BOLETÍN DE BIBLIOTECA Año 2, Nº 9, octubre 2013
Durante la última Feria Internacional del Libro fuimos invitados a presentar el libro de relatos Nena de Álex Rivera y aquí compartimos las palabras que le dedicamos a ese cuentario. Giovanni Barletti Araujo nos alcanza un testimonio como lector y amigo del escritor Yuri Vásquez. Finalmente, el presidente de la ULASALLE, Iván Montes, presentó el libro Mi familia y otras miserias.
Orlando Mazeyra Guillén
ÍNDICE Sección A LOS NUEVE RELATOS DE NENA Presentamos en la Feria del Libro de Arequipa el libro Nena de Álex Rivera. Sección B EN EL ESTUDIO Yuri Vásquez desgasta sus días en un pequeño estudio jurídico de la calle San Pedro, generalmente, al son de Charlie Parker y Miles Davies y demasiado abstraído en las historias que escribe con locura insomne casi todos los días, pues la ficción puede más a veces. Sección C UN EXCELENTE ANTI-MANUAL Iván Montes presentó en la FIL Arequipa el último libro del editor cultural de la ULASALLE.
LOS NUEVE RELATOS DE NENA Por: Orlando Mazeyra Guillén p.02
EN EL ESTUDIO Por: Giovanni Barletti Araujo p.08
UN EXCELENTE ANTI-MANUAL Por: Iván Montes Iturrizaga p.12
Editor Orlando Mazeyra Guillén
BOLETÍN DE BIBLIOTECA Año 2, Nº 9, octubre 2013
LOS NUEVE RELATOS DE NENA
Orlando Mazeyra Guillén
Una niña, mientras maquina la
venganza perfecta contra su
hermano, se pregunta por qué él
es tan matón y, sobre todo,
consentido. Eso, al parecer, es lo
que más la confunde e irrita: ¿Por
qué la madre de ambos nunca lo
riñe o castiga como sí lo hace con
ella? Este primer cuento (de los
nueve en total que trae el
libro Nena), es un «plan maestro»,
no sólo por el título que eligió el
autor, sino por cómo éste dosifica
la información, algo que Ernest
Hemingway llamaría el «dato
escondido». En esta historia
apenas accedemos a la punta del
iceberg cuando la madre le pide al
muchacho que le diga de una vez
quién era aquel señor que lo
abordó. ¿Quién era? ¿Qué le dijo?
¿Qué le hizo a su hijo ese extraño
sujeto? El lector se encuentra con
más de un plan maestro:
venganzas, traumas y desdicha;
todo sazonado con una prosa
sobria que muestra, pero que
también sugiere, esconde.
El segundo cuento se
titula «La captura». El personaje
principal se llama Leopoldo, y no
ve la hora de llevar a cabo la
captura de una escoria social. El
narrador, a través de los ojos de
Leopoldo, escudriña al mesero, un
sujeto de unos sesenta años al que
los clientes ignoran o, en todo
caso, miran con desprecio.
Leopoldo llega a la conclusión de
que aquel mesero refleja
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perfectamente lo que era ese
huarique: algo mísero, sombrío,
toda una ruina (p. 24). Adjetivos
válidos para describir, en muchos
casos, a los personajes que
desfilan en los nueve cuentos de
Rivera de los Ríos: seres sombríos,
miserables, en fin: ruinas
humanas que general repulsión, y
a la vez, gracias al pulso narrativo
del autor, nos seducen.
En «El puente y la
ardilla», tercer cuento del libro,
Klaus acude a una fiesta en el ex
club Alemán (hoy restorán El
Montonero). Allí tiene una cita con
el destino: será, pues, una noche
de ajustes de cuentas con un amor
contrariado: Sofía. Aquí es preciso
resaltar la buena disposición de
los diálogos en este libro, pues
siempre dan un paso adelante en
la historia, enriqueciéndola, y
nunca funcionan como un mero
relleno, ni mucho menos como un
estorbo. Sofía sabe algo de las
imposturas de Klaus, un
mitómano que, según ella,
«inventa mentiras para hacerse el
importante, el misterioso, el
sufrido» (p. 42). Este cuento habla
sobre las mentiras piadosas y
también las otras: las escabrosas.
