CORRIGE A
TU HIJO
Por:
Pastor David Cortés Peña
CORRIGE A TU HIJO
Texto Usado bajo permiso del
Pastor David Cortes P.
Enseñado el 12 De Marzo 1995
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La sociedad perece por falta de
disciplina. Los problemas sociales son
debido a la falta de una disciplina correcta.
Muchos de nuestros problemas se deben a
que no nos disciplinaron con sabiduría.
El necio, el perezoso, el inconstante, el
inmoral, el rebelde, el altanero, el
improductivo, etc. Son el resultado de la
falta de disciplina en su niñez y en su vida.
¿Ha visto usted a los jóvenes que no
saben qué hacer? Les faltó disciplina. No
saben a dónde van, No saben lo que
quieren. Están tristes y amargados,
deprimidos. Hubo falta de equilibrio en su
disciplina cuando estaban pequeños.
¿Ha visto usted a algún muchacho que
no dura en un mismo trabajo? Faltan con
frecuencia. La vida les parece broma. Les
faltó disciplina cuando estaban pequeños.
¿Ha visto muchachos rebeldes, jóvenes
y señoritas altaneros, groseros,
impetuosos, desordenados? Les faltó o le
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sobró disciplina. No hubo una disciplina
bíblica en sus vidas.
Hay muchas consecuencias, tristes,
terribles, y muchas irreversibles, por falta
de la disciplina.
Si llegamos a adultos y no tuvimos la
disciplina necesaria en nuestra infancia,
¿habrá remedio? Creo que sí, entonces este
mensaje no va a ser aplicado solamente a
los padres, a quienes lo dirijo, también
será de beneficio para todos nosotros que
en un momento dado sentimos que la
disciplina no fue del orden que debió haber
sido en nuestra infancia. Hay muchas
cosas que nosotros, como adultos
maduros, podemos corregir con el solo
entendimiento de nuestras circunstancias,
de nuestras condiciones. Pensar y razonar
ya sea cuando se es adulto, o como padre,
o aún como abuelo, que a mi vida le falta
disciplina. Y como consecuencia empezar a
ejercitarla a mí mismo puede ser la
solución a nuestros dolores de cabeza.
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La disciplina es uno de los elementos
más importantes de la vida y puede ser
aplicada tanto a los pequeños como a los
grandes. No solamente un muchacho
indisciplinado es un problema en la
sociedad. Es más grave el adulto
indisciplinado. Somos más causante de los
problemas los adultos que no sabemos
disciplinar nuestra vida. Porque si no
tenemos disciplina tampoco tendremos
moralidad, ni responsabilidad, mucho
menos obediencia y seremos no solamente
capaces de hacernos sufrir a nosotros
mismos sino que haremos sufrir a muchos
otros. Lo peor es que ya no tenemos
muchas autoridades sobre nuestra cabeza
como las que tienen los niños.
La disciplina es el remedio para
muchos males. La Palabra de Dios maneja
con hábil destreza, como todo lo que
caracteriza a la Biblia, este asunto de la
disciplina. El verdadero concepto de la
disciplina está en la Biblia, la Palabra de
Dios. El saber el porqué, cómo y cuándo
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disciplinar será lo que nos va a ocupar en
las siguientes líneas de esta predicación.
¿Porque debo disciplinar? Debo
disciplinar en primer lugar porque Dios lo
manda. No solamente voy a disciplinar a
mis hijos, sino que voy a disciplinar mi
propia vida porque Dios lo manda. Dice el
mismo versículo que leímos al empezar:
“Corrige a tu hijo y te dará descanso y
te dará alegría a tu alma.” No es
solamente un consejo. No es solamente un
principio; es una orden, es un mandato de
Dios.
La disciplina es algo que le caracteriza
a nuestro Dios. Dios es un Dios de orden.
Es un Dios de mandatos, de preceptos, de
diseño. Dios es un Dios que en Su
Sabiduría se nota Su Disciplina. Él manda
y se obedece. El ejecuta las órdenes y vigila
que se ejecuten tal y como las mandó. Dios
castiga, Dios tiene misericordia. Dios es
equilibrado en sus ejercicios de disciplina.
Dios es un Dios que no solamente se le
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caracteriza por su orden y su disciplina
personal, sino también por ejercicio que Él
hace de la disciplina. Y Él exige que sus
criaturas, y en forma directa y especial,
sus hijos seamos disciplinados. Dios
manda que seamos disciplinados
¿Porque debo entonces disciplinar?
Porque Dios lo manda.
I. ¿PORQUE DEBO DISCIPLINAR A MIS
HIJOS?
Número 1: Porque Dios lo manda.
Tal vez la sociedad no lo aconseja, tal
vez la experiencia psicológica no lo diga
así, tal vez los criterios contemporáneos no
sean acordes a lo que Dios dice; pero
nosotros como Cristianos sabemos que
Dios lo manda y eso es suficiente.
Corrige a tu hijo, corrige a tu hijo.
Muchas veces nosotros hemos dicho esto
para nosotros mismos. Tal vez lo hemos
logrado decir a nuestros hijos con respecto
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de sus hijos. Hijo corrige a tu hijo. Tal vez
nosotros hemos visto algunos desórdenes
en los hijos de otros. Decimos para dentro
de nosotros mismos: “Ese muchacho lo
que necesita es que su padre lo corrija”.
Hay veces que las autoridades del gobierno
les dicen a los padres “corrige a tu hijo”.
Hay veces que el vecino nos dice: “Corrige
a tu hijo”. Pero ninguna orden, ningún
mandamiento tendrá el fuerte respaldo
que Dios tiene. Si la sociedad no dijese
nada, si la moralidad no dijese nada, si la
educación no dijese nada, sería suficiente
que Dios lo dijese. Y Dios lo dice, “Corrige
a tu hijo”. Dios lo manda.
Número 2: Debo disciplinar
porque los hijos lo necesitan.
No solamente Dios lo manda. Sino que
los hijos mismos lo necesitan. El capítulo
20 de Proverbios y versículo 30 dice así:
“Los azotes que hieren son medicina
para el malo, y el castigo purifica el
corazón.” Que los hijos necesitan
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disciplina es una verdad absoluta, la
necesitan, la piden, muchas veces
verbalmente lo están diciendo. Cuando yo
era soltero y estaba más joven, escuché a
un padre de familia que le decía a su hija:
“Estate en paz,” la niña, que era una
muchachita de unos trece años, no le
hacía caso. “Estate en paz, te voy a pegar,”
le decía el papá. “No juegues con eso, te
vas a cortar,” le reconvenía de nuevo. “Si
sigues te voy a pegar.” Cinco, seis, siete
veces en que el papá le dice: “Hija, si
sigues te voy a pegar” y la hija le responde:
“Pégame pues,” Por lo que el padre
sentencia: “Bueno, tú lo dices.” Se levantó
y le dio una tunda y ya se quedó contenta.
