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 · Duque de Rivas, donde buscaron refugio gente de lo más variopinto de Madrid: curas, oficiales...

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© Alfonso Domingo y Jose Luis Gutiérrez Molina,de sus textos, 2008.

Fotos: Alfonso Sánchez Portela (Alfonso)

Depósito Legal: M-201S-2009Promueve: Recuperando la Memoria de la Historia Social

de Andalucia (CGT.AiImprime: Organismo Autónomo Trabajo Penitenciario

y Formación para el Empleo

Maquetación e impresión:Taller de Artes Gráficasdel Centro Penitenciario Madrid 111 (Valdemoro)

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El Delegado Melchor Rodríguez

Alfonso DomingoEscritor y director de documentales

El comienzo de esta historia podría parecer elargumento de una película -tal vez un día no muy lejanose haga-, con un nuevo enfoque en el género de la guerracivil española. El protagonista es un obrero que ha visita-do la cárcel en numerosas ocasiones con dos regímenespolíticos distintos, revestido ahora en su nuevo cargo deDelegado de Prisiones de la Segunda República. El corogriego de la tragedia lo representan una turba de civiles -sobre todo mujeres- y milicianos que exigen venganzapor un bombardeo faccioso en Alcalá de Henares. Lasvíctimas, 1532 presos. La fecha, 6 de diciembre de 1936.

En ese momento se yergue la talla humana de eseexnovillero, oficial chapista, afiliado a la CNT y a la FAI,Melchor Rodríguez García. Durante horas, solo y armadocon su palabra, pelea con la muchedumbre hasta lograrque ésta desista de su propósito. Gracias a su actuaciónconsigue salvar a los 1532 presos allí encerrados entre loscuales se encuentran importantes personalidades del futu-ro régimen franquista como Muñoz Grandes, RaimundoFernández Cuesta, Martín Artajo y Peña Boeuf.

Esta gesta, que ha sido reflejada sólo parcialmen-te en algunos libros sobre nuestra contienda civil, contie-ne un alto valor simbólico y representa una confirmaciónde lo que ocurrió en uno de los bandos, el republicano,que tras los excesos de los primeros meses, controló losfusilamientos y las sacas de presos en la retaguardia, cosaque no ocurrió nunca en el bando franquista.

No sólo el hecho de Alcalá, sino toda la vida deMelchor, parece sacada de la ficción. Era una sensación

Melchor Rodríguez, en el tiempo en el que estabaal frente de las prisiones madrileñas.

Foto: Alfonso Sánchez Portela (Alfonso)

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que me asaltaba mientras, a lo largo de cuatro años, inves-tigué su figura para elaborar el libro "Anarquista conÁngel" donde se refleja y se enmarca toda su peripeciavital. Dentro de esa trayectoria, su momento de mayorgloria y más riesgo lo representa el desempeño del cargode Delegado especial de prisiones, nombrado por elMinistro de Justicia y también anarquista, Juan GarcíaOliver.

Resulta, cuando menos curioso, el desconocimien-to que tiene el pueblo español de esta figura, si no capital,pero sí importante en la guerra civil española, sobre todoen Madrid. Melchor Rodríguez pertenecía a la corrientedel anarquismo humanitario y tuvo en la guerra civil laprueba más dura a la que se puede enfrentar un libertario:defender la vida de sus enemigos acérrimos, de aquellosque seguramente no dudarían -y de hecho no dudaron- enliquidar sin remordimientos a sus oponentes obreros. Lafaceta humanista es consustancial al anarquismo, perovarios grupos ácratas de Madrid, entre ellos "LosLibertos", el grupo al que perteneció Melchor desde susinicios en la FAI, ponían especial énfasis en ello.

Es cierto que no sólo fue Melchor Rodríguez elque salvó la vida a miles de personas en el Madrid asedia-do por las tropas franquistas. Y que su labor de responsa-bilidad de las prisiones republicanas madrileñas entrenoviembre de 1936 y marzo de 1937 fue propiciada pormuchos dentro del anarquismo y fuera de él -Colegio deAbogados, Tribunal Supremo, Cuerpo Diplomático, fun-cionarios de prisiones-, pero sin su decidido carácter, sinsu voluntad, su desprecio del peligro y sin unas firmesideas en las que asentarse, Melchor no hubiera podido sal-var a más de 11.200 personas -número de presos en lascárceles de Madrid-, además de haber refugiado en sucasa a casi medio centenar y pasar a otras a Francia.

Para hacer muchas de estas cosas, y sobre todopara parar las sacas y los fusilamientos de Paracuellos,Melchor se apoyó en el grupo "Los Libertos" de la FAI.Uno de sus miembros, su gran amigo Celedonio Pérez, sedesempeñó bajo el mandato de Melchor como Directorde la Prisión de San Antón. Otros colaboraron con él en

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la incautación del palacio Marqués de Viana, en la calleDuque de Rivas, donde buscaron refugio gente de lo másvariopinto de Madrid: curas, oficiales del ejército, falan-gistas, propietarios de almonedas y pequeños industriales,dueños de los talleres y garajes donde había trabajadoMelchor, funcionarios del cuerpo de prisiones, sus fami-lias e incluso la amante de un exministro radical con sufamilia.

Para comprender en toda sudimensión la actuación del DelegadoMelchor Rodríguez, hay que repasar cuálera su biografía hasta ese momento.Melchor había nacido en Triana (Sevilla),en 1893, en una familia humilde. Su padretrabajaba de maquinista en el puerto y sumadre en la fábrica de tabacos. Con doshermanos más pequeños, a los 10 años,desde que murió su padre en un acciden-te laboral en el puerto de Sevilla, tuvo que emplearse enlos talleres de calderería y ebanistería sevillanos y olvidar-se de sus pretensiones de estudiar. De aprendiz pasó achapista, ocupación que simultaneó con su deseo detriunfar en el mundo de los toros.

Siendo novillero toreó en varias plazas con algúnéxito, como en Sanlúcar de Barrameda en 1913. Dejó laprofesión tras una cogida en la plaza de Tetuán, Madrid,en agosto de 1918 y después de otros intentos enSalamanca, El Viso y Sevilla en 1920. Su retirada coin-cidió con su ingreso en la CNT, donde, además delmédico Pedro Vallina, recibió las primeras leccionessindicales de hombres tan carismáticos como PaulinoDíez y Manuel Pérez, dos puntales libertarios siempreperseguidos. Paulino y Manuel fueron decisivos paraque Melchor abandonara los toros. En 1920, a raíz deuna huelga del sindicato de la madera y carroceros, delque era secretario, Melchor fue detenido varios días. Alsalir, se trasladó a Madrid huyendo de la policía sevilla-na, que le tenía fichado. En Madrid, y durante la dicta-dura de Primo de Rivera, militó en la CNT coincidien-do con algunos de los libertarios más activos de laregional del centro: Cipriano Mera, Mauro Bajatierra,

Melchor Rodríguez, junto a amigos y funcionariosde la delegación.

