Date post: | 22-Mar-2016 |
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1
LUIS QUERBES
fundador de los clérigos de san viator
Te preguntarás quién es éste de la foto. Pues, ni más
ni menos que yo mismo, Luis Querbes, fundador de la
Congregación de Clérigos de San Viator. ¿A que ahora
ya te suena algo más? Claro, tú probablemente conocerás
a algún viator. Voy a intentar contarte mi vida. A ver qué
te parece.
2
Era a fines del
siglo XVIII.
Francia se
encontraba en
plena Revolución.
Faltaba pan y
sobraba miseria. El
trabajo era escaso.
Muchas personas
morían en la
guillotina. Ya ves,
un tiempo de
calamidades. Pues
bien, en medio de
este desastre me
tocó nacer.
Nací el 21 de agosto de 1793 en la ciudad de Lyon.
Desde comienzos de agosto, las tropas de la Revolución
cercaban la ciudad. Más de veinticinco mil militares.
Pero Lyon resiste. Mi padre, José, también defendió sus
murallas.
El mismo día que nací, mis padres me llevaron a
bautizar a la iglesia de San Pedro, casi a escondidas.
Me pusieron por nombre Juan Luis José María.
Al día siguiente, por la noche, comenzó el
bombardeo. Unos días más tarde me despertó un
gran estruendo. Había estallado una bomba en mi
casa. Mi madre me envolvió en su delantal y
huimos. ¡Qué susto!
Antes de seguir, te voy a presentar a mis padres: José
y Juana. José Querbes era de familia de sastres, un
hombre muy cristiano. Se estableció en Lyon trabajando
en un taller de confección.
Mi madre, Juana Brebant, huérfana desde muy
pequeña, llegó a Lyon y se puso a trabajar de modista.
Como ves, su trabajo les unió. Se casaron y compraron
un comercio de confección. Eran muy trabajadores.
Aprendí a rezar en mi familia y, con el
ejemplo de mis padres, empecé a conocer y a
amar a Dios y a la Virgen.
3
Cuando tenía cuatro años nació mi
hermanita, a la que pusieron por nombre Josefa
Magdalena. Compartimos muchos juegos.
Nuestros padres nos cuidaban con atención y
cariño.
Un estudiante como tú se preguntará: "En medio de
ese follón de la época, ¿cómo podía estudiar Luis
Querbes?". Pues, en realidad, como se podía, ya que
apenas había escuelas. Por ello, mis padres buscaron, de
acuerdo con sus ideas, profesores que me educaran y me
formaran. Yo tenía inquietud por conocer y aprender.
Cuando tenía
nueve años
me apuntaron
en la escuela
de la
parroquia de
San Nicecio.
Allí aprendí
mucho:
gramática,
latín, música,
canto
sagrado,... Y
allí me estrené
como
monaguillo y
cantor.
A los catorce años, y en la misma escuela, comencé
a prepararme para sacerdote. Así que empecé también a
vestir la sotana. Estudié retórica y filosofía.
Estaba decidido a consagrar mi vida a Jesús. Tanto
es así que, al año siguiente, un 15 de octubre de 1808,
hice para siempre voto de castidad. Creo que ya em-
pezaba a tener claro lo que quería hacer con mi vida.
Recuerdo muy bien a mi profesor durante esos
años: Don Guido María Deplace. Fue muy buen
profesor. Aprendí mucho con él. Nos
compenetramos bien y nos escribimos infinidad de
cartas, incluso después de dejar la escuela. Me
decía que fuera trabajador y constante en mis
proyectos.
4
Creció mi interés por la
vida religiosa. Un amigo
mío, Rabut, se hizo jesuita.
Entonces pensé: "Y yo,
¿por qué no?" Estaba un
poco confundido. La
Compañía de Jesús me
atraía mucho. Incluso
llegué a pedir mi ingreso en
ella, pero mis superiores me
lo negaron. Entonces no lo
entendí y "me quedé hecho
polvo". Al cabo de unos
cuantos años pensaba que si
hubiera sido jesuita, los
Clérigos de San Viator no
habrían existido. Lo que
son las cosas. Mi camino
iba por otro lado y yo sin
enterarme.
Ingresé en el Seminario de San Ireneo, en
Lyon, en octubre de 1812, después de haber
acabado con buena nota el bachillerato en
filosofía. Tenía 19 años y, a pesar de ser
joven, había adquirido un gran conocimiento.
Cuando me preguntaban en clase, respondía
con seguridad y me expresaba claramente.
El 17 de diciembre de 1816 me ordenaron de
sacerdote. Pronto, el párroco de San Nicecio, mi
parroquia de siempre, me reclamó como profesor
de la escuela clerical para ponerla al día.
