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Dante Alighieri¡sicos en Español/Dante Ali… · primera por la parte de dentro y la primera por...

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El Convivio Dante Alighieri Obra reproducida sin responsabilidad editorial
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El Convivio

Dante Alighieri

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Tratado primero

- I - Como dice el filósofo al principio de la primerafilosofía, todos los hombres, por naturaleza, deseansaber. La razón de lo cual puede ser el que todacosa impulsada por providencia de su propio natu-ral, inclínase a su perfección; de aquí que, pues laciencia es la última perfección de nuestra alma, y enella reside nuestra última felicidad, todos, por natu-raleza, a desearla estamos sujetos. En verdad, mu-chos están privados de esta nobilísima perfección,por diversas causas, que dentro del hombre y fuerade él le apartan del hábito de la ciencia.

Dentro del hombre puede haber dos defectos oimpedimentos: uno, por parte del cuerpo; el otro, porparte del alma. Por parte del cuerpo lo hay cuandolas partes están indebidamente dispuestas, así quenada puede percibir, como son los sordos, mudos ysus semejantes. Por arte del alma lo hay cuando lamalicia vence en ella, de modo que da en seguir

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viciosos deleites, en los cuales tanto engaño recibe,que por ellos tiene por vil toda otra cosa.

Fuera del hombre, pueden ser asimismo com-prendidas dos causas, una de las cuales es inducto-ra de necesidad, la otra de pereza. La primera sonlas atenciones familiares y civiles, que necesaria-mente sujetan al mayor número de los hombres, demodo que no pueden permanecer en ocio de espe-culación. La otra es el defecto del lugar donde lapersona ha nacido y se ha criado, pues a vecesestará, no solamente privada de todo estudio, sinolejos de gente estudiosa.

Las dos primeras de estas causas, esto es, laprimera por la parte de dentro y la primera por laparte de fuera, no son vituperables, sino merecedo-ras de excusa y perdón; las otras dos, y aun la unamás que la otra, merecen ser reprobadas y abomi-nadas. Manifiestamente, pues, puede ver quien bienconsidere que pocos son aquellos a quienes les esdado lograr el hábito por todos deseado, y casi in-numerables los que, privados de este alimento,viven hambrientos siempre. ¡Oh, bienaventuradosaquéllos pocos que se sientan a la mesa donde elpan de los ángeles(3) se come, y míseros aquéllosque con las bestias tienen pasto común! Mas como

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el hombre es, por naturaleza, amigo del hombre, ytodo amigo se duele de que le falte algo a quien élama, los que en tan alta mesa se alimentan no de-jan de tener misericordia de aquéllos a quienes venandar comiendo hierba y bellotas en un pasto ani-mal. Y, pues la misericordia es madre de beneficio,siempre aquéllos que saben, ofrecen liberalmentede sus buenas riquezas a los verdaderamente po-bres, y son como fuente viva de cuya agua se refri-gera la sed natural susodicha. Así yo, que no mesiento a la mesa bienaventurada, pero huyendo delpasto del vulgo, a los pies de los que en ella sesientan recojo lo que dejan caer, y conozco la míse-ra vida de los que tras de mí he dejado por la dulzu-ra que pruebo en lo que poco a poco recojo, movidode misericordia, no olvidándolo, he reservado paralos míseros alguna cosa, que ya he mostrado variasveces a sus ojos, haciéndoles con ello más deseo-sos. Por lo cual, queriendo prepararlos, es mi inten-ción hacer un general convivio de cuanto les hemostrado y del pan que es menester a tales manja-res, sin el cual no podrían comerlos en este convi-vio: de ese pan adecuado al manjar que es mi in-tención que les sea suministrado.

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Y por eso no quiero que nadie se siente en élque tenga sus órganos mal dispuestos, tanto losdientes cuanto la lengua y el paladar, ni ningúnasentador de vicios, porque su estómago está llenode humores venenosos y contrarios, de suerte queno resistiría mi manjar. Mas venga todo aquél quepor descuido familiar o civil haya quedado con ham-bre humana, y siéntese a una mesa con los demásigualmente privados; y pónganse a sus pies cuantoslo hayan estado por pereza, pues que no son dignosde asiento más elevado, y aquéllos y éstos tomenmi manjar con el pan, que yo se lo haré gustar ydigerir. Los manjares de este convite serán ordena-dos de catorce maneras, es decir, en catorce can-ciones, tanto de amor como de virtudes materiales,los cuales sin este pan tenían sombra de algunaoscuridad, de modo que a muchos les era más ma-nifiesta su belleza que su bondad; pero este pan, esdecir, la presente exposición, será la luz que hagavisible todo color de su sentido. Y si en la obra pre-sente, que se llama Convivio, y quiero que tal sea,se habla más virilmente que en la Vida Nueva, noes mi intención, sin embargo, derogar aquélla enparte alguna, sino antes bien beneficiaría con ésta,mostrando cuán de razón es que sea aquélla férviday apasionada y ésta templada y viril. Pues conviene

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decir y hacer en una edad de diferente manera queen otra; que ciertas costumbres son idóneas y lau-dables en una edad e inconvenientes y reprobablesen otra, tal como más abajo, en el cuarto Tratado deeste libro, se mostrará por vía de razón. Hablé enaquélla(4) a la entrada de mi juventud, y en ésta yala juventud pasada. Y como quiera que mi verdade-ra intención era otra que la que muestran por fueralas canciones susodichas, en mi intención mostraraquéllas por explicación alegórica, después de ex-puesta la historia literal; de modo que una y otrarazón darán sabor a los que están invitados a estacena; a todos los cuales ruego que si el convite nofuese tan espléndido como conviene a su fama,imputen todo defecto, no a mi voluntad, sino a misfacultades; porque mi deseo es que mi liberalidadse cumpla.

- II - Al principio de todo banquete bien dispuestosuelen los sirvientes tomar el pan preparado y pur-garlo de toda mácula; como yo, en el presente escri-

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to, ocupo el lugar de aquéllos, de dos máculas in-tento limpiar primeramente esta exposición, quehace las veces del pan en mi convite. Es la una, queno parece lícito que nadie hable de sí mismo; la otraes que no parece razonable hablar argumentandodemasiado a fondo. De esta forma el cuchillo de mijuicio purga lo lícito e irracional.

No permiten los retóricos que nadie hable de símismo sin necesidad. Y de esto se aparta el hom-bre, porque no se puede hablar de nadie sin que elque habla no alabe o vitupere a aquellos de quieneshabla; razones éstas ambas que hablan por sí enboca de cada cual. Así, para disipar una duda quesurge en este punto, digo que peor está vituperarque alabar, pues que no se han de hacer ni una niotra cosa. La razón de lo cual es que toda cosavituperable por sí misma es más fea que la que loes por accidente.

Despreciarse a sí propio es vituperable per se,porque el hombre debe contar al amigo su defectosecretamente, y nadie es más amigo del hombreque él mismo; de aquí que en la cámara de suspensamientos, y no públicamente, debía reprender-se y llorar sus defectos. Con todo, por no poder y nosaber conducirse bien, no es vituperado el hombre

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las más de las veces; mas por no querer lo essiempre, porque por nuestro querer y no querer sejuzgan la malicia y la bondad. Y por eso quien a símismo se vitupera, demuestra que conoce su defec-to y demuestra que no es bueno. Por lo cual se hade abandonar el hablar de sí mismo con vituperio.

Se ha de huir de alabarse a sí mismo, como malpor accidente, en cuanto no se puede alabar sin quetal alabanza no sea más bien vituperio: es alabanzaen la apariencia de las palabras y vituperio en suentraña. Porque las palabras están hechas paramostrar lo que no se sabe. De aquí que quien a símismo se alaba, demuestra que no cree ser tenidopor bueno, pues que no le ocurre tal sin concienciamaliciada, la cual descubre alabándose a sí mismoy descubriéndola se vitupera.

Y aún más: han de huirse la propia alabanza y elpropio vituperio igualmente, por la razón de quepresta falso testimonio, porque no hay hombre quesea verdadero y justo medidor de sí mismo: tantoengaña la propia caridad. De donde se deduce quecada cual tiene en su juicio las medidas del falsomercader, que vende con una y compra con otra; ycada cual examina su mal obrar con amplia medida,y con pequeña examina el bien; de modo que el

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número, la cantidad y el peso del bien le parecenmayores que si fuese apreciado con justa medida, ylos del mal más pequeño. Porque hablando de símismo con alabanza, o al contrario, o dice falsedadrespecto a la cosa de que habla, o dice falsedadrespecto a su opinión; que lo uno y lo otro son fal-sedad. Así pues, dado que el consentir es confesar,comete villanía quien alaba o vitupera a alguien ensu casa, porque el que así es estimado no puedeconsentirlo ni negarlo sin caer en culpa de alabarseo menospreciarse Salvo la manera de la debidacorrección, que no puede existir sin reproche de lafalta que se propone corregir, y salvo el modo dehonrar y glorificar debidamente, el cual no se puedepasar sin hacer mención de las obras virtuosas o delas dignidades virtuosamente conquistadas.

En verdad, volviendo al principal propósito, digo,como se ha indicado más arriba, que en ocasionesnecesarias está permitido hablar de sí mismo. Yentre esas ocasiones necesarias, dos son más ma-nifiestas: es la una cuando, sin hablar de sí mismo,no se puede uno defender de grande infamia y peli-gro, y entonces se permite, por la razón de quetomar de dos senderos el menos malo es comotomar uno bueno. Y esta necesidad movió a Boecio

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a hablar de sí mismo, a fin de que, bajo pretexto deconsolación, disculpase la perpetua infamia de sudestierro, demostrando cuán injusto era, ya que nose alzaba otro exculpador. Es la otra cuando, porhablar de sí mismo, se sigue gran utilidad a los de-más por vía de doctrina; y esta razón movió aAgustín a hablar de sí mismo en las Confesiones,pues por el proceso de su vida, que fue de malo enbueno, de bueno en mejor y de mejor en óptimo, dioen ella ejemplo y doctrina, la cual no se podíaaprender por testimonio más verdadero.

Por lo cual, si una y otra razón me excusan, elpan de mi levadura está purgado de su primeramácula. Muéveme temor de infamia, y muéveme eldeseo de enseñar una doctrina que otro en verdadno puede ofrecer. Temo haber seguido la infamia detanta pasión como creerá haberme dominado quienlea las susodichas canciones; la cual infamia cesacon este hablar yo de mí mismo por entero; el cualdemuestra que, no la pasión, sino la virtud, ha sidola causa por que me moví. Es mi intención tambiénmostrar el verdadero sentido de aquéllas, que nadiepuede ver si yo no lo cuento, porque está ocultobajo figura de alegoría; y esto no solamente propor-

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cionará deleite al oído, sino sutil adiestramientopara hablar así y entender los escritos ajenos.

- III - Es merecedora de grande reprensión aquellacosa que, dispuesta para quitar algún defecto, a élinduce precisamente; como quien fuese enviado aapaciguar una riña, y antes de apaciguarla comen-zase otra. Así pues, dado que mi pan está purgadopor una parte, es preciso que lo purgue por otra,para evitar tal reproche; que mi escrito, al cual pue-de llamársele casi Comentario, está dispuesto paraquitar los defectos de las canciones susodichas, ytal vez sea un poco duro en algún pasaje. Durezaque es aquí consciente, y no por ignorancia, sinopara evitar un defecto mayor. ¡Pluguiera, ay, al Dis-pensador del universo que la causa de mi excusano hubiese existido nunca! Que así nadie me hubie-ra faltado ni yo sufrido pena injustamente; pena,digo, de destierro y pobreza. Pues que plugo a losciudadanos de la muy hermosa y famosísima Flo-rencia, hija de Roma, arrojarme fuera de su dulcísi-

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mo seno -en el cual nací y me crié hasta el logro demi vida, y en el cual, y en buena paz con aquéllos,deseo de todo corazón reposar el cansado ánimo yacabar el tiempo que me haya sido concedido- porcasi todos los lugares a los cuales se extiende estalengua, he andado mendigando, mostrando contrami voluntad la llaga de la suerte, que suele ser im-putada al llagado injustamente muchas veces. Enverdad, yo he sido barco sin vela ni gobierno, lleva-do a diferentes puertos, hoces y playas por el vientoseco que exhala la dolorosa pobreza y como vil heaparecido a los ojos de muchos, que tal vez por lafama me habían imaginado de otra forma; en opi-nión de los cuales, no solamente envilecí mi perso-na, más disminuyó de precio toda obra mía, bien delas ya hechas, ya de la que estuviese por hacer. Larazón por que tal acaece -no sólo en mí, sino entodos- pláceme apuntar aquí brevemente; primero,porque la estimación sobrepuja a la verdad, y luegoporque la presencia empequeñece la verdad.

La buena fama, engendrada principalmente porla buena obra en la mente del amigo, es dada a luzpor ésta primeramente; que la mente del enemigo,aunque reciba la simiente, no concibe. La menteque primero la da a luz, tanto para adornar más su

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regalo cuanto por caridad del amigo que lo recibe,no se atiene a los términos de la verdad, sino quelos exagera. Y cuando los exagera para adornar loque dice, habla contra conciencia; cuando es enga-ño de caridad lo que los exagera, no habla contraella. La segunda mente que esto recibe, no sola-mente se conforma con la exageración de la prime-ra, sino que en su referencia, efecto de aquélla,procura adornarla, y haciéndolo así engañada porsu propia caridad, la exagera aún más de lo que aella le llega, y con igual concordia y discordia deconciencia que la primera. Esto hacen la tercerareceptora y la cuarta, dilatándose hasta el infinito. Yasí, volviendo las causas susodichas en las contra-rias, puede verse como la causa de la infamia seagranda del mismo modo. Por lo cual dice Virgilioen el cuarto libro de la Eneida: «Que la Fama vivede su movimiento, y andando, aumenta. Claramen-te, pues, puede ver quien quiera que la imagenengendrada tan sólo por la fama, siempre es mayorque la cosa imaginada en su verdadero ser.

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- IV - Mostrada ya la razón de por qué la fama dilata elbien y el mal más de su verdadera cantidad, restamostrar en este capítulo las razones que hacen verpor qué la presencia los restringe por el contrario; yuna vez mostradas, vendremos luego al propósitoprincipal, es decir, a la excusa susodicha. Digo,pues, que por tres causas la presencia hace a lapersona de menos valor del que tiene. Una de lascuales es la puericia, no digo de edad, sino de áni-mo; la segunda es la envidia: y éstas están en elque juzga; la tercera es la humana impureza, y éstaestá en el que es juzgado.

La primera puede razonarse brevemente de estemodo: la mayor parte de los hombres viven guiadosde los sentidos y no conforme a razón, a guisa depárvulos; y estos tales no conocen las cosas sinosimplemente por fuera; y no ven su bondad, a cualestá ordenada a determinado fin, porque tienencerrados los ojos de la razón, los cuales sí la ven.De aquí que luego ven cuanto pueden y juzgansegún lo que han visto. Y como se forma una opi-nión de oídas, acerca de la fama de los otros, y lapresencia está en desacuerdo con el juicio imper-

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fecto que, no conforme a razón sino conforme alsentido juzga solamente, casi reputan mentira loque primero han oído, y desprecian a la personaapreciada primero. De aquí que, según éstos queson como casi todos, la presencia restringe una yotra cualidad. Estos tales, tan pronto están deseo-sos como hartos; tan pronto alegres como tristes,con breves deleites y pesares; tan pronto amigoscomo enemigos: que todo lo hacen como párvulos,sin uso de razón.

La segunda se ve por estas razones: que todacomparación es para los viciosos motivo de envidia,y la envidia motivo de mal juicio, ya que no dejaargumentar a la razón en favor de la cosa envidia-da; así que la potencia juzgadora es entonces comoel juez que oye solamente a una de las partes. Deaquí que cuando estos tales ven a la persona famo-sa, al punto están ya envidiosos, porque ven que lesiguala en prendas y dominio, y temen por la exce-lencia de aquélla ser menospreciados. Y éstos nosolamente juzgan mal en su apasionamiento, perodifamando hacen juzgar mal a los demás. Por locual, la presencia disminuye lo bueno y lo malo decada uno de los presentes; y digo lo malo, porque

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muchos, complaciéndose en las malas obras, tienenenvidia a los que obran mal.

Es la tercera la humana impureza que se descu-bre por el propio a quien se juzga, y nunca cuandono hay con él trato ni conversación. Para evidenciartal se ha de saber que el hombre está manchadopor muchas partes; y que, como dice Agustín, «na-da hay sin mancha». El hombre está manchado, yapor alguna pasión a la cual no puede a veces resis-tir, ya por algún miembro deforme, ya por algúngolpe de la fortuna, ya por la infamia de sus padreso de algún pariente. Cosas que la fama no llevaconsigo, mas sí la presencia, y por su conversaciónlas descubre: estas máculas arrojan alguna sombrasobre la claridad de la bondad, de suerte que lahacen parecer menos clara y de menos valor. Y poreso es por lo que todo profeta es menos honrado ensu patria; por eso es por lo que el hombre buenodebe conceder a pocos su presencia, y su familiari-dad a menos aún, a fin de que su nombre sea reve-renciado y no despreciado. Y esta tercera causatanto puede estar en el mal cuanto en el bien, vol-viendo tales razones en sus contrarias. De aquí seve por modo manifiesto que por la impureza, sin lacual no hay nadie, la presencia disminuye lo malo y

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lo bueno de cada uno más de lo que la verdad re-quiere.

De aquí pues que como se ha dicho más arriba,yo me he hecho presente a casi todos los itálicos,por lo cual, no sólo a aquéllos hasta quienes habíacorrido mi fama, mas también a los demás, tal vezles parezco más vil de lo que soy en verdad, por loque tal vez mis cosas han parecido más livianas alpresentarme yo, es preciso que en la obra presente,con más elevado estilo, dé muestra de cierta grave-dad, que autoridad parezca; y baste esta excusa ala dificultad de mi Comentario.

- V - Toda vez que está ya purgado este pan de lasmáculas accidentales, queda por excusar en él unelemento, esto es, el que sea vulgar y no latino; quepor semejanza se puede decir de avena y no detrigo. Y de ello lo excusan brevemente tres motivosque me movieron a preferir éste al otro. Procede eluno del temor de desorden inconveniente; el otro,

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de prontitud de liberalidad; el tercero, del naturalamor al habla propia. Y estas causas y sus razones,para satisfacción de lo que se pudiese reprochar porla razón ya notada, es mi intención argumentar enesta forma.

La cosa que más adorna y encomia las obrashumanas, y que las lleva más derechamente a buenfin, es el hábito de aquellas disposiciones que estánordenadas a ese fin, del mismo modo que la sereni-dad de ánimo y fortaleza de cuerpo están ordena-das a fin caballeresco. Y así, quien está dispuesto alservicio ajeno, debe tener aquellas disposicionesordenadas a tal fin, cuales son sujeción, conoci-miento y obediencia, sin las cuales nadie está pre-parado para servir bien. Porque si no tiene cuantascondiciones se requieren, procede siempre en suservicio con trabajo y lentitud, y rara vez lo cumple.Y si no es obediente no sirve sino a su antojo ysegún su voluntad; lo cual es más servicio de amigoque de siervo. Por lo tanto, este Comentario es con-veniente para evitar tal desorden, pues que eshacer las veces de siervo a las canciones infrascri-tas el estar sujeto a ellas en todos sus órdenes; ydebe conocer las necesidades de su señor y serleobediente. Las cuales disposiciones hubiéranle

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faltado todas si hubiese sido latino y vulgar, ya quelas canciones son vulgares.

Porque, primeramente, si hubiese sido latino, noera súbdito, sino soberano, tanto por nobleza comopor virtud y belleza. Por nobleza, porque el latín esperpetuo e incorruptible, y el vulgar es inestable ycorruptible. Por lo cual vemos que las escriturasantiguas de las comedias y tragedias latinas no sepueden trasmutar, lo mismo que tenemos hoy; locual no sucede en el vulgar, que se transforma porplacentero artificio. De aquí que veamos en las ciu-dades de Italia, si lo consideramos bien, de cincuen-ta años a la fecha, cómo se han apagado, nacido yvariado muchos vocablos; con que, si el poco tiem-po así transforma, mucho más transforma mayortiempo. Así que yo digo que si los que se partieronde esta vida hace mil años tornasen a sus ciudades,creeríanlas ocupadas por gente extranjera, dado loque su lengua se desemeja de la de ellos. De estose hablará en otra parte más cumplidamente, en unlibro que es mi intención hacer, Deo concedente delHabla vulgar.

Además, el latín no sería súbdito, sino soberano,por virtud. Toda cosa es por naturaleza virtuosa encuanto hace aquello a que está ordenada; y cuanto

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mejor lo hace, tanto más virtuosa es. Por lo cualdecimos hombre virtuoso a aquél que vive en vidacontemplativa o activa, a las cuales está natural-mente ordenado; decimos a un caballo virtuoso,porque corre mucho y fuerte, cosa a la cual estáordenado; decimos virtuosa a una espada que cortabien las cosas duras, a lo cual está ordenada. Así,el lenguaje que está ordenado para expresar elpensamiento humano es virtuoso cuando tal hace, yaquel que lo hace mejor, más virtuoso es. De aquíque, pues el latín expresa muchas cosas concebi-das en la mente, que no puede hacer el vulgar -como saben los que poseen uno y otro lenguaje- esmás su virtud que la del vulgar.

Además, no sería súbdito, sino soberano, porbelleza. El hombre dice que es bella toda cosa cu-yas partes se corresponden debidamente, porquede su armonía resulta complacencia. De aquí que elhombre parezca bello cuando sus miembros secorresponden debidamente; y decimos bello al can-to, cuando sus voces, según las reglas del arte, soncorrespondientes entre sí. Con que es más belloaquel discurso en el que se corresponden más ade-cuadamente; y se corresponden más adecuada-mente en latín que en vulgar, porque el vulgar obe-

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dece al uso y el latín al arte, por lo cual repútaselepor más bello, más virtuoso y más noble. De aquí seconcluye el propósito principal, es decir, que el co-mentario latino no hubiera sido súbdito de las can-ciones, sino soberano.

- VI - Demostrado ya cómo el presente Comentario nohubiese sido súbdito de las canciones vulgares dehaber sido latino, queda por demostrar cómo nohubiese sido conocedor ni obediente de aquéllas; yluego se verá en conclusión cómo para que cesa-sen inconvenientes desórdenes, fue menesterhablar vulgarmente. Digo, pues, que el latín nohubiera sido siervo conocedor de su señor por estarazón:

Requiérese el conocimiento del siervo principal-mente para conocer dos cosas por modo perfecto.Es la una el natural del señor, ya que hay señoresde tan asnal naturaleza, que mandan lo contrario delo que quieren; y otros que sin decir nada quieren

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ser servidos y comprendidos; y otros que no quierenque el siervo se mueva para hacer sus menesteres,si no se lo mandan. No es mi intención mostrar aho-ra la razón de estas variaciones -porque multiplicar-ía harto la digresión -sino en tanto hablo en general,que estos tales son como bestias a los cuales hacepoco provecho la razón. De aquí que si el siervo noconoce el natural de su señor, es manifiesto que nole puede servir perfectamente. La otra cosa es queconviénele al siervo conocer a los amigos de suseñor; que de otro modo no los podría honrar niservir y así no serviría perfectamente a su señor,como quiera que son los amigos como parte de untodo, porque su todo es un querer y un no querer.

Y aún más: el Comentario latino no habría tenidoel mismo conocimiento de estas cosas que el vul-gar. Que el latín no conoce al vulgar y sus amigos,se prueba de esta suerte: el que conoce una cosaen general no la conoce perfectamente; así comoquien ve de lejos un animal no lo conoce perfecta-mente, porque no sabe si es perro, lobo o carnero.El latín conoce al vulgar en general, pero no enparticular; que si lo conociese en particular, cono-cería todos los vulgares, porque no hay razón deque conozca uno más que otro. Y así todo hombre

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que tuviese el hábito del latín, tendría el hábito deconocer todos los vulgares. Mas no es así: que unhabituado al latín no distingue, si es de Italia, elvulgar alemán, el vulgar itálico o el provenzal. Pordonde se manifiesta que el latín no conoce el vul-gar. Y aún más, no conoce a sus amigos; porque esimposible conocer a los amigos no conociendo alprincipal; de aquí que si el latín no conoce el vulgar,como se ha probado más arriba, le es imposibleconocer a sus amigos; y el latín no tiene conversa-ción en lengua alguna con tantos como tiene elvulgar de aquella de quien todos son amigos, y, porconsiguiente, no puede conocer a los amigos delvulgar. Y no hay contradicción al decir que el latínconversa también con algunos amigos del vulgar;porque, sin embargo, no es familiar de todos, y asíno conoce a los amigos perfectamente; porque serequiere conocimiento perfecto y no defectivo.

- VII - Probado que el Comentario latino no hubierasido siervo conocedor, diré cómo no hubiera sido

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obediente. Obediente es aquel que tiene la buenadisposición que se llama obediencia. La verdaderaobediencia ha menester tres cosas, sin las cualesno puede existir: ser dulce, y no amarga; bien man-dada por entero, y no espontánea, y con medida, yno desmesurada. Las cuales tres cosas érale impo-sible tener al Comentario latino; y por eso era impo-sible que fuese obediente. Que al latino le hubiesesido imposible ser obediente, se manifiesta por estarazón:

Toda cosa que de orden perverso procede, eslaboriosa, y, por consiguiente, amarga, y no dulce;así como dormir por el día y velar por la noche, yandar hacia atrás y no hacia adelante. Mandar elsúbdito al soberano procede de orden perverso; queel orden derecho es que el soberano mande alsúbdito: así que es amargo y no dulce. Mas comoes imposible obedecer dulcemente al amargo man-dato, es imposible que cuando el súbdito mandasea dulce la obediencia del soberano. Por lo tanto,si el latín es soberano del vulgar, como más arribase ha demostrado con varias razones, y las cancio-nes, que hacen las veces de comandantes, sonvulgares, es imposible que su razón sea dulce.

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Además, la obediencia es bien mandada porentero, y de ningún modo espontánea, cuandoaquello que por obediencia hace no lo hubierahecho sin mandato, por propia voluntad, ni en todoni en parte. Y así, si a mí me fuese mandado llevarpuestos dos tabardos, y sin que me lo mandaran mepusiera uno, digo que mi obediencia no es entera-mente bien mandada, sino espontánea en parte. Talhubiera sido la del Comentario latino; y, por consi-guiente, no hubiera sido obediencia enteramentebien mandada. Que tal hubiera sido, dedúcese deque el latino, sin el mandato de su señor, hubieraexplicado muchas partes de su sentido -y explicaquien bien considera los escritos latinos- lo cualhace el vulgar en parte alguna.

Hay además obediencia con mesura, y no des-mesurada, cuando va al término del mandato, y nomás allá; así como la naturaleza particular, obedecea la universal, cuando hácele al hombre treinta ydos dientes, y no más ni menos, y cuando le hacecinco dedos en la mano, y no más ni menos; y elhombre es obediente a la justicia cuando manda alpecador. Y esto tampoco lo hubiera hecho el latino;mas hubiera faltado, no sólo por defecto o sólo porexceso, sino por ambos; y así, su obediencia no

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hubiese sido mesurada, sino desmesurada, y, porconsiguiente, no hubiera sido obediente. Que nohubiese sido el latino cumplidor del mandato de suseñor, y que se hubiera excedido, puede demos-trarse brevemente. Este señor, es decir, estas can-ciones a las cuales este Comentario está ordenadocomo siervo, mandan y quieren ser explicadas atodos aquellos a los cuales puede llegar su intelectopara que cuando hablen sean entendidas. Y nadieduda que si mandasen con la voz, no sería éste sumandato. Y el latino no las habría expuesto sino alos letrados; que los demás no las hubieran enten-dido así. De aquí que, pues son muchos más los noletrados que quieren entender aquéllas que los le-trados, se sigue que no tendría eficacia su mandatocomo el vulgar, entendido de letrados y no letrados.A más de que el latino las hubiera expuesto a gentede otra lengua, como alemanes, ingleses y otros, yaquí hubiérase excedido ya de su mandato. Porquecontra su voluntad, hablando ampliamente, seríaargumentado su sentido allí donde no pudieranllegar con su belleza. Mas sepan todos que ningunacosa armonizada por musaico enlace se puedetraducir de su habla a otra, sin romper toda su dul-zura y armonía. Y ésta es la razón por la cualHomero no se tradujo del griego al latín, como los

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demás escritos que de ellos tenemos; y ésta es larazón por la cual los versos del Salterio no tienendulzura de música ni de armonía; porque fuerontraducidos del hebreo al griego y del griego al latín,y en la primera traducción vino a menos toda aque-lla dulzura. Así, pues, conclúyese de aquí lo que seprometió en el principio del capítulo anterior desteúltimo.

- VIII - Una vez demostrado con razones suficientes,cuan convenía porque cesasen inconvenientes des-órdenes para esclarecer y demostrar las dichascanciones, comentario vulgar y no latino, es mi in-tención demostrar cómo también fue pronta liberali-dad lo que hizo elegir entre éste y abandonar elotro. Puédese, pues, notar la pronta liberalidad entres cosas, las cuales obedecen al vulgar y nohubieran obedecido al latino. Es la primera, dar amuchos; la segunda es dar cosas útiles; es la terce-ra, sin ser pedida la dádiva, darla. Porque dar enprovecho de uno es un bien; mas dar en provecho

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de muchos es un bien pronto, en cuanto toma se-mejanza de los beneficios de Dios, que es el bien-hechor universal por excelencia. Y, además, esimposible dar a muchos sin dar a uno, puesto queuno va incluido entre muchos; mas muy bien sepuede dar a uno sin dar a muchos. Por eso quienbeneficia a muchos hace uno y otro bien; quienbeneficia a uno, hace sólo un bien; de aquí queveamos a los hacedores de las leyes fijar sus ojosprincipalmente en los bienes comunes al componeraquéllas.

Además, dar cosas inútiles al que la recibe es,con todo, un bien, en cuanto el que da muéstrale almenos ser su amigo; pero no es un bien perfecto, yasí, no es pronto; como cuando un caballero diese aun médico un escudo, y cuando el médico diese aun caballero escritos los Aforismos de Hipócrates olos de Galeno; porque dicen los sabios que el rostrode la dádiva debe ser semejante del que la recibe;es decir, que le convenga y le sea útil; por eso sellama liberalidad pronta del que así discierne al dar.

Mas dado que los razonamientos morales suelendar deseo de ver su origen, es mi intención mostrarbrevemente en este capítulo cuatro razones, por lascuales, necesariamente, para que haya pronta libe-

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ralidad en la dádiva, ha de ser útil para quien lareciba.

Primeramente, porque la virtud debe ser alegre yno triste en ninguna de sus obras. De aquí que si ladádiva no es alegre, ya en el dar, ya en el recibir, nohay en ella virtud perfecta ni pronta. Esta alegría nopuede dar sino utilidad, que queda en el dador condar y va al que la recibe por recibir. El dador, pues,debe proveer de suerte que quede de su parte lautilidad de la honestidad que está sobre toda otrautilidad; y hacer de suerte que vaya al que la recibela utilidad del uso de la cosa donada; y así uno yotro estarán contentos, y, por consiguiente, habrámás pronta liberalidad.

Segundo, porque la virtud debe llevar las cosascada vez a mejor. Así como sería obra vituperablehacer un azadón de una hermosa espada o haceruna hermosa alcuza de una hermosa cítara, delmismo modo es vituperable quitar una cosa de unlugar donde sea útil y llevarla adonde sea menosútil. De aquí que para que sea laudable el mudar lascosas, conviene siempre que sea a mejor, por loque debe ser sobremanera laudable; y esto no pue-de hacerlo la dádiva, si al transmutarse no se hacemás cara; ni puede hacerse más cara, si no le es

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más útil su uso al que la recibe que al que la da. Porlo cual se infiere que la dádiva ha de ser útil paraquien la reciba, a fin de que haya en ella prontaliberalidad.

Tercero, porque la obra de la virtud por sí mismadebe adquirir amigos, dado que nuestra vida necesi-ta de ellos y que es el fin de la virtud que nuestravida sea alegre. De aquí que, para que la dádivahaga amigo al que la recibe, ha de ser útil, puestoque la utilidad sella la memoria con la imagen de ladádiva; la cual es alimento de la amistad, tanto másfuerte cuanto mejor es; de aquí que suele decirMartín: «No se apartará de mi mente el regalo queme hizo Juan». Por lo cual, para que en la dádivaesté su virtud, que es la liberalidad, y que ésta seapronta, ha de serle útil a quien la reciba.

Últimamente, porque la virtud debe obrar libre-mente y no por la fuerza. Hay acto libre cuando unapersona va con su gusto a cualquier parte, la cualmuestra con dirigir la vista hacia ella; hay acto for-zado, cuando va a disgusto, lo cual muestra con nomirar adonde va. Así, pues, mira la dádiva hacia esaparte cuando considera la necesidad del que larecibe. Y como no puedo considerarla si no es útil,es menester, para que la virtud proceda con acto

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libre, que esté libre la dádiva en el lugar adonde vacon el que la recibe, y, por consiguiente, ha dehaber en la dádiva utilidad para el que la recibe, afin de que haya allí pronta liberalidad.

La tercera cosa en que puede notarse la prontaliberalidad, es en dar sin petición; porque lo pedidoes por una parte no virtud, sino mercadería; porqueel que recibe compra todo aquello que el dador novende; por lo cual dice Séneca que nada se compratan caro como aquello en que se gastan ruegos. Deaquí que para que en la dádiva haya pronta liberali-dad, y que se pueda notar en ella, es menester queesté limpia de toda mercadería; y así, la dádiva noha de ser pedida. En cuanto a por qué es tan caro loque se pide, no es mi intención hablar de ello aquí,ya que suficientemente se explicará en el últimotratado de este libro.

- IX - De las tres condiciones susodichas, que han deconcurrir a fin de que haya pronta liberalidad en el

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beneficio, estaba apartado el Comentario latino, y elvulgar está de acuerdo con ellas, como se ve mani-fiestamente de este modo: el latino no hubiera ser-vido para muchos; porque si traemos a la memorialo que más arriba se ha dicho, los letrados extrañosa la lengua itálica no hubieran podido obtener esteservicio. Y los de esta lengua, si consideramos bienquiénes son, encontraremos que de mil, uno hubie-ra sido razonablemente servido, porque no lo habr-ían recibido; tan predispuestos están a la avaricia,que los aparta de toda nobleza de ánimo, la cualdesea principalmente este alimento. Y en su vitupe-rio digo que no se deben llamar letrados, porque noadquieren la letra para su uso, sino en cuanto porella ganan dineros o dignidades; así como no sedebe llamar citarista a quien tiene la cítara en casapara prestarla mediante un precio y no para usarlatocando. Volviendo, pues, al motivo principal, digoque puede verse manifiestamente cómo el latínhubiera beneficiado a pocos; más que el vulgar,servirá, en verdad, a muchos. Pues la bondad deánimo que espera este servicio reside en aquellosque por torpe abandono del mundo han dejado laliteratura a quienes la han convertido de dama enmeretriz; y estos nobles son príncipes, barones ycaballeros, y otra mucha gente noble, no solamente

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hombres, sino mujeres, que son muchos y muchasen esta lengua, vulgares y no letrados.

Además, el latín no hubiera sido el donante deútil dádiva, que será el vulgar; porque no hay cosaalguna útil, sino en cuanto se usa, ni está su bondaden potencia, lo cual no es existir perfectamente,como el oro, la margarita y los demás tesoros queestán enterrados, porque los que están a mano delavaro están en más bajo lugar, que no hay tierra allídonde está escondido el tesoro. La verdadera dádi-va de este Comentario es el sentido de las cancio-nes a las cuales se hace, porque intenta principal-mente inducir a los hombres a la ciencia y a la vir-tud, como se verá por el proceso de su tratado. Nopueden tener el hábito de este sentido, sino aque-llos en quienes está sembrada la verdadera noblezadel modo que se dirá en el cuarto Tratado; y éstosson casi todos vulgares, como lo son los noblesmás arriba nombrados en este capítulo. Y no haycontradicción porque algún letrado sea de aquéllos,que, como dice mi maestro Aristóteles en el primerlibro de la Ética: «Una golondrina no hace verano».Es, pues, manifiesto que el vulgar dará cosa útil. Yel latín no la hubiera dado.

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Aún más: dará el vulgar dádiva no pedida, queno hubiera dado el latín, porque se dará a sí propiopor Comentario, que nunca fue pedido por nadie, yesto no puede decirse del latín, que ha sido ya pe-dido por Comentario y por glosas a muchos escri-tos, como en sus principios puede verse claramenteen muchos. Y así manifiesto es que pronta liberali-dad me inclinó al vulgar antes que al latín.

- X - Grande tiene que ser la excusa, cuando en con-vivio tan noble, por sus manjares y tan honroso porsus convidados, se sirve pan de avena y no de trigo;y tiene que ser una razón evidente la que le hagaapartarse al hombre de aquello que por tanto tiempohan conservado los demás, como es el comentar enlatín. Y así, la razón ha de ser manifiesta, pues esincierto el fin de las cosas nuevas, ya que nunca seha tenido experiencia de ellas; de aquí que las co-sas, usadas y conversadas, son comparadas en elproceso y en el fin. Por eso se movió la razón aordenar que el hombre tuviese diligente cuidado al

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entrar en el nuevo camino, diciendo: «Que al esta-tuir las cosas nuevas, debe ser una razón evidentela que haga apartarse de lo que se ha usado pormucho tiempo». No se maraville nadie, pues, si eslarga la digresión de mi excusa; antes bien, aguantecomo necesaria su extensión pacientemente. Prosi-guiendo lo cual digo que -pues que está manifiestocómo para que cesasen inconvenientes desórde-nes, y por prontitud de liberalidad me incliné al Co-mentario vulgar y dejé el latino- quiere el orden de laexcusa completa que demuestre yo cómo me movióa ello el natural amor del habla propia; que es latercera y última razón que a ello me movió. Digoque el natural amor mueve principalmente al ama-dor a tres cosas: es la una, magnificar al amado; laotra, ser celoso de él; la tercera, defenderlo, comopuede verse que continuamente sucede. Y estastres cosas me hicieron adoptarlo, es decir, a nuestrovulgar, al cual natural y accidentalmente amo y heamado.

Movióme a ello primeramente el magnificarlo. Yque con ello lo magnífico puede verse por estarazón: dado que por muchas condiciones de gran-deza se pueden magnificar las cosas, es decir,hacerlas grandes, nada engrandece tanto como la

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grandeza de la propia bondad, la cual es madre yconservadora de las demás grandezas. De aquí queninguna mayor grandeza puede tener el hombreque la de la obra virtuosa, que es su propia bondad,por la cual las grandezas de las verdaderas digni-dades y de los verdaderos honores, del verdaderopoderío, de las verdaderas riquezas, de los verda-deros amigos, de la fama clara y verdadera, sonadquiridas y conservadas. Y yo doy esta grandeza aeste amigo, en cuanto la bondad que tenía en po-tencia y oculta yo la reduzco en acto, y mostrándoseen su obra propia, que es manifestar el sentido con-cebido.

Moviéronme a ello, en segundo lugar, los celos.Los celos del amigo hacen al hombre solícito y pro-vidente. De aquí que, pensando que por el deseo deentender estas canciones, algún iletrado tal vezhiciera traducir el Comentario latino al vulgar, y te-miendo que el vulgar fuese empleado por alguienque le hiciera parecer feo, como hizo el que tradujoel latín de la Etica, me decidí a emplearlo yo, fián-dome de mí más que de otro cualquiera.

Movióme a ello, además, el defenderlo de mu-chos acusadores, los cuales menosprécianle a él yencomian los otros, principalmente al de lengua de

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Oc, diciendo que es más bello y mejor aquél queéste, apartándose con ello de la verdad. Que poreste Comentario se verá la gran bondad del vulgarde Sí, pues que -como se expresan con él casi co-mo con el latín conveniente, adecuada y suficiente-mente altísimos y novísimos conceptos- su virtud nose puede manifestar bien en las cosas rimadas, porlos adornos accidentales que en ellas están permiti-dos, es decir, la rima, el ritmo y el número regulado,del mismo modo que la belleza de una dama, cuan-do los adornos del tocado y de los vestidos hacenque se la admire más que a ella misma. De aquíque quien quiera juzgar bien a una dama la miresólo cuando su natural belleza está sin compañía deningún adorno accidental; así como estará esteComentario, en el cual se verá la ligereza de sussílabas, la propiedad de sus condiciones y las sua-ves oraciones que de él se hacen; las cuales, quienbien considere, verá estar llenas de dulcísima yamabilísima belleza. Mas ya que es sobremaneravirtuoso mostrar en la intención el defecto y la mali-cia del acusador, diré, para confusión de los queacusan al habla itálica, qué es lo que a hacer tal lesmueve; y de ello haré ahora capítulo especial, porque más se denote su infamia.

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- XI - Para perpetua infamia y demérito de los hombresmalvados de Italia, que encomia el vulgar ajeno y elpropio desprecian, digo que su actitud proviene decinco abominables causas. La primera es ceguedadde discreción; la segunda, excusa maliciosa; la ter-cera, ansia de vanagloria; la cuarta, argumento deenvidia; la quinta y última, vileza de ánimo, es decir,pusilanimidad. Y cada una de estas maldades tienetan gran secuela, que pocos son los que están li-bres de ellas.

De la primera se puede argumentar así: de igualmanera que la parte sensitiva del alma tiene susojos, con los cuales aprende la diferencia de lascosas, en cuanto están por fuera coloreadas, así laparte racional tiene su vista, con la cual aprende ladiferencia de las cosas, en cuanto están ordenadasa un fin; y ésta es la discreción. Y así como el queestá ciego de los ojos sensibles anda siempre dis-cerniendo el mal y el bien según los demás, así elque está ciego de la luz de la discreción anda siem-pre en su juicio según la opinión, derecho o torcido.De aquí que si el que guía es ciego, como ahora, esfatal que tanto él como el ciego que en él se apoya

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vayan a mal fin. Por eso está escrito que «el ciegoservirá de guía al ciego, y ambos caerán en la fo-sa». Esta opinión ha estado mucho tiempo contranuestro vulgar, por las razones que más abajo sedirán. Según ello, los ciegos arriba mencionados,que son casi infinitos, con la mano en el hombro deestos falsarios, han caído en la fosa de la falsa opi-nión, de la cual no saben salir. Del hábito de estaluz discrecional carecen principalmente las gentesdel pueblo, porque, ocupadas desde el principio desu vida en algún oficio, a él enderezan su ánimo,por la fuerza de la necesidad, de tal suerte que noentienden de otra cosa. Y como el hábito de la vir-tud, tanto moral como intelectual, no se puede tenersúbitamente, sino que conviene que por el uso seadquiera, y ellos ponen su costumbre en algún artey no se curan de discernir las demás cosas, les esimposible tener discreción. Porque acaece que mu-chas veces gritan: «Viva su muerte y muera su vi-da», sólo con que uno a decir tal comience. Y eseste peligrosísimo defecto en su ceguedad. Por locual Boecio considera vana la gloria popular, porquelo ve sin discreción. Éstos habían de llamarse bo-rregos, y no hombres; porque si una oveja se arro-jase de una altura de mil pasos, todas las demásiríanse tras ella; y si una oveja, por cualquier causa,

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salta al atravesar un camino, saltan todas las de-más, aun no viendo nada que saltar, y yo vi tiempoha tirarse muchas a un pozo, porque una saltó de-ntro de él, tal vez creyendo saltar una pared, noobstante el pastor, llorando y gritando, poníase de-lante con brazos y pecho.

La segunda conjura contra nuestro vulgar sehace por una excusa maliciosa. Son muchos losque quieren mejor ser tenidos por maestros queserlo; y para evitar lo contrario, es decir, el no sertenidos, echan siempre la culpa a la materia del artepreparado o al instrumento; así como el mal herreromaldice del hierro que se le ofrece, el mal citaristamaldice la cítara, creyendo echar la culpa del malcuchillo o del tocar mal, al hierro y a la cítara yquitársela a él. Así son algunos, y no pocos, quequieren que los hombres les tengan por escritores; ypor excusarse del no escribir o del escribir mal, acu-san y culpan a la materia, es decir, al vulgar propio,y encomian el ajeno, el fabricar el cual no es sucometido. Y quien quiera ver cómo se ha de culparal hierro, mire qué obras hacen los buenos artíficesy conocerá la malicia de éstos que, maldiciendo, deél, creen excusarse. Contra estos tales exclamaTulio al principio de un libro suyo que se llama libro

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Del fin de los bienes, porque en su tiempo maldec-ían del latín romano y encomiaban la gramáticagriega, por parecidas causas a las que, segúnéstos, hacen vil el lenguaje itálico y precioso el deProvenza.

La tercera conjura contra nuestro vulgar se hacepor deseo de vanagloria. Son muchos los que porexponer cosas escritas en lengua ajena y encomiar-la, creen ser más admirados que sacándolas de lasuya. Y sin duda que merece alabanza el aprenderbien una lengua extraña; pero es vituperable el en-comiarla más de lo justo por vanagloriarse de taladquisición.

La cuarta se hace por un argumento de envidia.Como se ha dicho más arriba, siempre hay envidiadonde hay alguna paridad. Entre los hombres deuna misma lengua hay la paridad del vulgar; y por-que el uno no sabe usarlo como el otro, nace laenvidia. El envidioso argumenta luego, no censu-rando al que escribe por no saber escribir, mas vitu-perando aquello que es materia de su obra, paraquitar -despreciando la obra por aquel lado- al quela escribe honra y fama, como el que condenase elhierro de una espada, no por condenar el hierro,sino toda la obra del maestro.

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La quinta y última conjura procede de vileza deánimo. El magnánimo siempre se magnifica en sucorazón; y así el pusilánime, por el contrario, siem-pre se tiene en menos de lo que es. Y, como magni-ficar y empequeñecer siempre hacen referencia aalguna cosa, por comparación con la cual elmagnánimo se engrandece y el pusilánime se em-pequeñece, sucede que el magnánimo siemprehace a los demás más pequeños de lo que son y elpusilánime siempre mayores. Y como con la medidaque el hombre se mide a sí mismo mide sus cosas,que son como parte de sí mismo, sucede que almagnánimo sus cosas le parecen siempre mejoresde lo que son y las ajenas menos buenas; el pusilá-nime cree que sus cosas valen poco y las ajenasmucho. De aquí que, muchos por esta cobardíadesprecian su vulgar propio y aprecian el otro; ytodos estos tales son los abominables malvados deItalia, que tienen por vil a este precioso vulgar, elcual, si en algo es vil, no sino en cuanto suena en laboca meretriz de estos adúlteros, conducidos porlos cuales van los ciegos de quienes hice menciónen la primera causa.

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- XII - Si manifiestamente por las ventanas de una casasaliesen llamas de fuego y alguien preguntase si allídentro había fuego, y otro le respondiese que sí, nosabría discernir cuál de los dos merecía mayor des-precio. Y no de otro modo sería la pregunta y larespuesta de quien me preguntase si le tengo amoral habla propia, y yo le respondiera que sí, segúnlas razones arriba propuestas. Mas con todo hayque mostrar que le tengo, no sólo amor, sino amorperfectísimo, y para condenar aún más a sus adver-sarios. Lo cual, mostrando a quien lo entienda, dirécómo de aquélla me hice amigo y cómo se confirmóla amistad.

Digo que -como puede verse que escribe Tulioen el tratado de la Amistad, de acuerdo con la opi-nión del filósofo, expuesta en el octavo y en el no-veno de la Etica- la proximidad y la bondad soncausas generadoras de amor; el beneficio, el deseoy la costumbre son causas acrescitivas de amor, ytodas estas causas han contribuido a engendrar yconfortar el amor que tengo a mi vulgar, como lodemostraré brevemente.

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Tanto más próxima está la cosa cuanto de todaslas cosas de su género está más unida a otra; por locual, de todos los hombres el hijo es el más próximoal padre, y de todas las artes, la medicina en la máspróxima al médico, y la música al músico, porqueestán más unidas a ellos que las demás; de todaslas tierras es más próxima aquella en donde está elhombre mismo, porque está más unida a él. Y así elvulgar propio está más próximo en cuanto está másunido, pues que sólo él está en la memoria antesque ningún otro; y que no está solamente unido perse, sino por accidente, en cuanto está unido con laspersonas más próximas, tal como los parientes yconciudadanos, y con la propia gente. Y éste es elvulgar propio, el cual no sólo está próximo, sinosobremanera próximo a todos. Por lo cual, si laproximidad es simiente de amistad, como se hadicho arriba, está manifiesto que ha sido una de lascausas del amor que yo tengo por mi habla, queestá más próxima a mí que las demás. La susodi-cha causa, es decir, la de estar más unido aquelloque está antes que nada en la memoria, originó lacostumbre de la gente, que hace que sólo heredenlos primogénitos, como más cercanos, y como máscercanos más amados.

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Además, la bondad me hizo amigo de ella, y asídebe saberse que toda bondad propia de algunacosa es de desear en ella; tal como en la virilidad alestar bien barbado y en la feminidad estar bien lim-pia la barba en toda la cara; tal como en el podencoel buen olfato y en el galgo la ligereza. Y cuantomás propia es más digna de ser amada; por lo cual,dado que toda virtud es en el hombre digna de seramada, lo es más la más humana; y tal es la justi-cia, la cual está solamente en la parte racional ointelectual, es decir, en la voluntad. Es ésta tan dig-na de ser amada que, como dice el filósofo en elquinto de la Etica, sus enemigos la aman, como loson ladrones y robadores; y por eso vemos que sucontraria, es decir, la injusticia, es manifiestamenteodiada: tales la traición, la ingratitud, la falsedad, elhurto, la rapiña, el engaño y sus similares. Los cua-les son pecados tan inhumanos, que, para excusar-se de su infamia, permítesele al hombre, por anti-gua usanza, que hable de sí mismo, como se hadicho más arriba, y pueda decir que es fiel y lea. Deesta virtud hablaré más adelante plenamente en eldecimocuarto tratado; y dejando esto, vuelvo a mipropósito. Está, pues, probada la bondad de la cosaque más se encomia y ama en ella, y es de ver talcual es. Y nosotros vemos que en toda cosa de

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lenguaje lo más amado y encomiado es el manifes-tar bien el concepto; con que está es su primerabondad. Y dado que la hay en nuestro vulgar, comose ha manifestado más arriba en otro capítulo, ma-nifiesto está que ha sido una de las causas del amorque le tengo; pues que, como se ha dicho, la bon-dad es causa generadora de amor.