Lloró, se desahogó. Parecía que era una
medicina que le hacía falta. “Corrige a tu
hijo y te dará descanso,” dice la Biblia. Los
azotes que hieren son medicina para el
malo, y el castigo purifica el corazón.
La disciplina es una necesidad en
nuestros hijos. Nosotros ya adultos
también la necesitamos. Hoy estamos
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viviendo las consecuencias de la falta de
disciplina. Hoy nosotros estamos haciendo
algunos errores en nuestra vida, en
nuestro proceder como adultos, como
ciudadanos, como padres, o cónyuges
porque nos faltó disciplina. Tal vez
nuestros padres nos sobreprotegieron
demasiado y ahora nosotros vivimos
inseguros. Tal vez nuestros padres no nos
dieron cuanto debieron darnos y ahora
nosotros creemos que nadie nos puede
poner una mano encima. Y hemos sufrido
consecuencias de eso, no estamos sujetos
a ninguna autoridad. Nadie nos quiere,
nadie nos acepta, nadie nos respeta
porque nosotros tampoco sabemos
respetar a la autoridad porque cuando
estábamos pequeños no nos dieron esa
medicina que se llaman azotes, disciplina.
Número 3: Porque la necedad está
ligada al corazón del muchacho.
Proverbios 22:15 dice así: “la necedad
está ligada al corazón del muchacho;
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más la vara de la corrección la alejará
de él.” Lo dice la Biblia, como que sabe lo
que está diciendo. El muchacho tiene a sus
corazón ligada la necedad, la terquedad, la
imprudencia, El niño desde pequeño tiene
en su corazón la necedad, y el necesita un
ejercicio de la disciplina que en este
versículo se llama “vara”. Para que eso
aleje la necedad de él. Usted sabe que la
necedad trae muy malas consecuencias.
Usted sabe que ser necio, terco, testarudo,
no nos trae muy buenas consecuencias en
la vida. Un hombre necio no tiene muchas
esperanzas. Una mujer necia no tiene
ninguna aceptación en ningún medio.
Sufre mucho, dondequiera tiene
problemas, todo el mundo le rechaza. Y ese
necio era necio desde chico. Lo que le faltó
fue la vara de la corrección para que
alejara la necedad de su corazón.
La Biblia dice que la necedad está
ligada al corazón de muchacho pero la vara
de la corrección lo alejara de él. ¡Lástima
que hoy en día esto no se permite! Y
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entendemos el porqué: no se permite que
en la escuela se castigue con azotes a los
niños, con vara. La sociedad era más
ordenada cuando nos castigaban en la
escuela. Cuando teníamos miedo que el
maestro nos pegara con la regla. Vivíamos
más ordenados. No teníamos tantos
problemas. No tan fácilmente se robaban
las cosas del salón y de la oficina de la
directora o director en las escuelas
primarias. No se les faltaba al respeto a los
maestros con tanta facilidad como pasa
hoy, porque le tenían miedo a la vara.
Pero hoy la sociedad moderna ha dicho
que eso puede traumar, que puede traes
muchas consecuencias, y entendemos que
se han emitido órdenes para que no se
discipline con vara a los muchachos
porque hay mucho abuso de la disciplina.
Eso es cierto, y lo voy a tratar aunque sea
someramente un poco más adelante. Pero
a mí me gustaría que otra vez volviesen
aquellos tiempos cuando le tenían que
pegar a los chamacos para que
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obedecieran a los propios maestros de
aquellos tiempos, sin que eso implique que
no haya buenos maestros actualmente,
prueba de ello son nuestros propios
maestros en la escuela Cristiana, pero
ahora no hay tantos buenos maestros
como los había en aquel entonces. Ahora
se ha perdido la vocación, como dicen
muchos, se ha perdido mucho el amor por
la educación. Y pienso que eso se ha
perdido precisamente porque los maestros
no tienen la posibilidad de ejercer
disciplina y así implantar la educación en
el corazón de los muchachos.
La Biblia dice, tal y como lo decía
cuando usted y yo éramos chicos y lo dirá
aunque cambie la sociedad, “…la necedad
está ligada al corazón del muchacho,
más la vara de la corrección la alejará
de él”.
Yo recuerdo cuando merecí un castigo
en la escuela. Todavía no se me olvida.
Usaban el metro de madera. Me pusieron
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las manos con la yemas de los dedos hacía
arriba. Y decía la maestra: “Ponlos.” Y yo
no quería. “Estíralos.” Y aunque uno no
quisiera esperaba el golpe. No me mató, no
me hizo derramar sangre. No fui con mi
papá y le dije: “Papá tienes que demandar
a la profesora porque me pegó.” Al
contrario, si yo le decía a mi papá que me
habían castigado, peor me iba: así que
mejor me quedaba callado. Porque la
necedad está ligada al corazón del
muchacho. Y la única forma de despegarla
de ahí es con la vara de la corrección.
Aunque tú seas un buen Cristiano tu
hijo tiene una característica en menor o
mayor grado que tiene la necedad adherida
al corazón. Es parte de la naturaleza del
hombre. Empeñarse en pecar es la
tendencia natural pecaminosa producto de
nuestra naturaleza caída en la cual hemos
nacido. No es que el muchacho sea malo,
menos malo, o más malo. Hay una realidad
y esta es que el muchacho insiste en hacer
el mal para medir la capacidad en la cual
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va a poder desenvolverse dentro del mal.
Ser necio es tratar de insistir en
desobedecer, en romper las reglas para
tratar de medir hasta donde vamos a poder
romper esas reglas.
El padre sabio saca la vara y detiene la
desobediencia en sus hijos. El mismo
pasaje en Proverbios 22:28 dice: “No
traspases los linderos antiguos que
pusieron tus padres.” Pero el muchacho
insiste en desobedecer. Persiste en
rebelarse. Seguido quiere desobedecer. Y
aunque uno le dice y le advierte, hay
necesidad de la vara. No hay muchacho
bajo el cielo que no necesite la vara una
vez por lo menos. Hay muchachos que
necesitan muchos varazos. Hay
muchachos que necesitaron menos
varazos. Pero todos necesitamos la vara de
la corrección.
