Revista RecreArte 9 JUL08 - ISSN: 1699-1834
Revista RecreArte 9 > VIII - Creatividad y Creadores: Creaciones Originales > 8.1 Poesía
David de Prado Díez
UNIVERSIDAD ALAS PERUANAS FACULTAD DE EDUCACIÓN Y HUMANIDADES
Profesor Raúl Jorge Chávez Silva
PAZ Y AMOR
Algún día… en los campos de batalla los soldados rezarán y las armas de sus manos por la paz no volverán.
LIMA - PERÚ
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I alma de niño
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Mi lapicito ¡Huyyy, mi lapicito!
va adelante
corre atrás,
entre mis deditos
pobrecito, apretadito.
Corriendo entre
líneas
me ayuda a recordar
y si me equivoco
salta atrás para borrar.
¡Ay, mi lapicito!
de tanto caminar,
cansadito, chiquitito,
ya me va a dejar.
Temblando me suplica
no lo meta al tajador
mareado con mil
vueltas
pierde a poco el corazón.
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Los patitos Tiemblan los patitos:
¡cua!, ¡cua!, ¡cua!, ¡cua!
¿cua!
Acurrucaditos
lejos del corral.
Pían los pollitos:
¡pío, pío, pío!
pío a los patitos
buscan su mamá.
Tierna la gallina
corre al pastizal
y bajo sus alas
les da caridad.
Durante el invierno
el frío arreció
y doña gallina
juntos los crió.
ESS
SIG
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Abigail
Uno, dos… ¡cuato!
¡Ota vez!
Uno, dos… ¡tes!
¡Ota vez!...
¡Ya!...
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Cuando voy a Lima
Cuando voy a Lima
me invade una pena,
dejar mi chocita
junto a mi llamita.
Allá todo es triste,
nadie sonríe,
y si canto un huayno
la gente se ríe.
Aquí, en mi tierra,
la vida es serena
los años que vienen
muy lejos se sienten.
Al llegar el frío
mi poncho me abriga,
y si me hago tarde
la luna me guía.
Cuando estoy solo
el rayo me mira,
tocando mi quena
el sol me ilumina.
Cuando voy a Lima...
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Ternura Duérmete mi niño
de mi corazón
duérmete en mis brazos
fruto de mi amor.
Afuera la luna
caminando va
serenando el viento
que te hará dormir.
Duérmete mi niño
duérmete mi amor
que siempre
estaremos
felices los dos.
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Ovejita mía. Ovejita negra
ovejita blanca
dame tu lanita
llena de esperanza.
No te pongas triste
ovejita mía
que si el sol no sale
yo te abrigaría.
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Huérfano Escalera, escalerita,
alcanzar quiero yo el cielo,
para ver a mi mamita
que se fue en el mes de
enero.
Escalera, escalerita,
soy un niño pordiosero
que no puede comprar
alas
como el rico con dinero.
Escalera, escalerita,
pintar quiero el
firmamento,
pa´ mi linda madrecita
que descansa allá en
el cielo.
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Mi bandera En la cresta de los Andes
enarbola mi bandera
flameando los colores
de la historia de mi tierra
En la playa, en el mástil,
sopla hermosa mi bandera
que es orgullo de mi Patria
en la paz y en la guerra.
En el alma de mi pueblo
de mi padre y de mi madre
hay un sitio venerable
donde anida mi bandera.
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Ansias de libertad Ayer en la reunión
nuestros padres conversaban
y con ardor planeaban
el viaje de excursión.
¡A Ica!, ¡A Ica!,
clamaba doña Rosa
visitarán la Huacachina
laguna maravillosa.
¡Mejor a Tingo María!
se escuchó en un rincón
ahí está mi primo Simón
que a mi hijo cuidaría.
¡A Tarma, Jauja, Huancayo!
pedía la mayoría
por estar cerca tal vez
de nuestra geografía.
Citando muchos lugares
concluyó la reunión
sin encontrar solución
para el viaje de excursión.
Al día siguiente en la clase
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la maestra explicó
y a todos sugirió
mil sitios y ciudades.
Nadie levantó la mano
por no tener qué decir
de qué vale decidir
si nadie nos quiere oír.
Ojalá pronto en la escuela
si no es mucho pedir,
respeten la dicha del niño:
la libertad de elegir.
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Mi río Amazonas
Huayna Cápac a Quito
llevó
la cultura del Incanato
que España incorporó
e hizo suya en el Virreinato.
Orellana fue castellano
súbdito de Pizarro
que al Amazonas llegó
con el bicolor peruano.
