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Evolución y Transformación de la Noción de Riesgo en el Discurso y la Aplicabilidad

Date post: 15-Jan-2016
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Debates en torno al concepto de riesgo en el discurso académico e institucional en América Latina
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Sociedad Venezolana de Historia de las Geociencias Centro de Estudios Integrales del Ambiente, UCV Perspectivas Venezolanas sobre Riesgos: Reflexiones y Experiencias Volumen 2 Rogelio Altez y Antonio De Lisio (Coordinadores)
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Sociedad Venezolana de Historia de las Geociencias Centro de Estudios Integrales del Ambiente, UCV

Perspectivas Venezolanas sobre Riesgos:

Reflexiones y Experiencias Volumen 2

Rogelio Altez y Antonio De Lisio (Coordinadores)

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CENAMB COORDINACIÓN DE PUBLICACIONES

Gilberto Buenaño CENTRO DE ESTUDIOS INTEGRALES DEL AMBIENTE, UNIVERSIDAD CENTRAL

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Reflexiones y Experiencias Volumen 2

Rogelio Altez y Antonio De Lisio (Coordinadores)

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DIRECTORIO UCV RECTORA Cecilia García Arocha VICERRECTOR ACADÉMICO Nicolás Bianco VICERRECTOR ADMINISTRATIVO Bernardo Méndez SECRETARIO Amalio Belmonte

CENAMB DIRECTOR Gilberto Buenaño COORDINADORES Mylene Gutiérrez Carlos Monedero Sergio Barreto REPRESENTANTE PROFESORAL Rafael Batista

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Evolución y transformación de la noción de riesgo en el discurso y la

aplicabilidad Andrea Noria y María Victoria Padilla

Escuela de Antropología, Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Universidad Central de Venezuela

Introducción

El repertorio de categorías, conceptos y nociones de cualquier esfera del conocimiento se articula con condicionantes histórico-sociales que determinan la apropiación simbólica y discursiva de la realidad social, de manera que en el análisis de la problematización de un aspecto dado de la realidad concreta, la construcción de un Modelo implica la movilización de nociones genéricas que posteriormente se transforman en conceptos teóricos (Lanz, 1995). Así, estas categorías conceptuales, una vez instauradas como tales, son configuradas desde el discurso científico.

En este sentido, se entiende que la conceptualización de la noción de riesgo supone un proceso complejo donde se entrecruzan diversas formas de abordarlo, esto implica una transversalidad conceptual que se conforma como intérprete del hilo conductor hacia la comprensión y aprehensión del Estudio Histórico y Social de los Desastres (García Acosta, 2005). Esto supone un contexto donde los conceptos y teorías, así como las definiciones, resultan ser diversos, conduciendo a la necesidad de un “esfuerzo interpretativo… [que] debe aspirar a superar la descripción de la eficacia funcional para llegar a comprender la eficacia simbólica que opera desde la lógica real” (Altez, 2009, p. 114).

En consecuencia, se entiende que el concepto de riesgo implica una interpretación de la realidad que está permeada por diversas lecturas de la misma, de acuerdo al contexto donde se movilice (Briones, 2005). Por tanto, las definiciones se fundamentan en conceptos, y la agrupación de éstos implican la base del entendimiento de enfoques (Lavell, 2006). Por su lado, las categorías son

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abstracciones de la realidad construidas por el investigador. Las definiciones per se van de la mano de la descripción o constancia empírica que las comunidades pueden reconocer. Detrás de esta descripción se localiza el proceso de conceptualización, el cual incluye la delimitación, descripción y definición (Lavell, 2006).

Resulta pertinente, entonces, una investigación teórica sobre el concepto de riesgo (y de las categorías que lo conforman) desde un enfoque cronológico y geográfico (en especial lo concerniente a Latinoamérica) que busque dar cuenta de las redefiniciones que se despliegan en el proceso de construcción del riesgo, y las distintas aproximaciones que se articulan discursivamente en torno a dicho proceso. Estas definiciones van de la mano de la incursión en el ámbito investigativo de diversas corrientes de estudio, las cuales se configuran contextualmente y de acuerdo a las condiciones que el contexto sociocultural y natural conforma en un momento dado. De manera que, un acercamiento a esta conceptualización deja entrever su incidencia teórica y práctica (Padilla, 2009) y la necesidad de un enfoque transversal para abordar su problematización. Desde esta perspectiva se han desarrollado trabajos similares como el de Rogelio Altez (2009), María Victoria Padilla (2009), Virginia García Acosta (2005) y Fernando Briones Gamboa (2005). La construcción discursiva del riesgo: entre las ciencias sociales y las ciencias naturales

Riesgo como categoría conceptual comienza a conformarse, en tanto producción científica al respecto, a partir del período de la segunda posguerra, aún cuando desde principios del siglo XX se observa un énfasis en él. No obstante, esta categoría, como todas las categorías conceptuales, deja entrever su existencia como palabra, contextual y temporalmente codificada, cuyo contenido semántico se ha ido transformando históricamente y lo ha posicionado en tanto que categoría analítica para la

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comprensión de realidades que atañen a contextos específicos.

En este sentido, se tiene que a partir del siglo XV, y de la mano del proceso de expansión de la cultura occidental “…los eruditos y luego los científicos construyeron conocimientos destinados a comprender mejor los procesos de deterioro en el Nuevo Mundo…” (Hardy, 2009, p. 62). A pesar de ello, no fue sino hasta el siglo XX, como se mencionó anteriormente, que los análisis científicos se posicionaron frente a una mejor explicación de los fenómenos naturales, siendo principalmente las Ciencias de la Tierra las que llevaron a cabo los primeros adelantos (Hardy, 2009). Esto implica la conformación de un discurso formal sobre el riesgo, que se establece como discurso institucional público, institucional supranacional y científico. La ansiedad por las cuestiones de seguridad, y con ello de riesgo, se evidencia en las primeras décadas del siglo XX; sin embargo, es para el período de la posguerra y particularmente en la década de los ’50 que se puede hablar de una efectiva producción al respecto (véase Padilla, 2009).

Lo expuesto contiene varias implicaciones. Por un lado, se comprende que el riesgo como concepto deviene de un proceso reciente, instaurándose para finales de la Edad Media y articulado con la aprehensión del tiempo histórico (Briones, 2005), que implica una concepción lineal del mismo, característico de las sociedades occidentales y occidentalizadas, donde se encuentra articulado y determinado por la percepción del futuro. Y por el otro lado, se entiende que es a partir del quiebre hermenéutico de los procesos sociales e ideológicos –que supone el advenimiento de la modernidad– que la noción de riesgo cristaliza en el dominio del pensamiento racional (y con ello se incrusta la categoría de elección y se movilizan sus condiciones tanto materiales como ideológicas) y en el dominio del método científico, acompañando a las diversas lecturas de los fenómenos naturales. De manera que el elemento probabilístico de la

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noción de riesgo es el que comienza a resonar en el ámbito racional de las ciencias, consolidándose a partir de la Ilustración (Cf. Briones, 2005), componente modulado por los contextos sociales y culturales.

