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Concepciones Historicas en Occidente e Ideologias Del Progreso Ilimitado en America Latina

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    concepto clave de toda controversia econmica ypoltica, sino que la necesidad de desarrollo sepresenta de una manera dramtica y avasalladoracomo algo obvio y sin alternativas (1). El desarro-llo conforma el fundamento de las teoras susten-tadas por las fuerzas de izquierda, para las cuales lahistoria universal se mueve hacia etapas superioresde progreso social, pero aparece igualmente en lasestrategias de la derecha, como consolidacin yampliacin del propio sistema y tambin como an-tdoto contra una revolucin popular.

    La concepcin del progreso histrico linear, se-gn la cual la humanidad avanza continuamente deniveles inferiores a superiores, no es, probable-mente, una idea central que pertenece al corpus delas suposiciones y creencias autctonas de las so-ciedades perifricas. Su aceptacin, como algo ob-vio por parte de los intelectuales del Tercer Mun-do, contribuye eficazmente a tender un velo sobresus orgenes y sus implicaciones. A juzgar por lainvestigacin comparativa, el concepto progresivo-linear del proceso histrico ha sido una creacincultural de Europa Occidental, el cual puede se-guirse hasta el ncleo de la tradicin judeo-cristia-na constituyendo a su vez una de las diferenciasfundamentales en la esfera conceptual-teolgicaentre estas religiones y todas las otras (2). La Anti-gedad clsica y las civilizaciones no-occidentaleshan tenido una nocin circular del proceso hist-rico, de acuerdo a la cual todos los perodos hist-ricos transcurren en forma de ciclos recurrentes, ycada uno de ellos est igualmente cercano (o leja-no) a la divinidad, es decir, al criterio de bondad yjusticia. Toda divisin del tiempo histrico tendraentonces una funcin meramente informativa yclasificatoria, pues las diversas pocas poseeran

    H.C.F. Mansilla

    ON EP IONES HISTORI S EN O IDENTEE IDEOLOGI S DEL PROGRESO ILIMIT DO EN MERI L TIN

    Summary: The conception of an eternal, linealhistorical progress, according to which humanityadvances continuously from inferior to superiorevolution levels, is building today the compulsorycreed of very different political ideologies in theThird World and even the central aspect of theirsocial identities. The ideal about material progress,shared by both liberals and marxists, is based on ahistorical conception, which claims to be scienti-fically proofed and valid for all societies. Thistheory is, however, not an autochthonous productof Latin America, but a creation of Westem Euro-pe and properly the secularization of [ewishChristian theology.

    Resumen: La concepcin de un progreso hist-rico perenne, )nea, segn la cual la humanidadavanza continuamente de niveles inferiores de evo-lucin a etapas superiores, constituye hoy en da elcredo obligatorio de las ms distintas ideologaspolticas y sociales en los pases del Tercer Mundoy una parte constitutiva de su identidad. El idealdel progreso material, que comparten liberales ymarxistas, deriva su fundamentacin de una con-cepcin histrica de desarrollo progresivo, cient-ficamente comprobado y pretendidamente vlidopara todas las naciones. Sin embargo, esta concep-cin no es un producto autctono de las socieda-des latinoamericanas, sino una creacin de EuropaOccidental y, en el fondo, la secularizacin del n-cleo de la teologa judeo-cristiana.

    Como Jorge Graciarena ha sealado, desarro-llo no era, en la mayora de las sociedades lati-noamericanas, un problema intensamente discuti-do antes de 1930. Ahora, en cambio, no es slo un

    Rev. Fil. Univ. Costa Rica, XXV (62), 177-183, 1987

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    momentos positivos y negativos en proporcin tal,que se equilibraran mutuamente: la historia cono-cera sucesos, pero no progreso, y podra ser defi-nida como el eterno retorno de lo similar. La ideade progreso fue concebida originalmente como unacercarse a la divinidad; fue el Judasmo la fe quecre las primeras imgenes para una representacinde la historia en la que no hay lugar para el eternoretorno de lo similar sino, ms bien, para etapassucesorias que conducen paulatinamente hacia elJuicio Final. La esperanza mesinica fue uno de losfactores determinantes en esta nueva visin deltranscurso del tiempo. El Cristianismo, a su vez,contribuy poderosamente a la nocin de una dife-renciacin liminar entre los diferentes perodos acausa de su valor intrnseco; unos perodos esta-ran caracterizados por rasgos positivos que fal-taran en otros. El advenimiento de Cristo sera elacontecimiento que separara dos eras histricasfundamentalmente distintas, y la era precristianadebera ser vista como un modo deficiente en lacrnica de la humanidad.

