Departamento de Lenguaje y Comunicación Mitos Latinoamericanos
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Mito:
Es un relato tradicional que se refiere a acontecimientos prodigiosos, protagonizados
por seres sobrenaturales como dioses, semidioses y héroes.
Características:
El mito es una historia sagrada que narra un acontecimiento sucedido durante un tiempo
en el que el mundo no tenía aun su forma actual.
Tipos de Mitos:
1) Cosmogónicos: Relatan el origen del mundo
2) Teogónicos: Relata acerca del origen de los dioses
3) Antropológico: Hace énfasis en el origen del ser humano
4) Escatológicas: Narran el fin del mundo
5) Morales: Se centran en el bien y mal
6) Etiológicos: Relatan aspectos religiosos.
Mito maya- “El hombre que se hizo Sol”
La civilización Maya habitó una vasta región ubicada geográficamente en el territorio
del sur-sureste de México, específicamente en los cinco estados de Campeche, Chiapas,
(lugar donde se ubica la ciudad principal), Quintana Roo, Tabasco y Yucatán; y en los
territorios de América Central de los actuales Bélice, Guatemala, Honduras y El
Salvador, con una historia de aproximadamente 3000 años. El siguiente mito fue
tomado de la obra Guerreros, Dioses y Espíritus de la Mitología de América Central y
Sudamérica, de Douglas Gifford.
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“Una calurosa tarde iba un hombre caminando por el bosque cuando decidió descansar
en las ramas de un gran árbol. Trepó, pues, se acomodó entre las hojas, y rápidamente se
quedó dormido. Mientras dormía, se hizo de noche; y una banda de ladrones acampó
bajo el árbol. Encendieron una hoguera, asaron carne, comieron y se echaron a dormir.
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Sus ronquidos sonoros, que denotaban satisfacción, despertaron al hombre que estaba en
las ramas, sobre las cabezas de los ladrones, y se bajó de allí para echar un vistazo.
Calentó sus manos en el fuego, y, sin hacer el menor ruido, probó un poco de la carne
que aquellos hombres dejaron sobre los rescoldos. Como le gustó, decidió comer un
trozo más, y otro, hasta que la acabó.
Después miró en torno suyo, a ver qué encontraba, y enseguida descubrió un arca de
madera, que los ladrones habían robado. Al abrirla vio hermosas ropas, hechas con el
más fino algodón, tejidas y teñidas, 'y bordadas con los más llamativos colores. El
hombre se probó prenda tras prenda, contoneándose a la luz de la hoguera con los
brazos extendidos para mejor admirar los colores, acariciando contra su cara aquellos
finos tejidos. Los ladrones, mientras tanto, seguían roncando alrededor de la hoguera.
En el fondo del arca encontró el hombre una hermosa capa roja, que puso
amorosamente sobre sus hombros. Y en ese instante sucedió un prodigio: Sus pies
empezaron a moverse por sí mismos, ejecutando delicados pasos de baile que él, hasta
entonces, ignoraba. Danzaba cada vez más veloz, más salvaje y descontroladamente; se
agachaba y brincaba, gritando, y luego saltaba en el aire para volver a caer, dando coces
con los dos pies al tiempo.
Uno de los ladrones, perturbado por el ruido, abrió los ojos y volvió a cerrarlos de
inmediato.
—¡Qué sueño tan horrible! —se dijo; y continuó pensando—. ¿De veras será un sueño?
Un hombre vestido de rojo resplandeciente bailando como un loco junto a la hoguera...
Abrió el ladrón un ojo, nada más, para no sufrir una impresión mayor. Allí estaba otra
vez. Allí estaba aquel hombre salvaje, bailando junto al fuego y vestido con una capa
muy roja y brillante.
El ladrón dejó escapar un grito escalofriante, que despertó a sus compañeros.
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—¡Es el espíritu de las montañas! —se dijeron los unos a los otros—. ¡Ha venido a
devorarnos!
Entonces, movidos por el pánico, echaron a correr y se perdieron en el bosque.
El hombre que danzaba no se enteró de nada; siguió bailando, alejándose del fuego, por
entre los árboles, hasta llegar al borde de un precipicio que parecía separar el cielo de la
tierra. Sin vacilación alguna el hombre bailó sobre el filo del precipicio, hasta caer, al
fin, en una oscuridad infinita. Sin embargo, en lugar de desaparecer en el abismo, la
danzarina figura pareció flotar en el espacio por unos momentos y luego, con la capa
revoloteándole sobre los hombros, comenzó a remontarse por los aires. Voló tan alto y
tan alto, que no parecía un hombre con una capa roja, sino un círculo rojo en el cielo.
Ascendió más y más, para irradiar, en su vuelo, un brillo que tornaba el aire cálido. El
bailarín se había convertido en sol”.
El Dios Quetzalcóatl
Quetzalcóatl, la serpiente con plumas, fue quizás el dios más significativo de entre
aquellos a los cuales rindieran culto los aztecas. En sus distintas formas aparecía como
dios del cielo y del sol, como dios de los vientos, de la estrella de la mañana, y también
como el benefactor de la humanidad. Su nombre proviene de la palabra quetzal, nombre
de un raro pájaro que tenía una larga cola de plumas, y de coatí, palabra con la que se
designaba a la serpiente. Bajo dife Quetzalcóatl rentes denominaciones fue adorado a lo
largo y a lo ancho de México y de la América Central. En su honor se hicieron las
grandes pirámides de los templos de México, y se levantó la ciudad sagrada de Cholula,
así como un templo circular en la corte de Tenochtitlán.
Quetzalcóatl era hijo de Coatlicue, diosa de la tierra. Un día se encontraba ella en lo alto
de una colina, haciendo penitencia con sus hermanas, cuando a su lado cayó del cielo
una pluma. La cogió y la puso junto a su pecho, y quedó preñada. A su debido tiempo
nació su hijo. Quetzalcóatl fue un niño bueno y dócil, que tenía tan buen corazón que
apenas se atrevía a coger una flor por no hacerle daño. Cuando se le pidió que hiciera
sacrificios rehusó, ofreciendo en su lugar pan, flores y perfumes. Sin embargo era muy
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duro consigo mismo, y para hacer penitencia se flagelaba la espalda con espinas de
cactus, hasta que le brotaba sangre.
A medida que fue creciendo descubrió muchos secretos y destrezas, que enseñó a la
humanidad. Encontró el escondite del maíz, se enteró del valor de las piedras preciosas,
del oro y de la plata, de las conchas marinas de colores y las plumas de los pájaros, y
aprendió a usar las distintas plantas.
La bondad e integridad de Quetzalcóatl irritaron al gran dios Tezcatlipoca, el Espejo de
Humo, que era todo lo contrario a él. Se decía que era liviano, y tan rápido, que podía
descender dé los cielos bajando por una cuerda hecha con la tela de una araña. Era el
dios de la alegría; pero, a la vez, era el dios de la discordia y de la hechicería, de la
prosperidad y de la destrucción, además de un gran tramposo, que exigía a los hombres
sacrificios humanos y muertes para sustentarse.
Un día Tezcatlipoca se acercó a donde se encontraba Quetzalcóatl y le puso frente a los
ojos un espejo para que se viera. Quetzalcóatl, horrorizado, vio entonces cuan viejo era,
y sus ojos se entristecieron. Pensó que defraudaría a su gente si lo contemplaban así, por
lo que de inmediato tapó su rostro y marchó a ocultarse.
Tezcatlipoca, sin embargo, corrió tras él y le convenció de que se mirase nuevamente en
el espejo. Entonces, por el contrario, le dio un rico vestido adornado con las plumas de
un quetzal, y una máscara azul que representaba a una serpiente hecha de finas
turquesas. Complacido por su visión, Quetzalcóatl volvió a permitir que sus gentes lo
contemplaran.
Tezcatlipoca, no obstante, quedó insatisfecho con aquella demostración de su poder; en
realidad quería destruir al puro Quetzalcóatl por completo. Así pues, simulando ser su
amigo, ofreció a Quetzalcóatl una copa de pulque, una especie de vino hecho con la
savia fermentada de la pita. Al principio Quetzalcóatl rehusó beber; pero al fin metió un
dedo en la copa para probar aquel vino.
Después se echó un trago, luego otro, y otro más, y acabó cogiéndole gusto. Como
estaba muy alegre mandó llamar a su hermana, y juntos siguieron bebiendo hasta
embriagarse. Como no sabían lo que hacían cayeron el uno en los brazos del otro y se
amaron carnalmente.
Desde entonces Quetzalcóatl y su hermana llevaron una vida disipada, olvidándose
ambos de su anterior pureza, así como del cumplimiento de sus obligaciones religiosas.
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Pasado un tiempo, sin embargo, sus mentes volvieron a recuperar la cualidad de pensar
con claridad, y entonces comprendieron la magnitud de su falta. Arrepentido de sus
pecados, Quetzalcóatl ordenó a sus criados que le hicieran un ataúd de piedra, y allí se
metió durante cuatro días y cuatro noches para hacer penitencia. Después pidió a sus
gentes que le siguieran hasta la orilla del mar. Y una vez allí hizo una gran pira
funeraria; entonces, vestido con sus brillantes plumas, y luciendo la máscara que
representaba a la serpiente de turquesas, se arrojó a las llamas.
La gran hoguera crepitó durante toda la noche; y, cuando se hizo el día, el cuerpo de
Quetzalcóatl, convertido ya en cenizas, empezó a desperdigarse, saliendo de entre las
llamas cual una bandada de pájaros. Sus criados, que se hallaban desconsolados junto a
la pira, viendo cómo desaparecía su dios, pudieron ver una estrella nueva que brillaba en
el cielo recién despejado de la mañana: El corazón de Quetzalcóatl se había convertido
en la estrella de la mañana.
Los aztecas, en efecto, honraban a Quetzalcóatl como a un dios; pero hay otras
narraciones que lo presentan como personaje histórico. Según una de esas historias era
un sabio gobernante de Tula, la principal ciudad del Imperio de los toltecas, que se
derrumbara allá por el año 990 de la era cristiana. Nueve reyes de los toltecas llevaron
el nombre de Quetzalcóatl, por lo que es muy posible que las leyendas surgieran a
propósito de algún personaje que en verdad existiera. Hay una vieja leyenda, también,
que lo presenta como llegado de lejanas tierras.
Los días en los que Quetzalcóatl gobernó sobre Tula fueron tiempos de paz y de
prosperidad. Había comida para todos, el algodón crecía por doquier en diversas
plantaciones, y también había oro, plata y piedras preciosas. Las gentes de Tula eran
diestros artesanos, y la ciudad muy próspera.
Sin embargo, pasado el tiempo, cuando Quetzalcóatl envejeció, sus habitantes se
hicieron perezosos. Tezcatlipoca vio entonces llegada la oportunidad de actuar y
expulsar a Quetzalcóatl de su tierra.
Disfrazado como un viejo de blancos cabellos, Tezcatlipoca se presentó en el palacio de
Quetzalcóatl y pidió ver al rey.
—Vuestro rey está enfermo —dijo a los guardias—, y yo tengo un remedio que puede
sanarlo. Llevadme ante él.
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Tezcatlipoca tuvo franco el paso y ofreció a Quetzalcóatl una poderosa droga.
Quetzalcóatl vio en el viejo que le visitaba un signo de que su propio reino tocaba a su
fin, y preguntó al visitante a dónde debía dirigirse.
—Deberás ir a Tollantlapán —dijo Tezcatlipoca—. Allí encontrarás a un hombre viejo
que te estará esperando y te volverá a convertir en un joven hermoso. Toma esta pócima
y lo comprenderás todo.
Aunque estaba viejo y enfermo, Quetzalcóatl no se dejó engañar. Tomó la medicina,
pero se negó a dejar Tula, y Tezcatlipoca tuvo que recurrir a una nueva treta. Se disfrazó
de vendedor de chiles verdes, y se fue a la plaza del mercado, a las afueras del palacio,
hasta que logró llamar la atención de la hija de Quetzalcóatl. La habían criado con gran
esmero, y apenas había tenido trato con extraños; de manera que tan pronto como vio al
apuesto joven se enamoró de él violenta y apasionadamente. Casi enferma de amor
confesó a su padre que el único hombre con el que deseaba casarse era el vendedor de
chiles verdes. Si no podía hacerlo, dijo, moriría.
Al principio, cuando Quetzalcóatl mandó a buscar al joven, no lo encontraron; pero
justo cuando los mensajeros se disponían a regresar, como por arte de magia, apareció
en su puesto del mercado y pudo ser conducido a palacio. Aunque no de muy buen
grado, Quetzalcóatl lo aceptó como yerno. Y Tezcatlipoca comenzó a ejercer su
influencia en la corte. Como era lógico, el matrimonio entre la hija de Quetzalcóatl y el
vendedor de chiles verdes no fue bien visto por los tchecas y, para distraer su atención,
Quetzalcóatl decidió atacar a una tribu vecina. Los "toltecas, entonces, vieron llegada la
ocasión de acabar con el joven esposo y le dejaban siempre en las más peligrosas
posiciones; pero él luchó bravamente y regresó triunfante de aquella guerra, más firme y
seguro en su puesto que antes.
Entonces el vendedor de chiles verdes decidió desplegar sus poderes hipnóticos sobre
los toltecas. Primero organizó un gran festival al que invitó a las gentes de diversos
puntos del Imperio. Cuando la multitud estaba reunida comenzó a cantar y a golpear un
tambor, pidiendo a las gentes que cantaran con él y que danzaran como él lo hacía. Ellos
entonces siguieron el ritmo que marcaba el tambor y él, mientras danzaban sin parar
como posesos, los llevó hasta un profundo barranco. El tambor sonaba cada vez más
rápido y aquellas gentes, a su ritmo, cada vez bailaban con mayor ímpetu y furor; hasta
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que al cruzar un puente muy estrecho perdieron el equilibrio y cayeron al fondo del
valle, donde quedaron convertidos en piedras.
Luego atacó a quienes trabajaban en los jardines de Quetzalcóatl, dejando cientos de
muertos entre las flores; y acto seguido se convirtió en un hechicero y atrajo hacia sí a
tanta gente que muchos murieron aplastados por la muchedumbre.
Un desastre seguía a otro, hasta que los toltecas se dieron cuenta de que su Imperio
tocaba a su fin. Finalmente, hizo que se pudriera toda la comida que había en Tula y,
disfrazándose de vieja, comenzó a tostar las reservas de maíz fresco. El buen olor de
aquello llevó a los toltecas que aún vivían hasta la casa de la mujer, y allí Tezcatlipoca
los destruyó.
Entonces fue cuando supo Quetzalcóatl que le había llegado el momento de partir.
Fatigado, prendió fuego a la ciudad que él mismo había construido, enterró el oro y la
plata en los valles de las montañas, convirtió los árboles del cacao en inútiles cactos, y
ordenó a los pájaros de brillantes colores que se fueran. Sólo permitió que le
acompañaran sus criados más fieles, sus enanos y sus gibosos.