- XIII - Dicho cómo en el habla propia están las doscosas por las cuales me hice su amigo, es decir,proximidad a mí y bondad propia, diré cómo porbeneficio y concordia de deseo y por benevolenciade antigua costumbre, la amistad se ha confirmadoy hecho grande.

Digo primero que yo he recibido de ella grandí-simos beneficios. Y por eso debe saberse que entretodos los beneficios es mayor aquel que es másprecioso a quien lo recibe; y no hay cosa ningunatan preciosa como aquella por la cual todas las de-más se quieren; y todas las demás cosas se quieren

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por la perfección del que quiere. Por lo cual, dadoque el hombre tiene dos perfecciones, una primeray una segunda -la primera le hace ser, la segunda lehace ser bueno-, si el habla propia hame sido causade una y otra, he recibido de ella grandísimo benefi-cio. Y en cuanto a que lo haya sido de mi ser, si pormí no existiese, puede demostrarse brevemente.

¿No hay en toda cosa varias causas eficientes,aunque unas lo sean más que las otras, y de aquíque el fuego y el martillo sean causas eficientes delcuchillo, aunque principalmente lo sea el herrero?Este vulgar mío fue copartícipe con mis genitores,que en él hablaban, así como el fuego es el queprepara el hierro al herrero, que hace el cuchillo; porlo cual manifiesto está que ha concurrido a mi gene-ración, y ha sido así causa en cierto modo de miexistencia. Además, este vulgar mío fue mi introduc-tor en el camino de la ciencia, que es la última per-fección en cuanto con él entré en el latín y con élme fue enseñado; el cual latín me fue luego caminopara andar más adelante; y así está claro y por míreconocido, que ha sido para mí un grandísimobienhechor.

También ha sido mi compañero de deseo, y estolo puedo demostrar así. Toda cosa desea natural-

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mente su conservación; de aquí que si el vulgarpudiese por sí desear, la desearía, y desearla seríael conseguir más estabilidad; y más estabilidad nopodría tener sino ligándose con número y rimas. Ytal ha sido mi deseo, lo cual es tan manifiesto, queno ha menester testimonio. Por lo cual un mismodeseo ha sido el suyo y el mío; y por esta concordiala amistad se ha confirmado y acrecido.

También hemos tenido la benevolencia de lacostumbre; que desde el principio de mi vida hetenido con él benevolencia y conversación, y lo heusado deliberando, interpretando y disputando. Porlo cual, si la amistad se acrece por la costumbre,como sensiblemente se demuestra, está manifiestoque en mí se ha acrecido sobremanera, ya que conel vulgar he empleado todo mi tiempo. Y así se veque a tal amistad han concurrido todas las causasengendradoras y acrecedoras de amistad; de dondese infiere que no solamente amor, sino amor per-fectísimo, es lo que yo debo tener y tengo.

Así, volviendo los ojos atrás y recogiendo lasrazones antedichas, puedese ver cómo el pan conque se deben comer los infrascritos manjares de lascanciones está suficientemente purgado de máculasy del ser de avena; por lo cual, tiempo es ya de

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tratar de suministrar los manjares. Será el pan orza-do, del cual se saciarán miles, y a mí me sobraránlas espuertas llenas. Será luz nueva, nuevo sol quesurgirá donde el usual se ponga, y dará luz a aque-llos que están en tinieblas y oscuridad, porque el solusual no les alumbra.

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Tratado segundo

Canción primera

Los que entendiendo movéis el tercer cielo,

oíd el lenguaje de mi corazón,

que yo no se expresar, tan nuevo me parece.

El cielo que creó vuestra valía,

vos las que sois gentiles criaturas,

me trajo a aqueste estado en que me encuentro:

de aquí, pues, que el hablar de la vida que llevo,

parezca dirigirse dignamente a vos;

por ello os ruego que me lo entendáis.

Os diré la novedad del corazón,

de cómo llora en él el alma triste

y cómo habla un espíritu contra ella,

que los rayos le traen de vuestra estrella.

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Solía ser vida del corazón doliente

un suave pensamiento que se iba

muchas veces a los pies de Vuestro Señor.

Donde una dama, veía estar en gloria,

de quien hablábame tan dulcemente,

que mi alma decía: «Yo allí ir quiero».

Ahora aparece quien a huir le obliga

y se adueña de mí con fuerza tal,

que el temblor de mi corazón se muestra fuera.

Éste me hace mirar a una dama,

y dice: «Quien ver quiere la salud,

haga por ver los ojos de esta dama»,

si es que no teme angustias de suspiros.

Halla un contrario tal que lo destruye

el pensamiento humilde que hablarme suele

de un ángela en el cielo coronada.

El alma llora, tanto aún le duele,

y dice: «¡Triste de mí, y cuán me huye

el compasivo que me ha consolado!»

De mis ojos dice esta afanosa.

¡Mal hora fue en la que los vio tal dama!

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¿Por qué no me creían a mí de ella?

Decía yo: «Sin duda en los sus ojos

debe estar el que mata a mis iguales,

y no me valió darme entera cuenta

que no mirasen tal, pues que fui muerta».

«No fuiste muerta, pero estás perdida,

alma nuestra que tanto te lamentas»,

dice un gentil espíritu de amor;

porque esa hermosa dama que tú sientes,

tu propia vida ha trastrocado tanto,

que tienes miedo de ella, tan cobarde te has vuelto.

Mírala cuán piadosa y cuán humilde,

cuán es sabia y cortés en su grandeza:

piensa, por tanto, en llamarla dama;

pues que, si no te engañas, has de ver

de tan altos milagros el adorno,

que dirás: «Amor, señor verdadero,

he aquí tu esclava, haz cuanto te plazca».

Canción creo yo que serán pocos

los que entender bien sepan tu lenguaje,

tan obscura y trabajosamente lo dices;

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de aquí que si por caso te acaeciera

que te hallases delante de personas

que no creas que la hayan entendido,

ruégote entonces que te consueles

diciéndoles dilecta canción mía:

Considerad siquier cuán soy hermosa.

- I - Ya que, hablando a manera de proemio, meministro, mi pan está suficientemente preparado enel Tratado precedente, el tiempo pide y clama porque mi nave salga de puerto. Por lo cual, dirigido eltimón de la razón al rumbo de mi deseo, lánzome alpiélago con la esperanza de hallar camino suave ylaudable puerto de salvación al fin de mi cena. Pero,a fin de que sea más provechoso mi alimento, antesde que llegue el primer manjar, quiero mostrar cómose debe comer.

Digo que, tal como en el primer capítulo se hareferido, ha de ser esta exposición literal y alegóri-

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ca. Y para dar a entender tal, es menester saberque los escritos puédense entender y se debenexponer principalmente en cuatro sentidos. Llámaseel uno literal, y es éste aquél que no va más allá dela letra propia de la narración adecuada a la cosa deque se trata; de lo que es ciertamente ejemploapropiado la tercera canción, que trata de la noble-za. Llámase el otro alegórico, y éste es aquel quese esconde bajo el manto de estas fábulas, y es unaverdad escondida bajo bella mentira. Como cuandodice Ovidio que Orfeo con la cítara amansaba lasfieras y conmovía árboles y piedras; lo cual quieredecir que el hombre sabio, con el instrumento de suvoz, amansa y humilla los corazones crueles yconmueve a su voluntad a los que no tienen vida deciencia y de arte; y los que no tienen vida racional,son casi como piedras. Y en el penúltimo Tratado semostrará por qué los sabios hallaron este escondite.Los teólogos toman en verdad este sentido de otromodo que los poetas; mas como quiera que mi in-tención es seguir aquí la manera de los poetas,tomaré el sentido alegórico según es usado por lospoetas.

El tercer sentido se llama moral; y éste es el quelos lectores deben intentar descubrir en los escritos,

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para utilidad suya y de sus descendientes; comopuede observarse en el Evangelio, cuando Cristo,subiendo al monte para transfigurarse, de los doceapóstoles llevóse tres consigo; en lo cual puedeentenderse moralmente que en las cosas muy se-cretas debemos tener poca compañía.

Llámase el cuarto sentido anagógico, es decir,superior al sentido, y es éste cuando espiritualmen-te se expone un escrito, el cual, más que en el sen-tido literal por las cosas significadas, significa cosassublimes de la gloria eterna; como puede verse enaquel canto del Profeta que dice que con la salidade Egipto del pueblo de Israel hízose la Judea santay libre. Pues aunque sea verdad cuanto según en laletra se manifiesta, no lo es menos lo que espiri-tualmente se entiende; esto es, que al salir el almadel pecado, se hace santa y libre en su potestad.

Y al demostrar esto, siempre debe ir delante loliteral, como aquél en cuyo sentido están incluidoslos demás, y sin el cual sería imposible e irracionalentender los demás y principalmente el alegórico.Es imposible, porque en toda cosa que tiene interiory exterior es imposible llegar adentro si antes afuerano se llega. Por lo cual, comoquiera que en los es-critos el sentido literal es siempre lo de fuera, es

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imposible llegar a los demás sin antes ir al literal.Además, es imposible, porque en todas las cosasnaturales y artificiales es imposible proceder a laforma sin estar antes dispuesto el sujeto sobre elcual la forma ha de constituirse. Como es imposibleque aparezca la forma del oro, si la materia, es decirsu sujeto, no está primero digesta y preparada; nique aparezca la forma del arca, si la materia, esdecir, la madera, no está primero dispuesta y prepa-rada. Por lo cual, dado que el sentido literal essiempre sujeto y materia de los demás, principal-mente del alegórico, es imposible lograr venir prime-ro a conocimiento de los demás que al suyo.Además es imposible, porque en todas las cosasnaturales y artificiales es imposible proceder, siprimero no se ha hecho el fundamento, como en lacasa y en el estudio. Por lo cual, dado que el de-mostrar es edificación de ciencia y la demostraciónliteral fundamento de las demás, principalmente dela alegórica, es imposible llegar a las demás antesque a aquélla.

Además, puesto que fuese posible, seria irracio-nal, es decir, fuera de todo orden, y, por lo tanto, seprocedería con mucho trabajo y mucho error. Deaquí que, como dice el filósofo en el primero de la

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Física, la naturaleza quiere que en nuestro conoci-miento se proceda ordenadamente, esto es, proce-diendo de lo que conocemos mejor a lo que no co-nocemos tan bien. Digo que quiere la naturaleza, encuanto esta vía de conocimiento es naturalmenteinnata en nosotros. Y, por tanto, si los demás senti-dos se entienden menos que el literal -como, enefecto, se ve manifiestamente- sería irracional pro-ceder a demostrarlos, si antes no estuviese demos-trado el literal. Por estas razones, pues, sobre cadacanción argumentaré primero el sentido literal ydespués argumentaré su alegoría, esto es, la es-condida verdad; y a veces tocaré incidentalmente alos demás sentidos, según las conveniencias delugar y de tiempo.

- II - Comenzando, pues, digo que ya la estrella deVenus por dos veces había girado en ese su círculoque la hace mostrarse vespertina y matutina, segúnlos dos diversos tiempos, después del tránsito deaquella bienaventurada Beatriz que vive en el cielo

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con los ángeles y en la tierra con mi alma, cuandoaquella dama gentil, de quien hice mención al fin dela Vida Nueva, aparecióse a mis ojos por vez prime-ra, acompañada de Amor, y tomó puesto en mimente. Y, como dicho está por mí en el librito ale-gado, acaeció que, más por su gentileza que porelección mía, consentí en ser suyo; porque compa-decida con tanta misericordia de mi vida viuda semostraba, que los espíritus de mis ojos hiciéronsegrandes amigos suyos. Y una vez amigos, tal hicie-ron dentro de mí, que mi beneplácito mostróse con-tento con desposarse con aquella imagen. Mas,como amor no nace súbitamente ni se hace grandey perfecto, sino que necesita algún tiempo y alimen-to de pensamientos, principalmente allí donde haypensamientos contrarios que lo impiden, fue menes-ter, antes que este nuevo amor fuese perfecto, mu-cha batalla entre el pensamiento que le alimentabay aquel que le era contrario, el cual tenía aún lafortaleza de mi mente por la gloriosa Beatriz. Por-que el uno recibía socorro continuamente por laparte de delante, y el otro por detrás, por parte de lamemoria. Y el socorro de delante aumentaba todoslos días -lo que no podía el otro- de tal suerte, queimpedía volver el rostro atrás. Por lo que me pareciótan admirable y asimismo tan duro de sufrir, que

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resistirle no pude; y casi gritando -por disculparmede la novedad, en la cual parecíame hallarme faltode fortaleza- dirigí la voz hacia aquella parte dedonde procedía la victoria del nuevo pensamiento,que era victoriosísimo, como virtud celestial, y co-mencé a decir:

Los que entendiendo movéis el tercer cielo.

Para bien emprender la comprensión de tal can-ción es menester conocer primero sus partes, y asíserá fácil su comprensión a la vista. A fin de que nosea menester repetir estas palabras en la exposi-ción de las demás, digo que es mi intención guardarel orden que se adoptará en este Tratado para to-dos.

Así, pues, digo que la canción propuesta contie-ne tres partes principales. La primera es el primerverso(5) de ella, en la que se induce a oír lo quedecir intento a ciertas inteligencias, o, siguiendo elmodo más usado, digamos ángeles, los cualesestán en la revolución del cielo de Venus, comomotores de él. Son la segunda los tres versos quesiguen tras el primero, en la cual se manifiesta loque dentro se sentía espiritualmente entre diversospensamientos. La tercera es el quinto y último ver-

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so, en la cual suele el hombre hablar a la obra mis-ma, como para confortarla. Y todas estas tres partesse han de demostrar por orden, como se ha dichomás arriba.

- III - Para ver más latinamente el sentido literal, quees el ahora propuesto, de la primera parte arribadividida, ha de saberse quiénes y cuántos son losllamados a oírme, y cuál es el tercer cielo que digoque ellos mueven. Y primero hablaré del cielo; luegohablaré de aquellos a quienes hablo. Y aunque deestas cosas a la verdad poco puede saberse, enaquello que ve la humana razón se deleita más quecon lo mucho y lo cierto de las cosas de las cualesse juzga conforme al sentido, según la opinión delfilósofo, en De los animales.

Digo, pues, que del número y situación de loscielos se ha opinado por muchos diversamente,aunque la verdad se encuentre por último. Aristóte-les creyó, siguiendo únicamente la antigua rudeza

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de los astrólogos, que había también ocho cielos, elúltimo de los cuales, y que todo contenía, era aqueldonde están fijas las estrellas, es decir, la octavaesfera; y que más allá de él no había otro alguno.También creyó que el cielo del sol estaba inmediatoal cielo de la luna, es decir, el segundo respecto anosotros, y puede ver quien quiera esta erróneaopinión en el segundo libro de Cielo y Mundo, queestá en el segundo de los libros naturales. A la ver-dad, se excusa de ello en el duodécimo de la Me-tafísica, donde demuestra haber seguido incluso laopinión ajena allí donde le ha sido menester hablarde Astrología.

Tolomeo luego, advirtiendo que la octava esferase movía con varios movimientos, al ver apartarsesu círculo del círculo derecho que se mueve deOriente a Occidente, obligado por los principios dela Filosofía, que necesariamente pide un primermóvil simplicísimo, supuso que había otro cielo amás del estrellado, el cual hacía aquella revoluciónde Oriente a Occidente. La cual digo que se cumplecasi en veinticuatro horas, es decir, en veintitréshoras y catorce partes de las quince de otra, seña-lando burdamente. Así que, según él y según lo quese tiene en Astrología y en Filosofía -pues que fue-

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ron vistos tales movimientos-, nueve son los cielosmovibles; la situación de los cuales es manifiesta ydeterminada, según lo que por arte perspectiva,aritmética y geométrica se ha visto sensible y racio-nalmente, y por otras experiencias sensibles; comoen el eclipse del sol se demuestra sensiblementeque la luna está bajo el sol; y como por testimoniode Aristóteles, que vio con los ojos -según lo quedice en el segundo de Cielo y Mundo- a la luna,estando media entrar por bajo de Marte, por la parteoscura, y estar Marte tan celado, que reapareció porla parte de luz de la luna que estaba hacia Occiden-te.

- IV - Y éste es el orden de la situación; el primero delos enumerados es aquel donde está la luna; elsegundo es aquel donde está Mercurio; el terceroes aquel donde está Venus; el cuarto es aquel don-de está el sol; el quinto es aquel donde está Marte;el sexto es aquel donde está Júpiter; el séptimo,aquel donde está Saturno; el octavo es el de las

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estrellas fijas; el noveno es aquel que no es sensi-ble sino por el movimiento que arriba se ha dicho, alcual muchos llaman cielo cristalino, esto es, diáfanoo transparente. En verdad, a más de todos éstos,los católicos ponen al cielo empíreo, que quieredecir tanto como cielo de llama o luminoso; y supo-nen que es inmóvil por tener en sí en cuanto a cadaparte lo que su materia quiere. Y éste es causa delvelocísimo movimiento del primero movible; puespor el ferventísimo deseo que cada una de las par-tes del noveno cielo, inmediato a aquél, tiene deestar unida con cada una de las partes del divinísi-mo y quieto décimo cielo, se dirige a él con tantodeseo, que su velocidad es casi incomprensible. Yquieto y pacífico es el lugar de aquella suma deidad,que es única en verse por completo. Es éste el lugarde los espíritus bienaventurados, según lo quiere laSanta Iglesia, que no puede decir mentira; y aúnmás Aristóteles parece opinar así, a quien bien loentienda, en el primero de Cielo y Mundo. Éste es elsoberano edificio del mundo, en el cual todo elmundo se incluye y fuera del cual nada existe; y noestá en lugar alguno, sino que sólo fue formado enla primera Mente, a la cual llaman los griegos Pro-tonoe. Esto es aquella magnificencia de que hablóel salmista, cuando dice a Dios: «Levantóse tu

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magnificencia sobre los cielos». Y así, recogiendocuanto se ha dicho, parece ser que hay diez cielos,de los cuales el de Venus es el tercero; del cual sehace mención en aquella parte que es mi intenciónexplicar.

Y ha de saberse que cada cielo debajo del crista-lino tiene dos firmes polos en cuanto a sí propio; y elnoveno los tiene firmes, fijos e inmutables en todoslos respectos; y cada cual, así el noveno como losdemás, tiene un círculo, que se puede llamar ecua-dor de su propio cielo; el cual, en cualquier parte desu revolución, está igualmente remoto del uno y delotro polo, como puede ver sensiblemente quien dévueltas a una manzana o a otra cosa redonda. Yeste círculo, tiene más rapidez en su movimientoque cualquier otra parte de su cielo en cada cielo,como puede ver quien bien considere. Y cada parte,cuanto más cerca está de él, tanto más rápidamentese mueve; cuanto más remota está y más cerca delpolo, más tarde es; porque su revolución es menor,y necesariamente ha de ser al mismo tiempo que lamayor. Digo, además, que cuanto más cercano estáel cielo al círculo del ecuador, tanto más noble es encomparación con sus polos; porque tiene más mo-vimiento, más actualidad, más vida y más forma, y

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le toca más de aquello que está sobre él, y, porconsiguiente, es más virtuoso. De aquí que las es-trellas del cielo estrellado están más llenas de virtudentre sí cuanto más cerca están de este círculo.

Y sobre este círculo en el cielo de Venus, delcual se trata al presente, hay una esferilla que por símisma gira en ese cielo; el cielo de la cual llamanlos astrólogos epiciclo. Y así como la gran esferagira con dos polos, así también gira esta pequeña; yasí es más noble cuanto más cerca está de aquél; ysobre el arco o cúmulo de este círculo está fija lareluciente estrella de Venus. Y aunque se ha dichoque hay diez cielos, según la estricta verdad, estenúmero no los comprende todos; que éste de quese ha hecho mención, es decir, el epiciclo, en elcual está fija la estrella, es un cielo per se o esfera;y no tiene una misma esencia con el que lo susten-ta, aunque sea más connatural con él que con losdemás, y con eso llámasele un cielo y denomínanseel uno y el otro por la estrella. No es cosa de trataral presente cómo son los demás cielos y las demásestrellas; basta lo que se ha dicho de la verdad deltercer cielo, del cual entiendo al presente y del cualcumplidamente se ha explicado lo que al presentees menester.

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- V - Una vez mostrado en el capítulo precedente cuáles este tercer cielo y cómo está dispuesto en símismo, queda por demostrar quiénes son los que lemueven. Debe, pues, saberse primeramente que losmotores de aquél son sustancias privadas de mate-ria, es decir, inteligencias, a las cuales la gente vul-gar llama ángeles. Y de estas criaturas, así como delos cielos, han opinado muchos diversamente, aun-que la verdad se haya encontrado. Hubo ciertosfilósofos, de los cuales parece ser Aristóteles en suMetafísica -aunque en el primero de Cielo y Mundoincidentalmente parezca opinar de otro modo-, quecreyeron que éstas eran solamente tantas cuantascircunvoluciones hubiese en el cielo, y no más; di-ciendo que las demás estarían eternamente envano, sin empleo; lo cual era imposible, dado que suexistencia es su ejercicio. Hubo otros, como Platón,hombre excelentísimo, que supusieron, no sólotantas inteligencias cuántos son los movimientos delcielo, sino, además, cuántas son las especies de lascosas; y así, una especie todos los hombres, y otra

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todo el oro, y otra todas las riquezas, y así de todo;y quisieron que así como las inteligencias de loscielos son engendradoras de aquéllos, cada cual delsuyo, así éstas fueron engendradoras de las demáscosas y ejemplos cada una de su especie, y lláma-les Platón ideas, que vale tanto como decir formas ynaturalezas universales. Los gentiles las llamabandioses y diosas, aunque no las entendían filosófi-camente como Platón; y adoraban sus imágenes yles hacían grandísimos templos, como a Juno, a lacual llamaron diosa del poder; como a Vulcano, alcual llamaron dios del fuego; como a Palas o Miner-va, a la cual llamaron diosa de la sabiduría, y a Ce-res, a la cual llamaron diosa de la cosecha. Lascuales opiniones así formadas manifiestan el testi-monio de los poetas que pintan en diversos lugaresel hábito de los gentiles en sus sacrificios y en su fe;y también se manifiestan en muchos nombres anti-guos que les han quedado por nombre y sobrenom-bre a los lugares y edificios antiguos, como puedecomprobar quien quiera. Y aunque estas opinionesnos han sido dadas por la razón humana y por ex-periencia nada liviana, no vieron todavía la verdad,ya fuese por defecto de la razón, ya por defecto dedoctrina; que aún por la razón puede verse en cuán-to mayor número están las criaturas susodichas que

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los efectos que los hombres pueden entender. Y larazón es ésta: nadie duda, filósofo ni gentil, judío nicristiano, ni de secta alguna, que no estén llenas detoda bienaventuranza, ya todas, ya la mayor parte, yque aquellas bienaventuradas no estén en perfectí-simo estado. Por lo cual, como quiera que aquellaque es aquí la humana naturaleza, no sólo tiene unabienaventuranza, sino dos, como lo son la de la vidacivil y la de la vida contemplativa, sería irracionalque viésemos que aquéllas tenían bienaventuranzade la vida activa, es decir, civil, en el gobierno delmundo, y que no tenían la de la contemplativa, quees más excelente y más divina. Y dado caso queaquella que tiene la bienaventuranza del gobernarno pueda tener la otra, porque su intelecto es uno yperpetuo, es menester que haya otras fuera de esteministerio, que vivan especulando solamente. Ycomo esta vida es más divina, y cuanto más divinaes la cosa más semejante es a Dios, manifiesto estáque esta vida es más amada por Dios; y si es másamada, más amplia le ha sido su bienaventuranza,y si más amplia le ha sido concedida, más vivientesle ha dado que a la otra; por lo que se deduce quees mucho mayor el número de aquellas criaturas delo que los efectos demuestran. Y no está en contrade lo que parece decir Aristóteles en el décimo de la

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Ética, de que a las sustancias separadas les seatambién necesaria la vida especulativa. Asimismo, ala especulación de algunas sigue la circunvolucióndel cielo, que es gobierno del mando, el cual escomo una civilidad comprendida en la especulaciónde los motores. La otra razón es que ningún efectoes mayor que la causa; porque la causa no puededar lo que no tiene; de donde, como quiera que eldivino intelecto es causa de todo y principalmentedel intelecto humano, el humano no sobrepuja aaquél; antes bien, es desproporcionadamente so-brepujado; conque si nosotros, por la razón susodi-cha y por otras muchas, entendemos que Dios hapodido hacer innumerables criaturas espirituales,manifiesto es que ha hecho tal mayor número. Otrasmuchas razones pueden verse; mas basten al pre-sente. Y no se maraville nadie si éstas y otras razo-nes que podamos tener de esto no se demuestrandel todo, pues debemos, sin embargo, admirar delmismo modo su excelencia, que excede los ojos dela mente humana, como dice el filósofo en el se-gundo de la Metafísica, y afirma su existencia; yaque no teniendo ninguna idea de ellas, por la cualcomience nuestro conocimiento, resplandece contodo en nuestro intelecto alguna luz de su vivísimaesencia, en cuanto vemos las susodichas razones y

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otras muchas; del mismo modo que quien teniendolos ojos cerrados, afirma que el aire está iluminadopor un poco de resplandor, o del mismo modo queel rayo que pasa por las pupilas del murciélago; queno de otra manera están cerrados nuestros ojosintelectuales, mientras el alma está atada y encar-celada por los órganos de nuestro cuerpo.

- VI - Dicho está que, por defecto de doctrina, los anti-guos no vieron la verdad de las criaturas espiritua-les, aunque el pueblo de Israel fuese en parte ense-ñado por sus profetas, en quienes Dios les habíahablado por muchas maneras de hablar y por mu-chos modos, como dice el apóstol. Pero nosotroshemos sido enseñados en ellos por Él, que procedede Aquél; por Él que lo hizo; por Él que lo conserva;es decir, por el Emperador del Universo, que esCristo, hijo del soberano Dios e hijo de María Virgen(mujer, en verdad, e hija de Joaquín y de Ana),hombre verdadero, el cual fue muerto por nosotrosporque nos trajo la vida; el cual fue luz que nos

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ilumina en las tinieblas, como dice Juan Evangelis-ta, y que nos dijo la verdad de-aquella cosa quenosotros no podíamos saber ni ver sin él verdade-ramente. La primera cosa y el primer secreto que talmostró fue una de las criaturas antes dichas: lo fueaquel su gran legado, que se llegó a María, jovendoncella de trece años, de parte del Salvador celes-tial.

Este nuestro Salvador dijo con su boca que elPadre podía darle muchas legiones de ángeles. Nonegó esto cuando le fue dicho que el Padre habíamandado a los ángeles que le ayudasen y sirviesen.Por lo cual nos es manifiesto que aquellas criaturasexisten en grandísimo número; y por eso su esposay secretaria la Santa Iglesia -de la cual dice Sa-lomón: «¿Quién en ésta que sube del desierto, llenade las cosas que deleitan, apoyada en su amigo? -dice, cree y predica aquellas nobilísimas criaturasson casi innumerables; y las divide en tres jerarqu-ías, que vale tanto como decir tres principados san-tos o divinos. Y cada jerarquía tiene tres órdenes;así que la Iglesia tiene y afirma nueve órdenes decriaturas espirituales. El primero es el de los ánge-les; el segundo, el de los arcángeles; el tercero, elde los tronos; y estos tres órdenes forman la prime-

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ra jerarquía; primera no en cuanto a nobleza, no encuanto a creación -que más nobles son las otras ytodas fueron creadas juntamente-, sino primera encuanto a nuestra subida a su altura. Luego están lasdominaciones, después las virtudes, luego los prin-cipados; y éstos forman la segunda jerarquía. Sobreéstos están las potestades y los querubines, y sobretodos están los serafines; y éstos forman la tercerajerarquía. Y es razón potísima de su especulación,tanto el número en que están las jerarquías comoaquel en que están las órdenes. Pues dado que laDivina Majestad tiene tres personas, con una solasustancia, puédese contemplarla triplemente. Por-que se puede contemplar la potencia suma del Pa-dre, la cual mira a la primera jerarquía, esto es,aquella que es primera por nobleza y que nosotrosconsideramos última. Y puédese contemplar, lasuma Sabiduría del Hijo; y ésta mira a la segundajerarquía. Y puédese contemplar la suma y ferventí-sima Caridad del Espíritu Santo; y ésta mira a latercera jerarquía, la cual, más próxima a nosotros,ofrece los dones que recibe. Y dado que cada per-sona de la Divina Trinidad puede considerarse tri-plemente, hay en cada jerarquía tres órdenes quecontemplan diversamente. Puédese considerar alPadre, sólo respecto a Él; y ésta es la contempla-

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ción que hacen los serafines, los cuales ven más dela primera causa que toda otra naturaleza angélica.Puédese considerar al Padre en cuanto tiene rela-ción con el Hijo, es decir, cómo se separa de Él ycómo con Él se une; y esto es lo que contemplanlos querubines. Puédese también considerar al Pa-dre en cuanto de Él procede el Espíritu Santo, ycómo se separa de Él, y cómo con Él se une; y éstaes la contemplación que hacen las potestades. Y deeste modo se puede especular acerca del Hijo y delEspíritu Santo. Por lo cual son menester nueve ma-neras de espíritus contemplativos para mirar la luzque únicamente se ve por entero a sí misma. Masno se ha de callar aquí una palabra. Y así digo quetodos estos órdenes se perdieron apenas fueroncreados, acaso en su décima parte, para restaurarla cual fue luego creada la humana naturaleza. Losnúmeros, los órdenes, las jerarquías, narran loscielos movibles, que son nueve; y el décimo anunciala unidad y estabilidad de Dios. Y por eso dice elsalmista: «Los cielos proclaman la gloria de Dios, yla obra de sus manos anuncia el firmamento». Porlo cual es de razón creer que los motores del cielode la luna sean del orden de los ángeles; y los deMercurio sean los arcángeles; y los de Venus seanlos tronos, los cuales, nacidos del amor del Espíritu

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Santo, hacen su obra connatural en él, es decir, elmovimiento de aquel cielo lleno de amor. Del cualtoma la forma de dicho cielo un virtuoso ardor, porel cual las almas de aquí abajo se encienden enamor, conforme a su disposición. Y como los anti-guos advirtieron que aquel cielo era aquí abajo cau-sa de amor, dijeron que Amor era hijo de Venus,como lo atestigua Virgilio en el primero de la Enei-da, donde dícele Venus al Amor: «Hijo, virtud mía,hijo del Sumo Padre, que de los dardos de Tifeo note curas». Y Ovidio, en el quinto de Metamorfoseos,cuando dice que Venus le dijo al Amor: «Hijo, armasmías, poder mío». Y existen estos tronos, que algobierno de estos tronos están entregados, no engran número, acerca del cual opinan diversamentefilósofos y astrólogos, conforme a las diversas opi-niones acerca de sus circunvoluciones, aunquetodos están acordes en que son tantos cuantosmovimientos hace; los cuales, según se encuentraepilogada en el Libro de la agregación de las estre-llas, por la mejor demostración de los astrólogosson tres: uno, en cuanto la estrella se mueve por suepiciclo; otro, en cuanto el epiciclo se mueve contodo el cielo juntamente con el del sol; el tercero, encuanto todo aquel cielo se mueve, siguiendo el mo-vimiento de la estrellada esfera de Occidente a

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Oriente, en cien años un grado. De modo que paraestos tres movimientos hay tres motores. Ademásse mueve todo este cielo y gira con el epiciclo, deOriente a Occidente, una vez cada día natural. Elcual movimiento Dios sólo sabe si lo produce elintelecto o la rapidez del primero movible; a míparéceme presuntuoso juzgar tal. Estos motoresproducen únicamente entendiendo la circunvoluciónen el sujeto propio que mueve cada cual. La nobilí-sima forma del cielo, que tiene en sí el principio deesta naturaleza pasiva, gira tocada de la virtud mo-triz que a ello entiende; y digo tocada, no corporal-mente, sino por tacto de virtud que a aquél se dirige.Y estos motores son aquellos a los cuales se pre-tende hablar y a los cuales hago mi demanda.

Conforme a lo que se dijo más arriba, en el ter-cer capítulo de este Tratado, para entender bien laprimera parte de la canción propuesta, era menesterhablar de aquellos cielos y de sus motores; y en lostres precedentes capítulos, de ellos se ha hablado.Digo, por lo tanto, a aquellos que demostré ser mo-tores del cielo de Venus: los que entendiendo -esdecir, con sólo el intelecto, como se ha dicho másarriba-, movéis el tercer cielo, oid el lenguaje; y nodigo oíd, con el oído que tienen, que es entender

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con el intelecto. Digo oíd el lenguaje de mi corazón;esto es, que está dentro de mí, que aun no se hamostrado de por de fuera. Ha de saberse que entoda esta canción, según uno y otro sentido, tómaseel corazón por el secreto interior y no por ningunaparte especial del alma o del cuerpo.

Luego que les he llamado a oír lo que decir quie-ro, señalo dos razones por las cuales es menesterque les hable: es la una la novedad de mi condición,la cual, por no ser experimentada de los demáshombres, no sería comprendida como de aquellosque entienden sus efectos en su obra. Y apuntoesta razón cuando digo: «Que yo no sé expresar,tan nuevo me parece». La otra razón es: cuando elhombre recibe beneficio o injuria primeramente sipuede buscar al que se lo hizo antes que a otros, afin de que si es beneficio se muestre reconocidohacia el bienhechor; y si es injuria, induzca al quetal hizo a buena misericordia con dulces palabras. Yapunto esta razón cuando digo: el cielo que creóvuestra valía, vos las que sois gentiles criaturas, metrajo a aqueste estado en que me encuentro; esdecir, vuestra obra, vuestra circunvolución, es laque a la presente condición me ha traído. Por locual concluyo y digo que el hablarles yo a ellas de-

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be ser como se ha dicho; y tal digo en: de aquí,pues, que el hablar de la vida que llevo parece diri-girse dignamente a vos.

Y después de señaladas estas razones, ruégolesentendimiento, cuando digo: por eso os ruego queme lo entendáis. Mas como en toda suerte de dis-curso, el que lo dice debe atender principalmente ala persuasión, es decir, a la complacencia del audi-torio, que es principio de todas las demás persua-siones, como los retóricos saben, y es la más pode-rosa persuasión para hacer atento al auditorio elprometer decir nuevas y grandes cosas; sigo yo alruego hecho para que me escuchen con esta per-suasión, es decir, complacencia, anunciándoles miintención, la cual es decir cosas nuevas, esto es, ladivisión que hay en mi alma, y grandes cosas, estoes, la valía de su otra estrella. Y digo esto en lasúltimas palabras de esta primera parte: os diré lanovedad del corazón, de cómo llora en él el almatriste y cómo habla un espíritu contra ella, que losrayos le traen de nuestra estrella.

Para la plena comprensión de estas palabras,digo que éste no es sino un pensamiento frecuentepara encomiar y embellecer esta nueva dama: yeste alma no es sino otro pensamiento acompañado

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de consentimiento, que repugnando éste, encomia yembellece la memoria de la gloriosa Beatriz. Mascomo aun el último sentido de la mente, es decir, elconsentimiento, teníase por este pensamiento quela memoria ayudaba, llamóle a él alma y al otroespíritu; del mismo modo que solemos llamar laciudad a los que la tienen y no a los que la comba-ten, aunque unos y otros sean ciudadanos.

Digo, además, que este espíritu viene por losrayos de la estrella; porque ha de saberse que losrayos de cada cielo son el camino por el cual des-ciende su virtud a estas cosas de aquí abajo. Ycomo los rayos no son otra cosa que una luz queviene por el aire desde el principio de la luz hasta lacosa iluminada, y no hay luz sino en la parte de laestrella, porque el otro cielo es diáfano -es decir,transparente-, no digo que venga este espíritu -esdecir, este pensamiento- de todo su cielo, sino desu estrella. La cual es de tanta virtud, por la noblezade sus motores, que en nuestras almas y en lasdemás cosas nuestras tienen grandísimo poder, noobstante estar a una distancia de nosotros, cuandoesté más cerca, de ciento sesenta y siete veces laque hay al centro de la tierra, que es de tres mil

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doscientas cincuenta millas. Y ésta es la exposiciónliteral de la primera parte de la canción.

- VII - Puede ser suficientemente comprendida, por laspalabras antedichas, el sentido literal de la primeraparte; por lo cual hemos de proceder con la segun-da, en la que se manifiesta lo que de la batalla sent-ía en mi interior. Y esta parte tiene dos divisiones, yen la primera, es decir, en el primer verso, narro lascualidades de esta diversidad, según la raíz que deellas tenía dentro de mí. Y primeramente lo quedecía la parte que perdía; lo cual está en el versoque hace el segundo de esta parte y tercero de lacanción.

Así, pues, para evidencia del sentido de la prime-ra división, ha de saberse que las cosas deben serdenominadas por la última nobleza de su forma, delmismo modo que el hombre por la razón y no por elsentido ni por lo que sea menos noble. De aquí quecuando se dice que vive el hombre, debe entender-

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se que el hombre usa de la razón, que es su vidaespecial. Y acto de su parte más noble. Y por esoquien se aparta de la razón y usa sólo la parte sen-sitiva, no vive como hombre sino que vive comobestia, cual dice el excelentísimo Boecio: «Vive elasno». Con verdad hablo, ya que el pensamiento esacto propio de la razón, que como las bestias nopiensan, es que no lo tienen; y no digo sólo las bes-tias menores, más aún aquellas que tienen aparien-cia humana y espíritu de pécora o de otra bestiaabominable. Digo, pues, que vida de mi corazón, esdecir, de mi interior, solía ser un suave pensamiento-suave vale tanto cuanto embellecido, dulce, placen-tero, deleitoso-, y este pensamiento íbase muchasveces a los pies del Señor de éstos a quieneshablo, que no es sino Dios; es decir, que yo, pen-sando, contemplaba el reino de los bienaventura-dos. Y digo al punto la causa final, por la cual yoascendía pensando, cuando digo: donde una damaveía estar en gloria, para dar a entender que yoestaba cierto, y lo estoy por su graciosa revelación,de que ella estaba en el cielo. Por lo cual yo, pen-sando tantas veces cuantas me era posible, íbameallí como arrebatado.

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Luego a seguida digo el efecto de este pensa-miento, para dar a entender su dulzura, la cual eratanta que me hacía desear la muerte para ir adondeella estaba; y digo, esto en: de quien hablábame tandulcemente, que mi alma decía: yo allí ir quiero. Yésta es la raíz de una de las diferencias en mí. Y hade saberse que aquí se dice pensamiento y no almade aquel que subía a ver a la bienaventurada, por-que era pensamiento especial para aquel acto. En-tiéndese por alma, como se ha dicho en el capítuloprecedente, al pensamiento general con consenti-miento.

Luego, cuando digo: ahora aparece quien a huirle obliga, narro la raíz de la otra diferencia, diciendoque, del mismo modo que este pensamiento dearriba suele ser vida de mi vida, así aparece otroque hace cesar aquél. Digo huir, por mostrar cuáncontrario es, ya que naturalmente un contrario ahu-yenta al otro; y el que huye muestra huir por falta devirtud. Y digo que este pensamiento que de nuevoaparece tiene poder para tomarme y vencer mi al-ma, diciendo que se enseñorea tanto, que el co-razón, es decir, mi interior, tiembla y mi exteriormuestra nuevo semblante.

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De seguida nuestro el poderío de este nuevopensamiento por su efecto, diciendo que me hacemirar a una dama y me dice palabras lisonjeras; esdecir, habla ante los ojos de mi afecto inteligible, pormejor inducirme, prometiéndome que la vista de susojos es su salud. Y por mejor hacérselo creer alalma inexperta, dice que no debe mirar los ojos deesta dama nadie que tema angustia de suspiros. Yes una bella manera retórica cuando parece por defuera afearse la cosa y verdaderamente por dentrose embellece. No podía este nuevo pensamiento deamor inducir mejor a mi mente a consentir, que conhablar profundamente de la virtud de sus ojos.

- VIII - Una vez mostrado cómo y por qué nace el amory la diversidad que me combatía, es menester pro-ceder a explicar el sentido de aquella parte en lacual contienden en mí diversos pensamientos. Digoque primeramente es menester hablar de la partedel alma, es decir, del antiguo pensamiento, y luegodel otro, por la razón de que siempre aquello que se

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propone decir el que habla se debe reservar paradespués, porque lo último que se dice queda mejoren el ánimo del oyente. De aquí que, pues es miintención más bien el decir y razonar lo que la obrade éstos a quienes hablo hace, que lo que deshace,fue de razón el hablar y razonar primeramente de lacondición de la parte que se corrompía y luego deaquella otra que se engendraba.

En verdad, aquí nace una duda sin declarar lacual no se ha de pasar adelante. Podría decir al-guien: dado que amor sea efecto de estas inteligen-cias -a quienes hablo-, y aquél de antes fuese amordel mismo modo que éste después, ¿por qué lavirtud corrompe al uno y engendra al otro? -toda vezque antes debiera salvar a aquél, por la razón deque toda causa ama a su efecto, y, amándole, salvaal otro-. A esta pregunta puede responderse breve-mente que el efecto de éstos es amor, como se hadicho; y como no lo pueden salvar sino en aquellossujetos que están sometidos a su circunvolución, lotransmiten de aquella parte que está fuera de supotestad a la que cae dentro de ella; es decir, delalma partida de esta vida a lo que en ella está; delmismo modo que la humana naturaleza transmiteen la forma humana su conservación, del padre al

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hijo, ya que no puede perpetuamente en el mismopadre conservar su efecto. Digo efecto, en cuanto elalma y el cuerpo unidos son efecto de aquella queperpetuamente dura, que se ha convertido en natu-raleza sobrehumana; así se resuelve la cuestión.

Mas ya que se ha apuntado aquí algo acerca, dela inmortalidad del alma, haré una digresión hablan-do de ella, porque con esto daré cumplido fin alhablar de lo que en vida fue la bienaventurada Bea-triz, de la cual no quiero hablar más en este libro. Amodo de proposición, digo que, de todas las bestia-lidades, es la más estulta, vil y dañosa la que creeque no hay otra vida después de ésta; por lo cual, sirevolvemos todos los escritos, tanto de los filósofoscomo de los demás sabios escritores, están todosconcordes en que en nosotros hay algo de perpe-tuidad. Y esto parece opinar Aristóteles en el tratadodel Alma; esto parece opinar todo estoico; esto pa-rece opinar Tulio, especialmente en el libro De lavejez; esto parecen opinar todos los poetas que hanhablado conforme a la fe de los gentiles; esto quieretoda ley, judíos, sarracenos, tártaros, y todos cuan-tos viven según una razón. Pues que si todos estu-viesen engañados, se seguiría una imposibilidadque aun el comprenderla sólo sería horrible. Todos

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estamos ciertos de que la naturaleza humana es lamás perfecta de todas las naturalezas de aquí aba-jo; y esto nadie lo niega, y Aristóteles lo afirmacuando dice en el duodécimo libro de los Animalesque el hombre es, de todos los animales, el másperfecto. De aquí que, dado que muchos que vivensean enteramente mortales, como animales brutos,y estén mientras viven sin esperanza tal, es decir,de otra vida, si nuestra esperanza fuese vana, ma-yor sería nuestra falta que la de ningún otro animal,puesto que han sido ya muchos los que han dadoesta vida por aquélla; y así se seguiría que el animalmás perfecto, es decir, el hombre, fuese el imper-fectísimo -lo cual es imposible-, y que aquella parte,es decir, la razón, que es su perfección mayor, fue-se la causa de su mayor defecto; decir lo cual pare-ce extravagante. Y seguiríase, ademas, que la natu-raleza, contra sí misma, había puesto tal esperanzaen la mente humana, pues que ya se ha dicho cómomuchos han corrido a la muerte del cuerpo paravivir en la otra vida; y esto es asimismo imposible.

Además vemos la continua experiencia de nues-tra inmortalidad en las adivinaciones de nuestrossueños, los cuales no podrían existir si no hubieseen nosotros una parte inmortal, puesto que inmortal

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ha de ser el revelador, ya sea corpóreo o incorpó-reo, si se piensa con sutileza. Y digo corpóreo oincorpóreo por las diversas opiniones que de elloencuentro, y aquel que esté movido o informado porinformador inmediato debe ser proporcionado alinformador; y del mortal al inmortal no hay propor-ción alguna.

Certifícalo, además, la veracísima doctrina deCristo, la cual es vía, verdad y luz: vía, porque porellos, sin impedimento, caminamos a la feliz inmor-talidad; verdad, porque no padece error; luz, porquenos ilumina en las tinieblas de la ignorancia munda-na. Esta doctrina digo que nos hace creyentes so-bre todas las demás razones, porque nos la ha da-do Aquel que ve y mide nuestra inmortalidad, la cualno podemos ver perfectamente mientras nuestrainmortalidad esté mezclada con nuestro ser mortal;mas lo vemos perfectamente; y por la razón lo ve-mos con sombra de oscuridad, a causa de la mez-cla de lo mortal con lo inmortal. Y debe ser argu-mento poderosísimo esto de que en nosotros existalo uno y lo otro; yo así lo creo, así lo afirmo y asíestoy cierto de pasar a otra vida mejor después deésta, allí donde vive aquella gloriosa dama de la que

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mi alma estuvo enamorada, cuando contendía comose dirá en el capítulo siguiente.

- IX - Tornando a mi propósito, digo que en el versoque comienza: halla contrario tal que lo destruye, esmi intención manifestar lo que dentro de mí hablabami alma, es decir, el antiguo pensamiento contra elnuevo. Y primero manifiesto brevemente la causade su lamentoso discurso, cuando digo: halla con-trario tal que lo destruye el pensamiento humildeque hablarme suele de un ángela en el cielo coro-nada. Esto es aquel pensamiento especial del cualse ha dicho más arriba que solía ser vida del co-razón doliente.

Luego cuando digo: el alma llora, tanto aún leduele, manifiesto que mi alma está aún de su partey habla con tristeza; y digo que dice palabras delamentación, como si se maravillase de la súbitatransmutación, al decir: ¡Triste de mí y cuán mehuye el compasivo que me ha consolado! Bien pue-

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de decir consolado, que en su gran pérdida, habíaledado mucha consolación este pensamiento quesubía al cielo.

Luego después digo que se vuelve todo mi pen-samiento, es decir, el alma, a la cual llamo estaafanosa, y habla contra los ojos; y esto se manifies-ta en De mis ojos habla esta afanosa. Y digo quedice de ellos y contra ellos tres cosas: es la primeraque maldice la hora en que esta dama los vio. Y hade saberse en este punto que, aunque en un mo-mento dado puedan presentarse muchas cosas a lavista, en verdad sólo se ve aquella que viene enlínea recta al extremo de la pupila, y sólo ella segraba en la imaginación. Y esto sucede porque elnervio por el cual corre ni espíritu visual está dirigidoa aquella parte; y por eso unos ojos parecen mirar aotros sin que mutuamente se vean; porque del mis-mo modo que el ojo que mira recibe la forma en lapupila por línea recta, así por la misma línea suforma va a aquel a que está mirando; y muchasveces, al apuntar en esta línea, dispara el arco deaquel a quien toda arma es ligera. Por eso cuandodigo que tal dama los vio, es tanto como decir quese miraron sus ojos y los míos.

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La segunda cosa que dice es que reprende sudesobediencia cuando dice: ¿Y por qué no me cre-ían a mí de ella?

Luego procede a la tercera cosa, y dice: que nodebe reprenderse a sí mismo, sino a ellos por noobedecer; ya que dice que alguna vez había dichode esta dama: en sus ojos tendría fuerza sobre mí,si tuviese libre el camino de venir; y dice esto en: Yodecía. En sus ojos, etc. Y ha de creerse, por lo tan-to, que mi alma conocía estar dispuesta a recibir elacto de esta dama; y por eso lo tenía; que el actodel agente se advierte en el dispuesto paciente,como dice el filósofo en el segundo libro Del alma. Ypor eso, si la cosa tuviese espíritu de temor, mástemería ir al rayo del sol que no la piedra; porque sudisposición recibe aquel concepto más fuerte.

Por último, manifiesta el alma en su discursohaber sido peligrosa su presunción, cuando dice: Yno me valió el darme entera cuenta que no mirasental, pues que fui muerta. Que no mirasen a aquel dequien primero había dicho: al que mató los míos; yasí termina sus palabras, a las cuales responde elnuevo pensamiento, como se declarará en el si-guiente capítulo.

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- X - Mostrado está el sentido de aquella parte en quehabla el alma, es decir, el antiguo pensamiento quese corrompe. Ora debe mostrarse de seguida elsentido de la parte en que habla el nuevo pensa-miento adverso. Y esta parte contiénese toda en elverso que comienza: No fuiste muerta. Para enten-der bien lo cual ha de dividirse en dos; pues en laprimera parte, que comienza: No fuiste muerta, dice,por lo tanto -continuando hasta sus últimas pala-bras-: No es verdad que hayas muerto; mas la cau-sa por que te parece estar muerta es un desmayoen que has caído vilmente por esta dama que se teha aparecido. Y aquí es de notar, como dice Boecioen su Consolación, que «todo súbito cambio decosas no sucede sin algún desfallecimiento de áni-mo». Y esto quiere decir el reproche de este pen-samiento, el cual se llama gentil espíritu de amor,para dar a entender que mi consentimiento se ple-gaba ante él; y así se puede entender esto princi-palmente, y conocer su victoria, cuando dice antes:Alma nuestra, haciéndose familiar de aquélla.

