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Historia Social Argentina - Juan P. Lumerman

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Manual de Historia Social Argentina con actividades de autoevaluacion para los alumnos
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Juan Pedro Lumerman HISTORIA SOCIAL ARGENTINA
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Page 1: Historia Social Argentina - Juan P. Lumerman

Juan Pedro Lumerman

HISTORIASOCIAL

ARGENTINA

Para construir un futuro con memoria

UNIVERSIDAD ABIERTA Y A DISTANCIA “HERNANDARIAS”1ª Edición - Buenos Aires, 1991

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Contenidos

PresentaciónMódulo I EL CICLO DE LAS RAICES

Unidad 1. El Surgimiento de la cultura latinoamericana 7

1. La Historia social: una perspectiva integral...………… 2. El encuentro constituyente.......……………………….. 3. Fe cristiana y nueva identidad cultural………………… Para su autoevaluación...……………………………… Referencias…...……………………………………………

Unidad 2 El período de los Hamburgo 191. El proyecto español…………………………………… 2. Los metales americanos y la acumulación de capitalEn la Europa moderna…………………………………….. 3. Organización social y productiva………………………. 4. La defensa de la justicia ………………………………... 5. El barroco latinoamericano…………………………….. Para su autoevaluación ……………………………………. Referencias………………………………………………...

Unidad 3 Nueva política imperial: Los Borbones 34

1. América como colonia …………………………………… 2. La Ilustración española……………………………………3. Creación del Virreynato del Río de la Plata……………...

Causas Geopolíticas. 3.2. Causas Administrativas.Causas Económicas. 3.4. Causas Militares.

4. Avance del litoral. Consecuencias económicas y sociales… 5. Estructura social colonial………………………………….. Para su autoevaluación……………………………………….. Referencias……………………………………………………

Unidad 4 Política británica en elRío De La Plata 48

1. Inglaterra y el orden económico dela Revolución Industrial ……………………………………… 2. Comercio y contrabando en el Río de la Plata…………….. 3. Intervenciones militares británicas en el Río de la Plata……4. Una estrategia de penetración más exitosa………………….Para su autoevaluación………………………………………...Referencias…………………………………………………....

Módulo II EL CICLO DE LA PATRIA

Unidad 5 El nacimiento de la Patria 59 1. Líneas preparatorias de la gesta independentista…………… 2. La ruptura del dominio español…………………………….. 3. El movimiento revolucionario……………………………… 4. La Revolución en marcha …………………………………...

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Para su autoevaluación………………………………………… Referencias……………………………………………………

Unidad 6 Mayo. La construcción deun poder autónomo

1. Las distintas lecturas de los sucesos de 1810……………… 2. Los actores en la Primera Junta…………………………… 3. El Plan Revolucionario de Operaciones……………………4. La burguesía mercantil porteña ocupa el poder…………….Para su autoevaluación……………………………………….. Referencias…………………………………………………….

Unidad 7 Las guerras de Independencia 83

1. Artigas: la guerra en el frente oriental…………………….. 2. La revolución popular………………………………………3. San Martín y el plan continental…………………………... Para su autoevaluación………………………………………. Referencias………………………………….……………......

Unidad 8 El desencuentro entre dos modelosde país 951. El conflicto Buenos Aires – Interior………………………. 2. Un intento monárquico desde el Directorio………………...3. La crisis al iniciarse la segunda década revolucionaria........ 4. Unitarios y Federales…………………………………….... Para su autoevaluación……………………………………….. Referencias……………………………………………………

Unidad 9 Rivadavia y RosasSus proyectos sociales y económicos 108

1. Rivadavia y su programa de reforma………………………. 2. El proceso de balcanización ……………………………….. 3. Emergencia del liderazgo de Juan M. de Rosasante la crisis de ingobernabilidad …………………………….. 4. La propuesta federal y su sentido de Patria…………………Para su autoevaluación……………………………………….. Referencias……………………………………………………

Módulo III EL CICLO DEL ESTADO

Unidad 10. La Confederación.Primera instancia de institucionalización 125

1. El Pacto Federal …………………………………………… Propuesta de trabajo ………………………………………….. 2. La generación del 37………………………………………. 3. Pensamiento político y debate constitucional……………... 4. Rosas. Su modelo de organización……………………….... Para su autoevaluación……………………………………...... Referencias…………………………………………………….

Unidad 11. La organización del Estado Nacional 143

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1. La aparición de un nuevo sistema de poder……………… 2. Mitre institucionaliza la hegemonía del Litoral.................. 3. La guerra del Paraguay…………………………………… Propuesta de trabajo: …………………………………………. 4. Transformaciones económicas y auge del Litoral…………. Para su autoevaluación……………………………………….. Referencias ……………………………………………………

Unidad 12. El Estado moderno dependiente 1571. La Generación del Ochenta……………………………..... 2. Política económica……………………………………….. 3. La inmigración europea………………………………….. 4. El sistema educativo…………………………………....... 5. La “Revolución de 1890”………………………………… Para su autoevaluación………………………………………. Referencias……………………………………………………

Unidad 13. La Polis oligárquica 170

1. Los cuestionamientos al sistema…………………………. 2. Orígenes del Movimiento Obrero…………………….…. 3. “La belle époque”………………………………………… 4. El fin de la democracia restringida ……………………….. 5. La Primera Guerra Mundial y su impactoen la sociedad argentina ………………………………………..Para su autoevaluación……………………………………….. Referencias…………………………………………………….

Módulo IV EL CICLO DE LA NACIÓN 186

Unidad 14 Los sectores medios participanEn el sistema político 187

1. Origen y formación del Radicalismo……………………… 2. Irigoyen en el gobierno ……………………………………. 3. L estructura social refleja el impacto inmigratorio………... 4. El golpe militar de 1930 …………………………………… Auto evaluación ………………………………………………. Referencias……………………………………………………

Unidad 15 Un nuevo perfil económicoy social emergente de la crisis mundial 199

1. La restauración conservadora…………………………….. 2. La democracia fraudulenta……………………………….. 3. El proceso de sustitución de importaciones………………. 4. La neutralidad argentina ante la Segunda Guerra Mundial. Para su autevaluación………………………………………… Referencias……………………………………………………

Unidad 16 La irrupción de los trabajadoresen la escena nacional 209

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1. La “Revolución de 1943………………………………….. 2. La movilización como herramienta de poder social…….... 3. El Estado Social ………………………………………… 4. Eva Perón y su lucha por la afirmación de laDignidad de los humildes…………………………………... 5. De la democracia política a la democracia social………... 6. La Conspiración………………………………………….. Autoevaluación……………………………………………… Referencias…………………………………………………..

Unidad 17 Entre golpes militaresy democracias desteñidas 222 1. La “Revolución Libertadora”…………………………….. 2. El Desarrollismo…………………………………………. 3. El gobierno de Illía ……………………………………….. 4. La Revolución Argentina…………………………………. 5. Epílogo del juego imposible ……………………………… Para su autoevaluación……………………………………….. Referencias……………………………………………………

Unidad 18 Los años setentaEl proceso de afirmación nacional 234

1. El retorno de Perón ………………………………………… 2. La salida política-institucional …………………………….. 3. Tercer gobierno de Perón ………………………………….. 4. Isabel Perón, presidente……………………………………. 5. El “Proceso de reorganización nacional”………………….. 6. El plan económico de Martínez de Hoz……………………. 7. De la derrota económica a la derrota militar………………..

Autoevaluación……………………………………………….. Referencias……………………………………………………

Unidad 19 La apertura democrática enun nuevo escenario internacional 248

1. Declinación del poder militar ……………………………. 2. Nuevo escenario internacional…………………………… 3. Apertura democrática…………………………………….. 4. Concentración del poder económico……………………... 5. El cuestionamiento, una crisis integral……………………6. Nuevos movimientos sociales……………………………. Para su autoevaluación……………………………………….. Referencias……………………………………………………

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PRESENTACIÓN

En la vida social es la preocupación por el presente, por el hoy y el mañana lo que nos convoca a interesarnos por el pasado. En el esfuerzo por comprender la trama estructural en la que transcurre actualmente nuestra sociedad se nos aparece como un camino ineludible la referencia al marco histórico en el que los procesos contemporáneos se fueron generando. De ahí que, si tuviéramos que sintetizar en una frase el objetivo que inspira estas páginas, podríamos formularlo así: conocer el pasado para comprender el presente y construir el futuro.

Como punto de partida de este análisis reconocemos que la historia es la lucha entre libertadores. Y aquí queremos abordar al sujeto social que aparece como el principal hacedor en la historia de la Argentina: nuestro pueblo.

En marco de condiciones dadas –geográficas, estructuras políticas y económicas universales- este pueblo ha ido desplegado desde su propio estilo de vida original una conciencia colectiva, fuerzas sociales organizadas y alternativas de conducción en un esfuerzo de autoafirmación que lo constituye como tal.

La primera creación de un sujeto colectivo se plasma en una identidad cultural que lo distingue. Desde esta matriz peculiar es posible captar el sentido que los acontecimientos guardan en la realización de un proyecto hacia el futuro.

Pero la construcción histórica de los pueblos no es un proceso lineal, ni carente de obstáculos. Para poder encararla los hombres deben luchar no sólo con las dificultades provenientes de sus

propias limitaciones, sino, también, con otras voluntades sociales que se expresan simultáneamente con proyectos contrapuestos, generando contradicciones u debilitando la solidez del sujeto colectivo.

Muchas veces esta construcción original no se expresa libremente sino que se encuentra con formas estructurales de organización de la sociedad que no son producto de la emergencia de las notas características del propio ethos cultura. Estas formas de configuración social, como ha sucedido frecuentemente en América Latina, son producto de la imposición de culturas dominantes. Es por esto que, al mirar el sistema económico, político o educativo, nos encontramos con indicadores que predominan en los centros de poder mundial No son el reflejo del sustrato originario de nuestros pueblos.

Ante este tipo de situaciones no se anula la creatividad del ser colectivo. Su proyecto de afirmación sigue activo en aquellos espacios libres que encuentra en los ámbitos de convivencia más estrecha. Por esta razón, esta historia social trata de encontrar en esa Argentina Secreta el rostro que expresa la voluntad del sujeto.

En momentos privilegiados, en ocasiones extraordinarias, este sujeto escondido irrumpe protagónicamente en la vida pública y muestra aquellos rasgos ignorados que muchos observadores desprevenidos creían inexistentes.

Cada tramo de este libro intenta delinear las distintas etapas que atravesó nuestra cultura en el desenvolvimiento de su personalidad social. Hemos concebido cada una de esas fases a la manera de ciclos sucesivos de la vida orgánica.

El ciclo de las raíces (desarrollado en el Módulo I) abarca los tres primeros siglos a partir de la aparición de América en la historia. En este período se siembran las características

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raigales sobre las que se asienta nuestro ethos cultural originario.

El Ciclo del Patria (Módulo II) se inaugura a partir de las Invasiones Inglesas (1806). En esos años el objetivo central estará puesto en crear la Patria.

El Ciclo de Estado (Módulo III) encara la organización del Estado, la cual insumió las energías de los sectores dirigentes en toda la segunda mitad del siglo XIX.

El Ciclo de la Nación (Módulo IV) se estable a partir de la existencia de procesos de movilización que impulsaron a los sectores populares a convertir en voluntad política su proyecto cultural.

Este trabajo no ha sido el resultado de un esfuerzo individual. En él ha colaborado el equipo docente con el que comparto la cátedra universitaria y con los que hemos venido discutiendo líneas de desarrollo, contenidos y técnicas pedagógicas. Los alumnos han venido aportando su carga de inquietudes, interrogantes y cuestionamientos que me han servido para configurar este trabajo:

Quiero agradecer especialmente la colaboración del Profesor Hugo Erbeua, coordinador de la carrera de Historia de Instituto Superior o Profesorado Sagrado Corazón de Jesús de Hurlinghan, que ha sugerido contenidos, documentos y líneas de evaluación en la redacción del Módulo II.

Juan Pedro Lumerman

Módulo I

EL CICLO DE LAS RAÍCES

En este Módulo 1 estudiaremos el período en el que se establecen los núcleos raigales de nuestra identidad colectiva. A lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII se van forjando los rasgos constituidos de la cultura básica similar americana, de la cual nuestro país es una expresión particular.

América, que emerge manifestando novedades a la conciencia universal, produce con su aparición una mutación profunda en el horizonte del mundo conocido hasta entonces. La antigua idea de una ecumene constituida por un bloque tricontinental (Asía, África y Europa) rodeada por un enorme océano se derrumba. Y este modo el hombre se encuentra con el universo tal cual es,

La inauguración de la nueva conciencia universal, así como la repercusión del proceso de innovaciones y descubrimientos iniciado a fines del siglo XV, sirvieron de poderoso estimulante intelectual: que abrirá el paso al naciente humanismo renacentista.

Desde nuestra perspectiva, el acontecimiento de la aparición de América en la historia se vuelve mucho más significativo porque da lugar al surgimiento de una nueva cultura. El encuentro entre civilizaciones diversas conduce a la gestación de América Latina.

Si bien en Argentina se han librado un largo detuve acerca del grado de pertenencia a esta identidad cultura, la autoconciencia

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histórica de nuestro pueblo hoy nos revela con fuerza el reconocimiento de que fuera de este marco es imposible pensar nuestra identidad colectiva.

A partir de estos supuestos, en el Módulo I asumiremos los tramos iniciales de nuestra matriz cultural, a partir del siguiente ordenamiento:

En la Unidad 1 abordaremos del encuadre teórico desde le que estudiamos nuestro pasado como Historia Social. Así nos detendremos en el significado que encierra el mirar la historia desde la dimensión social, entendida como visión integradora del quehacer humano. Desde la metodología de estudio asumida en este trabajo reconocemos que Argentina forma parte de esa unidad social mayor, que es la cultura latinoamericana. En este primer tramo seguiremos las notas que configuran su etapa inicial. Al mismo tiempo expondremos la metodología de estudio que seguiremos. De allí que definimos nuestra unidad social de pertenencia como la cultura latinoamericana. En este Módulo se analiza las notas que constituyen su etapa inicial.

En la Unidad 2 veremos los dos primeros siglos de nuestra incorporación al Imperio Hispano, regido por la Casa de los Austria. El proceso en que se establecen nuevas condiciones económicas y sociales, y sus implicaciones en la configuración de un nuevo ethos cultural: el barroco latinoamericano.

En la Unidad 3 se estudia la segunda etapa que en la Corona española abre la Casa de los Borbones. Básicamente esto significa la llegada del Iluminismo moderno al ámbito hispanoamericano, con vastas modificaciones den las pautas instituciones del mundo colonial.

En la Unidad 4 se abordará el incremento de la presencia de Inglaterra durante la época colonial y su estrategia para acrecentar su influencia en la región. Los alcances de esta expansión de Gran

Bretaña no se reducen a los aspectos económicos: establecerá también su poder de conducción sobre ciertas elites nativas mediante la gestación de afianzas con sectores de poder en la zona.

Unidad 1

El surgimiento dela cultura latinoamericana

1. La historia social: una perspectiva integral

Los pueblos, como cuerpos vivientes, reconocen las etapas de su existencia a partir de un punto de partida que asumimos como el ciclo de las raíces. Las raíces son bases, los pilotes sobre los que se edifica y sostiene el andar de una comunidad a lo largo de todo su recorrido, mientras esta mantiene el perfil de su propia identidad.

En los tres primeros siglos de su existencia, nuestra cultura construyó los cimientos raigales de su estructura original, que le permitirá crecer y afrontar las alternativas que a lo largo de su historia posterior se irán presentando. La fuerza implantada en las raíces funciona como un subsuelo oculto donde están presentes las energías potentes de la propia identidad, que a veces transcurren para los observadores inadvertidos como una personalidad secreta que solo se capta en los momentos fuertes de su irrupción en la superficie del escenario de la sociedad.

En esta primera unidad, junto con las claves de comprensión del nacimiento de nuestro ser nacional, brindamos los elementos metodológicos desde los cuales abordaremos el desarrollo de la historia social Argentina.

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Los hombres realizan comunitariamente su experiencia social. Des esta manera van adquiriendo un estilo propio como actitud básica ante los constantes desafíos para la producción y reproducción de su existencia. Como consecuencia de este dinamismo un pueblo configura su propio estilo cultura. En comunidad, los pueblos construyen, transmiten y recrean una concepción del hombre, del mundo y de la vida que se contrasta permanentemente con su práctica cotidiana. En el curso de esta experiencia se conforma una conciencia histórica que recoge y discierne lo vivido de cada época. Esta memoria colectiva constituye la autoconciencia que cada pueblo conforma de su propio pasado, y que resulta un presupuesto fundamental para acercarnos a los acontecimientos desde la percepción de los actores que en ellos intervienen.

Desde el esfuerzo por comprender el presente y construir el futuro.

“nada de lo acaecido en esta tierra que pisamos, y en la que hemos nacido puede sernos ajeno, dejarnos indiferentes. Solo tiene futuro, históricamente, en el sentido de incrementación, de pulimento y depuración, lo que ya viene cargado de pasado memorable”.

(Astrada, 1982, 50).

En el esfuerzo por captar esta memoria desde una perspectiva integral es importante definir en primera instancia al sujeto social constructor de nuestra historia: el pueblo argentino. El sujeto social no es un personaje individual o una elite iluminada, como se interpretó desde alguna lectura ideológica del pasado. La historia es el resultado del esfuerzo que llevan adelante las comunidades, conformando estilos culturales que los diferencia de los otros pueblos.

A partir de estos presupuestos tomamos aquí la cultura como el estilo de vida propio de un pueblo. La cultura nos posibilita así un marco de integralidad para captar el “hecho social total”. La cultura se nos así como una categoría de “síntesis social”, como mirador para aprehender la vida de una comunidad desde la perspectiva integral.

Es preciso distinguir el enfoque aquí propuesto de visiones que utilizaron esta misma categoría cultura atribuyéndole otras implicaciones.

En el Renacimiento europeo se concibe la cultura como una forma de vide superior de las elites. La cultura era el atributo de los hombres “cultos”, es decir, el conjunto de prácticas no ligadas al trabajo concreto y por eso concebidas como espirituales: el aire, las letras, el conocimiento, etc. Desde este prisma la cultura resulta algo específicamente intelectual, ideal.

Desde la perspectiva que emplearemos aquí, descartamos esta visión parcializadora y asumimos el concepto cultura como la totalidad de la vida de un pueblo. La realidad cultural incluye realidades diversas de la vida colectiva: desde elementos subjetivos presentes en la conciencia, hasta construcciones objetivas que quedan grabas en la realidad.

Entre ellas podemos mencionar:- sistemas de símbolos que expresan y transmiten sus

experiencias,- el saber acumulado, creencias y valores de una comunidad,- útiles y herramientas que mediatizan la actividad de los

hombres sobre el mundo objetivo.- las estructuras sociales que encuadran y normalizan las

relaciones entre los hombres y los grupos.En toda sociedad existe, a partir de la interconexión de la red de

elementos intervinientes, un funcionamiento global. De este modo el

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concepto de cultura nos permite comprender esta totalidad. Este enunciado se confirma a partir de que en toda sociedad existe un funcionamiento global, un desempeño del conjunto, que está por encima del dinamismo de los diversos sistemas componentes. Es en la combinación de las distintas interacciones sociales donde se percibe el dinamismo de una comunidad.

Sin embargo, en el marco de esta totalidad podemos circunscribir el ámbito de lo social que es el espacio que privilegiamos en este estudio. Desde las ciencias sociales se ha tenido a ver la sociedad como

“referencia a organización social, relaciones sociales, interacción, instituciones, estratificación social, formalización y control de normas, más que modo de vida. Toda cultura busca organizarse expresándose en una configuración social que le permite desenvolverse libremente”.

(Magrassi, G., 1982, 132)

El dinamismo cultural es la tradición en formas corpóreas de un fondo presente en la experiencia colectiva de los pueblos. La zona más honda, desde la que se explica su actuar, reside en los valores que emergen de la conciencia colectiva que conforma el ethos cultural de los pueblos. Y esos valores, que anidan en la interioridad libre del pueblo se encaran, se expresan en gestos, se plasman en formas exteriores. El movimiento cultural implica traducir históricamente el espíritu, el fondo ético-mítico de un sujeto colectivo en formas corpóreas.

La construcción social es la canalización del fondo valórico, afectivo y racional en formas externas. Los pueblos van sellando en sus formas de expresión colectivas y anónimas, que despliegan en su

vida cotidiana, las claves centrales de su identidad, que brotan de su interioridad compartida.

La cultura se realiza como vivencia de principios y valores que dan significado y rigen la existencia personal y colectiva, pero también la cultura se plasma en sus múltiples expresiones de toda índole, y queda grabada en las estructuras de relación y convivencia.

Podemos distinguir tres niveles en la cultura: Ethos cultural, conformado por valores, creencias y estilos

fundamentales de una comunidad histórica. Captar este núcleo interior de la vida colectiva significa vislumbrar la identidad como escencia y originalidad del sujeto social.

Formas de expresión, como realidades inmediatas que traslucen el fondo comunitario: el lenguaje, las costumbres, los instrumentos, que afloran como traducción de ese estilo de vida.

Las formas de configuración social, que representan los canales organizados que reglan la convivencia. Estructuras, instituciones, sistemas económicos y políticos que modelan el horizonte social. Quizá el elemento que hay que señalar en nuestra peculiaridad latinoamericana es que muchas veces estas estructuras sociales han sido organizadas a partir de la intervención de culturas dominantes y no desde el sentido que brota de nuestro ethos cultural.

En el enfoque de este trabajo privilegiaremos centralmente la dimensión de lo social en el contexto de la realidad cultural. No es fácil delimitar en qué sentido hablar de lo social implica excluir lo económico, lo religioso o lo político, pues de la vida de las sociedades se da en una interrelación de los diversos ámbitos comunitarios. Sin embargo, es posible enfatizar algunos aspectos de ese acontecer donde queda grabado con más precisión el espacio de los que aquí referimos como social.

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En este sentido será importante tener en cuenta la creatividad del pueblo en la autorrealización de su propio proyecto, que muchas veces no alcanzó a teñir las grandes formas de configuración social, como el Estado, el sistema económico, etc., pero que plasmó en sus ámbitos de convivencia solidaria canales organizativos que han sido y son el resultado de la expresión de su propio ethos cultural. Otro aspecto a tener en cuenta será que la totalidad cultural no implica una convivencia armónica sino que el conflicto está también presente y se trata de identificar las causas y explicaciones de las contradicciones presentes en el cuerpo social.

Culturas dominantes

Estructuras SistemasPolíticas institucionalesdel Estado

Formas de configuración social

Construcción Organizaciones

Social Formas de expresión Sociales Vida Cotidiana

Conciencia colectivaEn el curso de este análisis histórico se privilegiará centralmente

la vida comunitaria que se despliega en la ancha franja que abarca desde el transcurro silencioso de la vida cotidiana hasta las construcciones libres que el pueblo emprende desde su ethos original. Al mismo tiempo se abordará la institución del Estado en la media en que sus políticas, por presencia o ausencia, inciden en la producción y reproducción de la vida social.

Desde finales de la década de 1960 los estudios de la historia social atravesaron dos tendencias opuestas. De un enfoque macrohistórico, propio de los análisis socioiestructurales herederos de las grandes líneas del pensamiento sociológico, se pasó a una microhistoria abundante pero peligrosamente fragmentaria. Tal como señala Fernando Devoto.

“el interés de los historiadores comenzó a desplazarse del marco nacional al local, del ámbito de lo público al de lo privado de la historia institucional (o económicamente institucional) a la historia verdaderamente social”.

(Devoto, 1990, 132)

El intento de conciliar lo positivo de ambos aportes para una comprensión cierta, del acontecer social, realizaremos esta mirada de nuestra historia argentina en el marco de la cultura latinoamericana.

2. El encuentro constituyente

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América Latina nace como cultura a partir del encuentro en estas tierras de pueblos portadores de tradiciones bien diversas. De la conjunción toma realidad un sujeto nuevo, distinto, que contiene, crítica y supera a las distintas comunidades que lo originaron. Retoma los aportes recibidos y los hace objeto de recomposición, generando un nuevo modo de ser. Nace de aquí un sujeto histórico con identidad propia, diferente de aquellos que confluyeron a su formación.

El pueblo latinoamericano es la novedad de un encuentro conflictivo, creador y doloroso del que emerge un hecho incomparable por su significación. América irrumpe en el escenario de la historia en el momento mismo en que acontece una nueva etapa en la conciencia del hombre. Con ella se vuelve real, tangible y conciente la totalización de un mundo.

A lo largo de los siglos los hombres habían concebido con diversos límites el universo que los enmarcaba. El llamado descubrimiento de América es en realidad el descubrimiento del mundo en su totalidad. Surge así la conciencia de que el mundo era algo totalmente diferente a los hombres habían creído hasta entonces. Por esto Amelia Podetti afirma que

“la aparición de América en la historia transforma, radicalmente, no solo el escenario sino también el sentido de la marcha del hombre sobre el planeta”.

(Podetti, 1981, 7)

A partir de entonces la historia se hace efectivamente universal.América, ese rincón lejano del planeta que le hombre alcanza en

las últimas etapas de su expansión en el mundo (hace aproximadamente 25.000 años), es el punto de encuentro de pueblos que provienen de tres polos del mundo ya conocido: los pueblos aborígenes que habitaban estas tierras provenían de Asia, los

europeos que llegaban e España y Portugal y los africanos introducidos como esclavos. Lo novedoso no es que se encuentren hombres provenientes de los tres continentes, sino que el arribo a América los convierte en constructores de un Pueblo Nuevo.

Así se origina hace ya casi 500 años, la integración fundamental de las tres matrices étnicas y culturales: la hispano-lusitana, la afro y la indígena, que confluyen desde entonces en una matriz cultural predominantemente mestiza que sigue caracterizando hasta ahora la peculiaridad de los pueblos del continente.

Ningún otro lugar del mundo conoció un cruzamiento de culturas tan gigantesco como el que ha venido ocurriendo en América Latina desde 1492. En el Nuevo Mundo se dan cita tres grandes configuraciones culturales atravesadas cada una de ellas por la vasta heterogeneidad.

No existe en América precolombina un indio único genérico, abstracto. Siempre aparecen indianidades específicas. Los pueblos aborígenes configuraban una gama extensamente matizada de tipos culturales y organizaciones económico-sociales. Tomando la lengua como indicador de pertenencia étnico-cultural, se han llegado a distinguir entre 100 y 200 familias lingüísticas, las que a su vez dan lugar a numerosas lenguas o dialectos.

La diversidad es producto del proceso de doblamiento que constituye e un fenómeno complejo que plantea numerosas posibilidades migratorias sobre distintas zonas del contienen y en épocas diferentes.

En América existieron durante el Terciario algunas especies de primates que evidentemente tienen un origen común con los del Viejo Mundo explicable por el hecho de haber estado unido al mismo hasta hace unos 40 millones de años.

Pero América quedó al margen del proceso de hominización del Cuaternario. Solo hay efectiva presencia humana desde hace unos

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veinticinco mil años antes de Cristo. La antigüedad de esta presencia humana va descendiendo a mediad que avanzamos hacia el sur. Pero la migración no fue uniforme. La diferencia de tipologías raciales y de lenguas evidencian un doblamiento múltiple.

Los europeos que llegaron a estas tierras antes de 1810 fueron españoles o portugueses. Esta población proveniente de la Península Ibérica no era étnicamente homogénea. Una larga serie de pueblos se habían sucedido sobre el suelo ibérico fundiéndose genética y culturalmente. España fue ella misma un arquetipo anticipador del fenómeno que luego se desarrollaría entre nosotros.

En cuanto a la población negra, los primeros contingentes arribaron apenas comenzado el siglo XVI. Los primeros esclavos negros eran criados, reclutados entre muchos que habitaban en esa época en España y Portugal.

La explotación de minas y el establecimiento de plantaciones fueron los estímulos de un comercio directo y en gran escala que partía desde África. Como España no poseía ningún territorio en la costa africana, los asientos de esclavos eran por lo general controlados por otras potencias europeas. Los orígenes de la población esclava era muy variado, aunque la mayoría provenía de la costa oeste africana.

Es muy difícil aventurar datos cuantitativos acerca de los miembros que integraban cada etnia en el proceso constituyente de la cultura latinoamericana. Sin embargo, no caben dudas de que, durante más de un siglo a partir de 1492, los amerindios conformaron un grupo ampliamente mayoritario entre los habitantes de lo que hoy es América Latina. La superioridad material, militar y tecnológica de los europeos les permitió conducir el proceso de organización social. La contribución africana a la aculturación fue menor del que pudo haber sido como consecuencia del

desgarramiento cultural y de las condiciones de su inserción, aún cuando en algunas regiones aportaron un peso consistente.

A partir de las referencias de algunos estudios demográficos que han alcanzado en el presente,

“podemos calcular que, hacía 1600 había, sobre los tres millones y medio e kilómetros cuadrados de la América española, unos diez millones de habitantes, de los cuales solo unos 300000 serían blancos puros, ocho o nueve millones indios, y el resto negros, mestizos y mulatos”.

(Domínguez Ortiz, 1979, 273).

La explicación de lo que realmente ocurrió en este periodo inicial de nuestra historia ha sido motivo de fuertes polémicas histográficas que se generaron desde diversos lugares y también desde diversos intereses.

La primera lectura histórica de nuestro origen llegó desde el mundo anglosajón, la llamada leyenda negra, que caracteriza la acción de España en estas tierras como centralmente negativa. La presencia hispana había sido devastadora de las culturas indígenas a las que se destruyó atrozmente, imponiéndoles un estilo de vida y una fe religiosa que los indios se vieron obligados a recibir sin alternativa.

En respuesta a este enfoque, nació desde España una leyenda rosa, que tendió a hacer una apología de las bondades de la acción española en estas tierras. Esta visión puso su fuerza en el legado cristiano que inspiró la conquista de América.

Posteriormente se sumaron otras lecturas, entre las que Rubén García caracteriza las lecturas indigenistas y dialécticas, que retoman acentos formulados desde la leyenda negra.

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Hoy, casi ya quinientos años de aquel proceso que originó nuestra actual configuración cultural, es preciso tomar distancia de lecturas que se han elaborado desde otros espacios y al servicio de intereses de potencias europeas. Es necesario encarar una interpretación de nuestra propia historia que parta de reconocernos como sujetos capaces de cobrar una fuerte autoconciencia histórica formulada desde los desafíos que se presentan ante el futuro inmediato.

Por esta razón pondremos en cuestión, en primer lugar, toda visión acrítica que, polarizando todas las virtudes y los defectos en un solo costado, aparezca ocultando la complejidad de los hechos humanos.

Como punto de partida, consideramos que en este periodo se gesta la unidad cultural básica americana. Es en esta materia original donde debemos buscar las raíces de nuestra identidad.

América, como realidad cultural, nació como fruto de encuentro de mundos diferentes. Allí se dio un real proceso de mestizaje, comprendido como una síntesis nueva que reunió lo diverso en un ser distinto. Se dio una integración cultural, entendiendo a esta como

“relaciones interétnicas, modo de adaptación recíproca y de coexistencia entre poblaciones étnica o culturalmente distintas dentro de sistemas o contextos socioculturales globales o más amplios”.

(Magrassi, 1982, 125).

donde reconocemos la participación de los distintos actores en el nuevo molde cultural.

En las extensas regiones que conquistaron españoles y portugueses, el mestizaje racial y cultural constituyó e signo indeleble del nuevo pueblo criollo. Un proceso originario de

integración cultural conformó una peculiaridad que se ha mantenido como rasgo imborrable de nuestro perfil más propio.

En este proceso confluyen diversos factores que coadyuvaron a favorecer la mezcla de razas en América. En primer lugar, la gran mayoría de los europeos eran varones y llegaban sin sus familias. También el sistema de trabajo forzado en la mano de obra indígena trajo singo la separación de las familias indias. Pero en el trato cotidiano no vistió una actitud de rechazo o exclusión, sino que predominó el encuentro interracial a pesar de los obstáculos y resistencias tanto de las Ordenanzas legales como de los recelos que provocaban en el stastus de los contrayentes.

Dos estudiosos del fenómeno poblacional americano se refieren así al tema:

Los principales temas de la historia de la población de América han sido hasta ahora dos: la evaluación del número de habitantes en épocas sucesivas y el análisis de la composición racial y de las mezclas que la convivencia han originado. Es comprensible que fueran ambos los que atrajeran primero la atención de los historiadores y público. La comparación de cortes escalonados constituye, en efecto, una forma rudimentaria de establecer el crecimiento o el fenómeno inverso, cuando lo hay, tanto de la región como de países particulares. En realidad, la curiosidad por conocer cómo y por qué se crece o decae ha sido y siempre será el objeto central de toda historia. Podrá variar la forma de analizar y de medir el crecimiento, de apreciar las causas y de interpretar las consecuencias o el significado, pero la inquietud en sí es plenamente legítima y permanente.

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La evolución de los tres troncos humanos que han constituido el sustrato de la población americana y de la amalgama obtenida, responde como tema, al renuevo por momentos trágico de ideas acerca de las cualidades congénitas de los distintos grupos raciales o étnicos. Estas opiniones gozaron de un favor muy general a fines del siglo pasado y en la primera mitad del presente, y América latina no escapó naturalmente de ellas. Paradójicamente, en lugar de promover un ordenamiento jerárquico de los grupos y de provocar la segregación que le Norte del continente y otras partes bien caracterizadas del mundo han conocido, estos pensamientos suscitaron por suerte aquí una curiosa y singular reacción opuesta. Tanto en Hispanoamérica como en Brasil se desarrolló a la par la creencia de que la diversidad de origen y los cruzamientos efectuados constituían una suerte virtud, una calidad, un aporte original a la historia mundial. Salvo excepciones, la idea fue fuerza formidable niveladora e integradora hacia adentro y diferenciadora hacia le exterior de la región. El indigenismo, cuyas posiciones extremas de un principio se explican como reacción y se justifican además a modo de clamor en favor de capas de la sociedad secularmente relegadas, se encontró pronto con la defensa cerrada de una concepción sincrética de América y, atenuando, pasó a convertirse en una actividad sectorial. Ante este rechazo del predominio de cualquiera de los grupos originarios, y la afirmación de las características mestizas de la cultura y del pueblo americano, el juego recíproco de los grupos

étnicos vino a ser factor central del proceso histórico y tema fundamental del interés general.

(Sánchez-Albornoz, N.;Moreno, J.L., 1968, 14-15).

Este origen tendrá mucho peso en el modelo cultural que se desarrolla en América. Es por esto que habitualmente se dice que para captar un fenómeno social es esencial llegar a su punto de partida. Porque el principio dota de un sentido que se trasmite a todo lo largo de tiempo.

En ese nacimiento no encontramos con la clave última para descubrir el sentido de los complejos y ambiguos acontecimientos de ese formidable encuentro de culturas, en el que no estuvieron ausentes ni la dominación, ni la confrontación sangrienta, pero que a pesar de esto hizo surgir una matriz cultural en la que la unificación queda como un sello grabado en su interior.

Así, América Latina se define desde su inicio, y a través de los siglos, con personalidad propia de carácter abierto y receptor de elementos externos que sintetiza y reelabora transformándolos en obra americana.

3. Fe cristiana y nueva identidad cultural

Las ciencias sociales, en sus diversas corrientes, otorgaron durante mucho tiempo un espacio totalmente secundario a lo religioso en el despliegue de la vida social.

El pensamiento sociológico predominante en América Latina hasta la década del ochenta, inspirado en la polaridad sociedad tradicional, sociedad moderna, modelo extraído de las sociedades desarrolladas, ha tendido a visualizar lo religioso como una supervivencia de una sociedad anterior que estaría en proceso de desaparición. En la sociedad moderna, la religión no guarda ningún

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papel significativo, sus reminiscencias son solamente efectos que serán superados, pues de lo contrario se convierten en obstáculos para avanzar hacia el desarrollo. Tanto para la sociología norteamericana como para las tendencias marxistas, la religión del pueblo no cumple un papel relevante en la vida social.

Sin embargo, el fenómeno de la religiosidad popular ha demostrado mantener su vigencia y aun acrecentar su energía en el nuevo marco de la sociedad urbano-industrial de todo el Continente. Pareciera que un catolicismo popular aparece entre las fuentes inspiradoras de nuestro ethos cultural, por lo cual el pensamiento social deberá tener en cuenta a

“lo religioso como una clava esencial para captar un núcleo central del ser colectivo”

(Lumerman, 1990)

Y este dato, que recorre la construcción histórica de los pueblos americanos, también aparece en el momento constitutivo.

Para la cultura latinoamericana el Evangelio y la fe no representan lo absolutamente ajeno y diferente. Lo cristiano no aparece presente en la siembra inicial del nuevo sujeto latinoamericano. La fe cristiana y su ética social acompañaron la conciencia de la propia dignidad de los hombres que accedían al bautismo, su aporte se instala en la autocomprensión y la autovaloración que el hombre hace de sí mismo y de su propia construcción social.

Desde diversos aspectos se ha estudiado esta particular vinculación que existe entre cristianismo y cultura latinoamericana. Un suceso novedoso es que en América Latina el Evangelio no llega en un momento posterior de su historia, sino que arriba en el mismo

momento del surgimiento de la nueva identidad cultural. Esto ha llevado a Amelia Podetti a afirmar que

“quizá la cultura americana sea única cultura genuinamente cristiana, es decir, cristiana desde y en sus orígenes.”

(Podetti, 1981, 8)

En el proceso de la conquista de América lo religioso se establece como un ámbito privilegiado en el horizonte de la nueva configuración cultural. España puso énfasis predominante en la prosecución de la labor eclesial, en la que las órdenes religiosas, más que el clero secular, jugaron un papel determinante.

Un considerable contingente de misioneros cruzó el Atlántico convocados por la labor apostólica. En nueve años, entre 1509 y 1518, llegaron a estas tierras 125 frailes, la mayoría franciscanos (89) y dominicos (32), a que los que luego se fueron agregando mercedarios, carmelitas y jesuitas.

Los frailes enviados eran, habitualmente, los hombres más preparados con que contaban las congregaciones. Incesante fue el peregrinar de estos predicadores, que recorrieron largas distancias, a pie la mayor parte de las veces, anunciando el Evangelio en la lengua de los naturales. Fueron ellos en muchas oportunidades los primeros europeos que toman contacto con un gran número e pueblos aborígenes. En las zonas no sometidas la labor de los misioneros era mucho más difícil, y con frecuencia entregaron en ellas el sacrificio de sus vidas.

El fraile del siglo XVI, misionero, colonizador, defensor de los indios, investigador de las curiosidades naturales y humanas del Nuevo Mundo, configuró un arquetipo significativo para captar el espíritu que acompaño la expansión de la Iglesia en su misión.

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En medio de los desgarramientos y contradicciones de aquellos tiempos fundadores, y a pesar de un gigantesco proceso de dominación, la evangelización penetró en lo más hondo de la identidad de los nuevos pueblos. La acción de los misioneros manifestó una fuerte dinámica creadora, que se puso de manifiesto con la gran inventiva desplegada en la pedagogía de la fe. Allí se conjugó una vasta gama de recursos que se expresó en todas las artes, así como en la intensidad de discusión y reflexión que creció en ese periodo.

Frente a dificultades tan enormes como inéditas la fe cristiana se insertó en el núcleo articulador de la sabiduría de estos pueblos cuyo aliento sostiene viva la religiosidad popular de las grandes multitudes latinoamericanas.

Así se expresa Octavo Paz (1984), al considerar la presencia de lo religioso en la cultura de México:

[…] “se contemple la Conquista desde la perspectiva indígena o desde la española, este acontecimiento es expresión de una voluntad unitaria. A pesar de las contradicciones que la constituyen, la Conquista es un hecho histórico destinado a crear una unidad de la pluralidad cultural y política precortesiana. Frente a la variedad de razas, lenguas, tendencias y Estados del mundo prehispánico, los españoles postulan un solo idioma, una sola fe, un solo Señor. Si México nace en el siglo XVI, hay que convertir que es hijo de una doble violencia imperial y unitaria: la de los aztecas y la de los españoles.

El Imperio que funda Cortés sobre los restos de las viejas culturas aborígenes era un organismo subsidiario, satélite del sol hispano. La suerte de los indios pudo ser así la de los tantos

pueblos que ven humillada su cultura nacional, sin que el nuevo orden –mera superposición tiránica- abra sus puertas a la participación de los dominados. Pero el Estado fundado por los españoles fue un orden abierto. Y esta circunstancia, así como las modalidades de la participación de los vencidos en la actividad central de la nueva sociedad: la religión, merecen un examen detenido. La historia de México, y aún la de cada mexicano, arranca precisamente de esa situación. Así pues, el estudio del orden imprescindible. La determinación de las notas más salientes de la religiosidad colonial –sea en sus manifestaciones populares o en las de sus espíritus más representativos- nos mostrará el sentido de nuestra cultura y el origen de muchos de nuestros conflictos posteriores.

La presteza con que el Estado español –eliminando ambiciones de encomenderos, infidelidades de oidores y rivalidades de toda índole- recrea las nuevas posesiones a imagen y semejanza de la Metrópoli, es tan asombrosa como la solidez del edificio social que construye. La sociedad colonial es un orden hecho para durar. Quiero decir, una sociedad regida conforme a principios jurídicos, económicos y religiosos plenamente coherentes entre sí y que establecían una relación viva y armónica entre las partes y el todo. Un mundo suficiente, cerrado al exterior pero abierto a lo ultraterreno.

Es muy fácil reír de la pretensión ultraterrena de la sociedad colonial. Y más fácil aun denunciarla como una forma vacía, destinada a encubrir los abusos de los conquistadores o a justificarlos ante sí mismos y ante sus víctimas.

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Sin duda esto es verdad, pero no lo es menos que es aspiración ultraterrena no era un simple añadido, sino una fe viva y que sustentaba, como la raíz al árbol, fatal y necesariamente, otras formas culturales y económicas. El catolicismo es el centro de la sociedad colonial porque de verdad es la fuente de vida que nutre las actividades, las pasiones, las virtudes y hasta los pecados de siervos y señores, de funcionarios y sacerdotes, de comerciantes y militares. Gracias a la religión el orden colonial no es una mera superposición de nuevas formas históricas, sino un organismo viviente. Con la llave del bautismo el catolicismo abre las puertas de la sociedad y la convierte en un orden universal, abierto a todos los pobladores. Y al hablar de la iglesia Católica, no me refiero nada más a la obra apostólica de los misioneros, sino a su cargo entero, con sus santos, sus prelados rapaces, sus eclesiásticos pedantes, sus juristas, apasionados, sus obras de caridad y su atesoramiento de riquezas.

Es cierto que los españoles no exterminaron a los indios porque necesitaban la mano de obra nativa para el cultivo de los enormes feudos y la explotación minera. Los indios eran bienes que no convenía malgastar. Es difícil que a esta consideración se hayan mezclado otras de carácter humanitario. Semejante hipótesis hará sonreír a cualquiera que conozca la conozca la conducta de los encomenderos con los indígenas. Pero sin la iglesia el destino de los indios habría sido muy diverso. Y no pienso solamente en la lucha emprendida para dulcificar sus condiciones de vida y organizarlos de manera más justa cristiana, sino en la posibilidad que el bautismo les ofrecía de

formar parte, por la virtud de la consagración, de un orden y de una iglesia. Por la fe católica los indios, en situación de orfandad, rotos los lazos con sus antiguas culturas, muertos sus dioses tanto como sus ciudades, encuentran un lugar en el mundo. Esa posibilidad de pertenecer a un orden vivo, así fuese en la base de la pirámide social, les fue despiadadamente negada a los nativos por los protestantes de Nueva Inglaterra. Se olvida con frecuencia que pertenecer a la fe católica significaba encontrar un sitio en el Cosmos. La huída de los dioses y la muerte de los jefes ha imaginar para un hombre moderno. El catolicismo le hace reanudar sus lazos con el mundo y el trasmundo. Devuelve sentido a su presencia en la tierra, alimenta sus esperanzas y justifica su vida y su muerte.

Resulta innecesario añadir que la religión de los indios, como antiguas creencias. No podía ser de otro modo, pues el catolicismo fue una religión impuesta. Esta circunstancia, de la más alta trascendencia desde otro punto de vista, carecía de interés inmediato para los nuevos creyentes. Lo esencial era que sus relaciones sociales, humanas y religiosas con el mundo circundante y con lo Sagrado se habían restablecido. Su existencia particular se insertaba en un orden más vasto. No por simple devoción o servilismo los indios llamaban “tatas” a los misioneros y “madre” a la Virgen de Guadalupe.

La diferencia con las colonias sajonas es radical. Nueva España conoció horrores, pero por lo menos ignoró el más grave de todos: negarles un sitio, así fuere el último en la escala social, a los hombres que la componían. Había clases,

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castas, esclavos pero no había parias, gente sin condición social determinada o sin estado jurídico, moral o religioso. La diferencia con el mundo de las modernas sociedades totalitarias es también decisiva.

Es cierto que Nueva España, a fin y al cabo satélite, no creó un arte, un pensamiento, un mito o formas de vida originales. (Las únicas creaciones realmente originales de América –y no excluyó naturalmente a los Estados Unidos- son las precolombinas.) También es cierto que la superioridad técnica del mundo colonial y la introducción de formas culturales más ricas y complejas que las mesoamericanas, no bastan para justificar una época.

Pero la creación de un orden universal, logro extraordinario de la Colonia, si justifica a esa sociedad y la redime de sus limitaciones. La gran poesía colonial, el arte barroco, las Leyes de Indias, los cronistas, historiadores y sabios y, en fin, la arquitectura novohispana, en la que todo, aun los frutos fantásticos y delirios profanos, se armoniza bajo un orden tan riguroso como amplio, no son sino reflejos del equilibrio de una sociedad en la que también todos los hombres y todas las razas encontraban sitio, justificación y sentido.”

Para su auto evaluaciónEl concepto cultura, ¿qué realidades abarca de la vida de un pueblo? Describa y caracterice los diferentes ámbitos de la cultura.¿Dónde encontramos el núcleo de sentido para conocer las opciones que orientan la vida comunitaria?

¿Qué aportes nos ofrece la categoría cultura para captar la realidad social? ¿Cómo sintetizaría el enfoque que se encara en este trabajo para acceder a la Historia Social Argentina?Caracterice los rasgos centrales de la cultura latinoamericana.¿Qué sentido cobra el mestizaje racial y cultural en el origen de América?Destaque los signos más relevantes de la experiencia religiosa del nuevo pueblo latinoamericano.Si bien el texto de Octavio Paz se refiere centralmente a lo ocurrido en México, ¿qué rasgos de lo que allí acontece pueden hacerse extensivos a toda la cultura latinoamericana?

Referencias

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Austria. Ed. Alianza, Madrid.Devoto, F. y Fernández “Mutualismo étnico, liderazgo y participación

política”. En Mundo urbano y cultura popular. Ed. Sudamericana, Bs. As.García, R. (1990) La Primera evangelización y sus lecturas. Ed. Proyectos,

Buenos Aires.Lumerman, J.P. (1990) “Pensamiento social de la Iglesia y cultura

latinoamericana”. En revista CIAS, septiembre, Buenos Aires, Nº 36.Magrassi, G., Frigerio, A. y Maya, B. (1982) Cultura y civilización desde

Sudamérica. Ed. Búsqueda, Buenos Aires.Morner, M. (1968) La mezcla de razas en la historia de América Latina. Ed.