En su caminar llegó hasta donde se levantaba un gran árbol, junto al que se detuvo a
descansar, y pidió su espejo. Al mirarse vio que era, en efecto, un hombre viejo y
cansado. Entonces, enojado, arrojó piedras contra el tronco, que allí quedaron
incrustadas y que aún pueden contemplarse en ese lugar. En otro sitio, en el que se
detuviera también para descansar, dejó la huella de sus manos y de sus piernas en una
roca, en señal de que había pasado por allí. A quienes le preguntaban que a dónde iba,
les respondía:
—Voy a aprender.
A pesar de todo, a pesar de que ya se marchaba, Tezcatlipoca continuaba
persiguiéndole. De una u otra forma, tomó posesión de todos los conocimientos de
Quetzalcóatl: De cómo trabajar el oro y la plata, las piedras, las pieles, y de cómo
desenvolverse en las artes de la pintura y la escultura. En las frías faldas de las
montañas, en donde estaban los volcanes Popocatepetl e Ixtaccihuatl, sus acompañantes,
los enanos y los gibosos,.. murieron congelados, y Quetzalcóatl quedó entonces
completamente solo.
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Al fin, solo y cansado, Quetzalcóatl llegó al mar. Hizo uso entonces del último poder
que le quedaba y construyó una balsa con culebras entrelazadas, montado en la cual se
adentró en las aguas.
Los hermanos gemelos mito Maya
Había una vez dos hermanos gemelos, llamados Hunhun-Ahpu y Vukub-Ahpu, cuya
gran pasión en la vida era el juego de tlachtii. Pasaban todo su tiempo practicando los
lances del juego, y se consideraban los mejores jugadores del mundo.
Sucedió que los Señores del Mundo Subterráneo, Hun-Camé y Vukub-Camé, eran
también muy diestros jugadores y, como habían oído a los dos hermanos alardear de sus
proezas, decidieron retarles a una partida. Enviaron como mensajeros a cuatro buhos al
Mundo de las Alturas, y Hunhun-Ahpu y Vukub-Ahpu aceptaron el reto, muy
confiados.
En el camino que llevaba al reino del Mundo Subterráneo de Xibaibá, los gemelos
encontraron primero un profundo barranco, luego un río de agua hirviendo, y después
un río de sangre. Por fin llegaron a un lugar donde había una encrucijada. Los cuatro
senderos tenían distintos colores: uno era rojo, otro blanco, otro amarillo y otro negro;
y, mientras decidían cuál tomar, una voz, que venía del sendero de color negro, les dijo:
—Yo soy el camino que lleva hasta los dominios de los dioses del Mundo Subterráneo.
Tomadme.
No sin cierta cautela, los hermanos gemelos se decidieron.
Aunque los dioses del Mundo Subterráneo eran diestros jugadores de tlachtii abrigaban
ambos la sospecha de que los gemelos eran superiores, y optaron por tenderles una
trampa a los hermanos, antes de que pudieran demostrar sus dotes. Los gemelos, por lo
tanto, no llegaron directamente a la cancha en donde se había de jugar el encuentro, sino
que fueron a parar primero a una gran cámara en donde había unas estatuas de madera
sentadas junto a los Señores del Mundo Subterráneo. Las estatuas eran tan naturales que
los gemelos se inclinaron ante ellas en señal de respeto y comenzaron a saludarlas. No
habían pronunciado más que un par de palabras cuando al oír una recia carcajada de
mofa cayeron en la cuenta de "su" error. Enfurecidos por el ridículo que habían hecho
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los gemelos, agriamente, retaron a luchar a los dioses. Los dioses del Mundo
Subterráneo, empero, volvieron a engañarles.
Así, simulando ofrecer mejor acomodo a los gemelos, los llevaron a otra cámara, y, una
vez allí, invitaron a los hermanos a tomar asiento sobre dos tronos de piedra labrada.
Los gemelos accedieron a ello y luego se percataron de que sus asientos estaban al rojo
vivo. Acompañados por el ruido de sonoras y burlonas carcajadas dieron un brinco en el
aire, rugiendo de rabia y de dolor.
Después condujeron a los gemelos a una gran caverna subterránea, que era la Casa de la
Tristeza. Los Señores les dieron una antorcha cada uno, diciéndoles:
—Guardad bien estas antorchas, y mantened su brillante llama hasta el amanecer. Si no
lo hacéis así vuestras vidas correrán grave peligro.
Las antorchas, que no eran más que un fino haz de cañas, se consumieron prontamente,
y los hermanos quedaron en la más completa oscuridad abandonados a su suerte.
Cuando se hizo la mañana por fin los condujeron ante los Señores del Mundo
Subterráneo.
—¿Dónde están vuestras antorchas? —les preguntaron los Señores.
—Se consumieron —dijeron los hermanos.
—Entonces, debéis morir.
Así que sacrificaron a los hermanos gemelos y enterraron sus cuerpos; la cabeza de uno
de ellos, Hunhun-Ahpu, fue colgada de un árbol como un trofeo. Ese árbol jamás había
dado frutos, pero tan pronto como le fuera colgada la cabeza sus ramas se cubrieron de
frutas semejantes a las calabazas, que la ocultaron.
Los Señores del Mundo Subterráneo declararon que el árbol era sagrado, y prohibieron
que fuese visitado; pero un día, una joven llamada Xquiq, llevada de su curiosidad, se
acercó al árbol y empezó a mirar sus inusitados frutos.
—¿De veras moriré si toco una calabaza? —se preguntó, mientras alargaba la mano
para coger una. La cabeza de Hunhun-Ahpu miró a la muchacha por entre las hojas y le
escupió en la palma de la mano.
—Sube enseguida al Mundo de las Alturas —le dijo a la muchacha—, pues esta saliva
te hará concebir a mis hijos.
Temerosa, y a la vez atónita, Xquiq huyó de Xibalbá. A pesar de que los Señores del
Mundo Subterráneo intentaron acabar con ella, logró evitarlos haciéndose amiga de los
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buhos que mandaron en su persecución, y al fin halló refugio junto a la madre de los
gemelos muertos. A su debido tiempo, ella también fue madre de gemelos.
Los nuevos hermanos, que se llamaban Hunahpu y Xbalanque, crecieron hasta hacerse
dos jóvenes robustos, hábiles cazadores y agudos conversadores. Durante tanto tiempo
como le fue posible, su madre les mantuvo alejados de cualquier cosa que pudiera
hacerles conocer el tlachtii, pero un día acabaron por descubrir los guantes, la piedra
redonda y las pelotas de goma que estaban escondidas. Muy pronto se obsesionaron con
aquel juego que, como su padre, llegaron a dominar. Al cabo llegaría a oído de los
Señores del Mundo Subterráneo la fama de su juego.
—¿Quién osa revolucionar la tierra, allá arriba, con nuestro juego? —preguntaron—.
¿Quién nos reta a jugar ahora? ¿Os atrevéis a venir aquí y jugar contra nosotros?
Hunahpu y Xbalanque aceptaron el reto, como lo hiciera su padre, y también ellos
atravesaron el peligroso barranco y los ríos de agua hirviendo y de sangre. Cuando
llegaron a la encrucijada tomaron el sendero negro, siguiendo las instrucciones que les
dieron. Iban, sin embargo, preparados para hacer frente a las tretas de los Señores del
Mundo Subterráneo. Llevaban consigo un animal llamado Xan; y cuando se vieron en la
cámara donde estaban las estatuas de madera sentadas junto a los Señores le ordenaron
que fuera a mordisquear las piernas de todas aquellas personas. Las dos primeras figuras
eran de madera y no emitieron quejido alguno cuando Xan las atacó; pero la tercera
gritó llena de dolor, y los gemelos la saludaron muy cortésmente. El animal fue
descubriendo así a todos los auténticos Señores, y los hermanos lograron superar la
primera prueba.
Después los llevaron a la cámara de los tronos ardientes, pero, allí, con gran
simplicidad, rehusaron tomar asiento, diciendo:
—Estos tronos son demasiado buenos- para nosotros; nos sentaremos en el suelo.
En la puerta de la Casa de la Tristeza dieron a los gemelos antorchas para alumbrarse
por el camino, mas, en vez de hacer uso de ellas, pasaron a oscuras la noche v no las
encendieron hasta que por la mañana oyeron llegar a los guardias.
Al fin, los Señores del Mundo Subterráneo accedieron a disputar un partido de tlachtii
con los hermanos, y, para su enojo, resultaron batidos de mala manera.
Los gemelos habían ganado, pero aún se hallaban en el reino del Mundo Subterráneo, y
los Señores no podían permitir que se marcharan tranquilamente. Por eso se apresuraron
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a capturar a los hermanos, a fin de someterlos a nuevas pruebas. Primero, les
sentenciaron a pasar una noche en la Casa del Frío, lugar que tenía gruesas capas de
hielo tanto en el suelo como en las paredes. Los gemelos lograron mantenerse calientes
quemando pinas secas. Luego los condujeron a la Casa de los Jaguares, donde los
feroces animales ansiaban su sangre. En el suelo había despojos de otras víctimas, y los
hermanos lograron escapar arrojando esos despojos a los jaguares, para distraer su
atención. Escaparon, también milagrosamente, de la Casa del Fuego; pero en la Casa de
los Murciélagos, Hunahpu casi resultó vencido. Los gemelos pasaron la noche tendidos
de bruces sobre el suelo, para no llamar la atención de los perversos murciélagos que
pendían del techo; pero en cuanto se hizo de día, Hunahpu levantó cautamente la cabeza
y ellos lo atacaron con saña. Sin embargo, con ayuda de una tortuga mágica, que vivía
en la cueva, lograron curar la tremenda herida, y los gemelos salieron de tan dura
prueba con más fuerzas que nunca.
Conscientes de que los Señores del Mundo Subterráneo no eran capaces de vencerlos,
los hermanos gemelos decidieron demostrarles sus propios poderes. Fingiéndose
derrotados dejaron que se les quemara en una gran pira funeraria, alrededor de la cual se
reunieron los Señores del Mundo Subterráneo para celebrar lo que creyeron ser una gran
victoria. Después arrojaron sus cenizas a las aguas del lago del Mundo Subterráneo;
aquello, supusieron los dioses, era el fin de la jactanciosa pareja.
Cinco días después, dos extrañas criaturas, mitad hombres y mitad peces, aparecieron a
orillas del lago; al día siguiente fueron vistos en el Mundo Subterráneo dos decrépitos
mendigos. A pesar de lo andrajosos que iban llamaron pronto la atención por los
mágicos prodigios que llevaban a cabo. Quemaban casas, para hacerlas reaparecer acto
seguido como nuevas; hacían aparecer y desaparecer animales; incluso se prendieron
fuego, y al poco fue dado verlos completamente sanos y a salvo.
Los Señores del Mundo Subterráneo estaban maravillados. Comprobaron la veracidad
de los hechos permitiendo que quemaran el palacio real y sus perros, que luego
reaparecieron en un estado tan bueno, si no mejor, que el que antes ofrecieran; y luego
pidieron a la pareja que también les prendiera fuego a ellos.
—¿Estáis vosotros. Señores de la Muerte, dispuestos a morir? —dijeron los mendigos—
. Bien, si eso os divierte...
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De forma harto ceremoniosa levantaron una pira funeraria, destinada a los Señores del
Mundo Subterráneo, y cuidaron muy mucho de que ambos seres desaparecieran entre
las llamas.
Los habitantes del Mundo Subterráneo acudieron en multitud, con la esperanza de ver
reaparecer de entre las cenizas a sus Señores; mas en esta ocasión no se produjo el
milagro. Entonces, despojándose de sus disfraces, los mendigos revelaron su
personalidad verdadera; los gemelos, irritados, les explicaron que habían venido a
vengar a su padre.
—Este es vuestro castigo —proclamaron—. A causa de vuestra perfidia no sois dignos
de jugar al tlachtii, ni someteréis a hombre alguno a vuestras reglas, como habéis venido
haciendo hasta ahora. A partir de este momento no seréis más que criados, dedicados a
moler maíz y a fabricar cacharros. No tendréis poder alguno, salvo sobre los animales.
Vuestros poderes sobre los hombres han desaparecido para siempre.
Así pues, una vez celebrado el funeral en memoria de su padre y de su hermano gemelo,
Hunahpuh y Xbalanque retornaron triunfantes al Mundo de las Alturas.
Había una vez dos hermanos gemelos, llamados Hunhun-Ahpu y Vukub-Ahpu, cuya
gran pasión en la vida era el juego de tlachtii. Pasaban todo su tiempo practicando los
lances del juego, y se consideraban los mejores jugadores del mundo.
Sucedió que los Señores del Mundo Subterráneo, Hun-Camé y Vukub-Camé, eran
también muy diestros jugadores y, como habían oído a los dos hermanos alardear de sus
proezas, decidieron retarles a una partida. Enviaron como mensajeros a cuatro buhos al
Mundo de las Alturas, y Hunhun-Ahpu y Vukub-Ahpu aceptaron el reto, muy
confiados.
En el camino que llevaba al reino del Mundo Subterráneo de Xibaibá, los gemelos
encontraron primero un profundo barranco, luego un río de agua hirviendo, y después
un río de sangre. Por fin llegaron a un lugar donde había una encrucijada. Los cuatro
senderos tenían distintos colores: uno era rojo, otro blanco, otro amarillo y otro negro;
y, mientras decidían cuál tomar, una voz, que venía del sendero de color negro, les dijo:
—Yo soy el camino que lleva hasta los dominios de los dioses del Mundo Subterráneo.
Tomadme.
No sin cierta cautela, los hermanos gemelos se decidieron.
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Aunque los dioses del Mundo Subterráneo eran diestros jugadores de tlachtii abrigaban
ambos la sospecha de que los gemelos eran superiores, y optaron por tenderles una
trampa a los hermanos, antes de que pudieran demostrar sus dotes. Los gemelos, por lo
tanto, no llegaron directamente a la cancha en donde se había de jugar el encuentro, sino
que fueron a parar primero a una gran cámara en donde había unas estatuas de madera
sentadas junto a los Señores del Mundo Subterráneo. Las estatuas eran tan naturales que
los gemelos se inclinaron ante ellas en señal de respeto y comenzaron a saludarlas. No
habían pronunciado más que un par de palabras cuando al oír una recia carcajada de
mofa cayeron en la cuenta de "su" error. Enfurecidos por el ridículo que habían hecho
los gemelos, agriamente, retaron a luchar a los dioses. Los dioses del Mundo
Subterráneo, empero, volvieron a engañarles.
Así, simulando ofrecer mejor acomodo a los gemelos, los llevaron a otra cámara, y, una
vez allí, invitaron a los hermanos a tomar asiento sobre dos tronos de piedra labrada.
Los gemelos accedieron a ello y luego se percataron de que sus asientos estaban al rojo
vivo. Acompañados por el ruido de sonoras y burlonas carcajadas dieron un brinco en el
aire, rugiendo de rabia y de dolor.
Después condujeron a los gemelos a una gran caverna subterránea, que era la Casa de la
Tristeza. Los Señores les dieron una antorcha cada uno, diciéndoles:
—Guardad bien estas antorchas, y mantened su brillante llama hasta el amanecer. Si no
lo hacéis así vuestras vidas correrán grave peligro.