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Luego, como se ha dicho, ordena lo que ha dehacer esta alma reprendida para llegar a ella, y asíle dice: Mira cuán piadosa y cuán humilde. Doscosas son éstas que son remedio propio del temorde que parecía sobrecogido el ánimo; las cualesgrandemente unidas, hacen esperar bien de la per-sona, y principalmente la piedad, la cual, hace res-plandecer con su luz toda otra bondad. Por lo cualVirgilio, hablando de Eneas, piadoso le llama en sumayor alabanza; mas piedad no es lo que cree elvulgo, esto es, dolerse del mal ajeno; antes bien,éste es especial efecto suyo, que se llama miseri-cordia y es compasión. Mas la piedad no es compa-siva, antes bien, es una noble disposición del áni-mo, preparada para recibir amor, misericordia yotras caritativas pasiones.

Luego dice: Mira, además, cuán es sabia ycortés en su grandeza. Donde dice tres cosas, lascuales, según aquellas que pueden ser adquiridaspor nosotros, hacen a la persona en muy gran ma-nera amable. Dice sabia. Ahora bien, ¿qué hay máshermoso en una dama que es saber? Dice cortés.Ninguna cosa le cuadra mejor a una dama que lacortesía. Y no se engañan también con este vocablolos míseros vulgares que creen que la cortesía no

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es sino la generosidad; porque la generosidad esuna cortesía especial, no general. Cortesía y hones-tidad son una misma cosa, y como antiguamente lasvirtudes y buenas costumbres usábanse en las cor-tes -como hoy se usa lo contrario-, se sacó estevocablo de las cortes; y tanto fue decir cortesía,cuanto uso de corte. Vocablo que si hoy se deduje-se de las cortes, principalmente de Italia, no seríaotra cosa que decir torpeza. Dice en su grandeza.La grandeza temporal, a la cual se hace aquí refe-rencia, está especialmente bien acompañada conlas dos bondades antedichas; porque es como unaluz que muestra lo bueno y lo demás de la personaclaramente. ¡Y cuánto saber y cuánta virtuosa cos-tumbre no se descubren por no tener esta luz! ¡Ycuánta materia y cuánto vicio se disciernen graciasa esta luz! Más les valiera a los míseros locos, es-tultos y viciosos, estar en baja condición, que ni enel mundo, ni después de esta vida serán tan infa-mados. En verdad, por esto dice Salomón en elEclesiastés: «Y otra pésima enfermedad vi bajo elsol; a saber, riquezas conservadas para mal de sudueño». Luego a seguida le ordena, es decir, a mialma, que de ora llame a esta su dama, prometién-dole que se alegraría grandemente de ello, cuandose dé entera cuenta de sus gracias; y dice esto en:

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Pues que si no te engañas, lo verás. No dice máshasta el fin de este verso. Y aquí termina el sentidoliteral de todo cuanto digo en esta canción, hablan-do a aquellas inteligencias celestiales.

- XI - Por último, según lo que más arriba dijo la letrade este Comentario cuando dividí las partes princi-pales de esta canción, vuelvo el rostro de mi discur-so a la canción misma, y a ella le hablo. Y a fin deque esta parte sea plenamente comprendida, digoque generalmente se llama en toda canción Torna-da, porque los troveros que primero la usaron lohicieron para que, una vez cantada la canción, setornase a ella con cierta parte del canto. Pero yorara vez lo hice con tal intención; y para que losdemás se diesen cuenta, rara vez empleé el ordende la canción en cuanto es preciso al número y a lanota; mas lo hice sólo cuando era menester deciralguna cosa para ornamento de la canción fuera desu sentido, como se verá en ésta y en las demás. Ypor eso digo ahora que la bondad y la belleza de

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cada razonamiento están partidas y divididas entreellas, pues que la bondad está en el sentido, y labelleza en el ornamento de las palabras; y una yotra están con deleite, si bien la bondad sea la másdeleitosa. Por donde, dado que la bondad de estacanción fuese difícil de ser entendida por las dife-rentes personas que en ella se lanzan a hablar, porlo que se requieren muchas distinciones, y fuesefácil ver la belleza, me pareció necesario a la can-ción que los demás pusiesen mas atención a labelleza que a la bondad. Y esto es lo que digo enesta parte.

Mas como sucede muchas veces que el amo-nestar parece presuntuoso en ciertas condiciones,suele el retórico hablar indirectamente a otro, diri-giendo sus palabras, no a aquel a quien se las dice,sino a otra persona. Y esta manera es la que aquí,en verdad, se emplea; porque las palabras van a lacanción y la intención a los hombres. Digo, por lotanto: Yo creo, canción, que raros serán, esto es,pocos, los que te entiendan bien. Y digo la causa,que es doble. Primero, porque hablas trabajosa-mente -digo trabajosamente por lo que ya se hadicho-; y luego, porque hablas oscuro -oscuro digo,en cuanto a la novedad del sentido-. Luego después

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la amonesto y digo: Si por ventura sucede que vasallí donde estén personas que, según tu entender,te parezca dudar, no desfallezcas, mas diles: Puesque no veis mi bondad, parad mientes al menos enmi belleza. Con lo cual no quiero decir otra cosa,sino como se ha dicho más arriba. ¡Oh, hombres,que no podéis ver el sentido de esta canción! No larechacéis, sin embargo; mas parad mientes en subelleza, que es grande, tanto por construcción, lacual compete a los gramáticos, cuanto por el ordendel discurso, que compete a los retóricos, y por elnúmero de sus partes, que compete a los músicos.Las cuales cosas puede ver cuán bellas son quienbien las considere. Y éste es todo el sentido literalde la primera canción, que por primer manjar haseantes entendido.

- XII - Pues que ya se ha declarado suficientemente elsentido literal, hay que proceder a la exposiciónalegórica y verdadera. Y por eso, principiando unavez más desde el comienzo, digo que según perdí

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el primer deleite de mi alma, de que se ha hechomención más arriba, con tristeza tanta me com-pungí, que ningún consuelo me bastaba. Con todo,después de algún tiempo, mi imaginación, que pro-poníase sanar, decidió -pues que ni mi consuelo niel ajeno me servían- volver al modo que de conso-larme había tenido algún desconsolado. Y púsemea leer el libro, desconocido para muchos, de Boecio,en el cual, maltrecho y desgraciado, habíase conso-lado él. Y oyendo además que Tulio había escritootro libro, en el cual, hablando de la amistad, habíaapuntado palabras de la consolación de Lelio, hom-bre excelentísimo, en la muerte de Escipión su ami-go, púseme a leerlo. Y aunque al principio me fueseduro penetrar su sentido, lo penetré al fin tantocuanto podían el arte de la gramática que yo tenía ymi ingenio, por medio del cual ingenio veía muchascosas, como casi soñando veía antaño; tal como enla Vida Nueva puede verse.

Y así como suele suceder que el hombre va bus-cando plata, y sin intención encuentra oro, quepreséntale oculta ocasión, no tal vez sin divinomandato, yo, que buscaba consolarme, no solamen-te encontré remedio a mis lágrimas, sino palabrasde entonces de ciencias y de libros, considerando

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las cuales, juzgaba justamente que la filosofía, se-ñora de estos autores, de estas ciencias y de estoslibros, era sublime cosa. Y me la imaginaba formadacomo una dama gentil; y no podía imaginármela enacto alguno que no fuese misericordioso; por locual, tan de grado la miraba el sentido de la verdad,que apenas podía apartarlo de ella. Y de este fanta-sear comencé a ir hacia donde ella se mostrabaverdaderamente, es decir, en las escuelas de losreligiosos y en las disputas de los filosofantes; asíque en poco tiempo, treinta meses a lo sumo, co-mencé a sentir tanto su dulzura, que su amor ahu-yentaba y destruía todo otro pensamiento. Por locual, elevándome del pensamiento del primer amora la virtud de éste, como maravillándome, abrí laboca al hablar en la canción propuesta, mostrandomi condición bajo figura de otras cosas; porque dela dama de que yo me enamoraba, no era digna larima de ningún lenguaje vulgar, ni estaban los oyen-tes tan bien dispuestos, que tan presto aprendieranlas palabras no ficticias, y hubieran prestado tanpoca fe al sentido verdadero como al ficticio, porquedel verdadero creíase que estuviese por enterodispuesto a aquel amor como no se creía de éste.Comencé, por lo tanto, a decir:

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Los que entendiendo movéis el tercer cielo.

Y como, según se ha dicho, esta dama fue la hijade Dios y reina de todo, la muy noble y hermosísimaFilosofía, se ha de ver quiénes fueron estos motoresy este tercer cielo. Y primero el tercer cielo, confor-me al orden indicado. Y no es menester procederaquí dividiendo y exponiendo a la letra; porque pormedio de la pasada explicación, traducida la palabraficticia, de lo que suena a lo que quiere decir, estesentido se ha declarado suficientemente.

- XIII - Para ver lo que por tercer cielo se entiende, pri-meramente se ha de ver lo que quiero decir por estesolo vocablo: cielo, y luego se verá cómo y por quénos fue menester este tercer cielo. Digo que porcielo entiendo la ciencia, y por cielos las ciencias,por tres semejanzas que los cielos tienen con lasciencias, principalmente por el orden y número enque parecen convenir, como se verá tratando delvocablo tercer.

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La primera semejanza es la revolución de uno yotro en torno a un inmóvil suyo. Porque todo cielomovible da vueltas en torno a su centro, el cual nose mueve; ciencia se mueve en torno a su objeto, elcual no mueve aquélla, porque ninguna cienciademuestra el propio objeto, sino que lo presupone.

La segunda semejanza es la iluminación de unoy otro. Porque todo cielo ilumina las cosas visibles;y así cada ciencia ilumina las inteligencias.

Y la tercera semejanza es el inducir la perfecciónen las cosas dispuestas. En la cual inducción, encuanto a la primera perfección, esto es, de la gene-ración sustancial, están concordes todos los filóso-fos en que su causa son los cielos, aunque lo expli-quen diversamente: quiénes, por los motores, comoPlatón, Avicena y Algacel; quiénes, por las estrellas-especialmente las almas humanas-, como Sócra-tes, y también Platón y Dionisio Académico; y quié-nes por virtud celestial, que está en el calor naturaldel germen, como Aristóteles y las demás peripaté-ticos. Así, las ciencias son causa de la inducción dela segunda perfección en nosotros; por hábito de lascuales, podemos especular la verdad, que es nues-tra última perfección, como dice el filósofo en elsexto libro de la Ética, cuando dice lo bueno y ver-

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dadero del intelecto. Por éstas y otras semejanzas,puédese llamar cielo a la ciencia.

Ahora hemos de ver por qué se dice tercer cielo.Para lo cual es menester considerar una compara-ción que hay en el orden de los cielos con el de lasciencias. Como se ha referido, pues, más arriba, lossiete cielos más próximos a nosotros son los de losplanetas; luego hay otros dos cielos sobre éstosmovibles, y uno, sobre todos, quieto. A los sieteprimeros corresponden las siete ciencias del Trivio ydel Cuatrivio, a saber: Gramática, Dialéctica, Retóri-ca, Aritmética, Música, Geometría y Astrología. A laoctava esfera, es decir, a la estrellada, correspondela ciencia natural, que se llama Física, y la primeraciencia, que se llama Metafísica; a la novena esferacorresponde la ciencia moral; y al cielo quieto co-rresponde la ciencia divina, que se llama Teología.Y hemos de ver brevemente la razón de que estosea así.

Digo que el cielo de la Luna se asemeja a laGramática, porque se puede comparar con ella.Porque si se mira bien a la luna, se ven dos cosaspropias de ella que no se ven en las demás estre-llas; es la una la sombra que hay en ella, la cual noes otra cosa sino raridad de su cuerpo, en la cual no

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pueden terminar los rayos del sol y repartirse comoen las demás partes; es la otra la variación de suluminosidad, que ora luce por un lado, ora luce por,el otro, según el sol la ve. Y la Gramática tiene es-tas dos propiedades, porque, por su infinitud, losrayos de la razón en mucha parte no terminan enella, especialmente en los vocablos; y luce, ora poraquí o por allá, en cuanto están en uso ciertos vo-cablos, ciertas declinaciones, ciertas construccionesque antes no lo estuvieron, y muchas lo estuvieronque todavía lo estarán; como dice Horacio en elprincipio de la Poetría, cuando dice: «Renaceránmuchos vocablos que habían decaído», etc.

El cielo de Mercurio se puede comparar a laDialéctica por dos propiedades: porque Mercurio esla estrella más pequeña del cielo; porque la canti-dad de su diámetro no es más que de doscientastreinta y dos millas, según expone Alfragano, quedice ser aquél una vigésimoctava parte del diámetrode la tierra, el cual tiene seis mil quinientas millas.La otra propiedad es que está más velada de losrayos del sol que ninguna otra estrella. Y estas dospropiedades existen en la Dialéctica; porque laDialéctica tiene menos cuerpo que ninguna otraciencia; por lo cual está perfectamente compilada y

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terminada en todo el texto que en el arte antigua yen la nueva se encuentra; y está más velada queninguna otra ciencia, en cuanto procede con argu-mentos más sofísticos y probables que otra alguna.

El cielo de Venus se puede comparar a la Re-tórica por dos propiedades: una es la claridad de suaspecto, que es más suave a la vista que ningunaotra estrella; otra es su aparición, ora a la mañana,ora a la tarde. Y estas dos propiedades existen enla Retórica, porque la Retórica es la más suave detodas las ciencias, porque tal se propone principal-mente. Aparece de mañana, cuando el retóricohabla a la vista del oyente; aparece de noche, esdecir, detrás, cuando el retórico habla por el remotomedio de la letra.

El cielo del Sol se puede comparar a la Aritméti-ca por dos propiedades: una es que de su luz seinforman todas las demás estrellas; la otra es quelos ojos no pueden mirarla. Y estas dos propiedadesexisten en la Aritmética, porque de su luz se ilumi-nan todas las ciencias, ya que sus objetos todosson considerados bajo algún número, y en la consi-deración de aquéllos, siempre con número se pro-cede. Del mismo modo que en la ciencia natural esobjeto el cuerpo movible, el cual cuerpo tiene en sí

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razón de continuidad, y ésta tiene en sí razón denúmero infinito. Y la condición más principal de laciencia natural es considerar los principios de lascosas naturales, las cuales son tres, a saber: mate-ria, privación y forma; en los cuales se ve estenúmero, no sola mente en todos juntos, sino queademás en cada uno hay número, si se consideracon sutileza. Porque Pitágoras, según dice Aristóte-les en el primer libro de la Metafísica, suponía prin-cipios de las cosas naturales lo par y lo impar, con-siderando que todas las cosas son número. La otrapropiedad del sol vese todavía en el número, delcual trata la Aritmética, porque el ojo del intelecto nole puede mirar; ya que el número, considerado en símismo, es infinito; y esto no lo podemos entendernosotros.

El cielo de Marte se puede comparar a la Músi-ca, por dos propiedades: es la una su más hermosarelación, porque, enumerando los cielos movibles,por cualquiera que se comience, ya sea el ínfimo oel sumo, el cielo de Marte es el quinto; está en me-dio de todos, a saber: de los primeros, los segun-dos, los terceros y los cuartos. La otra es que Marteseca y enciende las cosas; porque su color es se-mejante al del fuego, y por eso aparece de color de

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fuego, cuándo más, cuándo menos, según el espe-sor y raridad de los vapores que le siguen; los cua-les se encienden muchas veces por sí mismos, talcomo está determinado en el libro primero de laMeteora. Y por eso dice Albumassar que el encen-dimiento de tales vapores significa muertes de reyesy transmutación de reinos; porque son efectos delseñorío de Marte. Y Séneca dice por eso que en lamuerte de Augusto emperador vio en lo alto unabola de fuego. Y en Florencia, al principio de sudestrucción, fue vista en el aire, en figura de cruz,una gran cantidad de estos vapores secuaces de aestrella de Marte. Y estas dos propiedades existenen la música, la cual es toda ella relativa, como seve en las palabras armonizadas y en los cantos, delos cuales resulta tanto más dulce armonía cuantomás bella es la relación; la cual en tal ciencia esmás bella que ninguna, porque principalmente se lapropone. Además, la música atrae a sí los espíritushumanos, que son casi principalmente vapores delcorazón, de modo que casi cesan de obrar porcompleto; de tal modo está el alma entera cuandose la oye, y la virtud de todos ellos corre al espíritusensible que recibe el sonido.

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El cielo de Júpiter se puede comparar a la Geo-metría por dos propiedades: es la una que se mue-ve entre dos cielos que repugnan a su buena tem-peratura, como son el de Marte y el de Saturno. Porlo cual, Tolomeo dice en el libro alegado que Júpiteres estrella de complexión templada, en medio delfrío de Saturno y del calor de Marte. La otra es quese muestra entre todas las estrellas, blanca, comoplateada. Y estas cosas existen en la ciencia de laGeometría. La Geometría se mueve entre dos quela repugnan, como son el punto y el círculo -y digocírculo en sentido amplio, a toda cosa redonda, yasea cuerpo, ya superficie-; porque, como dice Eucli-des, el punto es principio de aquélla, y, según dice,el círculo es su figura más perfecta, por lo cual tienerazón de fin. Así que entre punto y círculo, comoentre principio y fin, se mueve la Geometría. Y estosdos repugnan a su certeza; porque el punto, por suindivisibilidad, es inconmensurable, y el círculo, porsu arco, es imposible se le cuadre perfectamente, y,por lo tanto, es imposible medirle con precisión. Yademás la Geometría es blanquísima, en cuanto notiene mácula de error, y ciertísima por sí y por susierva, que se llama perspectiva.

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El cielo de Saturno tiene dos propiedades, porlas cuales se puede comparar a la Astrología: unaes la tardanza de su movimiento por los doce sig-nos; que veintinueve años y más, según los escritosde los astrólogos, necesita de tiempo su círculo; laotra es que está más alto que todos los demás pla-netas. Y estas dos propiedades existen en la Astro-logía; porque para cumplir su círculo, es decir, en suaprendizaje, ha menester grandísimo espacio detiempo, tanto para sus demostraciones, que sonmás que de ninguna otra de las ciencias susodi-chas, como para la experiencia que para discernirbien en ella se necesita. Además está más alta quetodas las demás, porque, como dice Aristóteles enel principio Del alma, la ciencia es alta en nobleza,por la nobleza de su objeto y por su certeza. Ésta,más que ninguna de las susodichas, es noble y altapor su objeto alto y noble, como es el movimientodel cielo; es alta y noble por su certeza, la cual notiene defecto, como procedente de perfectísimo yregular principio. Y si alguno la cree con defecto, noes de ella, sino, como dice Tolomeo, de nuestranegligencia, y a ésta se debe imputar.

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- XIV - Después de las comparaciones hechas de lossiete primeros cielos, hay que proceder con losotros, que son tres, como varias veces se ha referi-do. Digo que el cielo estrellado se puede comparara la Física por tres propiedades y a la Metafísica,por otras tres; porque muéstranos de sí dos cosasvisibles, como son las muchas estrellas, y la Ga-laxia, es decir, ese blanco círculo que el vulgo llamaCamino de Santiago; y muéstranos uno de los polosy el otro nos esconde; y muéstranos un solo movi-miento de Oriente a Occidente que casi nos lo es-conde. Por lo cual hemos de ver por orden, primero,la comparación de la Física, y luego, la de la Metafí-sica.

Digo que el cielo estrellado nos muestra muchasestrellas; porque, según han visto los sabios deEgipto, hasta la última estrella que descubrieron enel meridiano, suponen mil veintidós cuerpos de es-tas estrellas de que hablo. Y en esto tiene grandísi-ma semejanza con la Física, si se consideran sutil-mente estos tres números, a saber: dos, veinte ymil; porque por el dos se entiende el movimientolocal, que es de necesidad de un punto a otro. Y por

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el veinte significa el movimiento de la alteración,pues dado que del diez para arriba no se va alter-nando sino ese diez con los otros nueve y consigomismo, y la más hermosa alteración que recibe esla suya propia, y la primera que recibe es veinte, esde razón que este número signifique dicho movi-miento. Y por el mil significa el movimiento de au-mento, porque en el nombre, es decir, este mil, es elnúmero mayor, y no se puede aumentar más sinomultiplicando éste. Y sólo estos tres movimientosmuestra la Física, como está probado en el quintode su primer libro.

Y por la Galaxia tiene semejanza este cielogrande con la Metafísica. Porque se ha de saberque los filósofos han tenido diversas opinionesacerca de la Galaxia. Porque los pitagóricos dijeronque el sol erró alguna vez en su camino, y, pasandopor otras partes inadecuadas a su hervor, quemó ellugar por donde pasara; y quedó aquella señal delincendio. Y creo que se inspiraron en la fábula deFaetonte, que refiere Ovidio en el principio del se-gundo de Metamorfoseos. Otros -como Anaxágorasy Demócrito- dijeron que aquello era luz del sol re-flejada en aquella parte. Y estas opiniones afirma-ron con razones demostrativas. Lo que de ello nos

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dijera Aristóteles no puede saberse con certeza,porque su sentido no es el mismo en una que enotra transcripción. Y creo que fuese error de lostranscriptores; porque en la Nueva parece decir queello es una acumulación en aquella parte, bajo lasestrellas, de los vapores que siempre arrastran; yesto no parece ser cierto. En la Antigua dice que laGalaxia no es sino una multitud de estrellas fijas enaquella parte, y tan pequeñas, que de aquí abajo nolas podemos distinguir; mas de ellas procede esaalbura a que llamamos Galaxia. Y puede ser que elcielo en esa parte sea más espeso, y de ahí queretenga y muestre luz tal; y esta opinión parecentener con Aristóteles, Avicena y Tolomeo. Por don-de, dado que la Galaxia sea un efecto de esas es-trellas, las cuales nosotros no podemos ver, maspor su efecto entendemos tales cosas, y pues laMetafísica trata de las sustancias primeras, las cua-les no podemos de la misma manera entender sinopor sus efectos, manifiesto está que el cielo estre-llado tiene gran semejanza con la Metafísica.

Además, por el polo que vemos, significa lascosas que no tienen materia, que no son sensibles,de las cuales trata la Metafísica; y por eso tienedicho cielo grande semejanza con una y con otra

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ciencia. Además, por los dos movimientos, significaestas dos ciencias; porque por el movimiento enque se revuelve cada día y hace una nueva circun-volución de punto a punto, significa las cosas co-rruptibles, que cotidianamente cumplen su camino,y su materia se muda de forma en forma; y de éstastrata la Física. Y por el movimiento casi insensibleque hace de Occidente a Oriente, de un grado encien años, significa las cosas incorruptibles, lascuales tuvieron en Dios comienzo de creación y notendrán fin; y de éstas trata la Metafísica. Y por esodigo que este movimiento significa aquéllas que esecircunvolución comenzó y que no tendría fin; porquefin de la circunvolución es volver a un mismo punto,al cual no volverá este cielo, conforme a este movi-miento. Porque desde el comienzo del mundo hagirado poco más de la sexta parte; y nosotros esta-mos ya en la última edad del siglo, y esperamos, enverdad, la consumación del celestial movimiento. Yasí, manifiesto es que el cielo estrellado, por mu-chas propiedades, se puede comparar a la Física ya la Metafísica.

El cielo cristalino contado antes como primeromovible, tiene semejanza asaz manifiesta con laFilosofía moral; porque la Filosofía moral, según

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dice Tomás acerca del segundo de la Ética, nosprepara para las demás ciencias. Pues como dice elfilósofo en el quinto de la Ética, la justicia legal pre-para las ciencias para aprender, y ordena, para queno sean abandonadas, que aquéllas sean aprendi-das y enseñadas; así el dicho cielo ordena con sumovimiento la cotidiana revolución de todos losdemás; por la cual cada uno de todos ellos recibenaquí abajo la virtud de todas sus partes. Porque si larevolución de éste no ordenase tal, poco de su vir-tud o de su vista llegaría aquí abajo. De donde,suponiendo que fuese posible que este noveno cielono se moviese, la tercera parte del cielo no sehubiera visto aún en ningún lugar de la tierra; y Sa-turno permanecería oculto catorce años y medio atodos los lugares de la tierra, y Júpiter se esconder-ía seis años, y Marte casi un año, y el Sol cientoochenta y dos días y catorce horas -digo días, pordecir tanto tiempo cuanto miden esos días-, y Venusy Mercurio casi como el Sol se celarían y se mos-trarían, y la Luna durante catorce días y medio per-manecería oculta a todas las gentes. No habría aquíabajo, en verdad, generación ni vida de animales nide plantas; no habría noche, ni día, semana, mes niaño; mas todo el universo estaría desordenado, y elmovimiento de los demás sería vano. Y no de otro

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modo, al cesar la Filosofía moral, las demás cien-cias estarían ocultas algún tiempo, y no habría ge-neración, ni vida feliz, y en vano estarían escritas yhalladas de antiguo. Por lo cual manifiesto está queeste cielo tiene semejanza con la Filosofía moral.

Además, el cielo empíreo, por su paz, aseméjasea la divina creencia que llena está de toda paz; lacual no padece litigio alguno de opiniones o argu-mentos sofísticos, por la excelentísima certeza desu objeto, que es Dios. Y de ésta dice Él a susdiscípulos: «Mi paz os doy, mi paz os dejo», dándo-les y dejándoles su doctrina, que e la ciencia de queyo hablo. De ésta dice Salomón: «Sesenta son lasreinas y ochenta las amigas concubinas; y de lassiervas adolescentes nos puede contar el número;una es mi paloma y mi perfecta». A todas las cien-cias llama reinas, amantes y siervas; y a ésta llamapaloma porque no hay en ella mácula de litigio; y aésta llama perfecta, porque hace ver la verdad per-fectamente, en la cual se aquieta nuestra alma. Ypor eso, así razonada la comparación de los cieloscon las ciencias, puede verse que por el tercer cieloentiendo la Retórica, la cual se asemeja al tercercielo, como más arriba se muestra.

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- XV - Por las semejanzas dichas puede verse quienesson estos motores a quienes hablo, que son moto-res de aquél; como Boecio y Tulio, los cuales, con lasuavidad de su discurso, me inclinaron, como se hadicho antes, al amor, esto es, al estudio de estadama gentilísima, la Filosofía, con los rayos de suestrella, la cual es la escritura de aquélla; por don-de, en toda ciencia, la escritura se estrella llena deluz, la cual aquella ciencia demuestra. Y, una vezmanifestado esto, puede verse el verdadero sentidodel primer verso de la canción propuesta, por laexposición ficticia y literal. Y por esta misma exposi-ción puede entenderse suficientemente el primerverso hasta aquella parte donde dice: Éste me hacemirar a una dama. Ahora bien; ha de saberse queesta dama es la Filosofía; la cual es en verdad da-ma llena de dulzura, adornada de honestidad, admi-rable de sabiduría, gloriosa de libertad, como en eltercer Tratado, donde se tratará de su nobleza, estámanifiesto.

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Y allí donde dice: Quien quiera ver la salud hagapor ver los ojos de esta dama, los ojos de esta da-ma son sus demostraciones, las cuales, dirigidas alos ojos del intelecto, enamoran el alma libre en lascondiciones. ¡Oh, dulcísimos e inefables semblantesy súbitos raptadores de la mente humana, que enlas demostraciones, en los ojos de la Filosofía apa-recéis, cuando ésta a sus amantes habla! En ver-dad, en nosotros está la salud por la cual quien osmira es bienaventurado y salvo de la muerte, de laignorancia y de los vicios.

Donde se dice: Si es que no teme angustia desuspiros, aquí se ha de entender, si no teme laborde estudio y litigio de dudas, las cuales, desde elprincipio de las miradas de esta dama, surgen mul-tiplicándose, y luego, continuando su luz, producenasí como nubecillas matutinas al rostro del Sol, ypermanece libre y lleno de certeza el intelecto fami-liar, como el aire de los rayos meridianos, purgado eilustrado.

El tercer verso se entiende todavía por la exposi-ción literal hasta donde dice: El alma llora. Aquí seha de tener en cuenta alguna moralidad que sepuede notar en estas palabras; que no debe elhombre olvidar por un amigo mayor los vicios reci-

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bidos del menor; mas si se ha de seguir sólo al unoy dejar al otro, se ha de seguir al mejor, abando-nando al otro con alguna honesta lamentación; en lacual da ocasión de que le ame más aquel a quiensigue.

Luego, donde dice: De mis ojos, no quiere decirsino que fue dura la hora en que la primera demos-tración de esta dama entró en los ojos de mi intelec-to, la cual fue causa muy inmediata de este enamo-ramiento. Y allí donde dice: Mis iguales, se entien-den las almas libres de los míseros y viles deleites yde los hábitos vulgares, y dotadas de ingenio y dememoria, y dice luego: mata; y dice luego: soymuerta; lo cual parece contrario a lo dicho más arri-ba de la salud de esta dama. Mas ha de saberseque aquí habla una de las partes y allí habla la otra;las cuales litigan diversamente, según está mani-fiesto más arriba. Por donde no es de maravillar siallí dice sí y aquí dice no, si bien se considera quiéndesciende y quién sube.

Luego, en el cuarto verso, donde dice: Un gentilespíritu de amor, entiéndese un pensamiento quenace de mi estudio. Por lo cual ha de saberse quepor amor en esta alegoría se entiende siempre eseestudio, el cual es aplicación del ánimo enamorado

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de la cosa a la cosa misma. Luego cuando dice: Detan altos milagros el adorno, anuncia que en ella severá el ornamento de los milagros; y dice verdad:que los adornos de las maravillas es el ver la causade aquéllas, las cuales demuestra, como en el prin-cipio de la Metafísica parece sentir el filósofo, di-ciendo que para ver estos adornos comenzaron loshombres a enamorarse de esta dama. Y de estevocablo, a saber, maravilla, se tratará plenamenteen el siguiente Tratado. Todo lo demás que sigueluego de esta canción está suficientemente mani-fiesto por la argumentación. Y así, al fin de estesegundo Tratado, digo y afirmo que la dama dequien me enamoré después del primer amor fue labellísima y honestísima hija del Emperador del Uni-verso, la cual Pitágoras puso por nombre Filosofía.Y aquí se termina el segundo Tratado, que, comoprimer manjar, se ha servido antes.

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Tratado tercero

Canción segunda Amor, que en la mente me habla

de mi dama con gran deseo,

frecuentemente me trae de ella cosas

que el intelecto acerca de ellas desvaría.

Su hablar suena tan dulcemente,

que el alma que la escucha, y que tal oye

dice: «¡Ay, triste de mí! ¡Que yo no puedo

decir lo que oigo de mi dama!»

Cierto que he de dejar ya por el pronto,

si he de hablar de lo que decir la oigo,

lo que a entender no alcanza mi intelecto,

y de lo que comprende

gran parte, que decirla no sabría.

Mas si mis rimas no tuvieran defecto,

en cuanto a la alabanza que hagan de ella,

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cúlpese de ello al débil intelecto,

y al habla nuestra, que no tiene fuerza

para copiar cuanto el amor le dicta.

No ve ese sol, que en torno al mundo gira,

cosa tan gentil, sino en la hora

en que luce en la parte en donde mora

la dama, de quien amor hablar me hace.

Todo intelecto de allá arriba mírala,

y la gente que aquí se enamora

en sus pensamientos la encuentra aún,

cuando amor deja sentir su paz.

Su ser tanto complace a Aquel que se lo dio,

que infunde siempre en ella su virtud,

más allá del dominio de nuestro natural.

Su alma pura,

que de Él recibe esta salud,

lo manifiesta en cuanto conmigo lleva,

que sus bellezas cosas vistas son.

Y los ojos de los que están donde ella luce,

mensajeros envían al corazón lleno de deseos,

que toman aire y se truecan en suspiros.

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A ella desciende la virtud divina,

cual sucede en el ángel que la ve;

y si hay una dama gentil que no lo crea,

vaya con ella y contemple sus actos.

Allí donde ella habla, desciende

un espíritu del cielo, portador de fe.

Como el alto valor que ella posee,

está más allá de lo que a nosotros cumple.

Los actos suaves que ella muestra a los demás,

van llamando al amor, en competencia,

en aquella voz que lo hace oír.

De ella decir se puede:

Noble es cuanto en la dama se descubre,

y hermoso cuanto a ella se asemeja;

y puédese decir que su semblante ayuda

a consentir en lo que parece maravilla;

por donde nuestra fe recibe apoyo.

Por eso fue así ordenada por siempre.

Cosas se advierten en su continente

que muestran placeres del paraíso;

quiero decir en los ojos y en su dulce risa,

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en donde Amor tiene su lugar propio.

Deslumbran nuestro intelecto,

como el rayo del sol a un rostro frágil;

y, pues no las puedo mirar fijamente,

heme de contentar con decir poco.

Su belleza llueve resplandores de fuego,

animados de espíritu gentil,

creador de todo buen pensamiento;

y rompen como un trueno

los vicios innatos que a los demás hacen viles.

Por eso la dama que vea su belleza

en entredicho, porque no parece humilde y quieta,

mire a la que es ejemplo de humildad.

Éste que humilla a todo ser perverso,

fue por Aquél pensada que creó el Universo.

Canción, parece que hablas al contrario

de cuanto dice una hermana que tienes;

pues que esta dama que tan humilde muestras,

ella la llama fiera y desdeñosa.

Sabes que el cielo siempre es luciente y claro,

y cuán no se enturbia en sí jamás;

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mas nuestros ojos asaz

llaman a la estrella tenebrosa;

así cuando ella la llama orgullosa

no la considera conforme a verdad;

mas según lo que ella creía.

Porque el alma tenía,

y aún teme tanto, que paréceme fiero

todo cuanto veo allí donde ella me oiga.

Excúsate así, si lo has menester,

y cuando puedas, a ella te presenta,

y dile: «Mi señora, si os es grato,

yo por doquier tengo de hablar de vos».

- I - Como en el Tratado precedente se refiere, misegundo amor tuvo comienzo en el semblante mise-ricordioso de una dama. El cual amor, luego, encon-trando mi vida dispuesta para su ardimiento, a guisade fuego, se encendió de pequeña en grande llama;

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de tal modo que no solamente velando, sino dur-miendo, dábame su luz en la cabeza. Y no se podr-ía decir ni entender cuán grande era el deseo quede verla me daba amor. Y no solamente estaba asítan deseoso de ella, sino de todas las personas quetuviesen con ella alguna proximidad, ya de familia,ya de algún parentesco. ¡Oh, cuántas noches huboen que cerrados ya los ojos de las demás personasdescansaban durmiendo, y los míos miraban fija-mente en el habitáculo de mi amor! Y del mismomodo que el multiplicado incendio quiere mostrarseal exterior (porque estar oculto es imposible), meentraron ganas de hablar de amor, el cual no podíaexistir en modo alguno. Y aunque podía tener pocodominio de mi consejo, sin embargo, tanto por vo-luntad de amor o por mi solicitud me acerqué a élvarias veces, que deliberé y vi que, hablando deamor, no había discurso más hermoso y de másprovecho que aquel en que se encomiaba la perso-na a que se amaba.

Y para esta deliberación me serví de tres razo-nes, una de las cuales fue el propio amor de símismo, el cual es principio de todos los demás; delmismo modo que ve cada cual que no hay modo

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más lícito ni cortés de hacerse honor a sí mismoque honrar al amigo.

Porque dado que no pueda haber amistad entredesiguales, donde quiera que se ve amistad sesupone igualdad, y donde quiera que se entiendeamistad, son comunes la alabanza y el vituperio. Yde esta razón, dos grandes enseñanzas se puedendeducir: es la una el no querer que ningún viciosose muestre amigo, porque con ello se cobra opiniónnada buena de aquel que se hace amigo; la otra esque nadie debe censurar a su amigo públicamente,porque a sí mismo se da con un dedo en el ojo, sibien se mira la razón antedicha.

La segunda razón fue el deseo de la duración deesta amistad. Por lo cual, se ha de saber que, comodice el filósofo en el noveno de la Ética, en la amis-tad de las personas de condición desigual ha dehaber, para conservar aquélla, una proporción talentre ellas, que casi reduzca la desigualdad, comoentre el señor y el siervo. Porque aunque el siervono puede devolver igual beneficio, al señor cuandoes favorecido por éste, debe sin embargo devolvér-selo cuanto mejor pueda con tanta solicitud y fran-queza, que lo que es igual per se, se haga igual porla demostración de buena voluntad en que la amis-

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tad se manifiesta, afirma y conserva. Por lo cual yo,considerándome más pequeño que esta dama yviéndome favorecido por ella, me esfuerzo en en-comiarla según mi facultad, la cual, si no es igual depor sí, al menos la pronta voluntad demuestra que simás pudiese más haría, y así se hace igual a la deesta dama gentil.

La tercera razón fue un argumento de previsión,porque, como dice Boecio: «No basta con mirarsolamente aquello que está ante los ojos, es decir,el presente; y por eso nos es dada la previsión, quemira más allá de aquello a lo que puede suceder».Digo que pensé que muchos a mis espaldas acusar-íanme quizás de liviandad de ánimo, oyendo quehabía trocado mi primer amor. Por lo cual, paradisculparme de este reproche, no había ningúnargumento mejor que decir cómo era la dama queme había cambiado. Porque por su excelencia ma-nifiesta se puede considerar su virtud; y por la com-prensión de su grandísima virtud se puede pensarque toda estabilidad de ánimo es mudable por ella;y así no me juzgarían liviano y nada estable. Mepropuse, pues, alabar a esta dama, si no como ellamereciese, al menos en cuanto yo pudiese; y co-mencé a decir:

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Amor, que en la mente me habla.

Esta canción tiene principalmente tres partes. Laprimera es todo el primer verso, en el cual se hablaa manera de proemio. La segunda son los tres ver-sos siguientes, en los cuales se trata de lo que sequiere decir, esto es, la alabanza de la gente; laprimera de las cuales comienza: No ve ese sol queen torno al mundo gira. La tercera parte es el quintoy último verso, en el cual, dirigiendo mis palabras ala canción, la purgo de toda duda. Y de estas trespartes se ha de hablar por orden.

- II - Empezando, pues, por la primera parte, queordenada fue a modo de proemio de esta canción,digo que es menester dividirla en tres partes. Por-que, primero, se apunta la inefable condición deeste tema; segundo, se refiere mi insuficiencia. paratratarlo con perfección; y comienza esta segundaparte en: Cierto que he de dejar ya por el pronto.Por último, me excuso con insuficiencia, de la cual

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no se debe atribuirme la culpa; y comienzo estocuando digo: Mas si mis rimas tuvieran defecto.

Digo pues: Amor, que en la mente me habla,donde principalmente se ha de ver quién es el queasí razona y qué lugar es ése en el que digo quehabla. Amor, tomándolo en verdad y considerándolosutilmente, no es sino unión espiritual del alma conla cosa amada, a la cual unión corre el alma por supropia naturaleza pronto o tarde, según esté libre oimpedida. Y la razón de tal naturalidad puede serésta: toda forma substancial procede de su primeracausa, la cual es Dios, conforme está escrito en ellibro de las causas; y no reciben diversidad poraquélla, que es simplicísima, sino por las causassecundarias y la materia a que desciende, por locual escrito está en el mismo libro, tratando de lainfusión de la bondad divina: «y hacen diversas lasbondades y dones por el concurso de la cosa querecibe». Por lo cual, dado que todo efecto conservealgo de la naturaleza de su causa, como dice Alpe-tragio cuando afirma que lo que es causado porcuerpo circular tiene en algún modo esencia circu-lar, toda forma tiene en alguna manera esencia dela naturaleza divina, no porque la naturaleza divinase haya dividido y comunicado a aquéllas, sino que

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participan de ella, casi del mismo modo que lasdemás estrellas participan de la naturaleza del sol.Y cuanto más noble es la forma, tanto más tiene deesta naturaleza. Por donde el alma humana, que esla forma más noble de cuantas se han engendradobajo el cielo, participa más de la naturaleza divinaque ninguna otra. Y como es naturalísimo en Dios elquerer ser -porque, como se lee en el libro alegado,lo primero es el ser y antes de él no hay nada-, elalma humana quiere ser con todo su deseo. Comosu ser depende de Dios, y por Aquél se conserva,naturalmente desea y quiere estar unida a Dios parafortificar su ser. Y como en las bondades de la natu-raleza muéstrase la razón divina, acaece que natu-ralmente el alma humana se une por vía espiritualcon aquéllas, tanto más presto y fuertemente, cuan-to más perfectas se muestran. El cual aspecto de-pende de que el conocimiento del alma sea claro odificultoso. Y esta unión es la que nosotros llama-mos amor, por el cual se puede conocer cómo espor dentro el alma, viendo por fuera a quienes ama.Este amor, es decir, la unión de mi alma con la da-ma gentil, en la cual se me mostraba asaz de la luzdivina, es el razonador que digo; pues que de Élnacían continuos pensamientos que contemplaban

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y examinaban el mérito de la dama que espiritual-mente habíase hecho una misma cosa conmigo.

El lugar en que digo que el tal me habla es lamente; mas con decir que es la mente, no se en-tiende mejor que antes; y por eso hemos de ver loque esa mente significa propiamente. Digo pues,que el filósofo, en el segundo del Alma, dividiendosus potencias, dice que el alma tiene principalmentetres potencias, a saber: vivir, sentir y razonar; y dicetambién mover; mas ésta puede considerarse unacon el sentir, porque toda alma que siente con todoslos sentidos o con sólo alguno, se mueve; de modoque el mover es una potencia unida al sentir. Y,según dice, es manifiesto que estas potencias estánentre sí, de suerte que la una es fundamento de laotra. Y la que es fundamento puede ser dividida porsí; mas la otra que sobre ésta se funda no puedeser dividida por aquélla. Por donde, la potencia ve-getativa, por la cual se vive, es fundamento sobre elcual se siente, es decir, se ve, se oye, se gusta, sehuele y se toca; y esta potencia vegetativa puedeser alma por sí sola, como vemos en las plantastodas. La sensitiva no puede existir sin aquélla; nose encuentra cosa alguna que sienta, que no viva. Yesta potencia sensitiva es fundamento de la intelec-

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tiva, es decir, de la razón; y por eso en las cosasanimadas mortales no se encuentra la potenciarazonadora sin la sensitiva; mas la sensitiva se en-cuentra sin ésta, como vemos en las bestias, en lospájaros y en los peces y en todo animal bruto. Esealma que comprende todas estas potencias es lamás perfecta de todas. Y el alma humana, la cualposee la nobleza de la última potencia, es decir, larazón, participa de la divina naturaleza a guisa deinteligencia sempiterna; porque el alma está enaquella soberana potencia tan ennoblecida y des-nuda de materia, que la divina luz irradia en ellacomo en un ángel; y por eso el hombre es llamadopor los filósofos divino animal. En esta nobilísimaparte del alma hay más virtudes, como dice el filóso-fo principalmente en el tercero del Alma, donde diceque hay en ella una virtud que se llama científica yuna que se llama razonadora o consejera; y conésta hay ciertas virtudes, como dice Aristóteles en elmismo lugar, como la virtud inventiva y la judicativa.Y todas estas nobilísimas virtudes y las demás queestán en aquella excelente potencia, tienen un mis-mo nombre con este vocablo, del cual se queríasaber qué era, a saber, mente. Por lo cual es mani-fiesto que por mente se entiende esta última y no-bilísima parte del alma.

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Que tal es su comprensión se ve porque sola-mente del hombre y de las divinas sustancias espredicado esta mente, como puede verse claramen-te en Boecio, que primero se la atribuye a los hom-bres, cuando dice en la Filosofía «Tú y Dios, que a tien la mente de los hombres te puso»; luego se laatribuye a Dios, cuando dícele a Dios: «Todas lascosas produces del ejemplo supremo, oh, Tú her-mosísimo, que en la mente llevas el hermoso mun-do». Y nunca fue atribuida a ningún animal bruto, yaun a muchos hombres, que parecen defectuososen la parte más perfecta, no parece que se deba nise pueda atribuírseles; y por eso tales son llamadosen la Gramática dementes, es decir, sin mente. Pordonde ya puede verse lo que es mente, que esaquel fin, y preciosísima parte del alma, que es dei-dad. Y éste es el lugar donde digo que amor mehabla de mi dama.

- III - Digo que este amor hace su obra en mi mente,no sin causa; lo cual es de razón que se diga para

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dar a entender qué amor es éste, por el lugar enque obra. Porque ha de saberse que cada cosa,como se ha dicho más arriba, por la razón mostra-da, tiene su amor especial, como los cuerpos sim-ples tienen amor naturalizado en sí a su lugar pro-pio; y por eso la tierra siempre desciende al centro;el fuego a la circunferencia sobre el cielo de la luna,y por eso siempre sube a él.

Los cuerpos compuestos primero, como son losminerales, tienen amor al lugar donde está ordena-da su generación, y en él crecen y de él toman vigory potencia. Por lo cual vemos cómo la calamita reci-be siempre virtud de su generación.

Las plantas, que son las primeras animadas,tienen aún cierto lugar más que a otro, manifiesta-mente según requiere su complexión; y por esovemos a ciertas plantas desarrollarse casi siempre aorillas del agua, y a otras en las cimas de las mon-tañas, y a otras al pie de los montes, las cuales, sise las muda, o mueren del todo o viven tristes, co-mo cosas separadas de sus amigos.

Los animales brutos tienen amor más manifiestoaún, no solamente al lugar, sino que los vemosamarse unos a otros.

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Los hombres tienen su propio amor a las cosasperfectas y honestas.

Y como el hombre -aunque su forma sea todaella una sola sustancia-, por su nobleza participa dela naturaleza de todas estas cosas, puede tenertodos estos amores, y todos los tiene.

Porque por la naturaleza del cuerpo simple quegobierna la persona, ama naturalmente el andarcuesta abajo; por eso, cuando mueve su cuerpohacia arriba, se fatiga más.

Por la segunda naturaleza del cuerpo mixto amael lugar a su generación y aun el tiempo; y por esocada cual naturalmente es más fuerte de cuerpo enel lugar donde es engendrado y en el tiempo de sugeneración que en otro. Por lo cual se lee en lashistorias de Hércules, y en el Ovidio Mayor y en elLucano y otros poetas, que combatiendo con elgigante llamado Anteo, cada vez que el gigante secansaba y tumbábase a lo largo en tierra -ya por suvoluntad, ya forzado por Hércules-, resurgían en élla fuerza y el vigor de la tierra en que había sidoengendrado. Dándose cuenta de lo cual, Hércules lecogió al fin, y abrazándole y levantándole del suelo,tanto tiempo le tuvo sin dejarlo unirse a la tierra, que

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con facilidad lo venció y mató. Y esta batalla acae-ció en África, según los testimonios escritos.

Por la naturaleza tercera, a saber, lo de las plan-tas, tiene el hombre amor a cierto alimento, no encuanto es sensible, sino en cuanto es nutritivo, yeste tal alimento hace perfectísima la obra de estanaturaleza; y el otro no, sino imperfecta. Y por esovemos que ciertos alimentos hacen a los hombresrobustos, membrudos y colorados muy vivamente, ytambién lo contrario.

Por la naturaleza cuarta, de los animales, esdecir, sensitiva, tiene el hombre otro amor, por elcual ama según la apariencia sensible, como bestia,y este amor tiene en el hombre principalmente oficiode rector, por su suprema operación en el deleite,principalmente del gusto y del tacto.

Por la quinta y última naturaleza, a saber, la ver-dadera humana, y, por mejor decir, angélica, estoes, racional, tiene el hombre amor a la verdad y a lavirtud; y de este amor nace la verdadera y perfectaamistad, originada de la honestidad, de la cualhabla el filósofo en el octavo de la Ética, cuandotrata de la amistad.

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De donde, como quiera que esta naturaleza sellama mente, como más arriba se ha mostrado, dijeque amor me hablaba en la mente, para dar a en-tender que este amor era el que nace en aquellanobilísima naturaleza, es decir, de la verdad y lavirtud, para excluir de mí toda falsa opinión, por lacual se sospechase que mi amor fuese tal por delei-te sensible. Digo luego con gran deseo para dar aentender su continuidad y su fervor. Y digo que metrae frecuentemente cosas que hacen desvariar alintelecto, y digo verdad; porque mis pensamientos,hablando de ella, muchas veces querían deducir deella cosas que yo no podía entender, y desvariabade tal modo, que exteriormente casi parecía aliena-do, como quien mira con la vista en línea recta, queprimero ve las cosas próximas claramente; luego,siguiendo adelante, las ve menos claras; luego, másallá, duda; luego, siguiendo mucho más allá, perdi-da la vista, nada ve.

Y ésta es una de las inefabilidades de lo que hetomado por tema. Y, por consiguiente, refiero la otracuando digo: Su hablar, etc. Y digo que mis pensa-mientos -que son hablar de amor- suenan tan dul-cemente, que mi alma, es decir, mi afecto, deseaardientemente poder referirlo con la lengua. Y como

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no puedo decirlo, digo que el alma se lamenta deello diciendo ¡Ay, triste de mí!, que yo no puedo.

Y ésta es la otra inefabilidad, a saber, que lalengua no es completamente secuaz de aquello queel intelecto ve. Y digo: El alma que la escucha y quetal siente; escuchar, en cuanto a las palabras, ysentir, en cuanto a la dulzura del sonido.

- IV - Una vez expuestas las dos inefabilidades de estamateria, hemos de proceder a explicar las palabrasque declaran mi insuficiencia. Digo, por lo tanto, quemi insuficiencia procede doblemente, como doble-mente trasciende la alteza de ésta del modo que seha dicho.

Porque yo he de dejar por pobreza de intelectomucho de la verdad que hay en ella y que casi irra-dia en mi mente, la cual, como cuerpo diáfano, lorecibe y no lo agota. Y digo esto en la partícula quesigue: Cierto que he de dejar ya por el pronto.

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Luego, cuando digo: Y de lo que comprende,digo que, no sólo para aquello que el intelecto noaguanta, más aún para aquello que entiendo, nosoy suficiente, porque mi lengua no tiene tal facun-dia que pueda decir lo que mi pensamiento razona.Por lo cual se ha de ver que, a la verdad, poco es loque diré; ello resulta, si bien se mira, en gran ala-banza de la que se habla principalmente. Y esaoración puede decirse muy bien que procede de lafábrica del retórico, la cual atiende en cada parte alprincipal propósito.