    Es innegable que el concepto grecorromano decosmos ha sufrido una notable transformacin enla Biblia, especialmente detectable en las escriturasde San Pablo y San Juan; San Agustn se dedic afundamentarla exhaustivamente con medios filos-ficos. La belleza visible del cosmos fue sacrificadaal invisible logos divino, que slo poda ser escucha-do. El mundo fue reducido al mundo del hombre:el universo, que existe por derecho propio, quesurge y desaparece y renace por s mismo, fue in-sertado en un proceso sacro y reducido a una crea-cin temporal y perecedora que sucede por y parael hombre y no por naturaleza propia. El universopor lo tanto, sera la base material para el progresolinear de la historia humana; con el tiempo, estaconcepcin ha sido secularizada, y el progreso eco-nmico-tecnolgico ha pasado a ser la religin delmundo contemporneo y el eje de casi todas lasteoras histricas modernas. La redencin mesini-ca se ha convertido de igual modo en una dimen-sin profana: el Reino de la Necesidad concluirinvariablemente dando paso a un perodo esencial-mente mejor: el Reino de la Libertad (3).

    La secularizacin de concepciones histricas deorigen mtico-religioso ha contribuido entonces, afundamentar en el mbito de la cultura occidentaluna idea generalizada acerca del progreso perpetuode la humanidad, progreso que manifiesta connota-ciones de positividad, deseabilidad e inevitabilidady que suministra los presupuestos tericos de co-rrientes tan diferentes como el positivismo y el

    marxismo, pero igualmente tan genuinamente en-raizadas en la tradicin europea. Las sociedadesno-occidentales han adoptado el concepto histri-co-linear seguramente despus de haber entrado encontacto permanente con las potencias europeas apartir del Renacimiento; a sto ha ayudado, nopoco, el hecho de que la civilizacin occidentalresultara tan exitosa y superior a todas las otras aescala mundial.

    No poseyendo las naciones perifricas una tradi-cin autctona que culminase en concepciones his-tricas de carcter linear y en ideas de progresoperpetuo y material, se puede postular la tesis deque las nociones contemporneas de desarrollo enAmrica Latina no cuentan con un desenvolvi-miento esencialmente autnomo, mxime, si estosterritorios estuvieron vinculados en forma particu-larmente estrecha con Europa Occidental y hanseguido recibiendo toda clase de influencias en laesfera de las pautas de comportamiento de los pa-trones culturales. Paradjicamente, aquellas con-cepciones de origen heternomo han suministradolos criterios definitivos, de acuerdo a los cuales sejuzga el nivel de desarrollo alcanzado por cadapas: retraso/progreso, estancamien to/ crecimien to,tradicional/moderno, esttica/dinmica. El par-metro central de todos ellos es: subdesarrollo/de-sarrollo, concretizado en la facultad de crecimien-to econmico-tecnolgico. A pesar de notables di-ferencias ideolgico-polticas, las grandes corrien-tes de opinin en Amrica Latina concuerdan enconceder cualidades positivas y la calificacin deviables nicamente a aquellos regmes y pases quecrecen econmicamente, que incorporan las inno-vaciones tecnolgicas a su desarrollo, que exhibendinamismo y que van adoptando ostensiblementelos rasgos de las naciones modernas, es decir, exito-sas, encarnadas hoy en da en los centros metropo-litanos (4).

    La idea central de la tradicin cristiano-occiden-tal sobre el progreso permanente es complementa-da por una visin de la naturaleza que tampoco hasido un lugar comn fuera del mbito de aquellacultura y que tiene hoy en da una importanciacapital para comprender las posiciones generaliza-das en Amrica Latina con respecto a los proble-mas ecolgicos. En contraste con religiones, credospaganos y animistas, la fe juda las corrientescristianas establecieron un dualismo marcado entreel hombre y la naturaleza, dentro del cual, staltima adquiere un valor claramente secundario ysubordinado. La base para esta construccin teri-ca est dada por uno de los dogmas principales del