Las antorchas, que no eran más que un fino haz de cañas, se consumieron prontamente,
y los hermanos quedaron en la más completa oscuridad abandonados a su suerte.
Cuando se hizo la mañana por fin los condujeron ante los Señores del Mundo
Subterráneo.
—¿Dónde están vuestras antorchas? —les preguntaron los Señores.
—Se consumieron —dijeron los hermanos.
—Entonces, debéis morir.
Así que sacrificaron a los hermanos gemelos y enterraron sus cuerpos; la cabeza de uno
de ellos, Hunhun-Ahpu, fue colgada de un árbol como un trofeo. Ese árbol jamás había
dado frutos, pero tan pronto como le fuera colgada la cabeza sus ramas se cubrieron de
frutas semejantes a las calabazas, que la ocultaron.
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Los Señores del Mundo Subterráneo declararon que el árbol era sagrado, y prohibieron
que fuese visitado; pero un día, una joven llamada Xquiq, llevada de su curiosidad, se
acercó al árbol y empezó a mirar sus inusitados frutos.
—¿De veras moriré si toco una calabaza? —se preguntó, mientras alargaba la mano
para coger una. La cabeza de Hunhun-Ahpu miró a la muchacha por entre las hojas y le
escupió en la palma de la mano.
—Sube enseguida al Mundo de las Alturas —le dijo a la muchacha—, pues esta saliva
te hará concebir a mis hijos.
Temerosa, y a la vez atónita, Xquiq huyó de Xibalbá. A pesar de que los Señores del
Mundo Subterráneo intentaron acabar con ella, logró evitarlos haciéndose amiga de los
buhos que mandaron en su persecución, y al fin halló refugio junto a la madre de los
gemelos muertos. A su debido tiempo, ella también fue madre de gemelos.
Los nuevos hermanos, que se llamaban Hunahpu y Xbalanque, crecieron hasta hacerse
dos jóvenes robustos, hábiles cazadores y agudos conversadores. Durante tanto tiempo
como le fue posible, su madre les mantuvo alejados de cualquier cosa que pudiera
hacerles conocer el tlachtii, pero un día acabaron por descubrir los guantes, la piedra
redonda y las pelotas de goma que estaban escondidas. Muy pronto se obsesionaron con
aquel juego que, como su padre, llegaron a dominar. Al cabo llegaría a oído de los
Señores del Mundo Subterráneo la fama de su juego.
—¿Quién osa revolucionar la tierra, allá arriba, con nuestro juego? —preguntaron—.
¿Quién nos reta a jugar ahora? ¿Os atrevéis a venir aquí y jugar contra nosotros?
Hunahpu y Xbalanque aceptaron el reto, como lo hiciera su padre, y también ellos
atravesaron el peligroso barranco y los ríos de agua hirviendo y de sangre. Cuando
llegaron a la encrucijada tomaron el sendero negro, siguiendo las instrucciones que les
dieron. Iban, sin embargo, preparados para hacer frente a las tretas de los Señores del
Mundo Subterráneo. Llevaban consigo un animal llamado Xan; y cuando se vieron en la
cámara donde estaban las estatuas de madera sentadas junto a los Señores le ordenaron
que fuera a mordisquear las piernas de todas aquellas personas. Las dos primeras figuras
eran de madera y no emitieron quejido alguno cuando Xan las atacó; pero la tercera
gritó llena de dolor, y los gemelos la saludaron muy cortésmente. El animal fue
descubriendo así a todos los auténticos Señores, y los hermanos lograron superar la
primera prueba.
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Después los llevaron a la cámara de los tronos ardientes, pero, allí, con gran
simplicidad, rehusaron tomar asiento, diciendo:
—Estos tronos son demasiado buenos- para nosotros; nos sentaremos en el suelo.
En la puerta de la Casa de la Tristeza dieron a los gemelos antorchas para alumbrarse
por el camino, mas, en vez de hacer uso de ellas, pasaron a oscuras la noche v no las
encendieron hasta que por la mañana oyeron llegar a los guardias.
Al fin, los Señores del Mundo Subterráneo accedieron a disputar un partido de tlachtii
con los hermanos, y, para su enojo, resultaron batidos de mala manera.
Los gemelos habían ganado, pero aún se hallaban en el reino del Mundo Subterráneo, y
los Señores no podían permitir que se marcharan tranquilamente. Por eso se apresuraron
a capturar a los hermanos, a fin de someterlos a nuevas pruebas. Primero, les
sentenciaron a pasar una noche en la Casa del Frío, lugar que tenía gruesas capas de
hielo tanto en el suelo como en las paredes. Los gemelos lograron mantenerse calientes
quemando pinas secas. Luego los condujeron a la Casa de los Jaguares, donde los
feroces animales ansiaban su sangre. En el suelo había despojos de otras víctimas, y los
hermanos lograron escapar arrojando esos despojos a los jaguares, para distraer su
atención. Escaparon, también milagrosamente, de la Casa del Fuego; pero en la Casa de
los Murciélagos, Hunahpu casi resultó vencido. Los gemelos pasaron la noche tendidos
de bruces sobre el suelo, para no llamar la atención de los perversos murciélagos que
pendían del techo; pero en cuanto se hizo de día, Hunahpu levantó cautamente la cabeza
y ellos lo atacaron con saña. Sin embargo, con ayuda de una tortuga mágica, que vivía
en la cueva, lograron curar la tremenda herida, y los gemelos salieron de tan dura
prueba con más fuerzas que nunca.
Conscientes de que los Señores del Mundo Subterráneo no eran capaces de vencerlos,
los hermanos gemelos decidieron demostrarles sus propios poderes. Fingiéndose
derrotados dejaron que se les quemara en una gran pira funeraria, alrededor de la cual se
reunieron los Señores del Mundo Subterráneo para celebrar lo que creyeron ser una gran
victoria. Después arrojaron sus cenizas a las aguas del lago del Mundo Subterráneo;
aquello, supusieron los dioses, era el fin de la jactanciosa pareja.
Cinco días después, dos extrañas criaturas, mitad hombres y mitad peces, aparecieron a
orillas del lago; al día siguiente fueron vistos en el Mundo Subterráneo dos decrépitos
mendigos. A pesar de lo andrajosos que iban llamaron pronto la atención por los
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mágicos prodigios que llevaban a cabo. Quemaban casas, para hacerlas reaparecer acto
seguido como nuevas; hacían aparecer y desaparecer animales; incluso se prendieron
fuego, y al poco fue dado verlos completamente sanos y a salvo.
Los Señores del Mundo Subterráneo estaban maravillados. Comprobaron la veracidad
de los hechos permitiendo que quemaran el palacio real y sus perros, que luego
reaparecieron en un estado tan bueno, si no mejor, que el que antes ofrecieran; y luego
pidieron a la pareja que también les prendiera fuego a ellos.
—¿Estáis vosotros. Señores de la Muerte, dispuestos a morir? —dijeron los mendigos—
. Bien, si eso os divierte...
De forma harto ceremoniosa levantaron una pira funeraria, destinada a los Señores del
Mundo Subterráneo, y cuidaron muy mucho de que ambos seres desaparecieran entre
las llamas.
Los habitantes del Mundo Subterráneo acudieron en multitud, con la esperanza de ver
reaparecer de entre las cenizas a sus Señores; mas en esta ocasión no se produjo el
milagro. Entonces, despojándose de sus disfraces, los mendigos revelaron su
personalidad verdadera; los gemelos, irritados, les explicaron que habían venido a
vengar a su padre.
—Este es vuestro castigo —proclamaron—. A causa de vuestra perfidia no sois dignos
de jugar al tlachtii, ni someteréis a hombre alguno a vuestras reglas, como habéis venido
haciendo hasta ahora. A partir de este momento no seréis más que criados, dedicados a
moler maíz y a fabricar cacharros. No tendréis poder alguno, salvo sobre los animales.
Vuestros poderes sobre los hombres han desaparecido para siempre.
Así pues, una vez celebrado el funeral en memoria de su padre y de su hermano gemelo,
Hunahpuh y Xbalanque retornaron triunfantes al Mundo de las Alturas.
Guatemala – Mito Maya - La creación.
Fue aquél un tiempo en el que todo estaba en calma y en silencio, en el que no existía el
movimiento, en el que la inmensidad del firmamento estaba vacía. No había hombres ni
animales. No había pues ni pájaros, ni peces, ni cangrejos, ni árboles, ni piedras, ni
cavernas, ni cañadas, ni hierba. Sólo existían el cielo inmenso y el mar tranquilo. No
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había tierra; nada que se moviera o que hiciese ruido; nada que sobresaliese rompiendo
la línea del horizonte entre el cielo y el mar.
La noche se cernía siempre sobre la superficie del mar; pero en sus más profundas aguas
vivían Tepeu y Gucumaz, el Creador y el Hacedor de Formas, respectivamente. Como
dioses, propendían naturalmente a la meditación sobre los misterios de la vida; y allá en
el fondo, tendidos bajo un dosel de plumas verdes y azules, charlaban sobre el Corazón
del Cielo, que era el gran dios compuesto por tres deidades: Cacuihá Huracán (el
Relámpago), Chipi Cacuihá (el Rayo) y Raxa Cacuihá (el Trueno). Y así siguieron
discurriendo y dieron en hablar de la luz y de la vida, y decidieron trocar la oscuridad de
la noche en luz del día, para que el mundo conociera la luz.
—Hágase la luz —dijeron—, que el día resplandezca sobre el mar y sobre las tierras que
vamos a crear. Y que sea el hombre la primera gloria de la tierra.
Todo sucedió como ellos habían ordenado. Los mares encontraron cauce en sus nuevos
límites, y las montañas emergieron de entre las aguas, conformando tierras secas. Con
las montañas aparecieron los cipreses y los pinos, a la vez que los ríos descendían de las
zonas rocosas hasta las planicies. Todo aquello fue obra del Creador y del Hacedor de
Formas, a quienes ayudaron en su tarea las tres divinidades constituyentes del Corazón
del Cielo.
Una vez creados los árboles y las montañas, los dioses hicieron los pequeños animales
de los bosques, los guardianes de la vegetación y los espíritus de las montañas: Ciervos,
jaguares, hienas, pájaros y serpientes. El Creador y el Hacedor de Formas asignaron a
cada animal un lugar en donde vivir. Así pues, el ciervo, se fue a las proximidades de
los ríos, los felinos marcharon a lo más espeso del bosque, los pájaros treparon a los
árboles, y las serpientes a las rocosas colinas.
—Ahora, pronunciad nuestros nombres —dijeron el Creador y el Hacedor de Formas, y
también los tres dioses del Corazón del Cielo—.
Nuestra gloria no será completa mientras haya un solo ser que no sepa adorarnos.
No pudieron los animales satisfacer el deseo de los dioses: Todo lo que podían hacer
ellos era gritar, o emitir cualquier otro sonido, de acuerdo con la naturaleza de cada uno.
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—Es inútil —dijeron los dioses—. Si estos animales no saben siquiera pronunciar
nuestros nombres ¿cómo van a ser capaces de adorarnos?
En consecuencia, los dioses decidieron que aquellos animales que acababan de crear
serían seres inferiores, destinados a la caza, para que sirvieran de alimento. Fue
entonces cuando los dioses decidieron crear al hombre.
—Hemos de apresurarnos —dijeron—, pues llega el amanecer y no tenemos a nadie que
nos adore.
Primero, los dioses hicieron un hombre de barro extraído del fondo de los mares, mas
no quedaron satisfechos: Su cuerpo era excesivamente blando y deforme; la cabeza se le
caía hacia un lado y le resultaba imposible torcer el cuello para mirar hacia atrás;
además, no tenía fuerza ni en las piernas ni en los brazos. Podía hablar, pero no tenía
entendimiento; y cuando lo pusieron en el agua, su cuerpo de barro se disolvió para
desperdigarse en la corriente.
El Creador y el Hacedor de Formas se percataron de que tal hombre no serviría a sus
propósitos, y decidieron consultar a otros dioses, para lo cual llamaron a la Abuela del
Día y a la Abuela del Amanecer, dos ancianas divinidades que podían leer el futuro de
todas las cosas. Juntas hicieron hombres y mujeres de madera. Aquellos seres se
parecían al hombre de barro, si bien se diferenciaban de él en que eran fuertes y
vigorosos. Poco después comenzaron a tener hijos, que se desparramaron por toda la faz
de la tierra.
Todavía, empero, no poseían la facultad del entendimiento, y nada sabían acerca del
Creador ni del Hacedor de Formas. A duras penas caminaban erguidos, con los ojos
fijos en la tierra. Al descubrir que las criaturas creadas tampoco podían servirles, los
dioses decidieron destruirlas, para lo cual desataron una gran inundación, y enviaron
cuatro pájaros de tamaño descomunal para que atacaran a tales seres. Además, los
animales que con ellos convivieran hasta entonces se rebelaron y acusaron a esos seres
de madera de prodigarles malos tratos. Sus potes y otros cacharros de cocina dijeron
también que no recibían de ellos el tratamiento adecuado:
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—Durante días y noches nos habéis machacado la superficie con palos y piedras, y nos
habéis quemado tontamente en las llamas. Ahora os toca sufrir a vosotros.
Hasta las piedras de las chimeneas se abalanzaron sobre los hombres de madera y les
golpearon la cabeza. Muchos fueron destruidos en sus propias chozas; otros intentaron
huir, pero pronto se dieron cuenta de que el mundo entero se había puesto en su contra.
Cuando trataron de escapar, subiéndose a los tejados para ello, sus chozas se hundieron
bajo el peso de sus pies; los árboles se alejaban al verlos llegar, y las cuevas cerraron
sus puertas hasta entonces abiertas, con peñas gigantescas, para que tampoco en su
interior pudieran hallar solaz. Algunos lograron refugiarse en la selva y sus
descendientes se convirtieron en monos, que son animales desprovistos de, sentido
común, y que parlotean incensantemente.
Los dioses se reunieron en consulta una vez más y, antes de que rompiera el amanecer,
crearon los primeros seres humanos, haciendo su carne con maíz blanco y con maíz
amarillo, y sus brazos y piernas con masa de maíz. Con un caldo especial dieron fuerza
y energía a los huesos y los músculos. Aquellos primeros seres así creados fueron del
género masculino y recibieron los nombres de Balam-Qui^e, Balam-Ácab, Manucutab e
Iqui-Balam. Eran cuatro hombres sabios y buenos, capaces de ver cosas que ignoran los
hombres de hoy día. Los dioses, entonces, decidieron someterles a prueba.
—Mirad —dijeron a los cuatro hombres—, ¿acaso no es la tierra un hermoso lugar?
Mirad, qué bellas son las montañas y los valles. ¿No es un gozo sentirse vivo y ser
capaz de comprender, de hablar y de moverse?
Los cuatro hombres miraron a su alrededor y convinieron en que el mundo era un lugar
maravilloso.
—Nos habéis concedido el sentido común y el movimiento —les respondieron—.
Podemos hablar y entender, podemos pensar y caminar.
Desde donde nos encontramos podemos divisar cualquier cosa, esté cerca o esté lejos,
tan claramente como podemos ver a cada uno de nosotros. ¡Alabado sea el Creador y
alabado sea el Hacedor de Formas!
