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19marzo
Domingo III de Cuaresma (Ciclo A) – 2017
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Textos Litúrgicos· Lecturas de la Santa Misa· Guión para la Santa Misa
Domingo III de Cuaresma (A)
(Domingo 19 de Marzo de 2017)
LECTURAS
Danos agua para beber
Lectura del libro del Exodo 17, 1-7
Toda la comunidad de los israelitas partió del desierto de Sin y siguió avanzando por
etapas, conforme a la orden del Señor. Cuando acamparon en Refidim, el pueblo no
tenía agua para beber. Entonces acusaron a Moisés y le dijeron:
«Danos agua para que podamos beber».
Moisés les respondió:
«¡Por qué me acusan? ¡Por qué provocan al Señor?»
El pueblo, torturado por la sed, protestó contra Moisés diciendo: «¿Para qué nos
hiciste salir de Egipto? ¿Sólo para hacernos morir de sed, junto con nuestros hijos y
nuestro ganado?»
Moisés pidió auxilio al Señor, diciendo: «¿Cómo tengo que comportarme con este
pueblo, si falta poco para que me maten a pedradas?»
El Señor respondió a Moisés: «Pasa delante del pueblo, acompañado de algunos
ancianos de Israel, y lleva en tu mano el bastón con que golpeaste las aguas del Nilo.
Ve, porque yo estaré delante de ti, allá sobre la roca, en Horeb. Tú golpearás la roca,
y de ella brotará agua para que beba el pueblo.»
Así lo hizo Moisés, a la vista de los ancianos de Israel.
Aquel lugar recibió el nombre de Masá -que significa «Provocación»- y de Meribá -que
significa «Querella»- a causa de la acusación de los israelitas, y porque ellos
provocaron al Señor, diciendo: «¿El Señor está realmente entre nosotros, o no?»
Palabra de Dios.
SALMO 94, 1-2. 6-9
R. Cuando escuchen la voz del Señor,
no endurezcan el corazón.
¡Vengan, cantemos con júbilo al Señor,
aclamemos a la Roca que nos salva!
¡Lleguemos hasta él dándole gracias,
aclamemos con música al Señor! R.
¡Entren, inclinémonos para adorarlo!
¡Doblemos la rodilla ante el Señor que nos creó!
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros, el pueblo que él apacienta,
las ovejas conducidas por su mano. R.
Ojalá hoy escuchen la voz del Señor:
«No endurezcan su corazón como en Meribá,
como en el día de Masá, en el desierto,
cuando sus padres me tentaron y provocaron,
aunque habían visto mis obras.» R.
El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones
por el Espíritu Santo
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 5, 1-2. 5-8
Hermanos:
Justificados, entonces, por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro
Señor Jesucristo.
Por él hemos alcanzado, mediante la fe, la gracia en la que estamos afianzados, y por
él nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.
Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado
en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado.
En efecto, cuando todavía éramos débiles, Cristo, en el tiempo señalado, murió por
los pecadores.
Difícilmente se encuentra alguien que dé su vida por un hombre justo; tal vez alguno
sea capaz de morir por un bienhechor.
Pero la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía
éramos pecadores.
Palabra de Dios.
VERSÍCULO ANTES DEL EVANGELIO Cf Jn 4, 42. 15
Señor, Tú eres verdaderamente el Salvador del mundo;
dame agua viva para que no tenga más sed.
EVANGELIO
El manantial que brotará hasta la vida eterna
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 4, 5-42
Jesús llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob
había dado a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del
camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía.
Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de beber.»
Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos.
La samaritana le respondió: «¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí,
que soy samaritana?» Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos.
Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: "Dame de
beber", tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva.»
«Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De
dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que
nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?»
Jesús le respondió: «El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que
beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré
se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna.»
«Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite
venir hasta aquí a sacarla.»
Jesús le respondió: «Ve, llama a tu marido y vuelve aquí.»
La mujer respondió: «No tengo marido.»
Jesús continuó: «Tienes razón al decir que no tienes marido, porque has tenido cinco
y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad.»
La mujer le dijo: «Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en esta
montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar.»
Jesús le respondió: «Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en
Jerusalén se adorará al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros
adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora se
acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en
espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es
espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad.»
La mujer le dijo: «Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga,
nos anunciará todo.»
Jesús le respondió: «Soy yo, el que habla contigo.»
En ese momento llegaron sus discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con
una mujer. Sin embargo, ninguno le preguntó: «¿Qué quieres de ella?» o «¿Por qué
hablas con ella?»
La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: «Vengan a ver a
un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?»
Salieron entonces de la ciudad y fueron a su encuentro.
Mientras tanto, los discípulos le insistían a Jesús, diciendo: «Come, Maestro.» Pero él
les dijo: «Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen.»
Los discípulos se preguntaban entre sí: «¿Alguien le habrá traído de comer?»
Jesús les respondió:
«Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra.
Ustedes dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha. Pero yo les digo:
Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para la siega. Ya el
segador recibe su salario y recoge el grano para la Vida eterna; así el que siembra y
el que cosecha comparten una misma alegría. Porque en esto se cumple el proverbio:
"Uno siembra y otro cosecha." Yo los envié a cosechar adonde ustedes no han
trabajado; otros han trabajado, y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos.»
Muchos samaritanos de esa ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer,
que atestiguaba: «Me ha dicho todo lo que hice.»
Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara
con ellos, y él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en él, a causa de su
palabra. Y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros
mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo.»
Palabra del Señor.
O bien más breve:
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Juan 4, 5-15. 19b-26. 39a. 40-42
Jesús llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob
había dado a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del
camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía.
Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de beber.»
Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos.
La samaritana le respondió: «íCómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí,
que soy samaritana?» Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos.
Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: "Dame de
beber", tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva.»
«Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De
dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que
nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?»
Jesús le respondió: «El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que
beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré
se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna.»
«Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite
venir hasta aquí a sacarla.» «Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres
adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe
adorar.»
Jesús le respondió: «Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en
Jerusalén se adorará al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros
adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora se
acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en
espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es
espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad.»
La mujer le dijo: «Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga,
nos anunciará todo.»
Jesús le respondió: «Soy yo, el que habla contigo.»
Muchos samaritanos de esta ciudad habían creído en él. Por eso, cuando los
samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él
permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra. Y
decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo
hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo.»
Palabra del Señor.
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GUION PARA LA MISA
III Domingo de Cuaresma
Ciclo A (19-03-17)
Entrada:
Celebramos hoy el tercer domingo de Cuaresma. Jesucristo promete a la
Samaritana darle de beber agua viva, que es el Espíritu Santo. En el Santo Sacrificio
de la Misa que nos disponemos a celebrar nosotros podemos beber del costado
abierto de Jesús esa agua que es el Espíritu Santo.
1ºLectura: Éxodo 17,1-7
Al pueblo judío que peregrina por el desierto y está sediento, Dios le da a
beber agua que brota de una dura roca. Cristo es la roca espiritual y es el único que
puede calmar la sed de vida eterna de todo hombre.
2ºLectura: Rom. 5,1-2.5-8
San Pablo nos anuncia que el Espíritu Santo es entregado al bautizado para el
perdón de los pecados.
Evangelio: Jn. 4,5-42
San Juan nos narra el encuentro de Jesús con la Samaritana. Jesús le promete a la
Samaritana el agua viva, que es el Espíritu Santo y que llega a nosotros a través del
agua del Bautismo.
Preces:
Hermanos, el Espíritu de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones,
nos mueve a suplicar a Dios por nuestras necesidades.
A cada intención respondemos….
-Por el Santo Padre, los Obispos y los sacerdotes para que en medio de las
dificultades de la Iglesia, sepan difundir el evangelio de Cristo Señor. Oremos
-Por los que sufren el flagelo de la guerra, especialmente por la paz en Medio
Oriente, para que las autoridades competentes resuelvan los conflictos mediante un
diálogo pacífico y coherente. Oremos.
-Por los enfermos, en especial por los pobres, para que se les proporcionen
atenciones y cuidados médicos dignos de su condición humana. Oremos.
-Por todos los cristianos, para que en éste tiempo, fieles al llamado a la conversión
se acerquen a la confesión confiando en la misericordia de Dios, que es rico en
perdón.Oremos.
Señor escucha nuestra oración, y ayúdanos a identificarnos con Cristo
crucificado de modo especial en éste sagrado tiempo de Cuaresma. Por
Jesucristo nuestro Señor.
Ofertorio:
-Ofrecemos alimentos, junto con nuestras oraciones por los más necesitados.
-Pan y vino para el Sacrificio, unido al esfuerzo para hacer de nuestra vida un
continuo acto de amor a Dios.
Comunión:
“Sólo el agua, que nos da el Señor, irriga los desiertos del alma inquieta e
insatisfecha, hasta que descanse en Dios”.
Salida:
Después de haber bebido de la roca espiritual que es Cristo y de habernos
alimentado con su Cuerpo y con sus Sangre, salgamos gozosos al mundo para
anunciar la Buena Nueva de la salvación.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _
Argentina)
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Tercer domingo de Cuaresma
CEC 1214-1216, 1226-1228: el Bautismo, renacer por medio del agua y del Espíritu
CEC 727-729: Jesús revela al Espíritu Santo
CEC 694, 733-736, 1215, 1999, 2652: el Espíritu Santo, el agua viva, un don de Dios
CEC 604, 733, 1820, 1825, 1992, 2658: Dios toma la iniciativa; la esperanza del
Espíritu
I EL NOMBRE DE ESTE SACRAMENTO
1214 Este sacramento recibe el nombre de Bautismo en razón del carácter del rito
central mediante el que se celebra: bautizar (baptizein en griego) significa "sumergir",
"introducir dentro del agua"; la "inmersión" en el agua simboliza el acto de sepultar al
catecúmeno en la muerte de Cristo de donde sale por la resurrección con El (cf Rm
6,3-4; Col 2,12) como "nueva criatura" (2 Co 5,17; Ga 6,15).
1215 Este sacramento es llamado también “baño de regeneración y de renovación
del Espíritu Santo” (Tt 3,5), porque significa y realiza ese nacimiento del agua y del
Espíritu sin el cual "nadie puede entrar en el Reino de Dios" (Jn 3,5).
1216 "Este baño es llamado iluminación porque quienes reciben esta enseñanza
(catequética) su espíritu es iluminado..." (S. Justino, Apol. 1,61,12). Habiendo recibido
en el Bautismo al Verbo, "la luz verdadera que ilumina a todo hombre" (Jn 1,9), el
bautizado, "tras haber sido iluminado" (Hb 10,32), se convierte en "hijo de la luz" (1 Ts
5,5), y en "luz" él mismo (Ef 5,8):
El Bautismo es el más bello y magnífico de los dones de Dios...lo llamamos
don, gracia, unción, iluminación, vestidura de incorruptibilidad, baño de regeneración,
sello y todo lo más precioso que hay. Don, porque es conferido a los que no aportan
nada; gracia, porque, es dado incluso a culpables; bautismo, porque el pecado es
sepultado en el agua; unción, porque es sagrado y real (tales son los que son
ungidos); iluminación, porque es luz resplandeciente; vestidura, porque cubre nuestra
vergüenza; baño, porque lava; sello, porque nos guarda y es el signo de la soberanía
de Dios (S. Gregorio Nacianceno, Or. 40,3-4).
