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Contemplamos a Jesús, el Dios encarnado, de la mano de ......2 El Rosario es y será siempre,...

Date post: 22-Apr-2020
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Contemplamos a Jesús, el Dios encarnado, de la mano de María, FaMVD, pág. 0
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Contemplamos a Jesús, el Dios encarnado, de la mano de María, FaMVD, pág. 1

INTRODUCCIÓN.-

Vamos a aprovechar estas semanas para profundizar los misterios

de la vida de Jesús1 que contemplamos habitualmente en el Rosario2.

María es la MADRE a la que la Trinidad confía la MISIÓN de FE-

CUNDAR y HACER CRECER la Vida de Dios en medio del mundo. En ella SE ENCARNÓ el Hijo de Dios, ella le vio caminar, vivir, enseñar, curar,… morir abandonado por los suyos, por aquellos a los que Él se había entregado día a día… y al fin gozó de su Resurrección.

En torno a Ella se reunió la Iglesia naciente y nos reunimos nosotros hoy. Todos los cristianos podemos agarrarnos de su mano para cami-

nar por senderos muchas veces desconocidos y desconcertantes: por los mismos caminos de entrega total en los que Jesús se nos reveló como el Hijo de Dios que viene a acompañar a todos los hijos de Dios

que sufrimos distraídos por el ambiente de pecado que nos rodea.

Cada semana contemplaremos a Jesús y, acompañados por la Ma-

dre, meditaremos uno de los bloques del Rosario… 1) Misterios de GOZO. 2) Misterios LUMINOSOS.

3) Misterios de DOLOR. 4) Finalmente, los misterios de GLORIA.

1 Recorriendo una y otra vez los Misterios de la Vida de Jesús, el corazón de María y el nuestro se unen para amar, más y más, al AMADO. En este am-biente podemos introducirnos en el discernimiento de cómo la Vida de Jesús se dirige personalmente a nosotros y nos llama a vivir con Él el Misterio Pascual de Muerte y Resurrección. Así, con el Redentor y la Corredentora, dejándonos coger por la situación de nuestros hermanos (cf. PREGÓN DEL EVANGELIZADOR de Jaime Bonet) nosotros sentiremos la urgencia y partici-paremos también de la dinámica de corredención de toda la humanidad. Así podemos CELEBRAR, un año tras otro, el gozo de la llamada que el Señor hace a todos los que escuchan su voz y quieren seguirla. María nos presta su “hágase” constante y poco a poco como en ella, el Señor hará maravillas incontables e inéditas, en nosotros y alrededor nuestro, personal y comunitariamente, para que participemos de su mismo gozo para siempre. 2 El Rosario es y será siempre, juntamente con la Eucaristía, el acto más fraterno, fami-liar y hogareño de la comunidad, en torno a María, como una constante Iglesia nacien-te, llena del Espíritu. Es el momento en que se resuelven en torno a la Madre, todos los problemas familiares y apostólicos (Cf. Hch 1, 14; 2,1ss). (Estatutos de la FaMVD, nº 242)

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Misterios de GOZO INTRODUCCIÓN El centro de todos los Misterios del Rosario es la Manifestación de

Dios en el Hijo, que llegó hasta nosotros a través de una Virgen que aguardaba al Salvador.

Nuestro Dios escogió un pueblo, no el más numeroso ni el mejor

(Dt 6,4-9; 7,7-8), le amó y se fue revelando a él en el camino de cada día: “Shema3 Israel, Adonai Elohim”.

Myriam es una mujer de este pueblo y conoce las propuestas del Dios que ha prometido una Salvación Eterna para Israel (Is 7,14-16) y

para toda la humanidad. Ella dice “sí” libremente sin dejarse arrastrar por el miedo a “lo que podría pasarle” de parte de los hombres, Dios

sabrá cómo resolver aquello. Se fía de su Creador y le deja hacer en ella

“El cambio sustancial de la vida del hombre, de volver a nacer, de morir para resucitar, pasar del egoísmo al amor, del odio e individualismo a la comunidad y fraternidad, del yo a Cristo, le resulta imposible al hombre por sí mismo. Sólo Dios, para el que nada hay imposible, nos lo enseña y comparte, delicada y pacientemente, por medio de María.”

“Al disponerse Dios a realizar su ideal sobre el hombre creado en libertad, no puede el mismo Creador llevar a término su proyecto sin la libre y voluntaria colaboración del mismo hombre. Al faltar a menudo esta inter-vención y colaboración del hombre pecador en el plan de Dios, María se ave-cina y presta instintivamente su SÍ de Madre a cada uno de sus hijos afecta-dos por la condición de pecadores.” (Estatutos FaMVD nº 235 y 236)

Myriam no lo sabía, pero el Padre necesitaba un “SÍ” que pudiese

ofrecerse como rescate a todos los “NO” de tantos hombres… En María de Nazareth, Dios encuentra “el sí de la humanidad” a la manifestación de Dios. A Dios le basta un “sí” para salvarnos a todos; un “sí” que se

vive en el día a día, en los acontecimientos normales de la vida: María irá a visitar a la anciana Isabel que espera un hijo para ayudarla, se presenta en el Templo después del nacimiento de Jesús, le lleva a Je-

rusalén a los doce años… Vive como todas las mujeres de su tiempo.

3 “Shema” significa “ESCUCHA”, “Adonaï Elohim” = “el Señor de todos los dioses”: Israel es invitado a vivir escuchando, siempre a la expectativa, a la espera de lo que Yahweh, su Dios, querrá decirle en su caminar diario. Esto significa desinstalación, no agarrarse a nada porque en cualquier momento puede experimentar la llamada a “par-tir” hacia el lugar que Él indicará para encontrar la Vida que Dios quiere proponerle.

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La Encarnación del Hijo de Dios en las entrañas de María Un día, sin saber cómo, María se encontró frente a un ángel y

eso cambió el resto de su vida. María es la Virgen que escucha a Dios en las Escrituras y en los acontecimientos, se fía y de ella nace la Vida que había sido prometida por los profetas (Mt 1, 22-23).

El ángel se lo anuncia de parte del Señor: “Yo te he mirado, he fija-do en ti mi mirada… y te amé complaciéndome en la delicadeza de tus manos extendidas ante mí. Esas manos que sostendrían la Vida misma,

bendije la pureza de tus entrañas que alojarían la esperanza de los hombres. Inmaculada entre todas las criaturas, llena de gracia, déjame recrearme en la maravilla de tu divina maternidad ¿quieres Myriam?”.

“¡Sí!” “Hágase, Señor, en mi tu voluntad, según tu Palabra.” (Lc 1, 26-38)

Con María, nosotros también somos invi-

tados a dar a luz la vida al mundo… Con ella unimos nuestras voces al cantar: “há-gase Señor tu voluntad en mi”. Como ella

nos sentimos incapaces de algo tan grande pero si es el Señor quien fija su mirada so-bre nuestra vida: “hágase”.

¿Cómo podemos nosotros contrariar al mismo Dios? El Dios que ha creado el cielo y la tierra no busca ser el centro del

universo, aunque lo es. El que todo lo puede prefiere pedir ayuda para hacer las cosas desde la realidad que nosotros podemos tocar…

¡Cuántas veces nos gustaría tener a Dios al servicio de los “mila-gros” que necesitamos y, aunque se los pedimos, no hace lo que le suplicamos! Entonces le gritamos “¿dónde está su poder?”, si es

cierto que existe tiene que actuar para que lo veamos. Sin embargo Él nos sorprende diciéndonos: ¿Me ayudas?

