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Date post: 30-Sep-2018
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¿Es Amor un dios? Amores, dioses y demonios Publicado en Redes, 26 (2011), p. 29-48 Alberto Carreras Filósofo, psicólogo y psicoterapeuta familiar. Universidad de Zaragoza Resumen: Frente a la biología del amor de H. Maturana se defiende en este artículo que somos hijos del amor pero también de otras emociones y tendencias biológicas; que hay muchos tipos de amor y que todos ellos son naturales, conociéndose ya bastante de su génesis y neuroquímica; que amor no es siempre prosocial sino que suele ir acompañado -y las genera con frecuencia- de conductas indeseables. Se esboza una patología del amor y se ve que son necesarias fuerzas contrarias a él y otras que lo complementen y equilibren. Palabras claves: amores, biología, sociabilidad, equilibrio. Introducción: Eros y El Banquete Este texto nace del coloquio sobre "Evolución, amor y filosofía: la condición relacional del ser humano" organizado, por la Escuela de Terapia Familiar del Hospital Sant Pau de Barcelona 1 . Y al hablar del amor en un contexto conversacional, como filósofo no pude menos que recordar aquel libro que escribió Platón hace 25 siglos, conocido como “Simposio” o “Del amor”. En él narró el desarrollo de un banquete en el que los comensales, bien comidos y bebidos, convinieron en loar a Eros cada uno a su turno. Todos coincidieron en admirar el poder de esa admirable fuerza que nos impele a la unión y a la solidaridad; que a veces lleva a la procreación, pero, sobre todo –y en ello parecían convenir todos ellos- al compañerismo entre los hombres de la milicia (recordemos las prácticas homosexuales en la aguerrida Esparta y en las clases pudientes de Atenas). Sólo Aristófanes habló también del amor entre las mujeres, equiparándolo al que une a los hombres, al dar cuenta de un curioso mito. Cuenta que 1 El coloquio tuvo lugar en marzo de 2011 interviniendo conmigo Juan Luis Linares y Javier Ortega, bien conocidos entre los terapeutas, y Pablo Herrero, especialista en primatología, quien nos habló de la cooperación y solidaridad de estos parientes cercanos nuestros.
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¿Es Amor un dios? Amores, dioses y demonios

Publicado en Redes, 26 (2011), p. 29-48

Alberto Carreras Filósofo, psicólogo y psicoterapeuta familiar. Universidad de Zaragoza

Resumen:

Frente a la biología del amor de H. Maturana se defiende en este artículo que somos hijos del amor pero también de otras emociones y tendencias biológicas; que hay muchos tipos de amor y que todos ellos son naturales, conociéndose ya bastante de su génesis y neuroquímica; que amor no es siempre prosocial sino que suele ir acompañado -y las genera con frecuencia- de conductas indeseables. Se esboza una patología del amor y se ve que son necesarias fuerzas contrarias a él y otras que lo complementen y equilibren. Palabras claves: amores, biología, sociabilidad, equilibrio. Introducción: Eros y El Banquete

Este texto nace del coloquio sobre "Evolución, amor y filosofía: la condición

relacional del ser humano" organizado, por la Escuela de Terapia Familiar del Hospital

Sant Pau de Barcelona1. Y al hablar del amor en un contexto conversacional, como

filósofo no pude menos que recordar aquel libro que escribió Platón hace 25 siglos,

conocido como “Simposio” o “Del amor”. En él narró el desarrollo de un banquete en el

que los comensales, bien comidos y bebidos, convinieron en loar a Eros cada uno a su

turno.

Todos coincidieron en admirar el poder de esa admirable fuerza que nos impele a

la unión y a la solidaridad; que a veces lleva a la procreación, pero, sobre todo –y en

ello parecían convenir todos ellos- al compañerismo entre los hombres de la milicia

(recordemos las prácticas homosexuales en la aguerrida Esparta y en las clases

pudientes de Atenas). Sólo Aristófanes habló también del amor entre las mujeres,

equiparándolo al que une a los hombres, al dar cuenta de un curioso mito. Cuenta que

                                                            1 El coloquio tuvo lugar en marzo de 2011 interviniendo conmigo Juan Luis Linares y Javier Ortega, bien conocidos entre los terapeutas, y Pablo Herrero, especialista en primatología, quien nos habló de la cooperación y solidaridad de estos parientes cercanos nuestros. 

los primeros humanos eran esféricos, con cuatro brazos, cuatro piernas y dos órganos

sexuales. Algunos de ellos eran machos, otros eran hembras y otros hermafroditas. Eran

fuertes y osados, por lo que llegaron a desafiar a los dioses. Para escarmentarlos, Zeus

los partió en dos, de manera que desde entonces, cada mitad busca insaciablemente a su

otra mitad y se abraza estrechamente a ella cuando la encuentra. Si el original era varón

por las dos partes, cada parte tiende a unirse con otro varón; si era hembra se unen las

dos partes de mujer. Y las partes procedentes de andróginos son los actuales

heterosexuales. Curioso.

Los diversos oradores coinciden al admirar la intensidad de la fuerza erótica

cuando se apodera de un corazón, al que da vida y muerte simultáneamente. Y están de

acuerdo en distinguir diversos tipos de amor: no solo el homo y el heterosexual, sino

que también hay un amor a las almas (algo muy platónico), diferente del amor de los

cuerpos. En general, casi todos consideran que el amor heterosexual está muy ligado a

los placeres corporales; mientras que el amor a las almas, a la personalidad del amado,

era más propio del homosexual entre varones.

Pero los comensales difieren entre sí cuando tienen que precisar la naturaleza y el

origen del incomparable poder de Eros, así como su función en este mundo, que no es

sólo la reproducción. ¿Se trata de un dios? ¿es un daimon? ¿Por qué Eros no tiene

altares –comenta Aristófanes- consagrados a él? ¿Es el primero de los dioses y por él

son engendrados los demás y todas las cosas? ¿o es hijo de otras divinidades?¿de la

bella Afrodita y el guerrero Ares? ¿o de Abundancia y Penuria –como había afirmado

Diotima- señalando que la persona amante es rica en amor y, a la vez, necesitada de él?

¿es, incluso, el más joven o el más reciente de todos los dioses?

Las discrepancias de los interlocutores son una continuación de la discordancia

que había existido entre los antiguos poetas-teólogos (Homero, Hesíodo…). Tras ellos,

también los primeros filósofos habían discrepado en cuanto a su origen y función.

