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El mensaje de redención en Don Quijote...

Date post: 03-Nov-2018
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17 revista de la facultad de filosofía y letras E S T U D I O El mensaje de redención en Don Quijote 1 The message of redemption in Don Quixote Michael Joseph McGrath* Resumen En este trabajo se propone la existencia de un mensaje de redención en Don Quijote de la Mancha. Los personajes, sobre todo don Quijote y Sancho Panza, hablan de Dios y la doctrina de la Iglesia Católica dentro del contexto de sus aventuras a lo largo de la Primera Parte, de la que se trata principalmente este artículo. El genio cervantino imposibilita la existencia de una lectura definiti- va, y si se tiene en cuenta el ambiente religioso y social de la época, junto con la posibilidad de que los primeros lectores de la novela pudieran haber incluido a nuevos cristianos, no hay que descartar la posibilidad de un mensaje religioso. Palabras clave: Concilio de Trento, el humanismo, la espiritualidad jesuita, don Quijote, Sancho Panza, moros, Islam. Abstract In this article I propose that Don Quijote de la Mancha may be read as a treatise on redemption in which Cervantes, within the context of the knight’s adventu- res, surreptitiously exhorts his readers to develop a more profound relationship with God. The characters, especially Don Quixote and Sancho Panza, make refe- rence to God and the doctrines of the Catholic Church numerous times throug- hout Part One, which is the focus of this article. Cervantes’ genius produced a novel with many possible interpretations, and if we consider the social and re- ligious environment of Cervantes’ time, in addition to the possibility that the earliest readership of the novel included New Christians, I believe this reading of the novel is plausible. Key Words: Council of Trent, Humanism, Jesuit spirituality, Don Quixote, San- cho Panza, Moors, Islam. La Iglesia Católica respondió decisivamente después de que el sacerdote Mar- tín Lutero pusiera sus noventa y cinco tesis contra las indulgencias en la puer- ta del castillo de Wienberg el 31 de octubre de 1517. 2 Luego de varios años en los que los líderes de la Iglesia Católica intentaron llegar a un acuerdo ecumé- nico con los líderes protestantes, la Iglesia Católica reunió el Concilio de Trento el 13 de diciembre de 1545. Los asistentes incluían cuatro arzobispos, veintiún obispos, cuarenta y dos teólogos y nueve abogados canónigos. El Concilio de * Georgia Southern University (EE.UU.) 1. Me limito a tratar solamente de la Primera Parte de la obra por cuestiones de espacio. 2 Quisiera expresar mi agradecimiento a José Manuel Hidalgo por leer este artículo y por sus valiosas sugerencias. <?>
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revista de la facultad de filosofía y letras

E S T U D I O

El mensaje de redenciónen Don Quijote1

The message of redemption in Don Quixote

Michael Joseph McGrath*

ResumenEn este trabajo se propone la existencia de un mensaje de redención en Don Quijote de la Mancha. Los personajes, sobre todo don Quijote y Sancho Panza, hablan de Dios y la doctrina de la Iglesia Católica dentro del contexto de sus aventuras a lo largo de la Primera Parte, de la que se trata principalmente este artículo. El genio cervantino imposibilita la existencia de una lectura definiti-va, y si se tiene en cuenta el ambiente religioso y social de la época, junto con la posibilidad de que los primeros lectores de la novela pudieran haber incluido a nuevos cristianos, no hay que descartar la posibilidad de un mensaje religioso.

Palabras clave: Concilio de Trento, el humanismo, la espiritualidad jesuita, don Quijote, Sancho Panza, moros, Islam.

AbstractIn this article I propose that Don Quijote de la Mancha may be read as a treatise on redemption in which Cervantes, within the context of the knight’s adventu-res, surreptitiously exhorts his readers to develop a more profound relationship with God. The characters, especially Don Quixote and Sancho Panza, make refe-rence to God and the doctrines of the Catholic Church numerous times throug-hout Part One, which is the focus of this article. Cervantes’ genius produced a novel with many possible interpretations, and if we consider the social and re-ligious environment of Cervantes’ time, in addition to the possibility that the earliest readership of the novel included New Christians, I believe this reading of the novel is plausible.

Key Words: Council of Trent, Humanism, Jesuit spirituality, Don Quixote, San-cho Panza, Moors, Islam.

La Iglesia Católica respondió decisivamente después de que el sacerdote Mar-tín Lutero pusiera sus noventa y cinco tesis contra las indulgencias en la puer-ta del castillo de Wittenberg el 31 de octubre de 1517.2 Luego de varios años en los que los líderes de la Iglesia Católica intentaron llegar a un acuerdo ecumé-nico con los líderes protestantes, la Iglesia Católica reunió el Concilio de Trento el 13 de diciembre de 1545. Los asistentes incluían cuatro arzobispos, veintiún obispos, cuarenta y dos teólogos y nueve abogados canónigos. El Concilio de

* Georgia Southern University (EE.UU.)1. Me limito a tratar solamente de la Primera Parte de la obra por cuestiones de espacio.2 Quisiera expresar mi agradecimiento a José Manuel Hidalgo por leer este artículo y por sus valiosas sugerencias.