María, tú nos enseñas a entender que su poder está en la fuerza que des-pliega a través de los suyos, de los que le dejan trabajar el “barro” de sus vidas, de los que se dejan “amasar por el soplo divino”: si el objetivo de Dios era desplegar un plan de Amor que salvase al hombre, su primer objetivo será la transformación de nuestros corazones independientes en corazones comu-nitarios: Tú, sola ante Dios, aprendiste que tu vida no te pertenecía, pertene-cía a Dios y por Dios a todo hombre. Afínanos el oído, Madre, para poder escuchar contigo la llamada de la Vida que busca entrañas donde habitar.

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La Visitación de Virgen María a su prima Elisabeth Poco después salió con prontitud desde

Nazareth hacia Ein Karen, para ayudar a Isabel que era ya mayor y estaba embara-zada (Lc 1, 39-45). Isabel y yo cantamos y

danzamos porque Él estaba haciendo ma-ravillas con su pueblo: Mi alma glorifica a Dios, mi espíritu se alegra, mi Dios por siempre Él será, bendito sea su nombre, sus ojos puestos en su sierva, ha visto en mi humillación y por eso bendita me llamarán todas las generaciones.

Dispersa a los soberbios, derriba a los poderosos, su brazo fuerte obra en mi, pues enaltece a los humildes. Es Él quien sacia a los hambrientos, vacios despide a los ricos, por siempre su fidelidad ha prometido, … (Lc 1, 46-55)

Hay unos 180 Km. entre los dos pueblos. ¡Qué grande experi-mentar que la fe crea entre nosotros lazos más fuertes que los de la

carne y la sangre! El Señor se encarga de hacer nacer entre noso-tros personas, “precursores”, “ángeles” que nos anuncian su venida y su presencia en nuestro día a día. Zacarías, que no había creído lo

que se le decía de parte del Señor, se queda mudo ante aquel mila-gro de una paternidad ilógica, pero la alegría de verla cumplida le hace proclamar la grandeza de la acción de Dios. (vv.57-79)

Madre, una vez más el Señor me invita a la confianza, más allá del tiempo lógico, más allá de las situaciones límites, está “la fuerza de su brazo” (Lc 1,51). Él pone en nosotros los deseos de liberación interior profunda y es cierto que es Él quien –si nosotros no le rechazamos- cumplirá a su tiempo y a su manera sus promesas.

Intento imaginar el gozo que debiste experimentar al encontrar a al-guien que entendía profundamente tu situación ¡qué felicidad!

Muchísimo más que si te hubiese tocado la lotería… La lotería se aca-ba, el Amor seguro de nuestro Dios se irradia a todos los que nos rodean sin límites. Los bienes de este mundo nos hacen acaparadores: mi dinero, mi marido, mis hijos, mis títulos, … los tengo yo y que nadie me los pida prestados ni un segundo… La alegría que nos da la presencia de Dios se comparte espontánea y gratuitamente.

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El nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios, en Belén La Palabra, que María aceptó en su vida, se hizo carne y habi-

tó entre nosotros y hemos visto su gloria, la gloria propia del Hijo del Hombre, llena de Gracia y Verdad (Jn 1, 14).

María, una criatura creada por Dios llevó dentro de ella a Dios…,

ella lo tuvo más cerca que nadie durante nueve meses –como toda madre tiene a su hijo-, sintió cómo se movía, como crecía y,

llegado el momento experimentó los dolores del parto y la alegría de haber dado al mun-do a un hombre que traía para todos el rega-

lo de la felicidad sin límites… (cfr. Lc 2, 6-7) Ella pudo llamar a Dios: Hijo mío, mi pe-

queño querido, y saludarle estrechándole entre sus brazos diciendo:

“Bienvenido a la vida”. El Niño Dios, era también para ella “niño mío”. El Dios Luz de luz escuchó de labios de la Virgen nanas y arrullos

que le ayudaban a dormirse cada día: “Amor mío, mi jazmín queri-

do, mi niño Dios, soy tu madre, has nacido de mi ser, cual aurora en mis brazos, duérmete…”. Sintió sus manos cuidándole, recogiéndole con ternura en sus caídas.

Nosotros también te necesitamos así tierna y siempre presente: Las di-

ficultades con que tropieza el hombre para nacer de nuevo a la vida divina, para iniciarse en su identidad cristiana sin malograr su gestación, desa-rrollo y crecimiento debido, hasta la madurez y plenitud de Cristo, necesitan evidentemente de la Mamá (L.G. 63). (Estatutos de la FaMVD, nº 232).

¡Como me gustaría, Mamá, sentirme en tus brazos como un niño y es-cuchar el susurro de tu voz diciéndome las mismas cosas que decías a Jesús! Y por otra parte este anhelo de maternidad que Dios ha puesto en toda mu-jer me lleva a pedirte otra cosa: enséñame a experimentar frente a los míos los dolores de parto que les harán nacer a la Vida de Dios.

Enséñame a descubrir, como tú, en los vaivenes de esa maternidad, cuando vienen los “sustos”, los caminos que nos ayudarán a participar del dolor del corazón de Dios ante cada uno de sus hijos. ¡Que la alegría del alumbramiento no se pierda ante los sinsabores de cada día!

En la ternura de Myriam, yo veo la ternura de Dios. Gracias a ella

pudo cumplirse la promesa, aunque no de la forma que nosotros –los hombres- esperábamos, y Myriam lo sabría muy pronto…

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La purificación de María y la presentación de Jesús en el Templo

Todo varón primogénito debía ser consagrado al Señor en el Templo. María y José llevaron también al niño al Templo para que le dieran un nombre, le practicaran la circuncisión, era el signo de con-

sagración al Dios de Israel de los varones judíos… Allí nos esperaba Simeón, un hombre justo que no se apar-

taba del Templo porque esperaba que el Señor le cumpliese una promesa: no debía morir sin haber visto al Mesías. Simeón, lleno del Espíritu de Dios, reconoció en Jesús al que

“tenía que venir”, y a mí me dijo unas palabras que no pude com-prender. Entonces sólo pude acogerlas y sentir un agudo pinchazo: “Ahora, Señor, según tu promesa puedes dejar a tu siervo irse en paz porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que nos has presentado

para salvar a tu pueblo. Y tú mujer, mira, este niño será motivo de contradicción en Israel y a ti una espada te atravesará el corazón” (Lc 2, 25-35). Yo callaba, guardaba todas estas cosas en el corazón (v.51)

Sí María lo comprendería más tarde, cuando su hijo viviese “con-sagrado” a las cosas de su Padre, cuando la dejase sola para buscar a todas las ovejas perdidas del redil del Padre, cuando -por ser libre

de los hombres para obedecer al Padre- los responsables del Templo y de la Ley le persiguiesen y le condenasen a muerte…

La característica esencial de María es la perseverancia en la búsqueda de la voluntad de Dios en medio de todos los aconteci-

mientos… por eso, si queremos perseverar, acudamos a ella:

La perseverancia en el verdadero seguimiento de Jesús, requiere una in-terminable paciencia, tanto en el proceso espiritual propio como en el de los demás. La paciencia es fruto del amor verdadero de Dios y este amor hunde sus raíces en la verdadera humildad. María es la Madre, la perfectamente humilde a quien Dios le colmó de todas sus maravillas, y que por generacio-nes extiende hasta nosotros (Lc 1, 48-49). (Estatutos de la FaMVD, nº 240)

¡Qué grande es verte, Madre, en todos estos momentos de la vida de Jesús en los que no es fácil comprender! Allí se prueban las almas fuertes, los corazones anclados en el Amor firme que nos llama a comulgar con Él en todas las realidades… Gracias, Madre, por acompañar a Jesús para que viviese su consagración al Padre aunque eso te doliese a ti… así también tú te consagraste a aquel proyecto de salvación de toda la humanidad.