Empédocles había dicho que todo lo que se crea y sucede en el mundo se explicaba por

la acción de dos fuerzas opuestas: Amor y Discordia, atracción y repulsión.

Estas controversias mitológicas contrastan con el monoteísmo cristiano que

afirma un solo Dios, todopoderoso y omnipresente; un Dios que -en palabras del

evangelista Juan- “es Amor”, y que se encuentra allí donde haya amor. Se trata de una

teología idílica e idealizada, digna de alabanza social aunque este amor divino -hay que

aclararlo- no es un amor a los cuerpos sino más bien a las almas, un amor “espiritual”.

Esta teología del Amor ha tenido mucho éxito entre los terapeutas familiares

gracias a la versión laica que de ella ha hecho Humberto Maturana y que ha presentado

como “biología del amor”. Recordemos una frase emblemática suya que la resume y

nos es familiar: "Los seres humanos somos animales amorosos. Y enfermamos cuando se interfiere con esta dinámica relacional, cuando se interfiere con el amor, a cualquier edad.” (Maturana, 1997, p. 36). Algo que nadie negará, pero que considero incompleto o falto de complejidad.

Crítica a Maturana y su biología del amor

No puedo, pues, avanzar sin deslindarme antes de esa biología del amor de H.

Maturana. Aunque el lector que no esté interesado en las teorías de este autor puede

saltarse esta parte y continuar con las “cuatro tesis sobre el amor”

La biología del amor de Maturana aparece como un complemento de su biología

del conocimiento, pues ésta precisaba hacer presente la condición social de los

humanos; sacarlos del ensimismamiento al que les habían confinado sus anteriores tesis

sobre el determinismo genético y la ausencia de interacción real entre los seres vivos.

Todos los terapeutas familiares conocen los conceptos claves de la “cibernética de

segundo orden” formulada por Maturana. Bastará mencionarlos para hacer ver que, en

su mayoría, vienen a negar las interacciones entre los seres vivos y presentan un ser

humano abstracto, independiente de su contexto social. Empezando por la autopoiesis,

que define a todos los seres vivos como seres que se hacen a sí mismos, produciendo

sus propios componentes y conservando su organización, que es heredada

genéticamente. Siguiendo con la clausura operacional (el operar de un ser vivo no

depende del medio –aquí Maturana confunde “estar determinado por” con “depender

de”- sino que es función de su propia organización). Otra noción que se añade es la de

acoplamiento (con el medio y entre unos y otros seres vivos), la cual viene a sustituir a

la noción de interacción, presentando al ser vivo en unos términos semejantes a aquellos

con los que Leibniz, tres siglos antes, describía sus mónadas, esto es, como entidades

totalmente independientes unas de otras, pero armonizadas entre sí por Dios desde la

eternidad.

Sólo para un observador exterior –dirá Maturana- los seres vivos interaccionan

con el medio y entre sí; en realidad, lo único que hacen es reaccionar frente a las

perturbaciones del medio; estando su reacción determinada por su propia organización.

Como colofón, consideremos la noción de multiverso. Según ella, no compartimos

con los demás un mismo mundo, ni nos disputamos su reparto; no tenemos objetivos

complementarios ni intereses contrarios unos de otros, sencillamente porque no vivimos

en el mismo cosmos. Cada uno de nosotros construye su “realidad” y tiene su propio

mundo; por lo que no hay un universo sino una multitud de ellos. Tantas burbujas

aisladas como humanos y seres vivos existan.

Para salir de esta especie de solipsismo, Maturana elabora su biología del amor

ligándola al lenguaje. Considera éste como una segunda naturaleza del ser humano, al

que otorgará la dimensión social que le faltaba. Pero al precio de mistificar y mitificar el

lenguaje mismo, llegando a afirmar, por ejemplo, que “todo acto humano tiene lugar en

el lenguaje” y que “lo que no ocurre en el lenguaje no ocurre” (Maturana, 1997).

En esta mistificación, Maturana no estuvo solo. Su mentor Heidegger ya había

amoldado el ser al lenguaje, considerando a éste la “morada del ser”, pues el ser se

manifiesta en el lenguaje. Pero encontró muchos otros compañeros de viaje. Sobre todo,

dentro de la corriente postmoderna, que también disfruta sustituyendo la realidad por el

lenguaje. “No hay nada fuera del texto” -había dicho Jacques Derrida-, y Anderson y

Goolishian (1988, 1992) le dan la razón proclamando que nuestra realidad es construida

sólo por el lenguaje. Y lo mismo hicieron muchos terapeutas postmodernos que les

siguieron, prohibido hablar de cualquier realidad que no sea el discurso o las

narraciones.

De nuevo la “biología del amor” de Maturana y la “teología del amor” de san Juan

se juntan en su divinización del lenguaje. Pues el mismo autor de la frase “Dios es

Amor”, es quien –al comienzo de su evangelio- identifica a ese Dios con la Palabra

creadora, con el Logos divino de los estoicos: “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por Ella, y sin Ella no se hizo nada de cuanto existe” (Juan, 1, 1-2). La palabra –y también el pensamiento- de Dios es creadora de la realidad. Este

poder creador del lenguaje, laicizado, es el principio fundamental que está presente en

muchas terapias familiares postmodernas, como el constructivismo, el

socioconstructivismo, las terapias narrativas, las dialógicas, etc.

Pero ¿por qué el lenguaje permite a Maturana introducir esa dimensión social –y,

además, amorosa- al ser humano? ¿por qué Maturana liga el lenguaje con nuestra

condición amorosa? El esquema de su razonamiento podría ser el siguiente:

A. El lenguaje caracteriza al ser humano. Le da una nueva naturaleza

B. El lenguaje es un producto del amor; nace de él; sobre todo del amor materno-

filial, que se expande luego a lo largo de nuestra vida.

C. Conclusión: El amor nos caracteriza como hombres.

Según el mito de Maturana, hace unos 3 millones de años, cuando los homínidos,

de pequeña estatura y con un cerebro como la tercera parte del nuestro, vivían en grupos

de 7-8 individuos, se dieron dos acontecimientos: 1) extensión de la sexualidad

femenina y 2) el aumento de la neotenia (prolongación de la infancia) propia de los

mamíferos. De este modo se originó o consolidó la familia. Y en el seno de la familia se

desarrolló el lenguaje, como producto de las relaciones amorosas materno-infantiles. El

lenguaje es coordinación de coordinaciones de acciones y eso –según Maturana- sólo

puede originarse dentro de un ambiente amoroso.

