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BIBLIOGRAFÍA DE - cultura.gob.sv · petrograbados del lago de Güija, su ternura y el acen - ......

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EDITORIAL

BIBLIOGRAFÍA DE RICARDO LINDO

4

7

ENSAYOS

NARRATIVAY TEATRO

CRÍTICALITERARIA

CRÍTICADRAMATÚRGICA

CRÍTICAPLÁSTICA

REMEMBRANZAS

ILUSTRACIONES E ILUSTRADORES

Comentario sobre el libro Bello amigo,

atardece…rafael

menjívar ochoa

adiós a riCardo lindo, último señor de los

mareselena

Salamanca

riCardo lindo en el alba de los

mileniosÉlmer l. menjívar

Cenizas del poetamario noel

rodríguez

Cuando yo tenía unos veinte años

lauri garcía dueñaS

SUMARIO

59

60

69

76

77

PÁGINASINTEMPORALES

la herenCia inédita de

riCardo lindoalexanderhernández

madrugadamemoria...y más

silenCios...humo solo

olvido en la nubeQueda tu voz

rumor

salteriosandez Cuarta

sandez póstuma

PoemaS inÉditoS:

relatoSinÉditoS:10

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31

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3436

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48

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24

30 58

78

80

AUTORAS, AUTORES

una apreCiaCión de experienCia

Compartida Con riCardo lindo

claudia ramírez

moros y Cristianos: Continuidad

soCioCultural en la identidad indígena

carloS Benjamín lara martínez

unos Cuentos de riCardo lindo

ricardo roque BaldovinoS

algunos apuntes sobre el aSeSi-nato de ÓScar

Wilde de riCardo lindo

roBerto SalomÓn yalejandro

cÓrdova

riCardo lindo pintor

aStrid Bahamond

Capítulo déCimo: Con Clases de

leCtura

Capítulo vigésimo terCio

el ahorCado

halloween

miCromemoriasde un fumador de

CinCo déCadas

papá oto y mamá oto

el asesinato de ósCar wilde

teatro:

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Este número monográfico de nuestra re-vista va dedicado a Ricardo Lindo, quien fue su director durante la segunda y ter-cera época desde 1994 hasta 2009, y

desde 2010 hasta 2016, respectivamente. Su fallecimiento, el 23 de octubre de 2016, dejó un puesto insustituible en la historia de la cultura, el arte y la intelectualidad salvadoreña.

La distribución del contenido de este número está dirigida y diseñada por la misma producción de Ricardo Lindo. Cada artículo contiene en sín-tesis la creatividad del editor, poeta, cuentista, dramaturgo, antropólogo, pintor, arqueólogo e historiador del arte precolombino. La multifacé-tica producción de Ricardo Lindo será acompa-ñada por textos críticos de especialistas, a quie-nes les agradecemos su amable colaboración: Ricardo Roque Baldovinos, Roberto Salomón, Claudia Ramírez, Carlos Lara Martínez y mi per-sona. Asimismo, se añaden remembranzas con-memorativas de escritores amigos y discípulos: Elena Salamanca, Élmer L. Menjívar, Lauri García Dueñas y Mario Noel Rodríguez.

El formato y el contenido de esta edición será el que iniciamos junto al Comité Editorial en 2017. El perfil multivalente del poeta nos guia-rá para dar inicio a una nueva etapa que está destinada a la multidisciplinariedad del arte salva-doreño, es decir, la proliferación de las distintas expresiones en las últimas décadas es notable, un epifenómeno como Ricardo Lindo, quien es artífice de muchas disciplinas, no se da sino en un siglo en la historia de las artes. Sin embargo, nos inspirará a auscultar la situación real de las mismas, éstas adolecen de un corpus crítico que les custodie. A la situación contemporánea de las

artes y de su status, sea mayor o aplicado, popular o artesanal, se les debe el escrutinio que desglose cada uno de los lenguajes con las que estas diversas manifestaciones artísticas están compuestas, con el objetivo de acercar al público que las consume a las formas intrínsecas estéticas y a sus significados pro-fundos.

Conocí a Ricardo Lindo en 1985, en una visita de turismo que hice a El Salvador, ya que en ese enton-ces estudiaba y vivía en Praga. Lo visité en la Sala Na-cional de Exposiciones “Salarrué”, la cual dirigía, y me habló de un libro que estaba escribiendo sobre los petrograbados del lago de Güija, su ternura y el acen-to afrancesado, grave y lento con el que tejía sus atina-dos juicios con conocimiento de causa sobre el arte nacional y mundial me estremecieron e impactaron. Tres años más tarde, en 1989, lo visité de nuevo en su lugar de trabajo y me obsequió su libro La Pintura de El Salvador, en ese momento Ricardo estaba curando una exposición pictórica retrospectiva de Bernardo Crespín, lo cual fue para mí una atrayente sorpresa: el hecho de conocer a un artista “contemporáneo compatriota” que pudiera haber estado en cualquier museo o galería de primer mundo por la excelencia y originalidad de su obra. Esto despertó en mí la cu-riosidad de indagar más sobre el arte salvadoreño y hacerme cómplice y eterna amiga de Ricardo, quien no solamente me lo demostró con su peculiar gene-rosidad, sino que lo admiré con gran respeto por su bagaje cultural, su sabio sentido psicológico de los fe-nómenos humanos e históricos y, por supuesto, por su capacidad de aprehender, hacer, crear y recrear todo un mundo artístico del que había sido juez y parte. Textualmente cito las últimas frases que el in-telectual me confesó en sus últimos días de descanso en esta tierra:

ARS Nueva eraNúmero 11, Año 2017

ARS, Revista de la Dirección Nacional de Investigaciones

en Cultura y Arte de la Secretaría de Cultura de la Presidencia.

ARS, arte en latín. Fue el nombre de la revista de laextinta Dirección de Bellas Artes.

Retomamos el títuloy retomamos, en la medida de

nuestras fuerzas, algo de la fe que la hizo crecer.

SECRETARIA DE CULTURA Silvia Elena Regalado

DIRECTOR NACIONAL DEINVESTIGACIONES

EN CULTURA Y ARTECarlos Pérez Pineda

DIRECTORA DE ARSAstrid María Bahamond

COMITÉ EDITORIAL DE ARSAlexander Hernández

Harold SánchezGabriela MoránÓscar Meléndez

Guillermo CuéllarMario Noel Rodríguez

COORDINACIÓN EDITORIALHarold Sánchez

CORRECTOR DE ESTILOAlexander Hernández

DISEÑO Y DIAGRAMACIÓNGabriela Morán

Las opiniones vertidas en ARS son deexclusiva responsabilidad de sus autores.

El contenido de esta revista puede serreproducido total o parcialmente citando

la fuente.Secretaría de Cultura de la Presidencia,

Dirección Nacional de Investigaciones enCultura y Arte

Centro de Gobierno, San Salvador.

ED

ITO

RIA

L Me voy de este mundo, sin la menor de las pe-nas, pues he hecho lo que a cualquier humano le hubiese apetecido hacer: crear un mundo alterno maravilloso y poseer el gran privilegio de haber cosechado amistades con gente ex-traordinaria como tú, Astrid María…

Lo cual me partió el alma y lloré ante aquél que con valentía y resignación se enfrentaba a la muerte.

En 1993, después de los Acuerdos de Paz, regresé a mi país, uno de mis principales referentes y amigos era el escritor, con quien nos encontrábamos fre-cuentemente en exposiciones de arte, conciertos, obras de teatro o tomábamos un café para cono-cernos más… ambos nos sentimos completamente identificados, le atrajo sobremanera mi experiencia vivencial y académica, no obstante, para mí, tener la dicha de ser amiga del hijo del gran poeta salvado-reño Hugo Lindo, con quien Ricardo no pudo tener mejor maestro y con quien, gracias a la trayectoria de éste como escritor y diplomático, padre e hijo vivieron experiencias contrarias, pero igualmente contundentes en arte y cultura: Chile, Colombia, España, Francia; el hijo como estudiante y agregado cultural. Sin embargo, para mí, dicho privilegio fue incomparable.

Astrid Bahamond.

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Ricardo Lindo nació el 5 de febrero de 1947 en San Salvador, estudió la primaria en Chile y la se-cundaria en Colombia. En 1962 dio a conocer sus primeros poemas con “Cantos del extraño Orien-te”, en la Revista Cultura, en la cual pasó a colaborar permanentemente. Un año después, en 1963, pu-blicó un relato breve en la revista La Universidad de la UES, mismo año en que se graduó de bachiller. En 1964, viajó a España a cursar estudios superiores de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid. Seguidamente, cursó la carrera de Publicidad, de la cual se graduó en 1968. En ese mismo año se tras-ladó a París a estudiar Psicología, graduándose en el año de 1974 de la Universidad de la Sorbona. Du-rante esa época, en nuestro país obtuvo una men-ción honorífica en el Concurso del Premio Nacional de Cultura de El Salvador con su cuento Equis, equis, equis (XXX). Su poema en prosa “Ricardo Avis in terra” fue publicada en 1972 por la DPI, en él utilizó el pseudónimo Ricardo Jesurum. Desde su retorno a El Salvador (1978) se le otorgó la dirección de la Sala Nacional de Exposiciones y la Escuela Nacional de Teatro del Centro Nacional de Artes. En 1994 dirigió en su segunda época la revista ARS, cuya ter-cera época inició en el 2010. Además, incursionó en otras áreas como la docencia (Universidad Centro-americana “José Simeón Cañas”, UCA; Universidad Dr. José Matías Delgado y en el CENAR), guionismo televisivo y curadurías de artes visuales.

En sus últimos años, además de la dirección de la revista ARS, se encontraba realizando una investiga-ción biográfica sobre su padre, Hugo Lindo, en el marco del centenario de su natalicio (1917-2017).

Narrativa

1968 - Equis, equis equis (XXX)

1987 - Cuentos del mar

1990 - Lo que dice el río Lempa

1996 - Tierra

1998 - Participación en Cuentos y leyendas de amor para niños

1998 - Arca de los olvidos

1999 - El canto aún cantado

2001 - Cuscatlán de las aguas azules

2001 - Oro, pan y ceniza

2003 - Cuscatlán aux Bleues

2014 - Sigue, vivito y coleando

Teatro

1984 - Ajedrez

1994 - El nacimiento de la flor

2000 - Historia del barco embrujado

2002 - La burra de Suchitoto

2003 - 400 ojos de agua

2004 - Tía Bubu, Tita y Lipe en el reino de Epaminóndas

2007 - El asesinato de Óscar Wilde

2009 - Prudencia en tiempos de brujería

2009 - Versión del Lazarillo

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Poesía

1972 - Rara avis in terra

1981 y 1983 - Jardines

1985 - Las monedas bajo la lluvia

1988 - El señor de la casa del tiempo

2000 - Alba de otro milenio

2004 - Injurias y otros poemas

2010 - Bello amigo, atardece...

Ensayos

1989 - Morería de papel

1991 - El esplendor de la aldea de arcilla

1992 - Las estrellas y las piedras

Traducciones

Memorias de Oppéde. Consuelo Suncín

El médico a palos. Jean Baptiste Molière

Malditos, decadentes, simbolistas. Charles Baudelaire

El Principito. Antoine de Saint-Exupéry

Investigación

1980 - La Pintura en El Salvador

2016 - José Jorge Laínez, escritor olvidado (inconclusa)

Reconocimientos

Premio de Cultura “Lic. Antonia Portillo de Galindo” 2015-2016. Especialidad Litera-tura: Cuento.

Revistas

ARS Nueva Era (números del 1 al 10, DNI), disponibles a través del enlace: https://issuu.com/arsrevista

Artículos, críticas y otras publicaciones

“Moros, cristianos y brujos en San Antonio Abad”. Publicado en Religiosidad popular salvadoreña, DNI, 2015.

“Arte rupestre en Corinto, Morazán”. Publicado en revista Identidades, número 1. DNI, 2010.

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Esta recopilación de textos inéditos de Ricardo Lindo es sólo una muestra del nu-meroso y complejo trabajo

literario al que nuestro autor esta-ba dedicado permanentemente. En ese sentido, la presente selección -que amablemente me encargó la DNI- busca mostrar la mayoría de las temáticas y estructuras re-currentes en el hacer literario de Ricardo. Este homenaje póstumo se compone inicialmente de textos poéticos, la mayoría pertenecientes a poemarios ya orquestados con miras claras a una publicación. En la parte dedicada a la narrativa se incluyen varios relatos breves, los cuales están enlazados temática-mente con un aire juvenil, como El Príncipe de la Atlántida. Además, se presenta un fragmento de El asesi-nato de Óscar Wilde, obra drámatica que ya fue montada en escena pero aún no publicada en físico. Final-mente, la selección cierra con dos memorias de nuestro escritor, cuya naturaleza obedece a sus años en Europa y al recuerdo de los abuelos de su padre.

Estamos conscientes de que la obra inédita de Ricardo Lindo merecerá una labor mayormente exhaustiva, lo cual conllevará a seguras publicacio-nes que vendrán a enriquecer más su legado literario.

AlexAnder Hernández

Dejamos claro, pues, nuestro agra-decimiento y admiración a Ricardo por su obra tan vasta y necesaria en nuestras letras nacionales, pero so-bre todo por su dimensión humana y espiritual.

La herencia inédita deRicardo Lindo

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I

Visitado en el aire por un canto lejano1

oigo rumor de mar,

oleajes

de lo desconocido.

Pan de antiguos misterios

dora

la larga mesa

leñosa y ruda

bajo la bóveda

y la luz de la llama

hace temblar el gesto de las sombras.

Tras las montañas que un claror perfila

hay gran silencio:

un Dios está naciendo.

II

El año sin memoria

vuelve a nacer,

voz de las mudas piedras

en la alta montaña.

Un Dios antiguo vuelve

en su círculo eterno,

anillo puro de la luz.

Un hechizo de razas que fueron

lo convoca.

MA

DRU

GA

DA

Título: Actuó movido por el frenesí de la inspiración...

Tamaño: 80 x 60 cm. Técnica: Acuarela

Año: 1994

1 Todos los textos inéditos se presentan tal como Ricardo Lindo los dejó al momento de su partida.

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(…)

III

Y fuimos los primeros en la tierra de las grandes rocas

de las enormes rocas como antiguas bestias de piedra

y con ellas hicimos nuestro calendario

mirando al horizonte de montañas

donde el sol se hunde.

Y fuimos los primeros en la tierra de los grandes pinos,

de los hongos que fosforecen

y en el altiplano contra el mar de montañas

navegamos ilusoriamente, los hongos ayudando,

en los inmensos barcos de piedra.

En la proa de la más alta y fuerte nave, el astrónomo

indicaba los rumbos a seguir:

hacia adentro, hacia adentro,

hacia adentro del alma de los tiempos,

hasta las estrellas y la noche

hacia el árbol de estrellas que la noche despliega

y cuyo tronco es un inmenso imán en medio de la noche

que hace girar la rueda de las constelaciones.