Luego, cuando dice Mas si mis rimas tuviesendefecto, excuso mi culpa, de la cual no debo serculpado, al ver los demás que mis palabras soninferiores a la dignidad de ésta. Y digo que si haydefecto en mis rimas, es decir, en mis palabras, queestán ordenadas para tratar de ésta, de ello se hade culpar a la debilidad del intelecto y a la cortedadde nuestro idioma, el cual vencido está por el pen-samiento de modo que no puede seguirle por ente-ro, principalmente allí donde el pensamiento nacede amor, porque aquí el alma se ingenia más pro-fundamente que en parte alguna.

Pudiera decir alguien: tú te excusas, y al mismotiempo te acusas, porque argumento de culpa es y

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no de purgación, el echar la culpa al intelecto y allenguaje, que es mío; pues que si es bueno, deboser alabado en cuanto lo sea; y si es defectuoso,debo ser vituperado. A esto se puede responderbrevemente que no me acuso, sino que me disculpoverdaderamente. Y por eso ha de saberse, según laopinión del filósofo en el tercero de la Ética, que elhombre es merecedor de alabanza o de vituperiosólo en aquellas cosas que está en su poder hacero no hacer; pero en aquellas para las cuales notiene poder, no merece vituperio o alabanza; porqueuna y otro han de atribuirse a los demás, aunque lascosas formen parte del hombre mismo. Por lo cualnosotros no debemos vituperar al hombre porquesea feo de cuerpo de nacimiento, porque no estuvoen su poder el ser hermoso; mas hemos de vitupe-rar la mala disposición de la materia de que estáhecho, que fue principio del pecado de la naturale-za. Y así no debemos alabar al hombre porque seahermoso de cuerpo de nacimiento, pues que no fueél quien tal hizo; pero debemos alabar al artífice, esdecir, a la naturaleza humana, que tanta bellezaproduce en su materia, cuando no se lo impide ésta.Por eso dijo bien el sacerdote al emperador que sereía escarneciendo la fealdad de su cuerpo: «Dioses Nuestro Señor; Él nos hizo, y no nosotros a Él»;

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y están estas palabras del profeta en un verso delSalterio, escritas ni más ni menos como en la res-puesta del sacerdote. Y por eso vemos que los des-graciados mal nacidos ponen todo su esfuerzo enacicalar su persona, que debe ser en todo honesta,que no hay más que hacer, sino adornar la obraajena y abandonar la propia.

Volviendo, pues, a lo propuesto, digo que nues-tro intelecto, por defecto de la virtud, de la cual de-duce lo que ve -que es la virtud orgánica-, es decir,la fantasía, no puede ascender a ciertas cosas,porque la fantasía no le puede ayudar, pues que notiene con qué; como son las sustancias mezcladasde materia; de las cuales, si podemos tener algunade aquellas consideraciones, no las podemos en-tender ni comprender perfectamente. Y por ello nose ha de culpar al hombre, pues que no fue quiental defecto hizo; antes bien, lo hizo la Naturalezauniversal, es decir, Dios, que quiso privarnos enesta vida de esa luz; y sería presuntuoso razonar elpor qué Él hiciera tal. De modo que si mi considera-ción me transportaba adonde el intelecto, faltábalefantasía;,si yo no podía entender, no soy culpable.Además se ha puesto límite a nuestro ingenio paratodas sus obras, no por nosotros, sino por la Natu-

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raleza universal; y por eso se ha de saber que sonmás amplios los términos del ingenio para pensarque para hablar, y más amplios para hablar quepara señalar. Por lo tanto, si nuestro pensamiento, yno sólo el que no llega a perfecto intelecto, sinotambién aquel que termina en perfecto intelecto, esvencedor del lenguaje, no ha de culpársenos, puesque no somos autores de ello. Es por eso manifiestoque me disculpo en verdad cuando digo: cúlpese deello al débil intelecto y al habla nuestra, que no tienefuerza para copiar cuanto et amor le dicta. Por loque se debe ver asaz claramente la buena voluntad,a la cual se debe respeto en los méritos humanos. Yasí, entiéndase ora ya la primera parte principal deesta canción, que tenemos entre manos.

- V - Una vez que, explicada la primera parte, se hadeclarado su sentido, menester es seguir con lasegunda. De la cual, a fin de ver mejor, se han dehacer tres partes, conforme a los tres versos quecomprende. Porque en la primera parte encomio a

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esta dama por entero y en general, así en cuanto alalma cual en cuanto al cuerpo; en la segunda des-ciendo a la alabanza especial del alma, y en la ter-cera, a la alabanza especial del cuerpo. La primeraparte comienza: No ve ese sol que en torno al mun-do gira; la segunda comienza: Desciende en ella lavirtud divina; la tercera comienza: Cosas se advier-ten en su continente; y tales partes se han de razo-nar según este orden.

Digo pues: No ve ese sol que en torno al mundogira; donde se ha de saber, para tener perfectainteligencia de ello, cómo gira el sol en torno almundo. Primeramente digo que por el mundo yo noentiendo aquí todo el cuerpo del Universo, sinorealmente la parte del mar y de la tierra, que, si-guiendo la voz vulgar, así se acostumbra llamar. Porlo cual hay quien dice: «Ése ha visto todo el mun-do», por decir la parte del mar y de la tierra.

Este mundo quisieron decir Pitágoras y sus se-cuaces que era una de las estrellas, y que otra deigual conformación le estaba opuesta; y llamábalaAntictona. Y decía que estaban ambas en una esfe-ra que daba vueltas de Oriente a Occidente, y. poresta revolución giraba el sol en torno a nosotros yora se veía y ora no. Y decía que en medio de éstas

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estaba el fuego, suponiéndole cuerpo más nobleque el agua y que la tierra, y suponiéndole nobilísi-mo centro entre los lugares de los cuatro cuerpossimples. Y por eso decía que el fuego, cuando apa-recía subir, en realidad, descendía al centro.

Platón fue luego de otra opinión, y escribió en unlibro suyo, que se llama Timeo, que la tierra y el mareran el centro de todo, más que su redondo conjun-to giraba en torno a su centro, siguiendo el primermovimiento del cielo; sino que tarda mucho, por sudensa materia y por la grandísima distancia deaquél.

Estas opiniones son reputadas falsas en el se-gundo de Cielo y Mundo por aquel glorioso filósofo,al cual la naturaleza abrió más sus secretos, y porquien se ha demostrado que este mundo, es decir,la tierra, permanece fija y estable sempiternamente.Y las razones que Aristóteles dice para deshaceréstas y afirmar la verdad no es mi intención referiraquí; porque bástale a la gente a quien hablo elsaber por su grande autoridad que la tierra está fijay no gira, y que con el mar es centro del cielo.

Este cielo gira en torno a ese centro continua-mente, como vemos; en el cual giro ha de haber

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necesariamente dos firmes polos, y un círculoigualmente distante de aquéllos, que gire principal-mente. De estos dos polos, el uno es manifiesto acasi toda la tierra descubierta, a saber, el septen-trional; el otro está casi oculto a casi toda la tierra, asaber, el meridional. El círculo que en medio deéstos se entiende es aquella parte del cielo bajo lacual gira el sol cuando va con Aries y con Libra.

Por lo cual se ha de saber que si una piedrapudiese caer de este polo nuestro, caería más alládel mar Océano, precisamente sobre la superficiedel mar, donde si estuviese un hombre, la estrellaestaría siempre sobre su cabeza; y calculo que deRoma a este lugar, yendo derecho a través de losmontes, habrá una distancia de casi dos mil sete-cientas millas, poco más o menos. Imaginemos,pues, para ver mejor, que en este lugar que dijehubiera una ciudad y que tenga por nombre María.

Digo, además, que si del otro polo, a saber, elmeridional, cayese una piedra, caería sobre la su-perficie del mar Océano, que en esta bola está pre-cisamente opuesto a María; y creo que de Roma,adonde caería esta segunda piedra, yendo derechopor el Mediodía, habrá una distancia de siete milquinientas millas, poco más o menos. Y aquí imagi-

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nemos otra ciudad que tenga por nombre Lucía, auna distancia de cualquier parte que se tire la cuer-da de diez mil doscientas millas; y entre una y otra,medio círculo de esta bola; de modo que los ciuda-danos de María apoyen los pies contra los pies delos de Lucía.

Imaginémonos, además, un círculo sobre estabola que esté en cualquiera de sus partes tan lejosde María cuanto de Lucía. Creo que este círculo -alo que yo entiendo, por las opiniones de los astrólo-gos y por la de Alberto de la Magna en el libro De lanaturaleza de los lugares y De las propiedades delos elementos, y aun por el testimonio de Lucano ensu libro noveno -dividía esta tierra descubierta delmar Océano, allá en el Mediodía, casi por los límitesdel primer clima, donde están, entre otras gentes,los garamantas, que están casi siempre desnudos,a los cuales llegóse Catón con el pueblo de Romahuyendo del dominio de César.

Señalados estos tres lugares sobre esta bola,puede verse fácilmente cómo el sol gira en tornosuyo. Digo, pues, que el cielo del sol da vueltas deOriente a Occidente, no derechamente contra elmovimiento diurno, es decir, del día y de la noche,sino torcidamente contrario. De modo que su medio

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círculo, que está por igual entre sus polos, en elcual está el cuerpo del sol, siega en dos partesopuestas el círculo de los dos primeros polos, asaber, en el principio del Aries y en el principio de laLibra; y de él parten dos arcos, uno hacia el Septen-trión y otra hacia el Mediodía. Los puntos de loscuales arcos se alejan por igual del primer círculopor todas partes veintitrés grados, y uno de los pun-tos más; y uno de los puntos es el principio deCáncer, y el otro es el principio de Capricornio. Poreso acaece que María ve en el principio del Aries,cuando el sol está bajo el medio círculo de los pri-meros polos, que el propio sol gira alrededor delmundo en torno a la tierra o al mar, como una mue-la, de la cual no aparece sino medio cuerpo; y quelo ve venir ascendiendo a guisa de tornillo de unatuerca, de tal modo que da noventa y una vueltas opoco más. Una vez dadas estas vueltas, su ascen-sión a María es casi tanta cuanta asciende en noso-tros a la media tercia; que es igual del día y de lanoche. Y si un hombre estuviese de pie en María ydirigiese siempre su vista al sol, le vería ir hacia lamano derecha. Luego por el mismo camino parecedescender otras noventa y nueve vueltas o pocomás, tanto que gira en torno a la tierra, o más bienal mar, no mostrándose del todo; y luego se escon-

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de y comienza a verlo Lucía. Al cual ve subir y bajaren torno de sí con tantas vueltas cuantas ve María.Y si un hombre estuviese de pie en Lucía, siempreque volviese la cara hacia el sol, veríale caminarhacia su mano izquierda. Por lo cual puede verseque estos lugares tiene un día del año de seis me-ses y una noche de otro tanto tiempo; y cuando eluno tiene el día, el otro tiene la noche.

Es menester, además, que el círculo dondeestán los garamantas, como se ha dicho, sobre estabola, vea girar el sol sobre sí mismo, no a modo demuela, sino de rueda, de la cual no puede ver enparte alguna sino media, cuando está bajo el Aries.Y luego lo ve apartarse de él e ir hacia María noven-ta y un días y algo más y tornar a él por otro tanto; yluego, cuando ha vuelto, va bajo la Libra, y tambiénse aparta, y va hacia Lucía noventa y un días y algomás, y en otros tantos vuelve. Y este lugar, querodea toda la bola, siempre tiene iguales el día y lanoche, ya vaya el sol hacia una u otra parte, y dosveces al año tiene el estío de un grandísimo calor ydos pequeños inviernos. Es menester, además, quelos dos espacios que están en medio de las dosciudades imaginadas, y el círculo del medio, vean elsol invariablemente, según están remotos o próxi-

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mos a estos lugares; como ora, por lo que se hadicho, puede ver quien tenga noble ingenio, al cualestá bien dejar un poco de trabajo. Por la cual pue-de verse ahora que por la divina providencia elmundo está de tal suerte ordenado que, vuelta laesfera del sol y tornada a un punto, esta bola enque estamos, en cada parte de sí recibe tanto tiem-po de luz cuanto de tinieblas. ¡Oh, inefable Sabidur-ía que tal ordenaste, cuán pobre es nuestra mentepara comprenderte! Y vosotros, para cuya utilidad ydeleite escribo, ¡en cuánta ceguedad vivís no ele-vando los ojos arriba a estas cosas, teniéndolosfijos en el fango de nuestra estulticia!

- VI - En el precedente capítulo se ha mostrado de quémodo gira el sol; de suerte que ora se puede proce-der a declarar el sentido de la parte a la cual serefiere. Digo, pues, que en esta primera parte em-piezo a encomiar a esta dama por comparación conlas demás cosas. Y digo que el sol, girando en tornoal mundo, no ve cosa tan gentil como ella; por lo

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cual se sigue que la tal es, según las palabras, lamás gentil de cuantas cosas ilumina el sol. Y digo:sino en la hora, etc. Por lo cual se ha de saber queentienden los astrólogos de dos maneras: es la unaque del día y la noche hacen veinticuatro horas, esdecir, doce del día y doce de la noche, sea el díagrande o pequeño. Y estas horas hacen pequeñas ograndes en el día y en la noche, según que el día yla noche crecen o menguan. Y estas horas usa laIglesia cuando dice: Prima, tercia, sexta y nona; yasí llámanse horas temporales. La otra manera esque, haciendo del día y la noche veinticuatro horas,a veces tiene el día quince horas y la noche nueve,y a veces tiene la noche diez y seis y el día ocho,según crecen o menguan el día y la noche; yllámanse horas iguales. Y en el Equinoccio siempreéstas y las que se llaman temporales son una mis-ma cosa, porque, siendo iguales el día y la noche,preciso es que así suceda.

Luego cuando digo: Todo intelecto de allá arribamírala, la encomio sin referencia a cosa alguna. Ydigo que las inteligencias del cielo la miran y que lagente noble de aquí abajo piensa en ella cuandotiene más de lo que les deleita. Y aquí se ha desaber que todo intelecto de allá arriba, conforme

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está escrito en el libro de las causas, conoce lo queestá sobre él y lo que está bajo él; conoce, pues, aDios como su causa; conoce, por lo tanto, lo queestá debajo de él como su efecto. Y como quieraque Dios es Causa universal por excelencia de to-das las cosas, conociéndole a Él conoce todas lascosas según el modo de la inteligencia. Por lo cualtodas las inteligencias conocen la forma humana, encuanto está regulada por la intención en la divinaMente. Principalmente la conocen las inteligenciasmotrices; porque son causas especialísima deaquélla y de toda forma general; y conocen a la másperfecta, en cuanto puede ser, como su regla yejemplo. Y si esa humana forma, ejemplarizada eindividualizada, no es perfecta, no es por culpa dedicho ejemplo, sino de la materia, que es individual.Por eso cuando digo: Todo intelecto de allá arribamírala, no quiero decir sino que está hecha a mane-ra del ejemplo intencional de la humana esenciaque hay en la Mente divina, y por esa virtud, queexiste principalmente en las mentes angélicas, quefabrican con el cielo estas cosas de aquí abajo.

Y a esta afirmación aludo cuando digo: Y la gen-te que aquí se enamora, etc. Donde se ha de saberque toda cosa desea principalmente su perfección y

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en ella se aquietan todos sus deseos y por ella todacosa es deseada. Y éste es ese deseo que siemprehace parecer truncado todo deleite; porque ningúndeleite hay tan grande en esta vida que pueda qui-tar a nuestra alma la sed y que no quede siempreen el pensamiento el deseo que se ha dicho. Y co-mo quiera que ésta es verdaderamente esa perfec-ción, digo que la gente que aquí abajo recibe mayordeleite, cuando más paz tiene permanece quieta ensus pensamientos. Por eso digo que es tan perfectacuanto puede serlo la humana esencia.

Luego, cuando digo: Su ser tanto complace aAquel que se lo dio, muestro que esta dama no sóloes perfectísima en la humana generación, sino másque perfectísima, en cuanto recibe de la divina bon-dad más del débito humano. Por lo cual es de razóncreer que del mismo modo que todo maestro amamás su mejor obra que las otras, así Dios ama mása la óptima persona humana que a todas las demás.Y como quiera que su generosidad no se constriñepor necesidad a término alguno, no cuida su amordel débito de aquél que recibe, sino que excedeaquél en donación y en beneficio de virtud y degracia. Por lo cual digo que ese Dios que da el ser aésta, por caridad de su perfección, infunde en ella

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su bondad más allá de los términos que a nuestranaturaleza corresponden.

Luego, cuando digo: Su alma pura, pruebo loque se ha dicho con testimonio sensible. Donde seha de saber que, como dice el filósofo en el segun-do del Alma, el alma es acto del cuerpo; y si es suacto, es su causa; y como quiera, según está escritoen el alegado libro de las causas, que toda causainfunde en su efecto, la bondad que de su propiacausa recibe, infunde y entrega a su cuerpo partede la bondad de su causa, que es Dios. Por lo cual,dado que en ésta se ven, en cuanto hace a la partedel cuerpo, cosas tan maravillosas que a todo elque mira hacen entrar en deseo de ver aquéllas,manifiesto es que su forma, es decir, su alma, quelo guía como causa propia, reciba milagrosamentela graciosa bondad de Dios. Y así pruebo con estaapariencia, que a más del débito de nuestra natura-leza -la cual es en ella perfectísima, como se hadicho más arriba-, esta dama es favorecida por Diosy ennoblecida. Y éste es todo el sentido literal de laparte primera de la segunda parte principal.

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- VII - Encomiada esta dama en general, tanto en loque hace al alma como en lo que hace al cuerpo,procedo a encomiarla en cuanto al alma especial-mente. Y primero la encomio en cuanto su bien esgrande en sí, luego la encomio en cuanto su bien esgrande para los demás y útil al mundo. Y comienzaesta segunda parte cuando digo: De ella decir sepuede, etc.

Conque digo primeramente: A ella desciende lavirtud divina. Donde se ha de saber que la divinabondad a todas las cosas desciende, y de otro mo-do no podrían existir; mas aunque esta bondadprocede de simplicísimo principio, se recibe diver-samente, ya más, ya menos, por parte de las cosasque la reciben. Por lo cual está escrito en el libro delas causas: «La primera bondad envía sus bonda-des sobre las cosas con una conmoción». En ver-dad, cada cosa recibe esta conmoción según elmodo de su virtud y de su ser. Y ejemplo sensiblede ello tenemos en el sol. Nosotros vemos cuándiversamente reciben los cuerpos la luz del sol, lacual es una y de una misma fuente derivada, comodice Alberto en el libro que hizo acerca del Intelecto,

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que ciertos cuerpos, por tener mezclada muchaclaridad de diáfano, apenas el sol los ve se hacentan luminosos, que multiplicándose en ellos la luz,despiden gran resplandor, como son el oro y algu-nas piedras. Hay algunos que, por ser diáfanoscompletamente, no solamente reciben la luz, sinoque no la impiden, antes bien, la colorean con sucolor en las demás cosas. Y hay otros tan vencedo-res en la fuerza del diáfano, que irradian de tal suer-te, que vencen la armonía del ojo y no dejan ver sintrabajo de la vista, como son los espejos. Otros haysin diafanidad, hasta tal punto, que sólo un poco deluz reciben, como la tierra. Así la bondad de Dios esrecibida de un modo por las substancias separadas,es decir, los ángeles, que no tienen grosera materiay son casi diáfanos por la pureza de su forma, y deotro modo por el alma humana, que aunque por unaparte sea de materia libre, por otra está impedida -como hombre que está todo él metido en agua ex-cepto la cabeza, del cual no se puede decir ni queesté del todo en el agua ni del todo fuera de ella-, yde otro modo, por los animales, cuya alma está todahecha de materia, tanto cuanto está ennoblecida; yde otro modo, par los minerales, y por la tierra, demodo diferente que por los demás elementos; por-que es materialísima, y por eso lo más remota y

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desproporcionada a la simplicísima y nobilísimaVirtud primera, que solamente es intelectual, a sa-ber, Dios.

Y aunque se hayan supuesto aquí grados gene-rales, puédense, sin embargo, suponer grados sin-gulares; es decir, que aquélla recibe de las almashumanas de diferente manera la una que la otra. Ycomo quiera que en el orden intelectual del universose sube y desciende por grados casi continuos,desde la forma mas ínfima a la más alta, y de lamás alta a la ínfima -como vemos en el orden sen-sible-, y entre la naturaleza angélica, que es cosaintelectual, y el alma humana, no hay grado alguno,sino que se suceden de una a otra en el orden delos grados, y entre el alma humana y el alma másperfecta de los animales brutos, no hay ningún in-termediario, y nosotros vemos muchos hombres tanviles y de tan baja condición, que casi no parecenmás que bestias, y así hay que suponer y creerfirmemente que hay alguno tan noble y de tan altacondición, que casi no es más que un ángel, de otramanera no se continuaría la humana especie porparte alguna, lo cual no puede ser. A estos talesllama Aristóteles, en el séptimo de la Ética, divinos;y tal digo yo que es esta dama, de modo que la

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divina virtud de la gracia que desciende al ángeldesciende a ella.

Luego, cuando digo: y si hay dama gentil que nolo crea, pruebo esto por la experiencia que de ellase puede tener en aquellas obras que son propiasdel alma racional, donde la luz divina irradia másfácilmente, a saber: en el habla y en los actos quesuelen ser llamados maneras y comportamiento.

Por lo cual se ha de saber que de los animales,solamente el hombre habla y se rige por actos quese dicen racionales, porque él sólo tiene en sí mis-mo razón. Y si alguien quisiese decir, contradicien-do, que algunos pájaros hablan, como parece quelos hay, principalmente la urraca y el papagayo, yque alguna bestia ejecuta actos racionales, comoparecen hacer la mona y algún otro, respondo queno es verdad que hablen ni que tengan discerni-miento, porque no poseen razón, de la cual es me-nester que estas cosas procedan. Ni está en ellas elprincipio de estas operaciones, ni conocen lo quelas tales son, ni pretenden con ellas significar nada,sino que sólo imitan aquello que ven y oyen. Pordónde, del mismo modo que la imagen de los cuer-pos se refleja en algún cuerpo lucido como el espe-jo, y la imagen corporal que el espejo muestra no es

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verdadera, así la imagen de la razón, es decir, losactos y el lenguaje que el alma bruta imita o mues-tra, no es verdadera.

Digo que si hay dama gentil que no lo crea, quevaya con ella y contemple sus actos -no digo hom-bre porque más honestamente se experimenta conlas damas que con los hombres-, y digo lo que sen-tirá acerca de ella, con ella estando, al decir lo quehace con su hablar y con sus canciones. Porque suhablar, por su elevación y su dulzura, engendra enla mente de quien lo oye un pensamiento de amor,al cual llamo yo espíritu celestial, porque allá arribatiene su principio y de allá arriba viene su sentido,como se ha referido. Del cual pensamiento se llegaa la firme opinión de que ésta es maravillosa damade virtud. Y sus actos, por su suavidad y su medida,hacen que despierte el alma y se sienta allí dondeestá sembrada su potencia por naturaleza. La cualsiembra natural se hace como en el siguiente Trata-do se explica.

Luego, cuando digo: De ella decir se puede,etcétera, es mi intención exponer cómo la bondad yvirtud de su alma es útil y buena para los demás, yprimero, cuán es útil a las otras damas, diciendo:Gentil es cuanto en la dama se descubre, donde

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doy a las damas ejemplo manifiesto, mirando al cualpueden ser gentiles con sólo seguirlo.

En segundo lugar refiero cuán útil es a todas lasgentes, diciendo que su semblante ayuda nuestrafe, la cual es más que toda otra cosa útil y buenapara el género humano, pues que por ella escapa-mos de eterna muerte y conquistamos la vida eter-na. Y ayuda nuestra fe porque, como quiera que elprincipal fundamento de nuestra fe son los milagroshechos por Aquel que fue crucificado -el cual creónuestra razón y quiso que fuese inferior a su poder-y hechos luego en su nombre por sus santos; y sonmuchos los obstinados que dudan, por alguna nie-bla, de esos milagros, y no pueden creer milagroalguno sin haber tenido experiencia visible de él, yesta dama es cosa tan visiblemente milagrosa, lacual las ojos de los hombres cotidianamente puedenexperimentar, y nos hace posibles los demás, mani-fiesto es que esta dama, con su admirable semblan-te, ayuda nuestra fe. Y por eso digo por último quede tiempo eterno, es decir, eternamente, fue orde-nada en la mente de Dios, en testimonio de la fepara los que en este tiempo viven. Y así termina laparte segunda de la segunda parte principal, segúnsu sentido literal.

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- VIII - De los efectos de la divina Sabiduría, el hombrees el más admirable, considerando que la divinaVirtud unió en una forma tres naturalezas y cuánsutilmente armonizado ha de estar su cuerpo conforma tal, estando organizado por casi todas susvirtudes. Por lo cual, por la mucha concordia conque es menester que tantos órganos se correspon-dan, de tanto número de hombres como hay, pocosson los perfectos. Y si esta criatura es tan admira-ble, ciertamente que no se ha de temer tan sólo eltratar de sus condiciones con las palabras, sinotambién con el pensamiento, conforme a aquellaspalabras del Eclesiástico: «¿Quién buscaba la sabi-duría de Dios que a todas las cosas precede?»; yaquéllas otras donde dice: «No pediré cosas másaltas que tú; mas piensa las cosas que Dios temandó, y no seas curioso de más obras suyas»; esdecir, solícito. Yo, por tanto, que en esta tercerapartícula me propongo hablar de alguna condiciónde tal criatura -en cuanto en su cuerpo aparece porbondad del alma, sensible belleza-, temerosamentee inseguro, me propongo comenzar a desatar, si nodel todo, al menos alguna cosa de tanto nudo.

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Digo, pues, que una vez declarado el sentido deaquella partícula en la cual esta dama es encomia-da en cuanto hace al alma, hemos de proceder yver como cuando digo: Cosas se muestran en sucontinente, la encomio en cuanto al cuerpo se refie-re. Y digo que en su continente se advierten cosasque parecen placeres -algunos de ellos- del Paraí-so. El más noble y el que está escrito ser fin detodos los demás, es contentarse, y esto es serbienaventurado; y este placer se halla -aunque deotro modo- en el continente de ésta, porque, mirán-dola, la gente se contenta -tan dulcemente alimentasu belleza los ojos de los contempladores-; mas deotro modo que el contento del Paraíso, que es per-petuo, lo cual para nadie puede serlo éste.

Y como quiera que alguien pudiera preguntardónde se muestra en ella tan admirable complacen-cia, distingo, en su persona dos partes, en las cua-les se muestra más el humano placer o disgusto.Donde se ha de saber que allí donde el alma másse ejercita en su oficio, allí es donde más ornamen-to se propone y más sutilmente se emplea. Por locual vemos que el rostro del hombre, que es dondemás se ejercita en su oficio, más que ninguna otraparte exterior, tan sutilmente se lo propone, que

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para utilizarse todo cuanto, en la materia le es posi-ble, ningún rostro es igual a otro; porque la últimapotencia de la materia, la cual es en todos desigualcasi por entero, aquí se reduce en acto. Y comoquiera que en la casa, principalmente en dos luga-res, se ejercita el alma -porque en esos dos lugarestienen jurisdicción casi las tres naturalezas del alma,es decir, en los ojos y en la boca-, aquello adornanprincipalmente y allí hácelo todo hermoso, si le esposible. Y en estos dos lugares digo yo que semuestran estos placeres, al decir: en los ojos y ensu dulce risa. Los cuales lugares, con bella compa-ranza, puédense llamar balcones de la dama quehabita en el edificio del cuerpo; es, a saber: el alma,porque aquí, aunque velada, se muestra muchasveces.

Muéstrase en los ojos tan manifiestamente, quequien bien la mire puede conocer su presente pa-sión. Por donde, dado que son seis las pasionespropias del alma humana, de las cuales hace men-ción el filósofo en su Retórica, a saber: gracia, celo,misericordia, envidia, amor y vergüenza, de ningunade éstas puede apasionarse el alma sin que a laventana de los ojos no asome su semblante, si congran asombro no se cierra dentro. Por lo cual hubo

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quien se arrancó los ojos, porque la vergüenza in-terior no apareciese por de fuera como dice el PoetaEstazio del tebano Edipo, cuando dice que «coneterna noche absolvió su condenado pudor».

Muéstrase en la boca casi del mismo modo queel color tras el vidrio. Pues ¿qué es la risa sino unrelampagueo del deleite del alma, esto es, una luzque, según está dentro, se muestra fuera? Y poreso es menester al hombre, para mostrar moderadasu alma en la alegría, reír moderadamente conhonesta severidad y poco movimiento de sus miem-bros; de modo que una dama que tal se muestrecomo se ha dicho, parece modesta y no disoluta. Deaquí que el libro de las cuatro virtudes cardinalesmande hacer esto: «Sea tu risa sin estrépito, esdecir, sin cacarear como una gallina». ¡Ay, risa ad-mirable de la dama de quien hablo, que sólo la vistala sentía!

Y digo que Amor lo trae aquí estas cosas como asu lugar propio; donde se puede considerar, amordoblemente. Primero, el amor del alma, especial deestos lugares; segundo, el amor universal, que dis-pone las cosas para amar y para ser amadas, y queprepara el alma al adorno de estas partes.

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Luego, cuando digo: Deslumbran nuestro intelec-to, me excluyo de ello, porque de tanta excelenciade belleza parece que debo tratar poco sobrepujan-do a aquélla; y digo que hablo poco, por dos razo-nes. Es la una, que estas cosas que en su semblan-te se muestran deslumbran nuestro intelecto, esdecir, el humano; y digo cómo lo deslumbran, delmismo modo que deslumbra el sol la vista débil, nola sana y fuerte. Es la otra, que no puede mirarlofijamente, porque se le embriaga el alma; de modoque al punto de mirarlo desvaría en todos sus actos.

Luego, cuando digo: Su belleza llueve resplando-res de fuego, recurro a tratar de su efecto; porquehablar de ella por entero no es posible; por dondese ha de saber que de todas aquellas cosas quevencen nuestro intelecto, de manera que no sepuede ver lo que son, es muy conveniente tratar porsus efectos. Por donde hablando así podremostener algún conocimiento de Dios, de sus sustan-cias separadas y de la primera materia. Y por esodigo que la belleza de aquélla llueve resplandoresde fuego; es decir, ardimiento de amor y de caridad,animados de espíritu gentil, es decir, informadoardimiento de un espíritu gentil, o sea, recto deseo,por el cual y del cual se origina el buen pensamien-

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to. Y no solamente hace esto, sino que deshace ydestruye a su contrario, a saber: los vicios innatos,los cuales son principalmente enemigos de los bue-nos pensamientos.

Y aquí se ha de saber que hay ciertos vicios enel hombre para los cuales está predispuesto pornaturaleza, del mismo modo que algunos estánpredispuestos a la ira por su complexión colérica; yestos vicios tales son innatos, es decir, connatura-les. Otros son vicios consuetudinarios, en los cualesno tiene culpa la complexión, sino la costumbre;como lo es la intemperancia, y principalmente la delvino. Y estos vicios se huyen y reúnen por la buenacostumbre, y hácese el hombre por ella virtuoso, sincostarle trabajo su moderación, como dice el filósofoen el segundo de la Ética. Verdaderamente hay estadiferencia entre las pasiones connaturales y lasconsuetudinarias, que las consuetudinarias desapa-recen por entero con la buena costumbre; porque suprincipio, es decir, la mala costumbre, con su con-trario se destruye; mas las connaturales, el principiode las cuales está en la naturaleza del apasionado,aunque se aligeran mucho con la buena costumbre,no desaparecen del todo, en cuanto al primer mo-vimiento. Mas desaparecen del todo en cuanto a la

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duración, porque la costumbre es parangonable a lanaturaleza, en la cual está el origen de aquélla. Ypor eso es más de alabar el hombre que de malnatural se corrige y se gobierna contra el ímpetu dela naturaleza, que aquel de buen natural que semantiene con buen gobierno, o, apartado de él,vuelve al camino recto; del mismo modo que es másde alabar el guiar un mal caballo que otro dócil.Digo, pues, que estos resplandores que de su bel-dad llueven, como se ha dicho, destruyen los viciosinnatos, es decir, connaturales, para dar a entenderque su belleza tiene poder bastante para renovar elnatural de quienes la miran, lo cual es cosa milagro-sa. Y esto confirma lo que se ha dicho más arribaen el otro capítulo, cuando digo que ello ayudanuestra fe.

Por último, cuando digo: Por eso toda dama quevea su belleza, deduzco, so color de amonestar aotras, el fin para que fue hecha beldad tanta. Y digoque toda dama que vea censurar la propia bellezase mire en este ejemplo de perfección, donde seentiende que no sólo ha sido creada para mejorar elbien, sino para hacer de la cosa mala una cosabuena.

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Y añade por fin: Ésta fue pensada por Aquel quecreó el Universo, es, a saber: Dios; para dar a en-tender que, por divino propósito, la naturaleza pro-dujo tal efecto. Y así termina toda la segunda parteprincipal de esta canción.

- IX - El orden del presente Tratado requiere -puesque, según era mi intención, se han argumentadolas dos partes de esta canción primeramente- quese proceda a la tercera, en la cual me propongopurgar la canción de un reproche que podía haberlesido contrario. Y es éste, que yo, antes de llegar asu composición, pareciéndome que esta dama hab-íaseme mostrado un tanto orgullosa y altiva, hiceuna baladita, en la cual llamé a esta dama orgullosay despiadada, lo cual parece contrario a lo que másarriba se dice. Y por eso me dirijo a la canción, y socolor de enseñarle cómo es menester que se dis-culpe, la disculpo; y a esta figura de hablar a lascosas inanimadas, llaman los retóricos Prosopope-ya, y úsanla muy a menudo los poetas.

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Canción parece que hablas al contrario, etcétera.Para dar a entender más fácilmente el sentido de lacual, es menester dividirle en tres partículas: porqueprimeramente se propone para qué es necesaria ladisculpa; luego se sigue con la disculpa, cuandodigo: Sabes que el cielo; por último hablo a la can-ción como a persona enseñada, aquello que hayque hacer, cuando digo: Excúsate así, si lo hasmenester.

Digo, por lo tanto, primeramente: ¡Oh, canción,que hablas de esta dama con tanta alabanza y pa-reces mostrarte contraria a una hermana tuya! Porsemejanza digo hermana; porque del mismo modoque se llama hermana a la mujer engendrada por unmismo engendrador, así el hombre puede decirhermana a la obra hecha por un mismo autor; por-que nuestra obra, en cierto modo, es generación. Ydigo por qué parece contraria a aquélla, al decir aésta la muestras humilde y a aquélla soberbia, esdecir, orgullosa y desdeñosa, que viene a ser lomismo.

Propuesta esta acusación, procedo a la disculpapor vía de ejemplo, en el cual alguna vez la verdadestá en desacuerdo con la apariencia y otras sepuede tratar con otro respecto. Digo: Sabes que el

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cielo siempre es luciente y claro, esto es, que siem-pre ostenta claridad, pero que por alguna causa eslícito decir alguna vez que tenebroso.

Donde se ha de saber que propiamente visiblesson el color y la luz, como quiere Aristóteles en elsegundo del Alma y en el libro Del sentido y lo sen-sible. Hay otras cosas visibles; pero no propiamen-te, porque las siente otro sentido; así que se puededecir que no son propiamente visibles ni propiamen-te tangibles, como son la figura, el tamaño, el núme-ro, el movimiento y el estar quieto, que se llamansentidos comunes, cosas que percibimos con variossentidos. Pero el color y la luz son propiamentevisibles, porque sólo con la vista los percibimos, esdecir, no con otro sentido. Estas cosas visibles,tanto las propias como las comunes, en cuanto sonvisibles, pasan dentro del ojo -no digo las cosas,sino sus formas- por el medio diáfano, no realmen-te, sino intencionadamente, del mismo modo, casique por un vidrio transparente. Y en el agua quehay en la pupila del ojo termina el curso que através de él realiza la forma visible, porque eseagua termina como en un espejo, como el vidrioterminado con plomo; de modo que no puede pasarmás adelante, sino que allí, a modo de una bola

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repercutida, se detiene. De modo que la forma queno en el medio no parece transparente, una vezterminada, es lúcida; y por eso en el vidrio azogadose refleja la imagen, y no en otro. Por esta pupila, elespíritu visual, que por ella continúa ante la partedel cerebro donde está la virtud sensible como en elorigen de una fuente, súbitamente, sin tiempo, larefleja, y de este modo vemos. Por lo cual, a fin deque la visión sea veraz, es decir, tal como es laforma visible en sí, es menester que el medio por elcual llega la forma al ojo no tenga color alguno, y lomismo en el agua de la pupila; de otra manera semancharía la forma visible con el color del medio yel de la pupila. Y por eso, quienes quieren hacerque las cosas tengan en el espejo un color interpo-nen ese color entro el vidrio y el plomo, de modoque el vidrio queda tomado de él. En verdad, Platóny otros filósofos dijeron que nuestra vista no de-pendía de que lo visible entrase en el ojo, sino por-que la virtud visual salía fuera al encuentro de lovisible. Y esta opinión es reputada falsa por el filó-sofo en Del sentido y lo sensible.

Visto este modo de la vista, puede verse fácil-mente que aunque la estrella siempre sea clara yreluciente de una manera, y no reciba transforma-

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ción alguna sino de movimiento local, como estáprobado en el de Cielo y Mundo, por muchas cau-sas puede parecer no clara y no reluciente; porquepuede parecer tal por el medio que se transformacontinuamente. Transfórmase este medio de muchaluz en poca, según la presencia o ausencia del-sol;y por la presencia, el medio, que es diáfano, estátan lleno de luz, que vence a la estrella; y por eso yano parece reluciente. Transfórmase también estemedio de sutil en grueso, de seco en húmedo, porlos vapores de la tierra que ascienden continuamen-te. El cual medio, así transformado, transforma laimagen de la estrella, que a través de él se convier-te, por la densidad en oscuridad, y por lo húmedo ylo seco en color.

Pero puede parecer así también por el órganovisual, es decir, el ojo, el cual, por enfermedad ocansancio, se transforma en alguna coloración y enalguna debilidad, como sucede frecuentes veces,que por estar la túnica de la pupila muy sanguino-lenta, por alguna corrupción de enfermedad, lascosas parecen casi todas rubicundas; y por eso laestrella aparece coloreada. Y por estar debilitada lavista, encuentra en él alguna disgregación de espíri-tu, de modo que las cosas no aparecen unidas sino

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disgregadas, casi de la misma manera que nuestraletra sobre el papel húmedo. Por eso muchos,cuando quieren leer, alejan lo escrito de sus ojospara que su imagen entre más sutil y levemente; ycon ello queda la letra adecuada a la vista. Y así,también puede la estrella aparecer turbada; y yo loexperimenté el mismo año en que nació esta can-ción, que por haber cansado la vista mucho con eldeseo de leer, tanto debilité los espíritus visuales,que las estrellas parecíanme todas ensombrecidasen su albura. Y con largo reposo en lugares oscurosy fríos y con refrescar el cuerpo del ojo con aguaclara, recobré la virtud disgregada, que volví al pri-mer estado perfecto de la vista. Y así aparecenmuchas causas, por las razones apuntadas, por lascuales puede parecer la estrella como no es.

- X - Partiendo de esta ligera digresión, que ha sidonecesaria para ver la verdad, vuelvo al propósito, ydigo que, del mismo modo que nuestros ojos lla-man, es decir, consideran a veces la estrella de otra

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manera de lo que es su verdadera condición, así laBaladita consideró a esta dama según la aparienciadiscordante de la verdad, por enfermedad del alma,que estaba apasionada de exagerado deseo. Ymanifiesto tal cuando digo: Porque el alma temíatanto, que parecíame fiero cuanto en su presenciaveía. Donde ha de saberse que cuanto más se uneel agente al paciente, tanto más fuerte es, con todo,la pasión, como se entiende por la opinión del filóso-fo en el libro de Generación. Por lo cual, cuanto lacosa deseada se acerca más al que la desea, tantomayor es el deseo; y el alma más apasionada,cuanto más se une a la parte concupiscible, másabandona la razón; de modo que entonces no con-sidera como hombre a la persona, sino casi comootro animal, sólo en cuanto a la apariencia, no con-forme a la verdad. Y por eso es por lo que el sem-blante, honesto en verdad, parece desdeñoso yaltivo; y conforme a semejante juicio sensual hablóla Baladita. Y por ello se entiende asaz que estacanción considera a esta dama, según la verdad,por el desacuerdo en que está con ella.

Y no sin motivo digo: donde ella me oiga, y nodonde yo la oiga. Mas con ello quiero dar a enten-der la gran virtud que sus ojos tenían sobre mí;

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pues, cual si hubiese sido diáfano, por todas partesme traspasaban sus rayos. Y aquí se podrían seña-lar razones naturales y sobrenaturales; mas bastecon lo que se he dicho; en otro lugar hablaré másadecuadamente.

Luego, cuando digo: Excúsate así si lo has me-nester, impóngole a la canción que se disculpe conlas razones apuntadas, donde haya menester, esdecir, donde alguien dudase de tal contrariedad;que no hay más que decir, sino que quien dudasepor el desacuerdo entre la Baladita y la canción,considera la razón expuesta. Y es muy de alabaresta figura retórica y aun necesaria, a saber: cuan-do las palabras se dirigen a una persona y la inten-ción a otra; porque el advertir es siempre laudable ynecesario, y no siempre está adecuadamente entoda boca. Por donde, cuando el hijo conoce el viciodel padre y el súbdito conoce el vicio del señor, ycuando conoce el amigo que aumentaría la ver-güenza de su amigo amonestándole o menoscabar-ía su honor, o sabe que su amigo no es paciente,sino iracundo ante la admonición, esta figura esmuy bella y útil, y puédese llamar simulación. Y essemejante a la obra del prudente guerrero que ata-ca el castillo por un lado para dejarlo indefenso por

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otro, de modo que no van acordes la intención delsocorro y la batalla.

Y le impongo, además, que pida permiso a éstadama para hablar de ella. Donde se puede entenderque el hombre no debe ser presuntuoso en la ajenaalabanza y no poner atención en si le complace tal ala persona alabada; porque muchas veces, querien-do alabar a alguien, se le censura, ya por defectodel que alaba o por culpa del oyente. Por lo cual esmenester tener mucha discreción; discreción, quees como pedir licencia del modo que yo digo que lopida esta canción. Y así termina todo el sentidoliteral de este Tratado, por lo cual el orden de laobra exige proceder ahora a la exposición alegórica.

- XI - Conforme exige el orden, volviendo otra vez alprincipio, digo que esta dama es aquella dama delintelecto que se llama Filosofía. Mas como quieraque, naturalmente, las alabanzas dan deseo deconocer a la persona alabada, y conocer la cosa es

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saber lo que es en sí misma considerada y por to-das sus causas, como dice el filósofo al principio dela Física, y esto no lo muestra el nombre -aunque talsignifique, como se dice en el cuarto de la Metafísi-ca, donde se dice que la definición es la razón quesignifica el nombre-, es menester aquí, antes deseguir adelante en sus alabanzas, mostrar y decirqué es lo que se llama Filosofía; es decir, lo queeste nombre significa. Y una vez explicado esto, setratará más eficazmente la presente alegoría. Yprimero, diré quién le dio primero este nombre; lue-go procederé con su significación.

Digo, pues, que antiguamente en Italia, casi porlos comienzos de la Constitución de Roma, que fuesetecientos cincuenta años, sobre poco más o me-nos, antes de la venida del Salvador -escribió PauloOrosio-, hacia el tiempo de Numa Pompilio, segun-do rey de los romanos, vivía un nobilísimo filósofoque se llamó Pitágoras. Y de que viviese en aqueltiempo parece apuntar algo Tito Livio, incidental-mente, en la primera parte de su volumen. Y antesde éste, los secuaces de la ciencia eran llamados,no filósofos, sino sabios, como lo fueron aquellossiete antiquísimos sabios que aún nombra la gentepor su fama; el primero de los cuales tuvo por nom-

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bre Solón; el segundo, Chilón; el tercero, Periandro;el cuarto, Tales; el quinto, Cleóbulo; el sexto, Bian-te; el séptimo, Pitaco. En cuanto a Pitágoras, pre-guntado si se reputaba sabio, se negó a sí mismotal dictado, y dijo que él no era sabio, sino amantede la sabiduría. Y de aquí nació luego que todoaficionado a saber fuese llamado amante de la sa-biduría, es decir, filósofo; que tanto vale decir filosen griego como amante en latín; y, por la tanto,nosotros decimos filos por amante, y sofía por sabi-duría; por dende tanto valen filos y sofía, cuantoamante de la sabiduría; por lo cual se ve que elvocablo nada tiene de arrogante, sino de humilde.De esto nace el vocablo por su propio acto, filosofía,del mismo modo que de amigo nace el vocablo desu acto propio, la amistad. Por donde puede verse,considerando la significación del primero y del se-gundo vocablo, que filosofía no es otra cosa queafición a la sabiduría, o, más bien, al saber; por locual, en cierto modo todo el mundo puede decirsefilósofo, según el natural amor que en todos engen-dra deseo de saber. Pero, como quiera que las pa-siones esenciales son comunes a todos, no sehabla de ellas con ningún vocablo distintivo queparticipe de aquella esencia; por lo cual no decimosJuan, amigo de Martín, queriendo significar tan sólo

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la amistad natural, por la cual todos somos amigosde todos, mas la amistad engendrada sobre la natu-ral, que es propia y distintiva en cada persona. Asíno se llama a nadie filósofo por el amor común.

Es la intención de Aristóteles en el octavo de laÉtica, que se llame amigo aquel cuya amistad no sele oculta a la persona amada, y de quien la personaamada es también amiga, de modo que haya bene-volencia por ambas partes; y esto ha de ser porutilidad, por deleite o por honestidad. Así para serfilósofo hay que tener amor a la sabiduría, que hacebenévola a una de las partes; hay que tener deseo ysolicitud, que hace benévola también a la otra parte;de modo que nace entre ellas la familiaridad y lamanifestación de benevolencia. Por lo cual, sinamor y sin afición no se puede llamar filósofo, sinoque conviene que haya uno y otra. Y del mismomodo que la amistad hecha por deleite o por utilidadno es amistad verdadera, sino por accidente, comodemuestra la Ética, así la Filosofía por deleite o porutilidad no es verdadera filosofía, sino por acciden-te. Por lo cual no se debe llamar filósofo a nadie,que por deleitarse un tanto con la sabiduría sea suamigo en cierto modo; como hay muchos que sedeleitan en decir canciones y estudiar en ellas, y

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que se complacen en estudiar Retórica y Música, yhuyen y abandonan las demás ciencias, que sontodas miembros de la sabiduría. No se debe llamarverdadero filósofo al que es amigo de sabiduría porutilidad, como lo son legistas y médicos, y casi to-dos los religiosos, que no estudian por saber, sinopor adquirir dineros y dignidades; y si les diesen loque pretenden adquirir, no recurrirían al estudio. Ydel mismo modo que de las especies de amistad laque menos se puede decir tal es la que lo es porutilidad, así estos tales participan menos que ningu-na otra gente del nombre de filósofo. Por lo cual, delmismo modo que la amistad hecha honestamentees verdadera, perfecta y perpetua, así es verdaderay perfecta la filosofía engendrada honestamente, sinninguna otra consideración, solamente por la bon-dad del alma amiga, con recto deseo y derecharazón. Así puede decirse aquí -igual que la verdade-ra amistad de los hombres entre sí es que cada cualame en todo a cada cual- que el verdadero filósofoama cada parte de la sabiduría, y la sabiduría cadaparte del filósofo, en cuanto lo reduce todo a él, y enmanera ninguna deja que su pensamiento se ex-tienda a otras cosas. Por lo cual dice esa sabiduríaen los Proverbios de Salomón: «Yo amo a quienesme aman». Y del mismo modo que la verdadera

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amistad, abstraída del ánimo, considerada única-mente en sí misma, tiene por objeto el conocimientode la buena obra y por forma el deseo de aquélla,así la Filosofía, fuera del alma, considerada en símisma, tiene por objeto el entender, y por forma,como un divino amor, al intelecto. Y así como lavirtud es causa eficiente de la verdadera amistad, laverdad es causa eficiente de la Filosofía, y del mis-mo modo que el fin de la amistad verdadera es labuena elección, que procede de convivir conforme ahumanidad, es decir, conforme a razón, como pare-ce ser el sentir de Aristóteles en el noveno de laÉtica, así el fin de la Filosofía, es aquel excelentísi-mo deleite que no padece intermisión ni defectoalguno; es decir, la verdadera felicidad que se ad-quiere por contemplación de la verdad. Y así puedeverse quién es esta mi dama, por sus causas y surazón; y por qué se llama Filosofía, y quién es ver-dadero filósofo, y quién lo es por accidente.

Mas como quiera que a veces en el fervor delánimo a los términos de los actos y de las pasionesse les llama con el vocablo del acto y de la pasiónmismos, como hace Virgilio en el segundo de laEneida, que llama a Eneas: «¡Oh, luz! -que era ac-to-. ¡Oh, esperanza de los troyanos!» -que es pa-

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sión-; el cual no era ni luz ni esperanza, sino térmi-no por donde les venía la luz del consuelo, y eratérmino en donde descansaba toda la esperanza desu salvación; como dice Estacio en el quinto delThebaidos, cuando dícele Isífilis a Arquemoro,«¡Oh, consuelo de las cosas y de la patria perdida!¡Oh, honor de mi servicio!, como cuotidianamentedecímosle al amigo: «ve mi amistad», y el padre ledice al hijo: «amor mío» por antigua costumbre, lasciencias en las cuales pone su vista con más fervorla filosofía, son llamadas por su nombre, como laciencia natural, la moral y la metafísica; la cual por-que más necesariamente y con más fervor pone suvista en aquélla, es llamada filosofía. Por donde sepuede ver por qué en segundo lugar llámaseles alas ciencias filosofía. Una vez que se ha visto cómola primera es verdadera filosofía en esencia -la cuales la dama de quien hablo-, y como su noble nom-bre se ha comunicado por la costumbre a las demásciencias, seguiré adelante con sus alabanzas.