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El niño Jesús perdido y hallado en el Templo - Seguramente, Madre, recordarías muchas veces aquel momento en que Jesús os dio el primer susto. ¿Cómo no asustarse cuando, después de bus-carle por todas partes en la caravana de peregrinos que ya regresaban de Jerusalén, descubres que no está? - ¡Se había perdido! ¿perdido? Eso nos parecía a nosotros pero no… le encon-tramos en el Templo, dialogando con los doctores de la Ley (Lc 2,41-51). - Tal vez entonces comprendiste mejor aquellas palabras de Simeón: Jesús, tu niño no te pertenece, per-tenece a Otro y tú le has enseñado a escucharle para que pueda ser de los “felices que escuchan y cumplen la Palabra de Yahveh” (Dt 6,1-3), y eso es una bendición pero también un sufrimiento… Madre, tu eres mujer de pocas palabras, en aquella ocasión preguntaste, escuchaste la respuesta y callaste guardándolo todo en tu corazón. ¡Ojala yo aprendiese! - Mi hijo puede hacer por ti lo que parece imposible, solo tienes que creer

Normalmente nosotros necesitamos comprender y hasta que no comprendemos no nos ponemos en camino. María es la mujer de la

escucha y vive la experiencia de verse aclarada en el camino… En un camino lleno de sombras en el que toca recordar la luz primera: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo

de Dios.» Cuando no comprendía esperaba, se fiaba de Aquel que llevaba el hilo de su historia. En eso consistía su seguridad: “Nada

es imposible para Dios” y Él no abandona nunca a los suyos. La reflexión, incluso la científica, es el fruto de una búsqueda en

camino: nadie descubriría las novedades de la ciencia si no se pusiese

a experimentar las intuiciones que la observación le marca. Aprende-mos poniéndonos en marcha, dialogando con los demás, con las cir-cunstancias, arriesgándonos… María escucha, pregunta, observa y si-

gue confiando en el Amor al que se ha consagrado. Y es en ese proce-so de entrega en el que su interior se va engrandeciendo más y más.

Madre, enséñanos a orar desde la escucha profunda de los planes de fe-licidad y fecundidad que Dios tiene sobre nuestras vidas.

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Misterios de LUMINOSOS INTRODUCCIÓN

Poco a poco el niño se hace mayor y empieza a caminar solo.

María pasa también por esa circunstancia en la que todos los padres y madres tienen que dejar a sus hijos ser ellos mismos… Jesús es LUZ PARA ALUMBRAR A LAS NACIONES (Is 49, 6) con todo lo que esto

significará a partir de ahora… tiene que salir de casa, para irradiar la LUZ que ha recibido de sus padres de la tierra y de su Padre del cielo…

El Creador, el Dios todopoderoso, sufre viendo al hombre perdido pero no va a forzar a su criatura amada y por eso busca la forma de

conquistarle atrayéndole por amor: Jesús ha venido porque Dios, que siempre había amado al hombre, quiere intentarlo todo para salvarlo. Viene para amar con el amor del Padre, para ser el PUENTE

HUMANO que unirá al Padre con los hijos. Es el hombre quien nece-sita ver la LUZ que irradia la VIDA-AMOR ETERNOS de Jesús…

María sigue a su hijo por ese camino, algunas veces se hace notar (Jn 2,1-5), otras se deja enseñar (Mt 12,46-50) como todos los demás, como

una más. María, la Madre que le ha enseñado a caminar, a leer y com-

prender las Escrituras, está ahora en la ESCUELA DEL MAESTRO. Escuchar al Maestro, es recibir su Palabra y rumiarla en el corazón

para que esa misma Palabra mueva nuestro interior y nos transforme.

La Palabra del Maestro es una Palabra viva, con poder para obrar grandes cosas, solo necesita de nuestra apertura y disponibilidad para desplegarse en nosotros y dar frutos. La contemplación de los Misterios luminosos es una buena ocasión para dejarnos sorprender…

El día que el mundo sea consciente de esto se parará en seco y se dará cuenta del orgullo que representa el decir, o sólo pensar: “yo no necesito formarme, ya hago lo que puedo”, “ya he ido a tantas charlas

que me lo sé todo”, “¿qué más me pueden decir?”. ¡Que el Señor abra nuestros oídos y nos enseñe por medio de todos los que nos rodean!

Muchas veces decimos que no escuchamos a Dios, que Dios no

nos habla. En verdad, lo que muchas veces ocurre es que Dios u otras personas no nos dicen lo que queremos escuchar. Es por esto que para escuchar, para recibir la novedad de Dios en nuestra

vida, necesitamos hacer silencio de nosotros mismos, necesitamos acallar nuestros deseos y abrirnos a escuchar lo que no tengo pen-sado, lo que no sé cómo va a ser y es ahí donde damos la oportuni-

dad a Dios para que nos hable, para que nos revele su voluntad.

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El bautismo de Jesús Ahí está el Maestro, en la fila de los pe-

cadores… Ningún Maestro de la Ley se ha-bía acercado para hacerse bautizar por Juan, eso era para los indignos, para los

“pecadores”. (Mt 3, 13-16) Tú, María, sabes que tu Hijo y Juan, el hijo

de Zacarías y Elisabeth, tienen una misión conjunta… No sé si estabas por allí pero segu-ro que no te sorprendió demasiado “verles” juntos… Los dos eran ¡tan originales! desde el momento de su concepción…

En el gesto del Bautismo podemos des-cubrir una gran experiencia del Amor de nuestro Dios Trinidad: 1) En Jesús baja a las aguas del Jordán para obedecer y perfeccionar

la Escritura y la Ley. Aún sin tener pecado reconoce el aspecto fini-to de la naturaleza humana… que necesita “someterse” a Otro.

2) El Espíritu, el mismo que aleteaba sobre el caos inicial en el princi-

pio de la Creación, baja para consagrar a este hombre “ungiéndole para una misión” y comenzar así la Nueva Creación de la que Él es el nuevo Adán, el primer germen de un Nuevo Orden en las cosas.

3) El Padre se manifiesta proclamando la verdadera identidad del Hijo, en el que se complace: “Este es mi Hijo Amado”.

4) Pero el colmo de este amor se manifiesta en que aquel Bautismo

prepara el nuestro: en la unción de Jesús y en la llamada a la filia-ción divina de Jesús se esconden las nuestras. En la misión de ser complacencia del Padre por parte de Jesús, está implícita la nuestra. Mamá, Tú también tienes experiencia de haber sido consagrada y habita-

da por el Espíritu para ser la complacencia del Padre. A ti también se te ha-bía confiado una Misión a la que te prestaste aún sin comprender y para la que no te considerabas ni preparada ni digna. Y, sin embargo, no pusiste obstáculos: ¿puede Dios equivocarse cuando, mirándonos con amor, nos elige? Hay veces que las cosas no pueden venir de nuestro subconsciente… sólo a Él se le puede ocurrir hacer de las pobres criaturas que somos hijos suyos. Sólo el Señor puede poner en nuestro corazón la certeza de esta per-tenencia a la Vida Divina… Madre enséñanos a no apropiarnos de esta Iden-tidad-Misión ni despreciándola ni realizándola a nuestro estilo…

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La revelación de Jesús en las bodas de Caná Siempre me ha sorprendido tu libertad empujando a Jesús a comenzar

esta nueva etapa de su vida… (Jn 2, 1-5). Ni siquiera se trata de dialogar con Él para conseguir su conformidad… cuando Él ya te ha dado un desplante diciendo que aquello no es su problema, tú continúas y orde-nas a los sirvientes de la boda que se dispongan para ayudarle a hacer “el milagro”: “Haced lo que Él os diga”.

