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Convirtiendo La Oscurana en Claridad

Date post: 30-Jul-2015
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CONVIRTIENDO LA OSCURANA EN CLARIDAD Ernesto Cardenal ALGO DESPUÉS DEL TRIUNFO me dieron en Alemania un famoso Premio de la Paz, que en ciertos sectores no dejó de ser polémico por estar vinculado mi nombre a una lucha armada, hasta el punto que el presidente de Alemania, que tradicionalmente presidía el otorgamiento del premio, esa vez estuvo ausente. En mi discurso de aceptación pronunciado en la venerable iglesia de San Pablo en Frankfurt, declaré que yo había defendido y cantado la lucha armada de mi pueblo, pero era una lucha con la cual buscábamos la paz. Y ahora habíamos conquistado la paz. Pero decía después que habíamos terminado una guerra y habíamos empezado otra. No hacía mucho habían empezado a publicar los periódicos en Nicaragua nuevos partes de guerra. Como: “Los diversos movimientos tácticos que hemos estudiado y después llevado a la práctica elevan el espíritu de nuestros combatientes a un grado muy alto”. Y otro: “Después de inmensa labor de reconocimiento y rastreo de la zona de combate, logramos detectar el potencial del analfabetismo que dejó el enemigo”. Otros de los partes de guerra decían: “Estamos combatiendo fuertemente a nuestro enemigo la ignorancia. Hemos encontrado algunos focos de resistencia y la táctica que estamos usando es atacarlos de las dos de la tarde en adelante. Pero los más fuertes enfrentamientos los tenemos de 4 a 6 p.m.” “Hemos hostigado duramente al enemigo, disparado ráfagas de gran poder y alcance como A E I O U, las que naturalmente han sembrado pánico y terror en el enemigo”. La batalla se ganó, dije entonces. Nicaragua había tenido más de la mitad de sus habitantes analfabetas, y una mitad de Nicaragua alfabetizó a la otra mitad en cinco meses. Miles de jóvenes se regaron por todo el país, aun en los lugares más remotos, en las selvas más espesas, en las montañas más inaccesibles, conviviendo con los campesinos, comiendo como ellos, durmiendo como ellos, trabajando con ellos, hasta que triunfaron dejando declaradas libres del analfabetismo todas esas zonas que antes estaban sumidas en la ignorancia. Esos jóvenes, muchachos y muchachas, además de enseñar fueron a aprender de los campesinos. Y lo más importante de todo es que fraternizaron con ellos; los jóvenes alfabetizadores eran llamados “hijo” o “hija” por los campesinos en cuyas casas vivían, y ellos los llamaban “papá” y “mamá”; regresaron a sus antiguos hogares sintiendo que tenían otro hogar nuevo, que tenían otra familia humilde y pobre, campesina. El país todo se había hermanado hermosamente. Y todo eso había sido un triunfo de amor. Muchos no querían volver. Una muchacha contó cómo al regresar de esa experiencia sintió el deseo de estudiar medicina inmediatamente u de que el tiempo pasara rápido, porque esos campesinos la necesitaban. Y muchos después estuvieron regresando a sus hogares campesinos. Un joven dijo que su familia campesina lo cuidaba más que su otra familia. Hablando de cómo eran esos campesinos una chavala dijo: “Superpobres”. Esa experiencia fue una transformación de la juventud. Y algo que sólo una revolución podía hacer. Un gran número de esos jóvenes no se habían separado nunca de sus padres. Un niño de 13 años dijo: “El primer día me puse a llorar”. Después se integró al trabajo de la familia, y dice: “Fue algo lindo, anduvimos cortando caña, me llené la cabeza de miel; una cosa muy divertida”. Fue una gran confraternización nacional. Uno cuando regresó dijo: “Fue como otra insurrección”. Otro, al que yo vi en la televisión, dijo con una gran sonrisa y una iluminación en su rostro mayor que la que le daban sus grandes lentes: “Fue algo lindísimo que nunca volveré a tener”. Terminada la alfabetización, un campesino de Acoyapa dijo al despedirlos: “Adiós, mis muchachos, no se olviden de nosotros”. Una niña en León, cuando regresó dijo abrazando con lágrimas a su mamá: “Estoy feliz, pero estoy triste por los que dejamos en las montañas”. Mario, de 16 años, experimentó la separación que había entre unos y otros cuando oyó decir a un campesino: “Tienen manitos de seda”. Ligia, de 17, describe su experiencia de sembrar maíz: “Fue muy bonito porque yo no sabía sembrar”. Ulises, también de 17, cuenta que queriendo deshierbar el maíz, cortaba con el machete las matitas tiernas, y el campesino decía con calma: “tiene que aprender”. Y aprendió. Omar, de 17 años, dice: “Aprendí a sembrar y no lo sabía, aprendí a despalar, a hacer quemas y a sembrar después. Allí te das cuenta de la vida dura que ellos llevan, ves que la revolución quiere liberarlos, y te comprometés con ese proceso liberador que es la revolución”. Marta, de 14 años: “Las casitas eran de adobe, todas amarillas. Me puse a pensar cómo esa gente aguantaba tanta desolación y tantas privaciones. Nunca me imaginé que hubiera gente que viviera tan lejos y metidos en esas selvas”. Álvaro, de 16 años dice: “Cuando llegamos a Managua me sentí no sé cómo. Les voy a ser franco, lloré entrando a Managua cuando íbamos los cuarenta y cinco chavalos en un camión, y la gente diciendo ve a los chavalitos, qué bonitos y 10
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CONVIRTIENDO LA OSCURANA EN CLARIDAD

Ernesto Cardenal ALGO DESPUÉS DEL TRIUNFO me dieron en Alemania un famoso Premio de la Paz, que en ciertos sectores no dejó de ser polémico por estar vinculado mi nombre a una lucha armada, hasta el punto que el presidente de Alemania, que tradicionalmente presidía el otorgamiento del premio, esa vez estuvo ausente. En mi discurso de aceptación pronunciado en la venerable iglesia de San Pablo en Frankfurt, declaré que yo había defendido y cantado la lucha armada de mi pueblo, pero era una lucha con la cual buscábamos la paz. Y ahora habíamos conquistado la paz.

Pero decía después que habíamos terminado una guerra y habíamos empezado otra. No hacía mucho

habían empezado a publicar los periódicos en Nicaragua nuevos partes de guerra. Como: “Los diversos movimientos tácticos que hemos estudiado y después llevado a la práctica elevan el espíritu de nuestros combatientes a un grado muy alto”. Y otro: “Después de inmensa labor de reconocimiento y rastreo de la zona de combate, logramos detectar el potencial del analfabetismo que dejó el enemigo”. Otros de los partes de guerra decían: “Estamos combatiendo fuertemente a nuestro enemigo la ignorancia. Hemos encontrado algunos focos de resistencia y la táctica que estamos usando es atacarlos de las dos de la tarde en adelante. Pero los más fuertes enfrentamientos los tenemos de 4 a 6 p.m.” “Hemos hostigado duramente al enemigo, disparado ráfagas de gran poder y alcance como A E I O U, las que naturalmente han sembrado pánico y terror en el enemigo”.

