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Gastón Burucúa, la dificultad para comprender el genocidio
Contar la masacre
Del Holocausto a la dictadura argentina, la historia y el arte frente al desafío
de representar la barbarie. Lo injustificable y lo irracional de la masacrecomo estrategia de dominación, el papel del perpetrador como negador y las
heridas abiertas en las sociedades modernas, según la mirada de este
historiador de la UNSAM.
Hugo Montero
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E
n los márgenes de la lógica, irracional, incom-
prensible, la masacre no sólo multiplica las difi-cultades para trabajar su representación desde
historiadores y artistas. También provoca en el tejido
social un desgarramiento incurable, un “agujero negro”
en las relaciones humanas, tal como señala el historia-
dor Gastón Burucúa, estudioso de la relación siempre
traumática entre el arte y la barbarie humana, además
de director de la Maestría en Sociología de la Cultura y
Análisis Cultural en el Instituto de Altos Estudios Socia-
les (IDAES) de la Universidad Nacional de General San
Martín (UNSAM). “Apenas la masacre es considerada
un acto extremo y reprobable en la historia del devenir
humano, se genera como consecuencia la dificultad decontarla, de representarla”, explica Burucúa.
Abundan las marcas en la historia, la matanza surge
cada tanto y recorre las vastedades del mapa a lo largo
de siglos de injusticia y abuso de poder. De la Conquis-
ta de América al genocidio armenio, pasando por Ruan-
da y el Holocausto nazi. Frente a la barbarie humana, el
lenguaje queda a mitad de camino y deja vislumbrar sus
limitaciones para referirse a hechos dramáticos desde
una mirada estética o historiográfica. Pero no siempre
la masacre se ubicó por fuera de los límites de la razón
humana. En la antigüedad la aniquilación masiva (o la
amenaza de masacrar) se utilizaba como método paralegitimar el poder del soberano sobre sus súbditos, co-
mo estrategia de dominación y hasta como derecho na-
tural, según define Burucúa: “Lo que los griegos perci-
ben es que despojada de toda legitimidad, la masacre
no puede incluirse en una secuencia lógica de aconteci-
mientos. Puede comprenderse la violencia, la matanza
en la guerra. Pero lo que no puede explicarse es la ma-
sacre. Lo que existe entonces es una disparidad radical
entre el perpetrador y la víctima. La víctima está iner-
me, en inferioridad de condiciones y sin capacidad de
reacción. Esa disparidad es lo que define a la masacre.
La víctima no puede resistirse, no puede contestar. En-tonces, la dificultad de representación tiene que ver
con la imposibilidad de explicarla racionalmente”.
Negar para ocultar
Para el historiador –que desde marzo de 2004 también
dirige la Maestría en Historia del Arte del IDAES, es
profesor en la Escuela de Humanidades de la UNSAM y
co–director del Centro de Producción e Investigación
en Conservación y Restauración Artística y Bibliográfi-
ca– ni siquiera desde el punto de vista del victimario es
posible justificar, y muchas veces tampoco compren-
der, las razones del asesinato en masa: “En la masacrede los habitantes de la Isla de Melos, en la guerra del
Peloponeso, la narración de los hechos la hace un ate-
niense que pertenece al partido de los perpetradores, y
él mismo se encuentra ante esa dificultad. No puede
dar razón. Es decir que el hecho de que se trate de ocul-
tar, de tergiversar y minimizar, implica que ni siquiera
ellos pueden dar una razón de la matanza”. “En el Holo-
causto, en Camboya, todo se hacía en secreto. La repre-
sión en Argentina era clandestina, secreta, se ocultaba.
Que eso no podía defenderse era evidente por la enver-
gadura del fenómeno, y por eso aún hoy algunos perpe-
tradores niegan haber hecho lo que hicieron. Quiere de-cir que el perpetrador no puede encontrar una justifica-
ción, a menos que la convierta en algo que no fue, que
la convierta en un hecho de guerra”, agrega.