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Trento se reunió tres veces entre el 13 de diciembre de 1545 y el 4 de diciembre de 1563, y durante este tiempo, hubo veinticinco sesiones. El Concilio de Trento promulgó varios decretos que aclararon y reafirmaron el dogma y la doctrina de la Iglesia Católica, incluyendo el Pecado Original, la Justificación, la Sagra-da Eucaristía, la Penitencia y las Indulgencias. Durante la última sesión, el Con-cilio decretó que tanto los líderes laicos como eclesiásticos tenían la obligación de que se respetaran los decretos del Concilio:

Decreta en consecuencia, y manda que todos deben observar exactamente los sagrados cánones, y todos los concilios generales, así como las demás cons-tituciones Apostólicas, hechas a favor de las personas, y libertad eclesiástica, y contra sus infractores; las mismas que también renueva en todo por el presente decreto. Por tanto, amonesta al Emperador, a los Reyes, Repúblicas, Príncipes, y a todos, y cada uno, de cualquier estado, y dignidad que sean, que a propor-ción que más ampliamente gocen de bienes temporales, y de autoridad sobre otros, con tanta mayor religiosidad veneren cuanto es de derecho eclesiástico, como que es peculiar del mismo Dios, y está bajo su patrocinio; sin que permi-tan que le perjudiquen ningunos Barones, Potentados, Gobernadores, ni otros señores temporales, o magistrados, y principalmente sus mismos ministros; an-tes por el contrario procedan severamente contra los que impiden su libertad, inmunidad y jurisdicción, sirviéndoles ellos mismos de ejemplo para que tri-buten veneración, religión y amparo a las iglesias; imitando en esto a los mejo-res, y más religiosos Príncipes sus predecesores, quienes no sólo aumentaron con preferencia los bienes de la Iglesia con su autoridad y liberalidad, sino que los vindicaron de las injurias de otros. Por tanto cuide cada uno en este punto con esmero del cumplimiento de su obligación, para que con esto se pueda ce-lebrar devotamente el culto divino, y permanecer los prelados y demás cléri-gos en sus residencias y ministerios, con quietud y sin obstáculos, con fruto y edificación del pueblo.3

Debido a los decretos del Concilio de Trento y la lucha contra la Reforma Protestante, la cultura religiosa popular de la España del Siglo de Oro llegaría a formar una parte esencial de la sociedad entera; la devoción a la Eucaristía, por ejemplo, se manifestaría tanto en las parroquias como al nivel cívico con cele-braciones que incluían procesiones religiosas, sobre todo las del Corpus Christi. La veneración de días santos eran tan numerosas en Castilla a finales del siglo xvi que casi un día de cada cuatro era una fiesta religiosa. Una gran cantidad de literatura devocional de San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, Santa Te-resa de Ávila, Ignacio de Loyola, Luis de Granada y Alonso de Madrid, entre muchos otros escritores espirituales, también definió a España como defenso-ra apasionada en contra de la Reforma Protestante en Europa y la presencia de una población numerosa de moriscos dentro de sus propias fronteras.

Se publicó Don Quijote (el Primer Tomo en 1605 y el Segundo Tomo en 1615) durante los años en los que se expulsó de España a los moriscos, o los moros que se habían convertido al cristianismo falsamente. El Rey Felipe III apoyó la expulsión de los moriscos, y el arzobispo Juan de Ribera de Valencia, quien era uno de los partidarios más fuertes de la expulsión, explicó el porqué en un sermón que dio el 27 de septiembre de 1609. Según la historiadora He-len Rawlings, el arzobispo Ribera se refirió al deshonor que padecían muchos cristianos debido a su coexistencia forzada con infieles y su necesidad de agra-

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dar a Dios, tolerando esta coexistencia durante mucho tiempo (94). También, según Rawlings, la Iglesia llevó a cabo la expulsión para satisfacer los deseos de los españoles católicos (23).

La identidad religiosa de Miguel de Cervantes se desarrolló dentro de estas complicadas circunstancias religiosas, y aunque no se sabe mucho de la tem-prana vida de Cervantes, se aventura que pasó sus años de infancia y adoles-cencia en Valladolid, Córdoba, Sevilla y Madrid. De joven, Cervantes estudió en colegios jesuitas, donde aprendería los medios por los que la Compañía de Jesús defendía la fe:

las predicaciones, las lecciones públicas, las confesiones, los ejercicios espirituales, la enseñanza de la doctrina cristiana a los niños y a los más ignorantes de entre los alumnos, la atención espiritual a los desatendidos (presos en la cárcel y enfermos en los hospitales)

[…] Era el resumen de todos los trabajos que la Compañía de Jesús iba a realizar.4

En 1568, Cervantes fue estudiante del humanista Juan López de Hoyos, quien fue catedrático en el Estudio de la Villa. López de Hoyos introdujo al joven Cer-vantes a las lecturas del humanista Erasmo, cuya espiritualidad se centraba en una relación con Dios basada en la experiencia personal. En este sentido y tenien-do en cuenta el contexto sociocultural antes mencionado, propongo la posibili-dad de leer El Quijote como un tratado de redención en el que Cervantes predica a sus lectores que entren en una relación más profunda con Dios.

