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Fernández, C.M. para la Revista VIDA NUEVA. En este número ... · medad que le hicieron irritable...

Date post: 19-Feb-2019
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En el número correspondiente al otoño pasado, publicamos un Pliego sobre San Vicente de Paúl, escrito por CelestinoFernández, C.M. para la Revista VIDA NUEVA. En este número publicamos otro Pliego ‐éste sobre Santa Luisa de Ma‐rillac‐ del que también es autor Celestino Fernández, C.M. y que fue publicado también en la Revista VIDA NUEVA (1‐8 de octubre de 2010, nº 2723). Y lo hacemos, por supuesto, con el permiso y la benevolencia de la Revista VIDANUEVA y del autor. A ambos les damos las gracias.Creemos que es necesario conocer mejor a esta gran mujer y a esta sólida y cabal creyente. Y, a la vez, es una formade homenaje por su valentía, su audacia, su creatividad y su compromiso radical con los pobres y olvidados.

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Luisade Marillac

audacia y creatividadpor Celestino Fernández

Sacerdote paúl y periodista

Una mujer fuerte, luchadora, audaz, inventiva, radicalmente comprometida con los pobres y marginados.

Si usted pregunta por esta mujer,pueden darle las señas de identidadmás contradictorias y peregrinas.Pueden trazar de ella un retrato-robot con pinceladas que van desde“una viuda triste y complicada-mente mística” hasta “una adelan-tada y audaz luchadora por ladignidad de los aplastados”. Pa-sando por trazos más o menos acer-tados de “cristiana cabal”, de“madre tierna y sufriente”, de “pre-cursora y organizadora de la acciónsocial” o, incluso, de “impulsora deun modo nuevo de seguir a Cristo”.

Pero una cosa queda clara: estamujer, Luisa de Marillac o la “seño-rita” Le Gras, como usted quiera,ha sido la gran desconocida. Másaún, ha soportado pacientementeuna serie interminable de tópicos,clichés, estereotipos y espejos dis-torsionantes de su verdadera per-sonalidad. Alguien ha dicho queesta mujer no ha tenido suerte. Sutalla excepcional, válida por simisma, ha quedado siempre en unsegundo plano, a la sombra de unafigura deslumbrante: la de suamigo, guía y colaborador Vicentede Paúl.

En definitiva, estamos ante una delas mujeres más completas en lahistoria de la Iglesia y de la huma-nidad y, especialmente, una de lascabezas más lúcidas y geniales en elorganigrama mundial de la asisten-cia, promoción y liberación de lospobres.

LA MONTAÑA DE PIEDRAS Y EL DIAMANTECuentan las crónicas que, en la ma-ñana del lunes 15 de marzo de1660, cuando a Vicente de Paúl, en-fermo en el priorato de San Lázaro

(París), le comunicaron la muertede Luisa de Marillac, su semblantepermaneció impasible y ni una solalágrima brotó de sus ojos. El cro-nista no nos dice nada de lo quepasó, en aquellos instantes, por lamente y el corazón del anciano Vi-cente de Paúl. Y uno se atreve aaventurar una hipótesis cariñosa:tal vez, ante el Señor Vicente pa-sase, como una película multicolor,toda la andadura de la señorita LeGras desde que se topara con ella,casi por casualidad, en 1625. Y nole sería difícil encontrar el títuloapropiado de esa película. Élmismo se lo escribió a Luisa de Ma-rillac en una carta de abril de 1630:“Un hermoso diamante vale másque una montaña de piedras”.

Y es que, por fin, aquella señoritaangustiada, indecisa, insegura y an-siosa había llegado a ser un verda-dero diamante. Cualquiera puedepensar que Vicente de Paúl, al ter-minar la película, no tuvo empachoen poner su firma. Al fin y al cabo,hasta los historiadores más punti-llosos le han reconocido, sin ningúnregateo, el mérito pleno de habersabido transformar esa montaña depiedras en un diamante extraordi-nario. Incluso todos los biógrafosde Luisa de Marillac han acuñadouna expresión definitiva: “La obraperfecta de Vicente de Paúl se llamaLuisa de Marillac”.

Pero este experto director de con-ciencias no cayó en la trampa.Desde el primer momento de su“dirección” hizo lo más difícil: dejarque fuese Dios mismo el que pu-liera esas piedras, golpe a golpe,hasta que se convirtieran en dia-mante. Y para que no quedase nin-guna duda, Vicente de Paúl quisodejarlo muy claro en una de sus úl-

timas conferencias a las Hijas de laCaridad sobre la “perfección” deLuisa de Marillac: “Es obra de lasmanos de Dios”.

Vicente de Paúl se dio cuenta, enseguida, de que aquella mujer teníauna personalidad propia y de que lagracia de Dios la iba llevando, caside puntillas, hacia un compromisoradical de vida.

