Date post: | 28-Mar-2016 |
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El tiempoy mis paranoiasIñaki Errasti Muñoa
A mi madre,que ama las 11:11 casi tanto como yo.
El tiempoy mis paranoias
Iñaki Errasti MuñoaCeinpro, 2012
Antes de nada, échale un vistazo al reloj. ¿Qué hora
es? Probablemente se te haya hecho tarde, o aun
queda un ratillo, o no hay manera de que avancen los
minutos. Probablemente esté cerca la hora de comer,
o de cenar, o de pasear con el crio, o de limpiarse los
dientes y salir pitando de casa, que el autobús no
espera.
Sin las horas, los minutos y los segundos, los días
serían un caos. Y la vida también, que no es más que
un gran saco repleto de ellos. No concebimos una
jornada sin mirar el reloj, ni siquiera cuando estamos
de vacaciones y le decimos a nuestra cabecita “hoy
sin prisas”. El tiempo es orden, y sin orden nos
cuesta vivir.
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1 Las cosasen orden
Sería realmente interesante que nos pudiéramos
sentar, café en mano, y charlar sobre el tema, “a ver
qué sale, a ver a dónde nos lleva”. Desgraciadamen-
te, ni se dará la ocasión, ni me siento con la capaci-
dad necesaria para activar mi lado filosófico; es un
momento de mi vida en el que mi fábrica de pensar
trabaja de manera exclusiva en el diseño de logoti-
pos, envases, carátulas de CD, bolsas… No damos
abasto, a pesar de la crisis.
Además, estoy aquí por otra cosa. Es interesante
esto del tiempo, la vida, la esclavitud y el cosmos.
Pero no voy por ahí. El tiempo, como término a tratar,
es la excusa perfecta para contar algo que me pertur-
ba desde hace algunos años, y aunque no tiene
mucho que ver con la parte más profunda del térmi-
no, lleva como protagonistas a las horas y a los minu-
tos.
Tómate un descansito antes de pasar la página. En
un rato estamos.
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¿Ya de vuelta? Me alegro. ¿Podrías volver a mirar la
hora? ¿Qué hora es? Estoy seguro de que no ha
pasado mucho tiempo desde la última vez. No pien-
ses que te intento marear, solo trato de explicar lo
que me pasa de la manera más práctica posible. Ya
lo verás.
No te voy a engañar, miro la hora muy a menudo. Y
quizás esto mismo sea la explicación más racional a
mi paranoia. Es lo que concluirás tu también: “Es
que, con todas esas veces que miras la hora,
normal”. No pretendo ser creíble, ni creído, ni mucho
menos comprendido. Probablemente tampoco lo
comprenda yo mismo, no se a qué me enfrento, o si
realmente esto es un enfrentamiento.
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2 Casualidadesde la vida
No puedo más que suponer.
¿Casualidad? Eso llegué a pensar, hace años ya,
cuando aún no imaginaba que la cosa se alargaría en
el tiempo. Y por variar, también ha variado en intensi-
dad, en frecuencia, y en claridad. Y ya no creo tanto
en las casualidades. Sería una casualidad tanta
casualidad. Valga la redundancia. Vivo estas sensa-
ciones con prudencia, expectación y aún con algo de
escepticismo. Es cuanto menos curiosa la forma en
la que las horas y los minutos llegan a mi, y me
avisan, o me advierten, o juegan, o yo que sé.
Y es la primera vez que lo plasmo sobre un papel. Lo
he hablado con conocidos e incluso con desconoci-
dos. Me han tomado por un estúpido y un farsante,
aunque los hay quienes han visto y vivido mi historia,
aunque fuese de manera paralela.
A pesar de ello, no me han dejado de considerar el
hombre “paranoias”, pero lo cierto es que en algunos
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casos me han pedido que zanjase el tema y callase.
Y no por hastío, sino por miedo.
En fin, las cosas que requieren un mínimo de sentido
hay que contarlas desde su origen. Seré honesto y
claro, y me arriesgo a que cambies tu percepción
sobre mi, para bien o para mal.
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Ya llevaba la mosca detrás de la oreja unos cuantos
meses. Miraba al reloj, y lo percibía. Lo miraba minu-
tos más tarde, y volvía a percibirlo. “Manda cojones”
pensaba entre mí. Incluso se lo llegué a comentar al
que, por aquel entonces, era mi pareja: “ala ala
flipado, no me seas paranoias”.