Personalmente, vuelvo a
confirmar que todos somos
mentiras, empezando por Alex
Rivera de los Ríos, por supuesto. Y
las mentiras que hay en este libro
nos sacuden. «Invencible y
sanguinario», el cuarto relato del
volumen, aborda tormentosas
relaciones homosexuales, en este
caso, entre un turista y alguien
que no llegaría a calificar como
«brichero». Para la gran mayoría
de los seres humanos, igual que
para el gringo de la historia, la
vida es una confusión total, y la
escritura de ficciones como las de
Nena constituyen viajes sin un
destino exacto, huir de los
demonios o comparecer ante
ellos.
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Para Álex Rivera de los
Ríos su escritura es un amuleto,
una satisfacción, y quizá, como
ocurre con el gringo, su forma de
ocultar la congoja y la cólera por
una vida frustrada. Decía Mario
Vargas Llosa que todo escritor
peruano es, al fin y al cabo, un
frustrado, un fracasado.
Me detengo en este
cuento, porque una concisa pero
bastante pedagógica mirada del
foráneo nos remite a ese país que
para algunos prospera y para
otros, entre los que me incluyo, se
está yendo al demonio: «A Richard
lo conocí en alguna ciudad del
Perú, ese país que ha dejado de
ser el profundo y bello lago de
historias, leyendas y riquezas que
al comienzo me provocó conocer,
y que pasó de pronto a convertirse
en una horrible amalgama de
urbanizaciones y edificios
deprimentes, vomitados por la
contaminación y subdesarrollo»
(p. 49). Este último es un
magnífico brochazo para describir
a nuestra caótica Ciudad Blanca:
una horrible amalgama de
urbanizaciones y edificios
deprimentes, vomitados por la
contaminación y el subdesarrollo.
Entiendo que «Nena», el
cuento que le da título al primer
libro de Álex Rivera de los Ríos, es
quizá su ficción predilecta. No lo
sé, pero la dedicatoria ya nos da
algunas luces: «A la memoria de
Edmundo de los Ríos». El narrador
de la historia cuenta que alguna
vez le dijo a la Nena: ¿nos ayudas a
inventar un nuevo juego?, sin
imaginar que ella ya era experta
en esas lides. Es decir, jugar a las
mentiras, ficciones orales que,
contrabandeadas como reales, le
otorgaban a la Nena muchas vidas,
muchos pasados, o para ser
precisos, muchas madres. Los
inofensivos juegos de la niñez,
como policías y ladrones, bata o la
pesca-pesca son reemplazados
por las mentiras, nunca gratuitas y
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jamás inocuas de la ficción: la
Nena solía inventar historias de
todo tipo y este cuento duro, triste
y sobrecogedor, habla sobre
nosotros, nuestros más ocultos
secretos y de los miles de
antifaces que, a medida que
crecemos, utilizamos no sólo para
soportar la vida, sino para evitar
que los demás accedan a nuestras
vergüenzas, o puedan hacernos
daño.
Del mismo venero que
«Nena» parece haber brotado el
relato titulado «Mi cualquiera», el
sexto de la colección: amores
lésbicos. «¿Y por qué no te has ido
con uno de esos galanes que se te
insinúan a cada rato?», le pregunta
una a la otra, y la respuesta nos
mantiene pegados a la historia:
«Porque me gustas tú. Porque me
miras y me haces sentir más mujer
que todos los hombres con los que
he estado. Porque contigo no me
siento impresionada, sino libre,
completa» (p. 72). Es mediante
estas historias que el autor escapa
de las presiones sociales, para ser
un espíritu libérrimo.
Ya que hablamos de la
libertad del creador, podemos
acercarnos a «Simoné», así se
llama la esposa del narrador, ella
sufre de migrañas y cuando habla
de un viaje a la playa exuda otro
viaje más intenso y envolvente, el
viaje a la ficción, aquél que nos
hace ser auténticamente libres:
«Ahora ya no siento más
tormentas en mi mente», le
confiesa Simoné a su marido: «Ya
no siento rencor ni asco de mis
defectos. Estamos juntos y ahora
sé que nunca más te dejaré. Somos
una familia, y tú dependes de mí.