Paidós, Buenos Aires.Paz, O. (1984) El laberinto de la soledad, F.C.E., México.Podetti, A. (1981) la irrupción de América en la historia. Ed. CIC, Buenos

Aires.Sánchez, Albornoz, N. y Moreno, J.L. (1968) La Población de América

Latina, Ed. Paidós, Bs. As.Santillán Guemes, R. (1985), Cultura, creación del pueblo. Ed. Guadalupe,

Buenos Aires.

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Unidad 2

El período de los Habsburgo

1. El proyecto español

Nuestras raíces se siembran en el proceso de un encuentro cultural constituyente. En el marco de esta primera síntesis, España participó en doble dimensión de lo instituido a partir de sus políticas de gobierno, y de lo instituyente, desde la inserción de sus hombres en la vida cotidiana del mestizaje americano. DE esta manera la presencia de lo español no solo quedó grabada en las iniciativas políticas de la Corona, sino que se incorporó en un estilo de vida, una manera de ser, aportando la matriz americana algunos de los rasgos que hoy conforman los núcleos de su identidad cultural, como la lengua y la religión.

Sin embargo no es trata, tal como lo veremos en las dos próximas unidades, de una España única, sino que está atravesada por las mismas contradicciones que se plantean en Occidente ante la aparición del mundo moderno.

A fines del siglo XV, España había logrado afianzar su unidad política y religiosa en el marco de un modelo nacional consolidado. Carlos V, aun cuando no era oriundo de la península ibérica, es quizá quien mejor sintetiza en su proyecto imperial los valores presentes en el ethos cultural del pueblo español. La idea imperial de Carlos V, pareciera expresar nítidamente el proyecto colectivo español. (Menéndez Pidal, 1940).

Si bien coincide el periodo de expansión española con el resto de las potencias europeas, el modelo imperial español no puede ser

caracterizado a partir del molde extraído del resto de los Estados modernos. El modo e establecer contacto con los territorios, de penetrar en sus profundidades y de instalarse en las nuevas regiones s muy distinto de lo realizado por Portugal o Inglaterra.

América no fue concebida como colonia, sino como parte y prolongación de la metrópoli. A tal punto eran considerados los indios como vasallos del reino, que la misma Isabel de Castilla rechaza la idea de esclavitud de sus siervos. Así los habitantes de América gozaban en el interior del reino de los mismos derechos legales que los que residían en España.

España incluso fue el único país europeo que se permitió poner en tela el juicio sus derechos de conquista. La cuestión teórica del justo título del rey par el dominio de América se plantea ante el hecho de que las tierras descubiertas no estaban deshabitadas, y era necesario entonces descubrir razones en las cuales se pudiera justificar la guerra contra el indio y la ocupación del territorio. La controversia incluía también la naturaleza de los indios: si eran o no seres humanos racionales. El debate que comenzó en tiempos de Reyes Católicos, en que intervinieron teólogos, juristas y misioneros, recién concluyó entrado el siglo XVI.

Los españoles fueron de las potencias imperiales del mundo moderno los que poseyeron una mentalidad más jurídica. Las Leyes de Indias son un gigantesco andamiaje de organización de la administración española en el Nuevo Mundo. Ellas resumen también la cuestión del trato a los indios, aspectos peculiar de la colonización española en la cuestión de la relación con los hombres de estas tierras se convirtió en problema de gobierno. Las otras administraciones coloniales no se preocuparon por el asunto. No hubo Montesinos, ni Las Casas en Brasil, Canadá o Nueva Inglaterra, y si los hubo quedaron en el anonimato, sin levantar tanto la polvareda, ni suscitar tantos escrúpulos.

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La polémica se extendió por España y también en el territorio americano.

“Desde muy temprana fecha los dominicos tomaron la defensa de los indios. Fernando el Católico, que había autorizado la encomienda de los indígenas, o sea, el trabajo forzoso a favor del conquistado, del encomendero, moderó los abusos del sistema por las leyes de Burgos (1512). Después, durante su breve regencia, el cardenal Cisneros envió a la isla Española a tres monjes jerónimos para estudiar la situación y proponer soluciones. Ya entonces se dejaba oír la voz apocalíptica de Las Casas, que encontró en Carlos V un oyente muy atento y complaciente”.

(Domínguez Ortiz, 283)

La realidad indiana, sin embargo, estaba muy distante de las buenas intenciones del Monarca o de la avanzada legislación. Las armas se hacían oír en todo el continente, y el trabajo forzado se extendía velozmente.

3. Los metales americanos y la acumulación de capital en Europa moderna

La política económica de la Corona española con respecto a los territorios americanos, se inspiraba en las idas mercantilistas. Desde esta perspectiva la riqueza económica se asociaba con el atesoramiento de dinero, que en ese momento lo constituían el oro y la plata, para lo que se alentaba una protección preferencial de ciertas actividades en el interior de cada nación.

El mercantilismo era esencialmente un sistema proteccionista que intentaba cerrar la influencia de las potencias comerciales extranjeras. En este esquema, las provincias americanas producían inmensas cantidades de metales preciosos. Entre 1503 – 1660 las cifras oficiales –que no tomaban en cuenta lo que salió a través del contrabando- mencionan que se envió a España 185.000 kilos de oro y 16.000.000 kilos de plata.

La Corona, para asegurar el control de esta actividad, trató de crear para España el monopolio de todo comercio y navegación con las Indias.

Esta misma estructura de relaciones comerciales significó para España una gran fuente de ingresos, que no se pudo volcar hacia el crecimiento económico de la península, como se realizó en el nuevo modelo de acumulación alentado desde el norte del continente europeo.

Ya en 1492, España tenía fuertes lazos de dependencia económica con respecto a la Europa productora de la que importaba vino, lana, mineral de hierro y otros artículos. En la primera mitad del siglo XVI la producción nacional española creció en respuesta a la demanda colonial, pero este crecimiento pronto fue anulado por la amplia y persistente diferencia de precios entre las manufacturas peninsulares y las del resto de Europa occidental. La industria textil española se derrumbó bajo la presión de la masa de artículos de lana y seda más baratos, procedentes del norte de Italia y de Francia, holanda e Inglaterra.

De este modo, el sistema comercial español intercambiaba una producción minera máxima por importaciones suntuarias mínimas. España, no podía siquiera exportar sus propias manufacturas a América, pues sus debilitadas industrias apenas alcanzaban a sostener sus propias necesidades. El desarrollo de las explotaciones mineras era para la metrópoli el principal sector de economía.

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“la minería pagaba los costos administrativos del Imperio”

(Stanley, J. y Stein, S., 1975/67)

Como consecuencia de esta situación, España se convertía en canal de paso de los caudalosos embarques de metálico, que terminaban alimentando la economía de las potencias europeas, fundamentalmente Inglaterra, que estaba preparando el camino para convertir en fuente de poder mundial su primacía en las relaciones comerciales. España no pudo o no quiso volcar su primacía en la estructura mercantilista mundial en el labrado de su propia revolución industrial.

Todo este proceso ha sido estudiado extensamente por las Ciencias Sociales cuando se intenta explicar por qué los países del Norte pudieron alcanzar tal grado de desarrollo económico, mientras que los del sur quedaron subsumidos en un subdesarrollo estructural. Y son muchos los autores que privilegian esta etapa de la historia mundial en que se da la expansión colonial de la Europa moderna como una clave de explicación de los fenómenos que luego se desarrollaron.

El punto de partida, está en la afirmación de que la Revolución Industrial debe ser estudiada para conocer sus causas reales como un proceso internacional. Es decir, no se dio solamente en algunos países, mientras que los otros todavía estarían recorriendo etapas anteriores, sino que en un mismo proceso unos países desplegaron un rol de elaboración de manufacturas, mientras que otros se convirtieron en proveedores de materias primas.

Lo más curioso de esta lectura es descubrir que los países que hoy ocupan el rango de naciones atrasadas eran hasta el siglo XV las más ricas del globo. Pero es a partir de entonces que se da esa

extraordinaria acumulación de capital en los países centrales que tiene su boca de alimentación en la expoliación colonial.

Es preciso, para captar con claridad este concepto, tener en cuenta la interdependencia entre los procesos sociales y económicos ocurridos desde entonces en los distintos rincones del mapa mundial. Por lo tanto, resulta importante tener en cuenta que,

“de hecho, la expansión económica y política de Europa desde el siglo XV ha encerrado a los países hoy subdesarrollados en una sola corriente de historia mundial, lo que ha hecho aumentar simultáneamente el actual desarrollo de algunos países y el actual subdesarrollo de otros”.

(Gunder Frank, 1970, 402)

Para visualizar el aporte de América en el desarrollo del nuevo sistema productivo que se desarrolla en Europa occidental a partir del siglo XVII conviene rescatar la tesis de Hamilton, quien fundamenta científicamente cómo las ganancias obtenidas por el comercio con el Lejano Oriente –hacia el que iba buena parte del metal precioso llegado de América- y la brecha que se produce entre precios y salarios tuvieron una fundamental en la aparición del mercado mundial, los contactos con pueblos extraños y distantes y los beneficios para Europa de estos novedosos lazos socio-económicos, vienen a demostrar hasta dónde la aparición del mundo colonial modificó sustancialmente las pautas sobre las cuales, hasta principios del siglo XVI, se afirmaba la expansión del capitalismo.

“la estrecha conexión entre el comercio de las Indias Orientales y el tesoro americano por una parte, y la aparición del moderno capitalismo por otra, se ha desconocido o descuidado debido en

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gran parte a que Portugal, la primera nación que aprovechó del comercio de las especies con las Indias por la ruta del Cabo, ni España, receptora del oro y la plata americanos, mostraron progreso sensible hacia el capitalismo”.

(Hamilton, 1948, 175).

La revolución de precios a que hace alusión Hamilton, es el proceso inflacionario en que los salarios quedaron en retraso en relación a los precios, y aquí es cuando Inglaterra sabe aprovechas hábilmente las consiguientes ventajas de acumulación de los empresarios en los siglos XVI y XVII. España y Portugal protagonistas directos del comercio, fueron usufructuarios de este proceso. Esto se da así porque a mediados del siglo XVI Inglaterra, al igual que Francia y holanda, ya estaban desarrollando fuerzas sociales que España no había podido expandir, lo que les permitió a aquellas potencias europeas actuar como Imperio antes que España en el nuevo trazado del capitalismo internacional.

Los tiempos modernos abren así una nueva trama del poder mundial. De los países centrales s propone una división internacional del trabajo por la que estos se convertirán en potencias elaboradoras de manufacturas, mientras que a los países periféricos se les asigna el rol de proveedores de materias primas, estructurando de esta manera relaciones desiguales que acentuarán en el curso del tiempo el adelanto de unos y el atraso de otros. Es así posible captar la Revolución Industrial como un hecho mundial que

“vincula aquellos países y regiones (centrales y periféricos) entre sí y con sus respectivas áreas coloniales y países dependientes: dichas vinculaciones contribuyeron de manera importante al proceso mismo del la Revolución Industrial a

través de la generación y extracción de un excedente, la apertura de mercados y e aprovechamiento de los recursos naturales y humanos de las áreas periféricas.

(Sunkel y Paz, 1970, 44).

3. Organización social y productiva

A la llegada de lo españoles a América se intentó aplicar en l económico la experiencia vigente en la península ibérica desde hacía ya tiempo. El territorio argentino actual alberga comunidades que habían alcanzado grados muy diversos de desarrollo económico y tecnológico. En todas ellas encontramos que el medio ambiente jugó una influencia decisiva sobre la organización de su vida y su actividad.

Los fértiles valles del noroeste, protegidos por altas cumbres, y que habían sido influenciados por los incas, fueron es escenario propicio para el surgimiento de poblaciones estables, sedentarias, dedicadas al cultivo de algunos productos agrícolas y al cuidado de rebaños domesticados. Practicaban regularmente la agricultura, irrigaban las tierras áridas y se mantenían con el producto de sus cosechas. La vida agraria impulsó una serie de actividades, transformar y acondicionar los productos cosechados, prevenir lluvias, crecidas y sequías.

Asentados sobre la base de los beneficios inmediatos de los productos del suelo, pudo existir una industria basada en la transformación de las materias que tenían en mano. Fabricaban objetos de cerámica, tejidos y artículos de cuero.

Las tribus que habitaban la región del litoral y las grandes llanuras muestran un carácter bien diferente. Eran pueblos nómadas que vivían fundamentalmente de la caza y de la pesca. Solo en

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algunos de ellos, implantados en Misiones y Chaco, se cultivó el algodón y la caraguatá, fibras vegetales que les sirvieron para tejer su reducida indumentaria. Casi todas estas tribus fabricaban objetos de barro, piedra y hueso.

En los grupos aborígenes la actividad laboriosa estaba orientada a satisfacer las necesidades propias de cada comunidad. Era un régimen de autoabastecimiento. La nota común era la producción dentro del círculo cerrado de la tribu. El intercambio comercial era escaso.

La presencia de los españoles generó a un tiempo dos consecuencias convergentes: una en el orden demográfico y cultural, y la otra, en la organización socio-económica:

Por un lado se va a desequilibrar en el orden ecológico, cultural y demográfico preexistente en la multiplicidad de sus formas. Como resultado de esto se producirá un fuerte despoblamiento indígena, consecuencia de las guerras, enfermedades y deterioro social. El principal papel debió corresponder a las epidemias que se desencadenaron entre poblaciones carentes de defensas orgánicas contra los virus y bacilos aportados por los europeos. Factores económicos, desposesión de tierras y presión tributaria y psíquica hicieron crecer la desesperanza, menguando el anhelo de supervivencia.

La disminución de la población nativa no fue (como en América anglosajona) producto de una voluntad de exterminio por parte del blanco, ya que los españoles no aspiraban a sustituir a los aborígenes, sino a servirse de ellos.

Por otro lado, se producirá en todo el continente una unificación derivada de la implantación de una estructura socioeconómica traída de Europa, que se aplicará como un “molde” sobre los distintos paisajes y comunidades originarias. De esta manera España homogeneizó un continente culturalmente diverso,

dando lugar a un proceso de integración en torno a una configuración social integral.

La nueva estructura social que se desarrolla en el periodo colonial expresa el nuevo sistema de organización económica desplegado por los conquistadores. Los españoles se apropiaron de los principales centros productivos, sirviéndose de la mano de obra nativa, lo que llevó a configurar dos sectores sociales claramente diferenciados y a la concentración de la riqueza en manos de unos pocos.

Las ordenanzas legales dictadas por la Corona ya desde 1503 legalizaban el trabajo forzado de los indios libres, pero trataban al mismo tiempo de protegerlos de la explotación desenfrenada. Los indios podían ser obligados a trabajar, si era necesario, pero con moderación y jornadas razonables. Pero las leyes que limitaban el trabajo personal forzado no pasaron de ser letra escrita y resultaron ser muy distantes de lo que en realidad se aplicó en la práctica.

Los españoles transplantaron las formas de explotación económica que les eran afines y las implantaron sobre las estructuras de la organización social amerindia. En las zonas donde existía abundante mano de obra indígena, se recuperaron las formas de trabajo colectivo características del tipo comunal existente entre los incas y sus pueblos sojuzgados, y las utilizaron al servicio de sus intereses económicos.

La nueva organización económica no fue exclusivamente el producto de la desembozada búsqueda de usufructo, sino que reprodujo un gran debate ideológico que se constituyó a la conquista española en algo bien diferente de las iniciativas colonialistas emprendidas por las otras potencias europeas de ese tiempo.

La búsqueda y extracción de metales preciosos fue uno de los ejes sobre el que se organizó la vida económica de las provincias

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americanas. La explotación minera era abastecida de mano de obra india mediante el sistema de mita.

El término “mita” provenía del derecho incaico, y significaba el grupo de indios de una tribu o de un lugar que concurría a prestar servicios por turnos o tandas fuera de sus pueblos, en épocas determinadas. La mita permitía rotar a los trabajadores, dejando a los demás en sus propias tierras

(Zorraquín Becú, 1968, 114)

Según las leyes que reglamentaban este trabajo, los indios de ciertas provincias estaban obligados a trabajar en las minas durante un lapso de tres meses cada siete años. Los indios tenían que permanecer en la mina por periodo de un año, ya que el sistema establecía una semana de trabajo y dos de descanso. Pero estas leyes no se aplicaron y pronto los indios y sus familias se vieron envueltos en un servicio que los encadenaba por largos periodos.

Los elevados propósitos de la legislación se estrellaron pronto contra la búsqueda de rentabilidad. Se alteraron los horarios de las jornadas de trabajo y los descansos previstos.

“Algunos empresarios reemplazaron la idea misma de una jornada de cierto número de horas por la de cuota fija o “tarea” a cumplir, la que se medía en unidades de peso que el mitayo debía extraer de la mina”.

(Tendeter, 1980, 6)

En el ámbito de la explotación agropecuaria surge la encomienda, que consistía en la entrega de un grupo de indígenas a un español para que le sirvieran como mano de obra. Este, a su vez,

debía proporcionar el sustento de los mismos y ocuparse de su conversión a la fe cristiana. Este tipo de organización dio lugar a un modelo económico que perduró durante largo tiempo en las áreas rurales del continente. La hacienda, como unidad de producción, generó nexos que vinculaban al latifundista con sus dependientes no solamente de un modo monetario, ya que la encomienda les ofrecía a los amerindios raciones diarias y un ámbito de seguridad asistido por un marco religioso que contenía esas relaciones laborales.

La tierra constituyó la fuente principal de riqueza y prestigio en esa sociedad que desdeñaba las empresas comerciales e industriales, y donde el minero afortunado invertía sus rentas en chacras y haciendas. La propiedad territorial era el núcleo de las grandes fortunas y el principal soporte de las relaciones de poder.

La articulación de estas estructuras socio-económicas dio lugar en el actual territorio argentino al nacimiento de dos regiones bien diferenciadas: El interior, centralmente el noroeste, donde se desarrolla la

agricultura y una industria artesanal que provee el consumo de la población. Esta última actividad se alimenta de las técnicas aborígenes en el tejido, especialmente en ponchos, el calzado, los cestos, etc. Estas economías tienen un rasgo autónomo donde la producción se orienta a abastecer las necesidades internas, aun cuando en regiones del interior existe un incipiente comercio.

El litoral y la ciudad de Buenos Aires, donde existe en el primer periodo un desarrollo muy inferior al que se da en el norte. Buenos Aires vive precariamente de su pobre comercio de cueros, y la mayoría de su población se orienta a las actividades comerciales. Si bien no poseemos cálculos poblacionales de las primeras épocas, según los datos del censo de 1778 el 50% de la población de la ciudad puerto se conforma de artesanos y

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comerciantes. (Moreno, 1965). Buenos Aires, ya desde los inicios, se instala como centro intermediario con la Metrópoli.

4. La defensa de la justicia

Desde los inicios de la conquista, hubo misioneros que manifestaron un activo compromiso en la defensa de la dignidad humana del indio, tanto en el debate teórico, exaltando su verdadera humanidad, como en la denuncia de la explotación a que eran sometidos por los conquistadores y encomenderos.

Como primer jalón de esta larga lucha se recuerda el mensaje que un fraile domínico, Antonio de Montesinos, dirigirá a los españoles que residían en la isla Española, un domingo antes de la Navidad de 1511:

“para os lo dar a conocer (los pecados contra los indios) me he subido aquí, yo que soy voz de Cristo en el desierto de esta isla, y, por lo tanto, conviene que con atención no cualquiera, sino con todo vuestro corazón y con todos vuestros sentidos la oigais: la cual voz os será la más nueva que nunca oisteis la más áspera y dura y más espantable y peligrosa que jamás no pensasteis oír… Esa voz dice que todos estais en pecado mortal y en vivís y morís por la crueldad y tiranía que usais con estas inocentes gentes”.

(Hanke, 1959, 40)

Los misioneros que profundizan esta prédica constituyeron su denuncia en una fuerte censura al sistema de la economía. Este objetivo será retomado a lo largo de la discusión que precedió a las Nuevas Leyes de Indias de 1542, donde quedará grabada la oposición de los religiosos al servicio personal de los indios en la encomienda.

La imposibilidad de garantizar el cumplimiento de la legislación dictada desde la Metrópoli era señalada por Bartolomé de las Casas al afirmar que

“el Papa pretendía hacer a los indios un favor, no daño, con su donación al Rey de España. Los indios son libres, y no pierden esa libertad por hacerse vasallos del Rey de España. Dado que las indias están muy remotas, ninguna prohibición parcial de las encomiendas ni los intentos de reglamentarlas por la ley darán resultados. Debe darse una orden general, de tal manera, que no pueda ser controvertida”.

(Hanke, 1959, 158)

Propuesta de trabajo

Le proponemos ahora que realice una lectura crítica de las 30 Proposiciones del obispo Chiapa (Nueva España), Fray Bartolomé de las Casas. Se trata de una breve información en la que el obispo proporciona ciertas reglas como guía para los confesores. Las Casas refleja la modernidad y rigor de su razonamiento con mayor relieve en las 30 Proposiciones, donde resume con increíble precisión y economía sus concepciones.

Proposición 1: El Romano Pontífice… tiene autoridad y poder del mismo Jesucristo… sobre todos los hombres del mundo, fieles o infieles, para enderezar y guiar los hombres al fin de la vida eterna… debe usar a tal poder con los infieles que nunca entraron por el santo bautismo en la Santa Iglesia; mayormente los que nunca oyeron de Cristo.

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Proposición 2: San Pedro y sus sucesores… tienen la obligación… de procurar… que el Evangelio y fe de Jesucristo se predique por todo el mundo a todos los infieles.

Proposición 3: Puede el Sumo Pontífice… nombrar y señalar los… ministros de todos los estados de la Cristiandad… y ellos son obligados a lo aceptar y obedecerles como al mismo Jesucristo.

Proposición 4: Entre los ministros… son muy necesarios los reyes cristianos en la Iglesia, para que con su brazo y fuerza… ayuden, amparen, conserven y defiendan los ministros eclesiásticos…y se pueda proseguir… con el susodicho fin.

Proposición 5: “… el Sumo Pontífice… puede imponer necesidad de precepto a los principios y reyes cristianos… para conseguir el dicho fin. Que a sus propias expensas… vayan o entiendan en la expedición del cristiano fin, para lo cual puede imponer subsidio en toda la Cristiandad… conforme a la necesidad, o conveniencia del negocio… y a las facultades de cada reino.

Proposición 6: Ningún rey o príncipe cristiano se pueda ocupar en la tal expedición… sin expresa o tácita licencia y autoridad del Sumo Pontífice… si el Papa madare el negocio a un solo príncipe, los demás no se pueden entrometer.

Proposición 7: “… El Vicario de Cristo por autoridad divina se puede dividir entre los príncipes cristianos, los reinos de todos los infieles… encomendándoles la dilatación de la santa fe, ampliación de la universal Iglesia, conversión y salud de las ánimas de ellos como ultimado fin”.

Proposición 8: Tal división, comisión, o concesión no la hizo ni hace ni la debe hacer el Sumo Pontífice principal y finalmente por conceder gracia, ni aumentar con honra y más títulos y riquezas los estados a los príncipes cristianos, sino, principal y finalmente, por la dilatación del divino

culto, conversión y salvación de los infieles. Por manera que más es la dicha división y encomienda para el bien y utilidad de los infieles, que no de los cristianos príncipes.

Proposición 9: y alta y digna cosa es que el premio principal de los reyes… por los servicios que hacen a Dios y a la iglesia sea reinar con Cristo…; pero que el Sumo Pontífice les conceda y haga donación remuneratoria en los mismos reinos que para dicho fin les encomienda, justa cosa es, empero, sin daño y perjuicio notable del derecho ajeno de los reyes y príncipes y singulares personas de los infieles…

Proposición 10: Entre los infieles que tienen reinos apartados que nunca oyeron nuevas de Cristo… hay verdaderos señores, reyes y príncipes, y el señorío y dignidad y preeminencia real les compete de derecho natural y de derecho de las gentes…

Proposición 11: La opinión contradictoria de la precedente proposición es errónea…. Y quien con pertinacia la defendiere incurrirá en formal herejía…

Proposición 12: Por ningún pecado de idolatría ni de otro alguno por grande y nefando que sea, no son privados los dichos infieles señores ni súbditos de sus señoríos, dignidades ni otros algunos bienes…

Proposición 13: por razón precisa del pecado de la idolatría ni del otro cualquier pecado… antes que reciba de su propia y libre voluntad el santo bautismo, los infieles… no pueden ser punidos por ningún juez del mundo, si no fuere de aquellos que directamente impidiesen la predicación de la fe y, amonestados no desistiesen por malicia.

Proposición 14: Necesario fue y obligación tuvo el Sumo Pontífice Alejandro Sexto de elegir un rey cristiano a quien impusiese oficio de proveer y tener la solicitud, dirigencia y cuidado de la promulgación del Evangelio, ampliación del

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culto divino y de la conversión y salvación de los vecinos naturales y moradores… y en remuneración de tal oficio y cuidado donarle la dignidad y corona imperial y soberano señorío de ellas.

Proposición 15: singulares prerrogativas, más que en los otros cristianos príncipes, concurrieron en los Reyes de Castilla... para que el Vicario de Cristo… cometiese el dicho cuidado y oficio… Por la autoridad divina instituyéndolos e invistiólos de la más alta dignidad que reyes jamás tuvieron sobre la tierra… de apóstoles arquitectónicos de las indias.

Proposición 16: pudo próvida, lícita y justamente el Romano Pontífice por autoridad divina, cuyos son todos los reinos de los cielos y de la tierra, investir a los Reyes de Castilla y León del supremo y soberano imperio y señorío de las Indias, constituyéndolos emperadores sobre muchos reyes, tomando sus católicas personas excelencia y dignidad real, y así eligiendo su real industria por medios convenientísimos y aun necesario ordenado par la consecución del susodicho cristiano fin.

Proposición 17: Los Reyes de Castilla y León son verdaderos príncipes soberanos… y a quienes pertenece el derecho… aquel imperio… y universal jurisdicción sobre las Indias, por la autoridad, concesión y donación de la Santa Sede Apostólica. Y así, por autoridad divina, y este es y no otro, el fundamento jurídico y substancial donde está fundado y asentado todo su título.

Proposición 18: Aun este soberano, imperial y universal principado y señorío de los Reyes de Castilla en las Indias, se compadece tener los reyes y señores naturales de ellas su administración, principado, jurisdicción, derecho y dominio sobre sus súbditos pueblos, o que política o realmente se rijan, como se compadecía el señorío universal y supremo de los emperadores que sobre los reyes antiguamente tenían.

Proposición 19: Todos los reyes y señores naturales… y pueblos de aquellas Indias son obligados a reconocer a los Reyes de Castilla por Universales y soberanos señores y emperadores…después de haber recibido de su propia y libre voluntad nuestra santa fe y el sacro bautismo, y si no lo hacen ni quieren hacer no pueden ser por justicia punidos.

Proposición 20: son obligados los Reyes de Castilla por precepto de Apostólica Silla, y también por derecho divino, a proveer y enviar ministros idóneos que prediquen la fe por aquel orbe y a todo lo demás que en la segunda proposición esta dicha.

Proposición 21: Tienen los Reyes de Castilla el mismo poder y jurisdicción sobre aquellos infieles, aun antes que se conviertan, que tiene Romano Pontífice sobre ellos.

Proposición 22: Los Reyes de Castilla son obligados… a procurar que la fe se predique por la forma que el Hijo de Dios dejó en su Iglesia estatuida. Convierte a saber: pacífica, amorosa y dulce, caritativa y alectivamente, por mansedumbre y humildad y buenos ejemplos, convidando los infieles y mayormente los indios que de su natura son mansísimos y humildísimos y pacíficos, dándoles antes dones y dádivas de lo nuestro, que tomándoles de lo suyo. Y así tendrán por bueno y suave y justo Dios al dios de los cristianos y querrán recibir su fe.

Proposición 23: …juzgarlos por guerra es forma y vía contraria de la ley… es iniquísima, tiránica, infamativa del nombre melifluo de Cristo, causativa de infinitas nuevas blasfemias contra el verdadero Dios… Porque estiman de Dios ser el más cruel y más injusto, y por consiguiente es impeditiva de la conversión de cualquiera infieles, y que ha engendrado imposibilidad de que jamás sean cristianos en aquel orbe gentes infinitas, allende de todos los irreparables y lamentables males y daños puestos en la

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proposición undécima: de que es esta infernal vía plenísima.

Proposición 24: Quien esta vía osa persuadir gran vejamen es el suyo cerca de la ley divina. No lo aprendió de los preceptos de caridad que tanto nos dejó encargada y mandaba Cristo.

Proposición 25: siempre se han prohibido las guerras por los Reyes Católicos contra los indios de las indias… y si alguna carta o provisión real alguna sonó y tocó en causa de guerra, fue por las falsísimas e incaicas informaciones subrepticias que los tiranos pro salvar y hacer esclavos y hacerse ricos… a los reyes hacían.

Proposición 26: Como siempre faltó autoridad al príncipe y causa justa para mover guerra a los indios inocentes que estaban en sus tierras afirmamos que son y serán siempre injustas y por todas las leyes condenadas.

Proposición 27: Los Reyes Castilla son obligados de derecho divino a poner tal gobernación y regimiento en aquellas gentes… conservadas sus justas leyes y buenas costumbres… y quitadas las malas, todo lo cual se quita y suple… con la predicación y recepción de la fe… sean ayudadas y no impedidas en tocante a lo espiritual y en su conversión y en el ejercicio de los santos sacramentos… Este es el fin,… porque a los Reyes de Castilla… no teniendo antes nada en éstas les fueron por la Iglesia concebidas.

Proposición 28: Ninguna otra pestilencia pudo el diablo inventar… como fue la invención del repartimiento y encomienda… por esta encomienda o repartimiento… todas aquellas gentes son pedidas de recibir la fe y religión cristiana… Por estas encomiendas y repartimiento han padecido y padecen continuos tormentos, injusticias en sus personas y en sus hijos y mujeres y bienes los indios… han perecido... y han despoblado más de 3000 leguas de tierra.

Proposición 29: las dichas encomiendas y repartimientos… nunca fue mandado hacer… por los Reyes de Castilla. La reina Doña Isabel mandó que conservación los indios en toda su paz, justicia y libertad… Dios Señor crió los dichos indios libres y no sujetos, Su Majestad no podría mandarlos encomendar ni hacer repartimiento de ello a los cristianos… sino que los dejasen vivir como sus vasallos…

Proposición 30: Sin perjuicio del título y señorío… que a los Reyes de Castilla pertenece sobre aquel orbe de las indias, todo lo que en ellas se ha hecho, así en lo de las injustas y tiránicas conquistas, como en los repartimientos y encomiendas, ha sido nulo, por haberlo hecho todo tiranos puros sin causa justa ni autoridad de su príncipe y rey natural.

También en las tierras del sur se dieron múltiples testimonios a partir de predicaciones e informes que exponían las arbitrariedades que los encomenderos cometían con los indios.

Otro de los elementos destacados eran las consecuencias que el sistema de trabajo forzado en la vida de las comunidades indígenas. El Obispo de Tucumán, Juan de Sarricoloz, exponiendo en 1720 los resultados de su visita diocesana, informaba que mayor parte de los pueblos aborígenes habían desaparecido, porque sus encomenderos

“los sacan de sus tierras y reducciones y los llevan a sus estancias y haciendas, aunque están remotas y ajenas parroquias para servirse de ellos y de sus familias”.

(Zorraquín Becú, 1968, 158).

En cuanto a la explotación del indígena, en 1600, el obispo Trejo y Sanabria, de Tucumán, señalaba la huída de indígenas que se

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producía por los malos tratos y la pesada carga a que eran sometidos. Otro de Tucumán afirmaba en 1621 que

“los indios trabajan más que los israelitas en Egipto y tras eso andan desnudos y mueren de hambre”.

(Julián de Cortázar, 1621)

El servicio personal obligatorio que los indígenas prestaban a sus encomenderos dio lugar en nuestras tierras a una verdadera campaña de oposición que fue inspirada y llevada adelante por los jesuitas. La acción de la Compañía de Jesús fue en toda s extensión una campaña de protección de los indios ante las pretensiones de los encomenderos. De hecho los gobernadores quedaron inhibidos de repartir en encomienda a los que eran reducidos por los jesuitas.

Diversas misiones fueron emprendidas por la acción de las órdenes religiosas de América. Las que mayor desarrollo y estabilidad alcanzaron fueron las emprendidas por los jesuitas en la zona de los indios guaraníes. Entre 1609 y 1706 se crearon treinta reducciones en los territorios del Paraguay, nordeste argentino y sur del Brasil. Estos pueblos quedaron bajo la exclusiva dirección de los misioneros que no admitieron ninguna intervención de las autoridades civiles españolas.

“aproximadamente cuarenta jesuitas fueron ocupados en las misiones propiamente dichas, distribuidos en un cierto número de reducciones, cada una de ellas habitada por cientos de indios. La tendencia a la segregación de tales indios respecto a la comunidad colonial, más pronunciada en el Río De La Plata que en resto de América del Sur, obedeció a la aguda intensificación del antagonismo suscitado por la demanda de mano de obra de los colonizadores y las disposiciones para

la protección de los indígenas establecidos por Diego de Torres y Francisco de Alfaro y estrictamente aplicadas por los jesuitas”.

(Morner, 1968, 45)

En las misiones, se creó un sistema de trabajo que trajo consigo resultados incomparables, tanto desde el rendimiento productivo y el desarrollo tecnológico, como por el alto grado de compenetración de los indígenas con las tareas emprendidas así como la conducción del proyecto actual.

La tierra destinada a la agricultura era repartida a los jefes de familia o a los caciques en cantidades suficientes para su subsistencia, y en ella debían trabajar los indios la mitad de la semana. Los demás días cultivaban las tierras del común cuyos frutos pertenecían al pueblo y eran utilizados según las necesidades.

Los indios cultivaban los campos, armaban y tripulan los barcos que llevaban las mercaderías a Buenos Aires, Asunción y Corrientes. Los productores que pertenecían a la comunidad eran los que se destinaban al comercio.

Los habitantes de las reducciones construían sus propias viviendas, producían y exportaban azúcar, tabaco, madera, zapatos y yerba mate, que llegó a ser el principal producto de exportación. También fabricaban telas para su propio consumo y cuidaban el ganado.

Los misioneros demostraron en su organización económica y social la posibilidad de instrumentar una forma de producción comunitaria en la que los beneficios correspondían a los propios trabajadores. Este proyecto sirvió para poner en evidencia que era visible construir unidades productivas eficientes inspiradas en una ética del trabajo en la que se afirmaba la dignidad de cada sujeto. Por otra parte, puso en evidencia la falsedad de aquellos argumentos que justificaban los sistemas de explotación de la mano de obra indígena:

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de otra manera –afirmaban- sería imposible hacer trabajar a estos hombres vagos y con poca capacidad laboriosa. La experiencia de las misiones derribó la veracidad de esas falacias, desde un hecho histórico concreto. Pero sobre este debate nos detendremos en la próxima Unidad.

Propuesta de trabajo

Como aplicación de los conceptos analizados y a partir de este texto sobre las misiones jesuíticas, le proponemos rastrear:

La organización del trabajo en las misiones Rol de los misioneros jesuitas Participación de los aborígenes.

El plan de una reducción jesuítica se ajustaba a un esquema rígido, que difería de los poblados indígenas erigidos por la corona u otras órdenes misioneras. La amplia plaza mayor no era el centro de la población, sino que por un lado la cerraban la iglesia, la casa parroquial y los edificios de los administradores. En los otros tres lados de la plaza se levantaban las alargadas viviendas de los indígenas, con el lado más prolongado vuelto hacia la plaza, dispuestas a espacios regulares y separadas por calles longitudinales y transversales.

Para la administración de las reducciones estaban vigentes las disposiciones legales generales, y en particular las contenidas en las “Ordenanzas” de Francisco de Alfaro para las comunidades indígenas de las provincias de Paraguay y el Río de La Plata. Tal como era usual en las ciudades hispánicas, se designaba un

cabildo, compuesto de dos alcaldes, dos regidores y algunos otros funcionarios. Las elecciones para estos cargos las efectuaba en los primeros días de cada año el cabildo anterior. El clérigo de la localidad verificaba, con antelación, la lista de las personas propuestas y estaba facultado legalmente para excluir de ella los candidatos que le parecían inadecuados y sustituirlos por otros. Junto al cabildo, los jesuitas conservaban el cargo y la dignidad de los caciques, de los que había varios en una reducción porque los indios provenían generalmente de diversas comunidades tribales. El verdadero gobierno –absoluto, por otra parte- estaba, empero, en manos de los jesuitas. Estos sacerdotes, mediante su autoridad espiritual como misioneros y pastores de almas, regían la vida de la reducción hasta en los asuntos menores y más privados y ejercían sobre los aborígenes un dominio patriarcal.

El sistema económico de las reducciones jesuíticas ha de caracterizarse de colectivismo agrario, en el cual, sin embargo, no faltaba por entero la propiedad privada. La mayor parte del suelo era tierra comunal, y para su labranza cada indio debía trabajar de dos a tres días por semana. El producto de la cosecha obtenida gracias a este trabajo comunal se almacenaba en graneros y servía para el pago del tributo real, mantenimiento de la iglesia y de sus instituciones y el cuidado de huérfanos, viudas e imposibilidades de trabajar. Los jesuitas empleaban los excedentes agrícolas en un amplísimo comercio. De la tierra restante se adjudicaban a las diversas familias quiñones o dulas para su propio uso, de modo que cada familia se procurara

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un sustento suficiente y lo más parejo posible. Estas parcelas, sin embargo no eran propiedad hereditaria: se las cedía en usufructo y al morir el cabeza de familia recaían en la comunidad. A los hijos casados les adjudicaban tierras labrantías apartes. Los productos que excedieran de las necesidades familiares se podían enajenar a través del trueque. La vivienda constituía una propiedad vitalicia, pero no hereditaria, y el mobiliario, ciertamente muy modesto, era de propiedad personal. Los jesuitas introdujeron además de oficios imprescindibles y crearon grandes empresas artesanales, dotadas de talleres públicos. Promovieron también las artesanías, con vistas a la ornamentación de las iglesias. El ejercicio privado del artesano era raro y se reducía, por lo general, al hilado de algodón por las mujeres.

El mantenimiento de grandes comunidades indígenas y el ascenso en el nivel de vida de esas poblaciones primitivas requerían una actividad laboral regular, a lo que poco acostumbrados estaban los guaraníes y nada de cazadores, pescadores y recolectores, de vida nómada. Estos hombres vivían para el día de hoy y no se preocupaban por el mañana. Así como les faltaba el estímulo para ocuparse provisoriamente de su subsistencia, también les era extraño todo afán de ganancia que pudiera moverlos a una mayor producción de bienes. Toda ayuda económica ajena depende, no obstante, de un aumento de la propia prestación laboral por parte de la población respectiva. Los jesuitas procuraron resolver este problema de desarrollo no por medio de medidas coercitivas, sino por una educación gradual de

indígenas. Los padres se servían para ello del impulso lúdico, innato en el hombre. El jesuita alemán Paucke se dedicó, como él nos relata, a modelar ladrillos de adobe e hizo que los indios lo observaran. Invitó a uno, luego a otro, a que también probaron y lo ayudasen, pero los aborígenes se disculparon diciendo que no se animaban o que eran muy holgazanes. Paucke, adrede, hizo entonces algunos ladrillos defectuosos y le preguntó a un indio si no podría remedar unos como esos. Aquél respondió que para él eso no presentaba dificultad, y se esmeró por moldear ladrillos mejores.

(Konetze, 1976, 254-5)

5. El barroco latinoamericano

El estilo cultural de los primeros tiempos del continente están sintetizados en la experiencia del barroco latinoamericano. Como afirma Fermín Chávez en su trabajo América, creación del barroco,

“para los hispanoamericanos el estudio del Barroco constituye un capítulo fundamental en la comprensión de nuestras raíces culturales”.

(Chávez, 1988, 12)

La primera síntesis cultural latinoamericana asume esta modalidad que quedará grabada en el estilo de vida colectivo desde donde se transmitirá de generación en generación.

El barroco expresa en América una vivencia moderna que llega hasta aquí mediatizada por los modelos surgidos en la España del

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siglo XVI. Durante largo tiempo se ha planteado, desde las ciencias provenientes de los países centrales, que América aun no había arribado a ese último escalón de la historia por el que transitaba el Norte “moderno”. América Latina debía vivir su proceso de modernización, salir de su tiempo “tradicional”, e insertarse en la dinámica de los sistemas sociales avanzados.

Desde nuestra perspectiva América es hija de la modernidad. Su estilo cultural moderno es el barroco, que reúne y sintetiza todas las novedades que se abren a partir del Renacimiento europeo.

La modernidad se da como un proceso de ruptura de los límites. Ruptura de los límites objetivos, los límites geográficos que se consideran infranqueables. La nueva concepción del universo que trae consigo la revolución copernicana, así como los descubrimientos geográficos y la derrota del Islam, abren las puertas de un Universo ilimitado. El barroco expresa esa ruptura de los límites, al descubrir lo infinito como marco que envuelve la vida del hombre. Surge una necesidad de expansión, una voluntad de exploración que se vive como sentido de liberación. Se traspasan los marcos fijos del tiempo y del espacio, y se conforma un nuevo estilo donde la sensación de infinitud se reúne con el ideal de la santidad, del heroísmo.

Los tiempos modernos encienden una cosmovisión antropocéntrica. Nace el hombre que actúa, emprende y crea apoyado en su ingenio, recompensado por la fama y la gloria. Surge así un ethos de la virtud personal. El barroco da un lugar central al hombre. El sujeto toma una más fuerte referencia de sí que es posible captar en la misma experiencia religiosa. Hay una exploración de la interioridad, del yo, en el nivel de su relación con Dios. Si uno observa la mística española de este periodo descubre a un San Juan de la Cruz, una Santa Teresa de Jesús, un San Ignacio de Loyola, todos centrados en la búsqueda de cómo el sujeto vive a Dios.

La imagen de la libertad se percibe en la nueva relación del hombre con la naturaleza. Ante el descubrimiento de un mundo que es musió mayor de lo que s pensaba, surge en el hombre una voluntad de dominación. El hombre trabaja y establece una relación de poder. Tanto en lo político como en lo económico surge una voluntad de hacer, que es una voluntad de poder. El individuo se enfrenta al mundo como soberano dueño de este. El conocimiento es concebido como poder; desde aquí, como diría Bacon, “saber es poder”.

Todas estas tendencias que aparecen en el mundo moderno europeo como dispersas, polarizadas, encuentran en nuestro medio una síntesis distinta. En América Latina el barroco quiere juntar todo. Trata de no negar lo que se percibe como real: Dios-hombre, individuo-comunidad, divino-humano, razón-sentimiento. Se trata de reunir los elementos que constituyen el todo sin negarlos, sino asumiéndolos en una compleja síntesis. El barroco es totalizador en toda su latitud.

Y esta síntesis se configura en un contorno dramático, donde se quiere conservar lo diverso con toda la tensión que esto guarda, la armonía no es total. El dramatismo vital lleva todas las vivencias a su propio límite: la fiesta, la experiencia religiosa, la penitencia, la mortificación. Todo se vive en un sentido heroico, hasta santidad. Los tintes del barroco son exagerados, cargados, fuertes.

Para el mundo barroco la realidad no es simplemente para ser contemplada, es algo que necesita ser redimido. La conciencia barroca está convencida de la presencia de un mal que el hombre solo no puede desterrar. De tal modo que lo trascendente penetra en la historia a partir de la honda experiencia del mal. La devoción a Cristo en la cruz en el pueblo latinoamericano, puede ser vista desde esta mirada. La cruz, como experiencia general del dolor y del mal,

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constituye una de las devociones a Jesús que más está presente en la piedad que se vive en la religiosidad popular americana.

Esta cultura barroca encierra un hondo sentido vital. No se agota la existencia en las formas lineales de un pensamiento sin contradicciones, sino que se percibe en el grabado de este dramatismo vital que se expresa en todas las celebraciones litúrgicas, deportivas, festivas, que encuentran a toda la comunidad como protagonista.

En la experiencia social es muy fuerte lo sensible. Las expresiones artísticas guardan un lenguaje de comunicación visual donde predominan las metáforas de sentido plástico. En la misma pedagogía religiosa se apela a la comunicación sensible, alejada de conceptos abstractos o mentales.

Lo barroco exalta lo extremo, se busca golpear por lo polar, lo exagerado; el suspenso guarda la relación con el límite que no se capta directamente y al mismo tiempo se expresa siempre la dificultad, el conflicto. El barroco encierra “una pedagogía por la oscuridad, de atracción por lo difícil del lenguaje” (Chávez, 1988, 7).

Para su autoevaluación

Describa y caracteriza el proyecto imperial de Carlos V.Señale las diferencias entre modelo español y los otros proyectos imperiales que se despliegan en la Europa moderna.¿Qué era el mercantilismo?¿Qué contribución aportó América en el sistema mercantilista español?¿Cómo se produjo la acumulación de capital en los países europeos, permitiéndoles alcanzar un crecimiento económico que les posibilitó la Revolución Industrial?¿Cuáles son las tesis de Hamilton?

¿Qué consecuencias trajo en América la llegada de los españoles a nivel a) demográfico y b) de organización social y económica.Describa y caracterice la mita y la encomienda como formas de exploración económica.¿Qué papel jugó la Iglesia ante las injusticias que proliferaron en los primeros tiempos de la conquista española?¿Qué originalidades ofrecen las misiones jesuíticas como modelo de evangelización y organización social?¿Cuáles son las notas más significativas del barroco latinoamericano?¿América Latina vivió la modernidad o pertenece a una etapa anterior de la historia universal?¿Qué fundamentación jurídico-filosófica de la conquista desarrolla Bartolomé de Las Casas en sus 30 proposiciones?

Referencias

Chávez, F. (1988) América, creación del Barroco, ED. Docencia, Buenos Aires.

Documentos de Archivos de Indias para la historia de Tucumán, Carta de Julián de Cortazar, 1º de febrero de 1621, 1, 52.

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Hanke, Lewis (1959) La lucha española por la justicia en América, Ed. Aguilar, Madrid.

Hamilton, E. (1948) El tesoro americano y el florecimiento del capitalismo, en El Florecimiento del capitalismo y otros ensayos, de historia económica, Ed. Revista de Occidente, Madrid, Vol. VIII.

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Henriquez Ureña, P. (1947) Historia de la cultura en la América hispánica, Fondo de Cultura Económica, México.

Konetze, R. (1976) América Latina. La época colonial. Ed. Siglo XXI, Madrid.

Menéndez Pidal, R. (1940) La idea imperial de Carlos V, Ed. Espasa Calpe, Madrid.

Morner, M. (1968) Actividades políticas y económicas de los jesuitas en el Río de la Plata, Ed. Paidós, Buenos Aires.

Moreno, José Luis (1965) La ciudad de Buenos Aires en 1778, en Anuario del Instituto de Investigaciones históricas de la Universidad Nacional del Litoral, Nº 6, Rosario.

Pasarelli, B. (1973) Colonialismo y acumulación capitalista en la Europa moderna, Ed. Plemar, Buenos Aires.

Stanley, J. y Stein B. (1975) la herencia colonial de América Latina, 2ª ed., Siglo XXI, México.

Sunkel, O. y Paz, P. (1970) El subdesarrollismo latinoamericano y la teoría del desarrollo. Ed. Siglo XXI, México.