A partir de este enfoque naturalista-fisicalista el concepto de riesgo de desastre hace referencia a “…una función directa de la exposición a, la intensidad y magnitud, el período de recurrencia y otras características de las amenazas físicas per se” (Lavell, 2006, p. 6). La definición que se despliega desde el mismo enfoque implica “… la probabilidad de la ocurrencia de una amenaza extrema” (ídem.). Por tanto, estos primeros intereses están signados por una mirada que se enfoca en los aspectos físicos de los desastres y los riesgos, configurando la visión que se soporta en el aspecto causal de los mismos, de manera que deviene en la concepción posicionada como dominante, aquella que hace referencia a los –que han predominado en la literatura al respecto– llamados “desastres naturales” (definida de esta manera por Kenneth Hewitt).

Por otro lado, desde una perspectiva sistémico-social el riesgo de desastre precisa “contextos de pérdidas latentes producto de la interacción de amenazas con vulnerabilidades en poblaciones y estructuras, producción y servicios expuestos donde tanto la exposición como las vulnerabilidades son producto de procesos sociales determinados…” (ídem., p. 7), y la definición de riesgo en la misma línea hace referencia a “…la probabilidad de pérdidas y daños asociados con la presencia de amenazas y vulnerabilidades en poblaciones, bienes y producción expuestos a amenazas” (ídem., p. 8). Se observa aún la preeminencia de la nombrada visión dominante.

En consecuencia, la definición más sencilla de riesgo hace referencia a la probabilidad de que a una población o grupos sociales de la misma le ocurra algo “nocivo o dañino”. Por tanto, para que exista un riesgo debe haber tanto una amenaza (detonadores de orden natural, socio-natural, antrópico y/o tecnológico) como una población

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vulnerable a sus impactos. El riesgo se visualiza como una condición latente, cuyos efectos dependen de la intensidad probable de la amenaza y de las condiciones de vulnerabilidad existentes (Herzer y Gurevich, 1996).

Las investigaciones sobre los riesgos han estado –desde que con la modernidad se comienza a problematizar la realidad- articuladas con el conocimiento de las amenazas de origen natural, lo cual no difiere mucho de lo puntualizado por Lavell (2006) al referirse al enfoque naturalista-fisicalista como dominante. No es casualidad, entonces, que este primer acercamiento hacia la institucionalización y teorización del riesgo, esté fundamentado en una lectura de la dinámica de la naturaleza, especialmente si se toma en cuenta que los primeros aportes vienen dados por las ciencias naturales.

Este paradigma comenzó a diversificarse a partir de la década de los ’80 del siglo XX, cuya expansión cobra mayor fuerza para 1990, particularmente bajo la declaración que se realizaría en 1989 en la Asamblea Nacional de las Naciones Unidas sobre el Decenio Internacional de Reducción de los Desastres Naturales (DIRDN) para esa década (Melching y Pilon, 2006; Hardy, 2009). A partir de entonces el riesgo comienza a ser conceptualizado a través de la premisa de construcción social, premisa que va de la mano de la convergencia física o funcional, en el tiempo y en el espacio, de una amenaza y de condiciones de vulnerabilidad (Rebotier, 2009). Asimismo, se observa un aumento en la producción y atención sobre el tema del riesgo (esencialmente a desastre), y en los años posteriores a dicha declaración, de un considerable acrecentamiento del interés institucional con respecto al tema, a pesar de la incidencia real de los organismos internacionales (Padilla, 2009).

Es así que las Ciencias Sociales empiezan a jugar un papel más determinante en el estudio del riesgo, aún cuando desde casi un siglo antes se venían proponiendo metodologías para abordar su problematización (García

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Acosta, 2004; García Acosta, 2009). De esta manera, los aportes que se han hecho desde la antropología, la historia y la geografía social al campo de estudio del riesgo (en general) y de los desastres (en particular), han despejado el camino para introducir en el debate la dimensión cultural de los grupos en contextos vulnerables ante la presencia de amenazas naturales (García Acosta, 2009, p. 126). Estos aspectos culturales conforman los elementos centrales de la percepción del riesgo, y le otorgan sentido a las estrategias desplegadas para enfrentarlo (Douglas, 1996; Ríos y Murgida, 2004). En efecto, las sociedades –espacial y temporalmente– han construido vías sociales y culturales para manejar el riesgo (García Acosta, 2009), para de alguna manera llegar a legitimar el mismo. Esto implica que su percepción se canaliza de acuerdo a la proyección en el futuro (Evans, 1994), y con ello se deja entrever la manera en que las sociedades (tanto a nivel de grupos sociales como a nivel institucional) buscan abordar la noción del tiempo. Asimismo, las ciencias aplicadas promovieron un enfoque que desprendía la mirada de los fenómenos naturales para adentrarse en la consideración sobre los efectos. Ejemplos de esto se localizan en los trabajos de Robert Withman y Michel Fournier d’Albe, durante los años ’70 del siglo XX, sobre la estimación de daños en caso de sismos (Cardona, 2003); enfoque que las compañías aseguradores incorporarían dentro de sus estructuras discursivas, estimulando de esta manera la noción de riesgo (Padilla, 2009).

Es preciso señalar que las ciencias sociales, ya para décadas anteriores a la finalización de la Segunda Guerra Mundial, habían realizado algunos aportes. Por ejemplo, está el caso de las contribuciones de Prince relacionadas con los efectos de la explosión de un barco en Nueva Escocia en 1920 (ídem.); o en la década de los ‘30 de la mano de la geografía ecológica con una perspectiva socioambiental (Cardona, 2003).

Esto evidencia que dentro de la esfera social, los riesgos se identifican como construcciones socio-

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históricas fundamentadas en la codificación que realiza la sociedad de los acontecimientos y sus circunstancias de vida, materializando en el plano espacial y temporal lo que para ellos es normal y seguro (Cf. Douglas, 1996; Ríos y Murgida, 2004). Por tanto, la noción de riesgo está vinculada con la probabilidad de resultados que afectan perjudicialmente a la comunidad y que devienen de la toma de decisiones (o no) de los actores sociales (Ríos y Murgida, 2004).

En este sentido, los investigadores que conforman La Red de Estudios Sociales en Prevención de Desastres en América Latina (LA RED) “…contribuyeron mucho en la investigación, la apropiación y la difusión de estudios de riesgos desde las ciencias sociales, desde los sistemas sociales, y no solo desde la amenaza” (Rebotier, 2009, p. 14). Este grupo –que surge a principios de la década de los ’90 del siglo XX- en vinculación con las investigaciones del área antropológica y sociológica, ha brindado un aporte clave en la concepción dinámica del riesgo y de las distintas mediaciones que lo conforman. Elaboraciones teóricas que devienen, a su vez, de trabajos cuyos enfoques se anclan en la conceptualización del riesgo como una variable de desarrollo, y resultado de una construcción social (Rebotier, 2009). Así, los investigadores de LA RED se han sumergido en la promoción de un enfoque constructivista y contextual. Este enfoque identifica al riesgo como “…un producto de la construcción del territorio…” (Rebotier, 2009, p. 14). De igual manera, LA RED también está compuesta por integrantes que se inclinan por una perspectiva histórica de los riesgos (Rebotier, 2009).

