partes bajas, y viviendas de unidades familiares menores, dispersas sobre las laderas de las partes altas (ibid, 1992) En uno de los yacimientos se pudo registrar la presencia de un raquis de maíz, muy pequeño y al parecer perteneciente a la raza primitiva denominada chocosíto; del mismo nivel de excavación, se obtuvo una fecha del siglo III d.c. Sin embargo, los instrumentos líticos recuperados en otros yacimientos, no incluyen los tradicionalmente asociados al cultivo de maíz, por el contrario, se encuentran cantos rodados desgastados lateralmente y el hallazgo excepcional de una asada, artefactos asociados en otras partes al trabajo y procesamiento de alimentos hortícolas. En este sentido, la evidencia de maíz fósil, debe corresponder a una especie primitiva, todavía en proceso de domesticación, y que no significaba una alternativa muy efectiva de alimentación (Ibíd, 1993). Hacia el sureste, en áreas de clima frío, en los contrafuertes cordilleranos del altiplano de Rionegro, cerca al municipio del Santuario; sobre el altiplano del municipio de la Unión y en las laderas de las altas montañas del municipio de Abejorral, se ha identificado otro conjunto de asentamientos Ferrería (Castillo y Piazzini, 1994). En el área de la Unión, las viviendas se encontraban dispersas sobre la cima de las lomas y colinas que dominan el paisaje, ubicación que pudo muy bien corresponder a un patrón de asentamiento agrícola. En las regiones montañosas de Santuario y Abejorral, las viviendas se construyeron sobre pequeños aterrazamientos artificiales en laderas cercanas a las quebradas. En esta última región, se tiene una fecha del siglo III a.c., lo

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que quiere decir que los grupos Ferrería ya habían ocupado una parte significativa de los paisajes de la cordillera central antioqueña hacia finales del primer milenio a.c. (Ibíd). Las pocas evidencias que apuntan a una tecnología agrícola, incluyen instrumentos líticos como maceradores, hachas pulidas trapezoidales y algunas lascas. Por contraste con los sitios de habitación de los grupos tardíos localizados en Abejorral, los yacimientos Ferrería, no han presentado evidencias de Metates y manos de moler (Ibíd). Grupos productores de cerámica Ferrería, se extendieron también por el Noreste hasta las tierras de vertiente al río Magdalena en los municipios de Remedios y Yalí. Por el norte, hasta las tierras templadas del municipio de Liborina, y hacia el sur, en tierras también templadas del municipio de Nariño, en las vertientes hacia el río Samaná (Castillo, 1992; Mejia y Montoya, 1992, Santos 1992). En general, las comunidades familiares con asentamiento disperso, podrían haber sido la unidad básica de la estructura social, Sin embargo la existencia de pequeñas aldeas, que funcionaran como centros de intercambio económico y social, no se puede descartar, lo que estaría corroborado por el registro de grandes asentamientos en el valle de Aburra. La supuesta existencia de estos grupos hasta épocas tardías, e inclusive durante el período colonial, debe ser tomada con cautela. De un total de 10 fechas de radiocarbono existentes para el complejo, 8 se localizan entre los siglos IV a.c. y IX d.c., mientras que las restantes están entre los siglos XV y XVII d.c. Lo que sí es más seguro, es la convivencia de los grupos Ferrería, con los portadores del denominado complejo cerámico Marrón Inciso. Ello hace parte de un panorama más amplio de interrelaciones regionales, que durante el primer milenio de la era cristiana, involucra grupos asentados en las cordilleras central y occidental, y probablemente el bajo Cauca. Así, los grupos Ferrería, después de haber colonizado gran parte de la cordillera central de Antioquia, se vieron inmersos en un nuevo orden económico y político, en el cual parecen haber jugado un papel importante como comunidades de orientación agrícola. De otro lado, es importante reseñar la existencia de algunas evidencias cerámicas contemporaneas de los asentamientos Ferrería, en el Magdalena medio antioqueño y fechadas entre los siglos V a I a.c. (López, 1991 y Mejía y Montoya, 1992). La calidad de estas evidencias hace dificil su asociación con los complejos alfareros que para la época se habían desarrollado en Antioquia y el Magdalena medio, pero en general se cree que pueden tener relaciones con la cerámica del denominado periodo formatívo tardío de la Costa Atlántica. 2.4 TERCER PERIODO: LAS SOCIEDADES AGROALFARERAS TARDIAS (0 A 1600 D.C).

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Se ha empleado el término de sociedades agroalfareras tardías, para referirse al período terminal ó tardío de la historia precolombina regional, período en el que se incrementó notablemente la dinámica de interacción y complejización social que desembocaría luego en la panorámica cultural descrita por los cronistas españoles en el siglo XVI. Para el lapso de tiempo transcurrido entre los primeros siglos de la era cristiana y el arribo de los españoles en el siglo XVI, pueden ubicarse cronológicamente gran parte de las evidencias arqueológicas hasta ahora reseñadas para la región antioqueña. Estas se componen en su gran mayoría de piezas completas y restos de cerámica, las que han sido ordenadas por los arqueólogos de acuerdo a sus características técnicas, funcionales y decorativas en diferentes grupos denominados complejos, estilos y tradiciones. Dichos grupos cerámicos, vistos en su distribución espacial y temporal, han servido para tratar de identificar a los grupos humanos que los fabricaron y/o utilizaron de acuerdo con sus propias tradiciones alfareras, organizaciones sociales y sistemas culturales. En menor proporción, para este mismo período se cuenta con artefactos líticos como instrumentos de molienda, hachas y cinceles; suntuosas piezas de orfebreria y testimonios sobre la fabricación y utilización de textiles como volantes de huso, rodillos y sellos de impresión, además de huellas de impresión textil y cestería sobre la superficie de algunas vasijas cerámicas. La localización espacial de tales evidencias en sitios específicos como cementerios, viviendas, áreas de cultivo y de explotación de recursos minerales, permite reconstruir una imagen contextual más cercana a la conducta de las comunidades humanas que los habitaron y utilizaron, de lo que podría inferirse a partir de los mismos objetos aislados. Ello, permite a su vez la identificación de los denominados patrones de enterramiento y pautas de asentamiento, maneras típicas de apropiación del espacio con fines estratégicos y simbólicos por parte de determinados grupos culturales. Es altamente probable que otro tipo de evidencias reportadas para Antioquia tales como petroglífos, restos de caminos y otras construcciones en piedra, pertenezcan también a este período, toda vez que se localizan en áreas cercanas a los respectivos yacimientos arqueológicos; a ello se suma el hecho de que en otras partes del país este tipo de rasgos estén relacionados con las sociedades de éste período. Si bien es cierto que aún falta mucho por investigar respecto de los períodos anteriores, puede decirse que tal profusión de evidencias para el período tardío, está remitiendo a un cambio importante en las pautas culturales y los procesos de adaptación y manejo del medio social y ambiental por parte de las sociedades precolombinas de Antioquia y las regiones adyacentes. Dicho cambio, está fuertemente relacionado con la adopción de prácticas de agricultura más estables y para regiones más localizadas por la implementación de la minería de sal y oro. 2.4.1 Semicultura y complejización social en el Occidente colombiano durante el primer milenio d.c.

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La existencia de un comportamiento cualitativa y cuantitativamente similar de las evidencias arqueológicas en áreas geográficamente cercanas y en épocas semejantes, plantea la la ocurrencia de un fenómeno cultural de gran amplitud dentro del proceso histórico del área noroccidental de la América del sur precolombina: el establecimiento de sociedades jerarquizadas. Esta nueva forma de organización social está íntimamente ligada con la apropiación de nuevos espacios geográficos mediante estrategias de economía agrícola, el incremento de la vida sedentaria, fuerte aumento demográfico de las poblaciones, especialización económica de las actividades productivas y complejización de las expresiones mágico-religiosas. Esta complejización de la estructura social que desemboca en la existencia de los cacicazgos, se da por la especialización de determinados individuos, sectores sociales o grupos humanos en actividades económicas, políticas y religiosas específicas, diferenciación social que experimentaron algunas comunidades al adoptar nuevas estrategias económicas (Langebaek, 1992). Ello a su vez implica un control centralizado de las relaciones sociales de producción por parte de personajes o élites con poder político (Vargas, 1989). Al esquema básico de intercambio recíproco que prevalecía en las sociedades aldeanas, se le sumó el intercambio redistributivo, propio de las sociedades jerarquizadas o cacicazgos (Reichel-Dolmatoff, 1982). Si bien es cierto que no todas las sociedades aldeanas se transformaron en cacicazgos, el surgimiento de estos últimos modificó el panorama general de los grupos precolombinos, por cuanto se incorporaron nuevos elementos e intereses en el intercambio económico y los conflictos territoriales. De este modo, las comunidades aldeanas se involucraron a la intensa dinámica de interacción regional cerecterística del período tardío (Vargas, 1989). El proceso de complejización social que devino en el surgimiento de los cacicazgos, en general ha sido relacionado con la implementación de la semicultura y fundamentalmente del cultivo del maíz, reemplazando o complementando el anterior sistema de vegecultura donde el cultivo de yuca parece haber sido muy importante (Reichel-Dolmatoff, 1982 y Sanoja, 1981). La adopción de la práctica agrícola de semicultura, implica el conocimiento de los ciclos climáticos locales, de las características de los suelos, la selección de semillas para la siembra y el desarrollo de técnicas y herramientas especializadas (ibíd). Además, requiere de una organización social para la producción y la distribución de los excedentes (Langebaek, 1992). Todas estas condiciones, hacen de la semicultura un factor importante dentro del cambio social y cultural que sufrieron aquellos grupos que la adoptaron como base económica. Ello puede inferirse para varios desarrollos culturales del país e inclusive de Centro América (Mapa No. 8) Como ya se ha mencionado para el período anterior, durante el primer milenio a.c., en la Costa atlántica colombiana se venía dando un importante cambio desde una economía

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que incluía la vegecultura, hacia la semicultura como práctica agrícola fundamental. Gradualmente, se fueron ocupando tierras de vertiente que anteriormente habían sido poco habitadas; las poblaciones se hicieron más sedentarias al explotar recursos tan localizados y se hizo más evidente la diferenciación de los roles económicos, políticos y religiosos al interior de las comunidades: de un modo de vida igualitario, se pasó hacia uno de tipo jerarquizado (Reichel-Dolmatoff, 1982). Este fenómeno se presentó de manera semejante entre ciertas comunidades de los Andes orientales, el Suroccidente del país y en la parte sur de América Central. En Panamá central, para los primeros siglos de la era cristiana, se tienen evidencias de poblaciones extensas y nucleadas asentadas sobre las tierras cálidas, con agricultura de maíz, especialización artesanal y en general una diferenciación social y económica de las actividades (Hansell, 1987). Para la misma época, en la región Calima del Suroccidente Colombiano, se tienen evidencias de asentamientos dispersos por las laderas andinas, sistemas de camellones para el cultivo intensivo de maíz y una especialización artesanal y económica de las actividades (Bray et al, 1989). De manera semejante, este proceso de complejización social, se estaba dando para la misma época en otras regiones como el alto Magdalena (Duque, 1965 y Drennan, 1993) y el altiplano Cundiboyacense (Botiva, 1989). Para algunas de estas regiones, se cree que el cultivo intensivo de maíz pudo ser adoptado por varias razones: un cambio climático hacia temperaturas más húmedas sucedido alrededor de 700 a.c, que hizo mas viable el alto rendimiento del cultivo; la necesidad de alimentar un número más alto de población; o el incremento de las necesidades nutricionales surgido de la vida sedentaria, que encontraba en el maíz un contenido significativo de proteínas (Langebaek, 1992:61). En Antioquia, las evidencias arqueológicas del empleo de maíz comienzan a aparecer durante los primeros siglos después de Cristo. Se trata de pequeñas mazorcas fósiles (raquis) que parecen corresponder a razas de maíz primitivo (Castillo, 1992), polen fósil en huertas adecuadas para el cultivo (Botero y Vélez, 1994) y en mayor medida de metates y manos de moler, instrumentos empleados para procesar el grano y referenciados para extensas áreas. En relación con otras regiones como la costa Atlántica, el Viejo Caldas y el Valle del Cauca, en Antioquia las evidencias de cultivo intensivo son pocas. Las únicas conocidas han sido reportadas para los siglos V y VI d.c en las montañas orientales del valle de Aburrá. Allí los cultivadores prehispánicos construyeron un sistema de huertos vallados y drenados, para contrarrestar la erosión y procurar un mayor rendimiento de los suelos naturalmente pobres, lo que les permitió la producción de maíz, ahuyama y batatas (Botero y Vélez, 1994). Sin embargo, otras prácticas no intensivas de agricultura han debido asegurar la subsistencia humana en otros territorios. Los sistemas rotativos o intinerantes de

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agricultura, por ejemplo, no conllevan a una modificación perdurable del relieve y por lo tanto no dejan vestigios arqueológicos de su existencia. Sin dejar de tener en cuenta la importancia de la agricultura y en especial de la semicultura dentro del amplio fenómeno de complejización social de principios de la era cristiana, en Antioquia la minería ha debido ser un factor igualmente importante, por cuanto necesitó de un complejo proceso de adaptación y apropiación del entorno físico y de una organización social adecuada para la producción, la elaboración y el intercambio por parte de los grupos que la adoptaron dentro de su estrategia económica. Recursos minerales tales como la sal y el oro, sobre todo este último, se encuentran con abundancia en la región, y existen algunos datos que indican su explotación y uso por parte de las sociedades precolombinas y del siglo XVI. Desde el siglo pasado, se ha referenciado la existencia de evidencias sobre la explotación de oro de veta y aluvión en épocas precolombinas (Nisser, 1833; Codazzi, 1856; White, 1883 y Restrepo, 1883) y para el siglo XVI, abundan las crónicas que resaltan la intensa minería de oro que se desarrollaba en el occidente y norte de Antioquia ( i.e. Cieza, 1929; Sardella 1993; Robledo, 1993 y Castellanos, 1935). De igual manera, en Antioquia existen evidencias de explotación de sal para épocas precolombinas (Santos, 1986 y 1993; Castillo, 1988a) y algunos cronistas del siglo XVI coinciden en señalar la importancia de la sal para ciertos pueblos indígenas que se dedicaban a su explotación y comercio (Robledo, 1993 y Cieza, 1923). Finalmente, hay que anotar que la búsqueda y empleo selectivo de rocas para la construcción de caminos, acequias y otras obras, debe entenderse en un sentido amplio como una actividad minera, toda vez que implica una explotación intencional de recursos minerales. A este respecto es interesante anotar que tales rasgos arquitectónicos parecen haber tenido un desarrollo importante en épocas precolombinas en ciertas áreas del Oriente y Valle de Aburrá (Cieza, 1923; Robledo, 1993; Botero y Vélez, 1994 y Osorno, 1994) y hacia el suroeste antioqueño (Sardella, 1993; Montoya, 1922b y Arcila, 1969). Así pues, la minería en Antioquia ha debido ser una actividad importante y decisiva para el desarrollo social en épocas precolombinas; habría proporcionado un matiz diferente al proceso de complejización social de los grupos precolombinos asentados en la región antioqueña, respecto de los grupos de regiones adyacentes, cuyas economías se orientaron fuertemente a la agricultura intensiva. Existen algunas razones de peso para pensar que las sociedades precolombinas que implementaron la minería como una actividad económica importante, hallan desarrollado características social y culturalmente diferentes de aquellas que se orientaron hacia la explotación de recursos bióticos de manera predominante. A diferencia de los recursos bióticos, las áreas de captación de recursos minerales no están determinadas por las características del clima, la vegetación y la fauna. Por ejemplo, no existe una relación directa entre los pisos térmicos fríos y las fuentes de sal

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o las vetas de oro, pues estas se encuentran indistintamente en cualquier piso térmico y su existencia depende de fenómenos geológicos y no climáticos. Ello quiere decir que las pautas de asentamiento para la explotación minera, requieren de estrategias adaptativas diferentes a las requeridas para desarrollar actividades de caza, recolección o agricultura. En este orden de ideas, es muy probable que las poblaciones prehispánicas que practicaban la minería con cierto grado de especialización, hallan desarrollado nuevas estrategias económicas para la obtención local o por intercambio, de los recursos alimenticios necesarios. La explotación de oro en el clima seco y árido del cañón del Cauca por ejemplo, ha debido requerir de prácticas agrícolas especiales en un medio bióticamente pobre y delicado. De otro lado, mientras que la explotación de recursos agrícolas tiene como finalidad inmediata la satisfacción local de las necesidades alimenticias, los recursos minerales como la sal y el oro implican generalmente su distribución e intercambio con otras regiones, actividades que requieren de una organización social y políticamente compleja. Se puede esperar entonces, que la explotación especializada de los recursos minerales, implica la adopción de pautas de asentamiento, estrategias productivas y de intercambio económico diferentes de las que comunmente se han asociado a la explotación agrícola intensiva. Dadas las características físicas de la región antioqueña, las evidencias arqueológicas que sugieren el desarrollo de la minería en épocas precolombinas y los datos más concluyentes al respecto para el siglo XVI, se puede decir que la implementación de la minería intervino como factor decisivo en el desarrollo de las sociedades complejas de la era cristiana en la región antioqueña y les imprimió un cierto carácter diferencial frente a los desarrollos culturales de las regiones vecinas. En este orden de ideas, se podría plantear hipotéticamente que las relaciones internas de los grupos asentados en la región antioqueña desde el primer milenio después de cristo, y de estos respecto de los desarrollos culturales contemporáneos en las regiones adyacentes, estarían dadas por los siguientes elementos: -Colonización de áreas geográficas con posibilidades para la explotación agrícola y minera por parte de grupos anteriormente asentados en la región y por otros provenientes de regiones adyacentes como la costa Atlántica, y probablemente el Suroccidente colombiano. -Desarrollo regional de sociedades complejas con una economía basada en la agricultura y la minería, y establecimiento de una dinámica macro-regional de intercambio comercial. Estos elementos serán planteados en detalle respecto a las poblaciones arqueológicamente identificadas hasta el momento para los inicios de este período al interior de la región antioqueña y sus posibles nexos con los desarrollos culturales en áreas aledañas.