Cientos de documentos
y hechos de gran valía
prueban que la Amazonía
es de la Patria mía.
Todo está dicho ya
nadie puede negarlo
que en Río se consagró
lo que es del pueblo
peruano.
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Mi escuelita
Junto al río de lítico
cauce,
donde mis sueños nacieron
un día,
mi alma de niño trepaba
ligera,
buscando en la cima tu savia
bendita.
Ahí estabas tú,
entre la nieve enhiesta
del invierno crudo
y la lluvia fría
de un cielo oscuro,
y cual arca añeja
de bíblicos años
guardabas las gemas
que eran vida y oro.
Vieja amiga de mis
años lejos,
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nunca te quejaste de mis
travesuras,
muda testigo de mis
hidalguías,
lloraste en silencio
por mi despedida.
¡Ah!, el tiempo ha
caminado
como el viento presto
y las canas brotan sobre
mi cabeza;
ya la muerte clama
por mí
y la tumba fría
espera por mí,
y entre los recuerdos
de mi agonía
te arrastro conmigo
escuelita mía.
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El soplón Cuando era niño no entendía
porque en el barrio me decían:
¡Soplón!
Mi maestra de transición
caricias me regalaba
cuando al que se paraba
con los ojos delataba.
Y el cura de la parroquia
abría los ojos grandotes
con lo que yo le confesaba
del barrio que tanto amaba.
Hasta que en cierta ocasión
siendo joven me di cuenta
que todo el mundo me rehuía
por esta razón mía.
Al sentirme rechazado
me propuse con tesón
ser un hombre callado,
recto y bien amado.
Mis amigos se alegraron
con indescriptible emoción
y hasta me felicitaron
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por dejar de ser bocón.
Pero una fría mañana
a una mujer de mi costado
un bribón le sustraía
la moneda del pan del día.
Yo en silencio me quedé
sin denunciar al cruel ladrón
por temor a ser tildado
como infeliz soplón.
Mas alguien señaló
y con dureza criticó
mi actitud reservada
indiferente y desacertada.
Después de esta amarga
experiencia
no sé qué cosa es mejor:
si por callado me critican
y también por ser bocón.
Espero me hagan saber
la receta para estos casos
amigos les mando un abrazo
y al oído un soplonazo.
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II
vivir
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Canto al amor
Gira la Tierra, serena gira,
sonriendo siempre al eterno Sol,
recibe los rayos que le dan la vida,
bajo una aurora de cálido amor.
Corre la madre hacia la tierna cuna,
abraza al hijo con ciega pasión,
seca su llanto con suaves caricias
y le entrega el alma llena de amor.
Lloran los hombres la muerte y la guerra,
la historia teñida de sangre y horror,
qué triste es el mundo si nadie no quiere,
no quiere brindar una copa de amor.
Amor es el agua que riega los campos,
no importa en qué suelo, si es limo o cal,
si tú lo ofreces bendices la vida
y el alma se llena de gozo y amor.
Amigo y hermano algo nos une,
extraño misterio del corazón,
ese algo nos viene del cielo infinito,
y sopla en el viento cantando el amor.
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Sueño de un invidente La esperanza siempre tuve
algún día,
en mis pupilas retener la
luz del sol,
apretar entre mis manos los
colores
y admirar con devoción
la creación.
En mis noches sin final
imaginaba,
a la Tierra un paraíso
celestial,
bañado de rocío y dulces
brisas,
que aumentaban mi pasión
por solo ver.
Una noche tuve un sueño
placentero,
el milagro de la dicha de
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mirar,
a este mundo que siempre
había soñado,
y lo amaba siendo ciego
más que tú.
Honda fue la decepción
de mis anhelos,
al encontrar una morada
triste y gris,
despojada del color del
arco iris
y marchita como flor
sin corazón.
Angustiado pedí a Dios
que me devuelva,
a las sombras de la oscuridad,
pues en ellas soy un ciego
dichoso,
que con el alma mira el
mundo y es feliz.
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Vuelve por mi madre
Del cariño que juraste a mi
madre,
nací yo bajo un cielo de
promesas,
sin embargo no recuerdo
tus caricias,
al quedarme abandonado
junto a ella .
Mi destino ha sido bueno,
ya no importa;
pero sí siento tristeza por
mi madre,
quien tirada sobre un lecho
moribunda,
aún abriga la esperanza de
que vuelvas.
Como hijo me duele este retrato
al sentir a cada instante los
suspiros,
que delatan el amor que aún
te tiene,
y lo arrastra consigo hasta
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la muerte.