La batalla se ganó, dije entonces. Nicaragua había tenido más de la mitad de sus habitantes analfabetas,

y una mitad de Nicaragua alfabetizó a la otra mitad en cinco meses. Miles de jóvenes se regaron por todo el país, aun en los lugares más remotos, en las selvas más espesas, en las montañas más inaccesibles, conviviendo con los campesinos, comiendo como ellos, durmiendo como ellos, trabajando con ellos, hasta que triunfaron dejando declaradas libres del analfabetismo todas esas zonas que antes estaban sumidas en la ignorancia. Esos jóvenes, muchachos y muchachas, además de enseñar fueron a aprender de los campesinos. Y lo más importante de todo es que fraternizaron con ellos; los jóvenes alfabetizadores eran llamados “hijo” o “hija” por los campesinos en cuyas casas vivían, y ellos los llamaban “papá” y “mamá”; regresaron a sus antiguos hogares sintiendo que tenían otro hogar nuevo, que tenían otra familia humilde y pobre, campesina. El país todo se había hermanado hermosamente. Y todo eso había sido un triunfo de amor.

Muchos no querían volver. Una muchacha contó cómo al regresar de esa experiencia sintió el deseo de

estudiar medicina inmediatamente u de que el tiempo pasara rápido, porque esos campesinos la necesitaban. Y muchos después estuvieron regresando a sus hogares campesinos. Un joven dijo que su familia campesina lo cuidaba más que su otra familia. Hablando de cómo eran esos campesinos una chavala dijo: “Superpobres”. Esa experiencia fue una transformación de la juventud. Y algo que sólo una revolución podía hacer.

Un gran número de esos jóvenes no se habían separado nunca de sus padres. Un niño de 13 años dijo:

“El primer día me puse a llorar”. Después se integró al trabajo de la familia, y dice: “Fue algo lindo, anduvimos cortando caña, me llené la cabeza de miel; una cosa muy divertida”. Fue una gran confraternización nacional. Uno cuando regresó dijo: “Fue como otra insurrección”. Otro, al que yo vi en la televisión, dijo con una gran sonrisa y una iluminación en su rostro mayor que la que le daban sus grandes lentes: “Fue algo lindísimo que nunca volveré a tener”.

Terminada la alfabetización, un campesino de Acoyapa dijo al despedirlos: “Adiós, mis muchachos, no se

olviden de nosotros”. Una niña en León, cuando regresó dijo abrazando con lágrimas a su mamá: “Estoy feliz, pero estoy triste por los que dejamos en las montañas”. Mario, de 16 años, experimentó la separación que había entre unos y otros cuando oyó decir a un campesino: “Tienen manitos de seda”. Ligia, de 17, describe su experiencia de sembrar maíz: “Fue muy bonito porque yo no sabía sembrar”. Ulises, también de 17, cuenta que queriendo deshierbar el maíz, cortaba con el machete las matitas tiernas, y el campesino decía con calma: “tiene que aprender”. Y aprendió. Omar, de 17 años, dice: “Aprendí a sembrar y no lo sabía, aprendí a despalar, a hacer quemas y a sembrar después. Allí te das cuenta de la vida dura que ellos llevan, ves que la revolución quiere liberarlos, y te comprometés con ese proceso liberador que es la revolución”. Marta, de 14 años: “Las casitas eran de adobe, todas amarillas. Me puse a pensar cómo esa gente aguantaba tanta desolación y tantas privaciones. Nunca me imaginé que hubiera gente que viviera tan lejos y metidos en esas selvas”. Álvaro, de 16 años dice: “Cuando llegamos a Managua me sentí no sé cómo. Les voy a ser franco, lloré entrando a Managua cuando íbamos los cuarenta y cinco chavalos en un camión, y la gente diciendo ve a los chavalitos, qué bonitos y

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bla, bla, bla, y toda la gente encantada y riéndose. Llegamos a la Plaza de la Revolución, la gente se aglomeró junto al camión para ver a esos chavalitos que habían regresado de la montaña”. Claudio, de 15 años, de familia rica, dice: “Después de la cruzada encontré a mis padres como mis enemigos políticos”. Rolando, de 17 años: “Después de cinco meses de haber estado en la montaña, cuando nos veníamos en los camiones y empezaron a encender los motores, la gente en la orilla estaba llorando, y me dieron ganas de llorar a mí también. Todos los campesinos diciéndonos adiós. Después de cinco meses, venía con deseos de ver Managua, pero no quedarme, sino que verla y después regresarme”.

Vinieron con monos, con loras en el hombro, con gallinas amarradas de las patas, con pavos, con

venaditos. Todo regalo de los campesinos.

Un mes después del triunfo se comenzó a planear la Cruzada de Alfabetización. Fernando mi hermano insistió en que tuviera ese nombre, cruzada, en vez de campaña, porque era un nombre más místico. Muchos la desaconsejaron diciendo que era demasiado pronto para hacerla. Fernando, que fue el directos de la cruzada, y también otros, pensaban que o se hacía pronto o no se hacía.

El comandante Modesto (Henry Ruiz) decía que lo que hacía que el campesino colaborara con ellos más

fácilmente en la montaña no era la promesa de que le construirían una casa, les darían medicinas, comida, sino que le enseñaran a leer. Era un campesino de la revolución, una promesa que se había hecho a los campesinos y que había que cumplir. Y no era solamente el enseñarles a leer y escribir para que simplemente leyeran y escribieran, sino para que se liberaran. Paulo Freire cuando llegó a Nicaragua dijo que la alfabetización era un hecho político con implicaciones pedagógicas, y no un hecho pedagógico con implicaciones políticas. Y Fernando dijo: “Los que por allí andan diciendo que la educación debe ser apolítica quieren una educación totalmente política”.

“Y también enséñenles a leer” eran unas palabras de Carlos Fonseca que fueron como el lema de la

alfabetización. Tomás Borge contaba que él y Germán Pomares entrenaban a un grupo de campesinos, varios muchachos y una muchacha. Aprendieron a montar y desmontar el Garand, la carabina M-1, la subametralladora M-3 y la pistola 45. Carlos llegó y les dijo: “Y también enséñenles a leer”. Esas sencillas palabras casuales estaban en enormes rótulos cuatro años después de la muerte de Carlos Fonseca, con su rostro flaco y solemne y sus grandes anteojos de miope.

Ya había habido un antecedente, cuando Sandino, durante su larga lucha contra el invasor yanqui, se

había preocupado por la educación de los campesinos. Su lugarteniente, el general Pedro Altamirano (Pedrón) fue de los alfabetizados, y de él escribió Sandino: “Durante los azares de la lucha y a pesar de su edad, solamente porque yo se lo ordené, Altamirano aprendió a leer y escribir cancaneando y cacarañando, pero ha progresado mucho y ahora, asómbrese, también sabe escribir a máquina pero con sólo un dedo”.

Y apenas 15 días después del triunfo de la revolución sandinista los comandantes estaban preguntando

por la alfabetización. Les parecía que se estaba atrasando.

Lo primero que había que hacer era un censo para saber cuántos analfabetos había. Se recurrió a la UNESCO y la UNESCO dijo que eso costaría tres millones de dólares y tardaría dos años. En Nicaragua se pensó que no se podía esperar y tampoco se tenía ese dinero, y los muchachos de colegio fueron lanzados a recorrer distancias enormes por los caminos lodosos de todo el país, preguntando a todo el mundo su nombre, edad, ocupación, nivel de escolaridad, y a la vez también quiénes podían enseñar, qué días, a qué hora y dónde. El censo se terminó de hacer en un mes y costó 10000 dólares. Se pensaba que todos esos datos se iban a procesar en computadoras, pero en aquel tiempo sólo había 15 computadoras en todo el país y si las usaban se paralizaría toda la actividad financiera, así que los estudiantes procesaron los datos en el piso de un auditorio. Llegó el experto de la UNESCO, y se asombró de que estuviera tan pronto y preguntó cómo lo hicieron, y le contestaron que simplemente prescindiendo de la UNESCO. Y con ese censo se alfabetizó. Y la evaluación que después hizo la misma UNESCO reveló que el margen de error había sido mínimo.