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Durante los inicios de la era cristiana existían en la región antioqueña por lo menos tres grupos humanos diferentes entre sí: el representado por el complejo cerámico Ferrería, del cual ya se ha hecho mención para el período anterior; los grupos asociados a la tradición alfarera Marrón inciso, que convivieron en territorios comunes con los grupos Ferrería; y los constructores de Túmulos Funerarios del Occidente, los que posiblemente tuvieron nexos culturales con los desarrollos del formativo tardío de la costa atlántica. Todos estos grupos, sostuvieron relaciones entre sí, y con seguridad participaron del intenso intercambio económico, tecnológico y simbólico que caracteriza este período (Mapa No. 9) 2.4.2 Los constructores de túmulos del Occidente Antioqueño. La tradición de Túmulos Funerios del Occidente antioqueño, es hasta ahora poco conocida. Los datos relativos al tipo de cerámica que fabricaban estos grupos tan solo hacen referencia a vasijas sencillas, con engobe rojo y decoración incisa (Girón, 1985). Por ello, el rasgo que por excelencia ha servido para su identificación han sido los característicos túmulos funerarios, especies de montículos construidos amontonando tierra sobre los enterramientos y cuya prominencia sobre el relieve los denuncia facilmente. La distribución de los túmulos, incluye las vertientes al río Atrato entre sus afluentes el río Penderísco y el río Sucio en los municipios de Urrao, Abriaquí, Frontino y Dabeiba; las partes altas de la cordillera occidental en Buriticá, mientras que hacia el norte, su dispersión no ha sido aún precisada, pero es probable el hecho de que se conecte con la tradición de túmulos de las cabeceras de los ríos Sinú y San Jorge, relacionada con los desarrollos culturales de Betancí en las sábanas de la Costa Atlántica (Mapas Nos. 8 y 9). Para la extensa región de sábanas y ambientes lacustres localizada entre los cursos bajos de los ríos San Jorge y Sinú, se tiene identificado un importante desarrollo cultural caracterizado por la tradición cerámica Modelada Pintada, el cual se distingue por una compleja organización social, política y económica expresada en la especialización de determinados sectores de la sociedad en la industria cerámica, textil y orfebre (Plazas y Falchetti, 1981). Este desarrollo, muestra una tendencia hacia la ocupación de áreas próximas como el alto Sinú, el golfo de Urabá y probablemente la costa Pacífica chocoana, donde se lograron establecer otros desarrollos locales entre los siglos IV y XII d.c. (Reichel-Dolmatoff, 1982). De otro lado, las evidencias indican que hacia el siglo V d.c, estos grupos habían ocupado el bajo Cauca antioqueño (ODC-ICAN, 1994). Es posible entonces que la región del occidente antiqueño y concretamente el territorio de dispersión de los túmulos funerarios fuera objeto de tal expansión. Se sabe que por lo menos desde el siglo IV d.c. los constructores de túmulos se habían asentado en la importante región aurífera de Buriticá (Girón, 1985 y Castillo, 1988b),

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mientras que para el siglo XVI estaban representados por el cacicazgo de Nore, localizado en el curso superior del río Sucio (Cieza, 1923). Todo parece indicar que se trata de una tradición cultural milenaria, la que quizá tenga relaciones étnicas con los grupos del formativo tardío del área Sinú, dadas las semejanzas en el patrón funerario y el estilo orfebre que desarrollaron (Piazzini, 1994). Respecto de los sitios de habitación de los constructores de túmulos no se posee información precisa, pero es común la presencia de aterrazamientos nucleados en cercanías a los lugares donde se construyeron los túmulos (Ibíd). La apropiación por parte de estos grupos de las tierras de la vertiente oeste de la cordillera occidental, incluyendo la gran diversidad vertical del clima y los recursos bióticos que existen desde las selvas húmedas del Atrato hasta los valles fértiles de clima templado de los ríos Sucio y Penderísco, ha debido favorecer la consolidación de cacicazgos poderosos como el mencionado Nore del siglo XVI (Cf. Trimborn, 1943). Las pocas evidencias arqueológicas sugieren que ya para el siglo IV d.c, procesaban el maíz en la región de Buriticá (Girón, 1985). A tan rica diversidad ecológica hay que sumar la riqueza aurífera que en aluviones y vetas ha hecho famosa la región de Abriaquí, Frontino, Dabeiba y la vertiente cordillerana hacia el Chocó desde el siglo XVI, cuando los cronistas describen actividades de explotación, manufactura e intercambio de piezas por una extensa red de vías comerciales (Núñez, 1993, Cieza, 1923, West, 1972 y Trimborn, 1943). Ello no ha debido restringirse a la época de conquista pues existen evidencias arqueológicas que indican el empleo de piezas de orfebreria como ajuares funerarios: hallazgos fortuitos de pendientes del estilo Darien en túmulos de la región de Frontino y Dabeiba (White, 1953); una típica nariguera del llamado estilo invacionista en un túmulo de la cuenca del río Carauta (Piazzini, 1994) y otros colgantes del estilo Darien hallados en Dabeiba, Frontino y Buriticá (Pérez de Barradas, 1965). Es importante tener en cuenta que el estilo orfebre Darien tuvo su núcleo principal de dispersión en el área del Sinú durante el primer milenio d.c, pero alcanzó a extenderse por regiones tan amplias como los Valles del Magdalena y del Cauca y aún por Centro América (Plazas y Falchetti, 1983). Los enterramientos realizados en los túmulos funerarios, a juzgar por algunas breves descripciones (White, 1919), eran similares a los que se practicaban entre los grupos del área del Sinú y el San Jorge. Existían entierros colectivos, así como algunas variantes en el tamaño de los mismos y la disposición de los cadáveres, de acuerdo a la importancia de los personajes. Los ajuares funerarios, incluían piezas de cerámica, piedra y orfebreria. Los túmulos se construían por lo general en conjuntos numerosos sobre la sima de las colinas o en planos coluviales. Al parecer, existía una intencionalidad al disponer la entrada de las bóvedas hacia el oriente, a donde nace el sol (Piazzini, 1994). La continuidad histórica que demuestra la existencia de una misma manera de concebir y dar tratamiento a la muerte por parte de los constructores de túmulos del occidente antioqueño durante por lo menos doce siglos, hace necesario un estudio arqueológico a

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fondo, pues esta continuidad no parece haberse logrado en otros grupos asentados hacia el interior antioqueño para inicios del primer milenio d.c. De igual manera la contigüidad territorial que la dispersión de los túmulos presenta respecto de grupos asentados en el interior de Antioquia para épocas contemporáneas, y las posibles relaciones étnicas con los grupos del formativo tardío del área Sinú y aún del sur de Centro América, hacen pensar en relaciones de interacción social que es preciso estudiar hacia el futuro. 2.4.3 Las sociedades agrícolas y mineras productoras de la alfarería Marrón Inciso. Como complejo o estilo cerámico Marrón Inciso, se ha venido denominando una tradición alfarera ampliamente registrada para el área central de la cuenca del río Cauca y algunos altiplanos y valles interandinos adyacentes. A ésta se la ha asociado con el estilo de orfebreria Quimbaya Clásico, cuya dispersión coincide en términos generales con la descrita para el complejo cerámico. Por extensión, con estos calificativos se está hablando de los grupos humanos que produjeron la cerámica y la orfebreria. El Marrón Inciso fue inicialmente identificado como una manifestación cultural particular de grupos asentados fundamentalmente en el área del viejo Caldas, pero que también se extendían hasta el sur de Antioquia (Bennet, 1944). Posteriormente, se lo ha asociado con el estilo de orfebreria Quimbaya Clásico, en virtud de las similitudes estilísticas y de algunos hallazgos asociados en enterramientos (Bruhns, 1970; Castaño, 1987 y Santos, 1994). Durante bastante tiempo se creyó que el Complejo Marrón Inciso, tenía su foco cultural localizado en el valle medio del río Cauca. Así mismo se consideraba esta región, como el centro de dispersión del estilo Quimbaya en orfebreria. La asociación de ambos estilos, como producciones culturales de un mismo grupo humano, asentado en dicha región durante los primeros siglos de la era cristiana, se sustentaba en la correlación establecida por la semejanza entre la orfebreria Quimbaya y los desarrollos orfebres de los períodos tempranos Ilama y Yotoco del Valle del Cauca y la cordillera occidental, al sur. (Bruhns, 1970). Posteriormente, estas hipótesis se afianzaron con base en la obtención de una fecha del siglo V d.c., proveniente del núcleo de cerámica de una pieza de orfebreria Quimbaya (Ibíd, 1990 y Herrera, 1989). De este modo, las correlaciones que se planteaban sobre el origen y contacto cultural de estos grupos humanos, miraban hacia el sur de la cuenca del río Cauca, al punto que se pensó en la existencia de un gran horizonte cultural, que entre el último milenio antes de cristo y los primeros siglos de nuestra era, se había extendido desde el norte del Ecuador hasta el valle medio del río Cauca, habiendo desaparecido por eventos volcánicos de gran envergadura sobre la región andina (Lathrap et al., 1984). Hoy en día, a partir de la intensificación de las investigaciones arqueológicas en Antioquia, y la excavación de los primeros contextos de habitación del complejo Marrón Inciso en el departamento de Caldas, se sabe que las ocupaciones más antiguas se localizan en los núcleos de Antioquia, mientras que las más tardías se encuentran en el

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departamento de Caldas. De igual manera, la distribución del estilo de orfebreria Quimbaya clásico, demuestra que una buena parte de las piezas fueron halladas en territorio antioqueño. Todo ello está indicando que las relaciones de origen e intercambio cultural de estos grupos durante las épocas tempranas, deben plantearse en sentido Norte-Sur, mientras que se hace necesario incluir los grupos Marrón Inciso dentro del complicado panorama étnico de las sociedades tardías del Cauca Medio, y redefinir la periodización existente para el estilo de orfebreria Quimbaya Clásico. Actualmente se sabe que la tradición cerámica Marrón Inciso se extendió entre las cordilleras Central y Occidental de Antioquia, y la vertiente de la cordillera central en el valle medio del río Cauca. Una amplia distribución por pisos térmicos y áreas geográficas diversas, pero donde el recurso aurífero y salino por lo general está presente, lo que dice de un interesante patrón de asentamiento de sociedades agrícolas y mineras, que para el siglo IV d.c., habían ocupado una parte significativa del área mencionada (Mapas Nos. 8 y 9). La cerámica que caracteriza a estos grupos, mantiene elementos formales y decorativos de gran homogeneidad en el tiempo y en el espacio, remitiendo a la existencia de pautas culturales fuertemente arraigadas, las que permitieron el establecimiento de una tradición alfarera bien particular frente a otros desarrollos culturales adyacentes. Sin embargo, se pueden identificar tendencias y variantes en cuanto a las formas y la decoración, muy significativas en determinadas áreas, lo que remite a la existencia de unidades sociales o políticas diferentes, o a cambios sociales expresados en diferentes entornos geográficos a través del tiempo (Santos, 1993). En esta definición de variantes regionales, ayudan las diferencias entre patrones de enterramiento y la presencia de otros rasgos arqueológicos asociados. Se trata de un planteamiento provisional, que no cobija la totalidad de las áreas geográficas sobre las cuales se tienen noticias de alfarería Marrón Inciso, tales como el norte antioqueño y del Valle del Magdalena (Mapa No. 10). 2.4.3.1 Variante del Occidente y cañón del Cauca. Puede ser definida por la existencia de un conjunto exclusivo de urnas funerarias periformes, con cuello largo y restringido y decoración zonal en motivos incisos horizontales sobre el cuerpo, por contraste con la decoración en bandas verticales para otras áreas; también son bastante frecuentes, si bien no exclusivas de ésta variante, las vasijas que reproducen figuras de frutos mediante aplicaciones y bulbosidades, aquellas con figuras femeninas en cuclillas aplicadas sobre el cuerpo y las vasijas en forma de mocasín. El uso de la pintura incluye tonalidades únicas o combinadas en rojo, crema y café.

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La distribución de esta variante se localiza entre los municipios de Urrao, Abriaquí, Giraldo, Buriticá, Santafé de Antioquia y Anzá, sobre la cordillera occidental, y también parece extenderse hacia los municipios de Sopetrán y Liborína en la cordillera Central. Por cronología relativa, se puede decir que grupos asociados a esta variante estaban asentados en el cañón del Cauca en épocas anteriores al siglo IX d.c: en un yacimiento estratificado de Sopetrán, las evidencias de cerámica Marrón Inciso son reemplazadas por los de una ocupación diferente y más tardía, que se asentó en la región hacia el siglo X d.c. (Castillo, 1988b). Esta cronología es coherente con algunos datos estratigráficos y seriaciones cuantitatívas en Buriticá, Santafé de Antioquia y Anzá (Girón, 1985; Arboleda, 1988 y Montoya, 1991). Si se tiene en cuenta el sentido de poblamiento de los grupos Marrón Inciso de norte a sur, para esta subregión deberían encontrarse ocupaciones humanas asociadas a este complejo desde por lo menos los últimos siglos antes de cristo. Los grupos portadores de esta variante, se asentaron tanto en las tierras cálidas a orillas del Cauca, como en las tierras templadas hasta los 2000 m.s.n.m. Las viviendas se construían preferencialmente en aterrazamientos artificiales sobre simas y laderas y no se tienen datos que indiquen la existencia de asentamientos nucleados o poblados. De igual manera aún no se cuenta con información sobre el tipo de enterramientos para la región. La existencia de instrumentos tales como raspadores y maceradores, remite a actividades de cacería y aprovechamiento de especies vegetales. Por contraste con los grupos que se asentaron en la región en épocas posteriores, los asentamientos Marrón Inciso no poseen datos sobre instrumentos asociados al procesamiento de maíz. Es importante anotar finalmente, que el área de distribución de esta variante se caracteriza por una topografía agreste y suelos muy pobres. Sin embargo, la riqueza aurífera ha sido ponderada desde el siglo XVI, ya por las famosas minas de veta en Buriticá ó por los depósitos de aluvión en el cañón del río Cauca y sus afluentes. 2.4.3.2 Variante Cuenca del río Porce y altiplano de Oriente. Esta variante ha sido definida por el uso casi exclusivo de engobe marrón, la popularidad en la decoración dentada-estampada y los bordes triangulares o biselados de las vasijas (Santos, 1993). La distribución de esta variante se extiende por las tierras templadas de los municipios de Amalfi y Yolombó en el curso medio del río Porce; los municipios que se localizan en el valle de Aburrá y sus montañas, y al oriente, en los municipios de La Ceja y el Retíro. Así pues, tal dispersión incluye tierras templadas y frías; de suelos productivos como el Valle de Aburrá y muy pobres como los del Porce medio y el altiplano de Oriente. En esta subregión los grupos Marrón Inciso estuvieron asentados desde por lo menos el siglo I al VI d.c (Castillo y Santos, 1992; Castillo, 1993; Santos, 1994 y Botero y Vélez,

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1994), y aunque existe una fecha del siglo XIII d.c, ésta debe ser tomada con cautela por resultar demasiado tardía para la subregión. En el valle de Aburrá, las viviendas se localizaban tanto en las laderas como en las partes bajas, sobre planos naturales o en menor medida, en aterrazamientos artificiales sobre las laderas (Castillo y Santos, 1992). De acuerdo con las excavaciones practicadas en el cerro el Volador, las viviendas eran pequeñas y de forma circular, capaces de albergar reducidos núcleos familiares (Santos, 1994). En el curso medio del río Porce, los asentamientos de este grupo se realizaron preferencialmente en áreas ribereñas, mientras que otros menos densos y numerosos se localizaban dispersos en áreas alejadas del río (Castillo, 1993). En el Oriente, la pauta de asentamiento se orientaba hacia la explotación de sal; las viviendas se localizaban en aterrazamientos en cercanías a las fuentes de aguasal (Santos, 1986). En general, las actividades económicas de estos grupos incluían tanto la agricultura como la minería de sal, lo que les posibilitó la explotación de medios ambientes diversos y el intercambio local de recursos exclusivos de cada área. El cultivo de maíz está evidenciado con mayor o menor certeza para todas las áreas geográficas en que se encuentra distribuida esta variante: hacia el oriente en las montañas que rodean el valle de Aburrá, estos grupos desarrollaron un sistema de cultivo que incluía el cercado de huertas con muros de piedra y drenajes para evitar la erosión; allí cultivaron maíz, ahuyamas, batatas y moras (Botero y Vélez, 1994). En el valle de Aburrá, se han registrado instrumentos para el procesamiento del grano en los sitios de vivienda (Castillo, 1992 y Santos, 1994) y en el curso medio del Porce se tienen referencias de pequeñas mazorcas fósiles de maíz (Castillo, 1993). De otro lado, la explotación de minerales parece haber sido también una importante actividad económica. Que estos grupos aprovechaban la sal presente en ciertas corrientes de agua, se ha sugerido a partir del hallazgo de enormes basureros de cerámica, en cercanías a fuentes de aguasal de reconocida explotación en épocas de conquista, colonia y hasta los años recientes (Santos, 1993). De acuerdo con las evidencias arqueológicas y etnohistóricas disponibles para otras regiones del continente, el proceso de explotación se efectuaba recogiendo el agua salada en vasijas cerámicas construidas para tal finalidad, luego se sometían al fuego para eliminar el agua y obtener bloques compactos de sal que requerían de la ruptura de las vasijas para su extracción. Ello explicaría la existencia de las mencionadas acumulaciones de fragmentos cerámicos (Cardale, 1981 y Santos, 1986). Evidencias que sugieren la explotación de sal mediante este procedimiento por parte grupos Marrón Inciso han sido registradas en el Oriente antioqueño en el municipio de el Retiro (Santos, 1993), en las montañas que rodean el valle de Aburrá (Ibíd y Delgado, 1994) y hacia el occidente en el municipio de Heliconia (Santos, 1993). Otra actividad que implicaba la extracción y manipulación de materiales minerales en gran cantidad, tiene que ver con la construcción de muros de piedra para el cercado de las huertas en el oriente del Valle de Aburrá. En los alrededores se han registrado gran

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cantidad de otras construcciones en piedra tales como caminos escalonados, plataformas semicirculares y tramos canalizados de quebradas (Botero y Vélez, 1994). Estos, probablemente fueron construidos por los mismos grupos, pues parece existir una relación funcional entre las áreas de distribución de las construcciones, las huertas valladas y los caminos que cruzan el sector. En cuanto a las practicas funerarias, son características de la variante Marrón Inciso en cuestión, las tumbas de pozo sencillo localizadas en sitios de habitación. Allí era depositado el cadáver calcinado, en urnas cerámicas con ó sin tapa, o en sarcófagos de piedra; en ocasiones se le acompañaba con un ajuar consistente en otras vasijas de cerámica o piezas de orfebreria. (Arcila, 1977 y Santos, 1994). La creencia de que los muertos continuaban siendo parte de la familia y de las actividades cotidianas, se expresa claramente en el hecho de que los enterramientos se realizaban en los sitios de habitación, dentro de las viviendas o fuera de ellas. Aparte de la desarrollada alfarería que en general poseían los grupos Marrón inciso, otras actividades que han debido requerir de una tradición artesanal especializada son los textiles y la orfebreria. La existencia de textiles, está evidenciada en volantes de huso construidos en cerámica y en impresiones textiles sobre la superficie de algunos fragmentos cerámicos, hallados en el porce medio y el valle de Aburrá (Castillo, 1992 y 1993). Así mismo, la presencia de varias narigueras y una cuenta zoomorfa de oro como elementos asociados en ajuares funerarios en el valle de Aburrá (Santos, 1994), refuerza la existencia de la explotación de oro y su empleo a manos de los artesanos. En general, esta variante regional del Marrón Inciso, con todas las manifestaciones que le acompañan, está remitiendo a la existencia de una importante sociedad cacical para la región central de Antioquia hacia los primeros siglos de nuestra era. La organización social para la explotación minera y agrícola, para la construcción de obras de infraestructura y el intercambio de bienes ha debido necesitar de un control político centralizado y permanente. Además, el ejercicio de las actividades artesanales descritas, hace pensar en la existencia de individuos portadores de tradiciones artesanales específicas y por lo tanto de una especialización de las actividades productivas. 2.4.3.3 Variante del Suroeste. La alfarería Marrón Inciso de esta variante, ha sido caracterizada por los bordes evertido-planos de las vasijas y la decoración con engobe rojo y crema, de las mismas (Santos, 1993). Además, en esta subregión se han hallado las dos únicas figurinas antropomorfas conocidas hasta ahora para el complejo cerámico en cuestión. Estas reproducen figuras femeninas desnudas, muy similares a las que se encuentran modeladas en algunas urnas funerarias y fundidas en piezas de orfebreria Quimbaya Clásico reseñadas para otras áreas (Arcila, 1969 y Murillo y Piazzini, 1994). Esta variante se encuentra distribuida por las vertientes montañosas de las cordilleras central y occidental en el suroeste antioqueño en los municipios de Armenia Mantequilla, Titiribí, Venecia, Fredonia, Concordia, Jericó, Andes, Jardín y hacia el departamento de Caldas en Río Sucio. En Jericó, las evidencias han sido incluidas dentro de un complejo

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denominado la Sorga, en virtud de las particularidades locales de la cerámica (Otero, 1994). Al menos en lo que se refiere a las ocupaciones de Armenia Mantequilla y Jericó, grupos asociados a esta variante estilística, estaban asentados en el área para el siglo IV de nuestra era (Ibíd y Nieto, 1991). Mientras en Jericó las viviendas se localizaron en terrazas naturales y artificiales sobre cimas y laderas, desde las partes altas hasta las tierras cálidas cercanas al río Cauca (Otero, 1994), en Armenia Mantequilla, parece haber existido preferencia por la ocupación de este último piso altitudinal (Nieto, 1991). En Titiribí, se sabe que sitios de enterramiento y vivienda se localizaban en las tierras de clima templado sobre la vertiente cordillerana (Arcila, 1969). La economía de subsistencia de estos grupos incluía el cultivo de Maíz, de acuerdo con los metates y manos de moler hallados en Jericó (Otero, 1994), así como el aprovechamiento de proteínas animales, sugerido por el hallazgos de núcleos de talla y lascas en ése mismo municipio y en Armenia Mantequilla (Ibíd y Nieto, 1991). Si bien no se tienen evidencias directas, la minería de oro y/o la manufactura de objetos en este material, no puede ser descartada como una actividad importante, toda vez que los asentamientos localizados a orillas del río Cauca tienen una fuente de explotación cercana. De otro lado, hay que tener en cuenta para el área de Jericó, Támesis, Andes y Caramanta el hallazgo no contextualizado de un buen número de objetos de oro como figuras y caritas antropomorfas, figuras de animales, pendientes, brazaletes, pinzas y narigueras, que de manera provisional podrían incluirse dentro de los estilos Darién y Quimbaya Clásico de orfebreria (Pérez de Barradas, 1965). Muy sugestivo resulta también el hallazgo de un cincel de oro en Jericó, lo que estaría remitiendo directamente al trabajo del metal (Ibíd). Un rasgo arqueológico que sumado a las características cerámicas, da especificidad a esta variante del suroeste, está representado por el enterramiento secundario en urnas funerarias, debajo de abrigos rocosos cercanos y aún en los sitios de vivienda en Jericó (Otero, 1994). Sin embargo, se cuenta con información acerca de la existencia de los tradicionales enterramientos Marrón Inciso en pozos sencillos y poco profundos (Murillo y Piazzini, 1994); de vasijas y figuras de cerámica en cuevas naturales en Titiribí, en lo que podría ser un sitio de enterramientos o rituales (Arcila, 1969); y de sarcófagos de piedra en Concordia (Daniel, 1948 y Arcila, 1969). 2.4.3.4 Variante del Sur. La última de las variantes regionales del complejo Marrón Inciso, se distribuye por la vertiente al río Cauca de la cordillera central, entre los ríos Pozo al norte y Chinchiná al sur, en el actual departamento de Caldas. Esta se asemeja en cuanto al predominio del engobe marrón, la decoración y la forma de los bordes, a la variante Central antioqueña,