Hacia adentro del mar, hijos del aire,

(nosotros nos llamábamos hijos del aire)

alzando el estandarte de entretejidas plumas

de muy preciosas aves cuyo vuelo honra al viento.

Hacia adentro, hacia adentro, soñadores,

(nosotros nos llamábamos hijos del sueño)

hacia la honda caverna de los sueños

MEMORIAa donde la simiente de la sabiduría,

donde las altas magias

crezcan del sol que muere hacia la noche,

crezcan y fortalezcan, crezcan sean,

entre las ronroneantes abejas de los astros.

Una navegación alta de nubes,

un navío de nubes nos engendra

y de alucinaciones un tesoro creamos,

soñadores del aire, hijos del sueño,

y si la lluvia y si las vastas lluvias

y sólo entonces, hijos de las ramas

del árbol incesante de los relámpagos

(nos llamábamos hijos del relámpago)

y si la lluvia, las inmensas lluvias

donde habita el relámpago,

entonces en profundos naufragios sin edad,

luz de los altos mares, luz de las altas aguas que un trueno anuncia,

entonces vamos a los vastos olvidos, al hondo sueño de los soles idos.

Detrás del horizonte donde algo empieza,

un algo

del que nada sabemos.

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I

Esta música extraña

mueve el aire de lluvias,

labios de sortilegios

trazan ramas,

mencionan ramas y ya son.

Cuántas lluvias

hacen falta esta noche

para llegar a ti.

Muero siete silencios

y dices:

No se puede, estoy lejos.

II

Ah, no importa que nadie nos quiera ya,

que todo haya sido sombra

y que la sombra

crezca por dentro,

tan por dentro.

La hora

tañe la campanada de lo lejano

y el viento sólo trae

silencio,

y es bueno estar contigo,

silencio, viejo amigo.

III

Cómo puedo alejarme ya

venciendo

desde el silencio todo lo que fue,

olor de hojas de yerba

que queman en la noche.

…Y MÁS SILENCIOS…

Título: Señor CrepuscularTamaño: 30 x 40 cm.

Técnica: ÓleoAño: S/F

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Poema de la taza de café

en la mañana de los años grises

a la orilla de un río imaginado

que va al mar de las latientes olas grises

de una fría mañana de invierno de otra latitud

que un mapa no consigna.

Las palabras azules se enredaban con las palabras grana

en el hondo lecho del río

y el humo circular desenroscándose

del brocal de la taza de cerámica negra

cuando ya el horizonte.

Leves horas teñidas de azulidad

van al olvido.

Vuelven de los sarcófagos lacustres

fantasmas de algas en yodo, en amargor, en fósforo,

y se va todo aquel extrañado silencio de las vastas estancias

por rutas ya sin nombre

y quedan más calladas aún sin su silencio.

Enredadas palabras

hacen crecer un canto que no dice nada

y nada quiere ya decir,

como la arena que sólo arena es y se va con el viento o

humedecida de olas retiradas queda

astillada de estrellas.

Un canto es este canto.

Sólo un canto,

un canto hecho de nubes que pasaban un día

por el acantilado de basalto

y envolvían en lienzos,

blancos lienzos de niebla,

agua del aire,

los pinares sombríos.

toda la lejanía,

el humo

surgiendo del brocal de la taza de cerámica negra

era fría niebla en los pinares que inventaba la memoria,

ese bosque de pinos de esponjoso,

húmedo suelo de doradas agujas y piñue las caídas,

creado solitariamente para un canto

sólo hecho de palabras que se enredan

como se desenredaba gris el humo

desde el brocal aquel,

del café aquel,

de aquella taza de cerámica

donde cabían todas las palabras

y un poco, un poco de café,

única taza de cerámica

semejante a otras tazas de cerámica

por milenios y por milenios,

incubando en su seno

un poema sólo hecho de palabras irrepetibles

que se repiten siempre,

HUMO SOLOsiempre,

siempre.

En el agua del viento que se fuga,

con el pincel de una sola rama

escribe el añoso árbol malherido

un canto.

Después la hoja del pincel se desprende.

Era la hoja última.

Cada quien tiene en niebla su parte de fantasma

Suyo ya fui,

ya estuve entre los vivos

y me disuelvo en la fresca penumbra

como una absolución de haber hecho o deshecho.

Mucho nació de tan alta distancia.

(...)

En el columpio donde se columpiaban los niños

hay ahora un silencio

y el viento hace chirriar los viejos goznes.

Yo recuerdo que todo lo he olvidado,

el cobertizo de los inciertos cachivaches,

el crepúsculo al fondo del espejo,

y esa única nube que olvidé para siempre

donde cabía todo el cielo del mundo

y como ya he olvidado hasta mi nombre

me pondré uno cualquiera

para ir por la calle con un paraguas roto

una tarde de lluvia

y contaré mi historia a los pasantes

que no me escucharán

porque están apurados y van lejos y llueve,

y quién querría oír, en realidad,

la historia de una nube que no existió jamás.

He de inventarlo todo

pues no tengo una historia

(la historia de esa nube que no existió jamás).

He de inventarlo todo

pues es larga la lluvia que en los cristales sucios

traza sinuosos derroteros.

Caen todas las tardes y todas las estrellas.

Vienen de aquella nube que no estaba en los libros

ni estaba en las palabras.

Yo quise retenerla y envolverla en mis versos,

y no quedó la noche

pero quedó su aroma.

OLVIDODE UNANUBE

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Una fatiga de oros gobierna mi silencio,

una fatiga

de mil años de angustia, de terror y silencio,

de muerte de oros lentos de crepúsculos.

Pero queda tu voz,

Padre,

en los libros,

sólo la voz

que en el alma persiste.

QU

EDA

TU

VO

Z Hace rumor de viento entre las hojas.

Luz de los días venideros viene

volando por el aire.

Hay sueños de esperanza en el aire que vuela.

Es la gentil mañana que precede

todo,

osea,

tu venida.

Ha envejecido el alma lentamente.

Ya se parece a todo lo que muere

y a todo lo que nace lentamente.

Blanca es la luz y azules las estrellas.

Bello es el mar que hace girar la tierra,

bella la luna que alza el horizonte

y los peces que vuelan en el agua

y ya puedo morir

y decir a la lluvia, al viento, al mar,

a la luna, a la estrella,

a las plantas, al mar,

escuchen:

los amé.

Textos extraídos de Tinieblas 2, poemario inédito.

RU

MO

R

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Avena del monasterio

y ave del salterio.

Una inicial de oro y lluvia

sobre las siembras,

raíces

de viejos árboles

agrietan

las baldosas del viejo monasterio.

Creer en las palabras

cuando ya sólo eran palabras sin ideas.

Creer en las palabras

sólo porque son bellas las palabras.

El monje ante el salterio abierto:

una imagen de cera

de un tiempo ido hace tiempos.

Gorrión del monasterio

come la avena que él dejó.

Y después yo me iba volviendo viejo y después mucho más viejo que el más viejo. Dentro de dos milenios habré alcanzado la edad de cinco años, lo cual es una suma considerable, fuerza es reconocerlo. Me montaré en un caballito de madera. Redactaré mis memorias.

SANDEZ CUARTA

SALT

ERIO

Esta es mi última voz.

Pues en todo

fui defraudado

y procuré ser justo.

Regreso por mi mano a la presencia

de aquél que nos creó,

infringiendo sus leyes.

Voy no a rendir cuentas: a pedírselas.

Textos tomado de Sandeces, poemario inédito.

SANDEZ PÓSTUMA

Título: La placa conmemorativaTamaño: 80 x 60 cm.

Técnica: ÓleoAño: 1996

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A inicios del año 2010, tuve la oportunidad de conocer a Ricardo Lindo. Mi prime-ra impresión fue la de co-

nocer a un niño curioso, sonriente y tímido. De manera no oficial se adhi-rió al proyecto del sitio arqueológico de la Gruta del Espíritu Santo. Lo que más me sorprendió fue la emoción con que se refería al sitio, la curiosi-dad que todo despertaba en él.

En la Gruta del Espíritu Santo se emocionaba muchísimo al observar las pictografías, la interpretación que él les daba y las ideas que surgían con el fin de documentarlas, para lo cual se hizo acompañar de fotógrafos para ayudarle a realizar su investigación.

Con el paso del tiempo y las con-versaciones en la casa del proyecto, llegué a conocer a Ricardo Lindo como un alma muy genuina, su co-razón no albergaba maldad. Habla-ba con franqueza de su vida, de su legado familiar y de sus amigos más cercanos.

También llegué a ver a su lado al Ri-cardo Lindo extraordinariamente di-vertido, ocurrente y hasta irreveren-te. Un alma con mucha tranquilidad, con el don de escuchar y debatir. Una persona sin ínfulas que le gustaba conversar de muchos temas sin aires de grandeza o de superioridad, aun-que su vida había sido increíblemente rica en experiencias y aprendizaje.

ClAudiA rAmírez

La partida de Ricardo Lindo, su legado y la amistad brindada por él, me hizo reflexionar sobre la forma en que muchos observamos el día a día. Hasta la fecha no he conocido a nadie que se maraville tanto por una pictografía, por el color de una flor, o por un simple relato que escuchó en algún lugar.

Esa forma genuina de ver, vivir, sen-tir y experimentar el mundo como un niño intensamente maravillado por la vida. Así recuerdo a Ricardo Lindo.

Una

Ricardo Lindo

apreciación de experiencia

compartida con

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Fotografía por Augusto Vásquez

Fotografía por Augusto Vásquez

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La identidad sociocultural de di-versos pueblos indígenas de El Salvador (Santo Domingo de Guzmán, San Antonio Abad y

otros) tiene como una de sus prácti-cas culturales fundamentales La Dan-za de Moros y Cristianos, la cual fue estudiada con mucho detenimiento por parte del escritor Ricardo Lindo Fuentes.

Esta danza crea y recrea los valores de la identidad indígena, en el senti-do de que por una parte resalta la presencia de poblaciones nativas en nuestro territorio, por otra parte, es-tablece la continuidad de estas iden-tidades étnicas con un pasado lejano, con el origen de la sociedad mestiza salvadoreña.

En efecto, La Danza de Moros y Cristianos está asociada a la identidad de los pueblos indígenas, ya que re-presenta el proceso de sincretismo o hibridación sociocultural que estos pueblos han experimentado desde la venida de los españoles. Es una representación artístico-ritual que los conquistadores trajeron a estas tierras en el período de la Colonia, la cual fue adoptada por los pueblos indígenas e integrada a las celebra-ciones de las cofradías incorporando elementos de las culturas nativas, so-bre todo en la puesta en escena más que en los textos.

Estos textos corresponden al Siglo de Oro español, aunque muchos de sus personajes atañen al medioevo. No obstante, señala Ricardo Lindo:

Teatro escrito por monjes españo-les es también teatro indígena, pues fue modificado al ser adoptado y de tal forma se integró a la vida de nuestros pueblos que se convirtió en signo identitario.1

Pero el componente indígena está más presente en la puesta en escena, en la realización de la danza, la cual se lleva a cabo de la siguiente manera: se colocan dos filas, una de moros y otra de cristianos, y los danzantes bailan al ritmo del pito y del tambor chocando sus espadas.

En el caso de Santo Domingo de Guzmán, los moros están compues-tos por seis muchachos y una mu-chacha que representa a la princesa mora, mientras que los cristianos es-tán constituidos únicamente por seis muchachos. La danza se desarrolla en tres tiempos: primero los moros y los cristianos bailan entre sí, luego los moros bailan en bloque con los cris-tianos y, finalmente, cada uno de los moros baila con un cristiano, siempre chocando sus espadas. La danza fina-liza cuando la princesa mora se ena-mora de un cristiano y entonces con-vence a los moros de que se rindan y acepten el cristianismo.

Es claro que esta danza, como ya lo ha resaltado la antropóloga estadou-nidense Victoria Bricker a propósito del sur de México y Guatemala2 y mi persona,3 no representa las batallas entre árabes y españoles antes de la conquista de América, de las cuales los indígenas de Santo Domingo de

Moros y cristianos: continuidad sociocultural en la identidad indígena

CArlos BenjAmín lArA

mArtínez

Guzmán y de San Antonio Abad no tienen conciencia, sino las batallas entre los españoles e indígenas en la conquista de México y Centro Amé-rica, y por extensión las batallas de los mestizos y los ladinos en contra de los indígenas, como en el caso de 1932, en las cuales los indígenas han salido derrotados y los blancos (como los indígenas identifican a es-pañoles, mestizos y ladinos) han im-puesto su poder.

Pero la hibridación cultural de La Danza de Moros y Cristianos también puede observarse en las vestimen-tas de estos danzantes, sobre todo en las capas, las cuales son elabora-das por los propios historiantes, en ellas incrustan diferentes figuras de animales, querubines y hasta figuras actuales como el conejo Bugs Bunny. Ricardo Lindo también resalta los im-plementos, los cuales “están carga-dos de imaginación nativa”.4 El autor se refiere a las máscaras, los cascos, adornados de cruces y flores, figuras de animales y seres mitológicos.

Así, el proceso de hibridación so-ciocultural generado a partir de La Danza de Moros y Cristianos condi-ciona que esta representación artís-tico-ritual se constituya en uno de los símbolos más importantes para di-versas poblaciones indígenas actuales en El Salvador.

1 Ricardo Lindo, “Moros, Cristianos y Brujos en San An-tonio Abad”, en Religiosidad Popular Salvadoreña, Comp. Antonio García Espada (San Salvador, Dirección Nacio-nal de Investigaciones en Cultura y Arte, SECULTURA, 2014).

2 Victoria Bricker, Humor Ritual en la Altiplanicie de Chiapas (México, FCE, 1986); Victoria Bricker, El Cristo Indígena, El Rey Nativo (México, FCE, 1989).

3 Carlos Benjamín Lara Martínez, La Población Indígena de Santo Domingo de Guzmán. Cambio y Continuidad So-ciocultural (San Salvador: Dirección de Publicaciones e Impresos, CONCULTURA, 2006).

4 Ricardo Lindo, “Moros, Cristianos y Brujos en San Antonio Abad”, 127.

Valoración sobre el trabajo antro-pológico de Ricardo Lindo “Mo-ros, Cristianos y Brujos en San Antonio Abad”, 2014.