El único precedente que había habido era Cuba, 20 años antes. Pero Cuba no empezó su campaña de

alfabetización sino hasta dos años después del triunfo de su revolución, y no fue en cinco meses como se hizo en Nicaragua sino a través de varios años, y Cuba tenía sólo el 24% de analfabetos y no más del 50% como Nicaragua; y el territorio de Cuba era en su mayor parte plano y bien comunicado, y no con grandes regiones abruptas y selvas casi impenetrables como en Nicaragua.

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Se crearon talleres para enseñar a alfabetizar. El primer curso lo recibieron 80 maestros. Cada uno de ellos enseñó a 30 más y entonces fueron 2 400, y éstos enseñaron a todos los demás maestros del país, y estos maestros enseñaron a los estudiantes, que eran los brigadistas.

El himno de la alfabetización que compuso Carlos Mejía Godoy hablaba de convertir la oscurana en

claridad, y el teólogo brasileño Hugo Assmann escribió un artículo sobre la teología de la alfabetización, y en él dice que la simbología de tinieblas y luz, oscurana y amanecer, tan común en la Biblia, había sido una constante en la Cruzada Nacional de Alfabetización. Y agrega que el pueblo de Nicaragua estaba ahora en condiciones de leer con más comprensión muchos pasajes de la Biblia, ya no en una forma intimista, sino en referencia a la lucha insurreccional de todo un pueblo. Más o menos, dice, así debe haber sido de comprensible y concreto el lenguaje de san Juan para los cristianos de los primeros siglos de nuestra era, por ejemplo cuando Cristo es llamado Luz. Y muy acertadamente dice que la experiencia vivida por los brigadistas en esos cinco meses en las regiones más inhóspitas y alejadas, para muchos fue todo un aprendizaje nuevo y una transformación profunda.

La alfabetización hizo que los individuos fueran conscientes de la realidad social y de que la podían

transformar. Un muchacho que tenía 16 años, Alberto, dijo: “Cuando fuimos a alfabetizar, muchos estudiantes adquirimos un espíritu colectivo”. Los que vivieron esa experiencia, ahora 20 años después, recuerdan emocionados el descubrimiento de la Nicaragua del campo, que antes les era desconocida. El teólogo español José González Faus estuvo en Nicaragua en esos días y cuenta la anécdota de una muchacha que al regresar de la cruzada dijo a sus padres que ya no quería seguir estudiando en un colegio de monjas porque sentía que ir a un colegio tan bueno estaba en contra de lo que había aprendido en la alfabetización y aquello por lo que habís trabajado en esos cinco meses.

Fueron cinco meses de aprendizaje doble: los alfabetizadores enseñaron a los campesinos, y los

campesinos a los alfabetizadores.

Los “maestros” alfabetizadores, que generalmente eran jóvenes de las clases más privilegiadas, fueron a convivir esos cinco meses con la clase más desposeída. Así sintieron en carne propia la realidad social y económica que debía ser cambiada. El Frente Sandinista había querido que se creara una gran unión de campesinos, estudiantes, obreros y los pobres de las ciudades, para que llevaran a cabo las transformaciones sociales que eran la razón de ser de la revolución. La revolución acababa de triunfar, y el país rebosaba de idealismo. Los estudiantes se preparaban para ir a enseñar a los “hermanos campesinos”. Se veían letreros como: “Con Carlos y Sandino alfabetizaremos al obrero y al campesino”. “Si sos cristiano alfabetiza a tu hermano.”

“Cuando aprendimos a amar”; así se ha referido a la cruzada uno que ahora es periodista y fue

alfabetizador en aquellos días.

Muchos jóvenes dijeron que la principal motivación que tuvieron para participar en la cruzada fue porque no habían participado en la lucha armada. Y a la cruzada se le ha llamado la segunda insurrección. Cortázar estaba entonces con nosotros y cuenta que vio a esos adolescentes, y que pudo hablar con muchos de ellos y encontró muy comprensible el deseo que tenían por continuar la lucha de liberación sostenida por otros jóvenes de su edad. Los alfabetizadores, según escribió Cortázar, se consideraban a justo título como una milicia sandinista.

Fue realmente como una guerra. Había quieres se encargaban de la salud, de los niños que quedaban

sin maestro, del transporte y de la distribución de alimentos a todos los puntos del país. La cruzada se bautizó con el nombre de Héroes y Mártires por la Liberación de Nicaragua, y todas las brigadas llevaban nombres de héroes y mártires. Nombrando las unidades con compañeros caídos se mantenía vivo su ejemplo, y a la vez se hacía ver a los jóvenes voluntarios que a ellos también se les exigía heroísmo y sacrificios. Y también fue una forma de pasar de la guerra a la paz. Un año los jóvenes empuñaron las armas, el otro agarraron las libretas de la alfabetización como una continuación directa de la revolución armada. La guerra de liberación aún estaba fresca en la conciencia de los nicaragüenses y estuvo presente como inspiración y referencia en la estrategia organizativa y la logística, y en la terminología militar. La cruzada se dividió en frentes de guerra, como los que tuvo la insurrección: Frente Norte, Frente Sur, Frente Occidental, etcétera, y los frentes estaban divididos en brigadas, columnas y escuadras.

El Ejército Popular de Alfabetización eran los estudiantes que alfabetizaron en el campo. Las Milicias

Obreras alfabetizadoras eran obreros que alfabetizaron en el campo y en sus centros de trabajo. Los Guerrilleros

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Urbanos de la Alfabetización lo hacían en los pueblos y ciudades. Las Milicias Alfabetizadoras Campesinas lo hicieron en el campo. Las Brigadas Rojinegras estaban compuestas de maestros y eran para ir a los lugares más difíciles y más inhóspitos.

En el monte no se puede andar sin botas, y hubo que comprar botas para los 60000 brigadistas, una

compra que se hizo en toda Centroamérica. Al poco tiempo esas botas estaban desbaratadas, algunos brigadistas andaban descalzos, y se tenían que comprar otras. Se compraron entonces en Miami 60 000 usadas que habían sido de los ejércitos inglés y holandés; pero cuando llegaron a Nicaragua no las permitían entrar al país si antes no eran fumigadas, por los hongos y otras enfermedades que podían tener. ¿Pero cómo fumigar 60 000 botas? Quién sabe quién fue el que tuvo la idea de pedir en el aeropuerto que les prestaran una piscina que había en las instalaciones de la Fuerza Aérea, y allí echaron todas las botas, y la llenaron de fungicida, y así quedaron fumigadas.

En el campo no hay luz eléctrica, naturalmente, y la alfabetización se haría en la noche y se necesitaba

una lámpara para cada brigadista. Los sindicatos de trabajadores de Suecia donaron las 60 000 lámparas Coleman.