Foto: Alfonso Sánchez Portela (Alfonso)

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Antonio Moreno, Celedonio Pérez, Feliciano Benito,los hermanos González Inestal, Teodoro Mora, DavidAntona…

En Madrid, donde se había casado con FranciscaMuñoz, una antigua bailaora amiga de Pastora Imperio,Melchor trabajaba en los mejores garajes y era cotizadopor su buen hacer profesional de oficial chapista. Y aligual que en Sevilla, participó desde el primer momentoen la organización sindical cenetista.

Durante la dictadura de Primo de Rivera, mientrassus organizaciones estaban clausuradas, los libertarios seafiliaron a las Casas del Pueblo de la permitida UGT parapoder seguir la lucha. Luego lo hicieron en el Ateneo deDivulgación Social, que llegó a presidir Melchor. Sonaños de militancia difícil, a menudo clandestina, dondeesos hombres entrarán y saldrán a menudo de las cárceles-Melchor llegó a las treinta en ese período-. Años en losque se fajarán en los combates sindicales, en los conflic-tos y las huelgas, en las asambleas y comités, en sus lectu-ras y discusiones.

Desde que había empezado a visitar con asiduidadla cárcel Modelo de Madrid, Melchor se daba cuenta deldesamparo de los presos y de sus familias, sabe de susproblemas y soledades, de sus desesperos, sin poder tra-bajar y obligando a los familiares a buscar recursos parael penado. En el sindicato, Melchor habla, recolecta, diri-ge campañas. La organización no debe dejar desampara-dos a los suyos, jamás los luchadores deben dudar delapoyo de los demás, más afortunados con la libertad. Laredención es la palabra clave. Tal y como recibió el testi-go, en una cárcel, los presos políticos y sociales son sumisión. A ella se dedica, nombrado por la CNT respon-sable nacional del comité propresos. Lo suyo es la pala-bra, el verbo crudo de explotado, el grito de los parias dela tierra, pero eso sí, florido.

Melchor estudia. Lee los libros de los grandesautores ácratas, volúmenes usados que van de mano enmano en aquellos medios, como las revistas y periódicos.La palabra se comunica, se discute, se intercambia. La

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palabra se escribe, y las palabras se piensan. Junto con lospresos, "las ideas" serán parte fundamental en su vida,empeño en el que se formará leyendo por las noches,robando horas al sueño y los fines de semana. Informadode los movimientos y las corrientes, Melchor se alinea conlos que creen fundamentalmente en la bondad del serhumano, las personas podrán eligir lo correcto una vezque tengan la educación suficiente. La cultura es necesa-ria para darse cuenta de los problemas del mundo y cómosolucionarlos.

En ese contexto, dentro de la FAI, encuentroentre anarquistas españoles y lusitanos, Melchor se dedi-ca a "las ideas". Estudia la revolución rusa, sobre todo alanarquista Makno, sobre cuya figura publica artículos. Lostemidos bolcheviques, los comunistas, habían acabadocon los anarquistas en Rusia -ya llamada Unión deRepúblicas Socialistas Soviéticas- de la manera más cruel:sencillamente fusilándolos.

Entre los artículos y los comités de huelga,Melchor se muestra muy activo. Cuando no es detenidopor delitos de imprenta, lo es por la ley de Orden Públicoo como miembro del comité pro-presos español "filial deParís". Si su fama de preso decano se conoce en todo elsindicalismo, comienza también a conocerse su faceta dearticulista polémico, de versificador nato. Fama acrecen-tada por los poemas, por los discursos y los mítines.Articulista incansable, publica con frecuencia en CNT, LaTierra, Solidaridad Obrera, Campo Libre, Castilla Libre, FrenteLibertario y Crisol. El resultado es casi siempre el mismo,hasta 1930: semanas o meses en la cárcel.

Como un dragón dormido en el letargo de la dic-tadura de Primo de Rivera, la CNT resurge con brío enlos nuevos aires republicanos. Y sin embargo, muy pron-to ésta enseñará a los anarquistas sus aristas más ásperasy sangrientas. Con la República y sus sucesivos gobiernosse agudiza el enfrentamiento entre los libertarios y repu-blicanos. Son los momentos más radicales y combativosde Melchor. Escribiendo contra Maura "El de los 108muertos", presentando en Madrid a "La Libertaria",superviviente de la tragedia de Casas Viejas, perorando

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contra el gobierno, desde el cura Niceto a CasaresQuiroga, o inventando sloganes en el conflicto deTelefónica "¡Arza, Galarza!" contra el director de seguri-dad. Entre mítines, campañas y huelgas, se escalonan lascárceles: "el decano" le llaman en la modelo.

Y luego, además, polemiza con los compañeros.Por sus actuaciones para liberar presos, o en la FAI,donde Melchor milita en la corriente anti-atracos y es par-tidario de la alianza revolucionaria con la UGT frente alos que respaldan las posturas contrarias: hay que lograr larevolución sólo mediante la gimnasia revolucionaria, ypara eso se necesitan armas y dinero. En esas discusionescon otros militantes, Melchor tiene fama de hombre radi-cal, que admite muy mal las críticas, tozudez ésta del quese cree en la razón, y eso provoca continuos roces. A sufavor, su tremenda honradez y consecuencia.

En estas broncas internas y en plena huelga de laconstrucción sostenida por la CNT en Madrid, llega el 18de Julio de 1936, el golpe militar que dará paso a unacruenta guerra civil. Como muchos en aquella hora,Melchor, vestido con mono de miliciano, se deja seducirpor aquella sensación heroica de quien va a cambiar elmundo, toma la palabra en las asambleas, se moviliza enlabores de propaganda y organización. Va de un lado aotro, incapaz de sustraerse a aquel frenesí. Lleva la pisto-la al cinto, una pistola que le han dado en el sindicato yque lleva siempre descargada.

Pero a diferencia de muchos en aquella hora,Melchor no odia. Es quizá de los pocos que, a pesar dehaber sufrido cárcel y sinsabores, no odia. Siempre hatenido alegría de vivir, y eso se nota, se contagia. Y tam-poco siente miedo, antesala del odio. Nunca lo tuvo, niante el toro, así que no lo va a empezar a incubar ahora,cuando hay tanto por hacer y una nueva sociedad espera.Tampoco Melchor y su anarquismo humanista son algoraros. Pertenece a un mundo -que arranca al menos delsiglo XIX- de hombres y mujeres que durante décadashan estado creando el germen de aquella sociedad quehace precipitar el fracaso del golpe de julio de 1936. Elproceso revolucionario que comienza en ese verano de

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1936 y que transforma la faz de ciudades, fábricas y cam-pos, es algo más que destrucción y sangre. Muchos liber-tarios creen que van a construir el mundo nuevo que lle-van en sus corazones y del que se desterrará el odio y lavenganza. Ese mundo ideal, formado por obreros y bur-gueses, libertarios y republicanos, socialistas e inclusogente de derechas, moderada, progresista, ha sido tam-bién contra el que se han sublevado los golpistas.

Cuatro días después del levanta-miento, Melchor, viendo el desborde, loque está sucediendo, las furias sin control,se dedica a salvar a personas perseguidas:él, con Celedonio Pérez, con SalvadorCanorea y algunos miembros más de LosLibertos.