Esta incapacidad del genocida para explicar sus pro-
pios actos provoca la necesidad de manipular los he-
chos para variar la sustancia de la historia, y es allí don-
de surge entonces el concepto de “negacionismo”; no
como justificación de la masacre sino como recurso
que se propone modificar la narración histórica, su re-
presentación: “El negacionismo pretende explicar lo
sucedido mediante una redefinición que no se corres-
ponde con lo realmente acontecido. Por tal motivo loshistoriadores que estudian el fenómeno no pueden dia-
logar con los negacionistas. No puede haber diálogo
porque lo que se está negando es la verdad concreta.
No hay discusión posible porque no se pueden aceptar
sus argumentos ya que refieren a una negación de lo
ocurrido. Entonces, si yo niego la existencia de los he-
chos diciendo que es todo producto de una mala inter-
pretación, de una manipulación de los datos, ya no hay
discusión posible”.
La pregunta que se impone es qué es lo que sucede
con el punto de vista del perpetrador a la hora de revi-
sar los crímenes del pasado, hasta dónde es posible va-lidar la justificación de aquel que precisa ocultar sus
propias atrocidades para justificar sus actos cuando lle-
ga el momento de dar explicaciones. Según Burucúa:
“Para la comprensión del hecho yo no puedo aceptar el
punto de vista del perpetrador. Puedo estudiarlo para
entender más la excepcionalidad y la aberración del
asunto, pero no puedo aceptarlo en términos de un de-
bate político. No puedo convertir al perpetrador, o a sus
ideas, en un argumento de su justificación. No hay jus-
tificación posible, ahí está el asunto. Uno puede enten-
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der la ferocidad del hombre y de la guerra, pero hay una
frontera que tiene que ver con la gratuidad de la matan-
za. La gratuidad absoluta no se puede explicar”.
La masa y el Estado genocida
El engaño y el ocultamiento del hecho, la destrucción
de pruebas, el ahogo y la presión sobre el testimonio,
la exacerbación intencionada de diferencias étnicas oreligiosas, la deshumanización del otro o su animaliza-
ción, la categorización de la víctima como ser inferior
e “impuro”, son algunos de los elementos que sinteti-
zan un fenómeno tan común en el pasado como la ma-
tanza colectiva de personas. Pero la aparición del Esta-
do y de sus agentes como victimarios, a partir de una
mínima justificación ideológica, es lo que permite tra-
zar una delgada frontera entre la masacre antigua y el
genocidio moderno. También dos elementos novedo-
sos revelan una mutación en los últimos casos registra-
dos: la planificación previa de la masacre y el surgi-
miento de la masa como protagonista espontánea enlas filas de los victimarios. Allí irrumpe la figura del ge-
nocidio, con la intervención del Estado y el pasaje de
la masa de espectadora pasiva (aun apoyando la ani-
quilación, pero dejándola en manos de los militares), a
participante activo, como brazo armado del líder que
empuja la matanza.
Burucúa sitúa en la aparición del fascismo ese cam-
bio de paradigmas alrededor del asesinato en masa co-
mo herramienta de dominación: “El cambio tiene que
ver con esta impregnación ideológica que es el fascis-
mo, aunque por supuesto allí se utilizan prejuicios mu-
cho más antiguos y tenaces, como podría ser el antise-mitismo. El antisemitismo no es una invención de los
nazis, pero ellos lo convierten en una máquina de ma-
tar. De todos modos, como fenómeno aparece bastan-
te antes. Lo que surge entonces es esa relación patoló-
gica del líder con las masas, como una especie de pro-
tector que tiene contacto directo con la multitud en
las grandes reuniones, esos discursos encendidos. Es
ahí donde se produce una distorsión muy profunda a
escala masiva y aparecen estas ideologías sencillas, al-
go pedestres. El antisemitismo como ideología es de
una simplicidad trivial, pero también de allí se explica
cómo se convierte en un credo fácilmente transmisi-ble y utilizable para fines de las minorías que manipu-
lan a las masas”.
En muchos casos, la autocrítica, el replanteo por las
atrocidades cometidas se debaten y analizan en el seno
de la misma sociedad que, tiempo atrás, apoyó y hasta
ejecutó la matanza. Entonces la mirada crítica hacia el
pasado mezcla la decisión efectiva y honesta de revisar
las miserias propias como sociedad, pero también la
consecuencia lógica de la derrota del perpetrador que
siempre genera un reacomodo general y un rechazo por
las ideas que se defendían hasta entonces: “Las socieda-
des hacen las tomas de conciencia, la asunción de las
responsabilidades colectivas y está bien que lo hagan.
