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DE LADRIDOS HECHO:
EL EXISTENCIALISMO POÉTICO DE FRANCISCO HERNÁNDEZ
Adriana Dorantes
Universidad del Claustro de Sor Juana
“A pesar de que en la huida caigo entre lo que se pudre o se calcina,
tengo la sensación de escalar una montaña que crece más allá de los nimbos.” En las pupilas del que regresa
FRANCISCO HERNÁNDEZ
i vida con la perra vio la luz en 2007; en él existe un mundo en el que el
autor juega principalmente con la figura y transmutación significante de
su perra ―Depresión‖, entendida, en efecto, como un animal casero y como
el trastorno anímico, acepciones que se mezclan y construyen nuevos
sentidos. Algunos tópicos de la poesía hernandiana pueden verse a la luz
de aspectos propios del Existencialismo, específicamente, de las teorías de
Jean Paul Sartre (1905–1980) plasmadas en El Existencialismo es un
humanismo y La Náusea así como de Albert Camus (1913–1960), que
aparecen en El mito de Sísifo y El extranjero y que en este trabajo sirven
como vía hermenéutica para aprehender el cuerpo poético de Francisco
Hernández en el poemario Mi vida con la perra (2007).
Francisco Hernández (San Andrés Tuxtla, 1946) es un poeta cuya
creación está comprometida con la vida a pesar de estar conciente de lo
terrible que ésta resulta la mayor parte del tiempo. Las obsesiones que se
fueron trazando a lo largo de su creación resultan tan nítidas que parecen
haber existido siempre. Es particularmente interesante explorar Mi vida
con la perra, una obra posicionada temporalmente en los inicios del siglo
XXI y ver cómo la voz de su autor retoma la misma oquedad del hombre
que a mediados del siglo pasado se encontraba solitario y perdido tratando
de hallar desesperadamente su lugar en el mundo. Francisco Hernández
se aventura a la creación de un poemario que conjunta sensaciones
específicas aterrizadas en una obra orgánica, llena de nostalgia y con la
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terrible verdad sobre el eterno absurdo de la existencia como uno de los
temas centrales.
El trabajo que se presenta a continuación está pues estructurado de
forma que nunca se deja de lado la hermenéutica existencialista como
llave para abrir distintos aspectos de la poesía hernandiana.
La obra poética de Francisco Hernández consta, en una primera
etapa, de cuatro libros breves: Gritar es cosa de mudos (1974), Portarretra-
tos (1976), Cuerpo disperso (1978) y Textos criminales (1980), los cuales
reunió en un solo volumen en 1982, con el título de Cuerpo disperso.
Desde entonces, además de su brevedad y síntesis, su obra se caracteriza
por un halo sombrío y al mismo tiempo inmiscuido en terrenos de ficción
que pocos poetas logran. Su madurez llega con Mar de fondo (1983), con el
cual obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes y donde se
conjuntan y superan las mayores virtudes de sus libros anteriores, ya que
adquiere una concreción estética en cuanto al contenido y a la forma.
―La poesía es un espejo negro donde te reconoces pero no estás
viendo nada‖1 dice Francisco Hernández. Su creación es también una bús-
queda de algo inasible y a la vez totalmente conocido, es intimista pero
fría, personalísima y al mismo tiempo universal. Al referirse a Hernández,
apunta Vicente Quirarte que ―todo verdadero poeta es un maldito en una
tierra de pasiones preconcebidas y existencias dominadas por el horror
creciente y cotidiano‖2. Así es, Francisco Hernández como los poetas mal-
ditos (y aún más al límite), celebra sutilmente la belleza de la vida en
situaciones devastadoras.
En El mito de Sísifo, Camus dice que: ―Un hombre que cobra
conciencia de lo absurdo queda ligado para siempre a él. Un hombre sin
esperanza y conciente de serlo no pertenece ya al porvenir‖3, y más
adelante: ―Todo lo que hace trabajar y agitarse al hombre utiliza la espe-
1 Alejandro Alonso, ―Diario invento, entrevista con Francisco Hernández‖, Suplemento La Jornada Semanal, No.
457, 7 de diciembre, 2003, p. 8. 2 Vicente Quirarte, ―Portarretratos a la cera perdida‖, p. 6 3 Albert Camus, El mito de Sísifo, p. 47.
