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Carles Ramió LA ADMINISTRACIÓN QUE SE ESPERA PARA DESPUÉS DE LA...

Date post: 25-Sep-2018
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LA ADMINISTRACIÓN QUE SE ESPERA PARA DESPUÉS DE LA CRISIS Carles Ramió Profesor de Ciencia Política y de la Administración Universitat Pompeu Fabra La actual crisis económica española que se inició en 2008 está todavía lejos de ser superada. La crisis es de una magnitud inusual en nuestra historia por su profundidad y por su larga duración. Es una crisis financiera, una crisis monetaria y una crisis inmobiliaria pero que representan meros síntomas de dos crisis más profundas: una crisis de competitividad y una crisis de valores sociales. Los analistas económicos pronostican que esta crisis va a cambiar muchas pautas en el tejido productivo, de servicios y en las relaciones laborales. Los analistas políticos andan estudiando si van a producirse transformaciones políticas e institucionales. Seguramente éstas también se producirán pero, desgraciadamente, tendrán un alcance más bien superficial optando más por el maquillaje de los males objeto de crítica ciudadana y no por alternativas quirúrgicas que permitan cercenar los tumores malignos que aquejan al sistema político. Pero la crisis también está afectando y va a afectar a la Administración pública española. La mayoría de los expertos coinciden en argumentar que nuestras administraciones públicas van a ser, después de la crisis, radicalmente diferentes a como son y funcionan ahora. Este cambio pronosticado se vive con cierto optimismo ya que hay una insatisfacción generalizada en la sociedad y sus medios de comunicación, y entre políticos y especialistas en como es y funciona actualmente la Administración pública. Es unánime la percepción que ésta tiene que cambiar. Yo me sumo con muchas reservas a este entusiasmo debido a que nadie sabe a ciencia cierta como será nuestra Administración pública del futuro. Estamos ante un cambio anunciado de carácter reactivo que se genera por el catalizador de la crisis económica y se inicia sin que nadie tenga un diseño y una hoja de ruta sobre cual es el modelo conceptual de la Administración pública del futuro ni tenga definida una caja de herramientas potente para conseguirlo.
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LA ADMINISTRACIÓN QUE SE ESPERA PARA DESPUÉS DE LA CRISIS

Carles Ramió

Profesor de Ciencia Política y de la Administración Universitat Pompeu Fabra

La actual crisis económica española que se inició en 2008 está todavía lejos de ser

superada. La crisis es de una magnitud inusual en nuestra historia por su profundidad y

por su larga duración. Es una crisis financiera, una crisis monetaria y una crisis

inmobiliaria pero que representan meros síntomas de dos crisis más profundas: una

crisis de competitividad y una crisis de valores sociales. Los analistas económicos

pronostican que esta crisis va a cambiar muchas pautas en el tejido productivo, de

servicios y en las relaciones laborales. Los analistas políticos andan estudiando si van a

producirse transformaciones políticas e institucionales. Seguramente éstas también se

producirán pero, desgraciadamente, tendrán un alcance más bien superficial optando

más por el maquillaje de los males objeto de crítica ciudadana y no por alternativas

quirúrgicas que permitan cercenar los tumores malignos que aquejan al sistema político.

Pero la crisis también está afectando y va a afectar a la Administración pública

española. La mayoría de los expertos coinciden en argumentar que nuestras

administraciones públicas van a ser, después de la crisis, radicalmente diferentes a como

son y funcionan ahora. Este cambio pronosticado se vive con cierto optimismo ya que

hay una insatisfacción generalizada en la sociedad y sus medios de comunicación, y

entre políticos y especialistas en como es y funciona actualmente la Administración

pública. Es unánime la percepción que ésta tiene que cambiar. Yo me sumo con

muchas reservas a este entusiasmo debido a que nadie sabe a ciencia cierta como será

nuestra Administración pública del futuro. Estamos ante un cambio anunciado de

carácter reactivo que se genera por el catalizador de la crisis económica y se inicia sin

que nadie tenga un diseño y una hoja de ruta sobre cual es el modelo conceptual de la

Administración pública del futuro ni tenga definida una caja de herramientas potente

para conseguirlo.

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Es decir, hoy por hoy el futuro de nuestras administraciones es incierto y está en el

ánimo de todos que cualquier cosa puede ocurrir. Esta incertidumbre es inquietante ya

que nadie puede asegurar que la Administración postcrisis tenga el modelo y las

capacidades que requerirá la sociedad española en el futuro. Como todo es posible

podemos generar una buena Administración pero también edificar una mala

Administración. El proceso de migración de la actual Administración hacia la del futuro

la hemos dejado entre todos en manos de diferentes actores y fuerzas muy distintas,

divergentes e incluso contradictorias que sólo parecen asegurar que el proceso será

caótico y aleatorio y sólo queda la opción de encomendarnos a la divina providencia.

Todos aquellos que no crean en la magia y en la suerte como motores de cambio

deberían estar muy preocupados ya que no sólo se está jugando con el futuro de la

Administración pública sino con el futuro de la sociedad española en el marco de un

mundo en profundo proceso de cambio. Además en el caso de los países europeos

encaramos la situación desde los puestos más incómodos de la parilla de salida.

El objetivo de este escrito es presentar y analizar los actores, las fuerzas y las tendencias

que van a jugar en este proceso de cambio. La conclusión final de este ensayo es

demostrar que los actores y fuerzas en liza no están en condiciones de dibujar una

Administración pública de futuro con unas mínimas garantías de éxito. En nuestro

sistema político, administrativo y en la sociedad española en general se detectan, desde

hace tiempo, unas tendencias negativas que sólo pueden pronosticar un modelo de

futuro de Administración pública defectuoso. Sólo desde la conciencia de esta pérfida

tendencia se puede lograr que los actores y fuerzas modifiquen sus convicciones y sus

estrategias y logren puntos de complicidad y de acuerdo para construir entre todos un

modelo de Administración acorde con los retos que nos aguarda el futuro.

La única forma para iniciar el análisis que aquí se propone es estudiar con un cierto

detalle los problemas actuales que aquejan a nuestras administraciones públicas. Sólo

desde un diagnóstico preciso es posible construir una propuesta certera, sólida y

competitiva.

Los problemas de la Administración pública en España son diversos y complejos. Los

menos graves (o sólo meros síntomas) son los que concentran una mayor atención. En

cambio los más graves (la enfermedad que provoca los síntomas) quedan ocultos o bien

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la mayoría los pasa de puntillas. Los problemas de la Administración pública se

asemejan a un conjunto de matruskas rusas que siguiendo la lógica de la cebolla, una

capa externa esconde otras capas más profundas y más substantivas y al final no hay

modo de conocer donde están las causas de los problemas y se confunde la enfermedad

con los síntomas y lo accesorio con lo relevante.

En este juego de matruskas la atención de la opinión pública y de la mayoría de los

analistas recae en la muñeca rusa de mayor envergadura. La única que es claramente

visible para todos. Hay que redibujar esta muñeca que muestra unos dibujos y unas

características que producen disgusto general y que parece que no se adecuan a una

buena administración.

En este nivel de análisis hemos descubierto entre todos que nuestras administraciones

públicas, tienen problemas físicos y, más en concreto, que tienen problemas

relacionados con la sexología. Ahora resulta que “el tamaño si importa” regresando a

caducos debates cuando la sexología moderna lleva mucho tiempo que los ha

considerado zanjados. La mayoría de los análisis que hacen políticos, estudiosos,

empresarios y medios de comunicación concentran su atención sobre las dimensiones

físicas de la Administración pública. Se critica que nuestro sistema administrativo sea

demasiado largo (un exceso de niveles administrativos: Estado, Comunidades

Autónomas, Diputaciones, Comarcas y Ayuntamientos). Se critica también que nuestro

sistema administrativo sea demasiado grueso (hay un exceso evidente de empleados

públicos se argumenta).

Este nivel de análisis es interesante pero, desde mi punto de vista, muy superficial ya

que no incide en los problemas más profundos de nuestras administraciones públicas.

Además es un debate que se ha cerrado muy rápido y con unanimidad: en efecto sobran

niveles administrativos y hay una evidente inflación en el empleo público. Ya está sobre

la mesa política cerrar al menos un nivel de administración pública (las Diputaciones

provinciales) y ya se han iniciado las estrategias para reducir el volumen de empleados

públicos (funcionarios interinos cesados y inicio de ERO a los empleados públicos con

un vínculo laboral). Tanta celeridad en el cierre del debate y tanta unanimidad resulta

sorprendente ya que la situación y el estado del arte de nuestras administraciones no es

tan evidente como pueda parecer a simple vista.

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En primer lugar esta el tema sobre si nuestro sistema administrativo es demasiado largo.

Es decir, si agrupa un excesivo número de niveles y subniveles administrativos. Ahora

hemos caído en la cuenta que nuestro modelo autonómico, que nuestra descentralización

política y administrativa es muy cara. Y hay la percepción que parece que España haya

instalado un sistema administrativo mucho más complejo que la mayoría de países de

nuestro entorno. Esto no es cierto ya que la mayoría de países de nuestro entorno poseen

también sistemas complejos articulados a tres niveles (Estado, nivel intermedio y

Administración local). La mayoría de estos países poseen también un nivel

administrativo intermedio tanto si optan por un sistema federal o por un sistema

regional y son una minoría los que sólo poseen dos niveles. Incluso la jacobina Francia

posee desde hace tiempo un nivel de carácter regional. En todo caso es evidente que

nuestro modelo autonómico está fuera de duda y no hay ningún peligro para su posible

desaparición. El Estado autonómico es sólido y está más legitimado política y

socialmente de lo que pueda dar a entender sus infinitos rediseños y las clásicas

polémicas entre el centro y la periferia. Además no queda otra opción que seguir con el

lastre de un incomprensible dibujo autonómico en el que coexisten grandes

Comunidades Autónomas en población y/o territorio con diminutas Comunidades

Autónomas de carácter provincial. Es cierto que hay un exceso de autonomías

demasiado pequeñas para generar economías de escala y que, además, la razón de su

existencia no está muy justificada desde un punto de vista social, económico, histórico y

cultural. Pero esta evidente disfunción escapa a las posibilidades reales de impulsar un

cambio por su elevado nivel de institucionalización y apoyo social.

Como no hay nada que hacer a nivel autonómico las miradas se concentran en el nivel

local. Las Administración local en España es compleja: Diputaciones (Provinciales,

Forales, Cabildos, Consejos Insulares), Ayuntamientos y, en algunos casos, además

Comarcas. De momento la víctima más propicia a su eliminación son las Diputaciones.

Todo el mundo se pregunta: ¿Qué hacen y para que sirven las Diputaciones?

Aparentemente no hacen nada y no aportan valor a nuestro sistema administrativo.

Además son unas absolutas desconocidas por la ciudadanía (el hecho que el sistema de

elección de sus dirigentes no sea directo no ha ayudado nada a su legitimación social).

Que se esté planteando la posibilidad de suprimir las Diputaciones es un indicador más

de la tendencia entre confundir problemas y no dar con la solución más adecuada sino

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todo lo contrario. En este sentido, hay que decir que las Diputaciones no son el

problema sino una solución (algo precaria e ineficiente hay que reconocerlo) ante un

problema de mayor calado que es el excesivo volumen de municipios que tenemos en

nuestro país. En España hay más de 8.000 municipios y el 85% de los cuales agrupan a

menos de 5.000 habitantes, es decir, tienen unas dimensiones insuficientes para ser

eficaces y eficientes en su gestión. El inframunicipalismo es un problema extendido a

otros países europeos (Francia y Alemania serían los ejemplos más sobresalientes). Es

revelador el caso de Grecia que sin llegar ni de lejos a los extremos españoles a nivel

municipal ha sido obligado por sus “rescatadores” financieros a suprimir de forma

radical el número de sus municipios (ha suprimido dos terceras partes de los mismos).

En cambio, la opción de agregación de municipios no se plantea en España por ser un

país muy ligado al cantonalismo y a la aldea. Pero Grecia lo ha tenido que hacer y, por

ejemplo, Dinamarca lo hizo por iniciativa propia hace una década. En cambio aquí no se

ataca de frente al problema sino de forma lateral y equivocada ya que la supresión de las

Diputaciones es un disparate sino se cambia el actual mapa municipal. La función de las

Diputaciones reside precisamente en subsanar parcialmente las disfunciones de unos

Ayuntamientos excesivamente pequeños para afrontar sus retos diarios de gestión.

Suprimiendo las Diputaciones se agravan los problemas asociados al

inframunicipalismo. En efecto, se pueden suprimir las Diputaciones siempre y cuando

antes se racionalice el mapa municipal y pasemos de más de 8.000 a menos de 2.000

municipios. En todo caso alguien puede argumentar que las funciones de las

Diputaciones pueden ser asumidas por las Comunidades Autónomas. Este

planteamiento es equivocado ya que supondría la sumisión automática de los

Ayuntamientos (que gozan de autonomía constitucional) hacia las administraciones

autonómicas. Además, éstas, visto sus problemas de financiación y de tesorería,

difícilmente podrían resistirse a utilizar los recursos procedentes de las extintas

Diputaciones en beneficio propio y no de los municipios. En definitiva la solución fácil

de suprimir las Diputaciones abocaría a toda la Administración local a una crisis sin

precedentes en nuestra historia más reciente. Muchos estamos de acuerdo con la boca

pequeña a reducir el número de municipios pero pocos son los valientes que lo plantean

de forma abierta. E incluso esta opción, en la que yo estaría totalmente de acuerdo, no

está exenta de problemas más allá de violentar el arraigo parroquial de los españoles.

Sirva un solo argumento como ejemplo: ahora que está tan de moda hablar de la

desafección democrática de los españoles que se manifiesta en la cada vez más baja

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participación electoral y en el incremento de los votos en blanco parece que casi nadie

ha reparado en un pequeño detalle: La participación electoral no baja sino incluso

incrementa entre la población que reside en los municipios pequeños. Es decir, el

alocado mapa municipal no favorece para nada la eficacia y la eficiencia en la gestión

pero en cambio ha permitido generar un capital político y social de confianza y

complicidad entre una parte de los habitantes y sus instituciones públicas. Este

argumento no niega seguramente la mayor, de que habría que agregar municipios, pero

si es un buen ejemplo de como cualquier opción radical no debe medirse sólo en

términos económicos y de gestión sino que también hay que valorar sus dimensiones

políticas y sociales como posibles efectos colaterales que pueden ser más graves que sus

posibles ventajas.