Otro organismo que ha desplegado importantes aportes en el ámbito de la prevención de desastres y riesgos es el Observatorio Sismológico del Sur Occidente de Colombia (OSSO), de la Universidad del Valle en Cali. Esta institución se ha orientado, según algunos autores, hacia la visión denominada fisicalista o naturalista, a partir de su aporte técnico-científico en el análisis de la

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amenaza sísmica. No obstante, se contempla el orden social en sus aportes técnicos y científicos de la problemática que estudia, fragmentado de esa manera la especialización disciplinaria que predomina en el estudio de los desastres y los riesgos (Lavell, 2004).

Por otro lado, una nueva matriz epistemológica y metodológica se ha ido forjando de la mano de la “geografía de riesgo” (Rebotier, 2009). En sus fundamentos se puntualiza que “La geografía crítica de los riesgos rompe con el análisis exclusivo de la amenaza, o con enfoques sectoriales, fundamentándose en enfoques constructivistas” (ídem., p. 16). Desde esta postura se plantea que si bien se precisa y se asume la dimensión histórica, el estudio del espacio geográfico de las sociedades requiere de la observación del papel del espacio en la construcción del riesgo. Se habla, entonces, de la “territorialidades del riesgo” que apuntan a todo aquello que, como construcción social es, y se representa (ídem.).

Hacer referencia a la construcción social del riesgo implica dos acepciones: por un lado, la representación del riesgo (insertado en un contexto social que determina esa percepción); y por el otro lado, dicha construcción social señala las distintas condiciones materiales de vulnerabilidad que permean las consideraciones sobre la exposición de una amenaza y las posibles consecuencias (Rebotier, 2009, p. 14). De igual manera, Virginia García Acosta (2009) señala que este concepto (construcción social de riesgo) implica las formas en que la sociedad construye contextos que resultan vulnerables y que provocan un desajuste en el medio ambiente. Esto supone que los riesgos se conforman “…por y dentro de procesos vinculados con el desarrollo y el manejo ambiental” (García Acosta, 2009, p. 118). Asimismo, el riesgo se construye socialmente con base en la percepción de la situación per se y de las diversas interpretaciones que surgen en el seno de los distintos grupos sociales (Ríos y Murgida, 2004).

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Ya algunos autores han señalado la necesidad de un cambio conceptual en torno a la noción de riesgo, tratando de sobreponerse a la tradicional pareja de amenaza-vulnerabilidad. La literatura anglosajona reciente se ha interesado en superar las contradicciones, haciendo hincapié y reconociendo la necesidad de un enfoque integrador y no segmentado de la conjugación de los distintos parámetros de riesgo (Hardy, 2009), ya que “El hecho de usar el riesgo como categoría unánime que pueda justificar un arbitraje social hace del riesgo un instrumento político en la reproducción (o subversión) del orden socio-espacial…” (Rebotier, 2009, p. 22).

La respuesta que se obtiene usualmente en coyunturas desastrosas (siguiendo a Altez, Parra y Urdaneta, 2005), se construye a partir de una definición, por lo general admitida, del riesgo de acuerdo al par amenaza-vulnerabilidad. Visión en la cual se atiende principalmente a la amenaza, provocando que gran parte de los trabajos de investigación científica se aboquen a implantar un mejor conocimiento de los procesos físicos de daños (Hardy, 2009). No obstante, la creación de la ya nombrada Red de Estudios Sociales en Prevención de Desastres en América Latina contribuyó en el afianzamiento de la llamada perspectiva social que también se le conoce como “enfoque de la vulnerabilidad”, de acuerdo con lo señalado por Virginia García Acosta (2005).

En consecuencia, se tiene que en el caso de América Latina las dudas de los científicos sociales fueron corroboradas. Se observa que las perspectivas enfocadas en la amenaza no aportaban relevantes explicaciones sobre la cantidad de desastres que afectaron a esta parte del continente americano a partir de la década de los sesenta y que implicaron y reflejaron contextos con gran cantidad de riesgos y poca capacidad de respuesta: los terremotos de Caracas (1967), de Huaraz (1970), Managua (1972), Guatemala (1976), Popayán (1983), México (1985), San Salvador (1986), Alto Mayo (1990-1991) y Limón (1991); huracanes en: Fifí, en Honduras

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(1974), y Juana, en Nicaragua (1988); las erupciones del Chichonal, en México (1982), y del Nevado del Ruiz, en Colombia (1985); las inundaciones vinculadas con El Niño en los países andinos (1981-1982); así como en Honduras y Nicaragua (1983), en Costa Rica (1991, 1992 y 1996), en la Cuenca del Río Panuco y en Tijuana, en México, para la década de los ‘90, y en Lima-Callao (1984); y las explosiones de los tanques de la planta eléctrica de Tacoa, en Venezuela (1982); y las que acaecieron en los ductos de petróleo en Guadalajara (1991), entre otros más (Lavell, 1996). Asimismo, resultan determinantes para la confirmación de la esfera desastrosa con respecto a la noción de riesgo, el impacto que tuvo en Centroamérica el huracán Mitch (1998); y los aludes de El Limón, en Maracay, Venezuela en1987 (véase Padilla, 2009).

Las investigaciones que han surgido de las ciencias sociales permitieron, entonces, manifestar ciertas disfunciones. No obstante, no han formulado a los gestores urbanos soluciones de reducción de riesgos; en oposición a las ciencias de la tierra que, colocando de relieve el papel que juegan las amenazas, precisaron la posibilidad de poder reducirlo, incluso llegar a eliminarlo (Hardy, 2009). En este sentido, se conformaron reflexiones en torno a una perspectiva de investigación-acción, tanto de las ciencias de la tierra como de las ciencias sociales, reflexiones que se materializarían en la medida en que se redefina la noción de riesgo. Definición que está, a su vez, ceñida a lo que es el par amenaza-vulnerabilidad, y que presenta serios conflictos en la esfera conceptual, operativa y en la aplicabilidad de los resultados de los trabajos de investigación (véase al respecto Hardy, 2009).