El bautismo en la Iglesia
1226 Desde el día de Pentecostés la Iglesia ha celebrado y administrado el santo
Bautismo. En efecto, S. Pedro declara a la multitud conmovida por su predicación:
"Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo,
para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo" (Hch 2,38).
Los Apóstoles y sus colaboradores ofrecen el bautismo a quien crea en Jesús: judíos,
hombres temerosos de Dios, paganos (Hch 2,41; 8,12-13; 10,48; 16,15). El Bautismo
aparece siempre ligado a la fe: "Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa",
declara S. Pablo a su carcelero en Filipos. El relato continúa: "el carcelero
inmediatamente recibió el bautismo, él y todos los suyos" (Hch 16,31-33).
1227 Según el apóstol S. Pablo, por el Bautismo el creyente participa en la muerte
de Cristo; es sepultado y resucita con él:
¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos
bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la
muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio
de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva (Rm 6,3-4; cf Col
2,12).
Los bautizados se han "revestido de Cristo" (Ga 3,27). Por el Espíritu Santo, el
Bautismo es un baño que purifica, santifica y justifica (cf 1 Co 6,11; 12,13).
1228 El Bautismo es, pues, un baño de agua en el que la "semilla incorruptible" de
la Palabra de Dios produce su efecto vivificador (cf. 1 P 1,23; Ef 5,26). S. Agustín dirá
del Bautismo: "Accedit verbum ad elementum, et fit sacramentum" ("Se une la palabra
a la materia, y se hace el sacramento", ev. Io. 80,3).
Cristo Jesús
727 Toda la Misión del Hijo y del Espíritu Santo en la plenitud de los tiempos se
resume en que el Hijo es el Ungido del Padre desde su Encarnación: Jesús es Cristo,
el Mesías.
Todo el segundo capítulo del Símbolo de la fe hay que leerlo a la luz de esto.
Toda la obra de Cristo es misión conjunta del Hijo y del Espíritu Santo. Aquí se
mencionará solamente lo que se refiere a la promesa del Espíritu Santo hecha por
Jesús y su don realizado por el Señor glorificado.
728 Jesús no revela plenamente el Espíritu Santo hasta que él mismo no ha sido
glorificado por su Muerte y su Resurrección. Sin embargo, lo sugiere poco a poco,
incluso en su enseñanza a la muchedumbre, cuando revela que su Carne será
alimento para la vida del mundo (cf. Jn 6, 27. 51.62-63). Lo sugiere también a
Nicodemo (cf. Jn 3, 5-8), a la Samaritana (cf. Jn 4, 10. 14. 23-24) y a los que
participan en la fiesta de los Tabernáculos (cf. Jn 7, 37-39). A sus discípulos les habla
de él abiertamente a propósito de la oración (cf. Lc 11, 13) y del testimonio que
tendrán que dar (cf. Mt 10, 19-20).
729 Solamente cuando ha llegado la Hora en que va a ser glorificado Jesús
promete la venida del Espíritu Santo, ya que su Muerte y su Resurrección serán el
cumplimiento de la Promesa hecha a los Padres (cf. Jn 14, 16-17. 26; 15, 26; 16, 7-
15; 17, 26): El Espíritu de Verdad, el otro Paráclito, será dado por el Padre en virtud
de la oración de Jesús; será enviado por el Padre en nombre de Jesús; Jesús lo
enviará de junto al Padre porque él ha salido del Padre. El Espíritu Santo vendrá,
nosotros lo conoceremos, estará con nosotros para siempre, permanecerá con
nosotros; nos lo enseñará todo y nos recordará todo lo que Cristo nos ha dicho y dará
testimonio de él; nos conducirá a la verdad completa y glorificará a Cristo. En cuanto
al mundo lo acusará en materia de pecado, de justicia y de juicio.
Los símbolos del Espíritu Santo
694 El agua. El simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo
en el Bautismo, ya que, después de la invocación del Espíritu Santo, ésta se convierte
en el signo sacramental eficaz del nuevo nacimiento: del mismo modo que la
gestación de nuestro primer nacimiento se hace en el agua, así el agua bautismal
significa realmente que nuestro nacimiento a la vida divina se nos da en el Espíritu
Santo. Pero "bautizados en un solo Espíritu", también "hemos bebido de un solo
Espíritu"(1 Co 12, 13): el Espíritu es, pues, también personalmente el Agua viva que
brota de Cristo crucificado (cf. Jn 19, 34; 1 Jn 5, 8) como de su manantial y que en
nosotros brota en vida eterna (cf. Jn 4, 10-14; 7, 38; Ex 17, 1-6; Is 55, 1; Za 14, 8; 1
Co 10, 4; Ap 21, 6; 22, 17).
El Espíritu Santo, El Don de Dios
733 "Dios es Amor" (1 Jn 4, 8. 16) y el Amor que es el primer don, contiene todos
los demás. Este amor "Dios lo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu
Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5).
734 Puesto que hemos muerto, o al menos, hemos sido heridos por el pecado, el
primer efecto del don del Amor es la remisión de nuestros pecados. La Comunión con
el Espíritu Santo (2 Co 13, 13) es la que, en la Iglesia, vuelve a dar a los bautizados la
semejanza divina perdida por el pecado.
735 El nos da entonces las "arras" o las "primicias" de nuestra herencia (cf. Rm 8,
23; 2 Co 1, 21): la Vida misma de la Santísima Trinidad que es amar "como él nos ha
amado" (cf. 1 Jn 4, 11-12). Este amor (la caridad de 1 Co 13) es el principio de la vida
nueva en Cristo, hecha posible porque hemos "recibido una fuerza, la del Espíritu
Santo" (Hch 1, 8).
736 Gracias a este poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto. El
que nos ha injertado en la Vid verdadera hará que demos "el fruto del Espíritu que es
caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre,
templanza"(Ga 5, 22-23). "El Espíritu es nuestra Vida": cuanto más renunciamos a
nosotros mismos (cf. Mt 16, 24-26), más "obramos también según el Espíritu" (Ga 5,
25):
Por la comunión con él, el Espíritu Santo nos hace espirituales, nos restablece
en el Paraíso, nos lleva al Reino de los cielos y a la adopción filial, nos da la
confianza de llamar a Dios Padre y de participar en la gracia de Cristo, de ser llamado
hijo de la luz y de tener parte en la gloria eterna (San Basilio, Spir. 15,36).
1215 Este sacramento es llamado también “baño de regeneración y de renovación
del Espíritu Santo” (Tt 3,5), porque significa y realiza ese nacimiento del agua y del
Espíritu sin el cual "nadie puede entrar en el Reino de Dios" (Jn 3,5).
1999 La gracia de Cristo es el don gratuito que Dios nos hace de su vida infundida
por el Espíritu Santo en nuestra alma para curarla del pecado y santificarla: es la
gracia santificante o deificante, recibida en el Bautismo. Es en nosotros la fuente de la
obra de santificación (cf Jn 4,14; 7,38-39):
Por tanto, el que está en Cristo es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es
nuevo. Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo (2 Co 5,17-18).
2652 El Espíritu Santo es el "agua viva" que, en el corazón orante, "brota para vida
eterna" (Jn 4, 14). El es quien nos enseña a recogerla en la misma Fuente: Cristo.
Pues bien, en la vida cristiana hay manantiales donde Cristo nos espera para darnos
a beber el Espíritu Santo.
Dios tiene la iniciativa del amor redentor universal
604 Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio
sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por
nuestra parte: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios,
sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros
pecados" (1 Jn 4, 10; cf. 4, 19). "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo,
siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm 5, 8).
1820 La esperanza cristiana se manifiesta desde el comienzo de la predicación de
Jesús en la proclamación de las bienaventuranzas. Las bienaventuranzas elevan
nuestra esperanza hacia el cielo como hacia la nueva tierra prometida; trazan el
camino hacia ella a través de las pruebas que esperan a los discípulos de Jesús.
Pero por los méritos de Jesucristo y de su pasión, Dios nos guarda en "la esperanza
que no falla" (Rom 5,5). La esperanza es "el ancla del alma", segura y firme, "que
penetra...adonde entró por nosotros como precursor Jesús" (Hb 6,19-20). Es también
un arma que nos protege en el combate de la salvación: "Revistamos la coraza de la
fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación" (1 Ts 5,8). Nos procura
el gozo en la prueba misma: "Con la alegría de la esperanza; constantes en la
tribulación" (Rm 12,12). Se expresa y se alimenta en la oración, particularmente en la
del Padre Nuestro, resumen de todo lo que la esperanza nos hace desear.
1825 Cristo murió por amor a nosotros cuando éramos todavía enemigos (cf Rm
5,10). El Señor nos pide que amemos como él hasta nuestros enemigos (cf Mt 5,44),
que nos hagamos prójimos del más lejano (cf Lc 10,27-37), que amemos a los niños
(cf Mc 9,37) y a los pobres como a él mismo (cf Mt 25,40.45).
El apóstol S. Pablo ofrece una descripción incomparable de la caridad: "La
caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa. no es jactanciosa, no se
engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se
alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo
espera. Todo lo soporta (1 Co 13,4-7).
1992 La justificación nos fue merecida por la pasión de Cristo, que se ofreció en la
cruz como hostia viva, santa y agradable a Dios y cuya sangre vino a ser instrumento
de propiciación por los pecados de todos los hombres. La justificación es concedida
por el bautismo, sacramento de la fe. Nos conforma a la justicia de Dios que nos hace
interiormente justos por el poder de su misericordia. Tiene por fin la gloria de Dios y
de Cristo, y el don de la vida eterna (cf Cc. de Trento: DS 1529):
Pero ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha
manifestado, atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios por la fe en
Jesucristo, para todos los que creen -pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y
están privados de la gloria de Dios- y son justificados por el don de su gracia, en
virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien Dios exhibió como
instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su
justicia, pasando por alto los pecados cometidos anteriormente, en el tiempo de la
paciencia de Dios; en orden a mostrar su justicia en el tiempo presente, para ser él
justo y justificador del que cree en Jesús (Rm 3,21-26).
2658 "La esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5). La oración, formada
en la vida litúrgica, saca todo del amor con el que somos amados en Cristo y que nos
permite responder amando como El nos ha amado. El amor es la fuente de la oración:
quien saca el agua de ella, alcanza la cumbre de la oración:
Te amo, Dios mío, y mi único deseo es amarte hasta el último suspiro de mi
vida. Te amo, Dios mío infinitamente amable, y prefiero morir amándote a vivir sin
amarte. Te amo, Señor, y la única gracia que te pido es amarte eternamente... Dios
mío, si mi lengua no puede decir en todos los momentos que te amo, quiero que mi
corazón te lo repita cada vez que respiro (S. Juan María Bautista Vianney, oración).
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Exégesis · P. José María Solé - Roma, C.F.M.