Usted dirá: “A mí nunca me pegó mi
papá”. Bueno a mí me gustaría ver cómo le
va a usted ahora. Usted se jacta diciendo:
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“A mí nunca me pegó ni mi padre, ni mi
madre. Yo no tenía eso, mi padre me dio
absoluta libertad. Yo siempre viví como
pensé que debería de vivir”. Me gustaría
pensar lo siguiente: ¿Cómo ordena usted
su vida?, ¿Qué tan disciplinado, que tan
ordenado, que clase de padre, esposo y
hermano es usted?, ¿Qué tan Cristiano es
usted? Si la Biblia dice que la vara necesita
ejecutarse para que la necedad se
despegue del corazón, es porque es así.
La necedad está ligada al corazón de
muchacho, más la vara de la corrección lo
alejara de él. Los padres temblamos tan
solo de pensar que algún día le tendremos
que pegar a nuestros hijos. Porque si hay
alguien a quien no le gusta pegarle a su
hijo es al buen padre o a la buena madre.
No nos gusta. A veces preferimos ignorar,
nos hacemos de la “vista gorda”, como
decimos vulgarmente, con tal de no
ejecutar la disciplina. A veces lo padres
quisiéramos que la mamá no nos dijera
nada, que nunca nos hubiera dicho, que
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ella le hubiera pegado con tal de no tener
que enfrentar la realidad: “Le tengo que
pegar a mi hijo”. Porque el que más sufre
es uno. Dios lo sabe y usted lo sabe
también. Los hijos no lo pueden creer. No
lo van a creer hasta que tengas a sus
propios hijos.
No podemos esperar que ellos
entiendan eso. Lo que si podemos esperar
es que sean necios y que solo la vara de la
corrección les puede alejar la necedad de
su corazón. Así que hermano, vaya usted
haciéndose de la idea. Un día le va a tener
que pegar a su hijo. Es mejor que piense
que a lo mejor ahorita ya usted está
necesitando ejecutar disciplina en sus
hijos, en su casa, en su hogar y en su
propia persona. Tal vez es una urgencia
que usted está teniendo y por eso la
Palabra de Dios llega a usted oportuna en
este momento.
Hay muchas parejas jóvenes en
nuestra Iglesia, y si el Señor lo permite un
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día tendrán sus propios hijos. Escuchen
esto: castiguen a sus hijos cuantas veces
sea necesario. Lo van a tener que hacer
porque la necedad está ligada al corazón
del muchacho más la vara de la corrección
lo alejara de él. Por favor no esté pensando
usted que estoy hablando de medo matar a
los muchachos. Reciba en gotas la
información de la Palabra de Dios.
Esa muchachita grosera, esas palabras
sucias que ya salieron de su boquita
necesitan un castigo. Sabe usted, los
muchachos groseros, malhablados,
empezaron con una grosería pequeña.
¿Saben qué hicieron sus padres? Se rieron
de su gracia. “Ay mi hijito, ¿de dónde
aprendiste? Dile a tu mami lo que acabas
de decir, repítelo.” Y cuando están grandes
son los majaderos que no tienen remedio.
Y aun cuando se convierten al Señor
Jesucristo se les salen las víboras de la
boca porque les faltó disciplina cuando
estaban pequeños.
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Debo de disciplinar porque Dios lo
manda. Debo disciplinar porque mis hijos
lo necesitan. Debo de disciplinar porque la
necedad está ligada al corazón del
muchacho.
Número 4: Debo disciplinar a mi hijo
porque lo amo.
Proverbios 13:24 dice la Palabra de
Dios: “El que detiene el castigo, a su
hijo aborrece; más el que lo ama, desde
temprano lo corrige.” Los amamos, de
ninguna manera ejercer disciplina es
indicativo de odio. Es amor. Ejecutar
disciplina, castigar a nuestros hijos, darles
a ellos unos varazos no quiere decir que no
los amamos. Si no los corregimos estamos
tratando de decir que los aborrecemos. La
Biblia declara que el que detiene el castigo
a su hijo aborrece. Actúa como si no lo
amase. Porque sabe bien en su propia
experiencia, sabemos bien que sin
disciplina el muchacho va a ser
desordenado. Aun así lo dejamos.
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Sabemos que la falta de obediencia, de
prudencia, de acatamiento a las órdenes le
va a traer sufrimiento a ese muchacho. Sin
embargo, no lo detenemos. Estamos
diciendo: “Entonces hijo, que te vaya como
te vaya. Yo no me meto con tu vida.” Eso
es aborrecerlo. El que ama a su hijo desde
temprano lo corrige. Pero el que detiene el
castigo a su hijo aborrece.
Castiga a tu hijo. Corrige a tu hijo.
Ejecuta la disciplina en tus hijos. Ellos lo
necesitan. De alguna manera los
muchachos van a entender que les
amamos cuando nosotros ejecutamos la
disciplina para con ellos. Si usted coge a
su muchacho y le dice: “Hijo, hiciste esto, y
esto, y esto, cuando yo ya te había dicho
que no lo hicieras. Yo como padre tuyo te
voy a castigar. Desobedeciste
deliberadamente e hiciste lo que no
deberías de hacer y ya te habíamos
advertido que no lo hicieras, sin embargo,
tú lo hiciste. Mi deber como padre es
castigarte. Voltéate porque te voy a pegar.”
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Luego le dice, ya que el niño está
llorando, hay unos que no llora, pero la
mayoría llora. Le dice: “Hijo, todo eso yo lo
hago porque te amo, porque quiero que
seas un hombre de bien. Porque quiero
que te vaya bien en la vida. En la vida se
necesita orden, obediencia, cumplimiento,
responsabilidad, por eso te castigo hijo.”
El muchacho de momento dirá: “Yo no
sé qué quiere decir que me ames sería que
nunca me pegaras, que nunca me llamaras
la atención.” Y no necesita llegar a ser muy
grande para que el caiga en cuenta que el
ejercicio de la disciplina es una muestra de
amor a su vida.