En síntesis, en la concepción del riesgo a desastre se pueden distinguir dos tradiciones teóricas distintas. Por un lado, está la vinculada con los trabajos de los economistas, dirigida hacia el cálculo de la cantidad de riesgo, de manera que a estos científicos sociales (de acuerdo con los postulados de esta corriente) les

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corresponde estimar la magnitud y probabilidad del desastre. Este modelo económico ha sido empleado por los entes públicos en el manejo de “riesgo compartido”, cálculo que se desprende de los individuos y lo determinan los expertos (lo que implica que sea una perspectiva jerárquica y vertical). La segunda corriente teórica sobre el concepto de riesgo ha sido desarrollada por sociólogos y psicólogos sociales, la cual implica que el riesgo está articulado con los procesos cognitivos. Es decir, es un estado de percepción mental del individuo frente a situaciones peligrosas, esto supone que el concepto de riesgo se encuentra permeado por los procesos subjetivos de los individuos y que, además, se inserta en la cotidianidad de los actores sociales.

A partir de lo expuesto puede advertirse la ausencia de un consenso teórico y conceptual, siquiera para la definición en un nivel léxico del riesgo. Esto nos muestra cómo las condicionantes histórico-sociales, tanto para el ámbito académico como para el institucional, son determinantes en la construcción de categorías discursivas, que además se reconocen como fundamentales en las posibilidades de llevar a cabo planes de mitigación de riesgo, o cualquier otro proyecto de aplicación por parte de las instituciones de lo propuesto desde el ámbito científico. Así, la visualización de las diferencias entre conceptos y palabras resulta clave para un manejo teórico de un problema específico, por tanto se precisa en el ámbito del riesgo diferenciar entre su utilización léxica y su inclusión dentro un enfoque teórico como el de los desastres. Es decir, existe una diferencia entre el riesgo como palabra (que es utilizada indistintamente en la cotidianidad) y el riesgo como categoría conceptual, que es manejada desde un discurso institucional o académico. La aplicabilidad de la noción del riesgo: el discurso institucional

La articulación, entre distintos países, de estrategias y políticas básicas y en comunes en torno al tema de

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riesgos, precisa de un mínimo de consenso y acercamiento con respecto a las bases conceptuales y perspectivas que en ello prevalecen, para advertir el entendimiento del problema bajo análisis, y la intervención en el mismo (Lavell, 2006, p. 2). Con respecto a la intervención en dichos problemas, se considera que “…las leyes y decretos, planes y proyectos en todos los países establecen un enfoque sistémico, multidisciplinario, multi-sectorial y participativo. Sin embargo, en la realidad de la práctica y la organización y jerarquía estos tienen distintas expresiones en los distintos países” (Lavell, 2006, p. 12). Esto deja entrever la particularidad de los distintos contextos y de los procesos histórico-sociales que franquean la lógica de la aplicabilidad y la construcción cultural de las vulnerabilidades, así como de las percepciones del riesgo mismo. Las transformaciones institucionales y discursivas en torno al tema del riesgo son recientes. Los diversos financiamientos que han surgido a partir de la década de los ’80 del siglo XX, por las condiciones y discursos que se han movilizado desde entonces (particularmente los asociados con los fenómenos naturales), se han anclado en un vaivén de intereses circunstanciales que se irían consolidando en el discurso institucional y por el predominio de las “grandes catástrofes” en el mismo. En este sentido:

Entre las instituciones prestigiosas de relativamente larga data en América Latina que se apropiaron de una parte del pastel del financiamiento para el tema de los desastres, se cuenta por ejemplo, a la FUNVISIS en Venezuela, el Instituto Peruano de Geofísica y el Centro Regional de Sismología para América del Sur, CERESIS, en el Perú; el Instituto de Geociencias en la Universidad de Panamá, la Escuela de Geología en la Universidad de Costa Rica, hoy en día la Escuela Centroamericana de Geología; el Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología y Meteorología en Guatemala, las Facultades de Ingeniería en la Universidad de Costa

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Rica, la Universidad de Chile, la Universidad Nacional Autónoma de México y la Universidad Nacional de Ingenierías del Perú. El CERESIS, tomado como ejemplo de la relación entre grandes eventos y el financiamiento para las ciencias básicas, recibió un aumento importante en el financiamiento concedido por sus fuentes japonesas tradicionales, durante el periodo posterior a la fallida “Predicción Brady” de un gran terremoto en Perú en 1980. Ello ilustra la importancia que la aprehensión asociada con grandes eventos o su predicción puede tener en términos del acceso al financiamiento y al fortalecimiento de los centros de análisis de amenazas (Lavell, 2004, p. 10).

A partir de la implantación de dos programas del Instituto de Investigación para el Desarrollo (IRD) en los países andinos, se ha conformado una reflexión conceptual sobre el riesgo. Se deja entrever que su definición trasciende la manera tradicional –la amenaza frente a la vulnerabilidad–, para incorporarse a la posibilidad de “perder aquello a lo que se da importancia” (Hardy, 2009). Esta conceptualización no excluye este par de nociones, sino que las incorpora y combina con la noción de elemento esencial, así como sus representaciones y valores socialmente legitimados (ídem.).

Una consecuencia ineludible de la relación bidireccional de diálogo y aplicabilidad se consolida por el hecho de que los discursos académicos, institucionales y políticos en general, se percataron de que los desastres no son naturales, sino que corresponden al resultado de una construcción histórica, social, material y simbólica. Por ende, el abordaje institucional resultaría eficaz no sólo en el plano funcional sino también en el simbólico, en la medida en que este supuesto logre calar en las bases teóricas que lo conforman, lo cual implica eludir la condición vertical de las relaciones de poder que se movilizan en el plano institucional, recordando que gran

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parte de las estrategias y organizaciones sociales que vislumbran el tema del riesgo van de la mano de los cambios en las agendas internacionales:

…el soporte teórico que probablemente no han atendido los espacios que toman decisiones, se encuentra en el conocimiento de la dinámica de las culturas. La velocidad de las transformaciones culturales no es perceptible en tiempo histórico, y mientras los proyectos de cambios estructurales pensados para las sociedades se hagan con expectativas de logros políticos o de poder, la probabilidad de que estos recursos transformen profundamente a las comunidades es igual a cero (SOCSAL, 2003, p. 97).

Es por ello que los cambios discursivos y prácticos “…de las instituciones supranacionales destinadas a atender situaciones de desastres (PNUD, OMS, y el cercano DIRDN), han comenzado a reforzar y construir nuevas formas de organización social que atiendan y generen respuestas en torno a los riesgos…” (SOCSAL, 2003, p. 10). Así, el despliegue de estrategias que resultan eficaces se movilizan de acuerdo al concepto de riesgo que se maneje. Es sólo a través del éxito en el plano simbólico que se puede consolidar la transformación de las estructuras culturales, esfera simbólica que cristaliza en la continuidad en el tiempo de dichas estrategias adaptativas. Es menester, entonces, prever teóricamente la recurrencia de los fenómenos naturales y la necesidad de convivir con ellos como amenazas, lo cual supone conceptualmente una eficacia funcional que consolida el surgimiento de una posible conciencia del riesgo con mayor anclaje en la esfera social (ídem., p. 13). En efecto, “…el indicador más importante para reconocer el potencial de los cambios bruscos y disyuntivos, podría ser la incapacidad de apreciar la existencia misma de un riesgo” (Evans, 1994, p. 8).