Cervantes aborda el papel de Dios en la vida a lo largo de varios capítulos de la Primera Parte. En I, 8, por ejemplo, Sancho manifiesta su fuerte creencia en la presencia de Dios dentro de su propia vida. Después de ver a don Quijo-te tumbado en el suelo y sin poder moverse a causa de su batalla con el molino de viento, Sancho exclama, “¡Válame Dios!” (I, 8; 168). De nuevo, Sancho solici-ta la ayuda de Dios―“Dios lo haga como puede” (I, 8; 168)―después de oírle a don Quijote explicar cómo el sabio Frestón transformó los gigantes en molinos de viento. Sancho repite su fe en Dios y reconoce el papel que tiene en la vida del ser humano poco después de la batalla cuando don Quijote le explica cómo piensa reemplazar la espada que se rompió en la batalla:

Don Quijote: ―Yo me acuerdo haber leído que un caballero español llamado Die-go Pérez de Vargas, habiéndosele en una batalla roto la espada, desgajó de una en-cina un pesado ramo o tronco, y con él hizo tales cosas aquel día y machacó tantos moros, que le quedó por sobrenombre Machuca, y así él como sus descendientes, se llamaron desde aquel día en adelante Vargas y Machuca. Hete dicho esto por-que de la primera encina o roble que se me depare, pienso desgajar otro tronco tal y bueno como aquel que me imagino, y pienso hacer con él tales hazañas, que tú te tengas por bien afortunado de haber merecido venir a verlas, y a ser testigo de co-sas que apenas podrán ser creídas. (I, 8; 169)Sancho: ―A la mando de Dios […] (I, 8; 169)

En I, 13, uno de los pastores con quien don Quijote viaja al funeral de Gri-sóstomo se pregunta porqué los caballeros andantes se encomiendan a sus da-mas pero no se entregan a Dios antes de entrar en una batalla que les pueda costar la vida:

4 Javier Burrieza Sánchez, “Retrato del jesuita”, Los jesuitas en España y el mundo hispánico, coord. Teófanes Egido (Madrid: Marcial Pons Historia, 2004) 31.

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[…] pero una cosa, entre otras muchas, me parece muy mal de los caballeros andan-tes, y es que, cuando se ven en ocasión de acometer una grande y peligrosa aven-tura, en que se vee manifiesto peligro de perder la vida, nunca en aquel instante de acometella se acuerdan de encomendarse a Dios, como cada cristiano está obli-gado a hacer en peligros semejantes; antes se encomiendan a sus damas con tanta gana y devoción como si ellas fueran su Dios: cosa que me parece que huele algo a gentilidad. (I, 13; 212) 5

Don Quijote informa al pastor que el caballero andante depende de su dama para inspirarse, pero esta creencia no significa que no se entregue a Dios:

―Señor―respondió Don Quijote―, eso no puede ser menos en ninguna manera, y caería en mal caso el caballero andante que otra cosa hiciese; que ya está en uso y costumbre en la caballería andantesca que el caballero andante que al acometer algún gran fecho de armas tuviese su señora delante vuelva a ella los ojos blanda y amorosamente, como que le pide con ellos le favorezca y ampare en el dudoso trance que acomete; y aun si nadie le oye, está obligado a decir algunas palabras entre dientes, en que de todo corazón se le encomiende; y desto tenemos innume-rables ejemplos en las historias. Y no se ha de entender por esto que han de dejar de encomendarse a Dios; que tiempo y lugar les queda para hacerlo en el discurso de la obra. (I, 13: 212)

El papel de don Quijote dentro de la novela no permite que Cervantes le conceda un rol evangelizador tan impactante como el de Sancho porque las “prácticas religiosas” de don Quijote se inspiran principalmente en las normas y el comportamiento de los caballeros andantes literarios.

La manera en la que Dios participa e interviene en la vida es una verdad manifiesta para las personas que creen en Él. Cervantes trata de este principio en I, 4 de una manera que posiblemente suene familiar a los lectores de la Pro-fesión de Fe de la Iglesia Católica. La Profesión de Fe, la cual afirmó el Concilio de Trento en la Tercera Sesión en el “Decreto sobre el símbolo de la fe”, requie-re que los creyentes creen sin ver:

Creo en un solo Dios, Padre omnipotente, criador del cielo y de la tierra, y de todo lo visible e invisible: y en un solo Señor Jesucristo, Hijo unigénito de Dios, y naci-do del Padre ante todos los siglos, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no hecho; consustancial al Padre, y por quien fueron cria-das todas las cosas; el mismo que por nosotros los hombres, y por nuestra salva-ción descendió de los cielos, y tomó carne de la virgen María por obra del Espíritu Santo, y se hizo hombre….6