Pues es cierto –reconoce- que hay otras fuerzas dentro de nosotros, aparte del

amor, pero ellas ni nos caracterizan ni dan lugar al lenguaje que nos define como

especie.

• "Los seres humanos dependemos del amor y nos enfermamos cuando éste nos es negado en cualquier momento de la vida. No hay duda de que la agresión, el odio, la confrontación y la competencia también se dan en el ámbito humano, pero no pueden haber dado origen a lo humano porque son emociones que separan y no dejan espacio a la coexistencia para que surjan las coordinaciones de acciones que constituyen el lenguaje". Humberto Maturana, prólogo a El cáliz y la espada, de Riane Eisler

Las críticas a todo el razonamiento que acabamos de exponer pueden dirigirse

tanto a la conclusión del mismo como a cualquiera de sus eslabones argumentales.

- El lenguaje no nos proporciona una nueva naturaleza que haga desaparecer u

olvidar el resto de nuestras características biológicas. Se superpone a todas ellas, sin

anularlas y sin controlarlas enteramente. Aunque sea la última competencia que los

humanos hayamos adquirido, no quiere decir que esté por encima de las anteriores; bien

podría encontrarse al servicio de tendencias biológicas propias de nuestra herencia

evolutiva. O, sencillamente, convivir con ellas.

- Podemos también rechazar la afirmación de que el lenguaje “cree” la realidad.

Organiza nuestras experiencias de forma colectiva y posibilita nuevas formas de

intercambio y colaboración; pero tal organización de la experiencia se superpone a otras

anteriores, a unidades de acción y de sentido previas, que subyacen bajo el lenguaje y le

dan contenido. Estas formas de organización -pelingüísticas y subsimbólicas- no

siempre coinciden con nuestros enunciados verbales; pueden solaparse con ellos y, con

frecuencia, resultan incongruentes con ellos cuando no los contradicen.

- Muchos motivos encontraríamos también para rechazar el origen del lenguaje en

el amor. Hay teorías que lo hacen provenir de la caza y de la guerra; o de interjecciones

que expresan todo tipo de emociones; del trabajo colectivo, del poder, de la práctica de

espulgarse, de la imitación de sonidos (onomatopeias) interesantes, etc. Hay muchas

hipótesis sobre el origen del lenguaje porque éste cumple muchas funciones. Nos sirve,

sí, para trasmitir amor, como el arrullo de los amantes –del que Rousseau hacía provenir

las lenguas suaves y cálidas mediterráneas- o como los amores materno/filiales, cuya

importancia ha señalado Maturana. Pero también sirve para asustar y amenazar, para

agredir insultando, para desafiar y provocar. Y sirve para ponernos de acuerdo y

cooperar en los trabajos. Y sirve para consolar en las penas y las desgracias, como

caricias que calman. Y para engañar, haciendo creer lo que queremos que el otro crea,

etc. Todas estas funciones y otras más han podido contribuir al desarrollo del lenguaje.

No hay razones para decir que sea el amor su único o principal origen.

Cuatro tesis sobre el amor

Frente a la mitología de Maturana, sostendré algunas tesis, algo diferentes sobre el

amor.

Tesis 1. Somos hijos del amor, pero no solo de él.

Nadie duda de que hemos nacido gracias al amor de nuestros predecesores, a que

durante milenios ellos hicieron el amor. Eros estaba en sus genes, como en el de todos

los mamíferos y muchos otros animales y nos los han transmitido necesariamente.

Pero para hacer el amor nuestros antepasados tuvieron que competir con otros

pretendientes, elegirse o seleccionarse. También tenían genes que les llevan a la

competencia universal y a las preferencias, las cuales arrastran consigo la discordia. No

hace falta ser un liberal clásico o un neo-con para admitir que, además de amorosos,

somos seres competitivos y que sabemos luchar para sobrevivir.

Hay que tener en cuenta, además, que en el mismo acto del amor hay

competencia, pues también cuando se hace el amor hay un up y un down en cuestiones

de poder: hay quien lleva más iniciativa y hay quien es más complaciente. Se debe

decidir cuándo se hace, dónde, cómo, en qué circunstancias… ¿Cómo se toman esas

decisiones? ¿Quién? Y aunque los dos amantes salgan beneficiados, pueden serlo de

manera muy diferente y desigual.

Añadiré que no nacemos (al menos, todavía) por clonación. Nuestra especie,

como muchísimas otras, es bisexuada. Para tener descendencia es precisa la cooperación

de dos individuos diferentes. Nuestros predecesores tuvieron que ser dos seres

diferenciados e independientes, no fusionados ni simbióticos. Para necesitar al otro y

para hacer el amor con él, primero hay que ser “otro”. Somos también, pues, hijos de la

diferencia. Y debemos preparar a los hijos para que sean independientes.

Tipos de amor y sus bases evolutivas y neurológicas

La segunda tesis es doble: “Hay muchos tipos de amor”, por lo que debemos

ponernos de acuerdo sobre qué estamos hablando cuando hablamos del amor. Y añadiré

que “todas las formas de amor son emociones biológicas que impulsan acciones”.

Como las demás, las emociones amorosas no tienen nada de sobre-natural, sino que

tienen sus bases biológicas y neurológicas.

Cada amor es único y tiene matices diferentes. No amamos por igual a dos

personas o cosas distintas, ni en distintos momentos. El amor en un instante no es igual

al del instante siguiente. Y no hay dos personas que amen de la misma manera. Sin

embargo, aquí -como en otros campos- resulta útil agrupar aquello que es semejante,

elaborar categorías. Por ejemplo, podemos hablar de

1. Eros o Libido. El amor erótico y sexual. 2. Amor maternal/paternal  y amor filial. 3. Amor al prójimo (amistad, solidaridad, altruismo, filantropía, caridad, fraternidad universal). 4. Filía, Addictio y otros amores en sentido metafórico.  

1. Eros

De entre todos, el amor más antiguo en la evolución y el más universal, el amor

por antonomasia y que puede mezclarse con todos los otros, es Eros, que lleva a la

unión sexual entre dos seres, a que uno de ellos se introduzca en la intimidad del otro o

que el otro lo absorba. Por ello nos entretendremos más con él.

Pero todavía debemos precisar más, pues también Eros puede dividirse en tipos

distintos. En la literatura científica encontramos varias clasificaciones del amor erótico;

una de las más utilizadas actualmente es la de Helen Fisher (1993, 2004, 2011) que

distingue tres modalidades:

A. La atracción y el deseo sexual, lujuria o libido; que impulsa a la búsqueda de pareja

de una manera plural o indiscriminada. Lleva al ligue o flirteo y al acto sexual

ocasional.