Los Libertos, el grupo de Melchor,siempre se ha dedicado a las ideas, recelo-so de la pérdida de principios con la masi-va afiliación de los últimos años, efecto dela radicalización de los conflictos sociales. Melchor llevatiempo advirtiendo de los peligros que acechan a la orga-nización al admitir a gentes recién llegadas que buscanbajo el amparo de las siglas anarquistas satisfacer susdeseos o ansias de venganza. Entre ellos, delincuentescomunes que se integran en la revolución para poder rea-lizar impunemente sus crímenes. Melchor ha combatidoen los últimos tiempos, con el prestigio de su autoridad ysu palabra, por la pureza de estas ideas, a riesgo ahora denaufragar en sangre.

Y como lo suyo es la acción directa, actúa. Pocodespués del inicio de la guerra, el 23 de julio, Melchor,junto con Celedonio Pérez, Luis Jiménez y otros miem-bros de Los Libertos, incautan el palacio del marqués deViana, en la céntrica calle del Duque de Rivas. El mar-qués, Teobaldo Saavedra, se encuentra con Alfonso XIIIen Roma, y la Duquesa de Peñaranda, su mujer, ha con-seguido refugiarse en la embajada de Rumania.

Nada tienen que temer los empleados y servidoresdel marqués. No habrá refugio más seguro para ellos en

Con el funcionario Gabriel Castejón,en su despacho oficial de la delegación

de prisiones.Foto: Alfonso Sánchez Portela (Alfonso)

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todo Madrid. Tampoco se tocarán ninguna de las obrasde arte, que no sufrirán ninguna merma, tal y como daráfe el propio marqués al final de la contienda. El palacioserá refugio de muchísimas personas, entre ellos curas,militares, falangistas, funcionarios de prisiones, industria-les, patrones.

La labor de Melchor se irradia desde allí.Extiende avales, salvoconductos y documentos que sir-ven a personas y personalidades de distinta condiciónsocial, muchas sospechosas de apoyar la rebelión de losmilitares golpistas, para que puedan salvar su vida y ense-res. Muchas personas de derechas llaman al número deteléfono del palacio, insertado en los avales, para queacuda en su auxilio por registros o detenciones. En aque-llos primeros meses, de julio a octubre, salva decenas devidas. Conforme pasan los días se ha corrido la voz: enel palacio de Viana un responsable, de solvencia antifas-cista, con sentimientos humanos, se dedica a amparar alas personas perseguidas que recurren a él en demandade protección y a liberar a detenidos en las checas.Rescata a centenares de personas de una muerte seguraen el caos mortal de aquellos días.

Y no sólo eso. En el incendio -y posteriores ejecu-ciones- de la cárcel Modelo, el 22 de agosto del 36, acudey salva directamente a 15 personas refugiadas en el despa-cho del jefe de servicios, Juan Batista, que luego se des-empeñará como su ayudante y brazo derecho durante suetapa al frente de las prisiones. Entre esas 15 personas seencuentran varios miembros de la familia de Batista,varios funcionarios y sus mujeres. A todos los refugia enel palacio del Marqués de Viana.

Pronto pudo dedicarse a aplicar sus ideas de anar-quista humanitario. Ayudado por algunas personalidadesy cargos republicanos, además del apoyo del cuerpodiplomático -que en su inmensa mayoría juega a favor delos rebeldes- es nombrado Inspector especial de prisionesen noviembre de 1936 por el Ministro anarquista JuanGarcía Oliver. García Oliver, cuyo paso por el Ministeriode Justicia aún no se ha estudiado en profundidad, habíaya nombrado a un delegado de prisiones, pero que como

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el ministro, marcha a Valencia con la evacuación delgobierno republicano. Desde ese puesto detuvo las sacasy los fusilamientos en la retaguardia madrileña, salvandoa miles de personas entre sus adversarios ideológicos.Diferencias de opinión con el ministro le llevaron a dimi-tir durante quince días, espacio en el que continuaronalgunos fusilamientos. Repuesto en el cargo de Delegadoespecial de prisiones, se mantiene en él hasta marzo de1937, echando un pulso a los responsables de ordenpúblico de la Junta de Defensa de Madrid, dondeSantiago Carrillo primero y José Cazorla después, con lainestimable ayuda de Serrano Poncela, obedecían los con-sejos de los asesores soviéticos de limpieza de la retaguar-dia. Esta actuación le valió a Melchor muchas críticas yacusaciones de ayudar a la quinta columna por parte delos comunistas.

Después de la guerra, Melchor sepercataría de que su secretario, JuanBatista, y algunos otros de sus subordina-dos, habían pertenecido a esa quintacolumna y se habían aprovechado de todasu labor.

Una labor que comienza elmismo día de su nombramiento.Melchor, desde las oficinas de laDirección General de Prisiones, prohíbe que salga nin-gún preso de las cárceles desde las seis de la tarde a lasocho de la mañana, aunque reciba orden de libertad.Esas horas son las más peligrosas.

Acto seguido, acude con su secretario y la escoltaa la cárcel modelo, donde detiene una saca masiva de cua-trocientos presos hacia Paracuellos, política impuestadesde Moscú por los asesores soviéticos de la Junta deDefensa y que imparten a rajatabla los comunistas de laDelegación de Orden Público: Carrillo, Cazorla y SerranoPoncela.

De la cárcel Modelo, la comitiva marcha a la cár-cel de Porlier, donde paraliza otra saca, los presos ya en lasala de espera de la prisión, aligerados de todos sus obje-

Melchor despachando con Juan Bautista,su secretario en la etapa de Delegado.

Foto: Alfonso Sánchez Portela (Alfonso)

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tos personales y amarradas las manos. Cuando llega a lacárcel de San Antón, algunos de los autobuses han parti-do, pero no otros. Decenas de presos se salvan, ante lamirada torva de los milicianos que no saben por qué separaliza todo.

Melchor se multiplica. Dispone inmediatamenteque los milicianos salgan del interior de las prisiones aprestar servicio exclusivamente en el exterior. Y que vuel-van a ellas los funcionarios de prisiones. Y es algo quehace sin titubear, a pesar de que odie la política represiva.Melchor siempre ha estado en el otro lado, en el de losreclusos. Tiene en eso larga experiencia, ha probado ladureza de las cárceles con todos los regímenes. Ha forma-do parte de los comités pro-presos de la CNT y conoce alos funcionarios de Prisiones, sabe cuales son las clavesdel cuerpo, ahora acomplejado, a la defensiva, mal mira-do por los actuales responsables, muchos de sus miem-bros en el punto de mira por gente que ha sufrido susrigores. Sabe, asimismo, lo difícil que puede resultar sulabor si no cuenta con esos funcionarios, muchas veces enpeligro -algunos paseados y otros escondidos-. Y, parado-jas de la vida, lo primero que tiene que hacer ese anarquis-ta que no cree en las cárceles es potenciar el papel de losguardianes, hacer que recobren la confianza, que crean enla justicia republicana, ponerlos de su lado. Sabe que sutarea va a ser ingrata y que en el camino va a perder la esti-mación de muchos de los suyos, que no pueden compren-der cómo ahora defiende a sus enemigos.

