+ All Categories
Home > Documents > Ayer39 RepublicanismoEspanol Duarte Gabriel

Ayer39 RepublicanismoEspanol Duarte Gabriel

Date post: 23-Nov-2015
Category:
Upload: luis-alberto-egea
View: 30 times
Download: 2 times
Share this document with a friend
255
Número 39 (2000) EL REPUBLICANISMO ESPAÑOL. Ángel Duarte y Pere Gabriel, eds. -¿Una sola cultura política republicana ochocentista en España?, Ángel Duarte y Pere Gabriel -El republicanismo español y el problema colonial del Sexenio al 98, Inés Roldán de Montaud -El republicanismo institucionista en la Restauración, Manuel Suárez Cortina -El republicanismo popular, Ramiro Reig -Sindicalismo rural republicano en la España de la Restauración, Jordi Pomés -Republicanismos y nacionalismos subestatales en España (1875-1923), Justo Beramendi Miscelánea -Conservadores en política y reformistas en lo social. La Acción Social Católica y la legitimación política del régimen de Franco (1940-1960), José Sánchez Jiménez -La forja de un republicano: Diego Martínez Barrio (1883-1962), Leandro Álvarez Rey -El problema religioso en la España contemporánea. Krausismo y catolicismo liberal, Gonzalo Capellán de Miguel Ensayos bibliográficos -La ciudadanía y la historia de las mujeres, María Dolores Ramos -Antonio Cánovas del Castillo: historiografía de un centenario, Fidel Gómez Ochoa
Transcript
  • Nmero 39 (2000)

    EL REPUBLICANISMO ESPAOL. ngel Duarte y Pere Gabriel, eds.

    -Una sola cultura poltica republicana ochocentista en Espaa?, ngel Duarte y Pere Gabriel

    -El republicanismo espaol y el problema colonial del Sexenio al 98, Ins Roldn de Montaud

    -El republicanismo institucionista en la Restauracin, Manuel Surez Cortina

    -El republicanismo popular, Ramiro Reig

    -Sindicalismo rural republicano en la Espaa de la Restauracin, Jordi Poms

    -Republicanismos y nacionalismos subestatales en Espaa (1875-1923), Justo Beramendi

    Miscelnea

    -Conservadores en poltica y reformistas en lo social. La Accin Social Catlica y la legitimacin poltica del rgimen de Franco (1940-1960), Jos Snchez Jimnez

    -La forja de un republicano: Diego Martnez Barrio (1883-1962), Leandro lvarez Rey

    -El problema religioso en la Espaa contempornea. Krausismo y catolicismo liberal, Gonzalo Capelln de Miguel

    Ensayos bibliogrficos

    -La ciudadana y la historia de las mujeres, Mara Dolores Ramos

    -Antonio Cnovas del Castillo: historiografa de un centenario, Fidel Gmez Ochoa

  • AYER39*2000

    ASOCIACIN DE HISTORIA CONTEMPORNEAMARCIAL PONS, EDICIONES DE HISTORIA, S. A.

  • EDITAN:Asociacin de Historia Contempornea

    Marcial Pons, Ediciones de Historia, S. A.

    DirectorRamn Villares Paz

    SecretarioManuel Surez Cortina

    Consejo EditorialDolores de la Calle Velasco, Salvador Cruz Artacho,

    Carlos Forcadell lvarez, Flix Luengo Teixidor, Conxita Mir Cun~,Jos Snchez Jimnez, Ismael Saz Campos

    Correspondencia y administracinMarcial Pons, Ediciones de Historia, S. A.CI San Sotero, 6280:37 Madrid

  • "ANGEL DUARTEy PERE GABRIEL, eds.

    EL REPUBLICANISMO,.,

    ESPANOL

  • Asociacin de Historia ContemporneaMarcial Pons, Ediciones de Historia, S. A.

    ISBN: 84-95379-20-1Depsito legal: M. 50.400-2000ISSN: 1134-2227Fotocomposicin: INFoRTEx, S. L.Impresin: CLOSAS-ORCOYEN, S. L.Polgono Igarsa. Paracuellos de Jarama (Madrid)

  • AYER39*2000

    SUMARIO

    DOSSIEREL REPUBLICANISMO ESPAOL

    ngel Duarte y Pere Gabriel, eds.Una sola cultura poltica republicana ochocentista en Espaa?,

    ngel Duarte y Pere Gabriel.................................................... 11El republicanismo espaol y el problema colonial del Sexenio al

    98, Ins Roldn de Montaud............. 35El republicanismo institucionista en la Restauracin, Manuel Su-

    rez Cortina............................................................................... 61El republicanismo popular, Ramiro Reig 83Sindicalismo rural republicano en la Espaa de la Restauracin,

    Jordi Poms 103Republicanismos y nacionalismos subestatales en Espaa

    (1875-1923), Justo Beramendi 135

    MISCELNEAConservadores en poltica y reformistas en lo social. La Accin

    Social Catlica y la legitimacin poltica del rgimen de Franco(1940-1960), Jos Snchez Jimnez 165

    La forja de un republicano: Diego Martnez Barrio (1883-1962),Leandro lvarez Rey 181

    El problema religioso en la Espaa contempornea. Krausismoy catolicismo liberal, Gonzalo Capelln de Miguel. 207

    AYER 39*2000

  • 8 Sumario

    ENSAYOS BIBLIOGRFICOSLa ciudadana y la historia de las mujeres, Mara Dolores Ramos..... 245Antonio Cnovas del Castillo: historiografa de un centenario, Fidel

    Gmez Oehoa 255

  • DOSSIER

  • Una sola cultura polticarepublicana ochocentista en Espaa?

    ngel DuarteUniversitat de Girona

    Pere GabrielUniversitat Autonoma de Barcelona

    Entre 1925 Y 1928 el republicano Conrad Roure publicaba, enel diario El Diluvio, una revisin histrica del republicanismo espaolbajo el Sexenio y la Restauracin. El balance era demoledor: ausenciade estrategias plausibles de acceso al poder y mantenimiento en elmismo, dificultad para articular unas bases sociales complejas y enocasiones contradictorias, consistencia de los obstculos y de los ene-migos a los que se enfrentaba. Con matices y nfasis diferentes, stesera el diagnstico de lvaro de Albornoz en El partido republicano(Madrid, 1918). Incluso cabra hablar en trminos parecidos de quienes,como Jos Ortega y Gasset en la conferencia del teatro de la Comedia,en marzo de 1914, revisaban con espritu republicanizante los lmitesde la vieja y de la nueva poltica. Ahora bien, la diagnosis iba acom-paada, en la mayora de las ocasiones, de una constatacin no menosrelevante: la fuerza de los ideales republicanos, su continuidad a lolargo de dcadas como principal referente democrtico, y en ocasionesvagamente igualitario, entre determinados sectores sociales del pas.Afortunadamente -dira Roure- los ideales republicanos se hallabanarraigados en el alma del pueblo espaol l.

    En las ltimas dcadas la historiografa ha redescubierto el carctercapital del republicanismo para comprender las dinmicas polticasabiertas con el ciclo revolucionario liberal. Ms problemtico ha resul-tado caracterizarlo. El republicanismo espaol del siglo XIX fue un movi-

    I ROUHE, c., Memories de Conrad Roure. Recuerdos de mi larga vida, t. IV, Elmovimiento republicano de 1869 (edicin Josep PICH I MITJAI\A), Vic, Eumo, 1994, p. 207.

    AYER 39*2000

  • 12 ngel Duarle y Pere Gabriel

    miento marcado por fuertes contradicciones y ambigedades, y colocarlo,como conjunto, en lugar preciso resulta tarea mproba. Ms all dela asuncin del carcter central de la cultura republicana en el senode la izquierda, los historiadores hemos construido una serie de imgenesdispersas que ms bien han favorecido un desorden interpretativo. Entreesas representaciones usuales destaca, como en Roure, la de un repu-blicanismo ineficaz, anclado en viejos esquemas y recuerdos, dividido,tribal y familiar, indisciplinado y, como la poltica monrquica, caciquil.O bien hemos aludido a los republicanos como los gestores de un proyectopusilnime y poco claro, encajonados entre el fracaso de la PrimeraRepblica y la incapacidad de derrumbar, o corregir, la monarqua;como reos de impericia para evitar el desastre final de la SegundaRepblica.

    Practicar la Repblica bajo la Restauracin: la plasmacin local

    Ms all de estas dificultades, la renovacin de los estudios delrepublicanismo ha generado un acuerdo alrededor de un par de ejesargumentales. El primero: a pesar de sus debilidades y contradicciones,el republicanismo fue un movimiento de recurrente continuidad y ampliaimplantacin social y geogrfica. Los grupos republicanos, en toda sucompleja pluralidad, constituyeron en los aos 1880 y 1890 uno delos movimientos militantes ms claramente mayoritarios. El segundo:toda consideracin sobre el republicanismo ha de tener muy en cuentaque los creadores de la Restauracin tuvieron como uno de sus mvileslevantar un edificio poltico que neutralizase cualquier hiptesis dealternativa republicana. Si bien se poda tolerar, y estimular en el casode Emilio Castelar, la instalacin de demcratas posibilistas en losmrgenes interiores de la frontera participativa que haba ideado AntonioCnovas del Castillo, el grueso de los republicanos que se reconocanenfticamente como consecuentes se saban expulsados del sistema.

    Castelar poda abogar en 1880, en el discurso de ingreso a la Aca-demia y en sintona con lo que haban sido sus grandes lneas argu-mentales, por una visin del siglo XIX asociada al triunfo de la moder-nidad; poda denostar las genialidades arbitrarias que se apoderabande las familias republicanas tras el fracaso de 1873; poda, en fin,proclamar las virtudes de esa peculiar combinacin de idealismo filo-sfico, historicismo romntico y cientifismo positivista que conformaba

  • Una sola cultura poltica republicana ochocentista en Esparza'!

    el poso cultural del liberalismo progresista espaol. Se permita, comocorolario de todo ello, proponer un programa de trabajo y ciencia auna sociedad espaola que aspirase a hacer realidad la repblica o,mejor an, la democracia posible 2. La creciente colaboracin legislativacon el campo liberal dinstico, la potencia que emanaba de la figuraparlamentaria de Castelar o, en otro orden de cosas, las posibilidadesque a la derecha republicana se le abran en materia de responsabilidadesde gestin en provincias y municipios en los perodos de gobierno liberaleran la plasmacin visible de esta deriva en pro de la cooperacinreformista con ciertos monrquicos.

    Con todo, y a raz de la marginacin a la que se vieron constreidosdesde 1874 los herederos del Partido Republicano Democrtico Federal,una de las caracterizaciones ms bsicas del republicanismo parte desu condicin de movimiento de oposicin. En rigor, este rasgo habaaparecido mucho antes de que tuviera lugar el pronunciamiento deMartnez Campos. Ya en los aos posteriores a la Revolucin de Sep-tiembre de 1868, la prensa popular republicana usaba habitualmenteun recurso estilstico que ilustra a propsito del rasgo opositor. Enesa prensa abundaba el poema satrico de crtica poltica. Un gneroque consista, a menudo, en la mera acumulacin de agravios. En mayode 1870, La Campana de Gracia daba cabida a los Laments d'unxino. Oscilando entre el plaido y la protesta, el chino en cuestin,asno engaado que padece las regainas y las azotainas de su amo,era la representacin cabal del pueblo espaol. El poema denigra,mediante la stira, a los polticos que participan en caceras y subenla contribucin, a los capitalistas ostentosos que tildan de vagos a quienescon su sudor hacen funcionar la fbrica, a los hombres de culturaque afean al pueblo su falta de instruccin, al dero que combate losideales democrticos por fanticos mientras hablan de infiernos y brujas,al Estado que se hace presente en la vida de los ciudadanos con con-tribuciones y quintas :l.