Éxodo 17, 3-7
La lectura de hoy nos presenta un episodio muy denso de contenido, no sólo por sus
enseñanzas, sino sobre todo por el significado Mesiánico que en él late:
— Israel, una vez más, sucumbe a la tentación de desconfianza e infidelidad para con
Dios, de rebeldía contra Moisés. A la prueba de la sed, prueba ciertamente muy dura
en el desierto, responde con el propósito de volverse a Egipto, abandonar para
siempre su vocación a la Tierra Prometida.
— Moisés, fiel siempre a Dios y misericordioso con su pueblo, realiza la maravilla: Al
golpe de su vara, de las entrañas de la Roca fluyen ríos de agua límpida. El pueblo
ante el milagro, desiste de sus planes de deserción. Pero deberá hacer penitencia y
ser purificado del enorme pecado cometido al desconfiar de Dios, despreciar su
vocación y soliviantarse contra Moisés.
— Al leer la Biblia nunca debemos olvidar que todo debe interpretarse en clave de
Historia Salvífica. En esta página se nos ofrece, bajo el «signo» de esta Roca que
brota agua, uno de los dones Mesiánicos o Salvíficos más claros y ricos. En efecto,
cuidará el N. T. de decirnos que tanto la «Roca» (1 Cor 10, 4) como «Agua» (Jn 7, 37)
simbolizan, preanuncian y prometen a Cristo. Mientras peregrinamos camino a la
Patria nos acosará como a los israelitas la tentación de la desconfianza e infidelidad,
la tremenda tentación de despreciar los bienes invisibles y eternos para saciarnos de
los caducos y sensibles. Pero tenemos siempre con nosotros la Roca de la que mana
Agua de Vida Eterna. Recordemos el sermón de Jesús en la Fiesta de los
Tabernáculos: «El último día de la Fiesta, el más solemne, Jesús, de pie y en alta
voz, decía: «Quien tenga sed venga a Mí, y beba quien cree en Mí.» Como dice la
Escritura, «fluirán de sus entrañas avenidas de agua viva» (Jn 7, 37). Y comenta el
mismo Evangelista: «Esto lo decía refiriéndose al Espíritu Santo que habían de recibir
los que creerían en Él» (Jn 7, 39). A eso nos orienta la lección de la Roca de Agua
del Desierto: Quien cree en Cristo, tiene Vida Divina. Vida saciativa. «Bebe a Cristo.
Es la fuente de la Vida» (Amb in Ps. 1, 33). La Eucaristía, máxima presencia de Cristo
en nuestra etapa de viadores (Desierto) es Sacramento de fe y Fuente de Vida Divina.
ROMANOS 5, 1-2. 5-8:
Israel, peregrinante del destierro a la Tierra Prometida, prefiguraba al Israel de Dios,
el Pueblo cristiano, la Iglesia Peregrina. San Pablo nos traza el programa que ahora,
viadores, debemos cumplir los renacidos del Agua Bautismal, vigorizados en la
Fuente de Agua Viva (Eucaristía).
— Firmes y perseverantes en la Fe (1). A la «Fe» en Cristo van anejas todas nuestras
riquezas: la Gracia, que es paz y reconciliación con Dios; que es Vida Divina en
nosotros (2).
— La Fe debe tener un fuerte latido de «Confianza». Peregrinos, vamos a ser
sometidos a pruebas y tentaciones. Pero nosotros, que nos «gloriamos en la
esperanza de la Gloria de Dios, nos gloriamos asimismo en las tribulaciones» (5). Las
tribulaciones no nos hacen zozobrar. Miramos siempre a la Patria. Nuestro destino es
la Gloria de Dios. Cristo nos ha hecho «Herederos, coherederos con Él en la Gloria
del Padre» (R 8, 17). Y de esta gloria tenemos ya las más preciosas arras. Como
garantía y testigo del amor de Dios y del destino eterno que nos ha señalado,
tenemos el Espíritu Santo que inhabita nuestros corazones. Realmente «esta
esperanza no defrauda. Pues el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo, dado a nosotros» (5). El Espíritu Santo que nos
inhabita es a la vez testigo y garante del amor que el Padre nos tiene, y latido filial del
amor que nosotros tenemos al Padre.
— Otro testimonio aún del amor que el Padre nos tiene: Testimonio que debe tornar
firme nuestra fe, inconmovible nuestra esperanza, urente nuestra caridad: El Hijo de
Dios ha muerto por quienes éramos enemigos de Dios. Argumenta Pablo: Si cuando
éramos enemigos tanto nos amó Dios que envió su propio Hijo a que nos redimiera
del pecado; ahora que estamos ya plenamente en paz y amor con Dios: «mucho más
al presente seremos por Cristo salvados y en Cristo amados» (11). Acaba Pablo de
proponernos el mejor itinerario para nuestra vida peregrina: Fe-Esperanza-Caridad. Y
para que los viadores no erremos el camino, la Iglesia nos insiste: Qui nos per
abstinentiam tibi gratias referre voluisti, ut ipsa et nos peccatores ab insolentia
mitigaret, et, egentium proficiens alimento, imitatores tuae benignitatis efficeret (Pref.)
JUAN 4, 5-42:
San Juan enmarca en el episodio del encuentro de Jesús con la Samaritana preciosas
enseñanzas:
— Jesús se revela a la Samaritana: a) Como Fuente de Agua Viva. Poco a poco
Jesús conduce a la Samaritana a desear otra Agua; la de verdad saciativa; manantial
en la misma entraña del alma (14). b) Como Templo único, espiritual y verdadero. Los
otros templos, incluso el de Jerusalén, son materiales, rituales, transitorios (23). c) Y
sobre todo se le revela como Mesías: «Yo Soy; contigo habla» (26). Precisamente
porque es el Mesías nos puede dar Agua Viva y nos puede transformar en adoradores
en espíritu. Es el Mesías que nos va a saciar de Espíritu Santo. En el Espíritu de
Cristo viviremos; adoraremos y amaremos al Padre: «Cuando Jesús pide agua a la
Samaritana, ya crea en ella el don de fe; y se digna tener sed de su fe para encender
en ella el fuego del amor divino» (Pref.).
— Jesús hace también en este momento revelaciones importantísimas a los
Apóstoles: a) Jesús hace la «Obra» del Padre. Esta Obra es nuestra Salvación.
Realizar esta Obra divina es su misión y su manjar (34). b) Pero Él deberá retornar al
Padre; y quedarán ellos como continuadores de esa Obra (35). Tienen, pues, que
estar muy gozosos de que los haya asociado a su Obra. Él ha sembrado. Ellos
cultivarán y segarán las mieses. Un mismo gozo debe unirlos, ya que los une una
misma Obra y Premio (38).
— Ante sus ojos tienen un espectáculo consolador: la fe de los samaritanos (40).
Samaria ha sido el campo de cosecha más generosa. Oleadas y más oleadas de
samaritanos proclaman a voz en grito: «Creemos que Él es verdaderamente el
Salvador del mundo» (42). Precisamente también en Samaria cosecharán Pedro y
Juan su más rica siega de almas (Act 8, 14-17).
José María Solé Roma, CMF Ministrros de la Palabra, Editorial Herder pp 81-84
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Comentario Teológico· Directorio Homilético
III, IV y V domingo de Cuaresma
69. (…) La fuerza catequética del Tiempo de Cuaresma es evidenciada por las
lecturas y las oraciones de los domingos del Ciclo A. Es manifiesta la conexión de los
temas del agua, de la luz y de la vida con el Bautismo: a través de estos pasajes
bíblicos y de las oraciones de la Liturgia, la Iglesia guía a los elegidos hacia la
Iniciación Sacramental en la Pascua. Su preparación final es de fundamental
importancia, como muestran los textos de la oración empleados en los Escrutinios.
¿Y para los demás? Es útil que el homileta invite a los que le escuchan a ver la
Cuaresma como un tiempo para fortalecer la gracia del Bautismo y para purificar la fe
que han recibido. Este proceso puede ser explicado a la luz de la comprensión que
Israel ha tenido de la experiencia del éxodo. Un acontecimiento crucial para la
formación de Israel como pueblo de Dios, para el descubrimiento de los propios
límites e infidelidades pero, también, del amor fiel e inmutable de Dios. Ha servido de
paradigma interpretativo del camino con Dios a lo largo de toda la historia siguiente
de Israel. De este modo, la Cuaresma es para nosotros el tiempo en el que en el
desierto de nuestra existencia presente, con sus dificultades, miedos e infidelidades,
descubrimos la cercanía de Dios que, a pesar de todo, nos está guiando hacia
nuestra tierra prometida. Es un momento fundamental para la vida de fe, verdadero
reto para nosotros. Las gracias del Bautismo, recibidas poco después de nacer, no
pueden ser olvidadas, aunque sí los pecados acumulados y los errores humanos, que
pueden hacer pensar en su ausencia. El desierto es el lugar donde se pone a prueba
nuestra fe pero, también, donde se purifica y se refuerza, si aprendemos a confiar en
Dios, a pesar de las experiencias contradictorias. El tema de base, en estos tres
domingos, se centra en el modo en que la fe es continuamente alimentada a pesar del
pecado (la samaritana), la ignorancia (el ciego) y la muerte (Lázaro). Son estos los
«desiertos» que atravesamos en el curso de la vida y en los que descubrimos que no
estamos solos, porque Dios está con nosotros.
70. El nexo entre los que se preparan para el Bautismo y los demás fieles intensifica
el dinamismo del Tiempo de Cuaresma y el homileta tendría que esforzarse en
relacionar al conjunto de la comunidad con el camino de preparación de los elegidos.
(…). Nosotros los creyentes, estamos llamados, como la samaritana, a compartir
nuestra fe con los demás. Por ello, en Pascua, los nuevos iniciados podrán anunciar
al resto de la comunidad: «Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo
hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo».
71. El III domingo de Cuaresma nos traslada al desierto con Jesús y con Israel, en
una etapa precedente. Los israelitas tienen sed, y sufrir la sed les lleva a dudar de la
eficacia del viaje iniciado por invitación de Dios. La situación parece sin esperanza,
pero la ayuda llega de una fuente más sorprendente que nunca: ¡en el momento en el
que Moisés golpea la dura roca de ella brota el agua! Aún existe una materia todavía
más dura e inflexible: el corazón humano. El salmo responsorial hace una llamada
elocuente a todos los que lo cantan y escuchan: «Ojalá escuchéis la voz del Señor:
“No endurezcáis vuestro corazón”». En la segunda lectura, Pablo anuncia cómo la fe
es el apoyo en el que poner el fundamento; ella, por medio de Cristo, da acceso a la
gracia de Dios, precursora a su vez de esperanza. Esta esperanza después no
desilusiona, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones,
haciéndolos capaces de amar. Este amor divino no se nos ha dado como recompensa
a nuestros méritos, ya que se nos ha concedido cuando todavía éramos pecadores,
ya que Cristo ha muerto por nosotros pecadores. En estos pocos versículos, el
Apóstol nos invita a contemplar tanto el misterio de la Trinidad como las virtudes de la
fe, la esperanza y la caridad.