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pero incluye la pintura roja en el interior de algunas vasijas. Como formas exclusivas de esta subregión, aparecen las alcarrazas. Es probable que esta variante incluya la gran cantidad de cerámica Marrón Inciso, proveniente de labores de guaqueria en la región del Viejo Caldas, y que fue la base inicial para la identificación del complejo. De ser ello cierto, a esta variante hay que sumar una característica exclusiva, como son los enterramientos en tumbas de pozo con cámara lateral, además de las tumbas de cancel, o recubiertas con lajas de piedra (Castaño, 1988 y Cardale, 1988). Los asentamientos conocidos, se localizan en las tierras cálidas, en cercanías al río Cauca. Se trata de terrazas artificiales, planos coluviales y cimas de colinas, en cercanías a fuentes de agua. La presencia de metates, manos de moler, choppers, lascas y raspadores, remiten a una economía agrícola de maíz, combinada con labores de cacería. Los enterramientos se localizan en grupos numerosos sobre la cima de los cerros y las colinas (Castillo y Piazzini, 1994). Las fechas obtenidas, corresponden a sitios de vivienda habitados entre aproximadamente los siglos X y XVI después de Cristo, conformando la variante regional con la cronología mas tardía hasta ahora conocida para dicho complejo. La seriación cuantitativa del material cerámico excavado en ocho yacimientos localizados en cercanías al río Cauca, sugiere un proceso de poblamiento de norte a sur a través del tiempo, lo que está de acuerdo con la mayor antiguedad de estos grupos, definida para Antioquia. De otro lado, rasgos tales como los entierros de pozo y cámara lateral, y la existencia de las vasijas denominadas alcarrazas, indican la adopción de patrones culturales muy extendidos entre las sociedades del sur del valle del Cauca (Ibíd). La existencia de las variantes regionales anteriormente presentadas, da una idea sobre la organización social de los grupos que conformaron el Complejo Marrón Inciso, a través del espacio y del tiempo. Se puede decir que cada una de estas variantes refleja la existencia de un grupo especializado en la apropiación de determinados recursos económicos y con una cierta autonomía política. El núcleo del Occidente, para el cual deberían encontrarse las evidencias más antiguas, probablemente organizó sus estrategias económicas en torno de los ricos recursos auríferos de la región y combinó además prácticas de agricultura coherentes con la pobreza de los suelos que caracteriza esta región. El núcleo del río Porce y el altiplano de oriente, desarrolló la explotación de sal a gran escala y la agricultura intensiva. La construcción de obras de infraestructura para el comercio (caminos) y para la agricultura (huertas valladas), remiten a la existencia de un cacicazgo bien organizado en esta subregión. El Núcleo del suroccidente, desarrolló la agricultura aprovechando la relativa riqueza de los suelos de esta parte de la cordillera occidental, y quizá la explotación de oro en el cañón del Cauca y los afluentes del río San Juan. Por último, el núcleo del Sur, parece haberse apropiado de un ecosistema bastante pobre en sus recursos bióticos, pero sumamente rico en recursos auríferos.

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En general, se tiene pues en los grupos representados por la alfarería Marrón Inciso una red de núcleos sociales y políticos, que conformaron una sociedad compleja, unidos por patrones culturales comunes y un sistema de intercambio económico, que aprovechaba la especialización de cada grupo social. Respecto del origen de estos grupos, se ha señalado la existencia de semejanzas con las tradiciones alfareras que para el primer milenio de la era cristiana se venían desarrollando en la Costa Atlántica (Castillo, 1988a y Otero, 1994), planteamientos que se corresponden con la secuencia cronológica y la dinámica de interacción cultural aquí propuesta. Hipotéticamente, los grupos Marrón Inciso, provenientes desde el Norte, quizá a partir de la expansión de algunos grupos del interior de la Costa Atlántica y del Istmo, fueron colonizando para los últimos siglos antes de cristo, el norte del cañón del río Cauca y las vertientes montañosas del occidente; posteriormente poblaron otros valles interandinos como el del río Porce en la cordillera central y el del San Juan bravo en la occidental, hasta colonizar el valle medio del Cauca durante los últimos siglos del primer milenio d.c. En cuanto a las relaciones con otros grupos diferentes, se sabe que los grupos Marrón Inciso de la variante central, convivieron en áreas próximas y aún en sitios comunes, con los grupos de la población Ferrería por lo menos entre los siglos I a VI d.c. (Castillo y Santos, 1992). Aun no es posible comprender la clase de relaciones que permitieron interactuar tan estrechamente a los dos grupos, pero el hecho de hallarse frecuentemente evidencias cerámicas e inclusive de enterramientos asociados a los dos grupos en los mismos yacimientos, plantea la posibilidad de que se trate de dos tradiciones o manifestaciones culturales articuladas en el seno de una misma sociedad. En un contexto macro regional, los grupos Marrón Inciso parecen haber jugado un papel fundamental en la conexión de los desarrollos culturales del norte colombiano y el área del Valle Medio del Cauca y el Suroccidente colombiano, como se verá más adelante. 2.4.4 Otros grupos poco conocidos. Existen algunos conjuntos de evidencias arqueológicas que hasta ahora son poco conocidos, pero que por determinadas características podrían estar remitiendo a la existencia de otras sociedades asentadas en la región antioqueña durante el primer milenio d.c. (Mapa No. 15). Para el Golfo de Urabá hacia su margen oriental, se ha identificado un conjunto cerámico que presenta similitudes estilísticas con la tradición cerámica Momil (siglo II a.c) de la costa Atlántica. Este conjunto, perteneciente a la ocupación Capurganá I, se caracteriza por la pintura policroma en bandas blancas y negras sobre rojo, así como por su decoración incisa (Bedoya y Naranjo, 1985). Además de su similitud con Momil, la antiguedad de Capurganá I se puede inferir por su posición estratigráfica: en la ocupación Capurganá II, que sustituye gradualmente a la anterior, la cerámica pertenece

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a otra tradición propia del Complejo Cultural de Urabá y presente en el área entre los siglos IX y XVI d.c. (Ibíd y Santos, 1989). Otras referencias arqueológicas que hacen pensar en la existencia de sociedades asentadas en la región de Urabá durante el primer milenio d.c, provienen del hallazgo fortuito de ajuares funerarios consistentes en piezas de orfebreria en San Pedro de Urabá (Uribe, 1988). Entre estas se tienen pectorales, figurinas antropomorfas y zoomorfas y cuellos de poporo, piezas que por sus características de manufactura y decoración presentan claras relaciones con los desarrollos orfebres del primer milenio d.c en Centro América, el Sinú y la cuenca del Cauca (Ibíd). Estas relaciones encuentran elementos de confirmación al tener en cuenta que grupos culturalmente afines con las etnias Sinú del primer milenio d.c., se encontraban asentadas en el bajo Cauca antioqueño para épocas contemporáneos. Efectivamente, evidencias de cerámica del complejo Modelado Pintado, propio de tales desarrollos, han sido registrados en el municipio de Caucacia, asociadas a una fecha del siglo V d.c en un sitio de habitación que ha debido ser ocupado desde épocas anteriores (ICAN-ODC, 1994) (Mapas 8 y 9). Otras evidencias provenientes de hallazgos fortuitos en los municipios de Ituango y Tarazá, hacen pensar en una penetración más hacia el sur de estos grupos, y en su interacción con los grupos del valle medio del río Cauca. Se trata de un conjunto bien definido de piezas cerámicas, caracterizado por el empleo de la aplicación y la incisión en la representación de los ojos y la boca de caras humanas y animales sobre las vasijas y figurinas. Estas piezas, presentes en el Museo de la Universidad de Antioquia y otras colecciones particulares, contienen elementos típicos de la alfarería del área Sinú, tales como las figurinas femeninas de pie, con numerosos agujeros en las orejas. Las relaciones con las tradiciones alfareras del sur del valle del Cauca, pueden se inferidas por la existencia de las típicas alcarrazas o vasijas con doble vertedera. De otro lado, hacia el interior de Antioquia en el municipio de Peque, ha sido identificado un complejo cerámico hasta ahora desconocido para otras regiones (Martínez, 1989). Se trata del complejo Santa Agueda, el cual se diferencia notablemente de otro complejo que le sucede estratigráficamente y denominado Inciso con Borde Doblado, característico de las poblaciones asentadas en el noroccidente antioqueño desde por lo menos el siglo X d.c (Castillo, 1988a). Así pues, es muy probable que la interacción y diversidad de los grupos humanos que poblaron el actual territorio antioqueño durante el primer milenio de la era cristiana, supere las referencias arqueológicas que actualmente se poseen. Regiones como Urabá, la cordillera occidental, el bajo Cauca y el valle del Magdalena, resultan prioritarias para el desarrollo de investigaciones tendientes a dilucidar los procesos de poblamiento y desarrollo de las sociedades agroalfareras durante este lapso temporal. 2.4.5 Orfebreria e Interacción Regional en el occidente colombiano.

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La ubicación estratégica del territorio antioqueño, con su reconocida riqueza aurífera, entre las extensas sábanas de la Costa Atlántica y el sur de Centro América, respecto de las cuales ofrece además vías naturales de comunicación con el interior andino, parece jugar un papel fundamental al tratar de explicar los procesos tardíos de poblamiento y dinámica de interacción regional del occidente colombiano durante el primer milenio de la era cristiana. Sin embargo, el estado actual de la arqueología regional no permite definir aún la naturaleza de los vínculos étnicos existentes entre las diversas sociedades agroalfareras asentadas en Antioquia, ni respecto de aquellas localizadas en áreas adyacentes. Como se ha planteado antes, tan solo existen algunas semejanzas observables entre complejos cerámicos y tipos de enterramientos que sugieren nexos culturales con regiones tan variadas como Panamá, la costa Atlántica, el Valle del Magdalena y el Suroccidente. En cuanto a la existencia de un fenómeno amplio de interacción social basado en el intercambio económico y simbólico, las evidencias son un poco más sugestivas. Es precisamente en las características de la orfebreria donde se pueden rastrear los vínculos que a varios niveles relacionaban los grupos del occidente y centro de Antioquia, con la Costa Atlántica, el suroccidente y Centro américa (Mapa No. 14). Las piezas de orfebreria en las culturas prehispánicas jugaban un papel central como símbolos de pertenencia a determinadas jerarquías sociales, militares o religiosas. El conjunto de características propias de este metal, como su color que evocaba la divinidad solar y por ende la fertilidad, la escasez de su disponibilidad natural y las complicadas técnicas que se requerían para su confección, lograban en su conjunto otorgar una imagen de poder político y religioso a quien lo poseyera, o controlara su explotación y producción. Así, por intermedio de las representaciones simbólicas plasmadas por los orfebres en sus obras, los miembros de las élites de un grupo determinado, podían demostrar su estatus ante los individuos de su comunidad, pero además ante las élites de los demás grupos etnicos (Schortman, 1987). Esto podría explicar la amplia dispersión de motivos estilísticos comunes a la orfebreria desarrollada por diferentes grupos en el norte de Suramérica y Centro América. La orfebreria del estilo Quimbaya Clásico, es un buen ejemplo de ello. Como ya se ha anotado, este estilo está relacionado con las poblaciones identificadas por el complejo cerámico Marrón Inciso, población que se había asentado por una gran parte de Antioquia y el viejo Caldas. Los rasgos característicos de dicho estilo orfebre, como son la técnica de elaboración a la cera perdida y la confección de objetos tales como incensarios, poporos, figuras antropomorfas y cascos repujados, se han encontrado en el Magdalena Medio, Urabá y hasta en sitios tan distantes como Panamá, Costa Rica y México occidental, combinados con elementos propios de los respectivos desarrollos regionales (Pérez de Barradas, 1965 y Plazas, 1990).

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Tal dispersión, ha debido ser el resultado del comercio y la incorporación mutua de elementos tecnológicos o ideográficos foráneos entre tradiciones orfebres regionales, resultando en una suerte de intercambio tecnológico y simbólico que ponía en contacto las élites regionales de una extensa área geográfica. Este mismo esquema, funciona para la tradición orfebre del Sinú, cuyos elementos característicos como son la falsa filigrana y la representación de figuras zoomorfas, llegaron a conocerse más allá del Istmo de Panamá y hacia el sur se combinaron con elementos característicos del estilo Quimbaya (Pérez de Barradas, 1965). Muy representativa de este sistema de intercambio resulta también la distribución de los denominados Colgantes Darién, considerados como un desarrollo original del área Sinú, pero que han sido encontrados también en el valle del Cauca, el Chocó, Santander, Cundinamarca y en Antioquia en el área de dispersión de la tradición de túmulos funerarios, el bajo Cauca y el Magdalena medio (Plazas y Falchetti, 1983). En síntesis, de acuerdo con la distribución de dichos estilos orfebres, se puede decir que la región antioqueña fue durante el primer milenio de la era cristiana, un centro importante de conexiones entre los desarrollos culturales del suroccidente colombiano, la Costa Atlántica y el sur de Centroamérica, dinámica posibilitada por la existencia en el territorio antioqueño de sociedades cacicales con un desarrollo complejo de la organización social y política para la explotación minera y el intercambio comercial. En épocas inmediatamente posteriores, quizá desde los siglos VIII ó IX d.c, esta dinámica de interacción y desarrollo social parece haber sufrido un cambio sustancial no solo en Antioquia, sino en una extensa área geográfica que involucra gran parte de las culturas precolombinas del centro y occidente colombiano. En lo referente a los estilos orfebres, este cambio se expresa por el abandono paulatino de técnicas de manufactura tales como la fundición a la cera perdida y la adopción de técnicas de aleación de oro y cobre (Tumbaga) y dorado por oxidación (Plazas, 1990). Así mismo, las formas de las piezas se hacen más restringidas en sus manifestaciones simbólicas y no se logran identificar con facilidad diferencias entre áreas o desarrollos culturales específicos. Se trata ahora de un gran horizonte orfebre, denominado Invacionista (Pérez de Barradas, 1965), cuya amplia dispersión y homogeneidad técnica y formal estaría remitiendo a un incremento del intercambio tecnológico y simbólico y a la masificación de la actividad orfebre y del uso ritual del oro (Mapa No. 14). A continuación, se presentan las características macro-regionales y regionales de lo que parece ser este fenómeno de transformación a varios niveles en la estructura social y cultural de las sociedades precolombinas hacia los últimos siglos d.c, fenómeno que no puede ser generalizado pues existen algunas continuidades con la época anterior, pero que de todas maneras debe ser tenido en cuenta por cuanto constituye un referente básico para el análisis de la dinámica cultural que los españoles observaron a su llegada en el siglo XVI al territorio antioqueño.

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2.4.6 Aumento demográfico y cambio socio-cultural entre los siglos VIII y XVI d.c. Este lapso de tiempo es el escenario de una fuerte tendencia hacia la ruptura o la modificación de las pautas culturales desarrolladas en los siglos anteriores por las sociedades precolombinas anteriormente mencionadas. Si ello obedece a un fenómeno invacionista o a un proceso de cambio social interno, es todavía una duda. La explicación de este fenómeno ha recibido poca atención en la arqueología colombiana, a pesar de la importancia que entraña para la comprensión del proceso histórico precolombino. Lo cierto es que hay un cambio significativo en el comportamiento y la calidad de las evidencias arqueológicas así como en la distribución regional de las mismas. Nuevas tradiciones alfareras y orfebres se desarrollaron en gran parte de los territorios que ancestralmente habían sido controlados por los grupos del primer milenio d.c.; así mismo otras áreas virtualmente despobladas en el pasado fueron ocupadas por estos grupos posteriormente (Mapa No. 11). Son varias las regiones de Colombia en las que los arqueólogos han identificado cambios profundos en el registro arqueológico hacia finales del primer milenio d.c. Para el suroccidente colombiano se ha señalado la existencia de un nuevo período histórico desde aproximadamente el siglo VII d.c, cuando los desarrollos clásicos del altiplano nariñense, el alto Magdalena, el valle del Patía, la Costa Pacífica y el Valle del Cauca, sufren cambios drásticos en la alfarería, la orfebreria, las costumbres funerarias y el patrón de asentamiento (Rodríguez, 1992). Al menos para la región del Valle del Cauca, estos cambios parecen expresar una masificación de las actividades artesanales, una intensificación de las prácticas agrícolas y la expansión demográfica de determinadas culturas por grandes áreas geográficas (Ibíd). Por su parte, el valle medio del Cauca en el Viejo Caldas, virtualmente desocupado en épocas anteriores, es densamente ocupado por una serie de sociedades agroalfareras desde por lo menos el siglo IX d.c (Bruhns, 1990) conformando un importante centro de encuentro entre tradiciones culturales provenientes del Suroccidente y el Norte de Colombia (Castillo y Piazzini, 1994). Para el siglo XVI, estas sociedades se habían organizado en un sinnúmero de cacicazgos agrícolas (Tovar, 1993). Las tierras cálidas del Magdalena Medio, a su vez fueron masivamente colonizadas por grupos alfareros con una organización social esencialmente igualitaria, desde por lo menos el siglo VIII d.c. Este poblamiento ha sido explicado en virtud de la invasión a gran escala de grupos de habla Karib procedentes de las tierras cálidas de los llanos de la Orinoquia colombiana y venezolana (Castaño y Dávila, 1984). Hacia el interior de la Costa Atlántica, este cambio parece estar relacionado con el desplazamiento geográfico de los grupos que ancestralmente ocupaban el bajo San Jorge, hacia las vertientes cordilleranas y el curso medio del río Sinú, donde continuaron

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con su propia dinámica cultural y consolidaron una gran confederación cacical hasta el siglo XVI (Plazas y Falchetti, 1981). En Antioquia, los fenómenos de cambio y continuidad parecen haber sucedido de manera específica para algunas regiones. Así por ejemplo los grupos Marrón Inciso tuvieron continuidad en la región del sur y el Viejo Caldas, mientras que en los territorios anteriormente ocupados por ellos del occidente, centro y suroccidente de Antioquia, aparecen nuevas tradiciones alfareras y pautas de enterramiento hacia el siglo IX ó X d.c. De igual manera, la tradición de túmulos funerarios tuvo continuidad hasta el siglo XVI en el área de Frontino, pero hacia las áreas de Buriticá y Dabeiba se asentaron grupos con costumbres funerarias muy diferentes. Respecto de los grupos Ferrería, las cosas son más difíciles, pues su presencia parece estar aún en el valle de Aburrá hasta el siglo XVI, pero en el curso medio del río Porce y hacia la región de Abejorral en el sur, aparecen nuevas tradiciones alfareras después del siglo XII d.c. De otro lado, tanto las tierras costeras del Golgo de Urabá como las ribereñas del Valle medio del Magdalena, fueron ocupadas por grupos que al parecer venían en proceso colonizador desde áreas adyacentes. En general, los complejos cerámicos que permiten identificar la existencia de estos nuevos grupos sociales, o que por lo menos atestiguan la presencia de nuevas tradiciones alfareras, presentan algunas similitudes entre sí, como son la forma burda del acabado en la mayoría de la cerámica, contrastante con las formas estandarizadas y geométricamente simétricas de los complejos anteriores, y por la decoración basada esencialmente en la incisión y la aplicación, que igualmente se diferencia del uso frecuente de pinturas y engobes en las tradiciones más antiguas (Mapas Nos. 12 y 13). Sin embargo, las diferencias locales superan las semejanzas regionales entre los complejos cerámicos, por lo que necesariamente se trata de diversas sociedades asentadas en entornos geográficos específicos. A continuación se presentan las evidencias arqueológicas ubicadas en Antioquia para este lapso final de la historia precolombina, de acuerdo a la identificación de los respectivos complejos y tradiciones arqueológicas. 2.4.7 El Complejo Cultural de Urabá. Bajo esta denominación se conoce el conjunto de evidencias arqueológicas que representa a las sociedades asentadas en la región costera del Golfo de Urabá entre los siglos IX y XVI d.c. El rasgo característico está constituido por el complejo cerámico Modelado Inciso, definido inicialmente para la fase arqueológica del Estorbo en el municipio de Turbo (Santos, 1989), cuyos materiales habían sido conocidos ya desde épocas anteriores (Linee, 1929; Arcila, 1986; Alzate, 1976 y GIAP, 1980). La cerámica de este complejo se diferencia de la producida para la misma época en las regiones del interior antioqueño, por el excelente manejo de las técnicas decorativas y la