Tandeter, E. (1980) Trabajo forzado y trabajo libre en el Potosí colonial, CEDES, Buenos Aires.

Zorraquin Becú, R. (1968) El trabajo en el período hispánico, Imprenta de la Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires.

Unidad 3

Nueva política imperial: Los Borbones

1. América como colonia

La dinastía borbónica se instala en España a comienzos del siglo XVIII. La paz de Utrecht (1713) otorga el reconocimiento de las potencias europeas a Felipe V a cambio de distintas concesiones; las provincias europeas del imperio se reparten los distintos rivales. España queda reducida a su territorio en la península sin Gibraltar y Menoría, mientras que las posesiones americanas eran también mutiladas.

El trono de España es ocupado por una casa que, en virtud de los pactos de la familia, aparece subordinada a los Borbones franceses. A partir de entonces la corona española se convierte en aliada menor de Francia, quedando así atada al proyecto político de los reyes franceses y complicada, consiguientemente, en las peleas de aquellos por el poder mundial. La nueva Casa Reinante conformó su propia nobleza, extrayendo sus hombres de una minoría española afrancesada, proveniente de la calase media ilustrada, impactada por los pensamientos del Iluminismo y las propuestas políticas del despotismo. Esto llevará a asumir una nueva mentalidad que impulsa el deseo de adquirir conocimientos en las ciencias prácticas y alejarse de los moldes tradicionales que conformaban la cultura española.

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El Despotismo Ilustrado concebía como objetivo un Estado poderoso con la fuerza y eficacia necesarias para encarar las reformas que colocaran a España en el nuevo marco del desarrollo capitalista que predominaba al norte de sus fronteras. Ansiaba un acrecentamiento del poder de la monarquía guiado por las luces de la razón.

Desde el punto de vista económico se intentaba colocar a España en situación paralela a los países que están viviendo la preparación de la Revolución Industrial.

Propuesta de trabajo

A partir del texto de Stanley-Stein, caracterice los objetivos económicos que se proponen los Borbones:

“El objetivo de los borbones era hacer de España y sus colonias eficaces aliados en el desarrollo de la economía francesa y en el conflicto con Inglaterra. Esta política estaba destinada a chocar con la compleja red de intereses creada bajo los Habsburgos. En primerísimo lugar estaba uno de los grupos económicos de más influencia después de 1700, los comerciantes oligopolistas de Cádiz, agentes, en la mayor parte de los casos, de los intereses extranjeros. Estos estaban ligados por el interés y por parentesco, por status e ideología, a los centros comerciales coloniales de Veracruz y la ciudad de México, de Lima y de Manila y por interés común en la acción política a los terratenientes andaluces grandes de España. Dada la compartimentación de España, su economía mayormente agraria, sus exportaciones de materia

prima y, sobre todo, su dependencia de las colonias, los comerciantes de Cádiz en su consulado o gremio dirigían el sector principal de España; su comercio colonial. El manejo de los intereses coloniales, mercantiles, burocráticos, fiscales y eclesiásticos se centró en Cádiz después del eclipse de Sevilla. Como bloque, eran el baluarte del status quo que los funcionarios públicos franceses y sus contrapartes españoles bajo Felipe V deseaban reorganizar.

Antes de la Guerra de Sucesión española, los artífices de la política de Madrid, ocupados ya sea con la política exterior o con la política económica, se preocupaban por el destino de las colonias de América. Se entendía que los Borbones y sus administradores educados bajo Colbert podrían emprender reformas en la economía interna y el comercio colonial de España –cuestiones sobre las que la élite española permaneció dividida a lo largo del siglo XVIII. Puede suponerse que la esencia de la política económica de los Borbones en España era el abandono del comercio “pasivo” por lo que actualmente es un nacionalismo económico mediante la situación de importaciones, es decir, mediante el proteccionismo. Esta era una política reformista y renovadora. En orden de prioridades, primero se planteaba la creación de un nuevo cuerpo de administradores, mejor adiestrados, indoctrinados en la idea del servicio al Estado más bien que a la localidad o la región, cuyo trabajo en España y las colonias pudiera mejorar la calida de la jefatura. Esto fue seguido por la eliminación de los privilegios económicos que España había concebido a Inglaterra en Utrecht y que daba a los intereses ingleses legítimo

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acceso al imperio: derecho a introducir a Veracruz, La Habana, Cartagena y Buenos Aires una cantidad anual de esclavos africanos y una cantidad dada de bienes –privilegiados que eran una fuente de contrabando a escala incontrolable. En tercer lugar, los nuevos artífices de las decisiones reconocieron que debían incrementar el flujo de bienes de Cádiz a las colonias artificialmente subabastecidas.

(Stanley-Stein, 1975, 86-87)

Como consecuencia de esta opción se modifica la política hacia América: se deja de considerar a estas tierras como provincias de un mismo imperio, tratándolas ahora como colonias de la metrópoli. Se adopta así el mismo sistema imperial que Francia había instaurado, realizándose grandes reformas tendientes a la centralización.

El objetivo es alcanzar un desarrollo industrial en la metrópoli. Para esto es preciso convertir a las colonias en ultramar en proveedoras de materias primas y a su vez, en el mercado de colocación de los productos manufacturados elaborados desde el centro. Pero esto estado de subordinación económica ya no era posible, pues América había alcanzado en el periodo de los Habsburgo un desarrollo artesanal que cubría la demanda interna y que era en gran medida superior al que podía sostener entonces la península ibérica.

Por esto resultan insuficientes los esfuerzos por alentar el desarrollo de la industria y el comercio en suelo español. Las cuantiosas sumas de dinero invertidas en gastos militares impidieron realizar el ahorro necesario para formar el capital social básico para su desarrollo económico. Los intentos emprendidos por los Borbones resultarán en todos los casos insuficientes para modificar la situación estructural que envolvía al reino.

El anhelo de crecimiento económico no fue acompañado de las medidas adecuadas, y al mismo tiempo generó un simultáneo atraso en la producción manufacturera americana.

“la administración borbónica en España, produjo un freno al desarrollo industrial de las colonias que no llegó siquiera a capitalizarse en la metrópoli. Su política se caracterizó por obras y edificios públicos, y gran cantidad de servicios sociales, pero no incremento de la producción. Se mantuvo así una estructura capitalista no industrial en las colonias, mientras que España no logró industrializarse”.

(Cárdenas, 1969, 78

Esta política queda aun más clara si tenemos en cuenta la nueva situación mundial que se va a desplegar a lo largo del siglo XVIII y que va a repercutir en todos los rincones del Imperio Hispánico. Inglaterra se encontraba transitando el camino de su revolución industrial y de la ocupación del espacio de primera potencia mundial. Inglaterra requería productos agropecuarios provenientes de climas templados para alimentar a su población que atravesaba una dinámica explosión demográfica. Desde esta perspectiva el Río de la Plata aparece como un foco central en la vista de la expansión británica. En el curso de este siglo s producirán fuertes transformaciones en la estructura económica y social de nuestro territorio así como en su vinculación con el mercado mundial.

2. La ilustración española

La Ilustración trae a España las noticias del movimiento científico y filosófico proveniente de Francia e Inglaterra. Los

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nuevos planteos de Descartes, al proponer una nueva perspectiva desde la cual articular el pensamiento filosófico, así como Bacon y su experimentalismo, inciden en los ámbitos españoles. Locke y Newton predominarán en un segundo momento.

Uno de los rasgos fundamentales del nuevo pensamiento imperante se dará en la relación con la Iglesia. El regalismo de los dos primeros Borbones fue más bien una prolongación del de los Austrias. El control de la provisión de las altas dignidades eclesiásticas y de la actuación de éstas, la superioridad de la instancia civil en cuestiones contenciosas eclesiásticas, el control de las rentas de la Iglesia y la tendencia a aumentar la reversión a la Corona de parte de ellas, y otras manifestaciones menores, continuaron sin variación sustancial.

Pero durante los reinados de Carlos III y Carlos IV el regalismo se acentúa de tal modo que tiende a convertirse en un intervencionismo del Estado en la vida de la Iglesia. El Concordato de 1737 había avanzado en este aspecto, pero el de 1753 lo supera llegando al máximo control posible de la Iglesia en España. De esta forma no solo se afirma la potestad del poder civil, sino que se imponen en reformas al interior de la Iglesia. Es la etapa en que el galicanismo impera y el Papado cede bajo las presiones de las grandes monarquías del despotismo ilustrado.

Como consecuencia del intervencionismo estatal se produce una quiebra en el interior de la Iglesia. Mientras que el clero secular era más bien regalista, las órdenes y congregaciones religiosas estaban más ligadas al Papado. Esto lleva a las Monarquías a dar el golpe en un punto neurálgico: La Compañía de Jesús.

Desde la fundación de la Orden, en 1537, los jesuitas fueron la vanguardia del espíritu de la Contrarreforma y se constituyeron n uno de los principales hacedores del modelo cultural impulsado en

los tiempos del barroco. Ante el avance del despotismo ilustrado a su exclusión se convierte en un objetivo primero.

En 1767 Carlos III expulsa a los jesuitas del territorio español, y ese mismo año la orden del monarca se aplica en los territorios del Río de La Plata. Presionado por los reinos de Europa el mismo Papa suprime la Orden en 1773, y los jesuitas son expulsados de todo el mundo conocido. En el marco del nuevo proyecto de poder mundial su vigencia resultaba profundamente cuestionadota.

La expulsión en el Río de la Plata, ejecutaba sorpresivamente y con todo vigor por el gobernador Buccarelli, los aleja de los treinta pueblos guaraníes en el noreste, más los mocobies y avipones en Santa Fe y lules y vilelas en el Tucumán. Los misioneros fueron reemplazados por los franciscanos y mercedarios en las funciones espirituales y por administradores civiles que pronto conducirán a la desintegración de tan lograda iniciativa. Tanto la codicia económica, que originó el saqueo de los importantes bienes de las misiones, como la incapacidad para continuar con la obra, llevarán a la dispersión de los aborígenes. Según el virrey Avilés, de 96.381 aborígenes que habitaban las misiones hacia 1766, sólo quedaban 42.885 en 1801.

Otro de los espacios en que avanzará el poder real será en la amortización de los bienes eclesiásticos, así se buscó impedir la posesión de grandes extensiones de tierras manos de la Iglesia. Una de las razones argumentadas entonces fue que estas tierras, por naturaleza fértiles, estaban improductivas.

3. Creación del Virreinato del Río de la Plata

Tomando como modelo la monarquía francesa y su eficacia en la conducción de los asuntos de Estado, Carlos III impulsó una extensa

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reforma orientada a la centralización y especialización de las funciones.

Buenos Aires venía creciendo con respecto a Lima a la vez que ganaba cada vez mayor autonomía política y económica. En 1776 se crea el Virreynato del Río de la Plata, que va a encontrar en Buenos Aires el control de las actuales Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia, que hasta entonces pertenecían al Virreynato del Perú.

La creación del nuevo Virreynato obedece a causas diversas que van desde el plano político y económico hasta el militar.

3.1. Geopolíticas

El estuario del Plata puede articularse desde Buenos Aires. Existen rasgos integradores entre las diversas regiones del Virreynato cuya unidad no es solo jurídica. El Alto Perú, asiento de minas de plata, necesitaba de las mulas y víveres del litoral y de Tucumán. Buenos Aires era la puerta de entrada de mano de obra esclava y del azoque requeridos para el loboreo de sus yacimientos, constituyendo además la mejor ruta para comunicarse con la metrópoli y con el resto de los países europeos. Tucumán, a su vez, encontraba mercados para su agricultura, tejidos e industria en dos lugares: en el altiplano y en Buenos Aires, recibiendo de ésta mercadería extranjera. Cuyo proveía de frutas secas, aguardientes y vinos a todo el territorio. El litoral en cambio explotaba la ganadería, buscando la salida marítima por Buenos Aires para exportar cueros, sebo y carne salada. El paraguay suministraba la yerba y el tabaco, y, juntamente con Corrientes, algodón y maderas.

El vuelco del Pacífico hacia el Océano atlántico convertía a Buenos Aires y toda su región circundante en un nuevo eje de organización social y económica, por lo que puede hablarse de una

unidad geopolítica de la región rioplatense. (Cuccorese y Panettieri,1971, 45)

3.2. Administrativas

Toda la región comprendida en la nueva unidad administrativa había pertenecido hasta entonces al Virreynato del Perú. Este comprendía un inmenso territorio con diferencias geográficas, económicas y de organización tan grandes que hacía muy dificultoso el control administrativo de tan vastas extensiones.

Sin embargo, al crearse el Virreynato, el Litoral continuaba siendo una de las regiones más atrasadas de las que integraban la nueva división administrativa del Imperio hispano. El noroeste lo superaba tanto por su riqueza como por su población. A comienzos del siglo XVII la población del litoral se calcula en ciento cincuenta mil habitantes, sobre un millón de habitantes que, aproximadamente tenía el Virreynato. De todas maneras esta situación va a comenzar a variar ya velozmente en el siglo XVIII.

3.3 Economías

Los Borbones tenían como objetivo proveerse de materias primas procedentes de sus colonias americanas. Para esto flexibilizaron los canales de comercio con las colonias, a partir de medidas que favorecían el libre comercio con diversos puertos españoles, pero mantuvieron un cerrado monopolio que excluía toda ingerencia de actores extranjeros. Estos manejos del mercantilismo liberal, no podían prosperar sin cerrar los puertos al contrabando que ya actuaba extensamente en las zonas del Plata.

Prácticamente con la segunda fundación de Buenos Aires se inicia el contrabando. Las personas o mercaderías que no podían

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introducirse por Lima, que era el puerto oficial del Virreynato del Perú, lo hacían por Buenos Aires en forma ilícita. Por allí también entraban esclavos y mercaderías inglesas que España no podía proveer.

Los portugueses, ya desde 1680, crearon Colonia de Sacramento en una de sus habituales invasiones a la Banda Oriental, desde donde organizaban el comercio clandestino inglés con la burguesía mercantil porteña.

En una contraofensiva se expulsa en 1770 a los ingleses de las Islas Malvinas, y en 1777 se derrota a los portugueses. Por esta razón era imprescindible crear una unidad administrativa que pudiera controlar desde cerca este movimiento comercial y el lugar clave era el puerto de Buenos Aires.

3. 4. Militares

La zona sur del continente americano estaba desguarnecida desde el punto de vista militar. Era un rincón alejado de los centros de poder hispano en la región, y su importancia había ido creciendo en el siglo XVIII. Tanto los ingleses como portugueses representaban una amenaza ante la cual había que robustecer la defensa de la zona.

4. Avance del litoral. Consecuencias económicas y sociales

“El crecimiento del mercado externo para los productos coloniales, en una coyuntura europea de alza general de precios, con una profunda reanimación del desarrollo capitalista que ha de culminar en la Revolución Industrial, promovió el

acrecentamiento de la presión inglesa y francesa sobre las colonias españolas, en busca de productos coloniales necesarios para las manufacturas europeas y de nuevos mercados para sus producciones”.

(Assadourian, Beato, Chiaramonte, 1972, 309)

Bajo la presión de las nuevas condiciones económicas europeas, las colonias españolas comienza el proceso que ha de alterar el relativo equilibrio y la unidad interregional alcanzadas en la etapa anterior.

Ya en el siglo XVIII, la demanda internacional de cueros u carnes fue transformando el desarrollo de las regiones interiores, dando un gran impulso al litoral. La llanura comenzó a producir cada vez más en escalas crecientes.

La promulgación por parte de la Corona del Reglamento para el comercio Libre de España e Indias significó un abrir de puertas definitivo al crecimiento del comercio y de la ganadería de Buenos Aires. El Reglamento de 1778 habilitó catorce puertos españoles y diecinueve americanos, entre ellos Buenos Aires y Montevideo, para el intercambio entre la metrópoli y sus colonias. Durante todo este periodo el comercio continuaba reservado únicamente para los españoles y prohibido para los extranjeros; debía efectuarse en buques hispanos y la tripulación de éstos, por lo menos en sus dos terceras-partes, debía ser española.

Los efectos del Reglamento de 1778, reforzados por las disposiciones posteriores, se hicieron sentir de inmediato. Hasta esa fecha se exportaba por el Río de la plata un promedio de 150.000 cueros por año. A partir de 1778 la cifra ascendió a 800.000 y llegó a 1.400.000 luego de la Paz de Versalles, en 1783.

La ciudad de Buenos Aires comienza a desplegar un gran potencial económico a partir del crecimiento de su actividad

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comercial. Las mercaderías extranjeras llegan a ella de contrabando o introducidas esporádicamente con permiso oficial, y encuentran un importante mercado de consumo en el área. Pero, simultáneamente, el crecimiento de la importación acarreará sus consecuencias en la actividad artesanal del interior.

Centro indiscutible de la región litoral, y cada vez en mayor medida de la economía virreinal, la ciudad de Buenos Aires conoció rápidos progresos convirtiéndose en el vértice irresistible del gran embudo que la adecuación al mercado ultramarino constituye en el Plata, apuntando hacia los puertos europeos. El crecimiento se hace manifiesto en su población. De 22.000 habitantes que residían en la ciudad en 1770, pasa a 40.000 en 1880. el papel del intermediario con la Península, así como también con el comercio ilegal con Europa, es el punto de partida de la creciente prosperidad del puerto de Buenos Aires, donde una clase de ricos comerciantes consolida su poderío económico y también político.

La zona del litoral había tenido una serie de rasgos propios que le otorgaban un perfil particular. El más dominante, durante un largo periodo, es el uso del cuero para reemplazar a otros elementos, de manera especial a la madera y el hierro. Los granos del escaso trigo que se recogía en la campaña se conservaban en sacos fabricados en este material. Con cueros secos cubrían, hasta bien avanzado el siglo XVIII, los huecos de las puertas y de las ventanas de las viviendas, y no sólo de las más pobres. La mayor parte de los muebles eran hechos en cueros: camas, cofres, mesas, asientos. La mayor parte de los ingresos de los sectores exportadores provenían del cuero. A partir de esta característica se llamó a este periodo: “época del cuero”.

Los cambios paulatinos de la política comercial Española en América constituyeron sucesivos estímulos a la producción del litoral. La progresiva extinción del ganado cimarrón corre paralela

con la expansión de una nueva unidad productiva que pronto se convirtió en el eje de la organización económica rural: la estancia colonial. La posesión de la tierra, que antes interesaba principalmente como fuente del derecho a vaquear, se convierte ahora en la base de una explotación ganadera estable.

Si bien los testimonios varían, se calcula que hacia mediados del siglo XVIII no quedaba ya ganado cimarrón, cosa con la que mucho tiene que ver la valorización del cuero, consiguiente al aumento de las exportaciones legales y al creciente contrabando.

En el marco de la estancia se fue imponiendo una modernización de las relaciones de trabajo, solo en mínimo grado acompañada de innovaciones técnicas. El nuevo peón de estancia desarrolla sus tareas al igual que lo había venido haciendo desde largo tiempo atrás.

“los gauchos se pusieron a disposición de los estancieros para servir como pastores y peones. El modo de vivir de estos últimos no se cambió esencialmente por esta nueva ocupación, pues el cotidiano rodeo de las manadas que pastoreaban en el campo libre, la búsqueda de animales extraviados, al cercar y desollar el ganado y la doma de los caballos, conservó en su entereza el carácter que había tenido en la caza”.

(Jassen, 1952, 177)

El largo proceso de desaparición de las encomiendas creó el peonaje de las estancias, aun cuando sus pobladores no eran descendientes directos de indios puros, sino miembros de la nueva fisonomía étnica que se expandía en la región: el criollo mestizo.

En la estancia colonial el propietario no reside generalmente en ella, sino que ejerce tareas de supervisión, quedando el trabajo bajo el control directo de capataces o mayordomos. En estos años la tierra

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se va concentrando en manos de funcionarios y comerciantes enriquecidos, estos últimos mediante la inversión de los beneficios obtenidos en la actividad mercantil.

El periodo del Virreynato, que abre nuevas perspectivas para el litoral, trae consecuencias en el interior, que va a comenzar a sufrir una acelerada contratación en su situación estructural, a partir del ingreso de mercaderías, que desde el puerto compiten con sus industrias tradicionales.

El mercado altoperuano constituía un eje de concentración de viejas producciones lugareñas diseminadas a lo largo de la ruta hacia Potosí. La explotación minera de Potosí había concentrado uno de los mayores centros poblacionales del sur del continente y al mismo tiempo el centro de producción de mayor actividad.

Salta era entonces un lugar de preeminencia en el abastecimiento del mercado altoperuano. El comercio de mulas llegadas del resto de las zonas del virreinato, invernaban en Salta y se concentraban anualmente en su famosa feria, durante los meses de febrero y marzo. De allí partían hacia las minas, haciendas y obrajes del Alto Perú.

El torno al comercio de mulas se había formado en Salta grandes estancias que dedicaban al pastoreo de tierras altas, y al cultivo del trigo y la vid en las bajas. El azúcar comienza a cultivarse con éxito ya en la década de 1770.

Tucumán era un enclave comercial cuya prosperidad era ya antigua al crearse el Virreynato. Los productores de ganadería (vacunos, equinos, y mulares) y la agricultura (principalmente el arroz) generan una producción de la que se abastece al mercado regional. Tucumán usufructuaba un lugar privilegiado en la ruta comercial entre Buenos Aires y el Alto Perú. Buenos Aires y todo el interior adquirían sebo y jabón de su incipiente industria, así como

muebles y ebanistería tucumana. Las carretas que allí se fabricaban abastecían las necesidades de la ruta al Alto Perú.

En Córdoba se desarrolla una industria de tipo doméstico de artesanías textiles, elaborando el producto de la ganadería del lugar que abastecía a toda la región rioplatense.

Ya en el siglo XVIII se inicia un largo periodo de decadencia del interior donde convergen, por un lado, la disminución de la producción minera de Potosí y la apertura al ingreso de productos de procedencia ultramarina desde el puerto de Buenos Aires.

5. Estructura social colonial

No es fácil presentar un panorama homogéneo, ya que dentro del sistema colonial encontramos una variedad creciente de formas de organización social que generan en consecuencia sectores diversos. Un factor que tiene mucho peso en la sociedad de la época es la consideración de lo étnico en la estructura social. Lo que caracteriza la pirámide social es la correlación constante entre diferenciación social y étnica.

La élite de poder estaba constituida por propietarios terratenientes, comerciantes en gran escala y algunos contados empresarios –de obrajes, saladeros, etc.- que, sumados a los altos funcionarios de la administración y a los dignatarios eclesiásticos, constituían el sector que ocupaba el pico más alto de la estructura social colonial. En este sector coexistían los españoles nativos que alcanzaban un reducido número y el creciente sector de criollos o españoles americanos que iban engrosando las filas de la clase principal.

Pese a la preeminencia de la población autóctona, los peninsulares controlaban el aparato institucional, tanto público, como administrativo y judicial. Pero ya comenzaban a perder espacio en el

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control del poder económico donde iba surgiendo una elite de procedencia criolla.

Los sectores populares, que constituían el sector mayoritario de la población, estaban formados por población de diversa procedencia donde cada vez más iba predominando el mestizaje racial y cultural.

La crónica escasez de mano de obra fue solucionada en un primer momento por la incorporación de brazos indígenas en las encomiendas y las mitas, pero también la introducción de esclavos negros se incentivó en la zona durante el siglo XVIII. El censo realizado en la ciudad de Buenos Aires en 1778 muestra que, sobre un total de 24.363 habitantes, la población de la ciudad, está compuesto en su gran mayoría por negros y mulatos esclavos (Moreno, 1965).

Una polémica que se entabló entonces entre la población española –y que aun subsiste entre las clases sociales más altas de nuestra sociedad- estuvo centrada en la laboriosidad del indio, que más adelante fue extendida también al criollo. Se decía entonces que la encomienda era el único camino posible, capaz de transformar a los desganados hombres americanos en útiles instrumentos del progreso y del crecimiento económico.

Un defensor de los sistemas de trabajo implantados por los españoles nos cuenta, a fines del siglo XVIII, las ventajas que los mismos traían a nuestras tierras:

“en breve tiempo fundaron los indios una experiencia bien acreditada de que no era posible llevar adelante, ni aun conservar, la labor y beneficio de la mina, si se dejaba a su arbitro el trabajar o no en ellas. Su abatimiento en que nacieron y se criaron de andar errantes, sin propiedad y vivir en la escasa cosecha de sus cosas silvestres, su ninguna policía y peor

educación, lo arrestaron sensiblemente a los vicios connaturales de la embriaguez, de la idolatría y del adulterio, separándose de todo ejercicio lucrativo y honesto”.

(Cañete y Domínguez, 1791)

En todos los tiempos, los intentos de dominación de cualquier pueblo o comunidad fueron acompañados por argumentaciones que mostraban las grandes ventajas que el Imperio dominante traía al pueblo sometido y el estado de barbarie en el que hubieran permanecido los atrasados colonizados si se negaban a las ventajas civilizatorias del progreso que aparejaba el proyecto imperial.

Pero en el caso del indígena, y más tarde del criollo, esta denigración se extendió más allá de las mismas estructuras económicas en que apareció la justificación. Los argumentos han permanecido en el tiempo y se han trasladado a los descendientes de aquellos, escuchándose aun en el presente los mismos calificativos para valorar a los sectores que cargan con las peores desigualdades del sistema de organización del trabajo.

Muchos historiadores han insistido en la escasa laboriosidad de los indígenas y su resistencia a la integración activa al sistema de organización económica, y que en muchos casos se explicaron como características inherentes a estos pueblos –heredadas de los modos de vida anteriores a la conquista- los cuales no habían podido se transformados por los nuevos modelos económicos que trajo consigo la colonización.

En este plano de la polémica le ofrecemos a Ud. a continuación un testimonio de aquellos tiempos, que no está motivado por la búsqueda de una mayor justicia social, sino más bien por el interés de proveer a la Corona de una organización económica más eficaz. Se trata del informe secreto elaborado por Jorge Juan y Antonio de Ullos en 1749, presentando al gobierno español después de un viaje

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realizado entre 1735 y 1746, y que será uno de los aportes sobre los que se apoyará la Reforma Administrativa de Carlos III en la búsqueda de una organización del sistema colonial más eficiente.

En este informe de autores discuten con aquellos españoles que pensaban que la mita era el único instrumento apto para que los indios no se consumiesen en la pereza, y que si eliminaba dicho sistema sería imposible trabajar las haciendas. Para que comprendan qué tipo de gratificación reciben los indios por el gran esfuerzo que realizan los autores proponen una comparación para entender la situación: “Supongamos en España establecido el régimen en que los ricos obligaron a los pobres a trabajar en beneficio suyo sin recibir paga alguna ¿qué voluntad tendrían de hacerlo?”.

A partir de plantear el cuestionamiento al sistema vigente, describen las condiciones en que se desarrolla el trabajo que en realidad los aborígenes son “lentos, dejados y espaciosos”. Pero también confirma el informe que cuando ellos encuentran una realización e interés han demostrado una dedicación muy diferente al trabajo.

Es común sentir en todos aquellos países, y particularmente en los de la sierra, el que si los indios no hicieran mita serían perezosos, y que no se podrían trabajar las haciendas; mas ésta es una falsa suposición, como hacemos ver. Pero ¿qué se podrá esperar que digan aquellos a quienes tanto interesa que haya mita? Ellos dicen que sin ellas no se podrían mantener las Indias, y que si los indios no tuvieran esta sujeción se sublevarían, suponiendo que el no hacerlo es por lo muy oprimidos que los tienen los españoles. Estas y otras falsedades semejantes son fabricadas por la malicia para disculpar la tiranía; pero aun suponiendo cierto lo que ellos pretenden ¿Qué ley

ni qué razón puede haber para que no se les de lo necesario par el sustento, para ya una política tan bárbara que pueda autorizar tal opresión. Encubierta de allá (que nosotros hemos descubierto algunos), se procede con la inocencia de que son ciertos, mirando al bien común y subsistente de aquellos reinos.

Para que se vea la malicia con que vienen los informes de allá ponderando la pereza y lentitud de los indios, volvamos la atención a las haciendas que no tienen el beneficio de la mita, o donde es muy corto el número de mitayos. ¿Dejan éstas de trabajar por eso? No por cierto; pues con algún costo más que las otras tienen todos los indios que necesitan, sin otra diferencia que la de recibirlos a jornalo diario; y aunque el jornal que les ofrecen no sea más de un real diario; paga que apenas es suficiente para mantenerse, no la desprecian, porque se ayudan con el trabajo de las mujeres, y cuando no tienen trabajo particular a trabajar en que ocuparse para el beneficio de ellos mismos, están puntales a trabajar por el real. Esto prueba que trabajarían aunque no se les precisarse a ello por el medio en las haciendas al jornal diario, aunque sea el bajo precio de un real, los trescientos días del año importarían 37 pesos y 4 reales, y con esta cantidad no tendría el dueño de la hacienda más que una persona que le trabajase, cuando por el establecimiento de la mita, dando menos de la mitad a cada uno en los 18 pesos, tienen además de la rebaja del precio, que es tan considerable, el beneficio de servirse de una familia entera.

Lo que acabamos de decir no se opone a lo que hemos referido en el primer tomo de la historia de

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nuestro Viaje, tocante a la naturaleza, propiedades y costumbres de los indios: pues no hay duda de que son flemáticos y que cuesta mucho el hacerlos trabajar, pero esto proviene en gran parte de que toda aquella nación está tan displicente y agraviada del trato que recibe de los españoles, que no es mucho el que todo lo hagan de mala gana. Supongamos en España establecido el régimen de que los ricos obligasen a los pobres a trabajar en beneficio suyo sin recibir paga alguna: ¿Qué voluntad tendrían de hacerlo? Pues considérese ahora cuánta menos tendrá aquellos infelices, martirizados con un continuo castigo que solo pudiera sufrir una nación tan poco advertida, o aquellos que aherrojados lo sufren por necesidad y como pena de sus crímenes.

En innegable que en los tiempos presentes demuestren los indios, muy poca afición el trabajo, porque, naturalmente, son lentos, dejados y espaciosos; pero también es cierto que cuando conocen utilidad propia su pereza no les sirve de estorbo. Las reglas de gobierno y economía de aquellos países están instituidas sobre un pie tan malo para los indios, que siendo igual a utilidad que les resulta de trabajar o de no hacer nada, no es extraño el que su flaqueza se incline más al lado de la pereza que al de la actividad. Este no es un vicio exclusivamente índico, es connatural a todos los hombres; examínense las naciones mas cultas del mundo, y no se hallará entre todas una que se esfuerce en los trabajos e industria sin el incentivo de algún adelantamiento; y todas aquellas que vemos más laboriosas son las que más se estimulan de la utilidad. Para los indios es lo

mismo ganar dinero a costa de su sudor y fatiga, que no ganarlo; porque el interés que les resulta de ello es tan pasajero en sus manos que nunca llega el caso de disfrutarlo; porque cuando más trabajan y agencian, tanto más rápidamente pasa de su poder al de los corregidores, al que los curas y al de los dueños de las haciendas. A vista de esto, ¿quién podrá culpar a los indios de flojos y perezosos, y no a los españoles de aquellos países de tiránicos, impíos y codiciosos?

Por el mismo orden que se les quita a los indios la posesión de las tierras que les pertenecen, hallándose endebles y sin apoyo, prueba lo que actualmente está sucediendo en Quito. Entre los conventos de monjas que hay en esta ciudad, hay uno de Santa Clara, fundación real, el cual se hizo para que las hijas de los caciques pudiesen tomar el hábito en él, porque, aunque indias nobles, no querían admitirlas en las otras comunidades; y habiendo llegado sus quejas a noticia de Su Majestad, determinó se fundase éste para ellas. Las cacicas que habitaban el convento eran pocas, y, para aumentar el número de religiosas, resolvieron ellas admitir desde el principio a las españolas que quisieran entrar en su comunidad; pero cuando el número de éstas creció un poco, tomaron el mando del convento, y ya no quieren admitir más cacicas entre ellas como religiosas, siendo así que se fundó el convento par éstas; y solo en caso de mucho empeño condescienden en tomarlas en calidad de legas, eso es, de criadas, con la gracia de que vistan el hábito. Algunos caciques, y entre ellos uno de los que conocíamos, no queriendo convenir en que su hija tomase el hábito de lega, sino como

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religiosos de coro y velo negro, y hallando repugnancia en las otras monajas, dieron sus quejas a la Audiencia, pidiendo al protector que los defendiese; pero nunca pudieron conseguir su intento, porque no hallaron ni en el tribunal, ni en el protector, la justicia y protección que deseaban.

Supuestos los males referidos, falta ver si se podría encontrar algún remedio a tantos daños.

Solo se ofrece a nuestras ideas un recurso, que podrá parecer extraño por no estar puesto en práctica. Esto consiste en que las plazas de protectores fiscales con los mismos honores, autoridad y privilegios que están anejos a ellas al presente, se proveyesen en los hijos primogénitos de los caciques. Esta idea, que al mirarla de repente parece monstruosa, porque nunca se ha visto propuesta y que, al parecer, presenta grandes inconvenientes, si bien se miran, no son más que puros fantasmas de la imaginación: porqué después de una madura reflexión, dando ella misma a entender que el único modo de que se consiga el cumplimiento de todo lo que la piedad de los Reyes de España tiene dispuesto con tanto acierto a favor de los indios, es este, y que no podrá hallarse otro que le dispute la preferencia. Este sería el único remedio para que los corregidores no los hostilizasen tan desenfrenadamente; para que los curas entrasen en razón y para que los dueños de haciendas, los mestizos y demás castas no lo ultrajasen tan inhumanamente. Pero ya se ve saltar a los ojos el primer impedimento, y el más poderoso que la depravada intención de sus opresores tiene prevenido contra tan admirable providencia, pues como esto no les hace cuenta a

ninguno, tardarían poco en fulminar falsedades atroces para hacer durable tiranía.

Lo primero que harían para derribar a estos protectores sería pretextar que con la demasiada autoridad que se les daba, y con la grande protección que tenían los indios, saldrían de su encogimiento y se sublevarían, haciendo un rey de su nación. Este es el fantasma con atemorizan, para que no se inmute el gobierno que ellos han entablado con tanta sinrazón.

Si se pudiera tener algún recelo de sublevación de alguna clase de gentes en las Indias de aquella parte meridional, debería recaer esta sospecha sobre los criollos o sobre los mestizos, lo que, entregados a la ociosidad y abandonados a los vicios, son los que causan disturbios; pero como hemos de tratar sobre este punto en particular, lo dejaremos para un capítulo correspondiente.

Determinado, pues, el punto de que los hijos primogénitos o seguidnos de los caciques fuesen los protectores de los indios, sería preciso revestirse en los primeros años de una grande paciencia, y de una confianza muy completa a favor de la quietud de los indios, persuadiéndose con firmeza a que todo lo que expondrían contra ellos los ministros, jueces y particulares, no era más que artificio para destruir la dicha providencia.

Supuesta la deliberación de conferir las protecturías en los primogénitos de los caciques, se había de disponer que desde la edad de ocho años los enviasen sus padres a otros reinos, y que en ellos se les enseñasen las primeras letras, y que después se repartiesen en los colegios mayores a hacer los cursos regulares de filosofía y leyes, y los de la teología todos aquellos que quisiesen.

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Con esta providencia se arraigarían en la fe, y serían capaces de instruir en ella sólidamente a los demás indios cuando volviesen a sus países: y para que su manutención acá no perjudicase al Real Erario, se podía cargar a los indios en medio real más de tributo al año, y no hay que lo contribuían muy contentos para este fin.

Hecho el curso de los estudios, se habían de proveer las protecturías en los que fuesen más aptos para el ministerio, según los informes que se tuviesen de los colegios, tanto de sus aprovechamientos en las ciencias, como de la regularidad de su conductas; y se debería observar que el de una provincia fuese nombrado protector en otra distante, para apartarlos del amor de la misma patria, quedando su arbitrio, después que recayese en ellos el cacicazgo, dejar la garnacha e ir a gozarlo, o permanecer en el empleo, renunciando el cacicazgo en su hermano inmediato interinamente hasta que fuese tiempo de que su hijo mayor pudiese entrar en él, porque se había de declarar incompatible el ser protector fiscal de indios y cacique a un mismo tiempo, a menos que por convenir que permaneciese alguno en la protecturía, le dispensara el Monarca que nombrase teniente siempre y cuando le pareciese el patrimonio, con precisión de que recayese la elección en indio noble, o por lo menos exento de la pensión de tributos.

Dijimos que se habían de traer a España los hijos de los caciques desde una edad tan tierna, para que acá se instruyesen en las primeras letras, en las humanas y ciencias, para lo cual hay varias y fuertes razones: 1. el apartarlos del desprecio y odio con lo que los españoles de su

edad los tratarían en las escuelas de allá, bastante para que no aprendiesen nada. 2. para que se aprovechasen de la enseñanza de los maestros, la cual no tendrían allá, porque basta que sean indios para que todos tengan a desdoro el enseñarles, aun los mismo mestizos. 3. para que apartados de los vicios con que allá despiertan los entendimientos de todos, engendrasen en ellos nueva naturaleza las buenas costumbres, fuesen timoratos de Dios y celosos de sus conciencias. 4. para que contrajesen amor al Monarca, respeto a su soberanía y veneración a sus preceptos; y para que conociesen que la rectitud de su real justicia no pretende hostilizarlos, ni que se les agravie. 5. para que se hiciesen las propuestas por estos colegios sin parcialidad, y no se les defraudase el mérito suponiéndose ignorantes rudos e incapaces del ministerio que se les intentaba conferir. 6. para que sus entendimientos se habilitasen con la comunicación con gentes distintas de las allá en modales, costumbres y trato, y para que concibiesen amor a toda la nación.

A aquellos que descubriesen malas inclinaciones, genios altivos o ánimos belicosos, se les debería inclinar acá al servicio militar, para que embelesados con el honor de los ascensos no tuviesen deseos de restituirse a sus países, disponiéndose que los cacicazgos pasasen al hermano inmediato. Con esto se evitaría que fuesen a sus países a causar alborotos. Además que sería muy raro el que descubriesen esta disposición, porque naturalmente se inclina el genio de los indios a la pasibilidad y a la quietud que a la altivez y desasosiego.

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No quedaría defraudada esta idea por falta de aplicación ni de habilidad en aquellas gentes, antes bien podría ser que la delicadeza de sus ingenios s aventajase a los celebrados de por acá, según la mucha habilidad que se nota en ellos para hacer e imitar todo lo que ven, como se ha dicho en la primera parte de nuestra Historia. Si cupiera entre ellos el de un Garcilaso Inca; pero los indios puros no se han visto todavía en el caso de medir sus talentos en las letras, porque no se les franqueado las luces por medio de escuelas.

El caso analizado en la unidad anterior de las Misiones Jesuíticas puede servir como indicador elocuente de lo manifestado en el informe Ulloa.

Es decir, que en una situación en que les resulta igual la utilidad de trabajar o de no hacer nada, eligen negarse a colaborar. Y este no es un problema que aparece solo en los amerindios, sino en cualquier hombre que fuera sometido a una condición similar.

La pereza de los americanos en su dedicación a la actividad laboral ha sido más testimonio de una injustita en las relaciones de trabajo, que una actitud propia de los hombres de estas tierras. La vagancia de la que tanto se ha hablado en nuestra sociedad, haciendo referencia a los nativos, fue la manera pacífica, no violenta, de resistir al sistema de explotación instalado. Gastón Gori, afirma que

“la vagancia aparece en el antecedente histórico como un estado al que se inclina libremente el individuo como un rechazo a la ocupación en oficios o al conchabo de señores”.

(Gori, 1951, 9)

Para su autoevaluación

Estudiada con dedicación esta Unidad, le proponemos los siguientes puntos para orientar su aprendizaje.

Señales los cambios centrales que produjeron los Borbones en la política imperial española. Enumere las medidas y analice sus consecuencias en los territorios americanos.Describa los rasgos más notorios del nuevo modelo cultural que se introduce en España en el siglo XVIII.¿Qué consecuencias trajo en las relaciones con la Iglesia la presencia de la Ilustración en España? ¿Qué causas motivaron la expulsión de los jesuitas?Caracterice las modificaciones que se dan en la actividad económica, en la organización social y en la estructura productiva durante el siglo XVIII en a) Buenos Aires, b) El litoral, c) El interior.Identifique los diferentes sectores sociales que conforman la trama de la sociedad colonial.¿Cómo se justificaba entonces el sistema de explotación a que se sometía a los indios americanos? ¿Cuál era la visión española de la actitud de los indígenas ante el trabajo?¿Podría describir en la situación contemporánea juicios de valor similares a los que los españoles daban el trabajo indígena? ¿Cuáles son las causas que sustentan actualmente ese tipo de juicios hacia los sectores populares?

ReferenciasAssadourian, C. S., Beato, G., Chiaramonete, J. C. (1972)

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Ulloa, Jorge y Juan y Antonio de (1953) Noticias secretas de América, Mar Océano, Buenos Aires.

Unidad 4

Política británica en el Río de la Plata

1. Inglaterra y el orden económico de la Revolución Industrial

En la conformación de nuestras propias raíces, el pueblo interactuó con los principales protagonistas de la historia moderna. Nuestro tronco raigal no surgió en el aislamiento que acompaño el nacimiento de otros pueblos, sino que América aparece en la historia en el mismo momento en que esta entra en su faz de interrelación universal. Ya desde los primeros tiempos se entablaron relaciones con el nuevo sistema imperial que se gestaba en el planeta.

Inglaterra fue la vanguardia de la expansión e la Europa Moderna. Con su iniciativa comercial, militar y política introdujo en estas tierras los rasgos más característicos que emergían del modelo que se imponían en el hemisferio norte. Las tendencias de asimilación y de rechazo del nuevo orden moderno están implantadas en los albores e nuestra existencia cultural.

El fenómeno de la Revolución Industrial trajo consigo grandes transformaciones de la organización social y económica mundial que se hacen visibles ya desde los albores del siglo XVIII.

Se produjo una profunda transformación del sistema productivo: la introducción de nuevas técnicas y bienes de capital acompañados del surgimiento de formas organizativas diferentes permitieron en la

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actividad agropecuaria intensificar el uso del suelo e incorporar el cultivo de nuevos recursos naturales.

La incentivación del comercio se logró también gracias al veloz avance en los medios de transporte. El desarrollo del transporte ferroviario, la aplicación de la máquina a vapor y el metal al transporte marítimo generó la posibilidad de trasladar crecientes cantidades de mercaderías que se desplazaban desde territorios mucho más lejanos de menor tiempo. El transporte terrestre y marítimo creció multiplicando las posibilidades de comerciar con unidades de mayor peso y volumen.

Simultáneamente, el gran aumento del uso de la energía inanimada, en especial la proporcionada por la máquina a vapor, permitió una mayor flexibilidad par localizar la producción de bienes y servicios.

Estas transformaciones que condujeron a la aplicación de la ciencia y de la técnica a la producción económica, supusieron también múltiples cambios en la organización social. La instalación en Europa de los centros productivos en las ciudades desencadenó un proceso de migración del campo a la ciudad que originó el fenómeno de urbanización creciente de la vida social. El abandono de un modelo organizativo basado sobre la aldea campesina dio lugar a la aparición de centros urbanos que concentraban la producción manufacturera y la actividad comercial. Las relaciones de trabajo se organizaron a partir del contrato libre, donde aparece ya el nuevo sector hegemónico, la nueva clase capitalista que expandió su poder de lo económico a las formas institucionales y jurídicas: la burguesía.

Todas estas modificaciones tuvieron no solamente impacto en el seno de una nación particular, sino que pronto se trasladaron al contexto de la sociedad mundial. Variaron las relaciones económicas y también las fuentes y maneras de enriquecimiento así como de preservar la superioridad económica.

Gran Bretaña es, sin lugar a dudas, la potencia que orientó sus esfuerzos para insertarse hegemónicamente en el nuevo orden económico internacional.

Los primeros esfuerzos de la Inglaterra isabelina se dirigieron a favorecer el comercio marítimo intentando obtener los beneficios de una balanza comercial favorable a la manera mercantilista. Los reyes Jacobo I y Carlos I no regatearon medidas para intervenir enérgicamente a los efectos de proteger ese comercio reglamento por las famosas Actas de Navegación –de las cuales la más importante fue la de Cornwell en 1651- y por las que se eliminaba la competencia holandesa a partir de la intervención del estado británico en la protección de su economía nacional. Estas medidas fueron fundamentales para la prosperidad inglesa de los siglos posteriores.

Pero, ya desde los inicios de este proceso, diverso actores de la economía inglesa, comerciante y funcionarios vislumbraron con claridad cuáles eran las áreas que se debían intensificar en el curso de su propio plan de intervención en el mercado mundial. Ya hacia fines del siglo XVII, William Petty formulaba la clásica teoría de la división del trabajo que seria legítima tiempo después por la ciencia económica impulsada desde Gran Bretaña. “El paño es más barato cuando uno carda, otro hila, otro teje, otro estira, otro ajusta, otro prensa y embala, que cuando todas estas operaciones son realizadas toscamente por la misma mano”. (Pasarelli, 1973, 109).

Esta visión fue difundida como esquema que orientó la división internacional del trabajo. Aparecía ya claro cuál era el rol que debía reservarse el mundo central: generar una relación colonial estable que permita a los grandes centros controlar el comercio internacional, a partir de la explotación intensiva e indiscriminada de los recursos de los países periféricos, para originar fuentes de

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acumulación sin las cuales el proceso de expansión capitalista no hubiera sido posible.

La gran aspiración de Petty consistía en que Gran Bretaña aumentara sus exportaciones, pero haciendo jugar el impulso y estímulo de los factores de producción manufactureros. En un pasaje verdaderamente premonitorio y anunciador de la actitud que adoptaría Gran Bretaña en el siglo XIX, Petty escribió:

“Me atrevo a afirmar que si todos los cultivadores que no ganan actualmente más que seis peniques por día pudieran transformarse en comerciantes y ganar 16 peniques. Inglaterra podría tener la ventaja de no utilizar sus tierras más que para hacer pastar los caballos y las vacas lecheras, para convertirlas en jardines y vergeles. Esto es lo que sucedería, con toda seguridad, si el comercio y la industria llegaran a aumentar en Inglaterra.”

(Pasarelli, 1973, 103)

La perspectiva que se proponía claramente era que, entre dos países que comerciaban libremente, terminaría dominando el que vendía artículos fabricados, y resultará dominado el que solamente ofrezca materias primas. La conclusión que se desprende de la nueva división del trabajo internacional es que las potencias centrales desplegarán su capacidad de elaboración de productos manufacturados, que colocarán en el mercado internacional a cambio de las materias primas que provendrán de los países periféricos. En el contexto de este ordenamiento, las potencias hegemónicas van a intentar que cada región del Sur sea el proveedor de los insumos necesarios para alimentar toda la cadena de producción. De esta manera Inglaterra delineará el curso de su acción política, económica

y militar tratando de implementar su papel de centro industrial expansivo en el mercado internacional.

2. Comercio y contrabando en el Río de la Plata

La expansión de la economía británica rápidamente buscó su inserción en el espacio americano, ya desde los primeros tiempos de la llegada de España a estas tierras. La puja entre España y Inglaterra se dio tanto en el campo político como en el miliar, aunque la penetración británica en estos nuevos mercados marcó un objetivo permanente en el plano económico.

Desde 1713, a partir de la paz de Utrecht, España abre concesiones a Inglaterra, la cual se va a instalar, en la primera etapa, a partir de los asientos esclavistas. Esto favoreció también el incremento del contrabando de mercaderías.

