DE HEROÍSMOS Y TRAICIONES. EL CASO DE ROBERTO QUIETO, SECUESTRADO POR LAS FUERZAS DE SEGURIDAD Y CONDENADO A MUERTE POR MONTONEROS – Ramón Scheines
DE HEROÍSMOS Y TRAICIONES.EL CASO DE ROBERTO QUIETO, SECUESTRADO POR LAS
FUERZAS DE SEGURIDAD Y CONDENADO A MUERTE POR MONTONEROS
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Por Ramón Scheines**
* Este trabajo fue realizado durante el segundo cuatrimestre de 2011 en el marco de la materia “Problemas de Historia Argentina. Violencia política y social en Argentina 1955-1983”, a cargo de Ernesto Salas, en la Facultad de Filosofía y Letras – UBA.** Estudiante de Historia - UBA
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DE HEROÍSMOS Y TRAICIONES. EL CASO DE ROBERTO QUIETO, SECUESTRADO POR LAS FUERZAS DE SEGURIDAD Y CONDENADO A MUERTE POR MONTONEROS – Ramón Scheines
LOS HECHOS: EL SECUESTRO, LA TORTURA, LA DESAPARICIÓN, EL JUICIO Y LA ACUSACIÓN DE TRAIDOR1
Roberto Quieto fue detenido un domingo 28 de diciembre de 1975 pasada las 19hs por
fuerzas de seguridad en la playa “La Grande”, ubicada en Martínez, mientras compartía un
momento con su familia. Muchas personas asistían allí los fines de semana, por lo que lo
creía un lugar seguro. Ya había estado ahí mismo la semana anterior. Lo prefería al Parque
Pereyra Iraola donde, en caso de tener que escapar, podrían acorralarlo.
Pasada las 19hs la gente comenzaba a irse cuando llegaron los últimos familiares de
Roberto: July -su cuñada- con su hijo Manuel -actual cantante de La Mancha de Rolando-
que no había ido antes porque estaba resfriado aunque lo había visto a la mañana en una
plaza de Belgrano. Roberto alzó feliz a su sobrino y fue en ese momento cuando
aparecieron unas diez personas armadas que llegaron disparando ráfagas al aire ordenando
“cuerpo a tierra” a todas las familias que estaban alrededor. A Roberto se le desdibujó el
rostro: sabía muy bien qué significaba que lo hubiesen descubierto. Aparentemente había
policías de civiles entre los concurrentes, que se sumaron al grupo que entraba. Se acercó a
Roberto quien dirigía el operativo. Quieto le pidió que se identificara. Dijo que era el
inspector Rosas, de la Policía Federal, y le ordenó que lo siguiera, pero su esposa Alicia
Testai se interpuso. Uno de los policías, un grandote con lentes espejados, se les fue
encima. Alicia agarró el caño de su arma y le dio una patada en los testículos. “Te voy a
quemar”, dijo el grandote, pero el supuesto inspector Rosas lo cortó: “no vas a quemar a
nadie, quedate tranquilo”. Inmediatamente después, Roberto intentó zafarse de los captores,
tirando patadas y golpes. Corrió hacia un árbol pero lo redujeron violentamente con
culatazos en la cabeza, lo arrastraron hasta un Torino rojo y se lo llevaron.
Los familiares quedaron estupefactos. Pronto recordaron las instrucciones que Roberto
les había dejado por si alguna vez sucedía esto. Fueron a denunciar el caso a un juez y a
los diarios2. Ya a las 11 de la noche del día 28 la noticia vio la luz a través del noticiero de
Radio Colonia. A la mañana siguiente salió en El Cronista Comercial, en Clarín, y luego en
Crónica y en los diarios vespertinos. Hubo una multitud de entrevistas con legisladores y
dirigentes políticos, cartas al Papa y a líderes e intelectuales de distintos países. Una gran
cantidad de solicitadas fueron publicadas durante los días siguientes. Montoneros hizo valer
sus contactos internacionales. Figuras como Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Paco
1 Este apartado se reconstruye a partir de la información que puede extraerse de GILLESPIE, R., Soldados de Perón. Los Montoneros, Buenos Aires, Grijalbo, 1987; VIGNOLLÉS, A., Doble condena. La verdadera historia de Roberto Quieto. Secuestrado por los militares y acusado de traición por los montoneros, Buenos Ares, Sudamericana, 2011; PASTORIZA, L., “La traición de Roberto Quieto: treinta años de silencio”, en Lucha armada en la Argentina, Año 2, n°6, 2006.2 Según cuenta Pastoriza, la denuncia la hicieron en la Comisaría de Martínez y después se contactaron con abogados, periodistas y políticos. Esa misma noche, Alicia habló en el Hotel Savoy con el senador radical y expresidente Carlos Perette, quien al día siguiente denunció lo ocurrido en el Congreso, reclamando la legalización de la detención.
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Ibañez, Pierre Vilar y Alain Touraine entre otros, firmaron una solicitada para su aparición
con vida3.
Desde el lunes 29 Montoneros organizó una campaña para exigir la legalización de la
detención de Quieto y su liberación, algo que nunca se consiguió. Los militantes hicieron
pintadas en los barrios: “Que aparezca Quieto, secuestrado por las FFAA gorilas”, “Quieto
preso por el Ejército gorila”4. El 3 de enero de 1976 se organizó una movilización al centro
de la ciudad, donde hubo incidentes. Pero ese mismo sábado 3, según Pastoriza, comenzó
a circular internamente en Montoneros la versión de que Quieto estaba dando información.
Pocos podían creer esos rumores, pero enseguida llegó la “información oficial” de que
durante la noche siguiente a su desaparición habían caído dos bases conocidas por Quieto
con valioso material y después vinieron una serie de secuestros, detenciones y pérdida de
infraestructura que no hicieron dudar de la delación. En una semana todo había cambiado:
del líder preso, del héroe guerrillero, a traidor. Inmediatamente la CN ordenó levantar la
campaña por su aparición. Ahora se ordenaba pintar “Quieto traidor”5. La Conducción
Nacional de Montoneros (CN) solicitó al Consejo Nacional de Montoneros que iniciara un
Juicio Revolucionario por “incumplimiento del deber revolucionario en su caída en manos del
enemigo. El día 19, ante las evidencias de que ha proporcionado información al enemigo,
pidió que también se lo juzgase por el delito de delación”6. Se iniciaba, así, el juicio en
ausencia del acusado, que “encontrado culpable ´de deserción en operación y delación´, fue
condenado a ´degradación y muerte”7. Actualmente Quieto está desaparecido. Se sabe que
estuvo detenido en el centro clandestino que funcionaba en Campo de Mayo, donde fue
torturado.
3 De acuerdo a Vignollés, Quieto era conocido por la intelectualidad francesa a partir de un viaje que realizó a Cuba en diciembre de 1966 con el objetivo de recibir indicaciones para unirse al grupo del Che en Bolivia, pero previamente pasó por París, donde aprovechó para establecer estos contactos: “de allí que cuando lo secuestraron, a instancias de la madre de Quieto, dirigentes políticos franceses firmaran la solicitada pidiendo su liberación. Aunque hay que reconocer también que los cubanos movieron todos sus contactos internacionales con idéntico objetivo…” (VIGNOLLÉS, A., op. cit., 123p.)4 GILLESPIE, R., op. cit, 267p.5 VIGNOLLÉS., A., op. cit. 307p.6 PASTORIZA, L., op. cit., 13p.7 GILLESPIE, R., op. cit., 269p.