    Nos encontramos, en definitiva, ante una cultura poltica que com-bina las expectativas de creacin de un sistema representativo demo-crtico con el impulso resistente. Una resistencia que debera ser encar-nada por un pueblo consciente y liberado de tutelas. Situada en estaencrucijada, la repblica como ideal alcanza una dimensin compleja.

    :1 CASTELAH, K, Discurso ledo en la Academia Espariola seguido de otros vanosdiscursos del mismo orador, Madrid, Libro de A. de San Martn, s. f.

    :; LI Campana de Gracia, 15 de mayo df' 1870, pp. 2-:3.

  • 14 ngel Duarte y Pere Gabriel

    Mientras algunos se empean en construir la repblica viable otrospueden, con igual legitimidad, desconfiar de la repblica institucionalque postulan los polticos. Una de las consecuencias ms evidentesde esta instalacin en la lgica de la resistencia fue la debilidad delos anlisis relativos al Estado, a la organizacin eficaz de la admi-nistracin en sus distintos niveles. La atencin, por el contrario, tendia focalizarse en cmo canalizar la participacin ciudadana cuando noen la necesidad de crear esa ciudadana.

    La mxima expresin de la lgica resistente sera la revolucin.Este concepto qued fijado desde mediados del ochocientos. Duranteel trienio esparterista, Abdon Terrades dej escrito que el pueblo per-manece con las armas en la mano, pronto servirse de ellas si susmandatarios no respetan aquellos principios, los de la democracia.Adolfo Joaritzi, en Los progresistas, los demcratas y los individualistas(Barcelona, 1861), sostena que la revolucin era una impugnacin delpoder poltico que tena lugar cuando ste no responda a las necesidadesde la sociedad, y cuando no se daban los cauces constitucionales desustitucin de los administradores del poder. En otras palabras, la impug-nacin revolucionaria se justifica cuando la soberana popular se encuen-tra, como dirn bajo la Restauracin, detentada. La estrategia rup-turista, aun siendo justificable, es siempre un mal. La revolucin esel hundimiento de lo existente, la ruptura de los lazos que dan sentidoa la sociedad. Lazos que, sostenidos en un nuevo marco democrtico,tienen que ser restablecidos urgentemente. Los republicanos han deser conscientes que el perodo revolucionario debe ser breve, una so-lemne protesta de un pueblo libre contra un gobierno que se empeaen desconocer las ms vulgares nociones de justicia 4. Ya en los alboresdel siglo xx, los republicanos aludieron a la existencia de dos estadiosdiferenciados: el que marcara la revolucin poltica y el de la revolucinsocial. La Repblica, por aquel entonces, pasar a ser la panacea quehar realidad la integracin de ambas revoluciones.

    Junto al carcter opositor, y como resultado de la interaccin entrela omnipresencia y la marginacin de la vida poltica ms oficial, surgeun tercer rasgo definitorio del republicanismo espaol: el localismo,en trminos territoriales, sociales y polticos. La imposibilidad de incidirde manera decisiva en la vida del Estado llev a muchos republicanos

    4 Referencias en BAHNOSELL 1 JOIwA, G., Republicans a l'Alt Emporda (1840-74)>>,en Gnm: 1 RIBAs, P. (coord.), Historia de I'Alt Emparda, Girona, Diputaci, 2000,pp. 521-541.

  • Una sola cultura poltica republicana ochocentista en Espaa? 15

    a convertir el ncleo local en una realidad autosuficiente. Esta dinmicafue anterior a la renovacin que en los aos del cambio de siglo pro-tagonizaron caudillos como Alejandro Lerroux o Vicente Blasco Ibez s.En la ciudad, pero tambin en el municipio agrario, la movilizacinllevaba a la conquista de poderes tangibles al tiempo que permitavivir el ideal republicano en plenitud. Fue el caso de los viticultoresy braceros de Trebujena, el de los rabassaires del Peneds, o el delos agricultores de Huesca, Fraga y Sariena CJ. Tambin el de las clasesmedias progresistas y los sectores populares de Castelln de la Plana,Alicante, Gijn, Teruel, Mlaga, Reus o Figueras 7. Localidades, cadauna, que fueron mitificadas mediante el uso de apelativos como ciudadliberal, toda ella republicana, etc. Un mito interclasista que com-portaba la exigencia de unidad del republicanismo local. En cualquiercaso, y como apuntaba Manuel Mart en relacin a los republicanismosvalencianos, si la Restauracin perfeccion ciertos mecanismos de con-trol, los sectores marginados renovaron muy pronto sus instrumentosde resistencia 8. Y en ellos el municipio republicano alcanz el rango

    ~ LVAln:z JUNCO, J., El emperador del Paralelo. Lerroux y la demagogia populista,Madrid, Alianza, 1990; CLLLA I CLAHA, J. B., El republicanisme lerrouxista a Catalunya(1901-1923), Barcelona, Curial, 1986; RElc, R., Obrers i ciutadans. Blasquisme i movimentobrero Valencia, 1898-1906, Valencia, Alfons el Magnanim, 1982, y Blasquistas y cle-ricales: la lucha por la ciudad en la Valencia del 1900, Valencia, 1986.

    f> CAIW CANCELA, D., Republicanismo y movimiento obrero: Trebujena, 1914-1936,Universidad de Cdiz, 1991; UlI'EZ ESTUIJILLO, A. J., Federalismo y mundo rural enCatalua (1890-1905}, en Historia Social, nm. 3, Valencia, 1989, pp. 17-32; FHASCOHHEIJOH, c., Liberalismo y republicanismo en el Alto Aragn. Procesos electorales .Ycomportamientos polticos, 1875-1898, Huesca, Ayuntamiento, 1992.

    7 AHCHIL~:S I CAIWONA, F., El republicanisme a Castell de la Plana, 1891-1909.Cultura poltica i mobilitzaci social (tesis de licenciatura, indita), Universitat de Valen-cia, 1999; GLTII::HHEZ LLOHET, R. A., El republicanismo en Alicante durante la Restauracin,1875-1895, Alicante, Ayuntamiento, 1989; RAIJUHT, P., Poltica y cultura republicanaen el Gijn de fin de siglo, en TOWNSON, N. (ed.), El republicanismo en Espaa(l830-1977), Madrid, Alianza, 1994, pp. 373-394; VII.LANlIEVA HEHHEHO, J. R., El repu-blicanismo turolense durante el siglo XIX: 1840-1898, Zaragoza, Mira, 1993; AHcAs CUBEHO,F., El republicanismo malagueo durante la Restauracin: 1875-1923, Crdoba, Ayun-tamiento, 1985; MOHALEs Muoz, M., El republicanismo malagueo en el siglo XIX. Pro-paganda doctrinal, prcticas polticas y formas de sociabilidad, Mlaga, Memoria delPresente, 1999; DUAHTE, A., Possibilistes i federals. Poltica i cultura republicanes aReus, 1874-1899, Reus, AER, 1992.

    s MAHT, M., Resistencia, crisi i reconstrucci deis republicanismes valenciansdurant els primers anys de la Restauraci (1875-1891)>>, en Recerques, nm. 25, Bar-celona, 1992, pp. 7:3-101.

  • 16 ingel Duarte y Pere Gabriel

    de foco que irradia saber, vida asociativa, participacin poltica, crea-tividad cultural y dinamismo econmico.

    Incluso all donde la presencia republicana en las institucionesmunicipales no puede tildarse ms que de minoritaria, el impacto quelas voces democrticas tenan, para el conjunto de la comunidad, noera banal. En la conservadora Gerona de 1880, la llegada de los liberalesal gobierno de la nacin comport la entrada de un nico, pero muycombativo, concejal: Pau Alsina. Con l, la opinin republicana se sin-gulariz mediante una cudruple estrategia. En primer lugar, haciendomoderadas manifestaciones de desafecto a las instituciones monrquicas.A continuacin, el regidor en cuestin poda hacer ostentacin de acti-tudes ms o menos combativas de solidaridad para con republicanosrepresaliados, aunque stos fueran, como los oficiales Ferrndiz y Bells,condenados a muerte por su participacin en levantamientos armados.En tercer lugar, un regidor republicano tena siempre un lugar reservadoen todas las iniciativas tendentes a desarrollar una poltica social: gestinde consumos, comisiones de reforma social, prevencin sanitaria. Final-mente, un terreno que nunca despreciar ser el del combate, desdeel saln de plenos, contra la hegemona catlica CJ.

    La fijacin republicana en el horizonte local sera objeto de recurren-tes crticas por parte de aquellos que, en las primeras dcadas delsiglo xx, aspiraron a ensancharlo. En cualquier caso, el balance quecon el paso del tiempo puede hacerse del localismo debera ser msmatizado y tener en cuenta tanto que nos hallamos ante una modalidadde gestin de los intereses locales en el mercado de poder ms generalcomo su trascendencia en la conformacin de algunos de los partidosms estables y exitosos de los aos treinta. Podra aventurarse quela constriccin municipalista no slo no limit, sino que en algunoscasos permiti la expansin de la cultura cvica en la Espaa del primertercio del novecientos.

    En paralelo a la funcin representativa, el republicanismo jug unpapel clave en la creacin de nuevos espacios de sociabilidad. Ya enlos aos 1860 poda asegurarse que el club y el ateneo eran la ctedradel pueblo. Dos dcadas ms tarde, a raz de las iniciativas libera-lizadoras gubernamentales, los republicanos se revelaron eficaces enla fundacin de peridicos o casinos que instauraron una esfera pblicaautnoma y crtica para con el poder. Estos espacios de sociabilidad

    t) PUICIIEllT I BUS

  • Una sola cultura poltica republicana ochocentista en Espaiia? 17

    consiguieron introducir cambios en las prcticas relacionales, y ellocomportar, a su vez, importantes mudanzas en la poltiea. En casinoscomo el de Rub, ubieado en una comarea agraria del rea de influeneiade Barcelona, o como en los de Ronda y Antequera durante los aos1880, el republicanismo erosionaba los eireuitos de intereambio delas sociedades tradicionales eonstruidos sobre redes familiares o eaei-quiles. Y esa merma tena lugar en beneficio del principio de racionalidadde los intereambios y del eareter contraetual de las relaciones. Enotras palabras, el asociacionismo republicano, raeionalista e igualitario,funcion no slo eomo espaeio de oposicin poltica, sino eomo escuelade ciudadana 10.

    El interelasismo se haca tangible en las complejas propuestas pro-gramticas de las familias republicanas. Propuestas que, en ocasiones,les convertan en defensores a ultranza de las estrategias libreeambistaso, en funein de los rasgos dominantes en la economa local, protec-cionistas; y siempre en firmes partidarios de las mejoras de las infraes-tructuras bsieas y, en palabras de Radcliff, de los proyectos destinadosa potenciar la competitividad de los negocios o la atraccin del turismo.De hecho, en no pocos escenarios urbanos, el republicanismo opercomo fermento de los segmentos ms dinmicos de las economas localesy provinciales al tiempo que asuma la defensa de algunas exigenciasobreras. El cemento que una elementos tan dispares era, en ocasiones,una retriea radieal que combinaba el patriotismo local eon recursosprovenientes del anticlericalismo. La conseeuencia ms llamativa acasofuese el hecho que el republicanismo ofreciese, hasta el extremo dellegar a neutralizar las posibilidades de expansin del socialismo, unespacio para haeer verosmiles las expectativas de quienes identifiearonel republicanismo con la construccin de una sociedad distinta.

    Liderazgo republicano y cultura poltica liberal progresista

    Fue y contina siendo difeil aplicar al republicanismo una repre-sentatividad unvoca. Su significacin fue sin duda contradictoria: bur-gueses reformistas y pequeos burgueses urbanos, obreros y obreristasde orden, jornaleros y peones de barricada e insurreccin; fenmeno

    10 RHAI.I.A I GALlMAr-iY, R., Els Casinos republicans: poltica, cultura i esbarjo. ElCasino de Rubi, 1884-1939, Abada de MOlltserrat, 1999; MOI{AU:S, M., El republicanismomalagueo, pp. 164-194.