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uniformidad y estandarización de las formas. Son características las urnas funerarias y los cuencos con base en forma de pedestal, así como las figurinas antropomorfas en cerámica (Santos, 1989). La distribución de este complejo cultural se extiende por las tierras cercanas al litoral atlántico desde el Golfo de Morrosquillo en el norte, hasta Puerto Escocés en el istmo de Panamá, incluyendo así ambas márgenes del golfo de Urabá. Hacia el interior se extiende por la serranía de Abibe hacia el alto río Sinú, donde se halla el Complejo Tierralta (Reichel-Dolmatoff), con el cual sostuvo afinidades en cuanto a la cerámica y la industria lítica (Espinoza y Casasbuenas, 1984; Botiva, 1987 y Santos, 1989) (Mapa No. 13). Hacia la cuenca del río Atrato sólo han sido reseñados algunos sitos cercanos al litoral (Morales, 1984), pero no se sabe aún si estos grupos se extendieron también hacia el interior del Chocó. Más al sur, hacia el Pacífico chocoano, parecen haberse asentado grupos pertenecientes a otra tradición cultural de origen más antiguo y relacionada en sus inicios con la tradición alfarera de Momil en la Costa Atlántica, y en las fases tardías con el período Coclé de Panamá (Reichel-Dolmatoff, 1961). Los orígenes del complejo cultural de Urabá parecen estar relacionados con un proceso gradual de poblamiento desde el la vertiente alta del río Sinú (Santos, 1989); allí, los grupos del complejo Tierralta asentados desde por lo menos el siglo IV hasta el XI d.c (Espinoza y Casasbuenas, 1983 y Botiva, 1987) fueron lentamente colonizando las zonas de piedemonte y las costas del Golfo. Este proceso de poblamiento parece haber sustituido gradualmente la existencia de otros grupos más antiguos y emparentados con la tradición Momil (Santos, 1989). Aparte de las mencionadas relaciones, no se conocen hasta el momento indicios claros sobre el contacto con otras regiones como el medio y alto Atrato y el interior de Antioquia. Sin embargo, se debe señalar el hallazgo de algunas piezas típicas del complejo Modelado Inciso de Urabá en los municipios de Chigorodó y Mutatá, ya en dirección al interior de Antioquia (Cf. Arcila, 1953 y 1955). De otro lado, dentro del contexto del occidente colombiano, la práctica de entierros en urnas funerarias es un rasgo compartido únicamente con la tradición cultural que en épocas contemporáneos se desarrollaba en el valle Medio del río Magdalena, si bien en ésta última las tumbas son de pozo y cámara, mientras en Urabá se trata de entierros poco profundos. A ello hay que sumar algunas referencias sobre la presencia de cerámica corrugada- impresa en Urabá (Linee, 1929; Santos, 1989 y Espinoza, Ivan, com.pers.), elemento también característico de la alfarería del Magdalena Medio. Los patrones de asentamiento de los grupos del Complejo Cultural de Urabá, estaban orientados hacia la ocupación de áreas cercanas a los ríos, las quebradas y el litoral. Hacia la margen occidental del Golfo son muy característicos los sitios de habitación sobre grandes acumulaciones de conchas producidas por el amontonamiento intencional de los desechos de ciertas especies de moluscos aprovechados para la alimentación.

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Dichas acumulaciones, denominadas concheros, han sido identificadas en varias localidades de los municipios de Necoclí y Turbo. Tal patrón de asentamiento permitió la explotación de prácticamente toda la gama de nichos ecológicos que ofrece la región: el mar y los estuarios costeros, los ríos y quebradas, las planicies aluviales y áreas de piedemonte, y los bosques de las partes altas. Efectivamente, las evidencias arqueológicas corroboran la existencia de una estrategia económica que combinaba la agricultura con actividades de cacería, pesca y recolección. Hacia la margen oriental del Golfo son frecuentes las evidencias de instrumentos asociados al procesamiento de semillas, por lo que se cree que el maíz ha sido la principal base alimenticia de estos grupos (Santos, 1989); a ello se suma el hallazgo de polen fósil de maíz en el sitio el Estorbo del municipio de Turbo (GIAP, 1980). Sin embargo, hacia la margen occidental los sitios hasta ahora estudiados no han arrojado datos sobre la existencia de una tecnología del maíz (cf., Linee, 1929). La pesca fue una actividad complementaria pero bastante desarrollada, dada la gran cantidad de pesas para red fabricadas en piedra que suelen encontrarse en los yacimientos (Alzate, 1971 y 1976; Arcila, 1986 y Santos, 1989); además en el Estorbo, fueron registrados abundantes restos óseos de peces tales como bagre, róbalo, tiburón y pez sierra (Santos, 1989). De igual manera la cacería está atestiguada por artefactos líticos tales como lascas y raspadores empleados en las labores de desprece de especies animales cuyos restos han sido también identificados: venados, guaguas, monos, conejos, dantas, jaguares, pecaríes, ratas y patos (Ibíd.). Por último, se tienen abundantes evidencias sobre la recolección de varias especies de moluscos como el chipi-chipi y el caracol, aprovechando las lagunas de agua salobre contiguas al litoral (Ibíd). También se efectuaba la recolección de especies vegetales a juzgar por las muestras de polen fósil de frutos tales como papaya, guanabana, aguacate, zapote y guayaba, obtenidos para el Estorbo (GIAP, 1980). En cuanto a las practicas funerarias, las evidencias disponibles indican la existencia de varias modalidades de enterramiento, las que corresponderían con un tratamiento diferencial de los muertos de acuerdo a la edad, el sexo o el rango social que poseían en vida. Así por ejemplo, en el Estorbo se hallaron entierros primarios y secundarios individuales y colectivos. Los entierros primarios por lo general presentaban una disposición de los cadáveres en sentido norte-sur; cuando eran individuales podían estar acompañados de un ajuar consistente en vasijas, figurinas, volantes de huso o hachas pulidas. Los entierros secundarios por su parte, se realizaban preferencialmente en grandes urnas funerarias y aún en ollas de uso doméstico, dentro de las cuales se depositaban los restos óseos de uno o varios individuos y en ocasiones otras vasijas cerámicas en el interior. En todos estos casos se trata de enterramientos poco profundos, localizados en las áreas de habitación (Santos, 1989).

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Se tienen otras referencias acerca de las costumbres funerarias del complejo cultural de Urabá: para Turbo se ha reseñado la existencia de entierros poco profundos compuestos por dos vasijas cerámicas opuestas y unidas por sus bocas (Arcila, 1950); en Bahía Gloria, se hallaron numerosos entierros en urnas funerarias, muchas de los cuales tenían otras vasijas encima, a modo de tapa (Linee, 1929); por último en un yacimiento conchal de Caiman Nuevo, se hallaron tanto entierros primarios como secundarios en urnas cerámicas (Alzate, 1976). Además de la elaborada cerámica, los grupos de Urabá desarrollaron otras actividades artesanales como el tallado de hueso y los textiles. Para los momentos iniciales de la ocupación del Estorbo, se tienen evidencias de la manufactura de raspadores, cuchillas, punzones, agujas, cuentas de collar, pendientes y hasta de instrumentos de viento, todos ellos tallados en huesos de animales (Santos, 1989); en cuanto a la existencia de actividades textiles se cuenta con hallazgos de algunos volantes de huso, rodillos y sellos de impresión (Ibíd y Cerezo, 1962). En general, las evidencias arqueológicas hasta el momento recuperadas y asociadas al Complejo Cultural de Urabá, remiten a la existencia de varios grupos humanos con afinidades sociales, económicas y étnicas en proceso de complejización social hacia el modo de vida cacical desde por lo menos el siglo IX d.c hasta la conquista española. Se ha planteado la existencia de dicho proceso de complejización, a partir de tres aspectos derivados de las evidencias arqueológicas: adopción de estrategias económicas especializadas que han debido requerir de un control político sobre la apropiación de determinados recursos y la producción y redistribución de los alimentos; en segundo lugar se puede observar una complejización de las actividades mágico-religiosas, evidente en el incremento, a través del tiempo, de técnicas decorativas y formas cerámicas específicas para el uso funerario y ritual; por último, la existencia de jerarquías sociales, se expresa en el tratamiento diferencial que recibían los muertos teniendo en cuenta su posición dentro de la sociedad cuando estaban en vida (Santos, 1989). Para el siglo XVI, la distribución geográfica de las evidencias del Complejo Cultural de Urabá coincide con las provincias indígenas de Cueva y Urabá, localizadas sobre las márgenes occidental y oriental del Golgo respectivamente (Ibíd). Por contraste con la unidad cultural representada en los datos arqueológicos, los datos escritos consignados por los españoles en sus crónicas sobre la conquista de la región en el siglo XVI, señalan la existencia de diferencias culturales entre los dos grupos, representando éste un problema para resolver en las investigaciones futuras. 2.4.8 El complejo cerámico Inciso Borde Doblado del occidente antioqueño. Como se ha mencionado anteriormente, la historia precolombina tardía del occidente antioqueño, hasta donde se sabe actualmente, comienza con los grupos constructores de túmulos funerarios, asentados en Buriticá desde por lo menos el siglo IV d.c.

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Para épocas posteriores, aproximadamente hacia finales del primer milenio d.c y presumiblemente hasta el siglo XVI, ha sido identificada la presencia de grupos con una tradición cerámica y funeraria diferente; se trata de los portadores del denominado complejo cerámico Inciso Borde Doblado, llamado así por referencia a ciertas características frecuentes en las vasijas: motivos incisos en la decoración y bordes doblados exteriormente (Castillo, 1988a). El tipo de enterramiento asociado a este complejo es el de tumbas de pozo con una o varias cámaras funerarias localizadas lateralmente (Ibíd). La dispersión de estos grupos comprendía el cañón del río Cauca entre los municipios de Anzá en el sur, hasta Sabanalarga en el norte, incluyendo las empinadas vertientes de las cordilleras central y occidental, mientras que hacia el noroccidente, se extendía por la cuenca del río Sucio entre los municipios de Cañasgordas al este y Chigorodó hacia el oeste (Mapa No. 13). El complejo cerámico Inciso Borde Doblado fue inicialmente definido con base en las evidencias de alfarería procedentes de contextos funerarios en Mutatá (Arcila, 1953) y Sopetrán (Castillo, 1984); de prospecciones arqueológicas efectuadas en los municipios de Buriticá (Girón, 1985), Santa fe de Antioquia (Arboleda, 1987), Peque (Martínez, 1989), Sopetrán y Liborína (Castillo, 1988a) y del análisis de piezas cerámicas procedentes de hallazgos fortuitos en los municipios de Caicedo, Giraldo, Cañasgordas y Dabeiba, presentes en la colección del Museo de la Universidad de Antioquia. Posteriormente este complejo ha sido identificado en prospecciones arqueológicas realizadas en Anzá (Montoya, 1991) y Sabanalarga (Castillo, 1992). A lo anterior hay que sumar la existencia de algunas vasijas con características muy similares a las de este complejo, procedentes de la región del alto Sinú en el municipio de Ituango y presentes en el Museo Universitario. El origen de estos grupos es aún incierto, pero por las características de su tradición alfarería, parecen relacionarse con varios de los desarrollos culturales asentados en el valle medio del río Porce y el Magdalena, para épocas contemporáneos (Castillo, 1993). Lo cierto es que algunos de los territorios ancestralmente dominados por los constructores de túmulos del occidente y los grupos portadores de la tradición cerámica Marrón Inciso, fueron posteriormente ocupados por grupos identificados por la cerámica Inciso con Borde Doblado. Si se trata de la invasión de gentes nuevas o de la transformación de la estructura cultural de los grupos ancestrales, es todavía un asunto por esclarecer. Los asentamientos correspondientes a estos grupos se localizaron en áreas ecológicamente muy diversas pero en general sobre un relieve sumamente abrupto. Hacia el norte del municipio de Anzá ocuparon preferentemente las tierras cercanas al río Cauca sobre aterrazamientos, planos coluviales o cimas de colinas, siempre en cercanías a fuentes de agua (Montoya, 1991); en Santafé de Antioquia, los sitios de habitación, que en ocasiones presentan una hilera de piedras dispuesta circularmente a modo de cimiento de la vivienda, se localizan sobre planos naturales y en cercanías de

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los pocos suelos de origen aluvial aptos para la agricultura (Arboleda, 1987); en Buriticá, los asentamientos se hallan sobre planadas naturales en las simas de las cuchillas (Girón, 1985), mientras que en Peque se localizan hacia las partes altas en planos naturales sobre las laderas de las montañas (Martínez, 1989). Además, se sabe que en el Municipio de Sopetrán, a orillas del río Cauca, estos grupos estuvieron asentados durante por lo menos los últimos siete siglos anteriores a la conquista española de la región y aún habrían seguido allí hasta varios años después (Castillo, 1984). Con base a la información estratigráfica obtenida en un yacimiento arqueológico excavado en ése municipio, se ha propuesto una secuencia temporal que incluye dos fases o momentos diferentes en las estrategias económicas de estos grupos (Castillo, 1988b). El inicio de la ocupación se caracteriza por la presencia de cantos rodados con los bordes laterales desgastados y utilizados probablemente para triturar elementos vegetales tales como tallos, hojas o raíces. Además, se hallan pesas para red y platos planos asociados generalmente al procesamiento de la yuca. En la fase siguiente, los instrumentos líticos anotados, son reemplazados por hachas y cinceles pulidos y aparecen los metates y manos de moler empleados para procesar el maíz. Se trataría pues de la transformación desde una economía basada en la vegecultura, la recolección y la pesca, hacia la introducción de la semicultura como actividad económica fundamental para las épocas más recientes. Los datos disponibles en otras áreas para las cuales se ha identificado la presencia de estos grupos, no permiten confirmar dicha secuencia de cambio tecnoeconómico. Tan solo se sabe que en los asentamientos ubicados en Anzá, Santafé de Antioquia, Buriticá y Peque, estos grupos habían implementado el cultivo de maíz a juzgar por los metates y manos de moler asociados a las evidencias cerámicas en sitios de habitación (Cf. Montoya, 1991; Arboleda, 1987; Girón, 1985 y Martínez, 1989). La existencia de la explotación de sal se ha sugerido con base en el hallazgo de grandes acumulaciones de vasijas fragmentadas y carbón, próximas a fuentes de aguasal en el corregimiento de Córdoba en Sopetrán (Castillo, 1988b) y probablemente también en Anzá, donde en cercanías a los sitios de habitación se hallan fuentes de aguasal aprovechadas durante épocas coloniales y aun contemporáneos (Montoya, 1989). El hallazgo de volantes de huso discoidales y de narigueras, alambres y láminas de oro como parte del ajuar funerario presente en las tumbas excavadas en Sopetrán (Castillo, 1984), supone la existencia de actividades textiles y de explotación y manufactura orfebre. A este respecto es importante anotar que gran parte de las áreas ocupadas por estos grupos fueron buenas productoras de oro de veta y aluvión durante el período colonial y que sin duda, a grande o pequeña escala fueron también explotadas por las sociedades identificadas por la cerámica Inciso con Borde Doblado. Tanto las actividades textiles, como las de minería de oro y sal, han debido requerir de cierta especialización en la producción económica, y han podido generar redes de intercambio de materias primas u objetos confeccionados.

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Una de las características que diferencia a los grupos portadores del complejo Inciso Borde Doblado respecto de las tradiciones más antiguas del occidente antioqueño, son los entierros en tumbas de pozo con cámara lateral. En Sopetrán, fue excavado un cementerio perteneciente a estas sociedades, se trata de tumbas de pozo circular o rectangular, con dos cámaras funerarias a cada lado, varias de las cuales se conectan con otras estructuras similares conformando conjuntos relacionados de enterramientos primarios y depósitos con ofrendas. Estas, se componían de restos óseos humanos, en ocasiones calcinados, vasijas y fragmentos cerámicos, volantes de huso discoidales, rodillos de impresión, hachas pulidas y cinceles, narigueras, alambres y láminas de oro. En algunas tumbas construidas en épocas de la conquista, se hallaron huesos de caballo y fragmentos de porcelana entre las ofrendas. De particular interés resulta el hecho de que una de estas tumbas presentaba una delgada capa de pintura roja cubriendo las paredes de las bóvedas, y en el techo de estas se encontraron dibujos reproduciendo figuras antropomorfas masculinas y femeninas (Castillo, 1984). Otro rasgo interesante lo constituyen los depósitos de huesos humanos de adultos y niños, con restos de hasta 21 individuos en una sola ofrenda (Ibíd). Al respecto hay que anotar que en un sitio de vivienda localizado en cercanías a este cementerio, fueron hallados los cráneos semicalcinados y dispuestos en hilera de 32 individuos adultos, así como un depósito conformado por siete cráneos humanos asociados a cráneos de zainos (Ibíd, 1988b). Estas características, sumadas a las descripciones de los cronistas del siglo XVI, respecto de la frecuencia con que los grupos del occidente antioqueño practicaban la antropofagía, han hecho pensar en la posibilidad de que tales prácticas fueran efectuadas por los grupos que construyeron las tumbas en cuestión (Ibíd). En otras áreas para las cuales se tiene reseñada la existencia de la tradición Inciso con Borde Doblado, en los municipios de Anzá, Santafé de Antioquia y Buriticá, se ha obtenido información relativa a la existencia de tumbas de pozo con cámara lateral, sin embargo se trata de hallazgos no controlados arqueológicamente y que requieren de verificación en terreno. De otro lado, parece ser que ésta no era la única forma en que estos grupos enterraban a sus muertos, pues para Mutatá se tienen referencias acerca de tumbas de pozo con lajas de piedra recubriendo la cámara (tumbas de cancel) y cuyo ajuar cerámico corresponde con el complejo alfarero en cuestión (Arcila, 1953 y Castillo, 1988b). En síntesis, a pesar de existir la posibilidad de un proceso de transformación de las estrategias económicas desde la horticultura hacia la semicultura, y de la existencia de una diferenciación social expresada en las variables y contenidos mágico religiosos de las estructuras funerarias de Sopetrán, hace falta reiniciar investigaciones tendientes al mejor conocimiento de las características de la estructura socio política de los grupos representados por el complejo Inciso Borde Doblado. Debido a que los datos cronológicos indican que estos grupos estuvieron asentados en Sopetrán desde por lo menos el siglo X hasta el siglo XVI d.c. y quizá para épocas

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contemporáneos en gran parte del occidente antioqueño, se ha propuesto que los portadores del complejo cerámico estarían representados en el siglo XVI por una serie de provincias indígenas asentadas en esa región y descritas por los cronistas españoles. Entre ellas se destacan las provincias catías y las de Peque y Hevéjico (Castillo, 1988a). A partir de los estudios realizados con base en las crónicas que describen las empresas de la conquista española en esta región (Cf. Trimborn, 1943; Castillo, 1988a y Martínez, 1989) se pueden identificar diversas unidades políticas o provincias indígenas, algunas de las cuales con seguridad están emparentadas con la tradición alfarería arqueológicamente identificada. Sin embargo, existen algunas dificultades para explicar si estos grupos pertenecían a una gran unidad cultural representada por la existencia de un patrón común en la fabricación y decoración de la cerámica, o si la adopción de una tradición común de alfarería era el resultado de un proceso histórico compartido mediante el intercambio tecnológico y simbólico de contenidos culturalmente diversos. Además, lo precario de los datos arqueológicos para algunas regiones no permite asegurar la existencia de asentamientos permanentes de los grupos Inciso con Borde Doblado en determinadas áreas. A todo esto hay que sumar la supervivencia de una tradición cultural milenaria enclavada en la cordillera occidental: los grupos constructores de túmulos funerarios, representados por la provincia de Nore en el siglo XVI. Qué tipo de relaciones existían entre estos grupos y los más recientes, es aún una incógnita, así como el hecho de que no se conocen con precisión otros grupos del siglo XVI pertenecientes a la tradición de túmulos funerarios. 2.4.9 Los complejos cerámicos tardíos del centro, sur y suroccidente de Antioquia. Al igual que en el noroccidente antioqueño, en esta extensa región de Antioquia las tradiciones alfareras presentan un cambio sustancial hacia finales del primer milenio d.c., sin que hasta el momento sea posible explicar la naturaleza de tal transformación. Sobre algunos de los territorios que anteriormente fueran ocupados por los grupos portadores de los complejos cerámicos Ferrería y Marrón Inciso, se asentaron sociedades con nuevas expresiones culturales (Mapa No. 13). Básicamente se las puede diferenciar de las poblaciones anteriores, tanto por su alfarería, como por su manera de enterramiento. La cerámica se caracteriza por la forma asimétrica de las vasijas, el uso poco frecuente de pintura o engobe y el empleo de decoración incisa e impresa. Los enterramientos, se realizaban en tumbas de pozo con una o varias cámaras funerarias en las cuales se depositaban los cadáveres y las ofrendas. Para la parte central de Antioquia, se han identificado estas evidencias en varias subregiones, pero aún no se posee claridad en cuanto a las relaciones de contemporaneidad y afinidad cultural entre las mismas.