B. El amor romántico o enamoramiento. Su objeto es individual. Es obsesivo e idealiza

ciegamente a la persona amada. Es atracción selectiva y conlleva un deseo de

permanecer toda la vida con la pareja. Es más escaso que el anterior; se tiene pocas

veces en la vida y tiene fecha de caducidad.

C. El afecto, cariño o apego entre dos personas tras una convivencia de años. Con cierto

humor, la autora dice que permite “soportar” a la pareja durante largo tiempo, incluso

toda la vida.

Aunque no soy experto ni en bioquímica, ni en neurología ni en evolución,

recogeré aquí algunas aportaciones de las investigaciones científicas que -desde las del

pionero Alfred Kinsey hasta las de Hellen Fisher o Lucy Brown- han estudiado la

sexualidad humana. Me anima la idea de que, en nuestro contexto, importan poco los

detalles bioquímicos y neurológicos, que en el futuro se irán completando y

modificando. Si me excedo en nombrar algunos de ellos es sólo para atestiguar que se

están investigando.

a) La libido, el amor erótico por excelencia, es la energía que Freud consideró,

durante mucho tiempo, como motor único y universal de la actividad humana en todas

las edades. Podemos decir que sus bases biológicas están en las hormonas sexuales,

sobre todo la testosterona; y parece que en los primeros momentos juegan un papel

importante las feromonas, que se expanden a través del sudor, orina, etc. Cuando se

culmina la unión sexual, en el orgasmo se libera la dopamina, que produce la sensación

de plenitud y euforia. Esta hormona es la principal en todos los procesos de aprendizaje

porque refuerza todas las conexiones neuronales que tienen lugar cuando es más

abundante. También se segregan la oxitocina –de la que hablaremos repetidamente- y la

vasopresina.

Estas hormonas actúan en el sistema nervioso autónomo, por lo que son casi

independientes de la voluntad consciente. En un primer momento, tiene un papel

importante el cortex cingulado anterior (un módulo cerebral que se activa igualmente en

las situaciones de competición). Luego, en el orgasmo –y según los experimentos de

Holstege (2003)- las partes más activas del cerebro podrían estar en el sistema de

recompensa (concretamente el área tegmental ventral y el núcleo accumbens) en ambos

sexos. También el hipotálamo sería importante, e incluso el cerebelo. Por contra, la

amígdala, que es el principal núcleo emocional, se inhibe, y en las mujeres también lo

hacen algunas partes del lóbulo frontal encargadas del control reflexivo de la conducta

(Stachura, 2010).

Ahora bien, al liberarse abundantemente la recompensadora dopamina, puede

suceder que un acto sexual de menor trascendencia lleve al deseo de repetición y al

enamoramiento romántico. Por su parte, la oxitocina y la vasopresina pueden dar

sensación de pareja duradera. Si esto es así, podemos, incluso, decir que el

enamoramiento y el cariño duradero son desarrollos de aspectos parciales de Eros, y que

–en alguna medida- podrían hacer parte integrante de toda relación sexual.

Evolutivamente, las feromonas juegan un papel muy notable ya en los insectos

(hormigas, abejas, mariposas…); mientras que la testosterona está presente en los

mamíferos, reptiles, aves y otros vertebrados. Podría también ser que en los peces la

mesotocina y en los reptiles las vasotocina activaran las conductas sexuales.

No es necesario pertenecer a la generación del 68 para saber que hacer el amor es

algo muy saludable; mejor que hacer la guerra; y que beneficia a quien lo hace y a

quienes dependen de su humor. Y que médicos, psicólogos, sociólogos y políticos

deberían recomendar su práctica habitual, en las circunstancias apropiadas.

b) El enamoramiento o amor romántico es otra etapa y otro tipo de amor. Conlleva

pensamientos obsesivos acerca del ser amado y deseos continuos de estar en contacto

con él; estos pensamientos producen éxtasis, disocian al enamorado de su mundo

cotidiano e idealizan exageradamente a la persona amada. Provoca palpitaciones,

suspiros y subida de la tensión arterial sistólica; también, a veces, ausencia de apetito,

insomnio y aun depresiones; liberación de grasas y de azúcares, sudoración y

generación de glóbulos rojos.

Este amor es posesivo y sexualmente excluyente; en extremo celoso. Puede llevar

a la generosidad hasta la muerte por el ser amado, pero cuando el amante es rechazado

puede llevar al suicidio o al asesinato.

¿Cómo se producen estos efectos en el organismo de la persona que se enamora?

Según las mencionadas investigaciones de Helen Fisher los principales responsables son

los altos niveles de dopamina y norepinefrina, unido a una disminución de la serotonina.

Un papel importante es jugado también por la adrenalina y la noradrenalina segregadas

por las glándulas suprarrenales que son activadas por el hipotálamo. Así como la

feniletilamina -que hace aumentar la producción de la conocida dopamina, que lleva a la

repetición-, la norepinefrina -que induce euforia- y la oxitocina -que es la hormona del

amor por excelencia-. Estas últimas, sobre todo los altos niveles de dopamina, hacen

que aumente la producción de la testosterona (hormona masculina pero impulsora

también de la sexualidad femenina). Al mismo tiempo disminuye –no se conoce bien

por qué- la producción de serotonina, que ayudaba a controlar impulsos, pasiones,

emociones y obsesiones en el sistema nervioso central.

Las áreas cerebrales más implicadas en el enamoramiento parecen ser: la zona

tegmental ventral –productora de dopamina-, una zona que se activa igualmente con la

toma de cocaína; así como el núcleo caudado, que también hace parte del “sistema de

recompensa” o refuerzo, y que se liga a la excitación sexual, a las sensaciones de placer

y a los impulsos para actuar.

En personas enamoradas pero que son rechazadas, también se activa el núcleo

accumbens, que hace parte igualmente del sistema de recompensa; la corteza insular

(asociada al dolor físico) y la corteza orbito-frontal lateral (a la que se atribuye la

producción de pensamientos obsesivos).

Evolutivamente, el enamoramiento –ese grato “trastorno mental” transitorio que

todos padecemos alguna vez en la vida- pudo haber nacido a partir de los rituales de

cortejo, típicos de los mamíferos aunque no exclusivo de ellos. Signos del mismo se

encuentran en más de 100 especies, desde el ratón al elefante.

Es muy funcional porque prolonga la unión de los enamorados durante un periodo

que es necesario para la crianza.