Los muchachos Cristianos conforme
van creciendo, todos esos chiquillos que
tenemos en la Iglesia, pronto se dan
cuenta de las desgracias de los jóvenes
cuando viven desordenados. Y ellos
mismos dicen: “Oye papá, a ese muchacho
nunca le pegaron ¿verdad?” Ellos mismos
dicen: “Oye papá, ¿Qué no tienen papá que
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les castiguen como tú me castigas a mí?”
de alguna forma ellos están cayendo en
cuenta que nosotros les amamos. Pero si
los muchachos nunca creen que nosotros
les amamos porque les castigamos, de
todos modos la Palabra de Dios dice, que el
que detiene el castigo a su hijo aborrece,
más el que lo ama desde temprano lo
corrige. Usted no está demostrando amor a
sus hijos si no los disciplina.
Número 5: Debo disciplinar porque
es para su propia felicidad.
Proverbios 19:15 dice así: “La vara y
la corrección dan sabiduría; más el
muchacho consentido avergonzará a su
madre.” Dice que la vara y la corrección
dan sabiduría. ¿Usted quiere un hijo
sabio? Todos queremos hijos sabios,
entendidos, despiertos, diligentes. ¿Sabe
qué tenemos que hacer? Castigarlos
cuando hacen mal. Hay que llevarlos a la
escuela. Si, una buena escuela, sí, de
acuerdo. Hay que darles unos buenos
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maestros. Hay que pagarles maestros
extras si es necesario. Usted piense lo que
quiera pero si ese muchacho hace todo lo
que usted le dice en ir a la escuela y todo
eso, pero es desobediente, rebelde, grosero,
incumplido, irresponsable, le falta
disciplina. Ese muchacho va a sufrir en la
vida. La vara y la corrección son camino de
sabiduría, dice la Palabra de Dios. Así que
por la propia felicidad de los niños
necesitamos disciplinarlos.
Número 6: Debo disciplinar por mi
propia felicidad.
Dice el versículo 15 de Proverbios 29,
“La vara y la corrección dan sabiduría;
más el muchacho consentido
avergonzará a su madre.” Y el 17 dice,
“Corrige a tu hijo, y te dará descanso, y
dará alegría a tu alma.” Por nuestra
propia felicidad. Por nuestra propia
satisfacción. Por nuestra propia
realización, si le quiere llamar así, como
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padre, como madre necesita disciplinar a
su hijo.
Usted ha visto un muchacho
consentido ¿verdad? Es cierto que
avergüenza a su madre. Grandote y todo
chipilón, todo consentido, todo mimado. No
es capaz de obedecer nada. Nada más le
pega un grito uno y ya va llorando. Va
aquella mamá haciendo un escándalo
diciendo: “A mi hijo lo tratan mal y no lo
quieren aquí en la Iglesia.” Péguele, que es
lo que necesita. Métale dos o tres palos
cada vez que hace un berrinche para ver si
no se endereza. El muchacho consentido
avergonzara a su madre. ¿Sabe quién es el
que va a ser avergonzado? Su madre, no la
escuela. Su madre, no la Iglesia. Su madre,
no los vecinos. Su madre y su padre
porque el muchacho necesita que se le
corrija. La Biblia dice, “Corrige a tu hijo.”
¿No te obedece? Corrígelo. ¿Es un rebelde?
Corrígelo, enderézalo, dale que le duela,
que llore, que sufra ahora porque esas
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lágrimas son ahorro de muchas lágrimas
que podría derramar en el futuro.
Por la propia felicidad de ellos, porque
la vara y la corrección dan sabiduría. Por
la propia felicidad mía, que si no lo corrijo
me va a dar vergüenza cuando este viejo.
Además, dice: “Corrige a tu hijo y te
dará descanso.” ¡Que tranquilo vive uno
ya de grande cuando uno sabe que sus
hijos saben portase bien! Que tranquilo
vive uno cuando sabe que su hijo va a salir
y le dice: “Hijo, no llegues después de las
nueve de la noche.” Y el hijo dice: “Si papi.”
Y uno se queda tranquilo. Ya faltan 10
para las 9, faltan 10 minutos para que
llegue mi hijo. Y lo tiene bien seguro. Y el
muchacho llega rayando a las 9 de la
noche y el papá dice: “Yo ya sabía” o si no
llega, suena el teléfono y dice: “Papi se me
ponchó el carro, por favor puedes venir a
ayudarme o voy a llegar en 10 minutos. Me
está ayudando alguien aquí.
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Pero ¿Cuál es el padre que dice: “Hijo
te quiero aquí a las nueve,” porque sabe
que va a llegar a las once? Si llega a las
once se da por bien servido. No llega a las
once y luego pasa una ambulancia y uno
dice: “Mi hijo.” Al rato pasa una patrulla y
el padre dice: “Mi hijo.” Prende uno las
noticias y ve la violencia que hay y dice
uno “Mi hijo.” Es una tormenta en el alma.
¿Sabe por qué hermano? Porque no lo
corregiste cuando estaba más chiquito.
Corrige a tu hijo y te dará descanso. Y
te dará alegría a tu alma. Satisfacción,
orgullo, gozo a tu alma si tú lo corriges
desde pequeño. Tienes que corregirlo. No
hay de otra. El mundo no ha estado
nunca, ni está ahora, n i mucho menos, ni
estará después, como para que el hijo
crezca al garete, a la deriva. No se puede.
Nunca confíe en el buen corazón del
muchacho. Nunca confíe en el buen
corazón de ellos. La carne es carne, la
carne es débil. Y cualquiera puede caer en
las garras de la tentación y de una
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seducción, cualquiera. Hasta el más
obediente y noble de los corazones necesita
corrección. Alguna vez va a probar el mal.
Alguna vez se va a aventurar. Y esa
sola aventura puede ser en la adolescencia
y puede ser que tu hija pierda la virginidad
y te salga con un embarazo una sola vez. Y
una sola vez puede probar las drogas, y
una sola vez puede hacer una maldad y
parar en la penitenciaria, de una sola vez.
No confíe en el buen corazón del
muchacho, no. “Mi hijo es muy bueno.” Si,
tu hijo es muy bueno. El diablo es muy
malo, y el mundo es muy malo, y la gente
es muy mala. Tu hijo es muy bueno, no lo
dudes, necesita disciplina. Para que el
muchacho aprenda a guardar la distancia
suficiente entre el barranco y el lugar
seguro. Corrige a tu hijo, y te dará
descanso y dará alegría para tu alma.
Así que debo disciplinar porque Dios lo
manda. Suficiente razón. Por si fuera poco,
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la Biblia nos da más porque los hijos lo
necesitan.
II. COMO DEBO DISCIPLINAR
Ahora ¿Cómo debo disciplinar? ¿Cómo?