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ESTADO DE LA CUESTIÓN
Antes de proseguir con el análisis de las circunstancias en que se produjo el secuestro y
la acusación de traición a Quieto, haremos una breve caracterización de los principales
materiales bibliográficos con que contamos para la tarea. No es mucho lo específico que se
ha escrito sobre el tema: un libro de Alejandra Vignollés y un artículo de Lila Pastoriza en la
revista Lucha armada. También contamos con dos libros más generales sobre la historia de
los Montoneros que aluden a este episodio: el ya clásico de Richard Gillespie y Montoneros.
Final de cuentas de Juan Gasparini (1988). Utilizaremos, también, el libro de Pilar Calveiro
Política y/o violencia (2005). Por último, incorporaremos dos libros que si bien no tratan el
caso específico de Quieto ni la historia general de los Montoneros, lo mencionan por
distintos motivos: Traiciones…, de Ana Longoni (2007), y Sobre la violencia revolucionaria,
de Hugo Vezzetti (2009), lo que nos permitirá reflexionar sobre diversas cuestiones que
dispara este caso. En este apartado sólo nos detendremos en los textos de Gillespie, de
Vignollés y de Pastoriza, puesto que son los que abordan el tema de nuestro artículo de
manera más sistemática.
Comencemos por el libro de Gillespie. Este autor introduce el caso Quieto para
ejemplificar la imagen negativa que estaba empezando a tener la organización en un
momento donde se le hacía muy difícil sumar militantes, pues hasta los simpatizantes
“…debían de sentirse a veces desconcertados ante la forma de vida sobrehumana exigida a los
combatientes. Convertirse en un guerrillero profesional suponía, a menudo, no sólo romper con la
familia y los amigos y con los medios de subsistencia no dependientes de la organización, sino
también comportarse conforme al fantástico mundo heroico que las publicaciones y comunicados
guerrilleros procuraban ofrecer continuamente. La severa respuesta disciplinaria a aquellos cuya
conducta no estaba a la altura del código montonero, aunque vital a largo plazo en lo tocante a la
seguridad, no contribuía precisamente a dar una buena imagen de la organización…”8.
En este marco, Gillespie aborda también el caso de Fernando Haymal, un estudiante de 26
años ejecutado por la propia organización el 26 de agosto de 1975, acusado de delatar
luego de haber aguantado 4 días de tortura9. A diferencia de Quieto, Haymal estaba
presente en el juicio y pudo defenderse, aduciendo que había sido torturado, pero el
Tribunal sostuvo que la tortura era perfectamente soportable y que no se trataba de un
problema de resistencia física sino de seguridad ideológica. De esta manera, según
Gillespie, los Montoneros defendían su existencia no como una organización revolucionaria
sino como un Ejército, pues Haymal no era un enemigo infiltrado. En este sentido, compara
su caso con el de Carlos Roth, “…quien se convirtió realmente en un traidor y que fue con
las fuerzas de seguridad por las calles de Córdoba señalando a todos los militantes que
8 Ibídem, 265p.9 La información que había brindado hizo que 10 compañeros fueran torturados, entre ellos Marcos Osatinsky, uno de los líderes, quien fue asesinado, además de haber perdido armas y dinero y de obligar a pasar a la ilegalidad a varios militantes.
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reconocía. Sin embargo, los dos recibieron la misma condena”10. La muerte de Haymal abrió
el lugar para las reflexiones en torno a la tortura, los criterios de la organización, etc. por
parte de los militantes, que se intensificaron luego con lo sucedido con Roberto Quieto.
El libro de Gillespie tiene el mérito de que en pocas páginas plantea lo central del caso y
deja la pregunta que será, en buena medida, el eje central en el libro de Vignollés y en el
artículo de Pastoriza: “¿pudo sólo el dolor, en sólo 24 horas, haber derrumbado a Roberto
Quieto, un hombre que, a pesar de todo su ´individualismo´, había experimentado la vida de
presidio en dos ocasiones anteriores?”11. Tras la lectura del libro de Gillespie no quedan
dudas de la necesidad de analizar más profundamente las circunstancias que condujeron a
la caída de Quieto, inscribiendo el caso en el contexto de la época, de la organización a la
que perteneció y de la etapa represiva que enfrentaba, considerando también la influencia
de las relaciones familiares.
En este sentido, el libro de la periodista Alejandra Vignollés es en buena medida deudor
de los planteos y los interrogantes que establece Gillespie, como lo reconoce la propia
autora. En su investigación recorre la vida de Quieto desde su nacimiento en la Capital
Federal, su infancia en San Nicolás, su militancia universitaria, su decisión de adoptar la
lucha armada para tomar el poder, hasta las circunstancias de su detención y las hipótesis
sobre su muerte. Según cuenta la autora, fue en el libro de Gillespie donde se encontró con
datos sobre Quieto que la condujeron a emprender la investigación para saber qué había
pasado con él. La cuestión del libro de Gillespie que, como hemos dicho, le parecía que
había que profundizar era, fundamentalmente, la dificultad de congeniar el hecho de que
Quieto era visto por sus compañeros como un “gigante revolucionario” y aceptar, a la vez,
que en tan sólo en 24hs se desmoronasen sus convicciones.
Vignollés recogió testimonios especialmente para su libro, entre los que destacan las
entrevistas con la mujer, los hijos, los hermanos y amigos de Quieto, Roberto Perdía,
Fernando Vaca Narvaja, Enrique Gorriarán Merlo y ex compañeros de militancia. Al tiempo
que indaga sobre el caso de Quieto, Vignollés afirma que persigue con su libro otros
objetivos:
a) Rescatar el valor de la militancia política y resaltar que los militantes de los ´60 y ´70
tenían un proyecto de país para el cual creían que tenían que tomar el poder por la lucha
armada, aún a sabiendas que podía encontrarlos la muerte.
b) Analizar la realidad interna de una organización armada como Montoneros. El caso
Quieto, dice la autora, “…puso en blanco sobre negro la doble faz de la ideología de los
grupos armados, que hacia fuera mostraban que la revolución era un acto de compasión,
bondad y compromiso en pos de una sociedad más justa, mientras que en su interior
10 GILLESPIE, R., op. cit., 266p.11 Ibídem, 271p.
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primaba la crueldad hacia todo aquel que se animara a salirse de sus esquemas de hierro
así como la muerte para los posibles disidentes. Rigidez que se manifestaba también en la
negativa a ver a los militantes como a personas de carne y hueso, con debilidades y
contradicciones, y pasibles de quebrarse en la tortura”12.
c) Intentar romper con la idea que Quieto era un dogmático y un militarista, algo que lo
diferenciaba con los otros jefes montoneros, en especial Firmenich.
d) Recuperar la historia de amor que lo unía con su esposa, que no aceptó unirse a la
organización, lo cual generó que la vida de Quieto estuviera dividida en dos: la pasión por la
política y el amor por su familia. Una muestra de ello es que de las tres veces que cayó
preso, dos fueron por ver a sus hijos, la segunda de las cuales, además, le costó la vida.
e) Poner énfasis en que los secuestros, torturas y desapariciones no comenzaron el 24 de
marzo de 1976 sino que, como lo muestra el caso de Quieto, ya durante el gobierno de
Isabel se implementaban estos métodos que modificaban la manera de la represión.