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ranza, el único pensamiento que no sea engañoso es, por ende, un
pensamiento estéril.‖4 Hernández abre el poemario De cómo Robert
Schumann fue vencido por los demonios con un himno a la desolación y al
sin sentido que termina así:
Pero yo, siempre yo por debajo de todo,
sigo pensando que gritar es cosa de mudos
y que escuchar es intercambiar ecos
con barcos fantasmas o con muertos
que han perdido la esperanza de vengarse (PR 18)5
El autor enfatiza en la soledad y en el desánimo que provoca seguir vivo
ante un mundo de fantasmas impávidos. Más adelante, vendrán la vuelta
de tuerca y la esperanza semejante a la del Mersault al momento de la
muerte, además, incluye el concepto del eterno retorno, una idea antigua
que impulsa al hombre a recorrer el camino en la nostalgia, a pesar de la
certeza de que todo será lo mismo:
Vuelvo por la última parte soleada de mi ojo,
vengo a hacer el amor y a deshacerlo
a reconstruirme con minuciosidad, a repararme,
porque ante la esperanza de la muerte
y el zumbido de la tormenta
sólo se puede ser útil cuando se está completo o extraviado. (PR
19-20)
Completo o extraviado, como dice Hernández, es la situación a la cual se
enfrenta el protagonista de El extranjero. Mersault, durante toda la novela,
se siente extraviado, como un extranjero en su propio país, como un
ignorante de las acciones comunes del resto de la sociedad. Luego de
4 Ibid., p. 92. 5 Francisco Hernández, Poesía Reunida, p. 18. En adelante abreviaré las citas de esta fuente de manera
parentética, con las siglas PR seguidas por el número de página.
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hablar con el cura, seguro de su muerte próxima, se siente completo, libre,
totalmente desesperanzado y feliz, convencido de que su paso por la tierra
no está vinculado con situaciones vitales, como el hambre sino, a nivel
existencial, por el vacío y el repudio a aquellos que tienen esperanza para
creer que algo habría de salvarlos.
Por otro lado Francisco Hernández logra abstraer la filosofía de
acción a la que se adhiere Sartre en algunos versos de ―El basurero‖,
poema que forma parte de En las pupilas del que regresa (1991) y donde
una vez situado el yo lírico en un paisaje deprimente y desolado, entiende
que el quietismo no es opción:
Estoy soñando, pienso, no es posible que la vida termine de esta
forma con mi vida, que no haya más destino que la sábana
inmensa de la mugre.
¿Terminarán así los años del estruendo y el orgullo? ¿Soy lo que
resta del amor que es un rayo? ¿Así termina todo, en la basura,
sirviendo de carroña o paisaje? ¿Habrá quedado el mar en las
gavetas para siempre? ¿Nunca más una boca entre los labios?
¿Nunca más un nombre de mujer en la escritura de la
madrugada? (PR 355)
Hay que hacer algo siempre, diría Sartre, aun cuando lo único cierto en la
existencia sea la finitud y la angustia. Sartre está convencido del hartazgo
y de la poca relevancia de las decisiones que el hombre toma, también
sabe que la única certeza y el único asidero al mundo consisten en las
frecuentes y diversas acciones que lo definen y que le otorgan, de cierto
modo, la esencia que Dios no le dio. Hernández, por su parte, se
manifiesta convencido de que la figura de Dios es inexistente, como él lo
escribe en la parte final de De cómo Robert Schumann fue vencido por los
demonios: ―Querías decir mi Clara y que ya conocías el rostro de Dios, que
es el rostro de la nada.‖ (PR 401).
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Propiamente en Mi vida con la perra, es fundamental describir las
formas del personaje central: ―Depresión‖. Hernández no busca describirla
sino ilustrarla a través de sus metáforas y de su ingenioso juego con el
lenguaje. Publicista de profesión, Hernández, admirador de Ramón López
Velarde, se convirtió también en poeta. Lo puntual y preciso de sus obras
presenta una simbiosis entre ambas profesiones: tiene la huella del artista
publicitario y la del creador intimista, talentos fusionados para crear un
tipo de poesía diferente, profunda y breve.