Es complicado pero hay que hacerlo. Es fundamental
que la sociedad donde ocurren los hechos se haga car-
go del problema. Pero eso está atado a la derrota del
responsable y es lógico que así sea. Si no hay derrota
del perpetrador es imposible cualquier revisión crítica”.
El caso argentino
A la hora de detenerse a seleccionar los casos de paí-
ses que mejor transitaron el camino hacia la resolución
de una masacre en su interior, Burucúa destaca: “Los
procesos de revisión más justos han sido el sudafricano
y el argentino, cada uno dentro de sus limitaciones”. Más
allá de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, y de
los posteriores indultos presidenciales, el juicio a los ex
comandantes en 1985 representa un antecedente inédito
para la historia de un continente como el americano,
donde sobran ejemplos de dictaduras militares genoci-das que gozaron de impunidad y privilegios incluso des-
pués del retorno de la democracia parlamentaria. “Aun
con las leyes de Punto Final y Obediencia Debida en vi-
gencia, al momento del indulto había más de 400 expe-
dientes judiciales abiertos con personas que no podían
ser comprendidas en esas dos leyes. Por eso el indulto es
absolutamente ilegal. Primero, porque los delitos de lesa
humanidad quedan por fuera de la capacidad de un pre-
sidente para indultar, ya que al ser imprescriptibles no
pueden ser favorecidos con ese recurso. Y en segundo
lugar, se indultó gente que todavía no estaba condenada,
y según la justicia se trataba de presuntos inocentes. Esun absurdo, porque un presidente no puede intervenir en
cualquier etapa del proceso judicial. De todos modos y
comparado con el resto de América Latina, en el caso ar-
gentino se ha hecho justicia, aunque parcialmente. Y me
parece muy bien que ahora se reabran las causas, se anu-
len las leyes del perdón. Creo que también es correcta la
reciente decisión de anular el indulto”, asegura.
Prohibido olvidar
Con respecto a aquellos que sin defender posturas ne-
gacionistas frente a masacres como la cometida por la
dictadura argentina, postulan un rechazo visceral a re- visar conductas ligadas con aquellos años (que podrían
sintetizarse en el concepto de “dejar atrás el pasado pa-
ra mirar hacia delante”), Burucúa subraya que la tarea
de los historiadores es justamente rechazar la preten-
sión de negarse a reconstruir la propia historia como
país, por atroz que ésta sea: “Olvidar no, de ninguna ma-
nera. Ahí yo reivindico el papel del historiador. Nada
para olvidar, hay que mantener la necesidad de cono-
cer, entender y representar lo sucedido, ahí está la fun-
ción del historiador. Mientras haya historiadores cons-
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cientes de cuál es su papel como científicos sociales ol-
vidar es inaceptable. La razón del historiador no tiene por qué ser totalizante ni abarcadora, sino selectiva. La
memoria acorta, exalta, atrofia. Y no hay memoria sin
olvido, entonces el territorio de la memoria es para que
el historiador explore y vaya más allá, para hacer la crí-
tica de la memoria que es hacer la crítica de su propia
parcialidad. Se sabe que el historiador no alcanza la to-
talidad pero tiene que esforzarse y eso es lo que la so-
ciedad argentina tiene que exigirle”.
Por último, Burucúa establece las diferencias entre
historia y memoria como herramientas para la cons-
trucción de una identidad como sociedad, como un ne-
cesario paso adelante para revisar las aberraciones del pasado y proponerse desandar un destino sin cuentas
pendientes: “Una sociedad global no tiene memoria, lo
que tiene es una historia. No hay una memoria porque
no puede haber una sola. Puede tener una ciencia total,
pero no puede haber una memoria de algo tan comple-
jo como la sociedad argentina. Puede haber una histo-
riografía que debata estas cuestiones abiertamente y
con honestidad entre los polemistas. Pero la memoria
surge de cada parcialidad. Los que piden la memoria to-
tal están exigiendo un absurdo”.
Gastón Burucúa, la dificultad para comprender el geno
Matanza de los Santos Inocentes, Matteo di Giovani, Iglesia de Sant’ Agostino, Siena