Estuve seis años en esa parroquia. Fue una época
muy activa. Con los alumnos hacíamos, entre otras
cosas, oración, clase de religión y canto. Con el resto
de la parroquia tenía la preparación de las primeras
comuniones, la catequesis, charlas para jóvenes, la
animación de los cantos,... Más o menos, lo que tam-
bién se hace ahora. Poco a poco fuimos creando un
ambiente muy bueno en la parroquia.
Todos los días atendía a las personas que acudían
a confesarse. Recuerdo una vez que me llamaron
para que confesara a un sacerdote que se encontraba
muy grave y desesperado, que creía que para él no
había perdón. Al final se confesó y recibió, en paz
consigo mismo y con Dios, los últimos sacramentos.
Cuando predicaba, tenía mis temas preferidos
con los que disfrutaba: María y la oración. Creo que
la gente me entendía. También me gustaba hablar de
la limosna. Varias veces di el poco dinero que tenía
para ayudar a los seminaristas pobres. Por mi cariño
a María, introduje en la parroquia lo que
llamábamos el "mes de María" o "mes de las flores".
¡Qué contenta debía estar María!
5
También prediqué, durante un tiempo, en los
pueblos cercanos a Lyon. En estas "misiones
populares" se intentaba atraer, sobre todo a los
hombres, a la práctica religiosa. Eran días de charlas,
confesiones, diálogos con la gente. Incluso me
propusieron ser director de una de esas misiones. No
acepté, pues quería quedarme en mi diócesis.
El 25 de octubre de 1822 fui nombrado
párroco de Vourles, un pueblo de agricultores, de
casi mil habitantes, a 12 kilómetros de Lyon.
El lugar era
precioso, pero las
familias eran muy
poco cristianas y
la iglesia estaba
casi en ruinas, a
consecuencia de
la Revolución
Francesa. ¡Anda
que no había
trabajo que hacer!
A pesar de que los feligreses, especialmente los
hombres, me volvían la espalda, puse manos a la obra.
Había dos tareas importantes que realizar: la escuela y
la iglesia. Las dos difíciles, pero no por ello imposibles.
Rápidamente, a partir de mis sermones, las
mujeres fueron cambiando de actitud respecto a mí.
Pero comencé a recibir cartas anónimas de algunos
feligreses a los que no les caía muy bien. Como no
sabía a quién responder, decidí replicar desde el
púlpito. Leí una de las cartas de forma graciosa y
con comentarios apropiados. La asamblea se rió, el
autor del escrito se dio por enterado y, a partir de ese
día, ya no recibí más anónimos.
Me volqué en los niños. Les daba catequesis, les
enseñaba cantos. Incluso compuse el folleto
"Cánticos para uso en las parroquias". Poco a poco
fui ganando amigos. Llamé a Pedro Magaud,
sobrino del alcalde de Vourles, para que se
encargara de la educación de los niños. Además de
ser un buen maestro, Pedro me ayudaba en la
parroquia y vivía conmigo
6
Conseguí la
colaboración
de dos
religiosas de
las
Hermanas
de San
Carlos, que
abrieron una
escuela para
las niñas.
Viendo el mal estado de la
enseñanza, pensé en fundar una
asociación de maestros. Por
aquella época cualquiera se
dedicaba a enseñar, desde
aprovechados, vagabundos o
aquellos que lo hacían en sus
horas libres, pero la mayoría sin
ningún tipo de educación
religiosa. Pensaba esta idea
delante de Dios y oraba. Esa
asociación podría atender sobre
todo a los pueblos pequeños que
es donde había menos maestros.
Además ayudarían a los
sacerdotes en la parroquia.
Desde hacía un tiempo me llamaba la atención la
vida de San Viator, lector, catequista y ayudante del
obispo San Justo, que vivió en el siglo IV, en la
Iglesia de Lyon. Su forma de vivir me atraía y no
estaba tan lejos de la idea de la asociación que yo
me imaginaba.
Había que buscar y formar buenos maestros,
catequistas entusiastas, personas que amaran las
celebraciones religiosas, que fueran músicos, que
llegaran a las aldeas más alejadas... Pero, ante todo,
que fueran testigos del Evangelio. Había que
intentarlo.
Poco a poco, la idea empezaba a tener pies y
cabeza. Los miembros de esta nueva Asociación
tendrían que ser:
• Maestros religiosos o laicos, solteros o casados.
• Que se ocuparan con preferencia de las escuelas
de las aldeas.
• Con especial preocupación por las celebraciones
religiosas.
Serían, a la vez, maestro, cantor, sacristán e íntimo
colaborador del párroco.
