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JOSÉ Mª GONZÁLEZ-SERNA SÁNCHEZ
DEFLAGRACIÓN INMINENTE
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PUBLICACIONES DE EL BLOG OCULTOSEVILLA, 2011
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JOSÉ Mª GONZÁLEZ-SERNA SÁNCHEZ
DEFLAGRACIÓN INMINENTE
(101 HISTORIAS)
PUBLICACIONES DE EL BLOG OCULTOSEVILLA, 2011
Textos: José Mª González-Serna Sánchez, 2011.
Imagen de portada: José Mª González-Serna Sánchez, 2011.
Licencia Creative Commons.- Se permite el uso comercial de la obra y
de las posibles obras derivadas, la distribución de las cuales se debe
hacer con una licencia igual a la que regula la obra original.
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A quien corresponda.
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Cuando leía Viva el pueblo brasileño, de Joao Ubaldo Ribeiro, inicié
también mi vida virtual. Los seres humanos nos debemos a esas casualidades, así que, si bien poco tengo que ver con el comedor de
carne humana de la novela brasileña, no pude evitar dejarme llevar
por el atractivo del personaje y adopté su nombre como alias en mi primer blog, allá por el año 2002.
Desde entonces no he podido liberarme del apelativo, que siempre ha vuelto a mí, pese a que he intentado derrotarlo en diferentes batallas.
Cuando uno es vencido tantas veces lo más sensato es dejarse llevar y
terminar pactando una paz inestable con los vencedores. En mi caso, las condiciones del armisticio incluían una cierta disociación de
personalidad. Mi cara más presentable aparecería bajo el paraguas del nombre auténtico, mientras que aquello de lo que me avergüenzo se
ocultaría tras el alias de Caboclo Capiroba.
Sin embargo, el tiempo termina por confundir aquello que en principio parece ser diáfano. En estos años, lo presentable se ha teñido
de lo oculto y la cara b de la personalidad, en consecuencia, dejó de tener sentido. La situación creada, como se figurarán, no me ha
resultado satisfactoria. Es por eso que me he enfrascado en reflotar el
viejo proyecto de reunir en un único espacio todo aquello que debiera haber permanecido en el anonimato. Esa es la razón de ser de El Blog
Oculto y de estas ciento una historias, las primeras de muchas. Espero.
1G u s a n o s
En torno a las cuatro de la tarde el sol comienza a azotar con fuerza
inmisericorde la ventana de la cocina e inflama toda la habitación en una fiesta salvaje de luz, calor y pereza. Los gusanos, que viven en el
estrecho mundo de su caja, se remueven asfixiados por la repentina
subida de temperatura y buscan en los ángulos sombreados el frescor que el centro les niega. No es momento para alimentarse con las hojas
de morera jugosas que forman un pequeño montículo de sabrosos placeres. Se hace necesario huir del alimento, interrumpir el
crecimiento y ponerse a refugio de un astro capaz de disolver los
cuerpos en jugos amarillentos y pestilentes. Hay que aguantar el tipo un par de horas hasta que el rumbo solar vuelva a dejar en sombra el
limitado universo y la alimentación desenfrenada que conduce a la metamorfosis y la muerte se convierta de nuevo en actividad frenética.
Esas horas eran las preferidas por ella para observar las pequeñas
criaturas. Le gustaba mirarlas en su quietud, inmóviles en las pocas zonas en sombra mientras fumaba un cigarrillo tras otro. “Me relaja”,
decía, “ver los gusanos, intentar sorprenderlos en su crecimiento. Es como contemplar el fluir del tiempo y el advenimiento de lo
inevitable”.
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Hacíamos bromas sobre su pequeña manía, le preguntábamos cada
vez que nuestra actividad nos llevaba a la cocina: “¿Ya han mudado la piel? ¿Se mueven? ¿Han formado la crisálida?”. Ella siempre
contestaba sin acritud, sin dar importancia a la ironía malintencionada
de quienes no comprendíamos y despreciábamos las horas de observación paciente. Hoy se me hace evidente que no le importaban
lo más mínimo nuestras opiniones, ya que ella se orientaba hacia horizontes que nos eran incomprensibles. Me arrepiento de no haber
sido un observador paciente de quien escrutaba la vida de los gusanos.
Quizás, si lo hubiese sido, habría entrevisto los signos del cambio que se operaban en su fisonomía y que no eran más que síntomas de una
transformación espiritual más profunda inapreciable a simple vista. Solamente cuando dejó de hablar nos dimos cuenta de que algo había
sucedido y que la razón de ser de dicho cambio estaba relacionada de
una u otra manera con los gusanos de la caja de la cocina.
Pero entonces ya era demasiado tarde. Los acontecimientos se
precipitaron y en pocas horas del silencio pasó a una inquietante inmovilidad. Anduvo un tiempo olisqueando rincones hasta que
encontró el que, al parecer, cubría sus expectativas. Desde luego, yo
no hubiera escogido el mismo, pero supongo que la cuestión de los rincones es tan personal como cualquier otra, y la luz que unos gusta
a otros molesta.
Como decía, acabó recostándose en un rincón de la casa, el más
umbrío y apartado, abrazándose las rodillas como quien se aferra al
leño salvador del naufragio. La cabeza, sin embargo, no la hundió entre sus brazos, como cabría imaginar, sino que la mantuvo
levantada, con los ojos bien abiertos en dirección a un invisible punto en la pared. Y allí quedó silenciosa e inmóvil.
Acepto que la historia resulta conocida. La similitud con el drama de
Gregorio Samsa es evidente, pero ¿qué puedo hacer? ¿no contarla?
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¿llevar en secreto nuestra pequeña tragedia? Durante algún tiempo
tomé esa determinación; no obstante, el silencio y la ocultación eran como un bocado en el alma. Además, se me planteaba un problema
de no fácil resolución: ¿cómo justificaría su ausencia?
Por ese motivo me he decidido a luchar contra mis vergüenzas literarias y me he sumergido en una inconexa y deficiente narración
de los sucesos, arriesgándome a la burla del lector y exponiéndome al desprecio que todo plagiador merece. Sin embargo, pienso que no
deben llevarse a engaño, pues este texto no es una vulgar copia de
Kafka. ¡Ojalá fuese capaz de acercarme al menos a su capacidad para retratar ambientes opresivos! No, no soy capaz, reconozco mis
deficiencias. Este relato no es un plagio, sino rigurosa verdad, acta de unos días extraños que cambiaron nuestras vidas sumiéndolas en la
incertidumbre.
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2E s p a c i o
Me miraba con esos ojos de reproche que no soporto, como
diciéndome que no podía hacer nada por evitar su presencia, que había tomado ya posesión del espacio y que, o lo compartía con ella o
debía ser yo el que apartase la mirada. Supongo que no esperaba una
respuesta tan inmediata a su provocación y que en su pequeña cabeza, en su limitado mundo, no se contemplaba la posibilidad de que
sucediese lo que pasó, pero a veces soy un hombre decidido, tanto que incluso llego a asustarme de mis reacciones.
Lentamente apoyé mi pie sobre su cabeza y apreté, suavemente al
principio, creciendo en la presión, gustándome, diría ahora, hasta que ese sonido característico me confirmó su final. La primavera provoca
que nuestro mundo se vea invadido por estos seres indignos que piensan que, porque probablemente sean los únicos supervivientes de
un ataque nuclear, tienen derecho a presentarse en nuestras casas con
agravio de nocturnidad y robarnos nuestro espacio. La cucaracha murió como mueren todas, luchando por escapar, sufriendo terribles
dolores, supongo. Espero que alguna de sus compañeras pudiera contemplar su agonía para que contara al resto que conmigo no se
juega, que no me ando con tonterías.
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3A r e n a
Nos gusta dibujar en la arena mojada de la bajamar, sobre todo en las
tardes de agosto, cuando el sol comienza su descenso hacia el poniente. Humedad en el aire y olor a tranquilidad.
Este año la figura estrella es el pulpo cabezón y bracilargo, y el
barquito de pesca que se le acerca por la espalda -¿tienen espalda los pulpos?-. Sobre ellos, un sol infantil que sonríe ante la escena.Sonríe el
sol, como sonríe el niño que vende toallas por la playa, orilla arriba y abajo, cargadito y mirando los grupos de veraneantes que tuestan sus
carnes al sol -¿risueño?- de la tarde.A veces, el niño de las toallas se
para a mirar nuestro dibujo y los ojos parece que le brillasen. Se detiene, como el sol dibujado, a contemplar la extraña escena de niños
y adultos arrojados al suelo y armados de piedritas con las que arañar la arena.
No puedo evitar pensar en por qué le brillan los ojos al niño que vende
las toallas. Se me ocurre que, quizás no hace mucho, también él dibujaba formas en la arena de la bajamar de las playas de Tanger o de
Nador o de Tetuán. Es posible que también él dibujase soles sonrientes y pulpos y estrellas de mar y, un día, una barca. Y puede ser que,
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jugando, jugando, se montase en la barca de fantasía de la arena del
anochecer y la barca zarpase y el dibujo lo trajese, jugando, jugando, a estas playas del lado opuesto en las que ya no puede dibujar en la
arena, sino pasear la playa cargadito de toallas y, de vez en cuando,
pararse a mirar cómo pintan las familias sus pulpos y sus soles en la arena de la bajamar.
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4E l b o s q u e
La casa que buscaban se encontraba al final del camino en el que les
sorprendió la noche. De repente, se hizo el oscuro. Aquello fue como si alguien hubiera pulsado un interruptor y se apagase el cielo: azul
eléctrico, primero; azul muy oscuro, después; negro, al final.
Recuerdan quienes lo vieron que el niño se puso a temblar de frío, de miedo tal vez, al tiempo que la mujer creemos que lo tomó de la mano
mientras seguían los pasos de un hombre que, a corta distancia, parecía ser el guía de tan triste expedición.
En tan sólo unos segundos, las manos de la mujer y el niño se
separaron, que poco dura la protección cuando la noche llega decidida. Sin estridencias, la mujer fue rezagándose, alejándose del muchacho
que la miraba con unos ojos incapaces de verter lágrimas por una pérdida que se le antojaba inexorable. El hombre, por su parte, seguía
marchando, y también el niño que, pese al llanto contenido, no se
atrevía a apartarse de las huellas que marcaban la ruta hacia la casa del final del camino. La mujer quedó atrás, engullida por una noche
dispuesta a celebrar la nueva pieza cobrada con una algarabía de aullidos, rumor de maleza y baile de ramas. Cuando al fin desapareció,
la casa aún no asomaba ante los ojos de los caminantes.