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Mientras cocinaba, Mirtala solía cantar canciones que eran como un plañido. Canciones de amores perdidos bajo la hojarasca, de amantes separados por la distancia o la muerte, de besos que se pierden en el aire sin hallar jamás su destino. Omar, entretanto,

ordenaba las hojas en botes de cristal que llevaban amarilladas viñetas con sus nombres en letras góticas. Por las tardes, Mirtala le fue enseñando una ciencia que incluso el gnoli ignoraba, la ciencia de leer las venas de las hojas. Si uno las interpretaba correctamente, lo cual era a veces un tanto difícil, podía leer: “Macerada y disuelta en sopa sirvo para los males de estómago”, o “Mezclada con pimienta y espolvoreada sobre un muñeco con el retrato de alguien puedo provocar al susodicho alguien una insufrible picazón”, o aún: “Cocida en sopa doy sueños benéficos. Comida en ensalada, causo la muerte. Fumada doy una paz azul que ilumina por dentro”. Pero esos men-sajes de las hojas no estaban en los botes ni se registraban en libro alguno y había que ser muy cuidadoso a la hora de interpretarlos y aplicarlos, pues una equivocación podía tener insospechadas consecuencias. Si, por ejem-plo, en vez de la hoja contra el dolor de muelas se daba al paciente la hoja que atrae los amores, el resultado no era que atrajese amores, pues el pro-cedimiento y el modo de administración eran diferentes, sino que pudiera ser que los dientes se atrajesen entre sí, cerrando filas, o bien que el dolor se convirtiera en un ansia indecible de morder la yugular del ser amado has-ta chupar la última gota de su preciada sangre. Estos errores no los cometía alguien con tanta experiencia como Mirtala, pero recordaba una vez que debió asistir como testigo a un juicio por vampirismo y modificó el criterio del jurado al demostrar lo antedicho con un ratón de laboratorio con las muelas cariadas. El acusado salió libre, pero la hechicera que pretendió cu-rarlo fue juzgada a su vez por mala praxis de su profesión.

Contaba esto Mirtala cuando sintió un crujido bajo su falda. Un huevo había estallado. De él salió un pequeño gnoli vestido como un hombrecito que los saludó con una reverencia y saltó por la ventana. Luego reventaron otros huevos de los que, al parecer, no salió nada.

–Son los gnolis de la telepatía –explicó Mirtala–. Son transparentes.

Omar pidió más explicaciones.

–Bah, todos somos algo telépatas –dijo ella–. Estamos rodeados por una telaraña magnética que ellos controlan, fabricando lo que llamamos coinci-dencias. ¿No has visto, por ejemplo, con cuánta frecuencia mencionamos a alguien que inesperadamente se asoma poco después?

–Sí –dijo Omar–. Recuerdo que una vez mi profesor me había puesto a leer una página de Don Quijote de la Mancha cuando un amigo llegó a interrumpir-nos; me llevaba de regalo un queso manchego.

Capítulo décimo: con clases de lectura

Relatos ineditos

de Ricardo Lindo

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Cae la noche en Manhattan y se alumbran como colmenas-lámparas los rascacielos. Un chico reconoce a Omar y se acerca.

–¿Cómo haces eso? –pregunta.

–¿Cómo hago qué? –responde absteniéndose de decir “entrometido”.

–¿Cómo vuelas? –pregunta.

–Es sencillo, –dice Omar, petulante–: soy el primer agnado de la Atlántida.

–Yo no hablo inglés –responde el otro.

Obviamente, los conocimientos del chico en materia de Derecho romano no iban muy lejos.

Ambos se detuvieron. Omar, porque hasta entonces advirtió que el mu-chacho le hablaba en español, lengua oficial en la Atlántida y porque entendió entonces que la lengua que escuchaba de continuo a su alrededor era inglés, que el gnoli le había enseñado como lengua muerta para leer a Mr. W. Sha-kespeare. El otro, porque a saber qué diablos era eso de “agnado”. Tomando la profesoral actitud del gnoli, Omar explicó que un agnado es un heredero del trono. El otro reflexionó, se admiró, puso después cara de desprecio, y dictaminó contundentemente:

–¡Esas son babosadas!

El baboso de Omar no se inmutó. Por respuesta, se quitó los ladrillos de los bolsillos y pegó un salto de quince metros de altura.

Capítulo vigésimo tercio

–Señor, usté Rey –rogó el chico–: no me vaya a hacer daño.

Omar rio y le dio la mano.

–Sabes –dijo Omar–, tengo hambre.

También el otro tenía hambre, pero no era aún la hora, explicó. Contrariando todas las leyes de la ciudad, una cocinera salvadoreña daba las sobras de la comida de un gran hotel a los sin casa, pero para eso había que esperar la medianoche.

–Debieras afeitarte –dijo Alexis–. Eres guapo pero te ves mal.

Omar se palpó las mejillas. Estaban cubiertas de ásperos canutos de barba. Se miró entonces en una vitrina. Su llegada allá afuera había provocado inesperados cambios. Ya era un hombre de vein-titantos años. Sólo en ese instante cayó en cuenta de que la demasiado larga ropa de la casa de las sombras le había quedado a la medida al salir del ascensor.

El chico era griego y a medias huérfano, con pa-dre en la cárcel en un estado lejano, y creció en una barriada latina conformada mayormente por salva-doreños. Por ello era su inglés pobre y defectuoso, y su español salvadoreño, bien vistas las cosas, no se parecía mucho al de don Miguel de Cervantes y Saavedra.

Llegada la medianoche, en el área de servicio del hotel, compartieron suculentos restos de “filet mignon” con papas horneadas. Lástima que no hu-biera comida chatarra…

El pequeño llevó después a Omar al parque don-de solía dormir. Era un inmenso jardín público y ha-bía que saltar una verja y eludir las patrullas. Vieron otros jóvenes que buscaban refugio, obviamente conocidos de Alexis. Se saludaron en silencio, al-zando la mano, y Alexis llevó a Omar a una gruta que llamó “su” gruta. Pese al extenso día fatigoso,

Omar tardaba en conciliar el sueño. Recostado sobre unos cartones, observaba el irregular techo de piedra. Y como tampoco Alexis dormía, Omar habló de los sueños.

–¿Sabes? –dijo Omar–, a ti ya te había conocido en un sueño.

Y le habló del niño de ojos claros ante la puerta cerrada.

–Es como si hubiera encontrado a un hermano –concluyó.

–A un hermano no –respondió el otro con aspe-reza, soltándolo.

Después se calmó y contó cómo, siendo muy pequeño, su padre, un griego borracho, estibador en el puerto, le pegaba siempre diciéndole que era malo. El bueno era su hermano gemelo, muerto al nacer. Alexis caminaba a veces dormido en las noches y despertaba de madrugada ante la tumba de su hermano perdido. No, no quería tener un hermano. Y peor si era bueno.

El irritable griego asesinó a su madre una tarde de celos y fue a dar a la cárcel. Solo, abandonado, sin saber más que griego ni conocer a nadie, Alexis se dedicó a vagar por las calles, a mendigar, a robar a veces. Pero las calles son pródigas y pronto se encontró con un grupo de salvadoreños con los que aprendió un español bastante elemental. Si el idioma de Alexis era más rico, era porque había visto que ciertos mecanismos transformaban va-rias palabras griegas en castellano.

Todos somos esencialmente egoístas. Mientras Alexis contaba sus recuerdos, Omar tornaba a los suyos, al padre que era sólo un variable retrato, a su madre que era de algún modo la dama blanca. Y Omar habló entonces de la Atlántida, aunque no de sus padres y esta vez el otro lo escuchó con asombrada credulidad.

Título: LaboratorioTamaño: 60 x 80 cm. Técnica: AcuarelaAño: 1999

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Me colgarán mañana. Son malvados. Escupen siempre. Ellos me subieron sólo para bajarme después a empujones y escupirme. Cuando me subieron me sentí dichoso, creí que se cumplían todos mis sueños. Mañana me subirán, pero de otro modo.

Son tontos y malvados. No saben nada.

Me gusta el calabozo. Se parece a mi casa. O sea, es de cemento húmedo y adentro no hay nada. Ni un catre. Ni un ratón. Sólo yo. En cambio ese cuarto donde me tenían, con una camota con colgajos y cosas doradas y sólo yo, me hacía sentir mal.

Me hicieron un juicio, dicen ellos, pero ya me habían enseñado mi horca. Dijeron que yo quería ser un rey. Están locos, nunca quise ser un rey. Los reyes están sentados en un sillón colorado y son aburridos. Yo quería ser un príncipe, porque los príncipes corren aventuras y matan dragones y rescatan princesas de las cuevas de los dragones y después se casan y son felices para siempre. Yo fui príncipe un rato, pero mañana seré muerto para siempre.

Hace frío aquí, pero cuando me preguntaron que quería cenar por última vez, yo, que casi nunca ceno, pedí una charamusca.

Capítulos extraídos de El príncipe de la Atlántida.

El ahorcado

Título: La muerteTamaño: 30 x 40 cm.

Técnica: ÓleoAño: S/F

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Claro que ya no puedo volver a ponérmelo, pero puedo escudriñar-lo, consultarlo. Pero no lo hago muy seguido. Hablo del regalo que me envió mi esqueleto para mi aniversario de muerte. Me enviaba mi corazón lavado con alguna fuerte sustancia que desconozco con

la inscripción “Aún palpita”.

Latía sí, pero a un ritmo extremadamente lento, una vez cada diez horas, más o menos.

Se lo agradecí enviándole un pequeño recuerdo que no recuerdo.

Mi corazón es bastante triste y evito consultarlo muy seguido. Puede darme problemas como cuando estaba vivo. Pero tiene partes frías. Lo ha de haber encontrado en algún lugar lejano y helado, me digo, porque antes no era así. Quizá lo halló bajo la nieve. Como fuera, mi corazón tenía un aire de casa desolada, abandonada largo tiempo atrás. En una esquina encontré un caracol marino fosilizado. Mi corazón no parecía advertir mi presencia.

Halloween

Tomado de Esqueleto esquelético y Michelle de Nostradamus.

Título: Luna llenaTamaño: 30 x 40 cm.

Técnica: ÓleoAño: S/F

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Memorias

Yo tenía diecisiete años y todo el mundo fumaba entonces en Madrid. Yo era un estudiante que por primera vez se alejaba de su familia y acababa de entrar a la universidad. Hice lo que todo el mundo: la cajetilla azul de los DUCADOS pasó a formar parte de mi vida. Los

niños bien de la calle Serrano (los aristocráticos “pijos” por contraposición a los plebeyos “gatos”) habían desarrollado un lenguaje: “Acelérame un cilin-drín”, “acelérame el cáncer”…

Fumaba el profesor, fumaban los compañeros, fumábamos en clase. Las delicadas volutas de humo se desenvolvían como lentos pergaminos miste-riosos hasta crear una copiosa nube de tormenta en el techo del aula, en todos los techos de todas las aulas de aquella universidad antigua, prestigiosa y rancia, donde enseñaban teología medieval a título de filosofía y donde ja-más se mencionaba al papá de la filosofía del momento, el buen señor Jean Paul Sartre, quien más allá de los Pirineos fumaba junto a su tasa de café con su discípula, alumna, seguidora, su amante, la filósofa del feminismo a quien las feministas aún invocan, Simone de Beauvoir. La dama sostenía un blanco cilindrín humeante como su tasa de café entre sus finos dedos largos y entre ambos había crecido (entre la dama y Sartre, no entre el cigarrillo y el café), el existencialismo como un hijo del espíritu. Pronto me harté de la arcaica universidad franquista y me fui a fumar al otro lado de los Pirineos, a la ciu-dad aquella, París llamada. Sartre me interesaba más y la vida intelectual allá era más atractiva. Sartre no es hoy muy leído pero lo cierto es que el exis-tencialismo hizo cambiar el mundo del pensamiento y mucho de lo que hoy vivimos no sería comprensible sin esa escuela. Pero sabios médicos nos hacen saber ahora que el humo afecta al sano funcionamiento del cerebro. Quizá por eso fueron tan tontos Sartre y Simone de Beauvoir, Winston Churchill y Mark Twain. En todo caso, tampoco lo hace a uno ni sabio ni inteligente, pero ayuda un poco. Cuando uno no sabe qué hacer y enciende un cigarrillo con frecuencia encuentra la solución. Como dijo el novelista norteamericano Norman Mailer, es “una pequeña herida en los pulmones que enciende una idea en el cerebro”. En lo que a mí respecta, años después, por consejo médi-co y a duras penas, me abstuve de fumar por un par de años. Entré en crisis. Después volví a hacerlo con tal desesperación que los compensé en un par de semanas. Había llegado a una sencilla conclusión: sin el cigarrillo no puedo escribir y sin escribir no puedo vivir. Entre mis pulmones y las letras, opté por

Micromemorias fumador de de un

cinco décadas

las letras. No ha cambiado mucho mi rutina, pese a nuestros padres de la patria, los legisladores, pues vivo bastante aislado. No aguanto mucho estar donde no se puede fumar y, en cuanto puedo, me voy con mis colillas a otra parte. El moralismo está muy bien pero tengo el vicio bastante arraigado y, de todos modos, ahora soy un viejo y los años que me quedan son sin duda menos que los recorridos.

Tomado de Humo.

Título: Las fábricas dieron en producción aquellos objetos tan extraños...

Tamaño: 60 x 80 cm. Técnica: Acuarela

Año: 1994

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La Unión era un pueblo pequeño, a uno de los extremos de un gran golfo azul, un golfo que da al océano Pacífico, donde se alzan aquí y allá islas e islotes verdes brillando como esmeraldas bajo un sol radiante. Ahí vivían sus abuelos y junto a esos abuelos vivían tres hijas, una de las

cuales estaba destinada a casarse con Óscar Lindo, su padre. Con mis herma-nos hemos procurado reconstruir esa prehistoria de nuestro padre, de la cual muy poco hablaba. De esos abuelos ni siquiera sabemos sus nombres sólo que él los denominaba Papá Oto y Mamá Oto. Los pongo en mayúsculas pues él los utilizaba como nombres. Mama Oto había nacido en Italia. Papá Oto era -creo- unionense y era “el” médico del pueblo. En realidad era el boticario y en aquellos tiempos era normal que un boticario recetara. En su farmacia se alineaban botes de cerámica en estantes de lustrosa madera, conteniendo polvos y yerbas medicinales, y poseía asimismo una pequeña balanza para medir las dosis y un mortero de bronce para hacer sus mezclas. Por entonces cada enfermo recibía una medicina personalizada que Papá Oto preparaba tras emitir su diagnóstico. Arturo, que vive en Italia, buscó en vano alguna palabra que nos llevara a Oto. No la encontró, ni sabemos de nadie que hable sardo. Mi hermana Matilde sugiere una alteración infantil de la palabra “otro” que perduró.

