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Filosofia y Democracia

Date post: 14-Nov-2015
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- Walzer - Traduccion Revisada
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Filosofía y Democracia 1 Michael Walzer Instituto de Estudios Avanzados, Princeton. I. El prestigio de la filosofía política es muy alto en estos días. Llama a la atención de economistas y abogados, los dos grupos de académicos que más están conectados con la elaboración de las políticas públicas, como no ocurría desde hace un largo tiempo. Y llama a la atención de líderes políticos, burócratas, y jueces, en especial jueces, con una nueva y radical fuerza. Esta atención viene no tanto del hecho de que los filósofos estén haciendo un trabajo creativo, sino de que están haciendo un trabajo creativo de un tipo especial – que nuevamente plantea, luego de un largo letargo, la posibilidad de encontrar verdades objetivas, “verdadero significado”, “respuestas correctas”, “la piedra filosofal”, y así. Quisiera aceptar esta posibilidad (sin decir mucho de ella), y preguntar luego qué significa para los políticos democráticos. ¿Cuál es la posición de los filósofos en una sociedad democrática? Esta es una pregunta vieja; existen viejas tensiones en este punto: entre verdad y opinión, razón y voluntad, valores y preferencias, lo uno y la mayoría. Estos 1 Traducción de Leandro Ciappina. 1
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Filosofa y Democracia

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Filosofa y Democracia[footnoteRef:2] [2: Traduccin de Leandro Ciappina.]

Michael WalzerInstituto de Estudios Avanzados, Princeton.

I. El prestigio de la filosofa poltica es muy alto en estos das. Llama a la atencin de economistas y abogados, los dos grupos de acadmicos que ms estn conectados con la elaboracin de las polticas pblicas, como no ocurra desde hace un largo tiempo. Y llama a la atencin de lderes polticos, burcratas, y jueces, en especial jueces, con una nueva y radical fuerza. Esta atencin viene no tanto del hecho de que los filsofos estn haciendo un trabajo creativo, sino de que estn haciendo un trabajo creativo de un tipo especial que nuevamente plantea, luego de un largo letargo, la posibilidad de encontrar verdades objetivas, verdadero significado, respuestas correctas, la piedra filosofal, y as. Quisiera aceptar esta posibilidad (sin decir mucho de ella), y preguntar luego qu significa para los polticos democrticos. Cul es la posicin de los filsofos en una sociedad democrtica? Esta es una pregunta vieja; existen viejas tensiones en este punto: entre verdad y opinin, razn y voluntad, valores y preferencias, lo uno y la mayora. Estos pares de antpodas difieren entre s, y ninguno de ellos se equipara con filosofa y democracia. Pero van de la mano, apuntan a un problema central. Los filsofos reclaman cierto tipo de autoridad para sus conclusiones; la gente reclama un tipo diferente de autoridad para sus decisiones. Cul es la relacin entre ambos? Comenzar con una cita de Wittgenstein que parecera resolver el problema inmediatamente. El filsofo, escribi Wittgenstein, no es ciudadano de ninguna comunidad de ideas. Eso es lo que lo hace filsofo.[endnoteRef:2] Esto es ms que una asercin de desligamiento en su sentido usual, ya que los ciudadanos seguramente son capaces, a veces, de emitir juicios desligados de sus propias ideologas, prcticas, e instituciones. Wittgenstein est hablando de un desligamiento mucho ms radical. El filsofo es y debe ser un marginal[footnoteRef:3]: apartado, no ocasionalmente (en un juicio), sino sistemticamente (en su pensamiento). No s si el filsofo debe ser un marginal en lo poltico. Wittgenstein dice de ninguna comunidad, y el estado (plis, repblica, commonwealth, reino, o cualquiera) es ciertamente una comunidad de ideas. Las comunidades de las cuales el filsofo es ms relevantemente un no ciudadano pueden, por supuesto, ser mayores o menores que el estado. Eso depende del tema sobre el cual filosofe. Pero si es un filsofo poltico que no es lo que Wittgenstein tena en mente -entonces el estado es la comunidad de la cual ms probablemente tendr que desligarse, no fsicamente, sino intelectualmente y, de acuerdo con cierta concepcin de la moralidad, tambin moralmente. [2: . Zettel, ed. G.E.M. Anscombe y G. H. von Wright (Berkeley: Univ. of California Press, 1970), n. 455.] [3: Nota de la traduccin: en el original, outsider]

Este desligamiento radical tiene dos formas, y yo me ocupar de slo una de ellas. La primera forma es contemplativa y analtica; los que participan en ella no tienen ningn inters en cambiar la comunidad cuyas ideas estudian. La filosofa deja todo como est.[endnoteRef:3] La segunda forma es heroica. No quiero negar las posibilidades heroicas de la contemplacin y el anlisis. Uno siempre puede enorgullecerse de arrancarse a si mismo de los lmites de la comunidad; no es algo fcil de hacer, y muchos de los logros en filosofa (y todas las variantes de arrogancia filosfica) tienen sus orgenes en el desligamiento. Pero quiero enfocarme en cierta tradicin de accin heroica, viva, al parecer, en nuestro propio tiempo, en la cual el filsofo se desliga de la comunidad de ideas para fundarla nuevamente - intelectualmente y luego materialmente tambin, porque las ideas tienen consecuencias, y toda comunidad de ideas es tambin una comunidad en concreto. l se separa y regresa. Es como los legisladores de la vieja leyenda, cuyo trabajo impide una ciudadana ordinaria.[endnoteRef:4] [3: . L. Wittgenstein (trad. G.E.M. Anscombe), Philosophical Investigations, (Nueva York: Macmillan, 1958), par. 124.] [4: . Para una apreciacin de esta forma especial de herosmo filosfico, ver Sheldon S. Wolin, Hobbes and the Epic Tradition of Political Theory (Los ngeles: Univ. of California Press. 1970).]