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Hombre y muchacho quedaron solos en el camino que atravesaba el
bosque, devorados por la oscuridad y asaeteados por ruidos desconocidos que se clavaban en sus cuerpos como flechas disparadas
por el más diestro y villano de los enemigos. Con los ruidos, con la
noche y su soledad, se presentó también el miedo en forma de sombra que recorría los pasillos formados por las hileras de árboles. El niño
comenzó a temblar, pero el hombre no se detuvo.
- ¡Papá! No puedo andar más, no voy a llegar a la casa.
Seguía caminando, aunque con pasos cada vez más breves. El padre
miró a su hijo, vio su dolor y se dirigió hacia él. No le dijo nada porque no solía hablar mucho, le faltaban palabras y probablemente
situaciones en que emplearlas. Solamente tomó su mano y condujo al muchacho hacia un ensanchamiento del camino al borde del cual
crecía un árbol junto a una gran roca manchada de musgo verdinegro.
Allí pararon, porque el lugar parecía ofrecer una mínima protección frente a las voces del bosque y sus sombras.
Se sentaron, y el padre apoyó su espalda contra la roca, acarició la cabeza del muchacho y éste también se recostó sobre el brazo derecho
del hombre. No tenían mucho de qué hablar y en ese momento no
parecían tener el valor necesario para nombrar lo que verdaderamente les preocupaba. Es seguro que ambos recordaban a la mujer, la madre,
recientemente perdida en el camino. Ella había sido siempre el nexo de unión, faro y punto de referencia de la familia. Sin embargo, ya no
estaba.
El chico seguía temblando de frío y de miedo. Se abrazaba a la cintura del padre con una fuerza inusitada que reclamaba una protección que
el hombre, pese a su deseo, no estaba en condiciones de proporcionar. Silencio y ruido. Frío y oscuridad. Miedo y necesidad de protección.
Impotencia. El bosque en todo su esplendor.
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Las sombras que antes se veían a lo lejos cada vez estaban más cerca
del reducto improvisado en el que hombre y muchacho habían decidido aguantar sus miedos hasta el amanecer. La primera que llegó
se estrelló contra la piedra protectora y ese accidente enseñó a las
otras cuál era el camino a seguir. Poco a poco, el viento negro móvil del bosque fue tomando posiciones en los árboles cercanos, en el
borde del camino y en las inmediaciones de la gran roca. El niño no hacía más que temblar mientras el padre lo miraba sin encontrar la
manera de evitar el peligro indudable que sobre ellos se cernía. La
muerte era en aquella noche mucho más que una posibilidad; era una figura con cara de sombra y cuerpo de sombra que se abalanzaba
sobre el padre y el hijo con determinación clara y contundente. Por mucho que el hombre cobijase al niño en su seno no podría –lo sabía-
evitar la victoria final de tan poderoso enemigo. Sus cuerpos crujían
de dolor y miedo mientras la noche, el bosque, la lejanía de la casa al final del camino y los recuerdos ganaban terreno en la batalla.
Cuando todo estaba ya irremisiblemente perdido, el padre comenzó a entonar una salmodia al principio inaudible que fue ganando cuerpo a
medida que crecía en entidad. Érase una vez, comenzaba, y tras esas
palabras brotaron de sus labios como a chorro las palabras que componían una historia; y con cada frase parece que se levantara una
columna; y de cada columna se diría que brotaban vigas que terminaban por sustentar un techo protector. A medida que la historia
avanzaba, las palabras, las ideas, los personajes poblaban la ínfima
construcción hasta completar un hogar improvisado para padre e hijo. Solamente con la mentira final se cerró la puerta del refugio de
palabras. En el engaño del fueron felices pudieron cobijarse hombre y muchacho hasta que la luz del alba volvió a mostrarles el camino
largo, pero libre, que conducía a la casa. De las fieras sombras que tan
cerca estuvieron de conseguir su objetivo sólo supieron que les seguían
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a un tiro de piedra, esperando, probablemente, una nueva ocasión en
la que lograr su objetivo.
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5E n e l a u t o b ú s
Una mujer observa las vidas de otras personas mientras viaja en
autobús. Es una actividad tan repetida que se ha convertido en rutinaria y mecánica. Casi siempre se trata de los mismos viajeros, lo
que ha creado entre ellos una cierta familiaridad que no llega a
traspasar la frontera invisible de la palabra intercambiada. Tan sólo ráfagas visuales de reconocimiento.
El vicio de esta mujer es la mirada que busca penetrar en la vida de las gentes que con ella comparten el trayecto. Probablemente espera
encontrar consuelo en la comprobación de que cada día es igual o
parecido al anterior. Nadie falta, nada cambia, todo está bien.Un día, sin embargo, sucede algo extraño. Alguien lleva en las manos un libro
inadecuado en ese contexto y provoca en otro viajero un destello de sorpresa en sus ojos. A lo largo de las siguientes jornadas, la mujer
asiste callada a un diálogo entre libros leídos que no llega a comprender
porque no entiende de letras escritas, aunque sí de gestos, comisuras de labios, acercamientos y miradas. Por eso sabe que los libros han
provocado que nazca la complicidad entre sus dueños. No se atreve a imaginar hasta dónde puede llevarlos.También asiste, quizás, a la
ruptura, cuando uno de los dos se presenta desnudo de lectura. Es
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posible que los viajeros objeto de espionaje dejen de coincidir por
algunos días y la intriga por la razón que explique la ausencia se adueñe del pensamiento de la mujer. En otro momento, se producirá
el reencuentro. Pero nadie cruza palabras, solamente impera la
narración y el desvarío de la mujer que es testigo de la historia.
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6L a t a r d e
La culpa fue de la línea de sombra que partía de través la pared
encalada y también supongo que algo tendría que ver el calor de la
media tarde. La diagonal de luz y oscuridad atraía su mirada hacia ella, capturaba el pensamiento y lo esclavizaba de tal manera que lo
único posible en ese instante era volcarse sobre la balconada y dejarse vencer. No corrían tiempos de heroicidades y la línea de sombra y la
balconada eran demasiado atractivas. La derrota era, sin duda, su
mejor opción, vistas las circunstancias.
Su cuerpo cayó al vacío, despacito, y mientras comenzaba la caída,
sintió el roce de la baranda sobre su vientre. Todavía no se ha podido saber por qué, pero fue justo en ese instante que deseó con todas su
fuerzas no haberse visto atraído por la línea de luz ni haber oído la
llamada de la derrota. Se arrepintió, y mientras su cuerpo bajaba, el arrepentimiento se hizo rabia, y después tristeza, tan sólo tristeza,
enorme tristeza.
Algunos de los testigos afirman que justo antes de que el cuerpo se
estrellara contra el pavimento, vieron como de sus ojos fluían gotas de
un líquido rosado -lágrimas, las llamaron- que terminaron por inundar
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la calle de nostalgia. Otros creyeron ver que el cuerpo quedaba como
suspendido en el aire, que no terminaba nunca de bajar, como si no quisiera destrozarse en el pavimento. Me dijeron que luchaba por
trepar el aire, por devolverse a la balconada. Pero la mayoría de los
presentes solamente cuentan que lo vieron romperse como cristal, y lloraron con el estrépito de los huesos quebrados, y todo fue tristeza y
la línea de sombra sobre la pared encalada contemplaba el cadáver y se retiraba, poquito a poco, como queriendo marcharse sin ser vista.
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R e p e t i c i o n e s
Al igual que Dante y tantos otros, quiso iniciar en su madurez un camino de perfección. Coincidió con Pierre Menard en que no existía
otra vía posible que la ya experimentada. Como Villon, su rastro se perdió al final de una soga o de una escalera.
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D e s a r m a d o
Se me quedó mirando, con el cuerpo contraído y la cabeza hundida entre los hombros. El tiempo -gato escaldado- hizo un paréntesis de
incertidumbre que llegó a su fin con tres palabras pronunciadas como tres aldabonazos que rompiesen el himen virginal de la mañana.
- Preferiría no hacerlo.
Al sentarse, volvió a sumergirse en un mar de papeles que amenazaban con desbordar los límites de la mesa.
Me retiré porque intuía que aquel no era un buen día para batallar.
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9
F i n a l
Competí con el sol escondido bajo las sombras de un jardín florido, fui vapuleado por una diosa ingrata entre canales y campos venecianos,
bailé con la muerte en la sala de un palacio y una calle de Mantua sirvió como refugio a mi desolación. Hoy, en este cementerio, se
certifica lo que soy: un pobre muchacho convertido en instrumento
inconsciente de un plan secreto. Todo acaba sobre esta losa, amores y también odios. Asistid a mi fin, llorad mi desventura y congratulaos
porque el mundo, al final, parece estar bien hecho.
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C u a t r o c i u d a d e s
He vivido en varias ciudades sin abandonar nunca la misma.
La primera es lugar abierto de callejones, almacenes y río; ciudad que
muere en el atardecer para renacer con las primeras luces del alba. Domina el esfuerzo y el trabajo, aunque en los vericuetos de su
geografía se oyen risas y gritos de niños que persiguen un sueño con
forma de balón.
La segunda explota en primavera con un bullicio constante de la
mañana a la noche: mercado, capillas, tabernas, gentes que vienen y van, un dedo que apunta al cielo en el límite de hierro negro que parte
la corriente del río.
En la tercera siempre es verano. Hay velas que cubren las calles y las preservan de un sol abrasador. Las estrechuras se encuentran y
confunden, el sonido de los pasos acaricia con suavidad los oídos antes de ascender y perderse en el azul del cielo a través de la brecha de luz
que hiere el tejido humano de la tierra. Aunque no parece que
abunden los árboles, macetas, enredaderas, geranios y naranjos pugnan con la piedra y la cal. Hay tapias de conventos que ocultan
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altos cipreses, pasarelas de la gracia que se mecen al son de las
campanas.
En la cuarta ciudad todo es exilio y lejanía. Se vive entre ecos y
sombras de las ciudades hermanas, sin ser más que engaño o recuerdo
o rabia. Espacios abiertos y vegetación sin sentido, tranquilidad engañosa, cómoda modernidad.
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D i v i n a t r a g e d i a
Casi no me conociste y, sin embargo, estás ahí, quieta y expectante. Al borde del precipicio del desaliento intentas adivinar en los gritos y en
los fogonazos que laceran los cuerpos pecadores si mi llegada está cercana. Me esperas, sí, pero no sé si es amor, inercia u obligación lo
que te mantiene en pie por tan largo tiempo. Esa es la miseria en que
vive quien te ha creado. Te he construido y te he adjudicado un papel en esta farsa, pero olvidé esculpir también tus sentimientos y ahora, ya
viejo, la incertidumbre me destroza. Pronto llegaré a la puerta del cielo y sé que allí encontraré tu mano, tu cuerpo, tu dulce mirada, tu
compasión y tu virtud. Sin embargo, mi dulce Beatrice, cambiaría
todo eso, el mismísimo paraíso que me he prometido cambiaría, por el recuerdo vago de una mirada de amor.