Un punto oscuro en su libro es que si bien en el inicio señala la centralidad del secuestro
de los hermanos Born, que tuvo a Quieto como su responsable y cerebro, lo cierto es que
cuando trata ese asunto más adelante no aparece fundamentada esa importancia. Sí queda
explicado lo sustancial que fue para la organización el cobro de ese secuestro (unos 60
millones de dólares), que le permitió a Montoneros pasar a fabricar sus propias armas, pero
no se fundamenta en qué incidió en la posterior detención de Quieto y la acusación que
pesó sobre él de traición por delación.
Más allá de ciertas simplificaciones históricas, se trata de un libro que aporta desde los
testimonios y que, tratándose del único en su materia, constituye una lectura ineludible para
adentrarse en el conocimiento del caso, aún cuando lo central de sus argumentos ya estén
contenidos en las seis páginas que a este tema le dedica Gillespie en su libro.
El artículo de Lila Pastoriza nos parece mejor cualitativamente. Ex-militante montonera,
su escritura combina prolijamente el rigor histórico y académico con la pasión por la política
y el recuerdo del compañero. Lo primero que remarca la autora de Quieto es su condición
de víctima de la represión, pero inmediatamente menciona su doble ausencia: desaparecido,
por un lado, y cargando el rótulo de traidor con el que lo estigmatizó la conducción de
Montoneros, por otro. Dado que “los desaparecidos no tienen más tumba que la memoria”13,
su artículo busca reconstruir la historia de Quieto con el objetivo principalmente de terminar
con ese silencio nunca roto que fue la caracterización de traidor. En este sentido, el artículo
puede ubicarse dentro de los combates por la memoria y la apropiación de los sentidos,
luchas que se libran desde el presente y por tanto tiene un carácter político indisimulable.
12 VIGNOLLÉS, A. op cit., 17p. Como veremos luego, de alguna manera esto también está presente en el libro de Gillespie.13 PASTORIZA, L., op. cit.,4p.
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Creemos que hay un motivo más que guía la escritura de Pastoriza, más personal tal
vez, pero que la autora sólo menciona al pasar en una nota al pie y que se desprende del
testimonio que da Alicia Testai en el libro de Vignollés. Según relata Alicia, cuando
Montoneros decide abandonar la campaña por la legalización de la detención de Quieto y
sus pedidos para que lo liberaran, y le hace el juicio por el que lo condena a muerte, la citan
para informarle de esta resolución -que según Pastoriza también incluía la interrupción de
todo vínculo con la familia para intercambiar información y por control de seguridad, sobre
todo de los hijos- a un lugar en el que estaba presentes varias personas, entre ellas el
hermano de Quieto -Carlos- y Lila Pastoriza: “todos ustedes se pueden ir a la puta madre
que los parió, les dije cuando me comunicaron la sentencia del juicio revolucionario […] le
pegué a Carlitos porque defendía el veredicto, igual que Lila Pastoriza”14. Tal vez Pastoriza,
quien de todos modos sostiene que nunca compartió la imagen de “Quieto traidor” y que
siempre mantuvo la indagación del caso como una asignatura pendiente, e incluso refiere
que se negó a ser ella quien le comunicara la sentencia a la familia, pidiéndole a Paco
Urondo que lo hiciera, sienta le necesidad personal de expiar una culpa de juventud, lo que
no le resta solidez y riqueza a su artículo. Es decir, no se trata de acusar a Pastoriza de
haber consentido activamente la decisión. Indudablemente no estaba de acuerdo. Lo que
nos parece es que, de alguna manera, en su artículo puede entreverse una construcción en
espejo: Pastoriza se ve reflejada en las disyuntivas y tensiones que enfrentaba Quieto al
aceptar el mandato de la organización y las decisiones que se bajaban desde la Conducción
aún cuando no concordara con ellas.
Por otra parte, para Pastoriza el caso Quieto presenta aspectos que luego se
visualizarían decisivos en la capacidad de la militancia de resistir la represión de las FFAA:
“la supremacía del mandato ideológico, la confianza irrestricta en la victoria final, el reemplazo de
la política por el accionar militar, el cerrojo de las opciones binarias -héroes o traidores, valientes o
cobardes-, la preeminencia de las lógicas bélicas son, entre otros, algunos de los elementos
estrechamente vinculados al ciclo de caída, tortura sin límites, delación, cita cantada y nuevas
caídas que signó el camino de exterminio implementado en los centros clandestinos
concentracionarios”15.
Para Pastoriza, si lo sucedido con Quieto no se hubiera encerrado en el callejón sin salida
del “ideologismo y del deber ser” y se hubiera analizado reflexivamente, se podrían haber
extraído conclusiones que hubieran permitido modificar la magnitud de la derrota. Pero la
CN siguió el camino del militarismo. Según remarca, “no se trata de buscar ´malos´ y
´buenos´ sino de graves errores políticos compartidos, impuestos, consentidos. En este
marco tiene sentido saber qué pasó con Quieto y cuál fue su supuesta ´traición´”16.
14 VIGNOLLÉS, A., op. cit., 208p.15 PASTORIZA, L., op. cit., 6p.16 Ibídem.
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Como ya fue mencionado, también en el artículo de Pastoriza uno de los ejes
centrales que recorre el texto es la búsqueda por entender cómo alguien como Quieto llegó
a la situación que generó su caída, no sólo por lo ya dicho acerca de la necesidad de romper
el silencio sino también por la relación que esto pueda tener con la mayoría de los
desaparecidos.
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DEL HÉROE AL TRAIDOR
Para poder abordar todas las problemáticas que se abren a partir del caso de Quieto,
son ordenadoras las cinco hipótesis que trabaja Pastoriza en su artículo:
a) el punto de partida es comprender que Quieto era un militante político y es esta
dimensión la que orientó su vida y la que, mientras funcionó, le permitió sostener los
problemas personales irresueltos. De ahí desprende Pastoriza “…la prioridad de examinar e
indagar los indicadores de acuerdos y diferencias políticas y, sobre todo, de su grado de
confianza en el proyecto político en el período anterior a su detención (elementos que
aparentemente no fueron considerados en el juicio que realizó Montoneros)”17;
b) la situación que originó su caída debe enmarcarse en un cuadro político-personal
complejo donde deben analizarse todas las variables y cómo estas se entrelazaron;
c) la imposibilidad que veía Quieto de que Montoneros modificase su rumbo militarista y las
dificultades para discutir internamente determinaron una crisis política que se expresó en su
pesimismo y preocupación creciente;
d) fue en este marco, al que se sumaba el producido por el aumento de la ofensiva represiva
que obligaba a una mayor exigencia/sacrificio en cuanto a clandestinidad y mantenimiento
de las normas de seguridad, con la consiguiente separación de la familia, que los problemas
afectivos familiares irresueltos se vieron potenciados;
e) así y todo, no abandonó su “puesto de lucha”, pero ya sin el sostén que brindan las
convicciones políticas y la confianza en un proyecto. Esa situación se le hizo inmanejable y
fue en ese contexto que se produjo su detención.
Volvamos al momento de la detención. Comparando los autores no queda claro cómo
se enteró la CN. Tanto Vignollés como Pastoriza refieren que en la playa había un militante
montonero, Miguel, que vio todo lo sucedido y que avisó inmediatamente a Jorge Lewinger,
quien transmitió el mensaje a la CN. Pero la propia Pastoriza, sin notar la contradicción,
refiere que los miembros de la CN se enteraron a las once de la noche a través del noticiero
de Radio Colonia -que era habitualmente escuchado por ellos-, en el mismo momento que
se enteraban todos los otros miembros de la organización y el público en general. No es un
dato menor. Unas horas podían ser determinantes. Según refiere Vignollés, a Quieto lo
torturaron inmediatamente para que dijera todo lo que sabía, que era mucho, como veremos
luego.