En la larga historia del pensamiento poltico existe una alternativa al desligamiento de los filsofos, y es el compromiso de sofistas, crticos, publicistas, e intelectuales. Con seguridad, los sofistas que Platn ataca eran hombres sin ciudad, maestros itinerantes, pero de ninguna manera extranjeros a la comunidad de ideas de Grecia. Su enseanza se sostena sobre, y dependa radicalmente de, los recursos de una membresa comn. En este sentido, Scrates era un sofista, aunque era probablemente crucial para su propia forma de entender su misin, como crtico y alborotador, el ser tambin un ciudadano: los atenienses lo hubiesen encontrado menos irritante si no hubiese sido uno de los suyos. Pero despus los ciudadanos mataron a Scrates, demostrando as, como se dice algunas veces, que el compromiso y el formar parte no son posibles para alguien que est comprometido en la bsqueda de la verdad. Los filsofos no pueden ser sofistas. Por razones prcticas tanto como intelectuales, la distancia que ponen entre ellos mismos y sus conciudadanos debe extenderse hasta constituir una brecha dentro de la comunidad. Y luego, slo por razones prcticas, debe ser nuevamente acortada mediante el engao y el secreto. As el filsofo emerge, como Descartes en su Discurso, como un separatista en su pensamiento, y un conformista en su prctica. Es un conformista, al menos, hasta que se encuentra a s mismo en una posicin desde la cual puede transformar la prctica en una aproximacin ms cercana a la verdad de su pensamiento. No puede participar de las speras y fluctuantes polticas de la ciudad, pero puede ser un fundador o un legislador, un rey, un consejero nocturno, o un juez - o, en trminos ms realistas, puede ser un asesor de esas figuras, susurrando en el odo del poder. Formado por la misma naturaleza del proyecto filosfico, tiene poco gusto por la negociacin y el acuerdo mutuo. Ya que la verdad que l sabe o dice saber es de carcter singular, es probable que crea que la poltica debe ser igual: una concepcin coherente, una ejecucin intransigente. En filosofa como en arquitectura, y as en poltica, Descartes escribi: lo que ha sido construido partecita por partecita, por diferentes maestros, es menos perfecto que el trabajo de una nica mano. As, esos viejos lugares que, comenzando como pueblos, han devenido en el tiempo en grandes ciudades, son generalmente desproporcionados en comparacin con los que un ingeniero puede disear a voluntad y de manera ordenada.[endnoteRef:5] Descartes mismo se desinteresa de la versin poltica de un proyecto semejante, tal vez porque cree que el nico lugar donde podra reinar de manera suprema es en su propia mente. Pero siempre existe la posibilidad de un hermanamiento entre la autoridad filosfica y el poder poltico. Reflexionando sobre esa posibilidad, el filsofo podra, como Thomas Hobbes, recuperar alguna esperanza de que en un momento u otro, estos escritos mos caigan en las manos de un soberano que por el ejercicio de su total soberanaconvierta esta verdad de especulacin en la utilidad de la prctica[endnoteRef:6] Las palabras cruciales en estas citas de Descartes y Hobbes son disear a voluntad y total soberana. La fundacin filosfica es un asunto autoritario. [5: . Ren Descartes, Discourse on Method, trad. Arthur Wollaston (Hammondsworth: Penguin. 1960). Pp. 44-45.] [6: . Thomas Hobbes, Leviathan, parte II, cap. 31 (final).]

II.

Una comparacin puede sernos de ayuda aqu. Los poetas tienen su propia tradicin de separacin y compromiso, pero el distanciamiento radical no es comn entre ellos. Uno podra plausiblemente poner al lado de las frases de Wittgenstein las siguientes lneas de C. P. Cavafy, escritas para consolar a un joven poeta que haba logrado tras gran esfuerzo terminar un solo poema. Eso, dice Cavafy, es un primer paso, y ningn logro menor:

Para posar tu pie en este escalnDebes ser un legtimo ciudadanoDe la ciudad de las ideas.[endnoteRef:7] [7: . C. P. Cavafy, The First Step, en The Complete Poems of Cavafy, trad. Rae Salven (Nueva York: Harcourt Brace Jovanovich. 1976). p. 6]

Wittgenstein escribe como si hubiera (y hay) muchas comunidades, mientras que Cavafy pareciera sugerir que los poetas habitan una nica, universal ciudad. Pero sospecho que el poeta griego trata de hecho de describir un lugar ms particular: la ciudad de la cultura helnica. El poeta debe probarse un ciudadano all; el filsofo debe probar que no es ciudadano en ninguna parte. El poeta necesita de sus conciudadanos, otros poetas y lectores de poesa, que comparten con l un trasfondo de historia y sentimiento, que no demandarn que todo lo que escribe sea explicado. Sin gente como sa, sus alusiones se perdern y sus imgenes resonarn slo en su propia mente. Pero el filsofo teme a este compaerismo, porque las ataduras de la historia y el sentimiento corrompen su pensamiento. Necesita mirar al mundo desde una distancia, en fro, como un total extrao. Su desligamiento es especulativo, voluntario, siempre incompleto. No dudo de que un socilogo o un historiador inteligentes detectaran en su trabajo, como lo haran con un poema, signos de su tiempo y su lugar. Sin embargo, la ambicin del filsofo (en la tradicin que estoy describiendo) es extrema. El poeta, en cambio, es ms modesto-como ha escrito Auden:

La esperanza de un poeta:ser como algn queso de pueblolocal, pero valorado en todas partes[endnoteRef:8] [8: . W. H. Auden, Shorts II, Collected Poems ed. Edgard Mendelssohn. (Nueva York: Random House. 1976).]

El poeta puede ser un visionario o un observador: puede buscar el exilio y los problemas: pero no puede, sin ser un loco, desvincularse a s mismo de la comunidad de ideas. Y tal vez por esa razn, tampoco puede aspirar a nada semejante a la soberana sobre la comunidad. Si espera poder transformarse en legislador de la humanidad, ser conmoviendo a sus conciudadanos, antes que gobernndolos. E incluso este conmover es indirecto. La poesa no hace que suceda nada.[endnoteRef:9] Pero eso es bastante diferente de decir que deja todo como est. La poesa deja en la mente de sus lectores una notificacin de la verdad del poeta. Nada tan coherente como una proposicin filosfica, nada tan explcito como una sentencia legal: un poema nunca es ms que una verdad parcial y asistemtica, sorprendindonos por su exceso, jugando con nosotros por su elipsis, nunca argumentando una posicin. Nunca he podido an ser capaz de percibir, escribi Kyats, como alguna cosa puede ser conocida como verdad por un razonamiento consecutivo.[endnoteRef:10] El conocimiento del poeta es de un tipo diferente, y lleva a verdades que pueden, tal vez, ser comunicadas pero nunca implementadas directamente. [9: . In Memory of W. B. Yeats, en The English Auden: Poems, Essays and Dramatic Writings, 1927-1939, ed. Edgard Mendelssohn (Nueva York: Random House. 1977).] [10: . The Letters of John Keats, ed. M. B. Forman (Londres: Oxford Univ. Press. 1952). p. 67.]

III.

Pero las verdades descubiertas o producidas filsofos polticos pueden ser implementadas. Ellas se prestan fcilmente a ser incorporadas en lo legal. Son estas las leyes de la naturaleza? Promlguenlas. Es este un esquema justo de distribucin? Establzcanlo. Es este un derecho humano bsico? Refurcenlo. Para qu ms querra uno saber sobre estas cosas? Una ciudad ideal es, supongo, un objeto enteramente propio para la contemplacin, y es posible que no tenga importancia el que exista en algn lugar o nunca exista- o sea, ello no afecta la verdad de la visin. Pero seguramente sera mejor si la visin se realizara. La asercin de Platn de que la ciudad ideal es la nica comunidad en cuya poltica (el filsofo) nunca puede tomar parte es desmentida por su propio intento de intervenir en las polticas de Siracusa cuando una oportunidad surgi, o eso pens, para una reforma filosfica.[endnoteRef:11] Platn nunca trat, por supuesto, de transformarse en ciudadano de la ciudad que esperaba reformar. [11: . The Republic of Plato, trad. F. M. Cornford (Nueva York: Oxford Univ. Press. 1945). 591A-592B. ]