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En el Valle medio del río Porce, se encuentran evidencias de un complejo cerámico denominado La Picardía, localizado temporalmente en el siglo XIII d.c. Características tales como la decoración corrugada-impresa y las incisiones en puntos y líneas, son semejantes a las empleadas por los alfareros del complejo cerámico Inciso Borde Doblado del Occidente, y la tradición cerámica del Magdalena Medio, cuyas respectivas cronologías son contemporáneos con La Picardía (Castillo, 1993). Ello estaría corroborando la existencia de las relaciones entre los grupos del occidente y el Oriente de Antioquia, anteriormente señaladas. Hacia el sur, en el Valle de Aburrá, la altiplanicie de Oriente y la vertiente de la cordillera central hacia el Cauca, la información procede en su totalidad de contextos funerarios. Ciertos rasgos como la existencia de tumbas de doble cámara, la presencia de grabados en las bóvedas, y de volantes de huso empleados como ajuar funerario, plantean relaciones de orden cultural con el patrón de enterramiento del complejo Inciso Borde Doblado de Sopetrán. De otro lado, restos de artefactos o animales de origen europeo, se encuentran en varios de los sitios, sugiriendo afinidades temporales ente ellos. En el Cerro el Volador, localizado en Medellín, sociedades asentadas en el área entre los siglos XVI y XVII d.c, desarrollaron un patrón de enterramiento en tumbas de pozo con cámara lateral bastante particular: las cámaras de forma cónica presentan en sus paredes y techo, grabados que reproducen una vivienda construida con madera y fibras vegetales (Santos, 1992). La mayoría de las tumbas se hallaron saqueadas, por lo cual no se poseen datos precisos sobre la disposición de los entierros y los ajuares; entre el relleno de los pozos de acceso se recuperaron fragmentos cerámicos y de loza europea, volantes de huso y restos óseos de varios individuos y de animales de origen europeo como vacas y caballos, lo que da una idea del contenido original de las tumbas. Una tumba que no había sido guaqueada, contenía restos óseos calcinados y carbón en el interior de la bóveda (ibíd). Se poseen referencias similares para otros sitios del Valle de Aburra. En el sector de Guayabal se halló una tumba de pozo y cámara cuyo enterramiento, primario colectivo, tenía como ajuar funerario una gran cantidad de volantes de huso, así como algunas vasijas, narigueras de oro y cuentas de collar en piedra (Arcila, 1977). En Envigado, se halló una tumba con dos cámaras funerarias en las cuales se depositaron los restos de varios individuos en círculo, acompañados de vasijas cerámicas y narigueras de oro. Una de las cámaras, presentaba grabados incisos en el techo (Restrepo, 1944). Finalmente, en Girardota fue reseñado el hallazgo de otra tumba de pozo con dos cámaras laterales, en cuyo interior fueron depositados restos de caballo y hachas de piedra pulida (Daniel, 1948). En otras áreas del centro del departamento se tienen referencias sobre la existencia de tumbas de pozo con cámara lateral, con algunos elementos de semejanza respecto de las descritas anteriormente: en Fredonia, las cámaras presentan grabados en el techo (GEIA, 1982), en Armenia, una tumba contenía restos óseos, vasijas asociadas a grupos tardíos y un volante de huso (Nieto, 1991); en La Ceja con vasijas de forma asimétrica (Alzate et al. 1993) y en el Retiro, donde se encontraban saqueadas (Santos, 1986).

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De acuerdo a las fechas obtenidas, y algunos elementos de origen europeo incluidos dentro del ajuar, las sociedades representadas por estas evidencias funerarias, deben corresponder con las poblaciones indígenas descritas por los españoles como pertenecientes a las provincias de Aburra, Murgia y Sinifaná, todas ellas localizadas en la parte central de Antioquia. Para afianzar esta hipótesis, así como para conocer otras facetas de la vida de estas poblaciones, es preciso obtener evidencias provenientes de sitios de habitación, pues actualmente sólo se conocen sitos de enterramiento. De otra parte, hacia el sur y suroeste, existen algunos conjuntos arqueológicos que pueden estar relacionados con las evidencias anteriormente descritas. En los municipios de Jericó y Jardín, se ha identificado un complejo cerámico denominado La Aguada (Otero, 1994 y Santos, 1994), caracterizado por una cerámica generalmente asimétrica y de superficies burdas, con decoración incisa en puntos e impresiones triangulares. En algunos casos, se pueden hallar impresiones textiles sobre la superficie de las vasijas. Aunque no se dispone de una cronología exacta, se cree que los grupos representados por este complejo, no son anteriores al siglo X d.c. dadas las semejanzas que presenta con los demás complejos arqueológicos de Antioquia y el Viejo Caldas, existentes entre los siglos IX y XVII d.c (Otero, 1994). Tanto en Jericó como en Jardín, estos grupos se asentaron preferencialmente en las tierras de clima cálido y templado en aterrazamientos dispersos sobre las laderas; las evidencias indican el aprovechamiento de los suelos relativamente fértiles de la región mediante el cultivo de maíz, además de la explotación de diversos recursos bióticos (ibíd y Santos, 1995). De acuerdo a información no constatada, este complejo puede estar asociado a tumbas de pozo y cámara lateral, lo cual resulta muy probable al tener en cuenta que para los municipios de Concordia y Salgar (Bermúdez, 1994 y 1995), se tienen referencias sobre tal patrón de enterramiento con cerámica similar a la del complejo la Aguada. Otro complejo cerámico denominado Quebradanegra ha sido definido para referirse a la alfarería producida por los grupos que habitaron el extremo sur de Antioquia y Norte de Caldas en los municipios de Abejorral, Aguadas y Caramanta, desde por lo menos el siglo XIII d.c. (Castillo y Piazzini, 1994). Se trata de una cerámica burda, por lo general ahumada y con poca decoración, en la que son muy frecuentes las impresiones textiles en el interior de las vasijas. A partir de este rasgo se han podido reconstruir algunas de las características de las telas precolombinas. Se puede decir que existía un proceso bien controlado tanto en el hilado de la fibra (probablemente algodón) como en la labor de tejido, pues los textiles se caracterizan por su uniformidad. Existían finas telas de tramado sencillo (tafetán) de hasta 200 hilos por pulgada y en ocasiones se emplearon técnicas complicadas de tramado trenzado sobre urdimbres en disposición doble (ibíd).

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Puesto que la mayoría de las evidencias textiles sobre cerámica fueron halladas en los asentamientos localizados en tierras frías, no apropiadas para el cultivo de algodón, y además de ello no se hallaron evidencias sobre el proceso de manufactura de las telas (volantes de huso o rodillos de impresión), se cree que las materias primas o inclusive los textiles mismos eran obtenidos por intercambio con otras comunidades. Los grupos Quebradanegra, se encontraban asentados sobre una gran variedad de paisajes que incluían la parte alta de la cordillera central en Abejorral, hasta las tierras calientes cercanas al río Cauca en Aguadas y Caramanta. En Aguadas, se identificaron asentamientos nucleados sobre conjuntos de terrazas, mientras que en los demás sitios los asentamientos están dispersos sobre las laderas y cimas semiplanas de las colinas. En todos los sitios, se identificaron metates y manos de moler para el procesamiento del maíz (Ibíd). El complejo cerámico Quebradanegra, presenta características formales y decorativas similares al denominado complejo Aplicado Inciso, definido para la región del Cauca Medio en los departamentos de Caldas y Risaralda (Bruhns, 1990), con el cual además comparte la afinidad cronológica. De otro lado, es probable que esta tradición represente los grupos de la Provincia de Arma, asentados en la misma área para el siglo XVI (Castillo y Piazzini, 1994). 2.4.10 Tradición del Magdalena Medio Como se anotó anteriormente, durante el primer milenio de la era cristiana, en la vertiente del valle medio del Magdalena los asentamientos humanos no parecen haber sido muy frecuentes a juzgar por las pocas evidencias hasta ahora recuperadas. Estas pertenecen a grupos relacionados con tradiciones de la Costa Atlántica (período formativo tardío) y el interior de Antioquia (complejo Marrón Inciso). Sin embargo, para épocas posteriores, hacia el siglo IX d.c, la región fue intensamente ocupada por grupos diferentes, cuyas tradiciones cerámicas y prácticas funerarias, presentaban estrechas similitudes entre sí. Las evidencias corresponden con el denominado Horizonte Cerámico del Magdalena Medio (Castaño y Dávila, 1984), caracterizado por el uso frecuente de una decoración incisa simple, incisa intermitente y corrugada impresa, donde el empleo de la pintura es casi inexistente. Dentro de las formas de las vasijas, son características las urnas funerarias con representaciones antropomorfas y zoomorfas sobre la tapa, rasgos que habían permitido plantear anteriormente la existencia de un Horizonte de Urnas Funerarias del Magdalena Medio (Reichel-Dolmatoff, 1943). La dispersión de estos elementos se extiende desde el departamento del Cesar al norte, hasta el Tolima en el sur, abarcando las tierras bajas de las vertientes cordilleranas en la cuenca del Magdalena. A pesar de la homogeneidad presente, sobre todo en el tipo de enterramiento en urnas depositadas en tumbas de pozo y cámara lateral, se pueden apreciar algunas diferencias espaciales y temporales dentro de este gran horizonte (Mapas Nos. 11 y 13).

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En el curso bajo del rió La Miel, sobre la cordillera central en el departamento de Caldas, se ha reconstruido una secuencia temporal de cambio cultural que se inicia con el denominado complejo el Oro, hasta ahora poco conocido pero del cual se presume sea anterior al siglo X d.c y constituye una fase temprana dentro del Horizonte Cerámico del Magdalena Medio (Castaño, 1985). Posteriormente, entre los siglos X y XII, se tienen las fases Colorados y Butantan, que indican un proceso de cambio desde una organización social igualitaria, hacia la adopción de una incipiente complejización de carácter cacical. Mientras las evidencias de la fase Colorados se caracterizan por las típicas urnas funerarias en enterramientos de pozo y cámara, los asentamientos semiribereños y dispersos por las estribaciones cordilleranas, la fase Butantan se diferencia por la ausencia de figuras antropomorfas en las urnas, un patrón de enterramiento que incluye tumbas de pozo escalonado, la existencia de poblamientos nucleados y de actividades de orfebrería (Ibíd). Se sabe con certeza que grupos pertenecientes a la fase Colorados se asentaron también hacia la cordillera oriental entre el río Ermitaño en Santander y la cuenca del río Negro en Cundinamarca (Castaño y Dávila, 1984; Herrera y Londoño, 1975 y López, 1994). Más hacia el norte, en la cuenca del río Carare, departamento de Santander, se ha identificado el Complejo Carare (López, 1991), el cual a pesar de mostrar estrechas similitudes con la fase Colorados, presenta algunas particularidades: decoración punteada, urnas funerarias con tapas lisas y jarras similares a las de las tradiciones Muisca y Guane del Altiplano Cundiboyacense. Por lo que respecta al territorio antioqueño, se sabe que grupos relacionados con el Horizonte Cerámico del Magdalena Medio, se asentaron sobre las vertientes cordilleranas y áreas cercanas al río Magdalena durante el segundo milenio d.c. Algunas evidencias cerámicas sugieren que grupos afines al complejo El Oro del río La Miel, ocuparon en alguna época la cuenca superior del río Samaná en el municipio de Nariño (Santos, 1992), relaciones que resultan probables si se tiene en cuenta que el río Samaná, conforma en su parte baja un mismo sistema fluvial con el río La miel. Sinembargo, esta hipótesis requiere de nuevas investigaciones hacia el futuro. De otra parte, son varias las investigaciones arqueológicas realizadas en Antioquia en donde se plantea la existencia de asentamientos pertenecientes a grupos de la fase Colorados. Sin embargo las diferencias de orden local en el tipo de evidencias deben ser cuidadosamente analizadas hacia el futuro, para poder establecer una correspondencia confiable con los otros grupos del área. Por el momento, lo que no ofrece dudas es la vinculación de los hallazgos de Antioquia con el gran Horizonte Cerámico del Magdalena Medio, del cual la fase Colorados es tan solo una variante local y temporal. De acuerdo con la información disponible a partir de las investigaciones arqueológicas y de las vasijas cerámicas pertenecientes al Horizonte mencionado que actualmente se encuentran en el Museo Universitario, en Antioquia estos grupos se asentaron sobre dos

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tipos de paisajes: las tierras aledañas al río Magdalena en los territorios de los municipios de Puerto Triunfo, Puerto Nare y Puerto Berrío; y sobre las vertientes cordilleranas en los municipios de Sonsón, Cocorná, San Carlos, Maceo, Vegachí y Segovia. Los asentamientos de la vertiente cordillerana localizados en Maceo y San Carlos, datan de los siglos XI y XIII d.c, respectivamente (Mejía y Montoya, 1992 y Castillo y Piazzini, 1994). La ubicación temporal de los asentamientos en cercanías al río Magdalena, se desconoce todavía, pero es de esperar que tengan una cronología similar. Las investigaciones realizadas en San Carlos (Castillo y Piazzini, 1994), Maceo y Vegachí (Mejía y Montoya, 1992), revelan una distribución dispersa de los sitios de vivienda sobre las cimas aplanadas de las colinas que dominan el paisaje, algunas de las cuales presentan evidencias de haber sido utilizadas además como cementerios. De otro lado, las evidencias registradas en Puerto Berrío (López, 1992 y Franco y Gómez, 1994), sugieren que tanto los sitios de vivienda como los cementerios se localizan sobre la cima de las colinas más bajas en cercanías al río Magdalena y algunos de sus afluentes. Para las áreas cordilleranas, las estrategias económicas de estos grupos han debido incluir la agricultura de semillas, sugerida por los metates y las manos de moler y las hachas pulidas para el desmonte; pero también se hallan evidencias como placas de moler y maceradores que indican el aprovechamiento de tuberculos, y lascas y raspadores para procesar las presas de caza. En los asentamientos de Puerto Berrío, por el contrario, no se han hallado instrumentos que denuncien la existencia de prácticas agrícolas, referenciandose unicamente la existencia de instrumentos asociados al aprovechamiento de especies animales. Son realmente pocas las evidencias que revelen actividades artesanales por parte de estos grupos. Tan sólo se cuenta con el hallazgo de una nariguera de oro, y algunos volantes de huso discoidales y cilindros de impresión en los asentamientos de Maceo, planteando la posibilidad de una tradición orfebre y textil presente en las comunidades. Respecto de las formas de enterramiento no se posee una información precisa, pero se sabe que en Puerto Berrío han sido halladas las típicas urnas funerarias del Horizonte Cerámico del Magdalena Medio, con tapa y figuras antropomorfas y Zoomorfas en tumbas de pozo con cámara (Franco y Gómez, 1994). Dentro de un contexto geográfico más amplio, las características étnicas y sociales de las comunidades representadas por el gran Horizonte del Magdalena Medio, se han tratado de explicar con base en la vinculación con grupos de origen Karib, que provenientes de las tierras cálidas del noreste del continente habrían colonizado en migraciones sucesivas los valles interiores de los grandes ríos como el Magdalena (Castaño y Dávila, 1984). Este proceso, se habría iniciado durante los últimos siglos del primer milenio d.c y estaría vigente aún para la época de la Conquísta española en el siglo XVI. En este orden de ideas, se ha planteado que tanto la reproducción de núcleos familiares de asentamiento disperso, como una estrategia económica mixta de agricultura, caza,

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pesca y recolección, podían asegurar la expansión constante y rápida que sugiere la ocupación de un área geográfica tan amplia como el valle medio del río Magdalena, en un lapso de tiempo tan reducido. Una vez en contacto con las sociedades que desde épocas anteriores poblaban el interior andino, los grupos Karíb pusieron en práctica una estrategia de guerra que incluía el rapto de mujeres y por consiguiente la adopción de patrones culturales de agricultura y artesanías propios de las sociedades andinas (Ibíd). Sin embargo, tanto la existencia de una tradición cultural Karib, como la asociación de ésta con los datos arqueológicos del Horizonte cerámico del Magdalena Medio, son por ahora difíciles de confirmar. Los presupuestos que sustentan la existencia de una tradición Karib, parten de estudios poco sistemáticos sobre la distribución de ciertos rasgos aislados en el espacio: elementos fonéticos de las lenguas indígenas habladas en el siglo XVI; determinadas indumentarias y costumbres como la deformación craneana y la antropofagía presentes también para ésa época; y finalmente por las características decorativas de las figuras antropomorfas presentes en la cerámica arqueológica. Por el contrario, otros estudios ponen de manifiesto que la definición de Karib hace referencia, desde el mismo momento de la conquista española, a aquellas sociedades que poseían una economía selvícola y cuya organización social y política contrastaba con la de tipo cacical, presente en las sociedades andinas, más bien que referirse a grupos que compartían una misma lengua o tradición cultural (Burcher, 1985). En lo referente a las relaciones de continuidad cultural entre los grupos prehispánicos representados por los complejos y tradiciones arqueológicas, y las sociedades que ocupaban la región para el siglo XVI, las cosas son un poco más claras. Las regiones de Antioquia y áreas aledañas que ocuparon los grupos de la tradición arqueológica del Magdalena Medio, fueron luego el territorio de comunidades tales como los Yareguies, Carares y Tapaces en la cordillera Oriental y en la codillera central de Antioquia por Pantágoras, Amaníes, Punchinaes y probablemente Yamecíes. Si bien se ha señalado la posibilidad de que la práctica de enterramiento en urnas funerarias no se realizaba ya para el siglo XVI en ninguna de estas comunidades (Castaño, 1984), ello debe ser tomado con cautela puesto que ninguno de los cronistas que narra las costumbres de estas sociedades, asevera la inexistencia de tales enterramientos, lo que debe tomarse más bien como una omisión por parte de éstos. De hecho, la cronología existente para áreas tales como el Carare en Santander y San Carlos en Antioquia, indica que por lo menos hasta el siglo XIV, los grupos representados por el Horizonte cerámico del Magdalena Medio, continuaban con sus practicas culturales. Así mismo, las evidencias arqueológicas apuntan hacia la existencia de pautas de asentamiento, estrategias económicas y organizaciones sociales similares a las descritas para las sociedades del siglo XVI. En este orden de ideas, se debe aceptar una continuidad cultural entre los grupos prehispánicos representados por el Horizonte Cerámico del Magdalena Medio y las etnias descritas para el siglo XVI.