Una odiosa mañana de verano, de esas en las que te
levantas cuando tu cuerpo lo decide, me vestí y me
acordé que en el armario pequeño de la cocina aun
quedaban cruasanes de chocolate. Me teletransporté
hasta allí con un pequeño temor a que mi hermana,
astuta y veloz, hubiese dado muerte al último bollito
superviviente. Por aquel entonces la fortuna me
sonreía en el amor, pero me daba pataditas en el
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3 Despertarescon sorpresa
resto de cosas: Mi gozo en un pozo. Vislumbré la
mitad del cruasán flotando en un cuenco de Cola
Cao. Pero la traidora no era mi hermana sino su
madre (y la mía, obvio). Observé la escena del
crimen y ella me lanzó una mirada que fusionaba
lástima y venganza.
“Es que chico, vaya horas”. -Deduje que debían ser
más de las doce. – “Vaya pelos me llevas”. Me froté
el cuero cabelludo y le di una palmadita de buenos
días en el culo mientras alcanzaba el frigorífico.
“Oye Iñaki no sabes lo que me pasa
últimamente”-continuó- “Chico, debo de tener el reloj
biológico de puta madre porque día si y día también
me levanto a las 11:11”.
Palidecí.
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Llevaba pasándole ya desde hace unos meses,
exactamente igual que a mí. Ella lo percibía a la hora
de acostarse y levantarse: 23:23 por las noches,
11:11 por las mañanas. “El reloj del cuarto le anda de
culo” decía su chico.
Y lo cierto es que funcionaba a la perfección.
Mezclé en un bol el yogur de soja y unos All bran.
Intenté ordenar ideas y hacer una especie de resu-
men mental de mis experiencias. No le había dado ni
un ápice de importancia hasta esa misma mañana, y
no sabía muy bien como explicárselo. Ni siquiera se
como contarlo en estas líneas.
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4 Paranoia
No se si lo habrás hecho, pero te he pedido que mira-
ras la hora un par de veces. Si quieres, puedes volver
a hacerlo. Imagínate que en ambas ocasiones la hora
fuese par, mismo número en horas y en minutos. O
en su defecto, un número capicúa. Imagínate que
fuesen las 12:12 la primera vez, y las 12:21 la segun-
da. Probablemente no haya sucedido así, y de haber-
lo sido, dudo que te hubiese llamado la atención.
Y es que las primeras veces pasa desapercibido.
Pero cuando en un mismo día sucede constantemen-
te, cada vez que un impulso instintivo y cuasi incons-
ciente te hace mirar la hora y se repite la coinciden-
cia, día si y día también, uno se para en seco y le
empieza a dar vueltas al asunto.
La paranoia nació en el momento en que mi madre
me contó que a ella le sucedía exactamente lo
mismo.
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No estamos locos. Ni somos fanáticos de los temas
esotéricos, ni conocemos la numerología, ni nada por
el estilo. Es más, me considero algo escéptico ante
temas de carácter poco científico. Y mi madre
también. Nos lo tomábamos a cachondeo y lo contá-
bamos como anécdota. El misterio de la casualidad
extrema es un tema que encanta, sí o sí.
Pronto comenzamos a percibir que la frecuencia de
“casualidades” variaba: Había días en que las horas
y minutos pares y capicúas venían a mí constante-
mente, y otros en los que llegaba a olvidarme com-
pletamente del tema. La mujer de mi padre, psicóloga
ella, opina que he formado un complejo mecanismo
psicológico con el cual potencio estos sucesos:
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5 Subconsciente
simplemente, miro la hora inconscientemente como
lo hace todo el mundo, solo que al percibir una hora
de las características de las que he hablado, algo en
mi cabeza salta, como un fusible, y hace que me fije
en ella. Es una explicación racional que acepto.
Ahora bien, deduzco que mi maquinaria cerebral no
distingue entre épocas. Quiero decir, un auto reflejo
es permanente, está o no está, pero no va y vuelve.
Lo mio es como un catarro; viene, se queda unos
días, y adiós. O hasta la próxima. Además, si se trata
de un producto de mi subconsciente, ¿por qué mi
madre también?
Decidimos investigar.
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Mi madre tiene el trabajo que yo jamás desearía
desempeñar: es domadora de fieras preadolescen-
tes. Desde hace más de treinta años, amaestra y
enseña a pequeños seres inestables y energéticos.
Es un medio de vida infravalorado en mi opinión, que
estresa y exprime. Y el estrés y el agotamiento no los
puede uno dejar dentro del aula a las cinco de la
tarde como hace un mecánico con la llave inglesa o
un contable con su calculadora.
En el caos y la guerra diaria, mi madre combate
mano a mano junto a otros muchos profesionales.