La casa de Papá Oto, bella y espaciosa, estaba en una esquina de la plaza del pueblo. La alcancé a conocer. Ignoro si aún está. Mi padre nos había llevado a conocer a sus tías, hermanas de nuestra abuela Matilde. Yo tendría menos de cinco años. Recuerdo que enfermé, quizá por el calor, y que sudaba hela-do, copiosamente. Las tías abuelas me hicieron acostarme en una hamaca y, herederas de la farmacia y de las artes de Papá Oto, me aplicaron un aceite en la frente y los témpanos y me dejaron descansando. Mecido por la hamaca que la brisa del mar movía, oía ese rumor de mar que se encuentra al origen de los versos de Hugo Lindo. Años después, mi hermano Arturo preguntó a la abuela Matilde si ella hablaba italiano y respondió que no, que en su casa se hablaba sardo. Mamá Oto era nativa de la isla italiana de Cerdeña. No creo que nuestra abuela Matilde hablara sardo, pero ha de haberlo entendido. Lo curioso es que Papá Oto sí lo había aprendido para comunicarse con su mu-jer. Mi hermana Astrid preguntó una vez a Hugo Lindo como es que su madre había venido hasta acá desde tan lejos. Él dijo que creía que había venido por-que su familia vino huyendo de algún problema. Algún problema muy grande tenía que haber sido, pues, cómo una familia italiana vino en un barco bor-deando toda la costa atlántica de América del Sur, atravesando el peligroso estrecho de Magallanes donde aún hoy se despeñan bloques de hielo sobre las embarcaciones, para remontar luego por la costa pacífica hasta llegar a un

Los abuelos

Papá Oto de mi padre:

Mamá Otoy

país del que presumiblemente jamás había oído hablar y decidieron quedarse en un pueblito marinero. Pienso en una de esas terribles “vendettas” que estaban ya arraigadas en la península italiana desde antes de los tiempos de Romeo y Julieta.

Mi hermana Astrid recuerda:

La tía Lety era viuda de un señor de apellido Mena, y tenía un hijo que se llamaba Jorge y otro que se llamaba Edgard (creo). Este último tenía un pro-blema parecido a la elefantiasis y tenía un pie enorme, tanto que sus últimos años los pasó en silla de ruedas. Vivían en Estados Unidos, creo que en Cali-fornia. En La Unión vivían la tía Mari y la tía Lina, creo que la última era la que se pintaba el pelo de rojo y no me acuerdo cuál de las dos era la viuda o si alguna lo era. Tenían una tiendita en La Unión y hacían flores de papel, no sé si todo el tiempo o sólo para el día de muertos.

Matilde, por su parte, recuerda que hubo una tercera hermana de la abuela que vivía fuera.

Cuando mi padre dio inicio a su último libro, DESMESURA, el año mismo de su muerte, dijo que iba a hacer su autobiografía en verso. Yo no había vuelto a abrir ese libro desde años atrás, pero pensé que ahí podría encontrar re-ferencias a Papá Oto y Mamá Oto, pero no. Comienza hablando largamente del mar y de ahí se va a su vida de adulto. En vano las he buscado en otros libros suyos. Papá Oto y Mamá Oto ingresaron al olvido sin obtener que los recordaran un par de versos del gran poeta Hugo Lindo. Pero, por de pronto, prefiero dejar esto entre paréntesis, por si encuentro algunos.

Tomado de una biografía inconclusa de Hugo Lindo.

Título: RecuerdosTamaño: 60 x 80 cm.

Técnica: AcuarelaAño: 1997

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PARA UN SÓLO PERSONAJE.

ENTRA EL ACTOR CON UN BALDE Y UNA PALITA Y VA HURGANDO EN EL SUELO.

Por aquí lo enterraron... (SACA UNA CALAVE-RA Y LA OBSERVA) No, no eres Óscar... tampo-co eres Hamlet. ¡Rodrigo! Sí, eres tú... Ay, Rodrigo, por qué tuviste que terminar de tan mala mane-ra. Te hubieras tragado tu orgullo y tus insultos, te hubieras ido con el alma más limpia. De qué te sirvió… Mira en qué termina todo... y lo ves, cuando moriste sólo nosotros dos estuvimos a tu lado... Pero bueno, dejemos esto. Es teatro, ¿sa-bes? Como dijo Óscar: Quizás la vida también sea sólo un teatro, un teatro donde nunca sabemos bien representar nuestros papeles.

Ya terminó tu papel. Y lo ves, pese a tu fanfa-rronería igual te comieron los gusanos. Y no fuiste grande como Óscar. Y nadie te recordará como a Hamlet, cuando nos hallamos ido los pocos que a pesar de todo te quisimos. Pero bueno, para mí nunca dejaste de ser aquel niño encantador que hablaba todo arrevesado... Pero soy un actor, y algo tiene la actuación de magia negra, pues re-vive a los muertos, los extrae de sus sarcófagos,

El asesinato Óscar Wildede

los desempolva y acicala... Es como una sesión de espiritismo. Por eso se apagan las luces del teatro.

Vamos, Rodrigo. Sonó ya la tercera llamada. Debo asistir a un juicio que sucedió hace mucho tiempo en la Inglaterra victoriana. Debo represen-tar a Óscar Wilde.

SALE Y REGRESA AJUSTÁNDOSE EL SACO DE WILDE Y PONIÉNDOSE LA CORBATA.

(….)

Actor: Distinguidísimo señor juez de su majes-tuosa majestad británica; honorables miembros del jurado: Han oído ustedes las acusaciones del fiscal, visto las pruebas en mi contra, escuchado a testigos empeñados en mi ruina, y bajo cuyas pa-labras se desliza la astuta serpiente de la envidia. Pues bien, emprenderé yo mismo la tarea de mi innecesaria defensa. Innecesaria porque leo en sus ojos ya escrita mi condena, e innecesaria porque me sé culpable del peor de los pecados: la ligereza. He entregado a lo fútil la abundancia de mi vida, que debió dedicarse por entero al arte haciendo a un lado el despilfarro mundanal. Pero es vano decir

que me arrepiento. No deploro ni un sólo instante de los que he dedicado al placer. Lo hice plenamen-te, como debemos hacer todo cuanto hacemos. No hubo placer que yo no experimentara. Eché la perla de mi alma en una copa de vino; descendí por el sen-dero de margaritas al son de la armoniosa música de las flautas; viví de panales de miel. Continuar la misma vida hubiera sido un error, pero abandonarla habría sido una limitación.

Algunos de ustedes recordarán una de mis fá-bulas: Un escultor crea en bronce la imagen del Dolor, que dura para siempre. Pasa el tiempo, y el escultor desea hacer la imagen del Placer, que dura sólo un instante. Pero se ha acabado el bron-ce, todo el bronce del mundo. El escultor funde la estatua del Dolor, y con el bronce de la estatua del Dolor, que dura para siempre, crea la estatua del Placer, que sólo dura un instante.

Y ahora, qué decirles. La otra mitad del jardín tendrá también secretos para mí. El jardín del do-lor tiene muros de piedra y suelo de piedra. Es el calabozo que ustedes me han preparado, y dentro del cual se ocultan horrores que aún desconozco.

Estoy, por tanto, condenado. Se preguntarán entonces por qué asumo mi defensa, por qué me empecino en hacerles perder su valioso tiempo en vez de aceptar que mis huesos vayan a dar direc-tamente a la cárcel. La respuesta es sencilla: quizás alguno de ustedes regrese a su casa cavilando des-pués de ver, por un rato al menos, la vida a través de mis ojos, la vida a través de mis palabras. Pero no. Los más irán a comer una buena cena que los hará eructar, y harán chistecitos obscenos de los cuales tendré el dudoso honor de ser el personaje principal. Después roncarán sobre almohadones de plumas, mientras las ratas corretean sobre la ta-bla que me servirá de colchón, y yo me sentiré me-jor que así, protegido por el silencio y la soledad. No tendré ya que soportar sus miradas condena-torias, ni sus burlas imbéciles, ni su fingida lástima, ni su fingido cariño, esa hipocresía más hiriente que el insulto, y si las ratas me lo permiten, podré so-ñar con bellos adolescentes en una luminosa playa.

Pero no... Sueño, sueño ahora. Sueño que uste-des existen, bien educados, calmos, ustedes que

ejercen sobre mí su mirada como un escupitajo, y sueño que yo existo.

Sueño...

Quizá soñé que fui un escritor famoso y feliz por cuyas manos circulaban adolescentes encantado-res... y sueño, sueño con un día en que no sea cul-pable el ser libre, y en que no sea culpable, al fin, amar.

He venido a hablarles del amor que se niega a decir su nombre. El amor que no se atreve a decir su nombre en este siglo es el de un hombre maduro por un hombre joven, como el que unió a David y a Jona-than, como el que inspiró la filosofía de Platón, como el que se encuentra en los sonetos de Shakespeare y Miguel Ángel, como el que colma mis propias car-tas... Nada hay en el contrario a la naturaleza. Es la más hermosa, la más fina, la más noble forma de afecto. (BUSCANDO SUS PALABRAS Y TROPE-ZANDO) Es intelectual y existe repetidamente entre los hombres maduros y los jóvenes... Es intelectual... (CARRASPEANDO) Perdón.

SACA UNA CARTA DEL BOLSILLO.

Te escribí una carta que nunca envié. Tú, hundi-do entre las sombras, sabrás que es para ti.

MIENTRAS LEE VA DISMINUYENDO LA LUZ.

Yavy, cuando recibas esta carta ya no te será po-sible responderla.

No te culpo por no haberme amado, pues eso no se puede ni se debe fingir.

Te amé, y toqué el cielo al acariciar tu cuerpo delicado que cedía a mi deseo por indolencia, casi por cortesía, sin comprometer sentimientos.

Pero supe cuánta es tu capacidad de lástima al verte cuidando de Rodrigo, y cómo la supiste ocul-tar para no herirlo más. Ni siquiera te alteraste cuando en sus últimos momentos te soltó aquella

(fragmento de la obra de Ricardo Lindo)

Teatro:

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andanada de insultos. Al contrario, bajaste solícito sus párpados.

Creo que llegaste a amarlo, y una vez que él mu-rió no tenías razones para permanecer a mi lado.

Pude dejar el país, pero mientras viviera en San Salvador todavía tenía la posibilidad de encontrar-te por la calle, de verte al menos.

Viví los meses que siguieron, los siglos que si-guieron, aferrándome a la idea de que quizá volvie-ras. Ya es demasiado tarde.

No eres la única razón de mi partida. Me era muy duro soportar, me es muy duro soportar, esas continuas burletas que se abaten sobre el gay de continuo, ese tratamiento hosco y despectivo de quienes se creen superiores a ti por ser hetero-sexuales o fingen serlo, esa burleta que los propios gays ejercen los unos sobre los otros señalando con el dedo para dejar patente tu condición ante desconocidos, o ante gentes que antes te trataban con respeto.

Al conocerte soñé que podríamos vivir arroján-dole a ese pequeño mundo nuestra felicidad a la cara. No fue posible mi sueño. Quizá lo sea en el futuro, para otros.

Cuando encuentro un sobre al llegar a mi aparta-mento me abalanzo pensando que pudiera conte-ner unas letras tuyas. Es otro recibo que no puedo pagar, es el aviso de que me cortarán la luz o una oferta de hamburguesas al dos por uno.

Pensé enmascarar mi suicidio contagiándome de SIDA, pero me lo impedía tu rostro grave y dulce grabado al fondo de mi pecho.

Rodeado por las deudas, por el escarnio y la amar-gura, pienso que puedo dar fin a mi vida sin que el Creador me juzgue con demasiada severidad.

Si esta noche, aunque culpable, llego a Su pre-sencia, llevaré como escudo el hecho de haberte amado.

TIRA LA CARTA AL SUELO.

PAUSA.

Señoras, señores: todo hombre mata lo que ama. Quizá no me he amado lo bastante a mí mismo como para darme muerte, pero quiero encender una vela en nombre de aquel amor que invocaba el gran Wilde y en nombre de una inmensa rabia de la que probablemente también ustedes deban sentirse responsables.

ENCIENDE UNA VELADORA Y LA DEPOSI-TA EN EL SUELO MIENTRAS RECITA:

Todo hombre mata lo que ama,

Unos con una palabra,

Otros con una lisonja,

Los cobardes con un beso,

Los valientes con una espada.

Pero todo hombre mata lo que ama.

Les ruego que se marchen en absoluto silencio, sin ningún aplauso.

TOMA LA CALAVERA.

Vamos Rodrigo.

SALE EL ACTOR ARRASTRANDO EL TREN-CITO, Y NO VUELVE A ENTRAR A ESCENA.

FIN

Título: Los jardines de la inquisiciónTamaño: 80 x 60 cm.

Técnica: AcuarelaAño: 1999

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Cruel es nuestra sociedad con los espíritus sensibles, tritu-radora de sueños, enemiga de vocaciones. Pero Ricar-

do Lindo encontró desde temprano el refugio de los libros, y de ese co-habitar con la palabra libre construyó su propio mundo, un mundo donde la imaginación, el amor, la solidaridad pueden sentirse sin tener que pagar tributo a los ciegos poderes. Es uni-verso creado a partir de una materia prima de citas y referencias eruditas. Pero no es mero escapismo; encuen-tra inspiración en la preocupación por una realidad que duele, a la que siem-pre nos regresa dotados con las armas de la inspiración.

Esta colección de relatos de distin-ta extensión y de diverso formato es una muestra del mundo que Ricar-do Lindo cultivó laboriosamente. Se revelan allí sus pasiones: la historia del país, verdadera o inventada; sus raíces judías; las diversas tradiciones literarias que amó. Allí se mueve con destreza y entreteje estos hilos de manera inesperada y hasta irreveren-te. La pasión por la historia del país, por la memoria del linaje familiar, no le hace temer el anacronismo. Así ocurre en “Palaciegos escándalos”, donde una imaginada corresponden-cia entre un alcalde mayor de Son-sonate y William Shakespeare nos transporta a un mundo donde pa-sado y presente se confunden. Algo similar ocurre en la serie de cuentos más breves que viene al final, donde un antepasado judío se da cita con los inmortales de Borges o diversas his-

torias inspiradas en distintos sucesos o personajes de la historia como los Reyes Católicos, el arzobispo Cortés y Larraz, el papa Pío VII.

Estas amplias licencias poéticas que el autor reclama delatan una pasión por la historia que no es mera nostal-gia, sino que aprovecha plenamente el poder del pasado para iluminar el opaco presente.

Con la misma facilidad que transi-ta del pasado al presente, se mueve entre la realidad y la fantasía. Escena-rios del mundo bohemio de nuestra ciudad con personajes y paisajes que recuerdan los universos soñados por Salarrué en O-Yarkandal se entremez-clan en El príncipe de la Atlántida. En esta novela corta donde marco y fic-ción se combinan para encarnar en un joven bohemio al príncipe Omar, personaje ideado para un cuento fan-tástico. Así, en una dimensión subte-rránea paralela a la prosa de la vida de nuestra sociedad, se afirma una libertad que, si bien elusiva, es imagi-nable, deseable, posible.

Ricardo LindoUnos cuentosde

riCArdo roque

BAldovinos

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Todo hombre mata lo que ama.

Óscar Wilde.