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La búsqueda de respuestas más precisas sobre éstas y otras problemáticas, requiere de investigaciones arqueológicas que permitan el establecimiento de secuencias cronológicas y refinen la dispersión de cada uno de los complejos locales que conforman el Horizonte del Magdalena Medio. De igual manera, mediante los estudios etnohistóricos se deben precisar los límites de las diferentes etnias del siglo XVI, sus relaciones entre sí, y la continuidad con cada uno de los complejos localmente identificados. 2.5 LAS ETNIAS DEL SIGLO XVI EN EL ACTUAL TERRITORIO ANTIOQUEÑO. Corresponde fundamentalmente al método etnohistórico dar cuenta de la información escrita que actualmente se posee sobre las características de las etnias americanas del siglo XVI. Sin embargo, la perspectiva del largo proceso histórico que antecede a la conquista española, y que se logra prefigurar mediante la arqueología, encuentra en los datos etnohistóricos un apoyo valioso, toda vez que se trata básicamente de la misma dinámica cultural. En este sentido, se retoman aquí aquellos estudios dedicados total o parcialmente al análisis de las crónicas de conquista y otros documentos del siglo XVI, pertinentes para elaborar un panorama general de las sociedades asentadas en la región antioqueña para la época (Mapas Nos. 16 y 17). Es importante aclarar que no se pretende agotar el tema, y que sería necesario adelantar un proyecto de investigación exclusivamente dedicado al período de conquista e inicios de la colonia para la región antioqueña, tanto por la calidad y volumen de la información, como por complejo fenómeno de cambio social y cultural que lo caracteriza. 2.5.1 La región de Urabá y el Darien. De acuerdo con algunos estudios etnohistóricos basados en las crónicas españolas de conquista (Romoli, 1987 y Santos, 1989), se pueden identificar dos etnias asentadas en la región de Urabá y el sector sur del Istmo panameño para los primeros años del siglo XVI: los Cueva y los Urabáes. Los Cueva eran un conjunto de cacicazgos y comunidades aldeanas que compartían una lengua común y diferente de las de sus vecinos; asentadas sobren la región sur de Panamá y la margen occidental del Golfo de Urabá, estas poblaciones habían desarrollado para el siglo XVI un sistema socio-político propio de sociedades cacicales (Ibíd).

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Se trataba de sociedades esencialmente agricultoras, con una diferenciación económica de las actividades artesanales y con un sistema de intercambio económico que funcionaba especialmente hacia el interior de los cacicazgos que conformaban la unidad étnica. El oro y los textiles eran los únicos productos que circulaban en una red de intercambio a largas distancias hacia Urabá y el Atrato medio (Romoli, 1987). La población Cueva se asentaba sobre las serranías y valles interandinos en caseríos dispersos. Cada asentamiento estaba compuesto por varias familias nucleares de carácter patrilocal, es decir, las familias nuevas se asentaban en el territorio que ancestralmente había ocupado la familia paterna. De igual manera la herencia de bienes y status se daba por la línea del padre, sistema en el que se incluía la herencia de jerarquías políticas (ibíd). La estructura socio-política de los Cueva era de forma piramidal incluyendo jerarquías bien definidas: los caciques principales, soberanos absolutos y encargados de dirigir las acciones de guerra, dirimir conflictos internos y externos y de servir como jueces inapelables en las decisiones que comprometían los intereses comunes; los caciques menores que funcionaban como subalternos de los anteriores; la nobleza, entre los que se destacaban los jefes militares y sus familias; los plebeyos que constituían parte de la mano de obra y los artesanos; por último estaban los esclavos, individuos capturados en las guerras y emplazase como mercancía y en las labores más arduas de la agricultura. Muy importantes en el plano mágico-religioso resultaban los chamanes, encargados de transmitir la sabiduría del dios supremo Tuyra a las comunidades Cueva (ibíd). La guerra constituía un factor importante para la dinámica social y política de los Cueva. Solo a través de acciones bélicas sobresalientes un plebeyo podía ascender a la jerarquía de los nobles, hecho que no solo estaba motivado por las prerrogativas que generalmente poseían los nobles, sino y muy importante, porque sólo los nobles gozaban de la inmortalidad (Ibíd). De otro lado, estaban las comunidades de la provincia de Urabá asentadas sobre la margen oriental del Golfo y diferenciadas por los cronistas de sus vecinos Cueva en virtud del empleo de flechas envenenadas y por la practica de la antropofagía. Otros elementos que estarían remitiendo a una diferencia entre Cuevas y Urabaes sería la ausencia en estos últimos de la minería de oro y de allí la importancia que le otorgaban al intercambio de oro con las provincias del interior de Antioquia y el río Atrato. Sin embargo, existían fuertes semejanzas en cuanto a las características de la organización sociopolítica y las estrategias económicas de ambas provincias. Los Urabaes también poseían jerarquías sociales bien definidas y el patrón de asentamiento obedecía a la explotación agrícola como base fundamental de la economía local (Santos, 1989). Así pues, la presencia de un único sustrato cultural, o por lo menos de una historia mutuamente compartida entre Cuevas y Urabaes, parece estar indicada por el complejo arqueológico de Urabá (Ibíd). Este complejo, además de encontrarse disperso por los

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territorios de las provincias Cueva y Urabá, presenta similitudes respecto de la estrategia económica y la organización social mencionadas para estas etnias del siglo XVI. Quedan sin embargo varias incógnitas que deben guiar las futuras investigaciones etnohistóricas en Urabá: aclarar la falta de correspondencia que en determinados aspectos culturales se aprecia entre el registro arqueológico y el análisis de las fuentes etnohistóricas: si los Cueva y los Urabá correspondían a etnias diferentes o a variantes particulares de un mismo sistema cultural representado por el denominado complejo cultural de Urabá. En lo relativo a épocas más recientes, se está de acuerdo en considerar que los actuales indígenas Tule-Cuna de Urabá y el Darién, no presentan continuidad cultural con los grupos que se encontraban asentados en la región hasta inicios del siglo XVI (Romoli, 1987 y Santos, 1989). Al parecer, los Cuna estaban asentados inicialmente en el curso medio del río Atrato, desde donde se fueron retirando hacia las tierras costeras debido a la expansión bélica de los grupos Embera del Chocó (Vargas, 1993). Los Cuna a su vez iniciaron un proceso de invasión sobre las tierras que ancestralmente habían pertenecido a Cuevas y Urabaes, aprovechando el exterminio que sobre estos realizaron los conquistadores españoles (Romoli, 1987). 2.5.2 El noroccidente de Antioquia. El panorama general de la región noroccidental de Antioquia en el siglo XVI, se caracteriza por la existencia de una gran cantidad de unidades políticamente autónomas, con marcadas diferencias entre la forma de sus organizaciones sociales y estrategias económicas, y la existencia de un estado permanente de tensiones bélicas entre los diferentes grupos. Así se tiene que existían los cacicazgos consolidados de Guaca y Nore en el curso medio del rió Sucio; los cacicazgos en proceso de consolidación de Peque, Ituango y Hevéjico en las partes altas de la cordillera occidental y numerosas sociedades con una organización esencialmente igualitaria como Catíos, Tatabes, Carautas, Caracunas, Peberes, Nitanas, Guacucecos, Tecos, Peberes y Araques, localizados sobre toda la cordillera occidental incluyendo las partes altas de los ríos Sinú, San Jorge y Tarazá (Castillo, 1988b). En varios estudios se ha propuesto la agrupación de algunas de estas unidades políticas en naciones o etnias, en virtud de semejanzas o diferencias en la lengua, la indumentaria y las costumbres rituales, pero en general no existe un concenso establecido sobre cuales grupos pertenecen a cuales unidades étnicas. Así, desde el mismo siglo XVI se había propuesto la gran nación de los Catíos para referirse a todos los grupos asentados entre el Cauca y el Atrato en la región antioqueña (Castellanos, 19??; Posada, 1873 y Uribe, 1885); posteriormente se ha señalado la existencia de una unidad culturalmente diferente y conformada por los cacicazgos de Guaca, Nore y Dabeiba, la que probablemente sostuviera afinidades lingüísticas y

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culturales con los grupos Cueva del Istmo panameño (Trimborn, 1943). Recientemente y con ayuda de la información arqueológica, se ha planteado la existencia de una macroetnia del occidente antioqueño, dentro de la cual se encontraban todas las sociedades localizadas entre las tierras del Chocó y el cañón del Cauca (Castillo, 1988b y Martínez, 1989). En el presente estudio se ha optado por agrupar las diferentes provincias y pueblos conocidos en el área occidental para el siglo XVI, de acuerdo a la identificación de ciertos territorios dentro de los cuales varias poblaciones humanas desarrollaron sus estructuras sociales y políticas, en virtud de la apropiación, defensa e intercambio de recursos económicos específicos. En algunos casos, tales territorios se corresponden con conjuntos de provincias o pueblos pertenecientes a sistemas económicos integrados, en otros casos, el estado actual de conocimientos impide hallar relaciones de afinidad entre ellos. Hacia el sur del área en cuestión, sobre la cordillera occidental y en territorios de los actuales municipios de Urrao, Anzá, Caicedo, Giraldo y Santafé de Antioquia, los españoles encontraron las provincias o poblaciones de Xundabe, Naaz, Viara, e Iraca, todas ellas relacionadas con la conocida etnia de los Catíos (c.f. Trimborn, 1949 y Castillo, 1988b). Este núcleo, se caracterizaba por la existencia de asentamientos agrícolas dispersos, cuya unidad política se activaba en épocas de guerra, sin un poder centralizado permanente en tiempos de paz y sin existir una diferenciación social muy marcada. Ello se ilustra con la imagen de Toné, cacique militar catío, encargado de librar una prolongada resistencia en contra de los invasores españoles a mediados del siglo XVI. La guerra, además de propiciar la alianza política y de permitir la captura de esclavos empleados como mano de obra en las faenas agrícolas y para el intercambio económico (C.f. Trimborn, 1949), tenía connotaciones simbólicas a juzgar por la existencia del canibalismo ritual y la exhibición de los cráneos humanos de los vencidos en batalla en las empalizadas que rodeaban las habitaciones. Los únicos elementos que hacen suponer una especialización de determinadas personas o sectores de la población catia en las actividades económicas, consisten en la manufactura de mantas de tela decoradas, la explotación intensiva de fuentes de aguasal, y en el intercambio de estas mercancías por el oro de otros grupos localizados más al norte como los Tahamí y los Nutabe del cañón del Cauca (Cf. Duque y Espinoza, 1995). Hacia el noroeste de los Catíos, se hallaba uno de los principales centros de intercambio y producción de oro del área noroccidental de Colombia en el siglo XVI. Se trata de las provincias de Buriticá, Guaca, Nore y Dabeiba, unidades políticas que para el siglo XVI tenían fuertes enfrentamientos políticos y militares expresados en la rivalidad interna y la tendencia expansionista (Cf.Trimborn, 1943, 1944 y 1949), pero las cuales quizá compartían un largo proceso histórico en común, evidenciado arqueológicamente por la tradición de Túmulos del occidente.

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Este núcleo, estaba compuesto tanto por cacicazgos consolidados como por sociedades aldeanas, relacionados entre sí por el intercambio económico o el tributo en especie de una variada gama de productos. Las comunidades aldeanas dispersas por las tierras cálidas del bajo río Sucio y la serranía de Abibe, cultivaban maíz y algodón a pequeña escala, pero se especializaban en la cacería y la pesca, actividades que les permitían obtener productos para el pago de tributos a los caciques principales de la provincia de Guaca, quienes dominaban militarmente ese territorio (Ibíd, 1943). Localizados sobre los valles y vertientes templadas del curso medio y alto del río Sucio y sus afluentes, aproximadamente en los actuales territorios de los municipios de Dabeiba, Uramíta y Frontino, se encontraban los cacicazgos de Guaca y Nore. Estos, a pesar de sostener rivalidades, compartían la misma lengua e indumentaria, y presentaban una organización social similar (Ibíd). En la provincia de Guaca existía una jerarquía política que incluía un poder centralizado permanente y de carácter hereditario, representado en el siglo XVI por el cacique Nutibara, quien había heredado el cargo soberano de su padre Anunaibe, y su hermano Quinunchú, quien hacía las veces de jefe militar y delegado en las provincias sometidas de Abibe; además existían señores principales o jefes de las comunidades locales, capitanes o miembros destacados en la milicia, los súbditos y finalmente los esclavos capturados en guerra (Ibíd y Castillo, 1988b). En Nore, además de Nabonuco, cacique principal y enemigo de Nutibara, existían también señores principales, súbditos y esclavos. Este cacicazgo, se encontraba en guerra con sus vecinos de Guaca, Buriticá y Tatabe, circunstancia que aprovecharon los conquistadores españoles para hacerlos sus aliados temporales (Trimborn, 1943). Tanto los de Guaca como los de Nore poseían asentamientos nucleados a modo de pueblos o aldeas sobre los valles y las altiplanicies. La economía se basaba principalmente en la agricultura de maíz, yuca y batatas, pero además se aprovechaban los árboles frutales (Ibíd). En cercanías a Nore, sobre las partes altas de la cordillera occidental, se hallaba la provincia de Corome, y el pueblo de Buriticá, en donde los españoles encontraron asentamientos mineros dedicados a la explotación de oro de veta. En Corome, la organización social incluía la existencia de caciques y señores principales, mientras que en Buriticá, al parecer varios caciques tenían propiedad sobre las mencionadas minas, si bien se menciona la existencia de un cacique principal denominado Tateepe (Ibíd, 1949). Buriticá, representaba el centro de producción del oro que por cuatro grandes rutas comerciales llegaba hasta los cacicazgos de Dabeiba y Urabá hacia el noroeste, Sinú al Norte, el Valle del río Magdalena al oriente y el valle del Cauca hacia el sur (Ibíd, 1944). Es muy probable que en torno a la explotación de las minas de veta y el control de estas rutas comerciales, hallan desarrollado sus estrategias políticas y económicas varios de los cacicazgos del noroccidente antioqueño. Las sociedades de Nore y Guaca, por

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ejemplo, necesitaban del oro suficiente como para ataviar a sus personajes principales, pero además han debido disputar por el control de la ruta que de Buritica se dirigía hacia el importante centro orfebre de Dabeiba, la que atravezaba sus territorios. En la provincia de Dabeiba, cuya mítica riqueza aurífera hizo las veces de leyenda del Dorado para el Occidente de Antioquia y el río Atrato, existía un selecto grupo de orfebres, quienes sujetos al cacique local estaban encargados de confeccionar las joyas que lucían los caciques del bajo Atrato y Urabá. Pero además, la connotación de poder y divinidad otorgados al oro, se había conjugado con la imagen religiosa de Dabeiba, diosa de la lluvia y las tormentas, para hacer de la provincia que llevaba su nombre un santuario de peregrinación de las sociedades del occidente antioqueño y el bajo Atrato (Ibíd, 1953). Hacia el norte de la cordillera occidental, se asentaba otro conjunto de sociedades cacicales, algunas de las cuales habían conformado un sistema común de intercambio y control de rutas comerciales: se trata de las provincias de Peque, Hevéjico, Norisco e Ituango. Entre estos existía una organización política que incluía el poder centralizado y hereditario, compartido por hermanos o primos: en Peque los sobrinos del anciano cacique Sinago, Yutengo y Aramé, primos entre sí; en Norisco gobernaban los hermanos Bayaquima y Tacujurango y en Ituango igualmente los hermanos Tecuce y agrazaba (Ibíd, 1949). Cada cacicazgo estaba compuesto por varias comunidades esencialmente agrícolas que integraban un sistema de intercambio económico en común y entre las que existían relaciones de parentesco o alianzas de carácter político. Como parte del cacicazgo de Peque, por ejemplo, se encontraban las comunidades de Penco y Carauta, hacia donde huyeron algunos caciques ante el asedio de los españoles (Martínez, 1989). A pesar de haber algunas pendencias bélicas, existían vínculos entre cacicazgos diferentes, ya fuera por las redes de intercambio económico o por las alianzas para la guerra y la defensa. Si se tiene en cuenta la importante ruta comercial que se dirigía desde Buriticá hacia la región del Sinú, atravezando los territorios de varios de estos cacicazgos, es probable que una especie de sistema de intercambio en cadena, permitiera la integración económica de todos ellos. Pero es principalmente al tener en consideración el tipo de respuestas ante la presión colonizadora de los españoles, que se pueden inferir rasgos de interacción entre estos cacicazgos. En Hevéjico, tres sacerdotes indígenas convocaron a las poblaciones de los cacicazgos cercanos para que huyeran a lo alto de ciertos cerros, donde se resguardarían de un gran diluvio que un ser sobrenatural denominado Sobze preparaba para acabar con los cristianos (Ibíd). Así mismo, el anciano Sinago, cacique de Peque, presidió una reunión con varios de sus caciques para ir en defensa del territorio de Hevéjico ante la invasión española (Ibíd).

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Finalmente, se sabe de la existencia de otros grupos localizados en las partes altas del río Sinú tales como Cuisco, Nitana, Pebere y Araque, los que poseían en común la practica de la antropofagía y el uso de flechas envenenadas (Castillo, 1988b). Los detalles sobre organización social y economía de estos grupos se desconocen. De igual manera, se tienen pocas referencias acerca de la provincia de Guazuceco, localizada hacia las cabeceras del río San Jorge, cuya población se dedicaba al intercambio de esclavos, textiles y cerdos salvajes, por el oro procedente del interior de Antioquia (Ibíd). Las relaciones de continuidad entre las sociedades indígenas que ocupaban el noroccidente antioqueño para el siglo XVI y las comunidades Emberá-catío y Sinú que actualmente se asientan en algunas áreas de la región, aún no son claras. Aunque en repetidas ocasiones se ha hecho el trágico estimativo de la extinción total de las etnias indígenas de Antioquia desde pocos años después de la conquista, existen algunos datos que sugieren que tal exterminio no fue total. Se sabe que para finales del siglo XVIII, grupos indígenas denominados Carautas (antigua jefatura de Peque), estaban replegados hacia las partes altas de los ríos Sinú y San Jorge, desde donde controlaban una amplia región con poca o ninguna presencia de la corona española (Palacios 1955 y Silvestre, 1988). Así mismo, es probable que algunas comunidades catías se hallan integrado a la avanzada colonizadora que la etnia Embera desplegó durante los siglos siguientes a la conquista, desde su territorio original del alto y medio Atrato hacia el occidente antioqueño, lo que explicaría la denominación mixta de los actuales Embera-catíos (Cf.Vargas, 1992). Respecto de las etnias Sinú, actualmente localizadas en la parte alta del río del mismo nombre y en territorios del municipio de Ituango, se sabe que han sufrido un constante proceso de movilización ante la presión colonizadora de los mestizos sobre sus territorios, pero existen razones de peso para pensar en una presencia de las influencias culturales de la región Sinú sobre las tierras montañosas del norte de Antioquia desde épocas precolombinas. En general, se puede pensar en el noroccidente antioqueño y en especial las zonas aledañas al río Atrato y a los nacimientos del Sinú y el San Jorge, como una región virtualmente no colonizada hasta el siglo XX, a pesar de los esfuerzos de los españoles y posteriormente de los republicanos por dominarla. Estas circunstancias, han debido propiciar la sobrevivencia de reductos indígenas del siglo XVI y su integración con las etnias del Chocó para conformar la cultura indígena que actualmente existe en la región. 2.5.3 Norte y Noreste Para el siglo XVI, esta extensa región de Antioquia se encontraba ocupada por las etnias Nutabe, Yamecí y Guamocó. Tradicionalmente se ha mencionado además la existencia de otro grupo denominado Tahamí, sobre el cual en realidad solo se sabe que conformaba un poblado a orillas del río Cauca, cuyos habitantes mantenían un mercado permanente de productos provenientes de las provincias del Occidente y de la confederación de los Nutabe.