Detengámonos ahora en el juicio porque allí están condensadas todas las aristas del
caso Quieto, tanto por lo que se dice como por lo que se oculta. El Tribunal Revolucionario
se constituyó en febrero y el día 14 dictó la sentencia. En el juicio se lo encontró culpable de
los delitos de deserción en operación y delación, con los agravantes producto del rango del
acusado, la importancia de los datos revelados y la rapidez con que los había facilitado, por
17 Ibídem, 7p.
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el hecho de que no estuviera armado al momento de producirse la caída, por la pasividad
con la que había resistido, condenándolo a degradación y muerte18. Para el Tribunal, Quieto
había violado el canon montonero: “no entregarse vivo, resistir hasta escapar o morir en el
intento”. Fue condenado por permitir su captura puesto que, aunque resistiera la tortura,
había que abandonar la infraestructura que conocía y adoptar medidas de protección para
los militantes en peligro. Y fue acusado también por delación, sin considerarse un atenuante
la presunción de tortura porque la experiencia demostraba que era posible guardar silencio.
Las causas que el Tribunal encontró para justificar el comportamiento de Quieto fueron
de tipo ideológicas: “…los delitos del acusado sólo podían atribuirse a su ´conducta liberal e
individualista´ observada anteriormente en las ´malas resoluciones de problemas de su vida
familiar, su primera detención y su no asunción a fondo de todas las implicaciones de la
clandestinidad´”19. Se mencionaba también el hecho de que su vida matrimonial andaba mal
pues su esposa no había aceptado unirse a la organización y asumir una vida clandestina20.
Se habían casado en 1964, luego de 9 años de noviazgo, pero hubo un problema que nunca
pudieron resolver: Alicia no consentía que su marido se comprometiera en la lucha armada,
y menos aceptaba sumarse ella. A fines de 1965 él le anunció que iba a ir a pelear con el
Che a Bolivia: “todo cambiaría a partir de entonces y la vida de Roberto quedaría escindida,
ya la familia nunca sería compatible con su actividad política”21. Para Pastoriza, el quiebre se
produjo tras caer preso en 1971, fugarse de Rawson y regresar al país teniendo que vivir en
la clandestinidad, y se intensificó con su lugar en la CN y el fin de la “primavera” de 1973. El
punto más alto de esta difícil coexistencia se dio con la vuelta a la lucha armada, el pasaje a
la clandestinidad en septiembre de 1974 y el traslado de la CN a Córdoba. Quieto viajaba
todos los meses a Capital y aprovechaba para visitar a sus seres queridos. La CN dijo no
estar al tanto de estos encuentros y en el juicio daban por separada a la pareja desde hacía
tiempo, pero según Pastoriza no parece creíble pensar que supusieran que no veía a sus
hijos.
Para el Tribunal, tales problemas no eran atenuantes sino, por el contrario, confirmación
de su “extremo liberalismo”, “…de su mala disposición a aceptar los sacrificios personales
de la guerra revolucionaria”22. Al creer que podía violar las normas se pensaba a sí mismo
como una excepción, olvidando que el protagonista del proceso revolucionario es el pueblo y
no los dirigentes individuales. Había sido la presencia de la ideología enemiga la que había
18 Véase GILLESPIE, R., op. cit., 268p., PASTORIZA, L., op. cot., 13, 14p. y VIGNOLLÉS, A., op. cit., 209, 210p.19 GILLESPIE, R., op. cit., 268p.20 Según Vignollés, durante los últimos meses Quieto había entablado una relación con una militante mucho más joven, Cristina Lennie. Y antes había tenido un romance con militante de las FAR que estaba casada con un compañero. De acuerdo a los testimonios que recoge Vignollés, para irse a vivir con una pareja o para tener un hijo había que pedir autorización a un superior en la organización.21 VIGNOLLÉS, A., op. cit., 118p. Por el contrario, Perdía y Firmenich vivían con sus familias, según refiere Pastoriza.22 GILLESPIE, R., op. cit., 269p.
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conducido a Quieto a priorizar su vida personal por sobre la de la organización, y eso en su
máxima expresión lo condujo a la delación23.
La caída de Quieto conmocionó a la militancia. Los testimonios hablan de un líder con
fuerte llegada a las bases, respetado y querido, carismático, admirado por su trayectoria
política y su destreza militar. Quienes lo trataron más de cerca, además, señalan su
humildad y su permanente preocupación por el otro como características que lo
diferenciaban de otros líderes como Firmenich. Muchos le llamaban cariñosamente el
“Negro Roberto”. Pero su detención, señala Pastoriza, fue un duro golpe no sólo por estas
cuestiones más personales que hacían a su idiosincrasia -que hasta podrían ser
caracterizadas por cierto dogmatismo como pequeño-burguesas-, sino también porque se
trataba de un jefe, por lo que “para muchos militantes implicó entrever por primera vez la
posibilidad de que la organización no fuera indestructible, para otros que ya planteaban
cuestionamientos empezó a tomar cuerpo el fantasma de la derrota”24. El impacto inicial se
pobló de interrogantes: ¿cómo podía ser que habiéndose prohibido el contacto con
familiares, uno de los integrantes de la CN se encontrara en plena luz del día con su familia?
¿Y la CN? ¿Avalaba que Quieto anduviera sin custodia y desarmado? El juicio a Quieto,
sostiene Gillespie, terminó produciendo críticas en los militantes montoneros hacia la propia
organización: ¿cómo podía ser que se lo haya considerado un jefe hasta el momento mismo
de su traición? En Evita Montonera se afirmaba que si se les había escapado el
“individualismo” de Quieto era por el individualismo, el liberalismo y el burocratismo de la
propia organización, y ello se debía a una ausencia de crítica y a la no participación de los
militantes en las instancias de decisiones.
Al modo en que Quieto había caído -violando todas las normas de seguridad que él
mismo había impuesto y cayendo vivo- se sumaba la acusación de delación, lo que era
inadmisible en una organización que pregonaba el culto al heroísmo, el sacrificio personal y
la exaltación del hombre nuevo. La tortura no era excusa: desde el punto de vista de los
Montoneros se aguanta. Ese era el mandato. Y más un jefe. Pero a partir de este hecho y de
los evidentes cambios operados en los métodos de la represión con el establecimiento del
Operativo Independencia y el “decreto de aniquilamiento” en febrero de 1975, que
instauraron una nueva modalidad represiva de secuestro, tortura sin límite y desaparición,
hubo militantes que empezaron a plantear la necesidad de rediscutir el tema de cómo actuar
en la tortura. Ya en el documento original de la sentencia Pastoriza nota ciertas
contradicciones en torno a esta cuestión: primero se menciona que la información que dio
Quieto produjo caídas a partir de las 24hs y luego, al referirse a la tortura, que Quieto habló
antes de las 24hs. Por eso en la reproducción que salió en Evita Montonera se resolvió la
23 Véase PASTORIZA, L., op. cit., 16p.24 Ibídem, 7p.
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contradicción indicando la rapidez con la que había hablado. Esta “desprolijidad”, según
Pastoriza, responde a que ya se venía debatiendo en la militancia la conveniencia o no de
fijar plazos para no hablar en la tortura. Para las bases no alcanzaba ya con decir que se
aguanta y que todo dependía de la seguridad ideológica.