Don Quijote, al ver a seis mercaderes de Toledo que van a Murcia para com-prar seda, se para en medio del camino y se prepara para otra aventura, di-ciéndoles a los mercaderes que no pueden pasar hasta que digan que Dulcinea es la mujer más hermosa del mundo. Los mercaderes están de acuerdo, pero primero quieren ver a Dulcinea para decidir si Dulcinea es en realidad la mu-jer más hermosa del mundo. En este momento, Don Quijote responde que una verdad manifestada no requiere que la persona vea lo que cree: “ ‘Si os lo mos-trara’—replicó don Quijote—, ‘¿qué hicierades vosotros en confesar una verdad tan notoria? La importancia está en que sin verla lo habéis de creer, confesar, afirmar, jurar y defender [. . .]’ (I, 4; 141)”. Carroll Johnson, un cervantista re-conocido por sus estudios psicoanalíticos sobre El Quijote, señala la relación de estas palabras―“creer, confesar, afirmar, jurar y defender”―con la enseñanza

5 Citas tomadas de Don Quijote de la Mancha, ed. John J. Allen, 27 ed. (Madrid: Cátedra, 2008). 6 http://multimedios.org/docs/d000436/p000001.htm#0-p0.2.1.1

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religiosa (12). La lectura de Johnson de este episodio se basa en la creencia de que los mercaderes son conversos y, por consiguiente, estas palabras de don Quijote evocan la tensión religiosa que existía entre los Viejos Cristianos y los Nuevo Cristianos.

De nuevo, Cervantes trata de la presencia de Dios en I, 26 y I, 28. Sancho repite su creencia en la omnipresencia de Dios en el mundo al responder al li-cenciado y al barbero, quienes le amenazan de acusarle del asesinato de don Quijote si no les dice dónde está el caballero andante: “―No hay para qué con-migo amenazas, que yo no soy hombre que robo ni mato a nadie: a cada uno mate su ventura, o Dios que le hizo [. . .]” (I, 26; 365). La formación jesuita de Cervantes incluiría los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, los cua-les se centran en la presencia de Dios y cuya influencia se ve de una manera evidente en el mundo. Las cartas de San Ignacio sobre la espiritualidad apos-tólica de encontrar a Dios en todo lo creado le permiten al santo explicar cómo Dios se relaciona de una manera muy íntima con las actividades de la vida dia-ria. Escribe que los seres humanos deben buscar a Dios en la vida diaria a tra-vés de las conversaciones, los paseos y en todo lo que se ve, se sabe y se oye, porque la Majestad Divina de Dios se encuentra realmente en todo. Luego, en I, 28, Dorotea está muy agradecida de que don Fernando no puede casarse con Luscinda, quien se desmaya durante la ceremonia y luego confiesa que está ca-sada con Cardenio. Dorotea piensa que sus fortunas se deben a la presencia di-vina, y cree que Dios le cuida:

Esto que supe, puso en bando mis esperanzas, y tuve por mejor no haber hallado a don Fernando, que no hallarle casado, pareciéndome que aún no estaba del todo cerrada la puerta a mi remedio, dándome yo a entender que podría ser que el cielo hubiese puesto aquel impedimento en el segundo matrimonio, por atraerle a cono-cer lo que al primero debía, y a caer en la cuenta de que era cristiano, y que estaba más obligado a su alma que a los respetos humanos. Todas estas cosas revolvían en mi fantasía, y me consolaba sin tener consuelo, fingiendo unas esperanzas largas y desmayadas, para entretener la vida, que ya aborrezco. (I, 28; 401-402)

La formación jesuita de Cervantes, sobre todo la espiritualidad de encon-trar a Dios en todo lo creado, se manifiesta en estos dos episodios de Sancho, quien sirve de portavoz espiritual de Cervantes a lo largo de la mayor parte de la novela.

El Concilio de Trento hizo un decreto de la Justificación en la Cuarta Sesión: Declara además, que el principio de la misma justificación de los adultos se debe tomar de la gracia divina, que se les anticipa por Jesucristo: esto es, de su llama-miento, por el que son llamados sin mérito ninguno suyo; de suerte que los que eran enemigos de Dios por sus pecados, se dispongan por su gracia, que los excita y ayuda para convertirse a su propia justificación, asintiendo y cooperando libre-mente a la misma gracia; de modo que tocando Dios el corazón del hombre por la iluminación del Espíritu Santo, ni el mismo hombre deje de obrar alguna cosa, ad-mitiendo aquella inspiración, pues puede desecharla; ni sin embargo pueda mo-verse sin la gracia divina a la justificación en la presencia de Dios por sola su libre voluntad. De aquí es, que cuando se dice en las sagradas letras: Convertíos a mí, y me convertiré a vosotros; se nos avisa de nuestra libertad; y cuando respondemos: Conviértenos a ti, Señor, y seremos convertidos; confesamos que somos preveni-dos por la divina gracia.7

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Cervantes trata de este compromiso en I, 25. Al contradecir don Quijote la creencia de Cardenio de que el maestro Elisbat y la reina Madáisma, am-bos personajes de Amadís de Gaula, eran amantes, Sancho habla de la justifica-ción ante Dios:

―Ni yo lo digo ni lo pienso―respondió Sancho―; allá se lo hayan; con su pan se lo coman. Si fueron amancebados o no, a Dios habrán dado la cuenta. De mis viñas vengo, no sé nada; no soy amigo de saber vidas ajenas; que el que compra y mien-te, en su bolsa lo siente. Cuanto más, que desnudo nací, desnudo me hallo: ni pier-do ni gano; más que lo fuesen, ¿qué me va a mí? Y muchos piensan que hay tocinos y no hay estacas. Mas ¿quién puede poner puertas al campo? Cuanto más, que de Dios dijeron. (I, 25; 342)

A través de los episodios ya citados, Cervantes afirma la existencia induda-ble de Dios y su papel salvífico en la vida del ser humano. Cada creyente tiene que asumir la responsabilidad de sus acciones porque tendrá que justificarse ante Dios tarde o temprano.