Eres mío» (p. 83). Un comentario,
en apariencia grato, trasunta la
relación entre el autor y acto
creativo, la única forma en que
uno encara sin rencor ni asco sus
defectos: los cuentos son como
nuestros hijos y estos nueve
vástagos de Alex Rivera de los
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Ríos revelan a un autor con una
propuesta auspiciosa.
«El beso», es la
penúltima narración de este libro
y quizá el menos interesante de
las nueve historias de la colección.
No por eso debemos dejar de
reconocer la solvencia de los
diálogos para contar una historia
sobre la vocación por la
figuración: el sueño de ser artista
a toda costa y «triunfar»… siempre
entre comillas.
«Better man», cierra
con broche de oro esta magnífica
primera entrega de Rivera de los
Ríos. Y confieso que tengo una
vieja predilección por los
personajes desadaptados, aquellos
que ocultan anomalías mentales,
para decirlo con cierto decoro (o
quizá no tanto). Serafín quiere ser
un hombre bueno pero la vida lo
supera y el infierno está
empedrado de buenas
intenciones. ¿Hay mejor manera
de disfrutar de un cumpleaños que
viendo un excelente partido de
fútbol? Seguro que sí. Pero Serafín
no es normal. Es una bomba de
tiempo que entraña reacciones
descomunales. Si me permiten una
confesión: siempre he creído que
el fútbol es una locura efímera y
benigna (si uno no termina
convirtiéndose en barrabrava, por
supuesto). El fútbol —«nuestra
pavada insigne», sentencia Martín
Caparrós— nos roba el cerebro
durante noventa minutos y un
poco más y, si nuestro equipo
gana, como hoy lo hizo el FBC
Melgar en Moyobamba, entonces
acariciamos el cielo.
Álex Rivera de los Ríos,
a través de estas nueve historias,
me ha hecho disfrutar de más de
noventa minutos de placentera
lectura.
La relectura de Nena de
esta mañana me ha permitido
corroborar que estamos ante un
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autor que ha debutado con el pie
derecho (yo, que soy zurdo, acudo
a ese lugar común que discrimina
a los mejores del mundo como
Maradona y Messi): aquí no hay
goles de media cancha, pero sí
jugadas bien elaboradas, paredes
y gambetas, recursos narrativos
que hacen gala de la pericia y el
buen oficio del autor: la prosa es
segura y las imágenes logradas,
algo inusual en un narrador tan
joven como él. Claro que hay
algunos errores que antes se
llamaban «mecanográficos» y que
el editor, Arthur Zevallos, debió
corregir para evitar los gazapos
que aparecen en buena parte de
las historias. Sin embargo, esto no
desmerece en absoluto la calidad
de Nena. A través de la lectura de
estas ficciones he descubierto a un
verdadero hermano de las letras
(es difícil encontrar hermanos de
sangre en esta comarca literaria
plagada de laureados posetas): la
narrativa de Rivera de los Ríos
coquetea con la tentación del
fracaso y, algunas veces, le abre
las piernas… cuando le da la gana
se va a la cama con él.
Como ya dije, la ficción
cumple las funciones de un
amuleto para que, así, el autor
pueda conjurar las desgracias que
persiguen a los personajes de sus
historias: hombres violentos,
individuos castigados por el
destino, mujeres tan intrigantes
como mentirosas. La mentira al
servicio de un fabulador. En
muchos casos, hay un soterrado
ejercicio de ficción sobre la ficción,
es decir, metaficción, si me
permiten el término.
Como se habrán dado
cuenta, no soy académico ni
mucho menos crítico literario. Lo
único que soy (o intento ser) es un
contador de historias. Y acá estoy
tratando de contarles que este
libro es apenas el cimiento donde
seguramente se erigirá una
catedral. ‡
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EN EL ESTUDIO Giovanni Barletti*
Yuri Vásquez (Arequipa, 1963),
abogado de profesión y gran
narrador, desgasta sus días en un
pequeño estudio jurídico de la
calle San Pedro, generalmente, al
son de Charlie Parker y Miles
Davies y demasiado abstraído en
las historias que escribe con
locura insomne casi todos los días,
pues la ficción puede más a veces.