La pretensin del filsofo en ese caso es que conoce el modelo establecido en los cielos. Conoce lo que debe ser hecho. No puede hacerlo l mismo, sin embargo, y es por eso que debe buscar un instrumento poltico. Pero en principio cualquier instrumento poltico servir - una aristocracia, una vanguardia, un servicio civil, incluso el pueblo bastar, mientras sus miembros estn comprometidos con la verdad filosfica y en posesin del poder soberano. Pero es claro que el pueblo es el que trae las mayores dificultades. Si no es un monstruo-de-muchas-cabezas, es como mnimo de-muchas-cabezas, difciles de educar y proclives a el desacuerdo entre ellas. Tampoco puede ser un instrumento filosfico una mayora del pueblo, porque las mayoras en cualquier democracia son temporarias, fluctuantes, inestables. La verdad es una, pero el pueblo tiene muchas opiniones; la verdad es eterna, pero la gente cambia de parecer todo el tiempo. Aqu en su forma ms simple est la tensin entre la filosofa y la democracia. La pretensin de gobernar del pueblo no se basa en su conocimiento de la verdad (aunque puede, como en el pensamiento utilitarista, basarse en su conocimiento de muchas verdades menores: el hecho de que solo ellos pueden saber de sus dolores y placeres). La pretensin es puesta de modo persuasivo, me parece, no en trminos de lo que la gente sabe, sino en trminos de quines son. Son los sujetos de la ley, y si la ley va a obligarlos como a hombres y mujeres libres, ellos deben ser tambin sus hacedores. ste es el argumento de Rousseau. No me propongo aqu defenderlo, sino slo considerar algunas de sus consecuencias. El argumento tiene el efecto de transformar la ley en una funcin de la voluntad popular, y no de la razn, como haba sido entendida antes, la razn de los que saben, los sabios, y los jueces. El pueblo es el heredero de los dioses y los reyes absolutistas, no de los filsofos. Pueden no saber qu es lo correcto, pero reclaman el derecho de hacer lo que creen es correcto (literalmente, lo que les place).[endnoteRef:12] [12: . As un orador ateniense a la asamblea: Est en su poder, propiamente, el disponer de lo que les pertenece - bien, o, si as lo quieren, mal. Citado en K. J. Dover, Greek Popular Morality en the Time of Plato and Aristotle (Berkeley: Univ. of California Press. 1974). pp. 290-291.]

El mismo Rousseau dio un paso atrs en esta pretensin, y la mayora de los demcratas contemporneos quisiera hacer lo mismo. Puedo imaginar tres formas de dar el paso atrs y limitar las decisiones democrticas, que desenvolver brevemente, basndome en Rousseau, pero sin tratar de analizar explcitamente sus argumentos. Primero, uno podra imponer un lmite formal a la voluntad popular: la gente debe decidir de manera general.[endnoteRef:13] No pueden distinguir (excepto en elecciones para cargos pblicos) a un individuo en particular o a un grupo de individuos de entre ellos para ser tratado especialmente. ste no es un lmite para los programas de asistencia pblica diseados, por ejemplo, para los enfermos o los ancianos, ya que todos podemos enfermarnos y todos esperamos llegar a viejos. Su propsito es el de excluir la discriminacin contra individuos o grupos que tienen, por as decirlo, nombres propios. Segundo, uno podra insistir en la inalienabilidad de la voluntad popular y despus en la indestructibilidad de esas instituciones y prcticas que garantizan el carcter democrtico de la voluntad popular: asamblea, debate, elecciones, y as. La gente no puede renunciar hoy a su futuro derecho de decidir (o, nunca puede ser esa renuncia legtima o moralmente efectiva).[endnoteRef:14] Ni puede negar a algn grupo de entre ellos, con o sin un nombre propio, el derecho a participar en decisiones futuras. [13: . The Social Contract, libro II, cap. iv y vi.] [14: . Esto se sigue, creo, del argumento de que la voluntad general es inalienable, aunque Rousseau quiere hacer de la inalienabilidad ms que esto-como en su ataque a la representacin: libro III, cap xv.]

Claramente, estos dos primeros lmites abren el camino para algn tipo de revisin del proceso popular de toma de decisiones, algn tipo de obligatoriedad, de ser necesario esgrimible contra el pueblo mismo, de la no discriminacin y los derechos democrticos. Quienquiera que se haga cargo de esta revisin y compulsin tendr que hacer juicios acerca del carcter discriminatorio de porciones particulares de legislacin y sobre el significado que tienen para las polticas democrticas las restricciones particulares a la libertad de expresin, asamblea, y as. Pero estos juicios, aunque no quiero subestimar ni su importancia, ni su dificultad, sern relativamente limitados en sus efectos, comparados lo que requiere el tercer lmite. Y es en este tercer lmite en el que me quiero enfocar, porque no creo que los filsofos en la tradicin heroica puedan posiblemente ser satisfechos con los primeros dos. Tercero, entonces, el pueblo debe decidir lo que es correcto. Rousseau dice, debe decidir el bien comn, y contina argumentando que el pueblo decidir el bien comn si es un verdadero pueblo, una comunidad, y no una mera coleccin de individuos egostas y grupos corporativos.[endnoteRef:15] Aqu la idea parece ser que existe un nico grupo - aunque no necesariamente uno exhaustivo - de leyes correctas o justas que el pueblo en asamblea, los votantes o sus representantes, puede no entender correctamente. Frecuentemente, se equivocan, y entonces requieren la gua de un legislador o la restriccin de un juez. El legislador de Rousseau es simplemente el filsofo en ropajes heroicos, y aunque Rousseau le niegue el derecho de imponerse al pueblo, insiste en su derecho a engaarlo. El legislador habla en el nombre de Dios, no de la filosofa.[endnoteRef:16] Uno podra buscar un engao paralelo entre los jueces contemporneos. En cualquier caso, este tercer lmite seguramente trae las preguntas ms serias sobre el argumento fundamental de Rousseau, que la legitimacin poltica se basa en la voluntad (consentimiento) y no en la razn (rectitud). [15: . Social Contract, libro II, cap. iii y passim.] [16: . Social Contract, libro II, cap. vii.]

IV.

El argumento fundamental se puede poner en una forma aproximadamente paradjica: una de las caractersticas del gobierno democrtico es que la gente tiene el derecho de actuar errneamente ms o menos de la misma manera que tiene el derecho de actuar estpidamente. Debo decir, tienen el derecho de actuar errneamente dentro de un rea (y solamente, siguiendo los dos primeros lmites, si la accin es general sobre el rea y no limita la accin democrtica futura dentro del rea). La soberana siempre es soberana en un lugar determinado y sobre algunas cosas, no en todas partes y sobre todas las cosas. El pueblo puede con derecho, digamos, decretar un impuesto a la ganancia redistributivo, pero slo pueden redistribuir su propio ingreso, y no el de las personas de la nacin vecina. Lo que es crucial, sin embargo, es que el sistema redistributivo que ellos eligen no est sujeto a una correccin autoritaria que dependa de estndares filosficos. Est sujeto a crticas, por supuesto, pero mientras quien critica sea un demcrata, tendr que aceptar que, a menos que la gente se convierta a su posicin, el sistema que han elegido debe ser implementado. Richard Wollheim ha argido en un artculo bien conocido que la teora democrtica concebida de esta forma no es meramente paradjica en un sentido laxo; es estrictamente una paradoja.[endnoteRef:17] l construye la paradoja en tres pasos. [17: . Richard Wollheim. A Paradox in the Theory of Democracy. En Philosophy, Politics and Society (segunda serie). ed. Peter Laslett y W. G. Runciman (Oxford: Basil Blackwell. 1962). pp. 71-87. Debo acentuar que el argumento aqu es sobre implementacin, no obediencia. De lo que se trata es de cmo o por qu razones las polticas deberan ser elegidas por la comunidad como un todo. Si los ciudadanos individuales deberan aceptar tal o cual poltica una vez que ha sido elegida, o asistir en que se lleve a cabo, es otra cuestin.]