Después de haberlo pensado durante dos años,
en presencia del Señor, expuse mis planes a las
autoridades de la Iglesia. Me animaron a que
presentara mi proyecto a la autoridad civil. Así que
redacté los Estatutos y los presenté al Consejo Real.
El 8 de agosto de 1829 fui el hombre más feliz al
recibir la aprobación civil de la Asociación.
7
Los primeros
viatores estuvieron
mal alojados, mal
pagados, pasaron
muchas
dificultades,
incluso hambre, y a
menudo fueron
objeto de
habladurías. Pero
ellos cumplían su
misión con
generosidad.
Por fin, el 3 de noviembre de 1831, el
Arzobispo de Lyon aceptó y aprobó los Estatutos
de la Institución de Clérigos de San Viator, y ese
fue el verdadero nacimiento de lo que hoy
conoces como los Clérigos de San Viator. Los
primeros votos religiosos los hice a los dos días.
Los primeros religiosos que me acompañaron los
hicieron el día 11.
Para ayudar a estos nuevos maestros y
catequistas, escribí un método de lectura.
También publiqué el "Cálculo para las
Escuelas rurales", con veinticuatro lecciones.
¡Todo me parecía poco para facilitarles la
tarea a todos aquellos maestros tan dedicados
a su misión.
Sin embargo, a pesar de que las cosas iban hacia adelante,
decidí asegurar definitivamente la Asociación dentro de la
Iglesia. Por eso me dirigí a Roma con los Estatutos debajo
del brazo y la confianza puesta en el Señor.
Fui recibido en audiencia por el Papa Gregorio
XVI. Estuvimos conversando durante mucho tiempo
sobre la nueva Asociación. El destacó la novedad de
que los Clérigos de San Viator fuéramos
parroquiales y catequistas. A partir de entonces, en
Roma tomaron muy en serio la petición de la
aprobación.
Pero ésta se retrasaba un montón. Ya se sabe,
los papeleos son así. Yo estaba que no vivía de
nervios, tanto es así que me puse enfermo del
vientre, y de cierta gravedad. Tuve que guardar
cama y dejar de comer durante ocho días.
8
Por fin, los cardenales
aprobaron los Estatutos
de la Congregación y
yo sané de golpe al
recibir la noticia.
¡Todo había finalizado!
¡Nos habían
reconocido la nueva
Institución! El 31 de
mayo de 1839 recibí el
documento firmado por
el Papa en donde se
aprobaba
definitivamente la
Congregación de
Clérigos de San Viator.
Antes de abandonar Roma
para regresar a Vourles, me
arrodillé delante de su
santidad Gregorio XVI y
renové mis votos
religiosos. Desde ese
momento, fui oficialmente
el Superior de los Clérigos
de San Viator. El Papa, en
esta segunda audiencia, me
dirigió unas palabras que
escuché atentamente:
"Creced y multiplicaos".
Nunca las olvidé y, lleno de
agradecimiento, me dispuse
a darles feliz cumplimiento.
De regreso, cuando ya estaba llegando a Vourles,
comencé a oír las campanas de la iglesia. Los
catequistas y los feligreses salieron a recibirme a las
afueras del pueblo y juntos nos dirigimos a la iglesia
para dar gracias a Dios. Más tarde, para celebrarlo,
lanzaron al aire un gran globo en medio de fuegos
artificiales. ¡Fue una gran fiesta para todos!
Enseguida pusimos un sello a la
Congregación, un escudo como tienen todas las
asociaciones, algo que nos identificara. En él,
como ya debes conocer, se lee la frase: "SINITE
PARVULOS VENIRE AD ME", que en
castellano quiere decir: "DEJAD QUE LOS
NIÑOS VENGAN A MÍ".
Y entraron nuevos religiosos. Los primeros
fueron Pedro Magaud y Pedro Liauthaud. Más tarde
Hugo Favre que sería mi sucesor como Superior de
los Clérigos de San Viator. Además del noviciado de
Vourles, se fundó otro en un antiguo castillo
abandonado que habilitamos con gran esfuerzo para
seminario y noviciado.
En 1838 dirigíamos once escuelas. Cinco años
más tarde ya eran treinta y tres. Crecíamos a pesar
de los problemas y dificultades. Y es que cuando
algo se quiere y se trabaja con constancia, se
consigue, eso sí, con la ayuda del Señor.
9
Tuvimos grandes
contratiempos, sobre todo
económicos. Recuerdo que
en 1840 estuve a punto de
mandar a los novicios a
sus casas, ya que no había
nada con que alimentarlos.
Gracias a Dios, el mismo
día en que iban a
marcharse, recogíamos en
el buzón un sobre con
4.000 francos. ¡Qué
bendición!