Quizás recordabas lo que te había dicho el ángel: “nada es imposible para Dios” (Lc 1, 37). Tú misma lo habías experimentado después de prestarle tu vida. Más aún el ángel te lo había dicho con respecto a Elisabeth. Zacarías que había dudado, aunque sin negarse a colaborar, ve lo imposible realizado

La fe siempre ha sido condición para la realización de las promesas y sin embargo hay muchos grados de fe… En esta circunstancia es la fuerza de tu fe, Mamá, la que arranca el milagro. Tú fuerzas el comienzo de la hora empujando a Jesús a manifestarse.

Tú, tan suave y dulcemente, empujaste a Jesús… Me gustaría que lo hicieras también conmigo, con nosotros, con nuestra comunidad, con toda la Igle-sia. Ayúdanos a realizar esta misión de ser Luz del Mundo en medio de las tinieblas que nos rodean y que buscan impedirnos estar activos para detectar las situaciones de pecado que dificultan hoy tu manifes-tación de forma mucho más clara, en todas las op-ciones que serían necesarias para que el Reino venga…

María, Madre de Dios y de la Iglesia, la Mamá tan familiar y querida, ocupa un lugar único y decisivo, imprescindible e insustituible en el Verbum Dei. Ella impulsa y guía el ritmo creciente de nuestra vida de oración y apostolado, orienta y decide el desarrollo y configuración de la comu-nidad eclesial. (Estatutos de la Familia Misionera, nº 241)

Ayúdanos, Mamá, a practicar todo lo que Él nos diga: esa es la clave de la felicidad. Enséñanos, Madre, a orar para establecer el orden de valores que el Padre nos proponga para crecer en el Amor. Enséñanos a no dejar-nos llevar por la tibieza de una vida a medias que nos hace excusarlo todo porque “todo vale” “¿qué más da?”. Es toda la Humanidad la que está a la espera de la revelación de la Verdad de los hijos de Dios (Rm 8, 19).

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El anuncio del Reino de Dios: invitación a la conversión. Cada vez que me acerco a ti,

Señor, resuena en mi corazón la necesidad de descifrar lo que tus palabras quieren insinuar-nos… ahora te encuentro pre-dicando la conversión para po-ner entrar en el Reino de Dios (Mt 4,12-17) ¿por qué?.

Madre, dínoslo tú: no todos los corazones pueden entender los valores del Reino. Sencillez, escucha, obediencia, … ¿cómo puede comprender estas pala-bras una sociedad individualista y que “no necesita a nadie” para “realizarse”?

Más aún, el Reino es “entrega hasta el extremo”, “don de la Vida hasta la muerte en Cruz”, “perdón de los que te están crucificando”, Resurrec-ción… porque en el anuncio de Jesús el Reino es Alguien que se deja habitar por la escala de valores de Dios, por el mismo Dios.

“El Reino no es un espacio de dominio como los reinos terrenales.

Es persona, es Él… Él es la presencia de Dios.”4 “Quien pide en la oración la llegada del Reino de Dios, ora sin duda por el Reino de Dios que lleva en sí mismo y ara para que ese Reino de fruto y lle-

gue a su plenitud… si queremos que Dios reine en nosotros en mo-do alguno debe reinar el pecado en nuestro cuerpo (Rm 6, 12)…”5

Recuérdanoslo, Madre: el Reino no es ese lugar en el que soñamos que todo será perfecto sino algo así como lo que tu vivías: el Espíritu Santo en ti que habías aceptado que Dios trabajase tu ser de mujer.

Por eso el “convertíos” sería como decir: no te dejes dominar por lo que dificulta una relación de amistad profunda con Cristo, una identifica-ción con el Reino personificado. No te dejes dominar por lo que dificulta-ría que el Padre pueda habitar en ti como en su Templo. ¡Déjale explayarse en tu humanidad! Que todos los que se acerquen a ti puedan vivir la expe-riencia de sentir que la Luz de Dios ilumina sus pasos, que su perdón les capacita para vivir en el amor, aún en medio de situaciones adversas.

¡Deja que en tu vida cante, salte, ame Él!

4 J. Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de Nazaret 1ª parte, pág. 76 5 Idem pág. 77 hablando de la concepción de Orígenes sobre el Reino de Dios.

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La Transfiguración del Señor. (Mateo 17, 1-9)

En todos los evangelios si-

nópticos la Transfiguración se relata después de la proclama-ción de la identidad de Jesús

como el Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt 16,16) y del primer anuncio de la Pasión, Muerte y

Resurrección del Señor. El Padre siempre está ahí, en

este proceso de proclamación del Reino cuidando los detalles nece-

sarios para que se reconozca a Jesús como lo que es: el Hijo Amado que ha venido a llevar a la plenitud la Ley, llena de Amor, que el mismo Dios entregó a Moisés y hace recordar a los profetas, de los

que Elías es el prototipo. Si en el Antiguo Testamento ESCUCHAR la ley era recordar las palabras contenidas en las Tablas entregadas a Moisés por Yahveh ahora, en la Nueva Alianza, somos invitados a

ESCUCHAR las Palabras pronunciadas por Jesús, el Hijo Amado. Según Lucas (9, 28-31), Jesús había subido al monte a orar, por

lo que la Transfiguración es la consecuencia de ese momento de diá-logo de Jesús con el Padre en el que Jesús había entrado también en

relación con Moisés y Elías. Entonces el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos comenzaron a resplandecer. ¿Podríamos comprender esto como un momento de tocar el Cielo con la mano? o mejor sentir

que todo tu ser se encuentra en su sitio… en el seno del Padre cre-ciendo para que la Vida Divina se haga presente a través de nosotros.

Madre, algo así debió experimentar Elisabeth ante tu presencia emba-razada de Jesús. El Reino que te habitaba transfiguraba tu pequeño ser humano y, los que estaban “esperando” descubrían a Dios dentro de ti.

Después, tú también vivías ante Jesús contemplando Otra Presencia que por un lado te inquietaba y por otro confirmaba que el anuncio del ángel, verbalizado por Simeón en el momento de la presentación en el Templo, se estaba cumpliendo… El que había nacido, el que crecía delante de ti era “el esperado de los tiempos”… Había algo en él, ¿o tal vez Alguien?

Él era la presencia de Dios en la tierra: ESCUCHADLE… Era el que recor-daría a todos que eran hijos de Dios pero eso tendría su precio… porque muchos no estaban dispuestos a acoger aquella Buena Noticia…

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Contemplamos a Jesús, el Dios encarnado, de la mano de María, FaMVD, pág. 13

La institución de la Eucaristía Había llegado la hora. El Padre había prepa-

rado a los discípulos haciéndoles contemplar la Transfiguración.

Ahora eres Tú, Señor, quien lo preparas todo, con ellos: Llegó el día de los Ázimos, en el que se

había de sacrificar el cordero de Pascua; y envió a Pedro y a Juan, diciendo: «Id y preparadnos la Pascua para que la comamos.» «Cuando entréis en la ciudad, os saldrá al paso un hombre… se-guidle hasta la casa en que entre, y diréis al due-ño de la casa: "El Maestro te dice: ¿Dónde está la sala donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?" El os enseña-rá en el piso superior una sala grande, ya dispuesta; haced allí los pre-parativos.»… Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los apósto-les; y les dijo: «Con ansia he deseado comer esta Pascua con voso-tros antes de padecer; porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios.» (Lc 22, 7-16; Mt 26,18.