(1) Como ciudadano de una comunidad democrtica, reviso las opciones disponibles para la comunidad y concluyo que A es la poltica que se debera implementar.(2) El pueblo, en su sabidura o su voluntad, elige la poltica B, exactamente contraria a A.(3) An creo que la poltica A debera ser implementada, pero ahora, como un comprometido demcrata, tambin creo que la poltica B debera ser implementada. As, creo que las dos polticas deben ser implementadas. Pero esto es incoherente.

Es probable que la paradoja dependa demasiado de su forma verbal. Podramos imaginar una primera persona ms modesta-as el primer paso ira as:(1) Concluyo que A es la poltica que el pueblo debera elegir para ser implementada.

Entonces no habra nada incoherente en decir:

(3) Como la gente no eligi A, sino B en su lugar, ahora concluyo que B debera ser implementada.

Esto no es muy interesante, pero es consistente, y creo que tiene el sentido de la posicin democrtica. Lo que subyace a la versin del primer paso de Wollheim es un argumento filosfico, y probablemente antidemocrtico, que tiene esta forma:

(1) Concluyo que A es la poltica correcta, y que debera ser implementada porque es la correcta.

Pero no es para nada obvio que la correccin de una poltica sea la razn adecuada para implementarla. Slo podra ser la razn adecuada para esperar que sea implementada y por lo tanto para defenderla en la asamblea. Supongamos que existiera un sistema de implementacin mediante un botn, y que ambos botones, marcados A y B, estuviesen en mi escritorio. Cul debera yo presionar, y por qu razones? Claro que no puedo presionar A simplemente porque he decidido que A es correcto. Quin soy yo? Como ciudadano de una comunidad democrtica, debo esperar a la decisin del pueblo, que tiene el derecho a decidir. Y luego, si la gente elige B, no se da el caso de que me enfrente a una decisin existencial, donde mis argumentos filosficos apunten hacia A y mi compromiso democrtico apunte hacia B, y no haya forma de decidir entre ambos. Hay una forma de decidir. La distincin que estoy tratando de trazar aqu, entre tener un derecho a decidir y conocer la decisin correcta, podra describirse en trminos de justicia procedimental y justicia sustantiva. Los demcratas, se podra decir, estn comprometidos con la justicia procedimental, y slo pueden esperar que los resultados de procedimientos justos sean tambin sustantivamente justos. Pero soy reacio a aceptar esta formulacin porque la lnea entre procedimiento y sustancia me parece menos clara de lo que se sugiere. Lo que est en juego en una discusin sobre justicia procedimental es la distribucin del poder, y se es seguramente un tema sustantivo. Ningn arreglo procedimental puede ser defendido excepto por un argumento sustantivo, y todo argumento sustantivo (en filosofa poltica) est en relacin con algn arreglo procedimental. La democracia depende, como he sugerido ya, de un argumento sobre la libertad y la obligacin poltica. As, no es slo el caso de que el pueblo tiene derecho procedimental a hacer las leyes. En la mirada democrtica, lo correcto es que ellos hagan las leyes - incluso si las hacen incorrectamente. Contra a esta mirada, el filsofo heroico podra argir que nunca puede ser correcto hacer lo incorrecto (no, al menos, una vez que sabemos o podemos saber qu es lo correcto). Esto tambin es, al menos incipientemente, un argumento sobre la distribucin del poder poltico, y tiene dos implicaciones. Primero, que el poder de la gente debera ser limitado por la rectitud de lo que hacen; y segundo, que alguien ms debera ser dotado del poder de revisar lo que el pueblo hace e interponerse cuando se mueven por fuera de esos lmites. Quin? En principio, supongo, cualquiera que sepa la verdad sobre lo correcto. Pero en la prctica, en un orden poltico dado, habr que encontrar algn grupo de personas del cual se pueda presumir que conocen la verdad mejor o ms consistentemente que el pueblo como un todo. A este grupo le ser luego otorgado un derecho procedimental a intervenir, basado en un argumento sustantivo sobre la sabidura y la verdad moral. La legislacin popular podra ser revisada democrticamente: en la antigua Atenas, por ejemplo, los ciudadanos preocupados por la legitimidad de una decisin particular de la asamblea podan apelar desde la asamblea como un todo a un grupo menor de ciudadanos, seleccionado por sorteo y colocado como jurado. El jurado literalmente someta a la ley a juicio, con ciudadanos individuales actuando como fiscales y abogados defensores, y su veredicto se impona sobre el acto legislativo mismo.[endnoteRef:18] En este caso, obviamente, no se apelaba a ninguna sabidura especial; el mismo argumento o el mismo tipo de argumento justificaran tanto el acto como el veredicto. Ms comnmente, sin embargo, los grupos de este tipo se constituyen de manera aristocrtica antes que democrtica. Se apela desde la conciencia popular, los intereses particulares, polticas egostas o miopes al entendimiento superior de unos pocos: el cuerpo de servidores civiles de Hegel, el partido de vanguardia de Lenin, y as. Idealmente, el grupo al cual se dirige la apelacin debe estar involucrado en la comunidad de ideas, orientado a la accin dentro de ella, pero en sintona al mismo tiempo con filsofos afuera. Dentro, pero no totalmente dentro, en correspondencia con la separacin y el regreso del filsofo. [18: . A.H.M. Jone, Athenian Democracy (Oxford: Basil Blackwell. 1960). pp. 122-123.]

V.

Hoy da, en los Estados Unidos, pareciera que a los nueve jueces de la Suprema Corte se les ha asignado algo parecido a este rol. La asignacin es ms claramente discutida en el trabajo de un grupo de profesores de derecho contemporneos, todos los cuales son tambin filsofos o, al menos, estn muy influenciados por la filosofa poltica.[endnoteRef:19] En efecto, la resurreccin de la filosofa poltica ha tenido su impacto ms dramtico en las escuelas de derecho - y por razones fciles de comprender. En una democracia establecida, sin revoluciones en perspectiva, los jueces son los instrumentos de reforma filosfica ms esperables. Por supuesto, el rol convencional de los jueces de la Suprema Corte no se extiende ms all de la implementacin de una constitucin escrita que descansa ella misma en el consenso democrtico y est sujeta a la enmienda democrtica. E incluso cuando los jueces actan de formas que van ms all de la preservacin de la integridad textual de la constitucin, por lo general no pretenden tener una comprensin especial de la verdad o la rectitud, sino que se refieren, en cambio, a precedentes histricos, principios largamente establecidos, o valores comunes. De todas formas, el lugar que detentan y el poder que poseen les dan la posibilidad de imponer limitaciones filosficas a la eleccin democrtica. Y estn ampliamente disponibles (a diferencia del pueblo) para la instruccin filosfica sobre la naturaleza de esas limitaciones. Mi preocupacin aqu es con los jueces slo en cuanto estn de hecho instruidos - y con los filsofos antes que con los jueces, porque gran nmero de ellos pareciera muy bien dispuesto a proveer de esa instruccin. La tensin entre la revisin judicial y la democracia, est en relacin directa con la tensin entre filosofa y democracia. Pero la segunda es la tensin ms profunda, ya que los jueces son proclives a expandirse ms all de sus derechos constitucionales, o a sostener un programa de expansin, slo cuando estn conectados con una doctrina filosfica. [19: . Ver, por ejemplo, Ronald Dworkin, Taking Rights Seriously (Cambridge. MA: Harvard Univ. Press. 1977); Frank Michelman, In Pursuit of Constitutional Welfare Rights. University of Pennsylvania Law Review (1973) 121:962-1019; Owen Fiss, The Forms of Justice. Harvard Law Review (1979) 93: 1-58; Bruce Ackerman, Social Justice in the Liberal State (New Haven: Yale Univ. Press. 1980). ]