LA FECUNDA TIERRA DEL SUFRIMIENTOQuien se asome a la vida y a los es-critos de esta mujer, encontraráuna serie de expresiones machaco-nas y obsesivas acerca del sufri-miento, del dolor, de la cruz, deCristo crucificado... Incluso obser-vará que constantemente, en mo-mentos vitales, Luisa de Marillacsubraya la necesidad del sufri-miento como camino para ir haciaDios. Por ejemplo, escribe en unade sus meditaciones: “Dios me hahecho la gracia de conocer que essu voluntad que yo vaya a Él pormedio de la cruz. En efecto, Élquiso que desde mi cuna estuviesemarcada con ella, no dejándomecasi nunca, en todas las épocas demi vida, sin ocasión de padecer”.

En su correspondencia, casi siem-pre se despide con una serie de fór-mulas que giran en torno a “labondad y el amor de Jesús Crucifi-cado”. En su testamento mandaque pongan sobre su tumba “unagran cruz de madera con un cruci-fijo y un letrero al pie en el que hayaesta inscripción Spes Unica”. Ensus consejos para que las Hijas dela Caridad crezcan en la perfección,les recomienda tener mucha devo-ción a la Pasión de Jesucristo.Cualquiera podría sacar la impre-

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sión de que Luisa de Marillac se re-fugió en un cierto masoquismo oque estuvo permanentemente en-cerrada en un pesimismo patoló-gico. Pero nada entendería de suestatura humana y espiritual. Sequedaría con una imagen melodra-mática de una mujer que, en reali-dad, fue todo lo contrario.

Esta mujer habitó como nadie la“tierra del sufrimiento”. Nacida ile-gítima el 12 de agosto de 1591, encasa de los Marillac, una de las fa-milias más conocidas y de más altaalcurnia de la Francia de los siglosXVI y XVII, no conoció el afecto deuna madre ni el calor del hogar.Vivió en casa, soportada y noamada. Muy temprano fue llevadaal monasterio real de las dominicasde Poissy, como si los suyos quisie-ran esconderla como una afrentafamiliar. Allí se educó en la pro-funda oración y en la alta cultura,bajo los auspicios de una tía-abuelade su mismo nombre.

No se sabe si antes o después de lamuerte del que se supone que fuesu padre, Luisa de Marillac es alo-jada en una pensión regentada poruna “señora pobre, hábil y vir-tuosa”. Ningún familiar quería car-gar con esta niña molesta para labuena fama. En esa pensión em-pezó a experimentar el trabajo, laausteridad y la intemperie.

Llegó a la edad de las grandes deci-siones y pidió ser admitida entre lascapuchinas Hijas de la Pasión, peroel Provincial, Padre Honorato deChampigny, no fue de la mismaopinión: “Usted no puede ser reli-giosa porque no tiene salud y por-que Dios reserva otros planes parausted”. Si antes la familia se habíadesentendido de ella, ahora parecía

que hasta la casa de Dios se le ce-rraba. Incluso, a la misma Luisa deMarillac le quedaba una especie deremordimiento como si hubieratraicionado 1a promesa hecha aDios de entrar en religión.Quedaba como solución el matri-monio, y los suyos se lo “negocia-ron”. Y así, a los 22 años, el 15 de

febrero de 1613, contrajo matrimo-nio con Antonio Le Gras, uno de lossecretarios de Estado, miembro dela burguesía y no de la aristocracia.Por eso, Luisa de Marillac no podíallamarse “señora”, sino “señorita”,dado el rango inferior de su ma-rido. La señorita Le Gras entendióque también de esta forma eraapartada de los altos coturnos so-ciales.

La vida conyugal no fue tan felizcomo algún biógrafo idílico ha pre-tendido. Una confidencia de Luisanos informa que su marido habíavivido cuidando más de los intere-ses ajenos que de los propios. Casisiempre enfermo y, con mucha fre-cuencia, fuera. Además, su hijo Mi-guel ya empezaba a ser una fuentede sufrimiento y de desilusión. Du-rante toda la vida será una de lascruces especiales de su madre.

En esta época, de tiempo entiempo, se sintió sacudida por tre-mendas crisis interiores. El escrú-pulo y la angustia estabanconstantemente a la vuelta de la es-quina. Cuando en 1621 empezó laenfermedad de su marido -cuatro ocinco años de larga y penosa enfer-medad que le hicieron irritable y di-fícil de tratar-, Luisa de Marillaccreyó ver en ello un castigo por nohaber sido fiel a su intención juve-nil de hacerse capuchina. Llegó apensar que tenía la obligación deabandonar a su esposo y a su hijo.Consiguió que su entonces directorespiritual, Monseñor Le Camus,obispo de Belley, le permitierahacer voto de viudedad en el casode que muriera su marido. Entró enun oscuro túnel sin luz humana nidivina. La fiesta de la Ascensión de1623 marca la cima de la “terriblenoche oscura” de Luisa de Marillac

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Luisa de Marillac esuna de las mujeres

más completas en lahistoria de la Iglesiay de la humanidad y,

especialmente, una de las cabezas

más lúcidas y geniales

en el organigramamundial

de la asistencia, promoción y liberación

de los pobres.

y su vivencia palpable del aban-dono de Cristo en la cruz.