Cuando ya tenían todo listo se dieron cuenta que una gran mayoría de campesinos no podían leer si no

tenían anteojos. Si en cualquier momento ves a tu alrededor, notás que un gran porcentaje de las personas está con anteojos. En el campo sobre todo es muy común que las mujeres tengan dañada la vista porque gran parte de su vida han estado expuestas al humo del fogón. Los niños no han estado muy alimentados, y como no han tomado vitaminas, tienen ceguera nocturna; y los viejos -después de los 30- ya no ven en el campo. Se pidió entonces que regalaran anteojos usados en los Estados Unidos, y llegaron por miles. ¿Pero cómo dárselos a cada uno a su medida? Recurrieron a los optometristas y ópticos, y lo hicieron tan complicado que fue imposible. Yo les conté el método que le había visto utilizar a un vendedor de anteojos en una calle de San Carlos en el río San Juan. Les ponía enfrente un billete de a peso y veía hasta qué tamaño de letra en el billete alcanzaba a distinguir el cliente. El problema era que aquí se trataba de gente que no iba a saber nombrar las letras. Hubo también una solución para esto, y fue el poner en unos carteles unas figuras de casas, vacas, perros, de distintos tamaños. El brigadista sentaba al campesino y lo hacía probar anteojos hasta que podía distinguir con ellos el perro o el caballo.

Desde el primer momento se vio que tenía que ser una

campaña masiva, y que sería una gigantesca movilización popular, un trabajo intenso y coordinado de todas las instituciones estatales y organismos de masas, y la suspensión de escuelas, colegios y universidades. La juventud, que fue la principal fuerza de la insurrección, tenía que serlo también en esta otra guerra contra el analfabetismo, acompañada y asesorada por la Asociación Nacional de Educadores de Nicaragua (ANDEN).

éstos les tocaba caminar leguas a pie.

La campaña fue una verdadera monomanía nacional. Desde que se estaba preparando, uno veía en la televisión a los estudiantes haciendo ejercicios físicos y caminatas para irse preparando. También se veían las mujeres haciendo, con gran espíritu revolucionario, mochilas, cotonas, pantalones, hamacas para los brigadistas. Cuando llegó la partida todas las actividades normales del país se paralizaron; todos los buses, camionetas, camiones del Estado y mucho vehículo privado que se solicitó a sus dueños, como también todo el transporte acuático, fue para los muchachos y las muchachas de la cruzada. Y allí donde ya no llegaba vehículo habían preparado burros y caballos para los brigadistas, y cuando no había ni

En todos los rincones del país, muchas veces en lugares donde nunca había habido un radio, estaba la

oficina de la alfabetización, que se comunicaba con el pueblito más cercano, que se comunicaba con una ciudad que estaba comunicada con Managua.

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Sheryl Hirshon, una joven profesora de Oregon que llegó a alfabetizar a Nicaragua y después se quedó allí enseñando, describe cómo fue aquél 23 de marzo de 1980, cuando todos partieron a alfabetizar. Dice que de pronto las calles se llenaron de chavalos con una excitación histérica. Los parques eran una sola masa de brigadistas; las escuelas también. Todos con sus uniformes nuevos: cotona gris y pantalones de azulón, hasta donde alcanzaba la vista. Los muchachos besando a las muchachas. Las madres llorando. Los vendedores de helados con una venta loca. Y cantos, y gritos, y consignas. De la Plaza de la Revolución salió aquél ejército de 100 000 combatientes cargando cada uno su mochila y su lámpara de gas, y armados de libros, cuadernos, lápices y pizarras, a iniciar una aventura que nunca olvidarían.

Eran miles de gargantas gritando: “¡Vencimos en la insurrección, venceremos en la alfabetización!”

Al día siguiente que partió aquél ejército comenzó el programa radial Puño en Alto, que se transmitía dos

veces al día en todas las emisoras del país, dirigido principalmente a los brigadistas (so llamaba así por la consigna de la cruzada: “Puño en alto. Libro abierto”). Allí se difundían los partes de guerra y los comunicados del estado mayor del Ejército Popular de Alfabetización. También se informaba de las condiciones de los brigadistas: dónde se encontraban, en casa de quién, en qué municipio. Una muchacha que alfabetizaba en las montañas del norte enviaba un saludo de cumpleaños a su novio que alfabetizaba en la orilla del lago de Nicaragua. Unos papás avisaban qué día iban a llegar de visita para que les tuvieran listos los caballos que tendrían que montar. Una chavala informaba que ya se había curado de la malaria. Y había orientaciones pedagógicas y organizativas para las brigadas. Fue el programa de más audiencia en el país, y muchos recordaban a Radio Sandino, la radio de la guerrilla.

Desde el primer momento los contras somocistas amenazaron a los que fueran a alfabetizar. Por esta

razón la Junta de Gobierno tuvo el buen cuidado de exigir que todo menor de edad tuviera una autorización escrita de sus padres. Dadas las amenazas, muchos padres no querían dar el permiso; pero había comisiones espontáneas de chavalos y de chavalas que visitaban a los padres para tratar de convencerlos de que dieran el permiso, y en muchísimos casos lo daban. (También hubo casos de niños que se enfrentaron fuertemente a sus papás, y de otros chavalos que se escaparon de sus casas.)

En muchos lugares al principio fue muy difícil para los brigadistas, porque los campesinos tenían miedo,

pues les habían dicho que no llegarían a alfabetizar, que eran comunistas y les iban a quitar sus gallinas, y les iban a comer sus cerdos. En algunos sitios los dejaban a dormir afuera. Ellos les platicaban, les ayudaban en sus quehaceres, las muchachas les bañaban a los niños. Les daban las comidas que habían llevado: pan, arroz, sardinas, galletas. Así se los fueron ganando. Hasta que lograron una convivencia con ellos como si fueran la misma familia.

Aquellas primeras noches sin conciliar el sueño pensando en los hogares, en los papás. La despertada

en la mañana con el cuerpo atormentado por las pulgas y los zancudos; y después descubrir que había muchos alacranes. Los alfabetizadores se llenaron de garrapatas, de piojos y de pulgas. Había lugares en que los zancudos no dejaban dormir y había que acostarse temprano y meterse bajo el mosquitero. Un muchacho recuerda lo duro de aquella vida tan distinta de la de la ciudad. “Allá no hay luz, no hay agua, y las casas están a una hora de distancia una de la otra; allá es pura montaña, sólo monte. Uno ve grandes palos, y por dondequiera puede encontrar culebras, monos y toda clase de animales.” Y otro dice: “Pero ya después nos fuimos acostumbrando, y parecía que éramos de allí”.

Fueron cinco meses de estar aguantando una vida dura convertidos en campesinos. Tuvieron que

acostumbrarse a la oscuridad, el agua insalubre, a comer nada más que arroz y frijoles cocidos en agua, a la falta de letrinas, las largas caminatas, los frecuentes aguaceros en la época de lluvias, las enfermedades sin médico, las viviendas a veces tan estrechas que no había donde colgar la hamaca y se dormía en el suelo. Hubo noches en las que algunos casi no dormían por el temor a que llegaran los contras (porque también hubo asesinatos). Uno de esos muchachos hablaba de sus noches en vela oyendo cantar los pocoyos y observando que cambian su cantar según la hora de la noche. Veinte años después muchos tienen todavía vivos sus recuerdos y te relatan sus anécdotas, sus alegrías y sus penas. Una muchacha dice: “La cosa más hermosa que he hecho en mi vida, que me transformó para siempre. Adquirí una nueva visión del campo y un mayor compromiso social”. Fue una solidaridad y fraternidad que jamás se había visto antes.