Ahora bien, jueces y filsofos son (mayoritariamente) tipos distintos de personas. Uno puede imaginarse un filsofo-juez, pero la unin es poco comn. Los jueces son en un sentido importante miembros de la comunidad poltica. La mayora tienen carreras como funcionarios, o como activistas polticos, o como adeptos a tal o cual poltica pblica. Han trabajado en el rea: han participado en los debates. Cuando son interrogados en sus audiencias de confirmacin, se presume que tienen opiniones de un tipo ms o menos parecido que el de sus interrogadores opiniones comunes, la mayor parte del tiempo, ya que si no nunca hubiesen sido nombrados. Una vez confirmados, seguramente, se colocan a s mismos a cierta distancia de la poltica de todos los das; su posicin especial en una democracia requiere cierto desligamiento y reflexin. Llevan los ropajes de la sabidura, y esos ropajes constituyen lo que se podra llamar una tentacin filosfica: amar a la sabidura ms que a la ley. Pero se supone que los jueces son sabios en los sentidos de una tradicin legal particular, que comparten con sus viejos asociados profesionales y polticos. La postura del filsofo es muy distinta. Las verdades que comnmente busca son universales y eternas, y es improbable que puedan ser encontradas en el interior de alguna comunidad real e histrica. Por eso el distanciamiento del filsofo: debe negarse a las seguridades del lugar comn. (No necesita ser confirmado.) A qu lugar, entonces, se recluye? Usualmente, hoy da, se construye (ya que no puede, como Platn, descubrirla para si mismo) una comunidad ideal, habitada por seres que no tienen las caractersticas particulares ni ninguna de las opiniones o compromisos de sus anteriormente conciudadanos. Se imagina una reunin perfecta en una posicin original o en una situacin discursiva ideal donde los hombres y mujeres que acuden estn liberados de sus propias ideologas o sujetos a verdades universalizantes del discurso. Y luego, pregunta cules principios, reglas, arreglos constitucionales, elegiran estas personas si se propusieran crear un orden poltico real.[endnoteRef:20] Ellos son, por as decirlo, los representantes filosficos del resto de nosotros, y legislan en nuestro nombre. El filsofo mismo, sin embargo, es el nico verdadero habitante de esta comunidad ideal, el nico verdadero participante de esta reunin perfecta. De modo que los principios, reglas, constituciones, con las que emerge son en realidad productos de su propio pensamiento, diseados a voluntad y de manera ordenada, sujetos slo a cualesquiera lmites que se imponga a s mismo. Tampoco son requeridos otros participantes, ni siquiera cuando el procedimiento de decisin de esta comunidad ideal se conciba en trminos de consenso o unanimidad. Porque si hubiese alguna otra persona presente, sera idntica al filsofo, sujeta a las mismas restricciones, y por lo tanto sera llevada a decir las mismas cosas y se dirigira hacia las mismas conclusiones; o bien sera una persona particular con caractersticas y opiniones derivadas histricamente, y entonces su presencia corrompera la universalidad del argumento. [20: . En este tipo de argumento, John Rawls es obviamente el gran pionero. Pero el uso especfico de nueva filosofa con la cual estoy ocupndome no es apoyado por el en A Theory of Justice o en ningn artculo subsiguiente.]

El filsofo regresa de su retiro con conclusiones que son diferentes de las conclusiones de cualquier debate democrtico real. Como mnimo, tienen, o l reclama para ellos, un estatus diferente. Representan lo que es correcto, lo que, para nuestros presentes propsitos, significa que han sido acordados por un grupo de representantes ideales, mientras que las conclusiones alcanzadas mediante el debate democrtico son meramente acuerdos entre las personas o sus representantes actuales. El pueblo o sus representantes podran ser entonces invitados a revisar sus propias conclusiones a la luz del trabajo del filsofo. Supongo que esa es una invitacin implcitamente extendida cada vez que un filsofo publica un libro. En el momento de su publicacin, al menos, es propiamente un demcrata: su libro es un regalo a la gente. Pero el regalo es raramente apreciado. En la arena poltica, las verdades del filsofo probablemente se transformen en un conjunto ms de opiniones, sometido a prueba, debatido, adoptado en parte, repudiado en parte, o ignorado. Los jueces, por otra parte, pueden ciertamente ser persuadidos de darle al filsofo un tipo de consideracin diferente. Su especial rol en la comunidad democrtica est conectado, como he dicho anteriormente, a su actitud reflexiva, y sta es una postura filosfica: el estatus judicial slo pude ser desafiado por un poco de verdadera filosofa. Ms an, los jueces estn admirablemente situados para mediar entre las opiniones (temporarias) establecidas en la arena democrtica y las verdades conseguidas en la comunidad ideal. A travs del arte de la interpretacin, pueden lograr lo que el legislador de Rousseau logra a travs del arte de la a adivinacin.[endnoteRef:21] [21: . Otra vez como el legislador de Rousseau, los jueces no tienen poder coercitivo alguno por s mismos: en algn sentido ltimo, siempre deben buscar el apoyo entre el pueblo o entre elite polticas alternativas. De ah que la frase tirana judicial, aplicada a la situacin en la que se impone alguna posicin validada filosfica pero no democrticamente, sea siempre un fragmento de una hiprbole. Por otra parte, hay formas de autoridad, cercanas a la tirana, que traen problemas para el gobierno democrtico.]

VI.

Consideremos el caso de los derechos. Nuestros representantes ideales en reclusin filosfica generan una lista de derechos que adscriben a cada ser humano individual. Asumamos que esta lista es, como sucede comnmente con los filsofos contemporneos, profundamente meditada y seria. Los derechos enumerados forman un todo coherente, y que sugieren lo que significara el reconocer en otro hombre o mujer las cualidades especiales de la accin[footnoteRef:4] y de la personalidad moral. La lista filosfica es diferente de la lista actualmente establecida por la ley, pero tambin se superpone con la ley y con lo que podramos pensar como los suburbios de la ley, el conjunto de opiniones, valores, y tradiciones al cual acudimos, si podemos, cuando hallamos que el centro de la ciudad de la ley es constrictivo. Ahora bien, el filsofo - an me refiero al filsofo heroico, el filsofo como fundador - invita a los jueces a intentar un escape ms organizado, desde la ley, a travs de los suburbios, hacia la comunidad ideal que est ms all. La invitacin es ms urgente en cuanto los derechos son lo que est en juego. Porque los derechos tienen esta caracterstica especial: su violacin requiere una reparacin o alivio inmediatos. Y los jueces no son meramente los instrumentos que estn disponibles, sino tambin los instrumentos apropiados para esta reparacin o alivio.[endnoteRef:22] [4: En el original agency [Nota de la traduccin]] [22: . La invitacin especial y el sentido de urgencia estn muy claros en Dworkin, Taking Rights Seriously. Pero Dworkin pareciera creer que la comunidad ideal realmente existe, por as decirlo, en los suburbios. El juego de valores filosficamente validados puede ser tambin validado, arguye, en trminos de la historia constitucional y los principios legales que se sostienen en los Estados Unidos, y cuando los jueces impulsan estos derechos estn haciendo lo que deberan hacer, dado el tipo de gobierno que tenemos. Para una lectura diferente de nuestra historia constitucional, ver Richard Ely, Democracy and Distrust (Cambridge. MA: Harvard Univ. Press. 1980). Ely argumenta algo muy parecido a los dos lmites que yo he defendido. Tambin para l la comunidad ideal est en alguna parte ms all de la Constitucin de EE.UU. Es el objetivo propio de los partidos y los movimientos, no de las cortes.]