Otra conclusión, todavía más clara, que se deriva del análisis de la muñeca rusa

administrativa más epidérmica es que hay en España un exceso de empleados públicos.

En este país hay, más o menos, tres millones de empleados públicos y este volumen es

considerado como totalmente excesivo. Lo primero que llama la atención es que hay

que decir “más o menos” ya que a ciencia cierta nadie sabe cuantos empleados públicos

hay (los datos entre el Registro Central de Personal y la Encuesta de Población activa

difieren en nada menos que 400.000 empleados públicos que están en el alero) y esto es

un síntoma más de que algo grave sucede en nuestras administraciones públicas. En

términos absolutos y sin contexto puede parecer que aparentemente hay demasiados

empleados públicos que rondan por los edificios públicos. Pero la forma de poder

medirlo con una cierta garantía es compararlo con los países europeos de nuestro

entorno. Y esta comparación depara una sorpresa ya que si se compara con estos países

el ratio población/empleados públicos resulta que España está en la media baja. Sirva de

ejemplo un país como Gran Bretaña, que después de más de tres décadas de políticas

ultraliberales hacia su sector público, posee en términos relativos más empleados

públicos que en los que hay en España. Es decir, los datos comparados desmienten de

forma rotunda el dogma sobre el exceso de empleados públicos. Otro argumento que se

utiliza de forma superficial es que durante la última década se ha incrementado de una

forma geométrica la presencia de empleados públicos. Es cierto, y añado: es lógico.

Hace dos décadas los demógrafos nos anunciaron que en el año 2010 España alcanzaría

al fin la cota de los 40 millones de habitantes y los servicios públicos se diseñaron para

servir a este volumen de población. Pero en 2010 España tenía 47 millones de

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habitantes (entre empadronados y moradores instalados). La Comunidad de Madrid o la

Comunidad de Cataluña, por separado, recibieron durante la última década más

inmigración que Alemania, Gran Bretaña, Francia e Italia juntos. No se ha conocido en

el mundo un proceso migratorio tan profundo en un tiempo y espacio tan limitado. Y

estos nuevos españoles, como es lógico, son unos grandes consumidores de servicios

públicos (sanidad, educación y servicios sociales). Es, por lo tanto, normal e

imprescindible el elevado crecimiento de los empleados públicos durante los últimos

tiempos.

En definitiva, se ha podido demostrar que la primera muñeca rusa no es tan sencilla

como da a entender la opinión experta dominante. Es una muñeca que tiene, por lo

menos, dos caras: una vieja y con poco atractivo y otra lozana y seductora. Entre las dos

el resultado no es tan apocalíptico como pueda parecer.

Pero esta muñeca oculta otra mucho más substantiva e importante de cara entender los

auténticos problemas de nuestro entramado de instituciones administrativas. Esta

segunda matruska tiene dibujada en su cara y en su cuerpo la mala calidad de la cultura

política y de la cultura administrativa de nuestras administraciones públicas.

En este país hay una deficiente cultura política en relación con las administraciones

públicas. Es una cultura política dominante (con sus honrosas excepciones) que percibe

y observa con desconfianza a los empleados públicos y a las maquinarias

administrativas. Los políticos perciben a la Administración y a sus empleados como los

enemigos que hay que combatir o superar para poder poner en marcha los programas y

proyectos políticos. No se entiende a la Administración como lo que realmente es: el

instrumento de la política y de los políticos para ejecutar los proyectos políticos. Se

detecta cada vez menos complicidad de la política con la administración. Además no se

percibe que existan proyectos políticos claros sobre lo que hay que hacer con la

Administración pública y la política suele inhibirse en esta temática tan relevante. La

Administración pública y sus modelos de gestión deberían ser objeto del debate político

entre izquierda y derecha. Los modelos de gestión no son neutros a nivel ideológico:

optar por privatizar o no, o por externalizar o no (privatización de la gestión aunque no

de su titularidad), o optar por un modelo gerencial o no o por un modelo de agencias

tiene contenido y sentido ideológico. Pero si se analizan los datos empíricos que se

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disponen (por ejemplo en gestión local gracias a los esfuerzos de la Fundació Carles Pi i

Sunyer) no se detectan correlaciones entre externalización, gerencialización o

agencialización y la ideología del equipo de gobierno. Lo hace en la misma medida la

izquierda que la derecha. Sólo se detectan correlaciones de variables espúreas: por

ejemplo externalizan mucho más los gobiernos en minoría que los que gozan de

mayoría sólida. Este es un ejemplo que no hay proyectos políticos claros en relación al

sector público sino tactismo y contingencias.

Otro problema de la cultura dominante es la falta de valentía de los políticos que lideran

las administraciones públicas. Dirigir un organismo público requiere capacidad, fuerza y

tenacidad para tomar decisiones. En un contexto de crisis económica como la actual esta

necesidad es todavía más evidente: hay que cerrar oficinas, hay que recortar

presupuestos, hay que eliminar determinadas bolsas con excedentes de empleados

públicos… en definitiva, hay que priorizar ámbitos y políticas. Para poder ejecutar con

ciertas garantías esta necesidad se requieren líderes políticos valientes. Pero hay

instalada en nuestra clase política mucha cobardía con un cierto aroma de infantilismo.

La gran mayoría de nuestros políticos son profesionales de la política y no acreditan una

trayectoria profesional o empresarial previa o en paralelo. Esto quiere decir que son

políticos que viven literalmente de la política y esto hace que su objetivo más

prioritario, cuando ocupan un cargo, sea mantenerse el máximo tiempo en el mismo. Su

bienestar y el de su familia dependen de ello y esto los hace de forma natural muy poco

valientes. La mayoría de los muy numerosos cargos políticos que colonizan las

administraciones públicas rehúyen tomar decisiones. En este contexto tomar una

decisión es arriesgado ya que puede no gustar a los superiores y la espada de Damocles

del cese está muy presente. Por este motivo la mayor parte de los líderes políticos

renuncian a la toma de decisiones y la elevan a sus superiores y así sucesivamente hasta

inundar los despachos de presidentes, alcaldes, ministros y consejeros. Y éstos se ven

abocados a decidir sobre todo y en todo momento tomando, muchas veces, decisiones

erróneas y con una excesiva demora en el tiempo. En la cultura política y administrativa

de este país, a diferencia de la cultura empresarial, no suele castigarse al que se pone de

perfil ante los problemas y se inhibe. Este, en sentido contrario, es el mejor método para

sobrevivir en el puesto en los momentos turbulentos como el actual. No se trata tanto de

llevar a cabo un proyecto político sino de ejecutar un proyecto personal que consiste en

mantener el cargo por encima de cualquier otra consideración.

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Es un campo abonado entre los empleados públicos que la mayoría de los males que

aquejan a las administraciones públicas hay que imputarlas a la deficiente calidad de la

cultura política. Es una posición comprensible pero errónea ya que también hay una

negativa cultura administrativa entre los empleados públicos que hay que contemplar en

el análisis.

Puede detectarse una cultura administrativa predominante (en especial entre los

funcionarios) muy acomodada y con escasa tensión profesional. Se trata de una cultura

que tiende a maximizar en exceso los beneficios inherentes a la condición de

funcionario y a minimizar las obligaciones asociadas a este estatus. En términos

generales se detecta una falta de vitalidad y de dinamismo profesional (evidentemente

las excepciones son numerosas). Se detecta también un clima negativo y elevados

niveles de desmotivación. Hay que reconocer que ser funcionario no es sencillo: mala

imagen social, dependencia de directrices políticas que cambian de orientación radical

cada cierto tiempo, etc. El hecho que los funcionarios sean legítimamente dirigidos por

los políticos no deja de ser un acto de una gran violencia ya que nuestro sistema se

articula sobre el principio que “el inexperto dirige al experto” y esto genera una lógica

desazón entre los tecnócratas. Pero este malestar absolutamente inevitable en un sistema

democrático oculta vicios que son propios de los funcionarios.

Cuando un cargo político pasa a dirigir una organización pública (como me ha ocurrido

a mí en varias ocasiones) tiene que ser consciente de este bajo estado de ánimo entre sus

empleados públicos. Los manuales sobre liderazgo dan algunas buenas

recomendaciones en las competencias que debe acometer un cargo directivo. En primer

lugar definir un proyecto sólido y claro para la institución que se dirige buscando la

complicidad con sus profesionales. En segundo lugar tener la capacidad de relacionarse

con el entorno de forma positiva para la institución (generar buena imagen, negociar y

defender la institución). En tercer lugar ser un buen gestor de personas motivando al

personal mediante la empatía y argumentando el proyecto. Sí un líder atiende

correctamente a estos tres vectores la organización que dirige debería ir como un cohete.

Pero resulta que no es suficiente en el caso de las administraciones públicas ya que hay

una cuarta dimensión muy difícil de atender y de entender: la gestión de las pasiones de

los funcionarios. Un cargo político se encuentra que sus funcionarios operan con cuatro

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agendas simultáneas. Una agenda profesional (que es la que controla y conoce el líder),

una agenda paraprofesional (los funcionarios con un cierto nivel suelen ser profesores

asociados en universidades, imparten cursos y conferencias, escriben artículos) que es

legal y muy enriquecedora a todos los niveles. Una tercera agenda de carácter personal

(conciliación con la vida privada que con las arquitecturas variables de las nuevas

familias cada vez es más difícil) y una cuarta agenda de carácter familiar-institucional.

Esta última agenda forma parte de la idiosincrasia de la función pública: los

funcionarios cuando adquieren esta condición quedan ligados de por vida a la

Administración pública (en la sociedad moderna es el único vínculo vitalicio que se

conoce salvo el de tener hijos). Además, por la baja movilidad en sus puestos de trabajo

suelen estar conviviendo muchos años con los mismos compañeros con los que suelen

establecer lazos de carácter familiar con sus filias y sus fobias. Manejar las pasiones e

interferencias derivadas de la convergencia de estas cuatro agendas es una tarea muy

difícil para los altos cargos. El funcionario suele priorizar su agenda paraprofesional,

personal y familiar-institucional por delante de su agenda estrictamente profesional.

Justo a la inversa de los que suele suceder con un empleado en el sector privado.

Entre esta mala cultura política y esta deficiente cultura administrativa se genera una

sinergia perversa que va en detrimento de la productividad de nuestras administraciones

públicas. Esta segunda Matruska nos ilustra mucho mejor que la primera sobre los

auténticos problemas del sistema administrativo. El problema no es tanto un exceso de

administraciones o de empleados públicos sino que el problema es la baja productividad

de nuestras administraciones públicas. Sirva de ejemplo un solo dato: las horas que

trabajan al año los empleados públicos en relación con los del sector privado son cerca

de 200 menos. La misma diferencia existe entre los empleados públicos españoles en

relación con los empleados públicos alemanes. Las condiciones de trabajo de los

empleados públicos españoles son excepcionales (vacaciones, días de asuntos propios y

políticas de conciliación) con relación a su entorno nacional e internacional. Esta es una

de las consecuencias más plásticas de la mala cultura política y administrativa. Los

políticos con su inhibición en los temas administrativos y con su cobardía suelen ceder

con una gran facilidad a las draconianas demandas sindicales. Los sindicatos y los

trabajadores públicos, conscientes de esta debilidad de la política, ejercen sin piedad una

gran presión en la que pierden la razón al obviar la situación del entorno laboral, social

y económico. Políticos y empleados públicos entran en una perversa teoría de juegos en

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el que prevalece su rol de actores racionales, egoístas y liberales pero generando unas

externalidades muy negativas para todo el sistema administrativo y, al final, para ellos

mismos. La acción colectiva nunca sale bien parada cuando se deja todo en manos de

estrategias racionales individualistas pero que carecen de los valores vinculados a la

acción pública.

Otro ejemplo de sinergia negativa entre la cultura política y la cultura administrativa es

la ausencia de regulación de la dirección pública profesional (ver anexo 2). Se entiende

por dirección pública profesional al conjunto de puestos directivos que están justo

debajo del nivel político y que representan la máxima categoría estrictamente

profesional. Cualquier organización, sea pública o privada, requiere unos directivos

profesionales plenamente capacitados y que gocen de una cierta estabilidad. Todas las

innovaciones y mejoras que quieran introducirse en la Administración pública (gestión

por objetivos y por proyectos, cuadros de mando, evaluación de políticas, carrera

administrativa, evaluación del desempeño, etc.) requieren de una musculatura directiva

no sólo de mantenimiento sino de alta competición. Sin dirección pública profesional no

hay innovación, ni fortaleza institucional, ni eficacia y eficiencia en la gestión. Por más

que el EBEP establezca el mandato a generar y regular una dirección pública

profesional y por más que la mayoría de los países desarrollados de nuestro entorno lo

hayan hecho en España este espacio sigue siendo todavía inédito. No hay en este país

dirección pública como institución (en el sentido que se regulen mecanismos

meritocráticos de entrada, permanencia y salida en la dirección). Sí que hay, en cambio,

funcionarios que ocupan puestos directivos profesionales pero con criterios aleatorios

que oscilan entre el clientelismo político y la profesionalidad (puestos de libre

designación). ¿Por qué no se regula la dirección pública profesional en España? La

respuesta es por la pinza que dibuja la mala cultura política y la mala cultura

administrativa. La clase política no está interesada en su regulación ya que se siente

muy cómoda ejerciendo una gran discrecionalidad política aunque ésta sea negativa

para la institucionalidad. Los empleados públicos tampoco se muestran muy interesados

en tener unos superiores con conocimientos suficientes técnicos para comandar la

organización. Prefieren unos superiores con menos capacidades y competencias que les

permita rentabilizar mejor sus derechos y cicatear con sus obligaciones.