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    Judasmo y del Cristianismo: el hombre ha sidocreado a semejanza de Dios y es el telos el objeti-vo del proceso del universo (5). Esta situacinprivilegiada de la especie humana, principio expl-cito de la Biblia, corresponde a una dignidad onto-lgica inferior y dependiente atribuida a la natura-leza en su conjunto. El carcter y la funcin, su-bordinados de la naturaleza, implican que sta, porsu esencia misma, no tiene otro destino que estaral servicio del hombre; de ah se deriva el conocidomandato divino a los hombres de crecer, multipli-carse y hacerse dueos y seores de la Tierra. Estamisin de dominio total se traduce en la tarea decontrolar y explotar el mundo natural para cum-plir fines humanos y para mayor gloria del hom-bre, sin que durante esta operacin secular, sepiense en la conservacin de la naturaleza comouna meta razonable. Por. ello pierde la naturalezatodo aspecto mgico, toda facultad de ser conside-rada como un ente con derechos y fines propios, yse convierte en mero terreno de caza, en campo deactividad para las necesidades y para la codicia ili-mitada del hombre. Hasta el lema socialista de mo-dificar el mundo es impensable sin la seculariza-cin del principio judeo-cristiano de que la natura-leza slo es el suelo para los designios humanos -un antiguo concepto de origen teolgico ha sidosecularizado y transformado en la teora modernade que el hombre no slo puede comprender todaslas leyes naturales, sino que debe usar esta capaci-dad para exprimir a la naturaleza el ltimo gramode sus riquezas.

    La ndole subordinada de la naturaleza ha pasa-do, como credo profano, a conformar el cimientoprelgico de doctrinas muy diferentes -desde el to-mismo hasta el marxismo-, ha posibilitado el me-nosprecio por la problemtica ecolgica y ha exal-tado el valor de los xitos materiales . La inclina-cin a ver en la dominacin de la naturaleza unmandato divino y una manifestacin de los buenosresultados de la gestin humana est relacionadacon un aspecto muy importante que distingueigualmente al cristianismo de otras religiones: suconexin y proclividad con el principio de eficien-cia, aspecto que fomenta una actitud tecnocrticacon respecto a los recursos naturales en perodosposteriores cuando la influencia del cristianismo esslo relevante en forma secularizada y como fuerzasubyacente a la conciencia colectiva.

    En este sentido, corrientes muy divergentes, pe-ro enraizadas firmemente en la tradicin occiden-tal, como el protestantismo, el utilitarismo bur-gus y el marxismo presentan algunas similitudes

    de importancia para la comprensin de las resisten-cias a toda poltica ecolgica seria. Todas ellas pre-mian el xito, el dinamismo, los procedimientosenrgicos y eficientes como valores en s mismos, ytienden a ver la historia misma como una batallade la produccin. Su concepcin sobre la necesi-dad de dominar toda la creacin, basada en la pro-fanidad total de la naturaleza, las lleva a realizar laapertura completa de la Tierra y la consiguienteexplotacin de recursos hasta su agotamiento. Ladisponibilidad del universo est en estrechovnculo con la idea optimista de un futuro brillan-te y de un equilibrio ecolgico bsicamente conti-nuo, entorpecido de vez en cuando por incidentesque pueden ser controlados fcilmente (6).Si para el utilitarismo la naturaleza es slo unfactor de clculo y un objeto de especulacin, sepodra pensar que las tendencias que lo combatenhan desarrollado un concepto diferente. Sin em-bargo, el marxismo y todas las corrientes que seremiten a la obra terica de Marx parten tambinde un antropocentrismo liminar y dominante (7).Para Marx, la naturaleza es asimismo un ente sinderechos, resultando absurdo hablar de la natura-leza en cuanto tal. Segn el marxismo, el hombreslo puede reflexionar adecuadamente sobre aque-llo con lo que tiene relaciones, yel establecervn-culos con la naturaleza significa apropiarse de ellay trabajarla para sus propios fines. Para procurarselos objetos y recursos indispensables, el hombreutiliza a la naturaleza como medio de trabajo ymateria prima, sin entrar en una conexin especu-lativa con ella (8). Los recursos naturales son parael marxismo meras variables histricas, que se mo-difican temporalmente con el nivel de las ~uerzasproductivas. Por lo tanto, los recursos no son unfactor limitan te para el desenvolvimiento de la hu-manidad, aunque en ciertas etapas histricas pue-dan condicionar el marco general de la riqueza hu-mana. Dentro del marco del horizonte histricoactual, los pensadores marxistas exigen el desarro-llo ms extenso posible de las fuerzas productivaspor todo el tiempo necesario 'hasta que la carestay la pobreza dejen de ser las condiciones para eltrabajo humano. A los recursos naturales les quedala categora de lo obvio y sobrentendido al confor-mar el capital y el trabajo como los parmetrosdeterminantes del anlisis econmico-histricomarxista; por otra parte, al concebir el adelantocientfico-tecnolgico como un proceso primor-dialmente positivo y la evolucin de las fuerzasproductivas como principal motor de la historia, lateora marxista abri las puertas para interpreta-