Cuánto cuesta tu presencia,
te la pago,
mi fortuna la ofrezco
por tu vuelta,
y le finjas un beso de
ternura
y feliz muera creyendo que
la amaste.
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Capulí
Pastando mis ovejitas
por vez primera te vi,
junto a un hilo de plata
tu rostro yo conocí.
Mañana,
muchas mañanas,
jamás supe yo de ti,
y al río le he preguntado
por tu alma de capulí.
Al rayo pedí yo un día búscala tú por mí,
pues sé que en el ande
inmenso
mora su alma ahí.
Las notas de mi quena
yo las robé de ti,
y el viento que yo respiro
es tu aroma de capulí.
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Hombre minero Allá arriba, cerca a Dios,
junto a la quebrada
y la nieve eterna,
donde el frío quema
y huyen las estrellas
y solo los hombres
de alma dura y terca
cantan sus huaynos
mezclando sus penas;
vive el minero
en las noches serenas
tocando su quena.
Cuando el cerro se abre
y la luz penetra,
serpenteando el río
deja las sombras
y con la esperanza a cuestas
se transforma en fiera.
Y ahí,
en donde los más machos
se inclinan y rezan,
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toma entre sus manos
la materia inerte
y con golpes brutos
la transforma en gema;
luego, la mira,
la besa, la acaricia,
y le infunde el soplo
que Dios a él le diera.
¡Ah!, hombre minero
que todas las horas
entre ocaso y alba
tu sudor penetra
como fuego el alma,
generoso entregas
los ricos metales
que al Perú dan fama.
Al caer la noche,
cuando todo es calma
y el fuego se apaga,
se retira altivo
por haber vencido
en la dura batalla;
y, de rato en rato,
mira hacia atrás
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como queriendo repetir
el reto sin esperar mañana.
¡Así eres tú, hombre minero,
ejemplo vivo de nuestra
Patria!
Pero hoy, descansa,
bebe tu chicha,
cántate un huayno,
baila una danza;
y, mañana,
cuando el sol brille
allá arriba el cerro
despertando tu alma,
serpenteando el río
olvida tus cuitas
y como el acero,
templado y eterno,
seguid sembrando
la fe y la esperanza.
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Víspera de Navidad Víspera de Navidad,
mi padre enfermo yacía,
la mesa estaba vacía,
tristeza y dolor pintaban
mi hogar.
Mi madre, dulce,
joven y bonita,
vistióse como una novia
frente al Cristo morado
y nos dejó abandonados
sin decir lo que iba a hacer.
Antes de la media noche,
al sonar ya las campanas,
portando mil regalos
volvió a la casa sonriente
y a todos hizo feliz.
¿Dónde fuiste madre mía?
tu secreto Dios lo guarda,
y te perdona si has pecado,
por la alegría que nos diste,
víspera de Navidad.
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Dolor de hijo En el rincón de una cantina
pueblerina,
amargo licor un hombre
consumía,
y entre trago y trago lamentos
gemía,
débiles quejidos que sólo Dios
entendía.
Nadie conocía al tipo extraño,
que solitario ahogaba en el
alcohol,
algún secreto oculto o algún
dolor insano,
o tal vez el recuerdo de un
amor lejano.
¡Señor!, -le dijo un joven parroquiano,
al verlo cabizbajo y abatido-
disculpe usted mí atrevimiento,
por querer mitigar su
sufrimiento:
¡Haga usted como yo,
beba y baile hasta la alborada
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si de olvidar se trata
alguna mujer ingrata!
Sin levantar la mirada,
y jugando con la copa
entre los dedos,
respondió pausado el forastero:
amigo, no bebo por placer
mundano
ni por tristes idilios deshojados;
bebo por el recuerdo de mi madre,
por aquella dulce viejecita
que un día abandoné,
bajo la fiel promesa de regresar
un día
para cuidar de su vejez.
¡Qué falso fui con mi
madre, amigo!
pues en el tiempo que pasó,
envuelto en mil pasiones
con la mujer que desposé,
su recuerdo se hizo polvo
y se esfumó todo el color.
¡Así, es la vida, amigo!,
ayer mi esposa se marchó,
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por un reclamo divino,
y hoy mis hijos me abandonaron
para seguir su propio camino.
Y al verme solo y sin familia
de mi madre me acordé,
y arrepentido he regresado
para rendirme a sus pies.
Pero, qué triste es la vida, amigo,
al visitar la morada
donde mi madre habitaba,
la puerta estaba cerrada
y un crespón negro señalaba
las tumbas de la ciudad.