  • 18 ngel Duarte y Pere Gabriel

    urbano, implantacin campesina; posibilismos y reformismos de corterespetable y conservador, retricos y demagogos de la revolucin; fede-rales y autonomistas, llenos de contaminaciones regionalistas, unitaristasy soadores de modernizaciones jacobinas de la administracin. Lasantinomias, por usar una expresin del siglo, podran continuar. Ahorabien, la necesidad de poner orden nos sita en la tesitura de teneren cuenta, por un lado, la dinmica siempre presente entre un repu-blicanismo seor y respetable frente al republicanismo plebeyo y calle-jero. Por el otro, con mayor alcance ideolgico, la reafirmacin paulatinade una cultura poltica liberal/progresista, de algn modo oligrquica,en tensin reiterada respecto de una minoritaria y apenas entrevistacultura liberal/democrtica, que aceptase al menos la posibilidad tericade una hegemona poltica de los sectores populares y obreros. Sondos tipos de consideraciones que no tienen una traduccin mecnicarespecto de los partidos y estrategias de alta poltica gubernamental.Aunque algunos de los partidos y grupos se encuentren ms cmodosen un contexto preciso, sea el del republicanismo seor, sea el plebeyo,o en el campo de la cultura liberal/progresista, o en el de la libe-ral/democrtica.

    En contra de una primera impresin marcada por la dinmica ylas tensiones del Sexenio y la Primera Repblica, la configuracin doc-trinal y terica ms acabada del republicanismo se produjo a finalesde los setenta y en la dcada de 1880, ya bajo la Restauracin; fue,por tanto, una configuracin entrelazada con la divisin, abierta y espec-tacular, de las familias republicanas. Ahora bien, debemos recordarque una parte notable del nuevo republicanismo tena su origen enel tronco del partido progresista y el radicalismo del Sexenio que habaapostado, en principio, por la monarqua constitucional con formas par-lamentarias ms o menos democrticas y que haba ejercido un claropoder de atraccin respecto de importantes sectores del partido repu-blicano. Es esta historia comn la que explica buena parte de lasrelaciones y ambigedades que se establecern entre dirigentes y fuerzasconstitucionalistas, liberales y republicanas progresistas y posibilistas.Los juegos polticos establecidos entre Salmern, reacio a las aventurasconspirativas e inclinado al juego parlamentario, y Ruiz Zorrilla, siempredispuesto a recorrer a las conjuras, o, al mismo tiempo, entre una ciertaderecha del viejo partido democrtico y el propio sistema de la Res-tauracin y el liberalismo dinstico, nos dibujan un escenario paralas primeras dcadas de la Restauracin no demasiado alejado de las

  • Una sola cultura poltica republicana ochocentista en Espaa? 19

    dinmicas de principios del siglo xx, por esas fechas configurado alre-dedor del Bloque de Izquierdas y el Partido Reformista de Melquadeslvarez 11.

    En cualquier caso, la diferencia fundamental que permitir dis-tinguir, dentro del contexto liberal en el que se mueven las diversasfamilias republicanas, opciones simplemente progresistas y moderni-zadoras respecto de afirmaciones democrticas de mucho mayor caladosocial, se situar en la menor o mayor disposicin a aceptar un modelosocial y poltico en el que los sectores populares y obreros tenganuna presencia activa y decisoria.

    Una imagen apresurada podra hacernos creer que, desde los tiemposfundacionales del 68, el conjunto del partido republicano se considerde forma unvoca el portavoz de las reivindicaciones y aspiracionesde los sectores populares y obreros. En general, fue ms bien al eontrario:los dirigentes republicanos y de manera mayoritaria la derecha cas-telarista y el centro derecha salmeroniano intentaron frenar las presionesdel euarto estado y en ningn caso se consideraron ellos sino unaizquierda poltica (que no social) del sistema que pretenda profundizarel desarrollo de las libertades y el establecimiento de un rgimen poltieocivilizador. Un rgimen abierto que permitiera la armnica expresiny conviveneia de los diversos intereses sociales. No iban ms all deconsiderar que la inevitable ley del progreso de la historia estaba augu-rando el camino de una emancipacin del cuarto estado, que deseabanordenada y pacfica, del mismo modo que en su momento la revolucinfrancesa y las revoluciones liberales haban abierto el camino a lasemancipaciones de las clases medias. Dependa de stas y de su capa-cidad poltica y civilizadora, el que los avances no fueran traumticosy, ms importante an, que fueran en una direccin correcta y adecuada,lejos de utopas radicales y experiencias socialistas.

    En este sentido sera ilustrativo releer los famosos discursos deparlamentarios republicanos de defensa de la legalidad de la Inter-nacional de 1871. No cuesta mueha establecer una divisoria entre Fer-nando Garrido y Pi i Margall, por un lado, y Castelar o Salmern,por el otro. stos se eentraron en la denuneia de los lmites al derechoque pretenda fijar el Estado y el gobierno, aqullos aceptaban y decancompartir el grueso de las reivindicaciones del internacionalismo obrero.Evidentemente, Castelar defendi la propiedad individual y cont, eon

    1I SuHEZ COHTlNA, M., El reformismo en Espaa. Republicanos y reformistas bajola monarqua de Aljonso XIII, Madrid, Siglo XXI, 1986.

  • 20 ngel Duarte y Pere Gabriel

    cierta lgica, con el apoyo del mismo Cnovas. Significativas, por serms de frontera con otras posiciones republicanas de la izquierda, fueronlas manifestaciones de Salmern. ste no tena ningn reparo en con-siderar que el partido republicano era un partido de clase media, queestaba dispuesto, eso s, a preparar la completa emancipacin delcuarto estado:

    Pero no debemos aspirar a sto solo: porque el partido republicano noes meramente un partido poltico (y aqu hablo por mi cuenta y riesgo); porqueel partido republicano no es slo un partido doctrinario, rgano de las clasesmedias, que venga a discutir nicamente la forma de gobierno, la organizacinde los Poderes del Estado y la gestin administrativa, sino que patrocina unatendencia social para servir la completa emancipacin del cuarto estado,y preparar el libre organismo de la igualdad, que haya de afirmar para siempreel imperio de la justicia entre los hombres.

    Para Salmern, el partido republicano era un rgano de la clasemedia que aspiraba tanto a la reforma poltica y el establecimientode un rgimen equilibrado entre derecho y poder, como a la capacitacinpoltica del cuarto estado; una capacitacin que no vena slo del Estado,sino tambin de la actuacin en la sociedad, la educacin y la conciencia.

    Sin ser como Castelar un beligerante defensor del individualismoeconmico, consideraba la problemtica de la propiedad fuera del mbitodel Estado, en el mundo de la economa. La aspiracin a la propiedadcolectiva, de la cual se manifestaba contrario, no era sino una antinomiapara preparar la sntesis. Se trataba de poner de manifiesto las con-tradicciones del abuso de la propiedad individual y favorecer el prximocarcter social de la misma. En definitiva, los colectivistas tenan derechoa expresar su alternativa y, por otra parte, el colectivismo no era sinola negacin de los abusos e incumplimiento de los usos racionalesde la propiedad de parte de los poseedores actuales.

    El discurso iba a concluir con un llamamiento reformista en elterreno de lo social; pero aqu interesa destacar alguno de los prrafosque ponan de relieve el contexto ideolgico en el que se mova ymovera una parte importante de la direccin del republicanismo:

    ... ,vais a ejercer la tutela opresora y tirnicamente slo en beneficio vuestro,y no para regenerar y emancipar al cuarto estado, a quien, sin embargo, habiscomenzado por otorgar el poder poltico con el sufragio universal? ... Ay devosotros si tal hacis, que la justicia os impondr terrible expiacin!

  • Una sola cultura poltica republicana ochocentista en Espaiia? 21

    Las clases inferiores de la sociedad son verdaderos pupilos, y si los quetienen el deber de ejercer la tutela, en vez de ejercerla justamente, la ejercende una manera cruel y despiadada, expiarn su falta con una pena terrible:con la degradacin y la anulacin social y pblica 12.

    No se trata slo de una temtica del joven Salmern. El mismodirigente, ya anciano, y tras su estrecha relacin electoral con sectorespopulares de la conurbacin barcelonesa, habl el 24 de septiembrede 1904 en la Casa del Pueblo, en los actos organizados por el lerrou-xismo para conmemorar la revolucin de septiembre. All, con mayorprecisin que en 1871, proclam la necesaria alianza entre dos quepiensan y dos que trabajan, abomin de la violencia y se mostrpartidario de la armona entre capital y trabajo. Insisti en el carcterlento de las transformaciones y defendi un programa de reformas. Connfasis retom, asimismo, la cuestin del pupilaje respecto del mundopopular y obrero:

    ... Lo que corresponde a la ndole de este mOVImIento social, del que hade ser, en definitiva, la resultante, el enaltecimiento del trabajo, entraa otradificultad, y es de otra ndole, ardua, ms compleja que la que se refierea aquella mera transformacin de las insLituciones polticas.

    y no esperis, por eso, que os lo otorguen de gracia: es que vosotrosnecesitis comenzar por marcarlo y acabar por imponerlo. Y para merecerlo,la primera exigencia es que os eduquis; que os instruyis, y como nadienace enseado en el mundo, y por lo menos en nuestro tiempo no se producenya milagros de ciencia infusa, vosotros necesitis directores, vosotros necesitismaestros. Dnde podis encontrarlos? 1:\.

    Para Salmern, aquellos directores slo podan encontrarse en lasfilas de los republicanos. Se trataba, como en 1871, de crear las con-diciones para que pudiesen desarrollarse los obreros y ellos mismospudiesen resolver los problemas. La Repblica favorecera el desarrolloarmnico de la sociedad y creara condiciones para la reforma lentay gradual. Los obreros constituiran la izquierda del partido repubiicanoy, sin esperar cambios inmediatos, deberan fortalecer la Repblica.Despus, llegara la instruccin y con ella los obreros impondran leyesms adecuadas. l, en particular, crea en la necesidad de la intervencin

    12 LLOI'IS y PI::IlEZ, A., Historia poltica y parlamentaria de D. Nicols Salmerny Alonso, Madrid, Imp. Espaa, 1915, pp. 47 Y84-85.

    I:l LLOI'IS, A., Historia poltica, pp. 534 ss.

  • 22 ngel Duarte y Pere Gabriel

    del Estado en favor de los desfavorecidos, autoproclamndose socialistade Estado. No hay duda que Salmern tena presentes los postuladosque se haban impuesto en la Tercera Repblica francesa, en especialen relacin a la importancia del acceso democrtico a la instrucciny el papel social de la lite de la cultura, por contraste con el gobiernode la oligarqua econmica.

    En definitiva, el republicanismo centrista estuvo abierto a defenderlos derechos individuales y crear las condiciones que impulsasen elprogreso. Pocos consideraban que en aquellos momentos las clases popu-lares pudieran ejercer dentro del Estado un papel relevante. Inclusola promesa de imponer en el futuro el peso de su mayora se matizabaen la medida que se consideraba que sta sera orientada por unalite intelectual, capaz y abierta al acceso desde cualquier clase social.Ciertamente, dentro de aquel republicanismo se fue imponiendo, con-forme avanzaba la visibilidad de la cuestin social, un elemental yborroso socialismo. Lo que suceda es que socialismo se interpretabaen trminos de reforma e intervencin del Estado, en absoluto en relacina la propiedad de los medios de produccin o la modificacin del dominiode las clases hegemnicas. De cualquier modo, una de las novedadesde finales del ochocientos iba a ser esta identificacin del republicanismoy el progreso social con la intelectualidach. No se trata de recurriral caso de la generacin literaria y publicista del 98. Existen multitudde otro tipo de ejemplos, menos espectaculares pero quizs especial-mente representativos: la de toda una generacin de cientficos sociales,algunos de ellos procedentes de metodologas y conocimientos expe-rimentales, que se lanzaron a la instruccin de grupos y asociacionesobreras y populares, en un contexto de pensamiento ms o menos repu-blicano y socialista. Fue en este sentido que el viejo tema de laenseanza y el aprendizaje, de la instruccin entendida como el fun-damento de la emancipacin social, se renov y adopt nuevas formas.Esta pieza sera uno de los goznes que unira, por encima de anatemasy novedades, la cultura poltica de la izquierda del ochocientos y elnuevo novecentismo liberal desde la segunda dcada del nuevo siglo 14.