El tema cultural atraviesa la lógica institucional. Es por ello que si se precisa conceptualmente que la cultura

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no corresponde a un conjunto de factores descriptivos que se localizan en el plano de lo aparente, sino que se halla detrás de ello (y la antropología como disciplina ha dada buena cuenta de esto), las relaciones colaterales entre el discurso y la aplicabilidad se desdibujarían, para conformar estrategias eficaces en el plano práctico y simbólico. Es decir, ir más allá de manuales e informes que atiendan las fallas infraestructurales y las condiciones materiales. Es así que “…en esencia, se siguen manteniendo las mismas estrategias; el objetivo principal ha sido mantener el orden social y utilizar una lógica de reproducción capitalista en las fases de emergencia y reconstrucción del desastre” (Cortés, 2006, p.73).

Las nociones de riesgos, en la medida en que se aprehenden como construcciones culturales, se abocan a algunos aspectos del peligro, y por lo tanto ignoran otros, reflejando la determinación contextual que implica la construcción discursiva de las categorías analíticas en la problematización de algún aspecto. Este proceso es la vertiente que postula la conformación de una cultura del riesgo (Bestard, 1996; Douglas, 1996), punto en el cual Altez (2009) señala que no es posible pensar en una “Cultura del Riesgo”, pero sí resulta acertado pensar en una “Cultura ante el Riesgo”. Este cambio semántico implica que la atención se aboque a “…la relación que las sociedades sostienen con sus entornos y los medios ambientes que de esa relación resultan…” (Altez, 2009, p. 125). A esta conceptualización del riesgo como construcción social, es menester aunarle la premisa de su reproducción. Así, sería construcción y reproducción social del riesgo en el plano histórico social, pues toda investigación respecto al tema debería partir de esta consideración, donde las relaciones de poder juegan un papel fundamental para el entendimiento de los procesos históricos sociales que conforman el concepto de riesgo, y se hace mención implícita de ellas por su misma definición teórica (Altez, 2009).

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Si existiera una “Cultura del Riesgo”, no se requerirían planes para la mitigación del mismo, pues las comunidades tendrían dentro de sus estructuras simbólicas el comportamiento de la naturaleza como un aspecto de su cotidianidad, y además las amenazas se dilucidarían como un factor indivisible de la relación física con el medio ambiente (SOCSAL, 2003).

El enfoque que asumen las autoridades forma parte de una visión dominante que supone a los fenómenos naturales como agentes causantes del desastre, enfoque dilucidado por Kenneth Hewitt en 1983 (haciendo referencia a que es la perspectiva que tienen la gran mayoría de las naciones en el mundo). En consecuencia, se tiene que la población es vista como un componente pasivo de la dinámica de la naturaleza (Cortés, 2006). Por tanto, existe de manera oculta la necesidad de longevidad del orden social –socioeconómico y político. En este sentido, el modelo económico se asocia con la cantidad de riesgo físico vinculado a la pérdida de propiedades, y que se legitima como “riesgo oficial” a través del consenso científico (Klein, 2007).

De manera que los especialistas están acostumbrados a desarrollar un análisis del concepto de riesgo de forma minuciosa y detallada, pero condicionada por una sola dimensión, sin dar cabida a las demás lecturas que se despliegan en torno al mismo ámbito; se entiende, entonces, que el riesgo suele ser enfocado desde una única perspectiva. No obstante, y a pesar de ello, se han extendido numerosas investigaciones científicas que formulan y precisan un enfoque plural de la idea de riesgo (Perry y Montiel, 1996).

Asimismo, se tiene que la participación social en la querella sobre los desastres implica el advenimiento de nuevas fuerzas sociales en la producción y ejecución de programas para la gestión del riesgo y desastres (Klein, 2007). El paradigma dominante en América Latina y la visión alternativa sobre el riesgo

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La urdimbre del concepto de riesgo va a encontrarse permeada por nuevas perspectivas que suponen una visión alternativa dentro del estudio de los desastres, al incluir la categoría de vulnerabilidad como factor clave en dicho estudio (Briones, 2005). No obstante, la recurrencia del factor probabilístico es notable a raíz de que el discurso institucional sobre la gestión de riesgos está anclado en una lógica economicista que le permite a la sociedad legitimar lo que resulta o no riesgoso en un momento dado. Como consecuencia, “…existe una álgida relación entre la comunidad académica y la comunidad practicante en la planificación para los desastres” (Lavell, 1993, p. 1).

Al franquear los límites de las investigaciones en torno al estudio del riesgo (en general) y desastres (en particular), la noción de vulnerabilidad emerge en el escenario, involucrando una serie de factores sociales en la determinación de las condiciones de riesgo (Rebotier, 2009, p. 13). Por tanto, la vulnerabilidad pasa a ser factor angular en la aproximación y construcción de la noción de riesgo. Se señala que con el creciente énfasis en este factor se comienzan a ampliar y a privilegiar criterios más abarcadores que sobrepasan el tradicional enfoque acentuado en el conocimiento detallado del impacto de una amenaza sobre bienes expuestos. En efecto, el paradigma que mantuvo en boga la perspectiva que insistió por muchas décadas en la explicación de los desastres a partir de factores externos (esencialmente lo determinado por la amenaza natural), se comenzó a fragmentar en la medida en que confluyeron una serie de elementos, poniendo un gran interés en la construcción social del riesgo y las condiciones de vulnerabilidad a riesgos vinculados con desastres (García Acosta, 2004).

En la década de los ‘90 del siglo XX se produjeron diversos trabajos (fundamentados en estudios empíricos) que reflejaban la importancia del nuevo enfoque. Éste comenzó a insertarse en el panorama dominado por las perspectivas ceñidas al análisis de la amenaza natural (eje que va de la mano de los científicos naturales y de las

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denominadas ciencias exactas) por un lado; y aquellos enfoques concentrados en la respuesta luego del desastre y la atención a la emergencia (devenidos de una cantidad considerable de científicos sociales), por el otro (García Acosta, 2009).

Las características que suponen las condiciones necesarias para determinar la conformación de las organizaciones sociales en torno al riesgo, permiten aprehender la complejidad de los entramados sociales, de la heterogeneidad estructural de las vulnerabilidades y de las relaciones de poder. Esto implica que dicho proceso no sólo supone la determinación de la multivariabilidad de las direcciones al contexto (que permiten los cambios) sino que, a su vez, dilucidan el carácter efímero de las mismas características (SOCSAL, 2003).