A los efectos, el filsofo propone a los jueces un procedimiento de toma de decisiones modelado a partir de aquel de la comunidad ideal. Esto es en parte un halago, pero tambin tiene una razn fctica. Porque las discusiones de los jueces entre ellos en verdad se parecen a las argumentaciones que se dan en la comunidad ideal (en la mente del filsofo) mucho ms de lo que cualquier debate democrtico podra jams. Y pareciera plausible decir que es esperable que los derechos sean definidos correctamente por la reflexin de los pocos antes que por los votos de los muchos.[endnoteRef:23] Entonces el filsofo les pide a los jueces que recapitulen en sus tribunales la argumentacin que l ya ha producido en retiro solitario, y despus que den a ese argumento la utilidad de la prctica, primero colocndolo en la ley o en las tradiciones y valores que rodean la ley, y despus decidiendo los casos en esos trminos. Cuando sea necesario, los jueces debern prevenir o impugnar decisiones legislativas. Este es el punto crucial, porque es aqu donde la tensin entre filosofa y democracia toma su forma material. [23: . Para un cuidadoso y algo tentativo argumento a este efecto, ver T. M. Scanlon, Due Process en Nomos XXII. ed. R. Pennock and J. Chapman (Nueva York: New York Univ. Press. 1977). pp. 120-121. ]

La legislatura es, si no la realidad, al menos la representacin efectiva del pueblo reunido en asamblea para gobernarse. Sus miembros tienen el derecho de actuar dentro de un rea. Los derechos instaurados judicialmente pueden entenderse de dos maneras diferentes pero complementarias en relacin con esta rea. Primero, ellos son lmites que la circunscriben. Desde esta perspectiva, se sigue una ecuacin simple: cuanto ms extensa es la lista de derechos, cuanto ms amplio es el rango de la compulsin judicial, menos lugar queda para la eleccin legislativa. Cuantos ms derechos reconozcan los jueces a las personas como individuos, menos libre es el pueblo como un cuerpo que toma decisiones. O, segundo, los derechos son principios que estructuran actividades dentro del rea, moldeando las polticas y las instituciones. Entonces los jueces no operan meramente en los lmites, por ms amplios o estrechos que sean. Sus juicios representan incursiones de penetracin profunda dentro del rea de decisin legislativa.[endnoteRef:24] Ahora bien, los tres lmites a la voluntad popular que describ antes pueden ser concebidos en cualquiera de estos modos, como defensa o como penetracin. Pero es claro, creo yo, que el tercer lmite simultneamente estrecha los lmites y permite incursiones ms profundas. Tan pronto como la lista filosfica de derechos se extiende ms all de las prohibiciones gemelas de discriminacin legal y represin poltica, ella invita a una actividad judicial que es radicalmente intrusiva respecto de lo que podra llamarse el espacio democrtico. [24: . Fiss provee algunos ejemplos claros en Forms of Justice.]

Pero esto, podra objetarse, es considerar a los derechos slo en el sentido formal, ignorando su contenido. Y su contenido puede ms bien fortalecer antes que circunscribir la decisin popular. Imaginemos, por ejemplo, un derecho al bienestar, filosfica y luego judicialmente reconocido.[endnoteRef:25] El objetivo de tal derecho es suficientemente claro. Garantizara a cada ciudadano la oportunidad de ejercer su ciudadana, y esa es una oportunidad que difcilmente pudiera decirse que tenga, o que tenga en algn sentido significativo, si se estuviera muriendo de hambre o buscando refugio desesperadamente para l y su familia. Un derecho defendible, seguramente, y sin embargo an se mantiene el argumento que acabo de delinear. Porque la obligacin judicial de los derechos al bienestar reducira radicalmente el umbral de decisin democrtica. Por eso, los jueces decidiran, y si los casos se acumularan, decidiran con un detalle creciente, qu calibre y qu carcter de sistema de bienestar debera haber y qu tipo de redistribucin se requerira. Tales decisiones claramente implicaran un control judicial significativo del presupuesto estatal e, indirectamente al menos, del sistema impositivo - precisamente los temas por los cuales la revolucin democrtica fue originalmente producida. [25: . Cf. Michelman Welfare Rights, y tambin On Protecting the Poor Through the Fourteenth Amendment, Harvard Law Review (1969) 83.]

Este tipo de cuestiones sera ms sencillo para demcratas comprometidos si la lista expandida de derechos fuera incorporada a la constitucin mediante un proceso de reforma controlado popularmente. Entonces podra existir algn tipo de basamento democrtico para el nuevo (no-democrtico) poder de los filsofos y jueces. El pueblo sera mal aconsejado, creo yo, si aceptara esta incorporacin y entregara una porcin tan grande de su autoridad cotidiana. En el estado moderno, sin embargo, esa autoridad se ejecuta tan indirectamente - est tan lejos, de hecho, de ser una autoridad cotidiana - que podran sentir esta entrega como una cuestin menor. Los derechos que ganan como individuos (en este caso, a servicios de bienestar de parte de una burocracia benevolente) podran valer mucho ms para ellos que los que pierden como miembros. Y as, no es imposible imaginar el establecimiento constitucional de algo como, digamos, los dos principios de justicia de Rawls.[endnoteRef:26] Entonces la totalidad del rea de la justicia distributiva sera efectivamente entregada a las cortes. Qu espectro de decisiones deberan tomar! Imaginen una peticin de clase para testear el significado del principio de la diferencia. Los jueces deberan tener que decidir si la clase representada en el juicio es realmente la clase ms desfavorecida en la sociedad (o si todos o una parte suficiente de sus miembros caen dentro de esa clase). Y si lo fuera (o si lo hicieran), los jueces deberan entonces decidir cules derechos se deduciran del principio de diferencia con las condiciones materiales que prevalecen actualmente. No hay duda de que seran llevados a consultar expertos y funcionarios para tomar estas decisiones. Tendra poco sentido para ellos consultar a la legislatura, sin embargo, ya que para estas cuestiones, si los derechos estn realmente en juego, debe haber una respuesta correcta-y esta respuesta es ms plausible de ser conocida por filsofos, jueces, expertos, y funcionarios que por ciudadanos ordinarios o por sus representantes polticos.[endnoteRef:27] [26: . Para una propuesta a este efecto, ver Amy Guttmann, Liberal Equality (Cambridge, Inglaterra: Cambridge Univ. Press. 1980). p. 199.] [27: . Dworkin, Taking Rights Seriously, especialmente captulos 4 y 13.]