Balzac también era abogado, dice
Yuri Vásquez de repente y da
inicio así a la orden del día. Balzac,
García Lorca y Kafka. Está
preocupado porque todo indica
que no va a publicar este año, pese
a que sus dos anteriores libros
rápidamente se volvieron célebres
entre los lectores. En el año 1994
ganó el Copé de Oro con su cuento
titulado Antes que las últimas luces
se hayan apagado y en el 2010 su
novela El nido de la tempestad
quedó finalista del mismo premio.
Hasta la fecha ha escrito diez
libros en tres épocas distintas o
impulsos y comenta que ser un
autor inédito fue siempre la
tragedia de su vida. Sus mejores
libros aún persisten en los
archivos de su computadora y el
día que llegue a publicar hasta el
último dice que va a organizar una
gran fiesta. Consintiendo la
existencia de los géneros
literarios, Yuri Vásquez ha
abarcado casi todos incluyendo las
novelas extensas y novelas cortas,
cuentos, microcuentos, poesía y en
subgéneros tan disímiles como la
literatura policial y negra, de
ciencia ficción, erótica,
autobiográfica, histórica y la
crítica de cine, entre otros. Su
undécimo libro, una novela
policial, lo mantiene bastante
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ocupado durante las noches pues
la literatura realmente le quita el
sueño y, a lo largo de tantos años,
él confiesa que se ha vuelto una
necesidad biológica. Trata sobre
una pareja que va a cometer un
crimen porque ha visto
demasiadas películas de cine
negro. El cine es la otra gran
pasión de su vida. A los 13 años
tenía que realizar todo tipo de
tareas en su casa antes que su
madre le permita permanecer
despierto hasta altas horas de la
noche y mirar así las películas que,
sin conocer todavía la causa, le
llamaban la atención
sobremanera. Actualmente
atesora con celo más de 3000
películas en todos los formatos
que ha ido recolectando a lo largo
de toda su vida. A los 15 años, su
padre, incansable lector, le
proporcionaba novelas de
aventuras y comenzó a escribir
sus primeros versos. Era
sumamente difícil conseguir libros
en esa época pero el problema se
solucionó cuando ingresó a la
facultad de Derecho y se
deslumbró ante la biblioteca de la
Unsa que sigue llamando de
Alejandría. Entonces era
imposible, una pena entrar al
salón de clases cuando en la
biblioteca lo esperaban por
primera vez Faulkner, Moravia,
Borges, Onetti, Vargas Llosa,
Sartre, Camus e innumerables
autores más que leyó por aquellos
días.
Personajes inefables entran y
salen mañana y tarde del pequeño
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estudio entre clientes y abogados
amigos. Clientes que consultan
sobre algún litigio y nunca más
regresan, clientes que consultan
una y otra vez sobre el mismo
problema pero nunca llegan a
interponer la demanda por temor.
