Date post: | 28-Jan-2018 |
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Entre la prosa y el verso
José Acevedo Jiménez
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El soldado y el poeta
- Los horrores de la guerra, ¿cómo los he de olvidar?,
tanta penuria y tristeza, de mi mente no puedo sacar. –
Pensó el soldado taciturno, al ver de lejos su hogar. A pocos metros
le esperaba una esposa, un pequeño y aire fresco para respirar.
Pese al paso de los años, persistían los malos recuerdos; de los
horrores de la guerra era el soldado un prisionero.
- Por más que intento, trato, de mi amargo pasado no puedo escapar.
Esta carga,
esta agonía, ya no puedo soportar. – Pensó para sus adentros, mientras
veía jugar a su pequeño; única razón por la que se mantenía cuerdo.
Pero, un día conoció a un amigo inesperado. Sobre una vieja mesa había
un libro olvidado. Con ternura, cual bebé, lo tomó entre sus brazos; en
un susurro leyó el nombre de aquél libro apasionado. – “Versos de amor
en primavera”, “versos de amor en primavera”… - Leyó una y otra vez,
escuchando la voz del poeta que le decía: “anda y lee, desahoga tus
penas”.
Sin tiempo que perder, avivó el fuego de la chimenea. Y, libro en mano,
acomodado, leyó hasta el cansancio aquellos versos de amor de un
poeta magistral. Y dormido, en un sofá, no dejaba de soñar.
Era soldado en su sueño, llevaba fusil y casco puesto. ¡Estalló la guerra,
se cometían horrores!, pero, de su arma brotaban girasoles. Palabras,
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de pasión, salían en vez de metralla y la voz del poeta aplacaba las
almas airadas que sucumbieron ante tanto amor.
¿A quién le pertenecen?
¿A quién le pertenecen los versos,
que escribió el poeta?
Quizás al tiempo,
quizás al viento,
o tal vez al silencio.
Quizás a una pareja enamorada,
que los recita en cada atardecer
o tal vez en la alborada.
Quizás me pertenecen,
o tal vez ya no; pues,
como hijos, al crecer el nido dejan
y en otros brazos encuentran calor.
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Desde lejos
Allá donde el mar se confunde con el cielo,
veo el atardecer como muere en silencio;
las olas serenas, apaciguadas,
rinden tributo al día que pasa…
Y yo, desde lejos, contemplo la vela blanca
que se desvanece junto aquel atardecer.
Lluvia sobre los techos de zinc
Quien ha escuchado la lluvia,
caer sobre los techos de zinc,
sabe que hay cosas lindas
que los pobres pueden sentir.
Tener plata no asegura alegría,
ser pobre no es lo mismo que infeliz…
“El hombre feliz no tiene camisa”,
- asegura un cuento, uno que leí.
Hay pobres en pensamientos,
hay pobres en amor…
Hay hombres ricos sólo en oro,
y hay otros tantos como tú y yo…
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Que están a gusto con lo que tienen;
que son ricos en amor…
Que consideran la vida el más grande tesoro…
Y son felices por recibir tan precioso don.
Luz de amor
En luz bañada en plata nos juramos eterno amor.
A luz de luna, en noche clara,
nos besamos tú y yo.
Fuiste mía a luz de plata,
yo fui tuyo a luz del albor...
Yo te quiero a luz de luna y tú me amas a luz del sol.
No hay tiempo
Aún recuerdo aquellas tardes,
de alegría y diversión,
cuando jugaba por las calles
y hacia pompas de jabón.
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Volaba avioncitos y avionetas,
creaba un mundo del papel;
los domingos, en bicicleta,
recorría el barrio… ¡Qué lindo fue!
Pero, hoy todo ha cambiado.
¡Ya esas cosas no se ven!
Hoy muchos prefieren ver la tele o darle uso al internet…
Aún recuerdo aquellos días,
de regocijo y recreación,
cuando visitaba a mis abuelos
y lloraba de emoción.
Pero, hoy todo ha cambiado.
¡Ya esas cosas no se ven!
En un asilo los han dejado, olvidados, ¡triste es!
Aún recuerdo aquellas noches,
de complacencia y pasatiempo,
cuando junto a mi familia
pasábamos todos un buen momento.
Pero, hoy todo ha cambiado…
Eso ya lo saben,
en esta nueva era ya no hay tiempo para nadie.
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Eres poesía
Quise escribirte un poema
y me di cuenta que eres poesía...
Nuestro amor en estaciones
Un amor intenso y puro,
que nació una mañana…
fue creciendo con sus bríos,
como árbol en primavera.