    Hasta aqu, hemos resumido un aspecto que creemos central dela cultura poltica de una parte del republicanismo a lo largo del ltimo

    14 Podra citarse la generacin de Bernaldo de Quirs, Dorado, Posada, Altamira,desde Madrid, y en Santiago Valent Camp, Rodrguez Mndez, desde Barcelona. Amencionar las conferencias pronunciadas en la Casa del Pueblo de Barcelona en 1908por el mdico Ignasi Valenti Vivo, padre de Santiago Valent Camp, publicadas enBarcelona en 1908 con el ttulo de Enseanza y Aprendizaje.

  • Una sola cultura poltica republicana ochocentista en Espar'ia?

    tercio del siglo en Espaa, la del republicanismo salmeroniano mso menos centrista. Ahora bien, formulaciones parecidas las encontra-remos en el republicanismo progresista, aunque con un menor nfasisen la capacitacin y capacidad de intervencin real de las masas. Ellono es sorprendente, dado que el zorrillismo proceda del tronco queencabez Juan Prim, una opcin que afirmaba la modernizacin eco-nmica y poltica del pas pero en ningn caso la democratizacinpopular de la poltica. En este caso la instrumentalizacin de los sectorespopulares era incluso algo cnica. Recurdense las advertencias de RuizZorrilla en sus instrucciones conspirativas y revolucionarias, muy cui-dadosas en la promocin de juntas respetables y seguras, y contrariasa cualquier hiptesis de desbordamiento y activismo popular.

    De algn modo, esta cultura liberal/progresista, republicana, permitaestablecer puentes con el liberalismo burgus y podr reunir, al margende las mltiples y acusadas diferencias tcticas, el grueso del posi-bilismo, el salmeronismo y el progresismo de Ruiz Zorrilla, con la prontainclusin de buena parte del federalismo orgnico. No es difcil encontraren el conjunto de estas familias unas bases institucionistas 15. Tampocoes difcil encontrar en ellos coincidencias respecto de las concepcionesacerca de la modernizacin del sistema poltico o la construccin delEstado. De manera parecida ser bastante clara la referencia exteriorde la Tercera Repblica francesa: algunos se alinearn claramente conlos oportunistas, algunos con los radicales y radical/socialistas. No esnada extrao. De hecho se movan en contextos parecidos los repu-blicanismos de izquierdas de la Europa latina.

    Ser sin duda, polticamente, mucho ms restringida la base delliberalismo/democrtico. Se movern en este contexto parte del fede-ralismo pimargalliano y en gran medida el obrerismo socialista refor-mista. Ms compleja es la relacin -que a pesar de todo puede esta-blecerse- con determinadas formulaciones del anarcosindicalismo. Sig-nificativamente, en este mbito, el recurso al ejemplo francs no resultaradecuado y, de manera ms ocasional y cambiante, con fuertes dosisde incomodidad, se pensar en situaciones como la de Estados Unidoso Suiza. Como decamos, en el contexto europeo ms prximo, era msclaramente homologahle y representativo el republicanismo ligado ala cultura poltica liberal/progresista. Muchos puntos de contacto y refe-rencias ilustrativas pueden encontrarse entre el castelarismo y el opor-

    1') Vase el trabajo de M. SL;\IU:Z COKTINA en este dossier.

  • 24 ngel Duarte y Pere Gabriel

    tunismo francs o el progresismo y el partido radical francs o el partidorepublicano italiano. Frente a ello, los equivalentes federales y pimar-gallianos han de buscarse ms bien en el proudhonianismo, el socialismobroussista francs o el movimiento de Andrea Costa en Italia.

    Puede constatarse, por tanto, la peculiaridad -y dificultad- delanlisis a efectuar del federalismo democrtico. De poco sirve el esquemaconstitucionalista. Se trata de un movimiento y una opcin que pretendeencontrar una alternativa social y poltica al Estado liberal burgus.Tambin es cierto que frente a la defensa de un Estado fuerte y unido,capaz, que era una de las claves coincidentes del resto de familiasrepublicanas, la actitud de los federales tena un fuerte carcter defen-sivo, lleno de desconfianza en las virtudes del Estado central. Se trataba,a travs del federalismo, de mantener o recuperar las prerrogativasmunicipales, individuales, de la sociedad civil. Es en el contexto deesta cultura que pueden identificarse elementos de una alternativa demo-crtico/popular. El federalismo del ltimo tercio del siglo XIX recogano slo una larga tradicin municipalista, sino una importante listade seculares reivindicaciones populares en temas como las formas bur-guesas de las desamortizaciones dictadas desde el poder central, laproblemtica de las quintas y la contribucin de sangre, la denunciade los impuestos de consumos y, en general, de la imposicin indirecta.Como ya ha sido dicho, la reivindicacin de la Federal iba llena desueos de subversin de la hegemona burguesa. A notar que el repu-blicanismo federal tendr en toda Espaa un momento de auge y granrepresentatividad en la dcada de los ochenta, entrar en crisis enla dcada de los noventa y en el cambio de siglo aparecer ya disuelto,fracasado. Evidentemente, esta cronologa est conectada con la pro-gresiva consolidacin del rgimen de la Restauracin y de unos ciertosvalores sociales.

    En la cultura poltica federal y pimargal1iana existan elementosde anlisis clasista, en la medida que el propio partido pretenda repre-sentar, en ocasiones explcitamente, los sectores populares y trabajadoresfrente a los sectores burgueses modernos y progresistas -que segnPi i Margall estaran representados por el republicanismo progresista-y los sectores burgueses ms conservadores relacionados con el dinas-tismo. Su intervencionismo en temas sociales y la asuncin en estesentido de posiciones socialistas arrancaba ya de los aos sesentay, desde la exgesis del proudhonianismo, estaba abierto al asocia-cionismo y mutualismo ohreros. En este sentido, las relaciones que

  • Una sola cultura poltica republicana ochocentista en Espaa? 25

    iban a establecerse con grupos socialistas de corte reformista, coo-perativistas o sindicalistas, fueron especialmente importantes al menoshasta los aos ochenta. Pretenda, adems, la revisin de la obra desa-mortizadora, con el objetivo de revitalizar las opciones colectivistasen el campo y el mundo rural, y supo recoger a lo largo de los ochentay primeros noventa una parte importante de la movilizacin sindicalagraria, especialmente en Andaluca y Catalua 16.

    En cualquier caso, es difcil negar al republicanismo federal, respectode los no federales, su mayor voluntad de movilizacin popular y obreray su mayor disposicin a pensar un Estado con espacios abiertos adichas realidades populares y obreras. Ciertamente, ms bien a finalesdel siglo, todos los republicanos buscaron una cierta movilizacin populary obrera pero, como hemos visto, continuaron vigentes y reforzadosmuchos de los lmites que el liberalismo progresista -con una granimpronta institucionista- de los no federales no estaba dispuesto atraspasar. En este campo las renovaciones, importantes, provinierondel blasquismo y el lerrouxismo, que supieron, unos y otros con con-notaciones distintas, renovar sus parmetros y apostar por un reformuladopopulismo de masas 17.

    Repblica y nacin

    Las crisis de finales de siglo pondrn sobre el tapete republicanola cuestin del nacionalismo. No es, de todas formas, ningn inventocoyuntural. Como se ha explicado, desde perspectivas dispares, el repu-blicanismo espaol se implic desde sus inicios en la formulacin delnacionalismo espaol 18. Los republicanos participaron en la configu-racin de un nuevo concepto burgus de nacionalismo estatalista a

    1( No existen estudios de conjunto sobre el movimiento federal bajo la Restauracin.Contina siendo til el libro de JlITCLAH, A., Pi Y Margall y el federalismo espaol,2 vols., Madrid, Taurus, 1975, Y existe una notable historiografa local y provincial,cuya referencia aqu resultara excesivamente prolija.

    17 Vase el trabajo de Ramiro RE)(; en este dossier.IR LPEZ-COH[)", M. V., El pensamiento poltico internacional del federalismo espa-

    ol, Barcelona, Planeta, 1975; DE BIAS, A., Tradicin republicana y nacionalismo espaol,Madrid, Taurus, 1991; LVAHEZ JUNCO, ]., El nacionalismo espaol como mito movi-lizador. Cuatro guerras, en CHUZ, R., y P~:HEZ LEIlESMA, M. (eds.), Cultura .Y movilizacinen la Espaa contempornea, Madrid, Alianza, 1997; Fox, l., La invencin de Espaa,Madrid, Ctedra, 1997; SEHHA'W, C., El nacimiento de Carmen. Smbolos, mitos .Y nacin,

  • 26 ngel Duarte y Pere Gabriel

    lo largo del siglo XIX e intervinieron en la codificacin de toda unasimbologa y retrica nacionales en las dcadas de los setenta y ochenta.De todas formas, como permiten ver los ltimos trabajos de lvarezJunco, es importante distinguir la elaboracin de la retrica y discursodel nacionalismo de la efectiva capacidad movilizadora de este nacio-nalismo. En la retrica, primero fueron los liberales y 'en su momentolos republicanos los que, al comps del nacionalismo liberal europeo,tuvieron una cierta voluntad de construccin de un nacionalismo liberalespaol, que implicaba unas determinadas lecturas de la historia deEspaa y de las propias luchas polticas liberales de la primera mitaddel siglo. Los conservadores, incmodos ante el tema en un principio,se incorporaron algo ms tarde. Por otro lado, la capacidad del Estadoliberal, construido en gran medida a lo largo del siglo desde la hegemonade los moderados y conservadores, para impulsar la articulacin nacionalde la sociedad espaola y asegurar la difusin efectiva de una culturanacionalista espaola fue muy limitada.

    En este punto se entremezclaron diversas cuestiones. Hubo la afir-macin coetnea de nacionalismos no espaolistas. La construccin delnacionalismo espaol se produjo al mismo tiempo que se afirmabanmltiples regionalismos y diversos nacionalismos dentro de la pennsula.y hubo, en este sentido, diversos y claros intentos de compatibilizarlos distintos discursos. El ms desarrollado sin duda gir alrededordel federalismo ]9. Ahora bien, el repliegue hacia una diferenciacinms ntida y la aceptacin de formas de nacionalismo alternativo segeneraliz hacia finales del siglo, destacadamente en Catalua, perotambin en muchos otros lugares, justamente cuando triunfaban lasformas de nacionalismo espaol ms contundentes. Fue una de las carasdel fracaso del federalismo de finales del siglo. Fue entonces cuandoen el mundo republicano se impuso de forma mayoritaria el modelonacionalista no federal, un modelo derivado del liberalismo progresistaque compartan con el liberalismo dinstico y parte del conservadurismoliberal.

    Piezas importantes de la retrica nacionalista surgieron de lasguerras: la de 1808, la de frica, el repliegue del 98. En la mitificacinnacionalista de las mismas participaron tambin hombres de todas las

    Madrid, Taurus, 1999; MAH-MoUNEf{o, c., y SMITlI, A. (eds.), Nationalism and the Nationin the [berian Peninsula, Orxford-Washington, Berg, 1996.

    )'1 Vase el trabajo de 1. G. BEHAMENIlI en este dossier.