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Ú l t i m a t a r d e d e v e r a n o
El viento acaricia, codicioso, cada centímetro de la piel.
Sensación de terciopelo.
Las conversaciones más dispares se confunden. Una radio que vomita música extraña asesina el silencio con tanto esfuerzo conquistado.
El rumor lejano del mar.
Un coche vierte sobre el paseo un fluido de colores y plásticos mientras un balón y una cometa huyen en la última tarde del verano.
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D e t r u e q u e s y p é r d i d a s
He perdido un recuerdo sobre un trueque, lejano y creo que pleno de sentido. Ya nada queda de él. ¿Qué cambié? ¿Qué obtuve? No soy
capaz de encontrar la forma de los objetos en el maremagnum de la memoria.
Sin embargo, aún puedo tocar con la yema de los dedos el regusto
placentero del cambio. Poco me queda: la reacción de los adultos que no podían comprender mi insensatez; quizás la certeza infantil de que
no era comprendido por quienes me rodeaban; y, desde luego, el sabor agrio de aquella tarde partida entre la felicidad por el trato realizado y
la culpa por haber sido, al parecer, engañado.
Mientras, la televisión, todavía en blanco y negro, inundaba el comedor con un Tarzán que besaba a Jane bajo la atenta mirada de
un simio estremecedoramente parecido a mí mismo.
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C a d a t a r d e u n a a v e n t u r a
Cada tarde una aventura. Había que atravesar el parque para llegar hasta la seguridad del comedor. Árboles y palomas, enormes edificios,
un laberinto. Mi hermana, mi guía, siempre tenía prisa y las piernas más largas. Por cada paso suyo, dos de los míos. Y la maleta de
cuadernos y la cartilla Palau que pesaba mucho más al atardecer que
de mañana. Y la angustia porque siempre me quedaba atrás. Y las ganas de llegar por una vez antes que ella.
Una carrera y una risa; otra más, otra. Al final, lo inevitable: el laberinto que me devora, el llanto entre los setos. Oigo que gritan mi
nombre, pero soy incapaz de establecer la procedencia de la voz.
¿Dónde está que no me ve? ¿Dónde estoy que sólo veo verde y piedra y cielo a mi alrededor? ¿Cómo he podido perder el rumbo en una ruta
cotidiana?
El miedo me paraliza y me salva la vida. Al poco tiempo -una
eternidad-, el encuentro. Descubro, asombrado, que el pavor no se ha
instalado solamente en mí. Su rostro desencajado; las manos que tiemblan, heladas; rota la voz; el paso alterado.
Qué raras son estas aventuras de cada tarde, viajes cotidianos que
siempre -gracias a Dios- terminan en Ítaca, ante un tazón de cacao.
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C a m p o s d e l a b o r
En la llanura cubierta de cereal, un montículo coronado por un león recuerda una derrota. Muy cerca, el vivac del Emperador: una estatua
y un breve jardín. La suavidad del verano retrasa en los campos el amarillo de las espigas y los atardeceres de junio son allí verdes y
solitarios.
Aún huele a pólvora y todavía resuenan los pasos de la Vieja Guardia sobre el lodo. Ney se equivoca, se está equivocando. No
cuenta con los dragones escoceses emboscados, los flancos caen y el último galopar de húsares y granaderos se estrella contra la realidad.
Todo se perdió en la llanura belga de Waterloo, y anochece.
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L a p r o f u n d i d a d d e l o s r a í l e s
Sentado en el columpio del porche en qué piensa Atticus. Lentamente ha extendido su brazo derecho y lo hace descansar sobre el respaldo
del asiento. Ya ha caído la noche de otra día más, de otro verano lento y cálido. Fija su mirada en el árbol hueco de la calle -¿En qué piensas,
Atticus?-. No fuma, no hace nada, solamente parece dejar pasar el
tiempo.
Atticus trabaja desde temprano y vuelve a casa roto para comenzar la
verdadera batalla de cada día. Soledad entre los juegos infantiles -¿realmente va contigo esta guerra, Atticus?-. Supongo que cada noche
se sienta en el columpio en la misma postura y piensa que mañana no
volverá del trabajo, que al salir del despacho caminará por la calle mayor pero no girará a la izquierda como cada día, sino que
continuará caminando en línea recta hasta llegar a la estación -¿Hay estación de tren en tu pueblo, Atticus?-. Allí, el operario del ferrocarril
le saludará -”Buenas tardes, señor Finch”- y quizás le agradezca lo que
un día hizo por él y su familia. En el columpio de su porche, esta noche, Atticus se imagina sentado en la misma postura en el banco del
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andén mirando la profundidad de los raíles. Casi puede oír el ritmo
metálico del convoy de la tarde acercándose.
Pero hoy Atticus no siguió caminando, volvió a casa como siempre y
saludó a la vieja vecina medio loca, como siempre, sus hijos explotaron
un instante al verle y en seguida volvieron a sus juegos en torno al árbol hueco, como siempre. Al anochecer, la cena, los ritos repetidos -
¿leerás a tu hija un cuento, verdad, Atticus?- y el sueño y la noche y sólo la soledad al marcharse Calpurnia a estrellarse con su otra vida
pensando en que tampoco hoy el señor Finch la había invitado a
sentarse un momento en el columpio del porche.
Sentado al aire de la noche mira el árbol hueco y piensa que mañana
irá a la estación, que subirá al tren y que llegará al final de la profundidad de los raíles. Silencio. Todos. El señor Atticus Finch se
marcha.
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A s f a l t o
Beberte el asfalto no entraba en lo pactado. Te lo dije un día hace ya mucho, mucho tiempo, pero no quisiste escucharme; todo te parecía
una bobada, precauciones propias de mentecatos sin sangre en las venas. No lo habíamos pactado, no habíamos hablado de que acabaras
vomitando petróleo.
Acelero. A tope. Me gusta ver la línea discontinua transformarse en una estela blanca y cómo el coche parece engullir el firme a grandes tragos. La aguja del
velocímetro ya debe estar medio loca: acelero, freno, vuelvo a apretar. Adentro y afuera, como si me la follara, como si me follara esta carretera de mierda que me
conduce a la ciudad.
Habíamos pensado en otras situaciones: la vejez, los hijos que nos abandonan en un asilo -¿ya no te acuerdas?-. Me decías que nos
cuidaríamos uno al otro, que éramos inseparables. No habíamos pensado en tu cara arrastrada por el pavimento.
Tocar la palanca, apretarla como si estuviera exprimiendo un limón, sacarle su jugo
una y otra vez. Y el coche que salta, se queja, ronca porque lo llevo al límite, porque lo hago sufrir en este atardecer de medias luces y formas difusas.
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No nos habíamos dicho nada del estruendo, ni del pecho abierto en
canal atravesado por la barrera. De eso no habíamos hablado, no, no lo habíamos hecho.
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U n i d a d
Siempre nos ha gustado hacer cosas en familia. Vemos películas mientras nos atiborramos de palomitas, jugamos con las muñecas o
pasamos las tardes de invierno en torno a un tablero de parchís. A veces salimos para perdemos entre los vericuetos de la ciudad. Siempre
juntos, mientras el tiempo no se nos ponga de cara y los vientos de la
edad no decidan llevar cada barco por una derrota diferente.
Sabemos que esta conjunción tiene fecha de caducidad. Sin embargo,
no perdemos el tiempo que nos queda en lamentarnos por algo inevitable. Simplemente vivimos, sin excesos, sin querer apurar cada
instante como si fuese el último. De esta manera, las actividades que
acometemos no dejan en nuestro interior sensación de final. La costumbre nos hace estar seguros de que encontraremos algún otro
momento especial; aunque también asumimos que algún día no aparecerá ese instante. Cuando se de esa situación ya tendremos
ocasión de valorar las alternativas y, llegado el caso, siempre podremos
apelar al recuerdo.
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Esta noche nos espera uno de esos momentos especiales que hacen
familia. Mi hija mayor ya tienen edad suficiente y lleva algunos meses entusiasmada con el momento de salir a cazar conmigo. Juntos
esperaremos hasta que la luna llena reine en la noche y después
saldremos a la calle. No iremos muy lejos, porque es su primera vez. Hay una calle poco transitada a la espalda de nuestro bloque de pisos.
Esperaremos pacientemente y atacaremos a algún vecino nocherniego. El primer aullido es inolvidable.
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C a d e r a s
No creo que haya cosa más hermosa que dejar resbalar la mano por la curva de tus caderas. Sentir la suavidad de tu piel acariciando mis
manos y notar el calor que emana de ti, aunque no te ame, aunque no quiera compartir el resto de mi vida contigo y poblar el mundo de
retoños, es hermoso. Esto no tiene nada que ver con el amor, pero sí
con la belleza y con la curvatura y con la perfección y con el sopor de las tardes de veranos tempranos.
- Sí, pero además yo te amo -dijo ella.
Y el círculo se cerró, la tarde se llenó de sentido y la sombra de la
perfección cubrió sus vidas por un instante.
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E l E x p e r i m e n t o N i k l a u s
Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja,que un rico entre en el Reino de los Cielos.
Mt 19, 23-30
Mediado el siglo XX, los principales medios de comunicación de la
época se hacían eco de la propuesta de Arpad Niklaus de conseguir hacer pasar un camello por el ojo de una aguja. Frankfurter
Allgemeine Zeitung se congratulaba por la iniciativa del físico de ascendencia renana, pues, defendía, sin duda acabaría trayendo como
consecuencia una relación más igualitaria entre los seres humanos al
abrir una esperanza de salvación ultraterrena a las clases potentadas. De esta manera, se expresaba el editorialista, no podía caber la menor
duda de que estas personas, una vez eliminada su frustración transcendente, alterarían los comportamientos terrenales y sus
relaciones con otros tipos humanos. En línea similar al diario alemán
se posicionaban otros rotativos, como The Guardian, Ya, Le Monde, Los Ángeles Tribune y, sorprendentemente, el soviético Pravda.
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Aparte de la valoración social que los medios de masas aportaron, el
experimento del doctor Niklaus también tuvo su acogida en las páginas de bastantes publicaciones específicas, si bien en todos los
casos se trataba de revistas con clara vocación divulgativa. Scientific
American, sin ir más lejos, situó en primera plana el proyecto, centrándose, sobre todo, en las consecuencias positivas de desarrollar
la capacidad de descomposición de la materia visible y tangible en un hilo de fuerza electromagnética que, sin llegar a perder la memoria de
su estructura original, pudiera desplazarse en el tiempo y el espacio lo
suficiente como para permitir el paso por el angosto hueco de la aguja.