Cervantes escribe de la merced de Dios, y sobre todo de la virtud del per-dón, en I, 15. Al informar don Quijote a Sancho de que el escudero debería sacar su espada para defenderse del ataque de cualquier agresor menos un caballe-ro, ya que las leyes de la caballería dictan que solamente el caballero puede en-frentarse a otro caballero, Sancho le explica a don Quijote que el perdón es la respuesta más prudente:

Señor, yo soy hombre pacífico, manso, sosegado, y sé disimular cualquiera inju-ria, porque tengo mujer e hijos que sustentar y criar. Así, que séale a vuestra mer-ced también de aviso (pues no puede ser mandato) que en ninguna manera pondré mano a la espada, ni contra villano, ni contra caballero; y que, desde aquí para de-lante de Dios, perdono cuantos agravios me han hecho y han de hacer, ora me los haya hecho, o haga, o haya de hacer, persona alta o baja, rico o pobre, hidalgo o pe-chero, sin exceptuar estado ni condición alguna. (I, 15: 232)

Don Quijote contradice a Sancho, diciéndole que de no cambiar sus creen-cias, no sería capaz de ser ni caballero ni el gobernador de una isla, el puesto que Don Quijote le promete a Sancho si le acompaña en sus aventuras: “[. . .] y así, es menester que el nuevo posesor tenga entendimiento para saberse go-bernar y valor para ofender y defenderse en cualquiera acontecimiento” (I, 15; 233). Sancho, sin embargo, acordándose de las varias aventuras desdichadas que les han pasado a él y a don Quijote, solicita la merced de Dios si les espera otra aventura como las anteriores:

Señor, ya que estas desgracias son de la cosecha de la caballería, dígame vuestra merced si suceden muy a menudo, o si tienen sus tiempos limitados en que acae-cen; porque me parece a mí que a dos cosechas quedaremos inútiles para la terce-ra, si Dios, por su infinita misericordia, no nos socorre. (I, 15; 232)

En este sentido se observa cómo Sancho depende mucho de su fe, y salta a la vista que Dios es su guía y defensor.

La religiosidad de don Quijote se manifiesta de vez en cuando. En I, 17, por ejemplo, Don Quijote “consagra” un bálsamo que cree que le curará de las he-ridas que recibió cuando el cuadrillero de la Santa Hermandad le dio en la ca-beza con un candil lleno de aceite:

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En resolución, él tomó sus simples, de los cuales hizo un compuesto, mezclándolos todos y cociéndolos un buen espacio, hasta que le pareció que estaban en su punto. Pidió luego alguna redoma para echallo, y, como no la hubo en la venta, se resolvió de ponello en una alcuza o aceitera de hoja de lata, de quien el ventero le hizo gra-ta donación. Y luego dijo sobre la alcuza más de ochenta paternostres y otras tan-tas avemarías, salves y credos, y a cada palabra acompañaba una cruz, a modo de bendición [. . .]. (I, 17; 250)

Este acto evocará en los lectores de la novela la Oración Eucarística que el sacerdote reza durante la Transubstanciación cuando el pan y el vino se con-vierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo durante la Misa. Después de rezar para que el Espíritu Santo se baje sobre el pan y el vino, el sacerdote hace la se-ñal de la santa cruz sobre el Cuerpo y la Sangre.

Don Quijote manifiesta su fe religiosa de nuevo en I, 26 a la hora de aislar-se en la Sierra Morena para realizar actos de devoción hacia Dulcinea. El ca-ballero se propone imitar a Amadís de Gaula, quien, por verse desdeñado de su señora Oriana, se retira a una montaña en la compañía de un ermitaño para encomendar su alma a Dios. En este momento, Don Quijote se pregunta cómo rezar igual que Amadís de Gaula:

En esto, le vino al pensamiento cómo le haría, y fue que rasgó una gran tira de las faldas de la camisa, que andaban colgando, y diole once ñudos, el uno más gordo que los demás, y esto le sirvió de rosario el tiempo que allí estuvo, donde rezó un millón de avemarías. Y lo que le fatigaba mucho era no hallar por allí otro ermita-ño que le confesase y con quien consolarse [. . .]. (I, 26; 362)

Cuando una persona reza las oraciones del Rosario, sobre todo el Ave Ma-ría, medita sobre los misterios de la fe y la redención. Aunque se puede suge-rir que este acto de devoción de don Quijote se basa más en su deseo de imitar a Amadís de Gaula que en su propia religiosidad, o que el “millón de avema-rías” es una crítica de las oraciones formulaicas de la Iglesia, este episodio, in-cluyendo el deseo de don Quijote a confesarse, contribuye al ambiente religioso de la novela desde una posible apreciación satírica.