“el contrato de Asiento, firmado en Madrid en marzo de 1713 como parte de la Paz de Utrecht, le dio a la Compañía de Mar del Sur la oportunidad de establecer vínculos comerciales con Sudamérica”.

(Graham-Yooll, 1985, 17)

Anteriormente, la presencia británica se había hecho presente a través de los corsarios y piratas, que operaban a todo lo largo de las costas de los territorios americanos de España y Portugal. En el siglo XVIII cedieron su espacio a las operaciones de las Compañías comerciantes.

La nueva situación creada en el mundo en el siglo XVIII trajo consigo la desintegración del monopolio comercial que España había intentado conservar en sus dominios. Múltiples factores conspiraban

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contra la posibilidad de España de resguardar un riguroso sistema de control.

El sistema monopólico implicaba que desde España debían partir las mercaderías y regresar a ella las naves cargadas con los productos intercambiados. Solamente los nacidos en la península podían dedicarse al tráfico y nada más que sus barcos estaban autorizados para tocar en los puertos americanos. Los diferentes dominios no podían siquiera comerciar entre ellos, salvo escasas excepciones.

Pero la debilidad de la economía peninsular atentaba contra la posibilidad de sostener este sistema. Para asegurar la atención del comercio y su resguardo requería poseer una flota mercante y de guerra poderosa así como una industria desarrollada con que responder a las necesidades de los mercados ultramarinos. Esta capacidad, que España no poseía, era la única posibilidad de mantener sus colonias aisladas de interferencias extraña. Por eso el régimen establecido legalmente distó mucho de la realidad.

Gran Bretaña adoptó la táctica de establecer puertos libres y bases de operaciones comerciales, a corta distancia de las fronteras del imperio español rodeando sus costas.

En función de lograr una vía accesible de penetración a los dominios españoles, Inglaterra privilegió durante todo este periodo el incremento de las relaciones angloportugesas. El tráfico con el Brasil fue el medio por el cual se aseguró de un adecuado conducto para acceder de los dominios españoles. El comercio ilícito que desde tempranos años ejercían los portugueses en la extensa e imprecisa frontera, que abarcaba desde el Paraguay hasta el Río de la Plata, recibió un sólido apoyo con la fundación de la Colonia de Sacramento en la orilla norte del río, frente a Buenos Aires. Desde su fundación en 1680, aumentó el contrabando, sirviendo de base de operaciones tanto a los portugueses como a sus aliados los ingleses.

Por otra parte la estrategia del contrabando se combinó con la conquista de concesiones comerciales otorgadas por el gobierno español. Señala Villalobos (1965,10)

“la actuación desmedrada de España en los conflictos internacionales y su inferioridad naval fueron motivos de muchas ventajas para sus enemigos y también para sus aliados, a un punto tal que el control sobre los territorios americanos pasó por momentos de total relajamiento, quedando estos abandonados a su propia suerte. La imposibilidad de atender el comercio de los dominios en los continuos periodos de guerra, fue causa de concesiones especiales que conectaron a las colonias con los mercados extranjeros, y por los contrastes militares, que, en vez de significar pérdidas territoriales, se redujeron más bien, a filmar las paces, en ventajas comerciales a favor de otras naciones”.

Pero el mayor obstáculo a la penetración económica inglesa no constituyeron las ordenanzas reales, o su política de restricción legal, sino más bien las características de la producción local. Ya en 1773 había indicios de que la afluencia de bienes británicos a la América española superaba la demanda de este mercado. La resistencia que se oponía a que continuara la expansión comercial inglesa surgía no tanto de las leyes españolas, que podían burlarse, como la realidad de la economía, que no podía eludirse. El mercado americano poseía un fuerte autoabastecimiento, al que resultaba muchas veces superflua la oferta externa.

No pocos de los problemas que tuvieron que enfrentar los intereses mercantiles en el interior del continente americano predecían directamente de la existencia de factores económicos

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locales decididos con firmeza a emplear su libertad para protegerse de la competencia extranjera. La estructura económica instaurad en la primera etapa del Imperio hispánico había privilegiado la instalación de centros productivos en el interior del continente que elaboraban las artesanías necesarias para satisfacer el consumo local. Como ya hemos visto, esta incipiente producción constituía en realidad el obstáculo más fuerte que debía sortear la competencia británica: las luchas que se desarrollaron durante el primer siglo de vida independiente fueron expresión de esta contraposición de intereses.

La nueva coyuntura favorece decididamente la producción agrícola y ganadera del litoral, que creció intensamente durante el siglo XVIII, mientras que la rústica industria del interior sufrió un cercamiento que pronto se convertía en franca competencia.

3. Intervenciones militares británicas en el Río de la Plata

Mientras se acentuaba la presencia económica inglesa en la región siempre circularon temores de una invasión militar. Buenos Aires era el último puesto del Imperio español, las fuerzas militares defensivas en la zona eran escasas, mal equipadas y poco entrenadas. De allí que se pensara que; teniendo un punto de apoyo en Buenos Aires, un ejército bien entrenado podía avanzar con facilidad hacia el norte a través del continente. Durante el siglo XVIII existieron rumores frecuentes de probables invasiones inglesas al Río de la Plata. Con los rumores aparecieron hombres que se suponían espías. Algunos de ellos eran personajes pintorescos bajo diversos disfraces: militares, mercaderes, científicos. Otros parecen haber sido

comerciantes que buscaban nuevos canales para sus negocios, pero que mantenían informados de los movimientos locales a los comandantes navales de la zona y al Foreign Office. Para la opinión general de la época, ningún comerciante británico se dedicaba solamente a sus actividades económicas, era además un agente del Reino Unido.

Pero en realidad, a pesar de las creencias que circulaban en el Río de la Plata, el viejo Petty, jefe del partido Tory que gobernó en Gran Bretaña desde 1783 hasta 1806, era enemigo de emplear la fuerza militar en esta región. Aleccionado por la pérdida de los Estados Unidos, sostenía que no era conveniente conquistar colonias españolas. Era más propicio alentar su independencia y comerciar con ellas como pueblos libres. Esta política era confirmada por otro tory, George Canning, quien años más tarde desplegaría una activa gestión en estas tierras.

Las invasiones inglesas contaron con el apoyo del partido tory. La primera invasión resultó una expedición no alentaba ni autorizada por el gobierno de su país, lo que no quiere decir que, si hubiera tenido éxito, no contara todo el reconocimiento necesario. Se debió al impulso e imaginación el Comodoro de la Royal Navy, sir Home Popham. Esta personaje fue enviado al mando de una misión militar al cabo de Buenas Esperanzas, donde tuvo poca dificultad en derrotar a los holandeses.

Y si esto se podía hacer con Ciudad del Cabo, sometida en enero e 1806, ¿por qué no intentarlo con Buenos Aires y Montevideo? Las informaciones de los agentes ingleses revelaban del débil estado de defensa de lo puertos del Río de la Plata. Estos informes relataban que la población nativa estaba tan hostigada por su Gobierno que, si se declaraba el comercio abierto a todos los habitantes, estos estarían dispuestos a aceptar el dominio británico.

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Para llevar adelante la operación Popham pidió autorización a su Superior inmediato en el Cabo, el General Sir David Baird, quien en una carta dirigida a Castlereagh, fechada el 14 de abril de 1806, argumentaba:

“Considerado la posesión de una colonia en la costa de Sud América llena de incalculables ventajas, tanto para nuestra Nación como para la colonia en particular, y no necesito señalar a su señoría los peculiares beneficios a derivarse de esta oportunidad en nuestras manos, de abrir un nuevo y lucrativo cauce para la exportación de nuestra industria nacional, que al actual Gobierno francés tanto interesa obstruir y disminuir”.

(Street, 1967, 27)

El Coronel Beresford, ascendido a Brigadier, venía al frente de la expedición con instrucciones de erigirse en Vicegobernador y de pedir a los habitantes un juramento de fidelidad al rey Jorge III.

Beresford, al mando de 71º Ejército de Infantería, que era suficientemente conocido por sus brillantes campañas, tomó Buenos Aires, ante la desidia oficial que culminó con la huía de Sobremonte. La aparente calma inicial de la población se convirtió en un volcán alimentado por la vergüenza de los que no se doblegan al yugo extranjero. Curiosamente el pueblo argentino libró su primer combate militar contra el Imperio Británico, derrotando a la que entonces aparecía como la más poderosa potencia imperial del planeta.

El ejército argentino nació enfrentado a los ingleses y no a los españoles. La defensa movilizó a toda la población. Liniers permitió que cada hombre llevara sus armas a su casa, y puso a cargo de cada jefe las municiones de su unidad. De esta forma, en muy pocos días

se vio todo el pueblo armado. La participación, decidida ante la presencia del invasor inglés pareciera confirmar la hipótesis sostenida por Cárdenas:

“las eclosiones populares antiimperialistas, generalmente intuitivas, saben, para defender su país, donde se encuentra el enemigo con mucha más exactitud que los intelectuales desarraigados”.

(Cárdenas, 1969, 97)

Del espíritu y las características de los hombres que participaron de la gesta, un observador de la época relata:

“en cuanto a poderes físicos toda la población puede ser comprendida bajo una descripción: la de una raza atlética, viril y vigorosa, haragana y, sin embargo, capaz de soportar grandes fatigas, disipada cuanto los medios están a su alcance y alegres bajo privaciones, y capaces de ser soldados activos y enemigos peligrosos por la disciplina”.

(Gillespie, 1818, 122)

La segunda invasión tampoco fue de inspiración tory. Se realiza durante un interregno de gobierno liberal (wigh). En ese momento desde las autoridades británicas se había decidido hacer un esfuerzo mayor para capturar América del Sur, era la única alternativa que se abría ante la pérdida de mercados que había generado el predominio de Napoleón en Europa, que dio sus espaldas al comercio inglés, y la independencia de los Estados Unidos.

La segunda derrota militar persuadió de un modo más acabado a la opinión inglesa de los desaconsejable de un nuevo intento. El jueves 27 de agosto de 1807, el Times de Londres afirmaba:

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“las ventajas comerciantes que se derivarían del virreynato de Buenos Aires tal vez debieran considerarse como de importancia comparativa mucho menor. Hasta ahora los habitantes no han manifestado una disposición cordial a abrazar los intereses británicos. Conservar la posición del mismo siempre exigirá una fuerza considerable, y no son estos los tiempos mejores para que este país, si cuenta con algo de prudencia o previsión, pueda quedar despojado así de una guarnición que necesita para su propia defensa”.

(Graham-Yooll, 1983, 42)

4. Una estrategia de penetración más exitosa

A pesar de los fracasos militares, Gran Bretaña trazó una línea de operaciones desde la acción política y diplomática, así como los infaltables buenos negocios.

Pero no todo iba a ser derrotas en Sudamérica para los británicos. Un gran consuelo sería el traslado de la familia real portuguesa, amenazaba por las tropas francesas en Lisboa, hacia el Brasil. La instalación de la Corte portuguesa en Río de Janeiro en 1808, que llegó escoltada por la escuadra inglesa, significó una serie de concesiones para los comerciantes ingleses. Inglaterra también alentó a incrementar el contrabando desde las bases brasileras, dándose a Lord Stranford poder para conceder licencias al os barcos ingleses para comerciar con los puertos españoles.

Simultáneamente a todos los acontecimientos que se fueron desarrollando en la primera década del siglo XIX, fue creciendo en estos territorios la acción de una organización política, que aglutinó a

militares criollos miembros de las elites dirigentes a sus sociedades: la masonería.

La masonería tuvo su motor en la organización de la conciencia de la época detrás de los ideales del liberalismo político. Funcionó como una suerte de Iglesia universal, basada no en la fe, sino en la exaltación de la razón y el conocimiento científico. Sus seguidores abrazaron los postulados de libertad, igualdad y fraternidad. Surgida y alentaba desde los centros políticos de Inglaterra. A poco de andar, fusionará sus objetivos con los del Imperio Británico.

Esto no implica de ninguna manera que todos los patriotas que se enrolaran en sus filas fueran decididamente agentes británicos. Aún cuando algunos de los miembros de las logias de la región mostraron una indudable fidelidad a los intereses ingleses, como la acción de Rodríguez Peña cuando auxilia a Beresford a huir de su prisión. Sin embargo, muchos criollos supieron aprovechar la masonería para alcanzar los objetivos de la patria. Quizá San Martín sea el más claro ejemplo de alguien que se sirvió de los auxilios ingleses para arribar al país y emprender su gesta libertadora, pero no duda un momento cuando los intereses de la causa de la patria y rompe sus lazos con la masonería.

Esta forma de presencia británica se hizo mucho más gravitante a lo largo del siglo XIX cuando logran consolidar su peso en la región. Hasta mediados del presente siglo, solo dos presidentes argentinos no habían pertenecido a la masonería: Hipólito Irigoyen y Juan D. Perón.

Ya en 1808, Inglaterra perfila su postura más definitiva sobre el Río de la Plata, estableciendo dos objetivos convergentes: el apoyo a todos los esfuerzos por lograr la independencia de América del dominio español y la profundización: de todas las formas de presencia comercial en el continente. El primer objetivo se encontraba ante la imposibilidad de hacerlo política pública ya que,

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desde la invasión de Napoleón a España, esta se había convertido en aliada de Inglaterra en Europa. Al principio de la guerra en la península, el gobierno inglés dejó a un lado el asunto del Río de la Plata (excepto el contrabando que protegía) Mantuvo así la intención, de que una vez concluida favorablemente la guerra contra Napoleón y profundizaría la alianza con España, y conseguiría así el comercio libre por un tratado.

Mientras tanto, el comercio inglés había crecido abundantemente desde el periodo de las invasiones. Junto con las fuerzas inglesas, llegaron a Montevideo 70 naves mercantes y alrededor de 2.000 comerciantes, que instalaron tiendas en todo Montevideo y dirigieron cargamento a la campaña y hasta el mismo Buenos Aires. En un periodo de tres meses solamente, entraron en la aduana de Montevideo mercaderías por valor de 756.000 libras esterlinas.

El 2 de agosto de 1809 asume Cisneros como Virrey, sucediendo a Liniers. Ya desde principios de 1809, George Canning obtiene, a cambio del apoyo a la revolución andaluza contra el invasor francés, un tratado anglo-español que otorgaba facilidades notorias en el plano comercial. Para poder conseguir la libertad de su patria, la Junta Central de Sevilla abría estos puertos sin obstáculos. El tratado Apodaca-Canning establecía expresamente las concesiones al comercio inglés, al igual que el Imperio Británico ya lo había obtenido de la corte portuguesa en e territorio de Brasil, a cambio de la ayuda militar inglesa para derrotar a Napoleón.

La presencia de Cisneros en Buenos Aires es acompañada también por los navíos ingleses, que venían avanzando desde Río de Janeiro. La tercera invasión inglesa, la economía, era comandada por Lord Strangford, el embajador inglés en Río, quien reunirá desde ese centro de operaciones los contactos diplomáticos, la relación con los agentes de la masonería, así como también el vínculo con los hombres de negocios.

El nuevo giro en la política británica respondía a un plan largamente elaborado y del que tenemos abundantes testimonios que dan cuenta de ello. Uno de ellos es el extenso memorando del 15 noviembre de 1809, que se halla en el expediente de Foreign Office 72/90, redactado por Charles Stuart para el Ministro de Relaciones Exteriores inglés. Dice en su parte final:

Hemos garantizado la integridad de los dominios españoles por el tratado con los actuales mandatarios de ese país, y esa estipulación nos impide tratar de obtener territorio a sus expensas. En este respecto nuestros objetivos difieren de los de Francia y los Estados Unidos, pues nosotros no deseamos tomar territorio. En cuanto a las restricciones a nuestro comercio en Sudamérica, éstas no se mencionan en el los beneficios futuros de ese comercio.

Nuestras manos están, por lo tanto, libres, y podemos hacer con Sudamérica los arreglos que sean indispensables a nuestra seguridad e interese después de lo cual debemos exigir y arrancar de España, sin demora, un comercio libre. Los deseos de poscolonos que forman una población doble de la de la madre patria, serán entonces órdenes: solo la conformidad por parte de España podrá impedir la influencia francesa (el más peligroso modo de hacer un cambio radical) pues aun cuando la Gran Bretaña ayudará a España en una determinación para rehusar las demandas de los colonos, éstos, naturalmente unirían sus intereses con los de nuestros enemigos, y las con poco gasto o trabajo de nuestra parte, podrían haber sido exclusivamente nuestras.

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La admisión de diputados de América en la Junta Central, más bien acelerará el evento; si de admiten representantes de cada colonia, harán su voluntad por mayoría. Una representación reducida será suficiente para hacer conocer su fuerza y sus agravios, mientras que, al mismo tiempo, verán la debilidad y aprenderán a despreciar la oposición de aquellos que impiden su mejoramiento.

El aumento de poder e influencia de nuestros rivales (Estados Unidos y Francia) puedan esperar de tal conexión, no puede serle indiferente al gobierno inglés. Si descuidamos la gran oportunidad actual, de arrebatarles estas ventajas, en Adelina no podremos intervenir, y tendremos que someternos a los males resultantes e un nuevo sistema de cosas. Toda tentativa para evitar el mal será infructuosa cuando seamos víctimas de nuestra propia imprevisión.

Existía la convicción de que Francia, Estados Unidos e Inglaterra eran los posibles contendientes en aseguramientos de ventajas en los extensos territorios coloniales de España ante el resquebrajamiento de su poder imperial.

Desde Inglaterra se temía la alianza de los intereses franceses en cuanto a que podían llegar a acuerdos en los territorios aun en conflicto en el norte del continente americano. En este momento los ingleses sentían el efecto desfavorable en la opinión criolla que habían ocasionado sus aventuras militares en el Río de la Plata, aunque confiaban en su superioridad naval y en las condiciones de su crédito comercial. La alternativa era clara par el Reino Unido: favorecer la independencia de estas colonias y obtener el favor de sus nuevos gobiernos hacia el comercio libre. Para esto era preciso teje:

una estrecha alianza con sectores que alcanzarían mayor beneficio de esta apertura comercial.

Para su autoevaluación

¿Qué transformaciones se dan en el orden económico internacional en el siglo XVIII?En el marco de la división internacional del trabajo,¿qué papel asigna los países centrales?¿que aporte deben realizar los países periféricos?¿qué países resultan favorecidos de este intercambio desigual?¿La ciencia económica desempeña algún rol como legitimadora del orden establecido por las potencias imperiales?¿Desde qué bases de operaciones y con qué sistema de alianzas actuaron el comercio y contrabando ingleses en los territorios americanos de España?¿Qué dificultades encontró Gran Bretaña en la estructura productiva existente en América desde el periodo de los Habsburgo?¿las Invasiones Inglesas fueron parte de una estrategia planificada por el poder imperial británico?¿Cuál fue la respuesta criolla a la presencia de los ingleses en estas tierras?¿Qué política propone el documento del Foreign Office para acentuar la presencia británica en estas tierras?

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Referencias

Cailet-Bois, Ricardo (1933) “los ingleses y el Río de la Plata”, en Humanidades, tomo XXIII.

Cárdenas, Gonzalos (1969) Las luchas nacionales contra la dependencia, Ed. Galerna, Buenos Aires.

Ferns, H. S.; Gran Bretaña y Argentina en el siglo XIX.Gillespie, A. (1818) Cleanings and remarks collectd during

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Graham-Yooll, Andrew (1983) Pequeñas guerras británicas en América Latina, Ed. Legasa, Buenos Aires.

Muñoz, Pérez, José (1947) “la publicación del Reglamento de Comercio Libre e Indias de 1778”. En Anuario de estudios americanos, vol. IV, Sevilla.

Pasarelli, Bruno A. (1973) Colonialismo y acumulación de capital en la Europa moderna, Ed. Pleamar, Buenos Aires.

Ratto, H.R. (1945) Los comodoros británicos de estación en el Plata (1810-1852), Buenos Aires.

Roberts, C. (1938) Las invasiones inglesas del Río de la Plata (1806-1807) y la influencia inglesa en la independencia y organización de las provincias del Río de la Plata, Buenos Aires.

Scalabrini, Ortiz, Raúl (1940) Política británica en el Río de la Plata, Ed. Reconquista, Buenos Aires.

Studer, Elena (1958) La trata de negros en el Río de la Plata durante el siglo XVIII, Buenos Aires.

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Módulo II

EL CICLO DE LA PATRIA

Desde los primeros momentos del siglo XIX, se abre en nuestra historia un periodo done la voluntad de independencia se cristalizó en un espacio geopolítico que serviría de base para la realización del proyecto de los argentinos. En estos años, por entre la confusión de los acontecimientos, predominó un solo objetivo: fundar la Patria. La energía estuvo puesta en asegurar un patrimonio, que es lo que significa la patria en última instancia.

Con el movimiento emancipador nuestro pueblo buscar perfilar nuevos horizontes. Para ello el punto de partida se fijará en establecer un patrimonio geográfico, un ámbito físico delimitado, que sirviera de escenario y de sustento de la construcción social del Sujeto colectivo.

El proyecto de los Libertadores, delineado por Mariano Moreno en su Plan Revolucionario de Operaciones, lo concretará luego San Martín en su campaña al Perú. Por esta razón ha quedado en la memoria San Martín como el padre de la Patria.

En la Unidad 5 veremos el nacimiento de la Patria considerando las líneas que ya venían desplegándose en la conformación del movimiento independentista y que hacen eclosión en la primera década del siglo. Desde esta perspectiva se tendrán en cuenta los antecedentes de autonomía presentes ya en la conciencia colectiva, que se vieron alentados por las ideas y la nueva situación internacional que impulsaron la ruptura del dominio español.

La Unidad 6 establece los fundamentos desde los que se encaró la construcción de un sistema de poder autónomo. En este sentido aparece como actor privilegiado Mariano Moreno, quien desde los primeros momentos del nuevo gobierno patrio propuso un plan para garantizar los recursos humanos y materiales que estuvieran al servicio del proyecto común.

En la Unidad 7 se abordarán las guerras de independencia, las cuales significaron un profundo proceso de movilización social. En el frente oriental nos detendremos en la figura de Jorge Gervasio de Artigas, considerando su lucha simultánea contra españoles y portugueses. Y en el frente noroccidental seguiremos los pasos de José de San Martín quien en su campaña libertadora derrota a los españoles en la retaguardia de su instalación en la región.

La Unidad 8 anticipa los dos modelos de país que se corporizan ya al culminar la primera década revolucionaria. Surgen así claramente dos perspectivas políticas, económicas y culturales desde las que se propone diseñar el rostro de nuestra patria. La contradicción entablada entre Unitarios y Federales expresa las distintas formas desde las que se pensaba la instalación en el nuevo contexto internacional.

Por último, se estudiará en la Unidad 9 la secuencia política en que se plasmaron los proyectos estudiados en la Unidad anterior. Centraremos el abordaje en dos personajes que signaron las líneas del desenvolvimiento nacional: Rivadavia, en la década del veinte, y Rosas, cuya acción pesó hasta mediados de siglo. Ambos concretaron dos versiones que intentaron grabar en el molde del panorama político y social las líneas que se contrapusieron en le debate interno.

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Unidad 5

El nacimiento de la Patria

1. Líneas preparatorias de la gesta independentista

Hacia finales del siglo XVIII, una serie de procesos convergentes van a contribuir a conformar el marco histórico en el que surge el movimiento independentista americano.

Mientras Inglaterra acentuaba su Revolución industrial, que modificaba sustancialmente su sociedad, se incrementaba en enfrentamiento en el plano político y militar con la Francia conducida por Napoleón Bonaparte. Este, por su parte, había transformado la esencia de la Revolución Francesa y, mediante sus conquistas militares, había logrado hacer de Francia la potencia dominante en el continente europeo. De este modo, el curso mismo de los acontecimientos la llevó a asumir el papel de líder del bloque de naciones que intentaban detener el avance imperial napoleónico.

En América del Norte, mientras tanto, las antiguas colonias inglesas se habían independizada de la tutela británica e iniciaban una marcha dirigida a consolidar su conformación como federación organizada y su expansión hacia el oeste. Y en la del Sur, el territorio americano que dependía de la corte lusitana seguía atentamente el desarrollo de los acontecimientos europeos.

El Reino de Portugal continuaba así su vieja tradición de atar su destino al éxito de las armas inglesas, su economía estaba totalmente subordinada a la de Inglaterra, y la invasión a su territorio por parte

de Napoleón determinó la fuga de la corte portuguesa a sus colonias en América.

Luego de tres siglos de dominación española, comenzaban en América a vislumbrase signos de agotamiento de la estructura colonial. Las innovaciones y mejoras realizadas por los reyes borbones, lejos de contener el evidente deterioro, aceleraron la disolución del sistema imperial español.

Paralelamente a estos sucesos, en el seno de la sociedad colonial, un anhelo de autonomía crecía en las elites criollas. Los jóvenes educados en las universidades americanas, que habían bebido la savia de la teoría suareciana, recibían también los escritores de Montesquieu, Locke y Quesnay. De esta manera, las ideas del pacto social, de la división de poderes, de la soberanía del pueblo y de la fisiocracia fueron absorbidas por los hijos de las clases altas hispanoamericanas, integradas por comerciantes, propietarios, mineros y terratenientes. Las obras leídas y analizadas, criticadas y recreadas, en el marco de la situación americana fueron conformando el casamiento intelectual desde donde los revolucionarios americanos cuestionarían el sistema imperante.

En la última mitad del siglo XVIII, el mundo colonial hispanoamericano fue el lugar donde se desarrollaron una multitud de asociaciones que buscaban la difusión de las líneas de pensamiento que se venían gestando. Pensadores, escritores, abogados se agrupaban en Sociedades Literarias, en Amigos el País y expresiones similares. Desde estos centros se fomentó el debate teórico sobre cuestiones políticas, así como sobre las innovaciones técnicas que encontrarían su canal de expresión con la aparición de diversos periódicos, desde donde intensificaron su prédica. La política, la economía y las artes de ejecución adquirieron una importancia que hasta entonces no habían tenido. La metafísica y la escolástica fueron dejando lugar a las ciencias nuevas.

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Este panorama de novedades continuas burlaba la censura impuesta a los libros prohibidos que eran introducidos por los mismos barcos españoles. Los célebres navíos de la Compañía Guipuzcoana de Caracas eran el medio a través del cual los catedráticos ponían a disposición de los estudiantes las ideas de la Europa de la Revolución Francesa.

Los estudiantes de entonces recorrían desde la doctrina social española establecida por el jesuita Francisco Suárez hasta las obras que entonces estaban en boga en el Viejo Mundo. Los claustros se convirtieron en el espacio donde creció la mentalidad de los futuros conductores de la emancipación americana.

El pensamiento del jesuita español Francisco Suárez (1548-1617l)

“quien define la soberanía popular sosteniendo que la autoridad proviene de Dios, pero que de alguna manera está depositada en el pueblo, quien la delega en los gobernantes”

(Farell, 1991, 11)

acompañó las líneas esenciales que inspiraban a los líderes de los movimientos independentistas. El sentimiento de autonomía y la fundamentación divina de la soberanía popular sirvieron de punto de afirmación en las comunidades criollas a la conciencia de su propio poder.

La influencia intelectual de Suárez en la América española se despliega desde fines del siglo XVI a través de la divulgación de sus obras y de la prédica de sus discípulos. En los distintos movimientos sociales pre-revolucionarios puede captarse cómo las señales preponderantes de este pensamiento penetraron en el alma de la conciencia colectiva.

Propuesta de trabajo

Le proponemos leer detenidamente el texto que sigue de Francisco Suárez extraído de su Tratado de las Leyes del Dios legislador. Luego de la lectura, señale:

- ¿Sobre qué principios construye el autor la fundamentación de su pensamiento?

- ¿Dónde reside la soberanía?- ¿Cuál es la misión de los gobernantes?

Fundamentos del PoderLib. III – Cap. I – Si hay en los hombres

potestad para dar leyes

1. Hablamos, como dije, de la naturaleza del hombre y de su potestad legislativa considerada en sí, no atendiendo ahora si por la ley divina le ha sido añadido o quitado algo, esto lo veremos después.

Y así, la cuestión es si los hombres, hablando por la sola naturaleza de las cosas, pueden mandar a los hombres, obligándoles con leyes propias.

La razón de durar e esto es que el hombre de su naturaleza es libre y a nadie sujeto, sino sólo a su Creador; luego el principado humano es contra el orden de la naturaleza y encierra tiranía. Se confirma por la experiencia, pues así fue introducido de hecho; y así de Nemrod se dice en el Génesis, cap. 10.

El comienzo a ser poderos en la tierra, y fue el comienzo de su reino Babilonia, a saber, por su fuerza y poder.

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Y asimismo de Alejandro dijo Lucano, que fue un ladrón feliz de tierras de tierras lo cual significó también San Agustin (lib. 4 de Civil, cap. 4): Y así, aquello de Oseas, cap.8: Reinaron ellos y no por mi; se constituyeron príncipes y no les conocí. Confírmase en segundo lugar por San Agustín (lib. 10 de Civil, cap. 515) quien comenta que Dios en el Génesis, cap. 1: Hagamos al hombre... para que domine a los peces del mar y a las aves del cielo y a las bestias de la tierra; mas, que no natural al hombre. Y por lo tanto, dice que los primeros justos no fueron reyes, sino pastores de ovejas, y fueron llamados tales. Y así también Gregorio (Lib. 231, Moral, cap. 10 u 11, y en la Pastoral p. 2 cap. 6), indica, que está potestad fue introducida y usurpada por el pecado.

En tercer lugar puede esto confirmarse por algunos testimonios en la Escritura, en los cuales se significa que solo Dios es el Rey de los hombres, legislador y señor. En Isaías, 33, se lee. El Señor nuestro juez, Dios es nuestro Rey, el Señor nuestro legislador; y en Jacob, cp. 4: Uno es el legislador y juez.

Por fin se confirma, porque no es verdadera ley sino la que obliga en conciencia; pero, un hombre no puede obligar a otro en conciencia, porque esto parece principalismo de Dios, que puede salvar y perder luego.

2. La razón se ha de tomar del filósofo (lib. 1, Poltic.) y la explicó Santo Tomás (del regim. Princ. Lib. 1 cap. 1) y elegantísimamente San Juan Crisóstorno (hom. 34 sobre la 1ª a los Cor.) u se apoya en dos principios.

El primero es que el hombre es animal social y apetece natural y rectamente vivir en sociedad.

Acerca de este principio hay que recordar lo que arriba dijimos, que hay doble comunidad de hombres, imperfecta o familiar y perfecta o política. Entre las cuales la primera es sobre todo natural y como fundamental, porque se incoa por la sociedad del varón y la hembra, sin cual no podría propagarse el género humano ni conservarse, por la cual razón se ha escrito: No es bueno que el hombre esté solo, y de esa unión se sigue próximamente la sociedad de los hijos con los padres, porque la primera unión se ordena a la educación de los hijos, al menos al principio y durante mucho tiempo de su edad, necesitan de la unión y sociedad de los padres, porque de otra suerte no podrían vivir ni ser convenientemente educados ni rectamente instruidos. Y a estas uniones sigue inmediatamente alguna unión de servidumbre y de dominio, porque moralmente hablando, necesitan los hombres de la ayuda y ministerio de otros hombres.

Y de estas tres uniones nace la primera comunidad de los hombres, que se dice imperfecta respecto a la política, aunque la familia es suyo perfecta en el orden da la gobernación doméstica o económica.

Mas, esta comunidad, como también dije arriba, no es suficiente para si, y, por lo tanto, en virtud de la naturaleza misma, es necesaria en el género humano la comunidad política que constituye al menos la ciudad y se componga de muchas familias; porque ninguna familia puede tener en si todos los ministerios y artes necesarios para la vida humana, y mucho menos puede bastar para conseguir el necesario conocimiento de todas las cosas.

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Además, porque si todas las familias estuviesen divididas entre sí, apenas podría conservarse la paz entre los hombres, ni se podrían rechazar ni vengar ordenadamente las injurias; y, por lo tanto, Cicerón (lib. De Amiciti) dijo, que nada entre las cosas humanas es más grato de Dios príncipe, que tengan los hombres entre sí la sociedad ordenada y perfecta que se llama, dice, ciudad. Y esta comunidad puede ensancharse en reino o principado por sociedad de muchas ciudades, lo cual e muy conveniente también al género humano, al menos para mejor ser, por las mismas razones aplicadas proporcionalmente, aunque la necesidad no sea del todo igual.

3. El segundo principio es, que en la comunidad perfecta es necesaria la potestad, a la que corresponda el gobierno a de la comunidad, lo cual, por sus términos, parece evidente de suyo. Pues, como dice el Sabio (Prov. 11): Donde no hay gobernador se aniquilará el pueblo; y la naturaleza no falta en las cosas necesarias; luego así como la comunidad perfecta es conforme a la razón y derecho natural, así también la potestad de gobernarla, sin la cual habría suma confusión en tal comunidad.

Se confirma por la proporción a toda otra sociedad humana; pues, porque la unión del varón y la hembra es natural, por eso se halla en ella jefe, que es el varón, según aquello del Génesis, cap. 3: Estarás bajo la potestad del varón. Por lo cual dijo Pablo a Tito, cap 2: Las mujeres están sometidas a sus varones, a lo cual añade San Jerónimo: por común ley de naturaleza. Parecidamente, en la otra unión de los padres y los hijos, el padre tiene por naturaleza potestad

sobre el hijo; y en la tercera, que es la de los siervos y señores, consta también que la potestad de gobernar está en el señor, como en el mismo lugar dice Pablo, y en la carta a los Efesios y en la carta a los Colosenses, que los siervos deben obedecer a sus señores como a Dios, porque aunque la unión de servidumbre no sea totalmente de la naturaleza sino por la voluntad humana; no obstante, supuesta ella, la subordinación y sujeción es debida por ley natural a título de justicia.

Y la sujeción de los hijos también tiene el mismo vínculo y fundamento natural, es decir, el origen natural, por el cual es más perfecta que por título de la piedad, y se declara en el cuarto precepto del Decálogo.

De donde sucede, por fin, que en la comunidad doméstica o familiar hay también por la misma naturaleza potestad proporcionada para regirla, la cual reside principalmente en el padre de familia. Y lo mismo es menester en cualquier comunidad de una sola casa, aunque no se funde en el vínculo matrimonial, sino en otro linaje de sociedad humana; luego, del mismo modo en la comunidad perfecta es necesaria la potestad gubernativa proporcionada a ella.

La soberanía popularCap II. En cuáles hombres existe

naturalmenteesta potestad de dar leyes.

1. la razón de dudar es, porque o está en alguno en particular o en todos o en toda la reunión de ellos.

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Lo primero no puede decirse, porque ni todos son superiores de los demás, ni por la naturaleza tiene algunos esta potestad más que otros, porque no hay mayor razón para éstos que para aquellos.

Lo segundo parece que tampoco puede decirse; ya porque de otra suerte todas las layes que emanasen de esta potestad serían comunes a todos los hombres; ya también porque no se ve de quién pueda tener toda la muchedumbre de los hombres esta potestad: pues no de los mismos hombres, que no pueden dar lo que no tienen: ni tampoco de Dios, porque no podía mudarse de sujeto aquella potestad, sino que necesariamente debería permanecer en toda la comunidad de los hombres en cuanto dura por sucesión perpetua; así como porque Dios dio la potestad espiritual a Pedro, necesariamente dura en él y en sus sucesores ni puede ser inmutad por los hombres.

2. Se ha de decir que esta potestad, por la sola naturaleza de ella, no está en ningún hombre singular, sino en la reunión de los hombres.

La conclusión es común y cierta, tomada de Santo Tomás (q. 90, art. 3 y q, 97, art. 3 ad. 3) en cuanto siente que el príncipe tiene potestad de dar leyes, potestad que a él traspasa la comunidad, como lo dicen y confiesan también las leyes civiles u lo enseñan Castro, Soto, Ledesma, Covarrubias, Navarro. La razón de la primera parte es evidente, la cual ha sido tocada al principio, a saber: que por la naturaleza todos los hombres nacen libres, y, por lo tanto, ninguno tiene jurisdicción política en otro, así como ni dominio; ni hay razón alguna para que se atribuya esto por naturaleza a éstos respecto de aquellos, más bien que al revés. Solo se podría decir que

Adán al principio de la creación tuvo por naturaleza el primado y consiguientemente el imperio sobre todos los hombres, y así que puede derivar de él, o por el origen natural de lo primogénitos, o por la voluntad del mismo Adán. Así, pues, dijo el Crisóstomo que de un solo Adán todos los hombres han sido formados y procreados, para significar la subordinación a un príncipe. No obstante, en virtud de la creación y origen natural solo puede colegirse que tuvo Adán potestad económica, no política; pues tuvo potestad sobre la mujer y luego la patria potestad sobre los hijos, mientras no fueron emancipados, y pudo también en el discurso del tiempo tener criados y familia completa, y en ella plena potestad, que se llama económica.

Más después que comenzaron a multiplicarse las familias y a separarse de Adán, ni por su sola voluntad, sino por la de todos los que convinieron en ella; así no podemos decir con fundamento que Adán por naturaleza tuvo el primado político en aquella comunidad, pues por ningunos principios naturales puede esto colegirse, porque en virtud de solo del derecho natural no es debido al progenitor que sea también ley de su posterioridad.

Y si de los principios de la naturaleza no se deduce esto, no podemos decir con fundamento que Dios por esencial don o providencia lo dio esta potestad, porque no tenemos de esto revelación alguna ni testimonio de la Sagrada Escritura. A lo cual se refiere también lo que en el capítulo precedente notamos, tomándole a San Agustín, que Dios no dijo hagamos al hombre para que mande a los hombres sino a los demás animales. Luego la

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potestad de dominar o regir políticamente a los hombres, a ningún hombre en particular ha sido dad inmediatamente por Dios.

3. De ahí se concluye fácilmente la otra parte de la afirmación, a saber: que esta potestad en virtud de solo el derecho natural está en la comunidad de los hombres.

Se prueba, porque está en los hombres, como se ha probado, y no en cada uno o en alguno determinado, como también se ha probado; luego en la reunión, pues la división es suficiente.

Mas para que se entienda esto mejor se ha de advertir que la muchedumbre de los hombres se considera de dos modos: primero, solamente en cuanto es un agregado sin orden alguno o unión física o moral, del cual modo no hacen un todo físico ni moral , y, por lo tanto, no son propiamente un cuerpo político y, por lo mismo, no necesitan de una cabeza o príncipe; por lo cual, en ellos considerados de este modo no se entiende todavía esta potestad propia y formalmente, sino a lo que sumo cuasi radicalmente.

De otro modo se ha de considerar la muchedumbre de los hombres, en cuanto por especial voluntad o común sentimiento se reúnen en un solo cuerpo político, por un vínculo de sociedad y para ayudarse mutuamente en orden a un fin político, del cual modo forman un solo cuerpo místico, el cual puede llamarse de suyo uno; y, por consiguiente, necesita él de una sola cabeza.

En tal comunidad, pues, como tal, hay esta potestad por naturaleza, de suerte que no se está en potestad de los hombres congregarse de este modo y no admitir esta potestad.

De donde, si fingimos que los hombres quieren ambas cosas, a saber: reunirse con esta condición y que no quedaran sujetos a esta potestad, habría contradicción y, por lo tanto, nada harían.

Porque sin gobierno político u orden a él no puede entenderse un cuerpo político, ya porque esta unidad surge en gran parte de la sujeción al mismo régimen y alguna común y superior potestad, ya también porque de otra suerte aquel cuerpo no podría ser dirigido a un fin y bien común, y, así, repugna a la razón natural que se de una congregación humana que se una a modo de un solo cuerpo político y que no tenga alguna potestad común a la cual tengan obligación de obedecer todos en comunidad y, por lo tanto, si aquella potestad no está en alguna persona determinada, es necesario que esté en toda la comunidad.

En tanto las nuevas ideas eran aceptadas y reelaboradas junto con la tradición escolástica por el sector social más acomodado, los sectores más humildes de la población colonial conservaban, anidad en su memoria colectiva, el recuerdo de cuando las odiosas diferenciaciones entre españoles metropolitanos y americanos no existían. El orgullo de pertenecer a una ciudad americana que había crecido gracias al esfuerzo conjunto, hasta ser equipada con las de la Metrópoli, estaba vigente. La memoria colectiva vitalizada el antiguo grito comunero: “¡Viva el rey y muera el mal gobierno!”.

Las sublevaciones indígenas en el Alto Perú se iniciaron bajo idéntica consigna, y se transformaron muy pronto en auténticas guerras sociales. Pero, ciertamente, significaban un llamado de atención uno para las autoridades virreinales como para la elite criolla.

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La inestabilidad acompañaba a los americanos en su ingreso al nuevo siglo. Los vaivenes de la situación europea impulsaban a los soberanos españoles hacia conflictos que no lograban dominar. España había resignado su lugar de primer actor dentro del Viejo Mundo. Las naciones principales utilizaban su poder en provecho propio, y en la primera década del Siglo XIX se profundizó aun más esta situación.

Los sucesos que se desarrollaban en la metrópoli española influían en forma directa en la región hispanoamericana. Las modificaciones llevadas a cabo por los soberanos borbónicos respecto al sistema de puertos autorizados para comerciar no aportaron soluciones a la economía metropolitana ni a la hispanoamericana. La falta de políticas destinadas a proteger las industrias americanas fue la causante de una serie de contradicciones: si España entraba en guerra, la consecuencia inmediata era el aumento de la producción industrial local; lo contrario, los periodos de paz preanunciaban épocas muy duras para las industrias asentadas en América. El sostenimiento de la economía metropolitana estaba basado en las colonias: éstas debían enviar las materias primas y convertirse en el principal consumidor de las producciones españolas. Bajo este precepto, no faltaron oportunidades para responsabilizar a las autoridades reales de todos los males que sufrían los habitantes de las colonias.

Las burguesías comerciales americanas, que habían crecido al amparo de tres ejes: el comercio legal, el contrabando y la corrupción, se enfrentaban abiertamente con las disposiciones realas. Las rebeliones de los mantuanos caraqueños y de los comuneros del Socorro en Nueva Granada son ejemplos en este sentido.

A pesar de haberse sofocado las situaciones más críticas, no se dio respuesta efectiva a los reclamos de los sectores afectados, con lo que permaneció el problema a toda su magnitud.

Distintas fueron las respuestas que recibieron desde el gobierno las sublevaciones indígenas. En estos casos, la represión alcanzó picos de extrema violencia. Sin embargo, tales sublevaciones reunían a sectores que excedían a las comunidades aborígenes: mestizos e indígenas lucharon juntos contra las autoridades virreinales.

“Artesanos, comerciantes, miembros amenazados de la antigua burocracia, corregidores, usurpados de tierras soportaban simultáneamente el ataque, y reaccionaron en forma consecuente contra los recién llegados y sus exigencias”.

(Cornblit, 1985, 37)

Presentando el marco internacional y el local de principios del Siglo XIX, creemos necesario realizar una breve reflexión. El hombre común del Virreynato ¿era realmente consciente de la complejidad de los cambios que se estaban produciendo? En esta pregunta resumimos todos los aspectos que hemos analizado; y en su respuesta pensamos que se halla encerrada una e las claves de interpretación más claras que permiten comprender el desmoronamiento del dominio español en América. El pueblo comenzaba a percibir signos de agotamiento en el modelo colonial: no eran solo en suceso los que lo demostraban, sino también en mayor profundidad ese sistema. Y en estas críticas subyacía la memoria colectiva que indicaba la posibilidad de renunciar a obedecer a las autoridades carentes de legitimidad: el concepto de soberanía estaba presente en los actos cotidianos que configuraban el estilo de vida de la sociedad americana.

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2. La ruptura del dominio español

Un conjunto de sucesos precipitó de alguna forma la explosión independentista que marcaría el colapso del Imperio Español en América. La ciudad-puerto, orgullosa capital del Virreynato del Río de la Plata, había producido las transformaciones interiores necesarias para posibilitar la realización del hecho revolucionario.

En el punto anterior de esta misma unidad marcábamos la existencia de antecedentes que evidenciaban el progresivo deterioro de la estructura colonial impuesta por el poder metropolitano español. No existió generación espontánea en el movimiento de Mayo, no es el momento original, sino el punto en la que se produjo la ruptura irreversible con el poder político establecido. Poco a poco, cada una de las variables se coloraron exactamente en la posición adecuada y, juntas, provocaron e impulsaron un nuevo sistema. Un ordenamiento, que debía transitar un sendero plagado de problemas, con una multitud de cuestiones a enfrentar y resolver.

Buenos Aires contaba con una definida distribución social que acompañaba las actividades económicas propias de los distintos sectores que la conformaban. Los descendientes de los antiguos fundadores fueron trasladándose poco a poco desde el centro hacia las afueras. La zona de quintas abarcaba desde la actual Avenida Callao hacia el oeste. Allí, en las orillas, las principales actividades comprendían tanto la fuente de aprovisionamiento de alimentos de la ciudad como la prestación de servicios a la misma. De esta zona se nutrieron las milicias urbanas que enfrentaron triunfalmente a los ingleses en sus fallidos intentos de invasión.

El centro de la ciudad era el ámbito donde convivían cuatro grupos perfectamente diferenciados por sus actividades: los funcionarios reales, situados en casas cercanas a la zona de la Plaza Mayor; los comerciantes, que tenían sus domicilios y negocios

alrededor de las precedentes; el grupo de profesionales que desempeñaban sus tareas en las casas comerciales y también como auxiliares del aparto administrativo colonial; y, junto a estos tres grupos, un reducido número de esclavos negros, que prestaban sus servicios en las casas de las familias más encumbradas realizando tareas domésticas.

En el seno de esta sociedad se constituyeron diversos grupos políticos, con variantes en cuanto a ideologías y proyectos. De esta forma se empezaron a perfilar los enfrentamientos futuros. Los sucesos acaecidos en la primera década del Siglo XIX apresuraron el desenlace. Cada sector impulsó el hecho revolucionario desde una posición propia, buscando prevalecer sobre el resto. Fue muy compleja su interrelación, pero todos, excepción hecha del sector de los funcionarios reales, convenían en el agotamiento que se manifestaba en la estructura de la dominación española.

Las Invasiones Inglesas fueron un disparador de la crisis. Como consecuencia de ellas, un organismo municipal, el Cabildo, asumió la decisión de enfrentar abiertamente a una autoridad mayor, como era en ese caso el Virrey Sobremonte, designado por el mismísimo monarca español. En esta disputa, el “común”, es decir, los vecinos, a través de la institución que los nucleaba, consiguieron imponer su criterio a la autoridad avalada por el rey.

Lentamente, la burguesía mercantil porteña fue adquiriendo conciencia de su poderío; pero, junto a ella, y también como consecuencia directa del fallido intento de dominación inglesa, apareció como factor de decisiva importancia el sector militar urbano. Su presencia significó que una nueva variable hacia irrupción y que debía ser contemplada en cualquier proyecto con pretensiones de éxito. Los intelectuales entendían que el momento de lograr el acceso al poder se avecinaba; sus distintas visiones los hacían fluctuar ante el abanico de posibilidades que se abrían. Los

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funcionarios reales observaban como su influencia decrecía continuamente, y, alarmados, esperaban las noticias que llegaban desde la Metrópoli.

La coyuntura internacional se presentaba favorable para la propuesta, ya que desaparecería la autoridad real en España como consecuencia de la invasión francesa. El sector comercial buscaba a través del acceso al poder político consolidar su preponderancia en el ámbito económico.