Pese a que la mayoría de los agentes de opinión y la práctica totalidad
de los corrillos científicos del momento manifestaron su entusiasmo por la iniciativa, desde ciertos sectores minoritarios se cuestionaron
algunos aspectos del proyecto. Un casi desconocido columnista de
L’Osservatore Romano y colaborador asiduo de las revistas Mondo Cane y Papeles de Molocay sugirió la posibilidad de que tal
experimento podría romper el equilibrio asimétrico de la balanza entre el bien y el mal. La alteración de las proporciones de la receta
divina, según Ambrogio Della Valle, que así se llamaba el articulista,
ocasionaría sin lugar a ningún género de dudas una ruptura del plan divino para el hombre. La posición de Della Valle fue ferozmente
negada en un artículo de fondo firmado por Lucca Stampi, consejero jesuítico para asuntos bíblicos, que el propio rotativo vaticano publicó
algunos días después. La tesis de Stampi, como parece obvio, se
centraba en la idea de que los caminos del Creador son inexcrutables para el ser humano y que, por ende, toda acción humana está
contenida en el Plan de Dios, sea cual fuere su orientación. Los artículos de Della Valle y Stampi generaron un auténtico río de tinta
que recorrió como un torrente la geografía occidental. Teólogos,
periodistas, filósofos, economistas y políticos de toda índole expresaron
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sus opiniones a favor o en contra de la quimera de Niklaus, exploraron
las aristas más afiladas y escondidas de la cuestión y defendieron o refutaron el libre albedrío humano, así como la capacidad para
abandonar los planes divinos.
Curiosamente, el mundillo literario se hizo escaso eco de la iniciativa científica y la posterior disputa. Entre la información que he podido
manejar, tan sólo el mexicano Juan José Arreola dedica unas páginas de su Confabulario a la obra de Arpad Niklaus. En ellas, el autor se
limita a glosar la vida y obra del científico, explica sucintamente las
bases teóricas del experimento y valora el mismo desde un punto de vista que se antoja algo cínico. Arreola alaba, creo que de manera
desmesurada, la tarea iniciada, independientemente de su éxito o fracaso, pues tanto en lo uno como en lo otro adivina posibilidades de
transformación positiva para la humanidad.
La marejada que hace ya casi más de medio siglo provocó la hipótesis de la posible desintegración de un camello fue calmándose lentamente,
como suele suceder. Otros acontecimientos oscurecieron las noticias en torno al experimento: las guerras en Corea e Indochina, la tensa paz
entre bloques o la crisis del petróleo al finalizar la década de los
setenta sepultaron definitivamente el interés por mamíferos ungulados y agujas. Sin embargo, nos consta que Niklaus y su equipo
perseveraron en su trabajo, calladamente. Las últimas noticias sobre el proyecto aludían a la muerte de su iniciador y la subsiguiente
migración del equipo a una pequeña población en las cercanías de
Tübingen, en el estado alemán de Baden-Wurtemberg. Se sabe que siguieron trabajando en la desintegración e integración de la materia y
que las primeras pruebas tangibles arrojaron un cierto nivel de éxito que justificaba la entrada de nuevos inversores. Así se desprende de la
nota salmón que apareció en diciembre de 1989 en el Financial
Times, en la que se informaba sobre la ampliación de capital de una
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empresa denominada Niklaus Corporation. Precisamente fue esa nota
económica la última referencia al proyecto de la que hemos tenido noticias fidedignas. Tras ella no ha habido nada más digno de
mención: la compañía se mantiene estable, reparte dividendos con
regularidad y a nadie parece interesar la naturaleza de su negocio.
***
En febrero de 2006 conocí a George Stapleton. El día había sido duro y antes de regresar al hogar paré a tomar un café. En la mesa
contigua, un hombre de unos ochenta años, barba cerrada y
profundas entradas, apuraba un enorme vaso de whisky puro. No le presté demasiada atención y me sumergí en la lectura del
Confabulario de Arreola al tiempo que el café negro hacía renacer la vida en mi interior. El hombre del whisky se me dirigió en un
castellano complicado. Al parecer tenía ganas de charlar y, entre sorbo
y sorbo, pude conocer su nombre, su nacionalidad y su oficio. La conversación, siempre gobernada por el viejo, acabó derivando hacia
el tema de la casualidad, momento en el que tomó en sus manos mi libro y me preguntó si ya había leído la historia titulada En verdad os
digo. “Se centra en un experimento científico en el que participé”,
continuó Stapleton, “Sí, yo trabajé con Niklaus”. Me sorprendió sobremanera cómo el azar juega con nuestras vidas, confirmándome
en la idea de que no somos más que simples figuras prescindibles en un ajedrez eterno. Había detenido mi coche para tomar un último
café y ese hecho posibilitó mi encuentro con alguien que bien podría
ser un personaje de la ficción que en ese momento leía. No pude evitar participar en el juego del destino y me dirigí al anciano para averiguar
si el experimento había dado resultado, ya que el texto de Arreola no arrojaba ninguna luz sobre la consecución de los objetivos. “Sí”,
respondió, “conseguimos que el puto camello atravesara el ojo de la
aguja”. Ante la incredulidad que debió vislumbrar en mi rostro,
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Georges Stapleton me miró fijamente y, de manera categórica, lanzó
un “ya se irá enterando” que resonó en la cafetería como una terrible amenaza. Al momento, el hombre apuró su copa y se marchó. Su
figura renqueante salió de mi vida para no volver.
Casi cinco años han pasado desde ese encuentro. En este tiempo el mundo ha entrado en un laberinto que los analistas económicos más
expertos son incapaces de explicar. El recurso más extendido es la alusión a los mercados como detonantes de la situación, aunque hasta
el momento nadie ha podido identificarlos. Los mercados no tienen
cara ni cuerpo ni dirección social. Solamente son, y juegan con las finanzas mundiales a su antojo. Las economías nacionales sufren
ataques que las empobrecen y la desesperanza se ha instalado en el cuerpo social. Grecia ha reventado ya, al igual que la verde y
melancólica Irlanda. Portugal, Bélgica, España, Italia, están bajo
sospecha. Los mercados, nos dicen, parecen estar dirigiendo un ataque soterrado contra la economía del euro y el llamado estado del
bienestar. El dinero cambia de manos a la velocidad del rayo sin que exista la más mínima claridad sobre su destino final.
En estos tiempos oscuros, el recuerdo del texto de Arreola y el breve
encuentro con George Stapleton me hacen pensar en una posible relación de lo que está sucediendo con el Experimento Niklaus. Si es
verdad, como confirmó Stapleton, que al fin pudo hacerse pasar un camello por el ojo de una aguja, ese viaje debió provocar una reacción
en cadena que escapó al control humano. Es de creer que tras el
tránsito del camélido los ricos pudieron por fin hollar los senderos celestiales. Quienes acostumbraron en vida a jugar con el esfuerzo y la
esperanza de todos no creo que hayan abandonado una tarea para la que estaban genéticamente programados. Más bien pienso que se
habrán reforzado desde la posición de poder ultraterreno que ahora
deben ocupar.
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2 1
P r i n c i p i o s y f i n a l e s
Hace unos años lo que me gustaban eran los finales: "dejónos harto consuelo su memoria", por ejemplo, o "a las aladas rosas del almendro
de nata te requiero, que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero", pongamos por caso.
Últimamente, en cambio, lo que me apasionan son los principios: "Yo
tenía una granja en África" o "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento...", por poner sólo dos ejemplos.
No sé si tendrá que ver con el hecho de que uno se hace mayor y empieza a preferir las promesas a las realidades acabadas.
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2 2
U n a b a l a
Me queda una bala. Solamente una. He decidido reservarla hasta el último momento y utilizar mientras tanto munición convencional,
aunque sé que es inútil en estas circunstancias. El impacto de la posta de mi escopeta sobre el pecho de estas alimañas produce un terrible
dolor a juzgar por los alaridos, pero no termina con sus vidas,
simplemente retrasa lo que ya es inevitable.
La manada me tiene cercado en este claro del bosque bañado por la
luz suave y azulada de la luna invernal. Las fieras avanzan lentamente, cerrando el círculo con prevención. Están tan próximas ya que puedo
ver los hilos de saliva que penden de sus belfos, las encías encarnadas
que brillan con breves destellos y el blanco sucio de sangre antigua en sus colmillos. Disparo sobre ellas una y otra vez. Cargo y vuelvo a
hacerlo. ¡Qué absurdo baile de cuerpos!
Me queda una sola bala en el tambor del revólver y creo que ya ha
llegado su turno en esta trágica farsa. Deposito con movimientos
medidos la escopeta sobre el suelo. No quiero hacer ningún gesto brusco que lance la violencia final del ataque. Con la misma
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parsimonia desenfundo el arma corta, introduzco el cañón en mi boca
y acaricio el gatillo. Presiono y me parece sentir cómo la pequeña pieza de plata inicia su tarea destructora. La muerte es instantánea; sin
embargo, aún tengo tiempo para arrepentirme de haber retado al
líder de la jauría, mi padre
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2 3
C l a r e n c e
El bonachón de Clarence no sabe cómo asumir los fracasos repetidos y ahoga en un vaso su incapacidad. La última vez llegó un instante
tarde; tan sólo lo que dista entre la contemplación del discurrir furioso del río y el salto hacia la nada. El pobre viejo del cabello blanco no
comprende tampoco que alguien tenga la lengua tan afilada como
para llamar “salto del ángel” al paso adelante del suicida: brazos abiertos, pies juntos y caída en picado hasta hundirse en la frustración.
Por eso, una vez más, moja sus labios en el licor mientras piensa en qué mentiroso pudo llegar a ser Frank Capra.
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C u r i o s i d a d
-No es amor, sólo curiosidad -dijo él.
Silencio. Después, estrépito de sueños rotos.
-Sólo curiosidad.
Se cruzaron las miradas y, pese a lo que cabría esperar, sus labios
rozaron las mejillas del hombre mientras las manos acariciaban su
cuello en un gesto de comienzo que era, a la vez, ceremonia de despedida.
Ella era una diosa y él un canalla.
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E l a p r e n d i z
El microcuentista había aprendido el oficio contemplando las manos del coronel Aureliano Buendía engarzar pececitos de oro. Lo
abandonó tras verse envuelto una y otra vez en un interminable regreso a Ítaca.