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En este punto el lector puede llegar con asombro a la conclusión que las

administraciones públicas son unos imanes para reclutar a los perfiles más pérfidos y

egoístas de nuestra sociedad, sean éstos políticos o empleados públicos. Esta percepción

es totalmente desacertada. Si en un sistema público falla la cultura política y falla la

cultura administrativa es que hay un problema más grave y que está en el seno de la

sociedad española. Al fin y al cabo, políticos y empleados públicos pertenecen y son

una muestra significativa de una determinada sociedad. Aquí es cuando aparece la

tercera muñeca rusa, más diminuta que las anteriores pero más substantiva y más

compleja.

La tercera matruska tiene que ver con la mala cultura social de los españoles en su

relación con las instituciones públicas. La sociedad española, si atendemos a los datos

de las diferentes encuestas realizadas (entre las que destacan las del CIS) sobre esta

temática tiene una visión muy negativa de las administraciones públicas (ver anexo 1).

Las percibe obsoletas e ineficientes con unos clichés más propios del siglo XIX que del

siglo XXI. En este sentido, tal y como destaca la autora que más ha estudiado estas

percepciones (Eloísa del Pino), los españoles son “burófobos”: odian profundamente las

administraciones públicas. Pero la percepción social es más compleja ya que cuando se

pregunta a los españoles por su valoración sobre servicios públicos que conocen porque

han consumido recientemente su percepción es muy positiva. En este sentido los

españoles son “burófilos”: aman a las administraciones públicas. Esta contradicción tan

estridente es más llamativa si comparamos estas percepciones de nuestro ámbito

doméstico a nivel internacional con los países más desarrollados. En los países de

referencia también hay una contradicción pero diferente: sus sociedades perciben de

forma positiva en abstracto a sus administraciones y de forma negativa cuando se les

pregunta más en concreto a las que conocen al consumir alguno de sus servicios. El

hecho que en estos países (la mayoría de los países europeos de referencia) sean más

críticos que nosotros sobre ámbitos y servicios públicos consumidos puede explicarse

con un doble argumento: por una parte, son sistemas democráticos más consolidados

con ciudadanos mucho más maduros i exigentes y, por otra parte, quizás reciban

servicios públicos de menor calidad de los que se producen en España. Sobre este tema

hay que dedicar un poco de atención ya que estudios internacionales demuestran que en

España se prestan servicios públicos con un nivel de calidad superior a los países más

desarrollados de nuestro entorno y esto nuestra ciudadanía lo reconoce.

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Lo más preocupante es que cuando se pregunta en abstracto por lo público en España se

sea tan crítico y no en los países de nuestro entorno. Este es el síntoma de la enfermedad

que nos aqueja, de una mala cultura social hacia lo público. Cuando se pregunta a una

sociedad en abstracto sobre lo público en el fondo se pregunta por como se valora a sí

misma ya que las instituciones públicas son la fórmula que se dota una sociedad para

defender el bien común y los intereses generales. Es una pregunta que nos ubica ante el

espejo y lo lógico es lo que sucede en los países de nuestro entorno y que la valoración

sea positiva. Lo normal es que una sociedad se guste a sí misma en términos generales y

no lo que sucede en España que cuando se mira al espejo ve algo muy poco atractivo y

se pone a criticarlo sin piedad sin detectar que lo que refleja el espejo es a uno mismo.

Este es el problema de fondo de nuestras administraciones públicas: una sociedad que

las necesita pero que no las quiere ni las apoya. Aquí es un deporte nacional criticar

agriamente a las instituciones públicas y hacer de ellas una parodia que no refleja su

situación real sino mitos que tienen sus raíces en el franquismo y en el tumultuoso siglo

XIX. Esta visión crítica y acrítica hace que los funcionarios tengan un bajo prestigio

social y posean baja autoestima. Políticos y funcionarios forman parte, obviamente, de

esta sociedad enferma en su relación con el sistema público y también muestran odio y

crítica hacia las organizaciones para las que trabajan. En este sentido por ejemplo, se

puede entender algo que es de muy difícil comprensión: que los ingeniosos chistes de

Forges sobre la burocracia sean tan celebrados y tan difundidos entre los servidores

públicos (sean estos políticos o empleados públicos), que son paradójicamente el blanco

de sus críticas.

En definitiva, este es el problema de fondo que tienen las administraciones públicas: la

falta de complicidad de la sociedad hacia ellas. Y es una situación de muy difícil

comprensión ya que la Administración que se ha diseñado durante estas dos últimas

décadas es moderna y capaz de prestar unos servicios públicos de calidad por encima de

la media de los países más avanzados. Es decir, la Administración se ha legitimado por

la vía de sus actuaciones y la sociedad se lo reconoce en índices muy concretos de

satisfacción. Pero en cambio, la sociedad española no ha sabido modernizar su discurso

en relación con el sistema público y sigue, de forma incomprensible, anclada en clichés

propios del siglo XIX. Tenemos, por lo tanto, una Administración que carece de

legitimación social en un sentido amplio y esto hace que sea una Administración débil a

nivel de valores institucionales tal y como reflejan los problemas de cultura política y de

cultura administrativa.

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La sociedad española es una sociedad que está acomplejada desde la crisis de 1892 y

que no confía en si misma. Las dos últimas décadas de prosperidad económica han

permitido recuperar gran parte de la autoestima y sólo quedaban algunos complejos por

superar como el de su desafección con sus instituciones públicas. La actual crisis

económica también es una crisis de valores y puede tener un impacto muy negativo en

nuestra sociedad y que ésta regrese a sus complejos y, especialmente, que sea mucho

más beligerante hacia unas instituciones administrativas ya que considere que no han

defendido sus derechos económicos, sociales y su calidad de vida.

Estos problemas de las administraciones públicas llevan mucho tiempo instalados. Y en

esta situación llega una crisis económica de unas dimensiones desconocidas hasta el

momento con capacidad para transformar a nuestro sistema administrativo. Hay que

reconocer que no es la mejor situación para abordar cambios radicales. La crisis llega en

forma de fuego ante un modelo de administración que es un auténtico polvorín. La

negativa cultura social ante lo público es pólvora, la mala cultura política es pólvora y la

mala cultura administrativa también es pólvora. A este arsenal incendiario hay que

añadir nuevos actores que antes no estaban presentes en este debate sobre los problemas

y el futuro de la Administración pública. Estos nuevos actores son los empresarios y los

medios de comunicación.

Los empresarios están últimamente muy activos en el debate sobre el futuro de la

Administración pública y mediante sus distintas plataformas opinan constantemente y

elaboran informes. El empresariado se mueve por dos pulsiones: por una parte se

preocupan por el problema de la baja productividad en España y consideran, con razón,

que la baja productividad de las administraciones públicas es un lastre para la

competitividad del país en el contexto globalizador. Pero por otra parte, codician, de

forma totalmente legítima, unas administraciones públicas con reducidas dimensiones

que transfieran la gestión de una parte de sus servicios públicos a las empresas privadas.

En mercados maduros como es el caso de España el sector privado sólo puede fiar su

expansión e incrementar beneficios a la internacionalización mediante multinacionales

o a la gestión de servicios públicos.

A los medios de comunicación ahora les preocupa la situación de presente y los

escenarios de futuro de la Administración pública. Es lógico ya que la crisis económica

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ha hecho despertar el interés de la sociedad hacia lo que ocurre en las administraciones

públicas y los medios de comunicación desean atender esta demanda de información y

de análisis. El problema es que los medios de comunicación en España, en términos

generales, suelen ser bastante frívolos con el tratamiento de las instituciones públicas

del país demostrando una baja lealtad institucional. Esto ha sido evidente ante el

tratamiento que han hecho de las más altas instituciones políticas del Estado que han

sido objeto de crítica merecida (por su mal diseño y por sus errores que los ha habido)

pero también de crítica inmerecida derivada de elevar a categoría lo que, en muchos

casos eran simples anécdotas. Un buen titular lo justifica todo y no se tiende a tener en

cuenta el daño injusto e irreparable que se puedan hacer a estas instituciones en su

desafección social. Si los medios de comunicación abordan con el mismo método con

las instituciones administrativas que con las instituciones políticas hay un problema

serio. Además una buena parte de los medios de comunicación dependen de grandes

corporaciones privadas y operan como instrumentos de sus intereses, variable que puede

enmarañar todavía más el debate.

Con estos dos actores nuevos en liza hay más pólvora en el sistema: la pólvora de los

empresarios y la pólvora de los medios de comunicación. No hay que ser un experto en

análisis de prospectiva para poder predecir concatenaciones inquietantes entre tantos

explosivos. Los empresarios arrecian con una crítica calculadamente extrema, los

medios de comunicación se hacen eco a sabiendas que el enfoque será muy popular

socialmente ante esta visión negativa endémica de la sociedad sobre el sector público.

Los políticos se van a sentir presionados por la sociedad, los empresarios y los medios

de comunicación a hacer algo pero como no tienen agenda propia sobre la materia (tal y

como se ha demostrado) van a acometer reformas irreflexivas al dictado del mercado.

Finalmente, los empleados públicos, lejos de detectar esta dinámica perversa, van a

persistir en defender unos privilegios excesivos y que en todo caso la crisis los ha hecho

totalmente obsoletos.

La crisis llega en forma de fuego y va a encender todos estos polvorines y va a provocar

una gran explosión del sistema administrativo. No va a ser, desgraciadamente, una

explosión controlada sino una explosión sobre la que nadie va a tener el más mínimo

control. El resultado de la misma nadie lo puede preveer aunque sí se puede anticipar

que los resultados difícilmente van a ser positivos. En estas condiciones no es

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descabellado plantear la hipótesis que la Administración pública postcrisis sea una

administración de mínimos, una administración que no ha modernizado su arquitectura

y que se ha limitado a practicar una adelgazamiento extremo. En definitiva, una

administración anoréxica (término acuñado en países anglosajones que han sido

expuestos durante años a políticas ultraliberales) que no será capaz de atender a las

exigencias vinculadas a un modelo de Estado de bienestar para la sociedad del futuro. Y

cuando nos encontremos con una Administración pública poco consistente con un

Estado del bienestar puede acabar transformándose éste en un modelo que

absolutamente nadie habría querido. Nos podemos encontrar dentro de 5 o 10 años con

un modelo de bienestar y con un modelo de administración pública que no agrada a

nadie: ni a la sociedad, ni a los políticos, ni a los empleados públicos pero tampoco a los

medios de comunicación y a los empresarios. Es lo que tiene jugar con fuego y con

pólvora: todos podemos participar con entusiasmo en la fiesta pirotécnica pero los

resultados y las consecuencias no son del agrado de absolutamente a nadie.

¿Puede hacerse algo para evitar está dinámica y estas consecuencias? Antes de

responder hay que decir que esta dinámica ya se ha iniciado y que hay serias dudas que

se esté a tiempo para evitar su desenlace. Hace unos meses un alto responsable político

de una administración autonómica anunció que en su administración había un excedente

de un número muy alto de empleados públicos. Reconociendo previamente lo obvio,

dijo que no sobran empleados públicos vinculados a servicios directos (básicamente

sanitarios, educadores y trabajadores sociales) pero que en el resto de los efectivos

sobran el 50%. Es decir, sobran nada menos de la mitad de empleados públicos que

tildó, en el marco del entusiasmo de la entrevista, como la “grasa” de la Administración.

El alto cargo político en cuestión es una persona sensata y buena conocedora de los

entresijos del sistema administrativo y esto hace extraña una posición tan radical y la

pregunta que hay que hacerse es: ¿hablaba con su propia voz o ya hablaba con la voz de

otros? Seguramente ya no hablaba con su propia voz política debido a la afonía que

genera la mala cultura política, antes relatada, sino que hablaba con la voz de

empresarios y medios de comunicación a sabiendas que la mala cultura cívica de la

sociedad española en relación a estos temas aplaudiría sin mayores matices sus

conclusiones y propuestas.

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Dejando de lado estos indicios que tienden a demostrar que este proceso ya está en un

estado avanzado no hay que renunciar a intentar abortarlo. La estrategia es aguar tanta

pólvora que hay acumulada y evitar la gran explosión por otra más pequeña, más

razonable, controlable y, sin duda, necesaria.

En primer lugar hay que cambiar de forma radical la visión y actitud de la clase política

con relación a las administraciones públicas. Las organizaciones públicas y sus

empleados son los cómplices imprescindibles para llevar a buen puerto los proyectos

políticos. Hay que abandonar las susceptibilidades injustificadas que contemplan a los

empleados públicos con intereses políticos propios o vinculados a otros partidos. La

gran mayoría de empleados públicos se comportan de forma profesional y dejan de lado

sus convicciones o posiciones políticas como ciudadanos. Pero lo más importante es que

los partidos políticos deben ubicar en su agenda la relevancia de tener un programa real

y completo sobre como desean que sea y se comporten las administraciones públicas

impulsando de forma proactiva las reformas que consideren convenientes en el marco

del consenso político lo más amplio posible. Finalmente debe cambiarse la cultura

política para premiar a aquellos que tomen decisiones y castigar a los que se inhiben. El

actual contexto de crisis y los cambios administrativos que hay que hacer frente

requieren de valentía política e institucional. En este sentido, hay que abandonar la

tendencia mayoritaria que hace que ante la escasez de recursos económicos que entran

en el sistema público se propongan recortes lineales para todos los organismos y

servicios públicos. Hacer recortes lineales en el presupuesto implica en la práctica no

tomar ninguna decisión y aboca a los ámbitos de gestión y sus servicios públicos a una

precariedad generalizada y pérdida de eficacia, de impacto y de calidad hacia la

ciudadanía. Tomar decisiones políticas en un contexto de gran escasez presupuestaria

implica eliminar organismos y servicios que no son considerados como prioritarios pero

mantener, e incluso reforzar, aquellas instituciones y servicios que políticamente son

prioritarios.

En segundo lugar hay que cambiar de forma radical la actitud de buena parte de los

empleados públicos. Si se es consciente que uno de los problemas básicos de la

Administración pública es la falta de productividad los empleados públicos deberían

proponer cambios y mejoras aunque sea renunciando a algunos de sus derechos. Desde

un punto de vista colectivo sería lógico renunciar voluntariamente a días de asuntos

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propios, a ampliar el horario, etc. Todo ello en beneficio de la ciudadanía a la que están

a su servicio y en beneficio también de la sostenibilidad económica del sistema

administrativo. En este punto las organizaciones sindicales deberían transformar su rol

vindicativo por una posición con mayor amplitud de miras si realmente su objetivo es

mantener el papel del sistema público y la supervivencia del Estado del bienestar.