Bueno la Biblia dice: “Vara.” ¿Y eso es
todo? ¿No hay otra forma? ¿No habrá otro
camino aparte de la vara? ¿Y no puede ser
una tabla con clavo? ¿No puede ser con
cinto? ¿O un tubo? ¿O alambre de la luz?
¿O con qué? A muchos le pegaron con
alambre de la luz. ¿No les pegaron a
ustedes con alambre de la luz hermanos?
Mírelos, pero andan derechitos ¿Verdad?
Todos traumados pero derechitos.
Número 1: Debo disciplinar con
palabras.
¿Cómo debo disciplinar? Miren lo que
dice Proverbios 15:13 dice así: “El hombre
se alegra con la respuesta de su boca; y
la palabra a su tiempo, ¡cuán buena
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es!” ¿Oyó eso? La palabra a su tiempo,
¡cuán buena es! La primera forma en la
que debo tratar el tema de la disciplina es
palabras. La palabra dicha a su tiempo,
¡cuán buena es! Dice, ¡cuán buena es!
¡Qué buen remedio! ¡Cómo ahorra
preocupaciones! La palabra a su tiempo,
¡Qué buena resulta ser! ¡Qué buena forma!
¡Qué manera tan eficaz de evitar que tener
que castigar! La palabra a su tiempo, ¡cuán
buena es! Proverbios 16:24 dice: “Panal
de miel son los dichos suaves; suavidad
al alma y medicina a los huesos.” Y
tengo otro versículo, 25:11 de Proverbios
dice, “Manzana de oro con figuras de
plata es la palabra dicha como
conviene.” Según estos versículos,
hermanos, esta, hablando de palabras en
su momento, palabras oportunas, palabras
dichas como conviene.
Usted está enojado, esta airado o
airada. Ya no haya nada que hacer con ese
muchacho. ¿Ya habló con él? ¡Oh sí! Ya le
hable, hasta le grité. Se lo grité. No, ¿Ya
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habló con él? La palabra a su tiempo,
¡cuán buena es! La palabra a su tiempo es
antes de que pasen las cosas. Desde que
está pequeñito háblele a su hijo. Ahí
cuando lo tiene en sus brazos, dígalo,
háblele. Que aprenda de las experiencias
de otros. Por ejemplo, va usted en su carro,
lleva a sus muchachos, y de pronto ve que
los policías están correteando a otro
muchacho, más o menos de la edad de los
de usted. Háblele a sus hijos. “Hijo, ese
muchacho necesito la disciplina de sus
padres. Ese muchacho nunca se acordó de
Dios.” “Hijo, ese muchacho no teme a Dios.
Mira las consecuencias de una vida
desordenada. Hijo, por eso es que nosotros
oramos por ti. Por eso es que te regañamos
cuando haces mal. Por eso, porque no
queremos verte sufrir. Ese muchacho.
¡Quién sabe cuánto tiempo se va a pasar
en la cárcel! Ahorita le van a dar una
paliza esos policías y lo van a echar en la
cárcel. ¡Quién sabe si vaya a comer! ¡Quién
sabe si sus padres quieran ir a sacarlo de
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la cárcel! Por ese muchacho, hijo es que tú
tienes unos padres que te aman. Por eso
te traemos cortito hijo, hija.”
Hábleles. La palabra a su tiempo, ¡cuán
buena es! ¿Ya intentó hablar con él? ¿Ya
intentó hablar con él? ¿Ya intentó cerrarse
a piedra y lodo, por usar una palabra que
indique la privacidad, en la recámara, en el
cuarto, en algún lugar de su casa con su
muchacho y decirle?: “¿Hijo, que pasa?,
¿qué tienes? Soy tu padre, soy tu madre”
(si no está el padre presente). “¿Qué puedo
hacer por ti para que cambies tu actitud?
Dímelo hijo. Tu estas expresando alguna
necesidad que no he hecho yo para que tu
actúes de esa manera.”
Hace poco les platique una experiencia
personal. Se las voy a repetir. Mi hermano
mayor me dijo un día: “Bueno, le pedimos
permiso a papá para ir a tomar un cafecito
con los jóvenes de la Iglesia en la casa de
una de las hermanas también de la
Iglesia.” Mi padre sabía que esos
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muchachos pues no eran buena compañía,
aunque eran de la Iglesia. Nosotros
sabiendo que no nos iba a dejar insistimos:
“¿Papá nos dejas ir al terminar el servicio a
la casa de los Martínez porque hay un
pastelito?”.
Dice mi papá: “No.”
Cuando él decía “no” era no. “Por favor
papi”… “No” y no. Era de Sonora. Pero mi
hermano mayor me dijo: “David, saliendo
de Iglesia nos vamos. ¿Te animas?”
Le respondo: “No hombre, ¿estás loco?”
El insiste y dice. “Hay un callejón
llegando a la casa, nosotros nos
adelantamos y ellos se van a quedar atrás,
mi papá, mi mamá y mis hermanos. Nos
adelantamos y en el callejón nos vamos
para allá. Un ratito nada más. ¿Qué nos
puede pasar?”
Me lavó el coco. Nos fuimos. Eran
muchachos de la Iglesia. No había baile ni
nada. Era un pastel o algo así que nos
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íbamos a comer. Era nada más un ratito.
Pero papá había dicho que “No.” Nos
fuimos adelantando en la bajada, así en el
callejón nos fuimos. Llegamos: “Hey
muchachos, los Cortes vinieron, ¡ay que
milagro!, que no sé qué.” Allí nos
disfrutamos, la verdad es que no
disfrutamos. Porque uno en desobediencia
no disfruta nada, absolutamente nada. Yo
siempre fui el más cobarde porque era más
chico que mi hermanos. Así que vámonos,
y vámonos, yo ya sabía la que nos
esperaba. No se me olvida, fíjese. Nos
regresamos y mi hermano planeo toda la
entrada. Él dijo: “Nos quitamos los
zapatos, abrimos la chapa y nos metemos.
Mañana le decimos que llegamos
enseguida.” Llegamos a la puerta, cogimos
la chapa, no estaba abierta, estaba
cerrada. Así que tocamos la puerta, abrió
la puerta mi papá. “¿Cómo están hijos?
¿Están bien? ¿No les paso nada? Váyanse
a acostar.”
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Estoy vivo, no me pasó nada. Toda esa
noche tormento. ¿Por qué no nos pegó?