Inspirado por Óscar Wilde, figura fundamen-tal de la poesía contemporánea, Ricardo Lindo escribió esta obra para que fuera montada e interpretada por Francisco Borja. La puesta en

escena incorporó a espectadores en el escenario, ya que era el deseo de los productores que el pú-blico hiciera el papel del jurado. La obra expone los ataques al autor y éste se defiende y define su posición.

Muchos ignoran el hecho de que los juicios de Óscar Wilde fueron tres: en el primero, al autor lo demandó el marqués de Queensberry, padre de “Bosey” el joven amante de Wilde.

El marqués lo perdió. En el segundo juicio, el ju-rado no logró un veredicto. El tercero, que arruinó la vida del poeta, fue provocado por él mismo. To-dos sus amigos le habían rogado de no embarcarse en un tercer juicio que le traería la ruina.

El veredicto fue durísimo: dos años de trabajos forzados. Wilde salió de la cárcel de Reading, un hombre vencido; él, que había sido el celebrado au-tor más brillante de su época, murió poco después.

Ante los ojos de la moral del siglo XIX, el crimen de Óscar Wilde fue el de no esconderse.

Si se evitaba vivirlas públicamente, la sociedad victoriana no condenaba ni el adulterio ni la ho-mosexualidad. Esta hipocresía indignaba a algunos. Además, los Queensberry eran de la nobleza in-glesa, y Wilde era irlandés y defensor de la inde-pendencia de Irlanda.

La condena fue por “Gross indecency”, o sea: ul-traje a la moral.

Lo que hace Ricardo Lindo no es un homenaje, es más bien, un espejo para reflejar el dolor de ser sí mismo. Escribió una obra de teatro para un solo personaje inspirada en el suceso altamente teatral de 1895. A nivel técnico, el texto es una propuesta atrevida, porque el discurso del personaje va mu-tando gracias a elementos que el actor obtiene del público. El principal desafío de la pieza es la debili-dad en el desarrollo de las situaciones.

En este texto, Ricardo desemboca toda la pasión que siente por la vida y obra del poeta inglés. Una pasión que sólo puede surgir de la empatía, de ese tipo de vínculo entre un alma con otra que ofrece la literatura. Eso es honesto y la gran literatura está llena de honestidad.

La pieza El asesinato de Óscar Wilde fue uno de los varios esfuerzos de Ricardo Lindo por acercar-se al teatro. Lindo fue un autor prolijo, con una gran destreza en todos los géneros literarios. Su casa, la poesía, a veces no era suficiente. En este texto, Lindo quiso hablar de la hipocresía de la so-ciedad moderna que se escandaliza por un hom-bre que ama a hombres. Así, mediante un sentido monólogo de un personaje que es a veces el escri-tor, a veces un testigo, a veces un actor, Ricardo expresa lo parecido que es su dolor al dolor de Óscar Wilde.

roBerto sAlomón y AlejAndro CórdovA

Algunos apuntes sobre El asesinato de

de Ricardo LindoÓscar Wilde

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Las técnicas bidimensionales fue otra de las virtudes que nuestro amigo dejó plasmado en una serie de innumerables obras: acua-relas, óleos, acrílicos, tintas chinas… con

temas principalmente alegóricos a toda su cosmo-visión e imaginario mundo; maravillosas ciudades y arquitectura historicista, entre las más reiteran-tes. Cabe mencionar las obras alegóricas como: “Patria”, “Laboratorio” “La virgen de la chucherías abandonadas”, “El monstruo alado”. Obras urba-nas: "Ciudad episcopal”, “El reloj de la plaza vieja”, “Ciudad” y obras historicistas: “Azotea”, “Los jar-dines del imperio”, “La caída del imperio”, entre otras.

Los formatos son de mediana dimensión, cada imagen representada flota sobre un fondo límpi-do y blanco sobre papel, los óleos y acrílicos en cambio los distribuye encuadrados sobre lienzos sin margen.

La síntesis de su estética se concentró en la re-ducción de todo lo que vemos o distinguimos con nuestros ojos a los elementos visuales básicos, los cuales constituyen también un proceso de abstrac-ción que, de hecho, tiene mucha más importancia para su comprensión y la estructuración de sus mensajes. La abstracción requiere una simplicidad última: la reducción del detalle visual al mínimo irreductible: “Laúd”, “Ajedrez”, “La hoja seca”, “La muerte” y otros.

En cuanto más representacional sea la informa-ción visual que nos brinda Lindo, más específica es su referencia a la simbología, por ejemplo: “Sue-

ño”, “Recuerdos”, “Era un castillo a ningún otro parecido”, “Oh, cuán interesante es la vida de la naturaleza, dijo el filósofo” cuanto más abstracta, es más general y abarcadora su poética visual. En la abstracción realiza una simplificación tendente a un significado más intenso y destilado, como lo no-taremos en la mayoría de las acuarelas.

La información visual puede también tener una forma definible, bien sea mediante un significado adscrito en forma texturizada de símbolos, bien mediante la experiencia compartida del entorno que lo envolvía o de su vida misma.

Reticencia, simetría, equilibrio, unidad, profu-sión, espontaneidad, sutileza, sencillez, plano, re-dondez, secuencialidad, coherencia y economía son las características formales de su obra plásti-ca, elementos estéticos que describen el carácter apacible de Ricardo Lindo. Sin embargo, en otras obras son evidentes rasgos antagónicos a su per-sonalidad, donde sobresalen la inestabilidad, la fragmentación, la yuxtaposición, el “art-brut”, que no dejan de develar el lado irreverente del pintor. El alfabeto plástico describe con transparencia el alma y temperamento del poeta.

La expresión visual de Ricardo Lindo es el pro-ducto de una inteligencia e intensa sutileza -de la que sabemos poco- aun cuando lo que uno ve es una parte fundamental de lo que uno sabe de su filosofía, y su alfabetidad visual puede ayudarnos a ver lo que el autor ve y piensa, y a nosotros nos aproxima a saber lo que él sabía, lo que él sentía, sobre el arte y la vida.

Astrid BAHAmond

pintorRicardo Lindo

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Título: El monstruo aladoTamaño: 60 x 80 cm.

Técnica: AcuarelaAño: S/F

Título: El cambio de los tiemposTamaño: 60 x 80 cm.

Técnica: AcuarelaAño: 1996

Página izquierda Título: La virgen del jardín de los cachivachesTamaño: 80 x 60 cm. Técnica: AcuarelaAño: 1995

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Página derecha Título: El sol de Franz Kafka

Tamaño: 60 x 80 cm. Técnica: Acuarela

Año: 2001

Título: AzoteaTamaño: 60 x 80 cm. Técnica: AcuarelaAño: 1998

Título: IslaTamaño: 60 x 80 cm. Técnica: AcuarelaAño: 2001

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Página derecha Título: Zoo

Tamaño: 80 x 60 cm. Técnica: Acuarela

Año: 1996

Título: El reloj de la plaza viejaTamaño: 30 x 40 cm. Técnica: ÓleoAño: S/F

Título: S/NTamaño: 30 x 40 cm.Técnica: ÓleoAño: S/F

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Impresiones sobre la muerte de Ricardo Lindo

De Ricardo Lindo conocía pocos poemas, algunos publicados aquí y allá, otros es-cuchados en recitales, y algunos hasta ahora inéditos, grabados con la ayuda

de Carlos Clará para el proyecto Sólo la voz de La Casa del Escritor.

De algo no me cabe duda: Ricardo es un poeta de corazón y entraña. Basta verlo y escucharlo en los recitales para saberlo: mientras lee sus textos en voz alta, los sufre, los disfruta, los vive. Es algo que nunca ha dejado de darme envidia: la inten-sidad con la que enfrenta sus propios textos, que habla de una gran honestidad, de una vocación in-dudable.

Hace un par de días, Clará vino a cenar a casa junto con otros amigos y nos trajo el libro Bello amigo, atardece..., publicado por su sello Índole Editores, una larga e importante recopilación de textos poéticos de Ricardo Lindo. (Hablar de su narrativa y de su teatro es asunto aparte.) Es el número 1 de la colección de poesía, lo que no deja de ser significativo para una editorial pequeña e in-dependiente.

Es significativo porque una colección hay que co-menzarla -o eso se supondría- con un título o un autor de peso, que marque una pauta a seguir para el futuro de la colección. Y, sí, como en otras oca-siones, Clará ha dado en el clavo; es ya un editor con colmillos, y ha madurado después de su paso por la Dirección de Publicaciones e Impresos. (Me contó de algunos de sus planes para las próximas semanas, de las que hablaré en su momento. Au-daz, francamente).

La misma noche en que nos dio el poemario -el "nos" no es mayestático; también se lo trajo a Kris-ma- nos pusimos a leerlo con interés, porque la poesía de Ricardo Lindo siempre nos había intri-gado. Lo que encontramos fue a un poeta sólido, quizá de lo más interesante de su camada.

Hubo partes que me gustaron más que otras, como sucede en toda selección de cosas disímiles, pero en ningún momento quedé defraudado.

El libro está dividido en siete apartados; intuyo que cada uno es un poemario o una unidad inde-pendiente. En lo personal disfruté más los textos de "Estampas de un reino", "Leve" y "Bello amigo, atardece..."; habrá quien prefiera otros, pero ése es el encanto de recopilaciones de este tipo: uno tiene enfrente un panorama amplio y puede esco-ger, algo que con Ricardo ha sido difícil por lo poco que ha publicado en poesía y lo lejos que están en el tiempo sus publicaciones.

En suma, si alguien busca algo de buena poesía salvadoreña, la puede encontrar en este libro.

Artículo cortesía de la escritora Krisma Mancía, también dis-ponible en: http://rmenjivar.blogspot.com/2010/05/bello-ami-

go-atardece.html

rAfAel menjívAr oCHoA

Comentario sobre el libro Bello amigo, atardece…

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I

Murió el artista Ricardo Lindo. Cuando este tex-to sea publicado, sus cenizas serán esparcidas en el mar. Está claro que se va entre la espuma como escribió en su novela Tierra (1996): “Dios es ma-jestuoso y sereno como el mar, y nosotros somos como la pasajera espuma de la playa”.

***

En El Salvador, sólo hay tres árboles llamados bola de cañón. Fueron introducidos al paisaje natu-ral cerca de 1950. Uno está fuera del Jardín Botá-nico, otro en la plaza central de Antiguo Cuscatlán y otro en la casa de una familia de diplomáticos. Debajo de este último árbol estaba la casita de Ri-cardo Lindo. Bajo esas flores hermosas, me recibió algunas veces. Como ese árbol, en su unicidad y timidez vivía Ricardo Lindo.

***

II

Ricky

Ricardo Lindo fue para mí Ricky, Ricky, the cute. En mi cabeza operaba una dialógica: en público lo convertía en don Ricardo y lo trataba de usted, como a un rey, una autoridad; dentro de mí, cuan-do lo pensaba, lo llamaba Ricky y hasta lo tuteaba.

Tiene un poco de sentido llamarlo Ricky y apelar con ello a su naturaleza de niño encanecido. No lo pienso solo yo, en sus despedidas el director de teatro Roberto Salomón y el poeta Mario Noel Rodríguez lo han llamado niño eterno. Salomón lo describe así: niño tierno, herido, combativo y, so-bre todo, talentoso.

Niño furtivo, niño fugitivo. Pudo presenciar la barbaridad de la guerra y cruzó el camino de la

paz, con sus chancletas características. Él fue el único capaz de mirar cómo los poetas morían y cómo los niños se iban convirtiendo en poetas. Él, que escribió la reencarnación de Kant en un niño de papel al otro lado de la muerte en su cuento “El ojo de la cerradura”, era ese niño de papel que contenía el alma de un filósofo. Pero no lo recorda-ba. En el cuento, un personaje explica:

Kant ha reencarnado en niño al otro lado de la muerte. Le rodea una familia que procura mante-nerlo en su estadio intelectual. Y solo cuando lo supere podrá continuar su evolución (En El arca, p. 27)

III

El lenguaje de las aguas

Ricardo Lindo fue un hombre que estuvo en to-dos los tiempos: “Es más largo el tiempo del mar”, escribió en Tierra (p. 14). Conoció infinitas lenguas, no con el aburrido poliglotismo de las globaliza-ciones, sino en el sentido de la comprensión del lenguaje. Su literatura estuvo siempre colmada de mar, su lenguaje era el de las aguas, el de los pe-ces. Esos peces, por ser tan suyos, volaban, y otras veces perdían incluso el nombre, en una relación antigua con lo que se nombra:

Pienso en los peces en las profundidades.

Pienso que están vestidos de muy tristes escamas

y se mecen como sonámbulos en la oscuridad.

Usan lenguajes extraños como los de los sueños

y no tienen, entre ellos,

nombres.

Bello amigo, atardece... (p. 95)

1 Me despido con un título prestado de una exposición de Salarrué, cura-da por Lindo en 2005: El último señor de los mares. Con Salvador Salazar Arrué (Salarrué), compartió universo y por eso me parece que él, Ricardo Lindo, es el verdadero último señor de esas aguas.

Adiós a Ricardo Lindo, último señor de los mares1

elenA

sAlAmAnCA

Título: Pueblo de los demoniosTamaño: 80 x 60 cm.

Técnica: AcuarelaAño: 1996

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Cuando leí ese poema, explotaron fuegos artifi-ciales en mi cabeza. La historia y la ciencia -la del mundo antiguo, tal vez- estaban juntas en su poe-sía. El poema respondía preguntas de los hombres de hace siglos, como recogió Umberto Eco en La búsqueda de la lengua perfecta:

La Biblia dice que Dios condujo ante Adán a to-dos los animales de la tierra y todos los pájaros del cielo, pero no menciona los peces (y según la lógica y la biología no habría sido empresa fácil transportarlos a todos desde las profundidades de los abismos hasta el Jardín del Edén). ¿Puso Adán nombre a los peces? (p. 25)

En su libro Lo que dice el río Lempa presentó la metáfora del pez ciego:

Hace millones de años, un pez navegaba entre las dos islas más grandes del planeta. Ante los ojos asombrados del pequeño pez antediluvia-no, surge un extraordinario resplandor en el in-terior de las aguas, y el pez queda ciego. Nuestro amigo será, en adelante, un poeta ciego, pues nadie puede acercarse a semejante resplandor sin perder la vista, y sin quedar, para siempre, iluminado por dentro.

Lo que el antiguo pez había visto era el estallido de los volcanes de la cadena del Pacífico, que se levantaron sobre la faz de las aguas creando un puente entre América del Norte y América del Sur. Había nacido Centroamérica. (p. 7)

La introducción del libro es la suma de sus pasio-nes más grandes: la poesía y la historia. Por eso la metáfora del pez es lo que encarna -escamas in-cluidas- su obra.