Pero está limitado en el tiempo, como dijimos. H. Fisher considera que el amor

romántico en nuestra especie puede durar 4 años, mientras que otros extienden su

duración a 7 años y algunos reducen el promedio a 18 meses.

c) El afecto duradero de pareja. Frente a la impetuosidad de la libido y al obsesivo

amor romántico, el cariño y afecto duradero lleva a la calma y a la estabilidad de la

pareja, ayudando a mantener unidos a los amantes durante toda la vida. Es alimentado

por la omnipresente oxitocina, la vasopresina (que los etólogos ligan a la fidelidad y la

monogamia) y las endorfinas. Éstas refuerzan el sistema inmune, combaten el estrés y el

envejecimiento, alivian el dolor, mejoran la memoria y son fuente de otros beneficios;

por lo que resulta también muy favorable para la salud física y mental de las parejas que

se mantienen unidas con afecto. En algunas parejas veteranas los niveles de dopamina

se hallan próximos a los del enamoramiento; y también aumentan cuando la pareja

realiza actividades gratificantes conjuntas (Acevedo y Aron, 2009).

La fidelidad afectuosa de por vida se da también en algunos mamíferos, entre

ellos los estudiados topillos de la pradera, opuestos en este parámetro a sus congéneres

de la montaña. La hipótesis de Carter (2003) es que su monogamia depende de la

vasopresina, pues ellos poseen un número de receptores de este neurotransmisor mucho

mayor; y también de la oxitocina.

Ni que decir tiene que estas tres figuras de Eros -la libido, el enamoramiento y el

afecto duradero- no son excluyentes unas de otras, sino que puede haber todo tipo de

interferencias entre ellas y entre sus protagonistas. Pero de ello hablaremos más

adelante.

2. Amor maternal-paternal y amor filial/apego.

Además de estas formas de amor entre pareja hemos mencionado muchos otros

tipos de sentimientos que promueven la convivencia. Nos detendremos en ellos más

brevemente. En principio, estos amores no son “eróticos”, aunque -desde Freud- haya

muchas controversias al respecto; y aunque puedan también juntarse con Eros, como lo

muestran los numerosos casos de incesto presentes en las diversas culturas y todos los

tipos de perversiones y de sublimaciones eróticas.

El primero de ellos es el amor materno, que, como el amor sexual, también tiende

al contacto de los organismos, aunque de manera diferente a aquél. Lleva al cuidado de

la descendencia y a su protección en casos de peligro o estrés (Barudy, 2005), siendo

imprescindible para la supervivencia. Además, el contacto corporal de los niños con sus

cuidadores es totalmente necesario para el desarrollo de su sistema nervioso relacional.

La ausencia o el déficit de tales estímulos durante la infancia suele provocar falta de

iniciativa, trastornos emotivos y comportamientos asociales; pues el contacto, las

caricias, los juegos y los arrullos son necesarios para todos los mamíferos y reclamados

por sus crías. Pero un exceso de amor maternal puede llevar a la hiperprotección, y aun

la “simbiosis”, cuando no se respeta la autonomía de los hijos.

Una de sus características es la gran empatía que lo anima: la madre proyecta en el

niño sus amores y temores y vive como si fueran propias las sensaciones (calor,

hambre…), así como las emociones y sentimientos (miedos, deseos, ilusiones…) del

hijo.

Sus bases biológicas son variadas. Sin duda, las neuronas-espejo facilitan la gran

empatía señalada; pero el cariño, la abnegación de las madres y su capacidad de

sacrificio por los hijos –tanto en la vida cotidiana como ante los peligros y catástrofes-

son cualidades añadidas, genéticamente heredadas. Su activación es atribuida a la

acción de la ya mencionada oxitocina, una hormona cuyo primer efecto -detectado por

el Nobel de medicina Henry Dale- es la estimulación de la secreción de leche materna,

pero cuyo poder “amoroso” ha trascendido a todos los ámbitos familiares y sociales,

como diré luego. También juega un papel la ya conocida vasopresina y los péptidos

opioides endógenos, que hacen parte del sistema de recompensa (Taylor, 2002)

Menos conocidas son las bases bioneurológicas del amor paterno. La oxitocina,

desde luego, juega también en él un importante papel. Lo mismo que la vasopresina,

que lleva a los padres a proteger a hijos e hijas y estimular su actividad; rol que suelen

jugar los machos en varias especies de mamíferos, según Barudy (2005) citando a

Taylor (2002) pionera de la neurociencia social, y a Cyrulnik (1994). Ambas hormonas-

neurotrasmisores tienen una estructura muy semejante, por lo que es lógico pensar que

descienden la misma molécula.

En las aves, el amor materno se manifiesta de forma muy evidente en la

anidación, alimentación y defensa de los polluelos y en las conocidas manifestaciones

de altruismo de la madre cuando ésta se sacrifica por salvar la descendencia. Se postula

la mesotocina como el equivalente, en ellas, a la oxitocina, tanto como estimulante de la

oviposición (Takahashi y Kawashima, 2008) como de conductas de protección.

También influye en las conductas sociales de sus portadores, como el tamaño de la

bandada y el tiempo que están en ella los individuos (Goodson, 2009).

Los amores maternal y paternal tienen como complemento los amores filiales, que

llevan a las crías a mantenerse cercanos y en contacto con sus progenitores, de los que

recibirán una tranquilizadora protección y sentimiento de seguridad. En los años 50,

Konrad Lorenz denominó “impronta” a esta tendencia de las crías a estar próximas y

seguir al primer organismo que perciben junto a sí, que generalmente es la madre.

Aaunque también pueda influir la familiaridad con sonidos que han escuchado dentro

del huevo.

Bowlby (1958) comenzó a esbozar la teoría del Apego centrada en la especie

humana y desarrollada a lo largo de muchos años; teoría completada por la psicóloga

Ainsworth (1978, 1991) y que subraya la importancia de las relaciones atención,

estimulación, protección, seguridad… de los hijos. Una teoría bien conocida en los

medios terapéuticos, por lo que no se detendré a describirla.