Sin duda lograr estos cambios en la cultura política y en la cultura administrativa es

muy difícil. Pero la incertidumbre sobre el impacto que tendrá la crisis sobre la

Administración pública es una oportunidad única para aprovechar a hacer esta

migración en estrategias y en valores corporativos a estrategias y valores institucionales.

Es el momento porque la realidad ahoga. Si no cambiamos nosotros (políticos y

empleados públicos) haciendo una estricta dieta para ser más sanos y más productivos

nos cambiará el mercado social y económico. Y el mercado no va adelgazar el sistema

público con sutileza sino de forma rotunda: con liposucción y reducción de estómago.

Hay que recordar que la anorexia está a la puerta de la esquina…

En tercer lugar hay que concienciar a empresarios y medios de comunicación en lo

delicado que es este tema. No hay aquí que contemplar sólo ganancias a corto plazo en

términos de mercado y beneficios sino que hay que atisbar el fenómeno a largo plazo,

de forma estratégica y con sensibilidad institucional. ¿De que van a servir ahora más

beneficios si al final no tenemos unos aparatos públicos que sean capaces de mantener

una cierta calidad de vida para nuestra sociedad?

Reflexionemos sobre esta problemática poliédrica y después actuamos en base al

análisis, a nuestra conciencia, valores e intereses generales más allá de la parroquia a la

que pertenece cada uno. Eso sí hay que actuar deprisa ya que el reloj juega a la contra.

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ANEXO I

LA PERCEPCIÓN DE LOS ESPAÑOLES DE LA

ADMINISTRACIÓN PÚBLICA

Carles Ramió

Profesor de Ciencia Política y de la Administración

en la Universitat Pompeu Fabra

I INTRODUCCIÓN

El objeto de la ponencia es presentar un conjunto de reflexiones en relación con la

percepción que tienen los españoles sobre la Administración pública, en general, sobre

los servicios públicos y, también, percepciones sobre determinados ámbitos sectoriales.

Las fuentes de información que se van a utilizar van a ser algunos estudios académicos

sobre la materia y, especialmente, el análisis de las escasas encuestas (últimamente no

tan escasas) que se han realizado en España sobre la materia: encuestas generales del

CIS, encuestas encargadas por la Administración General del Estado, por la Xunta de

Galicia, por la Generalitat de Catalunya, etc. También se van a utilizar los resultados de

grupos de discusión sobre este tema que se han realizado en Madrid y en Valencia.

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II EL ANÁLISIS

1) La relevancia de la percepción social de las administraciones públicas como

fuente de legitimación:

El apoyo social de las instituciones y servicios públicos es un tema muy relevante.

Se sostiene que la legitimidad de las administraciones públicas está en función de su

nivel de eficacia y eficiencia en la prestación de servicios y de cómo éste es

percibido. El tema todavía es más importante ya que de la percepción social de las

administraciones públicas depende su legitimidad y su supervivencia institucional

real. Si las instituciones públicas no se hacen acreedoras de apoyo social pierden

buena parte de sus externalidades positivas ya que no son útiles para generar

estímulos de seguridad institucional y jurídica en su entorno y con ello no logran

generar desarrollo económico y, con ello, desarrollo humano.

A pesar que el ejemplo es lejano es muy interesante analizar la actual situación de

las agencias reguladoras en algunos países de América Latina (Bolivia, Perú,

Argentina, Brasil, etc.). Estas agencias son recientes y exitosas en el sentido que han

logrado elevados rendimientos institucionales, han conseguido impulsar modelos

meritocráticos y profesionales para sus empleados, han diseñado arquitecturas

organizativas y tecnológicas modernas, etc. Esta situación positiva contrasta con la

actual situación que buena parte de estas agencias reguladoras que están en peligro

de extinción. Una de las principales razones de esta situación de peligro es la pésima

imagen que tienen estas agencias ante las opiniones públicas de los respectivos

países. La percepción de los ciudadanos de estas agencias es muy negativa:

instituciones clientelares, totalmente politizadas, capturadas por el regulador,….

Justo la imagen contraria de la realidad. La presión social es fuerte y está

estimulando a los políticos a cerrar unas agencias que representan un inédito caso de

éxito administrativo en las instituciones públicas de América Latina.

En este sentido, las agencias reguladoras han sido fructíferas desde un punto de vista

del diseño y el funcionamiento interno pero un fracaso rotundo en comunicación

social. Su elitismo administrativo les ha hecho descuidar su imagen ante la sociedad

y ahora están en un serio peligro de cara su supervivencia institucional.

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2) La percepción de los españoles ante las administraciones públicas en el

contexto internacional:

El índice para comparar la percepción que tienen los habitantes de los distintos

países en sus respectivas administraciones públicas es la “confianza en la

Administración”. Este índice puede encontrarse en el World Values Survey. Un

primer dato de interés es que el índice de confianza de los ciudadanos hacia sus

administraciones públicas permanece bastante constante en las últimas décadas. Esta

evidencia empírica contrasta con la opinión de un buen número de especialistas que

argumentan que cada vez es menor la confianza de los ciudadanos hacia sus

administraciones públicas.

La confianza de los españoles en sus administraciones públicas alcanza el 41%

según el World Values Survey. Este porcentaje puede parecer bajo pero en términos

comparados no lo es ya que casi coincide con países del nuestro entorno como

Alemania (39%), Finlandia (41%), Austria (42%), Bélgica (46%), Francia (46%) o

Suiza (46%).

Los países con mejor índice de confianza en la Administración son: Corea (67%),

Turquía (60%) e Irlanda (59%).

Los países con peor índice de confianza en la Administración son: Grecia (15%),

México (21%) y la República Checa (21%).

Algunos países desarrollados muestran índices bastante bajos como, por ejemplo,

Japón (31%) e Italia (32%) explicables en ambos casos por la elevada corrupción de

sus respectivas administraciones públicas.

Esta comparativa muestra algunas sorpresas como la elevada confianza que tienen

los turcos en sus administraciones públicas. Pero hay también otras sorpresas: por

ejemplo Nueva Zelanda, cuna de la Nueva Gestión Pública, que posee sólo un 29%.

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3) La “burofobia” de los Españoles:

Un estudio de Eloísa del Pino (2004) llega a la conclusión, después del análisis de

varias encuestas del CIS y de grupos de discusión, que los españoles tienen una

percepción general negativa de las administraciones públicas. Según sus términos los

españoles son “burófobos”. Esta imagen negativa parece anclada en unos clichés

propios del siglo XIX. El “vuelva usted mañana” de Larra y las cesantías de Galdós

siguen presentes en el imaginario social sobre las instituciones públicas y sus

parámetros de actuación.

Esta negativa percepción general tiene un impacto negativo sobre los funcionarios (en

especial sobre los funcionarios no vinculados a profesiones con identidad propia). Es

decir, también hay una valoración general negativa hacia los funcionarios y hacia el

resto de trabajadores públicos. Evidentemente esta situación genera en una parte del

funcionariado una baja estima, pérdida de estatus y desmotivación.

Las razones de esta percepción negativa general de las administraciones públicas son

complejas:

- Es cierto que siguen presentes clichés propios del siglo XIX que nada tienen que

ver con la realidad de las administraciones públicas españolas del siglo XXI.

- Los casos de corrupción política (presentes en el país pero excesivamente

magnificados) generan una mala imagen a las instituciones públicas. La mala

imagen de la política y de los políticos invade el espacio administrativo

profesional. Se sobreentiende que un profesional que trabaja bajo las órdenes de

corruptos es también corrupto o bien tiene un perfil profesional y personal muy

endeble.

- La cultura política precaria de una parte de la clase política del país no ha

respetado ni defendido la imagen de las instituciones públicas. En ocasiones

para salvar presiones sobre la esfera política se ha puesto en el disparadero a los

aparatos administrativos y a sus empleados.

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- Existen unas instituciones públicas que dan servicios a masas de ciudadanos que

funcionan de forma muy precaria y con décadas de retraso en términos de

gestión pública y de servucción. Ejemplo de estas instituciones son la

Administración de Justicia en general, el registro civil, etc. No son muchos los

ámbitos que están en esta situación pero tienen un impacto tremendo en la

imagen general de las administraciones públicas.

4) La “burofilia” de los Españoles:

En contraposición con el punto anterior, los españoles muestran una positiva

valoración de las organizaciones, los servicios y los empleados públicos con los que

han mantenido un contacto directo por razón de recepción de un servicio público. Es

decir, cuando se pregunta a los españoles sobre unidades administrativas y servicios

públicos con los que han mantenido una relación, éstos se transforman en

“burófilos”, unos entusiastas de las administraciones públicas, de los servicios

públicos y de los empleados públicos. Las razones para esta positiva valoración

pueden ser:

- En España, en términos generales, se prestan servicios públicos de calidad. En

este sentido, la calidad de los servicios públicos es igual o superior al de los

países desarrollados de nuestro entorno.

- Las administraciones públicas, y en la cabeza las administraciones locales,

llevan años cuidando no sólo la calidad instrínseca de sus servicios sino también

los elementos explícitos, de imagen, de servucción que acompañan a los

servicios (buena imagen corporativa de los edificios públicos, elevadas

capacidades de empatía de los empleados públicos hacia los ciudadanos, etc.).

- Las campañas sectoriales de marketing institucional impulsadas por muchas

administraciones públicas.

- Los avanzados sistemas multicanal de atención ciudadana.

- El impulso decidido por las Tecnologías de la Información y de la

Comunicación.

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- La juventud de una parte importante de los empleados públicos de las

administraciones subestatales que han neutralizado, con su dedicación y

entusiasmo, las carencias de las arquitecturas institucionales y de las carencias

de los mecanismos de gestión.

5) El contraste entre la percepción social de las administraciones públicas en

España en relación con los países de nuestro entorno:

En los países desarrollados de nuestro entorno la lógica de la percepción social de las

administraciones públicas es justo la inversa que en España. En este sentido, la

percepción general y abstracta de sus respectivas administraciones es positiva pero, en

cambio, su percepción concreta sobre las unidades administrativas y los servicios con

los que los ciudadanos han mantenido una relación directa es negativa. Este modelo de

opinión pública puede explicarse mediante los siguientes argumentos:

- Se trata de países con una cultura cívica sólida que reconoce la importancia y

respeta las instituciones públicas.

- Se trata de países con instituciones públicas sólidas que llevan años instaladas en

la modernidad en el marco de un contexto democrático.

- Existe en estos países una cultura política más sólida que no involucra en sus

crisis a las instituciones públicas que suelen quedar al margen de las luchas y

patologías políticas.

- Son países que están en una situación de madurez y cierta decadencia del Estado

de bienestar que implica un declive de las capacidades institucionales de sus

entramados organizativos y llegan a prestar servicios públicos de baja calidad.

- Los ciudadanos de estos países son unos consumidores muy maduros de

servicios públicos, con altas expectativas que generan una enorme exigencia de

calidad hacia los servicios públicos que consumen.

6) Percepciones por Administraciones públicas en el contexto de un gobierno

multinivel:

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Los ciudadanos perciben de forma más positiva a las administraciones públicas que

tienen más próximas. De este modo la percepciones positivas más altas están vinculadas

a las administraciones locales, le siguen las Comunidades Autónomas. Finalmente, las

percepciones más bajas son para la Administración General del Estado. Estas diferentes

percepciones pueden explicarse por los siguientes motivos:

- Se ha argumentado que los ciudadanos suelen tener una percepción negativa a

nivel abstracto y, en cambio, percepciones positivas a nivel concreto. Ante esta

forma social de razonar es lógico que las administraciones más cercanas y más

prestadoras de servicios (administraciones locales y autonómicas) sean las mejor

valoradas y la administración más alejada (la Administración General del

Estado) sea la peor valorada.

- La Administración General del Estado mantiene un tipo de servicios y relaciones

con los ciudadanos que estimula valoraciones poco positivas por distintos

argumentos: Agencia Tributaria, Tráfico, Administración de Justicia, correos,

Administración penitenciaria, etc. Por otra parte ámbitos clave del Estado

quedan muy lejanos a los ciudadanos: fuerzas armadas, servicio exterior,

políticas regulativas, etc.

De todos modos hay que destacar que en los últimos años se percibe la tendencia a

que algunas Comunidades Autónomas son tan bien valoradas (y en ocasiones

incluso mejor valoradas) como la Administración local. En este sentido, parece que

hay la tendencia a una similar valoración entre el nivel autonómico y el nivel local.

Esta tendencia es fácil de explicar:

- Las administraciones autonómicas son fundamentalmente prestadoras de

servicios.

- Algunas Comunidades Autónomas han invadido el espacio local natural de

prestación de servicios como, por ejemplo, es el caso de los servicios sociales.

- Existen muchas Comunidades Autónomas de reducidas dimensiones que los

ciudadanos las perciben como si fueran administraciones locales.

- Las Comunidades Autónomas están alcanzando, después de más de 25 años de

expansión, una madurez institucional cada vez más elevada.

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7) Las asimetrías en las percepciones sociales de los distintos tipos de servicios

públicos:

Los ámbitos y servicios de las administraciones públicas tienen una percepción

social muy diferente. En este sentido, los ámbitos administrativos y servicios

públicos mejor valorados por los ciudadanos son:

- Sannidad.

- Servicios sociales.

- Educación.

Por otro lado, los ámbitos administrativos y servicios públicos peor valorados por

los ciudadanos son:

- Vivienda.

- Seguridad.

8) Las asimetrías en las percepciones sociales de los distintos tipos de

profesionales al servicio de las administraciones públicas:

Los distintos perfiles profesionales que trabajan en las administraciones públicas

tienen unas imágenes muy diferentes. Por una parte, los colectivos de empleados

públicos mejor valorados son:

- Bomberos (con un índice de confianza de un 90%).

- Personal de enfermería.

- Médicos.

- Cuerpos de seguridad del Estado o autonómicos.

- Profesorado (de primaria hasta universitaria).

- Asistentes sociales.