Al caer la tarde en miles y miles de casas en el campo, a la luz de la lámpara Coleman, comenzaban las

clases, y poco a poco en todo el país la oscurana se fue convirtiendo en claridad. Cuántos recuerdos hay de las veladas con los campesinos, los rezos, los cantos y contaderas de chistes, o chiles, como se dice en Nicaragua,

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y las leyendas del campo. Dice uno: “Tengo clarito cómo se iban acercando las lamparitas como luciérnagas, hasta dejar el sitio de la reunión iluminado”. La jerga estudiantil rápidamente fue adoptada por los campesinos, y los estudiantes comenzaron a hablar con los giros del campo, y hasta la musiquita y el dejo de los campesinos se les pegó.

En sus diarios de campo apuntaban todo lo que les acontecía, las dificultades que se encontraban, los

avances que tenían. La idea de ese diario fue tomada de los diarios de campo que se llevaron en la guerrilla. Una muchacha cuenta que donde estaba no había agua y debían de ir a traerla a un pozo muy lejos de allí. Y un muchacho cuenta que dormían en tablas en el suelo porque en la casa eran muy pocos los que tenían catre; y que letrina no existía.

Las clases eran en la tarde, y las muchachas durante el día ayudaban a sus familias campesinas en sus

oficios, jalando el agua del pozo, lavando los trastes, cocinando arroz, picando leña, haciendo las tortillas. Hacer las tortillas fue cosa difícil que todas tuvieron que aprender. Había que desgranar el maíz y ponerlo a cocer; cuando está cocido se muele en la piedra de moler; cuando la masa está lista se palmea una bola de masa hasta ponerla plana y redonda; se echa en el comal de barro bien caliente cuidando que no se rompa, y cuando está bien cocida de un lado se le da vuelta sin quemarse las manos, para que se cueza del otro. A las cuatro de la mañana el ordeño, donde había vacas. Y otra tarea de las muchachas era estar cuidando las siembras, espantando a los zanates y a otros pájaros que se comen los granos.

Los muchachos aprendieron también a ordeñar, y a manejar el hacha, el machete, a aporrear el maíz, los

frijoles y el trigo. Aprendieron a sembrar esas plantas y a cultivarlas. Comieron los frijoles y el maíz sembrados por sus manos.

A fines de mayo fueron los primeros aguaceros, y empezaron a sembrar: que significaba arar, preparar la

semilla y echarla, regar el abono, cuidar las plantitas. En las mañanas era el trabajo de rozar, desyerbar, aporcar, cortar leña. Y en las tardes las clases.

A mediados de la cruzada había alfabetizadores que ya sabían labrar la tierra y hacer todas las labores

campestres, y ya había campesinos que sabían leer y escribir. El éxito fue, como les dije, que los alfabetizadores enseñaron a los campesinos, y los campesinos enseñaron a los alfabetizadores. Pasaban los días, y cada día crecía el cariño por los compañeros campesinos. Sentían ya como propias sus necesidades y la miseria en que vivían, la forma en que los habían engañado. Había lugares en que los campesinos no habían estado nunca en Managua, y preguntaban a los alfabetizadores cómo era Managua.

No hacía mucho que había comenzado la cruzada cuando unos padres de familia llegaron donde

Fernando, denunciando que sus hijos sólo estaban comiendo tortilla y banano. Fernando les dijo que eso no había empezado a suceder con la llegada de sus hijos, sino que estaba existiendo desde hacía 500 años. Que tal vez esto iba a servir para que ellos (los papás) supieran por qué se había hecho la revolución en Nicaragua. De todos modos le iban a buscar solución. La solución que encontraron fue que cuando un campesino mostrara el carnet de un brigadista, en cualquiera de las oficinas que la cruzada tenía en todo el país, recibiría una provisión de alimentos por un mes.

A cada escuadra se le dio un botiquín de medicinas cuidadosamente seleccionadas y calculando que

duraran para cinco meses. Muy pronto se les habían acabado las medicinas y hubo que estarles supliendo más y más varias veces. ¿Qué pasaba? Es que las medicinas no sólo estaban siendo para ellos, sino para las familias donde vivían.

Un efecto de la cruzada fue que escaseó el azúcar, porque se empezó a consumir en muchos lugares

adonde no había llegado antes. Lo mismo pasó con el arroz, con muchos otros productos, entre ellos el papel higiénico, que se empezaron a consumir donde no se consumían antes.

Ellos enseñándoles a escribir sus nombres, y los campesinos enseñándoles a tapiscar el maíz. Y así,

poco a poco se fue haciendo el acercamiento entre ellos. El brigadista y la brigadista convertidos ya en el hijo y la hija de la familia campesina.

Con la lámpara Coleman, con el candil, y a veces con astilla de ocote, que es una madera resinosa que

sirve de tea, se tenían las clases en la tardecita y en la noche.

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A veces las manos eran muy duras por tanto manejar el machete. Apoyaban las manos demasiado fuerte sobre el papel, y el lápiz se les quebraba. Acostumbradas como estaban esas manos a las cosas pesadas, macanas, piochas, hachas, picos, barras, no podían con el lápiz, igual que el alfabetizador no podía con esas cosas pesadas. Lo primero que había que hacer era que pusieran suaves las manos. Y esas manos les temblaban cuando estaban escribiendo sus nombres por primera vez.

Les explicaban la importancia de aprender a leer y escribir; así ya no serían engañados por otros que

quisieran aprovecharse de ellos, sus patrones por ejemplo. Les explicaban por qué la dictadura somocista nunca los había querido alfabetizar. Se analizaban folletos sobre la reforma agraria, la economía, la libertad de cultos, y los campesinos hacían preguntas. Algunos brigadistas, tal vez muchos, enseñaban también catecismo. Algunos muchachos y muchachas dirigían el rezo del rosario.

Les explicaban por qué luchó Sandino, por qué luchó Carlos, por qué se hizo la revolución. En muchacho

de 16 años, Edmundo, cuenta que los campesinos no sabían quién era Carlos Fonseca ni quién era Sandino, pero sí sabían de su realidad, que era que a veces no comían, que a veces estaban enfermos y no tenían medicinas, y sabían qué era la explotación. Y entonces él les explicaba quién era Sandino, quién era Carlos Fonseca, qué habían pretendido ellos, por qué lucharon. Y aquello que Carlos Fonseca había dicho:”Y también enséñenles a leer”. Y entonces los campesinos se iban interesando cada vez más. Las clases les iban gustando más, y les preguntaban más lo que habían hecho esas personas; y lo relacionaban más con la vida de ellos, con la explotación que habían tenido, y con la revolución.

Una vieja, mamá Luisa, se quedó en la lección que decía “Las masas populares hicieron la insurrección”.

Ella decía que estaba siempre en esa lección porque estudiaba cómo se organizó la gente a votar a Somoza. “Mire que ellos eran pocos, y sin embargo…” La primera en ocupar su asiento cada tarde junto a la tabla que servía de mesa junto a la pizarra. Por el Saslaya es que estaba sucediendo esto. El Saslaya es el cerro más alto de Nicaragua. Y decía mamá Luisa: “Al Saslaya pasaban los muchachos en aquella época”. ¿Caso que no me acuerdo cuándo Pablo Úbeda dormía allá arriba nomás, acompañado por otros barbudos y en medio de los pájaros lindos que hay allá arriba y que se llaman quetzal?”