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    ciones centradas en tomo a criterios de desarrolloy crecimiento como elementos fundamentalmentebenficos, ejemplares y prioritarios, en detrimentode puntos de vista extra-econmicos y ecolgicos.Si bien, es verdad que la concepcin original deMarx no vea en el desarrollo material el objetivomismo de la lucha 'revolucionaria, sino un mediopara la consecucin de la sociedad sin clases delfuturo, algunas lneas centrales de este mismo cor-pus terico han fomentado una visin de la evolu-cin histrica y de la construccin del socialismomenos humanista y ms centrada en tomo a losparmetros de desarrollo y crecimiento, especial-mente a causa de un antropocentrismo riguroso yde la funcin positiva y directriz atribuida a lasfuerzas productivas como motor de la evolucinhistrica. La dominacin de la naturaleza en la am-plitud ms extensa y en la intensidad ms estrictarepresenta, por lo tanto, una premisa implcita delpensamiento marxista, el cual clausura as la posi-bilidad de analizar criticamente aspectos regresivosdel adelanto cientfico-tecnolgico y los derivadosde la violacin incesante de la naturaleza. El mar-xismo no ha podido excluirse de una postura deadmiracin un tanto ingenua por el mundo de latecnologa, heredada del siglo XIX, que considerael avance cientfico-tecnolgico como un procesoexclusivamente positivo; el desarrollo histrico ba-sado en este avance, como ha sido la evolucin deEuropa Occidental desde la Revolucin Industriala ms tardar, se convierte entonces en el modeloejemplar de desarrollo histrico para el resto delmundo. En el ncleo de la concepcin marxista,como est explicitado en el prlogo del Capital, sehalla el valor normativo del proceso de industriali-zacin y modernizacin, tal como ste se dio en elOccidente europeo y ms concretamente en GranBretaa.

    Ambos momentos: la idea de la ndole subordi-nada de la naturaleza y la valoracin determinantede las fuerzas productivas como motor de la histo-ria, han motivado que las corrientes marxistas ex-hiban un inters muy limitado por la problemticaecolgica y muy preciso por la construccin delfundamento econmico del socialismo. Han influi-do, sobre todo, para reforzar la fe en un modelo deacumulacin y de industrializacin basado en laexplotacin rigurosa de los recursos naturales y enla prioridad irrestricta del adelanto econmico-tecnolgico dinmico, eficiente y expansivo, ha-ciendo as obsoleta toda preocupacin por la natu-raleza en s, por valores de orientacin no prove-nientes del principio de rendimiento y por mode-