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Por otra parte, los colectivos de empleados públicos peor valorados son:

- Personal de la Administración de justicia.

- Personal de las instituciones penitenciarias.

- Personal de ventanilla (índice de confianza del 26%).

9) La valoración sobre los funcionarios: más positiva que negativa:

En primer lugar hay que señalar que, a pesar de lo dicho en un apartado anterior, no

es cierto que los empleados públicos tengan en España una mala imagen:

- El 41% de los españoles consideran que tienen mejor imagen que los empleados

en el sector privado.

- El 27% no percibe diferencias de imagen entre empleados del sector público y

empleados del sector privado.

- Sólo el 22% considera que la imagen de los trabajadores públicos es peor que la

imagen de los trabajadores del ámbito privado.

- Los ciudadanos consecuentes con estas percepción afirman en un 50% de que

desean que sus hijos sean funcionarios en lugar de empleados por cuenta ajena o

empresarios. El motivo principal, evidentemente, es la seguridad en el puesto de

trabajo.

Por otra parte hay un conjunto de “leyendas urbanas” sobre la percepción social de los

empleados públicos que las encuestas matizan e incluso contradicen. Por ejemplo:

- El 80% de los ciudadanos consideran justo que los funcionarios tengan un

puesto de trabajo vitalicio que los defienda de la vulnerabilidad derivada de los

cambios políticos.

- Únicamente el 33% de la población considera que hay un exceso de empleados

públicos.

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- El 60% de los ciudadanos confían en los empleados públicos (en contra del 21%

que manifiesta poca confianza).

- El 60% consideran que los empleados públicos están bien pagados (es decir,

también consideran que no están excesivamente retribuidos).

- La peor valoración está vinculada a la pregunta sobre si el acceso al empleo

público se hace bajo los principios de igualdad capacidad y mérito: sólo el 33%

lo cree.

10) Las percepciones sociales sobre los modelo de gestión de las

administraciones públicas:

Los ciudadanos ante la pregunta si las organizaciones privadas son más eficaces y

eficientes que las organizaciones públicas se posicionan a favor de las

organizaciones privadas.

Otra cuestión relevante es cuando se les cuestiona sobre la necesidad que las

Administraciones públicas gestionen con la utilización de herramientas de gestión

privada. La respuesta es que afirmativa. Es decir, parece ser que los ciudadanos

apoyan las transformaciones que algunas administraciones públicas están haciendo

de la mano de la Nueva Gestión Pública: agencialización, gerencialización,

reingeniería, planes de calidad, ISO, etc.

Finalmente, otro aspecto fundamental es el posicionamiento de la ciudadanía ante la

pregunta si para prestar servicios públicos es mejor que lo haga la iniciativa privada

o directamente las administraciones públicas. A priori, parecería lógico, a tenor de

las percepciones anteriores, que se decantaran por la gestión privada de los servicios

públicos (externalización). La sorpresa es que la respuesta de la ciudadanía es

contundente en sentido contrario: los servicios públicos deben ser prestados por las

propias administraciones públicas. Ante la pregunta de por qué defienden esta

opción la respuesta es: “para que no existan problemas de equidad”. Este

posicionamiento deja con escasa legitimidad social la expansiva concurrencia de

organizaciones privadas con ánimo y sin ánimo de lucro en la prestación de

servicios públicos. La externalización muy amplia y muy profunda que están

impulsando muchas administraciones públicas está socialmente en cuestión.

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11) La percepción ciudadana de las administraciones públicas por edad,

género y extracción social:

Existen diferencias en la percepción de los ciudadanos de las administraciones

públicas en función de la edad, del género y de la extracción social. Estas

diferencias existen pero no son muy relevantes. Las distintas percepciones son:

- Por edad: el colectivo más crítico es el que comprende el intervalo de edad entre

los 35 a 44 años. Los colectivos con mejor percepción son los mayores de 60

años y los más jóvenes (intervalo de edad de 16 a 24 años).

- Por género: las mujeres se muestran un poco más críticas que los hombres.

- Por extracción social: el colectivo con mejor posición profesional y con estudios

universitarios es el que se muestra más crítico con las administraciones públicas.

El colectivo más positivo es el que ocupa una baja posición profesional y posee

estudios primarios.

12) Los mecanismos para detectar las percepciones sociales de los servicios

públicos:

Las encuestas parecen ser el mejor mecanismo para detectar las percepciones de los

ciudadanos sobre el funcionamiento de las administraciones públicas. Si bien esto es

cierto hay que enfatizar la ambigüedad de buena parte de los resultados de estas

encuestas y la dificultad para su interpretación.

Por esta razón es importante recordar que existen otros mecanismos en manos de las

administraciones públicas para pulsar la opinión de sus ciudadanos. Por ejemplo, las

quejas que presentan ante los servicios de reclamaciones o ante los puntos directos o

telefónicos de atención al público es una importante fuente de información. La mayoría

de las administraciones públicas poseen estos servicios y estimulan el derecho a

reclamar de los ciudadanos pero no es extraño que estas mismas administraciones

públicas desprecien buena parte de estas informaciones, no las sistematicen ni analicen.

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En este sentido, las reclamaciones son un magnífico termómetro sobre la satisfacción o

insatisfacción de los ciudadanos ante las administraciones públicas. Se han dado casos

de administraciones locales que recibieron informaciones contradictorias sobre la

satisfacción de sus ciudadanos sobre los servicios públicos: en las encuestas las

valoraciones eran positivas y, en cambio, las reclamaciones incrementaban de forma

exponencial y cada vez eran más críticas. Ante esta paradoja suele dominar la lógica de

la autocomplacencia y tomar como indicador fundamental las encuestas. El resultado de

esta opción ha sido que en la mayoría de estos ayuntamientos el equipo de gobierno

acabó perdiendo las elecciones al cabo de unos años a pesar que hasta las últimas

encuestas ¡seguían siendo positivas!

13) El impacto de las campañas de marketing institucional y de los esfuerzos en

la mejora de los sistemas de servucción:

La inversión en marketing institucional y en pulir al máximo los elementos del front

office con los ciudadanos suele dar muy buenos resultados. Existe evidencia empírica

sobre el apoyo social a las administraciones públicas que impulsan estas estrategias. De

hecho administraciones públicas similares en su calidad organizativa y simulares en la

calidad de los servicios públicos que prestan muestran diferencias en la percepción

ciudadana a favor de aquellas que han invertido en estas estrategias. No hay ningún

problema, más bien al contrario, en invertir en mejorar el front office de las

administraciones públicas. En cambio si que puede generar problemas de ética pública

el impulsar fuertes o exageradas campañas de marketing institucional a pesar de su

elevado rendimiento.

14) La elevada consistencia de la percepción social de las administraciones

públicas:

Como última reflexión, comentar la elevada consistencia de la percepción de los

ciudadanos sobre las administraciones públicas. Dejando de lado la patología de la

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“burofobia” de carácter histórica y antropológica el resto de las percepciones son

muy consistentes. Son percepciones maduras que reflejan una cultura social propia

de un país desarrollado. Veamos algunos ejemplos de estas consistencias:

- Están satisfechos con la mayoría de servicios que reciben y, por lo tanto, es

lógico que las administraciones subestatales sean las mejor valoradas.

- Al estar satisfechos con los servicios que reciben es lógico que tengan mejor

percepción de los servicios públicos de masas: sanidad, educación y servicios

sociales. También es consistente que los colectivos profesionales mejor

valorados sean el personal sanitario, el profesorado y los asistentes sociales.

- Muestran una gran madurez al defender la independencia de los funcionarios del

poder político y que consideren que el mecanismo es la estabilidad en el puesto

de los empleados públicos.

- Atinan con la evidencia empírica al mostrarse poco convencidos que el acceso al

empleo público se hace siempre respetando los principios de igualdad, capacidad

y mérito.

- Demuestran criterio al optar por servicios públicos prestados por las propias

administraciones para evitar problemas de equidad en el acceso a los servicios y,

por lo tanto, relativiza algunos modelos extremos de externalización.

- El índice internacional de 41% en la confianza en sus Administraciones públicas

que la posiciona en un punto intermedio entre los países desarrollados y en una

posición equivalente a países del entorno europeo como Alemania, Austria o

Finlandia.

FUENTES

- Del Pino, E., 2004, Las percepciones de los ciudadanos ante las administraciones

públicas, Madrid, INAP.

- Van de Walle, S., 2007, La confianza de los ciudadanos en el sector público,

Barcelona, Public IDGP de ESADE.

- World Values Survey.

- Encuestas del CIS.

- Encuestas de la Comunidad de Madrid.

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- Encuestas de la Comunidad Valenciana.

- Encuestas de la Generalitat de Cataluña.

- Encuestas de la Junta de Galicia.

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ANEXO 2

POLÍTICA Y GESTIÓN:

LA REGULACIÓN DEL DIRECTIVO PÚBLICO EN

ESPAÑA

Carles Ramió Matas

Profesor de Ciencia Política y de la Administración en la

Universitat Pompeu Fabra

1. Introducción.

El espacio directivo es poliédrico y en este capítulo se van a analizar tres de sus

posibles dimensiones: el directivo con perfil político, el directivo de carrera con perfil

profesional y, finalmente, el directivo con el doble rol de confianza política y

profesional (politécnico). Los tres perfiles son necesarios y, en muchas administraciones

públicas, deben coexistir. En la actualidad conviven sin una regulación específica y con

unas reglas del juego que son el resultado de ajustes institucionales, de luchas de poder,

de la cultura política y administrativa que predomina en cada administración pública.

Esta suerte de autorregulación ha funcionado razonablemente bien, a pesar de sus

evidentes patologías, durante un par de décadas. Pero durante los últimos años este

modelo de adaptación mutua parece agotado y las patologías son la norma y el respeto

de los respectivos espacios la excepción. Todo parece indicar que se ha agotado el

modelo y que se requiere de una regulación específica vía estatutos del directivo público

y que también son necesarias estrategias formativas de sensibilización y capacitación en

dirección pública. Sobre el espacio directivo nuestras administraciones públicas

muestran las siguientes disfunciones, cada vez más estructurales e integrales:

- Una confusión absoluta entre el rol de dirección política y el rol de dirección

profesional. No se conoce donde acaba la política y donde empieza la

meritocracia profesional.

- Una despolitización de muchas administraciones públicas derivada de la

migración de los directivos políticos hacia tareas de carácter profesional y

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operativo. Algunos políticos huyen de las incertidumbres de las complejas tareas

políticas (defender un interés general derivado de la integración de variadas

expectativas individuales y de la implementación de un determinado programa

político) y se refugian en el confort de métodos y técnicas profesionales de

gestión que son altamente socializantes.

- Una politización de los profesionales de la gestión pública que se ven abocados

a puestos que materialmente son políticos, como es el caso de una buena parte

de los altos cargos que ocupan los cuerpos de funcionarios en la Administración

General del Estado. La politización de los profesionales de la gestión pública

también puede germinar por la vía de la politización de los cargos profesionales

(por ejemplo los puestos de libre designación) que hacen inevitable adoptar

perfiles políticos o coquetear con la política si se desea llegar a los puestos

profesionales de máxima responsabilidad que deberían ser ajenos a las

interferencias políticas.

- La aparición necesaria e inevitable de los perfiles bífidos que tienen a la vez una

dimensión profesional y una dimensión política. La moda de la gerencialización

en muchas administraciones públicas ha acelerado este proceso.

- La existencia de un conjunto de estímulos legislativos e institucionales que

fomentan de forma extrema la promiscuidad entre la política y la

profesionalización.

- Finalmente, la degradación de una cultura política que ha pasado de respetar

parcialmente esta triple dimensión de dirección pública a no respetar ninguna de

las “líneas rojas” y a realizar un abordaje, en base a criterios estrictamente

políticos, de los espacios político-profesionales y de los espacios estrictamente

profesionales.

El resultado de estas disfunciones es una degradación constante del espacio directivo, el

dominio de la mediocridad y no de la excelencia profesional generándose

administraciones con escasa fortaleza institucional y con una débil musculatura

gerencial para afrontar los retos de la gestión pública moderna. Nuestras

administraciones públicas, por este motivo, cada vez gestionan peor y cada vez aportan

menos seguridad institucional y política para favorecer el desarrollo económico y

humano de nuestra sociedad.

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Para superar este gran problema y los síntomas asociados al mismo es imprescindible

una regulación, vía creación de estatutos del directivo público, que defina

normativamente unas reglas del juego claras y razonables que permitan de nuevo la

convivencia entre los tres roles directivos analizados y que vuelva a canalizar las

relaciones entre la política y la administración. En este sentido este capítulo presenta un

conjunto de reflexiones y propuestas que, sin tener un carácter exhaustivo, perfilan

algunos de los posibles caminos y estrategias concretas a seguir en el futuro.

El capítulo se va a estructurar en cinco apartados:

• Elementos de contexto: en este primer punto se especifican algunas condiciones,

desde un punto de vista material, a las que debería responder una regulación del

espacio de dirección pública.

• Sobre la imposibilidad de encontrar soluciones óptimas de cara a la regulación

de los directivos públicos: en este apartado se exponen dos ejemplos recientes en

España de innovación sobre regulación de dirección pública pero que están

logrando resultados insatisfactorios.

• Algunas reflexiones-propuestas sobre las tres dimensiones del espacio directivo:

en este apartado se entra en materia y se presentan algunas reflexiones y

propuestas sobre la regulación del espacio de dirección pública en los tres roles

más importantes: dirección política, dirección profesional y dirección

politécnica.

• Diagnóstico y propuestas en relación al “tercer género”, sobre el directivo

politécnico: en este punto se presentan fortalezas y debilidades sobre esta figura

tácita de directivo público muy habitual en el gobierno local y que su análisis se

considera central de cara a una satisfactoria regulación del espacio de dirección

pública.

• Sobre las políticas de formación de los directivos públicos: la regeneración de la

dirección pública en España no sólo depende de mejorar su regulación de

carácter normativo sino que también debe transcurrir por la mejora de los planes

de formación directivos impulsados por los institutos o escuelas de formación de

los empleados públicos.