En la misma dirección y sentido pero centradas en el mundo animal, las

investigaciones con primates realizadas por Harry Harlow, a partir de 1958, fueron

decisivas para demostrar la importancia biológica de estas relaciones de apego. El

aislamiento de los bebés chimpancés con madres artificiales provocó dramáticos efectos

en su conducta posterior, tanto más graves –llegando a ser totalmente indiferentes a

cualquier interacción social- cuanto más tiempo había durado su aislamiento. También

mostraron la tendencia a los contactos corporales y la necesidad de los mismos, pues los

bebés podían elegir la madre mecánica con biberón en unos momentos, pero

seguidamente mostraban su preferencia por el contacto con madres artificiales cubiertas

de tela suave tipo felpa, aunque sin biberón, a las que se agarraban tiernamente. Al ser

cambiadas de luegar, las crías se aferraban a la madre de felpa hasta que se sentían

seguras; pero si ésta les faltaba comenzaban a chillar y llorar buscándola. El lector

podrá ver vídeos históricos de Harry Harlow con estos experimentos en youtube, aunque

no sin cierta pena por sus protagonistas.

Más recientemente, Michael Meaney (citado por Wolf, 2011) y el mismo con el

equipo de Weaver (2004) ha experimentado con ratas, a las que se les alejaba de sus

madres para el acicalamiento y limpieza. Cuando crecían, las hijas eran más sensibles al

estrés. Los análisis bioquímicos revelaron que el vínculo entre la madre y la cría influye

en el ADN de ésta, aunque sin causar mutaciones; concretamente metilizando el gen que

produce receptores de las hormonas del estrés2. Otra prueba de que la privación de

contacto físico de las crías de los mamíferos con sus madres trae consecuencias nefastas

para su futuro.

A modo de comentario teológico de los amores mencionados hasta ahora,

recordaré que la tradición cristiana rebajó la divinidad de Eros, degradándolo a la

categoría negativa de “concupiscente”, frente al amor espiritual; o a la báquica; algo

irracional. En contrapartida, el cristianismo elevó a divinidad el amor paterno. Dios

Padre es el origen de todo. Un Dios, cuyo Hijo –según Agustín de Hipona y Tomás de

Aquino- es la propia idea que el Padre tiene de Sí mismo. Y que también ama a los

                                                            2 Observaremos que la metilización de un gen es uno de los actualmente más estudiados mecanismos epigenéticos, que desmienten el dogma del determinismo de los genes, pues ponen de relieve la influencia del ambiente a la hora de ciertos genes lleguen o no a expresarse. 

hombres, hechos a su imagen y semejanza (aunque imagen imperfecta). El amor

materno también fue elevado a rango divino por la iglesia católica en el culto a María,

declarada madre de Dios. En correspondencia, también encumbró el amor filial, cuyo

paradigma era el amor de Dios Hijo al Padre Eterno y a su santa madre.

3. Amor al prójimo: amistad, solidaridad, altruismo, filantropía, caridad, y otros,

son nombres distintos que se han puesto en épocas y culturas diferentes a diversas

manifestaciones de amor social, que van más allá del parentesco. Pueden llegar a

extenderse a todos los seres como fraternidad universal, sentimientos ecológicos,

animistas, panteístas, místicos y religiosos.

Desde un punto de vista teológico, hay que señalar también que el espiritualismo

cristiano, al extender el amor y el compromiso de Dios hacia todos los hombres y no

sólo a un pueblo escogido, reforzó y expandió un nuevo concepto de amor: el amor al

prójimo aplicado a toda la humanidad. El “próximo” será cualquier ser humano, por

lejano que sea de nuestra estirpe. Es cierto que la iglesia casi siempre consideró este

amor sólo como espiritual; que no impedía la desigualdad de clases y géneros, ni las

torturas, los genocidios o la esclavitud. Pero ello no quita mérito a su universalización.

Matizaremos diciendo que el amor a la humanidad no es privativo de la Caritas o

del Agape cristiano. Pues el altruismo, la defensa del grupo o de la comunidad

arriesgando la vida propia y, más extensamente, la filantropía, la ciudadanía del mundo,

y el sentimiento de fraternidad universal y de comunión con el universo han sido

amores reconocidos también por otras culturas. De ellos, el sacrificio por el grupo o la

comunidad, es el más primitivo y lo compartimos con bastantes especies animales. Pero

la empatía y la solidaridad con todos los miembros de la especie y aun con otras

especies, sentimientos que nos impulsan a protegerlos, tampoco son desconocidos en el

mundo animal.

Todos ellos son pensamientos y sentimientos que podemos considerar literalmente

amorosos. Muestran la socialidad del ser humano, que puede prestar la ayuda que otros

necesitan. Llevan al agrupamiento y al apoyo mutuo, a la aceptación de normas sociales

y búsqueda de liderazgos. Son amistades y conductas que poco tienen que ver con el

sexo.

Las bases bioquímicas de estos amores han sido menos estudiadas, aparte del

efecto empático que generan las neuronas espejo y el de la reiterada oxitocina, conocida

como hormona de las relaciones sociales positivas y de la confianza de unos en otros,

además de ser hormona del amor, como comentaré luego.

4. Otros tipos de amor

En cuanto a otros tipos de atracción o de conductas que tienden reiteradamente

hacia algún objeto, como llamadas por un imán, sólo metafóricamente podemos

llamarlas “amorosas”. Tales “amores” incluirían todas las filia (amor al dinero, al

poder, al conocimiento, a la fama, a la aventura o a la muerte, a la comida, a la bebida, a

las colecciones, etc.), que dan lugar a todos los filo (como filómano y filósofo y como

pedófilo o necrófilo). Y todas las adictio (al alcohol, el juego, el tabaco, las drogas

ilegales, la velocidad, el riesgo, al chocolate o al ordenador). O las simples conductas

repetitivas (ritos, hábitos, costumbres que nos llevan a repetir determinadas acciones,

haciéndonos dependientes de ellas).

La dopamina y sus receptores, fundamentales en el sistema de recompensa o

refuerzo, juegan su imprescindible papel. También la adrenalina, que está en la base de

la buscada excitación que algunas de estas conductas provocan. Y las anfetaminas

naturales. Pero estamos hablando de conductas muy diversas, muchas de ellas muy

específicas, y muy estudiadas, con la actuación añadida de moléculas químicos externas

algunas de ellas, como la adicción a las drogas; por lo que no estoy en condiciones de

hablar de ellas y simplificar más su complejidad. Además -como ya he observado antes-

todos los amores y atracciones se pueden mezclar, pues ninguno excluye a los otros. De

hecho se combinan, confluyen y se infectan unos a otros.

