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CASTILLOS EN EL AIRE Pedro Azara - cuatrocuadernos · Era el sueño de todo arquitecto, de todo...

Date post: 05-Apr-2020
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41 FUNDAMENTOS DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO CASTILLOS EN EL AIRE Pedro Azara Decía Isidoro de Sevilla que Tomás era hermano gemelo de Jesús; era «físicamen- te muy parecido» a Él. Según cuenta La leyenda dorada, un día Jesús se apareció a Tomás y le comunicó que unos enviados del rey de la India (un rey parto que dominaba la India), Gundosforo, encabezados por el ministro Abades, recién llegados a Palestina, iban buscando a «un hábil arquitecto» para que edificara un palacio espléndido, «a la romana», para el rey de Oriente, y que les había respondido que Tomás era la persona adecuada: «estaba capacitado en este arte». Jesús no podía menos que satisfacer al rey. Años atrás, cuando Jesús era un recién nacido, ¿no había el sabio Gundosforo —llamado también Gaspar, de Oriente— acudido, tras un largo viaje en pos de una estrella, a un pobre belén para visitarlo, honrarlo y agasajarlo? Tomás se resistió, pero Jesús acabó por convencerlo —en realidad, según cuenta la versión de Los hechos de Tomás, lo redujo a la esclavitud y lo vendió a los emisarios del rey por tres monedas de plata (llamadas litrae)—. Tomás dijo El caminante sobre el mar de niebla, Caspar David Friedrich, 1818.
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Page 1: CASTILLOS EN EL AIRE Pedro Azara - cuatrocuadernos · Era el sueño de todo arquitecto, de todo promotor. El nombre de Gundosforo, asociado a su palacio, sería recordado para siempre.

41FUNDAMENTOS DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO

CASTILLOS EN EL AIREPedro Azara

Decía Isidoro de Sevilla que Tomás era hermano gemelo de Jesús; era «físicamen-

te muy parecido» a Él. Según cuenta La leyenda dorada, un día Jesús se apareció

a Tomás y le comunicó que unos enviados del rey de la India (un rey parto que

dominaba la India), Gundosforo, encabezados por el ministro Abades, recién

llegados a Palestina, iban buscando a «un hábil arquitecto» para que edificara

un palacio espléndido, «a la romana», para el rey de Oriente, y que les había

respondido que Tomás era la persona adecuada: «estaba capacitado en este arte».

Jesús no podía menos que satisfacer al rey. Años atrás, cuando Jesús era un recién

nacido, ¿no había el sabio Gundosforo —llamado también Gaspar, de Oriente—

acudido, tras un largo viaje en pos de una estrella, a un pobre belén para visitarlo,

honrarlo y agasajarlo?

Tomás se resistió, pero Jesús acabó por convencerlo —en realidad, según cuenta

la versión de Los hechos de Tomás, lo redujo a la esclavitud y lo vendió a los

emisarios del rey por tres monedas de plata (llamadas litrae)—. Tomás dijo El caminante sobre el mar de niebla, Caspar David Friedrich, 1818.

Page 2: CASTILLOS EN EL AIRE Pedro Azara - cuatrocuadernos · Era el sueño de todo arquitecto, de todo promotor. El nombre de Gundosforo, asociado a su palacio, sería recordado para siempre.

42 II. VIAJES CUATRO CUADERNOS. APUNTES DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO

entonces: «Eres mi dueño, Señor, y yo soy tu servidor: hágase tu voluntad».

Luego, aceptó embarcarse hacia la India.

No bien hubo llegado a la corte, el rey interrogó a Tomás acerca de sus habili-

dades. El apóstol se presentó como carpintero y constructor: «puedo edificar

en piedra tumbas, monumentos y palacios reales», esto es, obras para seres

inmortales como reyes y dioses. El rey le pidió si podría construir un palacio.

«Lo edificaré y lo amueblaré; para esto he venido», le replicó secamente Tomás.