La depresión, según la presenta Hernández, es una abstracción poe-
tizada de una parte que existe en potencia en todos los seres humanos, es
tan común como un perro, tan devastadora como una enfermedad y tan
imprescindible como el aire que se respira. ―Para algunos, mascota
inevitable que juega a roer ansiolíticos, para otros, un perro ajeno,
anónimo y callejero, que sólo se percibe en fotos sin colores o asfaltos
ensangrentados.‖6 ―Depresión‖ trasciende al relato, está en cualquier
parte, es eterna y su muerte no sucede con sencillez. Estos elementos con-
firman que además del antecedente publicitario, existe una necesidad del
poeta quien es capaz de escribir, sencilla y concretamente:
¿No es acaso la perra ―Depresión‖ quien atraviesa
las puertas de mi cabeza de madera?
Durante la Edad de Bronce, 1250 años antes de Cristo,
la perra ya traspasaba muros y fosos y montañas de fe.7
Mi vida con la perra es un viaje por un diario sin fechas, símbolo también
de la eternidad, y un viaje por lo cotidiano elevado a lo sublime del
lenguaje que lleva a la terrible verdad sobre la vida. Es un poemario con
pretensión de universalidad en tanto que aborda un tema que lo es
completamente, y también en la medida en que se logra con la forma
6 Jorge F. Hernández, ―La perra Depresión‖, Milenio No. 2687, 10 de mayo de 2007, p. 50. 7 Francisco Hernández, Mi vida con la perra, p. 19. En adelante citaré el poemario con las siglas MVP seguidas del
número de página correspondiente y dentro de notas parentéticas.
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precisa y las palabras concretas que lo hacen funcionar como un tipo de
poesía nueva, vital y a ratos humorística. ―Depresión‖ es en sí misma un
mundo perfectamente bien configurado, es un universo total y, además, se
mueve de distintas formas asumiendo roles, edades, estados y momentos
diversos a lo largo del poemario. Posee una capacidad casi omnisciente,
ayudada por la maestría con que Hernández se apodera de distintas voces
—ya sean juguetonas, deprimentes, proféticas, o bien a través e distintos
personajes— para hacerla hablar en sus poemarios.
Como la náusea, Depresión es la piel y el contenido del mundo. El
libro cuenta una historia que comprende desde el primer encuentro con la
perra hasta la muerte de ésta, con los peculiares vericuetos de lo que
sucede en el medio. El autor-personaje a ratos se convierte en la perra y
ésta, al adquirir formas humanas, se encuentra también jugando a ser
parte de todo el mundo, brincando de una configuración a otra. La perra
se desenvuelve en tantas esferas que logra también confundirse con el
aliento de la voz poética, siempre expectante y en continua labor de narrar
las diversas situaciones. Con esto, el autor sugiere una puesta en abismo
en donde la superposición de los planos y de las voces es posible sin alte-
rar la comprensión o la atmósfera del libro.
Además, todos los elementos del poemario desembocan en una
prosopopeya, es decir, tanto los objetos como los animales se perfilan
finalmente a conformarse como seres humanos volcándose hacia el indivi-
duo; esto privilegia la preocupación de Hernández por el hombre y su lugar
en el mundo, referente inmediato al Existencialismo.
Es posible abstraer el personaje en tres formas que servirán para su
estudio y descripción; son fundamentalmente tres acepciones que se
pueden percibir en las transmutaciones de rol de la ya familiar perra ―De-
presión‖. De inicio, ésta funciona como un objeto físico; también la perra
se posiciona en una forma metafísica, en la cual aparece como Dios o bien
como espíritu. Finalmente, asume el papel de enfermedad en dos niveles:
primero en tanto que ella misma es enfermedad y hace daño a otros y, por
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otro lado, en la manera en que la enfermedad ataca a Depresión en un giro
inesperado del discurso.
La perra actúa bajo los sentimientos propios de cualquier ser
humano: tiene envidia, se alegra, es rencorosa, es feliz, en fin, experimenta
una serie de sentimientos que son propios del ser humano. La perra es
suicida, malvada, chantajista, rencorosa, caprichosa y siempre hambrien-
ta.
Entendida como Dios o demonio, como espíritu, ser fantástico o
como la culminación de una alegoría, la perra se perfila hacia lo que sería
un objeto de representación ligado a diversos estadios y creencias del ser
humano. En los siguientes versos asume el papel explícito de Jesucristo,
pero con una vuelta de tuerca:
¿Quién no desea crucificar a su ―Depresión‖?