    los de un orden social fundamentalmente distinto.Los regmenes socialistas en la praxis han llevadoesta tendencia del marxismo primigenio hasta sultima consecuencia al practicar un economicismosevero, que promociona exclusivamente los avan-ces materiales y tecnolgicos y pospone indefinida-mente la edificacin del Reino de la Libertad,libre de todo fenmeno de alienacin. Hasta mu-chos de los criterios marxistas ms lcidos que hananalizado los modelos socialistas existentes en larealidad, permanecen dentro de un marco de eco-nomicismo liminar y de culto al dinamismo utili-tarista; L.D. Trockij, por ejemplo, en una impugna-cin inflexible del stalinismo, fundament la supe-rioridad del socialismo en sus xitos materiales:El socialismo demostr su derecho a la victoriano en la pginas del Capital, sino en una arenaeconmica que constituye la sexta parte de la su-perficie terrestre; no lo demostr en el lenguaje dela dialctica, sino en el del hierro, del cemento yde la electricidad (9). Trockij no est ciertamentesolo al afirmar de modo absoluto que no existenfronteras para las posibilidades tcnicas y producti-vas, y que la tecnologa es el impulsor principal detodo progreso (10). Ningn burgus criticara aTrockij cuando ste afirma que en ltima instan-cia, la fuerza y consistencia de un rgimen estndeterminadas por la rentabilidad relativa del traba-jo (11), mxime si el mismo Trockij postulaba latesis de que la tarea central de la Unin Soviticaconsista en alcanzar y superar a los pases capita-listas en el plano eco-imico-tecnolgico (12). Elreferirse a su obra sucede nicamente por motivosde contraste: los escritos de Trockij representan unmarxismo crtico y diferenciado, alejado del meca-nicismo y del maniquesmo que impusieron las or-todoxias respaldadas por el poder y las burocra-cias; la inmensa mayora de la literatura que sellama marxista tiende an ms abiertamente aadoptar una lnea utilitarista y economista. Losresultados de estas posturas para la controversiaecolgica no necesitan ser nombrados.

    Las sociedades perifricas y particularmente laslatinoamericanas han estado expuestas desde su in-corporacin a los imperios coloniales o al mercadomundial a unos principios normativos surgidos ysistematizados originariamente en los centros me-tropolitanos; la fuerza y el xito seculares de lasnaciones occidentales han dotado a estos princi-pios del nimbo de lo verdadero, imitable y positi-vo. La adaptacin de los paradigmas occidentalesfue facilitada por la crisis de identidad histrica nacional sufrida por las culturas no-occidentales

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    despus de un contacto prolongado - y casi siern-pre doloroso - con la civilizacin europea. En laesfera econmico-tecnolgica se produjo un genui-no vaco de modelos de desarrollo, por lo que lareproduccin del proceso metropolitano de modernizacin apareci como algo obvio e inevitable. Ladefensa de la identidad nacional y el fomento delas tradiciones propias, que no podan dejar deproducirse como reaccin contra las influencias ex-tranjeras por ms poderosas que stas fueran, seconcentraron en terrenos de carcter secundario yperifrico con respecto a los elementos centraleseconmico-tecnolgicos: las manifestaciones cultu-rales, las formas exteriores de la vida poltica, elmundo de la familia y la provincia, el campo de laanoma, el no-conformismo y la nostalgia. Es ver-dad que no han faltado conflictos entre ambos pla-nos, y justamente la historia 'contempornea delTercer Mundo puede ser calificada como la bs-queda de una nueva identidad que combine el pro-greso tecnolgico a la occidental con fragmentosde autoctonismo cultural y autonoma poltica. Detodas maneras, la conciencia colectiva en AmricaLatina ha internalizado como propias algunas no-ciones centrales de la tradicin metropolitana queson imprescindibles para la comprensin de la con-troversia actual en tomo a problemas ecolgicos ydemogrficos:

    a) La historia como un proceso linear ascenden-te, dentro del cual cada sociedad va pasando a eta-pas consideradas como superiores de la evolucinhistrica;

    b) la naturaleza como base y cantera para losdesignios humanos, sin derechos propios, pero conrecursos casi ilimitados al servicio del hombre; y

    e la actividad humana como sometida al princi-pio de eficiencia y rendimiento, con una tendenciacompulsiva al dinamismo, al crecimiento y al xi-to. Especialmente en el caso latinoamericano, estoselementos han ido formando durante un procesosecular el substrato para los conceptos y las ilusio-nes de la conciencia colectiva; esta base ha favore-cido durante el siglo y ms particularmente apartir de la Segunda Guerra Mundial, una recep-cin ms intensa de los logros y paradigmas de lacivilizacin metropolitana. Notables mejoras en elcampo de las comunicaciones, el incremento de loscontactos personales y la actividad diaria de la tele-visin son responsables por la difusin de toda cla-se de datos, imgenes y leyendas sobre aquel mun-do de opulencia, progreso y podero, que pareceexistir en las sociedades del Norte, y es totalmente