  • Una sola cultura poltica republicana ochocentista en Espaa? 27

    tendencias y realidades. Pero no es difcil observar diferencias en losanlisis y en las imgenes elaboradas 20. Un ejemplo concreto podramosencontrarlo dentro del campo mismo de los federales y su cultura poltica,a travs de un claro contraste entre Eduardo Benot, gaditano, sucesorde Pi i Margall a principios de siglo en la direccin general del partido,y Frederic Soler, un autor representativo de la cultura ochocentistadel federalismo cataln.

    En el libro de poesas que titul Espaa (1905), Benot dedic ml-tiples versos a las batallas de 16 de julio de 1212 en Las Navas deTolosa y forz el paralelismo con las acciones del mismo da de 1808en Menjibar y del 19 de julio del mismo ao, al lado, en Bailn. Elparalelismo justificaba la batalla en la consideracin de una defensade civilizacin propia frente a la invasin fuese almohade, fuese napo-lenica. Cuando cantaba la Independencia, en 1808-1815, la referenciaresistente y vencedora ante el francs era castellano-leonesa, asomandolos lugares que componan la memoria heroica espaola:

    Mi PATRIA es este suelo creador de nuestra razaque en libre independencia su sangre siente arder:mi PATRIA es Covadonga, Las Navas i el Salado:mi PATRIA est en Sagunto i en Cdiz i en Bailn 21.

    Lo significativo de las poesas de Benot eran sus intentos, nadafciles, de conciliar humanismo cosmopolitista y amor patrio, un amorque se quera ms unido a las artes y a la civilizacin que al tra-dicionalismo rancio.

    Yo soi cosmopolita, i anhelo ver trocadoslos hlitos de muerte por auras de salud,los odios por amores, las guerras por las paces,que amor es ms preciso que el aire i que la luz.

    (...)

    20 ANGUEHA, Pere, Nacionalismo e historia en Catalua. Tres propuestas de debate,en FOHCADELL, C. (ed.), Nacionalismo e historia, Zaragoza, 1998, y Literatura, patn:ai societat. Els intel.lectuals i la naci, Vic, Eumo, 1999; GABHIEL, P., Transicions icanvis de segle, en GABHIEL, P. (dir.), Historia de la Cultura Catalana, vol. VI, Elmodernisme, 1890-1906, Barcelona, Ed. 62, 1995; FHAIH:HA, 1., Cultura nacional enuna societat dividida. Patriotisme i cultura a Catalunya (1838-1868), Barcelona, Curial,1992. Vase el trabajo de I. ROLDAN m: MONTAUIl en este dossier.

    21 BENOT, E., Espaa. Poesas, Madrid, Est. Tip de Idamor Moreno, 1905. Se harespetado la grafa del autor.

  • 28

    Hai otro amor de ideas que alIado de las cunasnos cantan nuestras madres, i brota en la niez:el sacro amor de PATRIA, que historia y tradicionestransforman con los aos en culto i en deber.

    ngel Duarte y Pere Gabriel

    Benot y los federales se encontraban confusos pero introducan ele-mentos que pretendan ampliar el alcance y los matices del discursonacionalista espaol: la obligacin de luchar contra la opresin y lanecesidad de afirmar el patriotismo de la civilizacin y los avancescientficos frente al guerrero y militar. Al mismo tiempo se incluanunas notas doloridas por el fracaso de la ciencia espaola, y admirativas,a pesar del 98, por el xito de los Estados Unidos. As, en El pesardel patriota deca:

    No bastan a mi ardiente espaolismolas glorias militaresde aquellos portentosos campeones(...)

    Que, si en sus triunfos complacencia rarami Patriotismo siente,contemplo con rubor en la mejillaque entre los Genios de la Edad presenteno existen apellidos de Castilla.

    (...)Washington, Franklin, Lineoln! Perdonadme

    si, al aplaudiros con amor mis manos,vuestras palmas quisiera yo espaolas;si os honro ingleses, os amara hispanos.Fulton, por el vapor rei de las olas;Morse, que diste el habla a los alambresque van por montes, valles i oeeanos;Edison, fijador de la palabra;Morton i Jackson, brujos soberanosque el dolor suprimisteis los primeros,quin ingenios del Sur pudiera haceros!iQuin os honrara i os amara hispanos!

    De forma contrastada, en las poesas de Frederic Soler, a pesarde su acentuado tono patritico, era muy difcil encontrar en ellas refe-rencias espaolas. Tambin la guerra de 1808 suministraba mitosy smbolos. Pero aqu, ningn verso recordaba hipotticas luchas espa-olas por la independencia, sino la lucha de los catalanes contra el

  • Una sola cultura poltica republicana ochocentista en Espaa? 29

    francs y sus intentos esclavizadores. Haba, adems, una voluntad muyclara de huir del verso pico y triunfalista, para incorporar visionesms ntimas y cotidianas en el esfuerzo patritico:

    Eram tretze segadorsy tornavam a la terra

    tot eantant,toL cantant cansons d'amor

    (...)Quan vam ser aprop la serra,

    retronant,eanonadas vam sentir,

    (...)1'ots nos varem aturar,

    escoltarem tots, sorpresos;lo can

    altre eop va ressonar.-,Qu'es aix'?-Sn los francesos,

    un minynos va dir, d'ira trement,que a n'al poble fan esclau.

    -A Cirona falta gent.-,Au? _ jAu! 22.

    La conciencia de fracaso de la opcin espaola de los catalanesiba a significar, en algunos y en un proceso paralelo, tanto el abandonodel juego poltico y parlamentario, como un repliegue hacia la afirmacincatalana y el alejamiento crtico hacia la realidad espaola. Las reac-ciones fueron en este campo de tres tipos: hubo una parte que reafirmadoen el contexto municipalista y cosmopolita no vi en el regionalismosino una opcin excluyente, llena de conservadurismo social y tra-dicionalismos rancios. Ser el caso de Francisco Pi y Arsuaga, BaldomerLostau o el grupo articulado en el peridico La Avanzada.

    Un segundo grupo tendi ms directamente al repliegue y el aban-dono del republicanismo, la aceptacin de la accidentalidad polticay la inviabilidad de la poltica bajo el rgimen de la Restauracin.Puede ser un resumen de ello una obrita teatral y musical de un autorde cierto xito, Josep Coll i Britapaja (1840-1904), quien como muchos

    22 Los tretze, pp. 41-42. Otro caso era Cans del siti, pp. 71-74. En paralelo aNares ROCA I FAHHEHAS, SOI.EH introdujo el referente irlands, en SOI.EH, Frederich,Nits de Uuna, prl. de V. Almirall, Barcelona, Lpez, 1886'!, pp. 22-2:3.

  • 30 ngel Duarte y Pere Gabriel

    otros provena de la cultura y la militancia republicana federal y haciala mitad de la dcada de los ochenta iniciaba su repliegue catalanista.Se trata de una obrita representada con xito a lo que parece en unteatro popular del momento, el Teatro Tvoli en octubre de 1886 2:3

    El texto era muy expresivo del repliegue de federales y republicanosdesencantados hacia el regionalismo y la afirmacin catalana. La obra,bilinge, tena voluntad de ser representada fuera de Catalua y asel autor recomendaba qu trozos deban en este caso ser suprimidos.El argumento de la obra, El pas de la olla, era simple: una Espaacatica y perezosa, que viva a costa de unos pocos que trabajaban,no tena ninguna posibilidad de salvacin. Adems, los dirigentes con-vertan Espaa en una colonia extranjera al no aceptar la proteccina la industria. En un tiempo, muchos haban pensado en los republicanos,pero stos, desunidos e incapaces de romper con lo de siempre, estabandemostrando que tampoco constituan ninguna esperanza. La esperanzaslo poda encontrarse en el trabajo y el ejemplo del pueblo cataln:

    Si tu mal! del gobierno ha de nacer,/ que siempre, siempre ha de ser/malo, psimo, fatal,/ lgicamente discierno,/ sin que ni quepa objecin,/ queestriba tu salvacin/ en prescindir del gobierno./ Busca en la ley del trabajo/la plenitud de tu ser.! Desvlate por tener/ ms obrero y menos majo,! y enmedio al eterno cisma! de tu poltica inerte,/ sers grande, sers fuerte) site bastas a ti misma./ No olvides que en tierra hispana/ hay ya de ese cultotemplo./ Insprate en el ejemplo/ de la estirpe catalana,/ que en deshechotemporal! de trastornos y vaivenes, y a pesar de los desdenes/ del elementooficial,/ se labr, a fuerza de maa,/ de constancia y de tesn,/ la envidiableposicin/ que es el orgullo de Espaa!! Trabajador y frugal,/ pertinaz y decidido,/el cataln se ha salido/ de tu regla general.! y empeado en la tarea/ deilustrar sus cuatro barras,/ l fabrica las guitarras,/ pero nunca las puntea!/Ni tengo ms que ensearte,/ ni tienes ms que aprender!

    No se trataba de un caso aislado. El propio Almirall pona un prlogoal libro ya citado de poesas de Frederich Soler, Nits de lluna, editadoa finales de 1886. All Almirall recordaba el itinerario del grupo quehaba empezado a actuar hacia los aos sesenta, veinte aos atrs.El desencanto y la idea del repliegue era tambin claro.

    2:1 COI.I, 1 BIHTAI'AJA, Jos, El pas de la olla. Panorama histrico en dos cristalesy once vistas. Original y en verso, letra y msica de... , Representado por primera vezen el teatro del Tvoli el da 9 octubre J886, Barcelona, Tipo-Lit de los Sucesoresde N. Ramirez y c.a , 1886.

  • Una sola cultura poltica republicana ochocentista en Espaa? 31

    Esta actitud, a relacionar con la campaa proteccionista y el Memo-rial de Agravios, an no pona en cuestin directamente la realidadespaola. Pero a finales de siglo, la ruptura desde estas posicionesse hizo ms abierta y chillona. Un ejemplo notable pueden ser lospolmicos anlisis de Pompeu Cener. Personaje al que el novecentismocataln denost y convirti en simple ancdota ochocentista, Cenertuvo una gran importancia bajo la Restauracin en el mbito de ladifusin del positivismo europeo. l mismo siempre se consider federaly asegur en el cambio de siglo la relacin entre la segunda generacinmodernista, ms ligada al mundo del pequeo profesional y menos alas grandes familias burguesas, y el pensamiento ochocentista de laizquierda. Fue uno de los puntales de ]oventut que apareci en 1901y de los dispersos intentos de afirmar una lnea de catalanismo cultono conservador. Tambin hizo de puente con algunos intentos menorespero significativos respecto del modernismo plebeyo y autodidacta dealgunos obreros anarquistas (a travs de la colla del Foc Nou, porejemplo).