El Padre les había dicho “ESCUCHADLE” y ahora iba a pronunciar

palabras que no entendían… No era la primera vez que les sorpren-día pero aquello… ¿comer su carne?, ¿beber su sangre?, ¿qué signi-ficaba aquello? Aquello sobrepasaba la inteligencia más avanzada.

Madre, tú estabas por allí, ¡seguro! ¿qué pensabas?, ¿comprendías algo? Y sin embargo tal vez no se trata de comprender sino, como tantas veces, de asumirlo todo como parte del proyecto amoroso del Padre que quería ali-mentar nuestra vida de fe de una forma inédita.

Ya se nos había presentado como puerta, pastor, ¿pero pasto?6 Es cierto, Mamá, que había dado el maná para alimentar al pueblo que

marchaba por el desierto, pero ahora el “maná” era Él mismo:” Yo soy el Pan vivo bajado del Cielo” (Jn 6,41). Todo otro Pan nos sirve por un tiempo “el que coma de este Pan vivirá para siempre” (v. 49-51).

6 Himno de Laudes para la fiesta de Corpus Christi: Oveja perdida, ven

sobre mis hombros, que hoy no sólo tu pastor soy, sino tu pasto también. Por descubrirte mejor cuando balabas perdida, dejé en un árbol la vida donde me subió el amor; si prenda quieres mayor, mis obras hoy te la den. Pasto, al fin, hoy tuyo hecho, ¿cuál dará mayor asombro, o al traerte yo en el hombro o al traer-me tú en el pecho? Prenda son de amor estrecho que aún los más ciegos las ven.

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Contemplamos a Jesús, el Dios encarnado, de la mano de María, FaMVD, pág. 14

Misterios de DOLOR INTRODUCCIÓN

¡Qué contraste! Mientras unos se dedican a en-tregar la vida amando gratuitamente, otros chis-morrean, maquinan la muerte y se ponen de

acuerdo para llevarla a cabo. ¿Qué sientes, Madre, ante todos estos que habiendo

oído sus palabras y visto sus gestos de amor no le han acogido?, ¿qué mal ha hecho? Lo único que se puede recordar de Él son los milagros, los detalles de amor en la multiplicación de los panes, en la cura-ción del ciego, del sordo, del leproso, del paralítico… pero, efectivamente, los frutos de una “carne enferma” son la envidia, la ira,… todo se puede corromper cuando la persona está sólo ocupada de su propia estima.

Si es cierto que el amor inventa formas para amar mejor, también lo es que “la carne” inventa como salirse con la suya de la forma más aséptica posible, encubriéndose detrás de razonamientos “lógicos”…: “es más conveniente que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca”

(Jn 11,50). Es mejor que muera éste, que se encarga de poner luz en las

pupilas ciegas de tantos, y que toda la nación se quede en la oscuridad para que la nación no se revele contra los poderes que pueden aplastar-la: el poder político, pero también el religioso.

Pilatos reconoce en él “al Hombre” pero no quiere complicarse llevando la contraria a los responsables religiosos judíos. Había que man-

tener el “orden” establecido por unos cuantos y buscar que no se enfadasen aquellos que decían saber qué hacer… ¡qué falta de libertad!

Sobre el madero está y estará –hoy y siem-pre- el que, amando a todos, busca un camino de plenitud para ellos.

Ese mismo hombre -tu hijo, María- tendrá que asumir la cobardía de los más cercanos, de los amigos, de los que le han acompañado desde el princi-pio de su misión, aquellos a los que miró de frente y llamó amigos, los que más quería. Quizá este era su dolor más grande durante aquellas horas ¡casi ninguno estaba allí! Sólo Juan le acompañaba. Y tú, Mamá, en aquel camino del Calvario y a los pies de aquella Cruz -como en Nazaret aquella mañana- volverás a repetir: “He aquí tu sierva, he aquí tu esclava”.

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La oración de Jesús en el Huerto de los olivos Judas se había ido en mitad de la Cena

a hacer “lo que tenía que hacer” y Jesús, después, se va allí donde él sabía que lo encontraría… Desde el Huerto de los Oli-

vos se veía toda Jerusalén, es como una ventana abierta a las vidas de los que forman el pueblo escogido por Dios para

manifestarse… desde allí había llorado contemplando su imagen… Llora a causa de la falta de sensibilidad de sus habitantes: ellos van a verle pasar dentro de poco por sus

calles cargando la Cruz y no sabrán que quien pasa es el Amor, el Dios que desde toda la eternidad busca comunicarse con ellos por medio de los profetas, a ellos también los habían matado…

En Getsemaní la mayoría de tus palabras son para el Padre. Frente a la soledad que sientes sólo le dices tres veces “si es posible… pero que se cumpla tu voluntad”. Señor, a partir de ahora ya no hablarás mucho: cayas, llega la hora de los hechos, de dejar que sea el cuerpo quien hable.

Es el momento de la lucha entre la carne y el espíritu pero Tú sabes que lo mejor, y no lo más cómodo, es lo que el Padre quiera. Y lo que el Padre quiere es probar su Amor a la humanidad herida por el pecado, por eso cuanto más fuerte sea el pecado, más grande se verá el amor desinte-resado del Dios-Amor eterno, a quien no para nada ni nadie… hasta que consiga que todos los hijos descubran a qué familia pertenecen.

Madre ¿estabas allí? Seguro que no. No era lugar para una mujer a aquellas horas. Después vinieron a decirte que le habían apresado y en-tonces sí que comenzaste tu caminar hacia el Gólgota con Él.

Tú sabías que era la hora. Una hora muy diferente a como tú la hubieses pintado pero era LA HORA DE DIOS, el momento en que Dios iba a escribir recto sobre renglones torcidos, en que Dios salvaría a todos del mal transfor-mándolo en lugar propicio para una respuesta de Amor: ¡Amigo!

Getsemaní es el lugar en el que quedan al descubierto el aletarga-

miento de los apóstoles, se duermen, aún no han entendido de qué van las cosas; en lugar de deseo de poder y práctica de violencia para con-seguirlo todo en medio de la oscuridad, de la mentira de los “testimo-

nios” que daban de él. Pero es también lugar de obediencia amorosa.

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Los azotes que el Señor padeció atado a la columna Ahora, después de haber permitido que te detuviesen,

hay que asumir las consecuencias: la maldad de los que han planeado que desaparezcas para que dejes de molestarles se desarrolla más y más. Pero Tú no te dejas coger interior-mente: tu capacidad de amar continúa intacta, Señor.