IV

El ángel de la historia

Ricardo Lindo fue el ángel de la historia, ese que Walter Benjamin situó entre pasado y futuro:

Los ojos se le ven desorbitados, tiene la boca abierta y además las alas desplegadas. Pues este aspecto deberá tener el ángel de la historia. Él ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde ante nosotros aparece una cadena de datos, él ve una única catástrofe que amontona incansablemente ruina tras ruina y se las va arrojando a los pies. Sobre el concepto… (p. 310)

Cada vez más, el ángel de la historia me pare-ce un lugar común para hablar de Historia en El Salvador, pero en el caso de Lindo es contunden-te. Como escritor -como vidente- comprendió la escritura literaria desde el sentido de la historia. En su novela Tierra, lo demuestra, una novela que ha sido interpretada como una “nueva crónica de Indias” por Carlos Fallas,2 discusión que no tendré ahora. Lo que me interesa es que en Tierra, como en otros textos de Lo que dice el río Lempa, Lin-do apela al relato -casi a una fábula- para contar la historia de un país. De una nación. Ese tema lo siguió -y quizá atormentó- por años, y por eso está presente en varias de sus escrituras: desde lo ensa-yos de La pintura en El Salvador (1986) hasta varias narraciones y obras de teatro. El inicio de Tierra es un encuentro: un escribano de algún tiempo pa-sado o presente frente a unas voces, unas presen-cias, “brujos, sacerdotes”, que dictan al hombre del futuro:

Tu país se desangra. Háblanos de la guerra para que las gentes sepan que es malo matar. Habla-rás de una guerra del pasado, que a cualquiera otra es igual. Señala al impío que se alejó para que el impío que viene se reconozca en su mons-truoso y verdadero espejo... (p. 14)

En la encorsetada Academia salvadoreña, los tra-bajos de Ricardo Lindo no tenían la misma recep-

2 El artículo “La novela Tierra de Ricardo Lindo, una nueva Crónica de Indias” puede ser consultado en este enlace de la revista Istmo: http://istmo.denison.edu/n09/articulos/tierra.html

ción que la de los llamados académicos, muchos de los cuales ni siquiera eran historiadores. Un temor a la imaginación hacía que a muchos descolocara la escritura de Lindo: nunca se casó con un géne-ro, nunca trabajó para enquistarse en el canon. Mi lectura de su trabajo es precisamente transgénero: lo que primaba era la escritura, la expresión de la historia en la escritura, no el modelo de escritura, la casilla del género. Por eso, en sus novelas encon-tramos un poema como un gran capítulo, una pro-sa en un poemario, una interpretación poética de la historia en un ensayo. Él no era para los límites -como dice sobre el lenguaje Wittgenstein-, en su escritura no había una búsqueda encaprichada de la sincronía, sino un compromiso de creación, una lengua que cantaba otras lenguas de seres nacidos y por nacer.

V

Lo político

El sentido de la historia en Lindo está atrave-sado por el sentido de lo político. Su libro más contundente, para mí, es Lo que dice el río Lempa. Una valiente publicación aún durante la guerra, en 1990, apenas meses después de la Ofensiva Has-

ta El Tope. El inicio es candoroso, la metáfora del pez ciego que presencia el nacimiento de Centroa-mérica abre camino a una ceguera peor: la guerra. En ella, el asesinato de monseñor Óscar Romero, la desaparición forzosa de sus amigos artistas y el asesinato a machetazos del periodista y poeta Jaime Suárez. Obsesionado por contar la historia de un país (“Tierra que he amado como ninguna”, p. 93), Lindo apuntó hacia una narrativa que tejió después en otro relato nacional. Rompió la narra-ción de héroes y vencedores para mirar, como se-ñaló León Portilla, a los vencidos. En su escritura caminaron los grandes señores por San Salvador, pero se ensuciaron sus vestidos o anduvieron, como Justo Armas, descalzos. La belleza de la raíz originaria, la crueldad de la conquista, la fundación de una nación y con esa fundación el nacimiento de la locura, hasta llegar a esa inmensa grieta de tiempo que es la guerra. Inmensa grieta creo yo porque nos mantiene derrumbados en su interior, suspendidos en ella 25 años después de la paz.

Durante mucho tiempo, Lindo fue señalado como poco comprometido porque en países don-de la discusión política es mínima, visceral y par-tidaria no es posible mirar más allá del filtro de

Título: CiudadTamaño: 80 x 60 cm.

Técnica: AcuarelaAño: 1996

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la doctrina o la ideología, o ambas. Quien juzgue a Lindo con esa ceguera de pez es quien no ha leído ese libro. Un bravo testimonio de la guerra, del dolor de todos días, un texto escrito desde el exilio interior:

Han transcurrido ocho años de guerra.

He detestado las armas desde siempre. Creo en el bien común, en la necesidad de compartir los bienes de la tierra, y si tuviera fuerzas cantaría, como Virgilio, a la santidad del arado.

Creo en el perdón de los pecados. Acaso un es-píritu bienhechor se compadezca del mar teñido en sangre, de la belleza de las rocas vestidas del verdor del invierno, de los soldados y guerrille-ros, campesinos todos, de las madres que los dieron a luz.

Acaso se compadezca de nosotros, y establezca los dones de la paz en los corazones de nuestra patria, pequeña, dulce y atormentada. (pp. 93-94)

Llegada la paz, los primeros años de la posgue-rra, Lindo fue víctima de un atentado homofóbico. Años después publicó Injurias (2004), poemario en el que declaró públicamente su homosexualidad: Iglesia y Estado, Occidente, condena e historia.

El gran Pablo de Tarso,

pese a su noble altura de filósofo y santo,

a veces lo olvidó.

Dando por voz de Dios los humanos prejuicios.

A la mujer privó de sus derechos,

condenó el griego amor,

y al fugitivo esclavo ordenó

que volviese a las garras de su amo.

El libro fue tan contundente que, años después, en una marcha del Orgullo Gay en San Salvador, mis amigos y yo desfilamos con una pancarta con un poema de Injurias.

Ricardo Lindo fue una de las figuras más impor-tantes de la posguerra, esa gran ilusión de la que Geovani Galeas escribió en La espuma de los sue-ños. Estuvo en todos los lugares que se fundaron en esa esperanza: la revista Tendencias, de Breni Cuenca y Roberto Turcios; el bar La Luna de Bea-triz Alcaine; Suchitoto, esa ciudad que renacía de la guerra, junto al entusiasta Miguel Huezo Soundy.

Quisiera que las nuevas generaciones conocieran el sentido de la historia y de lo político de Ricardo Lindo sin los partidos políticos que han manoseado tanto la palabra compromiso. No hay compromiso más grande que intentar conocer y explicar el país en el que se nace y en el que desde hace sesenta años nos matamos con la peor locura del siglo, ese “dulce país pequeño, las raíces de tus árboles ama-mantan sangre” (p. 93), un país que lo hizo “perder amigos”, como declaró en una entrevista.3

VI

El padre, mi padre

Hace años, una tarde, recibí un correo de Ricky: “Elenita, ojalá Javier y tú puedan acompañarme en el Centro Español, van a darme un placa, creo que dental”. Río todavía. Ay, Ricky.

Su premiación fue una noche increíble:4 la deca-dencia de la posguerra estaba ahí, el lujo de men-tiras, la esperanza del porvenir roto, la elegancia echada a perder en el caluroso siglo XXI. No llevá-bamos invitación ni cumplíamos el código de ves-tuario. La señora de la recepción nos vio apenada

3 La entrevista de Arte y Fe Network puede ser consultada en esta direc-ción: https://www.youtube.com/watch?v=BtXabv7gWkM

4 Crónica disponible en: http://elfaro.net/es/201209/el_agora/9770/Los-locos-de-la-cultura.htm

y me dijo: “¿Qué relación tienes con él?”. Yo vi de reojo la primera fila, con unos letreros que decían “familia”. Y contesté: “Ricardo Lindo es mi padre”.

La señora anotó: “Elena Salamanca Lindo, hija de Ricardo Lindo”.

Después de la premiación le dije: “Como no nos dejaban pasar, dije que usted es mi padre”. Su car-cajada fue magnánima.

Pero fuera de bromas, yo me sentí emparentada con Ricardo Lindo. Y no porque yo quisiera perte-necer a una estirpe literaria como la Lindo. No, yo no quiero tener nada con Hugo ni su incursión en el canon. Yo entendí que Ricardo tenía una estirpe única como su escritura.

Un día, en la fila del supermercado, leía El arca de los olvidos, una recopilación de narrativa. Entonces, en la sección dedicada a su libro Equis-equis-equis llegué a la página 35, “Naturaleza muerta”:

Una botella verde muerta. Una manzana roja, fa-llecida el 7 de marzo de 1922. Una pera cuya dul-ce sangre, aún fresca, mancha el mantel. Una lata de conserva, sepulcro de diversos melocotones descuartizados. Cuatro panes, todavía vivos, que sirven para equilibrar la composición. Encima de la botella muerta, el brazo incorrupto de Santa Hécate de Alejandría.

Y lloré.

Lloré porque alguien comprendía ese universo que me cautivaba, la capacidad de romper la lógica de la historia.

Lloré porque la mano cortada de Santa Tecla de uno de mis poemas5 tenía una corresponden-cia con Hécate de Alejandría, el brazo incorrupto. Entonces lloré porque al fin en mi vida sabía, de alguna manera, qué era tener padre.

Regalé a Ricky mi libro Peces en la boca en 2011. Iba besado, con mi labial coral. Abrió el libro y vio el beso, se sonrojó. Hicimos una broma, reímos todos. Tiempo después, el artista Sandro Stivella me envió una fotografía: era Ricky leyendo Peces, camino a Corinto, Morazán: “Date cuenta”, escri-bió Sandro. Y me di cuenta.

Si Peces en la boca logra estar inserto en alguna tradición literaria o si tiene algunos libros con co-rrespondencias sólo es posible a dos libros: Equis-equis-equis e Historias prohibidas del Pulgarcito, am-bos leídos después de escritura de mi libro. Fue mejor así porque sólo así pude sorprenderme de las correspondencias, de la pertenencia, del senti-do de la historia y la ironía y pude dejar de sentir-me entre las voces que intentan sentar canon en El Salvador.

Es vanidoso decir que esos dos libros tan tre-mendos son padres de uno mío. Pero lo digo por-que quiero decirlo, lo digo porque vengo de un país en el que la literatura parece a medio andar, atascada en lodazales que imaginamos carreteras, porque para muchos la tradición no existe y ellos son principio y fin de un lenguaje, alfa y omega, porque muchos prefieren pensarse hijos de los poetas malditos, de los españoles de la experiencia o incluso de Benedetti. Porque es vanidoso tam-bién mirar hacia afuera sin haber intentado siquiera explorar hacia adentro.

VII

Las siete horas

Supe de la muerte de Ricky en la única pupusería de ciudad de México -ya sabemos cómo me entu-siasman esos nacionalismos-. Mientras mis amigas y yo saboreábamos el menú, comenzaron a caer varios mensajes en mi celular. Se atropellaban: Mu-rió Ricardo Lindo, murió Ricardo, murió Ricky.

El primer mensaje de Sandro Stivella decía: “Hace siete horas, nuestro amigo Ricardo Lindo

5 Video poema disponible en: https://www.facebook.com/elena.sala-manca/videos/vb.604035754/10151335500505755/?type=3&theater

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nos dejó”. Qué hora era en San Salvador, qué hora era en ciudad de México, no quise mirar el reloj, no quise hacer cuentas, eso iba a llevarme a ese lugar en el que Ricky mutaba su estancia en el tiempo. Yo no quería estar ahí.

En diáspora, la muerte de los seres queridos rompe cualquier escenografía posible. Me senté en una banca afuera de la pupusería y contesté, a veces llorando, a veces sin poder decir mucho. En sus mensajes, ellos también lloraban, quizá, por-que sentían, como yo, que se estaban quedando huérfanos.

La banca estaba frente a una avenida principal, los carros pasaban, rápidos, en esta ciudad en la que casi siempre estoy sola. Lo terrible era res-pirar esa ciudad, lo terrible era ver esos coches, detenerme a mirar la velocidad, lo terrible era la velocidad. Entonces pensé que era una ciudad apropiada para saber de Ricky. La ciudad de Mé-xico tiene el mismo fundamento acuático de las ciudades de Ricardo Lindo: fue un inmenso lago, y cuando recupera esa memoria nos ahoga.

VIII

El último señor de los mares

Gracias por tu vida, Ricky.

Estás conmigo en México, esa ciudad que fue un inmenso lago.

Estás con nosotros en El Salvador, por el paso raquítico del río Lempa.

Estás en el lago Cocibolca, en Nicaragua, donde Daniel Mordzinski hizo esa perfecta interpretación de tu lenguaje mientras reías en una lancha en trán-sito.

Estás en el Sena, en el Tajo, en el puente Rialto, en todas las aguas que conociste, en las islas aéreas de Salarrué, pintadas sólo a través de desdobla-mientos.

Y estarás, de ahora en adelante, siempre en el Mar.

En el Lento poema de los mares.

Yo quisiera escribir un poema del mar,

un lento, largo poema de los mares,

de todos los mares del mundo,

de los que conozco y de los que me quedan por conocer,

porque han estado más lejos de mis manos y mis pies,

y del tiempo que me ha tocado vivir.

Yo quisiera escribir un poema del mar de mi tierra,

y de todos los mares de todas las tierras,

del planeta que gira en la pecera de cristal del espacio,

pez redondo rodeado de sí mismo hasta el aire,

navegando en el lento mar del espacio.

Yo recuerdo una noche,

y estoy tan lejos de mí mismo que aún me queda una noche.

Yo recuerdo una noche hecha del tejido de sí misma hasta el aire,

donde el mar resplandece de plancton como habitado

por astros innumerables y diminutos,

suspendidos sobre la superficie de las aguas

en el horizonte del aire.

Cada gota está habitada por un pequeño dios luminoso,

o por muchos millones de dioses luminosos.

Levanto cien en mi mano,

y me siento vecino de las estrellas

bajo la inmensa luna de verano,

y para el viento.

Es el viento del trópico de la noche,

donde los pensamientos navegan como peces.

Yo recuerdo esa maravillosa noche de verano junto al mar de mi tierra,

donde hablaban los astros del cielo profundo del agua,

mientras movían las palmeras sus cabelleras pensativas.

Yo recuerdo esa noche como un inagotable tesoro de los mares,

que no escondió pirata alguno en el agua,

sino Dios, en la infinita levedad de las fuertes olas.

Cada gota palpitaba de lentos planetas desnudos,

que harían las costas de la soledad,

ricos de sí mismos y conscientes, doblemente altos

por nacer de lo profundo,

instalando con fuerza y continencia su poderío

sobre las olas del mar de la noche.

Tengo en las manos lluvias

y una nube de lluvia,

y recuerdo otros mares otras olas otros árboles,

las graves costas grises y frías

donde naufragan olas grises

bajo el chillido de los pájaros,

que habitan en islotes de piedras,

donde apenas crece la hierba.