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- XII - En el primer capítulo de este Tratado se ha ra-zonado tan cumplidamente la causa que me movióa hacer esta canción, que no es menester explicarlamás; porque asaz fácilmente puede reducirse a laexposición hecha. Y así, conforme a las divisioneshechas, recorreré con ésta el sentido literal, cam-biando el sentido de la letra allí donde sea menes-ter.

Digo: Amor que en la mente me habla. Entiendopor amor el estudio que yo ponía para conquistar elamor de esta dama. Donde es preciso saber queestudio se puede considerar aquí de dos maneras.Es un estudio el que lleva al hombre al hábito delarte y de la ciencia; y otro estudio el que emplea enel hábito adquirido al ejercitar aquél; y el primero, esel que yo llamo aquí amor, el cual infundía en mimente continuas, nuevas y altísimas consideracio-nes acerca de esta dama que arriba se ha explica-do; del mismo modo que suele hacer el estudio quese emplea en conquistar una amistad, que deseán-dola, primero considera muchas cosas de ella. Eséste el estudio y la afición que suele preceder en loshombres al nacimiento de la amistad, cuando ya ha

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nacido por una parte el amor y se desea y procuraque lo haya en la otra; porque, como más arriba sedice, hay filosofía cuando el alma y la sabiduría sehan hecho amigas, de modo que la una sea amadapor entero de la otra, del modo que más arriba seha dicho. Y no es menester razonarlo por la presen-te exposición, que a modo de proemio fue explicadoen la exposición literal; porque por su primera razónfácilmente puede lograrse la comprensión de estasegunda.

Por lo cual hay que proceder con el segundoverso, en el cual comienza el Tratado, donde digo:No ve ese sol que en torno al mundo gira. Aquí seha de saber que del mismo modo que al tratar decosa sensible es menester explicar insensible, asíes menester tratar de cosa inteligible por medio decosa no inteligible. Y luego, del mismo modo que enla exposición literal se habla comenzando por el solcorporal y sensible, así ora se ha de explicar por elsol espiritual e inteligible, que es Dios. Nada sensi-ble hay en el mundo más digno de ser tomado comoejemplo de Dios que el sol, el cual ilumina con luzsensible primero a sí mismo y luego a todos losdemás cuerpos celestiales y elementales; así Diosiluminase Él primero con luz intelectual y luego a los

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celestiales y demás inteligibles. El sol, con su calor,todas las cosas vivifica, y si alguna corrompe conello, no es intención de la causa, sino accidentalefecto; así Dios todas las cosas vivifica en bondad,y si alguna es mala, no se debe a la intención divi-na, mas porque así es menester que sea, por cual-quier accidente en el proceso del efecto propuesto.Porque si Dios hizo los ángeles buenos y los malos,no hizo lo uno y lo otro intencionadamente, sino sólolos buenos; se siguió luego, ajena a su intención, lamalicia de los malos; mas no tan ajena a su inten-ción que Dios no supiese de antemano su malicia.Pero tanta fue la afición a producir la criatura espiri-tual, que la presciencia de algunos que habían devenir a mal fin, no debía ni podía retraer a Dios detal producción; que no sería de alabar la naturaleza,si sabiendo que las flores de un árbol habían deperderse en parte no produjese flores en él, y porlos estériles abandonase la producción de los fructí-feros. Digo, por lo tanto, que Dios, que todo lo en-tiende -pues que su girar es entender- no ve cosatan gentil cuanto ve al mirar do está la filosofía; queaunque Dios, mirándose a sí mismo; véalo todo enconjunto, en cuanto en él reside la distinción de lascosas del mismo modo que el efecto en la causa,las ve distintas. Ve pues a ésta la más noble de

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todas en absoluto, en cuanto la ve perfectísimamen-te, en Sí y en su Esencia. Porque si se trae a lamemoria cuanto se ha dicho más arriba, filosofía esamoroso ejercicio de sabiduría, el cual está princi-palmente en Dios, porque en Él hay suma sabiduría,sumo amor y acto sumo, que no puede haber enparte alguna sino en cuanto de Él procedan. Es, porlo tanto, la divina filosofía esencia divina, puestoque en Él no puede haber cosa añadida a su esen-cia; y es la más noble, porque nobilísima es laesencia divina y existe en él por modo perfecto yverdadero, como por eterno matrimonio. En las de-más inteligencias la hay por modo inferior, a manerade concubina, en la que ningún amante se compla-ce cumplidamente, sino que en su semblante con-tenta sus ansias, por lo cual puede decirse que Diosno ve, es decir, no entiende cosa alguna tan gentilcomo ésta; digo cosa alguna en cuanto ve y distin-gue las demás cosas, como se ha dicho, viéndosecausa de todo. ¡Oh, nobilísimo y excelentísimo co-razón que se entiende en la esposa del Emperadordel Cielo! Y no solamente esposa, sino hermana ehija dilectísima.

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- XIII - Una vez visto cómo en el principio de las alaban-zas de ésta se dice sutilmente que está parte de ladivina substancia, en cuanto primeramente se laconsidera, hemos de proceder a ver, como digo ensegundo lugar, que está en las inteligencias causa-das. Digo por lo tanto: Todo intelecto de allá arribamírala; donde se ha de saber que digo de allá arri-ba, refiriéndome a Dios, como antes se ha hechomención. Y por eso se excluyen que están desente-rradas de la patria suprema, las cuales no puedenfilosofar, puesto que el amor hace del todo apagadoen ellas, y para filosofar, como ya he dicho, es me-nester amor. Por lo cual se ve que las inteligenciasinfernales están privadas de la vista de esta hermo-sa; y como quiera que esa vista es bienaventuranzadel intelecto, su privación es amarguísima y llena detoda suerte de tristezas.

Luego, cuando digo: Y la gente que aquí seenamora, desciendo a explicar cómo llega en se-gundo lugar a la humana inteligencia, con la cualfilosofía humana sigo después en el Tratado enco-miando aquélla. Digo pues, que la gente que seenamora aquí, es decir, en esta vida, la siente en su

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pensamiento, no siempre, sino cuando Amor hacesentir su paz. Donde hay que ver tres cosas, que eneste texto se apuntan. Es la primera, cuando dice: lagente que aquí se enamora, por lo cual parecehacerse una distinción en el género humano; y ne-cesariamente es menester que se haga, porque,según se ve manifiestamente y en el siguiente Tra-tado es mi intención explicar, la mayor parte de loshombres viven más según el sentido que conformea razón. Y los que viven según su sentido, es impo-sible que se enamoren de ésta, porque no puedentener de ella la menor idea. La segunda es cuandodice: cuando amor deja sentir su paz, etc., dondeparece que se hace una distinción de tiempo, cosaque, además, aunque las inteligencias separadasmiren continuamente a esta dama, la humana inteli-gencia no puede hacer tal, puesto que la humananaturaleza, ajena a la especulación -en la que sesatisfacen el intelecto y la razón-, ha menester mu-chas cosas para su sostenimiento; porque nuestrasabiduría es a veces habitual tan sólo y no actual. Yno se encuentra tal en las demás inteligencias, quesolamente son perfectas en su naturaleza intelecti-va. De aquí que cuando en nuestra alma no hayacto de especulación, no se puede decir verdade-ramente que haya filosofía, sino cuanto tiene el

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hábito de ella y el poder de despertarla; y por esoalgunas veces la hay en la gente que aquí abajo seenamora, y a veces no. La tercera es cuando dice elmomento en que esa gente la tiene; a, saber: cuan-do Amor deja sentir su paz; lo cual no quiere decirsino cuando el hombre está actualmente en especu-lación; porque el estudio no hace sentir la paz deesta dama sino en el acto de la especulación. Y asíse ve que esta dama es primeramente de Dios, ensegundo lugar de las demás inteligencias separadascon continuo mirar, y después de la humana inteli-gencia, con mirar discontinuo.

En verdad, al hombre que siempre tiene estadama hásele de llamar filósofo, no obstante no estétodavía en el último acto de filosofía, puesto que porel hábito sólo había de llamársele con otro nombre.De aquí que llamemos virtuoso, no solamentecuando ejercita la virtud, sino con que tenga el hábi-to de la virtud; y decimos facundo a un hombre, nosolamente cuando habla, sino por el hábito de lafacundia, es decir, del bien hablar. Y de esta filosof-ía, en cuanto participa de ella la humana inteligen-cia, serán los elogios siguientes, para demostrarcómo gran parte de su bondad ha sido concedida ala humana naturaleza. Digo, por lo tanto, después:

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Su ser tanto complace a Aquel que se lo dio, delcual como de la primera fuente, se deriva, por loque siempre atrae la capacidad de nuestra natura-leza, la cual hace bella y virtuosa. De aquí que,puesto que al hábito de aquélla lleguen algunos, nollega ninguno a tanto que se pueda decir hábitopropiamente, porque el primer estudio, es decir,aquel por el cual se engendra el hábito, no puedeconquistarla perfectamente. Y aquí se ve su últimaalabanza: que perfecta o imperfecta, no pierde sunombre de perfección. Por ésta su desmesura sedice que el alma de la filosofía lo manifiesta encuanto consigo lleva, es decir, que Dios pone siem-pre en ella algo de su luz. Donde se quiere recordarlo que antes se ha dicho de que Amor es forma dela filosofía; y por eso aquí se le llama su alma. Elcual amor está manifiesto en el ejercicio de la sabi-duría, ejercicio que lleva consigo admirables belle-zas, es decir, contentamiento en toda condición detiempo y desprecio de todas aquellas cosas que seadueñan de los demás. Por lo cual sucede que losdemás míseros que tal consideran pensando en sufalta, luego del deseo de perfección, cae en trabajode suspiros; y esto es aquello que dice: Y los ojosde los que están donde ella luce, mensajeros env-

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ían al corazón lleno de deseos, que toman aire y setransforman en suspiros.

- XIV - De igual manera que en la exposición literal des-pués de las alabanzas generales se desciende a lasespeciales, primero en lo que se refiere al alma,después en lo que se refiere al cuerpo, así ahora sepropone el texto después de los encomios genera-les descender a los especiales. De aquí que, comose ha dicho más arriba, la filosofía tiene por objetomaterial la sabiduría, por forma el amor y por com-posición de uno y otro el ejercicio de la especula-ción. Por donde, en el verso que a seguida empie-za: A ella desciende la virtud divina, me propongoencomiar el amor, que es parte de la filosofía. Por-que se ha de saber que descender la virtud de unacosa a otra no es sino reducir aquélla a su seme-janza; del mismo modo que en los agentes natura-les vemos manifiestamente que, descendiendo suvirtud a las cosas pacientes, atraen aquéllas a susemejanza en tanto en cuanto les es posible. Por lo

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cual vemos que el sol, descendiendo aquí abajo susrayos, reduce las cosas a su semejanza de luz, encuanto aquéllas, por su predisposición, pueden porla virtud recibir luz. Así digo que Dios reduce esteamor a semejanza suya, en cuanto le es posibleasemejarse a Él.

Y se expone la cualidad de la recreación al decircual sucede en el ángel que la ve. Donde tambiénse ha de saber que el primer agente, es a saber,Dios, infunde su virtud en algunas cosas por mane-ra de rayo directo, y en otras cosas por manera dereverberado esplendor. Por donde en las inteligen-cias irradia la luz divina sin intermediario, y en lasdemás repercute de estas inteligencias iluminadasprimeramente. Mas como quiera que aquí se hahecho mención de luz y de esplendor, para su per-fecta comprensión mostraré la diferencia entre estosvocablos, según el sentir de Avicena. Digo que lacostumbre de los filósofos es llamar al cielo luz, encuanto está en el origen de su fuente; llamarle rayo,en cuanto está intermedio entre el principio y elprimer cuerpo donde termina; llamarle resplandor,en cuanto está reflejado en otra parte. Digo, pues,que la divina virtud sin intermediario trae este amora semejanza suya. Y esto puede demostrarse mani-

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fiestamente, pues que siendo el divino amor en todoeterno, así es menester que necesariamente lo seasu objeto, de modo que sean cosas eternas las queÉl ama. Y así han de amar este amor; porque lasabiduría, en la cual este amor se cumple, eternaes. De aquí que, se haya escrito de ella: «Fue crea-da en el principio anterior a los siglos; y en el sigloque ha de venir no vendrá a menos». Y en los Pro-verbios de Salomón dice la propia sabiduría: «Estoyordenada eternamente». Y en el principio del Evan-gelio de Juan se puede ver claramente su eternidad.De aquí se origina que allí donde este amor res-plandece, todos los demás amores se oscurecen ycasi se apagan, puesto que su eterno objeto vencey sobrepuja desproporcionadamente a los demásobjetos. Y por eso los más excelentes filósofos lodemostraron claramente con sus actos, por los cua-les sabemos que de ninguna cosa se curaban, sinode la sabiduría. Por lo cual, Demócrito, descuidandola propia persona, no se cortaba barba, cabellos niuñas. Platón, despreciando los bienes materiales,no se curó de la dignidad real, que hijo de rey fue.Aristóteles, no curándose de ningún amigo-contrasu mejor amigo después de aquélla-, luchó así con-tra el ya nombrado Platón. Y ¿por qué hablamos deestos tan sólo, cuando encontramos otros que por

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estos pensamientos despreciasen su vida, comoZenón, Sócrates, Séneca y otros muchos? Asípues, está manifiesto que la divina virtud, a manerade ángel, desciende a los hombres en este amor. Ypara comprobarlo exclama el texto a seguida: Y sihay dama gentil que no lo crea, vaya con ella y con-temple, etc. Por dama gentil se entiende el almanoble de ingenio y libre en su potestad, que es larazón. Por lo cual, las demás almas no se puedendecir señoras, sino siervas; porque no existen por síni por otras; y el filósofo dice en el segundo de laMetafísica que es libre aquella cosa que lo es por sucausa y no por ajena.

Dice: Vaya con ella y contemple sus actos, estoes, acompáñese de este amor y mire a aquel quedentro de él encontrará; y en parte apunta algocuando dice: Allí donde ella habla, desciende; esdecir, donde la filosofía está en acto, desciende uncelestial pensamiento, en el cual se razona que éstaes operación más que humana. Dice del cielo, paradar a entender que no solamente ella, sino los pen-samientos amigos suyos, son abstraídos de lascosas bajas y terrenas.

Luego, a seguida, se dice cuán avalora y en-ciende el amor allí donde se muestra con la suavi-

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dad de sus actos, que son todas sus gracias hones-tas, dulces y sin altivez alguna. Y a seguida parapersuadir más de su compañía, dice: Gentil y her-moso es cuanto en la dama se descubre cuanto aella se asemeja. Además añade: Y puédese decirque su semblante ayuda; donde se ha de saber queel mirar a esta dama nos fue de antiguo ordenado,no sólo porque veamos el rostro que muestra, sinoporque deseemos conquistar las cosas que tieneceladas. Por donde, como por ella se ve mucho deaquello por medio de la razón y, por consiguiente, loque sin ella parece maravilla, así por ella se creeque todo milagro puede tener razón en más altointelecto, y, por consiguiente, que puede existir. Enlo cual tiene origen nuestra buena fe, por la cualviene la esperanza de desear ante lo visto, y poraquéllos nace el ejercicio de la caridad. Por las cua-les virtudes se asciende a filosofar a la alma celes-tial, donde los estoicos, peripatéticos y epicúreos,por arte de la eterna verdad, concurren acordes enuna voluntad.

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- XV - En el capítulo precedente es alabada esta glorio-sa dama, según una de las partes que la componen:es, a saber: el amor; ahora en éste, en el cual es miintención exponer el verso que comienza: Cosas seadvierten en su continente, es menester hablar en-comiando otra de sus partes, es decir, la Sabiduría.Dice, pues, el texto que en su rostro se ven cosasque muestran placeres del Paraíso; y distingue ellugar donde tal acaece, es decir, en los ojos y en larisa. Y aquí se ha de saber que los ojos de la sabi-duría son sus muestras, con las cuales se ve laverdad continuamente; y su risa son sus persuasio-nes, en las cuales demuestra la luz interior de lasabiduría bajo alguna veladura; y en las dos sesiente ese altísimo placer de bienaventuranza, cuyomáximo bien está en el Paraíso. Este placer no nospuede ser dado en ninguna otra cosa de aquí abajosino en el mirar estos ojos y esa risa. Y la razón esque, como quiera que toda cosa desea por natura-leza su perfección, no puede estar contenta sin ella,que es ser bienaventurado; pues aunque tuviese lasdemás cosas, sin ésta quedaríale el deseo, en elcual no pueda estar con la bienaventuranza, ya quela bienaventuranza es cosa perfecta y el deseo cosa

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defectuosa; porque nadie desea lo que tiene, sino loque no tiene, que es defecto manifiesto. Y con estasola mirada se adquiere la humana perfección, esdecir, la perfección de la razón, de la cual, como departe principalísima, depende toda nuestra esenciay todas nuestras demás operaciones: sentir, alimen-tar; todas, en fin, existen por ésta sola, y ésta existepor sí y no por otros. De modo que una vez éstaperfecta, es perfecta aquélla, porque el hombre, encuanto es hombre, ve cumplido todo deseo, y así esbienaventurado. Y por eso se dice en el libro deSabiduría: «Quien arroja de sí la sabiduría y la doc-trina, es infeliz», lo cual es privación de felicidad.Por el hábito de la sabiduría se sigue que se ad-quiere el estar feliz y contento, según la opinión delfilósofo. Con lo cual se ve cómo en el continente deésta se muestran cosas del Paraíso; y por eso selee en el libro citado de Sabiduría, hablando de ella:«Es candor de la luz eterna, espejo sin mancha dela majestad de Dios».

Luego, cuando se dice: Deslumbran nuestrointelecto, me disculpo diciendo que poco puedohablar de aquéllas por su sobrepujanza. Donde seha de saber que en cierto modo estas cosas des-lumbran nuestro intelecto, en cuanto ciertas cosas

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afirman ser lo que nuestro intelecto no puede mirar,a saber: Dios, la eternidad y la primera materia; lascuales ciertamente no se ven, y su existencia escon toda fe creída. Y aun aquello que son, no po-demos entender sino negando cosas; y así se pue-de llegar a su conocimiento y no de otra manera. Enverdad, puede aquí dudar mucho acerca de cómopuede ser que la sabiduría haga al hombre bien-aventurado, no pudiendo mostrarle ciertas cosascon perfección, puesto que es natural en el hombreel deseo de saber, y sin cumplir su deseo, no puedeser bienaventurado. A esto se puede responderclaramente que en toda cosa se mide el deseo natu-ral según la posibilidad de la cosa deseada; de otromodo iría contra sí mismo, lo cual es imposible, y lanaturaleza lo hubiera hecho en vano, lo cual estambién imposible. «Iría en contra», porque, dese-ando su perfección, desearía su imperfección, pues-to que desearía desearse siempre e mismo y nocumplir jamás su deseo. Y en este error cae el ava-ro maldito y no se da cuenta de que desea desearsesiempre, al correr tras el número imposible de al-canzar. Lo habría, además, la «naturaleza hecho envano», porque no estaría ordenado a fin alguno; ypor eso el humano deseo está medido en esta vidapor la ciencia que aquí se puede tener, y no pasa a

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aquel puesto sino por error, el cual está fuera de laintención natural. Y así está medido en la naturalezaangélica y cumplido en cuanto lo está en la sabidur-ía que la naturaleza de cada cual puede aprender. Yésta es la razón de por qué los santos no se tienenenvidia entre sí; porque cada cual añade el objetode su deseo, el cual deseo está medido con la natu-raleza de la bondad. De aquí que, como quiera queconocer a Dios y decir de algunas cosas lo que sonno le es posible a nuestra naturaleza, nosotros, pornaturaleza, no deseamos saberlo, y con esto estáresuelta la duda.

Luego, cuando digo: Su beldad llueve resplando-res de fuego, desciendo a otro placer del Paraíso,es decir, de la felicidad secundaria en relación aesta primera, la cual de su belleza procede. Dondese ha de saber que la moralidad es la belleza de lafilosofía; porque del mismo modo que la belleza delcuerpo resulta de sus miembros, en cuanto estándebidamente proporcionados, así la belleza de lasabiduría, que es cuerpo de la filosofía, como se hadicho, resulta de la proporción de las virtudes mora-les, que hacen gustar aquélla sensiblemente. Y poreso digo que su beldad, es decir, moralidad, llueveresplandores de fuego, es decir, recto apetito, que

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se engendra en el placer de la doctrina moral; elcual apetito se aparta, no sólo de los vicios natura-les, sino también de los demás. Y de aquí nace esafelicidad que Aristóteles define en el primero de laÉtica, diciendo que es «operación conforme a virtuden vida perfecta».

Y cuando dice: Por eso la dama que vea su be-lleza, sigue en alabanza de ésta. Grítole a la genteque la siga, diciéndoles su provecho; es decir, quepor seguirla a ella todo el mundo llega a ser bueno.Por eso dice: La dama, es decir, el alma, que oigacensurar su belleza por no mostrarse cual convieneque se muestre, mírese en este ejemplo. Donde seha de saber que las costumbres son bellezas delalma, y las virtudes principalmente, las cuales, aveces, ya sea por vanidad o por soberbia, parecenmenos bellas o menos gratas. Y por eso digo quepara huir de ello miren a ésta; es decir, allí donde esejemplo de humildad; esto es, en aquella parte deella que se llama filosofía moral. Y añado que mi-rando a ésta -a la sabiduría, digo- en esta parte,todo vicioso se volverá recto y bueno. Y por esodigo: Ésta que humilla a todo ser perverso; esto es,convierte dulcemente a quien se ha inclinado fueradel orden debido.

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Por último, como máxima alabanza de la sabi-duría, digo de ella que es madre de todo principio,cualquiera que sea, diciendo que con ella empezóDios el mundo y especialmente el movimiento delcielo, el cual todas las cosas engendra y del cualtoma origen y es movido todo movimiento, al decir:fue por Aquél pensada que creó el universo; estoes, por decir que en el divino pensamiento, que esese intelecto, estaba ella cuando hizo el mundo. Dedonde se sigue que ella lo hizo; y por eso dijo Sa-lomón en los Proverbios, por boca de la sabiduría:«Cuando Dios ordenaba los cielos, yo estaba pre-sente; cuando con cierta ley y con cierto giro vallabalos abismos; cuando arriba detenía el éter y sus-pendía las fuentes de las aguas; cuando señalabasu límite al mar, y ponía una ley a las aguas paraque no pasasen sus confines; cuando echaba ci-mientos de la tierra, yo estaba con Él disponiendolas cosas todas y me deleitaba diariamente».

¡Oh, peor que muertos, los que huís de la amis-tad de Ella! Abrid los ojos y mirad que, antes quevosotros existieseis, Ella fue vuestra amante, aco-modando y ordenando vuestra formación; y luegoque fuisteis hechos, para enderezaros a vuestrasemejanza, vino a nosotros. Y si todos no podéis

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venir a su presencia, honradla en sus amigos yobedeced sus mandamientos, pues que os anun-cian la voluntad de esta Emperatriz eterna. No cerr-éis los oídos a Salomón, que tal os dice al decir que«el camino de los justos es como luz esplendorosaque sigue y crece hasta el día de la bienaventuran-za», yendo tras ellos, contemplando sus obras, quedeben seros luz en el camino de esta brevísimavida. Y aquí se puede terminar el verdadero sentidode la presente canción.

En verdad, el último verso que a modo de Tor-nada se ha puesto, por la exposición literal, puedeexplicarse aquí asaz fácilmente, salvo en cuantodice que yo llamé a esta dama altiva y desdeñosa.Pues se ha de saber que al principio la filosofíaparecíame, en cuanto a su cuerpo -es decir, a lasabiduría-, altiva, porque no me sonreía en cuantono entendía aún sus persuasiones; y desdeñosa,porque no volvía a mí los ojos; es decir, que yo nopodía ver sus muestras. Y de todo esto, la falta eramía; y con esto y con lo que en el sentido literal seha dicho, está manifiesta la alegoría de la Tornada;así que tiempo es ya, para seguir adelante, de po-ner fin a este Tratado.

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Tratado cuarto

Canción tercera Las dulces rimas de amor que yo solíabuscar en mis pensamientos,es menester que deje, y no porque no esperevolver a ellas,mas porque los altivos actos y desdeñososque en mi damahan aparecido, cerrado hanme el caminodel hablar usual.Y pues que me parece que es tiempo de esperar,depondré el suave estiloque en el tratar de amor he usado;del valor hablaré,por el cual es el hombre en verdad noble,con rima áspera y sutil, reprobando el juicio falso y vilde los que quieren que de la noblezasea origen la riqueza.Y comenzando, llamo a aquel señorque en mi dama y en los sus ojos morapor el cual de sí misma se enamora.Uno imperó que quiso que Noblezaconforme a su entender,fuese antigua posesión, a sostener

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con bellos mandamientos.Y hubo otro de saber aún más liviano,pues que dicho tal revocóy la última partícula borró,porque tal vez él no la tenía.Detrás de éste van todos aquellosque ennoblecen a otro por la estirpeque de antiguo ha gozado de riqueza.Y así tanto ha duradoesa falsa opinión entre nosotros,que llámasele noblea quien puede decir: «Yo he sidohijo o nieto de tal hombre valiente»,aunque eso nada valga.Mas vilísimo parece a quien mira la verdad,quien ha descubierto el camino y luego lo yerra,de suerte que está muerto y anda por la tierra.Quien define: El hombre es un leño animado,primeramente no dice verdad,y después no habla por entero.Mas tal vez no sé más.Igualmente quien tuvo imperioerró en el definir,pues que primero expone la mentira, y de otra parteprocede con defecto.Que las riquezas -como se cree-no pueden dar nobleza ni quitarla,

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porque son viles por naturaleza.Pues quien pinta una figura,si no puede estar en ella, no la puede exponer;ni la enhiesta torredesvía al río, que de lejos corre.Por viles se las tiene e imperfectas,porque aunque están guardadas,no dan tranquilidad, antes cuidados.De aquí que el ánimo recto y veraz,por su correr no deslumbra.No quieren que el villano noble se hagani quien de padre villano descienda,ningún nacido que jamás noble se entienda.Tal lo confiesan ellos.Por lo cual, la razón es bien que se ofenda,en tanto que se afirmaque necesita la Nobleza tiempo,y así la definiendo.Síguese, pues, de cuanto llevo dicho,que todos somos nobles o villanos,o que no tuvo el hombre principio;mas yo a tal no consiento,ni ellos tampoco, no, si son cristianos,que al intelecto sanomanifiesto es cuán son sus dichos vanos,y yo también por falsos los repruebo,/ de ellos me aparto;

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y decir ora quiero, cual lo siento,qué es la nobleza y de dónde procede,y diré las señales que el noble ostenta.Digo que la virtud principalmenteprocede de una raíz,virtud entiendo que hace al hombre felizen su ejercicio.Es ésta -según la Ética dice-un hábito de elección,el cual mora en el medio solamente,y las palabras pone.Digo que la nobleza en su razónsiempre importa el bien de su sujeto,cual la villanía siempre importa el mal;y tal la virtudda siempre a otro de sí buen intelecto;porque en el mismo dichoconvienen ambas y en el mismo efecto,por lo cual menester es que una de otra proceda,o de un tercero las dos;mas si la una lo que la otra vale,y aún más, de ella procederá más bien,y lo que he dicho aquí, téngase por supuesto.Hay nobleza donde quiera que hay virtud,mas no virtud donde ella está;lo mismo que cielo es donde hay estrellas,y no la viceversa.

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Así, en las damas y en la edad juvenilvemos esta salud,en cuanto pudorosas se nos muestran,lo cual de la virtud es diferente.Con que vendrá como del negro el pérsico,de ésta toda virtud,o su generación, como antes dije.Más nadie se envanezcadiciendo: «Yo la tengo por mi estirpe;porque son como dioseslos que tal gracia poseen, con exclusión de toda culpaPorque sólo Dios al alma lo da,que ve en su personaestar perfectamente; del modo que a algunosse adhiere la semilla de felicidad,puesta por Dios en el alma bien dispuesta.El alma adornada con bondad talno puede permanecer escondida;porque apenas con el cuerpo se desposa,la ostenta hasta la muerte.Obediente, dulce y pudorosaes en la edad primera,y su persona ornada de beldaden todas sus partes.Es en la juventud templada y fuerte,llena de amor y cortés alabanza,y sólo con la lealtad se deleita.

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Es en su senectudprudente y justa, y generosa se oye llamargozando en sí mismacon oír y hablar de la virtud ajena.Luego en la cuarta parte de la vida,con Dios de nuevo se desposa,contemplando el fin que la espera,y bendice los tiempos pasados.¡Ved ahora cuántos son los engañados!Irás, oh mi canción, contra el que yerra,y cuando lleguesal lugar donde esté nuestra damano le encubras tu menester.Puedes decirle ciertamente:«Yo voy hablando así de vuestra amiga».

- I - Amor, según la concorde opinión de los sabiosque de él hablan, y según lo que vemos por conti-nua experiencia, es lo que une y junta al amantecon la persona amada. Por lo cual, dice Pitágoras:«En la amistad nace uno más». Y como quiera quelas cosas unidas comunícanse por naturaleza suscualidades, y aun a veces la una se cambia del todo

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en la naturaleza de la otra, acaece que las pasionesde la persona amada entran en la persona amante,de modo que el amor de la una se comunica a laotra, y asimismo el odio, el deseo y toda otra pa-sión. Por lo cual, los amigos del uno son amadospor el otro, y odiados los enemigos; por lo que elproverbio griego dice: «Todas las cosas deben sercomunes en los amigos». De aquí que yo, una vezque me hice amigo de esta dama nombrada en laveraz exposición de más arriba, comencé a amar ya odiar, según su amor y su odio. Comencé, pues, aamar a los secuaces de la verdad y a odiar a lossecuaces del error y la falsedad, como ella hace.

Mas como quiera que toda cosa por sí es dignade ser amada y ninguna merece ser odiada, sinoporque le haya sobrevenido maldad, lo razonable yhonesto es no odiar las cosas, sino la maldad de lascosas, y procurar apartarse de ellos. Y eso si haypersona que se lo proponga, mi dama muy princi-palmente; quiero decir, el apartar la maldad de lascosas, la cual es causa de odio, dado que en ellareside toda la razón y es fuente de honestidad. Yo,siguiéndola en el obrar como en la pasión, los erro-res de la gente cuanto podía abominaba y despre-ciaba, no para infamia o vituperio de los que yerran,

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sino de los errores; vituperando los cuales creíadisgustar, y disgustándolos, apartarme de quienespor ellos odiaba.

De los cuales errores, uno principalmente re-prendía yo, el cual no sólo porque es peligroso, ydañoso para los que en él están, sino también paralos demás que lo reprueban, separo de ellos y con-deno. Es éste el error de la humana bondad, encuanto ha sido sembrada en nosotros por la natura-leza y que debe llamarse Nobleza; el cual por lamala costumbre y el poco intelecto, estaba tan afin-cado, que la opinión de casi todos era falseada; yde la falsa opinión nacían los falsos juicios, y de losjuicios falsos, las reverencias y vilipendios injustos;por lo cual, los buenos eran tenidos en considera-ción de villanos, y los malos, honrados y exaltados.Cosa que era confusión del mundo, como puede verquien considere sutilmente lo que de esto puedeseguirse. Y como quiera que esta mi dama cambia-se un tanto para conmigo su dulce aspecto -principalmente allí donde yo miraba y buscaba si laprimera materia de los elementos había sido enten-dida por Dios-, me sostuve un tanto con frecuentarsu vista, y permaneciendo en su ausencia, entré aconsiderar con el pensamiento la falta humana en

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torno a dicho error. Y para huir de la ociosidad, prin-cipal enemiga de esta dama, y extinguir este errorque tantos amigos le resta, me propuse gritarle a lagente que iba por mal camino, a fin de que se en-caminasen por la calle derecha, y comencé unacanción, en cuyo principio dije: Las dulces rimas deAmor que yo solía. En la cual pretendo traer a lagente al camino derecho en lo que hace al propioconocimiento de la verdadera nobleza, como severá por el conocimiento de su texto, cuya exposi-ción se pretende ahora. Y como quiera que en estacanción se propone tan necesario remedio, no esta-ba bien hablar so figura alguna; antes bien convie-ne, por el camino más corto, ordenar esta medicina,a fin de que haya pronto la salud corrompida, la cuala tan presta muerte corría. No será, pues, menesteresclarecer alegoría alguna en la exposición de ésta,sino solamente razonar su sentido conforme a laletra. Por mi dama, entiendo siempre de la que seha hablado en la canción precedente, es decir, laFilosofía virtuosísima luz cuyos rayos hacen rever-decer y fructificar la verdadera nobleza de los hom-bres, de la cual trata plenamente la canción pro-puesta.

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- II - Al principiar la exposición emprendida, para dara entender mejor el sentido de la canción propuesta,es menester dividir aquélla primeramente en dospartes; en la primera de las cuales se habla a modode proemio, en la segunda se continúa el Tratado. Ycomienza la segunda parte al comienzo del segun-do verso, donde dice: Uno imperó que quiso queNobleza.

En la primera parte, además, pueden compren-derse tres miembros. En el primero se dice por quéme aparto del lenguaje usual; en el segundo digoaquello que es mi intención tratar; en el tercero pidoayuda a la cosa que más me puede ayudar; es, asaber: la verdad. El segundo miembro comienza: Ypues que me parece que es tiempo de esperar. Eltercero comienza: Y comenzando, llama a aquelseñor.

Digo, pues, que es menester que yo abandonelas dulces cimas de amor que solían buscar mispensamientos, y señalo la causa, porque digo queno es con intención de no hacer más rimas de amor,sino porque en mi dama han aparecido nuevos as-

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pectos, que me han quitado ocasión para hablar deamor ahora. Donde se ha de saber que no se diceque los actos de esta dama sean desdeñosos yaltivos, sino según su apariencia, como puede verseen el décimo capítulo del Tratado precedente, comootra vez digo que la apariencia se apartaba de laverdad. Y cómo puede ser eso, es decir, el que unamisma cosa sea dulce y parezca amarga, o bienque sea clara y parezca obscura, se verá aquí sufi-cientemente.

Después, cuando digo: Y pues que me pareceque es tiempo de esperar, digo, como se ha dicho,lo que es mi intención tratar. Y aquí no se ha depasar a la ligera eso de tiempo de esperar, puestoque es el motivo más poderoso de mi actitud; antesbien se ha de ver cómo es de razón que ese tiempose espera en todas nuestras obras y, principalmen-te, al hablar. El tiempo, según dice Aristóteles en elcuarto de la Física, es número de movimiento, con-forme al antes y después, y número de movimientocelestial, el cual dispone las cosas de aquí abajodiversamente para recibir alguna infusión; porque latierra está dispuesta de un modo al principio de laprimavera para recibir la infusión de las hierbas ylas flores, y de otro modo en invierno, y de distinto

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modo está dispuesta una estación para recibir unasemilla que otra. Y así, nuestra mente, en cuantoestá fundada en la complexión del cuerpo, que tieneque seguir la circunvolución del cielo, está dispuestode modo diferente en un tiempo que en otro. Por locual, las palabras, que son como semilla de obras,débense sostener y abandonar con mucha discre-ción, ya porque sean bien recibidas y fructifiquen, yaporque, por su parte, no haya defecto de esterilidad.Y por eso se ha tener en cuenta el tiempo, tanto porel que habla como por el que ha de oír; porque si elque habla está mal dispuesto, las más de las vecesson perjudiciales sus palabras, y si el oyente estámal dispuesto, son mal recibidas las buenas. Y poreso dice Salomón, en el Eclesiastés: «Tiempo hayde hablar, tiempo hay de callar». Por lo que yo,sintiéndome turbado en mi ánimo, por el motivo quese ha dicho en el capítulo precedente, para hablarde amor, me pareció que era tiempo de esperar, locual lleva consigo el fin de todo deseo y se presen-ta, casi como donante, a quienes no les duele espe-rar. Pues dice Santiago Apóstol, en el quinto capítu-lo de su Epístola: «He aquí el agricultor que esperael precioso fruto de la tierra, esperando paciente-mente hasta que reciba lo del tiempo y lo tardío».Porque todas nuestras desazones, si buscamos

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bien su origen, proceden casi por entero de no sa-ber aprovechar el tiempo.

Digo, pues, que me parece conveniente esperar,y que depondré, es decir, abandonaré, el suaveestilo que he usado al hablar de Amor; y digo quehablaré del valor por el cual el hombre es verdade-ramente noble. Y aunque pueda entenderse valorde varios modos, aquí se torna valor como podernatural, o más bien bondad conferida por la natura-leza, como más adelante se vera. Y prometo tratareste argumento con rima áspera y sutil. Porque esmenester saber que la rima se puede considerar dedos maneras, a saber: amplia y estrictamente. Es-trictamente entiéndese el acuerdo que se suelehacer en la penúltima y última sílaba; ampliamentese entiende el habla que, regulada en número ytiempo, cae en consonancias rimadas, y así se hade entender y tomar en este proemio. Y por esodice áspera, en cuanto al sonido, que para tal ar-gumento no conviene la lenidad, y dice sutil, encuanto al sentido de las palabras, que procedenargumentando y disputando sutilmente.

Y añado: Reprobando el juicio falso y vil, dondeprometo reprobar una vez más el juicio de la genteimbuida de error; falso es decir apartado de la ver-

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dad, y vil es decir con ánimo vil afirmado y fortifica-do. Y se ha de tener en cuenta que en este Proemioprimero se promete tratar la verdad y luego com-probar la falsedad; y en el Tratado se hace lo con-trario, porque primero se comprueba lo falso y luegose trata de la verdad, lo cual parece no convenir a lapromisión. Y así se ha de saber que aunque una yotra cosa se proponga, se entiende principalmenteque se ha de tratar de la verdad, y el comprobar lofalso se hace en cuanto así se muestra mejor laverdad. Y aquí primero se propone tratar de la ver-dad como principal intento, el cual aparta al ánimode los oyentes el deseo de oír; en el Tratado prime-ro se reprueba el error, a fin de que, unidas las ma-las opiniones, la verdad sea luego más librementerecibida. Y este modo usó Aristóteles, maestro de lahumana razón, que siempre combatió primero a losadversarios de la verdad, y una vez vencidos,mostró la verdad.

Por último, cuando digo: Y comenzando llanto aaquel señor, llamo a la verdad por que venga a mí;la cual es el señor que mora en los ojos, es decir,en las demostraciones de la filosofía. Y señor esporque, desposada con él, es señora del alma, y deotra manera es sierva, privada de toda libertad.

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Y dice: por el cual de sí misma se enamora, co-mo quiera que esa filosofía, que es -como se hadicho en el Tratado precedente- ejercicio amorosode sabiduría, se contempla a sí misma cuando se lemuestra la belleza de sus propios ojos. Y ¿qué quie-re decir esto sino que el alma filósofa no sólo con-templa esa verdad, sino que contempla su propiacontemplación y la belleza de ésta, volviéndosesobre sí misma y enamorándose de sí misma por labelleza de su primera mirada? Y así termina lo quea modo de proemio encierra en sus tres miembrosel texto del presente Tratado.

- III - Visto el sentido del proemio, hay que seguir elTratado, y por mejor mostrarlo, es menester dividirloen sus partes principales, que son tres: en la prime-ra de las cuales se trata de la nobleza, según lasopiniones ajenas; en la segunda se trata de ellasegún la verdadera opinión; en la tercera se dirige eldiscurso a la canción para adornar un poco lo yadicho. La segunda parte comienza: Digo que la

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virtud principalmente. La tercera comienza: Irás, ohmi canción, contra el que yerre Y después de estaspartes generales, es menester hacer otras divisio-nes para comprender bien el sentido que se ha demostrar. Y así nadie se maraville de que se procedacon tantas divisiones, puesto que obra muy grandey elevada es la que tenemos entre manos, y pocasveces intentada por los autores, y así es menesterque el Tratado, en el cual entro ahora, sea largo ysutil para desintrincar el texto perfectamente, segúnel sentido que lleva consigo.

Digo, pues, que ahora esta primera parte sedivide en dos, en la primera de las cuales se expo-nen las opiniones ajenas; en la segunda se recha-zan aquéllas; y comienza esta segunda parte: Quiendefine: El hombre es un leño con alma.

Además, lo que queda de la primera parte tienedos miembros: el primero es la definición de la opi-nión del emperador; el segundo es la variación de laopinión de la gente vulgar que esta desnuda de todarazón; y comienza este segundo miembro: Y hubootro de saber aún más liviano. Digo, pues: Uno im-peró, es decir, ejerció el mando imperial. Donde seha de saber que Federico de Suabia, último empe-rador de los romanos -último digo con relación al

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tiempo presente, no obstante Rodolfo, Adolfo y Al-berto hayan sido elegidos después de su muerte yde la de sus descendientes-, preguntado qué eranobleza, respondió que «antigua riqueza y buenoshábitos». Y digo que hubo otro de saber aún másliviano, que, reflexionando y retocando esta defini-ción en todas sus partes, borró la última partícula,es decir, «los buenos hábitos», y se atuvo a la pri-mera; conforme a lo que parece poner en duda eltexto, tal vez por no tener los buenos hábitos, noqueriendo perder el nombre de nobleza, la definiósegún para él hacía, es decir, posesión de antiguariqueza. Y digo que esta opinión es la de casi todos,al decir que detrás de éste van todos aquellos queconsideran noble al que es de progenie que de anti-guo ha gozado de riqueza, como quiera que casitodos ladran así.

Estas dos opiniones -aunque una de ellas, comose ha dicho, no sea de tener en cuenta- parecentener en su abono dos razones de mucho peso. Laprimera es que dice el filósofo «que lo que opinanlos más es imposible que sea del todo falso»; lasegunda es la excelentísima autoridad de la Majes-tad Imperial. Y porque se vea mejor la virtud de laverdad, que a toda autoridad convence, es mi inten-

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ción explicar cuán poderosa ayuda son una y otrade estas razones. Y, primeramente, no se puedesaber nada de la Imperial autoridad si no se en-cuentran sus raíces. De ellas es mi intención hablaren capítulo especial.

- IV - El fundamento radical de la Majestad Imperial,conforme a la verdad, es la necesidad de la humanacivilización, que está ordenada a un fin, es decir, avida feliz; para conseguir lo cual, nadie se basta sinayuda de alguien, puesto que el hombre ha menes-ter muchas cosas, las cuales uno sólo no puedesatisfacer. Y por eso dice el filósofo que «el hombrees por naturaleza animal sociable». Y del mismomodo que un hombre requiere para su suficienciadoméstica compañía familiar, así una casa, para susuficiencia, requiere vecindad; de otro modo tendríamuchos defectos, que serían otros tantos impedi-mentos de felicidad. Y como quiera que una vecin-dad no puede por sí sola bastar para todo, convieneque para satisfacción de aquélla exista la ciudad.

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Además, la ciudad requiere, para sus actos y sudefensa, convivencia y fraternidad con las ciudadescircunvecinas, y por eso se constituyó el reino. Porlo cual, como quiera que el ánimo humano no setranquiliza con poseer determinada tierra, sino quesiempre desea adquirir tierra, como vemos por ex-periencia, acaece que surgen discordias y guerrasentre reino y reino. Las cuales son tribulaciones delas ciudades, y por las ciudades, de los barrios, ypor los barrios, de las casas, y por las casas, delhombre; y así se impide la felicidad. De aquí quepara evitar estas guerras y sus causas, convieneque la tierra, y cuanto al género humano le es dadoposeer, sean Monarquía, es decir, que haya un soloprincipado y un príncipe, el cual, teniéndolo todo, yno pudiendo desear más, mantenga contentos a losreyes en los límites de sus reinos, de modo quetengan paz entre sí, en la cual se asienten las ciu-dades, y en esta quietud se amen los vecinos, y eneste amor se satisfagan las casas, y así viva elhombre felizmente; que es para lo que el hombre hanacido. Y a estas razones pueden reducirse laspalabras del filósofo, cuanto dice en la Política que«cuando varias cosas están ordenadas a su fin,conviene que una sea reguladora, o más bien re-gente, y todas las demás regidas o reguladas por

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aquélla». Del mismo modo que vemos en una naveque los diversos fines y oficios a un solo fin estánordenados, esto es, a ganar el deseado puerto porvía saludable; por donde, de igual manera que cadaoficial ordena la propia obra al propio fin, hay unoque todos estos fines considera y ordena, mirandoal último de todos; y éste es el nauta, a cuya vozhan de obedecer todos. Y tal vemos en las religio-nes y en los ejércitos, en todas aquellas cosas queestán, como se ha dicho, ordenadas a un fin. Por locual se puede ver por modo manifiesto que, para laperfección de la universal religión de la especiehumana, es menester que haya uno a manera denauta, que, considerando las diversas condicionesdel mundo y ordenando los diversos oficios necesa-rios, tenga por entero el universal e irrefutable oficiode mandar. Y a este oficio llamósele por excelenciaImperio, sin adición alguna; porque es mandamientode todos los demás mandamientos. Y así, quien espuesto en tal oficio es llamado emperador, porquees comandante de todos los mandamientos; y loque él dice es ley para todos y por todos debe serobedecido, y todo otro mandamiento de éste cobravigor y autoridad. Así, pues, se manifiesta que laImperial Majestad y Autoridad es la más alta de lasociedad humana.

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En verdad, podría dudar alguien, diciendo queaunque sea necesario al mundo el ejercicio del im-perio, esto no hace que sea suma la autoridad delpríncipe romano, la cual se pretende demostrar;porque el poderío romano no se adquirió por larazón ni por decreto de universal convenio, sino porla fuerza, que parece contraria a la razón. A esto sepuede responder fácilmente que la elección de estesumo oficial debía proceder primeramente del con-sejo que a todos provee, es decir, Dios; de otromodo la elección no hubiera sido igual para todos,dado que antes del oficial susodicho nadie se pro-ponía el bien de todos. Y como quiera que no hahabido ni hay más suave naturalidad en el mundo,más fuerza en mantenerlo ni más sutileza en con-quistarlo que la de la gente latina -como se puedever por experiencia-, y principalmente la del pueblosanto, que llevaba mezclada con la suya sangretroyana, Dios lo eligió para tal ejercicio. Pues comoquiera que no se podía llegar a obtenerlo singrandísima virtud, y se requería la mayor y máshumana benignidad par ejercerlo, éste era el pueblomejor dispuesto para el caso. De aquí que no fuepor la fuerza adquirido por la gente romana, sino demanos de la Providencia, que está sobre todarazón. Y en ello está de acuerdo Virgilio cuando

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dice, hablando en nombre de Dios: «A estos -esdecir, a los romanos-, no les pongo límites de cosani de tiempo, pues que les he dado el imperio sinfin». La fuerza, pues, no fue causa inicial, comocreía el que cavilaba, sino causa instrumental, comolos golpes del martillo son causa del cuchillo y elalma del herrero es causa eficiente y moviente; así,pues, no la fuerza, sino la razón, y lo que es más,divina, ha sido el origen del romano imperio. Y quees así, se puede ver con dos razones clarísimas, lascuales demuestran que esa ciudad es emperatriz,que ha tenido en Dios especial nacimiento y porDios ha sido especialmente creada. Mas, puestoque en este capítulo no se podría tratar de esto sinexclusiva extensión, y los capítulos largos son ene-migos de la memoria, seguiré con la digresión enotro capítulo, para demostrar las razones apunta-das, no exentas de gran utilidad y deleite.

- V - No es maravilla el que la divina Providencia, quepor completo sobrepuja al angélico y al humano

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entendimiento, proceda muchas veces ocultándosede nosotros, puesto que muchas veces las obrashumanas, aun a los hombres mismos, ocultan suintención. Pero sí es gran maravilla cuando la eje-cución del eterno consejo procede tan manifiesta-mente que nuestra razón lo discierne. Y por eso yo,al principio de este capítulo, puedo hablar por bocade Salomón, que en nombre de la sabiduría dice ensus Proverbios: «Oíd, porque he de hablar de gran-des cosas».

Queriendo la inconmensurable bondad divinarehacer la criatura humana a semejanza suya, puesque por el pecado de prevaricación del primer hom-bre se había separado y desemejado de Dios, deci-dióse en el altísimo y unidísimo Consistorio divinode la Trinidad que el hijo de Dios bajase a la tierra arealizar este acuerdo. Y como quiera que en suvenida al mundo era menester la óptima disposi-ción, no solamente del cielo, mas de la tierra, y lamejor disposición de la tierra es siendo monarquía,es decir, que toda ella tiene un príncipe, como se hadicho más arriba, fue ordenada por la divina Provi-dencia al pueblo, y la ciudad que tal debía cumplir,es, a saber, la gloriosa Roma. Y como quiera que elalbergue donde había de entrar el Rey celestial era

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menester que estuviese lo más limpio y puro, fueordenada una santísima progenie, de la cual, trasde muchos méritos, naciese una mujer superior atodas las demás, la cual fuese aposento del Hijo deDios; y esta progenie es la de David, de la cual na-ció el orgullo y honor del género humano, es, a sa-ber, María. Y por eso está escrito en Isaías: «Na-cerá una virgen de la raíz de Jessé y la flor de suraíz subirá». Y Jessé fue padre del susodicho Da-vid. Y sucedió que, al mismo tiempo que nació Da-vid, nació Roma, es decir, Eneas fue de Troya aItalia, lo cual fue origen de la nobilísima ciudad ro-mana, como atestiguan los escritos. Por lo que esasaz manifiesta la divina elección del romano impe-rio para el nacimiento de la ciudad santa, que fuecontemporáneo de la raíz de la progenie de María.E incidentalmente se ha de apuntar que cuando elcielo comenzó a girar no estuvo en mejor disposi-ción que entonces cuando de allá arriba descendióel que lo ha hecho y lo gobierna, como aun hoy, porvirtud de artes, pueden demostrar los matemáticos.Y el mundo no estuvo nunca ni estará tan perfecta-mente dispuesto como cuando fue mandado por lavoz de un solo príncipe, comandante del puebloromano, como lo atestigua Lucas Evangelista. Y así,había por doquier la paz universal, como nunca la

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hubo ni habrá, y la nave de la sociedad humanaderechamente, por camino suave, a seguro puertonavegaba. ¡Oh, inefable e incomprensible sabiduríade Dios, que a un mismo tiempo para tu venida tande antemano te preparaste en Siria y en Italia! Y¡oh, estultísimas y viles bestezuelas, que a guisa dehombres coméis, que presumís hablar contra nues-tra fe y queréis saber, escudriñando y desentra-mando, lo que Dios con tanta prudencia ha ordena-do! Malditos seáis vosotros y vuestra presunción yquien en vosotros cree.