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Antes de entrar en cada uno de estos apartados es conveniente clarificar un conjunto de

elementos necesarios en relación con el modelo de función pública en España que

ejercen de contexto en una futura regulación del espacio de dirección pública:

- El modelo de función pública necesario, y que apuntala con buen criterio el

EBEP, es un modelo de función pública flexible, no burocrático, en consonancia

con los tiempos pero que garantice, sin ningún tipo de duda ni de

discrecionalidad práctica, los principios públicos de igualdad, capacidad y

mérito en el acceso a la condición de empleado público que es la base de un

modelo de función pública y que debería serlo también para un el conjunto de

empleados públicos para canalizar una carrera administrativa profesional.

- Con relación a la preocupación por defender los principios de igualdad,

capacidad y mérito en el acceso puede considerarse como un asunto no menor ya

que la flexibilidad, el impacto de la postburocracia y de la NGP, el

pragmatismo, el adoptar un sistema de reclutamiento ad hoc artesanal y

personalista puesto a puesto, etc. ha degenerado en los últimos años,

especialmente en las administraciones subestatales, en un enorme clientelismo y

que tiene como resultado una mediocridad de una parte importante de los

empleados públicos (contratados administrativos transitorios, laborales, interinos

etc.).

- Otro tema a destacar, además del de “las entradas” en el sistema, sería el de “las

salidas” del sistema en el sentido que éstas sean más flexibles y permitan el cese

de la relación contractual con aquellos empleados públicos muy disfuncionales

y/o con muy bajo rendimiento. En este sentido, es imprescindible disponer de

instrumentos para superar o anular las patologías más relevantes, con todas las

garantías jurídicas posibles, derivadas de una falta objetiva de un mínimo

rendimiento.

- Utilizando la primera parte del título y algunas conclusiones del reciente y buen

libro de Paco Longo “Mérito y Flexibilidad” (2005). Según Longo ha quedado

demostrado que si se parte del mérito y de un planteamiento garantista luego no

es posible alcanzar la flexibilidad. Longo propone utilizar la plataforma de la

flexibilidad para alcanzar el mérito. Estoy parcialmente en desacuerdo y

parcialmente de acuerdo con el profesor Longo. En este sentido parto de la

consideración que para la captación los puestos profesionales clave de carácter

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no directivo no queda otra opción que partir del principio del mérito (más

renovado a nivel instrumental, más modernizado y menos burocrático que el

sistema actual) y luego plantearse una gestión posterior que sea flexible. En

cambio, para el caso de una parte de los directivos cambia el planteamiento y

puede considerarse que si es posible partir de la flexibilidad (planteamientos

abiertos, distintas posibilidades) y mediante este principio alcanzar el mérito.

2. Elementos de contexto: las condiciones a las que hay que responder con la

regulación del espacio directivo.

Se parte de la constatación inicial que hace falta un Estatuto del Directivo Público y que

en el momento actual es más necesario que nunca ya que la función de directivo

público tiene unos parámetros de una gran profesionalización y que esta situación es

relativamente nueva y reciente.

Escuelas de Negocios, institutos y escuelas de formación de funcionarios han defendido

desde hace décadas que es necesario profesionalizar a los directivos públicos. Siempre

ha sido cierto pero con una cierta debilidad argumental ya que se puede considerar

(reconociendo un cierto aroma de provocación) que para ser directivo público no hay

que estar técnicamente muy preparado ya que la técnica viene a representar sólo un 20%

de un directivo público y, en cambio, un 60% que es sentido común (inteligencia

emocional según la literatura psicosocial al uso) y un 20% que es carisma y sentido del

liderazgo, capacidad de empatía y capacidad de seducción. Es decir cuando alguien

posee sentido común y carisma ya puede ser un buen directivo público o, también, un

buen directivo privado. Es por esta razón que en la formación de los directivos públicos

o privados abundan contenidos de carácter heterodoxo e interactivo orientados a

fomentar habilidades vinculadas a la personalidad, a las relaciones humanas, etc.

Pero durante la última década las reglas del juego han cambiado y aunque sigue

haciendo falta poseer sentido común y sentido de liderazgo ambos ingredientes ya no

son condiciones suficientes sino sólo necesarias ya que la función de directivo público

se ha tecnificado. Veamos seguidamente los elementos más relevantes que hacen que la

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función directiva en la gestión pública se haya tecnificado considerablemente durante la

última década con elementos vinculados al concepto de gobernanza:

• Un alto nivel de formación en gestión de redes de organizaciones

públicas y, especialmente privadas con ánimo y sin ánimo de lucro que

prestan una parte importante de los servicios públicos. La gestión de

redes implica la necesidad de poseer unas potentes habilidades en

planificación y en evaluación.

• Los conocimientos necesarios para la utilización conceptual y material

de las Tecnologías de la Información y de la Comunicación

• Gestionar siendo permeable a los nuevos mecanismos que facilitan la

participación de los ciudadanos.

• Las modernas formas de gestión pública entre las que destacan el modelo

gerencial y el modelo de agencia.

• Una potente socialización en valores institucionales de carácter público y

con una socialización en valores derivados de una ética de la gestión

pública.

La irrupción de estas novedades implica que ahora los puestos de directivo público ya

no pueden ser tan espontáneos y depender de la buena fortuna de ser ocupados por

líderes carismáticos con sentido común sino que son puestos altamente tecnificados que

requieren una formación formal y una sólida experiencia profesional en el sector

público o, en casos extraordinarios en el sector privado.

Por otra parte el elemento más problemático de la regulación del espacio directivo en la

Administración pública es el encaje de la política y su relación con la dirección

profesional. Este es un tema clásico de estudio de la Ciencia Política, de la Ciencia de la

Administración y de la Teoría de la Administración. Sin duda la dirección más

estratégica de las organizaciones públicas tiene una ineludible y necesaria naturaleza

política ya que en esta circunstancia pivota la legitimidad democrática y el engarce del

sistema administrativo con el sistema político. También es cierto que en un punto más o

menos estratégico aparece la dirección profesional y que la vinculación de ésta con la

dirección política tiene sus problemas de lenguaje, de prioridades, etc. Por otro lado, es

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evidente la ingenuidad de la división wilsoniana en la que se podía diferenciar

claramente en las administraciones públicas la dimensión política de la dimensión

profesional. Más bien al contrario, en realidad, ambas dimensiones están en la gestión

pública práctica muy interrelacionadas y mezcladas. Pero una cosa es reconocer esta

interrelación y otra muy distinta es considerar este espacio político-profesional como un

confuso magma en el que todo está mezclado y en el que no caben reglas ni

regulaciones. Esta interpretación suele ser interesada y tiende a generar de facto una

excesiva politización de los aparatos administrativos. En contra, nuestra posición

considera que, a pesar de la interrelación entre la dimensión política y la dimensión

administrativa, es necesario regular el espacio de cada componente no tanto para separar

(finalidad carente de sentido) sino para clarificar unas posiciones y unas reglas del juego

que pueden favorecer el rendimiento institucional de las administraciones públicas.

La falta de reglas en España sobre la configuración de un espacio directivo ha generado

diversas patologías: por una parte la generalizada invasión de la política de espacios

profesionales. Esta tendencia, muy notable en las administraciones locales y más

esporádica en las administraciones autonómicas, ha supuesto un déficit de estrategia

política y ya se ha hecho notar la necesidad de repolitizar nuestras administraciones.

Por otra parte la invasión, más minoritaria, de rol directivo profesional del espacio

político. Esto significa que algunos técnicos, sin legitimidad democrática, acaban

diseñando los contenidos políticos de las políticas públicas. Esta patología es muy

palpable en la Administración General del Estado de la mano del poder de los cuerpos y

en algunas administraciones locales de la mano de gerentes o figuras similares.

En todo caso la falta de reglas desde el inicio de la democracia en nuestras

administraciones ha generado estos problemas relatados pero sin llegar a una situación

estructural e integral de carácter extremadamente preocupante. Con el tiempo se fue

configurando unas reglas del juego laxas que se fundamentaban en un cierto respeto por

los espacios político y profesional. De forma libre cada cual conocia, en función de su

rol, el espacio que debía ocupar y respetar las reglas del otro espacio. Este mecanismo

imperfecto de autorregulación se ha deteriorado mucho durante los últimos años y

puede llegar a afirmarse que en la actualidad ya es inexistente por las múltiples fisuras

que se han abierto en el mismo. La principal fisura a destacar tiene que ver con un

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proceso perseverante e incremental de invasión de los criterios y reglas de carácter

estrictamente político hacia el espacio profesional. Sirva de ejemplo el abuso en el

diseño de puestos profesionales de “libre designación” y en los mecanismos cada vez

más arbitrarios en su nombramiento y en su cese. Esta deriva patológica que se explica

por un deterioro de la cultura política que se manifiesta en su falta de respeto por la

institucionalidad del espacio profesional es un argumento más que aconseja una

inmediata regulación del espacio directivo vía la creación, tal y como sugiere el EBEP,

de un estatuto del directivo público.

3. Sobre las diversas alternativas actuales insatisfactorias y la imposibilidad

de las soluciones óptimas de cara a la regulación de los directivos públicos.

Todos estamos de acuerdo en que el tema de los directivos públicos es muy complejo y

que las distintas alternativas posibles nunca serán satisfactorias para todos ni

afortunadas en todas las situaciones. Por ejemplo dos alternativas relativamente

recientes sobre cambios normativos de carácter reformista que afectan a la dimensión

directiva (política y profesional) no son, a mi entender, acertadas. En todo caso es una

muestra de la complejidad de este tema ya que ambas reformas al principio se valoraron

como atractivas pero con el tiempo la opinión ha ido variando. Dos ejemplos de estas

soluciones en principio positivas pero que han ido degenerando en patológicas son:

• La reforma planteada por la LOFAGE en la Administración General del

Estado con relación al cambio de una parte importante de los antiguos

altos cargos, que pasan a denominarse órganos directivos (subsecretarios

y secretarios generales, directores generales, secretarios generales

técnicos y, además, los subdirectores generales) y que se distinguen de

los denominados órganos superiores (ministros y secretarios de estado).

Este cambio significó que una parte importante de los altos cargos

pasaron en términos conceptuales de un “spoils system de circuito

abierto” a un “spoils system de circuto cerrado”. Esto que en principio

pareció positivo por su tendencia a la profesionalización luego ya no fue

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tan benemérito y actualmente puede considerarse como algo negativo

que contribuye de forma evidente por una parte al fenómeno de la

politización de los funcionarios y, por otra parte, a la funcionarización de

la política.

• Otro ejemplo reformista está en la Ley 57/2003 de modernización de la

Administración Local en la que se abre un espacio en el máximo órgano

político de carácter ejecutivo (la Junta de Gobierno Local) a un tercio

de sus miembros a personas que no son concejales. Este espacio se deja

abierto de forma explícita para que los managers pasen a ocupar estos

puestos. Puede considerarse que es un gran error introducir elementos

manageriales o profesionales en el máximo órgano de dirección política

y que contribuye a agudizar la evidente disfunción de un déficit de rol

político en el gobierno local. Se podría afirmar que con estos

ingredientes institucionales hay mucho “cómo” (instrumentos de gestión)

y muy poco “qué” (definición política de las políticas).

Ambos ejemplos demuestran que en España, a diferencia de los países de nuestro

entorno, no existe una regulación que permita diferenciar y distinguir, en la medida de

lo posible, la dimensión política de la dimensión profesional. Esta tendencia hacia la

diferenciación es uno de los planteamientos normativos de la Nueva Gestión Pública

que tanto predicamento goza en nuestro país pero obviando precisamente este precepto

clave. Es más, en España no sólo no existe una regulación para separar ambas esferas

sino ambos ejemplos demuestran que la regulación adopta la tendencia contraria:

establecer unos incentivos para mezclar lo máximo posible la dimensión política con la

profesional y a la inversa hasta configurar un confuso magma político-profesional.

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4. Algunas propuestas de regulación del espacio directivo en sus tres roles o

dimensiones.

Las propuestas de este apartado se ajustan en un marco conceptual de carácter

reformista que descarta cambios radicales (por ejemplo la vuelta a un modelo

administrativo clásico o weberiano, o la eliminación absoluta de las estrategias de

transformación analizadas) y que a partir de la situación actual propone cambios

conceptuales y operativos de orientación de las transformaciones analizadas. De hecho

se trata de contribuir modestamente a configurar lo que se está denominando como la

gestión pública de tercera generación que consiste en configurar una Administración

pública más eficaz pero también más democrática, más ética desde valores neopúblicos

y más transparente. En concreto el modelo intenta integrar los siguientes requisitos:

1) Fomentar una cultura administrativa con valores públicos que canalice los

impulsos profesionales empresariales.

2) Impulsar una externalización de servicios públicos planificada y controlada.

3) Implementar las Tecnologías de la Información y de la Comunicación como

un instrumento al servicio de la gobernanza de la gestión pública en red.

4) Implementar un modelo de gestión permeable a los nuevos modelos de

participación ciudadana.

Estas propuestas intentan ser un primer paso que tiene muy en cuenta que para avanzar

en el proceso de implantación de un espacio directivo no es suficiente con la aprobación

de un Estatuto del Directivo Público y que, también, es necesario crear instituciones que

lo apoyen y permitan su desarrollo, esto es, unas reglas del juego que deriven de la

interacción de normas, valores, estructuras y procesos de trabajo que avancen de forma

coherente en la línea propuesta. Con ello se pretende destacar lo fundamental de

cambiar la normativa y apostar por un Estatuto del Directivo Público, pero recordando

que solo con ello no se conseguirá generar ni el espacio ni el perfil directivo que se

propone. Resulta necesario cambiar también las reglas del juego a otros niveles e

introducir incentivos que permitan su configuración concreta en los términos

propuestos. Finalmente mencionar que las clásicas actuaciones sobre el reclutamiento,

la selección y la permanencia son elementos esenciales, pero que debieran

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complementarse con actuaciones concretas en los ámbitos de definición de contenidos

de los puestos directivos politécnicos, en la retribución (especialmente en el diseño de

su parte variable) y en el desarrollo profesional y el necesario reciclaje del nivel

directivo.

En definitiva, crear unas reglas del juego conocidas y compartidas por la comunidad

profesional que se propone configurar para el desarrollo de las funciones directivas en

las Administraciones públicas.