Los militares también percibían el derrumbe del aparato original y buscaban en los grupos de intelectuales el sustento teórico que les permitiese lograr la remoción del virrey.

Por último, los intelectuales reconocían que sin el apoyo del sector militar era imposible pensar cualquier tipo de modificación; fue necesario entonces que las posturas sectoriales fueran dejadas de lado momentáneamente para reunirse bajo la conducción del grupo militar.

Además del bosquejo de posiciones que interactuando provocaron la revolución, no debe dejar de señalarse la activa presencia de injerencias externas –inglesas y portuguesas-, que, si bien no fueron determinadas, formaron parte del complejo esquema que inició el fin de la dominación española en estas tierras.

Los intereses económicos ingleses eran un factor de presión constante para las autoridades dependientes del soberano español.

“Los comerciantes ingleses representaban en el Plata la política oficial por el hecho de ir allí y abrir el camino extraoficialmente”.

(Street, 1967, 127)

Aun cuando la coyuntura internacional presentaba a la Corona inglesa auxiliando a España ante las imposiciones de Napoleón, en América sus intereses se contraponían.

El virrey Cisneros y sus funcionarios y favorecidos enfrentaban una encrucijada en la que, desde tres sectores, se trataba de influir sobre él para obtener ventajas que permitieran a unos prevalecer sobre otros. Mientras las comerciantes ligados al comercio con Cádiz sostenían la necesidad de preservar sus intereses bajo la cubierta que le otorgaba el proteccionismo, el sector comercial que había crecido al amparo del contrabando unió su destino al de los comerciantes ligados al amparo del contrabando unió su destino al de los comerciantes ingleses para impulsar juntos la institución de un régimen más abierto que los tendría por principales beneficiarios. El tercer sector hacía oír su voz mediante un documento, la Representación de Hacendados y Labradores, en la que mediante argumentaciones económicas, se impulsaba la apertura del comercio.

Establecido en Río de Janeiro, el representante de la corona inglesa en esta región, Lord Strangford, no desperdiciaba oportunidad para hacer sentir la creciente influencia inglesa en la zona. Utilizaba para este propósito la vía diplomática, y las autoridades españolas percibían el aumento de las presiones británicas sobre sus cada vez más débiles posiciones.

3. El movimiento revolucionario

En la concreción de la Revolución de Mayo convergieron una serie de factores en la que los grupos intervinientes anudaron alianzas momentáneas con el único objetivo de sustituir al sistema colonial español.

Paradójicamente, desde la ciudad que adquirió importancia a partir de la decisión emanada de la Corte española, Buenos Aires, capital del nuevo virreinato, surgió el movimiento destinado a extinguir el dominio hispánico en esta zona del mundo.

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Para concretar era revolución se conjugaron las posiciones más disímiles. Los distintos grupos de poder y factores de presión, aunaron sus esfuerzos posponiendo sus diferencias de fondo. Era imprescindible conquistar el poder para decidir desde esta nueva posición quién se apropiaba del agonizante aparto colonial.

“El establecimiento de la Junta en lugar del Virrey era sólo el prólogo político de una revolución más fundamental, que habría de verificarse en las instituciones y en la estructura social de la comunidad.”

(Ferns, 1966, 84)

El cuerpo social porteño se aprestaba a dirimir sus cuentas pendientes con el poder virreinal. Cada sector de la sociedad asumió una posición propia frente a los hechos, y los intereses sectoriales quedarían evidenciados en la particular composición de la Junta de 25 de Mayo: la palabra que puede definirla es equilibrio.

Entre los componentes de la Junta estaban los más caracterizados representantes de cada uno de los grupos políticos que intervinieron en la Revolución.

Nuevamente, el Cabildo se transformó en el escenario donde se impugnó la validez de los títulos del virrey. Allí transcurrió el debate que selló el destino del virreinato; pero fue necesario que el sector militar manifestara su decisión de no sostener la autoridad virreinal para que el nuevo modelo político sustituyera al cuestionado.

“Nuevamente es la decisión de los jefes militares la que entregó la plaza a los descontentos. Los petitorios presentados llevan la huella de haber surgido, por lo menos en parte, en el marco de la organización militar urbana”.

(Halperín Donghu, 1972, 173)

En los argumentos jurídicos esgrimidos por los impulsores del cambio aparecía con claridad la pretensión de conducir desde Buenos Aires el futuro de los pueblos integrantes del virreinato.

El sector militar urbano se hallaba representando por Cornelio Saavedra. La importancia de la presencia del grupo estaba reflejada en el cargo que le correspondió a su jefe: la presidencia de la Junta y la conducción del aparato militar de antiguo virreinato.

Por su parte, el grupo perteneciente a la burguesía comercial había colocado a dos de sus hombres: Juan Larrea y Domingo Matheu como vocales. Y en cuanto los intelectuales, también tenían su lugar dentro el nuevo gobierno, aunque no constituían un grupo homogéneo: si Castelli era partidario de la independencia bajo la protección inglesa, Belgrano sostenía la solución carlonita (Mitre, 1902, 179-181).

En cuanto a Paso, conforme al estilo de su política, fluctuaba constantemente en sus posiciones, mientras que Moreno, que había participado en el grupo de Alzaga, llegaba a integrar la Junta con un pensamiento diferente, independientemente del resto.

Por último, Azcuénaga, aunque sin mando de tropa, también representaba como Saavedra, al grupo militar mientras que la Iglesia tenía en el presbítero Manuel Alberti su representación en el nuevo sistema político.

De esta manera se inició el derrumbe irreversible del poder español, desde la institución que en España aseguró la ocupación efectiva de las tierras reconquistadas a los moros: el cabildo.

El análisis precedente destaca la particularidad del movimiento de Mayo. Lo sucedido en Buenos Aires, en cierta forma, fue independiente de lo sucedido en el resto de la América española.

Pero ante los sucesos ocurridos en la ciudad de Puerto, las reacciones variaron de acuerdo con la región y con el sector social

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que se analice. Una generación puede presentar a los sectores de menores recursos como los más fervorosos adeptos al nuevo gobierno, mientras que el papel de oposición quedaría en manos de las clases más acomodadas. Esta simplificación solo adjudica roles y rótulos. La realidad fue mucho más compleja: hombres de uno y de otro sector sostuvieron las banderas que por su situación social les eran contrarias pero que, por convicción, necesidad o desconocimiento, hicieron suyas.

Uno de los ejemplos más claros en este aspecto lo muestra el desarrollo de la Revolución en la Banda Oriental. Mientras en Montevideo los sectores dedicados al comercio y los funcionarios reales tomaron decididamente partido por desconocer a la Junta de Buenos Aires, los sectores más humildes de la ciudad de adhirieron a la Revolución, de la misma manera que los habitantes de las zonas rurales, incluyendo a los hacendados.

En otras regiones interiores del Virreinato, las reacciones se manifestaron de diversas maneras. En general, la Revolución tuvo amplia repercusión y la adhesión fue casi unánime, exceptuando por supuesto, la de aquellos que con el nuevo gobierno perdían sus puestos y los privilegios anexos a los mismos. A ellos se sumaban los españoles asentados en estas tierras, que se sentían realmente alarmados ante la cariz que tomaba la nueva situación.

El papel de la Iglesia durante este periodo debe ser examinado a través de la conducta que los sectores eclesiásticos observaron. No existió una respuesta eclesial orgánica frente a la Revolución. El hecho de que los cargos más altos se hallaran desempeñados por españoles metropolitanos es un claro indicio de por que el Alto Clero fue reticente a prestar apoyo al movimiento revolucionario. En cambio, las órdenes y el Bajo Clero no solo fueron auténticos promotores del hecho, sin que, una vez producido el mismo se encargaron de la difusión de los preceptos revolucionarios. Uno y

otro sector participaron activamente en los preparativos, durante el momento de la ruptura y en el periodo de consolidación del movimiento.

Se iniciaba un tiempo diferente: era necesario que los proyectos que cada sector representaba fuesen expuestos y comparados. Una pugna distinta iba a dar comienzo, los enfrentamientos se sucederían y acompañarían el camino de las luchas de la Independencia.

“El claro no se improvisó revolucionario, como lo han proclamado los que, sin mayor bagaje de información, han hecho de la historia nacional un tema declamatorio. El clérigo que en 1810 se puso del lado de la Junta gestó su actitud en un largo proceso mental, iniciado primariamente en la consideración egoísta pero humana del achatamiento en que lo colocaba su dificultoso ascenso, y robustecido luego por las ideas, diré, científicas que, en el fuego de su conciencia, justificaban la rebelión contra la metrópoli”.

(Carbia, 1945, 23)

4. La Revolución en marcha

En síntesis, la Revolución de Mayo significó la respuesta que los grupos de poder preexistente articularon cuando, ante una coyuntura internacional favorable, se presentaron las condiciones adecuadas para producir la ruptura con un ordenamiento que en la primera década del siglo XIX denotaba su inminente derrumbe.

Todos los ámbitos de la sociedad colonial sufrieron modificaciones luego de producida la Revolución, pero también cada sector social dispuso de la oportunidad para plantear sus coincidencias y divergencias, unos a través de instituciones, otros

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mediante su participación en los diversos grupos formados en el periodo.

Si bien el nacimiento de la Revolución se origina en la Ciudad de Buenos Aires, rápidamente se propagó por todo el Virreinato, con lo que perdió su carácter eminentemente municipal para adquirir categoría de movimiento integral, que alcanzó a todo el espectro social.

Las fuerzas desencadenadas por el movimiento revolucionario adquirieron tal magnitud, que los responsables del manejo político de la Revolución debieron prontamente intentar definir el proyecto a instalar en la región.

En el plano estrictamente político, la Revolución se transformó en el escenario donde las diversas corrientes fueron utilizadas con resultados disímiles.

La fuerza militar adquirió una preponderancia que se había ya perfilado desde las Invasiones Inglesas. Dentro de la nueva organización, le correspondía un papel definido: asegurar la Revolución enfrentado los principales focos antirrevolucionarios.

En el plano económico, se produjeron interesantes modificaciones. La disputa iniciada con la sanción del Reglamento de Comercio Libre de 1778 entre proteccionistas y librecambistas tenía con la Revolución un triunfador momentáneo: el librecambio, el cual, con el apoyo de los comerciantes ingleses, fue el sistema adoptado por la nueva conducción.

Pero quienes resultaron la postre los conductores del nuevo sistema político surgieron de las filas de los intelectuales. Estos hombres, que habían participado de las tertulias políticas en toda la etapa previa de la Revolución, maniobraron de tal manera que s constituyeron en un factor importantísimo para cualquier proyecto con posibilidades de éxito. Desde sus despachos, donde trabajaban ejerciendo sus profesiones, esta pléyade de profesionales se

encaramó hasta alcanzar la cúspide del nuevo gobierno. Fueron ellos los que produjeron las primeras decisiones que resultaron fundamentales, y desde ellos se iniciaron los primeros enfrentamientos entre los proyectos internos de la Junta.

La clase sociales más humildes percibieron de otro modo la Revolución, y es que en la conciencia colectiva se iniciaba un proceso de pensamiento en el cual se consideraba al momento de la Revolución como aquel en que la sensación de poderío y la satisfacción de haber enfrentado exitosamente a un invasor se consolidaba a partir de la decisión de romper lazos con el antiguo poder. Se consideraban partícipes de las decisiones adoptadas, las hicieron suyas y les añadieron un aditamento sentimental. Para estos sectores, la Patria se iniciaba con la Revolución; no renegaban del pasado donde se formaron, pero Mayo y el movimiento tenía para ellos las características de un nacimiento, el de la Patria, y debían empeñar sus esfuerzos para consolidarla.

La presencia de grupos políticos y el accionar de la milicia pueden dar la ida de que en Mayo de 1810 se produjo un golpe de Estado, o de que el movimiento revolucionario fue tan solo el producto de las acciones emprendidas por elites. Si así lo entendiésemos cercenaríamos toda participación popular, sin la cual este movimiento no hubiese sido posible, y le quitaríamos al evento la categoría de modificador integral de la sociedad del Virreinato.

La misma pugna que se desarrolló dentro de la Junta es el más claro indicador de que la Revolución no se agotaba en los diversos grupos de militantes. Mientras se sucedían las apariciones y desapariciones de las tendencias, el movimiento revolucionario continuó su desarrollo. El camino inaugurado en Mayo era irreversible; las elites buscaron el predominio del poder, pero en la sociedad el espíritu desatado a partir de la Revolución se transformó en el verdadero sustento desde donde se gestó la independencia. Las

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guerras de emancipación son prueba elocuente de la movilización social causada.

El concepto final pensamos que puede expresarse en los siguientes términos: más allá de los reducidos grupos que intentaron conducir al movimiento independentista, existió una conciencia revolucionaria en la sociedad de las nacientes Provincias Unidas, y fue a través de esa conciencia como se desarrolló un cambio sustancial que desembocó finalmente en la ruptura total con el antiguo orden.

En este análisis se muestra que en la Revolución de Mayo no existió una única causa que la provoque, sino que la convergencia de distintas situaciones proporcionó el marco apropiado para que se produjese. Dentro de este esquema se puede observar a las elites tras la conquista del poder político; pero también podemos apreciar que el movimiento revolucionario, una vez insertó en el seno de la sociedad, comienza su desarrollo más pleno. El pueblo asumió los sacrificios que implicaba llevar adelante el proceso; de allí el éxito que alcanzó como expresión de libertad de nuestra sociedad.

Para su autoevaluación

- ¿Qué corrientes de pensamiento incidieron en los hombres del movimiento independentista?

- Caracterice las líneas centrales del pensamiento suareciano.- Describa la situación internacional en Mayo de 1810. ¿Cómo

favoreció la ruptura de las relaciones con España?- Caracterice la actitud de los diversos grupos sociales que

componían la sociedad porteña y sus movimientos para adherir al proceso iniciado en 1810.

- Explique la importancia que alcanzaron los grupos militares.

- Encuadre a cada uno de los miembros de la Primera Junta en los grupos políticos que intervinieron.

Referencias

Carbia, Rómulo (1945) La Revolución de Mayo y La Iglesia. Huarpes, Buenos Aires.

Comblit, Oscar (1985) Levantamiento de masas en Perú y Bolivia; en Sociedad y Estado en América Latina. Eudeba, Buenos Aires.

Farell, Gerardo T. (1991) Liberalismo, Iglesia y Nuevo Orden, Ed. del Encuentro, Buenos Aires.

Halperín Donghi, Tulio (1972) Revolución y guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina criolla. Siglo XXI, Buenos Aires.

Mitre, Bartolomé (1902) Revolución de Belgrano y la independencia argentina, tomo I 5ta. Edición, La Nación, Buenos Aires.

Palacio, Ernesto (1954) Historia de la Argentina, 1515-1936. Alpe, Buenos Aires.

Street, John (1967) Gran Bretaña y la independencia del Río de la Plata. Paidós, Buenos Aires.

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Unidad 6

Mayo. La construcción de un poder autónomo

1. Las distintas lecturas de los sucesos de 1810

Muchos acontecimientos de nuestra historia han despertado interpretaciones encontradas. Y tal vez Mayo 1810 sea una de las cuestiones que ha generado mayores desinteligencias entre las distintas corrientes historiográficas. Pero es preciso notar que aquellas disidencias sobre el pasado se sustentan en los desencuentros acerca del presente. Es decir, que lo que está en juego en las diversas compresiones de nuestra historia es en el fondo una manera de percibir los desafíos políticos y la forma de resolución que propuso cada tendencia en su momento.

A lo largo de las diversas interpretaciones que fuimos conociendo, Mayo fue identificado por algunos Caseros, como si la corriente federal hubiera tenido un sentido contrarrevolucionario. Mientras que, por otro lado, hay quienes afirman que lo acontecido en Mayo no fue una revolución, sino un golpe militar para seguir manteniendo estas tierras en la órbita española.

Para comprender de un modo integral la carga ideológica subyacente en las diversas lecturas historiográficas es importante ubicar a sus autores dentro del proyecto político que los ha inspirado. A modo de escueta síntesis, podríamos mencionar dos lecturas tradicionales, que han dado lugar más recientemente a complejas relecturas que matizaron intensamente estas posturas clásicas. Pero,

refiriéndonos a las dos lecturas fundamentales, podríamos caracterizarlas de la siguiente manera:

1. Lectura liberal. Esta posición interpretativa ha ocupado a tal punto el escenario académico que puede reconocérsela como la “historia oficial”. Su representante más conspicuo fue Bartolomé Mitre, y tras él se alinean Vicente Fidel López y todos aquellos que formaron parte de la primera generación que se ocupó de historiar nuestro pasado después de la batalla de Caseros.

Para esta corriente, la Revolución de Mayo fue un golpe inspirado en las ideas de la Revolución Francesa y realizado por un grupo de jóvenes intelectuales imbuidos de las ideas europeas más en boga entonces. El objetivo principal no siempre entrevisto claramente, era abrir nuestra economía al mercado mundial, y para ellos el numen de la Revolución fue Mariano Moreno.

Si examinamos con atención esta lectura, se convierte ella en la legitimación de los principios que enarbolaron los hombres que asumieron el poder, Lugo de la caída de Rosas, tratado de mostrar que los Héroes de Mayo habían asumido una posición similar a ellos.

2. Lectura revisionista. El revisionismo clásico niega el carácter de Revolución a los hechos de Mayo. Para sectores del nacionalismo católico de los años veinte y treinta, Mayo no es una ruptura de la pertenencia del Virreinato a la Corona. Al contrario, con los sectores militares, Patricios y Húsares se trataba de ocupar el espacio del poder vacante contra las pretensiones británicas y napoleónicas, sin ninguna intención separatista.

Según esta interpretación, para la cual Saavedra desempeñó un papel protagónico, tampoco en Mayo habrá pueblo. Esta posición, con diversas variantes, fue recuperada en los años veinte, cuando nacía un nacionalismo pro-hispánico que quería rescatar nuestras raíces ibéricas ante las pretensiones de la corriente liberal, más cercana a las interpretaciones anglofrancesas.

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En las últimas décadas se multiplicaron los estudios que permitieron aportar nuevas perspectivas a la compresión del nacimiento de nuestra existencia política autónoma. Desde la perspectiva de este trabajo, creemos que no es fácil hacer plena luz sobre los acontecimientos desde una interpretación simplista que recorte actores y complejas situaciones donde se interrelacionan intereses convergentes. Sin embargo, creemos que lo que se decidía en esos años era la existencia de la Patria, y nos acercamos a los acontecimientos para ver como el pueblo y sus dirigentes encararon el proceso de su fundación.

2. Los actores en la Primera Junta

Cuando se estableció la Junta, durante jornadas de Mayo, las coincidencias de los grupos que protagonizaron la Revolución terminaron abruptamente. Obtenido el acceso al poder, otras temáticas eran las acuciantes: había que reemplazar rápidamente al gobierno dispuesto a dilucidar cuál de los proyectos sustentados por los integrantes del nuevo gobierno habría de imponerse. Escribe Floria (1975, 279)

“En efecto, el Estado es el primer objetivo de los revolucionarios: se trata primero de recuperar sus estructuras y luego de modificarlas.”

El grupo de intelectuales que integraban la Junta como vocales y secretarios respondían a las características generales descriptas en la Unidad anterior. Recibidos en las universidades americanas, aunque algunos lo hicieron directamente en España (Belgrano), se habían formado en el conocimiento de las Nuevas Ideas articuladas sobre la tradición escolástica.

Dentro de este grupo uniformidad en cuanto a cómo sustituir al a autoridad virreinal. Mientras Castelli provenía del antiguo sector que buscaba el entendimiento con Gran Bretaña el cambio en la estructura política, Belgrano, su primo, que había sido miembro del Consulado en los tiempos de Liniers y Cisneros, era uno de los partidarios de la solución carlotista.

Carlota Joaquina, hermana de Fernando VII de España y esposa de Juan, príncipe heredero del reino de Portugal, aparecía como alternativa ante la prisión del monarca español. Los carlotistas proponían establecer la regencia de la princesa, con lo que el Virreynato estaría resguardado por las tropas portuguesas y las de sus aliados ingleses.

El abogado Paso, un profesional sin clara identificación partidaria, era miembro habitual de las tertulias políticas que tenían lugar en el Café de Marco. Sus posiciones eran cercanas a las de Castelli y su exposición en el Cabildo Abierto el 22 de mayo había resuelto un trampolín para situarlo en el escenario político. El fue quien sostuvo la tesis de que Buenos Aires debía actuar como hermana mayor frente a la emergencia.

En tanto Moreno, el mejor abogado de la época, que tenía un pasado ligado al grupo encabezado por Alzaga y se había distanciado de las posturas radicales el ex alcalde, era una incógnita a develar con el tiempo.

La burguesía comercial había conquistado dos lugares en la Junta, y sus representantes debían operar cautelosamente ante los restantes grupos. Su proyecto era el más fácil de identificar y explicitar, y partía de la necesidad, para los intereses del grupo, de asegurarse condiciones ventajosas en las políticas que se instrumentarían desde el gobierno.

El sector militar, con su jefe, Cornelio Saavedra, en la presidencia de la Junta, se encontraba convencido de poder imponer

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sus criterios al resto de los grupos. Se basaban para ese convencimiento en las demostraciones de fuerza aliadas en el pasado, done siempre inclinaron con su sola presencia las decisiones en uno u otro sentido. No alcanzaron a elaborar un proyecto propio, sino que se limitaban a apoyar o rechazar las propuestas de los otros sectores.

“En mayo de 1810, el ejército urbano había sido el alma del movimiento revolucionario, no solo porque controlaba el poder militar necesario para lograr el asentimiento de las autoridades al cambio de régimen, sino, más aún, porque proporcionó el marco organizativo dentro del cual se gestó el partido revolucionario”.

(Halperín Donghi, 1979, 219)

En la Junta convivían una gran diversidad de proyectos. Esto llevaba a un equilibrio inestable, que se descubría inmediatamente al examinar la composición del cuerpo. Esta conformación sería puesta a prueba durante, ya que los problemas precipitaron sobre el nuevo gobierno. Era necesario que se dieran respuestas urgentes y eficaces para asegurar la prosecución de la acción emprendida.

En el seno de estas contradicciones surgió Mariano Moreno, quien, asumiendo la conducción del movimiento revolucionario, se convirtió en el nervio y motor del nuevo gobierno. De esta forma, su iniciativa evitó que la Junta se empantanase en su accionar.

El sello distintivo que el Secretario impuso desde el comienzo fue la celeridad en la respuesta a los desafíos que se presentaban, y cuyo fruto mayor de fue la formulación de un plan que contemplaba una variada gama de actividades y la decisión de extender la causa revolucionaria a todo el territorio del Virreinato. Era preciso que la decisión municipal, asumida en la ciudad de Buenos Aires, de desconocer al Virrey fuese promovida, aceptada y seguía por los

habitantes de las distintas regiones del interior, antes de extender la Revolución hacia las otras posesiones españolas.

Entre las acciones más destacadas que emprende Moreno como Secretario están las siguientes:

- Crea la “Gaceta” como órgano de difusión de la Revolución.- Ahoga y reprime los primeros intentos

contrarrevolucionarios.- Como Secretario de Guerra, organiza las expediciones al Alto

Perú y Paraguay.- El 18 de julio, se le encargará secretamente la redacción de

un Plan de gobierno, que presentará el 31 de agosto como “Plan de Operaciones”, del que nos ocuparemos especialmente en esta unidad.

- Organiza un club secreto de jóvenes discípulos suyos, que luego de su destitución se convertirá en la Sociedad Patriótica.

Moreno es una de las figuras de nuestra historia en torno de la cual más se ha discutido. Las alternativas han variado según los presupuestos ideológicos desde los cuáles juzga su obra cada autor. En este debate, inclusive, no se aceptan como suyos algunos escritos que lo colocarían en una posición difícil de digerir desde cada postura.

Pero no interesa tanto aquí detenernos en las diversas interpretaciones que sobre su figura se tejieron; es mucho más positivo presentar cual era su visión desde el análisis de sus escritos.

Con la finalidad de presentar la perspectiva de Moreno respecto a la Revolución, pasamos a continuación al examen de lagunas de sus obras en que se proponen las líneas predominantes de la estrategia de asumir en ese momento.

3. El Plan Revolucionario de Operaciones

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Este plan ha sido objeto de múltiples polémicas entre nuestros historiadores. Tanto Paul Groussac como Ricardo Levene negaron que fuera obra de Moreno. Pero la investigación histórica posterior ya no pone en duda la cuestión.

El pensamiento político contenido en el Plan coincide plenamente con los escritos de la Gaceta y los decretos firmados por él desde su cargo a la Junta.

El documento propone las ideas que servirán para encarar un conjunto de operaciones que han de “poner a cubierto el sistema continental de nuestra gloriosa insurrección”. Un análisis temático del mismo discierne sus aspectos más importantes al respecto: Conducta interna del gobierno, Sublevación de la Banda Oriental, Reconocimiento internacional y Sublevación del Sur de Brasil. Dentro de este esquema se preconiza la aplicación sistemática de políticas secretas tanto en el orden interno como en el externo.

La primer temática expuesta es la convicción que tiene Moreno de la necesidad de instrumentar desde el gobierno el rigor en el castigo a los miembros de la sociedad que impidan por su acción o su indiferencia el progreso de la Revolución. Descalifica rotundamente la moderación como la tolerancia y reivindica el rigor y la pena capital como medios idóneos para alcanzar el fin deseado.

Para poder apreciar correctamente esta fuerte apelación al terror por parte de Moreno, es preciso conocer cuál era el clima global en que se desarrollaba la discusión entonces. Según Rodolfo Puigrós,

“Estos [los enemigos de la Revolución] no reservaban a los patriotas mejor suerte. Léanse los documentos y la correspondencia de los jefes españoles, y se verá que nada tienen que envidiaren violencia a los citados pasajes del Plan”.

(Puigrós, 1960, 297)

Luego establece precisiones acerca de la conducción de la Revolución y del peligro que entraña para el gobierno que se privilegie el interés privado frente al bien general; y en el mismo párrafo, estampa una afirmación decisiva en esos momentos”… ya que la América del Sur ha proclamado su independencia para gozar de una justa y completa libertad…” (Moreno 1965, 28) y la que reitera un poco más adelante: “… para realizar la grande obra de la libertad americana…” (Moreno 1965, 30).

Moreno tenía muy claro que los sucesos de Mayo no eran una simple sustitución de autoridades; el nudo de la cuestión era la independencia, y no sólo del antiguo virreinato: Moreno habla de “emancipación americana”. Sobre como lograrla, lo explicita al escribir luego (1965,33):

“… miremos solo la Patria, y cuando la Constitución del Estado afiance a todos el goce legítimo de los derechos de la verdadera libertad, en práctica y quieta posesión, sin consentir abusos, entonces resolvería el Estado Americano el verdadero y grande problema del contrato social…”

Su formación intelectual aparece patente en este párrafo: el tema del contrato social y el problema de la organización de la sociedad tenían para Moreno solución a través de lo expresado en sus lecturas.

Ya en el articulado del Plan, y respondiendo a la subdivisión temática, el Plan de Moreno propone:

a) Realizar un diagnóstico de la sociedad en que se produce la Revolución a partir de la adhesión, rechazo o indiferencia que los individuos manifiesten. Y ejemplifica en cada caso cuál debe ser la actitud o seguir por el gobierno.

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b) Cómo debe ser la Junta utilizar la información y los medios de comunicación para crear un clima favorable el desarrollo de la Revolución.

c) El aumento de la recaudación pública con la finalidad de solventar los gastos del Estado, como medida necesaria para asegurar la libertad.

d) Prohibir el tráfico de esclavos, otorgarles la libertad y eliminar las discriminaciones raciales, con lo que se obtendrá la adhesión de este sector de la sociedad a la causa revolucionaria.

En cuanto a la sublevación a la Banda Oriental, Moreno, a través del Plan, indica claramente dónde se encuentra el foco contrarrevolucionario: Montevideo. Por esta razón, argumenta a favor de conseguir primeramente la adhesión de la zona rural. Para este menester indica los nombres de Rondeau y Artigas como los de los hombres más capaces y de mejorar predicamento para sublevar la campaña oriental.

En la obtención de víveres y caballada para el ejército revolucionario, expone la alternativa de la confiscación de los bienes de aquellos que militen en el bando contrario. En otro aparato sugiere el destierro para quienes no presten servicios a la Revolución y la condena al trabajo público si no aceptan aquél. En este caso, sugiere el alistamiento en el ejército.

El tema de las relaciones internacionales muestra una política ambigua con relación a España, es decir: informar que las modificaciones política realizadas fueron producidas con el propósito de preservar los dominios de Fernando VII a fin de entretener y dividir la opinión española hasta que la Revolución se consolide.

Con respecto al reino de Portugal, Moreno (1965, 58) distingue perfectamente cuál debe ser la estrategia a seguir. Indica expresamente la importancia de lograr el concurso favorable de

embajador inglés en Río de Janeiro, “… que es el resorte más esencial y principal que gobierna y dirige…”

La política a desarrollar frente a Inglaterra es mucho menos precisa que las anteriores. Por una parte, reclama la protección inglesa, cediendo inclusive a esa nación la isla Martín García como retribución, y en otro momento reconoce que todas las relaciones generadas por Gran Bretaña tienen como meta la expansión de su comercio, por lo cual los acercamientos hacia los ingleses deben tener en cuenta este principio.

Se desprende del análisis de esta sección del Plan que Moreno caracterizó correctamente los elementos fundamentales que la política británica y simplificó bastante las posibilidades de desarrollo que tenía una propuesta como la planteada, ya que la Revolución no contaba con los medio suficientes para imponer su posición a la corona inglesa. De todos modos, el Plan presenta una alternativa frente a la situación que enfrentaba la Junta.

Moreno aparece así como el actor que más claramente delinea los pasos a recorrer para fundar la patria. Buscando una síntesis de su estrategia, podemos coincidir con Norberto Galazo, quien resume así los objetivos centrales que propone:

“1. Hay que buscar apoyo en Inglaterra, de manera que, sin comprometerse, equilibre la presión española y la francesa. Hay que usar la amistad inglesa mientras sea posible, sin desconocer los peligros que entraña tal política.

2. hay que fomentar el alzamiento del resto de las colonias españolas y lograr su unificación. En la unión residirá la fuerza que permitirá mantener la soberanía continental y crear un campo propio de desarrollo hispanoamericano.

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3. Hay que poner en marcha un programa económico nacionalista que saque el país de su modorra y le permita entrar en vías de verdadero crecimiento autónomo. “Un vigoroso impulso económico, movilizando todas sus riquezas, será suficiente para ponernos a salvo de todo vasallaje.”

(Galasso, 1963, 46/71)

A efectos de poder tomar contacto directamente con el texto, desarrollamos a continuación una:

Propuesta de trabajo

Transcribamos el Art. 6º de Plan de Operaciones, destinado a tratar las políticas que se deben abordar para fomentar los fondos públicos. Al respecto, le proponemos:- Establecer las medidas que postula Moreno para acrecentar los

ingresos económicos.- ¿Qué iniciativas propone en el campo de la industria y la

producción agropecuaria?

- 1º. Entremos por principios combinados, para desenvolver que el mejor gobierno, forma y costumbre de una nación es aquel que hace feliz mayor número de individuos; y que la mejor forma y costumbres son aquellas que adopta el mismo número, formado el mejor concepto de su sistema; igualmente es máxima aprobada, y discutida por los mejores filósofos y grandes políticos, que las fortunas agigantadas de pocos individuos, a proporción de lo grande de un estado, no solo son perniciosas, sino que sirven de ruina a la

sociedad civil, cuando no solamente con su poder absorben el jugo d todos los ramos de un estado, sino cuando también en nada remedian las grandes necesidades de los infinitos miembros de la sociedad; demostrándose con una reunión de aguas estancadas, cuyas no ofrecen otras producciones sino para algún terreno que ocupan, pero si corriendo rápidamente su curso bañasen todas las partes de una a otra, no habría un solo individuo que no las disfrutase, sacando la utilidad que le proporcionase la subsistencia política, sin menos cabo y perjuicio

- 2º. También sentaré el principio, para después deducir que cuando se proyecta una negociación reflexionando su origen, medios y fines, e igualmente combinando sus resultados bajo de datos positivos y comprobados, de cuyos cálculos resulta evidentemente una cierta y segura utilidad, sería un entendimiento animado de la torpeza, aquel a quien proporcionándose todos los recursos necesarios para una empresa semejante, no la emprendiese por falta de ánimo y nimiedad de espíritu, y en consecuencia de ambos axiomas, contestando a la primera proposición digo:

¿Qué obstáculos deben impedir al Gobierno, luego de consolidarse el Estado sobre bases fijas y estables, par no adoptar unas providencias que aun cuando parezcan duras en una pequeña parte de individuos, por la extorsión, que pueda causarse a cinco o seis mil mineros, aparezcan después las ventajas públicas que resultan con la fomentación de las fábricas, artes, ingenios y demás establecimientos a favor del Estado y de los individuos que las ocupan en sus trabajos?

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3º Consiguientemente deduzco, que aunque en unas provincias tan vastas como éstas, hayan que como recaen las ventajas particulares en ochenta o cien mil habitantes, después de las generales, ni la opinión del Gobierno claudicaría ni perdería nada en el concepto público cuando también después de conseguidos los fines, se les recompense aquellos a quienes s gradúe agraviados, con algunas gracias o prerrogativas.

[Igualmente deduzco también de que sirven, verbigracia, quinientos o seiscientos millones de pesos en poder de otros tantos individuos, si aunque giren, no pueden dar el fruto ni fomento a un estado, que darían puestos en diferentes giros en el medio de su centro, facilitando fábricas, ingenios, aumento de agricultura, etc., porque a la verdad los caudales agigantados nunca giran ni en todo, ni siempre y, aun cuando alguna parte gire, no tiene comparación con el escaso estipendio que de otra manera podría producir el del corto derecho nacional, y tal vez se halla expuesto a quiebras, lo que en la circulación del centro mismo del estado no está mayormente expuesto a ellas; y resulta asimismo, además de lo expuesto, que haciéndose laboriosos e instruidos los pueblos de una república, apartándolos del ocio y dirigiéndolos a la virtud, prestan una utilidad con el remedio de las necesidades que socorren a los artesanos, fomentando al mismo tiempo cada país]

- 4º. En esta virtud, luego de hacerse entender más claramente mi proyecto, se verá que en una cantidad de doscientos o trescientos millones de pesos, puestos en el centro del Estado para la fomentación de las artes, agricultura, navegación,

etc., producirá en pocos años un continente laborioso, instruido y virtuoso, sin necesidad de buscar exteriormente nada de lo que necesite para la conservación de sus habitantes, no hablando de aquellas manufacturas que, siendo como un vicio corrompido, son de un lujo excesivo e inútil, que deben a exponer los medios que deben adoptarse para el aumento de los fondos públicos.

- 5º. En consecuencia, después de limpiar nuestros territorios totalmente de los enemigos interiores y asegurar nuestra independencia, tanto para cubrir los empeños del Estado, como para nuestros emprendimientos y demás que sean necesarios, débese, tomando las providencias por bandos, papeles públicos y beneplácito de todos los pueblos por sus representantes, proponiendo los fines de tal emprendimiento, manifestando las ventajas públicos que van a resultar tanto al pobre ciudadano como el poderoso, y en general a todos, poniendo la máquina del Estado en un orden de industria que facilitará la subsistencia a tantos miles de individuos, y es que después de estas precauciones políticos, se prohíba absolutamente que ningún particular trabaje minas de plata u oro, quedando el arbitrio de beneficiarla y sacar sus tesoros por cuenta de la Nación, y esto por el término de diez años (más o menos) imponiendo pena capital y confiscación de bienes, con perjuicios de acreedores y de cualquier otro que hubiere derecho a los bienes de alguno que infringiese la citada determinación o mandato, para que con este medio no se saque ni trabaje ocultamente en algunos destinos ninguna mina de plata u oro, y además los habilitadores, herederos y acreedores que tengan derecho a los

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bienes de algún individuo, lo estorben, celen, y no lo permitan, pues sin otra pena más, les cabrá la de sólo perder la acción que hubiera a ellos por haber infringido aquellos esta ley, incurriendo en un delito de lesa patria; cuanto queda reservado este ramo para adelantamientos de los fondos públicos y bienes de la sociedad.

- 6º. Además, para este efecto, tanto el Perú, como en los demás parajes de minas concedidas que se han trabajado hasta aquí, debe obligarse a todos los mineros a q se deshagan de todos los instrumentos, vendiéndolos al Estado por sus justas tasaciones, igualmente los repuestos de azogues y demás utensilios.

- 7º. En este estado ya, y habiéndose con antelación tomado las medidas capaces para proveernos de azogues, por mano de alguna nación extranjera, débese asimismo tratar la creación e las casas de ingenios, creando todas las oficinas que sean necesarias, como laboratorios, casa de moneda y demás que sea del caso, donde no las hubiese; omitiendo toda explicación por no se r de mi conato, y proveyéndolas de buenos ingenios mineros, trabajadores, directores, etc.

- 8º. Asimismo debe tratarse por comisiones de hacer nuevos descubrimientos minerales, mandando al mismo tiempo a todos los dichos de plata y oro comisiones para acoplar todo el tesoro posible; y en manos de cuatro años podremos, sin duda, adquirir fondos para la realización de los nuevos establecimientos.

- 9º. A la nueva moneda, dadas tales circunstancias, con arreglo al valor que ahora tiene, se le debe mezclar una parte, tanto al oro como a la plata, que le rebaje de su ley un 15 o

20 por ciento, con cuya utilidad debemos contar anualmente, pues siendo la moneda, como es en todas partes, un signo o señal del premio a que por su trabajo e industria se hace acreedor un vasallo, como igualmente un ramo de comercio, que probablemente se creó para el cambio interior con las demás producciones de en estado, es arbitraria su alteración cuando las circunstancias la requieren, y cuando se combine por un sistema ventajoso; véanse las historias antiguas de la Grecia, y se encontrará que en una de sus épocas, no solo desterró Licurgo en Lacedemonia (uno de sus establecimientos) toda una moneda de oro y plata, para refrenar la codicia y ambición, sino que introdujo monedas de fierro, que para llevar una sola necesitaban un carro (que son cien pesos nuestros). Estos calcularon mejor que nosotros los principios de la política sobre esta materia; cuando es notorio y evidente que el rey más poderoso tiene más enemigos, que por todos modos acechan para su ruina y que sólo la exportación y el cambio de los frutos es la única necesidad que tiene un estado para su completa felicidad, bien claro manifiesta esta máxima el buen régimen y costumbre del grande Imperio de la China. Trato de cortar este punto, porque siendo por otros principios más dilatado, nada diríamos aún cuando dijésemos algo que sea capaz de iluminar las razones que hay para adoptar este sistema; y también son las que hablaré por más extenso en la obra anunciada.

- 10º. Además, es susceptible que muchos europeos, cuya estirpe es la que en todas estas provincias obtienen los gruesos caudales, no adaptándoles el sistema, traten de emigrar

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llevándoselos al mismo tiempo o remitiéndolos por otros conductos que los pongan a salvo, vendiendo asimismo sus fincas y establecimiento, lo que causaría una grande merma a la circulación del Estado este grande cúmulo de exportaciones tan poderosas. En esta virtud debe nombrarse, en cada pueblo, una comisión de cuatro a cinco sujetos, a proporción de la población de cada uno, par que, en un término fijado, formen un estado de todos los caudales, bienes, fincas, raíces y demás establecimientos, con especificación particular de los de cada uno y lo presenten en dicho término al Superior Gobierno, quien inteligenciado de todos sus pormenores, debe mandar se publique por bando con la mayor solemnidad, irrevocable en todas sus partes, sin admisión de recurso alguno en la materia, constituyéndolos al mismo tiempo no por los sospechosos, sino por reos del Estado; y es que, en término de quince o veinte años, ningunos establecimientos, fincas, haciendas de campo, u otra clase de raíces puedan ser enajenadas, esto es, vendidas a ninguno, cuando no concurra la circunstancia evidente y comprobada que se deshace de alguna parte de sus bienes o del todo por una absoluta necesidad que les comprometa, pues en tal caso el que comprase dichos bienes sin el conocimiento del Gobierno y verificase la emigración de aquel que vendió y exportación de su valores, aunque sea pasado cualquier término, les serán decomisados para los fondos nacionales los mismos establecimientos, o sus justos valores; sobre este punto instruirán las restricciones o artículos que deben estipularse hasta fenecido el término de este mandato, sobre las ventas, compras y demás concernientes a la materia.

- 11º. Que igualmente todo negociante europeo, por el mismo término no podrá emprender negocios a países extranjeros, con el todo de su caudal, ni hipotecando establecimientos o raíces algunos, en cambio de otros frutos movibles, sin el completo conocimiento del Gobierno, sólo podrá girar con la mitad de su referido caudal que obtuviese, par que circulando la otra mitad en el centro del Estado, sea responsable y fiadora de aquella parte que extraiga con semejante fin.

- 12º. En los mismos términos, no podrá hacer habilitación préstamos a naciones, ni extranjeros si no es en la misma forma, y bajo las condiciones que par ello se impondrán, par que bajo de fraude alguno no puedan trasponer sus caudales a reinos extranjeros, ni disminuir de este modo el giro del centro del Estado.

- 13º. En la misma forma, si de alguna negociación en reinos extranjeros resultase alguna grande o total pérdida de aquellos fondos que extrajo, deben con todos los requisitos que se les obligue en las instrucciones que para estos fines se establecerán, probarlo ratificadamente y en la más debida forma, para levantar la responsabilidad a que estén sujetas las demás partes de bienes que quedaron a su fianza. Sobre estos puntos ya referidos hablaré extensamente en obra anunciada, como sobre los medios que debe adoptarse en el establecimiento de la casa de seguros nacionales, que debe crearse para las negociaciones a países extranjeros, de que podrán resultar grandes ingresos a los fondos públicos; como igualmente los casos en que el Estado será acreedor a heredar y recuperar las riquezas que salieron de su centro, de los que murieron sin herederos en la

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América, que deberán concurrir que, sujetos a ellos podrán también forzados aun cuando sean extranjeros.

- 14º. Puestas las cosas a la práctica con la eficacia y energía que requiere la causa, hallándose con fondos el Estado, debe procurar todos los recursos que sea menester introducir, como semillas, fabricantes e instrumentos, y comenzando a poner en movimiento la gran máquina de los establecimientos para que progresen sus adelantamientos, han de señalarse comisiones para cada ramo separados, sin que los establecedores de una clase de ingenios, tengan que intervenir en otra, sino cada tribunal atender el ramo sobre que le amplíen sus conocimientos, y de esta suerte detallándose los negocios, y atendiendo igualmente a todos, todos tendrán un igual movimiento, aunque unos sean más morosos que otros en la conclusión de su establecimiento, y establecidos ya se disolverán las comisiones particulares, creándose entonces un tribunal, que bajo de sabias disposiciones y leyes, abarcando todos los ramos, tenga conocimiento en su fomentación y recursos que deban adoptarse para gobernarlos y dirigirlos a la consecución de su grandeza y felicidad pública.

4. La burguesía mercantil porteña ocupa el poder

El plan concebido por Moreno duró mientras su autor pudo conducir la Junta. Pero, hacia fines del año 10, los enfrentamientos se agudizaron y sus opositores cerraron filas tras la figura de Saavedra. Los diputados recién llegados del Interior crearon una

corriente de presión para modificar la constitución de la Junta. Tal posición no era compartida por Moreno, que sostenía la necesidad de contar con un Ejército dinámico y eficiente.

Ante la decisión de ampliar el organismo de conducción en la Junta Grande, Moreno renuncia disconforme con la medida, días después se alejará hacia Gran Bretaña en misión diplomática y perecerá en el viaje en circunstancias que nunca fueron debidamente aclaradas.

En Buenos Aires, sus seguidores desaparecen momentáneamente de la escena política e inician un periodo de espera hasta que la situación interna se torne nuevamente favorable a sus intenciones.

Dentro de este esquema, donde los protagonistas buscaban alcanzar los lugares de privilegio, un sector que se había constituido en una clase social poderosa, la burguesía comercial, iniciaba su ascenso hacia la cúspide del poder. Sus representantes en la Junta, se había ubicado estratégicamente para apoyar al grupo más afin a sus planes. La instalación de la Junta Grande en Buenos Aires les presentó la oportunidad de avanzar en sus posiciones. El conjunto de hombres del Interior no presentaban un grupo homogéneo; por lo contrario, había entre ellos quienes representaban intereses opuestos. La estancia de los diputados en la ciudad hacía muy costosa, y no todos contaban con los medios propios como para sobrellevarla. Aprovechando estas alternativas, el grupo comercial inició sus actividades apoyados por la institución en que tradicionalmente se habían nucleado: el Cabildo.

De esta manera, una autoridad municipal, el Cabildo, actuó fiscalizando a una autoridad nacional: la Junta Grande. Desde esta posición, la burguesía mercantil porteña utilizará todas las posibilidades que su poderío económico le brindaba. Los reveses militares de las fuerzas expedicionarias enviadas hacia el norte y

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Asunción ahondaron la sensación de fracaso, lo que motivó la exigencia de un cambio de autoridades.

Para otra parte las amenazas creían. El pedido de ayuda a Portugal realizado por las autoridades españolas que permanecían en Montevideo sumaba un nuevo elemento de preocupación par el gobierno de Buenos Aires. El Cabildo, que había crecido en importancia, exigió un cambio en el mismo. Rivadavia conduce el reclamo para que la Junta Grande elija un poder ejecutivo con menor cantidad de miembros. Se elige así un Triunvirato, y el primero es integrado por Sarratea, Paso y Chiclana, auxiliados por tres secretarios si voto: López y Planes, Pérez y Rivadavia.

Las particulares circunstancias que le dieron origen a las curiosidades que regían funcionamiento son elementos a tener en cuanta para realizar un análisis de la situación. Todos sus miembros fueron designados en el mismo acto en que la Junta, presionada por el Cabildo, declaraba su disolución. El cargo de triunviro tenía una duración de seis meses; el de secretario era inamovible. Los triunviros serían elegidos por el voto del Cabildo de Buenos Aires, los diputados del Interior que se hallasen en la ciudad y un grupo importante de vecinos de la capital. Una autoridad de carácter nacional sería elegida por un conclave donde la burguesía comercial tenía asegurada la presencia mayoritaria.

Este periodo del Primer Triunvirato permite observar como desde Buenos Aires se articularon políticas tendientes a obtener la hegemonía sobre el resto de las provincias. El grupo que accedía al poder se orientaba, no hacia la concreción de un gobierno central fuerte, sino a constituirse en el dueño del poder dentro del gobierno. La legalidad y la legitimidad no estaban presentes en el nacimiento del mismo y era Bernardino Rivadavia quien había sido erigido en su conductor oculto.

“No es casualidad que el inspirador de este movimiento haya sido Bernardino Rivadavia, quien en la década siguiente va a ser el arquetipo del Unitarismo y del localismo porteño.”

(Floria, 1975, 300)

Todas las iniciativas del Primer Triunvirato confirman esta interpretación. El gobierno revolucionario de Asunción mantuvo su autonomía hasta tanto se concretase una federación. Mientras tanto, se mantendrá independiente del gobierno de Buenos Aires.

En otra acción diplomática, se acordó con los españoles de Montevideo la evacuación de las tropas portuguesas de la Banda Oriental a cambio del levantamiento del sitio de Montevideo.