Mañana, mañana. Otro día le veíamos la
cara a mi mamá. Todo bien, mi papá se
había ido temprano a trabajar. El día
pareció largo, ya queríamos que llegara y
nos pegara y se acabara todo. Nos
atormentó. Llegamos de la escuela. Con mi
mamá estaba todo bien, no nos quitó la
comida, no nos regañó ni nada. ¿Qué
estaba pasando aquí? Mire hermano llegó
mi papá y ya nosotros esperábamos la
ejecución, la guillotina, la horca, algo, lo
peor, ¿verdad? Y dice: “Hijos, quiero
hablar con ustedes, vengan acá. Siéntense
allí. A solas, allá afuera en el patio de la
casa y agrega: “Hijos, yo quiero pedirles
perdón a ustedes. Porque seguramente yo
no sido el padre que ustedes se merecen.
Seguramente es que ustedes tienen fuera
de casa lo que aquí no tienen. Yo me siento
mal por no ser un buen padre que les
satisface en todas sus necesidades.
Perdónenme por favor. No pude dormir
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anoche pensando que mal padre he sido
para ustedes.”
¿Usted sabe lo que eso significa?
Hubiéramos preferido que nos pegara, que
nos dejara tirados a azotes. Pero todo lo
que hizo fue hablarnos. “Perdónenme
hijos.”
“No papá no, perdónanos tú a nosotros.
Se nos hizo fácil. Mira papá, ya no sigas
hablando, por favor, ya no digas más.”
¿Sabe que hermano? Nunca lo volvimos a
hacer. Y no nos pegó. Pero nos corrigió.
¿Ha probado usted las palabras? Las
palabras son como medicina para los
huesos. Bienaventurados los hijos que
tuvimos un padre que nos habló. ¿Ha
probado las palabras? Usted sabe que las
palabras muchas veces duelen más que los
azotes. ¿Ha hablado usted? ¿Cómo debo
disciplinar? Hable, hable con autoridad,
hable con el corazón. Hable con amor,
hable con ternura. Los hijos necesitan
órdenes claras, expresas, concretas de lo
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que deben hacer y de lo que no se debe
hacer.
Los hijos necesitamos para formación
de nuestras vidas reglas concretas, rieles
sobre los cuales regir nuestras vidas.
Palabras. Las palabras proveen órdenes,
proveen reglas. Usted le dice a su
muchacho, “Junta eso”. Usted no tiene la
intención de que lo junte, usted ya sabe
que no lo va a juntar. Para que gasta
palabras. “Ándele, recoge eso. Muchacho
cochino.” Usted sabe que no lo va a
recoger. Ya sabes, ¿No es cierto? El
chamaco también sabe que usted no está
hablando en serio. Cuando le dice por sus
dos nombres y sus dos apellidos con el
grito que le oye hasta el vecino, entonces el
chamaco ya sabe que es en cierto. ¿Para
qué tanto drama? No dé una orden si no
espera que se ejecute, no la dé. Está mal
acostumbrando al muchacho. Si usted
dice: “Recoge eso.” Es porque usted espera
que lo recoja en ese momento. Si no para
que lo dijo.
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Ellos necesitan órdenes claras,
expresas, concretas. Cuando usted diga
algo, espera que se ejecute, si no, no diga
nada. Las palabras no solamente en
cuanto a órdenes sino en cuanto estimulo.
Que buenas son las palabras como la
miel, dice la Palabra de Dios, dichas en su
tiempo. Los muchachos necesitan estímulo
a sus virtudes. Hermano, entienda por
favor eso. Su hijo no es ningún animal, no
es ningún burro como usted le está
diciendo todo el tiempo. Es una persona
que necesita cariño, estimulo, calor.
Pregúntele usted a la mayoría de los
muchachos entre 9 a 13 años que piensan
de sí mismos. La mayoría dice: “No sirvo
para nada. Soy un inútil, soy un cochino,
soy un burro.” Es lo peor. Esa es la forma
en que ustedes los están educando. “¡Ay,
eres un burro, marrano!”
Así le decimos a nuestros hijos,
“cochino.” Y no hay animal más sucio y
más vil por eso le decimos eso a los
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muchachos. ¿En verdad usted cree que su
hijo es un burro? ¿En verdad usted cree
que su hijo es un marrano? Pues entonces
si mi hijo es burro yo como papá soy el
burro y la mamá es la burra. Y si mi hijo
es marrano, yo soy el marrano y mi esposa
es marrana de la casa.
Pero ¿Por qué decimos eso? No estamos
creyendo que yo soy un burro, no. No
estamos diciendo eso. Lo estamos diciendo
con el afán de lastimar, menospreciar, de
pisotear. Nunca se le menosprecia al
muchacho de esa manera. ¿Sabe por qué
decimos eso? Porque somos cobardes para
ejecutar la disciplina. Somos cobardes. No
estamos ejecutando la disciplina en forma
sabia. No estamos haciendo lo correcto.
Queremos que se nos obedezca, queremos
que sea un muchacho ordenado pero no
estamos haciéndolo de la manera correcta.
Lo estamos echando a perder. Ellos
necesitan estimulo.
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Llegan con 6 con un 5 en la boleta y
nos burlamos. Llega un muchacho con
puros 6 y le dice el papá, “¿Qué me
trajiste?” y le dice el muchacho: “Un seis.”
Dice el papá: “Bien échalo en el refri.”
Cuando llega el muchacho con un 9 o con
un 10 nunca le decimos: “¡Así se hace mi
hijo!”
“¡Valen la pena tus esfuerzos! Ya ves, te
felicito, ¡ese es mi hijo!” Estimulo siempre
remachamos sus defectos y nunca
estimulamos sus virtudes. Aumentamos en
forma exagerada sus defectos y
minimizamos sus virtudes. No esperen que
nuestros hijos crezcan equilibrados. Ellos
necesitan un estímulo. La palabra a su
tiempo, ¡cuán buena es! Ellos necesitan
consuelo. Muchos de nuestros hijos
necesitan consuelo.
Muchos de nuestros hijos necesitan
consuelo. La vida tiene injusticias, tiene
golpes, tiene, azotes, tiene abusos. Muchos
de nuestros muchachos actuaron mal
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porque se les está abusando y no tienen
un padre que los defienda, una madre que
los defienda en forma correcta, en forma
sensata.
Los hijos necesitan consuelo. Debo
disciplinar con palabras. ¿Ya intentó las
palabras? ¿Ya le dijo a su muchacho que lo
amaba? ¿Ya habló con él? ¿Ya le pidió
perdón?