Como se ha dicho más arriba, al fin del capítuloprecedente, no sólo tuvo nacimiento especial, sinoespecialmente creada fue por Dios; por lo cual bre-vemente, empezando por Rómulo, que fue primerpadre de aquélla, a su más perfecta edad, es decir,en el tiempo del Emperador susodicho, no sólo conhumanas obras, sino con obras divinas prosiguió suvida. Porque si consideramos los siete reyes queprimeramente lo gobernaron, Rómulo, Numa, Tulio,Anco, y los tres Tarquinos, que fueron como ayos ytutores de su infancia, podremos encontrar en losescritos de las historias romanas, principalmente enTito Livio, que fueron de diversa condición, segúnlas circunstancias de su tiempo. Si consideramos

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luego su adolescencia, luego que fue emancipadade la tutela real, desde Bruto, primer cónsul, hastaCésar, príncipe supremo, la veremos exaltada, nopor humanos ciudadanos, sino por divinos, en loscuales había sido infundido para amarla a ella, noamor humano, sino divino. Y tal no podía ni debíaser, sino por fin especial de Dios, comprendido entanta celestial infusión. Pues ¿quién dirá que no fueinspiración celestial al rechazar Fabricio tan infinitacantidad de oro, por no querer abandonar su patria?¿Y el que Curcio, tentado de corrupción por losSannitas, rechazase grandísima cantidad de oro poramor de la patria, diciendo que los ciudadanos ro-manos no querían poseer el oro, sino a los posee-dores de oro tal? ¿Y el que Mucio abrasase su pro-pia mano por haberle faltado el golpe que habíapensado para defender a Roma? ¿Quién dirá queTorcuato, sentenciador a muerte de su propio hijo,por amor del bien público, hubiese sufrido tal sin laayuda divina, e igualmente el susodicho Bruto?¿Quién lo dirá de los Decios y los Drusos, que en-tregaron su vida por la patria? ¿Quién dirá que elcautivo Régulo, enviado de Cartago a Roma paracambiar por él y otros prisioneros romanos los pri-sioneros cartagineses, hubiera aconsejado contra símismo, por amor de Roma, una vez retirada la lega-

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ción, a moverle tan sólo la humana naturaleza?¿Quién dirá que Quinto Cincinato, convertido endictador y apartado del arado, después del tiempode su mando volvió a arar, rechazando aquél es-pontáneamente, y quién dirá que Camilo, bandido ydesterrado, hubiese venido a libertar a Roma de susenemigos, y después de su liberación, se volvieraespontáneamente al destierro para no ofender laautoridad senatorial, sin instigación divina? ¡Ohsacratísimo pecho de Catón! ¿Quién se atrever ahablar de ti? Ciertamente que no se puede hablarmejor de ti que callando, siguiendo así a Jerónimo,cuando en el proemio de la Biblia dice, al nombrar aPablo, que mejor es callar que decir poco de él.Ciertamente que es manifiesto, recordando la vidade éstos y de los demás ciudadanos, que no hanpodido ser tan admirables obras sin alguna luz de labondad divina, añadida a su buena condición. Y esciertamente manifiesta que estos excelentísimosfueron instrumentos con los cuales procedió la divi-na Providencia en el imperio romano, donde mu-chas veces pareció estar presente el brazo de Dios.¿Y no puso Dios sus manos en la lucha en quealbanos con romanos combatieron desde el princi-pio al fin del reino, cuando un solo romano tuvo ensus manos la libertad de Roma? ¿No puso Dios sus

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manos, cuando los franceses, tomada toda Roma,atacaban a hurtadillas el Capitolio de noche y sólola voz de una oca dio el alerta? ¿No puso Dios susmanos cuando durante la guerra de Aníbal, habien-do perdido tantos ciudadanos, que habían sido lle-vados a África tres fanegas de anillos, hubiéransevisto obligados los romanos a abandonar la tierra, siaquel bendito Escipión el Joven no hubiese em-prendido la excursión a África por su libertad? ¿Y nopuso Dios sus manos cuando un joven ciudadanode baja condición, es, a saber, Tulio, defendió lalibertad romana contra ciudadano tan grande cuantolo era Catilina? Sí, ciertamente. Por lo cual no esnecesario más para ver que Dios pensó y ordenóespecialmente el nacimiento y la formación de lasanta ciudad. Y hay quienes son de opinión que laspiedras de sus muros son dignas de reverencia ymás digno el suelo sobre que se asienta de cuantolos hombres han dicho y probado.

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- VI - Más arriba, en el tercer capítulo de este Tratado,se prometió hablar de la elevación de la autoridadimperial y de la filosófica. Y por eso, una vez quehemos hablado de la imperial, es menester seguiradelante con esta digresión para ver la del filósofo,conforme a la promesa hecha. Y aquí se ha de verprimeramente lo que este vocablo quiere decir; por-que aquí es más necesario saberlo que en el razo-namiento de la autoridad imperial, la cual, por sumajestad, no parece que pueda ponerse en duda.

Es preciso, pues, saber que autoridad no es otracosa que acto de autor. Este vocablo, es decir, auc-tor, sin la tercera letra, puede proceder de dos orí-genes: el uno, de un verbo, muy abandonado, por eluso en gramática, que significa ligar palabras, esdecir, auieo. Y quien bien lo considera en su prime-ra voz, claramente verá que él mismo demuestraque sólo de unión de letras está compuesto, esdecir, de sólo cinco vocales, que son alma y enlacede toda palabra, y compuesto de ellas por volublemodo para figurar imagen de enlace. Porque, co-menzando por la A, va luego a la U, y por la I vaderechamente a la E, para volver luego a la O; de

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modo que, a la verdad, imagínase esta figura A, E,I, O, U, la cual es figura de enlace. Y en cuantoautor, desciende de este verbo, que se toma sólopara los poetas, que con el arte musaica han enla-zado sus palabras; y de esta significación no setrata ahora.

El otro origen de que desciende autor, comoatestigua Ugoccione al principio de sus derivacio-nes, es un vocablo griego que dice Autentin, que enlatín vale tanto como digno de fe y obediencia. Y asíautor, de aquí derivado, se toma por toda cosa dig-na de ser creída y obedecida. Y de esto viene elvocablo de que al presente se trata, es decir, autori-dad; por lo cual se puede ver que autoridad valetanto como acto digno de fe y obediencia.

Es manifiesto que Aristóteles es lo más digno defe y obediencia, y que sus palabras son la más altay suma autoridad, puede también probarse. De losoperarios y artífices de las diversas obras, ordena-das a una obra y arte final, el artífice, o, más bien,ejecutante de ella, debe ser principalmente obede-cido y creído por todos, como que sólo considera elúltimo fin de todos los demás fines. Por lo cual, alcaballero deben creer el espadero, el palafrenero, elensillador, el escudero y todos aquellos artífices

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ordenados al arte de caballería. Y como quiera quetodas las obras requieren un fin, a saber: el de lavida humana, al cual es ordenado el hombre, encuanto es hombre, el maestro y artífice que tal findemuestra y considera debe ser principalmentecreído y obedecido; y éste es Aristóteles; así que eslo más digno de fe y obediencia. Y para ver cómoAristóteles es maestro y guía de la razón humana,en cuanto procura su obra final, es menester saberque nuestro fin, que cada cual por naturaleza des-ea, de muy antiguo fue buscado por los sabios. Ycomo quiera que los que tal desean son en tan grannúmero, y los apetitos son casi todos singularmentediversos, aunque hay uno universal, fue muy difícildiscernir aquél en donde directamente descansasetodo humano apetito.

Hubo, pues, filósofos muy antiguos, de los cua-les Zenón fue el primero y principal, que vieron ycreyeron que el fin de la vida humana era puramen-te la rígida honestidad; es decir, que rígidamente,sin respeto alguno, había de seguirse la verdad y lajusticia, sin mostrar dolor por nada, ni por nadamostrar alegría, ni percatarse de pasión alguna. Ydefinieron así lo honesto: Aquello que sin utilidad ysin fruto por sí mismo es de razón alabar. Y éstos y

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su secta fueron llamados estoicos; y contó entreellos el glorioso Catón, de quien más arriba no oséhablar.

Otros filósofos hubo que vieron y creyeron otracosa que éstos, y de ellos fue el primero y principalun filósofo llamado Epicuro, que, viendo que todoanimal, apenas nacido, es por la Naturaleza ende-rezado a su debido fin, que huye el dolor y requierealegría, dijo que nuestro fin era la voluptuosidad, esdecir, el deleite sin dolor. Y por eso entre el deleite yel dolor no ponía intermediario alguno, diciendo quela voluptuosidad no era otra cosa que el no dolor,como también dijo Tulio en el primero Del fin de losbienes. Y de éstos, que de Epicuro son llamadosepicúreos, fue Torcuato, noble romano, descendien-te de la sangre del glorioso Torcuato, de quien an-tes hice mención.

Otros hubo, y tuvieron principio en Sócrates yluego en su sucesor Platón, que, considerando mássutilmente y viendo que en nuestras obras se peca-ba por mucho o por poco, dijeron que nuestra obrasin exceso y sin defecto, mesurada con el medioescogido por nuestra elección, que es la virtud, erael fin de que ahora se habla; y lo llamaron obra convirtud. Y éstos fueron llamados académicos, como

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lo fueron Platón y Espeusipo, su sobrino; así llama-dos por el lugar donde Platón estudiaba, es a saber:la Academia; y de Sócrates no tomaron nombre,porque en su filosofía nada afirmó.

En verdad, Aristóteles, que tuvo por sobrenom-bre Estagirita, y Senócrates Calcedonio, su compa-ñero, por el ingenio casi divino que la Naturalezahabía puesto en Aristóteles, conociendo este fincasi por el modo socrático y académico, lo limaron ytrajeron a perfección la filosofía moral, Aristótelesprincipalmente. Y como quiera que Aristóteles co-menzó a disputar andando de una a otra, fueronllamados -él y sus amigos, digo- peripatéticos, quevale tanto cuanto deambulatorios. Y como quieraque la perfección de esta moralidad fue cumplidapor Aristóteles, el nombre de los académicos seapagó, y todos cuantos se unieron a esta secta sonllamados peripatéticos, y tiene esta gente hoy elgobierno del mundo doctrinalmente, por doquier, ypuédesela llamar casi opinión católica. Por lo cualse ve que Aristóteles es el guía y conductor de lagente con este signo. Y esto es lo que se queríademostrar.

Por lo cual, recogiendo todo lo expuesto, es ma-nifiesta la primera opinión, a saber: que la autoridad

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del sumo filósofo, de quien se habla, está llena devigor. Y no repugna a la autoridad imperial; masaquélla sin ésta es peligrosa, y ésta sin aquélla esdébil, no en sí misma, sino por el desorden de lagente; de modo que, unidas una con otra, son utilí-simas y vigorosas. Y por eso está escrito en el deSabiduría: «Amad la luz de la sabiduría vosotrostodos cuantos presidís a los pueblos»; lo que quieredecir: Únase la autoridad filosófica con la imperial,para gobernar perfectamente. ¡Oh, míseros que enel presente gobernáis! Y ¡oh, misérrimos los quesois gobernados! Porque ninguna filosófica autori-dad se une a vuestros mandamientos, ni por propioestudio ni por consejo; de modo que a todos se lespueden decir aquellas palabras del Eclesiastés:«¡Ay de la tierra cuyo rey es niño y cuyos príncipescomen a la mañana!; y a ninguna tierra puédeseledecir lo que sigue: «Bienaventurada la tierra cuyorey es noble y cuyos príncipes comen a su tiempo,por necesidad y no por lujuria!» Poned atención,enemigos de Dios, en los flancos, vosotros los quehabéis tomado el mando de los regimientos de Ita-lia; y a vosotros os digo, reyes Carlos y Federico, ya vosotros los demás príncipes y tiranos; y miradquién se os sienta al lado a aconsejaros; y enume-rad cuántas veces al día os es señalado el fin de la

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vida humana por vuestros consejeros. Mejor osestaría volar bajo como golondrinas, que como bui-tres dar altísimas vueltas sobre cosas viles.

- VII - Pues que se ha visto cuán son dignas de reve-rencia la autoridad imperial y la filosófica, que pare-cen apoyar las opiniones propuestas, hay que vol-ver a la recta calle del proceso emprendido. Digo,pues, que esta opinión del vulgo tanto ha durado,que sin respeto alguno, sin inquirir razones, se lla-ma noble a todo aquel que es hijo o nieto de talhombre valiente, aunque eso nada valga. Y esto esaquello que dice: Y así tanto ha durado esa falsaopinión entre nosotros, que llámasele noble a quienpuede decir: «Yo he sido hijo o nieto de tal hombrevaliente». Aunque eso nada valga. Porque se ha denotar que es peligrosísima negligencia el dejar quela mala opinión tome pie; que así como la hierba semultiplica en el campo inculto y excede y cubre a laespiga de trigo, de modo que mirando por doquierno nace el trigo, y se pierde el fruto al cabo, así la

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mala opinión de la mente sin castigo ni correcciónaumenta y se multiplica, de modo que la espiga dela razón, es decir, la opinión verdadera, se esconde,y, casi sepultada, se pierde. ¡Oh, cuán grande es miempresa en esta canción, al querer escardar campoora tan hojarascoso, como es el del sentido común,tan de tiempo atrás sin cultivo! Ciertamente que noes mi intención limpiarlo del todo, sino sólo en aque-llas partes donde las espigas de la razón no estáncompletamente ahogadas; es decir, quiero endere-zar a aquellos en quienes vive todavía alguna luce-cilla de razón, por su buen natural; porque se ha decuidar tanto de ellos como de los animales brutos,pues que no me parece maravilla menor el recobrarla razón, ya del todo apagada, que el volver a lavida a quien ha estado cuatro días en el sepulcro.

Luego que se ha explicado la mala condición deesta opinión popular, súbitamente como cosa horri-ble, repercute fuera de todo el orden de la reproba-ción al decir: Mas vilísimo parece a quien mira laverdad, para dar a entender su intolerable maldad,diciendo que éstos mienten en gran manera; porqueno sólo es villano, es decir, no noble, el que, des-cendiendo de buenos, es malo, sino que es vilísimo;y pongo ejemplo del camino mostrado. Donde para

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mostrar tal es menester que haga una pregunta yresponder a ella de esta manera: Hay una llanuracon campos y senderos, con vallados, barrancos,piedras, lefia, con toda suerte de impedimentos,fuera de sus estrechos senderos. Ha nevado tanto,que la nieve todo lo cubre y todo muestra un mismoaspecto, de modo que no se ve vestigio de senderoalguno. Alguien que viene de una parte del campo yquiere ir a una casa que hay a la otra parte, por suindustria, es decir, por su agudeza y bondad deingenio, guiado de sí mismo, va camino derecho,dejando tras de sí las huellas de sus pasos. Otroviene tras él, que quiere ir a la misma casa, y notiene que hacer más que seguir las huellas señala-das, y, por culpa suya, el camino que otro sin señalha sabido seguir, yerra y tuerce por los setos y porlas ruinas, y va adonde no debe. ¿A cuál de éstosdebe llamársele valiente? Respondo: al que fuedelante. A este otro, ¿cómo se le llamará? Respon-do: vilísimo. ¿Y por qué no se le llama no valiente,es decir, torpe? Respondo: Porque no valiente, esdecir, torpe, deberíasele llamar a quien, no teniendoseñal alguna, no hubiese caminado a derechas;mas como quiera que la tuvo, su error y su culpa nopueden absolvérsele; y por eso hásele de llamarvilísimo. Y así, el que por su padre o por alguno de

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sus mayores es ennoblecido en su estirpe y no per-severa en tal nobleza, no solamente es vil, sinovilísimo, y más merecedor de desprecio y vituperioque cualquier otro villano. Y para que el hombre seguarde de esta ínfima vileza, ordena Salomón aquien ha tenido antecesor valiente, en el vigésimo-segundo capítulo de los Proverbios: «No traspa-sarás los antiguos límites que tus padres fijaron»; yantes dice en el cuarto capítulo de dicho libro: «Lavía de los justos, es decir, de los valientes, como luzresplandeciente procede, y la de los malvados esoscura y no saben dónde se arruinaron». Por último,cuando se dice: De suerte que está muerto y andapor la tierra, para mayor detrimento digo que seme-jante vilísimo está, muerto, pareciendo vivo. Dondese ha de saber que al hombre malo puédesele lla-mar muerto en verdad, y principalmente el que de lavida de su buen antecesor se aparta. Y esto sepuede demostrar así: como dice Aristóteles en elsegundo del Alma, vivir es ser de los vivos, y comoquiera que hay muchos modos de vivir -como vege-tar en las plantas, en los animales vegetar y sentir,en los hombres vegetar, sentir, crear, inventar yrazonar-, y las cosas se deben denominar por suparte más noble, manifiesto es que vivir en los ani-males es sentir -animales brutos, digo- y vivir en el

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hombre es usar de razón. Conque si vivir es ser elhombre, apartarse de tal uso es dejar de ser, y portanto, estar muerto. ¿Y no se aparta del uso derazón quien no razona el fin de su vida? ¿No seaparta del uso de razón quien no razona el caminoque ha de seguir? Cierto que se aparta. Y esto semanifiesta principalmente en quien tiene las huellasdelante y no las mira; y por eso dice Salomón en elquinto capítulo de los Proverbios: «Morirá aquel queno tenga disciplina, y será engañado en su muchaestulticia»; es decir: muere aquel que no se hacediscípulo y que no sigue al maestro; y esto es vilísi-mo. Y alguien podría decir de él: ¿Cómo es queestá muerto y anda? Respondo: porque ha muertoel hombre y queda la bestia. Porque, como dice elfilósofo en el segundo del Alma, las potencias delalma están unas sobre otras, como la figura delcuadrángulo está sobre el triángulo, y el pentágonosobre el cuadrángulo; así la sensitiva está sobre lavegetativa, y la intelectiva está sobre la sensitiva.Conque, del mismo modo que quitando el últimoángulo del pentágono queda cuadrado y no pentá-gono ya, así quitando la última potencia del alma,es, a saber: la razón, no queda ya hombre, sinocosa con ánima sensitiva tan sólo, es decir, animalbruto. Y éste es el sentido del segundo verso de la

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canción propuesta, en el cual se exponen las opi-niones ajenas.

- VIII - La más hermosa rama de cuantas surgen de laraíz racional es la discreción. Porque, como diceTomás, acerca del prólogo de la Ética, conocer elorden de una cosa con otra es precisamente actode razón; y eso es la discreción. Uno de los máshermosos y dulces frutos de esta rama es la reve-rencia que el mayor debe al menor. Y así Tulio, enel primero de los Offici, hablando de la belleza quesobre la honestidad resplandece, dice que la reve-rencia es de aquélla; y así como ésta es hermosurade honestidad, así su contraria es torpeza y olvidode lo honesto; el cual contrario puede llamarse ennuestro vulgar irreverencia o, más bien, insolencia.Y por eso, el propio Tulio en el mismo lugar dice:«Poner negligencia en saber lo que los demás opi-nan de uno, no sólo es propio de persona arrogante,sino disoluta»; lo cual no quiere decir sino que arro-gancia y disolución es no conocerse a sí mismo, lo

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cual es principio de la medida de toda reverencia.Por lo cual yo, queriendo -con toda reverenciahablando al príncipe y al filósofo- quitarles a algunosla malicia de la mente, para infundirles luego la luzde la verdad, antes de proceder a reprobar las opi-niones propuestas, mostraré cómo al reprobar éstasno se habla irreverentemente contra la majestadimperial ni contra el filósofo. Porque si en cualquieraparte de este libro me mostrase irreverente, nuncasería tan feo como en este Tratado: en el cual,hablando de nobleza, debo mostrarme noble y novillano. Y primeramente demostraré que no meatrevo contra la autoridad del filósofo; luego demos-traré que no me atrevo contra la majestad imperial.

Digo, pues, que cuando el filósofo dice: «Lo queles parece a los más es imposible que sea comple-tamente falso», no quiere decir, al parecer exterior,es decir, sensual, sino el de dentro, es decir, racio-nal; pues que el parecer sensual, según la mayorparte de la gente, es muchas veces falso, principal-mente en los sensibles comunes, donde el sentidose engaña frecuentes veces. Así sabemos que a lamayor parte de la gente el sol le parece que tieneun pie de diámetro; y esto es tan falso, que, segúnlas investigaciones e invenciones hechas por la

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humana razón con sus demás artes, el diámetro delcuerpo del sol es cinco veces y media el de la tierra.Como quiera que el diámetro de la tierra tiene seismil quinientas millas, el diámetro del sol, que segúnla apariencia sensual parece de un pie de largo,tiene treinta y cinco mil setecientas cincuenta millas.Por lo cual es manifiesto que Aristóteles no se refer-ía a la apariencia sensual. Y por eso, si es mi inten-ción reprobar tan sólo la apariencia sensual, norepruebo la intención del filósofo, y, por lo tanto, noofendo la reverencia que se le debe. Y que yo mepropongo reprobar la apariencia sensual es mani-fiesto, porque los que así juzgan, no juzgan sino porlo que perciben de estas cosas que la fortuna puededar o quitar; que porque ven hacerse los parentes-cos, los elevados matrimonios, las amplias posesio-nes, los grandes señoríos, creen que son causas denobleza, y lo que es más: que tales cosas son lanobleza misma. Porque si juzgasen de la aparienciaracional, dirían lo contrario; es decir, que la noblezaes causa de éstas, como más abajo en este Tratadose verá.

Y como yo, según puede verse, no hablo contrala reverencia del filósofo al reprobar tal, así tampocohablo contra la reverencia del imperio, y quiero ex-

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plicar la razón. Mas cuando se habla, ante el adver-sario, el retórico debe usar mucha cautela en sudiscurso, a fin de que el adversario no tome de aquíocasión para empeñar la verdad. Yo, que hablo antetantos adversarios en este Tratado, no puedo hablarbrevemente. Por lo cual, si mis digresiones sonlargas, nadie se maraville. Digo, pues, que parademostrar que no soy irreverente en la majestad delimperio, primero se ha de ver qué es reverencia.Digo que reverencia no es otra cosa que acatamien-to de sujeción debida por signo manifiesto. Y vistoesto, hay que distinguir entre lo irreverente y lo noreverente. Irreverente quiere decir privación, y noreverente, negación. Y por eso la irreverencia esdesacatar la sujeción debida con signo manifiesto;la no reverencia es negar la sujeción indebida. Pue-de el hombre rechazar una cosa de dos maneras:de una, puede el hombre desmentir no ofendiendo ala verdad, cuando se priva del debido acatamiento,y esto es propiamente desacatar; de otra manerapuede el hombre desmentir no ofendiendo a la ver-dad, cuando aquello que no es no se confiesa; yesto es propiamente negar; como decir el hombreque es del todo mortal, es negar propiamentehablando. Por lo cual si yo niego la reverencia alimperio, no soy irreverente, sino que soy no reve-

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rente; porque no es contra la reverencia, como quie-ra que no la ofende, del mismo modo que el no vivirno ofende a la vida, mas sí la ofende la muerte, quees privación de aquélla; de aquí que una cosa seala muerte y otra no vivir; que no vivir es el de laspiedras. Y por eso muerte quiere decir privación,que no puede existir sino en el sujeto del hábito, ylas piedras no son sujeto de vida; por lo cual nopuede decírseles muertas, mas que no viven.Igualmente yo, que en este caso no debo guardarreverencia al imperio, se la niego; no soy irreveren-te, mas soy no reverente, lo cual no es arrogancia nicosa merecedora de vituperio. Mas sería arroganciael ser reverente, si reverencia se pudiera llamar,porque en mayor y más verdadera irreverencia, secaería; es, a saber: de la naturaleza y de la verdad,como más adelante se verá. De caer en esta faltase guardó Aristóteles, maestro de filósofos, cuandodice al principio de la Ética: «Si son dos los amigosy uno es la verdad, a la verdad ha de consentir». Enverdad, una vez dicho que no soy reverente, que esnegar la reverencia, esto es, negar la sujeción inde-bida por signo manifiesto, queda por ver cómo eneste caso no estoy debidamente sujeto a la majes-tad imperial. Y como es menester que la razón sea

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larga, en capítulo propio quiero exponerla inmedia-tamente.

- IX - Para ver cómo en este caso, es decir, aprobandoo reprobando la opinión del emperador, no estoyobligado a sujetarme a él, es menester recordar loque del mando imperial se ha dicho más arriba, enel cuarto capítulo de este Tratado; es decir, que laimperial autoridad fue inventada para perfección dela vida humana, y que ella es justa reguladora ygobernadora de todas nuestras obras, porque hastadonde nuestras obras se extienden tiene jurisdicciónla majestad imperial, y fuera de estos límites no seextiende. Mas como toda arte y humano ejercicioestán por el imperial limitados a ciertos términos, asítambién el imperio está limitado a ciertos términospor Dios; y no es maravilla, porque el oficio y el artede la Naturaleza vemos limitado en todas sus obras.Porque si queremos tomar la Naturaleza universalpor entero, tiene tanta jurisdicción cuanta es la ex-tensión del mundo, es decir, del cielo y la tierra; y

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esto con cierto límite, como se demuestra en eltercero de la Física y en el primero de Cielo y Mun-do. Conque la jurisdicción de la Naturaleza universalestá confinada en ciertos límites, y, por consiguien-te, la particular y es también limitador de ésta. Aquelque por nada está limitado, es decir, la primeraBondad, que es Dios, el cual es sólo en su infinitacapacidad a comprender el infinito.

Y para ver los límites de nuestras obras, se hade saber que nuestras obras son únicamente aque-llas que obedecen a la razón y a la voluntad; porquesi en nosotros existe la operación digestiva, ésta noes humana, sino natural. Y se ha de saber quenuestra razón está ordenada para obras en cuatromaneras, de diversa consideración; que no sonoperaciones que únicamente considera y no hace,ni puede hacer ninguna de ellas, como son las co-sas naturales, las sobrenaturales y las matemáticas;operaciones que considera y hace en su propioacto, las cuales se llaman racionales, como son lasartes de hablar, y hay operaciones que considera yhace materialmente fuera de sí misma, como sonlas artes mecánicas. Y todas estas operaciones,aunque al considerarlas obedecen a nuestra volun-tad, por sí mismas no la obedecen. Porque, aun

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queriendo nosotros que las cosas pesadas se ele-vasen por su propia naturaleza, ne podrían subir, yaunque quisiéramos que el silogismo con falsosprincipios concluyese mostrando la verdad, no con-cluiría tal; y aunque quisiéramos que la casa sesostuviera lo mismo inclinada que derecha, no se-ría; porque de todas estas obras no somos los fac-tores propiamente, sino los inventores, que las or-denó e hizo el mayor factor. Hay también operacio-nes que nuestra razón considera en el acto de lavoluntad, como ofender y beneficiar, como perma-necer firme y obedecer por entero a nuestra volun-tad; y por eso, por ellas somos llamados buenos omalos, porque son completamente nuestras; por locual nuestras obras se extienden a donde nuestravoluntad puede alcanzar. Y como quiera que entodas estas obras voluntarias hay alguna equidadque conservar y alguna iniquidad que evitar, la cualequidad puede perderse por dos causas: por nosaber cuál es la tal o por no querer seguirla, fueinventada la razón escrita para mostrarla y paraordenarla. Así, pues, dice Agustín: «Si los hombresla conocieran -es a saber: la equidad-, y, conocida,la conservasen, no sería menester la razón escrita».Y por eso está escrito al principio del antiguo Diges-to: «La razón escrita es el arte del bien y de la equi-

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dad». Para escribir la cual, publicarla y ordenarla,está puesto este oficial de quien se habla, es, asaber: el emperador, al cual estamos sujetos entanto cuanto se entienden nuestras propias obrasque se han dicho, y más allá no. Por esta razón, entoda arte y en todo oficio, los artífices y aprendicesestán y deben estar sujetos al principal y al maestrode tales oficios y artes; fuera de ellos, la sujeciónperece, puesto que perece el principado. Del mismomodo casi se puede decir del emperador, si se quie-re representar su oficio con una imagen, que escaballero, sobre la humana voluntad. Caballo ésteque manifiesto es cuán frecuentemente va por elcampo sin caballero, especialmente en la míseraItalia, que sin medio alguno se ve abandonada a sugobierno.

Y se ha de considerar que cuanto la cosa es máspropia del arte y del magisterio, tanto mayor es enella la sujeción; porque, multiplicada la causa, semultiplica el efecto. Así, pues, se ha de saber quehay cosas que también son puras artes, que la Na-turaleza es instrumento del arte: como bogar con elremo, donde el arte hace instrumento del impulso,que es movimiento natural; como en el trillar el trigo,en que el arte hace instrumento suyo el calor, que

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es cualidad natural. Y en esto principalmente sedebe estar sujeto al jefe y maestro del arte. Y haycosas en que el arte es instrumento de la Naturale-za; y éstas son menos artes, y en ellas están menossujetos los artífices a su jefe, como el sembrar latierra, en que se ha de esperar la voluntad de laNaturaleza; como salir del puerto, en que se ha deesperar la natural disposición del tiempo. Y por esovemos en estas cosas muchas veces que disputanlos artífices y pedir consejo el superior al inferior.Hay otras cosas que no pertenecen al arte y pare-cen tener con él algún parentesco; y de aquí que loshombres se engañen muchas veces; y en éstas noestán sujetos los aprendices al artífice, o más bienmaestro, ni están obligados a creerle en cuantohace al arte; como la pesca, que parece tener pa-rentesco con la navegación, y conocer la virtud delas hierbas, que parecen tener parentesco con laagricultura, y no tienen ninguna regla común, puestoque la pesca pertenece al arte venatoria y está asus órdenes, y el conocer las hierbas pertenece a laMedicina, o sea a más noble doctrina.

Estas cosas, lo mismo que se han explicado conrespecto a las demás artes, pueden verse en el arteimperial; porque en ella hay reglas que son puras

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artes, como son las leyes de matrimonios, de lossiervos, de las milicias, de los sucesores en digni-dades; y en todas ellas estamos sujetos al empera-dor sin duda alguna ni sospecha. Hay otras leyes,que son como continuadoras de Naturaleza, comoconstituir al hombre de edad suficiente para admi-nistrar, y en esto no estamos por entero sujetos.Hay otras muchas que parecen tener algún paren-tesco con el arte imperial, y aquí yerra quien creaque el mandato imperial es auténtico en este punto;como la juventud, sobre la cual no se ha de consen-tir ningún juicio imperial, en cuanto es emperador;por eso aquello que es de Dios, a Dios sea dado.Así, pues, no se le ha de creer ni consentir al empe-rador Nerón, que dijo que la juventud era hermosuray fortaleza de cuerpo, sino a quien dijera que lajuventud es el colmo de la vida natural, que seríafilósofo. Y por eso, manifiesto es que el definir lanobleza no compete al arte imperial; y si no le com-pete, al tratar de ella no hemos de estarle sujetos; ysi no estamos a ella sujetos, no estamos obligadosa reverenciarle en ese punto; y esto es lo que se ibabuscando. Por lo cual, ora ya, con toda licencia, contoda libertad de ánimo, hay que herir en el pecho alas opiniones viciadas, derribándolas en tierra, a finde que la verdadera por esta victoria mía tenga el

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campo de la mente de aquellos por quienes esta luzcobra vigor.

- X - Pues que se han expuesto las ajenas opinionesacerca de la nobleza y se ha demostrado que me eslícito el reprobarlas, argumentaré la parte de la can-ción que tal reprueba, que comienza, como antes seha dicho: Quien define: El hombre es un leño conalma. Y así se ha de saber que la opinión del empe-rador -aunque errónea- en una partícula, a saber,donde dice: buenos hábitos, apuntó a los hábitos dela nobleza; y por eso en esa parte no se ha de re-probar. Nos proponemos reprobar la otra partícula,que por la naturaleza de nobleza es completamentediversa; la cual parece decir dos cosas cuando dice:antigua riqueza, es decir, tiempo y riquezas, lascuales son completamente diversas de nobleza,como se ha dicho, y como más abajo se demos-trará. Y por eso al reprobar se hacen dos partes:primeramente se reprueba lo de que las riquezassean causa de nobleza; luego se reprueba que lo

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sea el tiempo. La segunda parte comienza: No quie-ren que el villano noble se haga.

Se ha de saber que, reprobadas las riquezas, sereprueba no sólo la opinión del Emperador en cuan-to hace a las riquezas, sino también del vulgo todo,que sólo en las riquezas la fundaba. La primeraparte se divide en dos, en la primera de las cualesse dice, en general, que el Emperador erró en ladefinición de Nobleza; en segundo término, semuestra el porqué, y comienza esta segunda parte:Que las riquezas, como se cree.

Digo, pues, Quien define: El hombre es un leñoanimado, primeramente no dice verdad, es decir,dice falsedad en cuanto dice leño; y luego no hablapor entero, es decir, habla con defecto en cuantodice animado y no dice racional, que es la diferenciapor la cual el hombre se distingue de la bestia. Lue-go digo que de este modo erró al definir aquel quetuvo Imperio, no diciendo Emperador, sino aquelque tuvo Imperio, para demostrar, como se ha dichomás arriba, que determinar cosa tal es ajeno al im-perial oficio. Luego digo que erró igualmente porqueatribuyó falso sujeto a la Nobleza, a saber: la anti-gua riqueza, y luego procedió en forma defectuosa,o sea diferencia, a saber: buenos hábitos, los cuales

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no comprenden todas las formalidades de la Noble-za, sino muy pequeña parte, como más abajo sedemostrará. Y no se ha de dejar, aunque calle eltexto, que meser el emperador no erró en este pun-to solamente en las partes de la definición, mastambién en el modo de definir -aunque, según pre-gona de él la fama, fuese lógico y muy docto-, por-que más dignamente se define la Nobleza por losefectos que por los principios, puesto que parecetener razón de principio que no se puede percibirpor las cosas primeras, sino por las posteriores.Luego, cuando digo: Que las riquezas, como secree, demuestro que no pueden ser causa de No-bleza, porque son viles, y demuestro que no puedendarla ni quitarla, porque están muy desunidas de lanobleza. Y pruebo que son viles, por un principalí-simo y manifiesto defecto, y hago tal cuando digo:Por viles se las tiene, etc. Por último, deduzco, envirtud de lo que antes ha dicho, que no están unidasa la Nobleza,, por no seguir el efecto de la unión.Así pues, se ha de saber que, conforme quiere elfilósofo, todas las cosas que hacen alguna cosa esmenester que primeramente estén perfectamenteen aquel ser. Por lo que dice en el séptimo de laMetafísica: «Cuando una cosa se engendra de otra,se engendra de aquélla estando en aquel ser».

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Además, se ha de saber que toda cosa que se des-truye, se destruye tanto precediendo alguna altera-ción, y toda cosa alterada es menester que estéunida con la alteración, como quiere el filósofo en elséptimo de la Física y en el primero de Generación.Una vez estas cosas propuestas, continúo y digoque las riquezas, como otro creía, no pueden darNobleza, y para demostrar que hay gran diversidadentre ellas, digo que no la pueden quitar a quien latiene. No la pueden dar, puesto que por naturalezason viles, y por su vileza, contrarias a Nobleza. Yaquí se entiende por vileza, degeneración, lo cuales opuesta a Nobleza, como quiera que un contrariono es factor del otro, ni lo puede ser, por la razónsusodicha. La cual se añade al texto al decir: Puesquien pinta una figura, si no puede estar en ella, nola puede exponer. Así, pues, ningún pintor podríaexponer figura alguna, si en su intención no sehiciese él primeramente cuál debe ser la figura.Tampoco la pueden quitar, porque están muy lejosde Nobleza; y por la razón antes dicha, de que paracorromper o alterar alguna cosa es menester estarunida a ella; y por eso añade: ni la enhiesta torre,desvía al río que de lejos corre; lo cual no quieredecir sino que, respondiendo a lo que antes se hadicho, que las riquezas no pueden quitar Nobleza,

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diciendo que la Nobleza es como una enhiesta torrey las riquezas cual río que de lejos corre.

- XI -

Queda por probar únicamente ahora cuán vilesson las riquezas y cuán apartadas y lejanas estánde Nobleza; y esto se prueba en dos partículas deltexto, en las cuales es menester parar atenciónahora. Y luego, expuestas aquéllas, será manifiestolo que he dicho, es decir, que las riquezas son vilesy están lejos de la Nobleza, y con esto estarán per-fectamente probadas las razones de más arribacontra las riquezas.

Digo, pues: Por viles se las tiene e imperfectas.Y para manifestar lo que se quiere decir, debe sa-berse que la vileza de una cosa por su imperfecciónse colige, y así la nobleza de la perfección, puesque en tanto cuanto la cosa es perfecta, es por sunaturaleza noble y vil, en cuanto es imperfecta. Y

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por eso, si las riquezas son imperfectas, manifiestoes que son viles. Y que son imperfectas lo pruebabrevemente el texto, cuando dice: que aunque esténguardadas, no dan tranquilidad, antes cuidados. Enlo cual, no sólo se manifiesta su imperfección, sinoque su condición es imperfectísima y, por lo tanto,que son lo más viles. Y esto atestigua Lucano,cuando dice, hablándoles a ellas: «Sin contenciónpeligran las leyes, y vosotras, riquezas, vilísimaparte de las cosas, movisteis batalla». Puédese verbrevemente su imperfección en tres cosas por modomanifiesto: primero, en su indiscreto advenimiento;segundo, en su peligroso acrecimiento; tercero, ensu dañosa posesión. Y antes de demostrarlo, he dedeclarar una duda que parece surgir aquí; puescomo quiera que el oro y las margaritas tienen per-fectamente en su ser forma y acto, no parece ciertodecir que sean imperfectas. Mas, sin embargo, seha de saber que, cuando se las considera en símismas, son cosas perfectas y no son riquezas,pero oro y margaritas; mas en cuanto están ordena-das a la posesión del hombre, son riquezas, y poreste modo están llenas de imperfecciones; porqueno hay inconveniente en que una cosa sea, en di-versos aspectos, perfecta e imperfecta.

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Digo que su imperfección puédese advertir pri-meramente en la indiscreción de su advenimiento,en el cual no resplandece ninguna justicia distributi-va y sí la más completa iniquidad; la cual iniquidades precisamente efecto de imperfección, porque sise consideran los modos por los cuales vienenaquéllas, puédense todos recopilar en tres maneras;porque, o proceden de la pura suerte, como cuando,sin intención o esperanza, vienen por cualquierimpensado hallazgo, o proceden de la mente ayu-dada de la razón, como por testamento o mutuasucesión, o proceden de la razón, ayudada de lasuerte, como cuando vienen por provecho lícito oinclinado; lícito, digo, cuando son merecidas porarte, mercancía o servicio; ilícito, cuando procedendel hurto o la rapiña. Y en cada uno de estos tresmodos se ve la iniquidad que digo, porque se leofrecen más veces a los malos que a los buenos lasescondidas riquezas que se encuentran o se consi-guen, y esto es tan manifiesto, que no ha menesterser probado. A la verdad, yo vi el lugar en la laderade un monte en Toscana, llamado Falterona, dondeel villano más villano de la comarca, según se halla-ba cavando, encontró finísima plata, esperada talvez mil años. Y al ver estas iniquidades, dijo Aristó-teles que «cuanto más subyuga el hombre al inte-

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lecto, tanto menos subyuga a la fortuna». Y digoque muchas más veces les tocan las herenciaslegadas o correspondidas a los malvados que a losbuenos, y de esto no quiero presentar testimonioalguno; mas vuelva cada cual los ojos en derredorsuyo y verá lo que yo callo para no abominar denadie. Así pluguiera a Dios que se hubiese cumplidolo que el Provenzal pidió que «quien no es herederode la bondad perdiese la herencia del haber». Ydigo que más veces a los malos que a los buenostócales precisamente el provecho, porque los ilícitosnunca tocan a los buenos porque lo rehúsan; y¿qué bien hombre utiliza nada por fraude o porfuerza? Imposible sería, porque sólo con aceptar lailícita empresa, ya no sería bueno. Y los lícitos raravez tocan a los buenos, porque como quiera que senecesita mucha solicitud, y la solicitud del bueno sepropone cosas más grandes, raras veces el buenoes en éstas suficientemente solícito. Por lo cual esmanifiesto que de todos modos vienen inicuamentelas riquezas, Y por eso Nuestro Señor inicuas lasllamó cuando dijo: «Haceos amigos con el dinero dela iniquidad», invitando y confortando a los hombresa la liberalidad en los beneficios, que son engen-dradores de amigos. ¡Y cuán buen cambio hacequien de estas cosas imperfectísimas da para tener

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y adquirir cosas perfectas, como son los corazonesde los hombres de pro! Este cambio puede hacersetodos los días. Ciertamente que esta mercancía esmás nueva que las otras, pues que creyendo com-prar un hombre con el beneficio, compra miles ymiles. ¿Y quién no está aún agradecido de corazóna Alejandro por su reales beneficios? ¿Quién notiene aún al buen Rey de Castilla, o a Saladino, o albuen marqués de Monferrato, o al buen conde deTolosa, o a Beltrán del Bornio, o a Galeazo de Mon-tefeltro, cuando se hace mención de sus misiones?Ciertamente que sólo los que tal harían de grado;más aún, aquellos que antes morirán que hacer tal,tiénenle amor a su memoria.

- XII - Como se ha dicho, la imperfección de las rique-zas no sólo se ve en su indiscreto advenimiento,mas también en su peligroso acrecimiento, y poreso, en lo que se puede ver de su defecto, sólo deello hace mención el texto, al decir aunque guarda-das, no solamente no dan tranquilidad, sino que dan

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más sed, y le hacen más insuficiente y falto. Y eneste punto se ha de saber que las cosas defectuo-sas pueden tener sus defectos de modo que a pri-mera vista no aparezcan; mas, so pretexto de per-fección, se esconde la imperfección, y pueden teneraquéllos de tal manera al descubierto, que clara-mente se vea la imperfección a primera vista. Yaquellas cosas que de primeras no muestran susdefectos son más peligrosas, por lo que muchasveces no puede uno guardarse de ellas, como ve-mos en el traidor, que a la vista se muestra amigo,de modo que hace que se tenga fe en él, y so pre-texto de amistad encierra el defecto de la enemis-tad. Y de este modo las riquezas son peligrosamen-te imperfectas en su acrecimiento, porque pospo-niendo lo que prometen, traen lo contrario. Prome-ten siempre estas falsas traidoras, reunidas en cier-to número, hacer al que las reúne pago de tododeseo, y con esta promesa conducen la humanavoluntad al vicio de la avaricia. Y por esto las llamaBoecio peligrosas en el de Consolación, al decir:«¡Ay, quién fue el primero que, descubriendo lospesos de oro y las piedras que querían esconderse,excavó preciosos peligros!» Prometen las falsastraidoras, si bien se mira, satisfacer toda sed y todafalta y aportar saciedad y bastanza. Y hacen esto al

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principio a todos los hombres, afirmando su prome-sa con cierto acrecimiento de su cantidad, y luegoque están reunidas, en lugar de saciedad y refrige-rio, dan sed al pecho, febril e intolerable, y en lugarde saciedad, aportan nuevo límite, es decir, deseode mayor cantidad, y con él, grande temor y cuidadode lo adquirido. De modo que, verdaderamente, notranquilizan, sino que dan más cuidados, los cualessin ellas no se tenían. Y por eso dice Tulio en elTratado de la Paradoja, abominando las riquezas:«Yo en ningún tiempo dije que entre las cosas bue-nas y deseables estuvieran sus dineros ni susmagníficas mansiones, sus señoríos ni sus alegrías,de las cuales están muy agobiados, puesto que veíaa los hombres que cuanto más abundaban en ri-quezas más deseaban. Porque nunca se sacia lased del deseo ni se atormentan sólo por el deseo deaumentar las cosas que tienen, sino que tambiénles da tormento el temor de perderlas». Y todasestas palabras son de Tulio, y en el libro que hedicho escritas están. Y para mayor testimonio deesta imperfección, he aquí a Boecio, que dice en elde Consolación: «No cesará de llorar el génerohumano, por más que la diosa de las riquezas le détantas cuantas arenas devuelve el mar turbado porel viento, o cuántas son las estrellas que en el cielo

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relucen!» Y como más testimonios se han menesterpara probar tal, dejamos a un lado cuanto clamancontra ellas Salomón y su padre, y asimismo Séne-ca, principalmente escribiendo a Lucilo, Horacio,Juvenal, y en fin, cuanto todos los poetas y cuantola Divina Escritura clama contra estas falsas mere-trices, llenas de defectos; y póngase atención paratener fe de ojos, solamente a la vida de quienes vantras ellas, cuán seguros viven cuando las han reuni-do, cómo se satisfacen y descansan. ¿Y qué otracosa pone en peligro y mata la ciudad, los campos ylos individuos cuanto amontonar más después delalgo? El cual amontonamiento menos deseos des-cubre, al logro de los cuales nadie puede llegar sininjuria. ¿Y qué otra cosa se proponen medicinar unay otra razón, quiero decir, la canónica y la civil, sinoel deseo que, aumentando riquezas, aumenta a suvez? Cierto que asaz lo manifiestan una y otrarazón si se leen sus comienzos, es decir, los de susescritos. ¡Oh, cuán manifiesto es, más que cosaalguna, que, al aumentar aquéllas, son imperfectas,ya porque de ellas no puede originarse sino imper-fección, una vez guardadas. Y esto es lo que eltexto dice.

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A la verdad, en este punto surge una duda, me-recedora de que no sigamos adelante, sin plantearlay responder a ella. Podría decir algún calumniadorde la verdad que, si por aumentar el deseo con laadquisición, las riquezas son imperfectas y viles porlo tanto, por la misma razón será imperfecta y vil laciencia, pues que en su adquisición aumenta eldeseo de ella, que así dice Séneca: «Aun con unpie en el sepulcro, quisiera aprender». Mas no esverdad que la ciencia sea vil por imperfección; así,pues, por la destrucción del consiguiente, el que eldeseo aumente no es causa de vileza para la cien-cia. Su perfección es manifiesta para el filósofo enel sexto de la Ética, cuando dice que «la ciencia esla perfecta razón de algunas cosas». A esta cues-tión hemos de responder brevemente; mas primerohemos de ver si en la adquisición de la ciencia seaumenta el deseo como en la cuestión se supone; ysi es por la razón por lo que digo que no solamenteen la adquisición de la ciencia y de las riquezas,sino en toda adquisición, se dilata el deseo humano,aunque de diferente modo; y la razón es que elsumo deseo de toda cosa y el que primero da laNaturaleza es el volver a su principio. Y como Dioses principio de nuestras almas y factor de las que sele asemejan, según está escrito: «Hagamos al hom-

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bre a imagen y semejanza nuestra», esa alma des-ea principalmente volver a él. E igual que el peregri-no que va por un camino por el que nunca fue, creeque toda casa que ve a lo lejos es la hospedería, yhallando que no es tal, endereza su pensamiento aotra, y así de casa en casa, hasta que la hospederíallega, así nuestra alma apenas entra en el nuevocamino de esta vida nunca recorrido, dirige los ojosal término de su sumo bien, y cualquier cosa que vele parece tener en sí misma algún bien, cree que esaquél. Y como su primer conocimiento es imperfec-to, porque no está experimentado ni adoctrinado,los pequeños bienes le parecen grandes, y poraquéllos empieza a desear. Así, pues, vemos a lospárvulos desear más que nada una manzana y lue-go desear un pajarillo; y más adelante desear lindosvestidos; y luego un caballo, y luego mujer; y luegoalgunas riquezas, luego riquezas grandes y luegograndísimas. Y acaece esto porque en ninguna deestas cosas encuentra lo que va buscando, y creeque lo ha de encontrar más adelante. Por lo cual seve que los deseos preséntanse unos tras otros a losojos de nuestra alma de manera en cierto modopiramidal, porque el más pequeño está sobre todos,y es como punta de lo último que se desea, que esDios, como base de todos. De modo que, cuanto

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más se procede de la punta a la base, los desea-bles aparecen mayores; y ésta es la razón de que aladquirir los deseos humanos se ensanchen uno trasotro. A la verdad, este camino se pierde por error,como los senderos de la tierra; porque de igual ma-nera que de una ciudad a otra hay por necesidad uncamino inmejorable y derecho, y otro que se tuercey aparta, es decir, el que va a ese lugar, y otrosmuchos que se acercan o se alejan más o menos,así en la vida humana hay diversos caminos, uno delos cuales es el verdadero, y otro el más falaz, yotros ya menos falaces, ya menos verdaderos. Y delmismo modo que vemos que el que va derecho a laciudad cumple el deseo y da descanso tras de lafatiga, y el que va al contrario nunca lo cumple nipuede dar nunca descanso, así sucede en nuestravida, que el buen andador llega a su término y des-cansa; el erróneo, nunca lo alcanza, antes bien, congran fatiga del ánimo y con ojos golosos, mira siem-pre adelante. De aquí que, aunque esta razón noresponda del todo a la cuestión suscitada más arri-ba, al menos abre el camino a la respuesta; porquehace ver que nuestro deseo no se dilata sólo de unamanera. Mas como este capítulo es un tanto lato, enotro capítulo hemos de responder a la pregunta, y

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terminar la disputa que ora nos proponemos contralas riquezas.