Y recuerdo una tarde

que me duele en lo más hondo del duro corazón,

y que recuerdas tú, Christine,

y que recordaría aún Patrick, si viviera.

En las costas de Francia,

entramos a un acuario que el guardián ha abandonado,

Título: Los fuegos votivosTamaño: 60 x 80 cm.

Técnica: AcuarelaAño: 1996

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olvidando cerrar la puerta y apagar las luces de las peceras,

que brillan en la penumbra.

Nosotros circulamos en la penumbra acuática

entre peces que vienen de todos los mares del mundo,

y estamos solos en su augusta presencia.

Un dorado pez mandarín que viene de la China

hace ondular su larga y delgada cola transparente,

mientras la anguila eléctrica descansa como una pila acuática,

y cada pez es una fórmula de plata y jade y azafrán

y oro rubio y azul cobalto,

en la penumbra de una tarde de un cuarto de una

ciudad que ya no recuerdo,

junto al mar mediterráneo.

Vuelta, mar de los sueños.

Yo te veo instalando dunas de arena gris

donde crecen pequeñas plantas espinosas,

muy al Norte y muy al Sur del planeta,

ahí donde hace frío.

Y yo te veo, mar gris donde navega la memoria

de innumerables navegantes,

que se olvidaron de ti porque ya yacen en el fondo de ti,

con sus cráneos habitados por líquenes por cabellera,

mientras circulan peces diminutos por las cuencas vacías de sus ojos.

Yo muchas veces quise ser uno de ellos,

y estar ya para siempre olvidado de mí mismo y el aire

en el fondo de ti,

Gran mar azul,

recogido en tus aguas como se recogen los monjes

en silencio y en la soledad.

Yo he amado tu infinita grandeza, mar

que entre todo lo que habita la tierra

es lo que más se parece a la eternidad.

Dicen que el mar es una forma de los cielos.

Creo también que es una forma de los sueños,

y, pues venimos de él,

también a él debemos volver,

como se vuelve a Siempre

cuando se han apagado los relojes.

Es muy tarde.

Estoy lejos de las olas,

la noche me recoge,

y en la mente navegan los mares que he vivido,

mientras navegan peces con nombres en latín

en mares tan lejanos como el olvido.

Vuela en la noche negra una estrella que cae al agua

y desea aprender de nuevo a ser un pez,

y el mar, que late hondo,

la acepta como un pan caído de la luna.

Ricardo Lindo en el alba de los milenios

Ricardo Lindo fue el humanista salvadoreño ejemplar de los siglos en que vivió, de actitud y espíritu, y también de obras y omisiones. Poe-ta, cuentista, novelista, dramaturgo, ensayista, crítico de arte, pintor, investigador antropológico, aficionado de la arqueología estelar, eru-

dito en botánica, historia antigua, historia de todo, teologías diversas, inquieto observador de las ciencias, lector de todo, de todos, y declamador de memo-ria, fue el conversador inagotable, la palabra siempre dispuesta, el optimismo compartido, el maestro vestido de discípulo, el estoico, el creyente, el que salió del closet enfurecido con las injurias, el hijo del canon literario salvado-reño, el sobreviviente del manicomio, el pródigo, el repatriado, el solidario, el solitario que siempre nos acompañó, el embriagado vitalista, el amigo, el sonriente empedernido.

Ricardo Lindo murió la mañana del domingo 23 de octubre, recién pasado a los 69 años. Su salud se había deteriorado por varios padecimientos simul-táneos desde inicios de 2015, y así, con la vida a cuestas acudió puntual y contento a las citas con el oficio y asistió con la buena disposición de siempre,

Élmer l. menjívAr

Título: Las sombras del ImperioTamaño: 60 x 80 cm.

Técnica: AcuarelaAño: 1994

(Del libro El señor de la casa del tiem-po, Serviprensa, Guatemala, 1988).

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con ánimo honesto y dispuesto para tocar a su pú-blico, a provocar risas y sonrisas, a detonar profun-das reflexiones, a demostrar entereza, a plantarse humilde y cosechar respeto. Así se presentó en el evento Escritores 4x4, convocado por el Colectivo Normal y la Alianza Francesa este 16 de junio para conversar con cuatro escritores homosexuales de cuatro generaciones distintas que han desarrollado su obra “fuera del closet”. Ahí fue breve pero con-tundente al recordar y responder preguntas sobre cómo fue su juventud siendo un hombre homo-sexual dedicado a la literatura, "Crecí en colegios católicos, me autocastigaba a mí mismo después de masturbarme", dijo y habló también de la tensa relación con su padre y su entorno, del manicomio en Costa Rica donde lo internaron por un mes, de su decisión de manifestarse indignado contra la ho-mofobia cuando publicó su libro Injurias en 2004. También habló del perdón, de su fe en un Dios que creó una sexualidad más diversa de lo que las iglesias dicen, y remató con la mirada apuntando hacia adelante: “he bloqueado ya cosas de mis re-cuerdos porque han perdido relevancia" y remató con la Piaf, “Non, rien de rien, non, je ne regre-tte rien. Ni le bien qu'on m'a fait, ni le mal. Tout ca m'est bien egal”. Un mes después, en julio, la Secretaría de Cultura de la Presidencia lo nombró Artista del Mes, y en agosto, la Dirección de Publi-caciones e Impresos (DPI) publicó una reedición de Jardines, un libro de poesía que desde 1983 no se editaba y que se encumbra como uno de los clásicos más desconocidos –por ausencia– por los salvadoreños. “La verdad que este es un milagro”, dijo Lindo, sonriente e irónico, sobre la reedición de su libro. El Centro Cultural Salvadoreño Ame-ricano le entregó en septiembre el Premio de Cul-tura Antonia Portillo de Galindo 2015-2016 por su obra narrativa, y ahí estuvo, contento y agradeci-do. El año pasado, la DPI publicó su traducción del francés al español de El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry, y se prestó a hacer lecturas para ni-ños en diferentes lugares. Y en las últimas semanas,

en su casa seguía recibiendo visitas e invitando a la charla entre vinitos, aunque no bebiera y charlara menos.

* * *

Ricardo Lindo nació el 5 de febrero de 1947, en San Salvador. Fue el segundo hijo de Carmen Fuentes y del escritor y diplomático Hugo Lindo. Tuvo tres hermanos y tres hermanas. A los 5 años se trasladó con su familia a Chile, donde su padre fue embajador de 1952 a 1959. La siguiente misión diplomática fue en Colombia, y duró de 1959 a 1960. Su regreso a El Salvador coincidió con sus úl-timos años de secundaria, que cursó en el colegio salesiano Santa Cecilia, de Santa Tecla. Luego, su bachillerato lo cursó en el colegio jesuita Externado de San José, en San Salvador. Su padre había sido nombrado Ministro de Educación en un convulso gobierno provisional de 1961, pero dejó el cargo para dirigir la Oficina de Asuntos Culturales de la fugaz Organización de Estados Centroamericanos. Al terminar el bachillerato, en 1964, Ricardo Lindo se muda a Madrid para empezar estudios superio-res de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, pero se cambió poco tiempo después a la carrera de Publicidad, grado que obtuvo en 1968, y ese mismo año decide irse a estudiar Psicología en Universidad de París, la Sorbona. En 1970 inició como Agregado Cultural en la Embajada de El Sal-vador en Francia y se integró como miembro de la delegación salvadoreña ante la UNESCO. Obtu-vo su título de psicólogo en 1974, año en que fue destacado en Ginebra, Suiza, como colaborador en la Misión salvadoreña ante la sede europea de la ONU.

Su paso por Europa, aparte de la educación su-perior y la experiencia diplomática, le permitió vivir una de las épocas más intensas y ricas de la cultura en esos países y del viejo continente en ge-neral. Su bagaje cultural y el perfecto dominio de los idiomas se lucían en su obra, en sus conferen-

cias y clases, y en su plática amistosa. Nunca se desempeñó laboralmente en ninguna de las carre-ras que estudió, siempre se dedicó a la literatura, al arte, a la investigación cultural y a la invención y reinvención de sí mismo.

Regresó a El Salvador en 1978. Fue funcionario en diversas instituciones culturales: fue director la Sala Nacional de Exposiciones, Director Nacional de Artes del Ministerio de Educación, y profesor en el Centro Nacional de Artes (CENAR). En los últimos años fue el director de la Revista ARS, de la DNI, que se lanzó a una tercera época en ver-sión electrónica. También fue investigador titular en varias épocas de la institución cultural de tur-no, entregó volúmenes sobre pintura prehispánica, pintura salvadoreña, música y cuentos de la tradi-ción oral salvadoreña, sobre arqueología estelar y otros temas que sólo lo tuvieron a él como baluar-te. Fue el antologador de la poesía de posguerra que asomó al siglo XXI cuando publicó en la DPI Alba de otro milenio, una antología de poetas y poe-mas que puso en el mapa literario los nombres de poetas nacidos en los 70 que habían publicado su obra después de 1992, una antología varias veces cuestionada, pero que animó a los poetas de la

posguerra a seguir creyendo, a seguir escribiendo. A lo largo de su vida prologó, comentó y presentó decenas de libros de poetas jóvenes, que siempre encontraron en él un lector entusiasta y apoyo desinteresado para el desarrollo del oficio.

Su obra propia se desplegó en una treintena de publicaciones, once narrativas, seis de poesía, nue-ve de dramaturgia, cuatro libros de ensayos y cien-tos de artículos periodísticos entre críticas de arte y comentarios culturales sobre diversos temas. Su legado literario ha sido poco reseñado por la aca-demia local, y la falta de crítica literaria que carac-teriza al entorno salvadoreño no permite encon-trar fácilmente valoraciones especializadas. Pero puede tomarse como referencia la inclusión de varios de sus libros en el currículo oficial de las ma-terias dedicadas a la literatura en el sistema educa-tivo, y ser parte del catálogo de la editorial del Es-tado, así como las presentaciones y prólogos que acompañan varios de sus libros. Ha participado en festivales internacionales y ha recibido abundantes distinciones por su trayectoria, aunque El Salvador le quedó debiendo los suyos porque no fue ni Pre-mio Nacional de Cultura, ni Hijo Meritísimo. Pero, en su caso, no serán los premios y los festivales los

Título: El embarcaderoTamaño: 60 x 80 cm.

Técnica: AcuarelaAño: 1995

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que midan el tamaño de su legado, será uno de esos raros casos en que será la memoria colectiva de las varias generaciones que se vieron en él y que él acogió como amigos y nunca como discípulos.

* * *

“Ricardo Lindo era un escritor tan inmenso, tan erudito, tal culto, conocía tanto, había creado tan-to, conocía muchos lenguajes de escritura, de in-terpretación, y a pesar de todo eso era un hombre muy humilde”, dice Elena Salamanca (1982), es-critora e historiadora que recuerda que “él siem-pre habló con mucha timidez sobre su obra que es inmensa y que es un gran legado para nosotros porque constituye una de las voces más impor-tantes de la escritura contemporánea”. La poeta Susana Reyes (1971), que también fue editora de Lindo, pondera su dimensión creadora y su inte-lectualidad inquieta: “Ricardo Lindo fue uno de los pocos escritores totales de las décadas recientes de nuestra literatura. Como poeta, gigante; como narrador, cautivador. Un dramaturgo necesario, un investigador incansable, un pintor, pero sobre todo un maestro, un amigo generoso, un niño ju-guetón que siempre quiso conversar y conocer qué pasaba a su alrededor. Esa curiosidad debería ser, ante todo, su mejor herencia. La otra, su obra, es una obligación nuestra leerla, conocerla, difun-dirla, conservarla”.

“El lenguaje que emplea Ricardo en sus obras es tan cuidado como rico. Nos revela al escritor que, además de vocación, tiene oficio. Unido esto a una amplia cultura, produce obras de gran profundi-dad y riqueza estilística”, escribe Márgara Zablah de Simán (1944), doctora en lingüística y miembro de la Academia de la Lengua de El Salvador, en el prólogo de Arca de olvidos (1998). La académica también señala que “Es notable la precisión en los nombres de los objetos, de los instrumentos y tra-jes empleados para cada ocasión; el conocimiento de las tradiciones y costumbres; en fin, la creación de un mundo a partir de realidades conocidas e investigadas por el artista”.

“¿Qué vi en lo que leí?”, se pregunta el novelista Mauricio Orellana Suárez (1965), “la impresión que primero se me viene a la mente es lucidez. Y, en general, profunda honestidad artística. Admiraba de él algo más que literario: su conocimiento vasto y la humildad y sencillez vital con que llevaba su excep-cionalidad humana”. Salamanca también resalta que “supo conciliar la poesía y la academia, las puso en un mismo espacio a través de diferentes lenguajes”.

Zablah, en su texto, también hace notar el signo conciliatorio de la obra de Lindo, su talante sincré-tico entre culturas y tiempos: “Además del valor estético-literario intrínseco de la obra, la produc-ción reciente de Lindo tiene el mérito de trabajar seriamente por el rescate de la identidad desde

el reconocimiento del mestizaje con la asunción plena de su significado, en cuanto a la fusión de culturas, sin la negación arbitraria de las huellas de alguno de sus elementos”.

La presencia de Lindo dejó su marca en varias generaciones y, desde la suya, Reyes dice que “Ri-cardo Lindo le dio a mi generación una sensación de cohesión literaria, de poder conversar de un pasado literario roto por la guerra, de un esplen-dor de artistas y escritores que pudieron formarse fuera y volver para quedarse y darnos lo mejor de sí mismos. En él teníamos eso de primera mano y vivo, de alguien muy generoso y que siempre nos apoyó. Una de las antologías que preparó, Alba de otro milenio, es eso. Personalmente, desde el traba-jo editorial de Índole, su generosidad se mostró en dos libros hermosos: Bello amigo, atardece y en una selección de XXX cuentos".

“Para mi generación creo que don Ricardo tuvo esa figura entre mentor y padre, pero nunca nece-sitó pupilos ni discípulos y jamás intentó que no-sotros nos formáramos en una secta en su entor-no, pero estuvo presente en las presentación de nuestros libros, los leyó, muchos los comentó y se expresaba de nuestro trabajo de la mejor manera que se puede expresar un poeta mayor”, dice Sala-manca, y destaca un rasgo peculiar de Lindo como maestro, “él no buscaba intervenir en los que está-bamos escribiendo, pero tenía siempre un comen-tario muy agudo. Él fue siempre tan transgresor y divertido, nos acompañó en nuestra locuras como amigo no como maestro, y eso es lo que lo cons-tituye en una gran figura para todos estos autores que nacimos entre el 80 y el 90”.