Para Juan Gasparini, las cantadas en la tortura no se deben a debilidades ideológicas
sino a la combinación de un recrudecimiento de la represión con la desaparición de la
creencia en la victoria posible. Es decir, la explicación reside en la falta de confianza en el
proyecto político, en el cambio de los métodos represivos en un contexto de derrota, algo
con lo que Pastoriza concuerda: lo ideológico, para la autora, por más importante que sea
en una militancia que demandaba un sacrificio personal absoluto, no puede suplantar a la
política.
Hay algunos hechos que fueron ignorados en el juicio y por la prensa montonera. En el
momento de su detención, Quieto además de ser uno de los principales dirigentes
Montoneros25 era el responsable militar en todo el país, lo que implicaba conocer todo el
arsenal con el que contaba la organización, cada munición, cada casa operativa, cada
integrante del área militar, las operaciones hechas, las por realizar, el lugar donde se
falsificaban los documentos, domicilios de militantes y el lugar donde se guardaba el rescate
cobrado por el secuestro de los hermanos Born26. Como reconoció luego Fernando Vaca
Narvaja: “Quieto no colabora, canta y algo, después de las 24hs […] El Negro tenía
muchísima información: si hubiera colaborado, si se hubiera pasado de bando habría hecho
estragos. Está claro que cantó algo”27. Es decir, es mucha la información que Quieto no dio
a los represores. El local donde se reuniría la propia CN al día siguiente cayó pasadas las
24hs de su secuestro, aplicándose las medidas de seguridad correspondientes y evitándose
así ser apresados. El propio Firmenich, cuenta Vignollés, siguió viviendo 10 días en la
misma casa. A esto se suma que Quieto sabía que su captura tendría rápida difusión,
porque fue visto por miles de personas y porque él mismo había dejado instrucciones a su
familia de cómo actuar, y como hemos visto lo aplicaron al pie de la letra.
Según Gillespie, ni la traición ni la sentencia concordaban con el imaginario de lo que
debía ser la guerra revolucionaria. La revista Evita Montonera comenzó a difundir ejemplos
de heroísmo e intransigencia y a condenar todo tipo de individualismo: “el individualista no
es un héroe sino un traidor en potencia”, decía en sus páginas. Para Gillespie, la crítica al
individualismo encerraba una hipocresía, pues ese individualismo que ahora se condenaba
25 La creencia generalizada era que ocupaba el 2° lugar en la CN, en tiempos recientes Firmenich y Perdía han sostenido que era el n°3 por el tipo de representación acordada en la fusión FAR-Montoneros (por cada 2 de Montoneros uno de FAR).26 Quieto era uno de los pocos que sabía dónde se guardaba buena parte del dinero cobrado por el secuestro de los hermanos Born (40 de los 60 millones de dólares). Un militante entrevistado por Alejandra Vignollés que habitaba la casa operativa donde guardaban el dinero, cuenta que recién el lunes 29 a la mañana pudo trasladar esos millones a un lugar seguro, de lo que se desprende que Quieto no dio ese dato a sus torturadores.27 Fernando Vaca Narvaja, en PASTORIZA, L., op. cit. 16p.
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tajantemente era precisamente el que había permitido que jóvenes provenientes de hogares
acomodados rompieran con sus familias y se volcaran a la lucha armada. Lo que los
Montoneros querían era que sus militantes fueran el Hombre Nuevo que hablaba el Che,
que su conducta no se rigiera por el egoísmo y la competencia que imponían las
condiciones materiales del capitalismo. Pero, para el autor, terminaban cayendo en posturas
estalinistas, que desestimaban la complejidad del carácter humano. Tampoco advertían la
fuerza de la institución familiar en nuestro país: una cosa era atraer jóvenes y otra era sumar
a personas maduras, con hijos: “no era casualidad que la mayoría de ellos se hallasen entre
los 20 y los 30 años, y especialmente en el grupo comprendido entre los 23 y los 27. Quieto
tenía 37. Su negro pelo empezaba ya a grisear”28. Gillespie, además, cuestiona que quienes
se erigieron en jueces de Quieto hubiesen alcanzado esa categoría de Hombre Nuevo:
varias personas aseguran haber visto a Firmenich en las carreras de Palermo: era un
“burrero”. Vignollés señala, a su vez, que algunas versiones indican que cuando Firmenich
fue detenido durante 4 días el 17 de marzo de 1974, estaba manejando un auto en estado
de ebriedad.
Estaba claro que las explicaciones dadas por la CN no habían convencido a todos.
Nadie dudaba, dice Pastoriza, de que Quieto debía ser sancionado por el modo en que
cayó, más siendo un jefe, y más si había delatado. De todos modos, se sabía que mucho de
lo que conocía Quieto no había caído y no se estaba seguro de que por su delación se
habían producido las bajas de las que se lo acusaba. Se acordaba que un miembro de la CN
no podía actuar de ese modo, pero muchos dudaban de que sea un traidor. Cuando la
delación abría paso a la figura del traidor, dice Pastoriza, empiezan las dudas: ¿acaso no le
puede pasar a cualquiera? Parecería ser que para escapar del estigma había que no caer
vivo: “ya comenzaba a atisbarse que la ´solución´ para que la organización no fuera
destruida, no pasaría por modificar la política: residiría en la pastilla de cianuro”29.
Precisamente, en un reportaje reciente, Firmenich, además de continuar justificando la
condena de la misma manera que hace 3 décadas, menciona la causa de la introducción de
la pastilla de cianuro, reconociendo que no hay moral revolucionaria que pueda garantizar el
silencio:
“Nuestra fuerza en su ideología tenía como un elemento significativo el tema del hombre nuevo
[…] Se suponía que los militantes revolucionarios tenían que aproximarse o ser casi ese hombre
nuevo […] ¡Cómo era posible que aquél que tenía que ser el hombre nuevo pudiera cantar en la
tortura! Este fue el problema. Nosotros establecimos a partir de ahí dos cosas. Por un lado, un
juicio en ausencia a Quieto, que tenía un valor realmente simbólico. Sabíamos que no tendríamos
ningún rastro de él30. Era un juicio que en definitiva implicaba establecer jurisprudencia para la
28 GILLESPIE, R., op. cit., 271p.29 PASTORIZA, L. op. cit., 12p.30 Montoneros ya había tenido una reunión secreta con Harguindeguy, jefe de la Policía Federal, para tener a Quieto y poder hacer el juicio con él presente, pero este negó tenerlo en su poder. Para Pastoriza, a la entrevista fue Norberto Habberger; para Vignolles, Habberger la gestionó pero acudió Perdía.
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DE HEROÍSMOS Y TRAICIONES. EL CASO DE ROBERTO QUIETO, SECUESTRADO POR LAS FUERZAS DE SEGURIDAD Y CONDENADO A MUERTE POR MONTONEROS – Ramón Scheines
conducta ante la represión que se avecinaba […] aunque las torturas puedan ser muy tremendas´
[…] A raíz de ese proceso, nosotros decidimos establecer que los medios de conducción no tenían
que ofrecer el margen de la delación en la tortura. Y la única forma de evitar eso -nadie puede
garantizar antes de pasar por la tortura que no va a hablar- era morir antes de la tortura. Y allí fue
que se estableció para los miembros de la conducción la obligatoriedad de la pastilla de cianuro,
para no entregarse vivo […] la conducción recibió una crítica generalizada de la organización, que
consistía en decir que se establecía un privilegio para lo miembros de la conducción. Los
miembros de la conducción teniendo pastillas de cianuro tenían el privilegio de no ir a la tortura y el
resto de los militantes no tenían esos privilegios. Y allí fue entonces que se decidió generalizar la
pastilla de cianuro para evitar la delación en la tortura”31.