Angustiado la busqué
a mi madre que yo amaba,
hasta marchitar las rosas
que contra mi pecho apretaba.
Pero el destino estaba escrito,
no lo puedo perdonar,
mi madre fue sepultada
en una fosa común,
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bajo la tierra húmeda y fría,
sin un nombre ni una flor.
Por eso me ves, amigo,
cansado ya de llorar,
bebiendo en esta cantina
arrastrando mi dolor.
Y en cada trago que bebo,
levanto mi corazón,
y a Dios y a mi madre pido
su perdón y compasión.
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Arrepentimiento Al irradiar en mi ser la
primavera,
se despertaron en mi alma
sentimientos,
deseos y placeres mundanos,
que solo quise vivir
el momento.
Me propuse vivir mi vida
joven,
creyendo que el tiempo
no camina,
que el día no se apaga
con la noche,
que las olas y las flores
son eternas.
Al despertar cada mañana,
recordaba mis aventuras,
mi destino no importaba,
total, tiempo sobraba.
Cierto día, de los tantos
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que gocé,
con risa burlona y franca
el espejo me miró,
y una cana me anunció
que la juventud me
abandonaba.
Desesperado, atrás del
tiempo corrí,
pretendiendo volver al
ayer,
y así poder rehacer
mi vida desperdiciada.
En esta quimera soñaba,
cuando un anciano
a mi costado pasó,
rostro triste y macilento
mostraba,
y a la luz de la luna
reflejaba,
profundas heridas
de dolor.
Mientras absorto lo
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contemplaba,
alguien me susurró al
oído:
es un pobre viejo
amargado,
marchando hacia la
tumba olvidado,
para morir sepultado,
bajo la tierra húmeda
y gris,
infeliz y desgraciado.
¿Quién eres tú?, pregunté,
a la dama de traje oscuro
e impertinente
que me hablaba suavemente:
¿la muerte acaso?
¿o una pitonisa del Parnaso?
Después de un breve
silencio,
la mujer de faz enjuta y
arrugada,
me respondió con ironía
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pausada:
Yo, soy la vida,
y aquel anciano que
camina a tu costado,
para morir bajo la tumba
olvidado,
eres tú,
que en el deseo ardiente
de querer vivir
plácidamente,
dejaste pasar el tiempo
y destruiste tu propia
vida.
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Maestro. Del lejano paraíso de la tierra
amada,
ni una flor ni una esperanza
queda,
de Adán un nostálgico recuerdo,
de la música sólo un débil
quejido
¡Soy Dios!
gritó el hombre enceguecido,
mientras de sus manos la cruz
divina resbalaba,
y mirándose al espejo de un
arroyo cristalino,
se reflejó otro hombre en su
mirada.
¡El mundo es mío!
vociferó el insensato,
¡Destruirte quiero!
¡Salid de mis dominios!
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mas impertérrito el rostro
del vecino,
recibió mil veces
el puño embrutecido.
El hombre…
el puño en flecha afiló
y la flecha en trueno
convirtió,
haciendo de la guerra
un himno
para vivar su cruel sadismo.
Y en este afán enloquecido
y despiadado,
cuesta abajo va cayendo
sin dios y sin sentido,
olvidando a cada amigo,
a cada hermano;
sin llorar su destino equivocado.
¡Oh, maestro!, ¿ves?
ya no alumbra el sol como
ayer,
no dan fruto los cristales
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de la lluvia,
la tierra yerma y sombría
está.
Ya se esfuma el dulce aroma
de los pétalos,
se ahuyenta el arco iris,
la vida retrocede,
llora el niño,
sufre el viejo,
el joven se rebela,
la mano de Dios se oculta.
¡Oh, maestro!
gracias a ti, revive en el mundo
la esperanza;
recoged el sufrimiento
del homo
devolviéndole la luz
en la mirada.
¡Oh, maestro!
gracias a ti,
el amor y la sabiduría
cubrirán el manto
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de los siglos,
haciendo comprender al
hombre su fracaso.
¡Oh, maestro!
apiádate de él
y levántalo, humilde
y generoso,
portando la cruz
y no la espada!
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Búsqueda
Te he buscado entre las
grietas;
en las
cumbres y en las nieves
blanquecinas;
en los mares, en las brumas
y en las flores matutinas;
Te he buscado entre las olas
y en la arena de los ríos;
en los arcos de colores
y en las alas del destino;
en el viento, en el sueño de mis sueños y
en el fuego sin los ojos del camino.
Te he buscado y no te encuentro,
tu aroma ya lo he perdido.
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