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E d u c a c i ó n p a r e n t a l
He decidido que mis hijas, las tres, sean escritoras, como las Brönte o los Goytisolo. El objetivo se antoja difícil, porque las distracciones y
falta de constancia son terribles enemigos que pueden dar al traste con el proyecto si no se actúa con firmeza. Por ese motivo, desde muy
pequeñas he ido sembrando en ellas la semilla de la creatividad con
sentido. A veces ha sido duro para las pequeñas y también para mí, qué duda cabe. En esas ocasiones puntuales tuve que ser drástico y
encadenarlas por separado para impedir que perdiesen el tiempo jugando con muñecas. Poco a poco fueron comprendiendo que su
mundo debía reducirse al espacio de la biblioteca familiar, donde
disponían de entera libertad y saltaban en jugueteo caótico e infantil de Goethe a Homero, de Montaigne a Camus.
Los primeros pasos por los senderos de la poesía, no obstante, fueron especialmente complicados. La blandura de mi sistema pedagógico
posibilitó que llegase a sus inocentes manos algún libro de Gloria
Fuertes. Fue un error que subsané con celeridad: estuvieron tres noches seguidas sin dormir mientras sonaba en su habitación un disco
compacto en el que había grabado algunos versos de Keats, Álvaro de
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Campos, Mallarmé y el último Juan Ramón. La situación se
recondujo por sí sola.
La mayor de las tres está ya entrando en la adolescencia y con su
evoución psicológica he debido asumir también un cambio de
orientación en el acercamiento literario. Quiero que ahora sea más práctico y que sienta como sintieron los más grandes. He detectado
que la niña-mujer manifiesta cierta inclinación hacia la lírica, así que vamos a comenzar esta nueva línea de trabajo siguiendo la estela de
Baudalaire. Esta noche se inyectará su primera dosis de heroína. No
he podido encontrar absenta. Ya veremos cómo resulta.
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M e m o r i a g e n é t i c a
El hombre malo que en el parque espanta las palomas y traba los pies de los niños que juegan a policías y ladrones murió hará dos noches.
Su comportamiento sociopático se explica más claramente después de leer el informe del genetista: había sido, por este orden, sátrapa,
burgrave de Nuremberg, inquisidor, oficial de La Bounty, coronel
británico de fuerzas expedicionarias y economista.
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C a r g a d e t r a b a j o
En el hospital de Cluj-Napoca, adscrito a la Facultad de Medicina y Farmacia Iuliu Hatieganu, en Transilvania, las semanas de plenilunio
son especialmente agotadoras. Los aquejados de porfiria ven reducido en estas fechas su protagonismo nocturno y miran recelosos las
mutaciones de quienes padecen teriomorfismo. El jefe de la guardia
médica se prepara para unas intensas noches de aullidos, rechinar de dientes, ojos vidriosos en la oscuridad y lamentos de toda índole.
Durante el turno matinal, el personal de servicios no da abasto con la limpieza de los sillones de la sala de espera, sucios de babas, semen y
pelos de lobo.
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E l r e g a l o
Desde pequeña había tenido complejo de feílla. Su abuela, cuando presumía de nietas, siempre decía que era muy graciosa, mientras que
de la prima Rosa alababa sus mejillas de porcelana, mirar negro como la noche y dedos de pianista. Además, tenía poco pecho, muy poco. La
lisa, la llamaban en el colegio; pobrecita, se lamentaba la madre, qué
trabajito va a costar encontrarle novio.
Esta Nochebuena la familia se ha juramentado. Hay que hacer algo
por esta chica, así que entre todos -madre, padre, abuela, la tía Paqui y la prima Rosa, incluso- han decidido poner fin al sufrimiento callado y
le van a regalar unos pechos turgentes y voluminosos. Saben que es lo
que más ilusión le hace, mucho más, dónde va a parar, que un aparatito de música nuevo o un collar de cuentas brillantes. Unos
pechos para enamorar y salir, al fin, de casa.
Tras la cena, el reparto de regalos: un jersey nuevo para papá;
bibelots, bagatelas y chucherías para las mujeres. Un libro también,
que mientras yo viva tiene que venir un libro a esta casa por Navidad, sentencia el padre, antiguo sindicalista, ya jubilado y creyente fiel en
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las bondades de la letra escrita por su misma esencia y no tanto por la
lectura. Colgando de la mismísima estrella del árbol hay un sobre pequeño, de papel verjurado, muy elegante. “Para María”, puede
leerse en una bonita letra inglesa. La chica lo abre con ilusión y lee:
“Vale por un implante en los pechos”. Una sonrisa entre el rubor y el agradecimiento. Cogida con un clip lleva una tarjeta de visita: “Raúl
Huertas. Taxidermista”.
La abuela aporrea la botella de anís Arenas y entona Fun, Fun, Fun.
El salón familiar resplandece con la iluminación navideña y la mesa
repleta de sucedáneos de caviar, marisco y champán. Sobre el televisor descansan las facturas de la luz y del agua. Hay también un aviso de
desahucio.
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3 0
O r d e n
Ya está todo recogido. Hay, por fin, silencio. La mesa grande ha recuperado su milimétrica ubicación; la cristalería -esa superviviente-
duerme el sueño de los justos en la vitrina y desde allí aguarda un nuevo advenimiento más festivo y frívolo; la vajilla de porcelana,
lavada, blanca y dorada, sin muescas en los bordes como por milagro,
encuentra su acomodo en la cápsula del tiempo donde hiberna; los ceniceros limpios recuerdan aún, es verdad, el horror de los días
pasados; el aire helado se cuela por las ventanas abiertas y borra el aroma pesado que se niega a retirarse sin presentar batalla. Parece que
nada haya sucedido. El tiempo acaricia el rostro. Hace frío. Molicie.
Hoy sí habrá una noche de paz.
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R e e s t r u c t u r a c i ó n d e p e r s o n a l
Cerbero, el perro de Hades, murió. Ahora es el gato de Poe quien vigila esta orilla de almas muertas. Caronte se fugó con una de las
Furias. Dicen que está en el Walhalla viviendo a todo tren gracias a los óbolos sisados durante décadas. Su puesto ha sido ocupado por un tal
Santa Claus, hombre afable y grande, pero con una sospechosa
tendencia a perder la verticalidad. Las malas lenguas, que siempre las hay, aluden constantemente a sus mejillas y nariz sonrosada; quieren
dar a entender que el nuevo viajero de la Estigia no es más que un santo bebedor, perezoso y de poco fiar. Los esclavos de la moda
critican su indumentaria por poco apropiada al puesto que debe
desempeñar. La Empresa hace oídos sordos a los comentarios. El volumen de negocio se mantiene estable.
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R u t i n a s a n u a l e s
Con el último bocado, el incendio que nace de lo más profundo. Combustión espontánea llaman al proceso mediante el cual la carne
arde sin aparente causa externa transformándose en energía calorífica, luz, humo y, al final, cenizas. Polvo eres... Un espectáculo cromático
repetido en el instante de la muerte de cada año.
Poco después, superado ya el desconcierto provocado por la deflagración, se produce el milagro de la reinvención: las cenizas
cobran forma modeladas por manos invisibles y los hombres-fénix surgen en la madrugada para iniciar un nuevo ciclo anual de
quimeras, banalidades y deseos.
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C u a r t o c r e c i e n t e
La esposa del licántropo sonríe en silencio mientras sus amigas de bridge se quejan del desapego de sus maridos. Ella tiene la certeza
secreta de disfrutar cada veintiocho días de una noche de sudores, placer y bestialismo. Con el discurrir de las fases lunares ha aprendido
a interpretar y comprender el brillo en los ojos de los zoófilos. Eso es
tolerancia, se dice al tiempo que siente cómo el tuétano de sus huesos se hace espuma. Gana una baza de corazones, mira a través de la
ventana y muerde con suavidad su labio inferior al contemplar el cuarto creciente.
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3 4
D e m i D i a r i o
29 de diciembre de 2010.
Ayer firmé el contrato. El jefe de personal sonreía y mis futuros
compañeros miraban a través de la cristalera con la felicidad atascada en la garganta. Se les notaba. Me han dicho que mañana mismo
puedo incorporarme al puesto de trabajo. Me parece que es una
buena empresa, con gente amable y trato distendido.
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F i l t r a c i o n e s
Alguien les informó de las secretas intenciones de Herodes. Envolvieron al hijo en una manta y lo llevaron a Belén. Por poco
llegan tarde.
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C u l t o a l c u e r p o
Él prefería devorar carne roja y sangrante que cazaba con sus propias manos y engullía a grandes y ansiosos bocados. Ella, en cambio,
disfrutaba con la suavidad aterciopelada de las aves apresadas en una red trenzada con delicadeza. Ese día aciago comieron fruta porque
una vocecita en su interior les hablaba de la necesidad de dar variedad
a la dieta. La colesterolemia, sobre todo en el caso de Adán, puede ser una asesina silenciosa. Además se estaban poniendo algo fondones.
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3 7
C i c l o v i t a l
He nacido y crecido; me he desarrollado y reproducido; he envejecido y muerto. A nadie parece haberle importado: ni una mirada de
complicidad ni una sonrisa de conexión ni una palabra.
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B r o m a s
Muy serio él, don José fingió su muerte el 28 de diciembre. Alguien debería informarle de que las bromas se hacen pesadas al cabo de
veintidós años.
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3 9
C o n f u s i ó n
“Ajo, idiota. Es ajo”, pensaba al apartar con la mano izquierda una rama de laurel que dormía el sueño de los justos sobre la almohada.
La sangre de aquel ignorante no desmerecía en cantidad y calidad la del catedrático de Literatura comparada que había degustado la
semana anterior, no señor.
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E r r o r d e c á l c u l o
Se confundieron. Con la última carga de fluido neurotemporal, la máquina del tiempo les había llevado a la Jerusalem de Herodes
Antipas. La criaturita recién nacida, por tanto, siguió madurando, rozagante, aunque con una mirada lóbrega que helaba el corazón.
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4 1
I n o c e n c i a
Tenía un blog con más de cien visitas diarias y se consideraba, pues, un autor consagrado. Tomó, en consecuencia, tres determinaciones de
capital importancia en su vida: se dejó crecer la barba, tocaba su cabeza con un sombrero negro y comenzó a fumar en pipa.
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E s c e n a d e a l c o b a
La escena en los aposentos del matrimonio reinante. La claridad de la mañana comienza a penetrar en la dependencia y recorre el cuerpo de una mujer con ritmo
matemático desde los pies hasta el regazo. Allí parece detenerse un instante para iluminar el extremo de una labor de costura interminable. Tras la brevísima parada,
el rayo de luz continúa su andadura hasta acariciar el rostro de la mujer, que
levanta suavemente el mentón y dirige la mirada hacia un hombre encapuchado, andrajoso y derrotado.
PENÉLOPE: Llegas tarde (Vuelve, tras sus palabras, los ojos a la labor y sus manos continúan un movimiento que ha termindo por convertirse en gesto mecánico).
ODISEO: El trabajo, ya sabes (Abandona el hombre un arco y su
correspondiente carcaj sobre una silla cercana colocada al efecto).