“El resultado del armisticio es el éxodo: la retirada de la entera fuerza militar, que reconoce como jefe a Artigas, y de 80% de la población de la campaña oriental al interior de Entre Ríos”.

(Halperín Donghi, 1979, 283)

Como complemento de estas medidas se disolvieron las Juntas Provinciales, se reimplantó el régimen de Intendencias y fueron expulsados los diputados de las ciudades del Interior.

Esta situación tan especial solo tenía por base de sustentación al sector comercial, aunque diversas fuerzas ya operaban intentando concretar otros proyectos. Excepción hecha de la burguesía portuaria, el resto de la sociedad se limitaba a observar el desarrollo de los acontecimientos mientras las poblaciones del Norte se hallaban inmersas en la guerra y las del Litoral veían en la presencia portuguesa un motivo de constante alarma.

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Para su autoevaluación

- Identifique los diversos grupos políticos que actuaron dentro de la Primera Junta.

- ¿A qué objetivo responde la formulación del Plan Revolucionarios de Operaciones?

- ¿Qué temáticas aborda el Plan y dónde pone su mayor énfasis?- ¿Qué metodología propone Moreno ante las siguientes

cuestiones:a) la Independenciab) las relaciones con los demás pueblos americanos y con las

demás potencias europeas,c) propuestas económicas.

- ¿Cómo surge el Primer Triunvirato?

Referencias

FLoria, C. y García Belusunce, C. S. (1975) Historia de los Argentinos. Kapeluz, Bs. As.

Galazo, N. (1963) Mariano Moreno y la revolución nacional. Coyoacán, Bs. As.

Halperín Donghi, T. (1979) Revolución y Guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina criolla. Siglo XXI, México.

Moreno, M. (1965) El Plan Revolucionario de Operaciones. Plus Ultra, Bs. As.

Puigrós, R. (1960) La época de Mariano Moreno. Sophos. Bs. As.

Unidad 7

Las guerras de Independencia

1. Artigas: la guerra en el frente oriental

Las guerras de independencia se libraron simultáneamente en dos frentes. Y en ambos márgenes, dos figuras destacadas, condujeron el combate. Mientras San Martín realizó su campaña libertadora en el frente occidental. Artigas tuvo a su cargo la defensa del frente oriental. La guerra configuró una empresa que significó una movilización social de dimensiones considerables.

Una vez lanzado el grito de libertad, en el interior del Virreinato se produjo la liberación de energías que se habían venido gestando a partir de la disgregación del sistema colonial.

Dentro de las fuerzas que tomaron cuerpo y se alistaron prontamente en el campo revolucionario, los grupos surgidos en la Banda Oriental fueron conducidos por una prestigiosa figura, de vasta trayectoria en el campo militar y con fuerte ascendiente en sus relaciones con los habitantes de la zona rural oriental.

José Gervasio Artigas, capitán de Blandengues, definió con su adhesión a la Junta de Buenos Aires la situación del ámbito rural de la Banda Oriental. La sola noticia de tal resolución actuó como elemento movilizador. Desde su incorporación a la Revolución, el destino de Montevideo en manos de los españoles tenía una única dirección: quedar aislada del Interior para depositar todas sus esperanzas en la resistencia de sus murallas y la posible ayuda de tropas leales al rey España.

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Artigas, al que su pueblo le otorgó la conducción del movimiento, maniobró a lo largo de su trayectoria con suma claridad respecto al fin que perseguía.

En un tiempo en que las ambiciones personales tuvieron un peso determinante en la historia de los pueblos, Artigas adoptó una postura que, al privilegiar el logro del objetivo revolucionario, desechaba unas tras otras las propuestas que le ofrecían un sinnúmero de beneficios personales.

La autenticidad del espíritu de libertad que evidenciaron muchos de los actos de Artigas está demostrada en la adhesión plena que le prestó la mayoría de sus paisanos.

La etapa final del ciclo artiguista estuvo signada por la defección de sus subalterno que, uno tras otro, abandonaron la causa: el sueño de la Patria Grande que este oriental había construido y defendiendo durante la segunda década del Siglo XIX.

Conocer el proyecto artiguista es transitar un sendero pleno de sorpresas. Profundizar en el ideario de este hombre es encontrar respuestas a determinadas cuestiones que permiten interpretar más acabadamente en el proceso revolucionario que nació en Buenos Aires.

Las relaciones entre el caudillo de los orientales y los sucesivos gobiernos de las Provincias Unidas estuvieron signados por las continuas conspiraciones, los desprecios de que lo hicieron objeto y los intentos de debilitar el ascendiente que tenía sobre sus seguidores.

Artigas significaba un problema para Buenos Aires por su federalismo como cuestionador del centralismo porteño, y su defensa de la autonomía de los Estados del Interior (Luna, 1982, 78). Pero mucho más cuestionador era el carácter popular de su liderazgo frente al elitismo de la dirigencia de Buenos Aires, que limitaba el protagonismo por parte de las autoridades porteñas a fin de que los

principales acompañantes de Artigas se apartaran de él. Tales intentos fueron debidamente denunciados y comprobados en su oportunidad.

La importancia del proyecto artiguista se encontraba indudablemente en la profunda movilización de los sectores incluidos en su planteo. Los grupos que apoyaron la Revolución representaban virtualmente a toda la sociedad oriental. Únicamente aquellos que estaban ligados por sus funciones a la autoridad real y los principales comerciantes de Montevideo vieron a Artigas como un enemigo. El resto de la comunidad, con mayores o menores muestras de adhesión, encontraron en el esquema revolucionario una alternativa válida para modificar la estructura del Estado oriental.

El planteamiento ideado por Artigas consistía en un esquema donde todos los sectores de la sociedad tenían asignada una función específica. La ruptura con el viejo ordenamieto era total: nada quedaba en pie del edificio colonial hispánico, todas sus partes eran modificadas sustancialmente. Así la Revolución sentaba su presencia en las tierras de la Banda Oriental.

El concepto de “pueblo en arma” tiene su perfecta aplicación en el caso oriental: en el caudillo designado por sus mismos paisanos se repetía la forma de elección que se había dado en las milicias urbanas de Buenos Aires en ocasión de las Invasiones Inglesas. Cada una de las poblaciones de la Banda Oriental encontró espacio para presentar sus ponencias.

El proyecto de Patria Grande no tiene su origen en el sistema utilizado por las antiguas colonias inglesas en América del Norte. Se basa en las auténticas raíces americanas desde el encuentro de España con estas regiones: la institución fundamental para los nuevos habitantes fue el Cabildo como lugar en que se efectivizaba la participación política, pues los vecinos, como poseedores de la tierra, tenían ingerencia en las decisiones sociales y políticas.

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Desde esta misma institución Artigas esboza una alternativa práctica para sustituir la autoridad española. Tras producir la ruptura, en lugar de buscar en modelos extraños la decisión frente a la encrucijada, optó por preservar la unidad de los antiguos dominios españoles. Se opone a fragmentar en múltiples Estados los Virreinatos y Capitanías Generales.

Su proyecto impulsaba una Confederación donde estuviesen representados todos los Cabildos americanos, donde se preservara la autonomía de cada uno y donde las relaciones estuviesen signadas por los antiguos lazos establecidos bajo la dominación hispánica.

Entendía bien Artigas las ventajas que emanaban del mantenimiento de la unidad de las antiguas colonias, percibía perfectamente de la coyuntura internacional presentaba peligrosas derivaciones, pues Inglaterra y Portugal demostraban sus deseos expansionistas. Gran Bretaña había optado por la vía económica para desarrollar su pretensión hegemónica. Los lusitanos, por su parte, reciclaban continuamente las suyas de tener por límite sur el estuario del Río de la Plata.

En el continente europeo se vislumbraba el fin de la era napoleónica y la reaparición plena de las monarquías. Ante la amenaza que podía representar su restauración, la unidad de los Cabildos significaba un reaseguro para la región americana.

Frente a estas circunstancias, Artigas se erigió en el conductor de un pueblo que protagonizó, en la búsqueda de su libertad, un enfrentamiento, por un lado, con el poder español acantonado en la ciudad de Montevideo y, por otro, con las fuerzas portuguesas que invadían sistemáticamente su territorio. A esto se suman las presiones inglesas y, paradójicamente, su enfrentamiento con las autoridades de Buenos Aires, que se inclinaban a la separación del territorio de la Banda Oriental.

Acosado por los distintos enemigos, Artigas buscó y encontró en los sectores populares el sustento que necesitaba.

“La revolución artiguista es entonces, esencialmente, un alzamiento rural; en ella el desplazamiento de las bases del poder de la ciudad al campo, que se da en un proceso paulatino y casi secreto en todo el Río de la Plata a lo largo de la primera década revolucionaria, alcanza una intensidad excepcional y conduce a conflictos abiertos”.

(Halperín Donghi, 1979, 280)

Su predicamento entre los hacendados fue vital en la primera etapa de la lucha por la libertad, en tanto que los sectores más humildes se encolumnaron decididamente tras la causa revolucionaria. Dentro del proyecto artiguista, a los indios les fue asignado un papel preponderante, como quizás nunca lo habían tenido.

El modelo ideado por Artigas tenía muy presente la importancia de la participación popular en las decisiones. Pero, al mismo tiempo, no descuidaba el aspecto económico como quedó demostrado con la reglamentación de la Ley de Aduanas y la reforma agraria intentada en la Banda Oriental.

Sostenedor de la unidad rioplatense a la vez que de la autonomía de la Banda Oriental, el ciclo artiguista presentaba un duro escollo para las intenciones segregacionistas que insólitamente se habían instalado entre las autoridades porteñas. Defensor de la causa revolucionaria, su influjo atravesó el río Uruguay, primero, y luego el Paraná. Así, los pueblos libres, conformados por toda la Banda Oriental, Misiones, Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe, extendió su influencia desde el Litoral hasta la provincia de Córdoba. Artigas

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como Protector de los Pueblos Libres condujo este bosque de poder alineado detrás del Federalismo.

La decisión de enfrentar definitivamente al partido directorial, que gobernaba desde Buenos Aires y había plasmado su proyecto monárquico en la Constitución de 1819, marcó el cierre del ciclo artiguista, pues los hombres encargados de llevar adelante la operación militar de derrotar al Directorio cumplieron parcialmente su misión. Francisco Ramírez y Estanislao López, lugartenientes de Artigas, protagonizaron la batalla de Cepeda, donde sepultaron las ideas monárquicas porteñas, pero, desvirtuando las órdenes impartidas, privilegiaron proyectos regionalistas que quebraron la unidad federal organiza por el caudillo oriental.

2. La revolución popular

En el aparato anterior se hizo una reseña del modelo que Artigas intentó instaurar en las regiones sobre las que influyó de manera decisiva. En éste presentaremos cuatro temáticas diferentes que permiten una aproximación más plena al proceso artiguista. Los temas que aquí se encaran son: la legalidad y la legitimidad, el aspecto económico, las reformas sociales y los apoyos sectoriales con que contó la experiencia.

b) Legalidad y legitimidad. Estos dos conceptos, a veces utilizados como sinónimos, designan dos realidades diferentes. El primero se refiere a lo prescrito por la ley escrita o de acuerdo con ella; y el segundo, a lo real, lo que verdaderamente rige, por tradición o añejo consenso implícito. Es decir, que mientras la legalidad nos remite al cumplimiento estricto de una ley dictada por el poder soberano, la legitimidad se adentra en el campo de la tradición secular de un pasado que se prolonga en un presente.

En el caso de Artigas, no bien iniciada la Revolución en Buenos Aires, el secretario de la Junta lo cita expresamente en el Plan Revolucionario de Operaciones. Al respecto, dice Moreno:

“Sería muy del caso atraerse a dos sujetos por cualquier interés y promesas, así por sus conocimientos, que nos consta son muy extensos en la campaña, como por sus talentos, opinión, concepto y respeto, como son los del capitán de Dragones don José Rondeau y los del capitán de Blandengues don José Artigas…”

(Moreno, 1965, 45)

Cuando, el 15 de febrero de 1811, el caudillo oriental decidió dejar su cargo de capitán al servicio de España para colocarse a las órdenes de la Junta de Buenos Aires, sus hombres decidieron acompañarlo. Tras presentarse en la ciudad donde residía la Junta, Artigas fue entrevistado por el Deán Funes, quien, además de proveerlo de hombres y dinero, le otorgó el grado de Teniente Coronel.

El aspecto legal de la acción de Artigas estaba suficientemente avalado. Pero es importante tener en cuenta que no fue su accionar obra de un capricho o de su mera voluntad individual. Recibió un mandato del gobierno el que lo nombró en un cargo militar.

El tema de la legitimidad queda sellado con el amplio consenso del pueblo oriental en el seguimiento activo de su conducción. El ejemplo de mayor significación se muestra en el éxodo que protagonizó la población de la Banda Oriental, tras el levantamiento del sitio de Montevideo acordado entre Buenos Aires y Elío, gobernante español residente en Montevideo.

Abandonado a su suerte por el gobierno porteño, Artigas inicia el Éxodo –la “redota”, como dirán los gauchos-, la emigración de un

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pueblo entero. Artigas, nombrado General en Jefe de los Orientales por sus convencidos, dirige una lentísima migración, en la cual se encuentran blancos, indios, negros; hombres, mujeres y niños. Solo los viejos y los enfermos quedarán en la tierra desierta. La población “ha quedado reducida a menos que la quinta parte”, dice el gobernante español.

Es el mismo caudillo oriental el que admite que la legitimidad proviene de la voluntad popular, y así lo manifiesta cada vez que se expresa ante el pueblo, como lo ejemplifica el siguiente párrafo de una de sus alocuciones:

“Ciudadanos: el resultado de la campaña pasada m puso al frente de vosotros por el voto sagrado de vuestra voluntad general. Hemos recorrido diez y siete meses cubiertos de la gloria y la miseria, y tengo la honra de volver a hablaros en la segunda vez que hacéis el uso de vuestra soberanía. Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa por vuestra presencia soberana…”

(Martínez, 1950, 39)

b) Aspecto económico. La Revolución iniciada en 1811 en la Banda Oriental tuvo como consecuencia su mismo territorio, por lo que la larga lucha dejó sus secuelas en la economía de la región.

Artigas, ante esta situación verdaderamente crítica, utilizó dos herramientas que profundizaron aun más la Revolución al constituirse en bases fundamentales que la política transformadora que anhelaba la concreción de la Patria Grande. Ellas fueron la Ley Agraria y el Reglamento de Derechos Aduaneros. En la tan polémica Ley Agraria, que le costaría el alejamiento del sector hacendado, estaban los fundamentos para generar un sector rural productivo,

constituido por pequeños propietarios; una recorrida por el articulado de la misma nos presenta allí plasmados algunas ideas que tienen verdadero carácter revolucionario, así como otras de hondo contenido social.

La reforma sustancial que planteaba esta Ley de Tierras estaba en la atribución, otorgada a los alcaldes provinciales, de distribuir tierras, para dedicarlas al establecimiento de tareas productivas, con la finalidad de reconstruir los planteles ganaderos de la región, que habían quedado diezmados por la guerra.

En síntesis, la propuesta de la Ley de Tierras comprendía una redistribución de las mismas, el otorgamiento de su tenencia a los más humildes, con la obligación de trabajarlas. Se buscaba así anular el latifundismo y transformar aquellas en un proceso de movilización social sin más exclusión que la de aquellos que no habían adherido a la causa revolucionaria.

Por su parte, en septiembre de 1815, el Reglamento de Derechos Aduaneros establecía claramente una política protectora de las industrias locales. Grababa con un arancel de 40% la introducción de ropas hechas y calzados; el 30% los caldos y el 25% al resto de las mercaderías llegadas de ultramar. Si los productos provenían de América, el gravamen era solo del 4%. Pero el proteccionismo del Reglamento estaba anulado al progreso, pues también disponía el libre ingreso, sin gravamen, de máquinas, libros, pólvora, medicinas y otros elementos útiles allí precisados.

Salvador Cabral, refiriéndose a este reglamento, dice:

“Hasta la Ley de Aduanas de 1935, de don Juan Manuel de Rosas, y la política de la tarifa de avalúo de Avellaneda, no habría en el Río de la Plata una política proteccionista como la de Artigas”.

(Cabral, 1978, 158)

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La economía contaba también con un proyecto propio alternativo y encaminado a reconstruir la arruinada hacienda de la Banda Oriental.

c) Reformas Sociales. Los sectores populares se alinearon sin disimulo tras la propuesta revolucionaria. Desde la conducción artiguista se impulsó una serie de reformas que tenían a los más humildes como los que primeramente debían ser beneficiados por las modificaciones que la Revolución traía en su seno. El 30 de septiembre de 1815, Artigas sanciona la Ley de Tierras, que en su reglamento enuncia cuáles sectores serán los favorecidos por su política social. Esta ley no era solo un programa de transformación económica, sino que también permitía una reivindicación social de los sectores más postergados de esa sociedad. Esta ley potenciaba significativamente la creación de una clase media rural mediante el otorgamiento de parcelas con la obligatoriedad de trabajarlas. Así se dignificaba a los sectores más humildes –negros libres, zambos, indios y criollos pobres- permitiéndoles acceder a una sustancial mejora de sus niveles de vida.

Propuesta de trabajo

Analice los siguientes artículos de la Ley de Tierras, tratando de descubrir:

a) Medidas de orden económico.b) Iniciativas de política social.Transcribimos seguidamente algunos de los artículos más

significativos de dicha ley.

Artículo 6º. Por ahora el señor alcalde provincial y demás subalternos se dedicarán a

fomentar con brazos útiles la población de la campaña. Para ello revisará cada uno, en sus respectivas jurisdicciones, los terrenos disponibles; y los sujetos dignos de esta gracia con prevención que los más infelices serán los más privilegiados. En consecuencia, los negros libres, los zambos de esta clase de indios y los criollos pobres, todos podrán ser agraciados con suerte de estancia, si con su trabajo y hombría de bien propenden a su felicidad, y a la de la provincia.

Artículo 7º. Serán igualmente agraciadas las viudas pobres si tuvieren hijos. Serán igualmente preferidos los casados a los solteros.

Artículo 11º. Después de la posesión, serán obligados los agraciados por el señor alcalde provincial o demás subalternos a formar un rancho y dos corrales en el término preciso de dos meses, los que, cumplidos, si se advierte la misma negligencia, será aquel terreno donado a otro vecino más laborioso y benéfico a la provincia.

Artículo 12º. Los terrenos repartibles son todos aquellos de emigrados, malos europeos y peores americanos que hasta la fecha no se hallan indultados por el jefe de la provincia para poseer sus antiguas propiedades.

Artículo 15º. Para repartir los terrenos europeos y malos americanos se tendrá presente si estos son casados o solteros. De estos todo es disponible. De aquellos se atenderá al número de sus hijos, y con concepto a que éstos no sean perjudicados, s les dará lo bastante para que puedan mantenerse en lo sucesivo, siendo el resto disponible, si tuvieran demasiado terreno.

Artículo 16º. La demarcación de los terrenos agraciados será legua y media de frente y dos de

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fondo, en la inteligencia que puede hacerse más o menos excesiva la demarcación, según la localidad del terreno, en el cual siempre se proporcionarán aguadas, y su lo permite el lugar, linderos fijos; quedando al celo de los comisionados, economizar el terreno en lo posible, y evitar desavenencias entre vecinos.

Artículo 17º. Se velará por el gobierno, el señor alcalde provincial, y demás subalternos para que los agraciados no posean más que una suerte de estancia. Podrán ser privilegiados, sin embargo, los que no tengan más que una suerte de chacra; podrán también ser agraciados los americanos que quisieran mudar de posesión, dejando la que tienen a beneficio de la provincia.

Artículo 19º. Los agraciados ni podrán enajenar ni vender estas suertes de estancia, ni contraer sobre ellas débito alguno, bajo la pena de nulidad hasta el arreglo formal de la provincia, en que ella deliberará lo conveniente.

Artículo 24º. En atención a la escasez de ganados que experimenta la provincia, se prohibirá toda tropa de ganado para Portugal. Al mismo tiempo que se prohibirá a los mismos hacendados la matanza del hembraje, hasta el restablecimiento de la campaña.

Artículo 25º. Para estos fines, como para desterrar los vagabundos, aprehender malhechores y desertores, se le darán al señor alcalde provincial ocho hombres y un sargento, y a cada tenencia de provincia, cuatro soldados y un cabo. El Cabildo deliberará si estos deberán ser de los vecinos, que deberán mudarse mensualmente, o de soldados pagos que hagan de esta suerte su fatiga.

Manifiestamente, la gran novedad en política social se encuentra en la acción artiguista respecto el indio. La propuesta apuntaba a integrarlos a la sociedad como miembros plenos, por lo que era menester igualar sus condiciones y posibilidades con las del resto de la población. En el mismo esquema productivo se los consideraba con un papel participativo igualitario.

d) Apoyos sectoriales. Al iniciarse el levantamiento de la zona rural oriental para acompañar la propuesta revolucionaria nacida en 1810 en Buenos Aires, los sectores que conformaron las filas de Artigas mostraban un mosaico social donde compartían la experiencia los hacendados, los peones rurales, sacerdotes, grupos de negros y zambos esclavos, junto con importantes contingentes de indígenas charrúas y guaraníes de las Misiones. La presencia continua de estos grupos se mantuvo hasta aproximadamente 1815, en que diversas circunstancias, sobre todo la Ley de Tierras, provocaron el alejamiento de los hacendados de la causa revolucionaria.

“El plan artiguista de reparto de tierras y fomento de diversas ramas productivas no podía agradar a los estancieros…, los cuales se perfilaban como una clase que tendía a monopolizar la principal y casi única fuente económica y a adueñarse del poder. Comenzaron a defeccionar y al año siguiente acogieron calurosamente a los invasores portugueses”.

(Puiggrós, 1971, 281/2)

La defección de este grupo fue paliada con la conformación de los Pueblos Libres, que dieron cabida a la incorporación de las poblaciones del Litoral argentino al movimiento artiguista. Gauchos

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e indios fueron el sustento popular sobre el que transcurrió esta etapa.

“Los guaraníes de las Misiones ofrecerán a Artigas el primero y también el más firme de los apoyos que ha de encontrar en la Mesopotamia”.

(Halperin Donghi, 1979, 289)

La última etapa, iniciada en 1820, mostró el caudillo oriental acompañado tan sólo por los sectores indígenas. La rebeldía de Ramírez y López le había quitado la presencia de las montoneras gauchas y el mismo Ramírez se encargó de perseguirlo hasta su destierro en el Paraguay.

El proyecto de Artigas tenía limitaciones que no pudieron ser superadas durante su existencia. Las modificaciones realizadas en el ámbito de la economía no contaron con el apoyo de los sectores que detentaban el poder. Lejos de atraerlos, los hacendados entendieron la Ley de Tierras como un sistema que implicaba recortes sustanciales a su poderío. En esta encrucijada prevalecieron los intereses sectoriales, y los hacendados se lanzaron a la búsqueda de una alternativa más conservadora.

Sin apoyos económicos, el destino de la Revolución quedó supeditado a la movilización de los sectores de menores recursos. La aspiración de conformar la Patria Grande debió enfrentar la aparición de proyectos alternativos que surgían de las mismas filas revolucionarias.

José de Artigas “fue el único americano que libró en el Río de la Plata casi simultáneamente una lucha incesante contra el Imperio Británico, contra el imperio Español, contra el Imperio Portugués y contra la Oligarquía de Buenos Aire”.

(Ramos, 1986, 65)

3. San Martín y el plan continental

La llegada de un grupo de americanos que habían vivido en Europa e incluso combatido con las tropas españolas contra los ejércitos napoleónicos marca el comienzo de un reagrupamiento de los sectores intervinientes en el proceso desatado por la Revolución de Mayo. Como integrantes de esa comitiva, llegaron a Buenos Aires Carlos María de Alvear y José Francisco de San Martín.

Estos dos militares encarnaron proyectos totalmente disímiles. Si bien al comienzo de sus acciones actuaron en forma conjunta, a poco de comenzado su actuación se hicieron más ostensibles sus diferencias hasta que afloró el enfrentamiento.

Los recién llegados organizaron la Logia Lautaro, que se proponía como un aparato político cuya finalidad última era la declaración de la Independencia.

Las logias constituían el tipo de organización más usual en aquella época para perseguir objetivos políticos. El grado de adhesión a los principios masónicos no era parejo en sus participantes. En el caso de San Martín, será más bien un instrumento para alcanzar sus objetivos. Y cuando sienta que se convierte en un obstáculo para avanzar en la lucha independencia romperá con aquellas.

La primera actividad política en que se alistan los hombres de la Logia será el unirse con los morenistas de la Sociedad Patriótica en el intento de desalojar del poder al Triunvirato Rivadaviano.

El 8 de octubre de 1812 se dará un movimiento revolucionario que elige al segundo Triunvirato, integrado por Antonio Alvarez Jonte, Nicolás Rodríguez Peña y Juan José Paso. Los objetivos de ese cambio eran dos: la declaración de la independencia y la sanción

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de una Constitución. Para ello debía convocarse a una Asamblea General Constituyente con el fin de retomar el rumbo de la revolución.

A partir de entonces se bifurcan los caminos de Santa Martín y Alvear. Mientras que este último intentará pesar en la política porteña, el creador del Regimiento de Granaderos podrá todo su esfuerzo en derrotar militarmente a los realistas que amenazaban desde el norte.

Cuando San Martín se dirige a Tucumán para asumir el mando del derrotado Ejército del Norte, ya tendrá claro cuál será el mejor camino para derrotar definitivamente al enemigo que en reiteradas oportunidades había impedido el avance de la frontera norte. En abril de 1814, escribió a Rodríguez Peña, Presidente del Consejo de Estado bajo el directorio de Posadas, su célebre carta en que traza su plan continental:

“No se felicite, mi querido amigo, con la anticipación de lo que yo pueda hacer en ésta; no haré nada y nada me guste aquí. No conozco los hombres ni el país, y todo está tan anarquizado, que yo se mejor que nadie lo poco o nada que puedo hacer. Ríase usted de esperanzas alegras. La patria no hará camino por este lado del Norte que no sea una guerra permanente, defensiva, defensiva y nada más; para eso bastan los valientes gauchos que Salta con dos escuadrones buenos de veteranos. Pensar en otra cosa es echar al pozo de Airón hombres y dinero. Así es que yo no me moveré ni intentaré expedición alguna. Ya le he dicho a usted mi secreto: un ejército pequeño y buen disciplinado en Mendoza, para pasar a Chile y acabar también con los anarquistas que reinan. Aliando la fuerza, pasaremos por el mar a tomar a

Lima; es éste el camino y no éste, mi amigo. Convénzase Usted que hasta que no estemos sobre Lima, la guerra no se acabará. Desde mucho que nombren ustedes alguno más apto que yo para este puesto. Empeñesé usted para que venga pronto ese reemplazante y asegúreles que yo aceptaré la intendencia de Córdoba. Estoy bastante enfermo y quebrantado: más bien me retiraré a un rincón y me dedicaré a enseñar reclutas para que los aproveche el gobierno en cualquier parte. Lo que yo quisiera que ustedes dieran cuando me restablezca es el gobierno de Cuyo. Allí podrá organizar una pequeña fuerza de caballería para reforzar a Balcarce en Chile, cosa que juzgo de gran necesidad, si hemos de hacer algo de provecho, y le confieso que me gustaría pasar mandando este grupo”.

Muy pronto, San Martín presenta un periodo de licencia fundado en motivos de salud. En el mes de mayo de 1814, la licencia está concedida y el enfermo en marcha hacia una fiesta de Córdoba, desde donde el General trazará sus próximos pasos.

San Martín, desde Cuyo, inició una movilización tan intensa, que permite identificar su misión con los objetivos de poner la Nación en armas.

“Todo lo hace servir a su futura expedición, y la guerra de zapa, como la guerra de nervios que decimos ahora, ocupan en su programa de labor cotidiana tanto lugar como la organización de la milicia”.

(Busaniche, 1966, 50/1)La empresa iniciada por San Martín en Cuyo, debió enfrentarse

con la debilidad de estas regiones dispersas, hasta que al fin logró producir una vasta concentración económica y técnica al servicio de sus objetivos militares. Desde allí encaró un proyecto industrial en

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gran escala. Así, instaló una fundación de artillería (cañones y obuses) que puso a cargo de Fray Luis Beltrán, y fábricas de pólvora, fusiles, sables, municiones, así como de productos textiles calzados , carruajes, arneses y aparejos, en los que trabajó una multitud de operarios.

En esta tarea, San Martín apeló a su pueblo, y obtuvo el apoyo y la movilización del ingenio criollo.

Al emprender la Campaña de los Andes, San Martín buscó articular a través de la acción militar la instalación de gobiernos que surgieran de las mismas zonas liberadas. Si bien su ideario central era proclamar la ruptura de los lazos de dependencia con la Corona española, su proyecto organizativo tendió a afirmar la institución de una gran nación sudamericana.

En momentos en que, victorioso en Chile, y ya dispuesto para marchar hacia el Perú, el gobierno de Buenos Aires reclama sus auxilios para enfrentar a los caudillos del Litoral, que ponían en cuestión al Directorio, San Martín no duda un momento acerca de cuales son los objetivos a los que debe servir. Desde Valparaíso, el 22 de julio de 1820, afirmará: “No, el general San Martín jamás derramará la sangre de sus compatriotas, y solo desvainará la espada contra los enemigos de la independencia de Sud América”.

Los obstáculos e inconvenientes que debió enfrentar Artigas en su relación con el gobierno de Buenos Aires, sobre todo con el Directorio, se repitieron en el caso del plan ideado por San Martín: falta total de apoyo, tanto de dinero como de hombres, y solicitudes de abandonar la empresa libertadora, con el propósito de utilizar el ejército para neutralizar la cada vez más creciente influencia del caudillo oriental. Los pocos auxilios que recibió San Martín se debieron exclusivamente al patriotismo de Pueyrredón, que hizo prevalecer su cargo para obtenerlos.

Una vez realizada la tarea de liberar a Chile, nuevamente la incomprensión fue la respuesta del gobierno porteño a su decisión de emprender la campaña del Perú. La entrevista de Guayaquil con Bolívar presentó a un conductor de un ejército que no contaba siquiera con el respaldo de su gobierno; su única compañía era su prestigio, y, en la encrucijada, reiteró los conceptos fundamentales de su idea: privilegiar el logro del gobierno emancipador, elevar los intereses generales y subordinar las apetencias personales.

A modo de explicación de los motivos que llevaron a San Martín a abandonar la lucha por la independencia americana, transcribimos a continuación su carta dirigida a Simón Bolívar desde la ciudad de Lima:

Esta importante carta fue publicada en vida del Libertador don José de San Martín, por el capitán Gabriel Lafond en Voyages autour du monde et nafrages célebres. Voyages dans les Ameriques, París, 1844.

Lima, 29 de agosto de 1822

Excelentísimo señor Libertador de Colombia, Simón Bolívar:

Querido General:Dije a usted en mi última, del 23 del

corriente, que habiendo reasumido el mando supremo a esta República, con el fin de separar él al débil e inepto Torre Tagle, las atenciones que me rodeaban en aquel momento no me permitían escribir a usted con la extensión que deseaba, al verificarlo ahora, no solo lo haré con la franqueza de mi carácter, sino con la que exigen los grandes intereses de América.

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Los resultados de nuestra entrevista no han sido los que me prometía para la pronta terminación de la guerra; desgraciadamente yo estoy firmemente convencido, o de que usted no ha creído sincero mi ofrecimiento de servir bajo sus órdenes con la fuerza de mi mando, o de que mi persona le es embarazosa. Las razones que usted me expulsó de que su delicadeza no le permitía mandarme, y aun en el caso de que esta dificultad pudiese ser vencida, estaba usted seguro de que el Congreso de Colombia no consentiría su separación de la república, permítame, usted, general, le diga no me han parecido bien plausibles, de que la menor insinuación de usted al Congreso seria acogida con cooperación de usted y la del ejército de su mando, de finalizar en la presente campaña la lucha en que nos hallamos empeñados, y el alto honor que tanto usted como la república que preside reportarían en su terminación.

No se haga usted ilusión, general; las noticias que usted tiene de las fuerzas realistas son equivocadas: ellas montan en el Alto Perú a más de 19.000 veteranos, las que se puedan reunir en el término de dos meses. El ejército Patriota, diezmado por las enfermedades, no podrá poner en línea, más de 8.500 hombres, y estos una gran parte reclutas. La división del general Santa Cruz (cuyas bajas, según me escribe este general, no han sido reemplazadas, a pesar de sus reclamaciones), en su dilatada marcha por tierra debe experimentar una pérdida considerable y nada podrá emprender en la presente campaña; la sola de 1.400 colombianos que usted envía será necesaria para mantener la guarnición del Callao y el orden en Lima. Por consiguiente, sin el apoyo del

ejército de su mando, la expedición que se prepara para intermedios no podrá conseguir las grandes ventajas que debían esperarse, si no se llama la atención del enemigo por esta parte con fuerzas imponentes y, por consiguiente, la lucha continuará por un tiempo indefinido, porque estoy íntimamente convencido de que, sean cuales fueran las vicisitudes de la presente guerra, la independencia de América es irrevocable; pero también lo estoy de que su prolongación causará la ruina de sus pueblos, y es un deber sagrado para los hombres a quienes están confiados sus destinos, evitar la continuación de tamaños males. En fin, general, mi partido está irrevocablemente tomado; para el 20 del mes entrante he convocado el primer Congreso del Perú y al siguiente día de su instalación me embarcaré para Chile, convencido de que mi presencia es el único obstáculo que le impide a usted venir al Perú, con el ejército de su mando. Para mí hubiera sido el colmo de la felicidad terminar la guerra de la independencia bajo las órdenes de un general a quien América del Sud debe su libertad; el destino lo dispone de otro modo y es preciso conformarse.

No dudando que después de mi salida del Perú el Gobierno que se establezca reclamará la activa cooperación de Colombia, y que usted no podrá negarse a tan justa petición, antes de partir remitiré a usted una carta de todos los jefes cuya conducta militar y privada puede ser a usted de utilidad su conocimiento.

El general Arenales quedará encargado del mando de las fuerzas argentinas; su honradez, coraje y conocimientos, estoy seguro lo harán acreedor a que usted le dispense toda consideración.

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Nadie diré a usted sobre la reunión de Guayaquil a la República de Colombia; permítame usted, general, le diga que creo no era a nosotros a quien pertenecía decidir este importante asunto; concluida la guerra, los gobiernos respectivos lo hubieran transado, sin los inconvenientes que en el día pueden resultar a los intereses de los nuevos estados de Sud América.

He hablado a usted con franqueza, general, pero los sentimientos que expresa esta carta quedarán sepultados en el más profundo silencio; si se trasluciere, los enemigos de nuestra libertad podrían prevalecerse para perjudicarle, y los intrigantes y ambiciosos para soplar el veneno de la discordia.

Con el comandante Delgado, dador de ésta, remito a usted una escopeta, un par de pistolas y el caballo de paso que ofrecí a usted en Guayaquil; admita usted, general, esta memoria del primero de sus admiradores; con estos sentimientos y con los de desearle únicamente sea usted quien tenga la gloria de terminar la guerra de la independencia de América del Sur, se repite su afectísimo servidor.

José de San Martín”

Para su autoevaluación

- ¿En qué momento se suma Artigas al proceso revolucionario?- Señale argumentos que muestran el reconocimiento a la

figura de Artigas en la sociedad de la época.

- ¿En qué sentido del proyecto impulsado por el caudillo oriental resultaba inaceptable para las autoridades de Buenos Aires?

- Explique en qué sentido las medidas tomadas por Artigas en la Banda Oriental significaron una transformación tanto política como económica y social.

- ¿Qué razón llevó a los caudillos del Litoral a abandonar a su jefe?

- ¿Qué novedades trajo la organización del ejército libertador desde Cuyo para la manera habitual de librar la guerra de la Independencia?

- ¿Qué motivos llevaron a San Martín a abandonar la lucha y ceder su conducción a Simón Bolívar?

ReferenciasBusaniche, José Luis (1963) San Martín vivo, Eudeba, Bs. As.Cabral, Salvador (1978) Artigas y la Patria Grande. Castañeda.

San Antonio de Papua.Halperin Donghi, Tulio (1979) Revolución y guerra. Formación

de una elite dirigente en la Argentina criolla. Siglo XXI, México.Luna, Félix (1982) Buenos Aires y el país. Sudamericana, Bs. As.Martínez, Miguel V. (1950) Artigas. Fundador de la

nacionalidad oriental. Barreiro y Ramos, Montevideo.Moreno, Mariano (1965) Plan Revolucionario de Operaciones.

Plus Ultra, Bs. As.Puigróss, Rodolfo (1971) Los caudillos de la Revolución de

Mayo. Contrapunto, Bs. As.Ramos, Jorge (1986) Las masas y las lanzas. Hispamérica, Bs.

As.

Unidad 8

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El desencuentro entre dos modelos de país

1. El conflicto Buenos Aires - Interior

Luego del fracaso del proyecto de Alvear de concretar en la ciudad puerto el poder real sustentado por los intereses mercantiles de aquella y también a partir de la alianza con la Corona Británica, un nuevo intento se va a desarrollar desde Buenos Aires. Circunstancias externas y locales dieron el marco para la puesta en práctica de esta nueva alternativa.

En el campo internacional, los sucesos europeos adquirieron singular relevancia y fueron objeto de cuidadosos análisis por parte del grupo dirigente porteño que impulsaba una organización centrada en la presencia de un monarca. La caída definitiva del imperio construido por Napoleón Bonaparte, la rápida restauración de las monarquías europeas y la conformación de un centro de poder regulador de la política en el Viejo Mundo: la Santa Alianza, eran verdaderos llamados de atención para las decisiones futuras que se tomaran en estas tierras:

“… los soberanos europeos habían firmado el acta final del Congreso de Viena, y si bien se dejó en el tintero todo cuanto se refería a España y sus colonias, acordaron los aliados que propenderían a la extinción de los gobiernos republicanos y las corporaciones políticas aristocráticas…”

(Pérez Amuchástegui, 1973, 35)

El regreso de Fernando VII al trono español, en una Europa en la que volvía a imperar el sistema monárquico, empujaba al gobierno de las Provincias Unidas hacia una disyuntiva fundamental: revertir, en función de los sucesos europeos, todo lo actuado desde Mayo de 1810 hasta ese momento, o producir la ruptura definitiva con el rey de España en el plano político.

“En 1816, con la sola excepción del virreinato de Buenos Aires, la insurrección de las colonias americanas se hallaba dominada por España.”

(Vicens Vives 1984, 322)

Esta era la situación que enfrentaba nuestro país debido a los procesos que se vivían en el Viejo Continente.

En el orden interno, la fragmentación del poder hacia cada vez más evidente. Los distintos grupos que concurren al Congreso de Tucumán representaban diversas posiciones. Un mapa político de las Provincias Unidas presentaría tres grandes sectores: Cuyo, bajo la conducción de San Martín, comprometido en la concreción del plan libertador de Hispanoamérica; el Litoral, encolumnado tras la conducción de Artigas, que sostenía como forma de organización el sistema federativo; y Buenos Aires, donde el partido plutocrático había retomado el poder mediante una serie de alianzas y maniobra para erigirse en el agente único de todas las provincias.

En el Congreso de 1816 no participó el sector que respondía a Artigas; sin embargo, algunas de las postulaciones de este grupo fueron representadas por los diputados que, en nombre de las provincias del interior, aspiraban a una solución cercana al federalismo que emanaba desde los Pueblos Libres. En el Congreso estaban reunidos los diputados que hicieron presente los mandatos de las regiones que los enviaban. Los representantes de las provincias

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del Alto Perú y el noroeste eran hombres nacidos y educados en el régimen monárquico; su mandato era como una radiografía de la zona: cien por ciento monárquico, conservadores, tradicionalistas y católicos. Los de Buenos Aires respondían a una formación diferente: provenían de los sectores más pudientes de la sociedad porteña, y, si bien de tendencia liberal en el ámbito económico, eran conservadores en el plano político. Sostenían, al igual que mayoría de los diputados, la pretensión de instalar una monarquía en estas tierras.

La diferencia fundamental entre las dos posiciones precitadas residía en los orígenes del monarca y en el lugar de residencia del mismo. Los porteños sostenían la necesidad de coronar un príncipe europeo, como reaseguro para evitar la intromisión de España y la institución de Buenos Aires como capital del nuevo reino. Por su parte, el grupo altoperuano reivindicaba la tesis incaísta de coronar un descendiente de los Incas, en quien residiría el vínculo de unión de estos pueblos, y postulaban como posible capital a Cuzco.

La idea de la legitimidad y de la restauración de los antiguos dueños, esgrimida por las monarquías europeas en Viena, tenía en estas regiones su correlato. Como también era importante el influjo británico en el funcionamiento del sistema: monarquía constitucional, rey como símbolo de la unión y gobierno a cargo de un Primer Ministro y el Parlamento.

No debe entenderse que todo el país se había alineado detrás de estas dos ponencias. Durante el Congreso, solamente dos voces se levantaron a favor de la forma republicana de gobierno: la de Fray Justo Santa María de Oro y la e Tomás Manuel de Anchorena. Pero al mismo tiempo se iban forjando otras alternativas políticas que estaban en una etapa de desarrollo todavía temprana preparándose para acceder al primer plano. Ya dentro de la ciudad de Buenos Aires se perfilaban un grupo disidente del partido directorial, encabezados

por Dorrego, el cual representaba la causa federal y sostenía la idea de evitar que Buenos Aires siguiera constituyéndose en el punto de las Provincias Unidas.

El año de 1816 fue el momento crucial que debió atravesar la revolución iniciada en Mayo. El Congreso reunido en Tucumán no escapaba a la seria división existente; fueron San Martín y Belgrano los que, desde afuera, impulsaron la línea de firmeza necesaria para lograr la Declaración de la Independencia.

(Lynch, 1980, 81)

No solamente en el plano político existían serias divergencias. Un enfrentamiento que excedía este ámbito ya se había presentado entre Buenos Aires y el Interior. Para el desarrollo del mismo se habían conjugado convenientemente una serie de antecedentes económicos, políticos y culturales. Todo lo que proviniese de la ciudad-puerto era objeto de rechazo por las poblaciones de las provincias. La misma designación del Interior para esas regiones obedece a una visión del país construida desde las riberas del Río de la Plata.

Buenos Aires había intentado extender su revolución a todas las regiones del antiguo virreinato; la utilización de tropas expedicionarias como herramienta para lograr la adhesión al movimiento revolucionario y la intervención armada ante cualquier disidencia generada en las provincias crearon en las mismas el sentimiento de que la Revolución solo respondía a los propósitos porteños. La elite dirigente del Puerto sustituía a las autoridades coloniales, y el Interior seguía relegado: si antes se había visto sometido al arbitrio del Virrey, en esta etapa quedaba subordinada a

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la volunta monopólica de una ciudad que avanzaba sobre las regiones interiores.

Es que la Revolución no era propiedad exclusiva de Buenos Aires. Los años transcurridos mostraban provincias que habían soportado el peso del enfrentamiento armado con las tropas realistas mientras la antigua capital virreinal era el escenario de intrigas y luchas internas que, lejos de asegurar la unidad, actuaban como aceleradores en la fragmentación que se estaba produciendo. Como lo indica Félix Luna:

“En Buenos Aires, y por facciones exclusivamente locales, se designaron gobiernos nacionales, o se los removió, como si el Cabildo porteño siguiera actuando en la función de hermana mayor que había reclamado en 1810”.

(Luna, 1982, 79)

En el plano estrictamente económico, la diferencia entre las economías provinciales y la de Buenos Aires mostraban una brecha que se agigantaba cada vez más. La función de intermediaria ejercía por el Puerto, a la vez que lograba el acrecentamiento de las reservas porteñas, aceleraba el deterioro de las economías regionales, que sostenían las guerras de independencia. En algunos casos sufrían la competencia abierta de las mercancías provenientes del exterior e introducidas desde Buenos Aires.

Dos aspectos confluían para que desde el Puerto se instrumentara esta política económica: la necesidad de recaudar fondos con la finalidad de poder sostener el esfuerzo bélico y la conveniencia de mostrar ante Gran Bretaña una imagen amistosa que asegurase el apoyo inglés ante cualquier eventualidad. La política de puerto abierto conducía inexorablemente al deterioro de las economías provinciales y solo beneficiaba notoriamente a un grupo de

comerciantes porteños –acopiadores, financistas y transportistas- que habían unido su destino al de los comerciantes ingleses.

Las unidades económicas regionales dejaban ver claramente el rápido deterioro que las afectaba. Todo el Noroeste, obligado por las circunstancias de la guerra, había presenciado el desbande de sus planteles ganadores y la ruina de sus artesanías, sometidas a la competencia con la industria inglesa, mientras que los frutos de su tierra eran consumidos por ejércitos que no abonaban sus facturas y el pillaje tendía a transformarse en moneda corriente. La zona cuyana empeñaba todos sus esfuerzos bajo la dirección impuesta por San Martín, en preparar la expedición libertadora a Chile. La economía de los “Pueblos Libres” encontraba por otra parte, una tenaz competencia en la de la campaña bonaerense y además debía enfrentar la dificultad que entrañaba la presencia del puerto único como salida de sus mercaderías. Por otra parte, la presencia de tropas portuguesas en las proximidades no brindaba la tranquilidad necesaria para impulsar eficazmente al comercio regional. Este panorama se presentaba en las provincias en medio de un pronunciado malestar político que las impulsaba a enfrentar decididamente al poder central encarnado en Buenos Aires.

Las diferencias en el plano cultural, si bien no eran tan visibles, habían adquirido una profundidad llamativa. Buenos Aires, merced al intercambio comercial, había comenzado a producir una lenta evolución hacia formas de pensamiento que llegaban acompañado a las mercaderías importadas. La Ilustración había sentado sus reales en ella y así, la elite dirigente porteña comenzó a elaborar nuevas pautas mentales de valoración, según las cuales lo apetecible, lo deseable se hallaba del otro lado del Atlántico. Las novedades llegadas de Gran Bretaña asombraban a estos hombres, que comenzaron entonces a vislumbrar que su destino cultural se encontraba ligado al pensamiento nordeuropeo, y así se iban alejando

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cada vez más de la tradición hispano-criolla, reivindicaba, en cambio, por las poblaciones de las provincias.

2. Un intento monárquico desde el Directorio

Sumergido el país en los contrastes que venimos señalando, el partido directorial trazó las líneas directrices de su función gubernamental. Pueyrredón, quien había estado vinculado a la Logia Lautaro, apareció como la figura central y terminó ocupando el cargo de Director Supremo. Valido de su apoyo a san Martín en el lanzamiento de su campaña libertadora, estableció un punto de fuerza en que apoyó su poder mediante el cual intentó preservar la unidad aun a costa del sentir tradicional de las provincias.

Desde Buenos Aires Pueyrredón pudo imponerse sobre las disidencias internas, no obstante su posición ambigua frente al desarrollo de las guerras de independencia: así, mientras auxilió a San Martín en el frente occidental, abandonó a Artigas en su lucha contra el poder lusitano.

El orden interno era inestable, y el Directorio encaró una represión limitada. Pero no podía conmover la opinión pública con nuevos sacudones que hicieran tambalear el frágil equilibrio alcanzado. En el ámbito bonaerense se silenció la oposición porteña de un modo rápido y aleccionador: el destierro de Dorrego quitó del medio al jefe de la oposición más crítica.