El fulgor llegó en verano,
nuestro amor fue madurando…
y con el paso de los años
obtuvimos lo esperado.
Siguiendo el curso natural,
al entrar en pleno ocaso,
el otoño fue testigo
de un amor eterno y vasto.
Soportó extremos fríos,
una helada en el invierno…
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pero, ese amor fue tan intenso
que derritió hasta los hielos.
Amor pasajero
Si nos prometimos la Luna y también el Sol,
no entiendo por qué hoy nos decimos adiós.
Aún recuerdo el día que te dije: te quiero;
tú lo expresaste con un beso sincero.
Nuestro amor fue intenso, no lo voy a negar;
pero fue pasajero como estrella fugaz.
¿De qué sirve el amor si ha de terminar?
¿De qué sirven los besos si otros labios han de saborear?
Amor intenso
Que sus padres no me quieren, eso me ha quedado claro;
ella luce hermosos trajes y yo llevo un simple harapo.
Este amor es tan intenso que nadie puede separarnos;
no importa si soy pobre o un flamante millonario.
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Lo que importa es que la quiero y ella a mí, ¡está muy claro!
Tengo suerte de tenerla, aunque no tengo centavos…
Ella es tierna, hermosa y pura, una flor en un jardín;
yo soy rico por tenerla, ella es rica porque es feliz.
Metamorfosis del Tiempo
Qué es el pasado, me pregunté y, descubrí
que no es más que el presente
transformado;
como mariposa que deja de ser oruga para batir
sus alas al viento. El pasado es más
que un simple
recuerdo, es la más viva expresión del tiempo, pues
todo se reduce al él y, lo que hoy es, mañana será fue.
Y lo que fue, no es motivo de añoranza,
ya que, como toda
metamorfosis, la del tiempo,
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obra para bien; cambiando
su forma, pero no su esencia que permanece
intacta por siempre.
Qué es el presente, me pregunté y, descubrí
que no es más que un punto
de transición
entre futuro y pasado;
un pasajero que toma boleto de ida, nunca
de vuelta; como bohemio
que vive sólo
el momento, despreocupado por el mañana que
pronto lo alcanza. Es el ahora,
lo que
creemos tener seguro, el tiempo más corto,
el que rápido se transforma. Eso es
el presente.
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Qué es el futuro, me pregunté y, descubrí
que es incierto, pero también esperanza; un momento
que espera en la estación su expreso,
el presente
que pasa a ser ulterior, pero, no sin antes
convertirse en pasado; porque el tiempo es
uno, así como uno
es el vasto
océano. El tiempo es: ayer, hoy, mañana
y siempre; cambiante,
eterno.
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José Acevedo Jiménez, nació en la ciudad de La Vega, Rep. Dominicana, veinticuatro años después de la muerte del poeta alemán Hans Carossa.
Es el mayor de los hijos del Sr. José Acevedo y la Sra. Mercedes María Jiménez. Sus progenitores ejercieron la docencia por más de 15 años. Su madre, fue la primera profesora graduada, en ciencias matemáticas, del pueblo donde Acevedo Jiménez dio sus primeros pasos, El Santo Cerro. En dicho lugar inició sus estudios primarios en el colegio oficial Nuestras Sra. de las Mercedes hasta cursar el cuarto año.
A los 8 años de edad se muda junto a sus padres a la ciudad de Santiago de los Caballeros. Después de permanecer un año en aquella ciudad, retorna al Santo Cerro; allí vive, durante tres años, en casa de sus abuelos maternos. Luego regresa a Santiago, ciudad donde se radica de forma permanente.
En 1994 cursa sus estudios secundarios en el liceo Ulises Francisco Espaillat (UFE) y cinco años más tarde ingresa a la Universidad Tecnológica de Santiago (UTESA) donde obtiene el título de ingeniero en electrónica.
En el 2010, Acevedo Jiménez contrae nupcias con la Sra. Danilka Hernández. Fruto de esta unión nacieron sus hijas: Shirley Idhalina y Sherlyn Adele.
En su adolescencia el joven Acevedo Jiménez se interesó por la escritura, desde entonces ha mantenido viva su pasión que combina con su afición por
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los números, de ahí que gran parte de sus poemas y escritos tratan sobre temas relacionados con las matemáticas.
Entre sus escritos se encuentran: El marfil, Juicio al números cero, Yugo de bueyes, La pared azul cielo, Regalo de navidad: una larga espera, Mi maestra y la genial idea de Babbage, Mi maestra y el polaco que destronó la Tierra, Esmeralda en el jardín de la fantasía, entre muchos otros.