Era el momento propicio
para extender la mirada
hacia otros horizontes. Nos
propusieron ir a la joven
diócesis de San Luis de
Missouri, en Estados
Unidos. Allí no había más
que una escuela y un solo
maestro católico. Pero la
misión no prosperó hasta
una segunda tentativa unos
años más tarde.
En 1844, desde Sirdhanah (India), nos
solicitaron seis religiosos para dirigir un
colegio. No lo dudamos ni un momento y allí
fueron. Tampoco esta misión prosperó debido
al clima, la alimentación, las costumbres, los
idiomas,... Todo tan diferente que los
religiosos no se pudieron adaptar. ¿Por qué
costaba tanto?
El Obispo de Montréal (Canadá), a su paso por Lyon, se
interesó por nosotros y en Vourles le presenté mi comunidad.
El pidió que los que quisieran seguirle a Canadá levantaran la
mano. Todos menos uno lo hicieron, y ése fue el elegido. Era
Esteban Champagneur. El junto con otros dos religiosos
partieron hacia Canadá. Cuando llegaron a Montréal me
escribieron diciendo: "Parece que éramos deseados en
Canadá. Nos hemos instalado en una misión llamada "La
Industria". En Canadá sí que prosperaron nuestras misiones.
¡Gracias a Dios!
La revolución del 22 de febrero de 1848 nos
obligó a cerrar temporalmente algunos colegios.
Ya en junio de ese mismo año, el conflicto se
solucionó y pudimos seguir con nuestras tareas.
Estuve varias veces enfermo de cierta gravedad, aparte
de una diabetes crónica que ya tenía. En abril de 1859, el
padre Favre pidió oraciones a todos los hermanos por mi
salud. En julio tuve una recaída. El 21 de agosto, el día de
mi cumpleaños, muchos hermanos acudieron a
felicitarme. Comimos juntos y aún pude bromear con
ellos.
10
Mis restos
descansan en el
cementerio de
Vourles, en un
monumento muy
sencillo. Hoy se puede
leer: "Bajo esta losa
reposa, en espera de la
feliz resurrección, el
cuerpo de Juan Luis
José María Querbes, sacerdote de un celo,
de un desasimiento, El lunes 29 de agosto di a mis
religiosos mi último mensaje:
"Hijos míos, sed fieles a la
obediencia". Y el 1 de septiembre
de 1859, el Señor, a quien amaba
desde que era niño, me llevó con El.
de una caridad admirables, que durante 37 años fue cura párroco de
Vourles y fundó el Instituto de los Clérigos de San Viator. Murió el
1 de septiembre de 1859 a la edad de 66 años". Bajo este texto está
colocado el sello de la Congregación con las palabras de Jesús tan
queridas para mí: "Sinite parvulos venire ad me".
Te preguntarás cómo llegaron los Clérigos de
San Viator a Perú. Esto fue casi medio siglo.
Llegaron desde Canadá en agosto de 1959.
El primer lugar donde se instalaron fue en Cerro
Alegre
Luego, mis hijos fueron creando nuevas
comunidades por distintos lugares del Perú. La
verdad es que se sentían muy a gusto aquí. Varias
de ellas ya no existen como
Otras comunidades siguen en la actualidad:
Collique en Comas (Lima), Tamshiyacu en Loreto,
Cutervo en Cajamarca, Huancayo en Junín y Yungay
en Ancash.
De la misma manera que se instalaron en Perú,
también lo hicieron en otros países del mundo.
¡Había que ir donde les necesitaban! Hoy estamos
presentes en: Japón, Taiwan, España, Francia,
Italia, Costa de Marfil, Burkina Faso, Canadá,
Estados Unidos, Haití, Honduras, Belice,
Colombia, Perú, Bolivia y Chile.
11
Y a partir de aquí, la historia hay que
escribirla en presente y futuro. Y esa parte de
la historia te toca a ti. ¿Qué te ha parecido?
¿Te ha gustado esta aventura? Hoy los
Clérigos de San Viator, mis hijos, continúan
mi obra anunciando a Jesucristo y su
Evangelio, educando niños y jóvenes, creando
comunidades cristianas a través de la
catequesis, celebrando la fe en comunidad.
Seguro que conoces a alguno de ellos. Puede que sea
religioso o asociado, o asociada. Sí, también hay en
nuestras comunidades chicas, señoras que son Clérigos
de San Viator. ¿Que no lo entiendes muy bien? Pregunta
a cualquiera de ellos o de ellas. Te lo explicarán con
mucho gusto.
Llegamos al final. ¿Qué? ¿Te apuntas tú también a anunciar el
Reino de Dios? ¿Que no sabes cómo? Recuerda que cuando uno
piensa que hace la obra de Dios es más valiente. Al menos, eso me
pasó a mí. ¡Atrévete! Un abrazo.