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    comprensible que ellas adquieran el carcter demodelos dignos de imitarse a toda costa. Por otraparte, la cultura occidental ha propagado justa-mente el principio de la factibilidad de los desig-nios humanos: el progreso sera algo que se podraimplementar en la praxis segn modalidades so-cial-tecnolgicas; si hay una firme voluntad polti-ca de hacerlo. La creencia de que un orden socialms avanzado y prspero es algo enteramente fac-tible y alcanzable para cualquier pas perifricomediante esfuerzos sistemticos pertinentes se con-juga con aspiraciones cada vez mayores relativas alnivel de vida y al consumo; este fenmeno relativa-mente moderno, la revolucin de las expectacionescrecientes, puede ser definido como el anhelo co-lectivo de obtener lo ms pronto posible los frutosde la civilizacin metropolitana en las esferas delconsumo masivo y del desarrollo econmico-tecno-lgico, frutos que desde el interior de las socieda-des perifricas son vistos como reivindicacionesjustas y deseables en todos los sistemas sociales.Las divergencias polticas e ideolgicas se refierenmayormente a los mtodos de modernizacin y alos regmenes internos correspondientes, destacn-dose ua cierta comunidad de objetivos entre losanhelos colectivos dominantes en el Tercer Mundo.

    La revolucin de las expectaciones crecientesslo ha sido posible por medio de una difusinasombrosa de informaciones en los pases perifri-cos acerca de la situacin general en las metrpolis;difusin que a partir de 1945 ha abarcado estratossociales muy amplios, incluso a las clases medias ya los sectores urbanos de los obreros. En esta rela-cin asimtrica, las sociedades metropolitanas ejer-cen la funcin totalmente indiscutida de sentar losparmetros de desarrollo, mientras que los pasesmeridionales, por lo menos en las esferas de la eco-noma y la tecnologa, toman una posicin esen-cialmente receptiva. La conciencia colectiva est,entonces, abierta y sometida a los efectos de de-mostracin de un mode de vida supuestamente su-perior; con mucha razn, Torcuato Di Tella (13)se refiri a un genuino efecto de fascinacin pa-ra calificar las consecuencias que el nivel de vida ylos logros de los sistemas metropolitanos originanen latitudes meridionales. El impacto de los efec-tos de demostracin ha sido particularmente fuerteentre los intelectuales y dentro de las lites polti-cas y econmicas, quienes ven su deber -y su legi-timidad- en alcanzar para la nacin respectiva ungrado comparable de desarrollo. Se puede hablarde fascinacin porque los efectos de la demostra-cin de la moderna civilizacin metropolitana so-

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    bre la mentalidad colectiva del Tercer Mundo hansido avasalladores: han conducido a que la activi-dad primordial de estas sociedades est centrada entomo a los conceptos mgicos de progreso ydesarrollo; a que el crecimiento ininterrumpidosea el criterio principal para juzgar toda evoluciny a que estas metas finales hagan permisible el em-pleo de casi cualquier mtodo. Es un lugar comnen medios latinoamericanos el mencionar que elcrecimiento por s solo no lleva al anhelado desa-rroUo integral, pero detrs de esta frmula bienso-nante se descubre rpidamente que el cimientomismo de todo desarrollo pleno es el incrementosostenido y acelerado de todo aspecto econmicoy tecnolgico, el que debe tambin originar ciertosefectos reputados como benficos en otros cam-pos, especialmente en el social. S' bien, no todocrecimiento es igual a desarrollo, todo desarrollorequiere de un potente crecimiento. En todo caso,se puede percibir una cierta comunidad de opinio-nes acerca de la necesidad de forzar el lado econ-mico-tecnolgico del proceso histrico contempo-rneo, como medio ms seguro y bsico de alcan-zar los logros de los centros metropolitanos.

    El concepto de progreso exhibe as un poderosoncleo de parmetros materiales con prioridad im-postergable y con afinidad innegable a lo alcanza-do en los pases altamente industrializados. El pro-greso resulta ser la acumulacin de mejoras mate-riales y de conocimientos tcnicos utilizables en laproduccin; todos los otros criterios juegan un rolsecundario y perifrico. Esta concepcin es com-partida por Ral Prebisch, el inspirador del Cepa-lismo y, en proporcin notable, del pensamientoactual sobre temas del desarrollo: la industriali-zacin es, segn l, el medio ms importante paratomar parte en el progreso tecnolgico y hacer usode ste ltimo, y para realizar una poltica de me-joramiento permanente en el nivel de vida de lasmasas (14). (Esta referencia al proceso de indus-trializacin no pretende poner en cuestin la nece-sidad ni la intensidad de este proceso, sino mostrarsu relevancia y su posicin dentro del pensamientoeconmico actual).