En este ámbito es donde se produce el encuentro de Jesús con la samaritana, una
conversación profunda porque habla de las realidades fundamentales de la vida
eterna y del culto verdadero. Es una conversación iluminante, ya que manifiesta la
pedagogía de la fe. Al comienzo, Jesús y la mujer discuten en distintos niveles. El
interés práctico y concreto de la mujer se centra en el agua y el pozo. Jesús, sin
atender a su preocupación concreta, insiste en hablar del agua viva de la gracia.
Hasta que sus discursos llegan a encontrarse. Jesús aborda el hecho más doloroso
de la vida de la mujer: su situación matrimonial irregular. El haber reconocido su
fragilidad le abre inmediatamente la mente al misterio de Dios y, entonces, hace
preguntas sobre el culto. Cuando acepta la invitación a creer en Jesús como el
Mesías, se llena de gracia y se apresura a compartir todo lo que ha aprendido con sus
vecinos.
La fe, nutrida por la Palabra de Dios, por la Eucaristía y el poner en práctica la
voluntad del Padre, abre al misterio de la gracia, ilustrado con la imagen del «agua
viva». Moisés golpeó la roca y de ella brotó el agua; el soldado traspasó el costado de
Cristo y de él brotó sangre y agua. En su recuerdo, la Iglesia pone estas palabras en
los labios de cuantos se encaminan en procesión para recibir la Comunión: «El que
beba del agua que yo le daré – dice el Señor –, no tendrá más sed; el agua que yo le
daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna».
72. No somos los únicos que estamos sedientos. El prefacio de la Misa de este día
dice: «Quien al pedir agua a la Samaritana, ya había infundido en ella la gracia de la
fe, y si quiso estar sediento de la fe de aquella mujer fue para encender en ella el
fuego del amor divino». Aquel Jesús que estaba sentado al lado del pozo, estaba
cansado y sediento. (El homileta, de suyo, podría destacar cómo los pasajes
evangélicos de estos tres domingos resaltan la humanidad de Cristo: su cansancio
mientras está sentado cerca del pozo, el hacer una pasta con el barro y la saliva para
curar al ciego y sus lágrimas en la tumba de Lázaro). La sed de Jesús alcanzará el
momento culminante en los últimos instantes de su vida, cuando desde la Cruz, grita:
«¡Tengo sed!». Esto significa para Jesús hacer la voluntad de Aquel que le ha
enviado y cumplir su obra. Después, de su corazón traspasado, brota la vida eterna
que nos alimenta en los sacramentos, donándonos, a nosotros que adoramos en
Espíritu y en verdad, el alimento que necesitamos para avanzar en nuestra
peregrinación.
(Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos, Directorio
Homilético, 2014, nº 69 – 72)
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Santos Padres· San Juan Crisóstomo
HOMILIA XXXII (XXXI)
Jesús le respondió y dijo: Todo el que bebe de esta agua tendrá sed de nuevo; pero
el que bebiere del agua que yo le daré, ya nunca jamás en lo sucesivo tendrá sed,
sino que el agua que yo le daré se tornará en él un manantial que mana agua de vida
eterna (Juan IV, 13-14).
LA SAGRADA ESCRITURA unas veces llama fuego a la gracia del Espíritu Santo y
otras agua, demostrando con esto que ambos nombres son aptos para designar no la
substancia de la gracia, sino sus operaciones. El Espíritu Santo no consta de diversas
substancias, puesto que es indivisible y simple. Lo primero lo indicó el Bautista al
decir: Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. Lo segundo lo indicó Cristo: Fluirán
de sus entrañas avenidas de agua viva*1. También aquí, hablando con la samaritana,
al Espíritu lo llama agua: El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá ya jamás
en lo sucesivo sed. Llama pues al Espíritu fuego para significar la fuerza y fervor de la
gracia y el perdón de los pecados; y lo llama agua para indicar la purificación que
viene a quienes por su medio renacen en el alma.
Y con razón. Pues a la manera de un huerto frondoso de árboles fructíferos y siempre
verdes, así adorna el alma empeñosa y no la deja percibir ni sentir tristezas ni
satánicas asechanzas, sino que fácilmente apaga los dardos de fuego del Maligno.
Considera aquí la sabiduría de Cristo y en qué forma tan suave va elevando el alma
de aquella humilde mujer. Pues no le dijo desde un principio: Si supieras quién es el
que te dice: Dame de beber; sino hasta después de haberle dado ocasión de llamarlo
judío y acusarlo; y en esa forma rechazó la acusación. Y luego, una vez que le hubo
dicho: Si supieras quién es el que te dice: Dame de beber, quizá tú le habrías pedido
agua; y una vez que mediante magníficas promesas la había inducido a traer al medio
el nombre del patriarca, por estos caminos le abrió los ojos de la mente.
Y como ella replicara: ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Israel? no le contestó
Jesús: Así es; yo soy mayor; pues hubiera parecido que lo decía por jactancia, no
habiendo aún dado demostración ninguna de eso. Sin embargo con lo que le dice la
va preparando para llegar a esa afirmación. No le dijo sencillamente: Yo te daré de
esa agua; sino que callando lo de Jacob, declaró lo que era propio suyo,
manifestando la diferencia de personas por la naturaleza del don y la diversidad de
los regalos; y al mismo tiempo su excelencia por encima del patriarca. Como si le
dijera: Si te admiras de que él os ha dado esta agua ¿qué dirás cuando yo te diere
otra mucho mejor? Ya anteriormente casi confesaste que yo soy mayor que Jacob,
con preguntarme: ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob?, puesto que
prometes una agua mejor. De modo que si recibes esta agua, abiertamente
confesarás que yo soy mayor.
¿Adviertes el juicio que hace esta mujer, sin acepción de personas, dando su parecer
basado en las cosas mismas, acerca del patriarca y de Cristo? No lo hicieron así los
judíos. Al ver que arrojaba los demonios lo llamaban poseso; es decir, mucho menos
que llamarlo menor que el patriarca. La mujer va por otro camino; y profiere su
parecer partiendo de donde Cristo quería, o sea, de la demostración por las obras. El
mismo sobre ese fundamento basa su juicio cuando dice: Si no hago las obras de mi
Padre no me creáis; más si las hago, ya que no me creéis a mí, creed en las obras*2.
Por ese medio la samaritana es conducida a la fe.
Jesús, cuando la oyó decir: ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob?,
dejando a un lado al patriarca, le habla de nuevo del agua, y le dice: Todo el que
bebiere de esa agua tendrá sed de nuevo. Hace caso omiso de la acusación y lleva la
comparación a la preeminencia. No le dice: Esta agua de nada sirve y todo eso hay
que despreciarlo; sino que declara lo que la naturaleza misma testimonia: Todo el que
bebiere de esta agua tendrá sed de nuevo. Pero el que bebiere del agua que yo le
daré, ya no tendrá jamás en adelante sed. La mujer había oído ya eso del agua viva,
pero no lo había entendido. Creía que se trataba del agua que se llama viva por ser
irrestañable, y si no se la corta, brota continuamente del manantial.
Por tal motivo, enseguida con mayor claridad Jesús se lo declara; y mediante la
comparación sigue demostrando la excelencia de esta otra agua: El que bebiere del
agua que yo le daré ya no tendrá jamás en adelante sed. Como ya dije, por aquí le
demuestra la excelencia de esta agua; pero también por lo que sigue, pues el agua
ordinaria no posee semejantes cualidades. Y ¿qué es lo que sigue?: Se hará en él
manantial que mana agua de vida eterna. Del mismo modo que quien lleva en sí la
fuente de las aguas no padecerá sed, así quien tuviere esta agua nunca padecerá
sed. Y la mujer al punto dio su asentimiento, mucho mejor ella en esto que Nicodemo;
y lo hizo no sólo con más prudencia, sino con mayor fortaleza. Nicodemo, tras de
largas explicaciones, ni convocó a otros ni se fio él mismo. En cambio esta mujer al
punto desempeña el oficio de apóstol anunciándoles a todos, llamándolos a Cristo y
arrastrando a Él la ciudad entera. Nicodemo, tras de escuchar a Cristo decía: ¿Cómo
puede ser eso? y ni siquiera cuando Cristo le puso el ejemplo tan claro del viento,
aceptó sus afirmaciones.
De otro modo procedió esta mujer. Porque primero dudaba. Luego, sin andar con
tantas cautelas, sino recibiendo lo que se le decía como si fuera una sentencia ya
dictada, al punto se deja llevar al acto de fe. Y como había oído a Jesús decir: Se
tornará en él manantial que mana agua de vida eterna, al punto le dice: Dame de esa
agua para ya no tener sed en adelante ni que venir acá a sacarla. ¿Observas en qué
forma la va conduciendo a lo más alto de la verdad? Primero, creyó ella que Jesús
era un transgresor de la ley y un judío cualquiera. Enseguida, pues Jesús rechazó
semejante recriminación —ni convenía que quedara con sospecha de eso quien venía
para enseñar a aquella mujer—, creyendo ella que se trataba del agua ordinaria y
sensible, lo manifestó así. Finalmente, como oyera que lo que se le decía todo era
espiritual, creyó que aquella otra agua podía acabar con la sed, aunque no sabía a
punto fijo qué sería esa agua, y así todavía dudaba. Juzgaba en verdad que eran
aquellas cosas más excelentes y levantadas de lo que pueden percibir los sentidos;
pero aún no sabía de cierto qué eran. Ya veía mejor, pero aún no acertaba del todo.
Porque dice: Dame de esa agua para que no tenga yo más sed, ni tenga que venir
acá a sacarla. De manera que ya lo estimaba superior a Jacob, como si dijera: Si yo
recibo de ti esa agua, ya no necesito de esta fuente. ¿Observas cómo lo antepone al
patriarca? Es esto indicio de un alma honrada y sincera. Manifestó la opinión que
tenía de Jacob; pero vio a uno más excelente que Jacob, y ya no la cautivó su
antecedente opinión. No sucedió, pues, que fácilmente creyera ni que aceptara a la
ligera lo que se le decía, puesto que tan cuidadosamente investigó; ni se mostró
incrédula ni querellosa, como lo demostró finalmente con su petición.
En cambio a los judíos les dijo Cristo: El que comiere mi carne; y el que cree en mí
jamás padecerá sed*3, pero no sólo no creyeron sino que incluso se escandalizaron.
La samaritana, por el contrario, espera y pide. A los judíos les decía Jesús: El que
cree en Mí jamás padecerá sed. A esta mujer no le dice así, sino de un modo más
material y nido: El que bebiere de esta agua no tendrá jamás sed en adelante. Porque
la promesa era de cosas espirituales y no visibles, Jesús, levantando el ánimo de
aquella mujer mediante las promesas, todavía se detiene en las cosas sensibles,
puesto que ella no podía comprender con exactitud las espirituales.
Si Jesús le hubiera dicho: Si crees en mí ya no padecerás sed, ella no lo habría
entendido, porque no sabía quién era el que le hablaba, ni de qué sed se trataba. Mas
¿por qué a los judíos no les habló así? Porque éstos ya habían visto muchos
milagros, mientras que la samaritana no había visto ninguno, sino que era la primera
vez que oía semejantes discursos. Por esto, mediante una profecía le demuestra su
poder y no la reprende al punto, sino ¿qué le dice?: Anda, llama a tu marido y vuelve
acá. Le responde la mujer: No tengo marido. Verdad has dicho, le replica Jesús, que
no tienes marido. Pues cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu
marido.