Esta síntesis apretada de la “geo-grafía sufriente” de esta mujer es-capa a los simples análisispsicológicos y sociológicos. No setrata de hacer retórica sobre la bon-dad del dolor. Pero sí de conseguirque el sufrimiento no sea una des-esperación, sino un parto. Y Luisade Marillac llegó a comprender queel sufrimiento es una “tierra fe-cunda” capaz de engendrar perso-nas fuertes y preparadas para lasempresas más arriesgadas y difíci-les.

En el dolor, Luisa de Marillac cre-ció hacia dentro, sintió la morde-dura de la más desnuda pobreza,conoció la entraña de la inseguri-

dad, vivió el anonadamiento. Y,desde los márgenes de la felicidad,empezó a sentir, sin saberlo, la des-esperanza y el abandono de los queacampan en el reverso de la histo-ria.

¡Con cuánta razón puede verseplasmada Luisa de Marillac enaquellos versos de un poeta actual:“No se rompe el vaso al primergolpe/ porque cabe mucho dolor ymucho amor/ en un corazón fuertey pobre”!

LUZEsta palabra, tan breve como en-volvente, nos sitúa en lo que todoslos estudiosos de la figura de Luisade Marillac catalogan como la “ex-periencia-bisagra” para dar con elverdadero sentido de su vida y desu obra.

La misma Luisa nos lo relata conun estilo elegante y transparente:“El día de Pentecostés (4 de juniode 1623) oyendo la santa misa o ha-ciendo oración en la iglesia, en uninstante, mi espíritu quedó ilumi-nado acerca de sus dudas. Y se meadvirtió que debía permanecer conmi marido, y que llegaría un tiempoen que estaría en condiciones dehacer voto de pobreza, de castidady de obediencia, y que estaría enuna pequeña comunidad en la quealgunas harían lo mismo. Entendíque sería esto en un lugar dedicadoa servir al prójimo; pero no podíacomprender cómo podría ser, por-que debía haber movimiento deidas y venidas. Se me aseguró tam-bién que debía permanecer en pazen cuanto a mi director, y que Diosme daría otro, que me hizo ver en-tonces, según me parece, y yo sentírepugnancia en aceptar; sin em-

bargo, consentí pareciéndome queno era todavía cuando debía ha-cerse este cambio. Mi tercera pename fue quitada con la seguridadque sentí en mi espíritu de que eraDios quien me enseñaba todo loque antecede, y pues Dios existía,no debía dudar de lo demás”.

Nunca me ha interesado entrar endisquisiciones místicas acerca deesta “iluminación” de la señorita LeGras. Fuese como fuese, lo que nosimporta es que aquí nace el esbozode la “nueva” Luisa de Marillac,aquí se adivina lo que será la mujerfuerte, serena, equilibrada, audaz,cofundadora y formadora de lasHijas de la Caridad y luchadora porla liberación de los pobres. En todocaso, lo que nos interesa es dar lanoticia de que aquella mujer ator-mentada ha cosechado los frutos desu “experiencia de Egipto” y está apunto de salir de su egocéntrico yenrevesado mundo. Nada más ynada menos.

LA VICTORIA SILENCIOSALa primera carta que se conservaentre los varios cientos que Vicentede Paúl escribió a Luisa de Marillaca lo largo de treinta y cinco años deamistad, dirección y colaboración,data de octubre de 1626. A pocomenos de un año de la muerte de sumarido, cuando Luisa de Marillactiene 34 años y un hijo de 11 otoños.

Esa carta, breve y un tanto seca,forma parte de la pedagogía que Vi-cente empleó para transformar a lajoven viuda señorita Le Gras que sepresenta ante él insegura, frágil,ansiosa, desamparada, depen-diente y con una personalidad quebascula entre el miedo a compro-meterse y la euforia por lanzarse al

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El sufrimiento esuna “tierra fecunda”capaz de engendrar

personas fuertes y preparadas

para las empresasmás arriesgadas

y difíciles.

ruedo de la actividad. Vicente dePaúl parte de dos supuestos im-prescindibles: “Dios mismo desem-peñará con usted el oficio dedirector” y “espere usted con pa-ciencia la manifestación de la vo-luntad de Dios”.

Algún autor ha cometido la “here-jía” de imaginarse a Luisa de Mari-llac, en esta época de su viudez,dirigida por cualquiera de los ecle-siásticos doctos, aristocráticos ycon aires de elevada espiritualidadque pululaban por París. La conclu-sión es obvia: la señorita Le Gras nohubiera llegado nunca a ser Luisade Marillac. Se hubiera quedado enuna viuda piadosa y mediocre. Sinembargo, supuesta siempre la ac-ción de Dios, se encontró con unhombre, Vicente de Paúl, con lospies sobre la tierra, alérgico a la li-teratura espiritualista, con la clari-videncia de que “la perfección noconsiste en los éxtasis, sino encumplir perfectamente la voluntadde Dios”, y con el convencimientode que lo que cuenta es el “juicio delos pobres”.