    Lo fundamental en esta cuestin parece residiren la insistencia de reproducir los rasgos centralesdel curso de la modernizacin metropolitana conespecial nfasis en la industrializacin, a pesar delreconocimiento generalizado de que este procesosolo no conduce al desarrollo integral. El hecho deque este reconocimiento tenga nicamente un va-lor verbal y la funcin de un descargo ideolgico,est vinculado a la escasez de modelos de desarro-

    genuinamente autnomos en las sociedades pe-rifricas y a la fuerza normativa que ejerce el para-digma metropolitano. El vaco existente relativo asoluciones originales, diferentes a la industrializa-cin capitalista o a la acumulacin socialista, es unmotivo de especulacin en las ciencias sociales, queno puede ser analizado dentro del marco del pre-sente estudio. La expansin militar y comercial deOccidente, el sojuzgamiento de civilizaciones toda-va muy jvenes y con estndares tecnolgicos ba-jos, la falta de una concepcin dinmica del propiodesenvolvimiento y, sobre todo, el xito secular delos pases del Norte son factores de esta problem-tica harto compleja; la imposibilidad o la incapaci-dad de forjar parmetros propios han hecho posi-bles los efectos de fascinacin, los esfuerzos porreproducir esos modelos en la realidad de las nacio-nes perifricas y la necesidad de crear ideologaspara justificar estas tendencias

    Los efectos de demostracin se concentran enel terreno econmico, en el de la tecnologa indus-trial y en el de las pautas de consumo. Esta adop-cin de valores exgenos de orientacin tiene lu-gar, sin embargo, en medio de un contexto socio-cultural que rebosa de tendencias autonomistas: lanecesidad de un camino propio al desarrollo y alprogreso y el desenvolvimiento de un modelo pol-tico y cultural autctono son sus dos lneas direc-trices. No es una casualidad que el impacto de losefectos de demostracin haya sido particularmentefuerte entre los intelectuales latinoamericanos,quienes, fascinados por los xitos materiales de loscentros metropolitanos, han creado diversas teo-ras sociales e ideologas revolucionarias para justi-ficar, en trminos de progreso social para lasmasasy de autonoma de desarrollo, la imitacin acelera-da de la civilizacin industrial. El ncleo de la ar-gumentacin asevera que el moderno proceso in-dustrial-tecnolgico y la expansin de los sectoresproductivos representan aspectos genuinos y pro-pios de todas las culturas y sociedades que logranliberarse de ciertas cadenas polticas y de conoci-dos obstculos sociales que provienen tanto de lapenetracin imperialista como de los anacronismosnacionales. En estos pro;l;ramasque combinan mo-mentos nacionalistas con exigencias revoluciona-rias y socialistas, aparece muchas veces la industria-lizacin como el proceso autnticamente regenera-tivo de la sociedad perifrica; bajo el ornamentoideolgico de rigor, la regeneracin se manifiestaen substancia como un intento de europeizacin(o americanizacin) con algunas caractersticas es-peciales (15).

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    La atraccin que ejercen los regmenes socialis-tas, sobre la conciencia intelectual del Tercer Mun-do no se debe tanto a una mejor oportunidad deacabar con el trabajo alienante y de alcanzar unarevolucin proletaria, sino al hecho de que estosregmenes parecen garantizar mayor eficacia y ra-pidez en los procesos de modernizacin e indus-trializacin en las periferias mundiales. Mediante lamovilizacin de todos los recursos, empezando porlos humanos, con ayuda de la planificacin ge-neralizada, los sistemas socialistaslogran una rpidaacumulacin de capital y reproducen, por ende, losaspectos materiales de la civilizacin metropolita-na, si bien, este intento ocurre normalmente bajoun centralismo estricto y antidemocrtico y conseveras restricciones al consumo de la poblacinpor un tiempo muy largo. En este sentido todoslos modelos socialistas pueden ser considerados, enel fondo, como variaciones de la Revolucin Sovi-tica despus de 1917 (16).