Melchor Rodríguez fue una figura clave para devol-ver a la República el control del orden público y las prisio-nes. Aseguró el orden en las cárceles y devolvió la dignidada la justicia. Bajo su mandato mejoraron las condiciones delos 11.200 reclusos de Madrid y su provincia, hasta el puntoque los presos comenzaron a llamarle "El Ángel rojo", cali-ficativo que él rechazaba. Creó una oficina de información,el hospital penitenciario y mejoró la comida de los deteni-dos. Asimismo, acompañó a cientos de presos en los trasla-dos a cárceles de Valencia y Alicante.

Su labor no pasaba inadvertida para todos aquellosque consideraban que no debía darse ninguna facilidad al

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enemigo, algunos entre los propios libertarios. Muy prontotuvo que sortear un sinfín de peligros y penalidades y arries-gar varias veces su propia vida en el empeño. Hasta doceveces estuvo a punto de morir en la contienda, como élmismo contó de su propio puño en algunos de los docu-mentos que se conservan en el archivo del Instituto Socialde Ámsterdam. De ellas, hubo media docena de intentos deasesinato, y aunque Melchor siempre calló los nombres olos responsables de esos intentos de eliminación, no es difí-cil adivinar que la mayoría provenían de las filas comunistas.

Su enfrentamiento con el PCE continuó con JoséCazorla al frente de la consejería de Orden Público de laJunta de Defensa. En abril de 1937 denunció la existenciade checas estalinistas bajo sus órdenes directas. Fue cuan-do tuvo que rescatar de las manos de los comunistas alsobrino de Sánchez Roca, secretario de García Oliver en elministerio de Justicia. Aunque Melchor ya había sido cesa-do por García Oliver, la polémica entre la CNT y el PCEsirvió a Largo Caballero para liquidar la Junta de Defensa.

La labor de protección a los amenazados y perse-guidos, prosiguió tras su cese de Delegado de Prisiones ysu nombramiento como concejal de cementerios del ayun-tamiento madrileño en representación de la FAI. Desde esepuesto auxilió a las familias de los fallecidos para quepudieran enterrar con dignidad a los muertos y poder visi-tar sus tumbas, amplió las zonas de sepul-turas y resolvió el problema de los ente-rramientos de los refugiados muertos enlas embajadas. Ayudó en lo que pudo aescritores y artistas y autorizó que suamigo Serafín Álvarez Quintero pudieraser enterrado con una cruz en la primave-ra de 1938. Aunque supo de las intencio-nes del coronel Segismundo Casado -alque le unía una buena amistad- para darsu golpe y crear el Consejo Nacional deDefensa al que fue invitado, Melchor nojugó un papel activo en él, y aunque cayóen manos de los comunistas, como otrosconcejales, se salvó in extremis del fusila-miento.

Melchor con los hermanosSerafín y Joaquín Álvarez Quintero

en una visita en 1938 al hospital penitenciarioque él mismo creo.

Foto: Alfonso Sánchez Portela (Alfonso)

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Cuando llegó el último acto de la guerra civil, enmarzo de 1939, Melchor fue encargado de coordinar laayuda a los refugiados libertarios en Francia por elComité Nacional del Movimiento Libertario. A su dispo-sición estaba una suma de dinero y un pasaje en avión quele hubieran evitado muchos sinsabores. Sin embargo,decidió no salir de España y que en su lugar, lo hicieranCeledonio Pérez y su mujer.

Melchor Rodríguez fue de facto el último alcaldede Madrid durante la República y recibió el encargo, el 28de febrero de 1939 por el Coronel Casado y JuliánBesteiro, del Consejo Nacional de Defensa, de la entregadel consistorio a las tropas vencedoras. Presidió el traspa-so de poderes durante dos días -aunque su nombre noquedara reflejado en ningún acta o documento-, haciendoalocuciones por radio e intentando que en todo momen-to las cosas trascurrieran pacíficamente.

Finalizada la guerra, la labor de Melchor no sólono fue reconocida, sino que se le sometió a la mismarepresión que cayó sobre todos los derrotados. Al pocotiempo fue detenido y juzgado en dos ocasiones en con-sejo de guerra. Absuelto en el primero de ellos y recurri-do éste por el fiscal, fue condenado, en un juicio amaña-do, con testigos falsos, a 20 años y un día, de los que cum-plió cinco. Cabe destacar en la celebración de este segun-do consejo de guerra la gallardía del general AgustínMuñoz Grandes, al que Melchor, como otros militarespresos, había salvado en la guerra. Muñoz Grandes dio lacara por él y presentó miles de firmas de personas que elanarquista había salvado. Pasó varios años de cárcel entrePorlier y Puerto de Santa María, donde cumplió la mayo-ría de su condena.

Cuando salió en libertad provisional, en 1944,Melchor Rodríguez tuvo la posibilidad de adherirse a ladictadura instaurada por los vencedores y ocupar unpuesto -que le ofrecieron- en la organización sindicalfranquista o bien vivir en un trabajo cómodo ofrecidopor alguna de las miles de personas a las que salvó,opciones que siempre rechazó. Antes al contrario, siguiósiendo libertario y militando en CNT, actividad que le

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costó entrar en la cárcel en varias ocasiones más. En lomaterial vivía muy austeramente de varias carteras deseguros. Escribió letras de pasodobles y cuplés con elmaestro Padilla y otros autores y de vez en cuandopublicaba artículos y poemas en el "Ya" de su amigoMartín Artajo.

En el comienzo de la larga noche del franquismoy del anarcosindicalismo clandestino, fue un firme apoyodel comité nacional de Marco Nadal. Junto con él man-tuvo contactos con la embajada inglesa para el reconoci-miento de la Alianza de las Fuerzas DemocráticasEspañolas. En 1947 fue detenido y procesado al añosiguiente, acusado de introducir propaganda en la prisiónde Alcalá, por lo que le cayó un año y medio de condena,que cumplió en Carabanchel.

Siguió actuando a favor de los presos políticos,utilizando para ello los amigos personales que tenía enel aparato de la dictadura, a pesar de las críticas recibi-das por ello de algunos de sus mismos compañeros odesde la izquierda. Entre esos amigos estuvo el demo-cristiano y presidente de la editorial católica JavierMartín Artajo (autor del sobrenombre de "El ángelrojo") y el falangista y Ministro de Trabajo José AntonioGirón, los únicos que abogaron, sin éxito, por los pre-sos ante Franco.

Cuando se produjo el desencanto en el antifran-quismo (años cincuenta y sesenta) mantuvo la antorchaconfederal en la CNT del interior y se opuso a las activi-dades del cincopuntismo (pacto con los sindicatos verti-cales de un grupo de anarquistas) en 1965. A lo largo desu vida activa estuvo en muchos comités y comiciosregionales y nacionales, y se puede decir que tuvo grandesamigos y grandes adversarios en la CNT.

Su muerte, el 14 de febrero de 1972, fue unamuestra de su vida. En el cementerio, ante su féretro sedieron cita cientos de personas entre las que se encontra-ban personalidades de la dictadura y compañeros anar-quistas. Fue el único caso en España en el que una perso-na fue enterrada con una bandera anarquista rojinegra

Melchor en la prisión de Carabanchel, en 1948.Llegó a estar 34 veces en la cárcel.