Me he imaginado a la perra con corona de espinas,
huellas de azotes y sudores sangrantes
en los huertos del pecho.
Oigo sus gemidos rumbo al firmamento, quejándose
de haber sido abandonada por un Dios Todopoderoso.
Tiemblan sus patas clavadas a la cruz.
Dos perros policías, crucificados también
por sus delitos, la escoltan en silencio
sin el menor arrepentimiento. (MVP 18)
―Depresión‖ como sinónimo de Dios, se convierte en una carga, en algo que
uno quisiera aniquilar. Esta concepción trastoca la idea de Jesucristo en
un acto de sacrificio para salvar a la humanidad y, al mismo tiempo,
insinúa que el propio Jesucristo fue efectivamente abandonado por un
Dios Todopoderoso. En este abandono explícito está la concepción existen-
cialista de un mundo en tortura constante, y sin un Dios que pueda
arreglar los problemas del hombre: ―no hay naturaleza humana porque no
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hay Dios para concebirla‖8 dice Sartre y, más adelante, ―El existencialista,
por el contrario, piensa que es muy incómodo que Dios no exista, porque
con él desaparece toda posibilidad de encontrar valores en un cielo
ininteligible.‖9
El génesis de la enfermedad como parte de este poemario puede
encontrarse en la vida misma del autor, quien a lo largo de ésta ha
enfrentado múltiples enfermedades y a ratos ha vivido apegado a los
medicamentos. Sin ninguna intención de deshacerse de ella, el autor
poetiza la depresión en una especie de terapia preformativa en donde la
misma enfermedad es tratada a ratos con sentido del humor; lejos de exor-
cizar con desprecio los demonios, se trata precisamente de lo contrario, de
acogerlos y, lo mejor: poetizarlos.
Existe una relación simbiótica entre la perra y el yo lírico, la cual se
refuerza cuando la perra es hecha a un lado gracias a los medicamentos
que la voz poética está tomando; se siente bien, pero a pesar de ello
extraña a la compañera de tantos años, el poeta escribe:
Por ningún lado se le mira.
O ya se transparenta o no ha existido nunca.
(Cabe la posibilidad).
Desde que empecé a usar nuevos medicamentos
se enfurruñó mordiéndose las uñas y puso de por medio
cruel distancia en círculos concéntricos.
Me animo a confesarlo:
extraño sus caricias roñosas,
sus ladridos de catorce sílabas
y sus manifestaciones de júbilo
al pasar por agencias funerarias.
Vuelve pronto, perra maldita por mi bien hallada.
La felicidad es un saco que me queda grande. (MVP 65)
8 Sartre, El existencialismo es un humanismo, p. 31. 9 Ibid., p. 41.
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El yo lírico ruega por su ―Depresión‖ porque ya es parte de él y sin
ella no se concibe. Se trata de una existencia terrible donde es común
extrañar el asco y la roña, y anhelar la alegría de la compañera ante la
muerte.
En cuanto a cuestiones más bien formales, es de destacar que en
todos los poemarios de Hernández, la ruptura entre verso y prosa le ocurre
sin conflictos, dejándose llevar por el ritmo y la musicalidad de sus propias
palabras, con lo que logra una poética desplazada de ataduras que a ratos
recuerda las aspiraciones musicales de los simbolistas y románticos.
Mi vida con la perra se mueve entre la prosa y la poesía donde
además cohabitan grandes variaciones de género. Rico en apropiaciones
lingüísticas y en temáticas, funciona de tal manera que incluye evoca-
ciones puras del yo lírico, refranes, frases aproximadas a los aforismos,
intertextualidades explícitas y oscuras, y juegos lingüísticos. Todo esto
consignado en verso libre y prosa, ajusta una serie de elementos que si
bien están trastocando las formas y mezclando los géneros, no hacen per-
der la organicidad del poemario entero, sino que, al contrario, contribuyen
a una buena delimitación del universo que aquí se propone. Cabe señalar
que a través de estas inclusiones, Hernández se acerca, más que al relato,
al coloquialismo, esta nueva manera de ver la vida y de contarla a través
de la poesía.