    La probabilidad de una cierta fascinacin, el ca-rcter imitativo de las concepciones de desarrollotercermundistas, el contexto de apresuramientoincondicional y obviedad de principio son fenme-nos, empero, que conllevan las limitaciones y lasconsecuencias del utilitarismo y del economicis-rno: ellos tienden a hacer imposible toda relativiza-cin del progreso tecnolgico-econmico, a con-centrar todos los esfuerzos en los instrumentos pa-ra construir la sociedad industrializada, a desesti-mar una conciencia crtica y a justificar todos losmedios para alcanzar los objetivos fijados. Y enrelacin con la problemtica ecolgica y demogr-fica, sto significa que se facilita la trivializacin dela contaminacin ambiental; se ve con optimismoalgo ingenuo la situacin de los recursos naturalesy se considera innecesaria toda reduccin de la tasade incremento demogrfico.

    CITAS( 1) Jorge Graciarena, Desarrollo y politica; en: F. H.

    Cardoso/F. Weffort (comp.), Amrica Latina: ensayos deinterpretacin sociolgico-polt tica, Santiago: EditorialUniversitaria1970, p. 298 s.( 2) Cf. la obra clsica sobre el tema: Karl Lwith,Weltgeschichte und Heilsges chehen. Die theologischen

    Voraussetzungen der Geschichtsphilosophie (Historia uni-versal y acontecer redentorio. Las suposiciones teolgicasde la filosofa de la historia), Stuttgart: Kohlhammer1957.

    ( 3) Cf. una crtica dialctica a esta posicin: JrgenHabermas, Karl Lowiths stoischer Rckzug vom histo-rischen Bewusstsein (K. Lwith se retira estoicamente dela conciencia histrica), en: J. Habermas, Theorie undPraxis (Teora y Praxis), Neuwied/Berlin: Luchterhand1963, pp. 352-370.

    Sobre el origen histrico de la idea de progreso cf.Friedrich Wagner, Wege u n d Abwege derNaturwissenschaft (Caminos y desvos de las ciencias na-turales), Mnchen 1970, p. 48 ss;NorbertElias, VeberdenProzess der Zivilisation (Sobre el proceso de la civiliza-cin), Frankfurt: Suhrkamp 1976.

    ( 4) Cf. el estudio de David E. Apter, Some Concep-tual Approaches to the Study of Modemization, Engle-wood Cliffs: Prentice-IIall1968, p. 334.

    ( 5) Carl Amery, Das Ende der Vorsehung. Die gna-denlosen Folgen des Christentums (El fin de la providen-cia. Las consecuencias despiadadasdelCristianismo),Rein-bek: Row 1972, pp. 16-19.( 6) Ibid. pp. 122-126 - Como apunta Amery, todasestas lneas de pensamiento suponen, en el fondo, quevivimossobre un planeta comestible. (Ibid., p. 176).( 7) Cf. Yves Laulan, Le Tiers Monde et la crise del environnement, Pars: P.U.F. 1974, p. 11.

    ( 8) Cf. Elisabet Tor Inge Rornren, Marx und dieOekologie (Marx y la ecologa), en: KURSBUCHNr. 33,octubre 1973, pp. 175-186( 9) L.D. Trockij, Verratene Revolution (La revolu-cin traicionada), Frankfurt: Neue Kritik 1968, p. 12.(10) Ibid., p. 47(11) Ibid., p. 50(12) Ibid., p. 49.(13) R.S.Di Tella, Populism and Reform in LatinAmerica, en: Claudio Vliz (comp.), Obstac/es to Otangein Latin America, London, etc.: Oxford University Press

    1965, p. 48.(14) Ral Prebisch El desarrollo econmico de Amri-ca Latina y algunos de sus principales problemas. Mxico:FCE 1950, pp. 19-23.(15) Uwe Simson, Typische ideologische Reaktionenarabischer Intellektueller auf das Entwicklungsgefille(Reacciones tpicas de intelectuales rabes ante las dife-rencias en el desarrollo), en: Ren Kimig (comp.}, As-pekte der Entwicklungssoziologie (Aspectos de la sociolo-ga del desarrollo), entrega especial Nr 13de KOELNERZEITSCHRIFT FUR SOZIOLOGIE, Vol. 1969, p. 147.(16) fDarcy Ribeiro, Der zivilisatorische Prozess (Elproceso civilizatorio), Frankfurt: Suhrkamp 1971, p. 168.

    A. C. l. MansillaCasilla2049LaPazBolivia


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