Los abogados somos los
verdaderos psicólogos de la
sociedad, afirma. Actualmente
lleva más de cien procesos sobre
todas las materias civiles y
penales que pueda uno imaginar,
siendo los más comunes los
procesos de alimentos con todas
sus variantes, divorcios,
obligaciones de dar suma de
dinero, contratos, las infinitas
cartas notariales, procesos ya
iniciados que exigen diligencias
para ir busca de los expedientes
en el Poder Judicial o el Ministerio
Público, de vez en cuando algún
caso interesante de Derecho penal
que termina rechazando. Sin
embargo, el Derecho nunca ha
representado mayor obstáculo
para dedicarse a la literatura, pues
afirma que es como una doble vida
y cuando llega a su casa olvida por
completo las múltiples diligencias
entre un juzgado y otro, las
nerviosas audiencias y hasta algún
posible linchamiento por mediar
en casos de usurpación tan
comunes entre las polvorientas
asociaciones vecinales. Comparte
el estudio con dos abogados que
conoció en la Universidad y que
ahora conversan y ríen en la sala
de espera, mientras Yuri Vásquez
mira el techo y arranca con el
segundo tema del día, películas
que superaron a los libros como
Servidumbre Humana con Kim
Novak, El halcón maltés quizás, El
sueño eterno por la maravillosa
actuación de Humprey Bogart,
Doble indemnización, dirigida por
Billy Wilder y con guión de
Raymond Chandler, El último
tango en París, por supuesto,
aunque no es justo comparar las
películas con los libros, son como
diferentes idiomas, las películas
son lo que son y los libros
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también. Antes de las seis llega
como siempre el escritor Marcel
Oquiche y ayuda con el recuento:
Un lugar en el sol protagonizada
por Montgomery Clift y la
bellísima Elizabeth Taylor
probablemente, De aquí a la
eternidad. De pronto, una pareja
entra taconeando el suelo de
madera busca de asesoría jurídica
y Yuri los ignora o no se da cuenta
y se dirigen a otro escritorio, como
suele pasar bastante seguido
cuando se interesa mucho en una
conversación o está demasiado
abstraído en sus historias. Junto a
Marcel recuerda la revista chilena
Ecran donde se podía leer las
últimas noticias y chismes de
Hollywood y que se compraba en
la librería Aquelarre, cuando los
memorables hermanos Ramírez
aún no habían instalado sus
huesos definitivamente en ese
lugar y los libros se compraban en
cuotas. Debido a esto participó en
un concurso de locutores radiales
organiza por la ya fenecida Radio
Landa que ganó y, cuenta con
gozo, cómo llegaba cada mañana a
la sala de locución con su
uniforme de la Gran Unidad
Escolar; más adelante condujo su
propio programa musical en Radio
Continental, El Musiquero, donde
ponía música durante una hora de
discos gigantes y prestados y
ganaba un magro sueldo que
invertía más que nada en libros y
revistas. Antes de irse se para en
una silla para retirar el letrero de
Consultorio Jurídico Gratuito,
luego cierra varias veces la única
puerta y se aleja calle abajo con su
amigo Marcel que hace más de
diez años corrige el mismo libro
de cuentos y cada tarde resuelven
juntos las últimas dudas, caminan
despacio y, muy cerca en la vereda
estrecha y antes de doblar la
esquina de Peral, se despiden
hasta el día siguiente. ‡
* Moquegua (1988). Acaba de publicar en Bolivia su
libro de cuentos La casa amarilla.
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UN EXCELENTE ANTI-MANUAL DE CRUDA
REALIDAD
Iván Montes Iturrizaga
Debo confesar —y antes de
comenzar con mis comentarios—
que no soy un literato ni mucho
menos un crítico especializado de
este mundo; soy solamente un
psicólogo que publica estudios
sobre el tema educativo y con una
ferviente vocación por escribir
crónicas, breves relatos y artículos
de opinión.
Me centraré en solo tres
grandes dimensiones acerca de
esta obra de Orlando Mazeyra
Guillén: el estilo, el contenido y las
implicancias de este texto.
El estilo
He leído con grata sorpresa este
texto que pinta de cuerpo entero a
Mazeyra como un escritor maduro
con características propias y una
identidad particular a pesar de
susinfluencias «vargallosianas»
que él mismo ha explicitado en
varias ocasiones. Pero, bueno, el
estilo es un sello personal y la
única forma en que sea posible
que dos personas tengan el mismo
estilo es que hayan transitado por
la vida de la misma manera, o
mejor dicho, que la hayan sufrido
igual. Algo realmente imposible.
Orlando Mazeyra Guillén es
lingüísticamente preciso, lo cual
es diferente a ser un
economizador de palabras.
Cuando alguien hace economía
está siendo avaro. Cuando se es
preciso, simplemente uno es justo.
Pero, para alcanzar esa justicia en
términos literarios, es necesario
narrar como fotógrafo, lanzar las
palabras sin divagar y ponerse en
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el lugar de quien leerá el texto. A
esto último, Daniel Cassany
denominó como elestilo del
lector y no es más que una forma
de empatía, donde quien escribe
asume una intención
comunicativa permanente y, por
ende, se preocupa por ofrecer
detalles, información y alcances
suficientes para lograr la tan
ansiada comprensión (la antítesis
de este estilo, digamos, entendible,
la encarnó el psicoanalista francés
Lacan, quien, con mucho esfuerzo,
desarrolló un estilo esotérico solo
comprensible por él mismo). En
este caso, Orlando Mazeyra
escribe con un refinado estilo de
lector y me imagino —ya que no
he conversado acerca de esto con
él— que su responsabilidad no
está tanto en que si causará
heridas a alguien, sino más bien,
en dejarse entender.