Baste lo dicho, pues, para justificar mi segunda tesis: “hay muchos tipos de amor

y todos ellos tienen unas bases biológicas”. El hecho de que se investigue y de que se

vayan encontrando estas bases neuroquímicas, parece restar poesía y misterio a nuestros

arrebatos o a nuestra abnegación y desinterés por los demás. No hay que tener miedo de

ello. Quien no esté enamorado quizás lo puede pensar, pero a quien lo esté, poco le

cambiará el hecho de conocer algo de la neurología de sus amores; pues seguirá

teniendo las mismas emociones y actuando de la misma manera. Tampoco la madre

dejará de cuidar o de acariciar a sus hijos por ello. Solo a quien ama la ignorancia le

puede asustar la ciencia. O sólo a quienes quieren encontrar en el mundo algo

sobrenatural pueden tener miedo a las investigaciones sobre la biología del amor; miedo

a que éstas decepcionen sus expectativas de inmortalidad. Los demás podemos seguir

disfrutando y sufriendo del amor tanto si conocemos los neurotransmisores que lo

activan y sus lugares de activación, como si los ignoramos. Cambiando el sentido de la

última estrofa del soneto de Quevedo siempre podremos decir: “serán cenizas, mas

tendrán sentido; polvo serán, mas polvo enamorado”.

Observación 1. La aparición de nuevas divinidades: la oxitocina.

Como hemos visto, Eros está siendo sustituido por nuevas divinidades menos

míticas. Se trata de esas hormonas y neurotrasmisores que parecen omnipresentes y que

se dejan encapsular, para repartir sus dosis idílicas entre los humanos: las feromonas, la

testosterona, la oxitocina y otras.

El lector puede comprobarlo escribiendo en Google sus nombres casi mágicos;

encontrará inmediatamente páginas donde se ponderan las cualidades de estas moléculas

ofreciendo su venta en pastillas, colonias, sprays, lociones, etc. Es el caso de las

feronomas, pero sobre todo, el de la oxitocina, que reina entre todas las divinidades

amorosas; se aclama su función en el amor, en la generosidad con los otros y la

confianza en ellos, en la percepción optimista de las personas y en la reducción del

estrés. Si queremos que se nos escuche o que confíen en nosotros, si queremos aumentar

nuestras habilidades sociales, o si necesitamos ayuda para combatir la depresión, los

trastornos de personalidad, las fobias sociales, etc., el instrumento es la oxitocina, esa

hormona del amor materno que también teje las redes sociales. Wilhelm (2010) cita

numerosas investigaciones bioquímicas, sociológicas, de marketing… que prueban su

eficacia desde que Henry Dale bautizara con el nombre de “parto rápido” a esta

hormona que se hallaba en la leche materna y que facilitaba los partos. Es segregada en

el hipotálamo –principal fuente de hormonas- y actúa directamente sobre el sistema

límbico.

Por el contrario, la falta de atención, de estimulación, de caricias en los niños

reduce la cantidad de oxitocina segregada, así como el número de sus receptores, con las

secuelas posteriores que ello tendrá en su vida social de adultos. Sue Carter (2003) –

como ya hemos mencionado, la encontró también en los amorosos ratones de pradera,

junto con la vasopresina de la fidelidad. Numeroso grupos de investigación dedican sus

esfuerzos a apreciar las cualidades de este neurotransmisor. El equipo de Kosfeld,

Heinrich, y Fehr, en Zurich, llevó a cabo experimentos ya muy famosos (Kosfeld, 2005)

en los que los voluntarios afectados con oxitocina se mostraban más dispuestos a

prestar dinero que los no afectados. Afinando, Baumgartner (2008) dirigió un

experimento semejante con ayuda de tomografía de resolución magnética y observando

que la oxitocina actuaba sobre la amígdala en el área cerebral que es responsable, en

condiciones normales, del miedo, haciendo que éste disminuyese. Y también actuaba

sobre el estriado dorsal, atenuando la acción de esta área que parece jugar un papel

cuando ponderamos alternativas o dudamos antes de tomar una decisión.

El mismo equipo de Kosfeld realizó luego otro experimento, según el cual una

caricia, unas palabras suaves, una palmada en la espalda de la pareja basta para que los

voluntarios afronten con mayor tranquilidad y optimismo las pruebas.

Y también ha investigado los efectos de la oxitocina sobre pacientes borderline.

Y en la misma onda, Eric Hollander (2007), ha experimentado con autistas adultos. La

hipótesis que sustentan estas investigaciones es que en un caso y en otro mejorarían las

competencias sociales y la escasa capacidad de empatía de estos enfermos.

En fin, que L’elixir d’amore está aquí, por lo que parece. Aunque más que un

elixir, se le empieza a considerar una nueva divinidad que ama a los hombres y los hace

mejores y más dichosos. Y está a la venta, como no podía ser menos.

Observación 2. Distinguir entre Eros y Reproducción.

Eros es un instrumento de la reproducción. Y ésta es, algunas veces, el resultado

del amor. Los organismos animados por Eros tienen más posibilidades de reproducirse

que otros a los que nada empujase a fusionarse. Esto es, los genes del amor se

perpetuán porque confieren éxito reproductivo a quien lo tiene. Pero ello no quiere

decir que Eros solo exista “para” la reproducción; y menos, sean asociales -y aun

“contra natura”- las relaciones sexuales entre individuos que no lleven a la

reproducción, como afirma la doctrina de la jerarquía católica y de otras iglesias en el

mundo.

Pues el concepto de fitness (como “éxito reproductivo”) es probabilístico. Para

que unos genes se perpetúen en el patrimonio genético de una especie animal, como la

humana, basta con que proporcionen una tasa reproductiva algo mayor que sus alelos o

que su ausencia; es decir, basta con que aumente algo la capacidad reproductiva de los

organismos que los poseen. No tienen que ser reproductivamente “eficaces” al 100%, ni

siquiera serlo muchas veces; basta con que alguna vez lo sean.

La atracción sexual, el enamoramiento y el cariño de pareja se han consolidado

genéticamente porque aumentan la probabilidad de tener descendientes que sobrevivan,

pero no existen para reproducirnos. En esto como en otras cualidades, la evolución

natural es ciega; no es finalística, no obedece a ningún plan o diseño previo.

Las respuestas amorosas a estímulos sexuales, naturales o imaginados, son

autónomas y pueden ejercer variadas funciones adaptativas, no sólo reproductivas. Por

ejemplo, funciones de coherencia social, como las que tienen lugar entre los Bonobos.

Estos pequeños chimpancés se han hecho famosos, entre otras cualidades, por la

continua práctica de relaciones sexuales con todo tipo de pareja. Sin embargo un gran

porcentaje de estas prácticas tienen funciones que no son reproductivas, como estrechar

vínculos sociales, establecer coaliciones y resolver conflictos.