Además Tú, que has buscado la forma de acercarte a Ju-das, tienes que asumir que también comienza a funcionar en él la desesperación que le llevará la muerte… Es demasia-do fuerte ver cómo uno de los tuyos se pierde irremedia-

blemente aunque le hayas llamado “amigo” para hacerle reaccionar y atraerle. La “libertad” –mal entendida- de los unos y de los otros te ha atado las

manos y van a hacer contigo algo que no está en ninguna Ley. Los condenados a crucifixión eran flagelados habitualmente du-

rante el trayecto que había entre el lugar donde se dictaba la sen-tencia y el del suplicio. Muy raro, como en el caso de Jesús, que se llevara a cabo en las dependencias del tribunal. Esto sólo se hacía en los casos en que la flagelación era sustitutiva de la pena capital. El caso de Jesús fue raro. Su flagelación no fue la legal…

Mt y Mc no nos dicen ni cuándo ni el porqué, sólo constatan el he-cho: "Y habiendo hecho flagelar a Jesús, lo entregó (Pilato) para que lo crucificaran". Lc es más explícito, y cuando está explicando los esfuerzos de Pilato para salvar a Jesús, al final nos cita una frase: "Le castigaré y luego le soltaré". Juan nos afirma que Jesús fue

flagelado durante los juicios de Pilato. Pero nos dice también que el procurador declaró: "No encuentro en él, causa alguna de condena-ción". Pilato pregunta a Jesús sobre su realeza y, no sacando nada

en claro, lo considera de nuevo inocente. Entonces decidió dar a Je-sús un sustitutivo de la pena capital, para acallar al pueblo: "Le castigaré y luego le soltare". Después de este episodio, es cuando Jesús es flagelado y viene el hecho del ECCE HOMO: desfigurado.

Aparentemente la flagelación era un acto público y entonces proba-blemente María estaba allí: ¡cómo rasgarían tus entrañas aquellos golpes que se daban sobre el cuerpo inocente del Hijo! Y hoy, Madre, ¿acaso no hay muchos niños inocentes, muchas mujeres, muchos “sin techo” que reciben los golpes de la falta de un amor verdadero a su alrededor? Y están también las victimas de nuestros comentarios inconscientes de cada día,…

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La Coronación de espinas Sí, ¡cuántos golpes con frases no medidas y con

comentarios no orados!, ¡cuántas espinas clavadas en mentes inocentes por corazones perturbados y enfermos por la falta de un amor limpio!

¿Dónde está el principio de esta madeja? Seguramente nadie sería capaz de reconstruir los

hechos… eso pasa muchas veces en nuestros enfa-dos con esta o la otra persona: “no sé por qué estoy enfadado pero lo estoy.”

Pero Tú fuiste castigado por nuestras rebeldías (Is 53,5). Madre , te confieso que he pecado de pensamiento, palabra, obra y

omisión… que no me domino cuando se trata de pensar en mí misma, en lo que me interesa y me ocupo de “mentir” para defenderme ante los de-más. No me domino cuando me irrito al pensar en todo lo que me mo-lesta del otro porque no lo entiendo, porque me saca de quicio y pierdo la capacidad de una relación espontánea.

No me domino cuando analizo “las heridas que el otro me hace” y en voz alta, o de forma callada, me quedo enganchado en el “nunca podremos entendernos” o el “tengo ganas de perderle de vista” o “quiero que desapa-rezca de mi vida”… y mediante comentarios y gestos también de la vida de los demás creándole mala fama, matándole en el corazón de los demás… ¡cuantas palabras dichas de más!, ¡qué necesidad de buscar cómplices para justificar mi ausencia de amor! Mato al otro en mi corazón y me cuido de que los demás me acompañen: “mal de muchos… consuelo de tontos…”

Pero estas palabras se traducen en hechos, en elecciones de amistades ex-cluyentes, en críticas continuas de los otros, de las circunstancias, … y en insatisfacciones para mi pobre corazón que no encuentra amor en ningún lugar… Perdón, Señor, porque todo esto introduce en ti el veneno que no deja a muchos vivir en esperanza… la falta de visión positiva de tantos…

Madre, Señor, hacedme descubrir que un corazón pleno de amor sólo puede fraguarse cuando –pase lo que pase a su alrededor- se conserva en la opción de vivir haciendo el bien siempre y a todos. Vosotros conocéis todas las omisiones de Amor que han ahogado el ambiente de mi vida y de mi alrededor… Conviérteme a tu Amor, Señor, para que –aún siendo realista- pueda yo ayudarte para dar a mis hermanos la vitalidad que necesitan.

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Jesús con la Cruz a cuestas. Señor, te hemos cargado con una

Cruz que no te correspondía… pero Tú la has aceptado por amor a noso-tros. Muchas veces decimos que “si hubiésemos estado allí” no habríamos hecho lo mismo y sin embargo, como hemos visto, continuamos crucifican-do a todos los que están a nuestro lado… Ojala podamos reconocer –como dice la canción de Jesús Adrián Ro-mero- que nosotros, como aquellos de HACE 2000 AÑOS…, hubiéramos hecho lo mismo y de hecho lo hacemos…

Si hubiera estado allí, entre la multitud que tu muerte pidió, que te crucificó, lo tengo que admitir,

hubiera yo también clavado en esa Cruz tus manos ¡mi Jesús!

Si hubiera estado allí.

Pensado más bien, también yo estaba allí, yo fui el que te escupió y tu costado hirió.

Pensándolo más bien, yo fui el que coronó de espinas y dolor tu frente, ¡buen Señor!

También yo estaba allí.

Si hubiera estado allí, al pie de aquella cruz, oyéndote clamar al Padre en soledad, lo tengo que admitir, te hubiera yo también dejado sin morir, mirándote sufrir.

Si hubiera estado allí.

Pensado más bien, también yo estaba allí.

Yo fui el que te escupió y tu costado hirió. Pensándolo más bien, yo fui el que coronó de espinas y dolor tu frente, ¡buen Señor!

Pensándolo más bien, también yo estaba allí,

yo fui el que te golpeó y de ti se burló. Pensándolo más bien, yo fui el que e azotó, yo fui el que laceró tu espalda, mi Señor…

También yo estaba allí (3)…

También estoy aquí y no te dejo habitar hoy mi mente, mi corazón, mis capacidades… para que puedas amar a través de mí… Perdón, Señor.

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La crucifixión y Muerte Sólo Juan podría decir, por-

que sólo él estuvo con ella duran-te todo el camino hasta llegar al pie de la Cruz,: “Yo he visto a Myriam sufrir con el dolor de Dios, en las entrañas de una mujer… Yo vi a Myriam sola y a las mujeres consoladas en su dolor por ella. Yo estuve con ella

en el Gólgota… Los dos escuchamos sus palabras: Dios mío ¿por qué me has desamparado? ¿por qué te hayas tan lejos de la voz de mi cla-mor? Padre perdónalos, no saben lo que hacen; en tus manos, Padre, encomiendo mi espíritu. “Elí, Elí lama sabactani…”, “¡consumado está!”.

Allí me entregó a su Madre antes de morir, antes de que aquel sol-dado le atravesara con la lanza para que de su costado abierto saliesen el agua y la sangre que están hoy a la base de nuestros sacramentos del Bautismo y la Eucaristía. Él sabía que nosotros la necesitábamos:

María es la persona elegida por Dios y así presentada y entregada por Jesús para ser nuestra verdadera Madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo... Hijo ahí tienes a tu Madre”7. María es la herencia queri-da de Jesús que nos da en sucesión y cuyo recuerdo vivo nos transmite diariamente en la Eucaristía8.

Deficientes de luz, de fuerza, de amor… el yo, el egoísmo, el orgullo, ignorancia y miseria de nuestro pro-pio corazón, interfieren, neutralizan, desmoronan y arruinan el proceso del Espíritu en nuestra diviniza-ción. María nos incluye de nuevo en su entrega al Padre en el mismo Espíritu. (Estatutos FaMVD nº 233 y 237)

Madre, tú que estuviste firme en la fe hasta el final acompáñanos para que no se pierda ni una sola gota del amor que expresa esta entrega maravillosa del Hijo, de tu hijo querido, tu niño… graba en mis pupilas sus gestos, introduce en mis oídos sus palabras, sus suspiros por cada uno de los que se pierden… Hazme desear lo que Él desea. Acompá-ñame, edúcame, como a los primeros apóstoles de tu hijo. 7 Jn 19, 26-27.