Por eso, la táctica de Vicente dePaúl fue la del cincelador paciente,con indicaciones claras y sencillas.Ante una piedad excesiva, centradaen incontables y mortificantesprácticas de rezos, ayunos, ejerci-cios y disciplinas, él sugiere unavida cristiana vertebrada por elamor: “Dios es amor y quiere quevayamos a Él por amor”. Ante unaimagen de Dios llena de temor yangustia, él subraya que “NuestroSeñor es una comunión continuapara con aquellos que le están uni-dos en su querer y no querer”. Antelas prisas por hacer méritos para lasalvación, él se muestra inflexibleen “honrar siempre el no hacer y

los años ocultos del Hijo de Dios”.Ante la tristeza y los días grises, élpotencia la alegría y el contento porvivir “en la confianza del amor deDios”.

En la película “Monsieur Vincent”(“El señor Vicente”) -donde, cierta-mente, el tratamiento que se da a lafigura de Luisa de Marillac no esmuy acertado-, hay un diálogoentre Vicente de Paúl y Luisa deMarillac que puede valernos comosímbolo de la tarea concientizadoray transformadora de Vicente dePaúl sobre Luisa de Marillac:

- Luisa de Marillac: Me pedís un es-fuerzo supremo. Sabéis que hagocuanto puedo. Pero ¡este gentío ho-rroroso! Temo a los pobres.--Vicente de Paúl: Sí, son terribles,¿no es cierto? Todos reunidos, te-rribles como la justicia de Dios queproclaman implacablemente. Nosengañamos con nuestras ropas de-centes y nuestros rostros atildados;pero esos harapos, ese horror, esasenfermedades, esa desnutricióntras de la que asoman miradas delobos, son de hombres, juecesduros e injustos, pero a los que espreciso servir como a nuestros due-ños, y amarlos.- Luisa de Marillac: Soy miedosa,señor; soy débil, irresoluta, torpe;no tengo ninguna cualidad indis-pensable para esto.--Vicente de Paúl: Sois mi primeraseguidora, la primera que me hacomprendido, señorita de Marillac.Sois resuelta, valerosa, hábil. Osnecesito.

En definitiva, el punto nuclear de laevolución de Luisa de Marillac estáen el esfuerzo para asumir aquelloque su director, Vicente de Paúl, re-pite constantemente y de mil ma-

neras: la realización de la voluntadde Dios pasa, inevitable y necesa-riamente, por la construcción delReino de Dios y su justicia en favorde las víctimas del sistema.

EL ENSANCHAMIENTO

DEL CORAZÓN

Hace bastantes años, en un consul-torio radiofónico se daba esta res-puesta a la pregunta angustiada deun oyente: “Mi respuesta a los an-gustiados es siempre la misma: note vuelvas neuróticamente sobre

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la señorita Le Grashabía llegado

a la conclusión de que los pobres

no son un pasatiempo

piadoso o benéfico,sino una pasión

dolorosa, una terrible

pregunta de Dios a la que hay

que responder conurgencia y audacia.

tus propios problemas, no te enros-ques como un perro en su madri-guera; sal a la calle, mira a tushermanos, empieza a luchar porellos; cuando les hayas amado losuficiente, se habrá estirado tu co-razón y estarás curado. Porque decada cien de nuestras enfermeda-des, noventa son de parálisis y depequeñez del corazón”.

Es muy posible que el conductor deese consultorio radiofónico no co-nociera la vida de Luisa de Mari-llac. Si, por casualidad, se hubieraaproximado a ella, hubiera encon-trado una cierta semejanza entre suconsejo y el progresivo ensancha-miento del corazón de esta mujer.

Porque la nueva y definitiva voca-ción de esta mujer va a consistir,sobre todo, en salir de su propia ypequeña periferia y asomarse deci-didamente al camino que baja deJerusalén a Jericó, donde van que-dando los expoliados, los heridos ylos masacrados.

Al fin, la señorita Le Gras había lle-gado a la conclusión de que los po-bres no son un pasatiempo piadosoo benéfico, sino una pasión dolo-rosa, una terrible pregunta de Diosa la que hay que responder con ur-gencia y audacia. No en vano ellamisma había comunicado insisten-temente a Vicente de Paúl que sesentía impulsada a servir en cuerpoy alma a los pobres.