- XIII - Respondiendo a la cuestión, digo que no sepuede decir que aumente propiamente el deseo deciencia, aunque, como se ha dicho ya, en ciertomodo se dilate. Porque lo que propiamente crece esporque es uno; y el deseo de la ciencia no es siem-pre uno, sino muchos, y acabado el uno, viene elotro; de modo que, hablando con propiedad su dila-tación no es crecimiento, sino tensión de cosa pe-queña o cosa grande. Porque si yo deseo saber losprincipios de las cosas naturales, apenas los sé,termina tal deseo; y si luego deseo saber qué son ycómo son cada uno de estos principios, ya es undeseo nuevo. Y por el advenimiento de éste no seme quita la perfección a que me llevó el otro; y estadilatación no es causa de imperfección, sino deperfección mayor. Lo de la riqueza a la verdad espropiamente crecimiento, que es siempre uno; demodo que ninguna sucesión se ve para término ni

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perfección algunos. Si el adversario pretende queasí como el saber los principios de las cosas natura-les es un deseo y otro el saber lo que son, así es undeseo el de tener cien marcos y otro el de tener mil,respondo que no es verdad, porque ciento es partede mil y tienen la misma relación que una parte dela línea y la línea entera, la cual se sigue con unsolo movimiento; y aquí no hay sucesión ni perfec-ción de movimiento en parte alguna. Mas conocer loque son los principios de las cosas naturales y loque cada uno es, no es parte uno de otro, y tienenla misma relación entre sí que tienen diversas líne-as; por las cuales no se procede un solo movimien-to, sino que una vez perfecto el movimiento de launa, se sucede el movimiento de la otra. Y así se veque no se ha de decir que es imperfecta la cienciapor el deseo de ciencia, cual se dice que lo son lasriquezas, como la pregunta exponía. Porque al de-sear la ciencia, acaban sucesivamente los deseos yllegan a perfección, y en el desear la riqueza, no; demodo que la cuestión está resuelta, y no ha lugar.

Muy bien puede aún calumniar el adversario,diciendo que, aunque muchos deseos se cumplancon la adquisición de la ciencia, nunca se llega alúltimo, lo cual es casi igual que la imperfección de

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aquello que no se termina y que es uno. Respónde-se aquí que no es cierto lo que se afirma, a saber:que nunca se llega el último; porque nuestros dese-os naturales, como se ha demostrado más arriba enel tercer Tratado, tienden a cierto término, y el de laciencia es natural, así que cumple cierto término,aunque pocos, por caminar mal, cumplan la jornada.Y quien entiende al comentarista en el tercero delAlma, esto extiende; y por eso dice Aristóteles en eldécimo de la Ética, hablando contra el poeta Simó-nides: «Que el hombre débese dedicar cuanto pue-da a las cosas divinas»; en lo cual demuestra quenuestra potencia se propone un fin cierto. Y en elprimero de la Ética dice que «el disciplinado pideque haya certeza en las cosas, según lo que en sunaturaleza tengan de ciertas». En lo cual se de-muestra que, no sólo por parte del hombre que des-ea, sino también por parte de lo cognoscible desea-do, débese alcanzar el fin; y por eso dice Pablo:«No más saber del que se haya menester, sinosaber con mesura». De modo que, sea cualquiera elmodo por que se considere el deseo de la ciencia,alcanza perfección, ya particular, ya generalmente;y por eso la ciencia perfecta tiene noble perfeccióncomo las malditas riquezas.

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Brevemente se ha de demostrar cuán dañosasson en su posesión, que es la tercera nota de suimperfección. Puédese ver que su posesión es da-ñosa, por dos razones: la una, porque es causa demal; la otra, porque es privación de bien. Es causade mal, porque hace, aun velando, temeroso y odio-so al poseedor. ¡Cuánto temor el de aquel que trasde sí siente riqueza, al caminar, al descansar, nosólo velando, sino cuando también duerme, y no portemor a perder su haber, mas con su haber la vida!Bien lo saben los míseros mercaderes que van porel mundo, pues que las hojas que el viento mueveles hacen temblar, cuando llevan riquezas consigo,y cuando van sin ellas, del todo seguros, hacérselesmás breve el camino con el cantar y hablar. Y poreso dice el sabio: «Si un caminante se echase aandar de vacío, cantaría aun a la vista de los ladro-nes». Y esto quiere decir Lucano en el quinto libro,cuando elogia la seguridad de la pobreza, diciendo:«¡Oh, segura facultad de la vida pobre! ¡Oh, estre-chas viviendas y muebles! ¡Oh, aun no comprendi-das riquezas de los dioses! ¿A qué templos ni quémuros sucedería tal, es decir, el no tener tumultoalguno, golpeando la mano de César?» Y tal diceLucano cuando recuerda cómo César fue de nochea la cabaña del pescador Amiclas para pasar el mar

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Adriano. ¿Y cuánto odio mio le tienen todos al po-seedor de riquezas, ya por envidia, ya por deseo dequitarle tal posesión? Tan cierto es esto, que mu-chas veces, contra la piedad debida, el hijo quiere lamuerte de su padre; y de esto tienen muchos ejem-plos manifiestos los latinos, tanto de la parte del Pocomo de la del Tíber. Y por eso Boecio, en el se-gundo de su Consolación, dice: «Ciertamente que laavaricia hace a los hombres odiosos. También esprivación de bien su posesión, porque poseyéndolasno hay generosidad, que es virtud, la cual es perfec-to bien y hace a los hombres rumbosos y queridos;lo cual no puede ser poseyéndolas, sino dejándolasde poseer». Por lo que Boecio, en el mismo libro,dice: «Es bueno el dinero cuando, transferido a losdemás por hábito de generosidad, no se posee yanada». Por lo cual es manifiesta su vileza en todassus señales, y de ahí que el hombre de recto deseoy verdadero conocimiento no las ama, y no amándo-las, no se une a ellas, antes bien, siempre lejos desí las quiere, a no ser en cuanto están ordenadas aun servicio necesario. Y es cosa de razón, porque loperfecto no se puede unir con lo imperfecto. Por loque vemos que la línea torcida no se junta nuncacon la derecha, y si hay alguna unión no es de líneaa línea, sino de punto a punto. Y de aquí se sigue

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que el ánimo recto, es decir, en el deseo, y verdade-ro, esto es, en el conocimiento, no se destruye porsu pérdida, como dice el texto al fin de esta parte. Ycon este efecto quiere probar el texto que son ríoque corre lejos de la enhiesta torre es la razón, osea de la nobleza; y por eso las riquezas no puedenquitar la nobleza a quien la tiene. Y de este modo sediscuten y reprueban las riquezas en la presentecanción.

- XIV - Reprobado el ajeno error, en lo que hace a aque-lla parte que en las riquezas se apoyaba, hemos dereprobarlo en aquella otra parte que decía ser eltiempo causa de la nobleza, al decir antigua rique-za; y esta reprobación se hace en la parte que co-mienza: No quieren que el villano noble se haga. Yprimeramente se reprueba por una razón de losmismos que así yerran; luego, para su mayor confu-sión, destrúyese esta razón también; y se hace estoal decir: Síguese, pues, de cuanto llevo dicho. Porúltimo se deduce que es manifiesto su error, y por

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tanto tiempo ya de proponerse la verdad; y haceesto cuando dice: Que al intelecto sano.

Digo, pues: No quieren que el villano noble sehaga. Donde se ha de saber que la opinión de losque yerran es que a un hombre primeramente villa-no nunca se le puede decir noble, y del mismo mo-do a quien hijo sea de villano. Y esto rompe sumisma opinión cuando dicen que se requiere tiempopara la nobleza al poner el vocablo antiguo; porquees imposible, siguiendo el proceso del tiempo, llegara la generación de nobleza, por esta su mismarazón, que se ha dicho, la cual descarta el que unhombre villano pueda llegar nunca a ser noble porsus obras, o por cualquier circunstancia; y descartael cambio de padre villano en hijo noble; porque si elhijo del villano es también villano, y su hijo, por serhijo de villano, lo es él asimismo, nunca se podráhallar el punto en que nobleza comience por proce-so de tiempo. Y si el adversario, queriéndose de-fender, dijese que empezara nobleza en el tiempoen que se haya olvidado la baja condición de losantecesores, respondo que tal es contrario a lo queellos dicen, pues que necesariamente habrá trans-formación de villanía en nobleza de un hombre a

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otro o de padre a hijo, lo cual es contrario a cuantoellos dicen.

Si el adversario se defendiese pertinazmente,diciendo que estas transformaciones pueden hacer-se cuando la baja condición de los antecesoresyace en olvido, aunque el texto no se cuide de esto,merece que la glosa responda. Y por eso respondoque de lo que dicen se siguen cuatro grandísimosinconvenientes, de modo que no puede haber bue-na razón.

Es el uno, que cuanto mejor fuese la Naturalezahumana tanto más difícil y tardía sería la generaciónde nobleza; lo cual es grande inconveniente, puestoque se conmemora la cosa cuanto mejor es, y tantomás causa de bien; y la nobleza se conmemoraentre los bienes. Y que esto es así se demuestra: sila gentileza o nobleza -que por ambas entiendo lomismo se engendrase en el olvido, cuanto másdesmemoriados fuesen los hombres, tanto máspronto se engendraría la nobleza, porque tanto máspronto vendría todo olvido. Conque cuanto másdesmemoriados fuesen los hombres, tanto máspronto serían nobles; y, por el contrario, cuantamejor memoria tuviesen, tanto más tardarían enennoblecerse.

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El segundo es que en cosa ninguna, excepto enlos hombres, podría hacerse esta distinción, a sa-ber: noble y vil, lo cual es grave inconveniente,puesto que en toda especie, de cosas vemos lasimágenes de nobleza o de vileza, por lo que fre-cuentes veces decimos a un caballo noble y a otrovil; y noble a un ladrón y a otro vil; y noble a unamargarita noble y vil a otra. Y que tal distinción nose podría hacer, demuéstrase así: si el olvido de losantecesores de baja condición es causa de nobleza,donde no hubo bajeza en los antecesores no pudohaber olvido; como quiera que el olvido es corrup-ción de la memoria, y en los animales, plantas yminerales no se advierten la bajeza y la alteza -porque han nacido en único e igual estado-, y enellos no puede haber generación de nobleza ni devillanía, puesto que una y otra se consideran comohábito y privación, que son posibles en un mismosujeto; y por eso no podría haber distinción entreuna y otra. Y si el adversario dijese que en las de-más cosas se entiende por nobleza la bondad de lacosa, y en los hombres el que no haya memoria desu baja condición, deberíase responder, no conpalabras, sino con cuchillo, a bestialidad tan grandecomo es el dar la bondad por causa a la nobleza de

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las demás cosas, y a la de los hombres, por princi-pio el olvido.

Es el tercero, que muchas veces apareceríaantes el engendrado que el genitor, lo cual es deltodo imposible; y esto se puede demostrar así: pon-gamos que Gerardo da Camino hubiese sido nietodel villano más vil que hubiera bebido nunca en elSil o en el Cagnano, y que aún no se hubiera olvi-dado la memoria de su abuelo. ¿Quién osará decirque Gerardo da Camino fuese hombre vil? ¿Y quiénno estará conmigo al decir que ha sido noble? Cier-to que nadie, por más que parezca presuntuoso,porque tal fue y lo será siempre su memoria. Y si nose hubiese olvidado la de su abuelo, como se dice,y fuese éste muy noble, y su nobleza se viese cla-ramente, antes hubiérale temido él que su genitor;lo cual es de todo punto imposible.

El cuarto es que habría hombre tenido por nobleluego de muerto, no habiéndolo sido vivo; lo cualsería lo más inconveniente; y esto se demuestraasí: pongamos que en el tiempo de Dardano seconservase memoria de sus antecesores de bajacondición, y pongamos que en el tiempo de Laome-donte hubiérase borrado tal memoria y llegado elolvido. Según la opinión adversa, Laomedonte fue

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noble y Dardano villano, en vida. Nosotros, a quie-nes no ha llegado la memoria de sus antepasados -los de Dardano, digo-, ¿diremos que Dardano,mientras vivió, fue villano, y que muerto es noble?; yno es, contra lo que dice, que Dardano fuese hijo deJúpiter, porque eso es fábula, la cual, discutiendofilosóficamente, no es de tener en cuenta, y aun sicon la fábula se quisiese detener al adversario, cier-tamente lo que la fábula encubre deshace todas susrazones.

- XV - Luego que, por su mismo sentido, la canción hademostrado que no se requiere tiempo para la no-bleza, de seguida se propone confundir la susodi-cha opinión, para que de tan falsas razones nadaquede en la mente que esté preparada, para la ver-dad; y hace esto cuando dice: Síguese, pues, decuanto llevo dicho.

Donde se ha de saber que si el hombre no pue-de convertirse de villano en noble, o de padre villa-

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no no puede nacer hijo noble, como antes se hasupuesto, en opinión de aquéllas, de los dos incon-venientes es menester seguir uno; es el uno que nohay ninguna nobleza; el otro, que en el mundosiempre ha habido muchos hombres, de modo queel género humano no ha descendido de uno sólo. Yesto se puede demostrar. Si la nobleza no se en-gendra de nuevo, como muchas veces se ha dichoque tal opinión pretende, no engendrándola el hom-bre villano en sí mismo, ni el padre villano en suhijo, el hombre es siempre tal cual nace; y nace talcual es el padre; y así el proceso de su condición seorigina en el primer padre; por lo cual, tal como fueel primer genitor, es decir, Adán, ha de ser todo elgénero humano, con lo que desde él hasta los mo-dernos no puede haber transformación alguna, poresa razón. Con que si Adán fue noble, todos somosnobles; y si fue villano, todos somos villanos; lo cualno es otra cosa que borrar la diferencia de estascondiciones, y así borrar las conclusiones mismas.Y esto dice lo que sigue a lo que antes se expuso:Que todos somos nobles o villanos. Y si no es así, aalguna gente se ha de decir noble, y otra villananecesariamente. Pues que la transformación devillanía en nobleza se ha borrado, es menester queel género humano descienda de diversos principios,

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es decir, de uno noble y otro villano; y tal dice lacanción cuando dice: O que no tuvo el hombre prin-cipio; y esto es de todo punto falso, según el filóso-fo, conforme a nuestra fe, que no puede mentir, ysegún la ley y creencia antigua de los gentiles; queaunque el filósofo no suponga el proceso desde unprimer hombre, con todo quiere que haya en todoslos hombres, una misma esencia, la cual no puedetener diversos principios. Y Platón quiere que todoslos hombres dependan de una idea tan sólo no más;lo cual es darles; un único principio. Y, sin duda,mucho se había de reír Aristóteles oyendo hacerdos especies del género humano, como de caballosy asnos; que -Aristóteles me perdone- asnos sepueden llamar los que así piensan. Porque, segúnnuestra fe -la cual ha de guardarse por entero-, eslo más falso, y por Salomón lo manifiesta, que allídonde hace distinción entre hombres y animalesbrutos, llama a todos aquéllos hijos de Adán; y hacetal cuando dice: «¿Quién sabe si los espíritus de loshijos de Adán van arriba y los de bestias abajo?» Yde que entre los gentiles era falso, he aquí el testi-monio de Ovidio en el primero de su Metamorfose-os, donde trata de la constitución mundial según lacreencia pagana, o de los gentiles, diciendo: «Naci-do es el hombre -no digo los hombres-, nacido es el

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hombre, ya que le hiciera el artífice de las cosas condivina simiente, ya porque la reciente tierra, pocoantes separada del noble éter, conservase las si-mientes del acuñado cielo, mezclando la cual con elagua del río el hijo de Japeto, es, a saber: Prometeocompuso a imagen de los dioses que todo lo go-biernan. Donde manifiestamente supone que elprimer hombre fue un solo ser; y por eso dice lacanción: Mas yo a tal no consiento; es decir, que elhombre no tuviese principio; y añade la canción: Niellos tampoco, no, si son cristianos; y no dice filóso-fos o sea gentiles, cuyas opiniones están tambiénen contra; por lo que la cristiana opinión tiene mayorvigor y deshace toda calumnia, merced a la sumaluz del cielo que la ilumina.

Luego, cuando digo que al intelecto sano mani-fiesto es cuán son sus dichos vanos, deduzco quesu error ha sido confundido; y digo que es tiempo deabrir los ojos a la verdad. Y digo tal cuando digo: Ydecir ora quiero, cual lo siento. Digo, pues, que porlo que se ha dicho es manifiesto a los intelectossanos, que los dichos de éstos son vanos, es decir,sin meollo de verdad. Y digo sanos no sin motivo.Pues se ha de saber que nuestro intelecto puededecirse sano y enfermo; y por intelecto digo esa

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parte noble de nuestra alma, que con vocablocomún suele llamarse mente. Se puede decir sano,cuando por maldad de alma o de cuerpo no está ensu ejercicio, que es conocer lo que las cosas son,cormo quiere Aristóteles en el tercero del Alma.

Que, conforme a la maldad del alma, he vistotres horribles enfermedades en la mente de loshombres. Es la una causada por natural jactancia,porque son muchos los presuntuosos que creensaberlo todo; y de aquí las cosas inciertas comociertas las afirman; lo cual abomina Tulio, más quenada, en el primero de los Offici, y Tomás en suContra gentiles, diciendo: Hay muchos tan presun-tuosos de su ingenio, que creen poder medir todaslas cosas con su opinión, estimando verdad cuantoa ellos les parece tal, y falso lo que no creen». Y deaquí acaece que nunca logran doctrina, creyéndosesuficientemente adoctrinados por sí mismos, nuncapreguntan, no escuchan, desean ser preguntados,y, una vez que se les ha hecho la pregunta, contes-tan mal. Y de éstos dice Salomón en los Proverbios:¿Visteis al hombre rápido en responder? De él seha de esperar más bien estulticia que discreción. Laotra tiene por causa la natural pusilanimidad, quehay muchos tan vilmente obstinados, que no pue-

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den creer que ni ellos ni otros puedan saber lascosas; y estos tales nunca investigan por sí, ni ra-zonan, ni se curan de lo que otro dice. Y contraéstos habla Aristóteles en el primero de la Ética,diciendo que «hay pocos atentos a la filosofía mo-ral». Éstos viven siempre groseramente, como bes-tias, desesperados de toda doctrina. La tercera tie-ne por causa la liviandad de naturaleza; porque haymuchos de tan liviana fantasía, que en todas susargumentaciones se dejan llevar, y antes de silogi-zar ya han deducido, y de una conclusión van tras-volando a otra, y les parece que argumentan muysutilmente, y no se mueven de ningún principio, yasí ninguna cosa ven verdadera en su fantasear. Yde éstos dice el filósofo que no hemos de cuidarnosni tener trato con ellos, diciendo en el primero de laFilosofía que contra el que niega los principios «nose debe discutir». Y de estos tales hay muchos idio-tas que no saben el abecé, y querrían discutir deGeometría, de Astrología y de Física.

Y conforme a la maldad, o defecto de cuerpo,puede no estar sana la mente, ya por defecto dealgún principio de nacimiento, como los mentecatos;ya por alteración del cerebro, como los frenéticos. Yde esta enfermedad de la mente trata la ley cuando

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el Inforziato dice: «En el que hace testamento serequiere en el tiempo en que el testamento hacesanidad de cuerpo, no de mente». Por lo que esmanifiesto a aquellos intelectos sanos que no estánenfermos por maldad de ánimo o de cuerpo, sinolibres y expeditos para la luz de la verdad, que laopinión de la gente que se ha dicho es vana, esdecir, sin valor.

Después añade que yo también los juzgo falsosy vanos, y así pues, los repruebo; y esto hagocuando digo: Y yo también por falsos los repruebo.Y después digo que se ha de mostrar la verdad; ydigo que hay que demostrar qué es nobleza y cómose puede conocer al hombre en que reside; y digoesto en: Y decir ora quiero, cual lo siento.

- XVI - «El rey se alegrará en Dios, y serán alabadostodos aquellos que juran en él, porque cerrada estála boca de los que hablan cosas inicuas». Estaspalabras puedo anteponer aquí, porque todo verda-

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dero rey debe amar más que nada la verdad. Y asíestá escrito en el libro de la Sabiduría: «Amad la luzde sabiduría, vosotros los que presidís a los pue-blos»; y la luz de la sabiduría es la propia verdad.Digo, pues, que por eso se alegrarán todos los re-yes, porque se ha reprobado la falsa y dañosísimaopinión de los hombres malvados y engañados, quede nobleza han hablado inicuamente hasta ahora.

Es menester proceder a tratar la verdad, confor-me a la división hecha más arriba en el tercer capí-tulo del presente Tratado. Esta segunda parte,pues, que comienza: Digo que toda virtud principal-mente se propone determinar la nobleza según laverdad; y esta parte se divide en dos: en la primerade las cuales quiérese mostrar lo que la nobleza es,y en la segunda, como se puede conocer a aquéldonde reside; y comienza esta segunda parte: Haynobleza donde quiera que hay virtud.

Para entrar con perfección en el Tratado, se hande ver primeramente dos cosas. Una es lo que porla palabra nobleza se entiende, considerada sim-plemente; la otra es el camino por que se ha de irpara buscar la definición susodicha. Digo, pues, quesi queremos considerar la manera común de hablar,por la palabra nobleza se entiende perfección de la

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propia naturaleza en toda cosa. Así pues, no sólo alhombre se atribuye, sino también a las cosas todas;porque el hombre dice noble piedra, noble planta,noble caballo, noble halcón, a todo aquello que seaperfecto por naturaleza. Y por eso dice Salomón enel Eclesiastés: «Bienaventurada la tierra cuyo rey esnoble», que no quiere decir sino «cuyo rey es per-fecto, según su perfección de alma y de cuerpo»; ytambién lo manifiesta en lo que antes dice, al decir:¡Ay de ti, tierra, cuyo rey es párvulo por su edad,mas por sus costumbres desordenadas y por defec-to de vida!», como enseña el filósofo en el primerode la Ética. Hay algunos necios que creen que conla palabra noble se entiende el ser de muchos co-nocido y nombrado; y dicen que procede de un ver-bo que significa conocer, es decir, nosco; mas estoes sobremanera falso. Porque, si así fuese, aquellascosas que más nombradas y conocidas fuesen ensu género, más nobles en su género serían;. y así laaguja de San Pedro sería la piedra más noble delmundo, y Asdente, el zapatero de Parma, sería másnoble que ninguno de sus ciudadanos, y Albuinodella Scala sería más noble que Guido da Castellodi Reggio; cosas éstas falsísimas todas. Y, por, lotanto, es falso proceda de conocer, sino que proce-de de no vil; y así noble es como no vil. Esta perfec-

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ción pretende el filósofo en el séptimo de la Física,cuando dice: «Toda cosa es sobremanera perfecta,cuando logra y añade en virtud propia»; y entonceses sobremanera perfecta conforme a su naturaleza.Así pues, puede decirse, perfecto el círculo cuandoes verdaderamente círculo, es decir, cuando añadesu propia virtud; entonces está en toda su naturale-za y entonces se puede decir círculo noble. Y acae-ce esto cuando en el lugar hay un punto que disteigualmente de la circunferencia. Pierde su virtud elcírculo que tiene figura de huevo, y no es noble,como tampoco que tiene casi figura de huevo, y noes noble, como tampoco que tiene casi figura deluna llena, porque no está en él perfecta su natura-leza. Y así se ve manifiestamente que generalmenteesta palabra Nobleza significa en todas las cosasperfección de su naturaleza, y esto es lo primeroque se busca, para mejor entrar en el Tratado de laparte que nos proponemos exponer. En segundolugar, hemos de ver cuál es el camino para encon-trar la definición de humana nobleza, que el presen-te proceso se propone. Digo pues, que como quieraque en todas aquellas cosas de la misma especie,como son los hombres, no se puede definir su inme-jorable perfección por los principios esenciales, esmenester definir y conocer aquélla por sus efectos,

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y por eso se lee en el Evangelio de San Mateo,cuando dice Cristo: «Guardaos de los falsos profe-tas; por sus frutos los conoceréis». Y por el caminoderecho se ve esta definición, que se va buscandopor los frutos, que son virtudes morales e intelectua-les, las cuales siembra nuestra nobleza, como en sudefinición se manifestará plenamente. Y éstas sonlas dos cosas que era menester ver, antes de pro-ceder a otras, como se dice en el capítulo de másarriba.

- XVII - Luego que se han visto las dos cosas que parec-ía conveniente ver antes de proceder con el texto,hemos de seguir con éste; y dice y comienza así:Digo que toda virtud principalmente procede de unaraíz, virtud entiendo, que hace al hombre feliz en suejercicio; y añade: Es éste (según la Ética dice) unhábito de elección; exponiendo la definición de lavirtud moral, según la define el filósofo en el segun-do de la Ética. En lo cual se entienden dos cosas:una, es que toda virtud proceda de un principio; la

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otra, es que estas virtudes todas sean las virtudesmorales de que se habla, y esto se manifiesta aldecir: Es ésta, según la Ética dice. Donde se ha desaber que nuestros frutos más propios son las virtu-des morales, porque están por doquier en nuestropoder, y son diversamente distinguidas y enumera-das por los filósofos. Mas como quiera que allí don-de abrió la boca la divina opinión de Aristóteles mepareció que debía dejarse a un lado toda otra, sien-do mi intención decir brevemente cuáles son éstas,según su opinión, seguiré hablando de ellas. Onceson las virtudes enumeradas por el filósofo.

La primera se llama Fortaleza, la cual es arma yfreno para moderar nuestra audacia y temeridad enlas cosas que son corrupción de nuestra vida.

La segunda es Templanza, la cual es regla yfreno de nuestra gala y de nuestra excesiva absti-nencia en las cosas que nuestra vida conservan.

La tercera es Liberalidad, la cual es moderadorade nuestro dar y recibir las cosas temporales.

La cuarta es Magnificencia, la cual es moderado-ra de los grandes dispendios, haciéndolos y conte-niéndolos en ciertos límites.

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La quinta es Magnanimidad, la cual es modera-dora y conquistadora de los grandes honores y fa-ma.

La sexta es Amante de las honras, la cual nosmodera y regula en cuanto a los honores de estemundo.

La séptima es Mansedumbre, la cual moderanuestra ira y nuestra excesiva paciencia contranuestros males exteriores.

La octava es Afabilidad, la cual nos hace convivirbuenamente con los demás.

La novena se llama Verdad, la cual nos moderaen el envanecernos más de lo que somos y en elrebajarnos en nuestro discurso.

La décima llaman Eutrapelia, la cual nos moderaen el solaz, haciéndonos usar de él debidamente.

La undécima es Justicia, la cual nos dispone aamar y a obrar a derechas en todas las cosas.

Cada una de estas virtudes tiene dos enemigoscolaterales, es decir, vicios: uno por exceso y otro

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por defecto. Y están aquéllas en el medio de éstos,y nacen todas de un solo principio, a saber: delhábito de nuestra buena elección. Por lo que, gene-ralmente, se puede decir de todas que son Hábitoelectivo consistente en el medio. Y éstas son lasque hacen al hombre bienaventurado, o sea feliz, ensu ejercicio, como dice el filósofo en el primero de laÉtica, cuando define la Felicidad diciendo que laFelicidad es obrar conforme a la virtud en vida per-fecta. Muchos ponen la Prudencia, es decir el Sen-tido, entre las virtudes morales; mas Aristóteles laenumera entre las intelectuales, no obstante seaconductora de las virtudes morales y muestre elcamino por el cual se logran y sin el cual no puedeexistir.

Verdaderamente, se ha de saber que podemostener en esta vida dos felicidades, según los dosdiversos caminos, bueno y óptimo, que a tal nosllevan: una es la vida activa; la otra, la contemplati-va, la cual -no obstante por la activa se llegue, cor-mo se ha dicho, a buena felicidad- lleva a óptimafelicidad y bienaventuranza, según prueba el filósofoen el décimo de la Ética. Y Cristo lo afirma por suboca en el Evangelio de Lucas, al hablar a Marta,respondiéndole: «Marta, Marta, eres muy solícita y

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te afanas por muchas cosas; en verdad, una solacosa es necesaria», es decir, lo que haces; y añade:«María ha elegido óptima parte y no le será arreba-tada». Y María, según está escrito anteriormente aestas palabras del Evangelio, sentada a los pies deCristo, ningún cuidado mostraba por el ministerio dela casa; mas sólo oía las palabras del Salvador. Así,pues, si tal queremos explicar moralmente, quisoNuestro Señor mostrar con esto que la vida con-templativa era óptima, por más que fuese buena laactiva; lo cual es manifiesto a quien quiere poneratención en las palabras evangélicas. Podría, sinembargo, decir alguien, argumentando en contramía: pues que la felicidad de la vida contemplativaes más excelente que la de la activa, y una y otrapuedan ser y sean fruto y fin de la nobleza, ¿porqué no se procedió más bien por el camino de lasvirtudes intelectuales que por el de las morales? Alo cual se puede responder brevemente que en todadoctrina se ha de respetar la facultad del discípulo yllevarlo por el camino que le sea más leve. Por loque, dado que las virtudes morales parecen ser yson más comunes, más conocidas y requeridas quelas demás y están unidas en su aspecto exterior, útily conveniente fue proceder más bien por ese cami-no que por el otro; que igualmente se viene a cono-

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cimiento de las abejas, razonando por el fruto de lacera, cormo por el fruto de la miel, puesto que uno yotro de ellas proceden.

- XVIII - En el capítulo precedente se ha determinadocómo toda virtud moral procede de un solo principio,es decir, buena y habitual elección, y tal dice el tex-to presente hasta aquella parte que comienza: Digoque la nobleza en su razón. En esta parte, pues, seprocede por vía probable para saber que toda virtudsusodicha, singular o generalmente considerada,procede de nobleza, como efecto de su causa, yfúndase sobre una proposición filosófica que diceque cuando acaece que dos cosas se juntan enuna, ambas se deben reducir a una tercera, o la unaa la otra, como el efecto a la causa; porque unacosa tenida primero y por sí no puede serlo sino poruno, y si ambas no fueran efecto de una tercera, ola una de la otra, ambas tendrían aquella cosa pri-meramente, y por sí, lo cual es imposible.

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Digo, pues, que nobleza y tal virtud, es decir,moral, tienen de común que una y otra llevan consi-go la alabanza de aquel a quien se les atribuye, yesto, cuando dice: porque en el mismo dicho con-vienen ambas y en el mismo efecto; es decir, alabary creer ensalzado a quien dice pertenecer.

Y luego concluye tomando la virtud de la propo-sición antedicha, y dice que por eso es menesterque la una proceda de la otra o ambas de una terce-ra, y añade que más bien se ha de presumir que launa proceda de la otra, que las dos de una tercera,si se ve que la una tanto como la otra vale y aúnmás, y dice así: Mas si la una lo que la otra vale.Donde se ha de saber que aquí no se procede pordemostración necesaria, como sería el decir que elfrío engendra el agua y nosotros vemos las nubes;significa bella y conveniente inducción; porque si ennosotros hay muchas cosas de alabar y en nosotrosreside el principio de nuestras alabanzas, es derazón deducir éstas a tal principio, y aquel quecomprende más cosas, es de razón que sea tenidopor principio de ellas y no ellas por principio deaquél. Y así el tronco del árbol que a todas las de-más ramas comprendes debe llamársele principio ycausa de éstas y no de aquél; y así la nobleza, que

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comprende toda virtud -como la causa comprendeel efecto- y otras muchas obras nuestras de alabar,debe tenerse por tal que la virtud se reduzca a ello,antes que a otra tercera que en nosotros resida.

Por último, dice que lo que se ha dicho -es decir,que toda virtud moral procede de una raíz y que talVirtud y Nobleza convengan en una cosa. como seha dicho más arriba, y que por eso es menesterreducir la una a la otra o ambas a una tercera, y quesi la una vale lo que la otra y más procede de ella yno de otra tercera- todo está presupuesto, es decir,ordenado y preparado, para lo que antes se preten-de. Y así termina este verso y esta parte.

- XIX - Pues que en la parte precedente se han tratadotres cosas determinadas, que eran necesarias paraver cómo se puede definir esta cosa de que sehabla, hay que proceder a la segunda parte, quecomienza: Hay nobleza donde quiera que hay vir-tud. Y ésta hay que dividirla en dos partes. En la

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primera se demuestra alguna cosa que antes se haseñalado y no probado; en la segunda, concluyen-do, se halla la definición que se va buscando, ycomienza esta segunda parte: Conque vendrá comodel negro el pérsico.

Para evidencia de la primera parte se ha de re-cordar lo que más arriba se dice, que si la noblezavale y se extiende más que la virtud, la virtud proce-derá más bien de ella. Cosa que ora en esta parteprueba, es decir, que la nobleza se extiende más ypone por ejemplo al cielo, diciendo que allí dondehay virtud hay nobleza. Y aquí se ha de saber que -como está escrito en la razón y por regla de razónse tiene- para aquellas cosas que son de por símanifiestas, no es menester demostración, y nadahay tan manifiesto como que está la nobleza allídonde está la virtud, y vemos llamar noble a todacosa de su naturaleza. Dice, pues: Como es cielo,por doquier hay estrellas; y esto no es verdad, sinoviceversa; así, hay nobleza donde hay virtud y novirtud donde hay nobleza. Y con hermoso y ade-cuado ejemplo. Porque verdaderamente es cielodonde relucen muchas y diversas estrellas; relucenen ella las virtudes intelectuales y morales; relucenen ella las buenas disposiciones conferidas por la

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naturaleza, a saber: la Piedad y la Religión, y laspasiones laudables, es decir, Vergüenza, Misericor-dia y otras muchas; relucen en ella las bondadescorporales, es decir, la Belleza, la Fortaleza, y casiperpetúa la Validez. Y tantas son las estrellas queen su cielo se extienden, que ciertamente no es demaravillar que den muchos y diversos frutos en lahumana nobleza: tantas son las naturalezas y po-tencias de aquéllas, reunidas y comprendidas bajouna simple substancia, en las cuales, como en di-versas ramas, fructifica por modo diverso. Cierta-mente, casi me atrevo a decir que la humana Natu-raleza, en cuanto hace a sus muchos frutos, sobre-puja a la del ángel, aunque la angélica en su unidadsea más divina. De esta nuestra nobleza, que entantos y tales frutos fructificaba, se dio cuenta elsalmista, cuando hizo aquel salmo que comienza:«Señor Dios nuestro: cuán admirable es tu nombreen toda la tierra»; allí donde alaba al hombre, comomaravillándose del divino afecto a la humana criatu-ra, diciendo: «¿Qué es el hombre, que tú Dios lovisitas? Le has hecho poco menor que los ángeles,de gloria y honor lo has coronado y puesto en él laobra de tus manos». En verdad, pues, hermosa yadecuada fue tal comparación del cielo a la humananobleza.

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Luego, cuando dice: En las damas y en la edadjuvenil, prueba lo que digo, demostrando que lanobleza se extiende hasta allí donde no alcanza lavirtud, y dice: vemos esta salud -señalando a lanobleza, que es el bien y la salud verdadera- allídonde hay vergüenza, es decir, ocasión de des-honor, como en las damas y en las jóvenes, dondela vergüenza es buena y laudable; la cual vergüen-za no es virtud, sino cierta pasión buena. Y dice: Enlas damas y en la edad juvenil, es decir en los jóve-nes; porque, según la opinión del filósofo en el cuar-to de la Ética, «la vergüenza no es de alabar ni estábien en los viejos y en los hombres estudiosos»,porque ellos han de guardarse de aquellas cosasque a la vergüenza les inducen. A los jóvenes y alas damas no se les pide tanto de obra tal, y por esoen ellas es de alabar el recibir por la culpa el miedodel deshonor; lo cual de naturaleza procede. Y sepuede creer que su temor es de nobleza, como ladesfachatez, vileza e ignominia. Por lo que es ópti-ma señal en los párvulos e imperfectos de edad, elque después de la falta se pinte la vergüenza en surostro; lo que es fruto de verdadera nobleza.

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- XX - Cuando después sigue: Con que vendrá comode negro el pérsico, procede el texto a la definiciónque de Nobleza se busca; y por lo cual se verá quées esta nobleza de que tanta gente habla errónea-mente. Dice, pues, deduciendo de lo que antes seha dicho, conque toda virtud, o sea su generación,es decir, el hábito electivo consistente en el medio,vendrá de ésta, es decir, la nobleza. Y pone porejemplo los colores, diciendo: del mismo modo queel pérsico procede del negro, así ésta, es decir, lavirtud, procede de la nobleza. El pérsico es un colormixto de purpúreo y negro; mas vence el negro, ypor él se denomina; y así la virtud es una cosa mixtade nobleza y de pasión: mas como la nobleza lavence, la virtud por ella se denomina y se llamaBondad.

Luego después argumenta, por lo que se hadicho, que nadie, porque pueda decir: Yo soy de talestirpe, debe creer que pertenece a ella si no semuestran, en él sus frutos. Y al punto da la razón deello diciendo que los que tal gracia, es decir, estadivina cosa, poseen, son casi como Dioses, sinmácula de vicio. Y eso no lo puede dar sino Dios tan

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sólo, después del cual no hay elección de persona,como las Divinas Escrituras manifiestan. Y no leparezca a nadie que es hablar demasiado alto eldecir: Que son casi Dioses; porque, como más arri-ba, en el séptimo capítulo del tercer Tratado, seargumenta, así como hay hombres vilísimos y bes-tiales, así también hay hombres nobilísimos y divi-nos. Y tal demuestra Aristóteles en el séptimo de laÉtica por el texto del poeta Homero. Así, pues, nodiga aquel de los Uberti de Florencia, ni aquel de losVisconti de Milán: «Pues que soy de tal estirpe, soynoble»; porque la divina semilla no cae en la estirpe,sino en los individuos, y como más adelante se de-mostrará, la estirpe no ennoblece a los individuos,sino que los individuos ennoblecen la estirpe.

Luego, cuando dice: Que sólo Dios el alma leotorga, se hace referencia al susceptivo, es decir, alsujeto en que el divino don desciende, que don esdivino, según el dicho del Apóstol: «Todo óptimoobsequio y todo don perfecto, de arriba procede,pues que desciende del padre de las luces». Dice,pues, que Dios sólo concede esta gracia al alma deaquel a quien se ve perfectamente dispuesto en supersona para recibir este divino acto. Porque, segúndice el filósofo en el segundo del Alma, «las cosas

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han de estar dispuestas por sus agentes para recibirsus actos». Por lo que si el alma está imperfecta-mente colocada, no está dispuesta para recibir estabendita y divina infusión; como si una piedra marga-rita está mal dispuesta o es imperfecta, no puederecibir la virtud celestial, como dijo el noble GuidoGuinizelli en una canción suya que comienza: Encor gentil repara siempre Amor. Puede, pues, noestar bien colocada el alma de la persona por defec-to de complexión, y tal vez por falta de tiempo; yentonces no resplandece en ella el divino rayo. Ypueden decir estos tales cuya alma está privada deluz, que son como valles que miran al aquilón, ocomo subterráneos adonde nunca desciende la luzdel sol, sino reflejada de otra parte iluminada poraquélla.

Por último, concluye y dice que por lo que antesse ha dicho, esto es, que la virtudes son fruto denobleza y que Dios las pone en el alma bien asen-tada, en algunos -es decir, a los que tienen intelec-to, que son pocos-, prende la semilla de felicidad. Ymanifiesto es que nobleza humana no es otra cosaque simiente de felicidad puesta por Dios en el almabien dotada; es decir, aquella cuyo cuerpo estáperfectamente dispuesto en todas sus partes. Por-

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que si las virtudes son fruto de nobleza y la felicidades dulzura comparada, manifiesto es ser la noblezasimiente de felicidad, como se ha dicho. Y si bien seconsidera, esta definición comprende las cuatrocausas: la material, en cuanto dice: en el alma biendotada, que es materia y sujeto de nobleza; la for-mal, en cuanto dice: que es simiente; la eficiente, encuanto dice: Puesta por Dios en el alma; la final, encuanto dice: de felicidad. Y así se define nuestrabondad, la cual a nosotros desciende de suma yespiritual virtud, como la virtud a la piedra de nobilí-simo cuerpo celestial.

- XXI - Para que se tenga más perfecto conocimiento dela humana bondad, según la cual existe en nosotrosel principio de todo bien, que se llama nobleza,hemos de explicar en este capítulo especial cómodesciende en nosotros tal bondad; primeramente,por modo natural, y luego, por modo teológico, esdecir, divino y espiritual. Primeramente, se ha desaber que el hombre está compuesto de alma y

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cuerpo; mas el alma es aquella, como se ha dicho,que está a guisa de simiente de la virtud divina. Enverdad, diferentes filósofos hablaron diversamentede la diferencia de nuestras almas; que Avicena yAlgacel opinaban que en sí mismas y por su princi-pio eran nobles y viles. Platón y otros opinaron queprocedían de las estrellas y que eran tanto más omenos nobles, según la nobleza de su estrella.Pitágoras quería que todas fuesen de igual nobleza,y no sólo las humanas, mas con las humanas, lasde los animales brutos y de las plantas, y las formasde los minerales; y digo que toda la diferencia esta-ba en las formas corporales. Si cada cual defendie-se ahora su opinión, pudiera ser que la verdad estu-viese en todas. Mas como a primera vista parecenun tanto apartados de la verdad, no hemos de pro-ceder según ellas, mas según la opinión de Aristóte-les y de los peripatéticos. Y por eso digo que cuan-do la semilla humana cae en su receptáculo, esdecir, en la matriz, lleva consigo la virtud del almagenitora, las virtudes del cielo y la virtud de los ele-mentos ligados, es decir la complexión; y madura ydispone la materia a la virtud formadora, dada por elalma del genitor. Y la virtud formadora prepara losórganos para la virtud celestial, que produce por lapotencia de la semilla el alma en la vida. La cual,

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apenas producida, recibe, por la virtud del motor delcielo, el intelecto posible, el cual trae consigo enpotencia todas las formas universales, según exis-ten en su productor, y tanto menos cuanto másapartado está de la primera inteligencia.

No se maraville nadie si hablo de una maneraque parece difícil de entender; porque a mí mismome maravilla el que tal producción pueda llevarse acabo y verse con el intelecto; y no es cosa que seexpresa con la lengua, lengua, digo, verdaderamen-te vulgar. Porque yo quiero decir como el apóstol:¡Oh, altura de los tesoros de sabiduría de Dios,cuán incomprensibles son tus juicios y cuán indis-cernibles tus caminos!» Y como la complexión de lasemilla puede ser mejor y menos buena, y la dispo-sición del sembrador puede ser mejor y menos bue-na, y la disposición del cielo para este efecto puedeser buena, mejor y óptima -la cual varía con lasconstelaciones, que continuamente se transforman-,acaece que esta humana semilla y estas virtudesproducen un alma más o menos pura. Y conforme asu fuerza, desciende a ella la virtud intelectual posi-ble, que se ha dicho y como se ha dicho. Y si acae-ce que por la pureza del alma recipiente la virtudintelectual está bien abstraída y absuelta de toda

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sombra corpórea, multiplícase en ella la divina bon-dad, como en cosa que es suficiente para recibirla;y por lo tanto, se multiplica en el alma de esta inteli-gencia, según puede recibir. Ésta es la semilla defelicidad de que se habla.

Y está de acuerdo con la opinión de Tulio en elde Senectud, en que hablando en nombre de Catón,dice: «Por lo cual descendió en nosotros el almacelestial, venida del altísimo habitáculo a un lugarcontrario a la naturaleza divina y a la eternidad. Yen este alma está su virtud propia, y la intelectual yla divina, es decir, la influencia que se ha dicho; porlo cual, está escrito en el libro de las Causas: «Todaalma noble tiene tres operaciones, a saber: animal,intelectual y divina. Y algunos hay que opinan que sitodas las virtudes precedentes se concertasen paraproducir un alma, en su mejor disposición, tantasería la parte que de la deidad descendería en ella,que casi sería un Dios encarnado; y esto es casitodo lo que por vía natural se puede decir.

Por vía teológica se puede decir que, pues lasuma deidad, esto es, Dios, ve preparada su criatu-ra para recibir su beneficio, tanta es su generosidadcuarto está preparada para recibirla. Y como quieraque estos dones proceden de inefable caridad, y la

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divina caridad es propia del Espíritu Santo, de aquíque se les llame dones del Espíritu Santo. Los cua-les, según los distingue el profeta Isaías, son siete,a saber: sabiduría, intelecto, consejo, fortaleza,ciencia, piedad y temor de Dios. ¡Oh, buenas cose-chas y buena y admirable simiente! ¡Oh, admirabley buen sembrador, que no esperas sino a que laNaturaleza humana te prepare la tierra para sem-brar! ¡Oh, bienaventurados aquellos que tal simientecultivan como es menester! Donde se ha de saberque el primero y noble tallo que de esta simientegermina para dar su fruto, será el apetito del ánimo,que en griego se llama hormen. Y si no es cultivadoy sostenido derecho por buena costumbre, pocovale la siembra, y más valiera no haberlo sembrado.Y por eso quiere San Agustín y aun Aristóteles, enel segundo de la Ética, que el hombre se afane enhacer bien y refrenar sus pasiones, para que estetallo que se ha dicho se endurezca por buena cos-tumbre y se afirme en su rectitud, de modo quepueda fructificar y salir de su fruto la dulzura de lahumana felicidad.

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- XXII - Uno de los mandamientos de los filósofos mora-les que han hablado de beneficios, es que el hom-bre debe su ingenio y solicitud en que sus benefi-cios sean todo lo útiles posible para quienes losrecibe. Por lo cual yo, queriendo obedecer tal man-dato, me propongo que este Convivio mío sea lomás útil que yo pueda. Y como en este punto se mepresenta ocasión de poder hablar algo de la dulzurade la humana felicidad, creo que no se puede hacerrazonamiento más útil a quienes no la conocen;porque, como dice el filósofo en el primero de laÉtica, y Tulio en el del Fin de los Bienes, mal puedeseguir a la bandera quien antes no la ve; y así malpodía ir a esta dulzura quien antes no la divisa. Porlo cual, como quiera que ella es nuestro final des-canso por el cual vivimos y hacemos nuestrasobras, es utilísimo y necesario ver este signo paradirigir a él el arco de nuestra obra. Y hase de alabar,sobre todo, a aquel que la muestra a quienes no loven.

Dejando, pues, a un lado la opinión que a esterespecto tuvo el filósofo Epicuro y la de Zenón, quie-ro venir sumariamente a la veraz opinión de Aristó-

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teles, y los demás peripatéticos. Como se ha dichomás arriba, de la divina bondad, en nosotros sem-brada e infusa al principio de nuestra generación,nace un tallo, que los griegos llaman hormen, esdecir, apetito del ánimo natural. Y del mismo modoque los sembrados cuando nacen se asemejanestando en los campos, y luego se van poco a pocodesemejando, así este natural apetito que por ladivina gracia surge, al principio muéstrase casi igualal que sólo por la Naturaleza demudamente viene,mas con el que tiene gran semejanza, como la hier-becilla de los diversos cereales. Y no sólo con loscereales, mas con los hombres y en las bestiastiene semejanza. Y esto demuestra que todo ani-mal, apenas nacido, lo mismo el racional que elbruto, a sí mismo ama, y teme y huye de aquellascosas que le son contrarias y las odia, procediendoluego como se ha dicho. Y comienza una desigual-dad entre ellos en el proceder de este apetito, por-que el uno lleva un camino, y el otro, otro. Comodice el apóstol: «Muchos corren al palio, mas unosólo es el que lo coge»; así estos humanos apetitospor diversas calles parten del principio, y una solacalle, es la que a nuestra paz nos conduce. Y poreso, dejando a un lado a todos los demás con elTratado, se adelante a lo que bien empieza.

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Digo, pues, que desde el principio ama a sí mis-mo, aunque indistintamente. Luego va distinguiendolas cosas que prefiere y las que le son más o menosodiosas, y sigue y huye, más o menos, según dis-tingue la conciencia, no solamente en las demáscosas que ama en segundo lugar, sino que tambiéndistingue en sí lo que ama principalmente. Y al co-nocer en sí diversas partes, más ama las más no-bles que tiene. Y como quiera que es parte másnoble del hombre el ánimo que el cuerpo, aquélprefiere; y así, amándose a sí mismo principalmen-te, y por sí las demás cosas, y prefiriendo la mejorparte de sí mismo, manifiesto es que ama más alánimo que al cuerpo u otra cosa; el cual ánimo, másque otra cosa, debe naturalmente amar. Conque sila mente deleitase siempre en el uso de la cosaamada, que es fruto de amor en la cosa que sobre-manera se ama, el uso es sobremanera deleitoso.El uso de nuestro ánimo nos es sobremanera delei-toso, y lo que nos es sobremanera deleitoso esnuestra felicidad y nuestra bienaventuranza, másallá de la cual no hay ningún deleite mayor ni semuestra ningún otro; como puede ver quien bienconsidere la precedente argumentación.

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Y que no diga nadie que todo apetito es ánimo,porque aquí se entiende por ánimo solamente loque respecta a la parte racional, esto es, la voluntady el intelecto. De modo que si se quisiese llamaránimo al apetito sensitivo, aquí no ha lugar la ins-tancia ni puede tenerlo; porque nadie duda que elapetito racional es más noble que el sensual, y, porlo tanto, más armable; y así lo es éste de que ahorase habla.

A la verdad, el uso de nuestro ánimo es doble,es decir, práctico y especulativo -práctico es tantocuanto operativo-, y uno y otro sobremanera delei-tosos; aunque mal lo sea el de la contemplación,como más arriba se ha dicho. El del práctico consis-te en que obremos virtuosamente, es decir, hones-tamente, con prudencia, con templanza, con fortale-za y con justicia; el del especulativo consiste, no enobrar nosotros, sino en considerar las obras de Diosy de la Naturaleza. Y uno y otro uso son nuestrabienaventuranza y suma felicidad, como puede ver-se. La cual es la dulzura de la semilla susodicha,como ahora se ve manifiestamente, a la que mu-chas veces no llega esta semilla, por haber sido malcultivada o por haberse desviado su producción.Igualmente puede hacerse, con muchas correccio-

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nes y cultivo, que allí donde la semilla no cae alprincipio, puédese llevar en su proceso, de modoque llega a dar fruto. Y es casi injertar una naturale-za ajena sobre distinta raíz. Así pues, no hay nadiea quien pueda excusársele; porque si en su raíznatural no tiene el hombre esta semilla, puede muybien tenerla por vía de injerto. Así, ha habido tantosque de hecho se injertaron cuantos son los que sedesvían de la buena raíz.