    En su libro Cosas de Espaa, que inclua Herejas Nacionales yEl renacimiento de Catalunya, editado en 1903, hay unos resmenesmuy adecuados de la evolucin del catalanismo, que no ignora obvia-mente el federalismo. En aquellos principios del siglo, segn Cener,al lado de los catalanistas histricos que queran una restauracin dela Catalunya antigua (que haban identificado el pasado glorioso perono eran capaces de caminar desde la propia realidad por las rutasdel progreso europeo) y al lado de los federalistas (que se fundan enconceptos de autonoma abstractos de transfondo roussoniano o proud-honiano y no aceptan la importancia de las realidades nacionales yno son positivos) haba tambin un grupo de federales, los ms impor-tantes, que han reconocido la Autonoma de Catalua como nacin,como la reconocieron los que a impulsos de Almirall fundaron el CentreCatalih>. En fin, l se identificaba con un tercer grupo:

    El grupo formado por hombres de ciencia, de letras, artistas, estudiantes,obreros distinguidos, etc., etc., que podramos llamar de los modernos, delos intelectuales de la Catalua liberal, o de los SUPERNACIONALES, comose les ha denominado, que se reunen en tomo de varios peridicos y asociacionesartsticas, literarias y cientficas, cuyo rgano principal es el peridico }oventut,defiende la Autonoma de Catalua segn el sistema cientfico positivo moderno.La Poltica no ha de ser un sentimiento puro, sino una Ciencia, inductiva,como todas las ciencias lo son hoy da. Y qu es lo que da la induccin

  • ngel Duarte y Pere Gabriel

    respecto a Catalua? De los estudios etnogrficos, filolgicos, geogrficos, cli-matolgicos e histricos, resulta ser una nacin por la fusin de razas Arias,casi en su totalidad, con un medio ambiente diferenciado, con un pasado glorioso,con tradiciones propias, con una lengua literaria que ha dado grandes obrasmaestras, reinando sobre todo el Mediterrneo. Por tanto, apoyan su aspiracina la Autonomia, no slo en el pasado histrico, sino en alg9 ms hondo, enla raza, en la diferenciacin antropolgica, en la psicologia y en la lingustica,en el medio ambiente y en al directriz e la evolucin segn el genio de lanacionalidad catalana, cuyas lineaciones una induccin seria determina. Assuean en constituir una Catalua ideal, al nivel, y aun superior, a las demsnaciones ms avanzadas de Europa.

    Como puede verse, la definicin de naClOn iba a devenir uno delos debates del cambio de siglo. Aunque existen ya polmicas anterioresde alguna rotundidad. El catalanismo federal animado por Valles i Ribot,que algunos situan slo en el fin del siglo, haba sido en realidaduno de sus elementos constitutivos del propio partido federal vertebradoen Catalua en 1881-1883, por ms que la defeccin de Valent Almirallhaya ensombrecido esta percepcin 24. La realidad poltica de 1898,cuando muchos en Catalua giraron hacia el catalanismo y la dife-renciacin respecto del nacionalismo espaol, dio a sus posiciones nue-vas alas. El mismo Valles i Ribot hizo un resumen poltico coyunturalque recoga las bases de siempre de su posicin, en el El Liberala finales de octubre de 1898 2":

    Desconocen la historia de Espaa los que se admiran de que en estasuprema crisis por que la nacin atraviesa se acente en Catalua y otrasregiones del Norte, y despierte en casi todas las dems de la Pennsula, latendencia autonomista. Ignoran que en todos los grandes conflictos nacionalesocurridos desde que se consum la tan ponderada unidad, las antiguas provinciashan procurado, ante todo, la reivindicacin de su libertad y personalidad paraconstituirse autnomamente, sin prejuicio de proveer, desde luego, a la comndefensa con la creacin de una entidad representacin de todas ellas. As

    24 GABHlEL, P., Naci i nacionalismes del republicanisme popular catala. El cata-lanisme federal del vuitcents, en SERRANO, c., y ZIMMEHMANN, M. C. (orgs.), Le discourssur la nation en Catalogne aux XIX et xx siixles, Pars, 1996. Tambin GABHIEL, P.,Catalanisme i republicanisme federal del vuitcents, en ANCUEHA, Pere, et al, El cata-lanisme d'esquerres, Girona, 1997.

    2" TZITSIKAS, H. (ed.), El pensamiento espaol (1898-1899), Mxico, Andrea, 1967.Se trata de una recopilacin de opiniones que pidieron El Liberal y El Heraldo deAragn sobre la crisis cubana. eL Lo que dicen en Barcelona: el sr. Valls JI Ribot(EL, ao XX, 1898, nm. 6968,:31 de oct, p. 1), pp. 111-115.

  • Una sola cultura poltica republicana ochocentista en Espaa?

    aconteci en 1808, y as ha sucedido siempre, y cuando las regiones espaolasse han encontrado dueas de sus destinos, por haberse roto, ya merced auna agresin extraa, como en aquella memorable fecha, ya en virtud de grandesconvulsiones interiores, como en 1843 y 1868, las cadenas con que el unitarismolas sujeta a los poderes centrales. Y esto ha sido, es y ser de esta suerte,porque el Estado espaol, tal como se halla eonstituido, no es ms que unagran abstraccin impuesta por la fuerza y que viene ahogando todo cuantotiene en la Pennsula, realidad y vida, por el doble vnculo y suprema conjuncinde la Naturaleza y la Historia. La constitucin interna de Espaa es autonomista,y se quiere que este pas viva constantemente oprimido dentro de constitucionesexternas, perfectamente unitarias.

    Como es ya sabido, con el nuevo siglo este bagaje les hara bascularhacia el catalanismo y la ruptura con el tronco general del federalismoespaol.

    Eplogo o nuevo comienzo

    La entrada en el nuevo siglo transmut los marcos organizativosdel republicanismo espaol, pero no agot su potencial cultural. Laprdica democrtica continuaba siendo una fuente inagotable de recursosy estmulos para la accin colectiva de amplios segmentos de las clasesmedias y de los sectores populares, Recursos que orientaban esa accinen el sentido de proyectar un horizonte de emancipacin y movilidadsocial ascendente para quienes vivan de su labor intelectual, de unaprofesin liberal o del trabajo manual.

    El agotamiento del partido federal era un hecho en el cambio desiglo, Lo suyo haba sido un fracaso poltico, El mito de la Federalno era operativo, y sufre diversos y complicados procesos de reela-boracin 26, Y, con todo, la cultura federal penetra, diluida, en el conjuntodel republicanismo, el que vive de aoranzas y el que se renueva,as como en las izquierdas y en los nacionalismos y regionalismos.La renovacin de los republicanismos progresistas adquiere corporiedada travs del lerrouxismos y del blasquismo. Mientras el blasquismoconquista la ciudad, articula un proyecto urbano de capitalidad quele asegura su proyeccin institucional en el mbito valenciano, ellerrou-xismo duda siempre. Acaso por la competencia regionalista, y la exis-

    2IJ JOVEH ZAMOHA, J. M., Realidad y mito de la Primera Repblica, Madrid, EspasaCal pe, 1994.

  • ngel Duarte y Pere Gabriel

    tencia de una rea de influencia catalanista en el republicanismo local,no parece capaz de asumir la hegemona constructiva en el marco bar-celons y se ver impelido a la opcin espaola, aspirando a actuar,

    ~n este espacio nacional, como portavoz de los expansivos sectoresle la pequea profesionalidad ms o menos funcionarial.

    Se trata, en ambos casos, de lneas de desarrollo poltico que, asu-miendo la movilizacin masiva populista, parten de lo que hemos con-venido en definir como cultura liberal progresista. En otros medioshabr renovaciones de textura bien distinta. Tendr lugar la que seorienta hacia el nacionalismo republicano, contestando al Estado unitarioy entroncando con los nacionalismos perifricos y con dinmicas cul-turales particulares, como el Noucentisme republicano 27. Pero tam-bin ocurrir aquella otra que, englobando desde las nuevas formu-laciones del reformismo melquiadista hasta aquellas que en el contextode la Primera Guerra Mundial explicita Manuel Azaa, priorizar laproblemtica de la modernizacin intelectual, moral y material del pasy el establecimiento de relaciones nuevas con un socialismo democrticoy con un obrerismo que evolucionan, aparentemente, con mayor agilidadque las pesadas, pero fecundas, herencias republicanas.

    27 UU:LAY DA CAL, E., La Catalunya populista. lrnatge, cultura i poltica en l'etaparepublicana (1931-]939), Barcelona, La Magrana, 1982.

  • El republicanismo espaoly el problema colonial

    del Sexenio al 98

    Ins Roldn de MontaudCSIC. Universidad de Alcal

    Abordar brevemente el estudio del republicanismo y la cuestinde Ultramar en el ltimo tercio del siglo XIX no resulta fcil, tantopor la extraordinaria complejidad y fragmentacin del propio republi-canismo, como por la diversidad de escenarios coloniales. Por otra parte,muchas facetas del republicanismo, como la que nos ocupa, carecentodava de estudios de conjunto. En estas pginas --que se refierennicamente al problema cubano- se esboza primeramente la posicindel republicanismo durante el Sexenio. Se analizan despus sus vin-culaciones con el autonomismo antillano. Finalmente, se hace referenciaal comportamiento de los grupos republicanos ante la crisis colonialdesencadenada a partir de 1895, tema que ha recibido mayor atencinhistoriogrfica y resulta mejor conocido *.

    Rafael Mara de Labra, Francisco de Pi y Margall y Emilio Castelarfueron las figuras del republicanismo ms preocupadas por el temacolonial. A ellos se presta especial atencin, lo mismo que al problemade la abolicin de la esclavitud y al de la autonoma colonial, elementosesenciales de una forma de colonialismo reformista propuesto por elrepublicanismo espaol. Y es que el republicanismo del XIX no fueanticolonialista ni denunci la existencia de las colonias, pero no dejtampoco de buscar alternativas, no siempre expresadas con precisin,a la poltica colonial de los gobiernos monrquicos denunciada sis-temticamente por su carcter opresor y por su rapacidad.

    * Este artculo se ha realizado en el marco del Proyecto de Investigacin PB-0890.

    AYER 39*2000

  • Ins Roldn de Montaud

    Cuba en la coyuntura revolucionaria

    Con el triunfo de la Revolucin pareca que iba a rectificarse lapoltica emprendida en 1837, consistente en mantener a las coloniasal margen del rgimen constitucional y sujetas a la tutela del poderomnmodo de los capitanes generales. La Junta Revolucionaria proclamde inmediato la libertad de los esclavos nacidos desde el 17 de sep-tiembre y expres su deseo de que las provincias de Ultramar tuviesenrepresentacin en Cortes l. Sin embargo, el estallido de la insurreccinproporcion a la oligarqua peninsular radicada en Cuba (deseosa demantener un orden colonial basado en la existencia del rgimen escla-vista) una enorme capacidad de presin. La guerra permiti a los gobier-nos setembristas ir aplazando el cumplimiento de las promesas de laRevolucin, de modo que las realizaciones de los gabinetes que pre-cedieron a la Repblica fueron escasas. La representacin cubana nopudo acudir a las Cortes Constituyentes, ni stas pudieron reformarel sistema de gobierno vigente en las provincias de Ultramar comoprevea la Constitucin de 1869 2 Apenas se lograba otra cosa queaprobar la ley preparatoria para la abolicin de la esclavitud en elverano de 1870.

    Para el Partido Republicano Democrtico Federal la reforma delmundo colonial era un compromiso ineludible. Sus representantes insis-tieron una y otra vez en la necesidad de llevar a Ultramar las libertades,equiparando las colonias con las dems provincias del Estado en dere-chos polticos y civiles. Reconocan tambin la especificidad del hechocolonial que aconsejaba dotar a las colonias de un rgimen autonmico.Abiertas las Cortes Constituyentes, en mayo de 1869 Emilio Castelarpronunci un discurso en nombre de la minora, exigiendo para lascolonias las libertades y la autonoma. La soberana popular, el sufragiouniversal, los derechos individuales, la democracia, el espritu modernode la Revolucin de Septiembre no se podan negar a las posesionesespaolas de Amrica :1.

    I L(I'EZ COHIl(.." M. V., El pensamiento poltico internacional delfederalismo espaol,Barcelona, 1975, pp. 289-340; PIQlIEHAS, J. A., Revolucin democrtica (1868-1874).Cuestin social, colonialismo y grupos de presin, Madrid, 1992, pp. 2.59-380.