Y en mayo de 1629, a los 38 años deedad, Luisa de Marillac verifica elensanchamiento de su corazón lan-zándose a “socorrer a los pobrescomo quien corre a apagar elfuego”, como diría Vicente de Paúl.En su modesto equipaje guardaríasiempre las palabras de “envío a

misión” de su tenaz director: “Vaya,pues, señorita en nombre de Nues-tro Señor. Ruego a su Divina Bon-dad que le acompañe, que sea ellasu alivio en el camino, su sombracontra el ardor del sol, su cobijo dela lluvia y el frío, lecho blando en sucansancio, fuerza en su trabajo yque, finalmente, le devuelva conperfecta salud y llena de obras bue-nas”.

LA PASIÓN POR LOS POBRES“Ella nos decía con frecuencia:somos criadas de los pobres; portanto, tenemos que ser más pobresque ellos”. Este es uno de los mu-chos testimonios que sobre Luisade Marillac dieron aquellas prime-ras Hijas de la Caridad para descri-bir su personalidad. Y éste es undato esencial para tener una noticiacabal de Luisa.

Porque esta mujer llegó a experi-mentar que el seguimiento deCristo se da en la historia sufrientede la humanidad, no en los paisajesde la buena voluntad. Su cristologíadejó de ser teórica para hacersepráctica, dando paso a la vivenciade un Cristo encarnado en los már-genes de la sociedad y hecho siervopara anunciar y realizar la BuenaNueva en favor de los pobres. Lafuerza del Espíritu la llevó a sen-tirse enviada a “liberar a los cauti-vos, a dar la vista a los ciegos, adignificar a los oprimidos y a pro-clamar la bondad del Señor”.

Su mirada descubre el innumerableejército de los seres sin rostro y sinfigura humana, la despreciable le-gión de los que “no importan”, laopresión de todos los condenadosde la tierra, las heridas mortales detodos los caídos en el camino. Baja

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Luisa de Marillactiene muy claro que los pobres

exigen mucho másque una limosna,

una medicina, un vestido

o una ayuda másmenos permanente.

Exigen la entregaabsoluta de toda

una vida

hasta los infiernos de la terriblemarginación de la Francia del sigloXVII.Se atreve a “dar la vuelta a la meda-lla” y experimenta que los pobres,aunque vulgares y groseros, son el“sacramento de Cristo”. Está con-vencida de que los pobres, antesque destinatarios de nuestros ser-vicios, son la presencia latente y pa-tente en el mundo del Señorcrucificado. Se deja zarandear porlos pobres como único criterio desalvación o de condenación: “Tuvehambre y me disteis de comer, tuvesed y me disteis de beber, fui emi-grante y me acogisteis, estuve des-nudo y me vestisteis, enfermo y mevisitasteis, estuve en la cárcel y fuis-teis a verme” (Mt 25, 35-37). Y,consecuentemente, sus obras y ac-tuaciones no parten de la meraética o del simple humanismo, sinode la pasión por Cristo en los po-bres y por éstos en Él.

Finalmente, Luisa de Marillac tienemuy claro que los pobres exigenmucho más que una limosna, unamedicina, un vestido o una ayudamás menos permanente. Exigen laentrega absoluta de toda una vida:“No es nada dar sus bienes en com-paración con darse una misma yemplear todos los momentos de suvida, exponiéndola, incluso, al pe-ligro por amor de Dios, sirviendo alos pobres”.

Con qué fuerza quiere recalcarLuisa de Marillac su acuciante “pa-sión por los pobres” cuando lanza alas primeras Hijas de la Caridadaquel grito de angustia: “¡Ah!, ¡quédicha si la Compañía, sin ofensa deDios, no tuviera que ocuparse másque de los pobres desprovistos detodo!”. Y si es cierto que la máximasinceridad de una persona acontece

en los momentos finales de su exis-tencia, ahí está la escena de Luisade Marillac, moribunda, recomen-dando encarecidamente a sus“hijas” que “tengan gran cuidadodel servicio a los pobres”.

UNA REVOLUCIÓN

ORGANIZATIVA ENTRE

LA AUDACIA

Y LA CREATIVIDAD

En el florilegio piadoso todavía sepuede encontrar una imagen deLuisa de Marillac encantadora-mente limosnera. En algún manualde historia de la beneficencia aúnpersiste el retrato cándidamenteasistencialista de esta mujer. Peroen ambos lugares se distorsionadescaradamente su verdadera talla.

Porque una de sus característicasmás acentuadas, sobresalientes yoriginales es, precisamente, la “efi-cacia organizativa” de la caridad.De tal forma, que muchos técnicosactuales de la acción social se que-darían asombrados al comprobar elcompletísimo sistema de organiza-ción caritativa que Luisa de Mari-llac puso en marcha hace muchomás de tres siglos y medio. Se lapuede calificar, sin exageración,como auténtica revolucionaria de laacción social.