En esto has hablado verdad. Le dice la mujer: Señor, veo que eres profeta.
¡Válgame Dios! ¡Qué virtud tan grande la de esta mujer! ¡Con cuánta mansedumbre
recibe la reprensión! Preguntarás: pero ¿qué razón había para no recibirla? ¿Acaso
no reprendió Jesús muchas veces con mayor dureza? No es propio de un mismo
poder el revelar los secretos pensamientos del alma y el revelar una cosa que se ha
hecho a ocultas. Lo primero es propio y exclusivo de Dios, puesto que nadie lo sabe
sino sólo el mismo que lo piensa… Lo segundo puede ser cosa conocida a lo menos
para los de la misma familia. Pero aquí el caso es que los judíos llevan a mal el ser
reprendidos. Diciéndoles Jesús: ¿Por qué queréis darme muerte? no sólo se admiran,
como la samaritana, sino que lo colman de denuestos e injurias, a pesar de tener ya
en favor de Jesús el argumento de otros milagros. En cambio la samaritana no
conocía sino éste.
Por lo demás, los judíos no únicamente no se admiraron, sino que injuriaron a Jesús y
le dijeron: Estás endemoniado. ¿Quién trata de matarte?*4 La samaritana no sólo no
lo injuria, sino que se admira y queda estupefacta y lo tiene por profeta; y eso que a
ella la ha reprendido ahora más duramente que a los judíos entonces. Puesto que el
pecado de ella era particular y suyo, mientras que el de los judíos era colectivo y de
todos. Y no solemos molestarnos tanto cuando se acusan pecados comunes, como
cuando se nos recriminan los propios. Los judíos creían hacer una gran obra si
mataban a Cristo. En cambio, a los ojos de todos lo que había hecho la samaritana
era manifiesto pecado. Y sin embargo, la mujer no llevó a mal la reprensión, sino que
quedó admirada y estupefacta.
Igualmente procedió Cristo en el caso de Natanael. No comenzó por la profecía, ni le
dijo: Te vi bajo la higuera; sino que, hasta cuando aquél le preguntó: ¿Dónde me
conociste? Jesús le respondió eso otro. Quería que las profecías y los milagros
partieran de ocasiones dadas por los que se le acercaban, tanto para mejor atraerlos,
como para evitar cualquier sospecha de vana gloria. Lo mismo procede en el caso de
la samaritana. Juzgaba que sería molesto y además superfluo el acusarla
inmediatamente y decirle: No tienes marido. Era más conveniente corregirle su
pecado una vez que ella diera ocasión, con lo que al mismo tiempo hacía a la oyente
más mansa y suave.
Preguntarás: pero ¿a qué venía decirle: Anda, llama a tu marido y vuelve acá? Se
trataba de un don espiritual y de un favor que sobrepasaba la humana naturaleza.
Instaba la mujer procurando alcanzarlo. Él le dijo: Anda, llama a tu marido y vuelve
acá, dándole a entender que también él debía participar de aquellos bienes. Ella,
ansiosa de recibirlos, oculta su vergüenza; y pensando que hablaba con un puro
hombre, le responde: No tengo marido. Cristo de aquí toma ocasión para reprenderla
oportunamente, aclarando ambas cosas: porque enumeró a todos los anteriores y
reveló al que ella ocultaba.
¿Qué hace la mujer? No lo llevó a mal; no abandonó a Cristo y se dio a huir, no
pensó que él la injuriaba, sino que más bien se llenó de admiración y perseveró en su
deseo. Porque le dice: Veo que eres profeta. Tú advierte su prudencia. No se entrega
inmediatamente, sino que aún considera las cosas y se admira. Porque ese veo
quiere decir: Me parece que eres profeta. Y ya bajo esta sospecha, no pregunta nada
terreno, ni suplica la salud corporal o riquezas, y haberes, sino inmediatamente
pregunta acerca del dogma y la verdad. ¿Qué es lo que dice?: Nuestros padres
dieron culto a Dios en este monte, significando a Abraham, pues se decía que a ese
monte llevó su hijo Isaac. ¿Cómo decís vosotros que Jerusalén es el sitio en donde le
debe dar culto? Advierte cuánto se ha elevado su pensamiento. La que antes sólo
cuidaba de mitigar su sed, ya se interesa y pregunta sobre el dogma. ¿Qué hace
Cristo? No le responde resolviendo la cuestión (pues él no tenía interés en ir
contestando exactamente las preguntas, cosa que habría sido inútil), sino que lleva a
la mujer a mayores elevaciones. Sólo que no le trató de estas cosas hasta que la
mujer lo confesó como profeta, para que así luego ella diera mayor crédito a sus
palabras. Puesto que una vez que eso creyera, ya no ponen duda lo que se le dijera.
Avergoncémonos y confundámonos. Esta mujer que había tenido cinco maridos, que
era una samaritana, demuestra tanto empeño en conocer la verdad y no la aparta de
semejante búsqueda ni la hora del día ni otra alguna ocupación o negocio, mientras
que nosotros no sólo no investigamos acerca de los dogmas, sino que en todo nos
mostramos perezosos y llenos de desidia. Por tal motivo, todo lo descuidamos. Pre-
gunto: ¿quién de vosotros allá en su hogar toma un libro de la doctrina cristiana, lo
examina, o escruta las Sagradas Escrituras? ¡Nadie, a la verdad, podría responderme
afirmativamente!
En cambio encontraremos en el hogar de la mayor parte de vosotros cubos y dados
para juegos, pero libros o ninguno o apenas en pocos hogares. Y estos pocos que los
poseen se portan como si no los tuvieran, pues los guardan bien cerrados y aun
abandonados en su escritorio. Todo el cuidado lo ponen en que las membranas sean
muy finas, o los caracteres muy lindos, pero no en leerlos. Es que no los adquieren
en busca de la utilidad, sino para poner manifiesta su ambiciosa opulencia. ¡Tan
grande fausto les exige la vanagloria! De nadie oigo que ambicione entender los
libros; pero en cambio sí se jactan muchos de poseer libros con letras de oro escritos.
¿Qué utilidad se saca de eso?
Las Sagradas Escrituras no se nos han dado para eso, o sea para tenerlas
únicamente en los libros, sino para que las grabemos en nuestros corazones.
Semejante forma de poseer los Libros santos es propia de la ostentación judaica;
quiero decir, cuando los preceptos divinos se quedan en los escritos. No se nos dio al
principio así la ley, sino que se nos grabó en nuestros corazones de carne. Y no digo
esto como para prohibir la adquisición de los Libros. Más aún, la alabo y anhelo que
se realice. Pero quisiera que sus palabras y sentido de tal modo los traigamos en
nuestra mente que quede ella purificada con la inteligencia de lo escrito.
Si el demonio no se atreve a entrar en una casa en donde tienen los evangelios,
mucho menos se atreverán ni el demonio ni el pecado a acercarse a un alma
compenetrada con las sentencias de los evangelios. Santifica, pues, tu alma, santifica
tu cuerpo; y para esto continuamente revuelve estas cosas en tu mente y acerca de
ellas conversa. Si las palabras torpes manchan y atraen a los demonios, es claro con
toda certeza que la lectura espiritual santifica y atrae las gracias del Espíritu Santo.
Son las Escrituras cantares divinos. Cantemos en nuestro interior y pongamos este
remedio a las enfermedades del alma. Si cayéramos en la cuenta del valor que tiene
lo que leemos, lo escucharíamos con sumo empeño.
Constantemente repito esto y no dejaré de repetirlo. ¿Acaso no sería absurdo que
mientras los hombres sentados en la plaza refieren los nombres de los bailarines y de
los aurigas y aun describen cuál sea el linaje, la ciudad, la educación y aun los
defectos y las cualidades de los corceles, los que acá acuden a estas reuniones nada
sepan de lo que aquí se hace y aun ignoren el número de los Libros sagrados? Y si
me objetas que en referir aquellas cosas se experimenta grande deleite, yo demos-
traré que mayor se obtiene de las Sagradas Escrituras. Porque pregunto: ¿qué hay
más suave, qué hay más admirable? ¿Acaso el contemplar cómo un hombre lucha
con otro, o más bien el ver cómo un hombre lucha contra el demonio, y cómo com-
batiendo uno que tiene cuerpo contra otro incorpóreo, sin embargo, aquél supera y
vence a éste?
Pues bien: contemplemos estas batallas; éstas, digo, que es honroso y útil imitar y
quienes las imitan reciben la corona; y no aquellas otras cuyo anhelo cubre de
ignominia a quienes las imitan. Esas las contemplarás en compañía de los demonios,
si te pones a verlas; aquellas otras, en compañía de los ángeles y del Señor de los
ángeles. Dime: si pudieras tú disfrutar de los espectáculos sentado entre los príncipes
y los reyes ¿no lo tendrías como sumamente honorífico? Pues bien, acá, viendo tú al
diablo cómo es castigado en las espaldas, mientras te sientas con el Rey; y cómo
forcejea y procura vencer pero en vano ¿no correrás a contemplar este espectáculo?
Preguntarás: ¿cómo puede ser eso? Pues con sólo que tengas en tus manos el Libro
Sagrado. Porque en él verás los fosos y límites de la palestra y las solemnes carreras
y las oportunidades de dominar al adversario y artificio que usan las almas justas. Si
tales espectáculos contemplas, aprenderás el modo de combatir y vencerás a los
demonios. Aquellos otros espectáculos profanos son festivales diabólicos y no
reuniones de hombres. Si no es lícito entrar en los templos de los ídolos, mucho
menos lo será entrar a esas solemnidades satánicas.
No cesaré de decir y repetir estas cosas, hasta ver que cambiáis de costumbres.
Porque decirlas, afirma Pablo, a mí no me es gravoso y a vosotros os es
salvaguarda*5. Así pues, no llevéis a mal nuestra exhortación. Si fuera cuestión de no
molestarse, más bien me tocaría a mí, puesto que no se me hace caso, que no a
vosotros, que continuamente las oís pero nunca las obedecéis. Mas ¡no! ¡lejos de mí
que me vea obligado a siempre acusaros! Haga el Señor que libres de semejante
vergüenza, os hagáis dignos de los espirituales espectáculos y gocéis además de la
gloria futura, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria
en unión con el Padre y el Espíritu santo, por los siglos de los siglos.—Amén.
San Juan Crisóstomo, Explicación del Evangelio de San Juan (1), Homilía XXXII
(XXXI), EDITORIAL TRADICIÓN, S.A., MEXICO, 1981, 264-72
________________________________________________________
*1- Jn 7, 38-39
*2- Jn 10, 37
*3- Jn 6, 35
*4- Jn 7
*5- Flp 3, 1
Volver Santos Padres
Inicio
Aplicación· P. José A. Marcone I.V.E.· San Juan Pablo II· S.S. Benedicto XVI· S.S. Francisco p.p.