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Durante algún tiempo los dioses quedaron plenamente satisfechos de los humanos de su
creación, pero al cabo empezaron a temer que los cuatro hombres llegaran a saber
demasiado. Para evitar que esto sucediera, el Corazón del Cielo echó un aliento sobre
sus ojos para que no pudieran ver tan claramente como solían, y para que vislumbraran
el mundo como a través de un cristal empañado. Al retirarles la aguda visión, los dioses
les privaron de su sabiduría y de la percepción que tenían las cosas secretas y les
dejaron sólo un sentido limitado de los misterios propios a la existencia. De no proceder
en semejante sentido, pensaron los dioses, los cuatro hombres podrían haberse
convertido en dioses.
A la par que los dioses mermaban la capacidad de percepción de los hombres, otorgaron
a los humanos un don: el del sueño. Mientras dormían los cuatro hombres, cuatro
hermosas mujeres llegaron junto a ellos, para convertirse en sus esposas, y, con el
tiempo, hombres y mujeres procrearon y se extendieron por sobre toda la faz de la
tierra. Vivían juntos, pacíficamente; todos hablaban la misma lengua y oraban a los
mismos dioses, al Creador y al Hacedor de Formas, al Corazón del Cielo y al Corazón
de la Tierra.
Oraban para pedir hijos y luz; aún no existía el sol, y la tierra estaba oscura y húmeda
por las inundaciones, y los humanos no conocían el fuego. Después de que transcurriera
un largo tiempo sin sol que les diera luz y calor los cuatro hermanos marcharon a Talan-
Zuiva, el lugar de las Siete Cuevas y los Siete Valles. Allí fueron visitados por los
dioses que tomarían bajo su amparo a cada familia. Un dios para cada clan. El dios del
clan de Balam-Quizé fue llamado Tohil; y la primera dádiva que de su magnificencia
recibieron fue la del fuego. Los hermanos se llevaron cuidadosamente la llama; y
cuando llegaron las lluvias y apagaron el fuego, Tohil hizo que brotara otra chispa de
sus zapatos. La buena nueva del fuego se propagó rápidamente, y muchos hombres de
otras tribus acudieron a calentarse y a llevarse una tea encendida a sus hogares.
Tohil los recibió con crueldad y les exigió sacrificios humanos en pago por el fuego. El
sol seguía sin aparecer y los hermanos intentaban localizar a la Estrella de la Mañana,
pues sabían que era señal de la inminente aparición del sol. Al cabo, desalentados, se
dijeron que jamás verían, el sol desde aquellas tierras que habitaban, y se pusieron en
camino, atravesando muchas regiones, hasta llegar a las montañas de Hacavitz. Mientras
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quemaban incienso al pie de la montaña vieron cómo la Estrella de la Mañana se
elevaba lentamente por encima de su cumbre.
Poco a poco el cielo fue iluminándose, hasta que apareció el gran disco redondo del sol.
El nuevo sol no calentaba con la fuerza del sol que hoy conocemos, pero resultaba ser lo
suficientemente cálido como para secar la tierra húmeda y hacer más confortable la vida
en ella.
Antes de su aparición los grandes animales habían hollado aquella tierra; eran tigres
gigantescos y jaguares, monstruosas serpientes pitón y víboras. Bajo el influjo de los
dioses del clan se convirtieron en figuras de piedras, con las patas retorcidas como las
ramas de los árboles. El mundo era ya un lugar placentero para los humanos, y los
ancestros de la tribu Quiche fundaron en aquellas montañas su hogar.
La guerra de los soles
Se cuenta que, hace muchísimos años, hubo dos soles, uno viejo y otro joven. Un día, el
viejo Sol le dijo al joven:
—Vamos a buscar un poco de miel para comer.
—Sí, me gustaría tomar un poco de miel —dijo el joven—, pero me duele una pierna y
no puedo subir a un árbol.
—No te preocupes —le dijo el viejo Sol—. Yo subiré al árbol.
— ¿Y me darás un poco de miel?
—Por supuesto —dijo el viejo Sol—. ¿Por qué no?
Los dos soles se adentraron en el bosque y pronto encontraron un árbol que tenía miel.
—Subiré y, desde lo alto, te tiraré parte del panal —dijo el viejo Sol. Y trepó al árbol,
hasta llegar a una rama en la que las abejas habían hecho su panal. Enseguida empezó a
atiborrarse del dulce líquido.
—¡Eh! ¿Y yo qué? —gritó el joven Sol desde abajo.
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—Espera un poco. Enseguida te doy un poco —dijo el viejo Sol, desde la copa del
árbol—. Abre la boca.
El joven Sol miró hacia arriba con la boca abierta, y entonces el viejo Sol le tiró un
trozo de panal. Para desgracia del joven Sol, ya no quedaba ni una pizca de miel y
aquello no era sino una masa de cera.
El joven Sol protestó, pero el viejo le dijo que él había comido exactamente lo mismo.
—Toma, prueba ese trozo —le gritó, arrojándole otro pedazo de cera. - El joven Sol se
enfadó mucho.
—Ya te daré yo a ti cera, ya —murmuró; y comenzó a modelar figuras de animales con
la cera, y a ponerlas alrededor del tronco del árbol.
Uno a uno, los pequeños animales de cera cobraron vida; hasta que, al fin, se
convirtieron en una manada de agutís, que empezaron a roer la tierra y luego las raíces
del árbol. El viejo Sol, que seguía trasegando miel, no se enteró de nada hasta que el
árbol comenzó a resquebrajarse y a tambalearse.
—¿Qué pasa? —preguntó el viejo Sol—. Parece que el árbol se tambalea... ¡Socorro!
Y el árbol, en efecto, con gran estrépito, cayó al suelo. En ese instante el viejo Sol
desapareció del mundo, pero en su lugar apareció una manada de cerdos, de los cuales
descienden todos los cerdos y jabalíes que hoy día existen. Se cuenta que su carne es
rica y dulce, pues nacieron del Sol que se había comido toda la miel de aquel panal.
El monstruo creador - Mito azteca
En los comienzos del mundo, hubo un tiempo en el que no había más que agua. Y que
en las aguas vivía un monstruo con muchas bocas. Los dioses Quetzalcóatl y
Tezcatlipoca decidieron que aquella monstruosa criatura diera forma al universo, que
entonces no tenía siquiera contornos. Los dioses, pues, levantaron al monstruo. Uno lo
tomó por las patas de la derecha, y el otro por las patas de la izquierda. Así, tirando cada
uno, estuvieron luchando durante un día y una noche, hasta que lo vencieron. Cuando
estuvo agotado y ya no pudo seguir luchando, los dos dioses partieron al monstruo en
trozos. Con la parte inferior de su cuerpo hicieron los cielos, y con la parte superior la
tierra. De su pelo crearon la hierba y los árboles, de su piel las flores, de sus ojos las
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cuevas y los manantiales, y de su nariz los montes y los valles.
A la llegada de la noche, sin embargo, el Monstruo Tierra comenzó a gritar, cosa que
oyeron los dioses, pues tenía hambre y pedía corazones humanos para comer y sangre
para saciar su sed. Para satisfacerlo, se precisaban numerosos sacrificios, así que los
aztecas comenzaron a matar a sus enemigos para que el Monstruo Tierra pudiera calmar
su hambre.
Mito chilote - El Millalobo
Los chilotes son indígenas que habitan el archipiélago de Chiloé, de donde les viene el
nombre. Sus antepasados fueron náufragos mapuches. Se han esparcido por toda la
Patagonia en territorios de Chile y Argentina
El Millalobo habita en lo más profundo del mar, y fue concebido bajo el mandato y
protección del espíritu de las aguas Coicoi-vilu, por una hermosa mujer en amores con
un lobo marino durante el período en que las aguas del mar invadieron la tierra.
Tiene el aspecto de una gran foca, su rostro tiene aspecto de un hombre y de pez.
La parte superior del tórax tiene aspecto humano y el resto de su cuerpo tiene formas de
lobo marino. Está cubierto de un corto y brillante pelaje de color amarillo oscuro, de ahí
su nombre Millalobo (de milla: oro) o Lobo de Oro.
Comparte su vida con la Hunchula, hija de una vieja machi, llamada la Huenchur, y
cuando las condiciones lo permiten sale con su amada a las playas solitarias con la
intención de disfrutar de los rayos del sol.
El Millalobo, fue envestido por Coicoi-Vilu, como amo y señor de todos los mares y por
lo tanto es el jefe supremo de todos los seres que en ellos habitan. De esta manera está
en el nivel jerárquico más alto del gobierno de los mares y se le puede comparar con
Neptuno de la mitología griega. Como dueño y señor, de gran poderío, delega sus
importantes funciones, en varios miembros subalternos encargados de hacer cumplir sus
mandatos y voluntad. Esto va desde sembrar peces y mariscos, cuidar de su desarrollo y
multiplicación, dirigir las mareas o controlar las calmas y tempestades. También están
bajo su mandato las acciones de seres maléficos como la Vaca Marina, el Cuero, el
Cuchivilu y el Piuchén.
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De su unión con la hermosa Henchula nacieron la Pincoya, la Sirena y el Pincoy,
quienes como buenos hijos ayudan y desempeñan importantes papeles en los vastos
dominios de su poderoso padre.
Mito mapuche - Creación
Hace infinidad de lluvias, en el mundo no había más que un espíritu que habitaba en el
cielo. Solo él podía hacer la vida. Así decidió comenzar su obra cualquier día. Aburrido
un día de tanta quietud decidió crear a una criatura vivaz e imaginativa, la cual llamó
"Hijo", porque mucho le quiso desde el comienzo. Luego muy contento lo lanzó a la
tierra. Tan entusiasmado estaba que el impulso fue tan fuerte que se golpeó duramente
al caer. Su madre desesperada quiso verlo y abrió una ventana en el cielo. Esa ventana
es Kuyén, la luna, y desde entonces vigila el sueño de los hombres.
El gran espíritu quiso también seguir los primeros pasos de su hijo. Para mirarlo abrió
un gran hueco redondo en el cielo. Esa ventana es Antú, el sol y su misión es desde
entonces calentar a los hombres y alentar la vida cada día. Así todo ser viviente lo
reconoce y saluda con amor y respeto. También es llamado padre sol.
Pero en la tierra el hijo del gran espíritu se sentía terriblemente solo. Nada había, nadie
con quién conversar. Cada vez más triste miró al cielo y dijo: ¿Padre, porqué he de estar
solo? En realidad necesita una compañera, dijo Ngnechén, el espíritu progenitor. Pronto
le enviaron desde lo alto una mujer de suave cuerpo y muy graciosa, la que cayó sin
hacerse daño cerca del primer hombre. Ella estaba desnuda y tuvo mucho frío. Para no
morir helada echó a caminar y sucedió que a cada paso suyo crecía la hierba, y cuando
cantó, de su boca insectos y mariposas salían a raudales y pronto llegó a Lituche el
armónico sonido de la fauna.
Cuando uno estuvo frente al otro, dijo ella: - Qué hermoso eres. ¿Cómo he de llamarte?
. Yo soy Lituche el hombre del comienzo. Yo soy Domo la mujer, estaremos juntos y
haremos florecer la vida amándonos -dijo ella-. Así debe ser, juntos llenaremos el vacío
de la tierra -dijo Lituche.
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Mientras la primera mujer y el primer hombre construían su hogar, al cual llamaron
ruka, el cielo se llenó de nuevos espíritus. Estos traviesos Cherruves eran torbellinos
muy temidos por la tribu. Lituche pronto aprendió que los frutos del pewén eran su
mejor alimento y con ellos hizo panes y esperó tranquilo el invierno. Domo cortó la lana
de una oveja, luego con las dos manos, frotando y moviéndolas una contra otra hizo un
hilo grueso. Después en cuatro palos grandes enrolló la hebra y comenzó a cruzarlas.
Desde entonces hacen así sus tejidos en colores naturales, teñidos con raíces.
Cuando los hijos de Domo y Lituche se multiplicaron, ocuparon el territorio de mar a
cordillera. Luego hubo un gran cataclismo, las aguas del mar comenzaron a subir
guiadas por la serpiente Kai-Kai. La cordillera se elevó más y más porque en ella
habitaba Tren-Tren la culebra de la tierra y así defendía a los hombres de la ira de Kai-
Kai. Cuando las aguas se calmaron, comenzaron a bajar los sobrevivientes de los cerros.
Desde entonces se les conoce como "Hombres de la tierra" o Mapuches.
Siempre temerosos de nuevos desastres, los mapuches respetan la voluntad de
Ngnechén y tratan de no disgustarlo. Trabajan la tierra y realizan hermosa artesanía con
cortezas de árboles y con raíces tiñen lana. Con fibras vegetales tejen canastos y con
lana, mantas y vestidos. Aún hoy en el cielo Kuyén y Antú se turnan para mirarlos y
acompañarlos. Por eso la esperanza de un tiempo mejor nunca muere en el espíritu de
los mapuches, los hombres de la tierra.
Mito diaguita El diluvio
Cuentan que en tiempos muy antiguos la tribu diaguita, prevalida de su industrioso
ingenio, incurrió en abominables excesos, con abandono de los deberes para con Dios.
En vez de servirse del maíz para su alimento cotidiano, dieron en fermentarlo e
inventaron la chicha y no pararon hasta embrutecerse con tremendas y continuas
borracheras. Queriendo Dios que el pueblo diaguita escarmentara de una vez para
siempre y recobrara su antigua distinción y nobleza, envió sobre sus campos ¡la más
calamitosa sequía. Por varios años arreo, cerró Dios los cielos y no envió lluvia sobre
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los campos. Se perdieron todas 'las sementeras, los ríos se secaron y hasta la hierba se
agostó. Los animales y los hombres perecían de hambre y de sed. Supremas angustias
sufrieron los diaguitas. Los muertos llenaban todos los caminos. Todo era desolación y
pavor.
Entonces los llantos y gritos de las mujeres, que clamaban por sus hijos y esposos,
eleváronse hasta el Supremo Espíritu. Vio Dios que ya el pueblo estaba suficientemente
castigado y dio traza de que los hombres hallasen de repente repleta de alimentos su
despensa. Para ello infundió a todas las mujeres un sueño o letargo profundo. Y he aquí
que, en despertando, viéronse todas extrañamente sorprendidas de hallarse a la sombra
de un grande plantío de árboles desconocidos y cargadísimos de frutos maduros. Era un
maravilloso algarrobal.
El Supremo Señor presentóse entonces y habló a las mujeres de esta manera: «Aquí
tenéis en abundancia un árbol para vuestra hambre y para vuestra sed. Decid a vuestros
maridos que el maíz es fruto para el alimento diario, y que aquel que abusare de la
chicha, será 'maldecido para siempre.» Desde entonces, el algarrobo da pan al pobre y
sabrosa bebida en los estíos de intensos calores.