Esta mujer inquieta, vivaracha,atrevida, arriesgada no pone fron-teras a su corazón. Sabe que los po-bres mandan y que la apertura, ladisponibilidad, la movilidad y lasensibilidad hacia todas las formasde pobreza, antiguas y nuevas, sonel baremo de su fidelidad al plan deDios. En sus oídos resuena, comocompromiso insoslayable y recor-datorio imperativo, aquel grito deVicente de Paúl: “El amor es infini-

tamente inventivo”.

Una muestra altamente significa-tiva de esta audacia creativa es elpapel de Luisa de Marillac en la pri-mera Institución fundada por Vi-cente de Paúl: las “Cofradías de laCaridad” (actualmente denomina-das “Asociación Internacional deCaridades de San Vicente de Paúl”-AIC). Esta Institución laical y ma-yoritariamente femenina inició suandadura el 23 de agosto de 1617,en un pueblo llamado Châtillon-les-Dombes (hoy, Châtillon-sur-Chalaronne), donde Vicente dePaúl era párroco. Rápidamente fueextendiéndose por toda Francia,formando una tupida red caritativatan densa como compleja.

Evidentemente, no todas las Cofra-días de la Caridad funcionabancomo era debido, ni tenían la vita-lidad necesaria. A esta tarea in-gente es enviada Luisa de Marillac:a visitar, alentar, organizar, coordi-nar y potenciar estas Cofradías.Seria interminable la relación deCofradías de la Caridad visitadas,organizadas y alentadas por estamujer incansable. Valga como sim-ple indicador el recorrido que hizoen 1630: en el mes de febrero visitalas Cofradías de Asniéres y SaintCloud, al noroeste de París; enmayo, las de Villepreux, al oeste; enoctubre, las de Montmirail, a 100kilómetros al este; en diciembre, lasde Beauvais, al norte... Y constan-temente haciendo kilómetros y máskilómetros a caballo, en diligenciao a pie.

En cada una de las visitas, Luisa deMarillac ve cómo funciona la Cofra-día, el estado de las cuentas, el co-metido de cada uno de susmiembros. Se informa acerca de la

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vida espiritual. Visita por sí mismaa los pobres. No se contenta condar buenas recomendaciones. Ellamisma asume el trabajo más hu-milde y sacrificado. Y cultiva esme-radamente una de sus grandespreocupaciones: la formación.

En los reglamentos de las Cofradíasse ve claramente la impronta deta-llista de Luisa de Marillac. Se notael sabor de alguien que no imponeni teoría ni sistema ni método rí-gido. Están asentados sobre lo real;rezuman sentido común; se adap-tan a las distintas circunstancias ynecesidades. Pero exigen compro-miso, fidelidad y preparación. Lle-gan a los detalles más mínimospara que los pobres sean atendidoscon ternura, cordialidad y respeto.Y son una elemental catequesispara que las asociadas sean cadavez más cristianas en una verda-dera y lúcida conversión a Cristo enla persona de los abandonados yexcluidos sociales.

Se puede decir que es aquí dondeVicente de Paúl y Luisa de Marillacdescubren su complementariedad.Vicente de Paúl ha encontrado enLuisa de Marillac una mujer intui-tiva, rápida, creativa, llena de vita-lidad, siempre dispuesta al trabajode avanzadilla.

“SOLAMENTE CON LOS POBRES SALVARÉA LOS POBRES”Esta frase que Vicente de Paúl pro-nuncia en la ya citada película“Monsieur Vincent”, sintetiza, dealguna manera, el nacimiento de sumás querida y entrañable Institu-ción: la “Compañía de las Hijas dela Caridad”. Y también aquí Luisade Marillac tiene un protagonismo

fundamental. Tan fundamentalque, actualmente, nadie discute supapel de cofundadora de las Hijasde la Caridad.

Vicente de Paúl manifiesta sin am-bages la estricta verdad teológica:“Dios es el único autor de la Com-pañía”. Sin embargo, la verdad his-tórica hunde sus raíces en lainquietud de Luisa de Marillac porreunir a un grupo de muchachaspobres, de “siervas”, que deseabanentregar su vida por entero a lospobres. Incluso, Vicente de Paúlfrena, por algún tiempo, esta ideaapremiante de la señorita Le Gras,porque todavía no tiene “el corazónbastante iluminado ante Dios”.Hasta que, en septiembre de 1633,Vicente de Paúl escribe a su colabo-radora estas enigmáticas palabras:“Hace cuatro o cinco días que suángel bueno ha comunicado con elmío a propósito de la caridad de sushijas... He pensado seriamente enesa buena obra”. Y el 29 de noviem-bre de ese mismo año se reúnen encasa de Luisa de Marillac cuatro jó-venes. Se llamaban: María, Juana,Nicolasa y Micaela. La vivienda dela señorita Le Gras se convierte,según la expresión de uno de susbiógrafos, en “el cenáculo en el queunas buenas jóvenes de generosocorazón se reunieron para orar ypreparar su almas para recibir elEspíritu de Dios y la misión desco-nocida que les reservaba”.