PENÉLOPE: Mientes, pero gracias.
La claridad termina de iluminar la escena completa y cae el Telón. Cuchicheos en el patio de butacas que se preguntan sobre la actitud de TELÉMACO, vistas las
circunstancias.
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4 3
O r g a n i z a c i ó n
Como cabeza de familia me veo obligado a tomar decisiones que, a veces, resultan molestas; sin embargo, sin ellas esta casa sería un
sindiós ingobernable. Tenemos que ser fuertes y, sobre todo, sensatos y racionales, ya que el espacio es limitado y la amalgama de cuerpos e
ideas, aunque enriquecedora en un principio, acaba derivando en
confusión que no conduce nada más que a la pérdida del tiempo y la anarquía, enemiga de la creatividad. Por ese motivo me he visto
obligado, dado el discurrir de los acontecimientos en las últimas fechas, a establecer unas fronteras férreas e impermeables. Así, los
personajes del fanfic de mi hija mayor verán reducido su deambular
exclusivamente al espacio de su habitación, permitiéndose que la inventiva de la muchacha transforme el habitáculo en bosque, castillo
o páramo según gusto o necesidades del relato. Los peluches y muñecas en miniatura solamente podrán interactuar en el cuarto de la
mediana y pequeña, quedando terminantemente prohibido el
canibalismo y la hibridación, así como la filtración a cualquier dimensión desconocida que suponga traspasar el término establecido.
En tercer lugar, los entes que pueblan las pesadillas de la madre no
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abandonarán bajo ningún concepto el dormitorio matrimonial y, a ser
posible, limitarán su horario de aparición en aras de la tranquilidad espiritual de la familia. Finalmente, mi yo multiplicado habitará en las
estrechas lindes del despacho, con el fin de que la angostura del lugar
contrarreste la tendencia hacia el infinito preocupantemente manifestada. De esta manera, los moradores reales del hogar
podremos disfrutar de cierta paz y descanso en el salón, cocina y baños. No obstante, soy consciente del aislamiento que puede provocar
la nueva distribución espacial, por lo que cada viernes, en un horario
previamente pactado, celebraremos un encuentro entre seres reales y ficticios con la intención de vertebrar la familia, conocer qué sendas
transitamos, sugerirnos desenlaces y apropiarnos, llegado el caso, de las criaturas o situaciones ideadas durante la semana.
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N a t a l i c i o s
Hans Peter von Rosencraft fue padre de una preciosa niña en la primavera de 1871 que recibió el poético y trisilábico nombre de
Lorena. Algún tiempo después, el matrimonio se vio sorprendido por el advenimiento de una nueva criatura, morena y algo fría en el trato,
a la que no dudaron en llamar Alsacia. Y es que hay personas con
poca imaginación, qué caray.
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C o n s t a n c i a
El Microcuentista sabía con certeza que su hora llegaría pronto. Por eso se sirvió otra copa y escribió:
“He bebido del cáliz. Muero. Seré eterno.”
Fue su último trabajo.
La viuda, tras el dolor punzante por la pérdida inesperada, empaquetó
sus ropas, regaló la mayoría de los objetos personales, publicó una nota en su blog avisando de la muerte del autor y, al cabo, se dispuso a
rehacer su vida. No obstante, tres años después el blog del Microcuentista seguía arrojando textos al ritmo de tres por semana.
Nadie podía explicarlo.
Pocos días antes de que el sistema de publicación entrara en bancarrota y decidiese el cierre a causa del descenso de ingresos
publicitarios, pudo leerse en la bitácora del escritor el siguiente texto:
“El Microcuentista muda su alojamiento a una nueva dirección:
http://microcuentista.enelaverno.org.”
La viuda ya no sabe cómo librarse del pasado y, desesperada, busca en
el bosque de relatos del difunto la copa de la que había bebido.
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P a r a í s o p e r d i d o
Ya no hay niños con cara tiznada como en las novelas de Dickens, sino diablos relucientes, malos como la hiel, limpios, retadores
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S o l e d a d
La encontraron con la labor en el regazo y una foto del hijo sobre la mesa camilla. Una fina neblina envolvía la escena y las ascuas del
brasero brillaban aún, satisfechas.
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C u e s t i ó n d e f o n é t i c a
Decía de él que era un ‘carbón’ y nadie la entendía. Su esmerada educación de niña bien le impedía articular la r tras la b.
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C a r b ó n
No creyó que se atrevieran; pero, vista la situación, hizo lo más esperable. La madre murió resignada; con el padre tuvo que bregar
algo más.
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L i c e n c i a p a r a t i z n a r
“Mi nombre es Bon, Car Bon”, decía mientras tiznaba la mañana de Reyes de los niños malos.
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E l r e g r e s o
Los niños-diablos siguen aquí, coloradotes, con los rabillos juguetones entrelazados y esos cuchicheos con que traman maldades apenas
imaginadas. Por la ventana del aula penetra la mañana que, poco a poco, se va adueñando de los rincones en sombra para mostrar el
variopinto pelaje de quienes se mantienen a duras penas en sus
posiciones. Necesito algo de rodaje para que las palabras capaces de amansar a las fieras viajen fluidamente entre estas cuatro paredes.
Busco aire en una imagen del exterior, algo amable que me nutra, y encuentro la silueta del viejo castaño de indias. Él siempre está allí,
pase lo que pase, como un seguro al que abrazarse cuando el entorno
parece anunciar solamente naufragio o abatimiento o hastío.
Con la espalda reposando sobre el tronco leñoso, la joven profesora
que desde hace unos meses ha alegrado las aulas con su voz cantarina y la dulzura de sus miradas parece reposar. Las ratas han
mordisqueado su cuerpo hermoso y el color verde ceniciento se ha
adueñado ya de lo que queda de sus mejillas. Alrededor del castaño y de su inquilina se reune el aquelarre de las góticas, tan negras y tan
iguales. Una de ellas, la que lleva la voz cantante, blande una daga con
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la que practica una incisión en el pecho macilento de la mujer. Al
parecer habían olvidado comer su corazón antes de las vacaciones. Por las prisas, ya se sabe.
Vuelvo la vista a mis alumnos y comienzo la lección mientras pienso
que hay lugares en el mundo donde ahora es verano.
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P r o h i b i c i o n e s
o l o s l í m i t e s d e l a p a c i e n c i a
Primero prohibieron fumar en lugares públicos y comprendió la
medida, ya que nadie tenía por qué compartir su gusto por las volutas de humo y sus cautivadoras caricias.
Se refugió en la casa.
Las repetidas campañas institucionales que hablaban de los peligros
del sedentarismo hicieron, no obstante, que naciera en su interior un
lacerente sentimiento de culpabilidad cada vez que el anochecer le sorprendía después de toda una tarde arrojado en el sofá de su casa.
Se echó a la calle.
Ahora que por fin ha encontrado una actividad que le obliga a
moverse y también a olvidarse de la necesidad del pitillo se encuentra
con la novedad de que multarán a quienes se atrevan a alimentar animales en la vía pública.
“¿Qué será lo próximo?”, se pregunta mientras acaricia la cabeza del
niño pobre al que cada tarde lleva una palmera de chocolate a la puerta del supermercado.
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O j o p o r o j o
En el mundo, cada generación no tiene menos de 36 personas justassobre las cuales la divina Presencia reposa.
Talmud.
Harto de que el resto de la humanidad abuse de su bondad, justicia y
paciencia, el trigésimo sexto justo ha dado, de manera consciente y meditada, una mala contestación a la joven cajera del supermercado.
Inmediatamente, Dios ha apagado el Sol. La vida en la Tierra toca a su fin. El que fue hasta hace un instante un justo de Israel sonríe.
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M e d i d a s d e s e s p e r a d a s
El tramoyista sentía una debilidad inconfesada: amaba las palabras con pasión desmedida. Gustaba de paladearlas con lentitud casi
lasciva, segmentarlas y tragarlas muy despacito, a pequeños tragos que le sabían a ambrosía. Como el mejor de los amantes, hecho un Píramo
o un Leandro mismo, sería capaz de acometer cualquier acción
descabellada por salvaguardar su tan especial relación: atravesar desnudo la Plaza Mayor, escalar descalzo la Peña de Francia,
exponerse a la burla pública de los ignorantes o, quizás, cambiar por recios y cortantes aceros toledanos las hojas de las armas falsas que
habrían de usarse en el último acto de Hamlet. No estaba dispuesto a
que esa compañía de aficionados prostituyese ni una vez más de lo estrictamente necesario el verbo del divino William.
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5 5
R e b a j a s
La librería vende microrrelatos durante el mes de enero. El resto del año hincha el género.
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5 6
L i s t a d e l a c o m p r a
Para el marido, un jersey; zapatillas de deporte para el hijo; cápsulas anti-soledad para ella.
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5 7
V e n g a n z a
La odiaba desde que el agua de las macetas manchó la ropa blanca. En el bullicio del primer día de rebajas le puso la zancadilla.
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5 8
P l e n i t u d
Nada le faltaba. Compró un juego de cuchillos. Se abrió las venas.
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5 9
B e n e f i c i o s p e n i t e n c i a r i o s
Le rebajaron la pena por buen comportamiento. Ahora solamente lo envuelve una suave, dulce y elegante melancolía.
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6 0
M e t a m o r f o s i s
No te rebajes -le decían-, sé digno, compórtate como un hombre. Sin embargo, cada día se parecía más a un sapo, pegajoso, repugnante.
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6 1
E s t a f a
Contraviniendo la ley, el librero arranca las últimas páginas de las novelas de misterio que vende durante las rebajas.
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6 2
P e q u e ñ a s t r a i c i o n e s
A todos nos resultó extraña su actitud en aquel día. Era siempre un hombre comedido, de voz tranquila y ademanes matemáticamente
calculados, perseguidor de un ideal de vida pacífico y respetuoso. Recuerdo algunas conversaciones en las que casi siempre se situaba en
la defensa de que vivir ya es bastante complicado como para aliñar la
existencia con odios, palabras gruesas y polémicas estériles. Si habitásemos un mundo mejor, sin duda este hombre tranquilo
discurriría envuelto en el anonimato por el camino de la santidad.
Estos rasgos que adornaban su carácter hacen difícil comprender la
explosión de rabia que lo llevó a empuñar la pequeña hoz con que
entretenía los tiempos de asueto. Su primera víctima fue un chaval, personajillo a todas luces sospechoso, que entre bromas y picardías
había arrancado una breve rama de naranjo cuajadita de azahar. Lo terrible no es que lo degollara, sino que ocultase el cadáver en el
pudridero de compost del que extraía el material orgánico para
abonar las plantas. Al conocer la historia, la verdad, perdimos el gusto por la exquisita mermelada que las monjitas de un beaterio cercano
fabricaban con nuestras naranjas. Bien es verdad que después hubo
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otras víctimas de su cólera desbocada, pero ninguna de ellas alteró
tanto nuestras vidas como esa primera. Personalmente, creo que nunca podré perdonárselo.