Mito peruano - El Cataclismo
Mucho tiempo atrás nuestros antepasados no contaban el tiempo, vivían de manera
armónica y sin conocer la muerte, pasando la mayor parte del tiempo protegiéndose de
las constantes y torrenciales lluvias. Pero hubo una época en que se produjeron grandes
cambios e incluso la supervivencia de la gente se vio seriamente amenazada, logrando
sobrellevar esa etapa el Wanamei, el árbol de la vida.
Esta amenaza surgió como resultado de un conflicto entre el fuego y el agua,
manifestados a través de un gigantesco incendio y una gran inundación, que iban
cubriendo todo el territorio y aniquilando a familias enteras, además de todas las
personas, animales y plantas que encontraban a su paso.
Sin embargo, los pobladores se enteraron que en un determinado lugar crecía al
Wanamei, un enorme árbol amigo donde muchas personas al subirse sobre sus ramas se
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habían salvado de las amenazas del incendio y la inundación.
Por ello se fueron a buscar el árbol, pero al llegar al lugar no encontraron al Wanamei,
por lo cual disminuyeron sus esperanzas de sobrevivir, sin embargo, al poco tiempo
apareció el loro Jokma, quien les ofreció la posibilidad de traerles la semilla del
Wanamei si a cambio de esta le ofrecían a la doncella virgen más joven que había entre
ellos. El grupo aceptó las condicione del loro, y este les brindó la tan ansiada semilla. Al
poco tiempo de plantarla, el árbol empezó a crecer y a desarrollar frondosas ramas. Los
pocos sobrevivientes que quedaban, incluyendo personas y animales, subieron
inmediatamente al árbol, pero algunos de ellos no lograron salvarse por que fueron
alcanzados por las llamas o porque el humo no les permitía respirar.
Los que lograron alcanzar las ramas más altas permanecían inquietos, porque los ciclos
normales del día y la noche habían desaparecido, permaneciendo todo el tiempo en la
oscuridad. Ocasionalmente, cuando las aguas o el fuego se acercaban, ellos pedían al
Wanamei que crezca un poco más para que puedan salvarse, y el árbol obedecía.
De ésta manera, el fuego empezó a apagarse hasta que un tiempo después desapareció,
pero la tierra continuaba caliente y suave, por lo cual los habitantes del árbol todavía no
podían bajar. Las pocas personas y animales que descendieron de manera prematura se
hundieron en el suelo y desaparecieron.
Entonces los pobladores tuvieron que permanecer en el Wanamei por tiempo indefinido.
Como eran tan pocos, se casaron y convivieron entre hermanos, estableciendo
relaciones incestuosas que no estaban permitidas. Como resultado de la trasgresión a
estas normas, las personas empezaron a morir después de poco tiempo. Desde entonces
las personas conocen la muerte tal como es ahora.
El árbol de Wanamei estaba molesto por la conducta de las personas, por lo cual
empezó a balancearse para hacerlos bajar. Cuando el árbol se movía, algunas personas
caían al suelo y ya no volvían a subir, y lo mismo pasaba con muchos animales que
resbalaban. Un tiempo después, las aves empezaron a volar y a explorar el estado del
suelo, hasta que un día éstas comenzaron a cantar, indicando la proximidad de un
amanecer que no habían visto en mucho tiempo, y el retorno de las condiciones de vida
favorables. Después de eso la luz apareció, pero en el suelo no quedaba nada de lo que
había antes.
Sin embargo, bajaron del árbol y se establecieron nuevamente en la tierra. Al poco
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tiempo empezaron a brotar algunas plantas comestibles que sirvieron para su
alimentación, pero después de eso las personas se volvieron torpes y olvidaron muchos
de sus conocimientos anteriores, y así como hemos visto hasta ahora”
Mito tupí - Brasil - Dios maligno
Entre las deidades, más que veneradas, temidas por los Tupinambaes, una de las más
poderosas es Tupan, al cual consideran como el demonio del trueno y de los
relámpagos.
A este genio maléfico no le tributan culto ni le dirigen plegarias. Lo representan en
figura de un hombre pequeño y rechoncho, con cabellos ondulados. Es el hijo menor del
héroe civilizador Nanderevuzu y de su esposa Nandecy, a la cual profesa Tupan
maravilloso afecto. Sólo en atención a su madre abandona Tupan su morada, situada en
el Oeste; por ir a reunirse con ella en el Oriente.
A cada viaje, provoca una tempestad; el estampido del trueno lo causa el asiento hueco
de Tupan, que a la vez le sirve de embarcación para atravesar los cielos. Lleva siempre
en su batel dos pájaros, que tiene a su servicio; en concepto de los indios, son los
anunciadores de las tormentas. Una vez desencadenadas las tempestades, ya no tienen
fin hasta que Tupan llega al lado de su madre.
Argentina - Mito Guaraní - Creación
Los guaraníes son un grupo de pueblos sudamericanos, cuyos habitantes viven en el
actual territorio de Argentina, Brasil, Paraguay y Bolivia.
Al principio de los tiempos existía el caos, formado por la neblina primigenia
(Tatachina) y los vientos originarios. Ñamandú ("Nuestro Padre Grande" o "Nuestro
Gran Padre último-primero") se crea a sí mismo en medio dicho caos.
El proceso de autocreación de Ñamandú sigue un proceso por etapas y lo hace a la
manera de un vegetal: se afirma sobre sus Raíces (las divinas plantas de los pies),
extiende sus Ramas (brazos con manos florecidas-dedos y uñas), construye su Copa
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(diadema de flores y plumas- Yeguaka) y se yergue como árbol, en postura de elevación
celestial.
Una vez autocreado, el corazón de Ñamandú comienza a resplandecer. Con dicha luz
elimina las tinieblas primigenias. Después concibió la Palabra Creadora (Ayvú) que
posteriormente será legada a los humanos para que éstos desarrollen el lenguaje.
Concluida la creación de su cuerpo, Ñamandú crea a los otros dioses principales que le
ayudarán en su pesada tarea: Ñanderu py'a guasu ("Nuestro Padre de Corazón Grande",
padre de las palabras), Karai (dueño de la llama y del fuego solar), Yakairá (o Yaraira,
dueño de la bruma, de la neblina y del humo de la pipa que inspira a los chamanes) y
Tupá (dueño de las aguas, de las lluvias y del trueno).
Los tres compañeros de Ñamandú, con sus respectivas esposas, fueron creados sin
ombligos, por no ser engendrados por ninguna mujer. Además les impartió conciencia
de su divinidad y la esencia sagrada del Ayvú.
Los cuatro compañeros procedieron entonces a la creación de la primera tierra.
Ñamandú cruzó dos varas indestructibles y sobre ella asentó la tierra. Para asegurar que
los vientos originarios no la movieran, la sostuvo con cinco palmeras pindó sagradas:
una en el centro y las otras cuatro cada una en un extremo. Una hacia la morada de
Karaí (al Poniente), la segunda hacia el origen de los vientos nuevos (al Norte), la
tercera hacia la morada de Tupá (al Oriente) y la cuarta hacia el origen del tiempo-
espacio primigenio (al Sur, desde donde vienen los vientos originarios fríos). El
firmamento descansa sobre esas columnas.
Junto a esta tierra, llamada Yvy Tenonde (Tierra Primera) se crea también el mar, el día
y la noche. Comienzan a poblarla los primeros animales (siendo la primera mbói, la
serpiente) y comienzan a crecer las primeras plantas. Aparecen luego los hombres, que
conviven con los dioses.
Los hombres, animales y plantas que habitan este mundo no son sino un mero reflejo de
aquellos creados originariamente por Ñamandú. En su Morada Eterna, también
conocida como Yvága (una especie de paraíso) se encuentran los originales.
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Ñamandú se encuentra con Ñanderu Mba'ekuá ("Nuestro Padre Sabio") y le propone
buscar a la mujer. Para ello crean una vasija de barro y la tapan. Al destaparla, aparece
Ñandesy ("Nuestra Madre"). Copula con ambos dioses y engendra un hijo de cada uno.
Al enterarse Ñamandú del "adulterio" de su mujer, recoge sus cosas y se marcha a su
morada celestial. La abandonada Ñandesy sale en la búsqueda de su marido, pero en el
camino se pierde y es devorada por los jaguaretes antes de que nacieran sus hijos. Sin
embargo éstos, por ser divinos, sobrevivieron y fueron criados por la abuela de los
jaguaretes.
Los mellizos se llamaran Ñanderyke'y (hermano mayor), hijo de Ñamandú ; y Tyvra'i
(hermano menor), hijo de Ñanderu Mba'ekuá.
Luego de una larga sucesión de aventuras y desventuras, intentos y fracasos, un
continuo recomenzar en los que Añá (tío de los mellizos y enemigo de éstos) intenta
ponerle las cosas difíciles, los dos hermanos logran reunirse con Ñamandú en la morada
eterna. Allí también se encontraba su madre, Ñandesy , que había sido revivida por su
esposo.
Una vez allí, Ñamandú les otorga poderes divinos y el manejo del día a Ñanderyke'y,
que cambia su nombre a Ñanderu Kuarahy ("Nuestro Padre el Sol") y el control de la
noche a Tyvra'i, que pasa a llamarse Ñanderu Jasy ("Nuestro Padre la Luna").
Perú - Mito Inca - El sol y la luna
Los Incas se consolidaron como el estado prehispánico de mayor extensión en América. Abarcó
los territorios andinos que corresponden actualmente al sur de Colombia, pasando por Ecuador,
Perú, Bolivia, hasta el centro de Chile y el noroeste de Argentina. La capital del Imperio fue la
ciudad de Cusco (ombligo del mundo), por ser el centro del desarrollo de la etnia Inca desde sus
inicios y su fundación por Manco Capac. El mito de los Willkas es narrado por Monseñor Pedro
Villar Cordova en su artículo "El mito Wa-Kon y los Willka", y fue tomado de la página web
Incas, presencia de una divinidad.
El Dios del Cielo «Pacha Kamac», esposo de la diosa de la tierra «Pacha Mama», engendró dos
hijos gemelos, varón y mujer, llamados «Willcas».
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El dios «Pacha Kamac» murió ahogado en el mar de Lurín y se encantó en una isla; por este
hecho quedó viuda la diosa «Pacha Mama» y sufrió con sus dos hijitos muchas penalidades. Era
una noche interminable cuando la viuda salió de Kappur por las fragosidades de «Gasgachin» de
la quebrada de «Arma» y descansó al pie de la roca de «Pumaquihuay».
Sobre las altas cumbres acechaban monstruos horrendos; los felinos hambrientos rugían en el
fondo de la quebrada. Llenos de terror, los «Willcas» lloraban inconsolablemente.
La luz coruscante de una llama muy leve sobre un lejano picacho llenó de esperanza a la
atribulada madre de los mellizos. Después de beber en la laguna de «Rihuacocha», la viuda y
sus hijitos, continuaron su viaje hacia el sitio donde brillaba la luz.
Los «Willcas» no sabían que su padre «Pacha Kamac» había muerto, y dijeron a su madre:
«¡Vamos pronto al sitio donde arde la leña y allí encontraremos a nuestro padre!».
La caverna de «Wakonpahuain» del cerro «Reponge» era el sitio donde ardía una hoguera: allí
vivía un hombre semidesnudo, llamado «Wa-Kón».
--¡Pasad! le dijo, y sentaos sobre este «tuto» mientras yo cocino.
El «tuto» era un tejido de crin vegetal que todavía conservaba las espinitas. Los niños se
hallaban incómodos sobre este asiento.
El «Wa-Kón» sancochaba patatas en una olla de piedra; y dirigiéndose a los mellizos les dice:
«Id al puquio y traedme agua en ese cántaro». Los niños obedecieron; pero la vasija que
llevaron a la fuente estaba rajada, y por esta causa los mellizos tardaron mucho en regresar a la
caverna.
Mientras los «Willcas» se demoraban en la fuente, el antropófago «Wa-Kón» quiso seducir a la
madre de los mellizos; más no pudiendo efectuar su intento, devoró a la diosa «Pacha Mama»,
quien pagó con la muerte su gran fidelidad al dios de los cielos, «Pacha Kamac». El maligno
Wa-kón se nutrió de la carne y de la sangre codiciadas de la madre de los mellizos y guardó una
parte de su cuerpo sacrificado en un olla muy grande.
Cuando los mellizos llegaron del manantial, se dirigieron a «Wa-Kón» y preguntaron por su
madre. Wa-Kón les contestó: «Muy lejos de este sitio ha ido vuestra madre; pero, llegará muy
pronto ella.» Más los días pasaban interminables y la madre de los «Willcas» no llegaba. Los
niños lloraban amargamente la ausencia de su madre.
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El Huay-chau, el ave que anuncia la salida del sol, que canta armoniosamente durante la aurora
matutina, o tiene un graznido agorero como las «lechuzas», anuncia la muerte de alguna
persona; compadecido de la desgracia de los «Willcas» les comunicó detalladamente la muerte
de su madre y les anunció el peligro que ellos corrían en la compañía del sanguinario «Wa-
Kón». Luego de referir a los niños el episodio de la muerte de la diosa «Pacha Mama», el
pajarillo «Huay-chau» les dio un consejo: «Id, les dice, fuera de la Caverna de «Yagamachay» y
debajo de una huanca (que era una piedra muy larga), se halla el «Wa-Kón» durmiendo. Atadlo
con su abundante cabellera hacia la piedra mientras está dormido y luego huid de este sitio;
porque, si el «Wa-Kón» se da cuenta de lo que vosotros le habéis hecho, os matará». Los niños
obedecieron este mandato, y mientras el «Wa-kón» dormía atado a la piedra con sus propios
cabellos, echáronse a correr vertiginosamente.
En esta desesperada peregrinación encontráronse los «Willcas» con el Añas [mofeta], la madre
de los «zorrillos», la cual les dijo: ¿Por qué emprendéis la carrera, quién os persigue?...Los
«Willcas» contaron a la madre de los zorrillos la tragedia de la viuda.
El Añas, al igual que su compañero de la mañana, el «Huay-chau», se compadeció de los
infortunados huerfanitos y los adoptó como a nietos, escondiéndolos en su madriguera.
Por fin, se despertó el «Wa-Kón» de su profundo letargo y, después de libertarse con dificultad
de su prisión, buscó a los «Willcas» por todas partes. En su viaje de investigación el genio
maligno encontró a varios animales del campo y conversó con las aves del cielo: preguntó al
Puma, al Cóndor y al Amaru [serpiente] si habían visto a los «Willcas». Pero estos animales no
le dieron respuesta satisfactoria.
Por último, encontró a la astuta madre de los Añacos y le preguntó si había visto a los Willcas».
El Añas contestóle: «Sí, los he visto que han seguido por ese camino; si tú quieres encontrarlos
con mayor rapidez, sube sobre esa cumbre y entona una canción, fingiendo la voz de la madre
de los «Willcas». Al eco de esa voz acudirán presurosos lo mellizos...». El «Wa-Kón» subió al
cerro sin comprender que allí, la «Zorrillo» había puesto una trampa: comenzó a entonar la
canción convenida con débil y angustiosa voz llamando a los «Willcas» como madre cariñosa;
y, al fin, puso el pie sobre la piedra fatal de la trampa y rodó al abismo. Su muerte fue seguida
de un espantoso terremoto.