De todas formas, si el pueblo llegara a sentirse oprimido por las nuevas autoridades que han establecido, siempre podran separarlas de sus cargos. El proceso de reforma siempre estara disponible, aunque podra darse el caso de que la erosin gradual de la energa legislativa lo hiciera menos disponible en la prctica que de lo que era en principio.[endnoteRef:28] En parte por esta razn, y en parte por razones a las que ahora atender, quiero argumentar que los filsofos no deben apresurarse a obtener el instrumento judicial (o de algn otro tipo), y que los jueces, aunque deben ser hasta cierto punto filsofos del derecho, no deben apresurarse a convertirse en filsofos polticos. Es un error el querer hacer cualquier incorporacin extensiva de principios filosficos en la ley mediante la interpretacin o la reforma. Porque eso es, en cualquier caso, sacarlas de la arena poltica a la cual propiamente pertenecen. Las intervenciones de los filsofos deben limitarse a los regalos que traen. De otra forma seran como los griegos trayendo regalos, de los cuales el pueblo debe desconfiar, porque lo que tienen en mente es la captura de la ciudad. [28: . Las intervenciones judiciales a favor de los derechos individuales entendidas en un sentido amplio tambin pueden llevar a la erosin de las energas populares - al menos en la izquierda. Para una breve argumentacin a este efecto, ver mi artculo The Left and the Courts, Dissent (Spring. 1981).]

VII.

El filsofo no es ciudadano de ninguna comunidad de ideas. Eso es lo que lo hace filsofo. He tomado esa frase para mostrar que el filsofo poltico debe separarse de la comunidad poltica, liberarse de las ataduras afectivas e ideas convencionales. Slo entonces puede preguntar y esforzarse por contestar las preguntas ms profundas sobre el significado y propsito de la asociacin poltica y la estructura apropiada de la comunidad (de toda comunidad) y su gobierno. Uno slo puede obtener este tipo de conocimiento desde el afuera. Adentro, otro tipo de conocimiento est disponible, ms limitado, ms particular en carcter. Lo llamar conocimiento poltico en lugar de filosfico. Responde a las preguntas: Cul es el significado y propsito de esta asociacin? Cul es la estructura apropiada para nuestra comunidad y gobierno? Incluso si asumimos que hay respuestas correctas a estas preguntas (y es dudoso que las preguntas particulares tengan respuestas correctas incluso si las generales las tienen), de todas formas se da el caso de que habr tantas respuestas correctas como comunidades. Fuera de las comunidades, sin embargo, slo hay una respuesta correcta. As como hay muchas cavernas pero slo un sol, de la misma forma el conocimiento poltico es particular y pluralista en carcter, mientras que el conocimiento filosfico es universalista y singular. El xito poltico de los filsofos, entonces, tendra el efecto de imponer una verdad singular sobre una verdad plural, o sea, de reproducir la estructura de la comunidad ideal en cada comunidad previamente particularista. Imagine no uno sino una docena de reyes-filsofos: sus reinos seran idnticamente formados e idnticamente gobernados, excepto por los ajustes requeridos por una geografa irreductiblemente particular. (Si Dios fuese un rey filsofo, l habra dado a cada comunidad un juego idntico o equivalente de condiciones geogrficas.) El caso sera el mismo con una docena de comunidades fundadas en la posicin original: slo hay una posicin original. Y sera la misma nuevamente con una docena de comunidades moldeadas por una comunicacin perfecta entre un grupo idealizado de miembros: porque es una propiedad de la comunicacin no distorsionada, a diferencia del dilogo ordinario, que slo unas pocas cosas pueden ser dichas.[endnoteRef:29] [29: . An si conectramos las conclusiones filosficas a algn juego de circunstancias histricas, como lo hace Haberlas cuando imagina la formacin-discursiva-de-la-voluntad ocurriendo en un estado dado en el desarrollo de las fuerzas productivas, o como lo hace Rawls cuando sugiere que los principios desarrollados en la posicin original se aplican slo a sociedades democrticas bajo condiciones modernas, sigue siendo verdad que las conclusiones son objetivamente verdaderas o correctas para un rango de comunidades particulares, sin importar la poltica concreta de esas comunidades. Ver Habermas, Legitimation Crisis (Boston: Beacon. 1975). p. 113; Rawls, Kantian Constructivism in Moral Theory, The Journal of Philosophy. 77 (Septiembre. 1980). p. 518.]

Ahora bien, podemos estar o no dispuestos a asignarle un valor al particularismo y al pluralismo. No es fcil saber cmo decidir. Porque el pluralismo implica una gama de instancias - un abanico de opiniones, estructuras, regmenes, polticas - en relacin con cada una de las cuales probablemente reaccionemos de manera diferente. Podramos valorar la gama o la idea de una gama y an sentirnos aterrados por el gran nmero de instancias, y buscar luego algn principio de exclusin. La mayora de los pluralistas son en verdad pluralistas limitados, y los lmites que defienden se derivan de principios universales. Puede decirse todava que valoran el pluralismo? Gustan de la variedad, tal vez, o no estn listos an para tomar partido sobre cada caso, o son tolerantes, o indiferentes. O tienen una mirada instrumentalista: muchos experimentos sociales llevarn un da (pero ese da est lejos) a una sola verdad. Todas estas son perspectivas filosficas en el sentido de que requieren una posicin por fuera del abanico. Y desde esa posicin, sospecho, el pluralismo siempre ser, en el mejor de los casos, un valor incierto. Pero la mayora de la gente se posiciona de otra forma. Estn dentro de sus propias comunidades, y valoran sus propias opiniones y convenciones. Llegan al pluralismo slo mediante un acto de empata e identificacin, reconociendo que las otras personas tienen sentimientos como los suyos. De manera similar, el filsofo podra llegar al pluralismo imaginndose a s mismo como un ciudadano de cada comunidad, antes que de ninguna. Pero entonces podra perder ese firme sentimiento de s mismo y de su soledad que lo hacen un filsofo, y los regalos que trae podran ser de menor valor del que son. No estoy desestimando esos regalos. Pero es importante sugerir que, visto desde el interior de una comunidad particular, el valor de la verdad universal es tan incierto como el valor del pluralismo cuando se lo ve desde fuera de toda comunidad particular. Incierto, o sea, no irreal o insignificante: porque no tengo dudas de que las comunidades particulares se mejoran a s mismas aspirando a realizar las verdades universales y mediante la incorporacin de aspectos (particulares) de doctrina filosfica en sus propios estilos de vida. Y as tambin lo entienden los ciudadanos. Pero desde su postura, no siempre ser obvio que los derechos de, digamos, hombres y mujeres en abstracto, habitantes de una comunidad ideal, deban imponerse aqu y ahora. Probablemente tengan dos preocupaciones en relacin a cualquier imposicin de este tipo. Ante todo, ello implicara anular sus propias tradiciones, convenciones, y expectativas. stas son, por supuesto, accesibles a la crtica filosfica: no fueron diseadas a voluntad de manera ordenada por un fundador o un sabio; son el resultado de la negociacin, la intriga y la disputa histricas. Pero se es justamente el punto: como productos de una experiencia compartida, son valoradas por la gente por sobre los regalos del filsofo, porque pertenecen a la gente y los regalos no - a la manera en que podra valorar alguna posesin familiar muy desgastada y sentirme incmodo con un nuevo y ms perfecto modelo. La segunda preocupacin est ms conectada con el principio democrtico. Lo que la gente valora no son slo los productos familiares de su experiencia, sino la experiencia misma, el proceso mediante el cual los productos fueron producidos. Y encontrarn dificultades para entender por qu la experiencia hipottica de hombres y mujeres abstractos debera tener precedencia sobre su propia historia. De hecho, la pretensin del filsofo heroico debe ser que el primer tipo de experiencia no slo tiene precedencia sobre el segundo, sino que lo reemplaza efectivamente. Donde la verdad universal ha sido establecida, no queda espacio para la negociacin, la intriga, ni la disputa. As, pareciera que la vida poltica de la comunidad fuera a ser permanentemente interrumpida. Dentro de una porcin del rea en la cual los ciudadanos una vez se movieron libremente, ya no se movern en lo absoluto. Por qu deberan aceptar eso? Bien podran elegir la poltica sobre la verdad, y a su vez esa eleccin, si la hacen, conducir al pluralismo. Cualquier comunidad histrica cuyos miembros modelan sus propias instituciones y leyes necesariamente producir un estilo particular y no universal de vida. Esa particularidad slo puede ser superada desde afuera y slo mediante la represin de los procesos polticos internos. Pero esta segunda preocupacin, que es la ms importante de las dos, es probablemente exagerada. Porque la doctrina filosfica, como la ley misma, requiere de interpretacin para poder ser implementada. Las interpretaciones deben ser particulares en su carcter, y requieren una discusin real y no meramente hipottica. A menos que el filsofo gane total soberana para s, entonces, su victoria de hecho no interrumpir ni suprimir la actividad poltica. Si su victoria fuera a tomar la forma que he estado imaginando, meramente cambiara el foco de la actividad poltica de las legislaturas a los tribunales, de la legislacin al litigio. Por otra parte, mientras sea de hecho una victoria, tiene que tener algunas tendencias universalizantes: al menos, debe imponer algunos lmites a las tendencias pluralizantes de una poltica sin restricciones. Cuanto ms sean los jueces los estrictos constructivistas de la doctrina filosfica, ms se parecern las diferentes comunidades que gobiernan y ms se confinarn las decisiones colectivas de los ciudadanos. As que la exageracin tiene un sentido: en alguna medida, los ciudadanos han perdido el control de sus propias vidas. Y luego no tienen ninguna razn, ninguna razn democrtica, para obedecer los decretos de los jueces.