    2 El rgimen vigente en Filipinas se reformara mediante una ley.:1 CL SANZ IlE BHEMONIl, E. O., Castelar y el perodo revolucionario espaol

    (1868-1874), Madrid, 1971, p. 185. El discurso completo en Diario de Sesiones del

  • El republicanismo espaol y el problema colonial del Sexenio al 98 37

    La posicin de Pi y Margall ante el problema colonial qued definidaen 1854 en La Reaccin y la Revolucin. Adverta ya entonces quela isla se perdera por la mala administracin y peor poltica. Slola libertad podra salvarla. A fines de 1870 en un discurso contra Primplanteaba el problema antillano en las Cortes. Como los dems repu-blicanos, insista en que la guerra que en Cuba duraba ya dos aos,nicamente podra acallarse realizando all los derechos individuales.Cmo era posible que el Gobierno pretendiese disolver las Cortes sinantes haber llevado a Cuba unos derechos que debieran haberse con-cedido desde el primer momento, sin aprobar la Constitucin para lapacfica Puerto Rico, cuyos representantes ya tomaban asiento en laCmara 4.

    Rafael Mara de Labra fue otro apasionado defensor de la reformaultramarina, a la que se consagr como parlamentario y publicista incan-sable. Vinculado inicialmente al ala izquierda del Partido Radical, ingre-s algo despus en la minora republicana sin adscribirse a ningunode sus grupos hasta los aos noventa ". Como diputado por Infiestaen julio de 1871 pronunci su primer discurso, de enorme impacto,en apoyo a una proposicin para la que logr la firma de seis repu-blicanos. Se quejaba de la inobservancia de los decretos de la Revolucinen Ultramar y de los ataques sufridos por el principio de autoridaden Cuba. En aquel discurso Labra adverta que era un error considerarla cuestin de Cuba como un mero asunto de fuerza e insista en debatiren el Parlamento el problema colonial, que Lpez de Ayala intentaba

    Congreso de los Diputados (DSCD) , nm. 82, 25 de mayo de 1869, pp. 2:~35-2336.Vase tambin DSCD, nm. 85,21 de diciembre de 1872, p. 254l.

    t DSCD, nm. 324,23 de diciembre de 1870, p. 9:~38.') Insiste en el terna de sus relaciones con el republicanismo y su voluntad de

    independencia buena parte de la bibliografa clsica sobre su actuacin: SENIlHAS yBliH' .... , A., Propagandistas y polticos contemporneos. Rafael Mara de [,abra. Estudiobiogrfico, Madrid, 1887; CEPEDA, F., Conferencias de Abuli celebradas con el jej(> dela minora autonomista parlamentaria Don Rafael Mara de Labra sobre poltica antillana,sus relaciones con la poltica peninsular .Y procedimientos que deben seguirse en relacincon la rl'forma colonial, Ponce, 1890; ROMAI\ONES, D. R(~lael Mara de Labra y la polticadI' Espaa 1'17 Amrica y Portugal, Madrid, 1922. Para otras facetas, cL los estudiosms recientes de LACIINA OCHOA, l., Las ideas hispanoamericanistas de Rafael ll1aradI' Labra (ultramar .Y sus problemas durante el siglo XI\), Madrid, 1991; GAKcA MOHA,L. M., Labra, el Partido Autonomista Cubano y la reforma colonial, 1879-1886, Tl'beto,nm. S, 1992, pp. 399-41 S; HEHI\AI\IlEZ SAI\IlOlCA, K, Rafael Mara de Labra y Cadrana(1841-1919): una biografa poltica, Revista de Indias, vol. LIV, nm. 200, 1994,pp. 107-136.

  • 38 Ins Roldn de Montaud

    mantener fuera del alcance de la Cmara. Consagrado as defensorde la reforma ultramarina, obtuvo en la siguiente legislatura la repre-sentacin de Sabana Grande (Puerto Rico). Como jefe del grupo refor-mista puertorriqueo, y contando con el apoyo de la minora republicana,consigui que se aprobasen para aquella Antilla importantes reformasdurante el gobierno de Ruiz Zorrilla 6.

    Tambin se pronunci en los primeros aos del Sexenio NicolsSalmern: la justicia exiga la emancipacin de las colonias para quellegasen a ser Estados propios; el mantenimiento de la dominacinen las mal llamadas provincias para que las exploten los representantesdel poder de Espaa, y se creen y se conserven esas enormes fortunasque son verdaderas y peligrosas latiffundias regadas con sangre huma-na, era un atentado contra la dignidad humana. Denunciaba as conrotundidad la naturaleza esclavista del rgimen colonial. Sin embargo,haba mucho de retrico en su discurso; Salmern, como el resto laminora republicana, ha de insistirse en ello, deseaba reformas en Ultra-mar, pero no la independencia 7.

    Al contemplar el problema colonial el republicanismo caa puesen una contradiccin. Su prensa y sus oradores no dejaron de reconocerque la independencia de los pueblos era inevitable a largo plazo: nohay ejemplo de colonias que hayan vivido eternamente sometidas ala metrpoli, observaba Pi y Margall; pero de momento queran con-servarlas. De qu modo? Mediante la libertad. Insistan en que lascolonias eran espaolas y deban continuar sindolo: No queremos,tngalo entendido el mundo, aumentar una pulgada ms de tierra, comono sea la pulgada de Gibraltar (oo.) no queremos una pulgada msde tierra, pero no queremos una pulgada menos, declaraba Castelaren 1872 8. Los trminos en los que defendera la unidad de la patriaen 1876 apenas podran distinguirse de los empleados por los partidosdinsticos, incluso de los estampados en las proclamas de los integristasde Cuba: Cuba y Puerto Rico, jams, jams, jams desaparecernde la sombra de la bandera espaola; no lo consentiremos los espa-oles 9.

    DE LABRA, R. M., La poltica colonial y la Revolucin espaola de 1868, Madrid,1916, pp. 89 Y 98 SS., Y DSCD, nm. 95, 21 de diciembre de 1872, pp. 2535 ss.

    7 DSCD, nm. 26, 14 de octubre de 1872, pp. 536-537.8 DSCD, nm. 85, 21 de diciembre de 1872, p. 2539.9 CASTELAR, E., Discursos parlamentarios y polticos de la Restauracin, vol. 1, Madrid,

    p.193.

  • El republicanismo espaol .Y el problema colonial del Sexenio al 98

    Pese a estas convicciones no faltaron republicanos que apoyaronlas gestiones emprendidas por Prim para ceder la isla en el inviernodel setenta. Este hecho, unido a la condena que el republicanismohizo de la guerra y a su constante reclamacin de las reformas, diopbulo a ciertos rumores de que exista un entendimiento entre el repu-blicanismo federal revolucionario y los insurrectos cubanos. Estas acu-saciones volvieron a producirse en el verano de 1872, y se formularantambin respecto a la actividad revolucionaria del grupo zorrillista duran-te la Restauracin 10.

    Inicialmente el republicanismo vio en la insurreccin cubana unalucha por las mismas libertades que la Revolucin y contra el despticogobierno de los Borbones, pero comprendi poco despus que la guerrade Cuba era una guerra por la independencia y se opuso a la eman-cipacin conseguida por las armas. Reclam al mismo tiempo la equi-paracin en derechos y conden el espaolismo intransigente que seimpona a las autoridades espaolas 11.

    La creencia en la igualdad de los hombres llev a todos aquellosdemcratas, muchos de ellos de formacin krausista, a condenar laesclavitud. El problema de la esclavitud era parte esencial de la cuestincolonial y sin resolverlo no era posible tampoco avanzar en la resolucinde la cuestin poltica, que en aquellos aos quedaba reducida a llevara las Antillas la legalidad constitucional. Centro del que irradiabanlas campaas contra la esclavitud, la Sociedad Abolicionista, fundadapor Julio Vizcarrondo y de la que Labra fue alma, cont en su directivacon Castelar, Pi y Margall, Azcrate, Chao y Figueras, ente otros. Aunquefracasaron los esfuerzos por incorporar la abolicin como principio enel texto constitucional de 1869, el republicanismo no dej de reclamarconstantemente el fin inmediato de la esclavitud. De ah sus crticasa la Ley Moret de 1870, que ms que otra cosa, debido a su gradualidad,sus limitaciones y al escaso inters en su efectiva ejecucin, pareca

    10 CL en especial SANZ IlE BHEMONIl, E. O., op. cit., p. 127; HENNESSY, C. A. M.,La repblica federal en Espaa. Pi y Margall y el movimiento republicano federal, 1868-74,Madrid, 1967, pp. 99 Y 127; Um:z COHIlN, M. V., op. cit., pp. 308-309; CONzALEZCALLEJA, K, La razn de la fuerza. Orden pblico, subversin y violencia poltica enla Espaa de la Restauracin (1875-1917), Madrid, 1998, p. 138, en este caso sobreunas posibles relaciones en torno a 1887.

    11 Vanse, por ejemplo, los discursos de Daz Quintero y Salmern condenandoa los voluntarios que haban embarcado a Dulce, impedido aplicar la Ley Moret yobligado a fusilar a inocentes, DSCD, 13 de junio de 1870, p. 8806, Y 14 de octubrede 1872, pp. 536-537.

  • 40 Ins Roldn de Montaud

    haber tenido en cuenta nicamente los intereses de los esclavistas.Los republicanos exigan la abolicin porque era de justicia, pero ademsla crean polticamente inevitable dadas las medidas abolicionistas adop-tadas por los insurrectos. En nombre de la minora republicana fueCastelar quien defendi con apasionamiento la abolicin de la escla-vitud J2.

    Inmersa en multitud de problemas, las realizaciones de la 1 Repblicaen materia colonial fueron escasas. Pese a ello, la gestin de sus gobier-nos merece una resea especial por cuanto implic un afn permanentepor resolver los problemas de Ultramar l:~. La proclamacin de la Rep-blica el 11 de febrero de 1873 fue recibida con estupor por quieneshasta entonces haban logrado imponerse en La Habana; con desagradopor las autoridades espaolas; y con desconfianza por la Junta Cubanade Nueva York, temerosa de que perjudicase a la insurreccin. Dela Repblica se tema todo. Algunos peridicos conservadores de Cubadaban por sentado que los espaoles abandonaran la isla, debido alas vinculaciones que crean ver entre federales e insurrectos; otrosestaban convencidos de que, convertidas las Antillas en Estados fede-rales, el gobierno nacional carecera de fuerza para hacerse respetary la autonoma conducira de inmediato a la independencia. Sin embargo,nada tan absurdo como pensar que la Repblica dara la independenciaa Cuba, y tanto Cristina Martas, presidente de la Asamblea Nacional,como el nuevo Ministro de Ultramar, Francisco Salmern, se apresurarona desmentir cualquier rumor 14.

    Con una oposicin que arreciaba, los republicanos no lograron modi-ficar el sistema de relaciones entre la metrpoli y Cuba, pero s realizaronimportantes avances en la resolucin del problema en Puerto Rico.All lograron forzar la aplicacin de las leyes de rgimen local de 1870.

    12 C.~STELAH, E., Discursos parlamentarios, prlogo de C. Llorca, Madrid, 197;~,p. 262, discurso del 21 de junio de 1870.

    J:l Apenas se ha prestado atencin al tema, si bien puede consultarse el folletode ROI)HClIEZ AUlA VE, A., La poltica ultramarina de la Repblica del 73, La Habana,1940. A algunos de los aspectos aqu planteados nos hemos referido ms extensamenteen La 1 Repblica y Cuba, Revista Complutense de Historia de Amrica, nm. 18,1992, pp. 257-279.

    14 Sobre las hipotticas vinculaciones de federales e insurrectos, y posibles contactosentre Mart y Pi Y Margall en 1871-1872, cL RAMOS, D., Cuba y Puerto Rico enla Espaa de comienzos de la dcada de 1890, en DE DI ECO, E. (dir.), 1895. Laguerra en Cuba y la Espaa de la Restauracin, Madrid, 1996, pp. 35-:37; CONANl;I.AFONTANII.I.ES, F., Cuba y Pi Y Margall, La Habana, 1947, pp. 11S-125.