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La información disponible sobre los grupos Nutabe, ha sido elaborada en el curso de una investigación reciente (Duque y Espinoza, 1995), y sobre la cual se basa la siguiente exposición. Se ha denominado como confederación Nutabe, a un conjunto de jefaturas o cacicazgos integrados para la guerra y el comercio, quienes además de compartir una lengua común, parecían conformar un mismo grupo cultural. Sin embargo, cada cacicazgo, comandado por un señor principal, era autónomo en la explotación de los recursos propios de su entorno físico. Estos cacicazgos ocupaban fundamentalmente la vertiente oriental del cañón del río Cauca entre sus afluentes San Andrés y Espíritu Santo en el actual territorio de los municipios de Sabanalarga, San Andrés de Cuerquia, Toledo, Briceño y Valdivia. Hacia el margen occidental del Cauca, ocupaban además las cuencas de los ríos Ituango y Tarazá, actual territorio de los municipios del mismo nombre. La población se encontraba dispersa en parentelas o familias extensas a lo largo de las cuencas de las quebradas, y existían centros políticos y económicos a modo de pueblos en los valles más fértiles de clima templado. Esta amplia ocupación, así como la integración comercial que los caracterizaba se había realizado gracias a la especialización económica de los cacicazgos, de acuerdo al entorno que habitaban. En todos los casos, los cacicazgos poseían una economía de autosubsistencia, asegurada por el cultivo rotativo de maíz y la caza, pero además, se explotaban algunos recursos destinados al intercambio interno y externo. Así por ejemplo, el cacicazgo de Siritabe explotaba fundamentalmente recursos bióticos presentes en las zonas boscosas y el río Cauca; la agricultura de maíz, frijol, yuca, otros tubérculos y algodón se efectuaba por excelencia en el valle y centro principal de Guarcama; la minería de oro por su parte, era explotada intensamente y mediante el desarrollo de varias técnicas por la población del cacicazgo de Taqueburí. Además de ello, las herramientas elaboradas en algunas de las comunidades también hacían parte de este intercambio redistributivo de carácter interno. Hacia el exterior, las relaciones de intercambio económico de los Nutabe se realizaban fundamentalmente en los mercados periféricos de Tahamí a orillas del Cauca, Guazuceco en el alto San Jorge y Mompox en el bajo Magdalena, donde cambiaban su oro y mantas blancas, por sal, mantas pintadas y esclavos. Aparte de estas relaciones de intercambio que ponían en contacto a los Nutabe con otros grupos étnicos como los Catíos, los Guazuce y los Malibú, no se sabe de otro tipo e nexos culturales entre ellos y las demás comunidades del noroccidente antioqueño, así como del proceso histórico que permitió la conformación de estas sociedades cacicales para el siglo XVI. Frente al proceso de invasión española, la resistencia bélica de los Nutabe fue efectiva durante los primeros treinta años, pero sus sistemas de organización social, política y económica se debilitaron en los años siguientes ante las estrategias de aniquilamiento

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físico, reducción en encomiendas, y traslado a otras regiones de la población nativa, por parte de los españoles. Sin embargo, algunas unidades familiares, base social y económica de las jefaturas que anteriormente dominaban la región, lograron sobrevivir, mimetizandose con la población criolla que posteriormente colonizó la región. Actualmente, después de cuatrocientos años de persistencia, se encuentran aldeas y familias dispersas por el cañón del Cauca, cuyos apellidos (Chancí, Sucerquia, Pená, Sisquiarco, Tumble), recuerdan a los nombres de los señores y caciques del siglo XVI, y cuyas estrategias económicas y pautas culturales presentan semejanzas con las de la población Nutabe (Duque y Espinoza, 1995). En otro entorno geográfico, hacia el noreste del departamento entre las cuencas bajas de los ríos Nechí y Porce, para el siglo XVI se encontraban las denominadas provincias de Guamocó y Yamecí. La información disponible sobre las características de estos grupos, proviene fundamentalmente de una misma investigación etnohistórica (Castillo, 1993), y permite suponer la existencia de una afinidad étnica expresada en la lengua y las costumbres. Se trataba de grupos con una organización tribal igualitaria, unidos sólo por lazos de parentesco y con total autonomía económica. Cada grupo, denominado por los españoles como una provincia, estaba conformado por una parentela o sumatoria de familias extendidas de carácter patrilocal. Estas familias vivían en grandes casas comunales, dispersas por las tierras bajas y las vertientes cordilleranas o conformando núcleos en los valles fértiles. Esta pauta de asentamiento permitía la apropiación diferencial de dos entornos: las tierras bajas de bosque húmedo tropical, en donde se cultivaba maíz, yuca, ñame, arracacha y frutales, además de obtener proteínas animales mediante la cacería, y los valles fértiles y tierras de vertiente, donde se extraía abundante oro de los ríos y además de aprovechar los frutos de las palmas, se cultivaban los productos descritos y se pescaba en grandes cantidades. Las relaciones de intercambio económico se reducían a la esfera interna, donde las parentelas con alianzas familiares cambiaban recíprocamente maíz por oro. Al parecer, la guerra era el único mecanismo que ponía en contacto a estos grupos entre sí y con otras provincias, lo que permitía la obtención de esclavos y mujeres y además regulaba los mecanismos internos de liderazgo militar. Sobre el origen y las relaciones culturales que estos grupos sostenían con sus vecinos no hay información disponible. Sin embargo, es sugestivo el hecho de que ante el asedio de los españoles, se hallan retirado hacia el bajo Cauca y el Magdalena medio (Castillo, 1993), lo que hace pensar en posibles relaciones con las provincias de Malibú y Pantágora. La falta de cohesión política de Yamecíes y Guamocoes, repercutió en la relativa facilidad con que los españoles se apoderaron de su territorio y los utilizaron para el

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trabajo de las famosas minas de Remedios y Guamocó. La respuesta de los indígenas se orientó hacia la huida y el ataque esporádico. Aquellos que no se internaron en las selvas, fueron reducidos en encomiendas o trasladados a pueblos de indios en Aburrá, Antioquia y Cáceres (Castillo, 1993). 2.5.4 Centro y sur La información existente sobre las etnias indígenas asentadas en esta extensa área de Antioquia para el siglo XVI, se reduce al estudio de las noticias consignadas en las crónicas de conquista y algunos documentos de la colonia, sin que se hallan analizado hasta el momento los documentos de archivo que sin duda deben existir para esta región. Hacia la parte central se sabe que la población se encontraba asentada en las provincias de Aburrá en el valle del mismo nombre; Murgia en cercanías al actual municipio de Heliconia; y Sinifaná sobre la vertiente cordillerana hacia el Cauca en territorio de los municipios de Titiribí, Venecia y Fredonia. Además estaban los pueblos llamados por los españoles de las Peras, de la Pascua y Pueblo blanco, sitios que talvéz pertenecían a la provincia de Sinifaná. Todas estas provincias al parecer compartían una misma lengua (Trimborn, 1949 y Castillo, 1988a). En Aburrá, la población se asentaba sobre pequeños pueblos, en donde se dedicaban al hilado y tejido de textiles, y cerca de los cuales tenían sus cultivos de maíz, frijol y frutales. Además de ser esencialmente agricultores, se distinguían de sus vecinos por haber logrado la domesticación de animales como curíes y perros mudos, por la carencia de oro y por la ausencia de antropofagía, costumbre tan generalizada en todo el territorio de la actual Antioquia (Ibíd). En épocas posteriores, la población del Valle de Aburrá, como la mayoría de los indígenas de la región, fue objeto de reducción y traslado por parte de los españoles durante la conquista e inicios de la colonia. Para finales del siglo XVII, las pocas familias indígenas asentadas en el lugar, procedían originalmente de otras regiones de la Nueva Granada como Buga, Pamplona, Tunja y Cartago (Santos, 1992). En otro entorno geográfico, hacia el suroeste, para el siglo XVI estaba la provincia de Murgia, conformada por varios poblados. La explotación de fuentes de aguasal, les permitía tener una alta producción de sal para el intercambio con otros grupos localizados hacia el oriente (probablemente el valle del Magdalena) y también aprovechaban el recurso aurífero (Trimborn, 1949 y Castillo, 1988a). Mas hacia el sur, se encontraba la provincia de Sinufaná, sobre la cual sólo se puede anotar que estaba constituida por varios poblados, cuyos habitantes practicaban la antropofagía. En la cuenca del río Arma y sus tributarios, desde las partes altas de la cordillera hasta la orilla del Cauca, en territorio de los actuales municipios de Abejorral, Sonsón y Aguadas, se encontraba el cacicazgo de Arma, cuyo poder central estaba representado por Maitamá, cacique o señor principal de la provincia. Este cacicazgo, estaba conformado

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por varias jefaturas locales: Chatapa, Ypaná, Ayuyami, Taimatá, Aymani, Murmitá, Apirama y Pipintá, entre otros (Delgado, 1991). El patrón de asentamiento de los Arma, incluía poblados sobre la sima de las lomas, nucleados en torno a las casas de los caciques principales. Estas últimas construidas con grandes empalizadas en guadua, estaban situadas al frente de una especie de plaza, donde se llevaban a cabo actividades rituales tales como el sacrificio y la antropofagía de esclavos capturados durante la guerra. Esta era la expresión física del fuerte vínculo que existía entre el poder político, militar y divino en éste cacicazgo (Ibíd). La organización social, estaba compuesta por familias extensas, de parentesco matrilineal, donde existían la poligamia y las jerarquías hereditarias. La economía se basaba en el cultivo rotativo de maíz, yuca y otras raíces; algodón en las tierras cálidas cercanas al Cauca y la recolección de frutos de palma. Muy importante era además la explotación de oro de aluvión (ibíd). Los Arma tenían afinidades étnicas con la provincia de Pozo, localizada más hacia el sur, lo cual podría considerarse como el producto de una expansión bélica de los Arma por el control de nuevos territorios, toda vez que los Pozo provenían originalmente del territorio Arma (Cf. Trimborn, 1949). Igualmente, es probable que los Arma sostuvieran algún tipo de relaciones con las etnias del valle medio del Magdalena, pues ante la presión de los españoles, hubo quienes huyeron a la provincia de Cocamá, cerca de Mariquita (Delgado, 1991). La resistencia de los habitantes de Arma frente a la conquista de su territorio por parte de los españoles, se mantuvo durante los primeros 17 años, pero luego fueron reducidos, encomendados y vendidos como esclavos en los mercados de Popayán, Santafé y Quito (Ibíd). Hacia el otro lado del Cauca, sobre la cordillera occidental, se hallaban las provincias de Caramanta y Cartama. La primera ocupaba las partes altas de la cordillera, sobre la cuenca del río San Juan Bravo, mientras la segunda se encontraba hacia las partes bajas, en proximidades del actual río de Cartama (Trimborn, 1949). Al igual que los Arma, estas provincias poseían un complejo esquema de poder político, militar y divino, donde las imágenes del cacique y el chamán eran centrales. Los caciques, si bien no recibían tributo de sus subditos, controlaban los productos obtenidos de las abundantes minas de oro y fuentes de agua salada que tenían en su territorio (Ibíd). El intercambio de estos productos y la alianza para la guerra con las provincias del gran cacicazgo de Anserma, involucraba a los de Cartama y Caramanta al complejo panorama de interacción regional que caracterizaba al valle medio del río Cauca en el siglo XVI (Acevedo y Cardona, 1989). Hacia el norte, su influencia al parecer se extendía hasta el pueblo de Cori, donde se explotaba intensamente la sal.

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2.5.5 La vertiente del Magdalena medio Los datos conocidos para esta región no permiten mayor precisión respecto de la diferenciación y localización de los grupos que lo poblaban en el siglo XVI. En general los estudios etnohistóricos se han apoyado en las crónicas de conquista, haciéndose necesario abordar hacia el futuro la información existente en los archivos históricos pertinentes. Las población indígena del Magdalena medio antioqueño, fue generalmente conocida con el apelativo de Pantágora, pero en realidad se trataba de una serie de provincias y pueblos entre los cuales se hallaban Samaná, Punchiná, Ortana, Guasana, Chiruña, Ziziña, Chiparna, Cocorná y Amanie. (Castillo, 1988b y Vargas, 1994). Su territorio comprendía aproximadamente desde la cuenca del río La Miel en los actuales límites de Caldas y Antioquia, hasta la del río Ité cerca de Remedios, incluyendo las áreas montañosas y las vertientes selváticas del río Magdalena (Castillo, 1988b). Existen dudas sobre si los Pantágoras llegaron a ocupar la zona ribereña del Magdalena o si por el contrario, los grupos Carare y Yurumina asentados sobre de la vertiente derecha del río, ocupaban además esa zona (Cf. Castaño y Dávila, 1984 y Vargas, 1994). Las comunidades Pantágora, presentaban una organización social igualitaria, con parentelas matrilineales dispersas y autónomas entre sí y tan solo integradas por afinidad linguística. Sin embargo, la provincia de Amanie, localizada hacia las partes altas de la vertiente, poseía un poder centralizado en la persona del cacique principal y un patrón de asentamiento nucleado, lo que sugiere la existencia de un cacicazgo incipiente (Castillo, 1988b). Por lo que se sabe la economía de los Pantágoras y sus vecinos se basaba en el cultivo de maíz, frijol, yuca y ahuyama, alternado con otras actividades que al parecer no eran muy importantes como la caza y la pesca. No se tienen referencias sobre la explotación de oro, mientras que la demanda de la sal se satisfacía empleando directamente el aguasal sin procesar (Ibíd). Respecto de las relaciones culturales de los Pantágoras con los demás grupos del Magdalena medio, se ha planteado la existencia de un sustrato común de origen Karíb (Castaño y Dávila, 1984), hipótesis que como se ha dicho anteriormente, debe ser tomada con cautela. De otro lado es posible que los Pantágora y especialmente los Amaníes sostuvieran relaciones con las provincias del Cauca Medio, hipótesis basada en la existencia de elementos culturales comunes como la antropofagía y las fortalezas empalizadas, además de la localización geográfica que hace de la cuenca de los ríos La Miel y Samaná una ruta natural estratégica para pasar la cordillera central hacia el valle del río Cauca aprovechando la vertiente del Arma. Las estrategias de resistencia de los Pantágoras ante la conquista española funcionaron hasta finales del siglo XVII, cuando aún se tienen noticias sobre el asalto de

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expediciones españolas a manos de éstos en el curso medio del río Magdalena (Vargas, 1994). CAPITULO 3 3.1 CONSIDERACIONES FINALES Y RECOMENDACIONES. El ATLAS ARQUEOLÓGICO DE ANTIOQUIA pretende ser una respuesta a la sentida necesidad de la comunidad científica, las instituciones y la sociedad, frente al rol protagónico de la historia precolombina en la búsqueda de la identidad cultural como requisito para el desarrollo integral del país. Su elaboración, puede ser vista como la síntesis del largo proceso de recuperación, estudio y preservación del patrimonio arqueológico regional iniciado hace mas de 100 años, al término del cual, es posible disponer de la información necesaria para reconstruir un esquema general del lapso histórico más antiguo y prolongado de la historia regional. Indudablemente, aún falta mucho por realizar, y es en este sentido que el Atlas Arqueológico pretende además servir de precedente para esfuerzos similares en el futuro. Se espera con este aporte, contribuir a la discusión y avance de la disciplina arqueológica regional y nacional, al fortalecimiento de las políticas gubernamentales y privadas que legitiman y contribuyen al rescate, estudio, preservación y divulgación del patrimonio arqueológico; y en general a la puesta en conocimiento público de las características hasta ahora conocidas del proceso histórico prehispánico de la actual región antioqueña. La mayor parte de la existencia humana ha transcurrido al margen de la escritura, lo que significa que muchos pueblos no dispusieron de tal mecanismo de trasmisión para legar a la posteridad su historia. Sin embargo, existen otros lenguajes inmersos en los vestigios arqueológicos remanentes de esas historias, que esperan ser interpretados a la luz de la arqueología y otras disciplinas afines. En este sentido, es preciso velar por la preservación del patrimonio arqueológico, logrando su incorporación a la vida del presente, de modo que tales lenguajes puedan, mediante su investigación rigurosa y la puesta en práctica de políticas de conservación, educación y divulgación en todos los niveles de la sociedad, trascender su grado de testimonios mudos y constituirse en elementos clave para el conocimiento de la historia humana. Así, la arqueología no es la simple descripción de objetos antiguos, ni la forma mas científica de llenar estantes de museos y colecciones privadas con reliquias que perderán gran parte de su valor intrínseco al ser despojados de su contexto y asociaciones originales. En cada vestigio del pasado humano está implícito el trabajo del hombre, esto es, cada artefacto o rasgo de interés arqueológico es producto del aprendizaje, talento, esfuerzo, errores o aciertos desplegados por sus fabricantes y

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usuarios: detrás de cada evidencia está el hombre mismo y su sentido de vida; lo que impresiona no es el objeto por si mismo, sino el proceso social y cultural que lo produjo. Los elementos arqueológicos, son frases sueltas del voluminoso libro de la historia, y es obligación del arqueólogo integrarlos, ordenarlos y conservarlos, de modo tal que la sociedad de hoy y mañana pueda leer, aprender, apreciar o controvertir página a página esa historia. En este orden de ideas, las recomendaciones y estrategias propuestas por el ATLAS ARQUEOLÓGICO DE ANTIOQUIA y enmarcadas con el compromiso no sólo con el patrimonio histórico cultural sino también con la comunidad en su conjunto, se dirigen hacia: La comunidad científica: Apuntando al fortalecimiento teórico de la arqueología

sobre la base de los principios éticos, el empleo crítico de las categorías conceptuales y la implementación de métodos y técnicas que se correspondan con los requerimientos específicos de la arqueología regional.

Las instituciones gubernamentales y/o privadas: encargadas de la investigación, conservación, protección y divulgación de la historia socio-cultural de los pueblos como también de aquellas cuyos trabajos de infraestructura alteran y en algunos casos destruyen irremediable el patrimonio arqueológico. 3.1.3 Las comunidades, sujetos activos del pasado, del presente y del futuro, para que adquieran conciencia de su papel dinámico en el proceso de construcción de la historia. 3.1.1 1. Recomendaciones y Estrategias para la Comunidad Científica. Existen dos aspectos fundamentales y necesarios a desarrollar para que la naciente comunidad científica regional, afiance hacia el futuro su compromiso académico y social en la recuperación, preservación, interpretación y divulgación de la historia precolombina: primero, la explicitación de los conceptos y modelos teóricos y las herramientas conceptuales empleadas en el transcurso de las investigaciones, y segundo, la implementación de una actitud crítica y comunicativa, que permita el intercambio dinámico de experiencias en el ejercicio profesional. Como un aporte directo en ésta dirección, se señalan a continuación, algunas temáticas que se pueden considerar prioritarias para abordar la problemática arqueológica regional: - Procesos de poblamiento. - Apropiación de recursos y surgimiento de estratégicas económicas - Cambio social - Continuidad e identidad cultural - Interacción social

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A través de estas claves temáticas, es posible dar tratamiento a problemáticas específicas tales como las rutas de poblamiento temprano y posterior colonización del interior andino; el desarrollo inicial de la agricultura; la introducción de la industria alfarera; el inicio de la minería y la orfebrería; el origen y desarrollo de las sociedades complejas; y las relaciones de coexistencia, intercambio tecnológico, económico y simbólico entre sociedades coetáneas a través de todos los períodos. A su vez, para la recuperación y análisis cuidadoso de las evidencias necesarias para abordar las problemáticas planteadas, es preciso sumar algunos métodos y técnicas, a los tradicionalmente empleados por los arqueólogos de la región: -Prospecciones con la ayuda de técnicas de resistividad e interpretación de fotografía aérea y satelital. -Recuperación y análisis de macrorrestos orgánicos, polen fósil, fitolitos y en general de todos los ecodatos necesarios para reconstruir características paleoambientales. -Análisis de elementos traza en artefactos líticos. -Análisis funcionales y de residuos en el material cerámico. -Elaboración de secuencias cronológicas con base en fechas absolutas y análisis estratigráficos. -Recuperación y análisis de restos óseos. -Análisis simbólico de elementos iconográficos presentes en la cerámica, la orfebrería, los instrumentos textiles y los petroglifos. -Identificar y establecer patrones de enterramiento y asentamiento para las regiones y períodos poco estudiados, -Establecer relaciones sólidas entre las fuentes escritas documentales de la época de conquista con la información arqueológicamente recuperada. -Desarrollar estudios interdisciplinarios tanto para el análisis etnoarqueológico, como para el mejor conocimiento de los mecanismos que permiten la apropiación de los elementos históricos del pasado por parte de las comunidades del presente. Las temáticas, problemáticas, métodos y técnicas mencionados, tienen una aplicación específica dependiendo de cada período o región de estudio: 3.1.2 Las sociedades más antiguas. La información arqueológica existente sobre las sociedades más antiguas, sugiere patrones de asentamiento disperso, con una permanencia temporal semi-nómade