Foto: Alfonso Sánchez Portela (Alfonso)

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durante el régimen del general Franco. Unos rezaron unpadrenuestro y al final, Javier Martín Artajo leyó unospárrafos de un poema de Melchor:

ANARQUÍA significa:Belleza, amor, poesía,Igualdad, fraternidadSentimiento, libertadCultura, arte, armoníaLa razón, suprema guía,La ciencia, excelsa verdadVida, nobleza, bondadSatisfacción, alegríaTodo esto es anarquíaY anarquía, humanidad"

Personaje polifacético, ejemplo de español deotros tiempos, la figura de Melchor Rodríguez se agigan-ta con el tiempo. Para rescatar esta figura del olvido -unhombre contumaz, optimista, expansivo, un andaluz conángel, según escritores como Eduardo de Guzmán yJacinto Toryho-, se han unido personas y colectivos -enespecial el grupo de trabajo de la CGT de Andalucía"recuperando la memoria de la historia social deAndalucía", impulsor de muchas iniciativas-, en una cam-paña donde lo que menos importa son las banderas, y síel reconocimiento a su labor y un homenaje, merecido, aaquel paradigma de aquellos los que demostraron unagran humanidad en la guerra civil.

Además de un manifiesto, firmado por varios cen-tenares de personas, se han realizado actos de homenajey conferencias en Sevilla y Madrid y se han pedido sendascalles en Madrid, Sevilla y Alcalá. De momento, sólo elayuntamiento de Sevilla ha rotulado a una calle con elnombre de Melchor. También la Secretaría General deInstituciones Penitenciarias, además de la edición de estapublicación -que recoge en edición facsímil, un homena-je que los funcionarios de prisiones hicieran a su delega-do en 1937-, piensa bautizar con el nombre de "MelchorRodríguez" el centro de reinserción construido en Alcaláde Henares. Todas estas iniciativas, como la próxima edi-ción de un libro, buscan devolver a la ciudadanía a una

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persona cuya labor al frente de las prisiones republicanasfue un ejemplo de dignidad del ser humano, un ejemploque merece ser tenido en cuenta en este tiempo de into-lerancias y sectarismos. Como Melchor Rodríguez afirmórepetidas veces, "se puede morir por las ideas, nuncamatar por ellas".

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La trayectoria militante de Melchor RodríguezGarcía comprende las décadas de mayor importancia delanarcosindicalismo español y de las principales transfor-maciones de España en los últimos cien años: desde 1919hasta los años cincuenta del siglo pasado. Desde la apari-ción del sindicato único a los momentos de mayor decai-miento cuando la represión franquista, las divisiones y lastransformaciones sociales y económicas en España le lle-vaban a la decadencia.

A finales de la década de los años diez del sigloXX la sociedad española pugnaba por dejar su papelsecundario. La restauración borbónica hacía aguas amedida que dejaba de funcionar el bipartidismo implan-tado hacía más de treinta años y que, tan brutalmente,dicen que describió en su lecho de muerte Alfonso XII asu esposa María Cristina recomendándo-le que fuera de Cánovas a Sagasta, delpartido conservador al liberal, y deSagasta a Cánovas y que, por lo demás,guardara el coño. Recordaba que a sumadre, Isabel II, su vida licenciosa, entreotras causas, le había costado el trono.

Los españoles pedían paso en lavida política, social y económica. Entreellos los obreros. Atrás quedaban déca-das de persecuciones, muertes, deporta-ciones y luchas por el derecho a aso-ciarse, a negociar sus condiciones detrabajo y a ser considerados comohombres. También las clases medias

El anarcosindicalismoy la España de Melchor Rodríguez

José Luis Gutiérrez MolinaHistoriador

Melchor con su chófer durante la guerra,Rufo Rubio.

Foto: Alfonso Sánchez Portela (Alfonso)

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pensaban que, quizás, la propiedad privada, los dere-chos políticos y su desarrollo cultural no iban a serposible en una monarquía defensora de desigualdadesextremas, de un marco político caciquil, un lento des-arrollo económico y con la educación y la moral cedi-das en exclusiva a la iglesia católica. Que la soluciónpodía ser una República laica, liberal y parlamentaria. Ala vez el mundo obrero, y sectores de las clases popula-res, iban construyendo su alternativa, un mundo nuevoen el que los planteamientos federalistas y colectivistasanarquistas tenían un importante papel. Más aún a par-tir de octubre de 1917 cuando el pueblo ruso demostróque monarcas, oligarcas, militares, popes y latifundistaspodían ser vencidos.

En 1920 Alfonso XIII comenzó a cavar sutumba. Las costuras de la monarquía saltaban por todoslados y no se le ocurrió mejor idea que ponerle a lasociedad española el aún más estrecho traje de la dicta-dura de Primo de Rivera. Por brazos, mangas y panzasalían los muertos sociales, los soldados de Anual y lascorruptelas de todo tipo. De momento el país respiró aldesaparecer la violencia de las calles, ralentizarse la gue-rra en Marruecos y desarrollarse una desaforada políticade obras públicas. Las organizaciones anarquistas fue-ron disueltas, sus militantes más conocidos deportadoso encarcelados. Pero el obrerismo era necesario. No seestaba ya en la época de "La Mano Negra" o del castillode Montjuich. Así que Primo miró a los socialistas conlos que, aunque habían montado una huelga generalrevolucionaria cinco años antes, se podía hablar. LargoCaballero, Llaneza y otros pensaron que convertirse enla única fuerza obrera de España bien valía colaborarcon el Estado corporativo e incluso ocupar un puesto enel Consejo de Estado. Siempre habría tiempo de saltarde la barca de la Dictadura. Ahora había que aprovecharel campo despejado con la desaparición de los sindica-listas.

Los anarcosindicalistas tienen tiempo para refle-xionar y aprender, entre otras cosas, de lo ocurrido enRusia. Los comunistas han llegado a España, ya hanescindido al PSOE, son todavía pocos, caben en una

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maleta, "Baúl Obrero" llamarán a su vocero en los añostreinta, pero nunca se sabe. Ahora están apoyados por unEstado y conocen bien cómo actúan. Han oído a suscompañeros rusos que habían logrado escapar de la yaUnión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y leído losinformes de anarcosindicalistas como Gastón Leval yÁngel Pestaña. Apareció la FAI, la temible FederaciónAnarquista Ibérica, que aunque envuelta en oscuridadesnació un luminoso día de playa.