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6 3
U n o y t r i n o
Después de perseguir con fiereza, torturar y, al fin, matar en nombre de Dios a quienes reniegan de su nombre verdadero, he alcanzado la
salvación. Al entrar en el Paraíso de la beatitud encuentro que también han llegado hasta allí aquellos a los que he hostigado,
martirizado y ajusticiado por herejía declarada, heterodoxia o
desviación. Según parece tanto unos como otros compartimos el mismo Dios. Y aún habrá quien me culpe y ensucie mi nombre por no
ser capaz de discernir cuál es la senda adecuada en el laberinto de los designios del Creador.
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6 4
C a c e r í a
Pese a que había recorrido varias veces el cotidiano sendero de la imaginación, el microcuentista no encontraba esa tarde una idea
adecuada. Cansado de lugares comunes y perspectivas ingenuas, decidió dejarse llevar por las palabras. Las primeras resultaron
luminosas y la sonrisa se instaló por un instante en el autor; las
siguientes, en cambio, estaban vacías y olían a fosa séptica. Ante el fracaso de la sesión, cierre de libreta y paseo desnudo, sin estilógrafica
ni papel, bajo la lluvia.
Al transitar junto a unos escaparates, advirtió en un rincón,
confundido entre telas, bibelots y muebles expuestos, una pequeña
figura de porcelana inquietantemente parecida a sí mismo. Escribía con la mirada enterrada en el papel mientras las ideas pajareaban en
derredor, juguetonas y caprichosas. Unas eran blancas de inocencia; otras oscuras y con apariencia de maldad.El microcuentista volvió al
hogar y se adentró de nuevo en los túneles del recuerdo, aunque sabía
que nada encontraría en ellos, tan sólo una leve sombra esquiva, huidiza e inconsistente.
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6 5
S i v i s p a c e m
La apariencia pacífica del hombre del pelo cano esconde un auténtico campo de batalla. Se enfrentan en él tirios, troyanos, güelfos, gibelinos,
gentes de York y Lancaster. Las operaciones bélicas y sus protagonistas se confunden de tal manera que es fácil descubrir a un Arturo ya
anciano capitaneando la última carga de los lanceros polacos.
Mientras tan elevadas acciones crepitan en salvaje confusión, el rostro del hombre no manifiesta señal de la violencia soterrada. Aquellos que
han adiestrado la mirada, sin embargo, pueden entrever en un rictus de sus labios, por ejemplo, la hermosura de las colinas de Balaklava en
su trágica venganza, o la rabia contenida tras el fiasco de La
Invencible en el leve temblor de su mano. Es necesario superar la mera apariencia para adivinar en la perla de sudor que decora su frente el
sabor salado de los pechos que reciben en las Tullerías a un Bonaparte hundido. El hombre del pelo cano guarda celoso el secreto de sus mil
combates, porque sabe que su bullir interior no sería comprendido.
Sólo el que ha cabalgado hacia la derrota es capaz de degustar los diversos matices de estos frágiles espacios de paz que habitamos.
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6 6
L a c o n c i e n c i a
Hace figuras con el humo del cigarrillo. A menudo, estas cobran vida y no paran de pontificar sobre lo perjudicial de su costumbre.
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6 7
V i c i o s
Disfrutaba con el chisporroteo de las brasas y el calorcito sobre su piel. Después, humo y vuelta a empezar, que para eso era inmortal.
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6 8
Y n o h u b o n a d a
Vendía humo en hermosos tarros de cristal labrado. Al abrirlos se disipaba con celeridad, como si tuviera prisa por mimetizarse con el
aire.
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6 9
C e l o s
Su esposa desprendía esa noche un aroma más acre, diferente. La asfixió antes de saber que se había agotado su marca de cigarrillos.
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7 0
I n t o l e r a n c i a
Lo señalaban con el dedo al tiempo que lo miraban con un rictus de desaprobación en los labios. Qué feliz era al sentirse de nuevo como
un maldito; aunque nunca hubiese fumado, aunque solamente fuese vaho lo que exhalaba por su boca.
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7 1
S i n c e r i d a d
Una cortina de humo disimulaba el auténtico estado de su relación. Liberados así de la verdad, comparten un largo y feliz matrimonio.
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7 2
C l á u s u l a s a b u s i v a s
El problema de los pactos con el Diablo reside en la significación profunda de los términos del contrato, que ha de quedar clarísima
desde el principio. Por ejemplo, si se entrega el alma a cambio de la juventud, un clásico entre los clásicos, el firmante debe asumir que
abandonará el mundo sensible mediante muerte violenta, accidente o
similar, renunciando de manera tácita a la posibilidad de un deceso plácido y pleno en la vejez. De este modo, quien suscribe el pacto se
garantiza en un alto porcentaje el sufrimiento propio, por no hablar del dolor inconsolable que a buen seguro provocará en los deudos.
Esta consecuencia, sin duda no deseada por el peticionario, debe
tenerse muy en cuenta, pues una cosa es el legítimo deseo de preservar la apostura juvenil y otra bien distinta joderle la vida a aquellos con
quienes se cohabita y que, incluso, podrían haber llegado a amarle.
Claro que también es posible que el solicitante se haya visto engañado
por la brillantez engañadora de la palabra ‘juventud’ allí escrita,
cuando en realidad su deseo estaba orientado hacia la simple inmortalidad. En esa hipotética situación, el peticionario anda
ingenuamente descaminado, porque ya se sabe que nadie da duros a
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cuatro pesetas y que algo querrá ganar el Maligno con el negocio.
Téngase esto último muy en cuenta en el caso de que se opte por un simple pacto de inmortalidad.
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7 3
I n c r e d u l i d a d
Nadie le prestó atención cuando llegó a su casa con el rostro demacrado y diciendo que estaba medio muerto. Más tarde, al
caérsele el brazo izquierdo, todo fueron gritos, desconsuelo y llanto. Pero ya era demasiado tarde.
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7 4
L a P u e r t a d e T a n n h ä u s e r
He visto rayos C brillar en la oscuridad,cerca de la puerta de Tannhäuser.
Roy Batty, en Blade Runner.
Era minucioso como pocos. Ocupaba casi todo su tiempo en dibujar
naves espaciales repletas de detalles que después terminaba convirtiendo en preciosas maquetas: cruceros imperiales que
perseguían al Halcón Milenario, réplicas del Enterprise o vipers coloniales que protegían la estrella de combate Galáctica. Tal era su
ensimismamiento y dedicación que rara vez se hacía eco de las burlas
soterradas de los compañeros de clase ni de la ironía que con él se gastaba el profesor de dibujo al insistir sobre los talentos malgastados.
Yo, mientras tanto, rondaba a su alrededor, cegado por el despliegue de fantasía, aunque incapaz de formar parte plena y comprometida de
algo que me subyugaba y aterraba a la vez. Recuerdo que veía en
nuestro caótico universo de ficción un riesgo gratuito que mi mente racional no estaba dispuesto a correr, por mucho que una amistad
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creada con trazos de tinta y sueños pudiese sufrir con una actitud tan
tibia. Al final, acabó imponiéndose el miedo al qué dirán y el deseo de una culpable normalidad. Nos distanciamos y terminamos por seguir
caminos muy diferentes.
Años después volví a encontrarlo paseando a pie de playa. Había cambiado muy poco, apenas unas cuantas canas coronaban su cabeza
de coronel de la Flota de la Federación. Charlamos un buen rato, que si el tiempo y los recuerdos compartidos, el presente, las familias, los
conocidos. Medio en broma, medio en serio, me informó de cómo
había comandado un batallón de Nexus 6 y combatido al frente de ellos en la mismísima Puerta de Tannhäuser. En ese momento, la
mujer que lo acompañaba -rubia cegadora, piel arrasada por el sol, extrema delgadez- se apretó contra su brazo mientras me dirigía una
sonrisa que subrayaba un guiño de complicidad. Cambió de rumbo la
conversación.
No hace mucho he vuelto a encontrarme con la mujer. Al
reconocernos nos hemos saludado y cruzado unas palabras. Le he preguntado por mi amigo y con aparente naturalidad me ha dicho que
una mañana despertó con el vacío de su cuerpo junto a ella. Mi
compañero de la juventud le había dejado una flor sobre la cómoda. En el armario sólo faltaba el uniforme de las Tropas de Asalto Estelar.
Desde entonces no puedo quitarme de la cabeza la sensación de que he desperdiciado mi vida.
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7 5
C a u s a p r o b a b l e d e m u e r t e
El microcuentista estaba convencido de que cada autor disponía de un conjunto finito de argumentos. Por miedo al agotamiento de su mar de
historias y las consecuencias indeseables que pudieran derivarse de ello, dejó de escribir. Así fue feliz durante el resto de su larga vida, pues
tenía la certeza de que en cualquier momento sería capaz de retomar
la actividad creadora y abordar esas tramas nuevas y cautivadoras que había dejado pendientes. Las extrañas circunstancias que rodearon su
muerte justificaron la autopsia a la que su cuerpo fue sometido. Quienes la practicaron terminaron la jornada renegando de cómo se
les había puesto la sala, toda perdida de personajes y ambientaciones
desconocidas que brotaban como fuentes de cada víscera, de cada músculo.
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7 6
D e l L i b r o d e l o s G u s t o s
Le gusta quemar palabras e ideas en la estufa del salón, verlas crepitar. Mejor si vienen acompañadas del cerebro que las produce.
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7 7
M á q u i n a s
Por cerebro tiene una estufa que produce el vapor necesario para moverse. Su pensamiento no es racional, pero echa humo cuando le
enfadan.
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7 8
D e l h e r o í s m o
Cuando era pequeño se quemó el culo con la estufa. Ahora pasea su ardor guerrero por campos de batalla y despachos.
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7 9
E l t a m a ñ o i m p o r t a
El microcuentista prende la estufa con largas novelas. Al principio deslumbran, pero se consumen tan pronto que ha de quemarlas por
trilogías.
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8 0
L a c a r i d a d b i e n e n t e n d i d a
Las Damas de la Caridad han comprado una estufa para enviarla a esos pobres niños de Sudán. ¡Hace tanto frío este invierno!
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V i r t u d e s d e l a e s t u f a
Dan calor y concentran a la familia en derredor. Las de leña decoran y pueden emplearse para eliminar restos sospechosos. Son ecológicas.
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O l o r d e h o g a r
Lo detuvieron porque no fue capaz de deshacerse de su espectacular melena rizada. No soportaba el olor a pelo quemado.