P. José A. Marcone, I.V.E.
La Samaritana
(Jn 4,5-42)
Introducción
La Iglesia ha dado a cada domingo de Cuaresma un sentido particular. Los tres
últimos domingos de Cuaresma tienen como temática principal el Bautismo. Se
reasume así lo que fue en el antiguo catecumenado (y en el catecumenado actual
restaurado*1) el ‘segundo orden de la iniciación cristiana’, el ‘tiempo de purificación e
iluminación’, que duraba las tres últimas semanas de Cuaresma. Al tercer domingo de
Cuaresma, el domingo de hoy, se le asignaba el evangelio de la Samaritana (Jn 4,5-
42).
El tercer domingo de Cuaresma se hacía el primer examen de los elegidos al
Bautismo, examen llamado ‘escrutinio’*2. Ese escrutinio consta de una oración de
exorcismo y una oración sobre los elegidos. Ambas oraciones explican el sentido
bautismal que tiene el evangelio de la Samaritana.
Oración de exorcismo: “Oh Dios, que nos enviaste como Salvador a tu Hijo,
concédenos que estos catecúmenos, que desean sacar agua viva como la
Samaritana, convertidos como ella con la palabra del Señor, se confiesen cargados
de pecados y debilidades. No permitas, te suplicamos, que con vana confianza en sí
mismos, sean engañados por la potestad diabólica, mas líbralos del espíritu pérfido,
para que, reconociendo sus maldades, merezcan ser purificados interiormente para
comenzar el camino de la salvación” *3.
Oración sobre los elegidos: “Señor Jesús, tú eres la fuente a la que acuden estos
sedientos y el maestro al que buscan. Ante ti, que eres el único santo, no se atreven a
proclamarse inocentes. Confiadamente abren sus corazones, confiesan su suciedad,
descubren sus llagas ocultas. (…). Domina al espíritu maligno, derrotado cuando
resucitaste. Por el Espíritu Santo muestra el camino a tus elegidos para que,
caminando hacia el Padre, le adoren en la verdad”*4.
Como podemos ver, ambas oraciones están impregnadas de referencias al evangelio
de la Samaritana. En esta homilía trataremos de explicitar y explicar dichas
referencias.
1. El agua que da Jesús es el Espíritu Santo
El comienzo del capítulo 4 de San Juan marca un momento importante de la vida de
Jesús. En efecto, es el momento clave del inicio de la segunda etapa de su vida
pública, la etapa que se desarrollará durante 21 meses en Galilea. Para ir hacia allí,
procedente de Judea, debe atravesar Samaría. Sin embargo, normalmente los judíos
que iban a Galilea evitaban pasar por Samaría debido a una fuerte rivalidad religiosa
y daban un rodeo atravesando el Jordán a la altura de Jericó, caminando por la
Transjordania y volviendo a cruzar el Jordán ya en tierra galilea.
Esta fuerte rivalidad religiosa se debía al hecho de que los samaritanos eran
descendientes de antiguos colonos persas (cf. 2Re 17,5-41) que habían abrazado a
medias la religión judía, quedándose sólo con el Pentateuco y rechazando todos los
demás libros de la Sagrada Escritura judía. Para los judíos la religión samaritana era
una despreciable herejía de su religión. El samaritano era profundamente despreciado
por el judío y viceversa. En el AT y en el mismo evangelio hay muchos testimonios de
este desprecio mutuo entre judíos y samaritanos (cf. Esd 4,1-24; Sir 50,25-26; Lc
9,52-56; Jn 8,48).
Jesús hace caso omiso a esa rivalidad y desafía abiertamente las tradiciones
humanas que amenazaban anquilosar la religión pura. Por eso comete tres
‘infracciones’: atraviesa el territorio de Samaría, conversa amistosamente sobre
religión con un hereje, y ese hereje es nada más y nada menos que una mujer, que
no estaban autorizadas a recibir lecciones de un rabí. El ‘escandalo’ por las dos
últimas ‘infracciones’ está atestiguado en el mismo texto de hoy: “¿Cómo tú, siendo
judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?” (Jn 4,9). “En esto
llegaron sus discípulos y se sorprendían de que hablara con una mujer” (Jn 4,27).
La conversación se desarrolla en la antigua ciudad de Siquem (llamada Sicar en
tiempos de Jesús), al pie del Monte Garizim, donde los samaritanos habían levantado
un templo, rival del de Jerusalén.
Jesús tiene una doble sed. En primer lugar, una sed natural, porque está realmente
cansado y hace calor. Pero más sed tiene todavía del alma de la Samaritana. Cuando
decimos que Jesús tiene sed del alma de la Samaritana queremos decir los siguiente:
tiene sed de anunciarle la verdadera revelación respecto a la verdadera religión, tiene
sed de hacer la voluntad de Dios anunciando dicha revelación (Jn 4,34), tiene sed de
que la Samaritana se bautice y adquiera la gracia santificante, tiene sed de que la
Samaritana beba del Espíritu Santo, tiene sed de que la Samaritana se una a Él,
verdadero Esposo del alma, a través de la gracia santificante.
Jesús va a estructurar todo su anuncio de la verdadera religión partiendo de su sed
natural, pero queriendo llegar a conquistar el alma de la Samaritana. Hablará
abiertamente de su sed natural, pero en esas palabras esconderá su sed de beber el
alma de la Samaritana. Inicia de su propia sed natural pero, a través de la
manifestación de su propia sed natural, logrará que la Samaritana tenga sed del agua
viva, el Espíritu Santo.
Por eso es que Jesús habla en un doble sentido. Y esto es común en el evangelio de
San Juan. San Juan es el evangelista que mejor ha transparentado este modo de
hablar de Jesús con doble sentido. En efecto, “en el cuarto evangelio, no raramente el
autor pretende que su lector sepa individuar diversos niveles de significado en el
mismo relato o en la misma metáfora (lenguaje figurado)”*5. Esto se debe a que
“Jesús proviene de otro mundo, del alto. Sin embargo, habla el lenguaje de este
mundo. Inevitablemente, todos los que se encuentran con Él, con una experiencia a
un nivel más bajo, cuando Él habla del agua, del pan, de la carne, etc. mal entienden
el sentido que Él intenta darle a estas palabras”*6. Así sucede con la Samaritana.
Jesús pasa de su propia sed natural de agua material a la sed sobrenatural que la
Samaritana debe tener de un agua sobrenatural. Esta es la finalidad de su lenguaje de
doble sentido. Notemos entonces el punto de partida y el punto de llegada. El punto
de partida es: 1. Sed de Jesús; 2. Sed natural; 2. Sed de agua material. El punto de
llegada, intentado por Jesús es: 1. Sed de la Samaritana; 2. Sed sobrenatural; 3. Sed
de agua sobrenatural.
Los dos versículos claves del evangelio de hoy son Jn 4,14-15: “El que beba del agua
que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él
en fuente de agua que brota para vida eterna. Le dice la mujer: Señor, dame de esa
agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla”. En estos dos
versículos está escondido todo el sentido bautismal y cuaresmal del evangelio de hoy.
El agua que Jesús da y que se convierte en fuente que brota para vida eterna es, en
el evangelio de San Juan, claramente, el Espíritu Santo, tercera persona de la
Santísima Trinidad. Así lo dice explícitamente, en otro lugar, el mismo evangelista San
Juan: “El último día de la fiesta, el más solemne, Jesús puesto en pie, gritó: ‘Si alguno
tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí’; como dice la Escritura: ‘De su seno
correrán ríos de agua viva’. Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los
que creyeran en él. Porque aún no había Espíritu, pues todavía Jesús no había sido
glorificado” (Jn 7,37-39). En la conversación que Jesús tiene con Nicodemo se hace
la misma afirmación: “El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el
Reino de Dios” (Jn 3,5).
Esto lo confirma San Juan Crisóstomo: “La Sagrada Escritura unas veces llama fuego
a la gracia del Espíritu Santo y, otras, agua, demostrando con esto que ambos
nombres son aptos para designar no la substancia de la gracia, sino sus operaciones.
(…) También aquí, hablando con la samaritana, al Espíritu lo llama agua: El que
bebiere del agua que yo le daré, no tendrá ya jamás en lo sucesivo sed. (…) Llama
pues al Espíritu fuego para significar la fuerza y fervor de la gracia y el perdón de los
pecados; y lo llama agua para indicar la purificación que viene a quienes por su medio
renacen en el alma”*7.
También lo dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “Los símbolos del Espíritu Santo.
El agua. El simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el
Bautismo, ya que, después de la invocación del Espíritu Santo, ésta se convierte en el
signo sacramental eficaz del nuevo nacimiento: del mismo modo que la gestación de
nuestro primer nacimiento se hace en el agua, así el agua bautismal significa
realmente que nuestro nacimiento a la vida divina se nos da en el Espíritu Santo”
(CEC, 694, cf. también CEC, 2652).
Por lo tanto, Nuestro Señor Jesucristo, al hablar del agua que Él quiere dar a la
Samaritana se refiere al Espíritu Santo y al agua del Bautismo que borra el pecado
original, perdona todos los pecados de una persona adulta, da la gracia santificante y
otorga el Espíritu Santo para que habite en el alma del justo. Dado que el Bautismo
sólo tiene eficacia por la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, dentro de esta
agua que Jesucristo quiere dar a la Samaritana está incluida la redención que Él
llevará a cabo. De hecho, la fe terminal de la Samaritana acabará en esta afirmación:
“Éste es verdaderamente el Salvador del mundo” (Jn 4,42). Éste es el sentido exacto
del agua de la que habla Jesús en su conversación con la Samaritana.
El sentido del agua que da Jesús se completa, en la conversación con la Samaritana,
con otras dos afirmaciones importantísimas: 1. Él es el Mesías (Jn 4,26); 2. Una
insinuación notable de su divinidad: “Llega la hora (ya estamos en ella) en que los
adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere
el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar
en espíritu y verdad” (Jn 4,23-24). Pero Jesús dijo: “Yo soy la verdad” (Jn 14,6). Por lo
tanto, la adoración a Dios se da en la persona de Jesús.
2. El agua viva del Espíritu y el cristiano de hoy
Queda clarísimo, entonces, tal como lo han hecho notar los Santos Padres y lo ha
indicado la antigua Iglesia en su ritual del catecumenado, que en su conversación con
la Samaritana Jesucristo ha anunciado la eficacia del Bautismo, el agua que destruye
el pecado y da el Espíritu Santo.
Tal como lo indica el Directorio Homilético, “el homileta tendría que esforzarse en
relacionar al conjunto de la comunidad con el camino de preparación de los
elegidos”*8. Por lo tanto, la intención de la Iglesia es que los fieles que escuchan este
evangelio, aun cuando ya estén bautizados, recuerden la virtualidad del Bautismo y
sus exigencias.