Libres los niños de su cruel perseguidor y asesino de su madre, vivían muy felices en compañía
de su abuela adoptiva, el Añas, que les alimentaba con su propia sangre. Pero los «Willcas»
hastiados de la sangre que era su único alimento, suplicaron a su abuelita que les dejara ir al
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campo a «Shanar», o sea, a sacar las papas que habían quedado ocultas en la tierra al hacer la
cosecha. La abuelita Añas les concedió permiso para ello; y cuando se entretenían en su labor,
encontraron una oca muy dulce que por su forma de muñeca les llamó la atención. Los
«Willcas» se pusieron a jugar con la oca, la que se rompió en varios pedazos y, no teniendo un
juguete semejante, prorrumpieron en llanto. Cansados de llorar se quedaron dormidos; cuando
despertó la niña contó a su hermanito lo siguiente: «Estábamos jugando, dijo, y yo arrojaba un
sombrero al cielo donde se quedaba; aventaba mis vestidos y allí se quedaban. ¿Que significará
todo esto?»...Los «Willcas» estaban pensativos, cuando, de improviso descendió del Cielo una
soga, y el Añas les aconsejó que por allí treparan...Subieron todo juntos al Empíreo, donde el
gran dios Pacha Kamac les esperaba.
El «Willca» varón se transformó en el Sol, y el «Willca» mujer, en la Luna. Pero, la vida de
peregrinación que llevaron en la Tierra nunca terminó. El Sol seguirá su viaje astral, enviando
su luz en el día, y la Luna, durante la noche, caminará iluminando el sendero que les tocó seguir
acompañados de su infortunada madre viuda... La diosa «Pacha-Mama» se quedó encantada en
aquel cerro cubierto de nieves perpetuas, como un blanco sudario, que hasta ahora recibe el
nombre de «La viuda». La divinidad suprema «Pachacamaq», queriendo premiar la fidelidad de
esta diosa que con sus hijitos sufrieron tanto, comunicó a la diosa «Pacha-Mama» la facultad
generadora...
Desde la cumbre del picacho de «la Viuda» la diosa «Pacha-Mama» envía sus favores a todos
los habitantes de esta región, por ella, el dios del cielo envía las lluvias, fertilizando la tierra
hace que broten las plantas y haya muchas mieses; por ella, los animales nacen y crecen para
servir de sustento al hombre; ella es la madre de los mellizos en las especies del hombre y de los
otros animales.
La divinidad suprema «Pacha Kamac», también, premió al Añas haciendo que este animalito
pudiera esconder a sus hijitos en su madriguera, de la misma manera como había protegido a los
«Willcas» durante su estadía sobre la Tierra. Premió al Puma, haciéndole el rey de las quebradas
y de los bosques, al Cóndor, como señor de las alturas, a la Víbora, haciendo que esta serpiente
pudiera defenderse de sus enemigos por medio de su ponzoña y fuera el símbolo de la
fecundidad y de la riqueza.
Con el reinado de los «Willcas» transformados en los semidioses el Sol y la Luna, triunfó la Luz
y fue vencido para siempre el dios de la noche, el Wa-Kón, vengándose de esta manera la
muerte de la diosa «Pacha-Mama», llamada por antonomasia, «La Viuda».
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Argentina - Mito Ona - Héroe civilizador
Los Onas fueron un pueblo nómada, terrestres cazadores, establecidos en la isla Tierra
del Fuego, gran isla compartida por Chile y Argentina. La extinción de este pueblo
comenzó en 1881 con la llegada del hombre blanco tras el oro descubierto en la isla y
posteriormente por la acción de los estancieros que se establecieron para criar ovejas.
“Kenos, nacido de la cúpula celeste y enviado de Timáukel, bajó a la Tierra
deslizándose por una cuerda. Cuentan que la cuerda se rompió justo en el momento en
que Kenos se posó en la Tierra y que ése fue el motivo de que no se volviera al Cielo de
inmediato. Porque, aunque venía con una gran misión, no le gustó lo que vio al echar el
primer vistazo. La Tierra era chata e informe y estaba rodeada por Kox, el Mar.
Entonces Kenos creó las montañas y los barrancos y los distribuyó por el mundo.La luz
era escasa y uniforme, y todas las horas pasaban en un alba perpetua. Entonces Kenos
inventó al Sol y a la Luna. Ordenó a Krren que brillara más fuerte a mediodía y que se
retirara por la tarde para ser reemplazado por la blanca luz de Krah. Los árboles eran
muy bajos y achaparrados porque el Cielo los aplastaba en su magnificencia. Entonces
Kenos empujó la cúpula hacia arriba y la dejó allí, para que los bosques crecieran altos
y hermosos. Así fue como Kenos puso orden en la naturaleza y cumplió con la primera
parte de su misión.
Cuentan que un día Kenos se hallaba cerca de un pantano, contemplando distraído su
maravillosa obra. De pronto tomó un poco de barro, lo exprimió hasta quitarle el agua y
modeló con él los genitales masculinos, que puso con cuidado en el suelo. Del mismo
modo formó enseguida los genitales femeninos y los colocó suavemente al lado de los
otros. Al caer la noche, Kenos se retiró y, en medio de la oscuridad, los genitales se
acoplaron durante un rato. A la mañana siguiente, cuando Kenos volvió al 1ugar, se
encontró con que un nuevo ser se encontraba junto a las figuras que él había modelado.
Y ese hombre fue el primer antepasado de los onas. Lo mismo pasó la noche siguiente,
y los hombres fueron dos. Cada vez que se ponía el sol, los genitales se unían y un
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nuevo ser humano aparecía en el mundo. Pronto la región estuvo llena de hombres y
mujeres, que se reconocieron como tales cuando vieron que había dos clases diferentes
de seres, que en cierta parte de sus cuerpos se parecían a los modelos creados por
Kenos. Ellos fueron los primeros onas, de piel oscura como el barro del pantano con que
Kenos los había creado. Más al Norte, Kenos encontró arcilla blanca, con la que formó
hombres de cutis claro, que también se distribuyeron por la Tierra. Entonces Kenos,
para que reinara la justicia entre sus criaturas, otorgó a cada grupo un haruwen, un
territorio que pudieran recorrer en busca de caza y de frutos, un sitio de donde nadie
pudiera echarlos. Dicen los que saben que lo mejor de todo el ancho mando les tocó a
los onas, los primogénitos de Kenos.
Cuando algún desprevenido pregunta el por qué de las conductas de los hombres, los
onas contestan simplemente: “Kenos los hizo así”. Y ésa es la verdad, porque el enviado
de Timáukel les dio los dones más preciosos y les enseñó a vivir con felicidad. Cuentan
que a Kenos le gustaba mucho conversar y que, sin pensar que los hombres no podían
contestarle, se puso a parlotear. Pero como hablar solo le resultaba muy aburrido, los
instruyó a todos en la maravilla del lenguaje. Enseguida los onas se entusiasmaron,
comenzaron a conversar unos con otros y ya nunca dejaron de hacerlo. Otra vez, Kenos
enseñó a los onas cómo hacer para que hubiera niños. Les explicó que hombres y
mujeres debían unirse y estableció normas al respecto. Ordenó a los hombres que no
tomaran la mujer de otro y a las mujeres que no se acoplaran con ningún varón que no
fuera su marido. Después, Kenos determinó las distintas tareas de las que se ocuparían
los hombres y las mujeres para vivir en armonía, aleccionó a los onas para que trataran a
los ancianos con respeto y educaran a los hijos en las buenas costumbres, de modo que
ellos, a su vez, las transmitieran a sus hijos.Y así fue cómo Kenos cumplió con la
segunda parte de su misión.
Un día, Kenos, al que acompañaban tres ancianos, se sintió cansado: había ordenado la
naturaleza, había inventado a los humanos y creado una civilización. Entonces se acostó
para recuperar fuerzas y se quedó dormido. Dicen que Kenos durmió muchísimo
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tiempo; que sus acompañantes trataron de despertarlo pero no lo lograban. Entonces se
dieron cuenta de que Kenos se había convertido en un viejo como ellos y que tal vez les
hubiera llegado a los cuatro la hora de la muerte. Por lo tanto, se echaron en el suelo y
yacieron por edades y edades, esperando la muerte, pero ésta no llegó. Por fin, Kenos se
despertó y decidió ir hacia el Norte, a una tierra muy lejana adonde tal vez conseguiría
morir. De modo que partió, seguido por los tres ancianos. El camino era muy largo y los
cuatro caminaban con el paso lento de quienes están por abandonar la vida. Cuando
llegaron a destino vieron que se trataba de un lugar lleno de gente. Los recién venidos
pidieron que, una vez que los cuatro se acostaran en el suelo, los envolvieran en sus
capas de piel y los dejaran descansar. Así ocurrió y de tal forma por fin los encontró la
muerte. Pero la muerte no era eterna, de modo que después de yacer un largo tiempo
todos vieron que Kenos y los demás comenzaban a suspirar y a recuperar los
movimientos. Entonces se irguieron, se miraron unos a otros y comprendieron que eran
jóvenes otra vez. De modo que todos los onas decidieron hacer lo mismo que Kenos. El
que se sentía tan viejo que había perdido las ganas de vivir se envolvía en su capa y se
tendía en el suelo, como si estuviera muerto. Los que tenían la suerte de rejuvenecer
iban entonces hasta la choza de Kenos, que se apuraba a darlesun baño para quitarles el
desagradable olor del que estaban impregnados, de la misma manera que él lo había
hecho, dejando en el agua los restos de su vida anterior y alistándose para recomenzar.
Pero con el tiempo la vejez se adueñaba de nuevo de los cuerpos y de los corazones y a
veces sucedía que alguien ya no se levantara más. Sin embargo, no desaparecía, sino
que se transformaba en un cerro, en un pájaro, en una cascada... Cuando a Kenos le
llegó la hora de volver por fin a su casa celeste, los que tuvieron el privilegio de
acompañarlo se convirtieron en las estrellas y los planetas que pueblan el luminosa cielo
de la Tierra del Fuego”.
Chile - Mito Mapuche - Espíritus
Los Mapuches han ocupado zonas de Chile y en Argentina en las Provincias de
Neuquén y Río Negro. A la llegada de los conquistadores, superaban el millón de
personas y nunca pudieron ser dominados por los españoles. Actualmente hay un
movimiento de recuperación de sus aspectos culturales, su reconocimiento como etnia y
de recuperación de sus tierras.
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“Al principio, cuando aun no existía el tiempo y el wenumapu era obscuro, en aquel
lugar, a partir del Pu-am que despertó, se originaron los espíritus antiguos y entre ellos
aparecierón los primeros pillanes. Así, los pillanes junto a los demás espíritus antiguos,
habitaron el wenumapu desde antes que el tiempo tuviera su comienzo y lograron traer
luz a aquel lugar. Ellos lograron traer la luz, ya que ellos son como estrellas
resplandecientes de luces y de colores, porque la luz y el color son engendrados por los
mismos espíritus antiguos.
Entre los pillanes estaba Antu, quien es el más poderoso entre ellos; y como tal decidió
tomar a una wangulén como su propia inandomo (esposa preferida). Eso fue al
comienzo de los tiempos, y desde entonces ha transcurrido un tiempo tan largo que
nadie puede medirlo.
Se dice que la decisión de Antu, de elegir a la wangulén llamada Kuyén como su propia
inandomo, trajo problemas, ya que aunque las wangulén aceptaron la elección de Antu y
se conformaron con su voluntad, también les trajo gran envidia hacia Kuyén. Como el
descontento aumentaba con el paso del tiempo y otros pillanes estaban celosos del poder
de Antu, estos últimos permitían y animaban a que las wangulén hablaran cada vez con
más fuerza en contra de Antu.
Debido a los celos y la rivalidad que eran muy grandes, se empezó a perder la armonía
en el wenumapu, y no se respetaba el admapu. Todo este mal era alimentado por el
pillán Peripillán, quién sentía envidia del poder y el color de Antu.
Al ver la actitud de Peripillán, Antu decidió castigarlo, y con ello comenzó la gran lucha
entre los pillanes; y así el resto de los pillanes y las wangulén tuvierón que unirse a la
lucha. Como las fuerzas de la naturaleza aun no eran entregadas a los Ngen, los pillanes
y las wangulén las utilizaron para combatir; lo cual trajo más desequilibrio al
wenumapu y al resto del universo mapuche. Así el combate fue muy violento, y el
efecto de esta lucha alcanzó a todo el mapu (tierra), que fue sacudido, y también alcanzó
al minchemapu y al ankawenu, y lo revolvió todo. Esto último traería posteriormente
como consecuencia que los wekufe y los laftrache, que hasta entonces habían quedado
confinados en el minchemapu, puedan desde entonces recorrer también el mapu y el
ankawenu.
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La lucha entre los pillanes duraba tanto tiempo, que los hijos de los espíritus antiguos
alcanzaron a crecer hasta ser mayores, para unirse a la batalla. Pero en medio de la
batalla sus hijos decidieron que era tiempo de que ellos tomaran el lugar de sus padres.
Así se convirtió en una lucha de cada hijo en contra de su padre, y de cada la hija en
contra de su madre. Antu y Peripillán se enfurecieron al ver que no se les respetaba, y
por ello agarraron a sus hijos, que eran unos gigantes, del cabello largo que coronaba
sus cabezas; y luego con fuerza fueron lanzados por entre densas nubes sobre la
pedregosa mapu (tierra), que recién estaba siendo creada por Elmapu. Al caer, los
enormes cuerpos de los hijos de los pillán se destrozaron. Productos de esos impactos se
arrancaron tremendos fragmentos de montañas y destruían las cumbres de los cerros y
dejaron huellas en la superficie de la tierra. y los restos de sus macizos cuerpos
formaron montañas o se enterraron profundamente, dejando inmensas profundidades
que serían los numerosos lagos que existen en Chile.
Posteriormente y posiblemente debido a estos hechos, Antu y sus aliados lograron
prevalecer; y así pudieron dominar a las fuerzas de Peripillán. Debido a la furia que
tenía Antu, Peripillán y sus aliados fueron arrojados al mapu (tierra). Luego Antu
pisoteó los cuerpos de los pillanes derrotados y tendidos sobre la superficie del mapu,
hasta que se hundieron en la superficie de la tierra, hasta que alcanzaron la profundidad
del mapu. Sin embargo la ira de Antu todavía no había cesado. Entonces levantó las
piedras, y las rocas, y las montañas, y las echó encima de donde estaban sepultados los
cuerpos; y así se formaron grandes cadenas de cerros encima de los pillán vencidos.
Como Peripillán era el más poderoso de todos ellos, Antü echó sobre su cuerpo las
rocas más grandes, formando de este modo lo que sería el volcán Osorno.
Este castigo casi apagó la multitud de luces de estos pillanes, quedando todas sus luces
convertidas en una: la luz del fuego, similar a la de Peripillán. Debido a que desde
entonces tratan inútilmente de arrancarse, ocasionan con ello que el mapu entero se
sacuda por sus movimientos; y si sus cuerpos de llamas logran atravesar las montañas
hasta alcanzar las cumbres más elevadas, por allí logran sacar un brazo o una mano que
se resbala por los costados del volcán, como unas enormes culebras de fuego (lava).