El azul de los ojos de Valesca se humedece siempre que recuerda aquél valle verde de Wiwilì (Jinotega)

donde hace 20 años alfabetizó. Allí la costumbre era levantarse temprano y acostarse temprano. Desde que Diós amanecía ayudaba a su madre de la cruzada en los quehaceres domésticos. Iba al río a lavar ropa y lavar el maíz para las tortillas, y despiojar a las tres pequeñas, sus hermanitas de la cruzada. Su padre de la cruzada era un jornalero sin parcela, al que ella acompañaba a desyerbar el maizal, los frijoles, los repollos. Él ganaba muy poco. No les gustaba bañarse diario porque decían que les daba sangre helada; ella con paciencia logró persuadirlos de que se bañaran diario. A las dos de la tarde empezaban las clases. Ella daba esas clases hasta las cinco de la tarde, pero lo que aprendió en la Cruzada de Alfabetización, dice ella, no existe universidad que lo enseñe. Y eso fue algo que estremeció hasta el último rincón del país, hasta la más insignificante casita en las montañas nicaragüenses, como esa en la que estaba una bella adolescente, Valesca, a la que todavía ahora, 20 años después, los ojos azules se le humedecen.

Virginia vuelve a ser la niña de 13 años cuando se le recuerda la alfabetización, y empieza a sacar todas

sus fotos, y su mochila, y su cotona gris, y hasta sus notas y las cartitas de los campesinos, y entre ellas hay uno que le dice: “No me boy a sentir igual sin uste mi profesorita linda”. Y su hermana Josefina dice: “Había una unidad nacional en torno al mito de la guerrilla redentora, y con esa misma mística de la guerrilla se emprendió la lucha contra el analfabetismo”. Una de las que entonces fue chavala dice que en aquella época era una gran responsabilidad ser joven. Y otra dice que no cambiaría su experiencia de la cruzada por nada del mundo, porque antes vivía dentro de una burbuja, y descubrió la verdadera Nicaragua.

Álvaro recuerda una belleza natural increíble, montañas llenas de pinos y un valle encerrado por dos

cordilleras, y el aire con olor a pino.

“Huele a Siuna, ¿eh?...”, dice Nubia Cruz que así exclaman las muchachas de la universidad que estuvieron en la misma escuadra que ella, cuando en la época de lluvia el cielo se pone gris y las sierras de Managua se empapan de bruma, señal segura de un aguacero; porque ese tiempo de lluvia se les quedó muy grabado a las que alfabetizaron en la lejana zona del pueblito minero de Siuna.

Miguel Aragón, médico, era estudiante universitario cuando participó en la cruzada. Ha escrito un libro

sobre esos días en que estuvo alfabetizando, y cuenta que las lluvias fueron muy grandes ese año; había veces

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que no paraba de llover, y recuerda que pasaban sentados en el corredor de la casa conversando, repasando las lecciones, contando historias campesinas, o simplemente contemplando la lluvia que formaba muchas corrientes diminutas que iban rumbo a la quebrada. El aroma de hierba fresca y tierra mojada se une con nostalgia en su recuerdo con un paisaje gris visto borrosamente tras la lluvia.

Cuenta que al fin izaron con orgullo y alegría la bandera de la alfabetización declarando la comarca libre

de analfabetismo, y lo celebraron con una fiesta. Y fue la partida. El pueblo amaneció alegre, con brigadistas andando de un lado a otro, alistándose para el viaje. Los camiones a lo largo de la calle principal del pueblo formaban una columna que se extendía de un extremo al otro de la calle. Y se empezaban a poner en los camiones las mochilas, las bolsas, los animalitos que les habían dado. Él ya no pudo contener las lágrimas cuando lo abrazaron los de su hogar campesino; quiso esconderlas pero fue imposible, y los otros también lloraron, y se unieron en un abrazo con él; y por tantas partes se veía el mismo cuadro de brigadistas con sus familias campesinas, y los vitoreos triunfantes se confundían con los adioses entristecidos, dice él; y después fue un agitar de brazos apesadumbrados despidiendo a los camiones que se iban. “Una parte de nosotros se quedó allí. Una parte de nuestra vida quedó enraizada en esas tierras escabrosas que parecían hostiles al inicio, y que después se transformaron en nuestro patio”. Y años más tarde este médico, Miguel Aragón , estaba cursando una maestría de Salud Pública en Suecia, y allí conoció a un joven médico nicaragüense que había estudiado medicina porque aprendió a leer y escribir en la Cruzada Nacional de Alfabetización, en una comarca del Sauce, al norte de León, cerca de donde él había alfabetizado.

Alba Nubia era una jovencita que durante la insurrección perdió las dos manos cuando estaba fabricando

bombas de contacto, y le estalló una de las bombas. Después que triunfó la revolución le ofrecieron enviarle a la Alemania Democrática, donde le podrían poner unos aparatos que le harían las veces de manos. Pero iba a empezar la Cruzada de Alfabetización y no se quiso perder de ella. Prefirió no ir a rehabilitarse sino ir a alfabetizar si manos. Con lo difícil que debe haber sido eso (¡si fue difícil para todos, aun teniendo manos!). Hasta después de la cruzada es que fue a Alemania, donde le hicieron que los huesitos del brazo tuvieran funciones de mano.

Marta Susana era hija de uno de los mejores médicos de Nicaragua, quien era además viceministro de

Salud. Cuando se disponía a ir a la cruzada se le presentó un padecimiento que parecía ser, con mucha probabilidad, esa enfermedad mortal llamada lupus. El exponerse al sol y a todos los demás rigores del tiempo agrava más esta enfermedad y acelera la muerte. Con todo y eso, esta muchacha, con el consentimiento de su padre, que como médico conocía el caso a fondo, se fue a la cruzada. Se confirmó el diagnóstico de que era efectivamente lupus, y la muchacha estaba desahuciada. De todos modos ella no quiso volver a su casa a hacerse un tratamiento y, siempre con el consentimiento de su padre, siguió alfabetizando. Era una montañita cerca del mar Pacífico donde ella alfabetizaba. Y allí murió.

Todos los hijos y las hijas de los viceministros y ministros y comandantes y demás personas importantes

de la revolución que estaban en edad de hacerlo, fueron a alfabetizar. Sergio Ramírez, miembro de la Junta de Gobierno, tenía a su hijo alfabetizando lejos, en el centro de Nicaragua, y a la hija en otra montaña también al interior de Nicaragua donde no habían visto el mar. El hijo y la hija estaban con nombres supuestos, por razones de seguridad, porque tanto en un lugar como en el otro merodeaban muchos contras, y también, me imagino, porque no querían que se les hiciera ninguna distinción. Una vez Sergio le pidió a Fernando mi hermano un helicóptero de los que podía disponer la cruzada, para ir a visitar a su hijo. La noche antes le dijo que ya no le diera el helicóptero, porque había pensado que al hijo le molestaría que su papá llegara de esa manera, y que mejor iría por tierra. (El lugar adonde estaba alfabetizando Sergio hijo era uno al que sólo se podía llegar en mula o a pie.)