La fundación de las Hijas de la Ca-ridad constituye la etapa definitivaen la trayectoria humana y espiri-tual de esta mujer de cuarenta y dosaños. A partir de ahora, va a dedi-carse, sin descanso, a la mismatarea que su director Vicente dePaúl llevó a cabo con ella: moldear,animar, formar a estas jóvenes. Va

a ser la más fiel transmisora del es-píritu vicenciano a sus “hijas”.Nunca se apartará lo más mínimodel talante de Vicente de Paúl. Susintimismos espirituales o sus que-rencias místicas las va a encerrarcon siete llaves en lo más hondo desu ser. A las Hijas de la Caridad lasva a lanzar por la senda realista ycomprometida que un día le seña-lase a ella aquel sacerdote de apa-riencia tosca y pueblerina. Y va asurgir el mejor retrato de Luisa deMarillac, la noticia gozosa de unamujer en la plenitud de su madu-rez, de su clarividencia, de su forta-leza y de su audacia creativa.

Cuando se contempla la evoluciónservicial, cuantitativa y cualitativa,de la Compañía de las Hijas de laCaridad, no hay que olvidarse deque Luisa de Marillac está empu-jando, dirigiendo y organizandoeste avance. Es más, el propio Vi-cente de Paúl no oculta que sinLuisa de Marillac apenas se habríapodido dar un paso firme y dura-dero. Ella hace posible que si en unprimer momento, la atención fuedirigida a los pobres en sus propiosdomicilios y a la enseñanza de lasniñas pobres en las aldeas, muypronto los brazos de las Hijas de laCaridad se van a ir abriendo segúnlos acontecimientos y necesidadesde una sociedad montada en lamaldita trilogía de la peste, el ham-bre y la guerra. No deja de acompa-ñar a las Hermanas con sus visitasy, sobre todo, con sus cartas. Nin-gún detalle, por nimio que parezca,escapa a la solicitud de esta mujer.Insiste, hasta la saciedad, en unaserie de actitudes fundamentalespara el correcto servicio: “manse-dumbre, respeto, devoción, cordia-lidad, dulzura, compasión, santoafecto, comprensión, humildad...”.

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LA PEDAGOGÍA

DE LA TERNURA

“Nunca comprenderemos su gran-deza mientras subsista esa imagende alma cobarde, mezquina, som-bría y triste... Luisa de Marillactenía un natural expansivo, y sedaba a la gente. Era una criaturaamorosa que amaba con todo elardor de su corazón cálido”.

Estas afirmaciones de Joseph I.Dirvin, uno de los más recientes yserios biógrafos de Luisa de Mari-llac, nos introducen en la facetamás destacada y menos comentadade esta mujer: su ternura. Por des-gracia, muchas veces y durantealgún tiempo, ha triunfado más laimagen, falsa a todas luces, de unamujer dura, extraña y reconcen-trada. Pero la realidad es muy otra.

Porque esta mujer irradiaba ter-nura en todos sus gestos y actitudesvitales. Era esencialmente dulce yamable. Incluso las manifestacio-nes de su ternura fueron considera-das como una grave dificultad en suproceso de canonización. Cierta-mente, eran otros tiempos.Alguien ha dicho que toda la vidade Luisa de Marillac es una “voca-ción de ternura”. Y que en la ter-nura esta el secreto de sutenacidad, de su fuerza, de su capa-cidad organizativa y de su trayecto-ria existencial. Lógicamente, latalla humana y espiritual de Luisade Marillac aparecería rebajada sino se subrayase debidamente esterasgo esencial. Porque, en defini-tiva, esta mujer se nos presentacomo el cauce límpido de la ternurade Dios hacia los pobres.

Sin ir más lejos, la ternura hacia su

marido se revela en la carta que es-cribe al padre Hilarión Rebours,describiendo la muerte de AntonioLe Gras. Todavía diez años mástarde, en el testamento que redactóen 1645, vuelve a surgir el recuerdoemocionado y tierno de su esposo.

Con su hijo Miguel Antonio, su ter-nura de madre sobrepasa todos loslímites. El mismo Vicente de Paúlle hace ver su excesiva ternura ma-ternal con un humor tan fino comoentrañable: “Ciertamente, NuestroSeñor ha hecho bien al no tomarlaa usted como madre suya”.

Su amistad con Vicente de Paúldesprende una ternura y una deli-cadeza apoyadas en la autenticidad,en la aceptación profunda de laidentidad del otro, en el reconoci-miento y respeto de su complemen-tariedad. La correspondencia consu “director” está salpicada cons-tantemente de términos expresivosde una confianza fraternal y de unasensibilidad cariñosa.

Pero hay un capitulo de su vida es-pecialmente vertebrado por la ter-nura. Me refiero a sus relacionescon las Hijas de la Caridad, “sushijas”, a su dimensión comunitaria.Es curioso cómo las Hermanas noven en ella a la superiora o a la queordena y manda, sino a la amigaque acompaña, que educa, que con-suela, que crea lazos de fraternidad.