Por otra parte, utilizó una parte de las fuerzas militares para contener la disidencia que llegaba a las provincias del Litoral con lo que postergó indefinidamente la respuesta a la invasión portuguesa que se estaba produciendo en la Banda Oriental. Y a él se debe, finalmente, en gran parte, la concreción institucional del proyecto porteño que quedó grabada en la Constitución de 1819, que

establecía el régimen unitario de gobierno con una monarquía de tipo constitucional.

Propuesta de trabajo

Con el objetivo de conocer el pensamiento de los hombres que participaron del Congreso que sancionó la Constitución de 1819 reproducimos la nota enviada por aquél a Francia para lograr la coronación del Príncipe de Luca.

A modo de ejercicio proponemos:- Identificar en el texto los aspectos referidos a la política

internacional que se lleva adelante.- ¿Qué condiciones se piensan necesarias para efectuar la

coronación?- ¿Cuáles son las motivaciones que impulsan tal decisión?- ¿Cómo se concibe geopolíticamente nuestra presencia en el

subcontinente sudamericano?

Declaración del Congreso respecto de la proposición francesa de coronar al Príncipe de Luca

Buenos Aires, noviembre 13 de 1819

El Soberano Congreso, habiendo examinado en sus sesiones del 27 y 30 del mes pesado, y de 3 y 12 del corriente, el contenido de la comunicación dirigida con la fecha de 18 de junio último por el Enviado Extraordinario cerca de las potencias europeas. D. José

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Valentín Gómez, a la que V.E. ha agregado una nota confidencial, con fecha 26 del pasado ha adoptado la siguiente resolución:

Que nuestro enviado en París pondrá en conocimiento del ministro de Relaciones de S.M.C. que el Congreso Nacional de las Provincias Unidas de Sudamérica ha examinado con la más seria y madura atención a la proposición del establecimiento en estas provincias de una monarquía constitucional, para colocar en ella, bajo los auspicios de Francia, al Duque de Luca, contrayendo matrimonio con una princesa del Brasil; que no lo han considerado inconciliable con el objeto principal de nuestra revolución, la libertad e independencia política, ni con los grandes intereses de estas mismas provincias, que, reconociendo que el primero y más sagrado de sus deberes es el de ocuparse eficazmente de consolidar la felicidad pública, haciendo cesar la efusión de sangre y todas las calamidades de la guerra interior y extranjera, por medio de una paz honrosa y duradera con España y con las grandes potencias de Europa, cuya paz debería estar basada en el reconocimiento de una independencia absoluta y en relaciones de comercio de una utilidad recíproca, es necesario para fijar su determinación saber si las ventajas que ofrece este proyecto son bien efectivas, pues está decidido a adoptar por jefe de su gobierno al príncipe que reúna mayor número de garantías para asegurar estas ventajas y para allanar los obstáculos que puedan presentarse; que adoptando estos principios, la autoridad ejecutiva de este Estado soberano podrá

admitir esta proposición bajo las condiciones cuyo tenor es el siguiente:

1º Que S.M.C. se encargará de obtener el consentimiento de las cinco grandes potencias europeas, especialmente el de Inglaterra y el de España.

2º Que después de haber obtenido este consentimiento, S.M.C. se encargará igualmente de facilitar la unión del Príncipe de Luca con una princesa del Brasil, debiendo esta unión tener por resultado la renuncia por parte de S.M.F. de todas sus pretensiones sobre el territorio que poseía España, según la última demarcación, y de las indemnizaciones que podría reclamar en la ulterioridad, en razón de los gastos ocasionados por su empresa actual contra los habitantes de la Banda Oriental.

3º Que Francia se obligará a prestar al Príncipe de Luca todo el auxilio necesario para establecer una monarquía en estas provincias y para hacerla respetar, debiendo esta monarquía comprender cuando menos todo el territorio de la antigua demarcación del Virreinato del Río de la Plata y contener, por consecuencia, dentro de sus límites la provincia de Montevideo con toda la Banda Oriental situada entre el río, Corrientes y el Paraguay.

4º Que estas provincias reconocerán por soberano al Duque de Luca, conservando la Constitución que ellas habían jurado, con excepción de algunos artículos que no podrían adaptarse a la forma de un gobierno monárquico hereditario, los que serán modificados de

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acuerdo con los principios constitucionales que les han dado origen.

5º Que tan pronto como las grandes potencias de Europa hayan consentido a la elevación del Duque de Luca, este proyecto deberá llevarse a efecto aunque España no quiera renunciar a la esperanza de reconquistar estas provincias.

6º Que en este último caso, Francia procederá de tal suerte que acelere la partida del Duque de Luca con todas las fuerzas necesarias para semejante empresa, y que ella la pondrá en estado de rechazar todos los esfuerzos de España, facilitándole tropas, armas y municiones de guerra, y prestándoles tres millones de pesos fuertes pagaderos al fin de la guerra, en cuanto se haya establecido la tranquilidad del país.

7º Que de cualquier manera que se efectúe esta empresa será necesario considerarla desde el punto de vista de que Inglaterra viendo con inquietud la elevación del Duque de Luca, se opondrá a ella y se esforzará por frustrarla, haciendo uso de la fuerza.

8º Que el tratado que se celebre entre el Ministro de Relaciones Exteriores de Francia y nuestro enviado deberá ser ratificado en el plazo que determine S.M.C. y el Director Supremo de este Estado, con el consentimiento previo del Senado, según las formas constitucionales.

9º Que a este fin nuestro Enviado exigirá todo el tiempo necesario para que un asunto de tan alta importancia pueda terminarse aquí, manejándosele con toda la circunspección, reserva y precauciones

consiguientes a una posición tan delicada, tanto para asegurar el buen éxito del proyecto como para prevenir las consecuencias funestas que sobrevendrían si se llegara a descubrir antes de tiempo, y las interpretaciones malignas que sabrían darle los enemigos de la felicidad de nuestra Patria.

Buenos Aires, noviembre 13 de 1819.

3. La crisis al iniciarse la segunda década revolucionaria

Apenas dictada la Constitución, la protesta fue creciendo desde los diversos rincones del territorio nacional. El nuevo órgano institucional que consolidaba la unidad del régimen político repetía las ordenanzas borbónicas de Intendencias, fuertemente resistido por el autonomismo vigente en las provincias del interior.

De esta manera se desencadenaron los acontecimientos que llevaron, apenas iniciado el año 1920, a un enfrentamiento armado entre las tropas leales al Directorio y las fuerzas comandadas por los lugartenientes de Artigas. Pero el enfrentamiento militar no es el hecho más significativo del conflicto, sino solamente una expresión de la pugna entablada por la supremacía entre dos proyectos dispares.

La fragmentación se aceleraba a medida que el gobierno se aislaba buscando en Europa al monarca salvador. Las provincias se declaraban independientes y el único instrumento que quedó en manos del partido directorial para poner freno a la sublevación fue el ejército. Pero la década transcurrida no había sido en vano: en el seno del mismo no había ya lugar para experiencias represivas. Solamente las tropas acantonadas en la cercanía de Buenos Aires respondieron al mandato gubernamental. La montonera gaucha de

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Ramírez y López avanzaba sobre el Puerto con instrucciones precisas: terminar con el gobierno central, con la Constitución sancionada e instalar un gobierno que, surgido de la voluntad popular, se atreviera al sistema federal.

Tras la batalla, “todo lo que permaneció en pie fue el gobierno de la provincia de Buenos Aires” (Lynch, 1980, 84). Era la única autoridad que pudo negociar con los jefes federales una salida a la situación originada después de Cepeda. El tema de los gobernadores de la provincia, donde tres hombres diferentes ostentaban el cargo al mismo tiempo, originó lo que en la historiografía liberal se titulara la “Anarquía del año veinte”. En realidad, el proceso anárquico se desarrolló exclusivamente en el ámbito bonaerense, ya que el resto de las provincias contaba en la misma época con estructuras gubernativas estables.

La derrota de las tropas porteñas mostró las contradicciones existentes dentro de la sociedad de Buenos Aires: los sectores ligados al partido directorial se encerraron prudentemente, mientras que quienes habían simpatizado con las posturas federales exteriorizaban su contento por la finalización del régimen unipersonal.

La elite económica-social se transformará entonces en la interlocutora válida con quien pactarán los vencedores, y que utilizará para este propósito el poderío que durante años había acumulado: el económico. En esta situación, se llegó a la firma del Tratado de Pilar, el 23 de febrero de 1820.

Evidentemente, este Tratado, firmado por los lugartenientes de Artigas, no respetó las instrucciones que el caudillo oriental había dado a aquellos. Ramírez y López luego de derrotar en las tropas del Directorio en 1º de febrero de 1820 en la batalla de Cepeda Firman el Tratado del Pilar.

Propuesta de trabajo

A modo de ejercicio le proponemos que lea el texto siguiente tratando de responderse los siguientes puntos:

a) Actitud ante Portugal,b) Libre navegación de los ríos,c) Desconocimiento de los Pueblos Libres como entidad política.Pacto celebrado en la Capilla del Pilar entre los

Gobernadores de Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos

Convención hecha y concluida entre los Gobernadores D. Manuel Sarratea, de la Provincia de Buenos Ayres, D. Francisco Ramírez de la de Entre Ríos, D. Estanislao López de la de Santa Fe el día veinte y tres de febrero del año del Señor mil ochocientos veinte, con el fin de terminar la guerra suscitada entre dichas Provincias, de proveer a la seguridad ulterior de ellas, y de concentrar sus fuerzas y recursos en un govierno federal, a cuyo objeto han convencido en los artículos siguientes:

Artículo 1º. Protestan las partes contratantes que el voto de la Nación, y muy particularmente el de las Provincias de su mando, respecto al sistema de govierno que debe regirlas se ha pronunciado a favor de la confederación que de hecho admiten. Pero que debiendo declararse por Diputados nombrados por la libre elección de los Pueblos, se someten a sus deliberaciones. A este fin elegido que sea por cada Provincia popularmente de su respectivo

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representante, deberán los tres reunirse en el Convento de San Lorenzo de la Provincia de Santa Fe a los sesenta días contados desde la ratificación de esta convención. Y como están persuadidos que todas las Provincias de la Nación aspiran a la organización de un govierno central, se comprometen cada uno de por si de dichas partes contratantes, a invitarlas y suplicarles concurran con sus respectivos Diputados para que acuerden quanto pudiere convernirles y convenga al bien general.

Artículo 2º. Allanamos como han sido todos los obstáculos que entorpecían la amistad y buena armonía entre las Provincias de Buenos Ayres, Entre Ríos y Santa Fe en una guerra cruel y sangrienta por la ambición y criminalidad de los muchos nombres que habían usurpado el mando de la Nación, o burlado las instrucciones de los Pueblos que representaban en Congreso, cesarán las divisiones beligerantes de Santa Fe y Entre Ríos a sus respectivas Provincias.

Artículo 4º. En los Ríos de Uruguay y Paraná navegarán únicamente los Buques de las Provincias amigas, cuyas costas sean bañadas por dichos Ríos. Ell Comercio continuará en los terminos que hasta aquí, reservandose a la decisión de los Diputados en congreso cualesquiera reforma que sobre el particular solicitaren las partes contratantes.

Artículo 7º. La deposición de la antecedente administración ha sido la obra de la voluntad general por la repetición de desmanes con que comprometía la libertad de la Nación con otros excesos de una magnitud enorme. Ella debe responder en juicio

público ante el Tribunal que al efecto se nombre; esta medida es muy particularmente del interés de los Xejes del Exercito Federal que quieren justificarse de los motivos poderosos que les impelieron a declarar la guerra contra Buenos Aires en Noviembre del año proximo pasado y conseguir en la liberta de esta Provincia de la de las demás unidas.

Artículo 8º. Será libre el comercio de Armas y municiones de guerra de todas clases en las Provincias federadas.

Artículo 10º. Aunque las Partes contratantes están convencidas de que todos los artículos arriba expresados son conformes con los sentimientos y deseos de Exmo. Sr. Capitán General de la Banda Oriental Don José Artigas según ha expuesto el Sr. Gobernador de Entre Ríos que dice hallarse con instrucciones privadas de dicho Sr. Excmo. para este caso no teniendo suficientes poderes en forma, se ha acordado remitirle copia de esta nota, para que siendo de su agrado, entable deseo luego las relaciones que puedan convenir a los intereses de la Provincia de su mando, cuya incorporación a las demás federadas, se miraría como un dichoso acontecimiento.

Artículo 11º. A las cuarenta y ocho hors de ratificados estos tratados por la Junta de Electores dara principio a su retirada el Exercito federal hasta pasar el Arroyo del Medio. Pero atendiendo al estado de devastación a que ha quedado reducida la Provincia de Buenos Ayres por el continuo paso de diferentes Tropas, verificará dicha reiterada por divisiones de doscientos hombres para que asi sean mejores

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atendidas de viveres y cabalgaduras, y para que los vecinos experimenten menos grabamen. Queriendo que los Sres. Generales no encuentren inconvenientes ni escases en su transito para si o sus tropas, el Señor Gobernador de Buenos Ayres nombrará un individuo que con este objeto les acompañe hasta la línea divisoria.

Este tratado da lugar a las siguientes alternativas:- Buenos Aires quedó en libertad para constituirse como

provincia autónoma, aunque quedaba pendiente cual de sus sectores internos lograría imponer el predominio sobre el resto. Además, favorecía el tratado el desarrollo de una maniobra para acrecentar la división entre sus oponentes, pues estipulaba la entrega de armas y dinero, lo que benefició a Ramírez, que solo las aprovechará para los intereses de su localismo provincial.

- Tanto Ramírez como López toman distancia del Protector de los Pueblos Libres, José Artigas, y aprovechan la oportunidad para hacer crecer su conducción en sus respectivas zonas de influencia. No exigen a Buenos Aires entrar en una alianza defensiva-ofensiva contra los portugueses, sino que solo se le solicitan “los auxilios proporcionados a lo arduo de la empresa”.

- Artigas recibió la noticia del triunfo sobre Buenos Aires una semana después de ser derrotado por los portugueses en Tacuarembó. Paradójicamente, en el mismo momento en que obtenían los federales su triunfo sobre el poder directorial, él debía emigrar viendo que sus lugartenientes lo abandonaban a su propia suerte. Su liderazgo en los Pueblos Libres se agotaba, y el mismo Ramírez lo enfrentaría y lo perseguiría hasta su exilio en Paraguay.

La crisis de autoridad que siguió a Cepeda dentro de la provincia de Buenos Aires se resolvió finalmente con la intervención de la

facción rural: “… el gobernador Rodríguez con sus tropas de frontera, y los milicianos del sur habían provisto la fuerza necesaria para sustentar el nuevo orden político de la provincia (Halperín Donghi, 1979, 352).

En su primera acción pública recordada, Juan Manuel de Rosas, al frente de los Colorados del Monte, apoyará el orden establecido aliado con los sectores de la burguesía mercantil porteña. A partir de esta alianza, se alcanzará una vergencia en Buenos Aires que durará poco tiempo.

La aparición de Juan Manuel de Rosas en el escenario público nacional fue en ocasión de la resistencia que se presentó a la elección de Martín Rodríguez como gobernador de Buenos Aires en octubre de 1820:

“La primera vez que aparece en política comandado a sus Colorados a las puertas de Buenos Aires, con los estancieros del Sur y el gauchaje a sus espaldas, viene contra la Revolución de Pagola. Contra los federales. Viene a sostener el orden, que son los Dictatoriales, los unitarios, y lo impone”.

(Jauretche, 1989, 24)

4. Unitarios y Federales

En la Argentina de los años 20 ya comenzaba a perfilarse claramente las dos tendencias que buscarían imponer su forma de organización al patrimonio conquistado.

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“Dos problemas, que pueden reducirse a uno: federalismo y unitarismo, que son dos maneras distintas de enfocar la misma realidad”

(Barba, 1982, 17)

El enfrentamiento que se dibujaba en el escenario de las Provincias Unidas provocó una brecha profunda que opuso sectores sociales, intereses políticos y económicos, así como también distintos proyectos ideológicos. Todo el quehacer de la sociedad quedó envuelto en los polos de esta contradicción.

El año 1820 se había iniciado en forma totalmente diferente para Buenos Aires. La ciudad-puerto había resignado ante las montoneras de Ramírez López el ejercicio de la autoridad nacional y era impelida por los mismos caudillos para organizarse en forma autónoma, como el resto de las provincias.

Un nuevo periodo se iniciaba en la vida argentina:

“Buenos Aires se sentía humillada y reaccionaba mirando todo lo que no fuera porteño con desprecio. Y el interior pagaba con idéntica moneda: Buenos Aires había traicionado su confianza”

(Luna, 1982, 92)

Pero, junto con este divorcio entre porteño y provincianos, se instalaba con nuestro país un conflicto mucho más profundo: el de la organización. Esta podía darse bajo un sistema estatal centralizado o mediante la unión de las provincias, encabezadas por un gobierno federal. Unitarios y federales debían dirimir la cuestión en todo el escenario del país.

Estas cuestiones dividían a la población, además de otros problemas aún no resueltos pese a los años transcurridos desde la

Revolución. Tal era el panorama que el hombre común enfrentaba en aquellos años. Las políticas que los sucesivos gobiernos adoptasen tendrían características definitorias para sus vidas: se había terminado el tiempo de las actitudes pasivas por parte de los habitantes del país. La participación popular sentaba sus reales en la Argentina, y las formas de gobierno que no las contemplasen tenían por destino único el fracaso. Los sectores urbanos de escasos recursos, el peón rural y el caudillo alcanzaron en el periodo un acentuado protagonismo.

Reaparecen dos temas que estimamos fundamentales para la compresión de nuestro pasado: la legalidad y la legitimidad. Mucho se ha dicho acerca de los caudillos y sus sistemas de gobierno en el ámbito provincial; pero debe preciarse la existencia constate de la legitimidad otorgada por sus mismos seguidores. En esta década, el poder real se encontró siempre en manos de los hombres que, designados, tácitamente o no, por sus mismos paisanos, condujeron a las poblaciones provinciales en una dirección que tenía por meta la instalación de una forma federal de gobierno.

En el plano de la legalidad, nadie discutía los congresos, reglamentos y decretos; pero bastó querer imponer en el orden nacional una constitución que no respondía a la base legítima sostenida por las provincias para que la experiencia finalizara abruptamente. No siempre, a lo largo de la historia argentina, la legalidad y la legitimidad marcharon juntas, y cuando esto ocurrió, el tejido social argentino sufrió duros golpes, que el mismo conjunto de la sociedad se encargó de resolver brindando respuestas sólidas que emanaban de su seno.

El cuerpo social se vio fracturado por la tensión proveniente del desencuentro entre estas dos posturas irreconciliables. El alineamiento en una u otra era el paso ineludible que se debía dar para ubicarse en la vida política a partir de Cepeda.

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En este tramo final de la Unidad 8 intentaremos caracterizar las propuestas básicas de cada uno de los modelos que durante más de medio siglo sostuvieron tan prolongado enfrentamiento, el cual no se detuvo en la discusión política, sino que llegó en diversos momentos al choque armado.

El sector que recibió la denominación de unitarios sostenía que la unida de las distintas regiones debía estructurarse a partir de la hegemonía de Buenos Aires. Era necesario la existencia de un poder central fuerte, que consolidaba un modelo de Estado altamente centralizado, en el cual las provincias del interior tenían asignado un rol específico de subordinación a las directivas emanadas desde el gobierno central. La perspectiva institucional suprimía todas las instancias de mediación locales como fuentes de poder. Los antiguos cabildos debían ser reemplazados por municipios sin capacidad política ni judicial propia.

Las elites proponían un principio organizador del poder sobre la base de soberanía nacional que les otorgaba la jerarquía de adjudicatarios del principio de representación. En un primer momento se pensó en un modelo de monarquía constitucional: pero luego se irá avanzando hacia la adhesión al régimen republicano.

Con referencia a la participación de la ciudadanía en el plano político, la pretensión era la de restringir el ejercicio de los derechos civiles solamente a los propietarios y al sector de la población poseedor de cierto grado de ilustración.

Desde este punto de vista, se buscaba también conformar un modelo de apertura a la nueva realidad del mercado mundial asentado la base de su poder en los intereses del Litoral. Para esto buscaban tejer una red de alianzas con las elites provinciales como medio para consolidar un orden interno que garantizara la paz y los negocios, a la vez que ayudaría a constituir un mercado interno apto para la inversión extranjera.

Buenos Aires, por su parte, aumentar su capacidad de exportación para dar respuesta a la demanda de Gran Bretaña de productos agropecuarios provenientes de zonas de clima templado. Inglaterra después de perder sus colonias en América del Norte, requería cada vez más rápidamente cubrir sus necesidades de aprovisionamiento para alimentar su creciente población.

En esta perspectiva, los intereses de los ganaderos bonaerenses y los comerciantes porteños coincidían en la conveniencia de satisfacer las demandas provenientes de la tendencia que más pesaba en el mercado mundial. Así, como medio para aumentar la capacidad exportadora de nuestra economía, era preciso extender las tierras disponibles para la producción agropecuaria. Esto contribuyó a formar un poderoso sector comercial instalado en el puerto para tomar a su cargo el intercambio de la producción bonaerense con la extranjera. Pero como de ese modo se importaba el extranjero en buena parte de lo que nuestro interior producía, se generaba un polo de competencia desfavorable para la producción regional del interior del país.

Ciertamente, el argumento económico resultó un ingrediente fundamental en las guerras civiles argentinas. Los unitarios, basados en la búsqueda de un crecimiento económico asentado en los intereses del Puerto, buscaron la complementación con el marcado externo, lo que entraba en contradicción con las aspiraciones de las provincias interiores de lograr una mayor presencia en el mercado nacional.

El unitarismo propugnaba una visión cultural en la que pasaba las corrientes predominantes del pensamiento europeo de la época. El racionalismo iluminista despertaba en estos grupos una fuerte adhesión a las ideologías llegadas del otro lado de los mares, dejando de lado las fuentes de nuestra identidad. Buscaba en expresiones

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culturales extrañas las respuestas a las múltiples cuestiones que la realidad local ofrecía.

Se intentó adecuar la realidad al plano de las ideas, sin comprender la necesidad de utilizar los ajustes en el campo ideológico como instrumento para modificar la situación que los hechos planteaban crudamente. En la seguridad de poder ajustar la realidad a la elaboración ideológica se optó por desconocer lo concreto para iniciar políticas que podían resultar eficaces solo en otras realidades, que no tenían en cuenta sino al sector social que las sostenía. Un prolongado divorciado entre la elite intelectual generadora del unitarismo y la mayoría de la población argentina se iniciaba.

El Federalismo, como modelo político, postulaba la instauración de un poder descentralizado donde adquirían mucha fuerza las mediaciones locales y una conciencia de soberanía común.

En este sentido, podemos captar la recuperación de la tradición colonial donde se integran elementos de la cultura política generada en los ámbitos de convivencias más cercanos. La experiencia de los Cabildos y las asambleas populares estaban presentes en la propuesta.

Entre las corrientes federales, la adhesión al modelo republicano se dio desde el primer momento, en parte por los antecedentes constitucionales del pensamiento norteamericano, pero también por la larga discusión con Buenos Aires en torno del poder soberano. La idea de la monarquía parecía más un recurso para fortalecer la hegemonía porteña.

Por otra parte, sostenían los dirigentes federales la necesidad de una organización nacional, pero que respetara las autonomías provinciales. Su teoría descansaba en la participación popular directa, y el esquema había sido llevado a la práctica en reiteradas ocasiones: Artigas, Güemes, Ramírez, López son ejemplos en este

sentido. La década iniciada por la Revolución de Mayo había servido al federalismo para vislumbrar que la sujeción de las provincias a un gobierno central que no respetaba el aspecto referido a las autonomías locales conducía a la ruina de las economías del Interior y a la subordinación del destino de las provincias a los dictados del entre central gubernativo.

Desde el punto de vista cultural, el federalismo sostenía el estandarte de la tradición como emblema de rescate de las pautas culturales hispano-criollas. Desde esta perspectiva, nos encontramos con la vigencia que adquirieron para los sectores populares valores como el religioso. Y de alguna manera estos valores eran esgrimidos como punto de confrontación con lo que ellos sentían como la amenaza de otros discursos doctrinales.

Tratando de mostrar su diferencia con las elites porteñas, afirma Ferns:

“Los gauchos eran otra cosa. Facundo Quiroga, el Tigre de los Llanos, hacia inscribir en las banderas de su ejército la divisa: religión o muerte”.

(Ferns, 1966, 96)

Par el Federalismo, primero se daba la acción y luego la fundamentación teórica y el debate doctrinal. Los elementos centrales de su propuesta descansaban en la construcción de un poder descentralizado y un cuerpo político activo.

En el reconocimiento de los valores que habían originado la sociedad argentina, en la visualización, de lo autóctono como elemento fundante de la realidad y con base en la experiencia de vida acumulada durante años de gobiernos centrales que disponían según sus pretensiones sobre el destino de las poblaciones que generalmente no conocían, se estructuró un sistema organizativo que

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representaba el sentir de un importante sector –el más numeroso- de la sociedad argentina.

El natural enfrentamiento de Buenos Aires y las provincias cedía su lugar al conflicto de federales y unitarios, que contaban con partidarios en todos los confines del país: “Federales y unitarios los hubo en provincias del mismo modo que los hubo en Buenos Aires”. (Barba, 1982, 19).

El modo de organizar la nación era la discusión del momento, y al cabo de ella la guerra civil se instaló en la Argentina.

Para su autoevaluación

- Relacione la restauración monárquica europea y la propuesta directorial.

- Trace un esquema sintetizando la situación internacional y la nacional en 1816.

- Identifique las principales posiciones de los diputados al Congreso de Tucumán.

- Precise las divergencias entre San Martín y Pueyrredón.- Identifique las principales consecuencias de Cepeda.- ¿Cómo operó el gobierno de Buenos Aires frente a los

caudillos federales?- ¿Qué significó el Tratado de Pilar para Buenos Aires,

Ramírez y Artigas?- Caracterice a federales y unitarios. ¿Cuáles son las

diferencias más notorias entre sus respectivas propuestas?

Referencias

Barba, Enrique M. (1982) Unitarismo, federalismo, rosismo. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina.

Halperín Donghi, Tulio (1979) Revolución y guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina criolla. Mexico, Siglo XXI.

Luna, Félix (1982) Buenos Aires y el país. Buenos Aires, Sudamericana.

Lynch, Johny (1980) Las revoluciones hispanoamericanas 1808-1826, Barcelona, Ariel.

Pérez, Amuchástegui, A.J. (1973) Ideología y acción de San Martín. Buenos Aires, Eudeba.

Vicens Vives, J. (1984) Historia General Moderna. Siglos XVIII-XX. Barcelona, Vicens Vives.

Jauretche, Arturo (1989) En 32 escritores con Rosas o contra Rosas. Autores varios. Buenos Aires, Ediciones Federales.

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Unidad 9

Rivadavia y Rosas.Proyectos sociales y económicos

1. Rivadavia y su programa de reforma

Entrada la segunda década del proceso revolucionario, se va dar en la provincia de Buenos Aires un fluido reagrupamiento de los distintos sectores sociales que intervenían en la vida pública. Profundas transformaciones en el plano económico y social se sucederán en estos años.

El desenvolvimiento de las mismas fue un proceso político que se otorgó los espacios necesarios para que las modificaciones se produjeran. Las políticas aplicadas por Bernardino Rivadavia, primero como Ministro de Gobierno de Martín Rodríguez y luego como Presidente, fueron determinantes para los sucesos que conmovieron a la provincia y al país en esta etapa.

La figura de Rivadavia ha sido objeto de grandes controversias en la historiografía nacional. Bartolomé Mitre lo califica como “el más grande hombre civil de la tierra de los argentinos”, refiriéndose a su actuación como Ministro de Martín Rodríguez, “teniendo en cuenta la importancia de sus servicios y la extensión de sus luces”. (Vedia y Mitre, 1952, 198).

Arturo Capdevila lo caracteriza como un hombre con ideas entre actores o poco o nada sabían de ellas (Capdevila, 1931).

Desde otras perspectivas la visión difiere totalmente. Varias corrientes historiográficas juzgan desde el polo opuesto su genio y su figura.

“Rivadavia es símbolo y cifra de las más armoniosas, construcciones progresistas, sin duda porque apenas entendió al país y se precipitó en un fárrago de teorizaciones europeas, que ni siquiera rozaban la piel de las auténticas necesidades coloniales.”

(García Mellad, 1974, 30)

Los autores revisionistas lo acusan de haberse mimetizado con los sectores del comercio portuario, que estaban, en esta alternativa, vinculados al mercado británico. (Font Ezcurra, 1942, 29).

Más allá de las controversias interpretativas, es indudable que el planteo de Rivadavia respondía a un proyecto concreto y articulado que debía realizarse en etapas sucesivas para alcanzar el logro del objetivo perseguido. Las disposiciones instrumentadas por Rivadavia desde la función de gobierno son un claro indicio de un plan global en que las iniciativas económicas se codeaban con las políticas y sociales.

Rivadavia irrumpe en la escena política con la llegada a la gobernación de Martín Rodríguez, quien lo designó Ministro de Gobierno. Para esta operación había confluido los dos sectores poderosos de la provincia de Buenos Aires: los hacendados, conducidos por Rosas, y la burguesía mercantil porteña, que constituía la base de apoyo de Rivadavia. Los dos grupos se unieron ante la necesidad de imponer un orden interno.

¿Cuál era la realidad del país en ese momento? Las provincias entendían que su autonomía implicaba la no intervención de ningún

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poder extra-provincial en su economía, por lo que se oponían a cualquier política económica que supusiera alcanzar uniformidad en el desarrollo de cada región. La oposición más importante a la línea impulsada desde el gobierno instalado en la ciudad-puerto se encontraba en la provincia de Buenos Aires, ya que la nueva política no protegía sus producciones, sobre todo frente a la competencia inglesa; los ganaderos entendían que, ante la nueva situación, las ventajas conseguidas en el periodo posterior a la Revolución se perderían.

Las respuestas no se hicieron esperar, y comenzó a gestarse una lenta pero firme reconversión del sector comercial hacia formas alternativas que le permitiesen mantener el poderío alcanzado. La oligarquía comercial percibió en el sector rural un nuevo lugar hacia donde derivar parte de sus ingresos. Los ganaderos, por su parte, encontraron en el acercamiento del sector comercial la posibilidad de recibir capitales frescos, ampliar sus posesiones y conformar ya definitivamente un poderoso sector económico, que, aliado al comercio de la ciudad, se constituía indudablemente en el dueño del poder económico no solo de la provincia sino de todo el país.

El proceso de integración entre comerciantes y ganaderos encontró un óptimo ejecutor en el estanciero Juan Manuel de Rosas. De esta manera comenzó un proceso de ampliación de los territorios ocupados para la actividad ganadera.

La reconversión fue beneficiosa para ambos sectores: unos, los ganaderos, ampliaron su producción; los otros, porque la diversificación de sus fuentes de ingreso les posibilitó enfrentar el comercio inglés, que, instalado en Buenos Aires, amenazaba absorberlos.

Mientras tanto, Rivadavia emprendió una intensa acción que abarcó los distintos espacios de la vida social y económica. El Ministro proponía la Ilustración como el remedio de los males que

aquejaban a estas tierras. La influencia de Jeremy Bentham era visible en su gestión. Se proponía implantar en el sueño americano las instituciones que mostraba la atrayente civilización europea. Para ello pensaba de configuración social, sin tener en cuenta el suelo cultural donde se implantarían aquellas.

Dos eran los preceptos fundamentales que guiaban en el económico la política rivadaviana. Así (Burgin, 1975, 126/7):

I. “... el atraso económico y social de la Argentina se debía no tanto a su falta de recursos materiales como a la política económica y fiscal del régimen español”. Y II. “La prosperidad individual era la base de la fuerza económica y política del Estado.”

Con estas premisas, el accionar del ministro quedó evidenciado en una sucesión de medidas tendientes a encuadrar la realidad dentro de las mismas. La contradicción fundamental del partido unitario se iría haciendo cada vez más patente. Si en teoría el unitarismo se presentaba como liberal y democrático, en la puesta en práctica del ideario se transformó en autoritario, ya que impuso su programa económico pese a la oposición que desde la misma Buenos Aires se ejerció, y en aristocrático, pues atribuyendo a la ignorancia popular el rechazo que sus medidas producían solamente se dirigieron a captar al sector de comerciantes e intelectuales, es decir, la capa más elevada de la sociedad de la época, con lo que el resto de los sectores sociales a quienes no se los incluyó en el programa quedó contrapuesto a ellos.

El 28 de diciembre de 1822 se contrata con el Banco Baring Brothers un empréstito de cinco millones de pesos fuertes, con la garantía de los fondos y rentas públicas de la provincia de Buenos

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Aires. El crédito debía ser pagado en 6 cuotas mensuales, la última de las cuales sería abonada el 15 de diciembre de 1824.

El empréstito Baring Brothers tenía originalmente un destino preciso: a) construcción del puerto de Buenos Aires, b) establecimiento de pueblos en la frontera, y c) dotar de agua corriente a la ciudad de Buenos Aires. La relación entre la enfiteusis y este empréstito aparece claramente: al firmarse el mismo la provincia de Buenos Aires garantizaba con sus bienes, rentas y territorios el pago de 1.000.000 de libras, más sus intereses.

Los pormenores del empréstito han sido magistralmente investigados por Scalabrini Ortiz. Presentamos una síntesis realizada por él mismo en su obra “Política británica en el Río de la Plata”.

Propuesta de trabajo

Con el propósito de que usted realice una ejercitación, le proponemos encontrar en el texto que le ofrecemos los elementos para responderse a los siguientes puntos:

a) Cantidad de metálico recibido en Buenos Aires,b) Monto de la deuda contraída,c) Destino de los fondos recibidos.

“Resumamos las operaciones para mayor claridad. El gobierno de Buenos Aires ha concertado un empréstito de £ 1.000.000 que gana 6% anual del interés con más de ½ por ciento de amortización, que se coloca, aparentemente, en la plaza londinense al 70% de su valor escrito. El gobierno de Buenos Aires debió recibir £ 700.000 liquidas en oro contante y sonante, o sea $ 3.500.000. Pero

la casa intermediaria dice retener el servicio de dos anualidades, es decir en total £ 130.000, o sea $ 650.000. Verdaderamente y dada la impunidad con que se estaba actuando, bien pudo la casa emisora haber reservado el servicio de 9 anualidades más, anticipadas, con lo cual el gobierno a pesar de quedar debiendo £ 1.000.000 no hubiera percibido ni un centavo. No hagamos suposiciones y aceptamos los hechos tal cual son. Retenidas en Londres esas £ 130.000, el gobierno de Buenos Aires debió recibir el resto, o sean £ 570.000, equivalente a $ 2.750.000. No era mucho percibir, por cierto. Apenas un poco más de la mitad de la deuda contraída. La operación va adquiriendo un aire fastidioso de usura. Pero la comunicación de Baring –cuyo análisis completo nos llevaría muy lejos, aunque es inexcusable subrayar la forma en que la casa Baring se libra de responsabilidades al dar por emisores directos a los señores Robertson y Castro y al colocarse ella en calidad de simple depositaria- contiene una novedad que han pasado por alto todos los analizadores de este empréstito. La casa Baring dice que los fondos que el gobierno obtiene de la colocación del empréstito no serán remitidos a Buenos Aires en oro contante y sonante. Por una sutil razón de cambio que no entramos a analizar, la casa Baring afirma que no remitirá oro, remitirá letras. ¿Qué es una letra? Es una simple orden de pago a cargo de un tercero. En el legajo del Archivo Nacional se conserva una de las letras que fue enviado Baring. Esta fechada el 20 de octubre de 1824 y dirigida a John Parish Robertson y dice traducida: “A los sesenta días vista páguese a la orden de don Manuel José García,

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ministro de finanzas del estado de Buenos Aires, la suma de 461 dólares sean pesos fuertes) valor que Vd. Cargará en cuenta de Baring Brothers”. En una palabra, en lugar de remitir oro contante y sonante, Baring enviaba órdenes a los comerciantes ingleses radicados en Buenos Aires par que éstos pagaran las sumas indicadas al gobierno provincial. Ahora bien, si los comerciantes ingleses locales hubieran poseído oro suficiente para abonar esas órdenes o letras, nada hubiera que objetar. Pero la misión de esos comerciantes británicos habían consistido hasta ese momento en exportar todo el oro posible y hallable en la plaza de Buenos Aires, y la plaza de Buenos Aires estaba justamente ahogada por la falta de oro circulante, según hemos narrado en la historia del Banco de Descuentos y según se comprueba en la discusión que en la legislatura precedió a la fundación de dicho banco. Es absolutamente imposible que los comerciantes ingleses locales hayan podido, pues, abonar en oro las letras que como producto del empréstito remitía Baring Brothers. ¿No decía acaso la comisión de hacienda que tan tenazmente propugnó la autorización del empréstito que “cada día se hacía más sensible la ausencia de numerario” –es decir de oro metálico- “y que la introducción del nuevo capital… satisfaría una necesidad?” Como el puerto, los pueblos y las aguas corrientes, el oro metálico se desvanecía por arte de encantamiento. Después de hipotecar todos los bienes, el gobierno de Buenos Aires tenía en sus manos órdenes de pago contra los comerciantes ingleses locales, es decir papeles de comercio, no oro efectivo.”

(Scalabrini Ortiz, 1981, 106/8)

Este empréstito, que será otorgado por Gran Bretaña simultáneamente con otros destinatarios a diversos países periféricos –lo que nos ilustra acerca de quien era el más interesado en acrecentar la deuda externa- no se terminará de pagar sino en 1904, atando así por un largo periodo de país a una situación de dependencia financiera respecto a los centros del poder internacional.

Para garantizar a los acreedores la devolución del crédito otorgado se sancionará la Ley de Enfiteusis, con lo que se hipotecaban las tierras públicas. Para esto, el Estado asumía la propiedad de las tierras y las otorgaba solamente en alquiler para que, mediante el cobro de los servicios, se pudiera saldar la deuda con Baring.

La Ley de enfiteusis fue el instrumento mediante el cual el Estado se apropiaba de las tierras no escrituradas y sentaba las bases para una distribución racional de las mismas. Aquellas que quedaban incluidas en este sistema no podían ser enajenadas. Se les entregaba bajo la enfiteusis, o sea, cesión del dominio útil del inmueble mediante el pago anual de un canon. Los requisitos que debían satisfacer quienes pretendiesen tierras en estas condiciones eran de tal complejidad, que solo la intervención de letrados aseguraba la obtención de lo solicitado. Con este sistema, los principales privilegiados resultaron ser los ganaderos de la provincia de Buenos Aires, que lograron una importante expansión territorial gracias a cánones sumamente accesibles.

Debajo de esta operación aceptable se daba un hecho de mucha mayor importancia: toda la tierra pública de la provincia de Buenos Aires quedaba imposibilitada de ser vendida, pues dicha ley decretaba

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“la inmovilidad de las tierras públicas bajo dominio del Estado, prohibiendo que se extendiera título alguno de propiedad a favor de particular”

(Avellaneda, 1915, 68)

El correlato social de esta ley se encontró en el decreto firmado dos días después, donde se ordenaba un severo castigo a los vagabundos, denominados “clases improductivas, gravosa, nociva a la moral pública e inductora de inquietudes en el orden social”. (Rodríguez Molas, 1982, 145).

En el decreto no se definía expresamente quienes debían ser considerados como tales. Un importante instrumento que se movilizó luego para el control monetario fue el primer Banco de Buenos Aires, que se refundiría luego en el Banco Nacional. Se lo proponía como un medio capaz para consolidar la unión con las provincias y sus habitantes.

Para la creación del Banco se contó con la iniciativa del gobierno de Buenos Aires y el capital de accionistas ingleses. El gobierno era el principal accionista, con 15.000 acciones, y los comerciantes ingleses, en segundo término: 4.123 acciones. Lo que a primera vista era una amplia mayoría en manos de gobierno dejaba luego de serlo de serlo, ya que el artículo 17 indicaba el número de votos que tendrá cada accionista: 1 6 2 acciones = 1 voto; más de 100 acciones = 10 votos. En síntesis, al gobierno le correspondían 1500 votos; los comerciantes ingleses, que habían colocado sus acciones a nombre de personeros, alcanzaban a 4.123 votos.

Este Banco Nacional, que no contaba con el control de los intereses argentinos, auxiliará económicamente al General Lecor cuando conduzca las tropas portuguesas para enfrentarse con el ejército argentino, mientras que le negará su auxilio al gobierno de

Buenos Aires cuando, después de Ituzaingó, le pidió su ayuda para consolidar la victoria en la misma guerra con el Brasil.

2. El proceso de balcanización

En el plano cultural también llevó adelante Rivadavia importantes iniciativas. Los principios de Ilustración influyeron en las diversas propuestas instrumentadas desde el gobierno, y todas las iniciativas tendrán su sello.

La reforma eclesiástica decretada en 1822 deja traslucir el rumbo que la Ilustración española había emprendido para obtener el control y la subordinación de la Iglesia al Estado nacional. Entre las medidas ordenadas por la “reforma general del orden eclesiástico” se contaban la incautación de bienes de las órdenes religiosas, la prohibición de hacer votos religiosas ante de los 25 años y la limitación del número de religiosos al ordinario diocesano.

Las reformas obedecían a la tendencia de los Estados nacionales en esa época a controlar las organizaciones religiosas independientes del poder secular. En este sentido, las órdenes religiosas tenían superiores generales que residían en Roma, y no podían así sujetarse fácilmente al control estatal. En cambio, la estructura episcopal y el clero secular, en virtud del patronato, podían sujetarse al control del Estado.

De todos modos, en la reforma eclesiástica pesó más la influencia ideológica europea que las presuntas irregularidades existentes en las congregaciones religiosas. En este tiempo, en la provincia de Buenos Aires, sobre una población de 150.000 habitantes, había apenas 180 religiosos.

Una iniciativa que tendría una amplia repercusión en el plano de la política social fue la creación, el 2 de enero de 1823, de la

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Sociedad de Beneficencia. Esta institución asistencial se proponía atender la “dirección e inspección de las escuelas de niños, de la Casa de Expósitos, de la Casa de Partos Públicos, del Hospital de Mujeres y del Colegio de Huérfanos”.

La Reforma rivadaviana inspiró en gran parte la acción social en el país durante un largo periodo al centrar su tarea en la atención de los más necesitados conforma a una concepción caritativo-asistencial que tuvo alta resonancia en la época. En este sentido, su fundador se alimentó de

“la mejor siembra de aquellos principios filosóficos de Betham de que estaba poseído y del modelo francés que posiblemente anheló alcanzar”

(Piccrilli, 1960, 48)

Luego de producirse el reemplazo de Martín Rodríguez por Gregorio las Heras, Rivadavia es enviado a Londres como ministro plenipotenciario. Durante este periodo, el interior busca promover un Congreso organizador, que debía celebrarse en Córdoba bajo la inspiración de Bustos. Finalmente, Las Heras convoca al Congreso de Buenos Aires, donde se librará una intensa batalla por la conducción entre unitarios y federales.

Durante este periodo, la Banda Oriental, que permanecía en manos de los portugueses desde la derrota de Artigas, comienza a estar nuevamente en el candelero. El general Lavalleja, oriental emigrado al que apoyan los federales, inicia en abril de 1825 la expedición de los Treinta y Tres Orientales, a las que se irán sumando fuertes apoyos y que provocó al corto tiempo un levantamiento popular, que terminó derrotando a las tropas imperiales. El 25 de agosto de 1825, se reúne un congreso en Florida, donde se proclama la adhesión de la Banda Oriental a las Provincias

Unidas del Río de la Plata. Esta adhesión es aceptada por el congreso reunido en Buenos Aires. Brasil responde declarando la guerra.

Aprovechando la situación de efervescencia popular, el grupo unitario, que no era originalmente partidario de la guerra, hace propaganda a favor de la instauración de un poder ejecutivo nacional fuerte. De este modo, el 1º de febrero de 1826 se dicta la ley de Presidencia y se designa a Rivadavia en ese cargo.

Al mismo tiempo, el Congreso sanciona la Constitución, que reiterará en casi todos los términos aquella que en 1819 habían rechazado las provincias. La Constitución imponía la forma unitaria de gobierno desde una perspectiva centralista y restrictiva para la autonomía de las provincias. El interior rechazó al unísono el nuevo instrumento constitucional. Los enviados del gobierno central no fueron recibidos y las provincias desconocieron la autoridad del nuevo texto.

Mientras tanto, las tropas argentinas se imponían a los invasores portugueses por tierra y por mar. En Ituzaingó, finalmente, asestan el golpe final que desorganiza y pone en fuga a las tropas brasileñas.

Rivadavia envía entonces a Manuel J. García par que pacte la paz con el Brasil. Pero un tercer actor va a participar de las negociaciones: Gran Bretaña, a través de Lord Ponsonby, quien presiona a ambas naciones para que concierten una paz rápida a la vez que intenta persuadir a las mismas sobre la conveniencia de crear un nuevo país. De esta manera se aseguraba de que ninguno de los dos países potentes del sur, Argentina y Brasil, conservaran las dos márgenes del Río de la Plata. El Río de la Plata dejaba de ser un río interior del territorio nacional. Así quedaba garantizada la libre navegación del estuario, la que para el comercio inglés sería una herramienta esencial por garantizar su presencia en la zona.

El enviado de Rivadavia a Brasil firmó un tratado por el cual Argentina renunciaba a la Banda Oriental, aceptaba la promesa del

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Emperador de Brasil de ordenarla e indemnizaba al Brasil por la guerra de corsarios efectuada.

Ante la oposición popular que despertó el tratado, Rivadavia adujo que García había contravenido sus instrucciones. Pero el pueblo de Buenos Aires no admitió las excusas: exigió y obtuvo, su renuncia.

3. Emergencia del liderazgo de Juan M. de Rosas ante la crisis de ingobernabilidad

Es indudable que intentar comprender la figura de Rosas en la política argentina resulta difícil desconociendo la multiplicidad de situaciones que debió atravesar su actuación contando con apoyos diversos y sosteniendo sus líneas de acción desde perspectivas alternativas.

Desde una apreciación global, se han cometido comúnmente dos errores: uno, el de considerar este proceso como aislado en sí mismo, ignorando el completo cuadro internacional e interno que rodeó su gestión; el otro, el de considerar globalmente un proceso en el que la política se fue perfilando poco a poco con sus rasgos distintivos. Como producto de este segundo error se ha llegado a caracterizar el conjunto desde alguna etapa determinada de él.

La aparición de Rosas en el escenario político de manera protagónica se da en ocasión del levantamiento de 1829. la revolución del 1º de diciembre de 1828, conducida por Lavalle, derroca al gobernador de Buenos Aires y fusila a Dorrego sin juicio previo. La temeridad de esta decisión aísla a Lavalle de los sectores que podrían servirle de apoyo, y se enfrenta a un movimiento que va creciendo en extensión entonos los rincones del país.

En la conducción de la movilización que congrega a los sectores federales desplazados aparece la figura del nuevo líder. Hasta ese momento, Rosas se había dedicado a atender sus estancias. Se destacaba en el ámbito rural por la particular disciplina que sus peonadas alcanzaron. Los Colorados del Monte adquirieron rápidamente notoriedad en 1820, y no tan sólo por un uniforme sino también por estar perfectamente montados y equipados. Su sostenimiento económico estaba exclusivamente a cargo de Rosas.