VIII.

Todo esto podra ser evitado, por supuesto, si los jueces adoptaran una poltica de restriccin judicial, anulando decisiones legislativas o estableciendo prioridades sobre ellas slo en casos raros y extremos. Pero sugerira que esa restriccin judicial, como la intervencin judicial, toma su fuerza de una concepcin filosfica ms profunda. Histricamente, esta restriccin ha sido conectada con el escepticismo o el relativismo.[endnoteRef:30] Por supuesto, es cierto que las concepciones filosficas cambian, y los jueces deben ser recelosos de caer vctimas de una moda temporal. Pero me inclino a pensar que la restriccin judicial es consistente con las ms fuertes pretensiones de los filsofos respecto de las verdades que descubren o construyen. Porque hay cierta actitud que acompaa propiamente esas pretensiones, y tiene su origen en la comunidad ideal o la reunin perfecta de la cual ellas derivan. Esta actitud es la restriccin filosfica, y es simplemente el respeto que los extranjeros deben a las decisiones que los ciudadanos hacen entre ellos y para s. El filsofo se ha separado de la comunidad. Es precisamente porque el conocimiento que busca slo puede ser encontrado fuera de este lugar en particular que no tiene derecho alguno dentro de l. [30: . Ver, por ejemplo, Ely, Democracy and Distrust. pp. 57-59.Michael Walzer es profesor en la School of Social Sciences en el Institute for Advanced Study en Princeton, Nueva Jersey. Su ms reciente libro es Radical Principles: Reflections of an Unreconstructed Democrat (Nueva York: Basic Books. 1980).]

Al mismo tiempo, debe decirse que como el desligamiento del filsofo es slo especulativo, no pierde ninguno de los derechos que tiene en tanto ciudadano. Sus opiniones valen tanto como las de cualquier otro ciudadano: tiene derecho como cualquier otro a trabajar para su implementacin, a argumentar, intrigar, disputar, etc. Pero cuando acta de esta manera, es un filsofo comprometido, o sea, un sofista, crtico, publicista, o intelectual, y debe aceptar los riesgos de esos roles sociales. No estoy diciendo que deba aceptar el riesgo de morir: eso depende de las condiciones de la participacin en su comunidad, y los filsofos, como los dems ciudadanos, esperarn algo mejor que la guerra civil y la persecucin poltica. Tengo en mente dos tipos diferentes de riesgo. El primero es el riesgo de la derrota, porque aunque el filsofo comprometido pueda an pretender que est en lo cierto, no puede reclamar ninguno de los privilegios de la rectitud. Debe vivir con las chances ordinarias de la poltica democrtica. El segundo riesgo es el del particularismo, que es, tal vez, otro tipo de derrota para la filosofa. El compromiso siempre involucra una prdida - no total, pero lo suficientemente seria - de distancia, perspectiva crtica, objetividad, etc. El sofista, el crtico, el publicista, o el intelectual, debe remitirse a las preocupaciones de sus conciudadanos, tratar de responder a sus preguntas, forjar sus argumentos en la fbrica de su historia. Debe, de hecho, hacer de si mismo un conciudadano en la comunidad de ideas, y entonces ser capaz de enteramente evadir los enredos morales e incluso emocionales de la ciudadana. Puede mantenerse fiel a las verdades filosficas de la ley natural, justicia distributiva, o derechos humanos, pero sus argumentaciones polticas muy probablemente se parezcan a alguna versin provisional de esas verdades, adaptada a las necesidades de un pueblo particular: desde la postura de la posicin original, provincianas; desde la postura de la situacin discursiva perfecta, ideolgicas. Tal vez deberamos decir que, una vez encarado, vuelto a naturalizar dentro de la comunidad de ideas, el filsofo es como un poeta poltico, como el legislador de Shelley, no el de Rousseau. Aunque todava mantiene la esperanza de que sus argumentos repercutan ms all de su propia comunidad, es ante todo local. Y as, debe estar dispuesto a olvidar las prerrogativas de la distancia, el diseo coherente, y la soberana total, y buscar en su lugar con pensamientos que respiren y palabras que quemen, para alcanzar y llegar a conmover a su propio pueblo. Y debe renunciar a cualquier medio directo para establecer la comunidad ideal. Esa accin de renuncia es la restriccin filosfica. De aqu se sigue la restriccin judicial (y de la misma manera la restriccin vanguardista y la restriccin burocrtica). Los jueces deben atenerse tan celosamente como puedan a las decisiones de la asamblea democrtica, imponiendo ante todo los derechos polticos bsicos que sirven para sostener el carcter de esa asamblea, y protegiendo a sus miembros de la legislacin discriminatoria. No deben impulsar derechos ms all de stos, a no ser que sean autorizados a hacerlo por una decisin democrtica. Y no importa a los jueces en cuanto jueces que una lista ms extensiva de derechos pueda ser, o haya sido, validada en otro lugar. El otro lugar no cuenta. Una vez ms, no quiero negar que los derechos puedan ser validados en otro lugar. En realidad, la mayora de las verdades generales de la poltica y la moralidad slo pueden ser validadas en el mbito filosfico, y ese mbito tiene su lugar en el afuera, el ms all, separado de toda comunidad particular. Pero la validacin filosfica y la autorizacin poltica son dos cosas enteramente diferentes. Pertenecen a dos esferas enteramente distintas de actividad humana. La autorizacin es el trabajo de los ciudadanos gobernndose a s mismos y entre s. La validacin es el trabajo del filsofo razonando solo en un mundo que habita solo, o que llena con los productos de su propia especulacin. La democracia no tiene pretensiones en este mundo filosfico, y los filsofos no tienen derecho especial alguno en la comunidad poltica. En el mundo de la opinin, la verdad es en realidad una opinin ms, y el filsofo es slo un opinante ms.

NOTAS


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