Una de sus compañeras tiene un gran papel en la
historia que trato de contarte en este relato. Es una
15
6 Señora M
mujer. En mayúsculas. Una de esas tías con poderío,
a pesar de que no pasará del metro y medio de
altura. Tiene la virtud –en mi opinión lo es- de tener
una personalidad y un carácter arrolladores, es
sincera por naturaleza y su sentido del humor, entre
picante y gore, me aplasta.
La llamaremos “Señora M”.
Señora M, además de todo lo anterior, tiene una
especie de sexto sentido. Ella cree en asuntos de
energías y poderes que escapan a la razón. Y mi
familia ha sido testigo de algún que otro relato de
esta índole. Sobretodo mi madre, a la que el estrés y
el agotamiento del que hablaba hace un rato la
acabaron devorando.
Señora M la ayudó de una forma que aun a día de
hoy no podemos entender. Le dejo un casete de
relajación, de esos que intentan que el individuo se
teletransporte a un paraíso con olas del mar, brisa
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fresca, aroma a salitre y una sensación celestial.
Puso la cinta y siguió los consejos de la voz orgásmi-
ca que escapaba de los altavoces del aparato de
música.
De repente sintió paz.
Paz, tranquilidad, un nudo imposible que se deshace,
toneladas de peso sobre los hombros arrojados al
vacío. La forma de llamarlo es lo de menos. Según
acabó la cinta, Señora M, como si hubiese estado
observando el instante desde un agujerito, llamó a
casa. “¿Qué? ¿Mejor?”.
Lo gracioso es que el casete se había borrado com-
pletamente.
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No puedo hablar de sucesos que no he vivido en
primera persona. Aun así, podría narrar decenas de
experiencias acerca de Señora M que no servirían
más que para ponerte en antecedentes de lo que
describiré en las próximas líneas. Yo creo que ya te
has hecho una idea, y seguro que opinas que me he
ido por las ramas y que he dejado mi paranoia a un
lado para narrarte un episodio de escasa credibilidad,
como si de un capitulo de Cuarto Milenio se tratara.
Todo tiene un porqué.
Y es que, quiero presentarte a una persona. La cono-
cemos como Chantáll, aunque dudo de que ese sea
su verdadero nombre. Es intimísima de Señora M.
Seré honesto: ni mi madre ni yo sabemos apenas
18
7 Chantáll
nada de esa mujer, de hecho, la tememos en cierto
modo. Pero debo dedicarle un espacio en mi relato,
tal y como lo he hecho con M.
Chantáll es bruja. En su concepto más empresarial,
claro. Echa cartas, lee manos, prepara conjuros… y
cobra por ello. La estrecha relación que mantiene con
Señora M hace que, de rebote, sepamos de sus
hazañas, logros y triunfos esotéricos. Se dice que en
la vida conviene tener un amigo informático, otro
fontanero y otro electricista. Pues nosotros contamos
con Señora M, semi-bruja e íntima de una profesional
de las artes místicas. Ahí es nada.
Preocupados –ligeramente- con nuestro peculiar
duelo con el tiempo, mi madre decidió consultar a
Chantáll por medio de Señora M. No teníamos nada
que perder. Supimos que el mensaje había llegado a
su destino, pero, por hache o por be, no tuvimos una
respuesta en mucho tiempo. De hecho, era un tema
que, al parecer, a señora M no le agradaba en
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exceso. Esquivaba cada conversación, cada pregun-
ta. Hasta que por fin, la insistencia de mi madre, en
parte presionada por la mía propia, nos trajo la tan
ansiada respuesta.
“No te preocupes, es bueno. Tenéis cerca a personas
que os quieren mucho”
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Odio la ambigüedad con todas mis fuerzas. Está bien
eso de vivir la vida con un cierto toque misterioso,
pero en ocasiones el misterio te desconcierta. ¿Qué
narices significa eso de que tenemos cerca a perso-
nas que nos quieren mucho? Es obvio que sí, vamos,
eso quiero pensar. Pero mi pregunta es, ¿qué tiene
que ver eso con mis vivencias paranoicas?
En un acto de reflexión y contextualización, mi maca-
bra mente llegó a barajar la posibilidad de que habla-
se de personas que ya no están entre nosotros, de
familiares o amigos que partieron, de ángeles de la
guarda. No creo en el cielo y el infierno, ni en puertas
de oro sobre nubes custodiadas por guardianes con
aspecto viejo y desaliñado, ni mucho menos en
21
8 Fantasmas
demonios de patas de cabra y lanza de tres puntas.