Entrado ya en el apartado normativo, las propuestas generales serían:

a. La complejidad de la gestión pública se ha incrementado al transformarse de

gestión directa a gestión de redes de organizaciones privadas. Todo esto implica

que hace falta un perfil directivo ajeno al perfil político puro y un perfil con más

matices profesionales que el que suelen ofrecer los empleados públicos que

ocupan las tradicionales jefaturas. En este sentido parece aconsejable apostar por

un modelo de “mánager” político, por la necesidad de estar en posesión de la

confianza y empatía política con la dimensión, y de “mánager” profesional, por

la necesidad de dominar unas habilidades directivas muy complejas y

novedosas.

b. Una vez aceptado el punto anterior es muy importante definir los límites de los

tres roles en juego: del nivel político, del nivel político-profesional (tercer

género), y del nivel profesional.

Antes de analizar y hacer propuestas caso a caso (rol político, rol político-profesional y

rol estrictamente profesional) hay que definir dos premisas previas. Como primer

elemento previo hay que reconocer que las propuestas se van a mover de forma caótica

en un una habitación con cuatro paredes con el deseo de tocar a la vez las cuatro: a)

eficacia y eficiencia (por lo dicho antes); b) confianza política, pero también las dos

paredes más clásicas y garantistas: c) capacidad y mérito en el acceso; d) igualdad. Hay

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que ser consciente que lograr los cuatro elementos a la vez es una quimera pero que

merece la pena aproximarse lo máximo posible.

Como segundo elemento previo anunciar el acuerdo con la formulación de la NGP en

intentar la separación más clara posible entre la dimensión política y la dimensión

profesional (que precisamente es uno de los pocos planteamientos normativos de la

NGP que en España no se ha tomado en consideración y que contrasta, por ejemplo, con

Italia donde este planteamiento ha tenido una amplia repercusión). Es decir, se trata de

definir claramente a nivel directivo el “género político”, el “genero profesional” y

definir el ámbito (que debería ser lo más reducido posible) y las reglas del juego del

tercer género que es el “genero polítécnico” que es el más complejo.

En relación con unas primeras propuestas generales que deberían regir la regulación del

espacio directivo, éstas serían las siguientes:

1) Con relación al género político: hay que dejar un espacio político sin restricciones de

“spoils system de circuito abierto” para los altos cargos y personal eventual. En este

apartado se parte de la consideración que no debe importar ser generoso en este punto si

se preservan el resto de los elementos del sistema. Esto quiere decir que se consideran

poco afortunadas las soluciones “funcionariales” de la LOFAGE, así como las

soluciones “manageriales” de la ley de modernización local. Este planteamiento

implica, por ejemplo, que no hay problema para que los puestos de directores generales

de la Administración General del Estado formen parte de este grupo, ni tan siquiera los

directores generales de las administraciones autonómicas o, finalmente, que a nivel de

grandes y medianos ayuntamientos exista una posición política paralela o inferior a los

concejales con responsabilidades de dirección de la gestión. Algunos argumentos a

favor de esta propuesta podrían ser:

- La mayor parte de estos altos cargos políticos pueden considerarse como puestos

de función directiva política.

- Por otro lado, hay que destacar que en España no existen grandes patologías en

este ámbito como, por ejemplo, una gran voracidad de los partidos políticos en

ocupar y dominar los aparatos administrativos. En este sentido destaca en

positivo la racional presencia y las limitadas competencias en España de los

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órganos staff ocupados por eventuales. Este hecho contrasta con la situación en

otros países (por ejemplo en muchas administraciones de América Latina) donde

una proliferación de órganos staff y de eventuales configuran toda una

administración paralela de naturaleza política.

En definitiva, no hay ningún problema para dejar un espacio político holgado que sea

ocupado por roles estrictamente políticos, sean estos altos cargos o asesores de éstos

(eventuales agrupados en gabinetes o en otros órganos staff).

Algunas propuestas concretas en relación con el ámbito político: El objetivo para este

ámbito consiste en definir en las administraciones públicas un amplio espacio para ser

ocupado mediante criterios estrictamente políticos. La contrapartida es que este espacio

no debería ser superado nunca ni tan siquiera utilizando argumentos de excepcionalidad.

La propuesta concreta para cada nivel administrativo sería:

• En el nivel estatal: Ministro, Secretario de Estado, Subsecretario,

Secretario General y Director General. También hay que añadir un

número limitado de eventuales vinculados a los gabinetes de los tres

primeros altos cargos.

• En el nivel autonómico: Consejero, Viceconsejero y Secretario General.

Con relación al puesto de Director General sería conveniente que este no

formara parte del nivel político y sí del nivel político-profesional.

También hay que añadir un número limitado de eventuales vinculados a

los gabinetes de los Consejeros.

• En el nivel local: miembros de la Junta de Gobierno Local. También

habría que incluir en este ámbito un número muy limitado de eventuales

vinculados al Gabinete del Alcalde y con funciones de asesoría jurídica,

de protocolo y de relaciones con los medios de comunicación.

2) Con relación al género politécnico (“tercer género”): la ocupación directiva de

carácter político y profesional en la que hay que diferenciar por una parte, cuando los

puestos lo ocupan personal externo de otra administración pública como funcionario o

de otra administración pública como no funcionario o del sector privado (spoils system

de circuito abierto), y por otra parte, cuando los puestos son ocupados por funcionarios

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de la propia administración –puestos de libre designación- (spoils system de circuito

cerrado) que es un territorio muy ambiguo pero con un gran dinamismo en las

administraciones españolas durante las dos últimas décadas.

Para muchas administraciones públicas (por ejemplo destacan las corporaciones locales)

este ámbito politécnico representa el espacio auténtico y casi exclusivo de los directivos

públicos. En este sentido, si se analizan las administraciones locales, que es el nivel

administrativo en el que este perfil está más desarrollado, las denominaciones han sido

muy dispares: desde gerentes y vicegerentes (para los municipios que han apostado por

un modelo gerencial) hasta directores de servicios, coordinadotes de área, etc. Este

espacio directivo jurídicamente muy confuso se ha formalizado parcialmente para los

grandes municipios por la Ley 57/2003, de medidas para la modernización del gobierno

local, que define el personal que ocupa esta situación como “órganos directivos” y

especifica con carácter general los puestos de coordinador general de área o concejalía y

los puestos de directores generales u órganos similares que culminen la organización

administrativa dentro de cada una de las grandes áreas o concejalías. El nombramiento y

cese de los titulares de estos órganos directivos (salvo para los habilitados nacionales)

es una atribución de la Junta de Gobierno Local.

Es evidente que los ocupantes de estos órganos directivos responden a una doble

tensión: por una parte la tensión política ya que son nombrados en función de la

confianza política que les atribuye el cargo político que los propone y la Junta de

Gobierno que los nombra y, por otra parte, la tensión profesional ya que habitualmente

son puestos con un fuerte contenido técnico-profesional.

La complejidad de este espacio directivo de carácter politécnico será objeto de análisis

específico en el próximo apartado.

3) Con relación al género profesional: hay que dejar un espacio de función directiva en

el que únicamente se utilicen criterios profesionales, de carrera administrativa bajo los

criterios de igualdad, capacidad y mérito. Este espacio debería definirse para cada

administración con la intención que sea lo más amplio posible. Cuanta más dimensión

tenga una Administración pública mayor debería ser este espacio ya que esta

administración posee mayor masa critica para lograr puestos directivos profesionales de

calidad.

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Por otra, parte, también hay que tener presente la ocupación predirectiva de carácter

estrictamente profesional: agrupa al personal que ocupa las jefaturas administrativas

inferiores, en concreto suelen ser las jefaturas de servicio, de sección y de negociado.

Estos puestos deberían estar ocupados por funcionarios mediante concursos en los que

primen los principios de igualdad, capacidad y mérito.

El objetivo es abrir este ámbito a los niveles administrativos (Administración General

del Estado y administraciones autonómicas) que no lo poseen siguiendo la experiencia

de algunas administraciones locales. La propuesta concreta para cada nivel

administrativo sería:

• En el nivel estatal: subdirectores generales y subdirectores generales

adjuntos. Hay que destacar que dejar estos puestos abiertos a la

ocupación por personal de otras administraciones o del sector privado es

toda una novedad. También formaría parte del espacio político-

profesional la dirección y/o gerencia de agencias, organismos autónomos

y empresas públicas.

• En el nivel autonómico: directores generales. Sería conveniente dejar a

los subdirectores generales (para las administraciones autonómicas que

poseen este nivel) como puestos profesionales puros. También formaría

parte del espacio político-profesional la dirección y/o gerencia de

agencias, organismos autónomos y empresas públicas.

• En el nivel local: gerentes, vicegerentes de la organización municipal y

de los organismos autónomos y de las empresas públicas. O bien los

cargos que la Ley 57/2003 denomina órganos directivos (coordinadores

generales de cada área o concejalía o directores generales o similares que

culminen la organización dentro de cada una de las grandes áreas o

concejalías).

Finalmente, también es muy importante definir con claridad las reglas del juego de

cada uno de los tres roles y, todavía más importante evitar por todos los medios el

trasvase interesado de unas reglas de juego de un rol a otro rol. Las reglas del juego

podrían ser:

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- Nivel político: criterios de selección y permanencia de carácter estrictamente

político. Se produce el cese de forma automática cuando se pierde la confianza

política del superior o cuando éste cesa.

- Nivel político-profesional: se busca para estos perfiles a los mejores

especialistas pero que gocen de confianza política y profesional. Estos

especialistas pueden proceder de la propia organización de la Administración

contratante o de cualquier otra administración pública o empresa privada. Se

proponen aquí siete elementos de posible regulación de este perfil de directivo:

- Nivel profesional: para proveer estos puestos se hacen concursos entre el

personal funcionario de la organización municipal bajo los principios de

igualdad, mérito y capacidad. En ningún caso estos puestos deberían definirse

como puestos de libre designación y aplicar, por lo tanto, también criterios

políticos.

Por otra parte en los tres roles directivos sería conveniente establecer un límite máximo

de tiempo de permanencia en un puesto directivo público sea éste de carácter político,

de carácter profesional o de carácter politécnico. Se considera que un máximo de 12

años podría ser un periodo razonable. Este límite permitiría superar problemas de

enquistamiento, de acomodación sedentaria y de pérdida de creatividad y de dinamismo.

No se introduce un límite más bajo para no perjudicar ya que cuesta mucho tiempo la

formación de los directivos para que sean eficaces y eficientes en sus puestos de trabajo.

5. Diagnóstico y propuestas (debilidades y fortalezas) con relación al tercer

género de carácter politécnico.

Con relación a la ocupación directiva de carácter político y profesional que se

corresponde con figuras, bastante utilizadas en la Administración local, como gerente,

subgerente, director de servicios, coordinador de área, director general o puestos

asimilables a éstos, se presentan las siguientes reflexiones de naturaleza positiva y

negativa (fortalezas y debilidades) que no pueden escapar de las contradicciones

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inherentes a este modelo directivo. Hay que tener presente que la base de los

argumentos se toman del Gobierno Local que es el nivel donde está más desarrollado

este modelo directivo pero que también están presentes en las administraciones

autonómicas y en la Administración General del Estado.

Es necesario e importante hacer una reflexión específica y profunda con relación a este

tercer género de carácter político-profesional ya que representa el núcleo duro que

deberá regular un estatuto del directivo público. Veamos las fortalezas y las debilidades

de este confuso rol de carácter político-profesional:

Fortalezas:

a. El modelo directivo político-profesional logra superar las limitadas

barreras de una carrera vertical en la que únicamente pueden ocupar

puestos directivos los funcionarios de carrera de la misma administración

pública para pasar a transformarse en un modelo horizontal que

configura de forma tácita un mercado transversal que agrupa a un

elevado número de administraciones públicas que intercambian

directivos en función de criterios políticos y profesionales. De esta

manera administraciones públicas con insuficiente masa crítica para

poder conseguir directivos de calidad mediante promoción interna (por

ejemplo pequeños ayuntamientos, pequeños organismos autónomos, etc.)

pueden “fichar” a directivos de calidad en este mercado transversal. En

cierta manera puede afirmarse que en algunos casos es mayor la

potencialidad de lograr la capacidad y el mérito de los efectivos de

dirección en un modelo de mercado que los posibles logros de los

principios de igualdad, capacidad y mérito circunscritos a los limitados

parámetros de la función pública de una única administración pública

descontextualizada de su entorno.

b. También se puede considerar como positivo la formalización de un

espacio directivo político y profesional que parece que ha demostrado,

por ejemplo, en el Gobierno Local un rendimiento institucional positivo.

Las experiencias que han apostado por este espacio directivo político y

profesional son bastante exitosas en cuanto a capacidad de gestión,

capacidad de innovación y, finalmente, en cuanto a rendimiento

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institucional. En este sentido los ayuntamientos que han impulsado un

modelo gerencial (que sería la opción más explícita que ha apostado por

un espacio directivo político-profesional) están bastante satisfechos con

el rendimiento de esta opción. Los ayuntamientos que han optado por

modelos menos explícitos (directores de servicios o responsables de

áreas) también se muestran bastante satisfechos.

c. El modelo directivo político-profesional es abierto y muy competitivo

que favorece que el sistema asuma elevados niveles de aprendizaje

institucional y con ello se generen directivos potentes y actualizados en

las nuevas habilidades que se requieren en la dirección y gestión pública.

En concreto: la necesidad de conseguir directivos altamente

profesionalizados que atesoren nuevas habilidades directivas como la

gestión de redes de organizaciones privadas que prestan servicios

públicos y la optimización en la gestión de las Tecnologías de la

Información y de la Comunicación y de los nuevos mecanismos que

favorecen la participación ciudadana. Por otro lado, el modelo directivo-

profesional juega un eje transversal que consiste en saltar de institución a

institución lo que favorece unas transferencias interadministrativas

(isomorfirmos institucionales) de sistemas de gestión, de buenas

prácticas, etc. que pueden ser muy positivas.

d. Los directivos politécnicos son agentes clave para introducir una cultura

de trabajo centrada en objetivos y una cultura de evaluación de políticas

y de resultados.