Con la “visión dominante” (planteada –como se dijo– por Hewitt en 1983) que ha regido en la investigación científica sobre desastres, se conforman (desde las ciencias sociales) paradigmas alternativos de investigación con carácter multidisciplinario, cuyo fundamento gira en torno a la precisión que supone a la relación entre la sociedad y la naturaleza desde un carácter histórico y dialéctico, y a la articulación de las distintas significaciones que se movilizan contextualmente, como insertadas a su vez en la producción de las condiciones sociales en que se generan situaciones específicas de riesgo (Delgado, 2006). En este sentido, “Es la forma en la que la sociedad utiliza y se apropia de la naturaleza para la producción de bienes, mercancías y valores lo que va construyendo el potencial de daños…” (Delgado, 2006, p. 157). La noción de riesgo en Venezuela: categoría analítica y aplicabilidad de la misma

En Venezuela la problemática epistemológica, teórica y práctica con respecto al riesgo, no dista del caso general de América Latina, aunque se agudiza, particularmente con respecto a su aplicabilidad, por características políticas e institucionales propias de la

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región. En este sentido, es sencillo comprender que las dificultades epistemológicas que hacen del riesgo un término superficial que describe condiciones de peligro aparentes y que lo consideran parte de un sistema o ciclo del desastre, están absolutamente presentes en el discurso de riesgo del país. De igual manera, los aportes de las ciencias sociales enfrentados al paradigma originario y aún incipientemente dominante de las ciencias naturales y aplicadas, han permitido trasladar el peso interpretativo de las amenazas a las condiciones de vulnerabilidad. Asimismo, las instituciones públicas encargadas del tema han retomado estas perspectivas sociales en el llamado enfoque de la vulnerabilidad (García Acosta, 2005), posiblemente por sus implicaciones ideológicas, pero han fallado en su traducción práctica y en su aplicación efectiva.

Quizá sean aún más evidentes los problemas interpretativos para comprender a los desastres en términos de sistemas o ciclos, al observar casos concretos como el venezolano, ya que a pesar de observarse el tema de la “gestión de riesgos” en sustitución de la “gestión de desastres”, en donde se pretende trasladar la atención a las causas en sustitución de la evidente atención asistencialista a los efectos (Jiménez, 2005), se mantiene una visión cíclica, en la cual se comprende al riesgo como un elemento que forma parte del antes del desastre, y no se considera la cualidad procesal del desastre y la relación histórica-contextual y dialéctica de sus elementos (Altez, 2009). Todo ello se une al claro problema interpretativo y efectivo que significa atender unas causas que se hacen evidentes una vez ocurrido todo el desastre (es decir, posteriormente al durante y al después del llamado ciclo de desastre), en una especie de lógica inversa que hace inaplicable su propio discurso (véase Jiménez, 2005).

Si bien el discurso institucional ha tomado los elementos de análisis que a lo largo del proceso de construcción teórica e interpretativa del tema han logrado dilucidar las ciencias sociales, queda claro que,

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no sólo por problemas epistemológicos, la traducción de estos elementos a las fases de aplicación de prácticas de gestión o mitigación de riesgo, ha sido una tarea aún más tortuosa y evidentemente inacabada. En este sentido, podemos observar en la producción institucional una creciente atención hacia los aspectos sociales y culturales determinantes en la construcción de riesgos, así como la reiteración discursiva del axioma que supone que los desastres no son naturales, evidenciando con ello un vuelco que no es sólo terminológico, sino epistemológico, y que conduce a la categoría de “desastres socionaturales” (García Acosta, 2006). A partir de este viraje se toma al elemento vulnerabilidad no solo como clave, sino como un factor eminentemente social. Este viraje discursivo lo encontramos claramente en la producción institucional reciente del país (ver Anexo). Ahora bien, los elementos más prácticos de estas producciones nacionales (como manuales, instructivos o ejemplos interpretativos) dejan entrever la forma en la que sigue privando el enfoque tradicional, y se presenta de nuevo una desviación hacia aspectos físicos infraestructurales y materiales al atender los elementos que ponen en riesgo a una comunidad. En este sentido, queda claro que se hace una interpretación errada o sesgada de lo que los componentes sociales del riesgo significan, y se comprende por ello, sólo o principalmente, a los elementos físicos construidos por el hombre y sus condiciones de vulnerabilidad materiales (para un claro ejemplo de esto véase: Capitales Andinas. Caracas, en www.reddesastres.org).

Las discontinuidades entre el discurso y la práctica en el caso venezolano, se pueden comprender de diversas maneras en la cuales se puede observar cómo las categorías y los conceptos no se deslindan de las condicionantes histórico-sociales, y no sólo donde se formulan, sino donde se aplican. En primer lugar, la atención efectiva a las condicionantes estructurales, sociales y culturales del riesgo, es un trabajo arduo y de larga duración (Altez, 2009), cuyos efectos a largo plazo

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salen de los intereses de gobiernos de turno y sus modelos puntuales de desarrollo. De esta manera, mantener el énfasis en la cualidad natural del desastre, le otorga una responsabilidad que girado históricamente desde la noción de evento maligno a la de un elemento incontrolable como lo es la naturaleza, marginando la importancia determinante de la presencia y actividad humana para la construcción de desenlaces catastróficos (Laffaille, 2008). En este sentido, es por demás conveniente confundir interpretativamente riesgo con amenaza natural. De igual forma, otros muchos intereses políticos, económicos e ideológicos se ven beneficiados en la manipulación, intencional o no, del paso del discurso a la práctica.

Las circunstancias venezolanas sirven de ejemplo para considerar que si no se toman en cuenta las condicionantes históricas y sociales de donde surgen las categorías analíticas y desde donde se pretenden su implementación práctica, no podrá comprenderse a los problemas de fondo y sus implicaciones en la aplicación de políticas efectivas, ni será posible la aproximación a las causas contextuales que las hacen inefectivas. El caso de la categoría riesgo es ejemplar en este sentido, pues su proceso de construcción no ha concluido y los intentos interpretativos y efectivos al respecto aún tienen mucho camino que recorrer para llegar a lo que se pretende como una gestión del riesgo positiva, tanto analítica como prácticamente. El estudio transversal de las categorías analíticas

La transdisciplinariedad plantea la necesidad de trasponer las fronteras disciplinarias para la conformación de un conocimiento, a través del cual sea posible acceder a las diversas dimensiones de los problemas que puedan presentar las sociedades en un momento y espacio determinado. Tomando en cuenta esto, se percibe que en torno a la problematización del riesgo es preciso un punto de anclaje entre las distintas esferas de producción, que van desde el ámbito

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académico hasta el institucional en consonancia con la sociedad en sí misma (es decir, las distintas percepciones que sus miembros construyen en torno a lo que resulta o no riesgoso y que en cierta medida están vinculadas con los fundamentos del orden establecido que clasifica, distingue y distribuye, para cristalizar en una aparente seguridad que lo legitime). En este sentido, “…el riesgo como realidad es un constructo socio-cultural determinado indiscutiblemente por la interpretación colectiva y contextual… [Por tanto,] tiene existencia en el mundo de las representaciones culturales de las sociedades…” (Klein, 2007, p. 22).