A la verdad, de estos usos, el uno está muchomás lleno de bienaventuranzas que el otro; el cuales el especulativo, que, sin mixtificación alguna,úsalo nuestra parte más noble, la cual, por el amorradical que se ha dicho, es sobremanera amable,como lo es el intelecto. Y esta parte no puede teneren esta vida su perfecto uso, el cual es ver a Dios -que es lo sumo inteligible-, sino en cuanto el intelec-to lo considera y lo mira por sus efectos. Y que no-sotros pedimos esta bienaventuranza suma y no laotra -es decir, la de la vida activa- nos lo enseña elEvangelio de Marcos, si bien lo consideramos. DiceMarcos que María Magdalena y María Jacobita yMaría Salomé fueron a buscar al Salvador al sepul-cro y no le hallaron a él; mas hallaron a un jovenvestido de blanco, que les dijo: «Preguntáis por el

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Salvador, y yo os digo que no está aquí; mas poreso no hayáis temor; mas id y decid a sus discípu-los y a Pedro que los precederá en Galilea, y allí loveréis, como os dijo». Por estas tres mujeres pue-den entenderse las tres sectas de la vida activa, esdecir, los epicúreos, los estoicos y los peripatéticosque van al sepulcro, es decir, al mundo presente,que es receptáculo de las cosas corruptibles, y pre-guntan por el Salvador, es decir, por la Bienaventu-ranza, y no lo hallan; mas encuentran a un jovencon blancas vestiduras, el cual, según el testimoniode Mateo, dijo: «El Ángel de Dios descendió delcielo, y una vez que vino volvió la piedra y se sentósobre ella, y su vista era como relámpago, y susvestiduras eran como de nieve».

Este Ángel es nuestra nobleza, que de Dios pro-cede, como se ha dicho, que habla en nuestrarazón, y les dice a cada una de estas sectas, esdecir, a quien quiera que va buscando la bienaven-turanza en la vida activa, que no está aquí; mas quevaya y les diga «a los discípulos y a Pedro» es de-cir, a los que le van buscando y a los que se hanapartado, como Pedro que le había negado, «queen Galilea los precederá»; es decir, que la Biena-venturanza los precederá en Galilea, es decir, en la

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especulación. Galilea vale tanto como decir blancu-ra; y la blancura es un color lleno de luz corporalmás que ningún otro; y así la contemplación estámás llena de luz espiritual que cualquier otra cosaque aquí abajo haya. Y dice: «Él os precederá»; yno dice «Él estará con vosotros», para dar a enten-der que Dios siempre precede a nuestra contempla-ción; y no podremos nunca alcanzarle aquí a Él, quees nuestra Bienaventuranza suma. Y dice: «Allí loveréis como dijo», es decir, es decir, allí gozaréis desu dulzura, es decir, de la felicidad, como se os haprometido aquí; esto es, como está establecido quepodéis tenerla. Y así se demuestra que nuestrabienaventuranza, que es la felicidad de que sehabla, podremos primero hablarla imperfectamenteen la vida activa, esto es, en el ejercicio de las virtu-des morales, y luego casi perfecta en el ejercicio delas intelectuales. Obras ambas que son vía expeditay derecha que conduce a la suma bienaventuranza,la cual aquí no se puede lograr, como se demuestrapor lo que se ha dicho.

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- XXIII - Pues que se ha demostrado suficientemente ymuestra la definición de nobleza, y en todas suspartes, como ha sido posible se ha declarado, de talmodo, que ora puede verse ya qué es el hombrenoble, procedamos a la parte del texto que comien-za: El alma de estas bondades adornada; en la cualse muestran las señales por que se puede conoceral hombre a quien se llama noble.

Y divídese esta parte en dos: en la primera seafirma que esta nobleza luce y resplandece mani-fiestamente durante la vida del noble; en la segundase muestra específicamente en sus esplendores; ycomienza esta segunda parte: Obediente, suave ypudorosa.

Acerca de la primera parte, se ha de saber queesta divina semilla de que antes se ha hablado, deseguida germina en nuestra alma, creciendo y di-versificándose por cada potencia del alma, segúnlas exigencias de éstas. Germina, pues, en la vege-tativa, en la sensitiva y en la racional, y se originanpor la virtud de éstas otras muchas, enderezándolasa su perfección y sosteniéndose en ellas hasta que,

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con la parte de nuestra alma que nunca muere,vuelve al cielo, al altísimo y glorioso Sembrador. Ydice esto en cuanto a la primera que se ha dicho.

Luego cuando dice: Obediente, suave y pudoro-sa, etc., muestra aquello por que podemos conoceral hombre noble mediante señales aparentes, queson obra divina de esta bondad. Y se divide estaparte en cuatro, conforme a las cuatro edades enque obra diversamente, como son: Adolescencia,juventud, senectud y senilidad; y comienza la se-gunda parte: Es en la juventud templada y fuerte; latercera comienza: Es en su senectud; la cuarta co-mienza: Luego, en la cuarta parte de la vida.

Y éste es el sentido general de esta parte. Acer-ca de la cual se ha de saber que todo efecto, cuan-do es efecto, recibe semejanza de su causa, encuanto le es posible conservarla. Por lo cual, comoquiera que nuestra vida, como se ha dicho, y aun lade todo ser viviente aquí abajo, ha sido causada porel cielo, y el cielo por todos estos efectos, no porcompleto círculo, mas sólo por parte de él, se lesdescubre, y así es menester que su movimiento seaarriba, y como un arco casi todas las vidas retiene -y digo que las retiene tanto a las de los hombrescomo de los demás seres vivientes-, ascendiendo y

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girando, han de ser casi semejantes a imagen dearco. Volviendo, pues, a la nuestra de que ahora sehabla, digo que procede subiendo y descendiendo asemejanza de este arco.

Y se ha de saber que este arco de arriba seríaigual si la materia de nuestra complexión seminal noimpidiese la regla de la naturaleza humana. Mascomo el húmedo radical lo es menos o más, y demejor cualidad, y tiene más duración en un efectoque en otro -el cual es sujeto y alimento del calor,que es nuestra vida-, acaece que el arco de la vidade un hombre es de mayor o menor tensión que eldel otro. Alguna muerte hay violenta, o apresuradapor enfermedad accidental; mas sólo la que el vulgollama natural es el término del cual dice el salmista:«Pusiste un límite que no se puede pasar. Y comoAristóteles, maestro de nuestra vida, percibió estearco de que ahora se habla, opinó que nuestra vidano era otra cosa que un subir y bajar; por lo cualdice, donde trata de la juventud y la vejez, que lajuventud no es sino aumento de aquélla. Difícil essaber cuál es el punto más elevado de tal arco, porla desigualdad que antes se ha dicho; mas creo queen los más, entre los treinta y los cuarenta años. Yme parece que en los perfectamente conformados

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está en los treinta y cinco años. Y muéveme a cre-erlo el pensar que, óptimamente conformado, fueNuestro Salvador Cristo, el cual quiso morir a lostreinta y tres años de su vida; porque no era dignode la divinidad el ir decreciendo. Y no es de creerque no quisiera vivir en nuestra vida hasta la cima,pues que había vivido en el bajo estado de la infan-cia. Y así lo manifiesta la hora del día de su muerte,que quiso asemejar a su vida, por lo que dice Lucasque murió como a la hora sexta, que vale tanto co-mo decir el colmo del día. Por donde se comprendeque el colmo de la vida de Cristo era su año treintay cinco.

A la verdad, este arco, no sólo le dividen por lamitad las escrituras; mas, según los cuatro combi-nadores de las cualidades contrarias que entran ennuestra composición -a las cuales parece ser pro-pia, a cada una, digo, una parte de nuestra vida-, encuatro partes se divide y llámanse cuatro edades.La primera es adolescencia, que se asemeja al ca-lor y a la humedad; la segunda, juventud, que seasemeja al calor y a la sequedad; la tercera, senec-tud, que se asemeja al frío y a la sequedad; la cuar-ta, senilidad, que se asemeja al frío y a la humedad,según escribe Alberto en el cuarto de la Meteora.

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Y hácense estas partes igualmente con el año,en primavera, estío, otoño e invierno. Y en el día,hasta la tercia. Y luego, hasta la nona, dejando enmedio a la sexta, por la razón que se comprende, yluego hasta el véspero, y del véspero en adelante. Ypor eso los gentiles decían que el carro del sol teníacuatro caballos: al primero llamaban Eoo; al segun-do, Piroi; al tercero, Eton; al cuarto, Flegon, segúnescribe Ovidio en el segundo de Metamorfoseos,acerca de las partes del día. Y se ha de saber bre-vemente que, como se ha dicho más arriba en elsexto capítulo del tercer Tratado, la Iglesia, en ladistinción de las horas del día temporales, que soncada día grandes o pequeñas, según la cantidad delsol, y como la hora sexta, es decir, el mediodía, esla más noble de todo el día y la más virtuosa, dispo-ne sus oficios en cada parte, es decir, de antes y dedespués, como puede. Y por eso el oficio de la pri-mera parte del día, es decir, la tercia, se dice al finde ésta, y el de la tercera parte y el de la cuarta sedicen al principio. Y por eso se dice media tercia,antes de tocar a aquélla; y media nona, luego dehaber tocado para ésta; así también media víspera.Y así, sepan todos que la nona exacta siempre de-be sonar al comienzo de la séptima hora del día; ybasta esto a la presente digresión.

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- XXIV - Volviendo a nuestro discurso, digo que la vidahumana se divide en cuatro edades: La primera, sellama adolescencia, es decir, acrecimiento de vida;la segunda se llama juventud, es decir, edad quepuede aprovechar; esto es, dar perfección; y así seentiende perfecta, porque nadie puede dar sino loque tiene; la tercera se llama senectud; la cuarta sellama senilidad, como más arriba se ha dicho.

De la primera nadie duda; mas todos los sabiosestán de acuerdo en que dura hasta los veinticincoaños; y como hasta ese tiempo nuestra alma sepropone el crecimiento y embellecimiento del cuer-po, de donde se siguen muchas y grandes trans-formaciones en la persona, no puede discernir per-fectamente la parte racional. Por lo cual quiere larazón que antes de esa edad no pueda el hombrehacer ciertas cosas sin curador de perfecta edad.

El tiempo de la segunda, la cual es verdadera-mente colmo de nuestra vida, es considerado diver-samente por muchos. Mas dejando lo que de elloescriben los filósofos y los médicos, y volviendo a la

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propia razón, digo que en los más -que es en quie-nes se puede y debe formar juicio- esa edad es deveinte años. Y la razón que tal me da es la de que siel colmo de nuestro arco está en los treinta y cinco,tanto cuanto de subida tiene esta vida ha de tenerde descenso; y esa subida y bajada es como elsostén del arco, en el cual se advierte poca flexión.Tenemos, pues, que la juventud se cumple a loscuarenta y cinco años.

Y como la adolescencia tiene veinticinco años desubida a la juventud; y así se termina la senectud alos setenta años.

Mas como la adolescencia no comienza al prin-cipio de la vida, tomándola del modo que se hadicho, sino casi ocho años después, y como nuestranaturaleza se afana por subir, y al descender refre-na -porque el calor natural ha venido a menos ypuede poco, y el húmedo ha engrosado, no en can-tidad, sino en calidad, de modo que es menos vapo-roso y consumible-, acaece que, después de la se-nectud, queda de nuestra vida una cantidad de diezaños, sobre poco más o menos.

Y este tiempo se llama senilidad. Como tenemosen Platón, del cual se puede decir que era perfec-

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tamente constituido, por su perfección y por la fiso-nomía, que tomó Sócrates de él cuando por vezprimera lo vio, que vivió ochenta y un años, segúnatestigua Tulio en el de Senectud. Y yo creo que siCristo no hubiese sido crucificado, y hubiese vividoel tiempo que su vida podía conforme a la naturale-za recorrer, a los ochenta y un años de cuerpo mor-tal hubiérase transformado en eterno.

A la verdad, como arriba se ha dicho, estas eda-des pueden ser más largas o más cortas, segúnnuestra complexión y constitución; mas sean comoquieran, parécenle que esta proporción, como se hadicho, debe conservarse en todas, es decir, hacien-do las edades más o menos largas, según la inte-gridad de todo el tiempo de la vida natural. En todasestas edades, esta nobleza, de la cual tan diversa-mente se habla, muestra sus efectos en el almaennoblecida; y esto es lo que pretende demostraresta parte sobre la cual escribimos ahora.

Donde se ha de saber que nuestra buena y rectanaturaleza precede conforme a razón en nosotros -como vemos proceder a la naturaleza de las plan-tas, y por eso diferentes hábitos y maneras son másrazonables en unas que en otras-, en quienes elalma ennoblecida procede ordenadamente por un

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camino simple, ejercitando sus actos a su edad y sutiempo, pues que a su último fruto están ordenados.

Y Tulio está de acuerdo con esto en el de Senec-tud. Y dejando a un lado la ficción que del diversoproceso de las edades emplea Virgilio en la Eneida;y dejando a lo que el eremita Egidio dice en la pri-mera parte del Regimiento de Príncipes; y dejandolo que apunta Tulio en el de Offici; siguiendo única-mente aquello que la razón puede ver por sí, digoque esta primera edad es puerta y camino por lacual se entra en nuestra buena vida.

Y esta entrada es menester que tenga necesa-riamente algunas cosas, las cuales la buena Natura-leza, que desfallece en las cosas necesarias, da;como vemos que da hojas a la vid para defensa delfruto y los vástagos con que defiende y sustenta sudebilidad; y así sostiene el peso de su fruto.

Da, pues, la Naturaleza a esta vida cuatro cosasnecesarias para entrar en la ciudad del buen vivir.La primera es obediencia, la segunda suavidad, latercera vergüenza, la cuarta adorno corporal, comodice el texto en la primera partícula. Ha de saberse,pues, que del mismo mundo que quien no ha estadonunca en una ciudad no sabe seguir el camino, sin

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que se lo enseñe quien lo haya hecho, así el ado-lescente, que entra en la selva engañosa de estavida, no sabría seguir el buen camino si sus mayo-res no se lo mostrasen. Y aun el enseñárselo nobastaría, si no obedeciera sus mandatos; y por esoen esta edad es necesaria la obediencia.

Muy bien podría decir alguien: ¿Conque podríallamársele obediente lo mismo al que siga los malosconsejos que al que siga los buenos? Respondoque tal cosa no sería obediencia, sino transgresión;que si el rey ordena un camino el siervo ordenaotro, no se ha de obedecer al siervo, lo cual seríadesobedecer al rey; y así habría transgresión.

Y por eso dice Salomón cuando quiere corregir asu hijo -y éste su primer consejo-: «Oye, hijo mío, elconsejo de tu padre». Y luego le aparta al punto delos malos consejos y enseñanzas, diciendo: «Queno te puedan cazar con lisonjas ni deleites los pe-cadores, porque vayas con ellos». De aquí que,apenas nacido, el hijo se cuelga del pecho de sumadre, y apenas muéstrase en él alguna luz derazón, debe atender a las correcciones de su padre,y el padre enseñarle. Y guárdese de no darle ejem-plo con sus obras contrario a las palabras con quele corrige; porque vemos naturalmente cómo los

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hijos miran más a las huellas de los pies paternosque a las otras. Y por eso dice y ordena la ley, quea tal provee, que la persona del padre debe mos-trarse a sus hijos santa y honesta siempre; y deaquí el que la obediencia sea necesaria en estaedad. Y por eso escribe Salomón en los Proverbios«que aquel que humilde y obediente aguanta lasjustas reprensiones del que le corrige, será glorifi-cado», y dice será, para dar a entender que habla eladolescente que aún no tiene edad. Y si algunotergiversase esto, diciendo que se ha dicho tal delpadre tan sólo y no de los demás, digo que al padrese debe reducir cualquier otra obediencia.

Por lo cual dice el apóstol a los Colosenses:«Hijos, obedecer a vuestros padres en todo; porqueeso es lo que quiere Dios». Y si el padre no vive,debe prestársele a quien por padre dejó éste en suúltima voluntad; y si el padre muere intestado, debeprestársele aquel a quien la razón encomienda sugobierno. Y luego deben ser obedecidos los maes-tros y mayores, a quienes en cierto modo pareceestar encomendado por el padre o por quien depadre hace las veces.

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Mas como el capítulo presente ha sido largo porlas útiles digresiones que contiene, en otro capítulose argumentarán las demás cosas.

- XXV - No solamente este alma de buen natural es en laadolescencia obediente, sino también suave. Cosaésta que es la otra que se necesita al entrar por lapuerta de la Juventud. Es necesaria, porque nopodemos tener vida perfecta sin amigos, como en eloctavo de la Ética quiere Aristóteles; y la mayorparte de las amistades se siembran en esta edadprimera, porque en ella comienza el hombre ya aser generoso, ya a lo contrario. La cual generosidadse adquiere por suaves costumbres, como son elhablar dulce y cortésmente y el dulce y cortésmenteservir y obrar. Y por eso dice Salomón al hijo ado-lescente: «A los escarnecedores, Dios los escarne-ce, y a los mansos Dios les dará gracia». Y en otraparte dice: «Aparta de ti la mala boca y los actosvillanos». Por lo que se demuestra que tal suavidades necesaria, como se ha dicho.

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También es necesaria en esta edad la pasión dela Vergüenza, y por eso la buena y noble naturalezala muestra en esta edad, como dice el texto. Y comola Vergüenza es clarísima señal de nobleza en laadolescencia, por ser entonces más necesaria albuen fundamento de nuestra vida, a la cual tiende lanaturaleza noble, hemos de hablar de ella con algu-na diligencia. Digo que por Vergüenza entiendo trespasiones necesarias al buen fundamento de nuestravida: la una es el Estupor; la otra, el Pudor; la terce-ra, Verecundia, aunque la gente vulgar no disciernaesta distinción.

Y las tres son necesarias a esta edad por estarazón: a esta edad es necesario ser reverente yestar deseoso de saber; a esta edad es necesarioestar refrenado, de modo que no haya lugar a per-derse; a esta edad es necesario estar arrepentidode la falta, de modo que no se haga a faltar. Y estastres cosas las hacen las pasiones susodichas, quevulgarmente se llaman vergüenza.

Porque el estupor es un aturdimiento del ánimoal ver oír o sentir de algún modo grandes y maravi-llosas cosas; que en cuanto parecen grandes,hacen que todo aquel que las siente las reverencia,y en cuanto parecen admirables, les entran en de-

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seos de saberlas. Y por eso los reyes antiguos hac-ían en su mansión magníficos trabajos de oro ypiedras y de arte, para que quienes los viesen que-daran estupefactos, y, por tanto, reverentes y condeseos del honroso estado del rey. Y por eso dice eldulce poeta Estazio en el primero de la HistoriaTebana que, cuando Adrasto, rey de los Argivios,vio a Polinicio vestido de una piel de puerco y re-cordó la respuesta que Apolo había dado por sushijas, se quedó estupefacto; y así, más reverente ycon más deseos de saber.

El pudor es un retraimiento del ánimo de todacosa fea por miedo a caer en ella; como vemos enlas vírgenes, en las honestas damas y en los ado-lescentes, que son tan púdicos, que no solamentecuando son requeridos o tentados de caer en falta,mas sólo con verse allí donde puédese tener lamenor idea de amorosa complacencia, luego pínta-seles el rostro de carmín o palidez.

Por lo que dice el susodicho poeta, en el citadolibro primero de Tebas, que cuando Aceste, nodrizade Argia y de Deifilia, hijas del rey Adrasto, las llevóante la vista de su santo padre en presencia de losdos peregrinos, es decir, Polinicio y Tideo, lasvírgenes palidecieron y se ruborizaron, y, huyendo

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sus ojos de toda ajena mirada, sólo al rostro paternoseguros se volvieron. ¡Oh, cuántas faltas refrenaeste pudor! ¡Cuántas cosas y demandas deshones-tas acalla! ¡Cuántos deshonestos deseos refrena!¡Cuántas malas tentaciones vence, no sólo en lapersona púdica, sino también en quien la guarda!¡Cuántas feas palabras detiene!; porque, como diceTulio en el primero de Offici: «¡No hay ninguna ac-ción fea que no sea feo el nombrarla!» Y luego elhombre honesto y púdico no habla nunca de modoque sus palabras no fuesen honestas en una mujer.¡Ay y cuán mal está que un hombre que vaya bus-cando honra mencione cosas que en boca de todamujer estarían mal!

La verecundia es miedo de deshonra por la faltacometida. Y de este miedo se origina un arrepenti-miento por la falta, que tiene en sí una amargura,que es castigo para no faltar más, lo cual dice estemismo poeta en aquel mismo lugar que, cuando elrey Adrasto preguntó a Polinicio quién era, dudómucho antes de responder, por vergüenza, de estafalta que contra su «padre había cometido, y aunpor las culpas de Edipo, su padre, que parecíansubsistir en vergüenza del hijo. Y no nombró a supadre, sino a sus antepasados, su tierra y su madre.

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Por donde ve que la vergüenza es necesaria en taledad.

Y no sólo la naturaleza noble denota en estaedad obediencia, suavidad y vergüenza, sino quemuestra también belleza y esbeltez de cuerpo, co-mo dice el texto cuando dice: Y su persona adorna.Donde se ha de saber que también es esta obranecesaria a nuestra buena vida; porque nuestraalma ha menester ejecutar gran parte de sus obrascon órgano corporal, y obra bien cuando el cuerpoestá bien ordenado y dispuesto en todas sus partes.Y cuando está bien ordenado y dispuesto, es her-moso en el todo y en las partes; porque el debidoorden de nuestros miembros proporciona el placerde no sé qué admirable armonía; y la buena dispo-sición, es decir, la salud, arroja sobre aquélla uncolor dulcísimo a la vista. Así, pues, decir que lanaturaleza noble embellece y hace su cuerpo pro-porcionado y grácil, no quiere decir sino que laacomoda a un orden perfecto.

Y con esto y con las demás cosas que se hanexpuesto, muéstrase que es necesario a la adoles-cencia. A lo cual el alma noble, es decir, la naturale-za noble, tiende principalmente, y como cosa que,

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según se ha dicho, ha sido sembrada por la divinaProvidencia.

- XXVI - Luego que hemos argumentado acerca de laprimera partícula de esta parte, que muestra aquellopor que podemos conocer al hombre noble por se-ñales aparentes, hemos de proceder a la segundaparte, que comienza: Es en la juventud templada yfuerte.

Digo, pues, que del mismo modo que la natura-leza muéstrase en la adolescencia obediente, suavey vergonzosa, así en la juventud se hace templada yfuerte, amorosa y leal. Cosas las cinco que pareceny son necesarias a nuestra perfección, en cuantohace a nosotros mismos. Y acerca de esto hemosde saber que todo cuanto la naturaleza noble prepa-ra en la primera edad está preparado y ordenadopor providencia de la Naturaleza universal, que or-dena la particular a su perfección.

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Esta nuestra perfección se puede considerar dedos maneras. Puédese considerar respecto a noso-tros mismos, y ésta debemos tener en nuestra ju-ventud, que es el colmo de nuestra vida. Puédeseconsiderar con respecto a los demás. Y como pri-mero es menester ser perfecto y luego comunicar lapropia perfección a los demás, es menester teneresta perfección después de esta edad, es decir, enla senectud, como más abajo se dirá.

Aquí, pues, hemos de recordar lo que más arribase argumenta en el capítulo XXII de este Tratadoacerca del apetito, que nace en nosotros desdenuestro principio. Este apetito no hace sino ahuyen-tar y huir; y siempre que ahuyenta todo aquello quees menester y huye de lo que es menester, el hom-bre está en los términos de su perfección. A la ver-dad, ese apetito ha de ser guiado de la razón. Por-que del mismo modo que un caballo suelto, por másque sea de naturaleza noble por sí solo, sin el buencaballero no sabe conducirse, así este apetito, queirascible y concupiscente se llama, por más que seanoble, es menester que obedezca a la razón. Lacual le guía con freno y espuelas como buen caba-llero; usa el freno cuando ahuyenta -y llámase aeste freno templanza, que muestra el término hasta

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donde ha de sujetarlo-; usa la espuela cuando huye,para volverlo al lugar de donde quiere huir y estaespuela se llama fortaleza o magnanimidad, la cualvirtud muestra el lugar donde se ha de detener yluchar.

Y así, refrenado, muestra Virgilio, nuestro mayorpoeta, que estaba Eneas en la parte de la Eneidaen que esta edad se representa, parte que com-prende el cuarto, quinto y sexto libro de la Eneida.¡Y cuanto refrenar fue aquél cuando, habiendo reci-bido tanta complacencia de Dido, como se dirá en elséptimo Tratado, y gozado con ella tantos deleites,partió para seguir honesto, laudable y fructuosocamino, como está escrito en el cuarto de la Eneida!¡Cuánto espolear fue aquél, cuando el propio Eneasluchó solo con la Sibila para entrar en el infierno enbusca del alma de Anquises, su padre, contra tantospeligros, como se muestra en el libro sexto de dichahistoria! Por donde se ve cómo en nuestra juventudhemos de ser, para nuestra perfección, templados yfuertes. Y esto es lo que hace y demuestra la buenanaturaleza, como dice el texto expresamente.

Además necesita esta edad para su perfecciónser amorosa, porque le es menester mirar haciaatrás y adelante, como cosa que está en el círculo

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meridional. Es menester que ame a sus mayores,de los cuales ha recibido ser, alimento y doctrina, demodo que no parezca ingrata. Es menester queame a sus menores, a fin de que, amándolos, les déde sus beneficios, por los cuales luego, en la menorprosperidad, sea por ellos sostenido y honrado. Yeste amor es el que el poeta nombrado en el quintolibro susodicho, muestra que tuvo Eneas, cuandodejó a los viejos troyanos en Sicilia, recomendadosa Aceste, y los apartó de los trabajos; y cuandoenseñó en aquel lugar a Ascanio, su ahijado, esgri-miento con los otros adolescentes. Por donde se veque a esta edad es necesario amor, como el textodice.

Es, además, necesario a esta edad ser cortés,porque, aunque en todas las edades esté bien el serde corteses maneras, en ésta es mayormente nece-sario, porque, al contrario, no las puede tener lasenectud, por la serenidad y gravedad que en ellase requieren; y menos aún la senilidad. Y el altísimopoeta, en el sexto libro susodicho, muestra queEneas tal cortesía usaba, cuando dice que parahonrar al cadáver de Miseno, que había sido trom-petero de Héctor y luego habíase encomendado aél, se desciñó y tomó el hacha para ayudar a cortar

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la leña para el fuego en que debía arder el cadáver,como era su costumbre. Por lo cual se ve que éstaes necesaria a la juventud; y por eso el alma noblela muestra en ella, se ha dicho.

Además es necesario a esta edad el ser leal.Lealtad es acatar y poner en obra lo que las leyesdicen; y esto le es menester principalmente al joven.Porque el adolescente, como se ha dicho, por mi-noría de edad, merece algún perdón; el viejo, por sumayor experiencia, debe ser justo y no acatar nin-guna ley sino en cuanto su recto juicio esté deacuerdo con la ley, pues que casi sin ley algunadebe seguir su razón; lo cual no puede hacer eljoven. Y baste con que éste cumpla la ley, y encumplirla se complazca, como dice el susodichopoeta en el susodicho quinto libro que hizo Eneas,cuando hizo los juegos en Sicilia, en el aniversariode su padre, que lo que prometió por las victoriaslealmente se lo dio a cada uno de los victoriosos,como era entre ellos antigua costumbre, que era suley.

Por lo cual manifiesto es que a esta edad sonnecesarias lealtad, cortesía, amor, fortaleza y tem-planza, como dice el texto que ahora se ha expues-to; y así, el alma noble todas ellas muestra.

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- XXVII - Asaz visto y argumentado suficientemente acer-ca de la partícula del texto en que se encuentran lasprobidades que el alma noble presta a la juventud,hemos de proceder a la tercera parte, que comien-za: Es en su senectud. En la cual se propone mos-trar el texto aquellas cosas que la naturaleza noblemuestra y debe tener en la tercera edad, es decir,en la senectud. Y dice que el alma noble es en lasenectud prudente, justa y generosa, y que se ale-gra con oír hablar bien en provecho de otro, lo cuales ser afable. Y a la verdad, estas cuatro virtudesson a esta edad convenientísimas.

Y para verlo, se ha de saber que, como diceTulio en el de Senectud, «curso cierto tiene nuestravida y un camino simple, el de nuestro buen natu-ral»; y a cada parte de nuestra vida le ha sido dadaestación para ciertas cosas. De aquí que, como a laadolescencia se ha atribuido, como se ha dicho másarriba, aquello que pueda madurar y perfeccionarse,así a la juventud le han sido atribuidas la perfeccióny la madurez, para que la dulzura de su fruto le seaaprovechable a ella y a los demás; porque, como

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dice Aristóteles, el hombre es animal civil, porque lees menester, no sólo ser útil para sí, pero a los de-más. Por lo cual se lee que Catón, no sólo para sícreía haber nacido, mas para la patria y el mundotodo.

Así pues, después de la propia perfección, lacual se adquiere en la juventud, es menester alcan-zar aquella que, no sólo alumbra a uno mismo, sinoa los demás; y es menester que el hombre se abra,como una rosa que ya no puede estar más tiempocerrada y difunde el olor que dentro ha engendrado;y esto es menester en la edad de que hablamos.Conviene, pues, ser prudente,,es decir, sabio; ypara ser tal requiérese buena memoria de las cosasvistas, y buen conocimiento de las presentes, ybuena previsión de las futuras. Y como dice el filó-sofo en el sexto de la Ética, «imposible es que seasabio el que no es bueno». Y así no se le ha dedecir sabio a quien con argucias y engaños proce-de, sino que se le ha de llamar astuto; porque asícomo nadie llamaría sabio a quien supiese jugarcon la punta de un cuchillo en el borde del ojo, asíno se ha de decir sabio a quien sabe hacer unacosa mala, al hacer la cual siempre antes que a losdemás a sí propio ofende.

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Si bien se mira, de la prudencia proceden losbuenos consejos, que conducen a cada cual a buenfin en las cosas y obras humanas. Y éste es el donque Salomón, viéndose elevado al gobierno delpueblo, pidió a Dios, como está escrito en el libro delos Reyes. Ni espera el prudente a que se le pida:aconséjame; sino que proveyendo por sí, sin serrequerido, le aconseja; del mismo modo que la rosa,que, no sólo al que va en busca de su olor se loofrece, sino también a todo el que lo sigue. Podríadecir aquí algún médico y legista: ¿Con que he dellevar mi consejo y darle sin que nadie me lo pida yno obtendré fruto? Respondo, como dice NuestroSeñor: «De grado recibo si de grado me lo dan».Digo, pues, sin ser legista, que aquellos consejosque no tienen que ver con tu arte y que procedensólo del buen sentido que te dé Dios que es la Pro-videncia de que se habla no debes vendérselo a loshijos de aquel que te los ha dado; aquellos querespectan al arte que has comprado, puedes ven-derlos; pero no tanto que no sea menester diezmar-los alguna vez y dar de ellos a Dios, es decir, a losmíseros, que sólo poseen el grado divino.

Es menester, además, a esta edad ser justo,para que sus juicios y autoridad sean luz y ley para

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los demás. Y como esta singular virtud, es decir, lajusticia, viéronla mostrarse perfecta en esta edad,encomendaron el regimiento de las ciudades a losque estaban en esta edad; y por eso el Colegio delos regidores, Senado se llamó. ¡Oh, mísera, míserapatria mía! ¡Cuánta compasión me aflige por ti,siempre que leo o escucho cosa que haga referen-cia a regimientos ciudadanos! Mas como de la justi-cia se tratará en el penúltimo Tratado de este volu-men, basta el presente con lo poco que aquí se haapuntado.

Conviene también a esta edad el ser generoso,porque es menester la cosa cuanto más satisface aldeber de su naturaleza, y nunca como en esta edadse puede cumplir ese deber. Que si consideramosbien el discurso de Aristóteles en el cuarto de laÉtica y el de Tulio en el de Offici, la generosidad hade ser a su tiempo y en su lugar, para que el gene-roso no se perjudique ni perjudique a los demás.Cosa ésta que no se puede lograr sin prudencia ysin justicia; virtudes ambas cuya perfecta posesiónen esta edad es imposible por vía natural. ¡Ay, mal-vados y mal nacidos! ¡Que engañáis a viudas ypupilas, que robáis a los menos poderosos! ¡Quearrebatáis y os apoderáis de las razones ajenas, y

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con esto invitáis a convites, dais caballos y armas,objetos y dineros; que lleváis admirables vestidos,edificáis maravillosos edificios y creéis ser genero-sos! ¿Pues qué es hacer tal sino levantar el pañodel altar y cubrir con él al ladrón y su mesa? Nodebemos reírnos menos, tiranos, de vuestras dádi-vas, que del ladrón que llevase a su casa a los invi-tados, y el paño arrebatado del altar, con las seña-les eclesiásticas aún, pusiera sobre la mesa y cre-yese que nadie se percataba. Oíd, obstinados, loque contra nosotros dice Tulio en el libro de Offici:hay muchos ciertamente deseosos de ser aparentesy magníficos, que quitan a los unos para dar a losotros, y, creyéndose bien considerados, arriesganlos amigos por cualquier razón. Mas esto tan contra-rio es a lo que se debe hacer, que nada hay que losea tanto».

Es menester, además, a esta edad ser afable,hablar bien y oírlo de grado; porque es bueno hablarbien cuando hay quien le escucha. Y esta edadlleva asimismo consigo una sombra de autoridad,por la cual parece que el hombre la escucha másque a ninguna otra edad más temprana. Qué cosasmás bellas y mejores parece que debe saber con lalarga experiencia de la vida. Por lo cual dice Tulio

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en el de Senectud, por boca del viejo Catón: «Seme ha recrudecido la voluntad y el gusto de estar enconversación más de lo que solía».

Y que todas estas cuatro cosas sean necesariasa esta edad nos lo enseña Ovidio en el séptimo deMetamorfoseos, en aquella fábula en que describecómo Céfalo de Atenas fue al rey Eaco para soco-rrerle en la guerra que Atenas tuvo con la Creta.Muestra que Eaco fue prudente, cuando, habiendoperdido a casi toda su gente por la peste de la co-rrupción del aire, recurrió a Dios solamente y lepidió la restauración de la gente muerta; y, por susentido, que por paciencia lo tuvo y a Dios le hizovolver, le fue devuelto su pueblo en número mayorque antes.

Muestra que fue justo cuando dice que fue repar-tidor del nuevo pueblo y distribuidor de su tierradesierta. Muestra que fue generoso cuando le dijo aCéfalo, luego de la demanda de ayuda: «¡Oh, Ate-nas, no me pidas ayuda, mas tornárosla; y no digáisque dudáis de las fuerzas que tiene esta isla y todoel estado de mis cosas; fuerzas no me faltan, antesbien, las tenemos de sobra y el adversario es gran-de, y el tiempo de dar es ahora propicio y sin excu-sa! ¡Ay! ¡Cuántas cosas se advierten en esta res-

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puesta! Mas al buen entendedor le baste con queaquí se pongan como Ovidio las pone. Muestra quefue afable, cuando le dice y recuerda a Céfalo dili-gentemente, con largo discurso, la historia de lapeste de su pueblo y su restauración.

Por lo que es asaz manifiesto que a esta edadson menester cuatro cosas; porque la noble Natura-leza las muestra en ella, como dice el texto. Y paraque el ejemplo que se ha dicho sea más memora-ble, dice del rey Eaco que fue padre de Telemon, dePeleo y de Foco, del cual Telemon nació Ayax, y dePeleo, Aquiles.

- XXVIII - Después de la estrofa argumentada, hemos deproceder con la última, es decir, con aquella quecomienza: Luego, en la cuarta parte de la vida; porlo cual quiere mostrar el texto lo que hace el almanoble en la última ciudad, es decir, en la Senilidad.Y dice que hace dos cosas: la una, que vuelve aDios, como al puesto de donde partió cuando vino a

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entrar en el mar de la vida; la otra es que bendice elcamino que ha hecho, porque ha sido recto y buenoy sin amargura de tempestad.

Y aquí se ha de saber que, como dice Tulio en elde Senectud, «la muerte natural es para nosotroscomo puerto de larga navegación y descanso». Yasí como el buen marinero, conforme se acerca alpuerto, arría sus velas, y suavemente, con blandomovimiento, entra en él, así nosotros debemosarriar las velas de nuestras obras mundanas y vol-ver a Dios con todo nuestro entendimiento y todonuestro corazón, de modo que se llegue a aquelpuerto con toda suavidad y toda paz.

Y con ello tendremos en nuestra propia naturale-za gran enseñanza de suavidad, porque con muertetal no hay dolor ni amargura alguna; mas del mismomodo que una manzana madura se desprende delas ramas fácilmente y sin violencia, así nuestraalma se parte sin duelo del cuerpo que ha estado.Por lo cual, Aristóteles dice en de Juventud y Se-nectud que «no hay tristeza en la muerte que llega ala vejez». Y del mismo modo que al que llega delargo camino, antes de que entre por las puertas desu ciudad, le salen al encuentro los ciudadanos de

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ella, así al alma noble le sale al encuentro, comodeben hacerlo, los ciudadanos de la eterna vida.

Y así lo hacen por sus buenas obras y contem-placiones; porque, habiéndose ya entregado a Diosy abstraídose en las cosas y pensamientos huma-nos, le parece ver aquellos que cree que están juntoa Dios. Oye lo que dice Tulio en boca de Catón elviejo: «Voime con grandísimo afán de ver a nues-tros padres que yo amé, y no sólo a ellos, mas tam-bién a aquellos de quienes oí hablar». Ríndese,pues, a Dios el alma noble en esta edad, y espera elfin de esta vida con mucho deseo, y le parece salirde la hospedería y volver a su propia casa; le pare-ce salir del camino y volver a la ciudad; le parecesalir del mar y volver al puerto.

¡Oh, míseros y viles que a velas desplegadascorréis a este puerto, y allí donde debierais reposar,os rompéis por el ímpetu del viento y os perdéis allídonde tanto habéis caminado! El caballero Lanzaro-te no quiso entrar ciertamente a velas desplegadas,ni nuestro nobilísimo Latino Guido Montefeltrano.Antes bien, estos nobles arriaron las velas de lasobras mundanas, porque en su edad avanzada seentregaron a la religión, deponiendo todo deleite yobras mundanas. Y no se puede nadie excusar por

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estar unido en avanzada edad con lazo de matrimo-nio; porque no se entrega a la religión solamente elque se hace de hábito y vida igual a San Benito,San Agustín, San Francisco y Santo Domingo, sinoque también se puede volver a verdadera y buenareligión estando en matrimonio, que Dios no quiereque seamos religiosos sino de corazón.

Y por eso les dice San Pablo a los romanos: «Noaquél que manifiestamente es judío, ni la que semanifiesta en la carne es circuncisión; mas aquelque a escondidas es judío; y la circuncisión del co-razón en el espíritu no en la letra, es circuncisión; laalabanza de lo cual no la hacen los hombres, sinoDios.

Bendice también el alma noble en esta edad lostiempos pasados, y bien los puede bendecir; por-que, volviendo a ellos la memoria, se acuerda desus buenas obras, sin las cuales al puerto adondese dirige no se podría llegar con tanta riqueza nitanta ganancia. Y hace como el buen mercader que,cuando está ya cerca de su puerto, examina subotín y dice: «Si yo hubiera pasado por tal camino,no tendría tesoro y no tendría con qué gozar en miciudad, a la cual me acerco; y por eso bendice elcamino que ha hecho.

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Y que estas dos cosas convengan a esta edadrepreséntalo el gran poeta Lucano en el segundo desu Farsalia, cuando dice que Marzia tomó a Catón yle pidió y rogó que la tomase de nuevo. Por la cualMarzia se entiende el alma noble; y así podemosrepresentar la figura con verdad. Marzia fue virgen,y en esa condición significa la adolescencia; luegofue a Catón, y en esa condición significa la juventud;hizo entonces hijos, por los cuales se representanlas virtudes que más arriba se dice convenir a losjóvenes, y se separó de Catón y se casó con Hor-tensio; con lo cual se significa que se fue la juventudy vino la senectud. Tuvo hijos de éste también, porlos cuales se representan las virtudes que más arri-ba se dice convenir a la senectud. Murió Hortensio,con lo que se representa el término de la senectud;y Marzia, una vez viuda -por la cual viudez se re-presenta la senilidad-, volvió, desde el principio desu viudez, a Catón; por lo cual se significa que elalma noble, al comienzo de la senilidad, vuelve aDios. ¿Y qué hombre terrenal ha habido más dignode representar a Dios que Catón? Ninguno cierta-mente.

¿Y qué es lo que dice Marzia a Catón? «Mien-tras hubo en mí sangre, es decir, juventud; mientras

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hubo en mí la virtud maternal, es decir, la senectud,que es madre de las demás virtudes, como másarriba se ha mostrado». «Yo -dice Marzia- acaté ycumplí todos tus mandatos»; es decir, que el almamantúvose firme en las buenas obras. Dice: «Y tuvedos maridos»; es decir, he sido fructífera para dosedades. «Ahora -dice Marzia- que mi vientre estácansado, y que estoy vacía en parte, a ti me vuelvo,pues que nada más tengo que dar a otro esposo»;es decir, que el alma noble, conociendo que ya notiene vientre fructífero, es decir, sintiendo desfalle-cer sus miembros, vuelve a Dios. El Cual no hamenester de los miembros corporales. Y dice aMarzia: «Dame las arras de los antiguos lechos,dame siquiera el nombre de matrimonio; lo cual escomo decir que nuestra noble alma dícele a Dios:«Dame descanso, Señor mío; dame al menos queyo en esta vida que me resta pueda llamarme tuya».Y dice Marzia: «Dos razones me mueven a deciresto: es la una, que después de mí se diga que hemuerto siendo mujer de Catón; la otra es que des-pués de mí se diga que tú no me despediste, sinoque de buen ánimo te casaste conmigo».

Por estas dos razones se muere el alma noble, yquiere partir de esta vida siendo esposa de Dios, y

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quiere mostrar que su creación fue gracia de Dios.¡Oh, desventurados y mal nacidos, que preferíspartiros de esta vida mejor bajo el título de Horten-sios que de Catones! En el nombre del cual es dig-no terminar lo que es menester argumentar acercade los signos de nobleza, porque en él la noblezalos muestra todos, para todas las edades.

- XXIX - Pues que se ha mostrado el texto y los signosque para cada edad aparecen en el hombre noble, ypor los cuales se le puede conocer, y sin los cualesno puede existir, como tampoco el sol sin luz ni elfuego sin calor, grítale a la gente a lo último de loque de nobleza se ha contado, y dice: «¡Oh, voso-tros los que oído me habéis, ved cuántos son losengañados!, es decir, los que, por ser de famosas oantiguas generaciones, o por ser descendientes depadres excelentes, creen ser nobles no habiendo enellos nobleza. Y aquí surgen dos cuestiones, lascuales es bien resolver al fin de este Tratado. Podr-ía decir meser Manfredi de Vico, que ahora se llama

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Pretor y Prefecto: «Sea yo como quiera, recuerdo yrepresento a mis antepasados, que por su noblezamerecieron el oficio de la Prefectura, y merecieronponer mano en la coronación del Imperio, siendodignos de recibir la rosa del romano pastor; por locual debo recibir de la gente honor y reverencia». Yésta es una de las cuestiones.

La otra es, lo que podría decir cualquiera de losSan Nazzaro de Pavía o de los Piscicelli de Nápo-les: si la nobleza es lo que se ha dicho, es decir,semilla divina, graciosamente puesta en el almahumana, y las progenies o estirpes no tienen alma,como es manifiesto, ninguna progenie o estirpe sepodría llamar noble; y esto es contra la opinión deaquellos que dicen ser nuestras progenies nobilísi-mas en sus ciudades.

A la primera cuestión responde Juvenal en laoctava sátira, cuando comienza exclamando: «¿Dequé sirven estos honores que de los antiguos que-dan, si aquel que de ellos quiere vestirse vive mal, yel que de los antiguos habla, mostrando las grandesy admirables obras, en míseras y viles obras seemplea? Si bien -dice el poeta satírico- ¿quién diráque es noble por su generación al que de tal gene-ración no es digno? Esto no es otra cosa que al

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enano llamar gigante». Luego después dícele al tal:«Entre tú y la estatua hecha en memoria de tu ante-pasado no hay más diferencia sino que su cabezaes de mármol y la tuya vive». Y en esto -con reve-rencia lo digo- no estoy de acuerdo con el poeta,porque la estatua, de mármol, de madera o de me-tal, erigida en memoria de algún hombre de mérito,se diferencia mucho en efecto del descendientemalvado. Porque la estatua afirma siempre la buenaopinión en aquellos que han oído la fama de aquelde quien es la estatua, y la engendra en los demás;el hijo o nieto hace todo lo contrario; porque debilitala opinión de los que han oído hablar bien de susantepasados; porque dice alguno de sus pensa-mientos: «No puede ser verdad cuanto se dice delos antepasados de éste, pues que de su simientese ve planta semejante». Por lo cual nunca honor,sino deshonra, debe recibir el que a los buenospresta mal testimonio. De aquí que, a mi juicio, delmismo modo que quien infama a un hombre devalía merece que las gentes le huyan y no le escu-chen, así el hombre vil, descendiente de buenosantepasados, merece ser por todos despreciado, yel hombre bueno debe cerrar los ojos para no ver elvituperio, vituperante de la bondad, que sólo en la

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memoria ha quedado. Y baste esto ahora en cuantoa la primera cuestión promovida.

A la segunda pregunta se puede responder queuna progenie por sí sola no tiene alma, y bien esverdad que noble se le dice y lo es en cierto modo.Pues se ha de saber que el todo se compone desus partes, y hay todo que constituye una simpleesencia con sus partes; del mismo modo que en unhombre hay una esencia del todo y de cada partesuya; y lo que se dice de la parte, puede del mismomodo decirse del todo.

Hay otro todo que no tiene esencia común conlas partes, como un montón de grano; pero la suyaes una esencia secundaria que resulta de muchosgranos que tiene en sí verdadera y primera esencia.Y en este todo se dicen las cualidades de las partestan secundarias como su ser; por lo cual se dice unmontón blanco, porque los granos de que el montónse compone son blancos.

A la verdad, esta blancura está primero en losgranos, y secundariamente puede llamársele blan-co. Y por tal modo se puede decir noble una estirpeo progenie. Pues se ha de saber que, del mismomodo que para la composición de un montón blanco

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es menester que predominen los granos blancos,del mismo modo para hacer una progenie noble esmenester que en ella los hombres nobles predomi-nen; de modo que tal bondad obscurezca y cele locontrario que está dentro. Y del mismo modo que deun montón blanco de grano se podría quitar grano agrano el trigo, y grano a grano restituir meliga roja, ytodo el montón por último cambiaría de color, asípodríanse morir uno a uno los buenos de la proge-nie noble y nacer en ella los malvados, tanto quecambiaría el nombre y se habría de llamar no noblesino vil. Y baste esto para responder a la segundacuestión.

- XXX - Como más arriba se demuestra en el tercer capí-tulo de este Tratado, esta canción tiene tres partesprincipalmente. Por lo que, argumentadas dos, laprimera de las cuales comienza en el capítulo suso-dicho y la segunda en el decimosexto -de modo quela primera en trece y la segunda en catorce se haexpuesto, sin el proemio del Tratado de la canción,

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que comprende dos capítulos-, en este trigésimo yúltimo capítulo hemos de argumentar brevemente latercera parte principal, la cual, a modo de tornadade esta canción, se hizo para su ornamento, y co-mienza: Irás, oh mi canción, contra el que yerra.

Y aquí se ha de saber principalmente que todobuen fabricante, al terminar su trabajo, debe enno-blecerlo y hermosearlo en cuanto le sea posible, afin de que se separe de él más célebre y precioso. Ytal me propongo hacer en esta parte, no como buenfabricante, sino como imitador suyo. Digo, pues:Irás, oh mi canción, contra el que yerra, etc. Estecontra el que yerra es toda una parte y es el nombrede esta canción, tomado del buen Fray Tomás deAquino, que a un libro suyo, que hizo para confusiónde todos los que se apartan de nuestra fe, púsolepor nombre Contra gentiles.

Digo, pues, que irás como si dijera: «Tú ya eresperfecta, y tiempo es ya de que no te estés quieta,de que andes, porque grande es tu empresa». Ycuando llegues al lugar donde esté Nuestra Señora,dile tu menester. Pues se ha de notar que, comodice Nuestro Señor, no se deben echar las margari-tas a los puercos; porque a ellos no les aprovecha ya las margaritas les daña; y como dice el poeta

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Esopo en la primera fábula, más le aprovecha algallo un granito de trigo que una margarita; y poreso deja ésta y coge aquél. Y considerando esto,con cautela digo y ordeno a la canción que descu-bra su menester allí donde se encuentre esta dama,es decir, la Filosofía. Encontrará a esta dama nobilí-sima cuando encuentre la cámara, es decir, el almaen que se alberga. Y la filosofía no sólo se albergaen los sabios, sino también, como se ha demostra-do más arriba en otro Tratado, está por doquier viveel amor de ella. Y a estos tales les digo que mani-fiesten su menester, porque a ellos les será útil susentido, y ellos lo recogerán.

Y le digo: dile a esa dama: Yo voy hablando asíde vuestra amiga. Ahora bien; su amiga es nobleza;que tanto se aman una a otra, que la Nobleza siem-pre la llama, y la filosofía no vuelve su dulcísimamirada a otra parte. ¡Oh, cuán bello ornamento eséste que al final de esta canción se le ofrece conllamarla amiga de aquella cuya mansión propia estáen lo más secreto de la divina mente!

FIN


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