Es limpio en la expresión y a
eso le podemos sumar la
musicalidad con que remata sus
párrafos, a través diversas
cadencias que lo hacen un
narrador que invita a la lectura
sostenida. No encontramos baches
comprensivos a pesar de apelar a
recursos muy propios del habla
coloquial limeña y arequipeña.
Igual, de haber unos cuantos —me
refiero a esos baches— no hay
nada que no se pueda arreglar con
una pizca de «cayetano».
Otro valor importante en
esta obra es la honestidad. Pero no
en el sentido de que lo cuenta
todo y no se calla nada. No, eso no
es, al menos para mí. Esa no creo
que sea la intención. No es crónica,
pues no es 100% autobiográfica;
tiene, por supuesto, componentes
autoreveladores expresados por él
mismo, pero en una amalgama
armónica con la ficción. Esta obra
es honesta, pues estos relatos nos
dejan perplejos con algo que nos
parece totalmente real y, además,
muy sentido por quien narra. Solo
él sabrá qué es ficción y qué es
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realidad. No obstante, todo es tan
honesto que, hasta lo más
estremecedor o nublado,
configura una posibilidad en el
autor, en nosotros o en los otros.
Es honesto, pues se percibe que
está escribiendo desde él, desde su
historia y desde su sentir íntimo:
desde ahí es muy honesto incluso
transitar por la ficción.
El contenido
El primer contenido es el título Mi
familia y otras miserias. Bastante
sugestivo y que sintetiza muy bien
cada uno de los relatos. De hecho,
que si me hubiera pedido consejo,
nunca Mazeyra habría recibido
un: suaviza, hermano, suaviza un
poquito la cosa. Al contrario, lo
más probable es que le haya
ayudado a subir el octanaje al
rótulo de su obra.
Ya en los relatos tenemos así
de sugerentes a cada uno de sus
títulos y sus respectivos
desarrollos. No me gustaría entrar
en alguno de ellos en detalle;
quizá me vaya de boca y se los
termine contando del todo. Eso no
pasará, pues me encantaría que
disfruten como yo de la totalidad
sin perderse de nada. Solo, a vuelo
de pájaro, hablaré de algunos
momentos que me cautivaron
como lector.
Esta obra se inicia con el
relato «Mi primera máquina de
escribir». Ahí retrata a un padre
en su lado más oscuro y sin dejar
un solo espacio para ver una luz
de bondad. Así somos, pues, los
seres humanos: tan complejos que
tendemos a simplificar la vida y a
las personas por aquello que los
destaca. Aquí citaré una parte
para que me entiendan:
Nunca ocurrió: mi padre nunca me
enseñó a conducir. Lo que sí me
regaló —y hasta el hartazgo— fue
una vida en tinieblas: por las
noches bajaba la palanca de la luz
cuando la ira lo exoneraba del
llanto. Nos cortaba el servicio
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eléctrico solo para descargar en
nosotros —su esposa e hijos— toda
su rabia e impotencia: «Esta es mi
casa y aquí mando yo. Ahora pues,
díganle a su madre, que tanto los
engríe, que les dé luz» (p. 16).
Para mí, este fragmento
grafica y es el hilo conductor de la
obra. Las tinieblas del hijo que
sufre, la madre querendona y
sobreprotectora —en posible acto
compensatorio—, el padre
telúricamente autoritario y, por
supuesto, el marco familiar que en
ocasiones sostiene el caos que
desea evitar. No hay nada muy
diferente a nuestras familias, así
somos, o así hemos sido, aunque
sea en algo pequeño. Nadie se
escapa de no identificarse. La
ventaja es que ahora el valiente
Orlando Mazeyra Guillén nos hace
el trabajo más fácil: simplemente
reconocernos o reconocer a los
otros.