La situación terminó pudriéndose. Primo ha que-rido volar solo y eternizarse en el poder como su amigoBenito Mussolini en Italia. Una idea que no le gustó peroque nada a Alfonso XIII que veía con preocupacióncomo aumentaban los opositores y los políticos monár-quicos que se hacían, de un día para otro, republicanos.Además los años de las alegrías presupuestarias acababany el Ministro de Economía José Calvo Sotelo no podíaevitar la depreciación de la moneda y que el déficit presu-puestario alcanzara cifras astronómicas. Y todavía faltabapor llegar la crisis del 29, cuando el cielo neoyorkino secubrió de los arruinados que se lanzaban desde las venta-nas de los rascacielos. Así que el monarca terminó pordejar caer como un guiñol a Primo que partió para el exi-lio. La CNT volvió a funcionar públicamente y su expan-sión fue inmediata. El sueño socialista de ser la únicarepresentación obrera se desvanecía. Más aún, en Madridel anarcosindicalismo se hacía cada vez más presente.Pocos años después, en vísperas de que comience a cre-erse que el mundo nuevo es posible, la joya de la coronade la UGT madrileña, el sector de la construcción, pasóen gran parte a manos ácratas.

Como la maduración de las uvas, la caída de lamonarquía era sólo cuestión de tiempo. Todos esperan elmomento de la cosecha. Unas elecciones municipalesbastan para que el rey, abandonado por todos, incluso porlos militares que no le perdonan el "borboneo" al que hasometido a Primo, abandone España a hurtadillas. Lasociedad española no llora. Al contrario, esperanzada,cree que comienza un tiempo de alegrías, progreso y feli-cidad. Qué menos se puede esperar de esa "Niña" tandeseada y lozana.

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Durante la primavera de 1931 los protagonistastomaron posiciones. Los grupos desalojados del podercomenzaron a conspirar. Piensan que lo ocurrido no essólo un cambio de régimen. Se ha perdido el respeto y,además, ven que, junto a los burgueses de orden, de losmonárquicos reciclados, como el propio presidente de larepública Alcalá Zamora, y del socialismo colaboracionis-ta, despiertan otros sectores, entre los propios republica-nos y anarcosindicalistas, que piensan que el cambio nopuede ser sólo de fachada, que es el momento de profun-dizar más y, si es posible, construir ese deseado mundonuevo. Los tiempos económicos no son buenos. La crisisestá desatada, el paro sube y quienes han esperado duran-te décadas, como los campesinos, no parecen dispuestosa hacerlo mucho más. Así que junto a los obreros urba-nos que no sólo no quieren perder sus trabajos sino tam-bién recuperar las condiciones laborales que les quitó ladictadura, los jornaleros reclaman una rápida reformaagraria.

El nuevo gobierno republicano quedó atrapado yno vio la salida. Sabía que los adversarios eran formida-bles, que había comenzado la evasión de capitales, que seconspiraba en sacristías y cuartos de banderas, que lasprovocaciones -"¿No queríais república?, pues comedrepública"- no cesaban. Pero el bebedizo del podercomenzaba a producir sus primeros efectos, llegó el"andarse con cuidado", el querer contentar a tirios y tro-yanos, el mantener viejos vicios y menospreciar al enemi-go. En junio de 1931 hubo quienes denunciaron que lascandidaturas republicano-socialistas a Cortes constitu-yentes se habían elaborado como en los tiempos de lamonarquía, en los despachos de los gobernadores civiles.

También distorsionó al Pacto de San Sebastián lapujanza de la CNT que recogía al cada vez mayor núme-ro de descontentos. Entre ellos a los trabajadores de laconstrucción en paro, a los que veían que tenían que"apretarse el cinturón", a los trabajadores de la Telefónicaque había dejado de ser, para el ministro Indalecio Prieto,la multinacional que humillaba al pueblo español paraconvertirse en un compromiso internacional que podíasolventarse enviando a la Guardia de Asalto contra los

Melchor Rodríguez en una de susintervenciones radiofónicas.

Foto: Alfonso Sánchez Portela (Alfonso)

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huelguistas y a los ferroviarios que esperaban que se cum-plieran viejas promesas.

Primó el viejo axioma monárquico de que la pazpública no era sino una cuestión de orden público. Hastaseptiembre de 1933 los dos primeros gobiernos republi-canos-socialistas se encargaron de hacer buena esta afir-mación, por medio de sus ministros de la Gobernación,los de los 287 muertos, Miguel Maura Gamazo, sí el hijode Antonio, el del proceso y ejecución de FranciscoFerrrer Guardia, y Santiago Casares Quiroga, el políticogallego cuya afición a dormir le hizo abandonar a su suer-te a los capitanes Galán y García Hernández en diciem-bre de 1930 y perderse el inicio del golpe de Estado en lasguarniciones africanas una tarde de julio de 1936. A lavez, las nuevas cárceles de Victoria Kent, se llenaban deanarcosindicalistas detenidos en huelgas, acusados deacciones violentas, a disposición gubernativa, o incursosen delitos contemplados por el sombrero represivo, quecoronaba la recién nacida Constitución, de la Ley deDefensa de la República y la de Vagos y Maleantes, unalegislación tan avanzada que ni los vencedores en 1939 semolestaron en derogar.

La Segunda República hacía aguas en medio deuna Europa que, arrasada por los fascismos, se encami-naba hacia la confrontación. En la otra esquina del con-tinente la Unión Soviética miraba y se preparaba a salvarsus muebles abandonada hacía tiempo la idea de la revo-lución universal, la permanente de la que hablabaTrostky, por la del socialismo en un solo país defendidapor Stalin. Para anarquistas y anarcosindicalistas el pro-blema no era sólo su enfrentamiento con las autoridadeso la política descaradamente favorecedora del sindicatohermano, la UGT, que llevaban desde las carteras clavesde Trabajo y Obras Públicas los ministros socialistas.También estaban los del baúl, los "chinos" como les lla-maban por sus campañas. Los comunistas del PCE nosólo habían querido aprovechar la confusión de los nue-vos tiempos para apoderarse de las siglas de la CNT,sino que intentaban dividir e infiltrarse en los sindicatosconfederales y desprestigiarlos. Sobre todo a partir deoctubre de 1934.

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El verano de 1936 se presentó complicado. EnMadrid hacía más de un mes que decenas de miles dehuelguistas de la construcción impedían hasta los enterra-mientos y la ola amenazaba con extenderse. El triunfo delFrente Popular en febrero, tras dos años de gobiernoderechista y con las orejas del lobo fascista cada vez másvisibles, había llevado a muchos al convencimiento de queno eran horas de vacilaciones, que el proceso reformistarepublicano debía llevarse a cabo a fondo. La situaciónera más propicia que en 1931: los anarquistas estaban máspreocupados, que por hacer la revolución, en relamerselas heridas de años de lucha sin cuartel con unos y otros,restañar sus diferencias internas y reorganizar a una afilia-ción demasiado tiempo abandonada a su suerte por clau-suras de centros y prisiones, y a la propaganda y activida-des de los comunistas y de sus cada vez más poderosasorganizaciones de ayuda a los represaliados, como elSocorro Rojo Internacional.

La reacción española nunca se había caracterizadopor su generosidad social, ni sutileza política, ni por susanálisis de lo que realmente le convenía a medio y largoplazo.