Silvia Elena Regalado (1961), poeta y actual Se-cretaria de Cultura, destaca el aporte de Ricardo Lindo desde la institucionalidad, “Ricardo aportó su experticia como historiador y crítico de arte, como escritor. Fue generoso siempre en compar-tir su acumulación personal con la institución y con los escritores jóvenes. Dio talleres gratuitos de narrativa por varios años en las Casas de la Cultu-ra, la Casa del Escritor y la Dirección Nacional de

Investigaciones”. Durante los últimos 6 años, Lin-do fue investigador de arte y director de la revista ARS. “Fue un privilegio para Secultura contar entre su personal a un artista de la talla de Ricardo Lin-do. ARS, bajo su dirección, brilló y brillaron en ella muchas voces literarias”, apunta Regalado, quien, ahora como poeta, habla desde su generación artística que transitó de la guerra a la posguerra: “¡Nos influenció! Yo lo conocí cuando me reunía con Xibalbá. Nos daba charlas y nos acompañaba. Nos habló de la disciplina del oficio, de la magia del arte y de su historia. Su impecable verso libre y su valentía nos marcaron”. El Círculo de poesía Xil-babá fue el epicentro poético más importante de los 80 y 90, entre sus participantes están los poetas Otoniel Guevara, Álvaro Darío Lara, Luis Alvaren-ga, Eva Ortiz, Javier Alas, Edgar Alfaro Chaverri y Tania Montenegro, entre muchos otros.

* * *

La Luna, martes 11 de octubre de 2004

«Negro. En un espacio decorado con la ausencia del color, y mientras cada uno hablaba de cualquier cosa, una voz irrumpió violenta, bravía y sentencio-sa. Ricardo Lindo está enojado. El poeta nos hace escuchar las “Injurias” que dan nombre y sentido a su nuevo poemario. La presentación fue el martes 11, en la negra noche de La Luna, Casa y Arte. La palabra que en un principio sólo era voz, de pron-to tuvo rostro. Una luz reveló el rostro del poeta que declamó con dicción perfecta y énfasis claros. Pero no estaba solo. Una tríada actoral apoyó con sus voces, gestos y movimientos escénicos la pre-sentación de los poemas (...) No es un libro, es un desplegable con 11 dobleces. Lo que no tiene do-blez alguno es el discurso que se desarrolla en los 10 poemas que contiene. Lindo tiene un objetivo claro en su enojo, expresar su radical disenso con uno de los dobleces de nuestra sociedad. Injurias, dice el poeta, “habla de la exclusión y, en particu-lar, de la exclusión homosexual”. Al preguntar el porqué de este “particular”, Lindo responde con franqueza inequívoca: “Porque me toca sufrirla como enanito verde”. Se trata de la primera vez en

Título: AjedrezTamaño: 60 x 80 cm. Técnica: AcuarelaAño: 1997

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El Salvador que una producción editorial aborda el tema de la homosexualidad en primera persona, como expresión y denuncia. Con este libro, Ricar-do Lindo y la editorial del caso, La Luna, Casa y Arte, buscan una repercusión. “Por supuesto que buscamos una repercusión, pues este libro no es sólo respuesta a una agresión, sino que, a su vez, es una agresión contra mucha gente. Pero sobre todo busca la reflexión”, enfatiza el poeta salvado-reño. Lindo aclara que no escribió este libro para la comunidad homosexual, “el libro no va dirigido a este grupo específico, más bien va dirigido al otro grupo, es una respuesta a las agresiones de la co-munidad heterosexual salvadoreña”, dice el injuria-do». (Fragmento de la crónica que escribí para La Prensa Gráfica y que fue publicada el jueves 13 de octubre de 2004).

Injurias fue uno de los actos políticos más impor-tante de Ricardo Lindo, si no el más importante. Fue el manifiesto público de su homosexualidad, su salida del clóset a la luz de todos, un posicio-namiento político y una reivindicación, una revan-cha poética. “Y secas serpientes se elevan / Blan-diendo finas lenguas bífidas”. Un acto inédito en la historia nacional de parte de una figura principal de la cultura que impactó en las generaciones con-temporáneas y en la venideras porque, en efecto, abrió para siempre una puerta que permanecía cerrada por el miedo a la violencia de la homo-fóbica sociedad salvadoreña. Lindo nunca levantó la bandera del activismo, su pronunciamiento fue personal y desde su obra artística. Injurias fue un acto universal, como toda su obra, pero un acto político inédito hasta entonces en la historia salva-doreña.

“Ricardo me parece que hizo ejemplarmente la transición tortuosa de una generación muy opri-mida por el rechazo social y la homofobia, hasta el reencuentro con su naturaleza esencial. Le tocaron tiempos muy difíciles y fue un sobreviviente ejem-plar de esos tiempos, que logró trascender y su-blimar con entereza y dignidad humanas”, explica Mauricio Orellana Suárez, el significado que para él

como escritor y hombre homosexual tuvo aquel acto.

“Su esbozo biográfico puede ser, también, la si-nopsis de una excelente novela”, escribe el joven escritor Alejandro Córdoba (1993) en su panegíri-co publicado por El Faro, y desarrolla: “El hijo de un escritor y diplomático que viaja por el mundo, que es abiertamente homosexual en los años terribles en los que ser homosexual era motivo de inter-namiento psiquiátrico; el joven salvadoreño febril que vive en París y escribe poesía y se enamora y fuma y se pelea con su padre; el escritor consagra-do que regresa a su país natal y aporta, con su obra y también con su gestión, hasta convertirse en un pilar fundamental de las letras nacionales. Ricardo Lindo tuvo una de las vidas más extraordinarias que he conocido jamás”.

* * *

Tengo tanto sueño desde hace tantos años,

tanto sueño.

A veces se cansa uno de morir y vuelve a bien soñar.

Como en la Navidad de una lejana infancia

donde se abren las cajas de juguetes,

se era feliz impunemente entonces.

Ricardo Lindo siempre estará en el alba de los milenios, siempre temprano en cualquier época, siempre el joven viejo, el viejo joven, que escribe desde el sueño de todos, soñando en la paz.

Publicado en la Revista Factum, el 28 de octubre de 2016.Título: El ángel de la copa

Tamaño: 60 x 80 cm. Técnica: Acuarela

Año: 1994

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Cuando yo tenía unos veinte años, esa edad tan profusa como incierta, conocí a Ricardo Lindo cuando me invitó a un tequila en La Luna Casa y Arte. Estábamos al lado del escenario, en una zona oscura del lugar y me pareció un ser realmente in-quietante.

Él me trató con amable curiosidad y respeto por ser una joven poeta y, en ningún momento, fue prepotente o hablo de sí mismo o de sus logros. Más adelante supe, por mí misma, quién era y qué significa para la literatura salvadoreña.

La última vez que lo vi fue a finales de 2013, ca-minando por la colonia Centroamérica, me dio su tarjeta y poco después publicó mi poema “Casa Cubil” en la revista Ars. Desde pequeña, me gustó verlo caminar en un país donde casi nadie camina con gozo por la ciudad.

En la casa de mis padres tengo como reliquia uno de sus libros que editó Beatriz Alcaine, Injurias, que precisamente apareció cuando regresé a El Salva-dor, luego de su partida física de esta realidad. Este año leeré Bello amigo, atardece… en honor a él y a su trabajo. Porque uno de los honores más senci-llos e importantes que una puede hacerle a un ser que escribe es leerlo.

Compartí fragmentos de su obra en el Seminario de Literatura Salvadoreña en la Universidad Na-cional Autónoma de México (UNAM) que coor-diné en 2014 y les hablé a mis estudiantes de su figura entrañable atravesando a pie la ciudad de San Salvador.

Hay personas que lo amaron más que yo, pero, cada vez que un gran poeta muere, algo se rompe dentro de uno. Mi más sentido pésame a todos los que quedamos vivos.

lAuri

GArCíA

dueñAs

Cuando yo tenía unos veinte años

Caminamos bajo el sol sin vernos. Nuestra men-te iba en el pequeño frasco que contenía las cenizas de Ricardo Lindo. Su deseo era unirse al mar. Los Lindo: Matilde, Astrid y Óscar presidían el peque-ño grupo de amigos y familiares que bajo el sol nos dirigíamos a la playa. Llegamos y un viento tibio nos invitó a dirigirnos a una roca donde un Cristo parado nos esperaba. Llegamos y lo primero que hicimos fue sacar libros y papeles para despedir al poeta con un recital acuático. Leyeron sobrinos, hermanos y amigos. El agua del mar comenzó a agitarse. Luego de la lectura bajamos de la roca y depositamos puchitos de ceniza en los barcos de papel hechos por Astrid Lindo. Momento mágico: los barcos se llevaban las cenizas de uno de los más grandes poetas de la región centroamericana. Su deseo era unirse al mar, al misterio del mar, padre que habló largamente con nuestro poeta.

El resto del día fue contar anécdotas de Ricardo, el hermano, el amigo, el poeta que entró al mar de la historia salvadoreña.

mArio noel rodríGuez

Cenizas del poetaTítulo: La caída del Imperio

Tamaño: 60 x 80 cm. Técnica: Acuarela

Año: 1994

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CLAUDIA RAMÍREZ (1971)Arqueóloga-conservadora salva-doreña, posee especialidad en Estudios de Patrimonio Mundial de la Universidad de Tsukuba, Ja-pón. Ha trabajado en sitios con ar-quitectura de tierra, en curadurías de los Museos de Sitio en Joya de Cerén y San Andrés. Actualmente está dedicada a la restauración de bienes muebles.

CARLOS BENJAMÍN LARA MARTÍNEZ(1957)Posee un Doctorado en Antropo-logía por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y una Maestría en Antropología So-cio-Cultural de la Universidad de Calgary, Canadá. Catedrático de la Facultad de Ciencias y Huma-nidades de la UES. Es autor de numerosos libros y artículos sobre antropología.

RICARDO ROQUE BALDOVINOS(1961)Doctor en Literaturas Hispánicas por la Universidad de Minnesota. Es profesor en el Departamento de Filosofía de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” UCA. Es autor de los li-bros: Arte y parte (2001) y Niños de un planeta extraño (2012), El cielo del ideal: literatura y modernización en El Salvador (1860-1920) (2016). En 1999 preparó la edición de la Narra-tiva completa de Salarrué. Es editor junto a Valeria Grinberg de Tensiones de la modernidad

(2010), segundo volumen de la colección Hacia una historia de las literaturas centroamericanas.

ROBERTO SALOMÓN (1945)Director y productor de teatro. Premio Nacional de Cultura de El Salvador en 2014. Chevalier des Arts et des Lettres de Francia (2016). Fungió como director del Teatro Nacional de San Salvador durante los años 1975-77. Profe-sor de teatro en la Universidad de Ginebra y en la Escuela Superior de Arte Dramático (1981-2007). Desde el 2003 es director artísti-co del Teatro Luis Poma.

ALEJANDRO CÓRDOVA (1993)Joven escritor salvadoreño, obtu-vo el título de Gran Maestre por haber ganado en tres ocasiones los Juegos Florales Nacionales en la rama de cuento. Es egresado en Comunicación Social de la UCA.

ELENA SALAMANCA(1982)Poeta y narradora.Finalista del premio Alfaguara de novela en el 2004. En el 2009 obtuvo una beca para escribir una nove-la en el programa de Estancias artísticas para creadores de Iberoamérica y Haití, patrocina-do por el Fondo Nacional de la Cultura y las Artes de México y la Agencia Española de Coope-ración Internacional para el De-sarrollo. Entre sus obras se en-cuentran: Ultimo Viernes (2008), Daguerrotipo (2009) y Peces en la boca (2011).

ELMER L. MENJÍVAR (1974)Escritor, crítico y periodista sal-vadoreño. Ha publicado tres li-bros de poesía: Poemas (1997), Otros poemas (2005) y Poemas que no enamoran (2017), su obra ha sido recogida en diver-sas antologías nacionales e in-ternacionales. Desde hace 10 años mantiene dos blogs litera-rios con obra propia: El inútil de la familia (narrativa) y El plan de Él (poesía). Produce y publica contenido cultural en diversos medios escritos dentro y fuera de nuestro país.

RAFAEL MENJÍVAR OCHOA (1959-2011)Escritor y periodista salvadoreño. Vivió en México durante más de dos décadas donde estudió tea-tro, música y literatura inglesa. En 1999 regresó a El Salvador donde se dedicó a la formación de nuevos escritores, en ese afán fundó la Casa del Escritor en Los Planes de Renderos. Su amplia producción literaria abar-có poesía, novela, cuento y tra-ducciones.

LAURI GARCÍA DUEÑAS (1980)Escritora y periodista salvadore-ña residente en México. Ha pu-blicado cinco libros de poesía, siete plaquets de poemas y dos libros de investigación periodísti-ca. La tía, de Astrolabio Editorial, es su más reciente libro.

MARIO NOEL RODRÍGUEZ (1955)Coordinador de la Red Nacional de Bibliotecas Públicas de la Secreta-ría de Cultura de la Presidencia.

ASTRID BAHAMOND (1960)Licenciada en literatura rusa del siglo XIX, Universidad Estatal Lo-monosov de Moscú. Doctora en Historia del Arte de la Univerzita de Praga, República checa. Di-plomado en Adaptación profesio-nal cultural, Sorbona. Directora de rúbrica cultural de RFI (Radio Francia Internacional en París). Ha sido catedrática de Historia del Arte y del Cine, Semiótica de la imagen, UCA, Directora del Cen-tro Nacional de Artes de El Salva-dor (CONCULTURA) y Directora Nacional de Artes en SECULTU-RA. Es autora de Procesos del Arte en El Salvador (2011). Ha sido curadora de varias exposi-ciones de arte y es autora de nu-merosos artículos sobre el tema. Actualmente es Directora de la revista ARS nueva era y miembro de la Dirección Nacional de Inves-tigaciones en Cultura y Arte (DNI).

ALEXANDER HERNÁNDEZ (1987)Licenciado en Letras y egresado de la maestría en Estudios de Cultura Centroamericana. Ga-nador de los Juegos Florales de Zacatecoluca (2013) en la rama de poesía. Ha publicado El final del laberinto (cuentos, 2015), La evolución del cisne en la poesía de Rubén Darío (ensayo, 2015). Actualmente está dedicado al trabajo editorial en la Dirección Nacional de Investigaciones en Cultura y Arte de SECULTURA.

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AUGUSTO VÁSQUEZ (MÉXICO D.F, 1951)Graduado de Diseño Industrial por la Universidad de Guadala-jara en 1977. En 1982 emigra a El Salvador para laborar como fotógrafo durante la guerra ci-vil. Su trabajo fotográfico sobre el conflicto armado salvadore-ño comprende el período 1980-1992.

Actualmente está dedicado al montaje de exposiciones y gale-rías en centros culturales nacio-nales.

PORTADAFotografía por Augusto Vásquez.

CONTRAPORTADARicardo Lindo y Juan Guzmán Cruchaga en España.

Todas las pinturas de este nú-mero de ARS pertenecen a la autoría de Ricardo Lindo.

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