8 L.G. 50; Red. Mater 44

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Misterios de GLORIA INTRODUCCIÓN

Al ver el desenlace final era normal que los discípulos dudasen y estuviesen confundidos: “¡No puede ser!, ¿no era el Hijo de Dios? si esto es ser Hijo de Dios…, ¿por qué no se ha salvado?”

La Escritura nos dice que permanecen escondidos en el cenáculo por miedo a los judíos9, probablemente sólo tú Mamá permaneces serena con la certeza de que aún no es el final… oras con ellos (Hch 1,14), les consuelas, animas, recuerdas cosas dichas por Jesús. Tú sabes que tu maternidad no ha terminado, que tienes otros hijos que el Señor te ha confiado justo allí, al pie de la Cruz. Ellos están ahora como po-lluelos que no quieren salir de debajo de las alas de su Madre… pero tú vas a enseñarles a volar.

¿De dónde sacas esa serenidad? Si orar es dialogar con el Señor todo lo que vivimos para que nos hable al corazón y nos enseñe a actuar según su voluntad… debías orar todo el tiempo esperando el cumplimiento de las promesas: “y al tercer día resucitaré”(Mt 16,21). La presencia íntima de Dios en tu vida se transparentaba como lo había hecho en Jesús en el Tabor.

Madre, llevas razón, se trata de escuchar en nuestro inte-rior todo lo que el Maestro ha dicho antes de partir: “No os dejaré solos”, “os enviaré un defensor que os recordará todo lo os he comunicado”, “en la Casa de mi Padre hay muchas Moradas, voy a prepararos un lugar”… “Estaré con vosotros hasta la consumación de los tiempos”… Lo más grande que podemos aprender de todo esto es que la Resurrección es para nosotros. Repítenoslo, explícanoslo tú, Mamá.

9 Nosotros, los llamados a reproducir esta IMAGEN DE DIOS, como hijos bien-amados SOMOS DÉBILES y no sabemos escuchar al Señor hasta el desarrollo total de nuestra persona en Cristo. Somos MIEDOSOS PECADORES, queremos y no podemos, torcemos el camino a causa de nuestro individualismo, odio y egoísmo. Frustramos esta imagen que el mismo Dios ha grabado en nuestro interior y que nos conduciría a la COMUNIÓN CON EL Y CON LOS HERMANOS.

Nos separamos de Él y de todos dejando que la falta de CONVIVENCIA nos hiera profundamente hasta la desesperanza, el bloqueo y la ruina de nues-tro proceso de cristificación… Y después de esto ¿cómo levantarnos?

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La Resurrección de Jesús

¡Jesús está vivo! Se ha cumplido la promesa… Ahora lo sabemos, las mujeres le han

visto, los que iban de retirada a Emaús se lo han encontrado. No, ya no es momento de llorar por ti, Señor, porque Tú has vencido a la muerte para hablar con hechos de cómo el Padre responde a la grandeza de tu Amor: “no hay mayor amor que dar la vida por sus amigos”, ¡no! no hay mayor amor que ese. Por eso, el Padre, que mira el corazón y ve en lo secreto, te lo recompensa… (cfr.Mt 6,6) dándote Vida Eterna.

Y mi Padre resucitará también a todo aquel que dé la vida por amor y crea en mi, en que todo lo que he dicho y vivido es el camino de la verdadera felicidad.

No es tiempo de llorar (Jn 20,12). Tú no estás muerto, has vencido al pecado y a todas las consecuencias que conlleva para invitarnos a vivir también el que no hay mayor amor que dar la vida entregándose hasta llegar a la muerte, con todos los dolores que conlleva, para demostrar el grado de amistad y de amor del que alguien poseído por Dios es capaz (Jn 14,12).

Estamos ante el gran misterio que Jesús ha venido a revelarnos: hemos nacido para vivir eternamente… Es cierto que no es fácil y necesitamos encontrar el camino porque somos criaturas limita-

das, incompletas, en proceso, y por tanto, necesitadas de la acción del Espíritu. Sólo la aceptación de esta realidad nos ayuda a levantarnos y a no desertar totalmente en la escucha y realiza-

ción de la llamada. Necesitamos, una y otra vez, escuchar esta lla-mada misteriosa de nuestro Dios que se hace uno con nosotros: Él ha necesitado a María y a José en este caminar hacia la realización

del proyecto del Padre ¡que su humildad convierta nuestro orgullo! Él mismo ha querido necesitar a la criatura ¿por qué nosotros bus-camos llegar solos ya, aquí, ahora?

El nos deja a su Madre… Gracias, Mamá por aceptar estar a mi la-do10 y enseñarme a orar para poder caminar por los senderos de la perse-verancia amorosa que da la vida y deja que el Padre actúe.

10 243. La presencia de María acompañará nuestras jornadas misioneras, sus-tentadas con una fe viva y probada. Ella es el verdadero seno en el que, con

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La Ascensión Lc 24:50-53 Los sacó hasta cerca de Betania y, alzando sus manos,

los bendijo. Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos, después de postrarse ante él, se volvieron a Jerusalén con gran gozo, y estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios.

¡Otra separación, Señor! y ahora te vas definitivamente al Padre y tal vez esto vuelve a llenar de tristeza el corazón de algunos… ¡cómo si nosotros fuésemos a quedarnos aquí definitivamente!, ¡qué ceguera la nuestra cuando

actuamos así! Esto es lo que nos ocurre cuando alguien de nuestra familia muere y se va… cuánto dolor senti-mos al pensar que no le volveremos a ver…

Pero a Ti el Padre y el Espíritu te llevan al cielo para que puedas realizar mejor la misión para la que has venido: vas a prepararnos un futuro en el que no haya odio, llantos, dolor,… Vas delante de nosotros, a prepa-rarnos un lugar al lado del que Tú ocuparás en la Casa de tu Padre… un lugar en que el gozo sea pleno. Ef 1, 17-23 Que el Dios de nuestro Señor Jesu-

cristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revela-ción para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resuci-tándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo…

Mamá, tú sabes que tenemos pánico a quedarnos solos, ante el vacío de amistades y personas queridas…, no vivimos conscientes del a dónde vamos. Y sin embargo, lo más cierto que tenemos es que, un día, iremos también a encontrarnos con el Padre. Edúcanos tú para vivir ya aquí y ahora con la sabiduría que nos da la mirada puesta en nuestra verdadera patria. Edúcanos en nuestra realidad transcendente para llegar a ver más allá de lo puramente palpable y poder así participar de la experiencia de los apóstoles que volvie-ron bendiciendo a Dios después de haberle adorado…

Jesús y como El, se forman los miembros de la comunidad, asociándonos ple-namente al misterio de Cristo (Cf. Lc 8,19-21; 11, 27-28).

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Contemplamos a Jesús, el Dios encarnado, de la mano de María, FaMVD, pág. 23

La Venida del Espíritu Santo Ella estaba allí, cuidando la Escuela que Jesús había comenzado

con los Apóstoles. Se queda al lado de los hijos que Jesús le había encomendado. Perseveraba con ellos en la oración (Hch 1,14) y de pronto, diez días después de su partida, el

Señor cumple su promesa: todos quedaron inundados por el DON de Dios. Vino el Espíritu como lenguas

de fuego y se posó sobre cada uno. “Shema, Israel”: el Espíritu es el

artífice de la nueva Ley que comien-

za en los corazones de los que le escuchan: es Espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de conse-jo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahveh (Is 11, 2). Ca-

minemos a su Luz dejémonos encender por el fuego que Él quiere darnos. Él es todopoderoso, si creemos en su nombre su llama en-cenderá en nosotros como lo hizo en la 1ª Comunidad cristiana.