De manera que, el riesgo, como construcción histórica y social, corresponde a una expresión perceptible, compleja y relacional de la lógica real, estando, entonces, su lógica subyacente sujeta a su mundo aparente (Altez, 2009). No obstante, el paradigma dominante devenido de las ciencias naturales y aplicadas, cuyas concepciones determinantes se abocan a situaciones de “grandes acontecimientos”, en el marco de las ciencias sociales, lleva implícito la postura de que la interpretación de lo social está permeada por el estudio de productos y no de procesos (Lavell, 1993). Es por ello que más allá de la preeminencia del análisis de la sociedad, es en la cultura donde recae el énfasis de los estudios sobre riesgos. Esto es consecuencia del hecho de que las culturas corresponden al resultado de la cristalización de procesos en la larga duración (Altez, 2009); por el contrario, la sociedad sí se produce a la vuelta de la materialización de la organización de la existencia humana, implantándose como un producto histórico y social (Godelier, 1989). De manera que el adentrarse al estudio de los riesgos desde el análisis cultural implica entender que la cultura, siguiendo los planteamientos de Geertz (2005), se visualiza en las tramas de significación que conforma el ser humano en su devenir histórico social.

Sin embargo, es notable el hecho de que las investigaciones científicas abocadas a los conocimientos sobre los procesos físicos –la mayor parte de las ciencias

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de la tierra– en escasas ocasiones han presentado sus trabajos en articulación con las distintas incógnitas que se movilizan en el proceso. Al igual que los trabajos llevados a cabo dentro de los espacios de las ciencias sociales no han logrado conformar un estatuto de legitimidad al respecto, a raíz de su poca aplicabilidad en las gestiones de riesgos. Lo cual resulta desventajoso porque los riesgos que se van construyendo no sólo afectan a la comunidad que está directamente expuesta sino también a la sociedad en general. En consecuencia:

El fracaso bastante general en términos de operatividad de los resultados de las investigaciones científicas sobre los riesgos –cualquiera sea la disciplina considerada– ha conducido a operar…un esfuerzo de reflexión sobre la definición comúnmente admitida del riesgo, ya que ésta parece ser el origen del problema (Hardy, 2009, p. 58).

Esto quiere decir que para que los resultados emanados de los trabajos de investigación en torno al riesgo resultasen aplicables, las ciencias sociales deberían fungir como hilos conductores de los trabajos de las ciencias de la tierra de acuerdo a ciertos factores elementales (ídem.). Por tanto, se dilucida el hecho de que los trabajos científicos no han logrado definir eficazmente el riesgo en correspondencia con la demanda social. Lo cual implica que el advenimiento de una coyuntura desastrosa es tan particular (histórica y socialmente determinada) como la capacidad de respuesta que la sociedad puede desplegar. Y que “…el riesgo, en sus distintos sentidos, puede ser percibido por los ciudadanos, los investigadores y los funcionarios públicos de diferentes maneras” (Perry y Montiel, 1996, p. 4). Esto se convierte en una dificultad teórica al no ser contempladas por los científicos las distintas aristas del término y, por ende, fundamentarse en un enfoque cuyo concepto resulta unidimensional.

En consecuencia, parece esencial entender la construcción de la noción de riesgo, ya que supone el

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punto de anclaje para poder aprehender la forma en que los individuos, las comunidades y las instituciones responden ante la posibilidad de un desastre (Perry y Montiel, 1996); tomando en cuenta que muchas veces las percepciones de los individuos con respecto al riesgo no se articulan con la definición que se maneja a nivel oficial (lo cual puede implicar –quizás– el desgaste de un modelo de poder). Del mismo modo, los procesos a través de los cuales se construyen los riesgos y los desastres estarán siempre en la línea de intereses controvertidos, a raíz de la ambivalencia en la convergencia de las relaciones sociales y de los procesos que se constituyen a partir de las diferentes racionalidades, intereses y lógicas. Es decir, “…las definiciones que se hagan de estos conceptos tendrán este mismo conjunto de limitaciones o condicionamientos y, al no ser neutras, suponen implícita o explícitamente la elección de una determinada escala de valores” (Herzer y Gurevich, 1996, p. 14).

Se precisa, entonces, de propuestas de cambios espaciales que permitan la transformación de las relaciones de producción y que esto implique, a su vez, una ayuda para mitigar la vulnerabilidad social y el riesgo mismo. Pues son los grupos económicos que están imbuidos en la detentación del poder los que permiten una distribución del riesgo, y las relaciones de producción permiten entender los posibles escenarios del mismo (Cortés, 2006). Es decir, las ideologías dominantes avalan el orden social impuesto y permiten su reproducción, lo cual influye en la gestión preventiva de los riesgos en oposición a la atención de las emergencias. Referencias. Altez, R. (2009). Ciclos y sistemas versus procesos. Aportes para una discusión con el enfoque funcionalista sobre el riesgo. En Desacatos. Revista de Antropología Social. (30): 111-128. México: Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social.

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ANEXO: Breve Glosario sobre la definición de riesgo Riesgo “Lo que estamos sosteniendo es que riesgo es una función compuesta de esta amenaza natural compleja (pero conocible) y el número de personas caracterizadas por sus diferentes grados de vulnerabilidad que ocupan el espacio y el tiempo de exposición a eventos extremos.” (Blaikie, P., Cannon T. y David I., Wisner, B., 2006: 29). Riesgo “Risk: the expected number of lives lost, persons injured, damage to property and disruption of economic activity due to a particular natural phenomenon, and consequently the product of specific risk and elements at risk. …The capacity of a system, community or society to resist or to change in order that it may obtain an acceptable level in functioning and structure. This is determined by the degree to which the social system is capable of organising itself, and the ability to increase its capacity for learning and adaptation, including the capacity to recover from a disaster.” (Cardona, 2003 en Thywissen, 2006: 24). Riesgo “RIESGO es la probabilidad de que algo malo ocurra y BENEFICIO es la probabilidad de que algo bueno ocurra”. (Cooper en Wilches-Chaux, 1993: 43). Riesgo Es la probabilidad de ocurrencia de consecuencias económicas, sociales o ambientales en un sitio en particular y durante un tiempo de exposición determinado. Se obtiene de relacionar la amenaza con la vulnerabilidad de los elementos expuestos. (COVENIN, 2001: 4). Riesgo