De acuerdo a Vezzetti, Firmenich defiende la generalización del uso de la pastilla
utilizando un argumento democrático. Además, sostiene que “la pastilla venía a corregir una
inicial sobrevaloración de la capacidad de resistencia de los combatientes apresados […] El
suicidio quedaba situado, ordenado incluso, como un acto de combate […] en el motivo
heroico, el individuo cuenta menos que la causa, o la certeza en la victoria final, que se
adueña de la vida ofrendada”32. Desde la lógica del sacrificio como deber moral, la pastilla
era el acto final de la vida heroica. Claro que para Vezzetti nadie sabe cómo cada uno de
estos hombres de carne y hueso asumió la muerte más allá de las apropiaciones a posteriori
y los relatos hagiográficos.
Volvamos al secuestro y al juicio de Quieto. Lo que los militantes querían saber era
cómo había llegado a esa situación. Nuevamente el interrogante planteado por Gillespie: los
cambios no pudieron haberse producido de la noche a la mañana. Analicemos el contexto
político y el rumbo elegido por Montoneros. Según Pastoriza y Vignollés, Quieto había
empezado a dudar del camino que tomaba la organización, pero esto fue ocultado en el
juicio Esto es fundamental, pues hemos dicho que en Quieto fueron las convicciones
políticas las que orientaron su vida y las que le habían permitido sostener los problemas
personales irresueltos. Si bajó la guardia, dice Pastoriza, es porque estaba golpeado por
algo más que sólo problemas personales: se estaba erosionando “…lo que siempre lo
sostuvo: su pasión por la política, su confianza en que el proyecto político de Montoneros iba
por buen camino”33.
Juan Gasparini, en una nota al pie de su libro, relata el caso Quieto y dice que este pidió
en 1975 alejarse de la CN por diferencias y problemas personales, pero en su lugar lo
bajaron del número 2 al 3. Sin embargo, hemos dicho que tanto Firmenich como Perdía
indicaron que Quieto siempre había sido el n°3 por cómo se había dado la fusión FAR-
Montoneros. Perdía, en el testimonio que recoge Vignollés, reconoce que Quieto planteaba
31 Reportaje a Mario Firmenich realizado por Felipe Pigna, en www.elhistoriador.com.ar/entrevistas/f/firmenich.php32 VEZZETTI, H., Sobre la violencia revolucionaria, Buenos Aires, Siglo XXI, 2009, 148p.33 PASTORIZA, L., op. cit., 21p.
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diferencias en la CN pero terminaba aceptando las decisiones de la mayoría, al tiempo que
niega que Quieto haya pedido irse de la organización.
Por otro lado, sabemos que Montoneros alentaba el golpe de Estado apoyándose en la
“teoría de la hecatombe” del “cuanto peor, mejor”, afirmando que el gobierno de Isabel no
permitía visualizar claramente al enemigo. Parece que en este debate Quieto buscaba
fortalecer la oposición civil al gobierno, intentando adelantar las elecciones, “…lo que
suponía poner el eje en la política y no en la acción militar que favoreciera el advenimiento
del golpe”34. Según los testimonios, Quieto planteó la cuestión de la política en las reuniones
de la CN pero su posición no lograba imponerse. En la última reunión de 1975, Gasparini
cuenta que “el militante responsable de organizarla […] y que no participaba en el evento,
relató que durante un intervalo y mientras caminaba por uno de los pasillos, Quieto, a quien
conocía hace rato, le pasó un brazo por el hombro y por lo bajo le dijo: ´Bichito, acá nos
matan a todos´”35. En esa reunión de octubre, se había aprobado el Código Penal de Justicia
Revolucionario, que entraría en vigencia en enero de 1976. Más allá de que a principios de
1975 Montoneros había desarrollado el Partido Auténtico, lo cierto es que la militarización
iba en aumento desde su pasaje a la clandestinidad en setiembre de 1974 -con la idea de
construir un Ejército Popular- que expuso a todos los militantes territoriales. Como sostiene
Calveiro, “…a medida que la práctica militar se intensificó, el valor efectista de la violencia
multiplicó engañosamente su peso político real; la lucha armada pasó a ser la máxima
expresión de la política primero y la política misma más tarde”36.
Vignollés refiere la charla que Quieto mantuvo con varios militantes que venían de las
FAR durante la Navidad de 1975, que pasaron en una quinta por la orden de no arriesgarse
a ponerse en contacto con sus familiares, orden que fue redactada, según Gillespie, por el
propio Quieto, quien 3 días después sería encontrado a plena luz del día en una playa con
su familia. Según Vignollés, dicha noche Quieto expuso su preocupación por el militarismo
creciente que los alejaba de la aceptación popular, algo irónico, según la autora, pues
Quieto era admirado precisamente por sus virtudes militares.
Podríamos seguir trayendo testimonios o dando ejemplos, pero creemos que no caben
dudas que su cuestionamiento al creciente militarismo y a la retirada de la política señalan
una falta de confianza en el proyecto político, lo que erosiona la moral de cualquier militante.
La pregunta que podemos hacernos es por qué siguió en la organización, o, de manera más
general tomando a Longoni, por qué persistieron los militantes que ya tenían cierta
conciencia sobre la indefectible derrota militar y, por ende, sobre su propia muerte. En la
búsqueda por ver la construcción cultural que sustentó y sustenta la estigmatización como
traidores a los sobrevivientes de la represión, Longoni cree necesario indagar los códigos
34 Ibídem.35 GASPARINI, J., Montoneros. Final de Cuentas, Buenos Aires, Puntosur, 1988, 139p.36 CALVEIRO, P., Política y/o violencia, Buenos Aires, Editorial Norma, 2005, 128, 129p.
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culturales de la militancia, valiéndose para ello de los escritos íntimos de los militantes. La
autora da tres respuestas a la pregunta de por qué persistieron que, sin descartarlas
plenamente, las considera insuficientes. Una explicación se centra en la distorsión de la
realidad que provoca la pertenencia a una organización política cerrada que crea un
microclima de secta, pero la autora ve que había cierto cuestionamiento al triunfalismo. Otra
respuesta es que más allá de que la derrota sea inexorable, era necesario dar el ejemplo a
las generaciones venideras. Otra explicación posible es la que da Calveiro, que descarga la
responsabilidad en las conducciones por no haber protegido a las bases. La desinserción en
los sectores populares condujo a un militarismo y a un organizativismo (resolución de cada
crisis política por medio de reorganizaciones administrativas), que se combinaron con un
verticalismo que no dejó margen para el disenso. Los que se atrevieron a cuestionar fueron
expulsados o incluso recibieron la orden de fusilamiento. Desde enero de 1976 regía el
Código Penal Revolucionario que aplicaba fuertes sentencias a las deserciones y
delaciones. No era tan fácil irse.
Para Longoni, la respuesta se halla en lo que denomina la “moralidad de la violencia”.