Número 2: Debo disciplinar con vara.
¿Cómo debo disciplinar? Con vara,
Proverbios 23:13 y 14: “No rehúses
corregir al muchacho porque si lo
castigas con vara, no morirá. Lo
castigaras con vara y libraras su alma
del Seol.” Del sepulcro, de la ruina eso es
lo que está diciendo. No rehúses, no le
saques, no huyas, no hay escapatoria, no
rehúses corregir al muchacho. Lo castigas
con vara y no morirá. No lo vas a matar.
Castíguelo con vara, dos, tres azotes
donde duele. No le pegue en la cabeza. Hay
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una parte muy propia para castigar. “El
Hemisferio Sur,” dijo el hermano Hernán
Cortes. Allí no pasa nada. No le pegue en
la espalda, le puede dañar la columna, los
pulmones. No le pegue en el estómago, no
le pegue en el pecho. No le pegue en los
brazos porque le puede romper un hueso.
Castíguelo con vara. Bueno, la vara
probablemente en aquellos tiempos era
una vara tipo de membrillo. De las que
zumban. Hermana, vara aquí es sinónimo
de objeto que causa dolor. Sin embargo no
mata, ni tampoco hiere. No es un tubo, no
es un alambre de la luz. Una vara es
aquella que deja huella que deja colorado.
El propósito de la disciplina es que le duela
lo suficiente para que se acuerde. Le pega
con un cinto de trapo y se ríen de usted.
Había unos muchachos en la escuela
tan vagos. Cuando la maestra salía, ellos
sabían que la maestra iba a venir y los iba
a castigar, y se forraba los pantalones por
debajo con los cuadernos. Y llegaba la
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maestra y les pegaba y parecía que le
estaba pegando a unas piñatas. Le pega a
su chamaco que trae un pañal con todo y
contenido allá dentro, no les duele nada.
Vara es la palabra que tiene la intención de
castigar de modo que duela para que se
acuerde. No para que vaya al hospital sino
que se acuerde que lo que hizo trae
consecuencias. Porque cuando sea grande
y tenga una rebelión con alguna autoridad
más poderosa, más competente, ese dolor
va a ser mucho más grande. La vara le va a
ahorrar dolores cuando sea grande. Les
pegamos a nuestros hijos para que sufran
ahorita y no tengan que sufrir después
porque el sufrimiento después es mucho
más grande.
Número 3: Debo disciplinar con
prudencia y sabiduría.
¿Cómo debo disciplinar? Con
prudencia y sabiduría. Efesios 6:4 dice: “Y
vosotros padres, no provoquéis a ira a
vuestros hijos, sino criadlos en
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disciplina y amonestación del Señor.”
Hay mucho que decir de este versículo
pero quiero extraer estas palabras, “Y
vosotros padres, no provoquéis a ira a
vuestros hijos.” No los hagas enojar. No los
provoques. Eso quiere decir, hermanos,
que nosotros muchas veces provocamos la
ira de nuestros hijos.
Provocamos la rebelión de nuestros
hijos, provocamos la insensatez de
nuestros hijos, provocamos la palabra
maldiciente de nuestros hijos. La
provocamos con nuestra falta de sabiduría,
con nuestra falta de criterio, con nuestra
falta de entendimiento, con nuestra falta
de cordura. Provocamos la rebeldía de
nuestros hijos. Nosotros lo provocamos.
Los empujamos, los maltratamos, les
faltamos al respeto, los hacemos enojar y
luego le pegamos. Eso provoca rebeldía.
Número 4: Debo de disciplinarlos sin
desesperarlos ni exasperarlos.
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Piensa si quizás no has levantado tú
provocando la rebeldía de tus propios
hijos. Colosenses 3:21 dice: “Padres no
exasperéis a vuestros hijos para que no
se desalienten.” ¿Cómo debo
disciplinarlos? Con prudencia, con
sabiduría. No desesperarlos, no
exasperarlos. Dice allí: “Padres no
exasperéis a vuestros hijos para que no
se desalienten.” Fíjese que bonito dice.
Que sabía la expresión. No los desesperes
para que no se desalienten. Hermanos,
muchísimos jóvenes hoy en día están
desalentados, abatidos, totalmente
desanimados. Ya no creen en nadie, no
quieren nada con nadie, están totalmente
desesperados, totalmente desilusionados,
están totalmente abatidos. Dice: “No
exasperéis a vuestros hijos para que no
se desalienten.” Los muchachos claman
justicia, la pide de una o mil maneras.
¿Saben por qué se van a las drogas?
Porque están desalentados. ¿Saben por
qué rayan las paredes? Porque están
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desalentados. Están gritando, “¡Alguien
hágame caso!” aunque sea para echarme
en la cárcel, pero hágame caso. “¡Oigan, yo
vivo, yo existo, yo soy una persona!” Eso es
lo que gritan los muchachos. Porque sus
padres los exasperaron, los desalentaron,
nunca les dieron cariño, nunca les dieron
tiempo, nunca les dieron caricias, nunca
les dieron calor, nunca les dieron un buen
consejo, nunca fueron compañeros, nunca
fueron unos verdaderos padres y amigos
para ellos. Los muchachos se
desalentaron. “Vosotros padres, no
provoquéis a ira a vuestros hijos, sino
criadlos en disciplina y amonestación
del Señor.” Y también Colosenses
3:21dice: “Padres no exasperéis a
vuestros hijos para que no se
desalienten.”
¿Cómo debo disciplinarlos? Con
palabras, con vara, con prudencia, con
sabiduría, no provocarlos a ira, no
desesperarlos, no abusar. Mire, vamos a
Proverbios otra vez. Proverbios 19:18 dice
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así: “Castiga a tu hijo en tanto que hay
esperanza, mas no se apresure tu alma
a destruirlo.” No abuses, es cierto que
hay muchísimo abuso. No estamos a favor
del abuso de menores. Estamos a favor de
la disciplina, del orden, de la prudencia,
de la vara dada a su tiempo en su
momento y con la prudencia y ejercicio de
disciplina equilibrada.
Número 5: Debo disciplinarlos con
Amor
Debemos de disciplinar sin abuso, y
debemos disciplinar con amor. Proverbios
27:6 dice: “Fieles son las heridas de que
ama; pero importunos los besos del que
aborrece.” Buenas son las heridas del
que ama, son productivas las heridas del
que ama, oportunas las heridas del que
ama, agradecidas serán las heridas del que
ama. Si tienes que herir, que sea con
amor. Azotar, castigar al hijo, que sea con
amor. Proverbios 3:12 dice: “Porque
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Jehová al que ama castiga como el
padre al hijo a quien quiere.”