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coherente con la apropiación de nichos ecológicos determinados, por lo tanto es necesario abandonar la idea de pequeñas hordas humanas deambulando constantemente y sin dirección alguna, condicionadas completamente por el medio natural que las rodea. Las tradiciones líticas identificadas hasta ahora en Antioquia, no permiten identificar claramente dinámicas de interacción social o cultural con otras regiones; sin embargo la existencia de las industrias abriense y tequendamiense, ampliamente referenciadas para el altiplano Cundiboyacense, estaría indicando algún tipo de nexos con los grupos del Magdalena Medio antioqueño. De otro lado, es preciso identificar las relaciones que virtualmente se pueden establecer entre las evidencias para este período en Antioquia y las obtenidas en el amplio contexto continental. En particular, es necesario indagar por la validez de los denominados horizontes de prepuntas y puntas de proyectil para el contexto antioqueño. Igualmente, se requiere de investigaciones que permitan saber sobre la continuidad de la tecnología de utensilios bifaciales hasta épocas más tardías. Específicamente, para un mejor entendimiento de esta problemática se recomienda: -Ampliar el panorama arqueológico para este período, efectuando investigaciones en aquellas áreas consideradas como probables rutas tempranas de poblamiento, o propicias para que se hubieran dado asentamientos humanos antiguos en el departamento: Urabá, vertientes de la cordillera occidental hacia el bajo Atrato y cuencas de los ríos Cauca, Nechí y Nus, entre otros. -Definir particularidades locales y regionales en las tradiciones líticas y las pautas de asentamiento, que permitan contrastar o correlacionar los hallazgos de Antioquia con los reportados a nivel continental. -Es necesario que en los trabajos a realizar se tenga en cuenta el vacío existente entre aproximadamente el 8000 y el 4000 a.c., a fin de establecer los procesos sociales de continuidad o ruptura con el período siguiente. 3.1.2 Las sociedades hortícolas y agroalfareras tempranas. Hasta hace pocos años las evidencias sobre los inicios de las prácticas de horticultura en Colombia se restringían a las tierras bajas de la Costa Atlántica. Actualmente, se sabe que este interesante proceso se estaba dando simultáneamente en varias regiones andinas y en éste sentido los datos obtenidos en el curso medio del río Porce constituyen un indicio claro de que en otras regiones del actual territorio antioqueño han debido desarrollarse estrategias económicas similares. De igual manera, los datos relativos a sociedades con un desarrollo alfarero que se puede ubicar tentativamente hacia el tercer milenio a.c., para la cuenca media del río

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Porce, están indicando la ocurrencia en la región andina de un fenómeno que hasta ahora había sido exclusivo de los desarrollos culturales de las tierras del litoral. Si bien es cierto que la información existente sobre estos aspectos se basa en una área específica y es aún de carácter preliminar, tanto las evidencias del desarrollo de la horticultura como de la alfarería temprana en Porce, adquieren pues importancia tanto regional como macrorregional y señalan problemáticas de investigación hacia el futuro: -Es necesario desarrollar investigaciones en aquellas áreas que presentan condiciones ecológicas y fisiográficas semejantes a las del curso medio del río Porce y en los ejes de los valles interandinos de los ríos Nechí, Nus y Nare, entre otros por constituir posibles rutas de poblamiento para este período. -Se recomienda desarrollar un modelo que explique el papel de los procesos previos al desarrollo de la horticultura y sus relaciones con los inicios de la alfarería y la vida sedentaria. -Si bien en el área del Porce medio se registra una continuidad en la tecnología lítica, hace falta establecer las relaciones con otras variables sociales que permitan definir las continuidades en dicho proceso. -Es necesario realizar investigaciones que permitan llenar el vacío existente entre 2500 y 500 años a.c. y ampliar así la información referente a las primeras sociedades agrícolas y alfareras del departamento. 3.1.3 Las sociedades agroalfareras tardías. La información disponible hasta el momento para este período, es notablemente mayor a la existente para los períodos anteriores. Por ello, es posible identificar ciertas características sobre la economía y la organización social de los grupos humanos de la época, así como sobre el tipo de relaciones que sostenían entre sí. En general, se observa una fuerte dinámica de complejización e interacción social representada en la especialización de las tecnologías (lítica, alfarera, textilera), la agricultura como sistema básico de la economía, la consolidación de la minería como actividad económica importante y la construcción de una compleja red de caminos para el intercambio. Sin embargo, hace falta realizar investigaciones que permitan el mejor conocimiento de los aspectos mencionados, muchos de los cuales apenas poseen el carácter de hipótesis. Dichas investigaciones deben considerar las siguientes problemáticas: - Obtención de secuencias cronológicas e identificación de indicadores de cambio al interior de las diversas tradiciones. Respecto del complejo Marrón Inciso, por ejemplo, cuya duración abarca más de un milenio, no se conocen elementos de cambio en tan largo proceso.

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- Ampliar los elementos del registro arqueológico a tener en cuenta para la identificación de las características económicas sociales y culturales de los grupos en cuestión. La alfarería y las pautas de enterramiento no pueden ser los únicos elementos sobre los cuales sustentar las inferencias. - El establecimiento y análisis de dispersión de variantes temporales y locales dentro de los complejos cerámicos, así como la explicitación de las características que los vinculan o diferencian de otras tradiciones alfareras. - Propender por la realización de estudios iconográficos o simbólicos que permitan conocer con propiedad las características de los patrones culturales subyacentes en la decoración cerámica, los diseños textiles, las representaciones orfebres y los petroglifos. - Si bien no son de carácter exclusivamente arqueológico, resultan fundamentales las investigaciones etnohistóricas, que permitan, mediante la implementación de un modelo expreso, la contrastación con los datos arqueológicos de las épocas más tardías de la historia prehispanica regional. 3.1.2 Recomendaciones y estrategias para las instituciones. Como se ha ilustrado en múltiples ocasiones, uno de los elementos fundamentales dentro de la historia prehispánica de la región antioqueña, está en la diversidad cultural y la dinámica de interacción social. Por ello, toda acción tendiente al mejor conocimiento de esta historia, debe tomar el contexto regional como dimensión que le da valor a los hallazgos locales. En esta perspectiva, y como una propuesta surgida de la realización del presente Atlas, se hace un llamado a las instituciones competentes para implementar un "Plan Departamental de Inventario y Prospección Arqueológica" que integre aquellas regiones que carecen de estudios y enriquezca la información ya existente para otras áreas. El resultado de este plan, además de la obtención del Inventario Arqueológico de Antioquia, garantizaría la labor de reconstrucción histórica, no sólo por y para los especialistas, sino que involucraría a los sujetos actuantes de las localidades como alcaldes, líderes locales y a la comunidad en general. De otro lado, se recomienda a las instituciones académicas y del sector cultural, el apoyo al intercambio de información y experiencias entre los profesionales, a través de publicaciones, seminarios, talleres, becas de especialización y cursos de extensión. Así mismo, es absolutamente necesario que aquellas instituciones que contratan o desarrollan investigaciones de carácter arqueológico, faciliten las condiciones logísticas y presupuestales requeridas para los trabajos de análisis en laboratorio. En relación a la arqueología de rescate que se viene desarrollando en el país y particularmente en el departamento, se hace necesario afinar los planes de investigación para que sean coherentes con los requerimientos de tiempo y presupuesto que implican los estudios arqueológicos, y a su vez con los planes generales de

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desarrollo de las obras. Las características de construcción de una línea de interconexión eléctrica, de una represa o un de un oleoducto, varían fuertemente entre sí, lo que significa que los respectivos estudios de evaluación y mitigación de impacto arqueológico tienen cada uno sus condiciones particulares de realización. La arqueología de rescate en grandes obras de infraestructura energética ha significado un paso importante en el cumplimiento de las leyes sobre la protección del patrimonio histórico y cultural de la nación, pero se hace necesario adelantar en la aplicación de estas leyes en proyectos de menor envergadura, mas no por ello de menor afectación, tales como carreteras, fábricas y urbanizaciones. En todos los casos, es recomendable que a este tipo de estudios se involucren las comunidades locales participando en la creación de museos regionales donde se dinamice el trabajo comunitario y el conocimiento de la historia regional. Por otra parte, no se debe esperar que la arqueología de rescate sea la única modalidad de investigación de la historia precolombina hacia el futuro. Las investigaciones de carácter básico deben garantizar el estudio de aquellas regiones, períodos y problemáticas que la arqueología de rescate por sí misma no podría abarcar. Además, es fundamental tener en cuenta que el compromiso de las instituciones gubernamentales es proteger y conservar todo el patrimonio histórico cultural de la nación, por lo que no se puede hacer de la arqueología de rescate la única política estatal para llevar a efecto sus obligaciones. De otro lado es necesario promover en los círculos profesionales, institucionales y de la comunidad en general el conocimiento, la difusión y la exigencia de la aplicación sobre la protección del patrimonio histórico y en particular del arqueológico. Es preocupante el desconocimiento que en algunos ámbitos se tiene de las herramientas jurídicas y de la legislación pertinente, en el momento de abogar por la preservación e investigación de un sitio arqueológico. 3.1.3 Recomendaciones y Estrategias para las Comunidades. Uno de los grandes retos de la sociedad contemporánea, es saber conciliar el presente con el pasado, manteniendo tangible su herencia histórica como elemento vital para entender la naturaleza y carácter de sus problemas actuales. La arqueología, ayuda a entender que la historia la hacen los hombres y que son ellos quienes finalmente deben emplearla para ayudar en la comprensión de su presente y poder afrontar con firmeza el futuro. Hoy se sabe que la historia regional sobrepasa los 10.000 años de antigüedad, lo que ha sido posible al interpretar las evidencias arqueológicas o restos materiales dejados por los pueblos ya desaparecidos; de ahí la importancia de investigar, conservar y proteger todos estos vestigios que en su conjunto conforman el patrimonio histórico y cultural de la nación.

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Todos los pueblos contemporáneos y del futuro tienen el derecho de conocer esta historia y los hechos materiales que posibilitaron su reconstrucción. Por ello, es necesario crear conciencia histórica sobre lo que significa tener un pasado valioso -como resultado de un largo proceso de aciertos y desaciertos que involucran tanto momentos de esplendor como etapas de crisis- requisito imprescindible del presente. En este sentido, desde la perspectiva del ATLAS ARQUEOLÓGICO DE ANTIOQUIA se plantea a la comunidad un compromiso serio y responsable frente a la protección del patrimonio arqueológico; para ello pueden utilizar sus propios mecanismos de organización, aunando esfuerzos en torno a la valoración del pasado histórico: conjuntamente con las autoridades locales, regionales y nacionales pueden promover no solo la aplicación de las leyes existentes para garantizar la conservación del patrimonio arqueológico, sino también buscar nuevos mecanismos que las articulen a sus propias perspectivas de lo que debe ser la apropiación y conservación del patrimonio histórico. No es sólo el respeto a un largo proceso histórico lo que hace importante la información arqueológica. A partir de ella, es también posible extraer estrategias de vida para las comunidades actuales. El milenario proceso de aprendizaje y manejo que del medio ambiente realizaron los pueblos precolombinos, plantea alternativas para el desarrollo sostenible de las sociedades asentadas en el mismo medio físico en la actualidad. El mejor conocimiento de las tecnologías precolombinas y tradicionales para la agricultura, la minería, la explotación del bosque y de otros nichos ecológicos de gran fragilidad, permite brindar alternativas de desarrollo con un manejo coherente del medio ambiente. De igual manera, el conocimiento de las características sociales y culturales de las sociedades prehispánicas permite, en algunos casos, la comprensión de las formas de pensamiento y organización social presentes en culturas campesinas e indígenas actuales. Además, brinda importantes referentes acerca de la apropiación de determinados territorios por parte de grupos que desde tiempos antiguos sostienen relaciones de pertenencia con determinados recursos presentes en los mismos, así como la existencia de relaciones de interacción social y cultural entre varios de esos territorios durante cientos de años, relaciones que hoy en día son desconocidas por los planes de desarrollo regional. En este orden de ideas, se debe exigir la rápida divulgación de los resultados de las investigaciones arqueológicas, como un derecho de la gente al conocimiento de su propia historia, historia que tiene mensajes directos acerca de sus necesidades actuales. Como medida preventiva y de compromiso comunitario con el patrimonio arqueológico local, se recomienda en caso de tener conocimiento de la presencia de vestigios arqueológicos en peligro de destrucción, dar aviso inmediato las autoridades locales (alcaldes, casas de la cultura, ediles), quienes de acuerdo a la legislación vigente tienen el deber de asumir las medidas necesarias. Así mismo se puede dar aviso a aquellas instituciones de orden departamental (Extensión cultural, Departamento de Antropología y Museo Universitario de la

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Universidad de Antioquia) y nacional (Instituto Colombiano de Antropología) que vienen implementando medidas y proyectos de investigación para la protección del patrimonio histórico y cultural de la nación.

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GLOSARIO. AGROALFARERO: Término para referirse a los grupos humanos que tienen entre sus características el desarrollo de la agricultura y de la cerámica. ALFARERIA: Arte de fabricar vasijas y otras formas de barro. ARTEFACTO: objeto manufacturado por el hombre. ASENTAMIENTO: Manera como el hombre inscribe sobre el paisaje ciertas formas de su existencia (la vivienda, los sitios de cultivo,etc) la ordenación del asentamiento se relaciona con la adaptación del hombre y la cultura el medio ambiente y con la organización de la sociedad en el sentido más amplio. AURIFERO: Que contiene oro. BIFACIAL: Técnica de tallado con la cual a un artefacto se le labran sus lados paralelamente opuestos, formando generalmente bordes agudos. CANCEL: Tipo de tumba con la cámara recubierta de lozas de piedra CANTO RODADO: Piedra que generalmente se encuentra en los lechos de los ríos. CARBONO 14: Método de datación absoluta. CHOPPERS: Guijarros con un extremo filoso, tosco y sinuoso en una de sus caras, utilizado para cortar con repetidos golpeteos. COMPLEJO CERAMICO: Tipos de cerámicas que están asociadas en el tiempo y en el espacio. CONTEXTO: Conjunto de objetos que se encuentran dispuestos unos en relación con otros de tal manera que identifiquen una actividad social realizada en un tiempo dado. CRONOLOGIA ABSOLUTA: Especificaciones de edades con cifras en base al tiempo determinado que proporcionan un fechamiento en numeros confiables. CRONOLOGIA RELATIVA: Se refiere a la relación de los objetos o culturas en una escala temporal conocida o determinada por una secuencia, donde se puede determinar que tipos o períodos son anteriores a otros.

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DECORACIÓN: Conjunto de procedimientos mediante los cuales se añaden a las piezas cerámicas u otros objetos elementos de adorno o embellecimiento con fines utilitarios o simbólicos. ENTERRAMIENTO COLECTIVO: Sepultura en la que dos o más cuerpos se colocan en la misma tumba. ENTERRAMIENTO PRIMARIO: Entierro directo del cadáver en el que generalmente los huesos se hallan articulados conservando la posición del sujeto. ENTERRAMIENTO SECUNDARIO: Sepultura final de los restos de una persona, después del primer entierro temporal; los huesos desarticulados, generalmente se depositan en una urna funeraria. ESTRATIGRAFIA: Historia que puede ser establecida sobre la base del estudio de los estratos naturales y sus componentes donde los contenidos culturales aislados en ellos se les puede estimar la edad de acuerdo a la posición de los estratos. Si el depósito no ha sido perturbado, natural o artificialmente,a una mayor profundidad corresponde una mayor antigüedad. ESTILO CERAMICO: Un conjunto de usos y costumbres artísticas, con significado ideológico que tienen un período de vida FAMILIA EXTENSA: Unidad social integrada por miembros de una misma parentela FASE: Unidad de espacio-tiempo-cultura que posee rasgos muy similares que permite diferenciarla de otras unidades de la misma tradición cultural o de otra y limitada a un breve espacio de tiempo. FOSIL: Restos de animales y vegetales, en los que la materia orgánica ha sido reemplazada total o parcialmente por minerales. FITOLITO: Estructuras fósiles microscópicas de los restos vegetales. HORTICULTURA: Forma primaria de agricultura; generalmente el cultivo se halla a poca profundidad el cual se puede operar con la sola fuerza del hombre utilizando herramientas sencillas. HORIZONTE: Continuidad espacial representada por rasgos culturales cuya ocurrencia permite la suposición de una amplia y rápida propagación. INTERSITIO: Análisis arqueológico que compara conjuntos de datos obtenidos en varios yacimientos a escala regional. INTRASITIO: Análisis arqueológico que compara conjuntos de datos obtenidos al interior de un yacimiento.

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LASCA: Trozo pequeño que se desprende de una piedra al ser ésta percutida LITICO: Objeto de piedra. MACRORRESTO: Restos de origen orgánico como semillas, huesos, etc, que pueden ser observados a simple vista sin la ayuda de instrumentos especializados. MARTILLO: Núcleos o guijarros con huellas de haber sido utilizados para golpear o machacar MANOS DE MOLER: Instrumento activo, generalmente de piedra, utilizado para triturar o moler. METATE: Instrumento pasivo, generalmente de piedra, utilizado para moler por fricción. OCUPACION: Concepto que se refiere a las características culturales que identifican en tiempo y espacio a un grupo humano en particular. ORFEBRERIA: Arte de labrar los metales preciosos. PALEOINDIO: Término para designar antiguas culturales relacionadas generalmente con cazadores especializados de grandes animales y asociados a la elaboración de puntas de proyectil. PALINOLOGIA: Análisis cuantitativo y cualitativo de los granos de polen conservados en las distintas capas del terreno para establecer la historia de la vegetación y de los climas a través del tiempo. PERIODO: En geología corresponde con cada una de las grandes divisiones de la formación geológica. En arqueología corresponde con aquel lapso de tiempo caracterizado por algunos rasgos culturales particulares;por ejemplo, período de cazadores recolectores, período formativo,etc. PRECERAMICO: Término que abarca todas las culturas anteriores a la aparición de la cerámica. PREHISPANICO: Término que abarca las culturas del nuevo continente anteriores al arribo de los conquistadores europeos. PROSPECCION ARQUEOLOGICA: Conjunto de técnicas encaminadas a la exploración y estudio preliminar de los sitios arqueológicos. PUNTA DE PROYECTIL: Artefacto elaborado a partir de una lasca, lámina u hoja de diferente espesor,generalmente de forma triangular con un extremo agudo y utilizado como instrumento de caza.

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RECIPROCIDAD: Intercambio de bienes, servicios y trabajo que se basa en principios morales y éticos y no en una racionalidad de beneficio económico. REDISTRIBUCIÓN: Intercambio centralizado de bienes, servicios y trabajo SECUENCIA: Conjunto de rasgos culturales entre los cuales existe una relación de continuidad establecida por estilos y tipos. SEDENTARIO: Término que se refiere a los grupos humanos que dejaron de ser nómadas y alcanzaron cierto grado de estabilidad dentro de un área determinada. SEMICULTURA: Cultivo de semillas. TARDIO: Término utilizado para indicar las postrimerías de un período y/o de una cultura. TEMPRANO: Anterior. Termino utilizado para indicar el espacio de tiempo mas antiguo de un período y/o de una cultura. TERMOLUMINISCENCIA: Método utilizado para el fechamiento de cerámicas que consiste en, por medio del calor, liberar parte de la energía (a través de una emisión luminosa) acumulada en las partículas cristalinas que conforman las arcillas usadas para la elaboración de las cerámicas. TERRAZA: Superficie aplanada rodeada por un escarpado fuerte. TIPO: Conjunto homogéneo de artefactos que poseen un subconjunto de rasgos comunes con un alto grado de afinidad. TIPOLOGIA: Clasificación de artefactos por familias y grupos tomando como base las formas y su situación estratigráfica. Este método se utiliza, entre otros fines, para establecer cronologías relativas. TUMBA DE CAMARA: Forma de sepultura en la que el cuerpo se deposita en un nicho lateral al eje de la tumba o pozo de acceso. TUMBAGA: Aleación de oro y cobre utilizada por los grupos prehispánicos para la elaboración de objetos ornamentales, rituales y de guerra. URNA FUNERARIA: Vasija generalmente de gran tamaño utilizada para depositar los restos de una persona comúnmente en entierros secundarios. VEGECULTURA: Cultivo de tubérculos y raíces YACIMIENTO: Unidad mínima de análisis utilizada por la arqueología donde se realizó una actividad humana. (entierro, habitación, cultivo etc).

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