Pero todo es inútil, ya que no se puede evitar el castigo de Antü; y sus cuerpos, en lugar
de convertirse en luz y llegar al wenumapu, se apagan y se convierten en piedra.
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Luego, al querer Antu castigar a las wangulén vencidas en ambas batallas, éstas se
pusieron a llorar y a implorar su perdón, y lloraron tanto, que sus lágrimas se
convirtieron en toda el agua que existen en el mapu. Debido a ello, Antu se apiadó de
ellas y como castigo sólo les disminuyó sus luces, dejándolas como el brillo de simples
estrellas.
Luego de la batalla y los castigos dados, las madres lloraron cuando vieron los cuerpos
despedazados de sus hijos, y empezaron a lamentarse y a llorar. Debido a ello el Pu-am
se conmovió y además decidió recuperar el equilibrio. Por ello decidió primeramente
que los cuerpos volvieran a llenarse de vida. Si bien Pu-am permitió que volvieran a ser
seres completos y habitaran el mapu, no permitió que recuperaran su forma antigua, y
los castigó reencarnándolos en otras formas. Así fue como el hijo de Peripillán fue
convertido en una inmensa culebra cuyo nombre es Kaykayfilú y el hijo de Antü fue
convertido en otra inmensa culebra cuyo nombre es Trentrenfilú. Posteriormente, Pu-am
decidió que cada espíritu quedara en su lugar y cumpliera su propósito, y que todos
cumplieran con el admapu. Producto de esta orden, Elche decidiría posteriormente crear
al hombre; y, como este pueblo mapuche está relacionado con los pillanes y las
wangulén, el mapuche tiene la posibilidad de poder llegar a ser uno de ellos”.
Venezuela - Mito Yanomami - Origen de las mujeres
Los Yanomami son un integrado por varios subgrupos, con rasgos socioeconómicos
similares y lenguas emparentadas, que se encuentran repartidos entre Venezuela y
Brasil. De dichos grupos se localizan en Venezuela los Yanomami y los Sanema-
Yanoama. Ellos se autodenominan Yanomami.
“En aquel tiempo antiguo vivían los Yanomami. Todos eran hijos y nietos de la sangre
de Peribo-riwë. Así era Omawë, el que nos ha enseñado muchas cosas a los
yanomamos. Era hijo de Poapoama. Poapoama era hija de Kohararo-riwë y de
Mamokori-yoma. Kohararo-riwë y Heïmi-riwë eran los jefes de aquella gente. Omawë
era, pues, nieto de Mamokori-yoma.
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También Ira en aquel tiempo era gente; él también era nieto de Mamokori-yoma.
Cuando Omawë estaba todavía en el vientre de su madre, Ira se comió a Poapoama;
pero el feto que llevaba dentro no se lo comió. Lo agarró entre sus manos. Hacía kari,
kari, ruido de huesos. Así se lo llevó a Mamokori-yoma y se lo dio. La vieja lo agarró,
lo metió en una olla, lo tapó con una cesta para que nadie lo viera. En esa olla lo fue
criando. Omawë creció ligero. Pronto llegó a ser hombre.
Omawë tenía otros dos hermanos. El mayor se llamaba Yoawë. A aquella gente de
entonces le gustaba mucho el pescado. Un día Yoawë salió a pescar y allí vio a varias
hermosas muchachas que se estaban bañando.
Cuando regresó estaba bravo. Omawë estaba enyopado, cantando; le preguntó y se rió
de él:
—Yoawë, ¿por qué estás bravo?
Lo llamaba con su nombre para que los napë aprendieran a llamar a los hijos por su
nombre ¿Será que estás bravo porque no pescaste nada?.
—¡Cállate la boca! Estoy bravo porque mientras estaba pescando vi unas muchachas
bellísimas, de cabellos largos, que salieron del agua y se quedaron mirándome.
Entonces yo jalé mi pescado, pero se cayó junto a ellas y no fui capaz de ir a buscarlo.
—¿Por qué no copulaste con ellas?— le dijo Omawë —¿Solo por eso viniste bravo? No
supiste aprovecharte de las muchachas...
Al día siguiente Omawë quiso ir con Yoawë a aquel mismo caño para ver si salían
aquellas mujeres bonitas. Omawë quería traerlas: una para cada uno. Llegaron. Se
sentaron en la orilla. Una mujer no se hizo esperar: salió del agua. Era bonita, de
cabellos larguísimos. Pero una sola. Omawë quedó enamorado. Sin más la agarró en el
agua y se la trajo a su casa.
—Así tenías que haber hecho tú— le dijo a Yoawë —Tú sólo fuiste a mirarla. Ahora sí
tengo una mujer bonita.
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Esa mujer era hija de Rahara-riwë y se llamaba Kamanae-yoma. Un día, Omawë llevó a
su mujer a su conuco, se paró frente a una ceiba y, diciendo a su mujer que aquél árbol
era yuca, a pesar de que ella sabía que la estaba engañando, la hizo sacar una raíz
enorme, se la hizo rallar y hasta hacer con ella casabe. Omawë lo comió, ella no. Era
muy duro; tenía un sabor muy malo.
Rahara-riwë había quedado bravo con Omawë porque le había robado la hija y quería
vengarse. Por otra parte, su hija Kamanae-yoma no estaba contenta de vivir con
Omawë. Estaba cansada de ver a su marido comiendo casabe de ceiba. De esa mujer
Omawë tuvo una hija bellísima. Creció ligero.
Cuando Omawë estaba de wayumï, se le presentó el mujeriego de Yarimi-riwë y,
llorando, le pidió a su hija. Omawë, como era bueno, se la dió. Cuando Yarimi-riwë fue
a copular con su nueva mujer, la vulva de ella le mordió el pene porque Kamanae-yoma
se había metido adentro una piraña hambreada. El hombre, loco de dolor, se encaramó a
un árbol y quedó convertido en mono blanco.
Kamanae-yoma estaba cansada de rallar ceiba y un día le dijo a su marido:
—Ustedes comen pura raíz de ceiba. Esto no es casabe. Vamos a casa de mi papá para
que conozcan la verdadera yuca— Omawë aceptó y se encaminaron a casa de Rahara-
riwë él, su esposa y su hermano.
Raharariwe, un día, invitó a Omawe, a su hija y a Yoawe a su cocuyo para que vieran
las matas de yuca que en él cultivaba y que eran muy apreciadas en todas las regiones
cercanas. Llegaron. Rahara-riwë no les dio de comer. Al otro día, Kamanae-yoma le
dijo a su padre:
—Papá, yo voy a pasear a mi marido y a su hermano por tu conuco para que vean las
matas que tú cultivas—. Mientras ellos iban al conuco, él se enyopó. Tomó mucho
yopo. Como tenía gran poder sobre el agua, hizo que la laguna creciera, creciera hasta
desbordarse. Todavía hoy es Rahara, la serpiente-arcoiris, quien hace crecer los ríos.
Mientras tanto, en el conuco Kamane-yoma mostraba la yuca dulce y la yuca amarga a
su esposo. Omawë estaba asombrado. Pero en eso se le fue la mirada hacia la orilla del
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conuco y vio que venía agua, agua, mucha agua. Al llegar al cocuyo, Kamanae-yoma
sabía quién estaba mandando el agua. Agarró a Omawë por un brazo y le dijo:
—¡Vámonos! ¡Salvémonos!
Corrieron a la casa de Rahara-riwë. Entraron. Pero el agua venía inundando,
rápidamente, todo. Iba entrando también en la casa. Entonces, sin que Omawë y Yoawë
se dieran cuenta, Rahara-riwë se salió de su casa e hizo salir a su hija y tapó la salida.
Los hermanos nadaban, ellos sabían nadar, pero lloraban desesperados. Tenían miedo de
morir ahogados. Rahara-riwë los miraba por las rendijas, riéndose, sin compasión;
cuando el agua llegó al techo, hizo un boquete y miró adentro. Ya no veía a Omawë ni a
Yoawë. Pensó que seguramente se habían ahogado.
Pero, como también tenían poderes, se habían transformado en grillos kirikirimi y se
habían escondido en un pedacito de techo. Rahara-riwë, creyéndoles muertos, hizo que
el agua bajara, sólo un poco. Quedó pasmado al ver que en el medio de la casa estaban
Omawë y Yoawë, parados, mirándolo como gente. Entonces volvió a hacer crecer el
agua y los hermanos volvieron a transformarse en grillos y así varias veces. Ahora era
Omawë el que estaba bravísimo. Se fueron. Rahara-riwë no les había dado ni una
yuquita.
Llegaron a su xapono. Allí los dos hermanos dijeron: -Vamos a vengarnos-. Al día
siguiente se soplaron mucho yopo. Querían convertirse en hékura que vuelan, para ir a
castigar a Rahara-riwë. Subieron al cielo e hicieron himou para pedirle al Motoka-riwë,
espíritu del Sol, para que él hiciera secar toda el agua de la tierra. Era la primera vez que
los yanomamos subían al cielo. Nadie antes había tenido ese poder. Nadie había
descubierto el camino que lleva a Motoka-riwë. En aquel tiempo llovía todos los días.
Bajaron. Muy pronto vino el verano, bravo, caliente, y se secó también la laguna donde
vivía Motoka-riwë. Tenía sed su gente; lloraban. Todo el mundo tenía sed. Él tenía todo
el cuero arrugado de tanta sed que sufría. Pero también los hijos de Omawë y de Yoawë
sentían sed y lloraban. También sus mujeres lloraban pidiendo agua. Omawë regañaba a
su esposa diciendo:
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—Mira, yo iba a dejar a tu padre que se muriera de sed, porque él quiso que yo me
ahogara. Pero ahora, por mi hijo, voy a sacar agua de abajo; así podrá beber tu hijo, tú y
tu padre.
Entonces Omawë se fue con su familia hacia las cabeceras del Xukumïna-këu. Allá se
acostó en el suelo, por aquí, por allá, para escuchar si había agua debajo, por donde
corría el agua bajo tierra. Donde oyó que había más y sonaba muy cerca, cogió su
xirimo y lo clavó en el suelo. Cuando sacó el xirimo, el agua salió enseguida. Salía,
salía...
—Ven a beber—, le dijo Omawë a su hijo, —para que no llores más.
Bebió su hijo, bebieron todos y Omawë volvió a tapar el hueco.
Lejos de allí, en ese momento, Rahara-riwë estaba bebiendo su orina, muerto de sed.
Lloraba, lloraba con su gente. Entonces Omawë le mandó a Kamanae-yoma para que lo
llamara. Vino. Omawë abrió de nuevo el hueco y Rahara-riwë pudo beber. Cuando
terminó de beber, el chorro salió más fuerte. Había agua que llegaba hasta el cielo y allá
se quedaba. Esa agua es la que cae ahora cuando llueve . La otra agua iba saliendo e
inundando todo alrededor, cerca, lejos, toda la tierra. El agua se iba y volvía. Cuando
volvía, gritaba:
—Naiki, naiki! Por eso el agua tragaba gente, comía a los yanomamos. De los huesos de
esa gente comida se formaban peces. Casi todos se murieron. Pero unos cuantos
yanomamos echaron a correr, y llegaron a la cumbre de un cerro que se llama Mayo-
kekï.
Pero el agua seguía su curso y se formaron los ríos y las lagunas. El agua subía detrás de
ellos; ya iba alcanzando aquella cumbre; gritaba:
—Naiki, naiki!—. Allá los xapori brujeaban. Pero el agua subía. Entonces uno de ellos
dijo:
—Tirémosle una vieja para quitarle el hambre—. Aquellos yanomamos agarraron a una
vieja que estaba con ellos y la zumbaron al agua. La vieja desapareció. El motu-këu la
había devorado. Por eso en seguida el agua fue bajando, bajando. Llegó a verse solo
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lejos, lejos, dejano todo seco, hasta donde no pudo bajar más. Allá es donde los napë
llaman "mar". Aquí sólo quedaron ríos grandes por donde bajaba el agua que salía de la
tierra. Y quedó una laguna, Akrawa, donde se puso a vivir Rahara-riwë.
Entonces Omawë se fue con su familia caminando. Recogía los peces muertos y los
comía. Donde echaba las espinas, se formaban caños, ríos. Por ahí iba, inventando
cosas. Como ahora ya no le gustaba la primera mujer, fue adonde estaban los
yanomamos que se habían salvado y le robó la hija a Maroha-riwë. Esta era muy bonita,
se llamaba Hauyakari-yoma. Con ella y con su gente Omawë volvió a las cabeceras del
Xukumïna-këu. Allí hizo xapono y vivió algún tiempo. También hizo reahu y convidó a
los demás yanomamos vecinos. Como por allá había mucho cunurí, mandó que
recogieran muchos mapires. Así enseñó que se podía hacer reahu también de otra cosa
que no fueran los plátanos.
En aquel reahu, mientras estaba haciendo hauhaumou, su hijo, un niño que se llamaba
Horeto-riwë, cuando jugaba con otros niños oyó el canto del pájaro siekekemi. Se
asustó, se asustaron todos, llamó a Yoawë y huyeron. Los yanomamos que se fueron
hacia arriba, en otra dirección, son la gente que ahora llamamos Waika.
Omawë fue caminando con su familia por la orilla del Xukumïna-këu, bajando, bajando.
Por la tarde hacían sus refugios, comían cunurí y dormían. Los refugios que dejaban
atrás con el tiempo se convirtieron en peñas. Todavía ahora se ven esa peñas. Por ese
camino, Omawë flechó una danta y también ella se convirtió en piedra. Allá está como
recuerdo. Caminando, Omawë echaba semillas de cunurí y, donde caían, iban retoñando
para que las recogieran después los yanomamos. Cuando él comía cunurí, se le caían
boronas; estas se transformaban en abru, esos bichitos que comen excrementos. Omawë
siguió lejos, durmiendo muchas noches, pasando muchas lunas. Allá lejos se quedó con
su familia y, de su gente, se formaron los napë. Los hijos aprendieron a hacer machetes,
hachas, ollas, tela... Si no fuera por Omawë, hoy los napë no existirían. Nosotros, los
yanomamos, descendemos de aquellos que se salvaron en el cerro Mayo-kekï”.
Venezuela - Mito Yanomami - Origen de la luna
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Todos los yanomamos, somos sangre de Peribo. Peribo-riwë vivía en este mundo junto
con su hija y con su yerno Amoawë. La hija se llamaba Purima-yoma. Pero esa hija le
tenía mucho miedo al esposo. Ella no quería tener esposo; quería tener a ese hombre
solo como hermano. A Peribo-riwë no le gustaba eso; le daba rabia, le daba vergüenza.
Un día invitó a su hija y a su nieto y se fueron al monte, lejos del xapono. Allá agarró a
su hija y la estranguló. Después le dijo a su nieto que con un atari le sacara los ovarios.
El nieto obedeció: los sacó y se los dió a Peribo-riwë, quien los embojotó en unas hojas.