¿Cómo disciplinar? Con amor. Voy a
llegar a la parte final. Y hago un resumen:
I. ¿Por qué debo disciplinar?
a. Porque Dios lo manda.
b.Porque los hijos lo necesitan.
c. Porque la necedad está ligada al
corazón del muchacho.
d. Porque los amamos.
e. Por la propia felicidad de ellos.
f. Por la propia felicidad mía.
II. ¿Cómo debo disciplinar?
a. Con palabras.
b.Con vara.
c. Con prudencia y sabiduría.
d. Sin abuso.
e. Con amor.
Y para terminar…
III. ¿Cuándo debo disciplinar?
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Proverbios 13:24, “El que detiene el
castigo, a su hijo aborrece; más el que
lo ama, desde temprano lo corrige.”
Desde temprano.
Quiere decir dos cosas:
Número 1: Desde que está chiquito,
desde que esta pequeñito.
Hermano, él bebe, allí donde usted lo
ve, ya viene con rebeldía en su corazón.
Cuando yo nací y cuando ustedes nacieron
la mayoría de ustedes, nosotros ni
abríamos los ojos, nosotros como perritos,
no habríamos los ojos hasta como a los
cinco días. Ahora los chamacos, yo no sé
porque pero nacen ya con los ojos pelones.
Yo tengo un sobrino que nació con un
diente. Mire, ya nacen más vivos yo no sé
qué pasa la humanidad está cada vez cada
día más adelantada. Pero mire hermano,
nosotros como amamos mucho a nuestros
hijos los queremos con tanta pasión, y no
queremos castigarlos desde chiquitos. Y
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decimos: “Esta muy chiquito, está muy
chiquito.” Ya tiene tres meses y todavía
está muy chiquito. Tiene dos años y
todavía está muy chiquito. Tiene siete años
y todavía está muy chiquito. Tiene doce
años y todavía está muy chiquito. Tiene 14
años y ya le quedó a usted chiquito. Nunca
le paso mano encima. Hay veces que uno
de padre les pega. Uno es más duro
¿verdad? Y la mamá dice: “Está muy
chiquito.” O la suegra dice: “Está muy
chiquito.” La abuelita: “No le pegues está
muy chiquito, todavía no entiende.”
Castiga a tu hijo desde temprano. Está
haciendo un berrinchito, claro no le vas a
pegar con un alambre de la luz, pero da
una nalgada a ese chamaquillo. Mire un
hombre y su esposa, jóvenes inexpertos
como es de esperarse, a su primer hijo lo
llevaron al pediatra. Ese chiquillo, chille y
chille toda la noche. Lo revisaron que no
estuviera rosado, que no estuviera mojado,
que no tuviera hambre, le dieron todo, no
tenía fiebre y el niño chille, chille y chille. Y
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aquellos padres sudando, ¿Qué es lo que
está pasando? Lo llevaron al pediatra a esa
hora de la madrugada y el pediatra lo
revisó, este chamaco no tiene nada. Pero
yo tengo una buena medicina para él, lo
volteó y le dio tres nalgadas. Santo
remedio. No tardó en dormirse en el
camino. La próxima vez ya saben la
medicina, no les cuesta nada.
Claro hay que revisar que el niño
verdaderamente no tenga enfermedad o
cólicos o lo que sea. Pero muchas veces
desde pequeños los niños lo están
midiendo a uno. Y hermano, cuando el
hogar está dividido, cuando el hogar esta
fracturado por alguna razón ¡Qué
problema es la disciplina en los
muchachos! Los chamacos lo miden a uno.
Son tan listos que saben que papá y mamá
no se llevan bien y va con la mamá y le
dice. “Mamá, ¿me dejas ir al parque? No,
yo no.” Y va con el papá. “Verdad que si me
dejas ir al parque. Mi mamá dijo que no.”
“Pues dile a tu mamá que digo yo que sí.”
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Y le dice el chamaco a su mamá: “Ahí
te hablan,” y se va. Y los deja peleados,
riéndose de ellos. ¿Cierto o no es cierto?
El que ama a su hijo desde temprano,
chiquitito, péguele. Corrige a tu hijo y te
dará descanso. Castíguelo, no le va a pasar
nada. Lo castigaras con vara y libraras su
alma de la condenación del sepulcro de la
muerte de la desgracia. Castíguelo, corrige
a tu hijo. Están chiquitos, si, así de
chiquitos. No le vas a dejar caer toda tu
manota porque lo vas a desplumar. Pero lo
suficiente para que el niño sienta que hay
una mano dura sobre él. Toda la vida
necesitamos una mano dura sobre
nuestras cabezas, ¿sí o no?
“El que detiene el castigo, a su hijo
aborrece; más el que lo ama, desde
temprano lo corrige.” Quiere decir desde
pequeñito.
Número 2: Y también ese versículo
quiere decir que desde que comete la
falta.
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En el mismo momento que cometió la
falta. Tan pronto como usted se enteró allí
en calientito, como decimos nosotros, allí
en ese momento. No espere. Allí mismo,
controle su ira, cuente hasta diez, pero
ejecute el castigo. Desde temprano, desde
temprano.
Y también hermanos, ese mismo
versículo, Proverbios 13:24 cuando dice:
“El que detiene el castigo, a su hijo
aborrece; más el que lo ama, desde
temprano lo corrige.” Ahora vamos a
Proverbios 23:13 cuando dice: “No
rehúses corregir al muchacho porque si
lo castigas con vara, no morirá.” Aquí
se dice muchacho, es una palabra que se
refiere adolescente. Un muchacho es aquel
de 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14 años. Usted
dice, “¿A mi hijo de 14 años le puedo
pegar?” Claro que sí
“¿A mi hija de 14 años? Pero si ya se
pinta los labios y ya se pone medias. ¿Le
puedo pegar?” Claro que sí.
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A lo mejor es cuando más lo necesita.
Yo creo que en cuanto más grandes están,
más listos y más prudentes son y no
necesitan tanto el castigo. El caso es que
cuando está chiquito no le pegamos porque
esta chiquito, y cuando está grande no le
pegamos porque está grande. Y estamos
rehusando, huyendo de la responsabilidad.
No rehúses corregir al muchacho.