En las famosas conferencias del 3 ydel 24 de julio de 1660 -más de tresmeses y medio después de lamuerte de Luisa de Marillac-, Vi-cente de Paúl habla a las Hermanassobre “las virtudes de la difuntaLuisa de Marillac”. Y las Hermanasvan completando las palabras deVicente de Paúl con sus aportacio-

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TESTAMENTO

ESPIRITUAL DE SANTA

LUISA DE MARILLAC

Mis queridas Herma-nas: sigo pidiendo paraustedes a Dios su bendi-ción y le ruego les con-ceda la gracia deperseverar en su voca-ción para que puedanservirle en la forma queÉl pide de ustedes. Ten-gan gran cuidado delservicio de los pobres ysobre todo de vivir jun-tas en una gran unión ycordialidad, amándoselas unas a las otras,para imitar la unión yla vida de NuestroSeñor. Pidan mucho a laSantísima Virgen quesea Ella su únicaMadre.

atención su búsqueda vertical y di-recta de las alturas, su trayectoriaesforzada hacia la luz, su elevaciónincansable por encima de las mez-quindades humanas. Igual que unchopo luchador contra las ventis-cas, el granizo y el bochorno delestío, con una madera noble capazde salir ilesa de sus propios nudosretorcidos.

Pero, a la vez, me ha subyugado suempeño por crecer hacia dentro,por ahondar las raíces de su ser. Lomismo que su insobornable fideli-dad por los desvalidos, sus desvelospor acoger en su fuerte humanidadlos problemas y sufrimientos de sushermanos más deshumanizados, sucapacidad para dar sombra alenta-dora a los caminantes agotados yderrotados, su encarnación conven-cida en el suelo duro y difícil de estatierra. Con el mismo tesón y lamisma entereza que la encina.

Y, como el chopo y la encina, Luisade Marillac sintió la amenaza delrayo contra su plenitud y su ci-miento. Su vida fue una conviven-cia con el dolor propio y ajeno. Sinembargo, el rayo nunca pudo calci-nar su fortaleza ni arrasar su in-quietud. Sencillamente, maduró sucampo granado de Cristo y de lospobres. Porque la búsqueda de lasalturas y el enraizamiento en elsuelo, cristalizaron en una mujerfuerte que ganó la vida perdiéndolapor los demás.

nes espontáneas: “Tenía mucha pa-ciencia con las Hermanas enfer-mas, iba a visitarlas confrecuencia”; “Cuando me veía pre-ocupada, se adelantaba a hablarmede ello con gran dulzura”; “Siempresabía excusar a las que se molesta-ban”; “Tenía mucho amor y caridadcon todas las Hermanas”; “Teniauna gran dulzura y mansedumbre,y era fácil de trato con los demás”;“Cuando se acercaba uno a ella,ponía un rostro tan alegre, quenunca daba la sensación de que sela molestase... A veces, un gran nú-mero de Hermanas le hablaba almismo tiempo de diferentes asun-tos; les respondía a todas con tran-quilidad de espíritu, sin pedirlesque la dejasen en paz”; “Si no lespodía hablar, les mostraba un ros-tro lleno de afecto y cariño; siem-pre mostraba en sus enfermedadesun rostro alegre y contento”; “De-mostraba un gran respeto a todaslas Hermanas, hablándoles siem-pre por medio de ruegos”.

Y, desde luego, a la luz de esta pe-dagogía de la ternura hay que leerlas entrañables recomendacionesfinales del “testamento espiritual”de Luisa de Marillac a las Hijas dela Caridad: “Sobre todo, tengangran cuidado de vivir juntas en unagran unión y cordialidad, amán-dose las unas a las otras, para imi-tar la unión y la vida de NuestroSeñor”.

ELOGIO DE LA MUJER FUERTENo sé si será acertado o no, peroesta mujer siempre me ha recor-dado la serena conjugación de dossímbolos de la llanura castellana: elchopo y la encina.

Constantemente me ha llamado la

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“Hermanas mías, ¡qué her-moso cuadro ha puesto Diosante vuestros ojos! Sí, es uncuadro al que tenéis que mirarcomo un prototipo que osanime a hacer lo mismo, a ad-quirir esa humildad, esa cari-dad, esa tolerancia, esafirmeza en toda su conducta,acordándoos de cómo tendíaen todas las cosa a conformarsus acciones con las de NuestroSeñor... Estáis obligadas a se-guir su ejemplo; si deseáis serbuenas Hijas de la Caridad, es-táis obligadas a poner los ojosen sus virtudes... Hemos vistoese hermoso cuadro delante denosotros. Nos queda ahorahacer de ella un modelo; ypara eso, es preciso que la co-nozcamos”.

(Vicente de Paúl,a las Hijas de la Caridad,

el día 24 de julio de 1660,comentando las virtudes

de la difunta Luisa de Marillac)


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