Desde 1931, todo el proceso modernizador quevivía el país, era considerado una única revolución trans-gresora de los inmutables principios que habían guiado elmundo desde su creación. Liberales republicanos y anar-cosindicalistas eran lo mismo, como comunistas y maso-nes, ya saben la conspiración a la que añadían los judíospor eso del mimetismo. Así que, en la primavera de 1936estaban más que convencidos de que la única forma deevitar el caos que se avecinaba era empuñar la espada fla-mígera o por lo menos que por ellos, civiles, la empuña-ran los que sabían hacerlo, los militares. Pero nada saliócomo esperaban: el golpe de Estado no triunfó y lo quemás temían, y que en teoría era lo que querían evitar, larevolución social, llegó. Incubada durante décadas esaalternativa radical elaborada por las clases populares, tra-bajadores y campesinos, se desarrolló tras el fracaso gol-pista que se llevó por delante, momentáneamente, nosólo a gran parte del Estado republicano sino al caciquis-mo político, social y económico existente. El mundo

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nuevo parecía posible, de hecho estaba surgiendo comodeclaró Buenaventura Durruti a un periodista canadiensey ha terminado por convertirse en lema de camisetas.

Muchos anarquistas habían recelado del poder delas estructuras sindicales y de su comportamiento en losmomentos revolucionarios. En 1936 iban a tener motivospara hacerlo aún más. Educados en principios anti-auto-ritarios y negándose a proclamar una dictadura ácrata enlas zonas en las que pudo hacerlo la CNT se zambulló enun colaboracionismo gubernamental en el que las reglasdel juego eran muy diferentes de las de que estaba acos-tumbrada. Así la revolución española, la que volvió a des-pertar la ilusión mundial defraudada en 1917, iba a tragar-se a muchos de sus protagonistas e hijos. Entre ellos alpropio anarcosindicalismo. Cogidos en la pinza de la cola-boración, del dilema guerra-revolución, terminaron porser desplazados del centro de la vida social española. Apartir de ahora las decisiones la tomarían los partidospolíticos no los sindicatos. Los sucesos de mayo de 1937en Cataluña lo pusieron de manifiesto. Tres meses des-pués, la disolución de las colectividades aragonesas termi-nó de poner la guinda al pastel de la recuperación delpoder estatal.

No queridos por nadie, el mundo libertario fueninguneado y vilipendiado por todos. Los rebeldes, quesabían era el adversario a batir, lo ignoraba -el enemigoera Rusia, el comunismo internacional- y le lanzaba can-tos de sirena que los más débiles pudieron oír. El Estadorepublicano les endilgó la responsabilidad de todos losexcesos, de ser incontrolados, de actuar como una tribu yde la responsabilidad de que la guerra se perdiera por susreticencias, aventurismos, indisciplinas y deserciones.Como si sólo hubiera existido el doctor Muñiz y noGarcía Atadell o los que hicieron desaparecer a Nin.Incluso en ese saco entraron quienes, como MelchorRodríguez, se aprestaron a construir antes que destruir.¿Que salvó a cientos de fascistas de ser asesinados? Algooscuro habría. En el peor de los casos, ¿no hubiera sidomejor que Agustín Muñoz Grandes, el primer jefe de lamuy republicana Guardia de Asalto, hubiera muerto?Además, fue "casadista" y, por tanto, un traidor.

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En 1938 no quedaba ni rastro de la fiesta en lacalle. Del pueblo en armas se había pasado al ejércitopopular que se enfrentaba, con escaso apoyo internacio-nal, a los sublevados y a sus aliados alemán e italiano. Lasdemocracias occidentales no se fiaban de la española. Esverdad que se había reconducido la impresentable revolu-ción veraniega, que la normalidad institucional se asenta-ba cada vez más, más allá de la parafernalia de gestos,insignias y banderas. Pero no era suficiente para que rom-pieran la farsa del Comité de No Intervención. ¿Qué con-taba España en el tablero europeo donde se jugaban otraspartidas más importantes? De momento toca el tiempode contentar a la fiera y si se quiere hacer un sombrerocon la piel de toro española que se lo haga. Están segurosque Stalin tampoco arriesgará más de lo necesario. ¿Quécara se le quedaría a alguno cuando en el campo de con-centración francés se enteró del pacto de no agresión quehabían firmado Molotov y Von Ribbentrop?

Fueron los meses en los que se luchó para sobre-vivir. Algunos anarcosindicalistas, otra vez en celdas ycampos de trabajo, pudieron hasta imaginar que quizás loque se decía de la crueldad fascista eran exageraciones ylo mejor que podía pasar era que todo terminara. A fin decuentas casi todo volvía ser como antes. Pero, ¿cómo sehacía? A la hora de las victorias faltan grandes angularespara que la fotografía pueda recoger a todos los que quie-ren salir. En las derrotas hay que buscarlos, obligarles e,incluso, buscar al cabeza de turco que pague el pato. LaCNT se había dejado todo en el empeño: ideales, poder,militantes, prestigio. Ahora sus comités intentaban evitarla desbandada. Sabían que había muchos que no sóloestaban descontentos sino incluso dispuestos a tirar latoalla. Estaban seguros de que serían los últimos en cogerun puesto en el tren, coche, avión, barco que les llevara alugar seguro.

Tras la pérdida de Cataluña parte de la CNT sesumó al carro de Casado. También lo hicieron sectoressocialistas. Confiaban en que los apoyos diplomáticos delos que hablaba el coronel lograran que los rebeldes cum-plieran sus promesas si las hacían. El fin se acercaba ytodos lo sabían. Incluso quienes se desgañitaban que

Ni su vivienda se libraba de los bombardeos.Melchor observa los daños del obús en su casa

del Paseo de Recoletos, 21.Foto: Alfonso Sánchez Portela (Alfonso)

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había que continuar que, pronto estallaría la guerra enEuropa y todo cambiaría. No había quien dejara de pre-parar su salida. Se disponían a pasar a la historia comotraidores de un régimen que les persiguió y encarceló. Elpapel de víctimas, de héroes caídos, quedaba para otros.A fin de cuentas ¿qué otro podían tener los anarquistas?Así que fue uno de ellos el que entregó Madrid a lossublevados.

Exhausta, maltrecha, dividida, habiéndosele esca-pado el mundo nuevo por entre los dedos, la CNT se dis-puso a afrontar los nuevos tiempos tan negros como lasnubes de las tormentas de su canción más popular. Alamargo regusto de la derrota había que añadir que esta-ban solos. Ni en España ni en el exilio nadie les quería.Como diría un anarquista ante las quejas de lo mal quehabían sido recibidos en Francia, ¿cómo pensaban que loiban a hacer? Eran revolucionarios, los que tenían cuer-nos y rabo, los que iban a quitar las cosas a los demás. Seles temía cuando tenían fuerza, ahora que no, lo mejorque les podía pasar era que les olvidaran. En España tam-bién la mayoría quería olvidar. Los vencedores no dabantregua. El rojo que no había podido huir y salvado la vidatenía que resignarse a morir socialmente, a padecer el exi-lio interior, acostumbrarse a sobrevivir.