Cervantes describe a los moros y el Islam como las fuerzas enemigas de la Cristiandad en I, 18. Don Quijote cree que las grandes y espesas polvaredas que se acercan a don Quijote y Sancho son dos ejércitos a punto de enfrentarse. El caballero andante explica que el que lidera uno de los ejércitos es el empera-dor Alifanfarón, señor de la isla de Trapobana; el que lidera el otro ejército es Pentapolín del Arremangado Brazo, llamado así porque siempre entra en las batallas con el brazo derecho desnudo. Don Quijote le explica a Sancho que el conflicto se debe a diferencias religiosas, intensificadas por el amor que la hija de Alifanfarón siente por Pentapolín:

―Quiérense mal―respondió don Quijote―porque este Alifanfarón es un furibun-do pagano, y está enamorado de la hija de Pentapolín, que es una muy fermosa y además agraciada señora, y es cristiana, y su padre no se la quiere entregar al rey pagano si no deja primero la ley de su falso profeta Mahoma, y se vuelve a la suya. (I, 18; 259)

Al escuchar el motivo de la batalla, Sancho quiere participar: “ ‘―¡Para mis barbas’―dijo Sancho―, ‘si no hace muy bien Pentapolín, y que le tengo de ayu-dar en cuanto pudiere!’ (I, 18; 259)” Don Quijote le informa a Sancho que no hay ninguna norma caballeresca que le impida participar en una batalla religiosa: “―‘En eso harás lo que debes, Sancho’―dijo don Quijote―; ‘porque para en-

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trar en batallas semejantes no se requiere ser armado caballero.’ (I, 18; 259)” Don Quijote comienza a nombrar a todos los caballeros que participan en la batalla, pero cuando se acercan los dos ejércitos el uno frente al otro, Sancho se da cuen-ta de que todos los soldados que don Quijote acaba de describir de una mane-ra muy detallada (nombre, nacionalidad, aspecto físico) son en realidad ovejas y carneros. A través del humor de este episodio, Cervantes denuncia el Islam y su “profeta falso” Mahoma, y, a la vez, reafirma la fe cristiana como la verdadera.

El papel primordial que tiene la Virgen María en la “Historia del cautivo” se debe a una tradición mariana de la Edad Media que Cervantes conocería, se-gún la cual los cristianos dependían de la intercesión de la Virgen en sus con-flictos militares, sobre todo durante la Reconquista y la Batalla de Lepanto, en la que Cervantes participó heroicamente. De hecho, se tiene la constancia de que la imagen de la Virgen María estaba en las banderas de los barcos cristia-nos, y un teniente español escribió que la Virgen “peleó por nosotros”.8 Ade-más, se sabe también que Cervantes escribió poesía mariana durante los cinco años que estuvo preso en Argel.9

Mientras el cautivo estaba encarcelado en una prisión mora, Zoraida, la hija de Agi Morato, “un moro principal y rico” (I, 37; 537), informa al cautivo de que quiere escaparse a territorio cristiano (España). Zoraida se comunica a través de papeles escritos en los que declara su fuerte devoción por la Virgen María. Tanto Zoraida como el cautivo muestran una fuerte fe en la Virgen como intercesora y alaban a los cristianos. Zoraida le cuenta al cautivo que una escla-va cristiana de su padre le enseñó la “zalá cristianesca”, el Ave María. El cauti-vo, en su mensaje a Zoraida, se refiere a la Virgen María como “aquella bendita Marién, que es la verdadera madre de Dios y es la que te ha puesto en corazón que te vayas a tierra de cristianos, porque te quiere bien” (I, 40; 540). Al final del mismo mensaje, el cautivo exalta a los cristianos y denuncia a los moros: “A lo que dices que si fueres a tierra de cristianos, que has de ser mi mujer, yo te lo prometo como buen cristiano; y sabe que los cristianos cumplen lo que pro-meten mejor que los moros”. (I, 40; 540)

La llegada de Zoraida, una mujer vestida de mora (“cubierto el rostro con una toca; en la cabeza traía un bonetillo de brocado, y vestida una almalafa que desde los hombros a los pies la cubría”; I, 37; 512) a la venta llama la atención de Luscinda, Dorotea, la ventera, su hija y Maritornes. Dorotea sospecha que es mora, exclamando, “lo que no querríamos que fuese” (I, 37; 513). Después de preguntar Luscinda si la mujer está bautizada, el cautivo, quien llegó a la ven-ta con la mujer misteriosa, explica que a pesar de su ropa, la mujer “en el alma es muy grande cristiana” (I, 37; 513) pero no se le ha bautizado:

―No ha habido lugar para ello―respondió el cautivo―después que salió de Ar-gel, su patria y tierra, y hasta agora no se ha visto en peligro de muerte tan cercana, que obligase a bautizalla sin que supiese primero todas las ceremonias que nues-tra Madre la Santa Iglesia manda; pero Dios será servido que presto se bautice con la decencia que la calidad de su persona merece, que es más de lo que muestra su hábito y el mío. (I, 37; 513-514)

Cervantes no solamente afirma el Bautismo, el primero de los siete Sa-cramentos, pero lo hace de una manera que refleja la enseñanza eclesial de prepararse espiritualmente. El Concilio de Trento trató de la necesidad de com-

8 Amy Remensnyder, “Christian Captives, Muslim Maidens, and Mary”, Speculum 82 (2007): 647. 9 Remensnyder 643.

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prender bien el compromiso que significa el bautizarse en dos de los Cánones del Bautismo:

Can. VII. Si alguno dijere, que los bautizados sólo están obligados en fuerza del mismo Bautismo a guardar la fe, pero no a la observancia de toda la ley de Jesu-cristo; sea excomulgado.

Can. VIII. Si alguno dijere, que los bautizados están exentos de la observancia de todos los preceptos de la santa Iglesia, escritos, o de tradición, de suerte que no es-tén obligados a observarlos, a no querer voluntariamente someterse a ellos; sea ex-comulgado.10

Cuando Zoraida llega a España adopta el nombre María, a pesar de no es-tar bautizada.

El cautivo se fía de un renegado cristiano para traducir los mensajes de Zo-raida del árabe al español. Al enterarse de lo que piensan hacer Zoraida y el cautivo, el renegado promete ayudarles, aun si le cuesta la vida, porque quie-re reconciliarse con Dios:

Y diciendo esto, sacó del pecho un crucifijo de metal, y con muchas lágrimas juró por el Dios que aquella imagen representaba, en quien él, aunque pecador y malo, bien y fielmente creía, de guardarnos lealtad y secreto en todo cuanto quisiése-mos descubrirle, porque le parecía y casi adivinaba, que por medio de aquella que aquel papel había escrito había él y todos nosotros de tener libertad, y verse él en lo que tanto deseaba, que era reducirse al gremio de la santa Iglesia, su madre, de quien como miembro podrido estaba dividido y apartado, por su ignorancia y pe-cado. (I, 40; 539)

La reconciliación es necesaria para la justificación, y el Concilio de Tren-to trata de esta doctrina en el siguiente decreto de la Sexta Sesión titulado “De la necesidad que tienen los adultos de prepararse a la justificación, y de dón-de provenga”:

Declara además, que el principio de la misma justificación de los adultos se debe tomar de la gracia divina, que se les anticipa por Jesucristo: esto es, de su llama-miento, por el que son llamados sin mérito ninguno suyo; de suerte que los que eran enemigos de Dios por sus pecados, se dispongan por su gracia, que los excita y ayuda para convertirse a su propia justificación, asintiendo y cooperando libre-mente a la misma gracia; de modo que tocando Dios el corazón del hombre por la iluminación del Espíritu Santo, ni el mismo hombre deje de obrar alguna cosa, ad-mitiendo aquella inspiración, pues puede desecharla; ni sin embargo pueda mo-verse sin la gracia divina a la justificación en la presencia de Dios por sola su libre voluntad. De aquí es, que cuando se dice en las sagradas letras: Convertíos a mí, y me convertiré a vosotros; se nos avisa de nuestra libertad; y cuando respondemos: Conviértenos a ti, Señor, y seremos convertidos; confesamos que somos preveni-dos por la divina gracia.11

La creencia del renegado que se puede reconciliar con Dios después de quedarse “dividido y apartado, por su ignorancia y pecado” forma parte de la esperanza espiritual que forma parte del mensaje de redención en la novela.

Cervantes trata del estado del alma después de la muerte en I, 23 y I, 25. En I, 23, don Quijote y Sancho encuentran un cojín y una maletilla en la Sierra Morena. Un cabrero que también los vio les explica a don Quijote y Sancho que no quería tocarlos, temeroso de que sean una trampa del Diablo: “ ‘―También

10 http://multimedios.org/docs/d000436/p000002.htm#1-p0.6.1.311 http://multimedios.org/docs/d000436/p000001.htm#0-p0.4

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la hallé yo’―respondió el cabrero―; ‘mas nunca la quise alzar ni llegar a ella, temeroso de algún desmán y de que no me la pidiesen por de hurto; que es el diablo sutil; y debajo de los pies se le levanta allombre cosa donde tropiece y caya, sin saber cómo ni cómo no’”. (I, 23; 326)

En I, 25, antes de irse Sancho para que don Quijote haga su penitencia en la Sierra Morena, Sancho le dice a don Quijote que la penitencia de don Quijote es parecida al Purgatorio: “Y más le ruego: que haga cuenta que son ya pasados los tres días que me ha dado de término para ver las locuras que hace, que ya las doy por vistas y por pasadas en cosa juzgada, y diré maravillas a mi seño-ra; y escriba la carta y despácheme luego, porque tengo gran deseo de volver a sacar a vuestra merced deste purgatorio donde le dejo” (I, 25; 351). Don Quijo-te describe su penitencia, sin embargo, como un tipo de infierno, pero Sancho promete rescatarle después de visitar a Dulcinea, explicándole a don Quijote la diferencia entre el Infierno y el Purgatorio:

“[. . .] volveré por los aires, como brujo, y sacaré a vuestra merced deste purgatorio, que parece infierno y no lo es, pues hay esperanza de salir dél, la cual, como tengo dicho, no la tienen de salir los que están en el infierno, ni creo que vuestra merced dirá otra cosa” (I, 25; 352). En este sentido, la explicación de Sancho recordará a los lectores de la novela la enseñanza de la Iglesia Cató-lica con respecto a esta cuestión dogmática:

Habiendo la Iglesia católica, instruida por el Espíritu Santo, según la doctrina de la sagrada Escritura y de la antigua tradición de los Padres, enseñado en los sagrados concilios, y últimamente en este general de Trento, que hay Purgatorio; y que las almas detenidas en él reciben alivio con los sufragios de los fieles, y en especial con el aceptable sacrificio de la misa; manda el santo Concilio a los Obispos que cuiden con suma diligencia que la sana doctrina del Purgatorio, recibida de los santos Pa-dres y sagrados concilios, se enseñe y predique en todas partes, y se crea y conser-ve por los fieles cristianos.12

A su vez, Cervantes trata de una de las creencias fundamentales de la espi-ritualidad de San Ignacio en I, 49. Para San Ignacio, todas las personas son ca-paces de encontrar la santidad de la vida diaria. Sin embargo, la persona tiene que reconocer primero sus dones particulares y aprender cómo utilizarlos para servir a Dios. Al encontrarse fuera de la jaula, don Quijote reconoce que Dios le creó para un fin específico: “ ‘―Aún espero en Dios y en su bendita Madre, flor y espejo de los caballos, que presto nos hemos de ver los dos cual desea-mos: tú, con tu señor a cuestas, y yo, encima de ti, ejercitando el oficio para que Dios me echó al mundo’ (I, 49; 633)”. En estas palabras dirigidas a su caballo Rocinante, don Quijote también manifiesta su entendimiento del sufrimiento cristiano, el cual, según San Pablo, debería servir como instrumento por el que uno se acerca más a Dios:

Por eso, para que no creyera yo ser más de lo que soy, por haber recibido revelacio-nes tan maravillosas, se me dio un sufrimiento, una especie de espina clavada en el cuerpo, que como un instrumento de Satanás vino a maltratarme. Tres veces le he pedido al Señor que me quite ese sufrimiento; pero el Señor me ha dicho: “Mi amor es todo lo que necesitas; pues mi poder se muestra mejor en los débiles.” Así que me alegro de ser débil, para que en mí se muestre el poder de Cristo. Y me ale-gro también de las debilidades, los insultos, las necesidades, las persecuciones y

12 Primer Decreto de la última sesión del Concilio de Trento; http://multimedios.org/docs/d000436/p000005.htm#4-p0.14.1.1

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las dificultades que sufro por Cristo, porque cuando más débil me siento es cuan-do más fuerte soy. 13

Llegados a este punto y aunque propongo un mensaje de redención como uno de los subtextos de la novela, reconozco que el genio cervantino imposi-bilita la existencia de una lectura definitiva. Johnson cita como ejemplo de las posibles diferentes lecturas de un texto cervantino el drama La Numancia. Se escenificó la obra en Madrid en 1937 para inspirar a los partidarios de la Repú-blica en su guerra contra Franco. Luego, el gobierno de Franco representó La Numancia en 1956 para conmemorar la victoria sobre los mismos defensores de Madrid en 1937.14 Por ello, las numerosas referencias al catolicismo, sin embar-go, hacen posible la existencia de un mensaje de redención en El Quijote. Ade-más, si se tiene en cuenta el ambiente religioso y social de la época, junto con la posibilidad de que los primeros lectores de la novela pudieran haber incluido a nuevos cristianos (conversos), no hay que descartar la posibilidad de un men-saje religioso. De esta manera, es la interpretación de las referencias religiosas, y sobre todo la ironía cervantina, lo que determina si realmente el lector puede apreciar el mensaje de redención en la lectura de Don Quijote.

B I B L I O G R A F Í A

Cervantes, Miguel de. Don Quijote de la Mancha. Ed. John Jay Allen. 27⁰ ed. Madrid:

Cátedra, 2008.

Documentos del Concilio de Trento. http://multimedios.org/docs/d000436.

Johnson, Carroll. Don Quixote: The Quest for Modern Fiction. Prospect Heights, IL: Wave-

land Press, Inc., 1990.

La Santa Biblia con Deuterocanónicos. New York: American Bible Society, 1983.

Rawlings, Helen. Church, Religion, and Society in Early Modern Spain. New York: Palgrave,

2002.

Remensnyder, Amy. “Christian Captives, Muslim Maidens, and Mary”. Speculum 82 (2007):

642-677.

13 Corintios 12: 7-10. La Santa Biblia con Deuterocanónicos (New York: American Bible Society, 1983). 14 Johnson 11.

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