Pero siempre he fantaseado con la idea de que
puedan existir energías que nos ayuden a dar pasitos
en la vida, que sean causa de esos arrebatos con los
que, sin saber muy bien por qué, cambiamos a última
hora una idea o intención que habíamos decidido tras
un largo proceso de meditación. Guías espirituales,
o, valga la redundancia, ángeles de la guarda. Suena
mejor esto último.
Y, ojo. Hablo de fantasear. El simple hecho de imagi-
nar seriamente que puedo tener entes místicos pulu-
lando alrededor mio, por muy benévolos que fueran,
me pone los pelos de punta. Y si los tengo, por favor
pido a quien se le tenga que pedir, que nunca se me
presenten o algo por el estilo. Menudo patatús.
La cosa es que Chantáll, más que arrojar luz sobre el
asunto, lo nubló, lo enredó e incluso le dio un aire
oscuro y tétrico que no nos hizo demasiada gracia.
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Mi paranoia empezaba a escapar a la razón y se
acercaba a lo desconocido. Casualidad por mistici-
dad.
Ahora existía la posibilidad de que el tiempo, las
horas y los minutos, fueran señales, advertencias,
consejos encriptados. Ayudas. De vete tu a saber
qué o quién.
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Y como tal me lo tomé. Eso si, le resté todo el peso
mágico a la historia. Nada de entidades de universos
paralelos ni fantasmas de ultratumba. Descubrí que
mis batallitas con las horas y los minutos iban intensi-
ficándose exponencialmente hasta que desemboca-
ban en algún suceso importante.
No se si debería contar con detalle y por escrito el
episodio que marcó un antes y un después en mi
paranoia. Es un pasaje de mi vida que prefiero guar-
dar bajo llave. Pero, de alguna forma, le dio la vuelta
a la historia y forjó el significado que tanto ansiaba
encontrar. Haré un resumen de ideas.
El episodio del que hablo se alargó durante dos
24
9 Lecciones y autocontrol
semanas intensas en las que, cada vez que miraba el
reloj, ya fuese premeditadamente o inconsciente-
mente, chocaba de frente con números par o
capicúas. Como nunca antes había sucedido.
Frecuente y descarado. Si se trataba de una casuali-
dad, rozaba el límite con lo extraño. Tras trece días,
habiendo sido el día previo el más intenso de todos,
algo sucedió que le dio un vuelco a mi vida y la sacu-
dió. Y acto seguido, las horas y minutos me dieron un
largo periodo de tregua. Pararon.
Tenía dos opciones: o seguía derritiendo mis sesos
intentando entender lo que no tenía explicación, o le
daba un significado personalizado. Al fin y al cabo,
nadie podría rebatírmelo. Y eso hice. Lo cogí como
un sistema complejo e irracional de advertencia, un
“mira que todo este en orden, Iñaki”. Hice que me
pudiera ayudar a mantener un orden interno, a estar
en paz conmigo mismo y con lo que me rodea. Un
post-it en la frente que me recuerda –por tempora-
das, ya lo sabes- que no puedo permitir que las cosas
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escapen de mis manos.
Transformé mi paranoia en una poderosa herramien-
ta de autocontrol.
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No sé qué opinarás tú de todo esto, seguro que
podrías darle mil vueltas e interpretaciones que yo ni
siquiera he barajado. El tiempo era el tema, y me ha
venido como anillo al dedo. Esta es mi historia, conta-
da con pelos y señales.
Si, de alguna forma, tuviese que materializar todo
esto, si tuviese que darle una forma tridimensional,
quisiera expresar la conclusión y no la causa. Me
gustaría dar forma a ese significado personalizado
del que hablo, dejar lo par y lo capicúa como antece-
dentes y centrarme en lo que ha supuesto para mi, en
como me ayuda.
Y lo hago simulando mi mente y las piezas que
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10 Peleasy escudos
forman mi vida. Una bola con el interior en obras, en
construcción, en un proceso de caos a orden. Un
orden que lo voy formando, poco a poco, gracias a
esas señales del tiempo que actúan como mensajes
de advertencia, que han marcado, de cierto modo, mi
manera de hacer frente a las cosas. Que me cubren,
como cubren también la gran bola que simula la
coraza que protege mi interior.
Expreso con formas todo lo relatado, mi historia, su
contexto práctico. Y es, ya de paso, un pequeño
homenaje a Chantáll. Esta bola habla de la herra-
mienta más poderosa que poseo. Pero también es la
herramienta más poderosa de nuestra bruja particu-
lar, con ella trabaja, con ella descubre lo que convie-
ne, se anticipa.
Quizás no haya tanta diferencia entre mi casualidad y
su magia.
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Por cierto, es la 01:01.
Iñaki Errasti Muñoa
Ceinpro, 2012