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“Probabilidad de consecuencias perjudiciales o pérdidas esperadas (muertes, lesiones, propiedad, medios de subsistencia, interrupción de actividad económica o deterioro ambiental) resultado de interacciones entre amenazas naturales o antropogénicas y condiciones de vulnerabilidad. Convencionalmente el riesgo es expresado como función de amenaza, vulnerabilidad y capacidad. Algunas disciplinas también incluyen el concepto de exposición o valoración de los objetos expuestos para referirse principalmente a los aspectos físicos de la vulnerabilidad. Más allá de expresar una posibilidad de daño físico, es crucial reconocer que los riesgos pueden ser inherentes, aparecen o existen dentro de sistemas sociales. Igualmente es importante considerar los contextos sociales en los cuales los riesgos ocurren; por consiguiente, la población no necesariamente comparte las mismas percepciones sobre el riesgo y sus causas subyacentes.” (EIRD/ONU, 2004: 7). Riesgo construido Son aquellas condiciones generadas por el Estado, el sector privado o la sociedad en general que pudieran causar o potenciar desastres de carácter socionatural o tecnológico. (Ley de Gestión de Riesgos Socionaturales y Tecnológicos, 2009). Riesgo socionatural Peligro potencial asociado con la probable ocurrencia de fenómenos físicos cuya existencia, intensidad o recurrencia se relaciona con procesos de degradación ambienta o de intervención humana en los ecosistemas naturales. (Ley de Gestión de Riesgos Socionaturales y Tecnológicos, 2009). Riesgo tecnológico Peligro potencial generado por la actividad humana relacionado con el acceso o uso de la tecnología, percibidos como eventos controlables por el hombre o que

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son fruto de su actividad. (Ley de Gestión de Riesgos Socionaturales y Tecnológicos, 2009). Riesgo “Riesgo alude a las condiciones del entorno físico y socio-económico, es decir, tanto al hecho de estar expuesto a la amenaza natural como al contexto delimitado; estas condiciones incrementan la vulnerabilidad y ponen al grupo social en riesgo ante la posibilidad de una amenaza.” (García Acosta, 2006:2). Riesgo “…el riesgo no es un este material objetivo, sino una elaboración, una construcción intelectual de los miembros de la sociedad que se presta particularmente para llevar a cabo evaluaciones sociales de probabilidades y de valores. (Douglas, 1987: 56)”. (García Acosta, 2005: 15). Riesgo “En cuanto al riesgo, su definición más sencilla hace referencia a la probabilidad de que a una población o segmento de la misma le ocurra algo nocivo o dañino. Para que exista un riesgo debe haber tanto una amenaza (elementos detonadores de orden natural, socio-natural, antrópico y/o tecnológico) como una población vulnerable a sus impactos, siendo la vulnerabilidad la propensión a sufrir daños que exhibe un componente de la estructura social. El riesgo es, en consecuencia, una condición latente o potencial y su nivel o grado depende de la intensidad probable de la amenaza y de los niveles de vulnerabilidad existentes; este nivel siempre existe y no puede ser reducido a cero.” (Herzer y Gurevich, 1996: 10). Riesgo Por riesgo de desastre en particular entendemos, la probabilidad de daños y pérdidas futuras asociadas con el impacto de un evento físico externo sobre una sociedad

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vulnerable, donde la magnitud y extensión de estos son tales que exceden la capacidad de la sociedad afectada para recibir el impacto y sus efectos y recuperarse autónomamente de ellos. (Lavell, 2003: 21). Riesgo “El riesgo como una condición latente que representa una potencial de daño y perdida en el futuro.” (Lavell, 2006: 6). Riesgo “El riesgo existe porque se presenta una interacción y relación dinámica y compleja, entre factores de amenaza física y factores de vulnerabilidad humana, en espacios o territorios definidos.” (Lavell, 2006: 7). Riesgo “El riesgo es una construcción social resultado de determinados y cambiantes procesos sociales derivados en gran parte de los estilos y modelos de desarrollo y los procesos de transformación social y económica, en general” (Lavell, 2006: 8). Riesgo “El primero de ellos, el riesgo, representa para algunos autores un potencial destructivo que se cierne sobre la sociedad amenazando con materializarse en desastres de distintas magnitudes, poniendo en peligro la vida y la propia estabilidad y desarrollo de la sociedad; forma parte de un proceso o continuo en el que intervienen lo social y lo natural, y donde ambos se combinan y ejercen su poder nocivo sobre sí mismos. Otros, lo han definido como “las consecuencias perversas de la modernidad”, como producto de una sociedad que bajo la consigna de ‘modernidad a toda costa’ produce riesgos que escapan cada vez más del control de las instituciones que conducen y toman decisiones sobre el rumbo de la sociedad. Algunos más, prefieren dirigir la atención hacia su resultado: el desastre; y dentro de él, analizar cómo la

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sociedad responde y enfrenta las consecuencias de su materialización. El riesgo es todo eso y más. Representa el umbral de la inseguridad, pero de una inseguridad que en gran parte se construye por la propia sociedad. Expresa, también, el punto más alto de la contradicción histórica entre sociedad y naturaleza que se produce como parte del interminable proceso de satisfacción de las necesidades humanas; y en el cual, cada etapa histórica se distingue por el sello que le imprime la forma específica en que la naturaleza es socializada, a partir de las modalidades de organización social y las formas de utilización de la capacidad transformadora de la sociedad sobre lo natural.” (Mansilla, 2000: 6). Riesgo Desde nuestra perspectiva, definimos el riesgo de desastre como la probabilidad de que se manifieste una amenaza determinada sobre un sistema con un grado de vulnerabilidad dado, descontando de ello las acciones de prevención-mitigación que se hayan implementado. En términos formales podemos expresar el riesgo de la siguiente manera: RIESGO = (Amenaza x Prevención) (Vulnerabilidad x Mitigación). (Mansilla, 2000:18). Riesgo “RIESGO: Grado de pérdidas previstas en vidas humanas, personas lesionadas o heridas, pérdidas materiales y perturbaciones de la actividad económica debidas a un fenómeno determinado.” (ONAE, Atención de Emergencias, Presidencia de la República, 1987 en Wilches-Chaux, 1993: 42). Riesgo “Así como una amenaza es la probabilidad de que se produzca un fenómeno de origen natural o humano capaz

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de desencadenar un desastre, y como la vulnerabilidad es la condición en virtud de la cual una población está expuesta o en peligro de resultar afectada por la amenaza, el riesgo es la probabilidad de que ocurra un desastre. Esa probabilidad surge de juntar las dos circunstancias anteriormente mencionadas, lo cual se puede expresar mediante la siguiente relación matemática: RIESGO = AMENAZA x VULNERABILIDAD (Cuando de la probabilidad se pasa a la ocurrencia actual o real del hecho, nos encontramos ante el desastre.) En consecuencia, tanto el riesgo, como su “actualización”, el desastre, sólo se presentan como producto de la coexistencia en una misma comunidad, de la amenaza y de la vulnerabilidad. Ninguno de esos dos factores, aisladamente,' podría dar lugar ni al riesgo ni al desastre.” (Wilches-Chaux, 1998: 36). Riesgo “Por Riesgo vamos a entender cualquier fenómeno de origen natural o humano que signifique un cambio en el medio ambiente que ocupa una comunidad determinada, que sea vulnerable a ese fenómeno”(Wilches-Chaux, 1993: 17).

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