Esto hizo para enseñarnos como se embojota la cacería para asarla. Con el bojote
volvieron al xapono. Padre e hija discutieron a causa de Amoawe y tan acalorada resultó
la pelea que de resultas de un golpe de su padre, Purimayoma cayó al suelo y quedó
inconsciente, esparciéndose por el suelo unos granos de maíz que llevaba en una cesta
de mimbre. Periboriwe, muy asustado creyéndola muerta, salió corriendo con su nieto,
al que obligó a recoger los granos desparramados envolviéndolos en unas hojas. Al
llegar a su casa, hizo que el nieto los cocinara e hiciera una pasta que luego se comió.
La hija no había muerto. Después que se fue su padre, volvió en sí y se transformó en
cocuyo. En el xapono Peribo-riwë asó el bojote y se sentó a comer los ovarios de la hija.
Después de haber comido el guiso que le cocinó el nieto. Pero cuando terminó se sintió
muy raro. Enseguida el cuerpo se le fue poniendo caliente y, como loco, comenzó a
pasearse por el xapono, por aquí, por allá, soplándose aire con un xohema. Estaba
inquieto y gritaba por el ardor que sentía. Después se fue al patio, caminando, y allí
comenzó a subir por los aires. Los no-patabï se reían de él. Peribo-riwë seguía subiendo.
Ahora ya no se abanicaba. Los niños, creyendo que era un juego, le tiraban palitos. Los
demás se reían; pensaban que iba a bajar de nuevo, que sólo estaba dando demostración
de sus poderes.
Pero Peribo-riwë ya iba alto. Entonces los hombres comenzaron a juntarse en el patio;
apuntaron con sus arcos y lo flechaban. Él seguía subiendo, dando vueltas. También lo
flechaba Pokoïhïbëma-riwë, pero no podía acertarlo. Los Atamari también vinieron a
flecharlo, pero tampoco acertaron.
Suhirina-riwë seguía acostado, tranquilo, mirando para arriba. No se apuraba. Estaba
acostado como un waiteri. Los viejos ya estaban comentando:
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-¿Por qué no lo flecharon cuando estaba bajito? Ahora ya está muy alto. Peribo-riwë se
escapó. Nadie más lo va a agarrar. En eso, Suhirina-riwë se bajó del chinchorro, cogió
su arco y sus flechas, se puso a mirar hacia arriba y dijo:
—Asiëëënnn, ¿Por qué no le tiraron cuando estaba bajito? Ahora está muy alto.
Entonces jaló la cuerda del arco. La encontró floja y la templó. Todo eso hizo para que
nosotros aprendiéramos a templar nuestros arcos antes de disparar la flecha. Si no
acertamos, es porque tenemos el arco flojo.
Después, apuntó con una flecha de punta rahaka. Peribo-riwë no se movía más; estaba
acomodado en su sitio, en el cielo, y miraba para abajo. Suhirina-riwë soltó la flecha...
Le había pegado en el pecho, allí donde tenía la tetilla. Todos gritaron.
En seguida, de la herida comenzaron a caer gotas de sangre. Cada gota que caía se
transformaba en un yanomamo nuevo porque caían sobre el mismo cocuyo en que se
había convertido Purimayoma, y ésta las hacía germinar. Peribo-riwë se fue quedando
sin sangre, sin fuerza, jipato; así fue bajando poco a poco hacia el borde de la tierra.
Allá se transformó en luna sobre un cerro alto que llaman Peribo-makï, lejos, lejísimo, y
desde entonces alumbra por las noches con su luz blanca y mortecina donde ni siquiera
los napë viven.
Allá viven los Yai. Así murió Peribo-riwë. El peribo de ahora no es el cuerpo de Peribo-
riwë; es su no-porebï. Por eso es malo: se lleva el alma de los niños; estos fácilmente se
mueren.
Ese mismo día, Suhirina-riwë y su familia se convirtieron en esos alacranes, que son
pequeños pero pican duro; Pokoïhïbëma-riwë y su familia se transformaron en esos
alacranes grandes (y negros, pero no venenosos) Los Atamari se fueron a vivir sobre los
palos del monte y quedaron transformados en esos hongos cuyo nombre genérico es
peribo. Los demás yanomamo de entonces se transformaron en zamuros y volaron a las
matas cercanas; los que eran gente grande y buenos xapori se convirtieron en zamuros
reales. Pero de la sangre de Peribo habían nacido solo hombres. No había mujeres. Por
eso aquellos hombres tenían como mujer los huecos de los árboles y el ano de sus
compañeros"
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Perú - Mito Huarochiri - Creación
El siguiente mito relata el origen del dios Pariacaca, principal deidad de la actual
provincia de Huarochirí, en la sierra de Lima, Perú.
“Los hombres que vivían en aquellos tiempos no hacían otra cosa que guerrear y luchar
entre sí, y reconocían como sus Curacas (gobernantes) sólo a los más valientes y a los
ricos. A estos llamaros los purum runa.
En aquella época, Pariacaca nació de cinco huevos en el cerro Condorcoto. Un solo
hombre, un pobre que se llamaba Huatiacuri, quien era, según se dice, hijo de Pariacaca,
fue el primero en ver y saber de este nacimiento.
La gente de ese tiempo lo llamaba Huatiacuri, porque siendo muy pobre, se alimentaba
solo con papas huatiadas.
Otro hombre llamado Tamtañamca era un poderoso y gran señor. Su casa estaba
cubierta de alas de pájaro de plumas rojas y amarillas. Poseía llamas de todas las
especies imaginables: amarillas, rojas, azules. Cuando la gente supo de su poder y
virtud, llegaron de todas las comunidades para honrarlo y venerarlo. Y él, fingiendo ser
un gran sabio (a pesar de sus conocimientos limitados), vivía engañando a mucha gente.
Fue así que Tamtañamca, que se fingía adivino y dios, contrajo una enfermedad muy
grave. Mucho tiempo pasó y la gente se preguntaba cómo era posible que un sabio tan
capaz estuviese enfermo.
Tamtañamca, que deseaba curarse, llamó a todos los sabios. Sin embargo, ninguno supo
dar con la enfermedad que lo aquejaba. Huatiacuri venía desde el mar, y se quedo a
dormir en un cerro llamado Latausaco.
Mientras tanto, un zorro que subía se encontró con otro que bajaba y le pregunto así:
- "Hermano, cómo está la situación arriba?,
- "Lo que está bien, está bien"- le contestó el otro, y prosiguió:
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- "Aunque un Señor, un Huillca de Anchicocha, que finge ser un dios y gran sabio, está
enfermo, por ello todos los adivinos tratan de dar con el origen de tan extraño mal".
El zorro que subía volvió a preguntar:
- "Y ¿cómo fue que se contagió con ese mal?",
Y el que bajaba le respondió:
- "Mientras su esposa tostaba maíz, saltó un grano de muchos colores, pero antes de
tocar el piso tocó las verguenzas de ella, sin embargo, lo recogió y se lo dio a comer a
otro hombre. Por eso ahora se le considera adúltera. Por esa culpa hay una serpiente que
vive sobre la casa y se los está comiendo. Hay también un sapo de dos cabezas que vive
bajo su batán. Y nadie sospecha que son estos quienes enferman a Tamtañamca".
Este gran Señor que estaba enfermo por haber fingido ser dios, tenía dos hijas. La
mayor se había casado con un hombre muy rico de su Ayllu.
Entonces, Huatiacuri llegó donde se encontraba el Señor enfermo. Cuando estaba cerca
le preguntó a todos si hubiese alguien en la comunidad que estuviese enfermo. La hija
menor de Tamtañamca le respondió que su padre.
Huatiacuri le dijo:
- "Cásate conmigo y yo sanaré a tu padre
Pero ella no respondió enseguida la propuesta, fue y le contó a su padre que un pobre le
había dicho que lo iba a sanar.
Los sabios que estaban allí, cuando escucharon sus palabras, se echaron a reír y dijeron:
-"¨Estaríamos nosotros aquí curándolo, si un pobre como éste fuese capaz de hacerlo?
Tamtañamca, sin embargo, deseaba ante toco sanar, he hizo llamar a Huatiacuri:
- "Que venga cualquiera que sea capaz de sanarme"
Huatiacuri entró y le dijo:
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- "Si deseas voy a curarte, pero me tienes que dar a tu hija"
El otro, muy contento, aceptó. El esposo de la hija mayor de Tamtañamca, al oír eso, se
puso furioso:
- "¿Cómo podré aceptar que la cuñada de un hombre tan poderoso como yo se case con
semejante pobre?-.
Sin hacer caso a esos reclamos, Huatiacuri empezó con su labor:
- "Señor, tu mujer es adúltera, su culpa te ha hecho enfermar. En el techo de tu casa hay
dos serpientes que te están comiendo, y también hay un sapo de dos cabezas debajo de
tu batán. Tenemos que matarlos a todos para que te cures. En cuanto a ti, tu no eres un
auténtico dios, porque si lo fueras no te habrías enfermado de esta manera"-
Al oír esto, Tamtañamca se asustó. En cambio su mujer gritó furiosa:
- "Este miserable me insultó sin motivo, yo no soy una adúltera".
Pero como el enfermo tenía muchas ganas de curarse, mandó que Huatiacuri hiciera lo
que fuera necesario. Entonces sacaron a las dos serpientes y las mataron. Entonces
Tamtañamca supo que Huatiacuri decía la verdad, y a la mujer no le quedó más que
confesar su culpa. Luego levantaron el batán y el sapo de dos cabezas salió volando con
rumbo a la quebrada de Anchicocha. Se cree que aún permanece ahí, escondido en un
manantial, y cuando los hombres pasan por ese lugar, a veces desaparecen y otras veces
enloquecen.
Luego de todo esto, Huatiacuri dijo haber cumplido con su labor, y el enfermó sanó. El
día señalado, Huatiacuri viajó a Condorcoto, y ahí estaba Pariacaca, en forma de cinco
huevos. Entonces el viento comenzó a soplar por primera vez, pues en tiempo
anteriores, el viento nunca había soplado. El mismo día del viaje, Tamtañamca - ya
sano- le entregó a su hija - conforme lo acordado -, luego emprendieron viaje. Mientras
caminaban solos por un paraje cerca al cerro Condorcoto, pecaron. Cuando el esposo de
la hija mayor de Tamtañamca se enteró de esto, desafió a Huatiacuri para vencerlo y
cubrirlo de verguenza. Lo retó de la siguiente manera:
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-"Vamos a competir en distintas pruebas, ¿cómo un miserable como tú te atreviste a
casarte con la cuñada de un hombre tan poderoso como yo?.
Huatiacuri aceptó el reto, y fue a contarle a su padre Pariacaca (quien aún no nacía y
seguía en forma de cinco huevos), todo lo sucedido.
- "Muy bien"- dijo Pariacaca -"cualquier cosa que te proponga, ven enseguida y
cuéntamela, yo te aconsejaré"-.
He aquí la primera prueba: El hombre poderoso le propuso a Huatiacuri medir su
resistencia bailando y bebiendo. Y por supuesto éste fue donde su padre (Pariacaca) a
contárselo.
- "Anda a la otra montaña - le dijo Pariacaca - y transfórmate en un huanaco, échate
fingiendo estar muerto. Muy temprano de mañana un zorro y su esposa irán a verte, ella
traerá chicha en un poronguito y el traerá su tambor y su antara. Cuando te encuentre,
creyendo que estás muerto te comerán. Pero antes que hagan esto, conviértete de nuevo
en hombre y grita con todas tus fuerzas, ellos se asustarán tanto que saldrán huyendo
olvidando sus cosas. Con ellas tu asistirás a la competencia".
Huatiacuri hizo todo lo que su padre le dijo. Al comenzar la competencia, el hombre
rico fue el primero en bailar. Aproximadamente doscientas mujeres bailaron para él.
Cuando le tocó el turno a Huatiacuri, él entró solo con su esposa a bailar, los dos solitos.
Tocaron el tambor que le habían robado al zorro. Pero apenas empezaron, la tierra
empezó a temblar. Así ganó en baile. Ahora tocaba beber. Huatiacuri y su esposa se
sentaron en el lugar de honor, y todos los hombres presentes se fueron acercando,
sirviéndole chicha, uno tras otro sin dejarlos respirar. Cuando le tocó a él servirles
chicha a todos los presentes, Huatiacurí sacó el poronguito (el de la zorrina). Todos los
presentes se echaron a reír y se burlaban diciendo que era muy pequeño para saciar a
tanta gente. Pero apenas les fue sirviendo, uno a uno fueron cayeron sin sentido.
Como había vencido en esta prueba, al día siguiente, el hombre poderoso lo desafió
nuevamente. Esta vez el reto consistía en vestirse con las más finas ropas. Nuevamente
Huatiacuri fue a consultar con su padre. Pariacaca le dio un traje de nieve. Así venció a
su rival deslumbrándolos a todos. Derrotado por segunda vez, ahora el desafío era atraer
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pumas. Huatiacuri pensó en atraerlos con poesía. Según las instrucciones de su padre,
fue muy temprano a un manantial y tajo a un puma rojo. Cuando se puso a bailar con el
puma rojo, en el cielo apareció el arco iris, y este es su origen.
Ahora el hombre rico y poderoso quiso competir construyendo una casa grande.
Huatiacuri colocó solo los cimientos y pasó el resto del día paseando con su mujer.
Pero, durante la noche, todas la aves y las serpientes, todas las que había en el mundo,
fueron y construyeron la casa. A la mañana siguiente la casa estaba terminada, y el
hombre rico y poderoso se asustó mucho. Desafió a Huatiacuri a una nueva
competición: esta vez habían de techar las casas. Todos los huanacos y todas la vicuñas
traían paja para el techo del hombre rico. Huatiacuri contrató un gato montes, que las
asustó. De este modo ganó nuevamente.
Siguiendo el consejo de su padre, Huatiacuri le dijo al hombre rico:
- "Yo he aceptado todos tus desafíos y en todos te he vencido, ahora te toca a ti aceptar
los desafíos que te proponga yo".
El hombre rico aceptó.
- "Ahora vamos a bailar vestidos con una cusma azul y huara de algodón blanco".
El hombre rico empezó a bailar, como siempre acostumbraba a hacer. Mientras tanto,
Huatiacuri entró corriendo y gritando. El hombre rico se convirtió en venado y salió
corriendo. Su esposa corrió detrás de él. Huatiacuri los persiguió, y alcanzó a la mujer
en el camino de Anchicocha. La clavó de cabeza en la tierra y la convirtió en piedra. El
hombre rico, que lo habían convertido en venado, subió al cerro y desapareció. Desde
ese momento los venados son cazados para comer su carne.
Solo después de todo esto, Pariacaca y sus hermanos salieron de los cinco huevos,
convertidos en cinco halcones. Al tocar tierra tomaron forma de hombres y empezaron a
caminar. Al enterarse de cómo se había portado la gente de esa época y cómo
Tamtañamca, fingiendo ser un dios, se había hecho adorar, se enojaron mucho. Se
convirtieron en lluvia, arrazando con todas las casa y las llamas hasta el mar, sin dejar
que nadie se salve.
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Después de cumplir con su castigo, Pariacaca subió al cerro que hoy lleva su nombre”.