¡Mándanos tu fuego, Señor! Revitaliza en nosotros todos esos recelos, insatisfacciones, sospechas,… que nos hacen morir por falta de vitalidad y lánzanos hacia el anuncio de tu Vida llenándolo todo. Sabemos que cuando acojamos tu Espíritu nosotros podremos también profetizar, en tu nombre, sobre los huesos secos de los “valles” de nuestras ciudades y provocar con nuestra palabra que recobren los nervios, la carne, la vitalidad, el espíritu (Ez 37,1-14) que tantos necesitan hoy –al comienzo de este siglo XXI-.

¡Qué bonito es saber que Tú, nuestro Dios, harás de nuestras vidas los lugares en donde muchos beberán! Saciados por el agua de la Palabra y del Amor que el Espíritu derramará sobre nosotros, de nuestras entrañas manarán torrentes de agua viva (cfr. Rom 5,5; Jn 7,37-39).

El Espíritu nos dará la Palabra apropiada para unir en un solo Cuerpo –la Iglesia- todas las diferencias sociales, raciales, ideológicas, de género, … porque nos enseñará a perdonarnos todos los pecados. El mismo Je-sús ha hecho cicatrizar sobre sus manos y su costado todas las heridas que nos hacemos y que nos separan los unos de los otros.

Mamá, cuida tú de nuestra Escuela de Apóstoles hoy, enséñanos a buscar recuperar la vitalidad que el tiempo y los problemas ha desgastado en nosotros.

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La Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos La Madre también se fue un día. Ella se ha ido con el Padre, pero

paradójicamente ahora fortalece más a los “pobres”, a los que tienen necesidad de cariño, … está siempre con nosotros. Ella se mantiene entre nosotros y persevera en el ejercicio de su maternidad universal.

Perseverar ¡qué arte más singular! Sólo se persevera en aquello que se ama… María ama a Jesús y ama también a los que Él le confió un día. Nos ama tanto que ha conseguido que la amemos. Ella

intercede por nosotros y pidiéndole a ella nos sentimos seguros… a una Mamá se la ama siempre… de la mamá nos fiamos siempre. Si, es ella la que nos acompaña al “médico”, en las dificultades, en el creci-

miento espiritual hasta reproducir a Jesús… Con ella todo es más fácil.

«María es imprescindible en nuestra vida cristiana, en nuestra vocación y misión. Muchos son llamados y ciertamente pocos los que siguen. Muchos externamente siguen, pero, de hecho, desertaron del seguimiento de Cristo. Tal frustración y fracaso propio y para la Iglesia tiene su explicación en la ausencia de la Madre. Sin María se vive una orfandad imposible de superar. ¡A qué los esfuerzos, sacrificios e inversiones de toda una vida si se abandona aquel primer amor que nos regaló Jesús! El sigue mirándome fijamente con el mismísimo amor primero.» (Est. FaMVD, 239).

Ella sabe crear HOGAR dentro y fuera de casa: cuando tenemos que profundizar y cuando tenemos que salir a los hermanos que están se-

parados, Ella nos enseña a dar también la vida para que muchos crean y así nos convierte en padres y madres de generaciones haciéndonos exclamar como a Pablo: “¡Hijitos míos, por quienes sufro dolores de

parto hasta ver a Cristo formado en vosotros!” (Ga 4,19 y 1Tes 2, 7-8). Mamá, tú perseveras a mi lado, ayúdame a perseverar también al tuyo. Tú

eres la Mamá querida de todos, incluso de los más perdi-dos, de los más alejados, regálanos –a los que decimos seguir a tu Hijo- tu capacidad de inventiva para buscar incesantemente a todos los hijos del Padre que, por cual-quier razón, se hayan separado del Hogar. El plan de Amor redentor de tu Hijo quiere llegar también a todos ellos. Tú eres la Virgen corredentora, la que está siempre disponible para acercarse, limpiar y curar las heridas de cada uno. Tú los montas sobre tu cabalgadura de la Igle-sia, los llevas al Hogar seguro de cada Casa Misionera… Haz de nosotros los “posaderos” que les acojan.

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Contemplamos a Jesús, el Dios encarnado, de la mano de María, FaMVD, pág. 25

María, Reina y Señora de todo lo creado

Eres Reina del Amor, Madre. Dios te ha regalado una riqueza mayor que todos los tesoros de la tierra. Has aceptado ser el primer Sagrario viviente de la historia: Jesús vivió dentro de ti; por eso tú eres la que mejor nos puede enseñar a llevar a Jesús dentro de nosotros, en nuestras entrañas. Y también aceptaste, y lo hiciste con la misma grandeza de Amor, llevar en tu “seno espiritual” a todos los hijos de la Iglesia, de los que Jesús te habló en la Cruz: “María, Madre de Jesús y Madre de la Iglesia, de Cristo Cabeza y de cada uno

de los miembros de su Cuerpo, es nuestra verdadera Madre.

Por ser Madre suya la quiso Dios llena de gracia, con la in-sondable riqueza divina que conlleva la plenitud del amor-vida de Dios en Ella.

Por ser Madre nuestra, de todos los hombres, Dios la ha cons-tituido medianera de todas las gracias y dones suyos, en bien de todos y cada uno de sus hijos (Cf.Lc 2,1-12).”

Por María ha querido Dios revelar su rostro materno a todos los hombres

de la manera más cercana y familiar, más eficaz y delicada, y aplicar –por María- la esencia pura y delicadeza entrañable de su infinito amor para con todos sus hijos sin excepción.

María será siempre (en el Verbum Dei y en to-da la Iglesia), fuente y garantía de nuestro gozo limpio y abundante, de nuestra perseverancia y optimismo en la vocación, de nuestros más puros amores. (Estatutos FaMVD 230-1 y 244)

Por todo esto eres Reina, y no porque lo hayas ambicionado sino porque te lo han concedido… Tu Hijo primogénito, el Rey de Cielos y Tierra, el primogénito de toda criatura te ha hecho partícipe de su misma riqueza de Amor. Y es una riqueza que no pasará nunca. 1Cor 13, 8-10 La caridad no acaba nunca. Desaparecerán las pro-

fecías. Cesarán las lenguas. Desaparecerá la ciencia. Por-que parcial es nuestra ciencia y parcial nuestra profecía. Cuando vendrá lo perfecto, desaparecerá lo parcial.

“Alégrate, María, porque has hallado GRACIA delante de Dios”, concebirás y darás a luz al Hijo del Altísimo…

Page 27: Contemplamos a Jesús, el Dios encarnado, de la mano de ......2 El Rosario es y será siempre, juntamente con la Eucaristía, el acto más fraterno, fami-liar y hogareño de la comunidad,

Contemplamos a Jesús, el Dios encarnado, de la mano de María, FaMVD, pág. 26

INDICE

INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . pág. 1

Misterios de GOZO, . . . . . . . . . . . . . . . . . . pág. 2

Misterios LUMINOSOS, . . . . . . . . . . . . . . . . . . pág. 8

Misterios de DOLOR, . . . . . . . . . . . . . . . . . . pág. 14

Misterios de GLORIA, . . . . . . . . . . . . . . . . . . pág. 20

INDICE . . . . . . . . . . . . . . . . . . pág. 26

FAMILIA MISIONERA “VERBUM DEI”


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