El relato «Cartas
cerradas» ilustra con claridad las
confesiones de amor y el diálogo
interior de quien inició estas
misivas: un tal Castañeda,
cuarentón y, al parecer, invicto en
los quehaceres amatorios. Esta
parte me pareció fenomenal y es
la que prepara al lector para un
final inesperado que, por razones
obvias, no les contaré:
Estuve a un tris de abrir esta carta
de marras, cuando se me encendió
el foco; no era azar, sino más bien
una extraña superstición. En estas
cartas había (o empezaba a haber)
un juego secreto. Un acertijo. Algo
subrepticio. Me convencí de buenas
a primeras de que si rompía alguna
de las cartas todo se evaporaría
para siempre. «No me puedo
permitir otra decepción amorosa».
¡Y menos con Esther! Estoy
segurísimo que ella es la indicada”
(p. 61).
El monólogo interior, la
confabulación consigo mismo y la
riqueza psicológica de los
personajes están presentes en
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toda la obra de Mazeyra. Pero no
todo en sentido penoso. Hay
pasajes realmente hilarantes y que
abundan en lisuras —o «voces mal
sonantes», según la Academia—
que, para quienes tenemos pocas
ataduras moralistas, resultan ser
en contexto muy graciosas. Por
ejemplo, en «La Compañía de
Jesús» encontramos a Martín; un
«amigo» consejero que ilustra al
protagonista —necesitado de
dinero— acerca de cómo
incursionar en el mundo de los
«fletes» —una forma de
prostitución varonil mayormente
nocturna que se caracteriza por su
esencia «todo terreno» en pro de
una buena paga.
Así tenemos:
Un flashback perentorio acudió en
mi ayuda. Claro, ¡era Martín!,
recordándomelo: «Para ser un flete
de veras, un flete con todas las de la
ley, tienes que estar dispuesto a
abrir tu mente. En otras palabras:
jugar con las dos piernas, ¿captas o
te la paso en limpio? A veces son
tíos, viejos arriolas que se plantan
para que te los atores y con los que
puedes sacar hasta un sueldo
básico en una noche. No te estoy
exagerando, esos son los más
regalones. Mente abierta, loco, lo
demás se arregla conversando» (p.
110).
Las implicancias
Con sinceridad, les confieso que
estoy bastante aburrido de los
libros de autoayuda y de
superación personal que tratan de
inculcarte formas de ser y
hacer desde la bondad humana.
Estos libros son tan desinfectados
que, a la larga, te dejan en el limbo
y seguramente peor de cuando
empezaste a leerlos. Son muchas
veces textos cargados de frases
que exaltan las virtudes humanas
a tan elevado nivel que al final no
sabemos cómo encarnar eso sin
ser ángeles del cielo. Por suerte, el
libro Mi familia y otras miserias es
para mí también uno de
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autoayuda, pero a la inversa, y con
pleno sentido de lo real; pues
advierte al lector —padre o futuro
padre de familia— de los daños
que puede ocasionar si es que
asume el desorden tripartito como
patrón de vida: pensamientos
demandantes y autoritarios;
emociones negativas y
sobredimensionadas; y, conductas
poco ajustadas.
Este libro no juzga a un
padre ni tampoco al hijo. Menos
aún santifica a una amorosa
madre. Solo presenta a una familia
con y desde sus «miserias», como
dice el título. Podría pecar de
atrevido —y creo que en eso
también me parezco al autor—,
pero en términos psicológicos, y
como psicoterapeuta que soy,
considero que este es un buen
aporte a lo que conocemos como
biblioterapia. Una estrategia
donde se les entrega a los
pacientes o clientes textos que
quizá les permitan darse cuenta
de las cosas o aprender formas
diferentes de ser.
Particularmente, yo
recomendaría esta obra como un
anti-manual de cruda realidad
para padres, madres y jóvenes;
una especie de: «si haces esto,
entonces mira lo que pasará a tu
alrededor». O, también, nos puede
conducir a la comprensión del
sufrimiento interior, la
incertidumbre y el vacío que, por
lo general, duele más cuando
estamos acompañados. ‡
Arequipa, 3 de octubre de 2013.