Wilike es un nombre que no está en el mapa y nadie sabía dónde quedaba. Está en el mero centro de

Nicaragua. Hasta allí llegó una escuadra de alfabetizadores, y para llegar tuvieron que navegar primero dos días por el río Tuma, y después caminar a pie dos días por montes y cañadas. Lo más difícil era que las pocas casas que allí hay, y que utilizaron los alfabetizadores, están a una hora de camino unas de otras. Por eso la escuadra sólo podía reunirse una vez por semana. Fueron 120 los que se alfabetizaron allí, hombres y mujeres. Cuando terminaron de alfabetizar los de esa escuadra situada en el corazón de las montañas de Nicaragua, tuvieron que salir a pie en medio del crudo invierno, que quiere decir en medio de la más fuerte temporada de lluvias, caminando por suampos, donde a veces perdían los zapatos, que quedaban sepultados en profundos lodazales. Por montes y ríos caminaron a pie tres días con sus noches hasta el sitio donde los esperaban los camiones que los llevarían a Managua. Se les habían terminado las provisiones de la cruzada, y después, cuando empezaron las lluvias, no habían podido recibir nada más, ni azúcar les llegó, y sólo comían tortilla con sal, pinol (que es el

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maíz en polvo) y plátanos medio silvestres que se daban por allí; pero gracias a esos muchachos Wilike fue otro lugar donde la revolución pudo decirle a Carlos Fonseca: “Y también les enseñamos a leer”.

Llegó pues el día en que toda esa mitad del pueblo de Nicaragua anteriormente analfabeta aprendió a

distinguir las vocales de la palabra generadora: la revolución. Ligia, de 17 años, dice: “Los compañeros campesinos se comprometían a cambiar, transformar su realidad, porque les explicábamos que no éramos nosotros los que la íbamos a cambiar, sino que tenían que hacerlo ellos todos juntos”.

Y así fue que en la última etapa se declaró la que se llamó “Ofensiva Final Contra la Ignorancia”, y

entonces se redoblaron todos los esfuerzos, dando más horas de clase que lo acostumbrado, avanzando todo lo posible para concluir antes de tiempo o al menos en el tiempo estipulado.

El teólogo español José González Faus estuvo en una ceremonia de clausura de una brigada en el norte,

y cuenta que una muchacha brigadista iba llamando a los alfabetizados y dándoles un diploma y un abrazo; la voz se le fue quebrando por la emoción; los últimos nombres los pronunciaba ya con un sollozo que hacía difícil entenderlos. Cuando sólo le quedaba un diploma, no pudo más, lo entregó a un compañero para que lo leyera y se retiró a llorar a un rincón. La pregunta que él se hizo fue cuántas muchachas españolas habrían tenido la emoción de esa negrita arrimada a la pared de una escuela de montaña.

Durante cinco meses las calles de Managua y de las otras ciudades estuvieron con una quietud extraña.

Y era porque una buena parte de su población, los adolescentes y los jóvenes, se habían ido al campo a la segunda guerra de liberación. Pero el 23 de agosto que concluyó la cruzada se vieron en las calles de Managua 300 000 personas, los brigadistas y sus familiares y amigos, que se reunieron en una celebración casi tan multitudinaria como la que hubo cuando el triunfo de la revolución. La juventud delirante invadió el estrado donde estaban los nueve de la Dirección Nacional y los hicieron cambiarse sus chaquetas verde olivo por las cotonas grises de ellos. Muchos se quedaron allí bailando hasta la madrugada (también haciendo bailar a los de la Dirección Nacional) y fue la fiesta más grande que ha habido en la historia del país.

El analfabetismo disminuyó del 54% al 13%. El parte final de guerra dijo que a la par que se

combatía sin descanso para aniquilar la ignorancia, se desarrollaban otras tareas en beneficio de la comunidad, como construcción de parques, escuelas, pozos, letrinas, caminos, puentes, etcétera. Además de la participación en los trabajos del campo, especialmente la siembra y cosecha de granos.

El parte final también informaba el número de bajas que había habido en la cruzada, y que habían sido

en total 56: 41 por accidente, ocho por muerte natural y siete asesinados.

El primer brigadista asesinado fue el campesino Georgino Andrade, que era además el responsable de la alfabetización de toda la comarca. Él era humilde y abnegado y un verdadero líder revolucionario. La zona donde alfabetizaba estaba cerca de la frontera con Honduras, y por allí es por donde entraron las bandas contrarrevolucionarias que lo torturaron y lo asesinaron, con el propósito de infundir miedo a los demás alfabetizadores. Pero ni uno solo desistió por este crimen. Después fue que Fernando recibió la noticia de que una muchacha había sido asesinada en las montañas de Yalí y se dirigió allá inmediatamente con mucho dolor y rabia y temiendo también que se comenzara a desgranar el Ejército Popular de Alfabetización. Pero la escuadra de 30 muchachas adolescentes en que alfabetizaba ella estaban llenas de valor y decisión, y lo recibieron con dos consignas combativas que ellas mismas se acababan de inventar: “Ni a balazos ni a patadas nos sacarán de la cruzada” (porque los contras habían dicho por radio que las seguirían matando si no dejaban de alfabetizar) y “La patria no será completamente liberada mientras no esté completamente alfabetizada”. Y siguieron alfabetizando hasta el final. Unos pocos días después, bien entrada la tarde, le avisaron a Fernando por radio que en las montañas de Wasala habían violado a unas brigadistas, y tres escuadras de muchachas, 90 en total, habían bajado al pueblo y decían que no regresarían a sus lugares de trabajo si él no llegaba a hablar con ellas. Las encontró a media noche en una pequeña escuela iluminada con una lámpara Coleman. La dijeron que no regresarían a la montaña a seguir alfabetizando si no les garantizaba que esa violación no se repetiría. Fernando cuenta que, tan entristecido como ellas, les habló con cariño y sinceridad, y les dijo que era imposible que se les diera esa garantía; que no tenían la manera de impedir esos crímenes. A la salida del sol dos de las escuadras le dijeron que no abandonarían a sus campesinos y volverían a la montaña. La otra escuadra dijo que tampoco abandonaría a la cruzada, pero pidieron ser trasladados a un lugar más seguro, y allí se quedaron hasta el final. Hubo muchas muchachas violadas, pero eso no impidió que las muchachas siguieran alfabetizando.

“Sólo el amor la hizo posible”, dijo de la cruzada el ministro de Educación, Carlos Tünnermann.

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Una mañana Tünnermann recibió una llamada de París: era del secretario general de la UNESCO que lo llamaba para darle la noticia de que a Nicaragua se le había otorgado la medalla Nadezhda K. Krupskaya por su campaña de alfabetización.

Fernando había dicho que esta campaña no debía ser un mero acontecimiento, como unos fuegos

artificiales que se acaban. Para eso se iban a aumentar las escuelas primarias, porque si no, dentro de unos años tendría que hacerse otra campaña semejante. Y se crearía también una educación de adultos que haría el seguimiento de la cruzada. (El mismo día que se celebraba en Managua el triunfo de la alfabetización se constituyó el viceministerio de Educación de Adultos.)

Nicaragua tenía entonces tres millones de habitantes, y de esos tres había uno estudiado, lo que nunca

existió antes en la historia del país.

¡Y era tanto lo que se leía en esos días en Nicaragua! Un ejemplo: la revista de la Juventud Sandinista se inició con 10 000 ejemplares, cosa que nunca se había visto antes, y se vendieron en un solo día. Para el segundo número se hicieron 13 000 y también se vendieron en un solo día. Para el tercer número fueron 20 000, para el cuarto 25 000, 40 000 después, y no sé cuántos llegaron a ser al final.