  • El republicanismo espaol y el problema colonial del Sexenio al 98 41

    Acentuando su sentido descentralizador dotaron a la isla de una dipu-tacin provincial electiva que disfrut de amplias competencias. LaRepblica llev a la pequea Antilla el sufragio universal y el Ttulo 1de la Constitucin. El mayor xito de su poltica ultramarina fue segu-ramente la abolicin de la esclavitud, proclamada por la AsambleaNacional el 22 de marzo, pese a la campaa desencadenada por losesclavistas desde los Centros Hispano Ultramarinos contra el proyectode abolicin presentado en poca de Ruiz Zorrilla. En el caso de Cuba,donde la esclavitud tena mayor peso econmico, los intereses penin-sulares fuertemente arraigados haban iniciado ya una tenaz campaacontra las reformas de los gabinetes radicales. A la espera de las cons-tituyentes, Sorn desde Ultramar se limitaba a decretar el 24 de marzola libertad de los cerca de diez mil negros no inscritos en el censode esclavos de 1868, y autorizaba la constitucin de la Sociedad Abo-licionista 1:,.

    El 9 de junio se form el gabinete presidido por Pi y Margall.Con el rgimen vigente -anunciaba el mensaje presidencial- eraimposible conservar la integridad del territorio. Seguro de que slolas libertades podran desarmar la insurreccin -tal y como habaproclamado en la oposicin-, Pi rechazaba la idea de que era imposiblellevarlas a Cuba mientras los insurrectos estuviesen en armas: Hemossostenido que las libertades individuales son anteriores y superioresa toda ley escrita y forman parte de nuestra propia personalidad; ydonde quiera que haya hombres sometidos a nuestras leyes, all debemosaplicar nuestras libertades. Si bien no haba ejemplo de colonias quehubiesen vivido sometidas eternamente a la metrpoli, para evitar laseparacin Espaa tena que apresurarse a hacerlas cuerpo de su cuerpoy alma de su alma, comunicndoles toda su vida y concediendo laautonoma compatible con la unidad de la Repblica 16. De ah quelos republicanos concibieran a ambas Antillas como Estados integrantesde la federacin prevista en la Constitucin, disfrutando de las mismasprerrogativas que los dems. Las posesiones asiticas y africanas ensu da podran llegar a ser Estados; entre tanto se regiran por leyesespeciales.

    1:, el'. DE LABI{A, H. M., La poltica... , op. cit.. p. 101, Y La Repblica y laslibertades de Ultramar, en La reforma poltica de Ultramar. Discursos y jJlletos1868-1900, Madrid, 1901, pp. 96-] lS.

    ]6 PI y MAI{(;AI.I., F. de, El reinado de Arnadeo de 8aboya y la Repblica de 1878,Madrid, 1970, pp. 206-207.

  • 42 Ins Roldn de Montaud

    Tambin se ocup Pi y Margall de la esclavitud en Cuba: Nola pueden tolerar naciones que, como la nuestra, han escrito en sustablas constitucionales los derechos del hombre. En el momento deabandonar la presidencia del ejecutivo, preparaba un proyecto de abo-licin inmediata con indemnizacin (para los negros que hubiesen sidointroducidos en Cuba contraviniendo los tratados) y negociaba unemprstito a fin de obtener los recursos necesarios. La cuestin nofue abandonada por su sucesor, pero Castelar trat de llegar a un arregloentre los compromisos abolicionistas de la Repblica y la realidad cuba-na, marcada por la enorme influencia de los intereses esclavistas, rela-cionados ya claramente con el movimiento de la Restauracin.

    Los republicanos fracasaron en Cuba: ni pudieron abolir la escla-vitud, ni pidieron llevar all el Ttulo 1 de la Constitucin del 69 peseal decidido empeo de Sunyer y Capdevila 17, ni lograron celebrar enCuba elecciones a Cortes Constituyentes dotando a la isla de repre-sentacin parlamentaria. Tampoco consiguieron poner fin a la guerra.Para ello haban intentado realizar una poltica mucho ms condes-cendiente con los insurrectos, que enardeci la oposicin del espaolismoradical. La Repblica suspendi los embargos gubernativos de los bienesde los insurrectos que haban comenzado a practicarse desde 1869y la venta de los bienes incautados por sentencia de los tribunales.Es posible, incluso, que Pi y Margall entrara en negociaciones conlos Estados Unidos para conceder a Cuba el gobierno propio a cambiode un anticipo que permitira a Espaa resolver sus dificultades finan-cieras lB.

    Aunque durante aquellos once meses republicanos hubo cinco titu-lares de Ultramar, y uno interino, el mando en Cuba lo ejerci desdemediados de abril a fines de octubre el general Pieltain 10. ste recibidel gobierno instrucciones precisas de promover un ambiente propicioa las reformas. Se dej libertad a la prensa y autoriz la formacinde clubs polticos. Aparecieron entonces una serie de peridicos repu-blicanos como El Gorro Frigio, La Repblica Espaola, La Legalidad,

    17 El proyecto de ley en nscn, nm. :37,11 de julio de 1873.lB Nicols EST(.:VANI':Z menciona negociaciones entre Sickles, Figueras y Castelar,

    que habran continuado con Pi, Fragmentos de mis memorias, 2. a ed., Madrid, 190;3,p. 4:B. Alguna referencia en CONANCLA FONTANILLES, H., Y RUBIO, J., La cuestin deCuba y las relaciones con los Estados Unidos durante el reinado de Alfonso XII, Madrid,1995.

    1') Sus memorias fueron publicadas bajo el ttulo La isla de Cuba desde mediadosde abril afines de octubre de 1873, Madrid, 1879.

  • El republicanismo espaol y el problema colonial del Sexenio al 98 43

    y se constituy un Partido Republicano Federal. Pese al esfuerzo delejecutivo por fortalecer el movimiento republicano en Cuba, lo ciertoes que la corriente republicana apenas cal. Independientemente delas ideas que abrigaran con relacin a la gobernacin del Estado, lamayor parte de los peninsulares se agrupaban en el partido espaolista.Segn aseguraba el general Blanco algo ms tarde, a los republicanosles ocurra en Cuba lo que al federal Juan Martnez Villergas, se volvanms conservadores que Tacn 20.

    El partido espaolista emprendi una tenaz campaa contra losrepublicanos locales a quienes consideraba enemigos encubiertos dela nacionalidad. La formacin del gabinete presidido por Castelar enseptiembre infundi cierta tranquilidad, ya que el nuevo ejecutivo pre-tenda ante todo garantizar el orden y pareca decidido a aplazar lasreformas. Castelar abandonaba en el poder las doctrinas que para laorganizacin del mundo colonial haba defendido con tanto apasiona-miento en 1870, plegndose a la realidad que vena demostrando queen Cuba no se poda sino hacer poltica conservadora. La sustitucinde Pieltain por el general Jovellar -que inauguraba su mando pro-hibiendo reuniones y peridicos republicanos- daba comienzo al cam-bio de poltica. Fue entonces cuando el ministro de Ultramar, SantiagoSoler y Pla, emprendi un viaje a Cuba para conocer los problemassobre el terreno, preparar la abolicin y estudiar las otras reformas.La empresa fue censurada por los sectores ms radicales del repu-blicanismo, que no vean en ello sino un aplazamiento innecesario delas reformas. El ministro lleg a La Habana tras el inicio de la crisispoltica y diplomtica originada por el apresamiento del Virginius. Allle sorprendi el golpe de Pava 21. Al margen de la relevante dimensininternacional, el conflicto evidenci el desencuentro entre la Repblicay una Cuba donde se haban cobijado las fuerzas opuestas a la Revo-

    20 Sobre estos grupos republicanos de Cuba, ROLIJI\, l., La Repblica, y CASANOVASCODI'

  • 44 Ins Roldn de Montaud

    lucin. La reaccin triunfante en Ultramar no limit su accin al mundocolonial 22.

    El republicanismo espaol y la autonoma colonial

    Los primeros aos de la Restauracin fueron para el republicanismoespaol expulsado del poder aos de destierro y represin. Fraccionadoen distintos grupos, apenas se ocup el problema colonial, que se ausentade sus documentos programticos 2:1. Sin embargo, en breve se modi-ficaron las circunstancias: en la Pennsula la llegada de los fusionistasal poder en 1881 facilit la actividad de los grupos republicanos; enCuba en 1878 un pacto haba puesto fin a la guerra comprometiendoal gobierno a transformar el rgimen colonial. El momento pareca puesfavorable para que la oposicin republicana planteara nuevamente lacuestin colonial. La incorporacin de Cuba al rgimen parlamentarioprevista en la Constitucin de 1876, sobre la base de un sistema electoraldiseado para facilitar el predominio de los conservadores cubanos;la aplicacin en las Antillas de las leyes de rgimen local peninsulares,con modificaciones que dejaban a ayuntamientos y diputaciones sujetosa unos gobernadores generales con facultades extraordinarias, y la apro-bacin de leyes orientadas a preservar aquellos mercados fueron elresultado de una aplicacin mezquina de lo acordado en el Zanjn.Un respeto a lo pactado hubiese llevado a Cuba el rgimen que losradicales haban puesto en vigor en Puerto Rico, suspendido en 1874.

    Firmada la paz, comenzaba en Cuba una activa vida poltica entorno a dos partidos locales. El Partido Liberal Cubano se pronunciinicialmente por la asimilacin, llevando muy pronto a su programala exigencia de un rgimen autonmico. Reclamaba la abolicin dela esclavitud, la identidad de derechos civiles y polticos y toda ladescentralizacin poltica y administrativa compatible con la unidadnacional. La autonoma implicaba el libre desenvolvimiento de los pode-res locales respetando la soberana nacional. En 1878 se organiz tam-bin la Unin Constitucional, un partido que aspiraba a desarrollar

    22 ESPADAS BUKCOS, M., Alfonso XII y los orgenes de la Restauracin, Madrid, 1975,pp. 271-301.

    n THAS VEJAHANO, J., ,

  • El republicanismo espaol y el problema colonial del Sexenio al 98 45

    las relaciones entre metrpoli y colonia conforme al principio de laasimilacin. Desconociendo las peculiaridades de la colonia, la asi-milacin tenda a confundir colonia y metrpoli llevando a aqulla lasinstituciones metropolitanas. Implicaba un sistema de gobierno cen-tralizador, defendido por liberales y conservadores como el mejor modode mantener la integridad nacional. Tras esta doctrina se esconda,en realidad, un deseo de mantener el orden colonial existente sin cambiossustanciales, pero con un aparente carcter reformador.

    Las mltiples diferencias de las diversas familias republicanas encuanto a la concepcin del Estado se reflejaron en unas distintas opi-niones sobre el principio que deba presidir las relaciones entre metrpoliy colonias, orientndose los distintos sectores bien hacia frmulas des-centralizadoras, bien hacia posturas asimilistas. A principios de losochenta, si bien el republicanismo aceptaba la primera parte del pro-grama autonomista -la identidad de derechos civiles y polticos-,la mayora de los grupos rechazaban la autonoma. Entre el Zanjny el Baire fue producindose un desplazamiento hacia un mayor com-promiso con los postulados autonmicos, sentido en el que -a ritmodistinto y por distintas motivaciones- transitaron tambin los partidosdinsticos.

    Con la llegada de la representacin cubana a las Cortes la cuestincolonial volvi a un primer plano. El 24 de febrero de 1880, al hilode la discusin del primer presupuesto cubano, intervino Labra ase-gurando que la frmula asimiladora de la Revolucin de Septiembreera insuficiente; de ah que (contra la opinin de muchos de sus amigosrepublicanos) levantara la bandera de la autonoma como solucin inme-diata y prctica para las Antillas 24. Era pues inevitable que los partidosrepublicanos se pronunciaran sobre el problema ultramarino. En 1880el Partido Democrtico Progresista, surgido del acuerdo entre Zorrilla,Salmern y grupos de federales orgnicos de Figueras, haca pblicasu opinin. El statu quo y el aplazamiento haban producido frutosamargos (la guerra), de modo que haba que decidirse resueltamentepor la libertad, llevndo


Recommended