La primera ayuda para recordar la virtualidad del Bautismo y sus exigencias nos viene
del hecho de que las oraciones del escrutinio de hoy nos ponen claramente a la
Samaritana como ejemplo de buena disposición frente al Bautismo. Dice San Juan
Crisóstomo: “La Samaritana antepone a Cristo al patriarca Jacob. Es esto indicio de
un alma honrada y sincera”*9. Y refiriéndose a la reprensión que le hace Cristo a
causa de sus desórdenes matrimoniales y a la respuesta de la Samaritana (“Señor,
veo que eres profeta”, Jn 4,19), dice San Juan Crisóstomo: “¡Válgame Dios! ¡Qué
virtud tan grande la de esta mujer! ¡Con cuánta mansedumbre recibe la
reprensión!”*10. “¿Qué hace la mujer? No lo llevó a mal; no abandonó a Cristo y se
dio a huir, no pensó que él la injuriaba, sino que más bien se llenó de admiración y
perseveró en su deseo. (…) Y ya bajo la sola sospecha de que Jesús es profeta, no
pregunta nada terreno, ni suplica la salud corporal o riquezas, y haberes, sino
inmediatamente pregunta acerca del dogma y la verdad. (…) Avergoncémonos y
confundámonos”*11. Esta actitud de humildad y contrición es la correcta de aquel que
quiere recibir el perdón de sus pecados. Si imitamos a la Samaritana pondremos en
práctica la oración de exorcismo correspondiente al escrutinio de hoy y citada más
arriba.
Otra cosa necesaria para recordar la virtualidad del Bautismo y sus exigencias es
hacer que se verifique en nosotros lo que se verificó en la Samaritana, es decir, que
nazca en nosotros una gran sed del Bautismo y del Espíritu Santo, representados en
el agua viva. “Dame de esa agua para que no tenga más sed”, dice la Samaritana a
Cristo (Jn 4,15). Tanto el adulto que se prepara para el Bautismo como todos nosotros
que ya estamos bautizados, debemos desear el agua viva de la purificación de los
pecados y de la comunión con el Espíritu Santo.
El Espíritu Santo es, al mismo tiempo, agua que ahoga y destruye los pecados, y
agua que alimenta y hace reverdecer, es decir, da la gracia santificante. El Espíritu
Santo es una y la misma agua que produce los dos efectos. Eso es lo que San Pablo
quiere decir cuando dice: “Todos fuimos bautizados (o sumergidos) en un mismo
Espíritu” (1Cor 12,13). Fuimos sumergidos en el Espíritu Santo para que nuestros
pecados sean destruidos. Pero al mismo tiempo y en el mismo versículo dice San
Pablo: “Y todos hemos bebido de un mismo Espíritu” (1Cor 12,13), lo cual significa
que nos alimentamos del Espíritu Santo que nos da la gracia y la resurrección del
alma.
Al decir ‘dame de esa agua viva para que no tenga más sed’ estamos diciendo:
a. Señor, envía sobre mí el diluvio de agua que destruya el pecado original y todos
mis pecados y maldades y debilidades. Al igual que el diluvio universal acabó con los
malos de la tierra o el mar Rojo aniquiló el ejército egipcio, símbolo del mal, así
también, Señor, destruye todos mis pecados. Señor, que me sumerja en el agua que
acaba con mis pecados. Señor, que en el Sacramento de la Confesión, donde está
realmente presente el agua que es tu Espíritu (cf. Jn 20,22-23), encuentre el perdón
de mis pecados y la paz para el alma.
b. Señor, que yo resurja del agua y vuelva a tomar aire y ver el sol, es decir, que mi
alma resucite de la muerte, que me vea revestido de la gracia santificante, la cual me
hace justo y me hace hijo de Dios.
c. Señor, dame el agua que es el Espíritu Santo, para que mi alma no tenga nunca
más sed. Que en el contacto íntimo con vos a través de la oración silenciosa delante
de tu Sagrario o delante del Santísimo Sacramento expuesto, beba yo el Espíritu
Santo (cf. 1Cor 12,13) y me sacie de tal manera que no vuelva nunca más a tener sed
… hasta que necesite otra vez volver a beberlo en la oración. Por eso dice el
Catecismo de la Iglesia Católica: “El Espíritu Santo es el "agua viva" que, en el
corazón orante, "brota para vida eterna" (Jn 4,14). Él es quien nos enseña a recogerla
en la misma Fuente: Cristo. Pues bien, en la vida cristiana hay manantiales donde
Cristo nos espera para darnos a beber el Espíritu Santo” (CEC, 2652).
Y esta petición, que es la misma que la de la Samaritana debe ser hecha con gran
confianza: “Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas
buenas, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden?”
(Lc 11,13).
3. El agua que brota de Jesús y la Eucaristía
Además, este ‘dame de beber’ de la Samaritana tiene también una aplicación muy
concreta al Santo Sacrificio de la Misa. Se trata de una conexión no acomodada ni
figurada, sino literal y textual. El razonamiento es el siguiente.
Dijimos que el agua viva que Jesucristo da a la Samaritana es, sin duda, el Espíritu
Santo. Esto se confirma con Jn 7,38 donde se dice que del seno de Jesús correrán
ríos de agua viva, y San Juan aclara, en el v. 39, que esa agua es el Espíritu Santo.
Además, en ese mismo versículo de Jn 7,39 San Juan dice que se trata del Espíritu
Santo que iban a ‘recibir’ (lambánein) los que creyeran en Cristo. Resaltamos esta
palabra: ‘recibir’. Además, allí mismo dice que “todavía no había Espíritu Santo
porque Jesús todavía no había sido glorificado”.
Ahora bien, estando Jesús en la cruz, los evangelistas narran de distinta manera la
muerte de Jesús. Mateo (27,50) dice que Jesús ‘dejó’ o ‘abandonó’ (afêke, verbo
afíemi) el espíritu. Marcos no nombra al espíritu ni al Espíritu (con mayúsculas) en la
muerte de Jesús. San Lucas dice que Jesús ‘puso’ o ‘encomendó’ (paratíthemai,
verbo paratíthemi) su espíritu en manos del Padre. Pero San Juan usa un verbo que
significa ‘entregar algo a otro’, el verbo paradídomi; dice: ‘entregó su Espíritu’
(parédoke tò Pneûma, Jn 19,30). E inmediatamente el discípulo amado, San Juan,
narra algo que no está en los sinópticos: la perforación del costado de Jesús muerto
de dónde salió, dice textualmente, “sangre y agua” (Jn 19,34). Por lo tanto, otra vez
tenemos el binomio agua y Espíritu que brota del seno de Jesús y es entregado a un
discípulo que ha creído en Él. En realidad, se trata de un tri-nomio, porque el agua
salió mezclada con sangre. Esto indica aún con más claridad la realidad del
Bautismo, el cual dona el Espíritu Santo (agua) como fruto de la donación redentora
de Cristo (sangre). La donación redentora de Cristo, significada literal y textualmente
en la sangre, significa la Eucaristía: “Esta es mi sangre, derramada para el perdón de
los pecados” (Mt 26,28)*12.
Respecto a esto dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “Bautizados en un solo
Espíritu, también "hemos bebido de un solo Espíritu" (1Cor 12,13): el Espíritu es,
pues, también personalmente el Agua viva que brota de Cristo crucificado (cf. Jn
19,34; 1Jn 5,8) como de su manantial y que en nosotros brota en vida eterna (cf. Jn
4,10-14; 7, 38; Ex 17,1-6; Is 55,1; Zac 14,8; 1Co 10,4; Ap 21,6; 22,17)” (CEC, 694).
Por lo tanto, el mejor modo de poner en práctica el evangelio de hoy y de actualizar
nuestro Bautismo es acercarnos, con el alma en gracia de Dios, libre de pecado, a
comulgar el Cuerpo de Cristo luego que ha perfeccionado su sacrificio sobre el altar
durante la consagración del pan y del vino. De una manera real, el participar del
Santo Sacrificio de la Misa y el comulgar de su Cuerpo y su Sangre, es acercar los
labios al costado traspasado de Jesús y de allí beber el Espíritu Santo, que brota del
seno de Jesús en forma de agua viva y de sangre mezclada con el agua.
Pidámosle esta gracia a la Santísima Virgen.
________________________________________________
*1- Conferencia Episcopal Española, Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos,
reformado según los decretos del Concilio Vaticano II, promulgado por mandato de
Pablo VI, aprobado por el Episcopado Español y confirmado por la Sagrada
Congregación para los Sacramentos y el Culto Divino, Barcelona, 1976.
*2- Escrutinio. (Del lat. scrutinĭum). m. Examen y averiguación exacta y diligente que
se hace de algo para formar juicio de ello (DRAE).
*3- Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos, nº 164.
*4- Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos, nº 164.
*5- Brown, R., Il Vangelo e le Lettere di Giovanni. Breve commentario, Editrice
Queriniana, Brescia, 1994, p. 20.
*6- Brown, R., Il Vangelo..., p. 21
*7- San Juan Crisóstomo, Explicación del Evangelio de San Juan (I), Homilía XXXII
(XXXI), Editorial Tradición, México, 1981, p. 264 – 272.
*8- Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos, Directorio
Homilético, 2014, nº 70.
*9- San Juan Crisóstomo, ibídem.
*10- San Juan Crisóstomo, ibídem.
*11- San Juan Crisóstomo, ibídem.
*12- Cf. Brown, R., Il Vangelo..., p. 133 – 134; traducción nuestra.
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San Juan Pablo II
"Señor, dame esa agua: así no tendré más sed" (Jn 4, 15; cf. Aleluya). La petición de
la samaritana imprime un giro decisivo al largo e intenso diálogo con Jesús, que se
desarrolla junto al pozo de Jacob, cerca de la ciudad de Sicar. Nos lo narra san Juan
en la página evangélica de hoy. Cristo dice a la mujer: "Dame de beber" (Jn 4, 7).
Su sed material es signo de una realidad mucho más profunda: expresa el deseo
ardiente de que su interlocutora y los paisanos de ella se abran a la fe. Por su parte,
la mujer de Samaría, cuando le pide agua, manifiesta en el fondo la necesidad de
salvación presente en el corazón de toda persona. Y el Señor se revela como el que
ofrece el agua viva del Espíritu, que sacia para siempre la sed de infinito de todo ser
humano.
La liturgia de este tercer domingo de Cuaresma nos propone un espléndido
comentario del episodio joánico, cuando en el Prefacio se dice que Jesús "quiso estar
sediento" de la salvación de la samaritana, para "encender en ella el fuego del amor
divino".
El episodio de la samaritana delinea el itinerario de fe que todos estamos llamados a
recorrer. También hoy Jesús "está sediento", es decir, desea la fe y el amor de la
humanidad. Del encuentro personal con él, reconocido y acogido como Mesías, nace
la adhesión a su mensaje de salvación y el deseo de difundirlo en el mundo.
Esto es lo que sucede en la continuación del relato del evangelio de san Juan. El
vínculo con Jesús transforma completamente la vida de la mujer que, sin demora,
corre a comunicar la buena noticia a la gente del pueblo vecino: "Venid a ver un
hombre que me ha dicho todo lo que he hecho: ¿será este el Mesías?" (Jn 4, 29). La
revelación acogida con fe impulsa a transformarse en palabra proclamada a los
demás y testimoniada mediante opciones concretas de vida. Esta es la misión de los
creyentes, que brota y se desarrolla a partir del encuentro personal con el Señor.
"La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rm 5, 5). También estas
palabras del apóstol san Pablo, proclamadas en la segunda lectura, se refieren al don
del Espíritu, simbolizado por el agua viva prometida por Jesús a la samaritana. El
Espíritu es la "prenda" de la salvación definitiva que Dios nos ha prometido. El hombre
no puede vivir sin esperanza. Sin embargo, muchas esperanzas naufragan contra los
escollos de la vida. Pero la esperanza del cristiano "no defrauda", porque se apoya en
el sólido fundamento de la fe en el amor de Dios, revelado en Cristo.