Para los militantes, el temor por la propia vida era una expresión de individualismo pequeño-
burgués. En la lógica de los grupos armados, indica Pastoriza, tendían a sustituirse las
relaciones de compañerismo por la autoridad y la disciplina, llegándose a una
despersonalización típicamente militar, cuyos efectos se agudizaban al intensificarse la
militarización y reforzarse las medidas de seguridad. Como sostiene Longoni, “el modelo de
militancia que se impuso en aquellos que optaron por el pase a la clandestinidad extendió
como mandato moral incuestionable el renunciamiento a la vida privada, a los ámbitos de
pertenencia y de actividad específicos y terminó convirtiéndose, al entrar en una cruenta
lógica bélica, en una disposición resignada a perder la vida”37. Había una incapacidad ética
de retroceder sin ser considerado un traidor. Esta lógica de la política entendida como
renuncia y de la militancia concebida como sacrificio se caracteriza por varios elementos,
entre los que destacamos: a) la muerte del guerrillero alimenta la vida de la revolución; la
muerte individual se resignifica como vida en el colectivo; b) cuando la muerte está próxima
no hay marcha atrás. Hay una ética que impone que hay que morir para ser dignos de los
que ya murieron, aún cuando no haya expectativas de triunfo. Querer reservarse es un
rasgo de individualismo y de traición; c) la noción del Hombre Nuevo explica este desprecio
por la muerte, porque el guerrillero debía ser un asceta, un sacrificado que renunciara hasta
a su propia vida. Para Carnovale, que analiza a los combatientes del ERP, también la
explicación reside en que fueron en camino del hombre nuevo, fundando una comunidad de
sangre donde se estaba en deuda con el compañero caído. Como decía el Che, hay un
37 LONGONI, A., Traiciones. La figura del traidor en los relatos acerca de los sobrevivientes de la represión, Buenos Aires, Norma, 2007, 181p.
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deber moral: en toda revolución “se triunfa o se muere cuando es verdadera”38. Así, indica
Vezzetti, sólo la muerte garantiza la fidelidad a la causa. Esto lo vemos en el caso de
Quieto. En una entrevista que Vignollés realiza a Enrique Rodríguez, compañero de
militancia universitaria de Quieto, este refiere que en los últimos días antes de su secuestro
le preguntó si no pensaban que estaba perdiendo y Quieto le respondió que “podían perder
o no pero que él no tenía otro destino que seguir adelante […] me contestó que nunca se iría
y que asumiría su responsabilidad como conducción”39.
Para Pastoriza, Quieto no abandonó la organización porque no cuestionaba el proyecto
montonero en su totalidad sino sólo algunos puntos como la relación entre lo político y lo
militar, y seguía buscando canales orgánicos para torcer el rumbo, contactándose sólo con
compañeros de confianza, la mayoría provenientes de las FAR. Claro que siempre
preservando a la organización, sabiendo que en una etapa de recrudecimiento de la
represión no había que abrir fisuras internas. En ningún momento buscó erigir una
propuesta política alternativa; no se contactó con la columna Norte y la de La Plata, que en
esa misma época manifestaban críticas.
Ahora bien: ¿qué ocurre cuando ese mandato sacrificial se rompe, cuando ya es
evidente que la propia vida no modifica el rumbo de la historia? En este marco, Vezzetti
alude al caso de Quieto cuando describe los dos sentidos del sacrificio: uno cuando se da la
vida creyendo en la victoria final y otro cuando se muere sin creer en la causa pero por
distintos motivos no se pudo o no se quiso desertar. Este, dice el autor, es el caso de
Quieto: está derrotado antes de ser apresado. No se trata estrictamente de un sacrificio, o
es un sacrificio de otra naturaleza. Quieto, así, constituye un ejemplo de “…la contrafigura
de esa confianza en el curso de la revolución. Tampoco habría allí una ofrenda sacrificial
personal: si se admite que ya no creía en la victoria, que la revolución no operaba como mito
movilizador, más que un sacrificio ofrendado habría una muerte anunciada y absurda para
quien la sufría. La mayor tragedia personal es creer que se muere por nada”40.
Para Longoni, la ruptura del mandato sucedía al traspasar la frontera del campo de
concentración. Pero hemos visto que podía ocurrir antes, como en el caso de Quieto. Para
Longoni, “cuando la derrota provoca que la decisión de morir por la revolución carezca de su
sentido totalizador previo, aparecen otros horizontes (mínimos, menos gloriosos) que
justifican conservar la propia vida”41: son los afectos, los familiares, los amigos, toda esa
dimensión de la vida mutilada previamente que da fuerza para sobrevivir. No es que no
estuviese antes; siempre hubo fisuras en el mandato sacrificial, pero ahora la revalorización
38 CARNOVALE, V., Los combatientes, Buenos Aires, Siglo XXI, 2011, 222p.39 Enrique Rodríguez, en VIGNOLLÉS, A., op. cit., 203p.40 VEZZETTI, H., op. cit. 146p.41 LONGONI, A., op. cit., 190p.
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DE HEROÍSMOS Y TRAICIONES. EL CASO DE ROBERTO QUIETO, SECUESTRADO POR LAS FUERZAS DE SEGURIDAD Y CONDENADO A MUERTE POR MONTONEROS – Ramón Scheines
de la vida personal implicaba una toma de distancia de esa moralidad de la violencia, de la
ética del sacrificio que impedía volver atrás aún cuando por delante sólo estuviera la muerte.
El caso Quieto es un claro ejemplo de todo esto. El mandato estaba roto antes de entrar
al campo. La clandestinidad imponía la necesidad de mayores rigores y sacrificios
personales a un hombre que comenzaba a dudar sobre el rumbo adoptado por la
organización. ¿De dónde sacar la fuerza para seguir si ya no se tenía la misma convicción
en el proyecto político, ese que había motorizado toda su vida y que le había permitido
mantener esa “doble vida”? Por eso la necesidad cada vez mayor de buscar el afecto de los
amigos y la familia, refugiarse en las relaciones personales por tanto tiempo postergadas.
Esta combinación de factores puede explicar la baja de guardia que provocó su caída. Pero
no explica la delación. El mandato estaba roto pero no totalmente. Estaba en crisis.
Respecto a la delación, hemos dicho que según Pastoriza y Vignollés todas las acusaciones
son incomprobables. Lo que es seguro es todo lo que calló. Pero aún cuando haya cantado
algo, eso no lo convierte en un traidor. Ya Pilar Calveiro ha señalado las estrategias
individuales y colectivas que se ponían en juego en los campos de concentración y que
definían una “zona gris” o una “zona de colores” donde el deseo de vivir no llevaba
necesariamente a la traición sino a implementar estrategias de resistencia: “tanto las
actitudes heroicas, de quienes resistieron enormes sufrimientos sin entregar ningún tipo de
conformación, como la de aquellos que se convirtieron en colaboradores directos e
incondicionales de los militares, fueron excepcionales […] la actitud promedio de los
militantes consistió en entregar algo que les permitiera prestar una colaboración parcial, a
veces más simulada que real, y detener la tortura”42. Las posibilidades eran diversas: dar
sólo una parte de la información, dar datos que sabían que era inútiles, etc.
Actualmente Quieto está desaparecido. Se sabe que estuvo detenido en el centro
clandestino que funcionaba en Campo de Mayo, donde fue torturado. Vignollés es la única
que aborda el problema de cómo encontraron a Quieto y las hipótesis sobre su muerte.