Entonces, Gundosforo y el apóstol salieron y cruzaron las puertas de la ciudad

mientras discurrían sobre la construcción del palacio y las cimentaciones ne-

cesarias; se dirigieron a un lugar apartado desde donde se divisaba el terreno

escogido. Tomás aprobó la elección, pero añadió que eran necesarios unos tra-

bajos previos, toda vez que la tierra era muy húmeda y estaba cubierta por un

tupido bosque. El campo estaba marcado por los excesos. El agua lo anegaba,

convirtiéndolo en una superficie inestable e ilusoria, y los árboles impedían que

la luz llegara hasta el suelo. A petición del rey, Tomás trazó los planos del edi-

ficio con una caña, se los mostró y le prometió que el palacio estaría terminado

en unos pocos meses, pues las obras empezarían en Octubre (en Dius, el primer

mes del calendario lunar helenístico) y concluirían en Abril (por Xanthicus, el

sexto mes). Hábilmente, dispuso «las puertas orientadas hacia el este para dejar

pasar la luz, las ventanas mirando al oeste para facilitar la ventilación, un horno

al sur, y situó al norte las conducciones de agua, un acueducto, para atender a las

necesidades del edificio». El rey, maravillado, lo cubrió de oro, plata y piedras

preciosas para que le construyera el palacio más hermoso que jamás se pudiera

soñar, y se ausentó de la corte.

Unos pocos meses más tarde, Gundosforo preguntó por las obras. El «pretorio»

(el palacio) estaba concluido, le respondió tranquilamente Tomás; ya sólo fal-

taba levantar el tejado, para cuya construcción el rey, confiado, entregó nueva-

mente ingentes cantidades de oro y plata.

Al día siguiente, el monarca tuvo que partir a la guerra; estuvo lejos dos años.

Apenas el rey se puso a la cabeza de los ejércitos, Tomás, decidido a cumplir con

el encargo se puso manos a la obra. Lo primero que hizo fue distribuir el oro, la

plata y las piedras relucientes entre los pobres del reino, y se recogió para meditar.

Al regresar victorioso de la guerra, el rey, impaciente, quiso tener noticias del

palacio y contemplarlo. Éste, sin duda, no debía parecerse a ninguno conocido.

Habló con sus amigos quienes le comentaron que Tomás no había hecho nada

sino que se había limitado a dilapidar la fortuna. Desesperado, meciéndose los

cabellos, moviéndose de un lado para otro como una fiera enjaulada, Gundosforo

mandó que le trajeran a Abades y a Tomás, e inquirió al apóstol por el palacio.

«Está terminado», contestó Tomás con aplomo.

«¿Dónde vamos para verlo?», le replicó el rey, a lo que Tomás, tranquilamente,

le respondió que a ningún sitio, puesto que sólo podría admirarlo en la otra vida.

Fuera de sus casillas, Gundosforo mandó que los encerraran en las celdas más os-

curas y que, al día siguiente, al alba, desollaran vivo a Tomás antes de quemarlo.

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43CASTILLOS EN EL AIRE

Esa misma tarde, el príncipe Gad, hermano del rey, enfermó y, al poco, murió.

Quizá fuera de pena, pues apreciaba a Tomás. De noche, el rey, apesadumbrado,

tuvo un sueño vívido. El alma de Gad se le apareció y le comunicó que, al ascen-

der a los cielos, había vislumbrado un resplandor blanquísimo que irradiaba en

lo alto de la bóveda celestial: unos pináculos estilizados sobresalían sobre los

muros relucientes de un palacio deslumbrante que flotaba ingrávido rodeado de

ángeles. Gad les preguntó a quién pertenecía y quién lo había construido; tam-

bién solicitó poder visitarlo. Los poderes celestiales le respondieron que Tomás lo

había levantado para el rey, su hermano, pero que éste no era digno de semejante

morada, y que, si quería, podía convertirse en su nuevo dueño. Entonces, Gad,

maravillado, descendió para, en sueños, comunicar a Gundosforo lo que había

visto, y para suplicarle que perdonara a Tomás, pues éste había cumplido con el

encargo de la mejor de las maneras: le había levantado un palacio cuya contem-

plación y cuyo disfrute sólo estaba al alcance de almas benditas. Las almas pro-

saicas no verían sino un terreno yermo y vacío. El palacio resplandecía a ojos de

los espíritus. Permanecía incólume. El paso del tiempo, que destruye la materia

y borra las formas labradas, no le afectaría. Duraría una eternidad, la eternidad.

Era el sueño de todo arquitecto, de todo promotor. El nombre de Gundosforo,

asociado a su palacio, sería recordado para siempre.

Castillos en el aire: Mito y arquitectura en occidente, Gustavo Gili, Barcelona, 2005.

Las edades de la vida, Caspar David Friedrich, 1835.


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