En Nicaragua no había habido editoriales durante el somocismo. Ahora se creó una distribuidora (Imelsa)

para distribuir las ediciones nacionales, que eran muchas, y también los libros importados. Al libro era subsidiado, o sea que se vendía a menor precio del que costaba. Y empezamos a tener ferias y exposiciones. En cada fábrica, en cada institución, en cada barrio, en cada comunidad, había exposiciones y ventas, y se fue creando en el pueblo el hábito de la lectura.

Hubo lo que se llamó Subproductos de la Cruzada de Alfabetización. Y fue que centenares de brigadistas

de la cultura (así llamados) recopilaban lo que hubiera de relatos folclóricos, leyendas y cuentos, canciones y poesía, como también recetas de comidas especiales y recetas de medicinas, y datos sobre la flora y la fauna, y noticias de tesoros arqueológicos. También se recogía en todas partes la historia oral de la insurrección, tratando de conocer la versión de las masas y de los líderes populares. Para esto se dieron 200 grabadoras y 12 000 casetes, con los que se obtuvieron 6 000 horas de grabación y más de 3 000 entrevistas.

Hubo unas Brigadas Móviles Culturales que organizó el Ministerio de Cultura, integradas por artistas de

todo el país. Andaban por todas partes junto con los alfabetizadores, llevando el teatro, la canción, la música, la poesía, además que también ellos recogían las manifestaciones culturales que encontraban en el campo. Y debido a la Cruzada de Alfabetización se generó un gran movimiento de aficionados del arte: teatro, música, baile, poesía, pintura.

Hubo lo que se llamó la Retaguardia de la Alfabetización, que estaba a cargo del Ministerio de Cultura.

La cruzada la llevaba a cabo el Ministerio de Educación, y esta Retaguardia que nos tocó a nosotros era para mantener ocupados a los niños que estaban sin maestros los cinco meses que duraría la cruzada. Eran 80 000 niños sin maestros, y a nuestro ministerio le tocó mantener ocupados a esos niños en todos los barrios, poblados y ciudades, con juegos infantiles, trabajos manuales y actividades artísticas de toda clase.

Hubo también otra campaña de alfabetización que fue la del ejército. Se descubrió que entre ellos había

el 50% de analfabetos. Esa campaña se hizo antes que el Ministerio de Educación hiciera la nacional, porque para entonces todo el ejército debía estar apoyando la gran cruzada. Los que alfabetizaron fueron los mismos soldados. Como las tropas están concentradas en el mismo lugar, allí fue más fácil y se hizo en la mitad del tiempo que la cruzada nacional. No hubo ya ningún soldado que no supiera leer y escribir, y se consideró que eso era también otra manera de defender la revolución.

La alfabetización fue la organización más grande que ha tenido Nicaragua en toda su historia. Y también

fue un descubrimiento que Nicaragua tuvo de sí misma.

Hasta entonces nos dimos cuenta que Nicaragua era un país de cuatro idiomas, y nosotros mismos en el Ministerio de Cultura antes no habíamos estado conscientes de eso. La alfabetización no fue una campaña de castellanización, y no fue represiva en ese sentido, sino que se hizo en español y en los otros tres idiomas de Nicaragua: inglés, miskito y sumo, con una cartilla idéntica a la española.

Otro descubrimiento que hubo con la cruzada fue que los alfabetizadores no eran los únicos que

enseñaban y los campesinos los únicos que aprendían, sino que también enseñaron los campesinos y 19

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aprendieron los alfabetizadores. Y que en el campo hay tantos conocimientos como en las universidades, únicamente que son diferentes. Un profesor universitario no sabe tejer la palma para techar un rancho, labrar una jícara para beber agua en ella, parar la sangre de una herida con una hoja. Ulises, de 17 años, cuenta: “Yo puse el machete cumbo en un palo, así, y entonces no sé, el machete se cae para acá, me cae, acá en el brazo, y me hiere. ¡Ay! Y el montón de sangre que me corre por el brazo; entonces el campesino me amarra un nudo aquí en la muñeca y pone una hoja, y entonces ya me quedó sana la herida”.

Fernando, que dirigía la cruzada, había dicho que la alfabetización era esencial

para la democracia. Sólo así el pueblo podía participar en las decisiones nacionales. Se aprende a leer y escribir para poder interpretar la realidad en que se vive. Y Sergio Ramírez había sido tajante: “La alfabetización es no sólo para enseñar a leer y escribir, sino para cambiar”.

La cartilla de alfabetización se había hecho aprovechando las experiencias que

había habido en otras situaciones revolucionarias en varios países, y con el método de la educación popular de Paulo Freire, pero con un sello propio nicaragüense. Los temas de las lecciones eran tomados de la realidad de Nicaragua: la revolución, Sandino, Carlos Fonseca, el papel del FSLN y las masas en la insurrección final y en la victoria, la reforma agraria, la salud, la educación, la recreación de los niños, la religión, la democracia, la solidaridad internacional. Una señora se fascinaba con las fotos de la cartilla; siempre estaba hablando de las fotos, no le gustaba pasar a otra cosa porque decía que también estaba aprendiendo políticamente con esas fotos, y porque había muchas cosas que no sabía.

Ariel era un muchacho que aprendió a leer con las palabras pintadas en las

paredes durante la insurrección: “Abajo la dictadura somocista”, “Muera Somoza”. Él oía gritar esas palabras, y las veía escritas, y tenía una gran curiosidad por descifrarlas. Las copiaba en un papel, y cuando llegaba a su casa trataba de identificar los gritos que había oído con las palabras de las paredes, y así entendió que una quería decir a-s-e-s- i-n-o y que la otra quería decir t-i-r-a-n-o, aunque otras no las entendía. Entró al Frente Sandinista y empezó a luchar con los otros muchachos de su barrio, mientras aprendía a descifrar más palabras, como abajo o dictadura. Sin saberlo, él estaba aprendiendo con el método de Freire. Es el método de una educación liberadora que parte de la misma realidad en que se vive. Así como Ariel se alfabetizó con las palabras dictadura, Somoza, asesino, escritas en los muros, también la cartilla de la cruzada tenía sus propias palabras básicas inspiradas en la realidad histórica y política del país, como revolución, trabajadores, analfabetismo, Sandino, que no sólo enseñaban al pueblo a leer las letras sino también a entender su mundo y a cambiarlo.

Con esos temas de la cartilla y esas fotos, muchos campesinos se esforzaron en

aprender a leer lo más rápido posible. Y también muchos querían que el cambio de su realidad fuera inmediato, y había que explicarles que sería poco a poco, que la revolución era un proceso que apenas estaba empezando.

El poeta José Coronel Urtecho escribió en la cruzada:

Fue el despertar del pueblo nicaragüense, de la masa popular campesina y aldeana condenada al oscurantismo, a la ceguera mental, a la ignorancia irredimible por el analfabetismo; la iniciación, la introducción de los pobres, de los inmemoriales, de los eternos pobres, al reino de la letra, de la escritura; a la posibilidad de recibir y transmitir el saber escrito, a la capacidad de estudiar y aprender y por lo consiguiente el ascender grada por grada, grado por grado, todos los escalones de la desconocida, la inacabable escala de la cultura nacional y mundial.

Y el teólogo José González Faus dijo que esa alfabetización había sido una de las

maravillas de la historia, como las pirámides de Egipto o la muralla china.

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