Debilidades:

a. El modelo de directivo político-profesional genera inevitablemente una

mayor politización de las administraciones públicas. Por ejemplo implica

la politización del espacio estrictamente profesional que agrupa las

jefaturas administrativas profesionales. En este sentido, un buen

funcionario que quiera hacer una potente carrera administrativa en la

Administración tiene que plantearse a la fuerza hacer una carrera y/o

unos contactos políticos para poder avanzar en su desarrollo profesional.

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b. El modelo directivo político-profesional sería poco acorde con las

administraciones públicas de grandes dimensiones las cuales no

requieren recurrir a mercados transversales para cubrir su espacio

directivo sino que les bastaría utilizar los principios de igualdad,

capacidad, mérito y confianza política entre sus propios empleados

públicos de carrera. Es decir, en las administraciones públicas de grandes

dimensiones hay suficiente masa crítica profesional para que puedan

lograr buenos directivos en el marco de su función pública. En este

sentido son inexplicables que la totalidad de directores del Ayuntamiento

de Madrid procedan de otras administraciones y ninguna del aparato

administrativo del propio Ayuntamiento. También sorprende en el caso

del Ayuntamiento de Barcelona el peso que tiene los gerentes que

proceden directamente de empresas privadas.

c. Las transferencias de experiencias de una administración a otra

(isomorfismo institucional) puede generar efectos negativos en el caso

que estas transferencias y aprendizaje interadministrativo no se

produzcan dentro de un contexto de cultura institucional que favorezca el

cálculo sobre la viabilidad de la aplicación de determinados sistemas y

herramientas generados en otras realidades administrativas que pueden

ser muy distintas a la des la Administración que se intenta implantar.

d. Si bien es cierto que el modelo directivo político-profesional es el que

mejor sintoniza con un modelo social de contratación tradicional que

prima la confianza, los contacto personales y la posición en el tejido

social por encima de elementos formativos y profesionales reglados; y

que además es cierto que este modelo de contratación y de selección no

puede considerarse como clientelar. Pero también hay que tener muy

presente la tradición histórica de clientelismo en nuestras

administraciones públicas que un modelo directivo político-profesional

puede rápidamente y funestamente actualizar el nunca desaparecido

sistema de patronazgo.

Ante estas fortalezas y, en especial, ante las debilidades detectadas por el rol político-

profesional se proponen las siguientes estrategias de regulación de este espacio:

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1) Si se estima conveniente se podría hacer un proceso

formalizado de selección del personal directivo politécnico con

la participación de perfiles políticos de la Administración

contratante y de asesores externos.

2) Las personas que ocupan estos cargos político-profesionales no

tienen porqué cesar de forma automática cuando cesen sus

superiores políticos o se produzca un cambio de gobierno. Sí

cesan, en cambio, si no gozan de la confianza política y

profesional por parte de los nuevos cargos. Es decir estos

puestos no deben ser, en muchas ocasiones, de confianza

política en un sentido estricto pero lo que es evidente es que no

pueden ser puestos ocupados por personal de “desconfianza

política”.

3) Habría que regular un modelo de contratos blindados que

ofrezcan a este personal una indemnización al ser cesados. Esta

propuesta es controvertida pero se sustenta en dos argumentos:

el personal que ocupa puestos politécnicos son contratados por

motivos profesionales, en paralelo a los motivos de confianza, y

por esta razón requieren una compensación que les permita

encontrar otro trabajo profesional después del cese. Otro

argumento es que si hay que pagar indemnizaciones su cese

será objeto de mayor análisis y motivación política y

profesional y se abandonaran malas prácticas como, ante un

cambio político (incluso entre un mismo partido en el

gobierno), cesar a todo este tipo de personal sin motivo objetivo

alguno. Recordemos que este personal no hay que considerarlo

tanto como “personal de confianza política” sino como

“personal de no desconfianza política” que es muy distinto.

4) Para el género de politécnicos pensar en que las

administraciones (Administración General del Estado,

administraciones autonómicas y administraciones provinciales)

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dispongan de una bolsa centralizada de trabajo para sus propias

administraciones. Las administraciones públicas deberían

primar la contratación de estos profesionales “acreditados”.

Esta bolsa de trabajo podría ser gestionada por cada

administración pública (Administración General del Estado,

administraciones autonómicas) y en el caso de la

Administración Local por la Federación de Municipios, o por

diputaciones, mancomunidades, etc.

5) También para el género politécnicos pensar en que las

administraciones (Administración General del Estado,

administraciones autonómicas y administraciones provinciales

en organismos tipo INAP o escuelas de administración)

establezcan unos mecanismos de acreditación profesional para

ocupar puestos directivos evaluando tanto la formación reglada

(máter, etc.) como la aprendizaje del desarrollo profesional.

6) Las administraciones públicas de grandes dimensiones deberían

limitar el reclutamiento de efectivos del espacio político-

profesional que sean ajenos a la organización municipal. Estas

administraciones poseen suficiente potencialidad profesional

para ser casi autosuficientes y no requerir de forma sistemática

al mercado transversal para ocupar estos puestos.

7) Como se ha mencionado anteriormente, los directivos

politécnicos son agentes clave para introducir una cultura de

trabajo centrada en objetivos y una cultura de evaluación de los

mismos. Para ello resulta conveniente diseñar sistemas de

evaluación complejos que complementen la visión de los

políticos (superiores inmediatos de los politécnicos) con la

perspectiva de los diferentes agentes con los que el directivo

politécnico se relaciona (con un modelo, por ejemplo, en la

línea de la evaluación 360º).

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6. Sobre las políticas de formación de los directivos públicos.

La regeneración de la dirección pública en España no depende sólo de mejorar su

regulación de carácter normativo sino que también debe transcurrir por la mejora de los

planes de formación de directivos impulsados por los institutos o escuelas de formación

de los empleados públicos.

Los problemas de la función directiva en las administraciones públicas españolas no

radican sólo en la confusión y el travestismo entre los tres roles directivos sino que

también agrupan las siguientes disfunciones:

• Un déficit de valores y de ética pública, es decir una cultura política y

una cultura administrativa inadecuadas.

• El dominio, durante los últimos años, de una cultura empresarial, poco

acorde con la función pública y con la defensa del interés general, que

tiene un carácter muy instrumental y que genera una miopía hacia una

adecuada visión política e institucional de carácter estratégica.

• El déficit estructural en buena parte de los directivos públicos de

habilidades organizativas, de dirección de recursos humanos y de

marketing institucional (comunicación pública y relaciones con los

medios de comunicación).

Los institutos o escuelas públicas (estatal, autonómicas y locales) han abordado, hasta el

momento, de forma insatisfactoria la formación de los distintos perfiles de dirección

pública.

Un primer déficit está en la ausencia generalizada de planes de formación dirigidos a los

directivos de carácter político (altos cargos y cargos electos). Se trata de un colectivo de

personas difícil ya que por motivos de sus densas agendas y por motivos simbólicos (no

existe en nuestro país la cultura de la formación de los directivos políticos fuera de las

raquíticas experiencias de formación impulsadas por los partidos políticos) son huidizos

a los planes de formación impulsados por institutos y escuelas públicas de formación.

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Un segundo déficit tiene relación con la formación de directivos públicos profesionales

y politécnicos que requieren un modelo de aprendizaje de vanguardia con escasa

sintonía con las capacidades organizativas de los institutos o escuelas públicas de

formación. Por esta razón se ha generalizado la opción, por parte de algunas de estas

instituciones, de externalizar esta formación tan estratégica en escuelas de negocios y

excepcionalmente en universidades públicas. Por ejemplo a nivel histórico el INAP, la

EGAP, el IVAP y la EAPC han tendido a externalizar esta formación en forma de

postgrados o maestrías. Esta opción contempla una capacitación de carácter

instrumental pero olvida una capacitación de naturaleza más institucional. Es decir, esta

estrategia es una de las culpables de la excesiva empresarialización de nuestras

administraciones públicas y de la pérdida de sus capacidades y fortalezas de carácter

institucional. Una prueba del fracaso e insatisfacción con esta opción es que la mayoría

de los institutos o escuelas que optaron en su momento por esta línea formativa la han

ido abandonado con el tiempo (EGAP, IVAP y EAPC). Pero como en gestión pública

suelen convivir los pasos adelante con los pasos atrás hay algunas instituciones que

recientemente han decidido invertir de nuevo en esta estrategia como es el caso reciente

del INAP. Sobre este tema hay que dejar claro que no se trata en absoluto de demonizar

a las escuelas de negocios que, algunas de ellas en España, poseen una calidad

contrastada y figuran como las mejores de Europa y del mundo. Se trata de magníficas

escuelas de negocios que pueden aportar valor en la mejora de la capacitación de

nuestros directivos públicos y que, por tanto, es imprescindible disfrutar de su

magisterio. El error consiste en externalizar en bloque toda la formación de los

directivos públicos en estas escuelas de negocios sin dejar espacio a otras estrategias

formativas de carácter más institucional, global y plural. Como siempre las opciones

híbridas o mestizas suelen ser las que acreditan un mayor rendimiento institucional.

Además la opción de la externalización en bloque la formación directiva llega a poner

en cuestión la supervivencia institucional de los institutos o escuelas públicas de

formación. En este sentido no son pocos los que argumentan que en el siglo XXI ya no

tienen sentido estas instituciones in house de formación ya que éstas pueden ser

absorbidas de forma más eficaz y eficiente por las escuelas de negocios privadas y,

supletoriamente, por las universidades públicas. Siguiendo este argumento las

administraciones públicas no requieren institutos o escuelas de formación e

investigación sino unos modestos servicios para la formación instrumental en ofimática

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o en idiomas en los territorios donde coexistan varias lenguas oficiales. Hay que poner

en cuestión la modernidad de este planteamiento ya que, a nuestro entender, es justo lo

contrario: un planteamiento anticuado y retrógrado. Precisamente las administraciones

públicas no deberían externalizar nunca los ámbitos que aportan mayor valor

institucional y público, como es en este caso por una parte de la formación de los

directivos públicos en sus tres dimensiones o roles y, por otra parte la investigación y la

innovación. En cambio no plantearía ningún problema externalizar la formación

instrumental como la ofimática y el aprendizaje lingüístico.

Veamos, a continuación, algunas propuestas más concretas para mejorar la formación

de los directivos públicos:

1) La formación dirigida a los directivos políticos (altos cargos y

cargos electos) es complicada por motivos de agenda y por falta

de una cultura de la formación de este colectivo. Si se

organizan cursos de formación para este grupo éstos no suelen

implementarse por falta de demanda (salvo en el caso de

formación de cargos electos de la administración local que es

un colectivo tan extenso en la que sí hay, en ocasiones,

demanda suficiente). La única solución para alcanzar a este

colectivo consiste en realizar planes de formación

individualizados, uno a uno, basados en la técnica del coaching

que permite su adecuación a las agendas y a la intimidad. De

esta manera los altos cargos suelen acoger con interés

propuestas de formación vía coaching en materias de dirección

de las organizaciones, gestión del tiempo, relaciones con los

medios de comunicación e inglés. Una estrategia formativa

complementaria sería la de organizar pequeños encuentros con

altos cargos, por ejemplo desayunos de trabajo, invitando a una

personalidad significativa a nivel mundial de un determinado

ámbito sectorial y establecer una reunión-debate de intercambio

de ideas entre los directivos participantes.

2) Para los directivos profesionales y para los directivos

politécnicos las metodologías anteriores (coaching y encuentros

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puntuales) también funcionan. Aquí el problema es que se trata

de técnicas muy caras para aplicar a colectivos tan numerosos,

la solución es aplicarlos de forma incremental y continuada.

3) También para directivos profesionales y para directivos

politécnicos existe la opción de organizar postgrados o

maestrías en función directiva o en alta función directiva. Estos

programas deberían ser institucionales, es decir: organizados

directamente por las propias instituciones públicas con

programas específicos que ataquen a los problemas autóctonos,

con una presencia importante del profesorado compuesto por

directivos seniors de la propia administración y de otras

administraciones. Evidentemente dentro de estas maestrías

habrá materias relevantes impartidas por escuelas de negocios,

por profesorado de las universidades públicas y por consultores

pero el programa docente debe estar dirigido e implementado

por el instituto o escuela de formación de la administración que

desea formar a sus directivos públicos. La política de formación

de los directivos públicos es una materia crítica y estratégica

que no puede externalizarse en bloque y sólo puede

externalizarse en materias concretas.

4) En el marco de estas maestrías los directivos participantes

deben elaborar como trabajo final del postgrado un plan de

mejora que ponga en conexión los conocimientos recibidos con

el diseño e implementación de mejoras e innovaciones en sus

respectivos ámbitos de gestión. Aquí el objetivo consiste en

lograr que los directivos demuestren capacidad de generar

discurso y conceptos de renovación institucional. Es decir no se

trata de lograr sólo directivos acreditados como buenos

practicioners sino que se configuren también en una comunidad

espistémica con capacidad de plantear conceptos e ideas y que

por ello sean respetados por el resto de estamentos de la

Administración.

5) Elaboración de programas a medida para la formación directiva

de los diversos ámbitos de gestión con unas características

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sectoriales y unas problemáticas de dirección propias

(ministerios, consejerías, concejalías, agencias, organismos

autónomos, empresas públicas o consorcios). Las

administraciones públicas agrupan distintas realidades de

dirección y de gestión que requieren programas directivos con

características específicas. Si bien es cierto que la dirección

pública requiere unas habilidades comunes también es verdad

que es distinto dirigir, por ejemplo, un centro hospitalario o una

delegación internacional de cooperación al desarrollo. En este

caso se trata de hacer estudios específicos sobre las necesidades

directivas de un determinado ámbito de gestión y programar un

programa de formación directiva que atienda a esta demanda.

6) Crear extranets corporativas que fomenten la participación de

los directivos en el intercambio de ideas, discusión sobre

nuevos modelos de gestión, etc. generándose un espacio virtual

de gestión del conocimiento directivo.

Elaborar una publicación periódica, por ejemplo mensual y muy breve, dirigida únicamente al personal directivo en sus tres dimensiones. Esta publicación tendría como objetivo tratar de forma monográfica de la mano de reconocidos especialistas temas de actualidad sobre innovación de la gestión y de la


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