La corte indeseable del amor. Tercera tesis.

El amor no es algo idílico. Esta grata fuerza de atracción y unión es el origen de

nuestras vidas, pero su exceso es tan perjudicial como su ausencia o la desigualdad de

su reparto, provocando impulsos y emociones antisociales, que necesitarán firmes

controles. Por ello, la tercera tesis que sostengo es que “amor suele ir mal

acompañado”. Su carro triunfante transporta, a menudo, compañías indeseables.

- En primer lugar, porque es utópico el “amor igual para todos”. Tanto en los amores

eróticos, como en los parentales o filiales encontramos siempre preferencias, que, en

algunos casos, son vividas como desamores por las personas que quedan relegadas.

Por lo que la competencia, los celos y la envidia, la rivalidad y la lucha hacen

parte frecuente del cortejo del amor. Las predilecciones, los desamores, los rechazos y

las exclusiones generan frustraciones, depresiones y venganzas, tan habituales éstas en

la mitología como en la vida real y literaria actual. Medea mata a sus hijos por venganza

al ser despreciada por Jasón; Clitemnestra mata a su marido el rey Agamenón por su

amor a Egisto; Electra incita a su hermano Orestes a matar a Clitemnestra para vengar la

muerte del padre. Sin hablar de Edipo, que tiene que matar a su padre para casarse con

su madre (bien que, en su tragedia, Sófocles le hace cometer estos actos cuando

voluntariamente quiere evitarlos).

- Amor tiende a ser absorbente y posesivo. Cuando no se respeta la autonomía de la

persona amada puede llevar a un sentimiento de posesión y a tenerla encadenada y

agobiada, a impedir su libertad y considerar que el otro tiene obligación de amar porque

es amado y que se puede mandar sobre sus sentimientos. “La mujer casada, la pierna

quebrada y en casa”, se decía. Los celos son compañeros frecuentes del amante. Y con

ellos los secuestros reales o metafóricos y los asesinatos cuando la persona vampirizada

dice basta. De este modo, amor llega a convertirse en dominante y con tendencias

esclavistas.

Amor y libertad se necesitan y se oponen. El amor solo puede ser libre. Nadie

puede ser obligado a amar o nadie ama por obligación. Pero el amor encadena a los

amantes. Y su fusión se opone a su individuación.

- Como hemos dicho ya, amor no es la única energía que nos mueve. Hay otras fuerzas

sociales que nos impulsan: la lucha, la competencia, la supremacía… que con frecuencia

se mezclan con las que llamamos amorosas y las acompañan mientras que otras veces

son su contrapunto.

Por ello podemos hablar de unas patologías del amor, considerado como fuerza de

atracción y de unión. Por defecto Por exceso Por conflicto Por infección Amar Indiferencia, falta

de respeto, odio Hiperprotección, absorción, simbiosis, control

Triángulaciones Por otros intereses individuales y sociales

Ser amado Ignorado, maltratado, engañado con falsos amores

Dependiente, encadenado, inmaduro, caprichoso

Triangulado Utilizado, desorientado.

Cuadro 1. Patologías del amor

Aquí llamo virus a aquellas fuerzas, tendencias, motivaciones… que tienen otros

objetivos y funciones pero que se infiltran en los procesos amorosos y los

instrumentalizan. Puede ser una adicción o dependencia que se instaura gracias al amor

y lo prolonga; puede ser un deseo de riqueza, de fama, de promoción, etc. que confluye

con un amor, o que lo suplanta con engaño; pueden ser tipos de amores distintos que

confluyen, como el incesto.

Amor necesita y genera sus contrarios

Yendo algo más lejos, afirmaremos la cuarta tesis diciendo que “Amor necesita

sus contrarios y muchas veces los genera”.

Los amores tienden a juntar o unir los elementos. Si no tuviesen un contrapeso, en

la humanidad y en el universo, estas fuerzas de atracción llevarían a la fusión de todo,

esto es, a la desaparición de diferencias o indiferenciación, sinónimo de caos o de

negación de la existencia de algo concreto, pues nada de ello existiría.

Las tendencias a la unión necesitan sus contrarios para que exista el mundo y

nosotros con él; para que no todo esté aglutinado. Junto a las fuerzas de atracción, son

necesarias las fuerzas de distanciamiento, de individuación y de autonomía entre los

seres; fuerzas centrífugas (como las provocadas por el big bang en nuestro universo);

fuerzas de repulsión o de “Discordia”, como las llamó Empédocles.

A la misma conclusión llegamos si reflexionamos sobre la vida. Podemos decir

con propiedad que amor genera vida. Pero para que unas cosas vivan es necesario que

otras mueran, se destruyan y se descompongan. La vida lleva consigo la muerte, como

exigencia. En términos freudianos, la libido no basta para explicar la naturaleza

humana, Eros necesita Tánatos.

Con esta tesis venimos a afirmar que Amor ni es todopoderoso ni es el único

creador del mundo, ni siquiera el más fuerte de los dioses, pues otras divinidades menos

simpáticas alternan con él y son su complemento, haciendo frente a sus excesos y

corrigiendo sus defectos.

Entre ellas encontramos a Temis y Diké, aspectos distintos del equilibrio natural y

de la justicia divina y humana, basada ésta en la reciprocidad. Si bien resulta imposible

obligar a amar, la justicia, por el contrario, sí que puede ser impuesta; porque es factible

respetar los derechos fundamentales de todos. También Lex, la ley, es otra fuerza social

que puede encauzar y civilizar el amor perjudicial. Y con ella, las jerarquías sociales y

las reglas de convivencia, que impiden la lucha de todos contra todos en las sociedades

animales y en las humanas.

Todo ello no sería necesario si cambiáramos el concepto de “amor”, sustrayéndole

sus aspectos salvajes e irracionales. Por ejemplo, no considerando amor verdadero al

que no respete a las personas. O -como sostenía Erixímaco en el aludido banquete

narrado por Platón- si creemos que Amor es una Armonía. Como buen médico

hipocrático consideraba la salud como armonía, como equilibrio entre los distintos

humores, y atribuía a Eros el arte de dosificar y de armonizar los componentes naturales

y sociales.

Pero con ello estaríamos dulcificando a un dios que es anterior a la mente y que

conserva siempre su aspecto irracional. Como en otro mito, Psique no puede ver el

rostro de Eros, so pena de perderlo para siempre. ¿O acaso tendría razón Apuleyo

cuando describió un happy end haciendo posible el matrimonio de Eros con Psique?

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