Aunque también los hubo que se negaron. En lospropios campos de concentración comenzaron a reorga-nizarse. Como el comité de Esteban Pallarols que creóuna empresa de frutas tapadera para cobijar a los másperseguidos. Apenas duró siete meses antes de que fueradetenido y fusilado. Además estaban las diferenciasentre los que se quedaban en el interior y los del exte-rior, los del exilio. Los primeros querían ante todo queterminara la dictadura franquista, daba igual como fuera,lo importante era que amaneciera de nuevo. Entre lossegundos había quienes reflexionaban hasta donde leshabía conducido las actitudes de los años anteriores, semostraban intransigentes con las renuncias ideológicas yferozmente anticomunistas. Finalmente estalló la guerraen Europa. Más aún se hizo mundial tras el bombardeojaponés de la base norteamericana de Pearl Harbor endiciembre de 1941.

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Para entonces muchos anarcosindicalistas exilia-dos estaban en los batallones de trabajadores franceses,en las tropas de los aliados, ocultos o trasladados a loscampos de exterminio. En el interior, la retórica fascista eimperial inundaba todo y la División Azul ayudaba a lastropas nazis a acabar con el comunismo en Rusia. Prontolas cosas empezaron a torcerse, ni Hitler ni Mussoliniestaban dispuestos a dar a Franco el papel que correspon-día al imperio hispano ni, poco a poco, quedó tan claroque las corruptas y decadentes democracias occidentalesiban a hincar la rodilla ante el Tercer Reich y, muchomenos, la cabeza del oso ruso decoraría una sala delReichstag.

Primero tímidamente durante 1942 y después deforma más abierta a partir de 1943 el anarcosindicalismodespertó en España. Los sindicatos cenetistas se reorga-nizaron de Galicia a Andalucía, de Extremadura aCataluña y la guerrilla se recrudeció contando con másapoyo. Aunque poco se notaban estos cambios en las cár-celes y sentencias de consejos de guerra. Al contrario serecrudeció la represión. Los enlaces de la guerrilla eranasesinados en pleno campo, los guerrilleros rematados ylas cárceles seguían llenas a pesar de que, para su propiogobierno y las necesidades del país, de vez en cuando, eldictador promulgaba un indulto que permitía a algunosincorporarse a la sociedad del brazo levantado y el puñoabierto .

El corazón de millones de españoles se esperanza-ba al ritmo de las victorias aliadas y el empeño, olvidandolo ocurrido hacía tan poco, por creerse que, ahora sí, queahora Francia, Inglaterra, Estados Unidos no iban a per-mitir que quedara en pie una dictadura tan sangrienta. Elmismo sentimiento de los miles de exiliados que, en lastropas inglesas, rusas y francesas, dejaban sus vidas. LaCNT hasta llegó a no hacerle ascos a una alianza con losmonárquicos del hijo de Alfonso XIII que podía encabe-zar una alternativa aceptable para los vencedores. Porquesi algo estaba claro entre 1945 y 1947 es que las potenciasque reordenaban el mundo no creían necesario que laEspaña de Franco dejara de ser un problema más quepara los propios españoles. Incluso había quienes, como

En la cárcel de Porlier, antes de ser juzgadoen consejo de guerra por los vencedores.

Foto: Alfonso Sánchez Portela (Alfonso)

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los Estados Unidos, se han fijado en que la penínsulaIbérica es un formidable portaviones de retaguardia parael caso de un avance incontenible del comunismo. Ya noes el fascismo el enemigo, ahora lo es el comunismo.Dentro de poco comenzará la guerra fría y en los despa-chos de la secretaría de Estado yanki se puede oír aquello,aplicado a Franco, de que será un hijo de puta pero es"su" hijo de puta.

Para que todo quede claro, las tropas norteameri-canas en Francia desarman a los españoles que se concen-traban en los departamentos cercanos a la frontera y lasnuevas autoridades francesas siguieron tirando de losdossier elaborados por Vichy para denegar el visado a losespañoles que abandonaron el hexágono cuando la ocu-pación. En el anarcosindicalismo, además, las diferenciasestallaron. El secretario del Comité Nacional del Interior,José Leyva, fue elegido para ocupar un puesto en el nuevogobierno republicano en el exilio. Fue la gota que colmóel vaso y se produjo la división. Mientras, en España, con-tactaban con la embajada del Reino Unido para sondearsu apoyo a un posible gobierno provisional de coalición.Pronto quedó claro que nadie iba a apoyar a los españo-les a desembarazarse de Franco. Más aún se temía a laincertidumbre que ello acarrearía en una Europa destro-zada por la guerra, hambrienta y en la que el comunismoparecía tener campo favorable.

Así que la policía franquista pudo continuar sulabor de destrucción de las estructuras clandestinas queuna y otra vez ponía la CNT en pie. Hasta que la que secreía inagotable cantera de militantes comenzó a darmuestras de agotamiento. Cada vez eran de mayor edad ymás conocidos y, por tanto, más fácil resultaba desarticu-lar sus comités. Además el apoyo disminuía. Muchos seretiraban a casa, agotados y desilusionados. Comenzabanlos años cincuenta y con ellos una serie de cambios quetransformaron la sociedad española y la aparición de unanueva oposición.

El franquismo abandonó sus sueños imperiales yde autarquía una vez que llevó al país a la ruina. Para quesaliera adelante no bastaban los pilares de la represión y la

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corrupción. Poco a poco fue incorporándose al mundocapitalista internacional. Se restablecieron las relacionesdiplomáticas y España fue admitida en los organismosinternacionales. El proceso culminó con su aceptacióncomo miembro de la ONU. Apenas tuvo que hacer con-cesiones de carácter político o social. Simples retoques defachada y algunos cambios de nombre de organismos querecordaban demasiado a los que comenzaban a ser viejostiempos. Emergían nuevos grupos económicos que libe-rales en la empresa no se sentían incómodos en el marcode la dictadura.

Quien menguó fue el anarcosindicalismo tras elesfuerzo de diez años de lucha en el interior. Exhausto,prácticamente desapareció como organización y la guerri-lla fue desmantelada o reprimida hasta el fin. Ademáscomenzaban a aparecer la generación que no había vividola guerra y era más anti-franquista que antifascista y, ape-nas, encontraba otra vía de actuación que la de la del inte-rior del sindicato vertical franquista. La CNT se opuso aese camino que fue aprovechado por los comunistas parair ocupando cada vez un mayor espacio sindical. Además,en el mundo bipolar de esos años y la machacona insis-tencia del régimen de definir como comunista a todoopositor, el anarquismo fue cada vez difuminándose yperdiendo el hilo cultural y social que le había permitidoresistir épocas adversas y otras clandestinidades. Unasituación que llevó a algunos cenetistas, mediados losaños sesenta, a querer detener la creciente influenciacomunista mediante un pacto con el propio verticalismofranquista. Es lo que se conoció como el "cincopuntis-mo". Encontró la oposición de los anarcosindicalistastanto del exterior como del interior. Después hubo queesperar unos años.

Una época estaba acabando. También la de la dic-tadura aunque todavía no lo pareciera. MelchorRodríguez y el general Franco eran de la misma quinta. Elprimero murió en 1972, el segundo tres años más tarde.Si con el primero terminó una época del anarcosindicalis-mo, con el segundo también lo hizo otra de España.Después nada volvió a ser igual. Aunque todavía hayademasiadas cosas que no hayan cambiado.

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Esta publicación en homenajea Melchol" Rodríguez

se terminó de imprimirel 23 de enero de 2009

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