La intertextualidad es otro de los factores cruciales en la poesía de
Hernández. La más importante aparece en el último epígrafe que corres-
ponde a una pequeña narración fantástica de Octavio Paz, titulada ―Mi
vida con la ola‖ en donde una ola marítima cobra vida, se separa del mar y
acompaña la existencia de un hombre durante varios días; la historia
termina mal, después de ocasionarle varios problemas a su dueño, la ola
es congelada y posteriormente vendida a un cantinero que la rompe en
cubos. Hernández hace explícita la referencia a Paz y a este poema:
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Esa nublada mañana, sin ningún chiste como tantas otras del
mes de julio, me tenía reservada una sorpresa: a un lado de mi
máquina de escribir estaba, inquieta y espumosa, una pequeña
ola marítima.
De inmediato recordé el texto de Octavio Paz, el cual no había
leído en años. Pensé: ¿será posible? (MVP 40)
El narrador, sugiere que en esta ocasión su final no será terrible como en
el poema de Paz, sin embargo, la perra de inmediato siente celos de esta
nueva compañera, la envidia cuando el dueño de ambas parece privilegiar
a la ola frente a la vieja inquilina.
El tono general que adopta Hernández es, a pesar de la oscuridad,
un tanto juguetón, la razón de ello se encuentra quizá, y de nueva cuenta,
en el trasfondo existencialista que acompaña su poemario. Regreso a Sísifo
y a la idea camusina de encontrarlo feliz en su engorrosa tarea cíclica,
encontrarlo feliz entre la podredumbre, libre de las ataduras conscientes
que la sociedad y el hombre mismo se han impuesto frente a un mundo
que no adquiere ningún sentido.
Ante un mundo de este calibre, ante una enfermedad trasmutada y
eterna, más nos valdría optar por una perspectiva lúdica al respecto, jugar
con el destino para aplicar sin problema la filosofía de acción sartreana
que nos sacaría un poco del terrible e inevitable cauce del mundo,
seríamos como Roquentin al final de La Náusea, celebrando al hombre que
a pesar de los terribles problemas que tenía en su vida, tomó la decisión de
componer una pieza musical.
El mundo al borde, siempre en los límites de las pasiones —con la
enfermedad como uno de los grandes pilares de inspiración— la existencia
sin la posibilidad de concretar un ideal, el camino en la condena de estar
abriendo puertas al azar y con la conciencia de que nunca se llegará a la
luz al final del túnel, así escribe Hernández. Y además aflora una enorme
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pasión emparentada con el optimismo existencialista que reitera que
estando seguros del fracaso de las acciones humanas, siempre se
encuentra una especie de asidero en la certeza del absurdo que permite
que todo fluya, y que de alguna forma continúe su camino. Recapitulando,
Sartre encuentra ese asidero en el humanismo, el hombre y su acción;
Camus, sencillamente se vuelca al salto existencial mediante el cual asu-
me su condición y sigue adelante con sus acciones diarias. Hernández
propone en su poesía que esta angustia sentida constantemente no debe
ser exorcizada, sino una vez más, abrazada como parte de la vida y ya ahí,
seguir adelante aunque el derrotero parezca muy sinuoso.
Me interesa enfatizar una vez más que la poesía de Hernández no es
liberadora, ni mucho menos una fórmula de salvación para los tristes. Los
personajes principales de sus libros no son ni bardos románticos, ni profe-
tas de buenas nuevas; frecuentemente, como ya lo hemos visto, son almas
torturadas que se retuercen en el fango de la realidad, que luchan con
demonios inasibles e incontrolables y que, sin embargo, tienen amor en
cantidades desbordantes, y una auténtica y gran pasión por su vida.
En una entrevista le preguntan a Hernández si acaso el poeta podría
ser una especie de enfermero que con su obra pudiera aliviar las heridas
de algunas personas; a esto, él contestó:
Yo creo que [el poeta] es un enfermo. Él está en la lista y en la fila
de los que necesitan atención clínica continuamente. Te estoy
hablando de un desollado, de personas que tenemos esa
limitación de la sensibilidad extrema, que no es ninguna fortaleza
ni ninguna gracia. Es sentir todo, como un pararrayos. No es
ningún privilegio. Yo quisiera ser ingeniero civil o contador
público, y no tener nada que ver con esto. Pero yo no lo pude
evitar. Así fue. No me propuse nada.10
10 Jesús Quintero, “Francisco Hernández, Premio Xavier Villaurrutia 1994” El Nacional, 27 de enero de 1995, pp. 33 y 34.
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Como una representación del eterno retorno, el poeta es un ser que
no escapa de sus propias enfermedades y obsesiones. Su obra sigue
abriendo ciclos y no necesita cerrarlos. El poeta, (más que algún hombre
dedicado a otro oficio) es, según parece sugerirlo Hernández, la representa-
ción misma de un Sísifo condenado a cargar una piedra que no pidió y que
no tiene más remedio que llevarse a la cima. Es, en verdad, un desollado
supersensible que no puede librarse fácilmente del destino que le tocó
vivir.
La idea del dolor y la locura como marco de una obra artística,
especialmente literaria, es elemento entrañable para conformar lo que a mi
parecer es digno de poetizarse. El primer encuentro de Jorge F. Hernández
con Mi vida con la perra lo incitó a escribir un artículo del cual rescato
ahora estas palabras: ―Que ladren a lo lejos los muchos poetastros y falsos
cuenteros y los felices optimistas que creen que se puede escribir sin
sufrir. Que ladren, Sancho, todos los perros sueltos y los atados con
Prozac, los pequineses de las solteronas abandonadas y los pastores ale-
manes de los empresarios infelices.‖11
La figura de Francisco Hernández es muy importante dentro de la
poesía actual, y ya es un pilar indestructible para muchos estudiosos y
amantes de la poesía. Heredero de múltiples tradiciones y admirador de
varios miembros de las generaciones que lo anteceden casi inmediata-
mente, como José Emilio Pacheco, Alí Chumacero y Rubén Bonifaz Nuño,
la obra de Hernández está en camino a posicionarse como una de las más
fuertes, congruentes e importantes de la poesía mexicana. Las genera-
ciones jóvenes lo admiran y reconocen en él una referencia obligada.
Agustín Cadena, ensalzando su maestría poética y gran conocimiento
literario, escribe que:
Las enseñanzas que se desprenden de la poesía de Francisco
Hernández son fundamentales, no sólo para los poetas sino para
11 Jorge F. Hernández, ―La perra Depresión‖, art. cit.
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todos los creadores de nuestra generación. En primer lugar, nos
recuerda que somos parte de una historia literaria y, por lo tanto,
responsables de la continuidad del pasado hacia el presente vivo.
A través de su brillante y espléndida poesía, Francisco Hernández
tiene el poder de conectarnos con toda la tradición que lo
precedió.12
Hace 400 años Miguel de Cervantes decía que la poesía era imprescindible,
ahora Francisco Hernández está convencido de que si bien la gente no
necesita la poesía, es indudable que aquellos que la escriben son los que
en verdad tienen necesidad de ésta y se trata de una necesidad que nunca
termina por satisfacerse plenamente. Además, esta es una poesía que se
relaciona íntimamente con una filosofía tan importante como el Existen-
cialismo, lo cual confirma la vigencia y actualidad de esta corriente que
permite abrazar el conocimiento y proponer nuevas formas de abstraerlo y
utilizarlo.
Bibliografía:
Alonso, Alejandro, ―Diario invento, entrevista con Francisco Hernández‖, La Jornada, No.
6925, 17 de diciembre de 2003, Suplemento La Jornada Semanal No. 457, pp. 8-9.
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Hernández, Francisco, Poesía reunida, UNAM, Ediciones del Equilibrista, México, 1996.
__________, Mi vida con la perra, Calamus/CONACULTA/INBA, Poesía, 2007.
Hernández, Jorge F., ―La perra Depresión‖, Milenio, No. 2687, 10 de mayo de 2007, p. 50.
Quintero, Jesús, ―Francisco Hernández, Premio Xavier Villaurrutia 1994‖, El Nacional, 27
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Quirarte Vicente, ―Portarretratos a la cera perdida‖ en Poesía reunida, UNAM, Ediciones
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del Equilibrista, México, 1996.
Sartre, Jean Paul, El Existencialismo es un humanismo, Edhasa, Barcelona, 2009.
___________, La Náusea, Época, México, 2008.
V.V.A.A., ―Francisco Hernández y los jóvenes‖, Periódico de Poesía, núm. 8, 1994, pp. 19-
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