A María, Madre de la esperanza, le encomiendo vuestra parroquia y el camino
cuaresmal hacia la Pascua. María, que siguió a su Hijo Jesús hasta la cruz, nos
ayude a todos a ser discípulos fieles de aquel que hace saltar en nuestro corazón
agua para la vida eterna (cf. Jn 4, 14).
(Parroquia romana de San Gelasio, domingo 3 de marzo de 2002)
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Benedicto XVI
A través del símbolo del agua, que encontramos en la primera lectura y en el pasaje
evangélico de la samaritana, la palabra de Dios nos transmite un mensaje siempre
vivo y actual: Dios tiene sed de nuestra fe y quiere que encontremos en él la fuente
de nuestra auténtica felicidad. Todo creyente corre el peligro de practicar una
religiosidad no auténtica, de no buscar en Dios la respuesta a las expectativas más
íntimas del corazón, sino de utilizar más bien a Dios como si estuviera al servicio de
nuestros deseos y proyectos.
En la primera lectura vemos al pueblo hebreo que sufre en el desierto por falta de
agua y, presa del desaliento como en otras circunstancias, se lamenta y reacciona de
modo violento. Llega a rebelarse contra Moisés; llega casi a rebelarse contra Dios. El
autor sagrado narra: «Habían tentado al Señor diciendo: "¿Está o no está el Señor en
medio de nosotros?"» (Ex 17, 7). El pueblo exige a Dios que salga al encuentro de
sus expectativas y exigencias, más bien que abandonarse confiado en sus manos, y
en la prueba pierde la confianza en él. ¡Cuántas veces esto mismo sucede también en
nuestra vida! ¡En cuántas circunstancias, más que conformarnos dócilmente a la
voluntad divina, quisiéramos que Dios realizara nuestros designios y colmara todas
nuestras expectativas! ¡En cuántas ocasiones nuestra fe se muestra frágil, nuestra
confianza débil y nuestra religiosidad contaminada por elementos mágicos y
meramente terrenos!
En este tiempo cuaresmal, mientras la Iglesia nos invita a recorrer un itinerario de
verdadera conversión, acojamos con humilde docilidad la recomendación del salmo
responsorial: «Ojalá escuchéis hoy su voz: "No endurezcáis el corazón como en
Meribá, como el día de Masá en el desierto, cuando vuestros padres me pusieron a
prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras"» (Sal 94, 7-9).
El simbolismo del agua vuelve con gran elocuencia en la célebre página evangélica
que narra el encuentro de Jesús con la samaritana en Sicar, junto al pozo de Jacob.
Notamos enseguida un nexo entre el pozo construido por el gran patriarca de Israel
para garantizar el agua a su familia y la historia de la salvación, en la que Dios da a la
humanidad el agua que salta hasta la vida eterna. Si hay una sed física del agua
indispensable para vivir en esta tierra, también hay en el hombre una sed espiritual
que sólo Dios puede saciar. Esto se refleja claramente en el diálogo entre Jesús y la
mujer que había ido a sacar agua del pozo de Jacob.
Todo inicia con la petición de Jesús: «Dame de beber» (Jn 4, 7). A primera vista
parece una simple petición de un poco de agua, en un mediodía caluroso. En realidad,
con esta petición, dirigida por lo demás a una mujer samaritana —entre judíos y
samaritanos no había un buen entendimiento—, Jesús pone en marcha en su
interlocutora un camino interior que hace surgir en ella el deseo de algo más
profundo. San Agustín comenta: «Aquel que pedía de beber, tenía sed de la fe de
aquella mujer» (In Io. ev. Tract. XV, 11: PL35, 1514). En efecto, en un momento
determinado es la mujer misma la que pide agua a Jesús (cf. Jn 4, 15), manifestando
así que en toda persona hay una necesidad innata de Dios y de la salvación que sólo
él puede colmar. Una sed de infinito que solamente puede saciar el agua que ofrece
Jesús, el agua viva del Espíritu. Dentro de poco escucharemos en el prefacio estas
palabras: Jesús, «al pedir agua a la samaritana, ya había infundido en ella la gracia
de la fe, y si quiso estar sediento de la fe de aquella mujer fue para encender en ella
el fuego del amor divino».
Queridos hermanos y hermanas, en el diálogo entre Jesús y la samaritana vemos
delineado el itinerario espiritual que cada uno de nosotros, que cada comunidad
cristiana está llamada a redescubrir y recorrer constantemente. Esa página
evangélica, proclamada en este tiempo cuaresmal, asume un valor particularmente
importante para los catecúmenos ya próximos al bautismo. En efecto, este tercer
domingo de Cuaresma está relacionado con el así llamado «primer escrutinio», que
es un rito sacramental de purificación y de gracia.
Así, la samaritana se transforma en figura del catecúmeno iluminado y convertido por
la fe, que desea el agua viva y es purificado por la palabra y la acción del Señor.
También nosotros, ya bautizados, pero siempre tratando de ser verdaderos cristianos,
encontramos en este episodio evangélico un estímulo a redescubrir la importancia y el
sentido de nuestra vida cristiana, el verdadero deseo de Dios que vive en nosotros.
Jesús quiere llevarnos, como a la samaritana, a profesar con fuerza nuestra fe en él,
para que después podamos anunciar y testimoniar a nuestros hermanos la alegría del
encuentro con él y las maravillas que su amor realiza en nuestra existencia. La fe
nace del encuentro con Jesús, reconocido y acogido como Revelador definitivo y
Salvador, en el cual se revela el rostro de Dios. Una vez que el Señor conquista el
corazón de la samaritana, su existencia se transforma, y corre inmediatamente a
comunicar la buena nueva a su gente (cf. Jn 4, 29).
Queridos hermanos y hermanas de la parroquia de Santa María Liberadora, la
invitación de Cristo a dejarnos implicar por su exigente propuesta evangélica resuena
con fuerza esta mañana para cada miembro de vuestra comunidad parroquial. San
Agustín decía que Dios tiene sed de nuestra sed de él, es decir, desea ser deseado.
Cuanto más se aleja el ser humano de Dios, tanto más él lo sigue con su amor
misericordioso.
Santa María Liberadora, tan amada y venerada por vosotros, que juntamente con su
esposo san José educó a Jesús niño y adolescente, proteja a las familias, a los
religiosos y a las religiosas en su tarea de formadores y les dé la alegría, como
deseaba don Bosco, de ver crecer en este barrio «buenos cristianos y ciudadanos
honrados». Amén.
(Parroquia romana de Santa María Libertadora, domingo 24 de febrero de 2008)
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S.S.Francisco p.p.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy nos presenta el encuentro de Jesús con la mujer samaritana,
acaecido en Sicar, junto a un antiguo pozo al que la mujer iba cada día a sacar agua.
Ese día encontró allí a Jesús, sentado, «fatigado por el viaje» (Jn 4, 6). Y enseguida
le dice: «Dame de beber» (v. 7). De este modo supera las barreras de hostilidad que
existían entre judíos y samaritanos y rompe los esquemas de prejuicio respecto a las
mujeres. La sencilla petición de Jesús es el comienzo de un diálogo franco, mediante
el cual Él, con gran delicadeza, entra en el mundo interior de una persona a la cual,
según los esquemas sociales, no habría debido ni siquiera dirigirle la palabra. ¡Pero
Jesús lo hace! Jesús no tiene miedo. Jesús cuando ve a una persona va adelante
porque ama. Nos ama a todos. No se detiene nunca ante una persona por prejuicios.
Jesús la pone ante su situación, sin juzgarla, sino haciendo que se sienta
considerada, reconocida, y suscitando así en ella el deseo de ir más allá de la rutina
cotidiana.
Aquella sed de Jesús no era tanto sed de agua, sino de encontrar un alma
endurecida. Jesús tenía necesidad de encontrar a la samaritana para abrirle el
corazón: le pide de beber para poner en evidencia la sed que había en ella misma. La
mujer queda tocada por este encuentro: dirige a Jesús esos interrogantes profundos
que todos tenemos dentro, pero que a menudo ignoramos. También nosotros
tenemos muchas preguntas que hacer, ¡pero no encontramos el valor de dirigirlas a
Jesús! La cuaresma, queridos hermanos y hermanas, es el tiempo oportuno para
mirarnos dentro, para hacer emerger nuestras necesidades espirituales más
auténticas, y pedir la ayuda del Señor en la oración. El ejemplo de la samaritana nos
invita a expresarnos así: «Jesús, dame de esa agua que saciará mi sed
eternamente».
El Evangelio dice que los discípulos quedaron maravillados de que su Maestro
hablase con esa mujer. Pero el Señor es más grande que los prejuicios, por eso no
tuvo temor de detenerse con la samaritana: la misericordia es más grande que el
prejuicio. ¡Esto tenemos que aprenderlo bien! La misericordia es más grande que el
prejuicio, y Jesús es muy misericordioso, ¡mucho! El resultado de aquel encuentro
junto al pozo fue que la mujer quedó transformada: «dejó su cántaro» (v. 28) con el
que iba a coger el agua, y corrió a la ciudad a contar su experiencia extraordinaria.
«He encontrado a un hombre que me ha dicho todas las cosas que he hecho. ¿Será
el Mesías?» ¡Estaba entusiasmada! Había ido a sacar agua del pozo y encontró otra
agua, el agua viva de la misericordia, que salta hasta la vida eterna. ¡Encontró el agua
que buscaba desde siempre! Corre al pueblo, aquel pueblo que la juzgaba, la
condenaba y la rechazaba, y anuncia que ha encontrado al Mesías: uno que le ha
cambiado la vida. Porque todo encuentro con Jesús nos cambia la vida, siempre. Es
un paso adelante, un paso más cerca de Dios. Y así, cada encuentro con Jesús nos
cambia la vida. Siempre, siempre es así.
En este Evangelio hallamos también nosotros el estímulo para «dejar nuestro
cántaro», símbolo de todo lo que aparentemente es importante, pero que pierde valor
ante el «amor de Dios». ¡Todos tenemos uno o más de uno! Yo os pregunto a
vosotros, también a mí: ¿cuál es tu cántaro interior, ese que te pesa, el que te aleja
de Dios? Dejémoslo un poco aparte y con el corazón escuchemos la voz de Jesús,
que nos ofrece otra agua, otra agua que nos acerca al Señor. Estamos llamados a
redescubrir la importancia y el sentido de nuestra vida cristiana, iniciada en el
bautismo y, como la samaritana, a dar testimonio a nuestros hermanos. ¿De qué? De
la alegría. Testimoniar la alegría del encuentro con Jesús, porque he dicho que todo
encuentro con Jesús nos cambia la vida, y también todo encuentro con Jesús nos
llena de alegría, esa alegría que viene de dentro. Así es el Señor. Y contar cuántas
cosas maravillosas sabe hacer el Señor en nuestro corazón, cuando tenemos el valor
de dejar aparte nuestro cántaro.
(Basílica Vaticana, domingo 23 de marzo de 2014)
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