Respecto a lo primero, repasa tres teorías sin adherir a ninguna: a) por un trabajo de
inteligencia de las fuerzas de seguridad; b) la teoría conspirativa que afirma que fue
entregado por la propia organización; c) la versión de un policía que dice haber hablado con
colegas que aseguran que fue de casualidad. Respecto a la muerte, según su investigación
hay sobrevivientes de la ESMA que afirman que allí iba un civil del Ejército que se
presentaba como el interrogador de Quieto en Campo de Mayo y que para octubre de 1976
este les decía que Quieto estaba vivo, lo cual de todos modos es incomprobable. Otra
versión que trae Vignollés la recoge del juicio a Santiago Omar Riveros -un represor que
quedó a cargo de la Zona IV del Primer Cuerpo del Ejército- donde un conscripto -Miguel
Ángel Hayt- asegura verlo visto en abril de 1976 en un “vuelo de la muerte”. Por último, otro
42 CALVEIRO, P., op. cit., 183, 184p.
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testimonio que cita es de César Calcagno -uno de los abogados que lo defendieron cuando
fue detenido en 1971- que cuenta que un amigo de Quieto le dijo que lo evisceraron pero no
dio detalles sobre si fue arrojado al mar. En el artículo de Lila Pastoriza se mencionan dos
libros que, al pasar, dan dos versiones distintas que de todos modos son inaceptables. Por
un lado, en el libro de Viviana Gorbato Montoneros, soldados de Perón ¿Soldados de
Menem?, Humberto Roggero, un peronista de base que fue funcionario menemista, sostiene
que Quieto está vivo en EE.UU. Por otro lado, en el libro de Gabriela Saidón, La Montonera,
en una nota el pie de página la autora afirma sin citar ninguna fuente que Quieto había sido
asesinado por los propios Montoneros en 1975. En realidad, menciona la autora, fueron las
propias fuerzas de seguridad las que hicieron correr al principio el rumor de que Quieto
había sido capturado por sus propios compañeros.
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DE HEROÍSMOS Y TRAICIONES. EL CASO DE ROBERTO QUIETO, SECUESTRADO POR LAS FUERZAS DE SEGURIDAD Y CONDENADO A MUERTE POR MONTONEROS – Ramón Scheines
REFLEXIONES FINALES
La memoria colectiva de un pueblo constituye la base de la conformación de su
identidad. Por eso creemos que este trabajo sobre Roberto Quieto se inscribe en los
combates actuales por la memoria, que son batallas políticas por el sentido del imaginario
social.
De acuerdo a los testimonios recogidos por Pastoriza, Vignollés y Gasparini, no caben
dudas las críticas que había comenzado a manifestar Quieto respecto al rumbo que estaba
asumiendo la organización, lo que le provocó abatimiento y desazón. La intensificación de la
ofensiva represiva lo obligaba a un mayor sacrificio en cuanto a los grados de clandestinidad
y cuidado de las normas de seguridad, lo que lo alejaba de sus hijos y de su mujer, haciendo
que los problemas familiares irresueltos se vieran potenciados. De todos modos, siguió en
su puesto de lucha, pero ya sin el sostén de las convicciones políticas. En ese marco se
produjo su detención.
Si bien las críticas a la CN existían, no podemos saber con precisión el detalle de las
mismas. Quieto manifestaba posiciones disímiles a las de Firmenich, pero es un riesgo que
es deseable evitar y en el cual es fácil caer, el de crear un Quieto absolutamente opuesto a
la CN que encarnase todo lo contrario a lo que se rechaza de los otros líderes guerrilleros,
para cuestionar el destino trágico y tener la esperanza de que otro pudo haber sido el final.
Claro que no todo sería una mera invención en el plano de lo imaginario, sino que hay
fundamentos históricos y materiales que avalarían tal construcción. Es precisamente todo lo
que desconocemos lo que se presta a suposiciones y refuerza enormemente la imagen de
un Quieto absolutamente irreductible a la CN, a punto tal de olvidar que ese hombre que se
planteaba como la “salida política”, era el responsable militar de la organización en todo el
país, admirado precisamente por las dotes en este terreno, responsable de las principales
operaciones de la organización como fueron la Operación Mellizas (secuestro de los
hermanos Born) y el asesinato de Rucci, entre otros. Como sostiene Pastoriza, “quizá como
contrapartida a la sustracción de lo político, en algunos sectores de las bases militantes
quede una imagen de Quieto depositario-adalid de muchas causa perdidas: el rechazo al
pase a la clandestinidad, el desacuerdo con el enfrentamiento con Perón, la oposición al
reemplazo de la política por lo militar… (posiciones que ni se sabe si propició o no)”43.
Nadie puede dudar de la irresponsabilidad que significó la forma de su caída. Pero no
estamos aquí para juzgar desde una torre de marfil sino para comprender y recuperar todo
lo posible de esta historia para el presente. Vivimos una época en la cual se ha recuperado
el sentido de la política como herramienta de transformación de la realidad. Miles de jóvenes
-que hace una década exclamaban “que se vayan todos”- se vuelcan hoy masivamente a la
militancia. Es en este contexto que el caso que hemos analizado aquí cobra gran dimensión.
43 PASTORIZA, L., op. cit., 20p.
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Más allá de que la sociedad de hoy no tenga el tipo de violencia de los ´70 que es inherente
al caso de Roberto Quieto, hay cuestiones que exceden esa temporalidad y que, sin caer en
anacronismos, pueden ser de gran utilidad para estos nuevos tiempos. En rigor, esto se
debe a que muchos de los temas aquí tratados no son exclusivos de las organizaciones
armadas sino que forman parte de cualquier organización política. Sólo que en los grupos
armados, tal vez, se vean manifestados de manera más explícita y que en tiempos de
clandestinidad alcancen su punto más alto. Nos referimos, fundamentalmente, a las
prácticas de militancia, a los criterios de construcción política, a lo moral de los militantes, a
la relación entre el individuo y la organización, entre lo personal y lo colectivo, entre la vida
personal y el mandato sacrificial. Este trabajo, creemos, permite reflexionar sobre estas
problemáticas.
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DE HEROÍSMOS Y TRAICIONES. EL CASO DE ROBERTO QUIETO, SECUESTRADO POR LAS FUERZAS DE SEGURIDAD Y CONDENADO A MUERTE POR MONTONEROS – Ramón Scheines
BIBLIOGRAFÍA
CALVEIRO, P., Política y/o violencia, Buenos Aires, Editorial Norma, 2005
CARNOVALE, V., Los combatientes, Buenos Aires, Siglo XXI, 2011
GASPARINI, J., Montoneros. Final de Cuentas, Buenos Aires, Puntosur, 1988
GILLESPIE, R., Soldados de Perón. Los Montoneros, Buenos Aires, Grijalbo, 1987
LONGONI, A., Traiciones. La figura del traidor en los relatos acerca de los sobrevivientes de la represión, Buenos Aires, Norma, 2007
PASTORIZA, L., “La traición de Roberto Quieto: treinta años de silencio”, en Lucha armada en la Argentina, Año 2, n°6, 2006.
VEZZETTI, H., Sobre la violencia revolucionaria, Buenos Aires, Siglo XXI, 2009
VIGNOLLÉS, A., Doble condena. La verdadera historia de Roberto Quieto. Secuestrado por los militares y acusado de traición por los montoneros, Buenos Ares, Sudamericana, 2011
FUENTES
Montoneros-Consejo Nacional, Código Penal de Justicia Revolucionario, 4 de octubre de 1975
Reportaje a Mario Firmenich realizado por Felipe Pigna, en www.elhistoriador.com.ar/entrevistas/f/firmenich.php
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