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8 3
M i s t e r i o
En sus treinta años de profesión, el sepulturero ha visto casi de todo. Las viudas que han incluido la visita al marido muerto en su rutina
cotidiana se confunden con las amantes que en secreto se acercan al nicho para dejar una carta de amor; los rostros descompuestos por
obligación el día de los difuntos mutan en gestos de curiosidad al
pasear entre las tumbas, mientras comentan los lemas pintorescos de las lápidas o la mixtificación de las flores de plástico, un quiero y no
puedo del cariño y el recuerdo. En los últimos tiempos, sin embargo, le tiene especialmente molesto la costumbre generalizada de llamar por
teléfono a los muertos. A la caída de la tarde supone el sepulturero que
los deudos llegan a casa del trabajo, cansados y envueltos en una capa de melancolía que acaba por confundirse con el atardecer. En ese
preciso momento de confusión entre lo real y lo deseado, los alegres politonos comienzan a sonar en el cementerio. Sabe que en la mayoría
de las ocasiones no hay contestación, pero más de una y dos veces ha
sido capaz de cazar retazos de conversaciones en voz muy baja, para no molestar a quienes descansan en el olvido y la soledad, supone: "he
recogido a los niños del colegio y llovía"; "Arturo, el de la cartería, se
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ha pedido unos días de vacaciones y se va al Caribe"; "Julita ya tienen
novio, pero no me gusta la pinta que tiene; vamos a ver si no la hace una desgraciada"; "han llamado los del seguro"; "hay que arreglar la
gotera del garaje"; "te echo de menos, ojalá volvieses, aunque sea por
un par de días". Ha aprendido el enterrador a aceptar la nueva situación como parte del tránsito hacia el más allá: los vivos se niegan
a la ruptura definitiva e intentan defenderse del sufrimiento manteniendo un simulacro de normalidad; los difuntos, por su parte,
no han asumido todavía su nueva condición de cadáveres. Lo que no
termina de comprender el sepulturero es por qué su teléfono ha de ser recargado cada día, mientras que las baterías de estos otros parecen
eternas.
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8 4
S o l u c i o n e s s i m p l e s
Nunca me he sentido capacitado para gestionar como se debe el funcionamiento y la organización doméstica. Esa es la razón por la
que a lo largo de los años he recurrido a todo tipo de estrategias, subterfugios y demás argucias del intelecto perezoso que, en la
mayoría de las ocasiones, no han hecho más que retrasar la
inevitabilidad de una sesión sabatina de plancha o causar el sufrimiento innecesario de unos intestinos ya de por sí delicados. Mi
actitud -y por qué no decirlo, aptitud también- me determinó hace ya algún tiempo a buscar soluciones drásticas a una situación personal
comprometedora. Sumergido como estaba en un mar de papeles, fui a
dar con las instrucciones aportadas por Paracelso y creé un ridículo homúnculo de no más de treinta centímetros. El pobre se esforzaba
cuanto podía, pero su escaso tamaño y lo limitado de su pensamiento racional entorpecía la productividad. Demostrado el fracaso de este
primer intento, me lancé de cabeza a la senda que en su día marcó el
rabino Löw. El golem que fabriqué con arcilla me quedó muy bonito y de buen tamaño. Era obediente y capaz, pero aburrido y bastante
estúpido. No tenía ni una pizca de conversación y entre mis
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necesidades no solamente se cuenta la fuerza de trabajo, sino también
ese plus añadido que da la compañía y el enriquecimiento mutuo que nace del contacto humano. Lo rompí en mil pedazos un día en que se
negó, quizás por desconocimiento de la materia, a continuar las
impresiones que le había manifestado sobre la derrota napoleónica y su responsabilidad en el retraso que la idea de igualdad había sufrido
en Europa Central. Con la arcilla de su cuerpo fabriqué ceniceros y algún jarrón con que decorar la sobriedad del salón-comedor. Aunque
no venga al hilo de la historia, quiero dejar constancia de que algo del
desdichado golem sigue conmigo, pues su cabeza, salvada milagrosamente del ataque de justa ira, forma un hermoso conjunto
decorativo sobre la repisa de la chimenea. Con los años he aprendido a apreciarla en lo que vale, así como a aceptar la capacidad que
atesora de atraer la atención de las visitas con ese movimiento tan
natural de ojos y párpados que ha conservado. Tras el fallido intento del golem barajé la posibilidad de emular al mismo Dios y dotar de
vida la carne muerta, aunque deseché pronto la idea por no poner perdido el garaje donde entretengo mis veleidades de bricolagista.
También, si he de ser sincero, contribuyó a la desestimación de la
medida una cuestión de pura pereza. De haberlo creado me hubiese visto enfrascado en un penoso proceso educativo sin garantías de éxito
final y los tiempos que corren no están como para dilapidar energías en actuaciones que se saben condenadas al fracaso.
No hace mucho he encontrado el camino definitivo para la solución de
mis problemas domésticos. He esclavizado a un inmigrante perfectamente ilegal. Hace el trabajo que se le encomienda sin queja,
conversa, está dotado de un hermoso cuerpo que gusta observar en las frías noches invernales y ante los vecinos queda de lo más chic. Le he
llamado Stico, como en la película de Jaime de Armiñán. Tiene,
también, un muy relevante don de lenguas y creo que un doctorado.
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8 5
C r e c e r
Hoy hemos salido al patio con los bolsillos bien cargados de kriptonita para que Superman se vuelva débil y no tenga fuerzas para castigar
nuestras fechorías. Estas piedras que hemos conseguido casi por casualidad nos convierten en inmunes, así que todos los niños nos
miran con respeto y cara de miedo. Ya no jugamos con nadie, sólo
paseamos de aquí para allá, con caras muy serias, mirando con ferocidad a quienes se nos cruzan. A veces damos una colleja; otras
robamos bocadillos, como hemos hecho esta mañana.
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A d o l e s c e n c i a
Perdió la inocencia en los sillones de la barbería. Nunca se sintió tan pleno como entre aquellas revistas repletas de cuerpos imposibles.
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U n e x t r a ñ o
Bajo la pelambrera yacía un hombre. Lo enterraron en la intimidad: asistió el barbero, causante del deceso, y algunos habituales
desocupados.
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C i c l o
Se rapó al cero, cogió su fusil, sembró de cadáveres las trincheras de Verdún, cogió frío ese invierno, volvió a la barbería, se rapó al cero.
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8 9
N o s t a l g i a
Cada mes, el hombre calvo visita la barbería. Allí simulan un arreglo capilar, ungen su cabeza con esencia y barren del suelo su nostalgia.
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9 0
E s c á n d a l o
Allí se enteró de las relaciones ocultas que mantenía la esposa del pescadero. Comprendió que el persistente olor debía ser la causa.
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9 1
E l m o m e n t o p r e c i s o
Descargado por arriba, cuello recto, patillas finitas y marcas la perilla. Al instante fue degollado. Hay días que no se está para tonterías.
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9 2
S o s p e c h a s f u n d a d a s
Tenía la mirada perdida y un extraño brillo entre los dientes. Los labios temblaban de ira. ¿Cómo será el afeitado?, fue lo último que
oyó.
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9 3
E x c u s a s
El microcuentista lleva ya un tiempo sin encontrar historias adecuadas. En vez de perseverar, busca excusas tranquilizadoras: la tensión del
trabajo que lo alimenta, las ansias de agradar, la sangre en la orina que descubrió hace algunas semanas. Cuando ya no puede soportar más la
sensación de fracaso, abandona la escritura y lee. Vuelven así los
argumentos y los personajes que se enroscan en piernas y manos para reclamar el esfuerzo que les permita nacer en una trama. El autor -
¡qué frágil!- retoma la escritura. Una historia y otra y otra, hasta que la fuente de ideas termina por agotarse de nuevo. Entonces piensa que
quizás se deba a la difícil coyuntura que atraviesa la humanidad, a la
imposible difusión de su obra, al intenso dolor que siente en el hígado.
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9 4
L a f u e n t e
¿A dónde vas, Gilgamesh?La vida que tú buscas nunca la encontrarás.
Poema de Gilgamesh.
El azar, o quizás una maldición, me arrojó contra la Fuente de la
Vida. De ella bebí el agua milagrosa que abría la puerta de la inmortalidad. Pasaron el tiempo y las generaciones. Hombres sucedían
a hombres hasta que el Sol se apagó. La humanidad ha desaparecido sin llegar a ser más que un fogonazo en la oscuridad. No hay ya signo
de vida sobre esta roca, náufraga en un océano de soledad. Tengo
hambre y sed. Hace frío.
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A d c a l e n d a s
Nunca estaba al día. Quiso declarar su amor por San Valentín y acabó azotando hembras en las Lupercales.
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9 6
E g o s u m
Te amo, dijo mientras entregaba una flor a las aguas del río. La imagen silenciosa se estremeció. Narciso era demasiado insistente.
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9 7
C a r p e d i e m , q u e r i d a
- Todo esto es muy hermoso, pero mañana qué.- Marchitará la rosa el viento helado, supongo.
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9 8
P l a c e r y n e g o c i o s
"Morirás como un perro, Bugsy Moran", piensa Scarface al comprar el ramo de flores que entregará esa noche a Mae Josephine.
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9 9
C l a r i d a d d e c o n c e p t o s
Es un transgresor nato y por San Valentín mezcla el placer con los negocios: a la esposa, flores; ropa interior negra para la secretaria.
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1 0 0
D e t a l l e s
El viejo Jack es un sentimental. Por eso se viste con una flor y una sonrisa cuando pasea en las frías noches de febrero, en Whitechapel.
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1 0 1
L i r i s m o c u l p a b l e
En un ataque de debilidad impropia de él, el microcuentista se puso lírico. Con una pirueta, un haiku nació en la palma de su mano:
Para abrazarte
no he bajado al infierno,
sino a la tarde.
Al instante, truenos y centellas estallaron en el cielo para enmarcar el advenimiento de Pantagruel, sicario vengador a sueldo de los
demonios narrativos. El gigante afeó la conducta del cuentista traidor y lo devoró. Justo en el momento en que era deglutido, otro poema
afloraba en la comisura de sus labios:
Olor a espliego;
entre abrazos partidos...
Esta recopilación de las primeras ciento una historias
de El Blog Oculto fue terminada una ventosa noche
de febrero de 2011, mientras el murmurar
de los receptores de radios
del vecindario repetía
las mismas
palabras
vacías.
El Blog Ocultohttp://capiroba.blogalia.com
JOSÉ Mª GONZÁLEZ-SERNA SÁNCHEZ
DEFLAGRACIÓN INMINENTE
(101 HISTORIAS)
PUBLICACIONES DE EL BLOG OCULTOSEVILLA, 2011