Luego de su primera aparición política, respaldando al gobierno de Martín Rodríguez, su intervención pública más notoria se debió al estricto cumplimiento que hizo del Tratado de Benegas. Rosas se comprometió en forma particular a entregar a Estanislao López 25.000 cabezas de ganado para reconstruir los planteles diezmados en la provincia de Santa Fe por las tropas de Lavalle.

Rosas aparece como una autoridad capaz de conducir a los distintos sectores que convergían en la vida social y política, así como de evitar la extensión de conflicto con las otras regiones. Cuando la guerra civil se desató y Lavalle ordenaba el fusilamiento de Dorrego, nuevamente apareció Rosas como el hombre que limitaba el enfrentamiento al ámbito provincial y evitaba que los contingentes federales de otras provincias se interesasen en Buenos Aires buscando vengar al gobernador fusilado en Navarro.

El respaldo que obtuvo Rosas en ese momento superaba el ámbito rural más estricto. Sin duda, “surge apoyando por la clase ganadera de la provincia de Buenos Aires”. (Ortega Peña y Duhalde, 1974, 45).

Pero no es el único apoyo sectorial que sostiene su presencia en el escenario público. Cuando se aduce que el sector ganadero fue el sustento principal que permitió progresar a Rosas, se elimina al resto de los sectores. Su influencia no se reducía al sector de los

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hacendados, sino que se había convertido ya en el jefe carismático de la población rural.

Al apoyo explícito del sector ganadero, al que pertenecía, se le deben sumar los apoyos brindados por el sector de los peones rurales, que percibían en la figura del estanciero bonaerense la posibilidad de un mejoramiento en sus condiciones de vida.

Los indios que vivían en la provincia de Buenos Aires habían establecido excelentes relaciones con Rosas, en quien encontraban a un interlocutor válido y confiable. Durante años, Rosas cultivó la amistad de los indios y logró establecer un vínculo tan sólido, que ambas partes cumplían escrupulosamente las condiciones pactadas. Para este sector, el ascenso de Rosas significaba la seguridad de contar con un leal amigo en el ámbito del gobierno y la validación de los acuerdos logrados durante años.

El grupo comercial porteño, que había realizado ya la reconversión de parte de sus capitales derivándolos hacia las zonas rurales, también prestó su apoyo incondicional al estancaron de “Los Cerrillos”, que le aseguraba el orden necesario para lograr el desarrollo pleno de sus intervenciones. Rosas representaba el regreso a épocas tranquilas, cuando la expectativa se encontraba colocada en la marcha de los negocios, y la década del ’20 no estaba justamente entre las más calmas. Además, Rosas era hombre de la provincia de Buenos Aires, y esto implicaba un reaseguro para que la política económica no se dirigiera hacia una presión triburitaria que podía afectar directamente los ingresos del sector.

El grupo unitario no miraba con desinterés la figura de Rosas, recordando su actuación en apoyo de Martín Rodríguez, cuando enfrentó al sector federal porteño. Rosas aseguraba para este grupo un reordenamiento, la posibilidad de seguir actuando en política y la garantía de que los federales del interior no iban a centrar sobre ellos la venganza que proclamaban a raíz del fusilamiento de Dorrego.

Por último, los sectores urbanos de menores recursos veían en Rosas al heredero natural de su caudillo muerto, Dorrego. Desaparecido éste, los federales urbanos entendían que el hombre encargado de vengar la muerte de su jefe y de constituirse en el nuevo conductor del partido debía ser alguien que reuniese las condiciones que Rosas había manifestado en su actuación pública.

Como dice Mansilla,

“… se comprende que hubiera en la ciudad mucha gente que pensara como la de la campaña, y viceversa; en el fondo, el chiripá y el frac no estaban reñidos; no se entendían, nada más”

(Mansilla, 1973, 49)

Una etapa diferente comenzaba, bajo las condiciones distintas, pero con una coincidencia acerca de la figura que encarnaba el orden: Juan Manuel de Rosas, quien no se presentaba aislado, sino que, salvo pequeños grupos, los principales sectores del quehacer bonaerense apoyaban su arribo y los caudillos federales del interior veían en él un interlocutor válido para establecer la Confederación.

El imaginario político predominante en la sociedad de la época se cristalizará en la persona de Rosas y otorgará a éste el papel supremo de protector de la sociedad en peligro.

4. La propuesta federal y su sentido de Patria

A lo largo del gobierno de Rosas se encuentran rasgos fundamentales que caracterizan el modo federal como respuesta a las cuestiones que se presentaban para la consolidación de la Patria.

Desde el punto de vista social, se enfatiza el reencuentro con las características salientes del pasado hispano-criollo. Rosas se

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convierte en un líder que revaloriza las virtudes presentes en el estilo de vida de los sectores populares. Encarnaba como un símbolo la fusión del hombre argentino y su tierra.

Su autoridad sintetiza dos rasgos que en muchos momentos se encontraron divorciados: en él se reúnen la legalidad como gobernador elegido de acuerdo con las reglas que ordenaban l vida política, y la legitimidad, en cuanto a que su poder gozaba de consenso de la comunidad. Desde el nacimiento de la Confederación, de acuerdo con las pautas que le imprime Rosas como conducción, esta síntesis aparece con una fuerza no alcanzaba hasta el momento en el escenario nacional.

Ante el sesgo europeizante que la elite intelectual porteña había impuesto en sus opciones, surgió en la población un impulso de autoafirmación que percibió en el modelo rosista la aparición de una alternativa que valorizaba las características más propias del ser colectivo.

El desencuentro de la Ilustración encarnada en los dirigentes unitarios y la perspectiva religiosa que predominaba en todo el país fue otro de los factores que hicieron crecer la divergencia. Este distanciamiento concluyó determinado en la identidad cultural y la religiosidad popular un polo galvanizador del proyecto colectivo, que el federalismo acabó traduciendo en propuesta política.

La excesiva teorización de las resoluciones adoptadas por el unitarismo en la función gubernamental, le permanente búsqueda de modelos europeos y la excesiva vehemencia utilizada para descalificar lo autóctono generaron como respuesta el repliegue sobre las tradiciones, así como la vinculación más estrecha y profunda con la tierra, la región y los hombres que encarnaban los rasgos arquetípicos de la cultura común.

Rosas simbolizó la adhesión a los valores asumidos en la conciencia colectiva, así como el rescate de la pertenencia al suelo y

a una patria común, la que, a lo ancho del territorio implicaba el presupuesto necesario para la existencia de un Estado nacional. La política cultural de Rosas enfatizó el valor de las costumbres propias, sobre las que se asienta tanto el ethos cultural de nuestro pueblo como la originalidad de lo criollo americano, en contraste con las notas extrañas del pensamiento europeizante que predominaba en las elites intelectuales de la época. El aporte más fuerte que significó Rosas en este sentido fue la posibilidad de conformar en torno a una voluntad política organizada este anhelo que subsistía en los rincones más hondos de la conciencia popular.

En el aspecto económico, el gobierno de Rosas desarrolló centralmente acciones en las que desplegó en forma convergente los intereses de la provincia de Buenos Aires y los del resto de las provincias.

El problema central que preocupaba a la ganadería en 1830 era la creciente escasez de tierras libres. La ocupación y colonización del territorio situados más allá de las fronteras resultaban difíciles y costosas. La expedición al desierto que condujo Rosas en 1833 amplió los terrenos disponibles para la explotación ganadera. El gobierno transfirió entonces grandes extensiones de campos a particulares para su explotación económica, en especial el pastoreo. Esta decisión significó la abolición en la enfiteusis al ofrecer tierras públicas en venta. La Legislatura provincial y el gobierno esperaban restaurar así el equilibrio financiero.

Si bien con este hecho el principal beneficio fue el sector de los hacendados, ya ligados íntimamente con importantes intereses comerciales porteños, es innegable que el proceso de integración territorial tuvo un importante avance con la expansión producida hacia el sur por Rosas.

Otro aspecto de su política económica muestra cómo la provincia de Buenos Aires abandona la actitud sectorial para privilegiar, a

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través de una ley, el desarrollo pleno de las economías regionales, dotando de un sistema jurídico de protección a las industrias locales frente a la competencia instrumentada desde el grupo comercial inglés.

La ley arancelaria de 1835 significó, por primera vez, la ruptura de la provincia con la tradición rivadaviana, a la vez que un serio esfuerzo del gobierno para adaptar su política al esquema económico impulsado en el país todo.

Además de la importancia de la búsqueda de crecimiento en la unidad nacional, la existencia de tarifas proteccionistas de la producción interna ofreció ventajas inmediatas de orden económico. La agricultura tenía ahora aseguraba una utilidad razonable en virtud de la prosperidad inmediata producida por el mayor precio de los granos. Los agricultores apoyaron con entusiasmo la medida. Fueron protegidas la industria manual de Buenos Aires, la vitivinícola y licorera de Cuyo y Tucumán, las textiles y alimenticias de Córdoba y Santiago del Estero y la ovina del Litoral.

El gobierno de Buenos Aires se revelaba así como un gobierno nacional. A partir de entonces, Rosas fue reconocido como Jefe de la nación, al haber resultado el primer gobernante que había antepuesto los intereses económicos del país los de los comerciantes extranjeros e, inclusive, porteños. Los impuestos adicionales que posteriormente se fueron creando reforzaron las providencias proteccionistas contenidas en la Ley de Aduanas de 1835.

Propuesta de trabajo

A continuación, le presentamos a Ud. la Ley de Aduanas de 1835 para desarrollar una ejercitación. Identifique:

a) los aspectos de la ley referidos a producción de manufacturas del interior;

b) los beneficios del intercambio con las mercaderías paraguayos dentro del ámbito de la Confederación;

c) el mantenimiento de las reservas en metálico: yd) los beneficios que obtuvo la actividad saladeril de Buenos

Aires.

2.690 Ley de Aduanaque deberá regir desde el 1º de enero de 1836 en

adelante

Ministerio de Hacienda - Buenos Aires, Diciembre 18 de 1835 Año 26 de la Libertad, 20 de la independencia y 6 de la Confederación Argentina – El Gobierno, en uso de las facultades extraordinarias que inviste ha tenido a bien promulgar la siguiente ley de aduana.

Capítulo IDe las entradas marítimas

Artículo 1º. Se suprime el derecho de cuatro mil, que bajo la denominación de Contribución Directa, se exija a los capitales a consignación, tanto nacionales como extranjeros.

Artículo 2º. Desde el 1º de Enero de 1836, serán libres de derechos a su introducción a la Provincia las pieles crudas o sin manufacturar, la cerda, crin, lana de carnero, pluma de avestruz, el sebo en rama y

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derretido, las astas, puntas de astas, huesos, garras, carne de tasajo y el oro y plata sellada.

Artículo 3º. Pagarán un cinco por ciento los azogues, máquinas, instrumentos de agricultura, ciencias y artes; los libros, grabados, pinturas, estatuas, imprentas; lanas y peleterías para fábricas; telas de seda, boradas de oro o plata, con piedras o sin ellas; relojes de faltriquera, alhajas de plata y oro, carbón fósil, salitre, yeso, piedra de construcción, ladrillo, maderas; el bronce y acero sin labrar, cobres en galápagos o dueles, estaño en planchas o barras, fierro en barras, planchas o flejes, hojalatas, bejuco para sillas, oblon y soldadura de estaño.

Artículo 4º. Pagarán un diez por ciento, las armas, piedras de chispa, pólvora, alquitrán, brea, caballería, seda en rama o manufacturada y arroz.

Artículo 5º. Pagarán un veinte y cuatro por ciento el azúcar, yerba mate, café, té cacao, garbanzos y comestibles en general; bordonas de plata, cordones de hilo, lana y algodón, las obleas y el pabilo,

Artículo 6º. Pagarán un treinta y cinco por ciento los muebles, espejos, coches, volantes, las ropas hechas, calzados, licores, aguardientes, vinos, vinagre, cidra, tabaco, aceite de quemar, valijas de cuero, baúles vacíos o con mercancías, betun para el calzado, estribos y espuelas de plata o platina, látigos, frazadas o mantas de lana, fuelles para chimeneas o cocinas, fuentes de estaño o peltre, y toda manufactura de ese metal, jeringas y jeringuillas de hueso, marfil o estaño, guitarras y guitarrillas, semilla de lino, terrallas,

máquinas para café, pasas de uva y de higo, quesos y la tinta negra para escribir.

Artículo 7º. Pagarán un diez y siete por ciento la cerveza, los fideos y demás pastas de masa, las sillas solas para montar, papas sillas de estrado.

Artículo 8º. Pagarán un diez y siete por ciento todos los frutos y manufacturas que no sean espresados en los artículos anteriores.

Artículo 9º. Se exceptúan de esta regla: 1º Los sombreros de lana, pelo o seda, armados o sin armar, que pagarán trece pesos cada uno. 2º La sal estrangera que pagará ocho reales por fanega.

Artículo 10º. El derecho de eslinaje sera cuatro reales por bulto, en proporción de su peso y tamaño.

Artículo 11º. La merma acordada a los vinos, aguardientes, licores, cerveza en caldo y vinagre, será calculada por el Puerto de donde tomó el buque la carga, debiendo ser del diez por ciento de los Puertos del otro lado de la línea; del seis de los de este lado y del tres cabo adentro.

Capítulo IIEfectos prohibidos

Artículo 1º. Queda prohibida la introducción en la Provincia de los efectos siguientes: herrajes de fierro para puertas y ventanas, alfajías, almidón de trigo, almas de fierro para bolas de campo y bolas hechas, toda manufactura de lata o laton, argollas de fierro y bronce, azadores de fierro, arcos para calderos y baldas, frenos, espuelas de fierro, cabezadas, riendas,

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caronas, lomillos, cinchas, cojinillos, sobrecinchas, maneas, maneadores, liadores, lazos, bozales, bozalejos, rebenques y demás arreos para caballos; batidores o peines, escarmenadores de talco, box o carey, botones de aspa, hueso o madera y hormillas de uno o cuatro ojos del mismo material; baldes de madera, calzados de talco, cebada común cencerros, cola de cueros, cartillas y catones, escobas de paja, eslabones de fierro o acero, espumaderas de fierro, estaño o acero, ejes de fierro, cenidores de lata, algodón o mezclados, flecos para ponchos y jergas, porotos, lentejas, alberjas y legumbres en general, galletas, ganchos de fierro, acero o metal para baldes o calderos, herraduras para caballos, ligas y fajas de lana, algodón o mezclados, maíz, manteca, mates que no sean de plata u oro, mostaza en grano o compuesta, parrillas, peines blancos que no sean de marfil, tela para sobre-pellones, ponchos y la tela para ellos, peinetas de talco o carey, pernos de fierro, rejas de arado modelo del país, rejas para ventana, romanas de pilon, ruedas para carruajes, velas de sebo, hormas para sombreros y zapateros.

Artículo 2º. Queda igualmente prohibido la introducción de trigo y harinas estrangeras, cuando el valor de aquel no llegue a cincuenta pesos por fanega.

Artículo 3º. En pasando de cincuenta pesos, el Gobierno concederá permiso a todo el que lo pida, debiendo determinarse en la solicitud el tiempo en que ha de hacer la introducción.

Artículo 4º. Sin embargo de la prohibición del artículo 2º, se admitirán a depósito de harinas

estrangeras por tiempo indefinido, para que puedan ser reembarcadas sin derecho alguno.

Artículo 5º. Los almacenes en que se depositen, serán de cuenta de interesado, y se tomarán con conocimiento del Colector: una de las llaves, de las dos que deben tener, quedara en poder del Alcalde de la Aduana, y la otra en manos del introductor o consignatarios.

Artículo 7º. La Aduana no es responsable de ninguna clase de deterioro, no cobrará eslinaje, pues ningún gasto es de su cuenta.

Artículo 8º. El Colector deberá visitar los almacenes y confrontar el número de barricadas una vez al mes, y además siempre que lo crea conveniente.

Capítulo IIIDe la salida marítima

Artículo 1º. Los cueros de toro, novillo, vaca, becerro, caballo y mula, pagarán por único derecho ocho reales por pieza.

Artículo 2º. Los cueros de nonato pagarán dos reales por pieza.

Artículo 3º. El oro y plata labrada o en barras, pagará el uno por ciento sobre el valor de plaza.

Artículo 4º. El oro y plata sellada, pagará el uno por ciento en la misma especie.

Artículo 5º. Todas las producciones del país que no van espresadas en los artículos anteriores, pagarán a su exportación por único derecho el cuatro por ciento sobre valores de plaza.

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Artículo 6º. Son libres de derechos a su exportación los granos, miniestras, galleta, harina, las carnes saladas que se exporten en buques nacionales, la lana y piel de carnero, toda la piel curtida, los artefactos y manufacturas del país.

Artículo 7º. Los efectos de entrada marítima, el tabaco en rama o manufacturado, y la yerba del Paraguay, Corrientes y Misiones, a su trasbordo, pagarán la quinta parte de los derechos que le correspondiesen introduciéndose en la Provincia, y el dos por ciento a su reembarco.

Artículo 8º. Se permite el trasbordo reembarco en los buques menores de la carrera pera los Puertos situados de cabos adentro, de los efectos siguientes: saldos, tabaco, y yerba, tanto extranjeros como del país, arroz, fariña, harina, comestible en general, sal, azúcar, todo artículo de guerra, alquitran, brea, caballería, anclas, cadenas de buques, motones, cuadernales, obenques y demás de esa especie para proveer buques; puediendo hacerse el trasbordo y reembarcó, para los espresados Puertos y en los mencionados buques, sin necesidad de abrir registro.

Capítulo IVDe la entrada terrestre

Artículo 1º. La yerba mate y el tabaco del Paraguay, Corrientes, y Misiones pagarán a su introducción el diez por ciento sobre valores de plaza.

Artículo 2º. Los cigarros pagarán el veinte por ciento.

Artículo 3º. La leña y el carbón beneficiado de ella que venga en buque extranjero, pagarán el diez y siete por ciento.

Artículo 4º. Serán libres de derecho todos los efectos que no se espresan en los artículos anteriores; como igualmente las producciones del Estado de Chile que vengan por tierra.

Capítulo VDe la salida terrestre

Artículo único. – Los frutos y mercaderías que se estraigan para las Provincias interiores serán libres de todo derecho, con la obligación de sacar la guía correspondiente.

Capítulo VIDe la manera de calcular y recaudar los

derechos

Artículo 1º. Los derechos se calcularán sobre los valores de plaza por mayor.

Artículo 2º. En caso de que entre el Vista y el interesado se suscite una diferencia, que pase de un diez por ciento sobre el valor asignado, arbitrarán ante el Colector General, tres comerciantes, con presencia de los precios corrientes de plaza.

Artículo 3º. Los comerciantes árbitros serán sacados a la suerte de una lista de doce que se formará a prevención en cada año por el Tribunal del Consulado.

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Artículo 4º. Los árbitros reunidos no se apartarán sin haber pronunciado su juicio, que se ejecutará sin apelación.

Artículo 5º. En caso de confirmarse por los árbitros el juicio del Vista, pagará el que apeló otro tanto de la diferencia litigada.

Artículo 6º. Los comerciantes aceptarán letras pagaderas por iguales partes a tres y seis meses prefijos, en pasando de quinientos pesos el adeudo.

Artículo 7º. A ningún deudor de plazo cumplido se le admitirá a despacho en la Oficina de Aduana.

Artículo 8º. Esta ley será revisada cada año.Artículo 9º. Las alteraciones que se hagan en los

derechos de Aduana, si son en recargo, no tendrán efecto, sino a los ochos meses de su publicación oficial, respecto de las expediciones procedentes del otro lado de los cabos de San Agustín y Buena Esperanza; de cuatro meses de las que procedan de las costas del Brasil, del Pacífico y del Este de África; y de treinta días respecto de las que procedan de cabos adentro.

Artículo 10º. Las alteraciones que se hagan disminuyendo los derechos, tendrán su cumplimiento desde el día inmediato, siguiente al de su publicación oficial por los diarios.

Artículo 11º. Todo artículo de comercio satisfará los derechos correspondientes, con arreglo a la ley que existiese el día de la llegada a Puerto de buque que los conduce y según lo prevenido en los artículos anteriores.

Artículo 12º. Esta ley, que deberá regir desde primero de Enero de 1836, será sometida al examen y deliberación de a Honorable Junta de Representantes de la Provincia.

Artículo 13º. Publíquese y comuníquese a quiénes corresponda.

Juan M. de RosasJosé María Rojas

En el plano de las relaciones internacionales, la acción desplegada durante este periodo de la Confederación sustentó la defensa de la Patria en su soberanía, discutida entonces por las pretensiones de las potencias hegemónicas de la época. La soberanía implicaba la custodia de los territorios propios así como la autoridad del poder legítimo existente.

El accionar de Rosas conjugó a la legalidad del acceso al poder como la legitimidad del consenso colectivo. La decisión de la población de entregar a Rosas la conducción de la Provincia de Buenos Aires resultó un plebiscito. En marzo de 1835, de 9720 sufragios, solamente 7 se pronunciaron en contra de él.

Ante los problemas que planteó Francia y sus reclamaciones por el trato dispensado a los ciudadanos franceses residentes en Buenos Aires, el Gobernador contó con el respaldo del resto de las provincias. Rosas definió claramente que la Confederación Argentina resolvía sus cuestiones con otras naciones preservando sus propios intereses. Tal definición fue la piedra angular de la política internacional de la Confederación. Las pretensiones que se intentaron imponer durante el periodo recibieron siempre la misma respuesta sin distinción alguna: el ejercicio de la autoridad en el ámbito nacional correspondía exclusivamente a los argentinos.

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El bloqueo francés (1838-1840) y el anglo-francés (1845-1850) intentaron violentar la política proteccionista articulada a partir de la Ley de Aduanas; pero en ambos casos debieron desistir sin poder imponer su decisión. La Confederación se enfrentó así con las dos potencias más fuertes del mundo, que no encontraban ningún freno en sus avances en Europa, Asia y África: sin embarbo, aquí se doblegaron sus ambiciones.

La conformación de la Confederación como un sólido bloque de poder se desplegó en el contexto regional. El enfrentamiento con la Confederación peruano-boliviana del General Santa Cruz, el no reconocimiento de la independencia de Paraguay, que significaba aceptar el desmembramiento del viejo Virreinato, y el apoyo continuo al grupo dirigido por Oribe en Banda Oriental señalaron el curso de las acciones en el ámbito sudamericano.

En todos los casos, la resolución de los conflictos combinó la utilización de una doble vía de acción: la negociación diplomática y la defensa militar. Rosas, en el comando de las relaciones exteriores; buscó que su acción respondiera al interés del conjunto de las provincias.

El General San Martín, al ver a su patria bloqueada, se ofreció para luchar junto a Rosas en la carta que le envió desde Grand Bourg el 5 de agosto de 1836. El Libertador, en otra carta que le escribe a Rosas, el 10 de julio de 1839, destaca que la conducta del gobierno francés se debía a una actitud orgullosa y prepotente. Ya entonces decía:

“pero lo que no puedo concebir es que haya americanos que por un indigno-espíritu de partido se unan al extranjero para humillar a su patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempos de la dominación española.

Una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer”

(Rosa, 1986, 314)

Para su autoevaluación

Intente caracterizar las relaciones que se presentan en el país a partir de 1820.

- Identifique los sectores que adquirieron un singular protagonismo en el periodo.

- Relacione las reformas rivadavianas entre sí buscando que hitos comunes se encuentren..

- Investigue las causas que originaron el final de la experiencia unitaria.

- ¿Cómo aparece Rosas en la función pública?- Identifique los sectores sociales que apoyan el surgimiento de

Rosas.- ¿Cuáles son las causas del apoyo que esos sectores le

brindan?- ¿Qué actitud asumió Rosas ante las pretensiones de las

potencias de la época?

Referencias

Avellaneda Nicolás (1915) Estudio sobre las leyes de tierras públicas, Buenos Aires, La Facultad.

Burgin, Miron (1975) Aspectos económicos del Federalismo Argentino. Buenos Aires, Solar/Hauchette.

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Módulo III

EL CICLO DEL ESTADO

La etapa de la historia argentina que abordamos en este Módulo III comprende los pasos que siguieron, una vez fundada la Patria, para organizar el patrimonio de los argentinos.

Este periodo ha sido visto por distintos historiadores como el momento en que se inicia la organización nacional. En realidad, lo que en esta época se organiza no es la Nación, sino el Estado. Durante estos años la tarea consistirá en definir su naturaleza, que principios lo anima y que fuerzas conducen su organización.

Para comprender claramente estos conceptos definimos al Estado como la estructura dotada de poder político desde donde se administran los recursos de la Patria. La sociedad delegada en él las funciones de declarar y sancionar las normas que rigen la convivencia. El Estado Moderno aparece como el árbitro natural para solucionar los conflictos de intereses y asignar a cada uno de los límites que le convengan.

En cuanto organismo representante del poder político, el Estado no es ciertamente una variable independiente de la vida social, por lo cual tenemos que estudiarlo en el contexto de la estructura social que le otorga legitimidad y garantiza el ejercicio de su autoridad. De esta forma intentaremos comprender su instalación y funcionamiento a partir del poder sobre el que reposa y las fuerzas sociales e intereses que respaldan sus decisiones y emprendimientos.

En la Unidad 10 estudiaremos la Confederación como primera instancia de organización institucional. El Pacto Federal fue el primer instrumento que grabó lazos sistemáticos de la interrelación

entre las provincias. A partir de ese instante el debate sobre las condiciones para la sanción de una Constitución concentró los esfuerzos del momento.

En la Unidad 11 se tomará el periodo que se abre a partir de la sanción de la Constitución de 1853. En un primer momento se agudiza la tensión entre Buenos Aires y el interior en torno de la conducción del proceso institucional. Finalmente, Buenos Aires, bajo la dirección de Mitre, hegemoniza la construcción del nuevos estado nacional.

En la Unidad 12 veremos la consolidación del aparato estatal regido por las pautas que inspiraron a las modernas sociedades occidentales. La Generación del Ochenta, que conduce las grandes transformaciones emprendidas, asienta su programa sobre un plan que comprende tras líneas de acción: el proyecto económico agroexportador, la inmigración masiva y la construcción del sistema educativo.

En la Unidad 13 se analizarán las características de la ya configurada Polis Oligárquica y los cuestionamientos al modelo que surgen del mismo programa alentando por la elite dirigente. En esta unidad se estudiará al naciente movimiento obrero, sus ideologías y las propuestas organizativas que predominaron.

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Unidad 10

La Confederación.Primera instancia de institucionalización

1. El Pacto Federal

Una vez consolidado el patrimonio de los argentinos, es decir, fundada la Patria, la tarea pendiente era lograr la organización de las instituciones desde las que se llevará adelante la administración de los recursos propios.

Concluidas ya las guerras emancipadoras y vislumbrados los límites del nuevo patrimonio, se trataba de realizar el entrelazamiento institucional de todos los miembros que se reconocían como parte de esta Patria común. Vale decir, de alcanzar la organización del Estado nacional.

La cuestión prioritaria que tuvo que asumir Juan Manuel de Rosas durante el periodo de su gestión estuvo centralmente vinculada con la forma de dar los pasos preliminares en la gestación de un espacio organizado en común. El telón de fondo de la escena política estará atravesado entonces por los debates en que se proponían las diversas formas que se perfilaban como modelos para encarar la tarea de conformación del Estado.

Cuando Rosas asume su primer gobierno, la situación de dispersión y desgarramiento de las provincias que integraban la Patria era grande. Tal como lo señala Florencio Varela en un artículo publicado en “El Comercio del Plata” el 11 de noviembre de 1846, luego del paso de Rivadavia por el gobierno, se deshicieron los lazos de unión que habían existido:

“A la renuncia del Presidente de la República siguió muy luego la disolución del Congreso, el 18 de agosto de 1827; y las provincias volvieron nuevamente al asilamiento completo en que se hallaban antes de 1824. Ningún vínculo de unión quedó subsistente entre ellas”.

Cuando Rosas se hizo cargo del gobierno de la provincia de Buenos Aires, no existía ningún lazo institucional que reuniera las distintas regiones. Múltiples factores condicionaron el avance en la cristalización de una organización institucional única. Las guerras civiles entre los sectores internos por el modelo de república a adoptar, así como las implicaciones económicas y sociales que estaban en juego, se complicaron con la intervención de potencias extranjeras, cuyos intereses comerciales se veían perjudicados por tal estado de cosas. Frente a ese cúmulo de conflictos, la política de Rosas consistirá en anudar con cada provincia acuerdos que permitieran ir tejiendo una malla de unidad nacional.

Así es como Rosas intentó, desde su provincia, ir ganando espacio mediante los acuerdos interprovinciales como paso previo a la organización del país. En este sentido, se privilegió la unidad política y territorial con base en acuerdos entre sus miembros provinciales. Así delineaba Rosas su Plan en la carta que le enviará a Facundo Quiroga el 3 de febrero de 1831:

“Soy de sentir que no conviene precipitarnos en pensar en congresos. Primero es saber conservar la paz y afianzar el reposo, esperar la calma e inspirar recíprocas confianzas antes de aventura la quietud pública. Negociando por medio de tratados de acomodamiento sobre que importa al interés de las

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provincias todas fijaría gradualmente nuestra suerte, lo que no sucedería por medio de un congreso en el que al fin prevalecería en las circunstancias la obra de las intrigas a que son expuestos. El bien sería más gradual, es verdad, pero más seguro. La materia, por el arbitrio de negociaciones, se discutiría con serenidad; y el resultado sería el más análogo al voto de los pueblos y nos precavería del terrible azote de la división y de las turbulencias que hasta ahora han traído los congresos, por haber sido formados antes de tiempo”.

Evaluando los trazos de la estrategia tejida por Rosas, Font Ezcurra dirá que:

“fue dando gradualmente, al conglomerado de provincias, contemporizando con su autonomía, estructura nacional, al obtener en forma de adhesión al pacto federal ese consentimiento que le había negado a Rivadavia, obtenido simultáneamente, por primera vez en nuestra historia, que un gobierno fuera obedecido y respetado en todo el territorio de la Confederación Argentina”.

(Font Ezcurra, 1938, 202)

Así, en medio de las guerras civiles, se va a establecer ese primer acuerdo, que se convertirá en el hito inicial de los “pactos preexistentes” y se constituirá en un antecedente directo de la Constitución de 1853.

El 4 de enero de 1831, los representantes de los gobernadores federales firmaron en Santa Fe el “Pacto Federal”. El documento

lleva las firmas de José María Rojas y Patrón, por Buenos Aires, de Antonio Crespo, Por Entre Ríos, y de Domingo Cullen, por Santa Fe. A fines del mismo año lo ratificó Corrientes, que había opuesto en primera instancia reparos de índole económica. El móvil final era concluir con el aislamiento, y para eso se buscaba echar las bases de una convención que diera lugar a una libra entre las provincias litorales.

El pacto, en el artículo 15, establece la creación de una comisión, con asiento en la capital de la provincia de Santa Fe, cuya misión era propender a la organización general de la República invitando a todas las provincias a sumarse a él. Con posterioridad, la totalidad de las provincias lo irán firmando por adhesiones sucesivas.

El tratado significó un importante dique de contención frente a la dispersión creciente, que ya había segregado del tronco rioplatense al Paraguay, el Alo Perú y la Banda Oriental; al obtener que las provincias se fueran adhiriendo paulatinamente a él, convirtió a la Liga del Litoral en el pilar sobre el que se construyó el Pacto de la Confederación, el cual reunió a trece entidades que hasta entonces habían vivido autónomamente.

El Pacto se convirtió en la base de la futura Constitución, en la medida en que el consenso obtenido está certificado con toda claridad en la resolución transcripta aparte del Acuerdo de San Nicolás de los Arroyos, que se firmó el 31 de mayo de 1852, y el cual, en su artículo 1º, establece que, “siendo una Ley Fundamental de la República el Tratado celebrado el 4 de enero de 1831, entre las Provincias de Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos, por haberse adherido a él todas las demás provincias de la Confederación, será religiosamente observado en todas su cláusulas”.

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Propuesta de trabajo

Le proponemos que, al leer y analizar el texto del Pacto Federal, busque en él primeramente, los elementos que ayudan a consolidar la unidad interior de modo perdurable; y luego, rastree aquellos de protagonismo y autonomía que se reconocen para los diversos actores, -las provincias- y que caracterizan el estilo político federal.

Pacto del Litoral, de 4 de enero de 1831

Deseamos los Gobiernos de Buenos Aires, Entre Ríos y Santa Fe estrechar cada vez más los vínculos que felizmente los unen; y creyendo que así lo reclaman sus intereses particulares y los de la República han nombrado para este fin sus respectivos Diputados, a saber; el Gobierno de Buenos Aires al Sor. Dn. José María Rojas y Patron, el de Entrerios al Sor. D. Antonio Crespo y el de Santa Fe al Sor. Dn. Domingo Cullen. Quienes después de haber cangeado sus respectivos poderes que se hallaron extendidos en buena devida forma; y teniendo presente el tratado preliminar celebrado en la ciudad de Santa Fe el 23 de Febrero ultimo entre los Gobiernos de dicha Provincia y la de corrientes; teniendo también presente la invitación que con fecha 24 del expresado mes Febrero hiso el Gobierno de Santa Fe al Gobierno al de Buenos Aires y la convención preliminar ajustada en Buenos Aires el 23 de Marzo anterior entre los gobiernos de esta Provincia y la de corrientes, así como el tratado celebrado el tres de Mato ultimo en la

capital de Entrerrios, entre su gobierno y el de Corrientes; y finalmente, considerado que la mayor parte de los pueblos de la República ha proclamado del modo más libre y espontáneo la forma de gobierno federal, han convenido en los artículos siguientes.

Art. 1º. Los Gobiernos de Buenos Aires, Entre Ríos y Santa Fe, ratifican y declaran en su vigor y fuerza los tratados anteriores celebrados entre los mismos gobiernos en la parte que estipulan paz firme, amistad y unión estrecha y permanente; reconociendo recíprocamente su libertad, independencia, representación y derechos.

Art. 2º. Las Provincias de Bs. As., Entrerríos y Santa Fe se obligan a resistir cualquier invasión extranjera que se haga, bien sea en el territorio de cada una de las tres provincias contrantes, o de cualquiera de las otras que componen el estado argentino.

Art. 3º. Las Provincias de Buenos Aires, Entre Ríos y Santa Fe, se ligan y constituyen en alianza ofensiva y defensiva contra toda agresión y preparación de parte de cualquiera de las demas Provincias de la República (lo que Dios no permita) que amenase la integridad o independencia de sus respectivos territorios.

Art. 4º. Se comprometen a no oir, ni hacer proposiciones ni celebrar tratado alguno particular una Provincia por si sola con otra de litorales ni con ningún otro gobierno, sin previo advenimiento expreso de las demás Provincias que forman la presente Federación.

Art. 5º. Se obligan a no reusar su consentimiento expreso para cualquier tratado que alguna de las tres Provincias Litorales quiera celebrar con otra de ellas o

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de las demás que pertenecen a la República, siempre que tal tratado no perjudique a otra de las mismas tres provincias o a los intereses generales de ellas o de toda la República.

Art. 6º. Se obligan también a no tolerar que persona alguna de su territorio ofenda a cualquiera de las otras dos Provincias o a sus respectivos Gobiernos amigos.

Art. 7º. Prometen no dar asilo a ningun criminal que se acoja a una de ellas huyendo de las otras dos por delito, cualquiera que sea y ponerlo a disposición del Gobierno respectivo que lo reclame como tal. Entendiéndose que el presente artículo solo regirá con respecto a los que se hagan criminales después de la ratificación y publicación de este tratado.

Art. 8º. Los habitantes de las tres Provincias Litorales gozaran recíprocamente la franquesa y seguridad de entrar a transitar con sus buques y cargas en todos los puertos, ríos y territorios de cada una, ejerciendo en ella su industria con la misma libertad, justicia y protección que los naturales de la Provincia en que recidan, bien sea permanente o accidentalmente.

Art. 9º. Los frutos y efectos de cualquier especie que se importen o exporten del territorio o puestos de una Provincia a otra no pagaran mas derecho que si fuesen importados por los naturales de la Provincia, a donde, o de donde exportan o importan.

Art. 10º. No se concederá en una Provincia, derecho, gracia, privilegio u extensión a las personas y propiedades de los naturales de ella, que no se conceda a los habitantes de las otras dos.

Art. 11º. Teniendo presente que algunas de las Provincias contratantes ha determinado por ley que nadie pueda ejercer en ella la primera magistratura, sino sus hijos respectivamente, se exceptúa un caso y otros de igual naturaleza que fueren establecidos por leyes especiales. Entendiéndose que en el caso de hacerse por una Provincia alguna excepción ha de entenderse a los naturales y propiedades de las otras dos aliadas.

Art. 12º. Cualquier Provincia de la República, que no quiera entrar en la liga que forman las litorales, será admitida con arreglo a lo que se establece la segunda base del artículo primero de la citada convención preliminar celebrada en Santa Fe a veinte y trés de Febrero del presente año; ejecutándose este acto con el expreso y unanime consentimiento de cada una de las demás Provincias Federales.

Art. 13º. Si llegare el caso de ser atacada la libertad e independencia de alguita de las tres Provincias litorales por alguna otra de las que no entran al presente en la Federación, por otro cualquiera poder extraño, la auxiliaran las otras dos Provincias litorales con cuantos recursos y elementos estan en la esfera de su poder, según la clase de la invasión; procurando que las tropas que envien las provincias auxiliares sean bien vestidas armadas y municionadas, y que marchen con sus respectivos gefes y oficiales. Se acordará por separado la suma de dinero con que para este caso deba contribuir cada Provincia.

Art. 14º. Las fuerzas terrestres o marítimas que según el artículo anterior se envien en auxilio de la

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Provincia invasora, deberan obrar en sujeción al Gobierno de esta, mientras pisen su territorio y naveguen sus rios en clase de auxiliares.

Art. 15º. Interin dure el presente estado de cosas, y mientras no se establezca la paz pública de todas las Provincias de la República, residirá en la capital de la de Santa Fe, una comisión compuesta de un diputado por cada una de las tres Provincias Litorales cuya denominación será “Comisión representativa de los Gobiernos de las Provincias Litorales de la República Argentina” cuyos Diputados podrán ser removidos al arbitrio de sus respectivos Gobiernos cuando lo juzguen conveniente, nombrando otros inmediatamente en su lugar.

Art. 16º. Las atribuciones de esta comisión serán:1ª Celebrar tratado de paz a nombre de las

expresadas tres Provincias, conforme a las instrucciones que cada uno de los diputados tenga de sus respectivos gobiernos y con la calidad de someter dichos tratados a la ratificación de cada una de las tres Provincias.

2ª. Hacer declaración de guerra contra cualquier otro poder a nombre de las tres Provincias Litorales, toda vez que estas esten acordes en que se haga tal declaración.

3ª. Ordenar se levante el exercito en caso de guerra ofensiva y defensiva y nombrar el general que deba mandarlo.

4ª. Determinar el Contingente de tropas con que cada una de las Provincias aliadas deba contribuir conforme al tenor del artículo trece.

5ª. Invitar a todas las demás Provincias de la República cuando esten en plena libertad y tranquila a reunirse en Federación con las tres litorales; y a que por medio de un Congreso General Federativo se arregle la administración general del país bajo el sistema Federal, su comercio interior y exterior, su navegación, el cobro y distribución de las rentas generales y el pago de la deuda de la República, consultando del mejor modo posible la seguridad y engrandecimiento general de la República, su crédito interior y exterior y la soberanía; libertad e independencia de cada una de las Provincias.

Art. 17º. El presente tratado deberá ser ratificado a los tres días por el Gobierno de Santa Fé, a los seis por el de Entrerríos y a los de treinta por el Gobierno de Buenos Aires.

Dado en la Ciudad de Santa Fe a cuatro días del mes de Enero del año de Nuestro Señor mil ochocientos treinta y uno. (firmado) José Mª. Roxas y Patron. Antonio Crespo.- Domingo Cullen.

2. La generación del 37

En estos años, garantizada la independencia política de España, también en el ámbito intelectual floreció la voluntad de hacer crecer el pensamiento propio. En los intersticios de los combates políticos y militares surgirá entonces una generación intelectual llamada a tener una actuación decisiva en los acontecimientos nacionales.

Estos hombres que se consideraban una instancia alternativa frente a las discusiones que sostenían los demás argentinos, se

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propusieron desde el primer momento como una generación superadora de las dos corrientes que alineaban, entonces, a los argentinos: unitarios y federales.

Esteban Echeverría, en páginas autobiográficas, relata diáfanamente como percibían estos intelectuales el momento argentino:

“la sociedad argentina entonces estaba dividida en dos facciones irreconciliables por sus odios como por sus tendencias, que se habían largo tiempo despedazado en los campos de batalla: la facción federal vencedora, que se apoyaba en las masas populares y era la expresión genuina de sus instintos semibárbaros; y la facción unitaria, minoría vencida, con buenas tendencias, pero sin bases locales de criterio socialista, y algo antipática por sus arranques soberbios de exclusivismo y supremacía.”

“Había entretanto crecido sin mezclarse en esas guerras fratricidas, ni particular en esos odios, en el seno de la sociedad; una generación nueva, que por su edad, su educación, su posición, debía aspirar y aspiraba de la cosa pública.”

(Echeverría, 1846, 2)

Existía en el país, desde los albores de la vida independiente, una tradición de asociaciones literarias, cuyos propósitos no se limitaban a crear contactos e intercambios entre sus miembros, sino que estaban animaos por el objetivo de difundir la Ilustración, ya que sus miembros se concebían como una elite capaz de moderar las ideas y las opciones de la población.

En junio de 1837, Marcos Sastre inauguró en Buenos Aires el “Salón Literario”, que reunía entonces a un grupo destacado de

jóvenes entre los que se encontraban Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi y Juan María Gutiérrez.

Para esta elite, es del pensamiento, y no de la acción, de donde debemos esperar lo que nos falta. Ya es tiempo pues de interrogar a la filosofía sobre el camino por el que se debe transitar. Esta generación, pues, está poseída de la avasalladora pretensión de convertirse en guías del nuevo país, y lo que legitima su misión es la posesión de un salvador sistema de ideas. Para ellos,

“la acción política debe ser un esfuerzo por imponer a una Argentina que en cuarenta años de evolución no ha podido alcanzar su forma una estructura que debe ser, antes que el resultado de la experiencia histórica atravesada por la entera nación en esas décadas atormentadas, el de implantar un modelo previamente definido por quienes toman a su cargo la tarea de conducción política”.

(Halperín Donghi, 1980, 18)

El papel tutelar que se autoadjudica esta generación parte de reconocer en la pobre mayoría características de inculta y joven; por ello, es misión de la elite ilustrada educarla y prepararla para la democracia. Este elitismo intelectual generó en muchos historiadores un severo juicio acerca de la confianza de estos hombres en las luces de la razón.

Carlos Ibarguren habla de

“esos muchachos teorizadores, racionalistas, idealistas, que fueron arrebatados por la ola romántica, verían el mundo y la vida a través de teorías y preceptos abstractos”.

(Ibarguren, 1961, 248)

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En realidad, esta Nueva Generación se propone como del grupo unitario, raleado por el paso del tiempo y deshecho por la derrota, tratando de acentuar las novedades que posee con respecto a sus antecesores. Y al tratar de marcar de que modo una formación diferente ha preservado de antemano a esta nueva generación de la reiteración de los errores de sus predecesores, la diferencia se enfatiza en la inspiración ideológica, a la que se le otorga un peso fundamental. El fracaso de los unitarios es, en suma, el de un grupo cuya inspiración proviene aún de las fatigadas supervivencias del Iluminismo. Mientras que los hombres de l37, reunidos por el influjo del romanticismo, están por eso mismo mejor preparados para asumir la función directiva que se fijan.

En toda Hispanoamérica, hacia la tercera década del siglo XIX, se da una intensa renovación ideológica como resultado de un complejo de influencias europeas. Solo en América, afirman los estudios, el romanticismo fue algo más que una manifestación de individualidades. Entre nosotros constituyó un fenómeno generacional que impulsó a la búsqueda de una originalidad cultural, que entonces prefirieron llamarla “emancipación espiritual”.

“El nuevo esquema ideológico de los románticos hispanoamericanos se resintió de endeblez filosófica y falta de coherencia, como resultado del juego de diversas influencias no siempre armónicas y contradictorias en ocasiones. Muchos de los elementos contenidos en las nuevas corrientes no constituyeron una novedad, sino que vinieron a insertarse en una línea de pensamiento ya existente, pero cumplieron su misión de producir ansias de renovación y adoptar un rumbo distinto del seguido por la generación anterior.”

(Pena de Matsushita, 1985, 99)

Si bien entre nosotros el romanticismo arribó como una influencia europea, su llegada al Plata, en la tercera década del siglo pasado, no es una irrupción brusca en la vida intelectual local, sino la maduración de una tendencia hacia lo original americano que venía imponiéndose. Aparecieron con él la valoración de lo propio, la recuperación del pasado y la búsqueda de la propia nacionalidad, como impulsos que penetraron no solo en la literatura, sino también en la filosofía, la política y el derecho.

La adhesión a los principios del romanticismo fue desigual entre los pensadores del Plata. Desde el punto de vista sociocultural los escritores argentinos conformaban una elite de formación europea, que no ignoraba la distancia que la separaba de las masas populares. Ante tal conciencia, aunque los románticos adherían a una postura socialista los rioplatenses no se sentían inclinados a escuchar las “voces de los pueblos”.hablaban del color local sin asumirlo plenamente y llegaban a exhibir una actitud de desprecio hacia el pueblo. Entre los románticos argentinos, Sarmiento representa una actitud extrema de repudio al elemento popular, y puede también encontrarse en Mármol un marcado desprecio por el hombre nativo.

La generación romántica sintió la necesidad de crear una cultura propia, una filosófica americana capaz de dar respuesta a los problemas específicos del hombre de estas tierras, una ciencia animada por un alto grado de sentido práctico que respondiese a los problemas concretos. Este desafío lo asumieron como la necesidad de trabajar para lograr una cultura y una organización política que, sin imitar lo hispánico, respondiese a las características del país.

En la inauguración del Salón Literario el 23 de junio de 1837, Marcos Sastre definió lo que era un dogma de la nueva generación: “proclamar a la faz del mundo nuestro divorcio de toda política y legislación extranjeras”.

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En esa misma ocasión Juan Bautista Alberdi proponía el camino por el que debía transitar el pensamiento:

“Dos direcciones deben tomar nuestros trabajadores inteligentes:

1º. La indagación de los elementos filosóficos de la civilización humana.

2º. El estudio de las formas que estos elementos deben de recibir bajo las influencias particulares de nuestra edad y nuestro suelo”.

(Alberdi, 1837)

La filosofía nacional por la que Alberdi abogaba sería definitiva una conciencia de la particularidad de formas nacionales, pues la premisa la constituía la universalidad de los principios y la multiplicidad de las aplicaciones.

3. Pensamiento político y debate constitucional

El influjo romántico generó una recuperación de la historia propia, que permitió a los intelectuales un acercamiento a la realidad afirmada por la gente.

“El advenimiento de los federales fue una imposición historicista, la abdicación de lo exótico por lo nacional, del plagio por la espontaneidad, de lo extemporáneo por lo oportuno, del entusiasmo por la reflexión”.

(Rosa, 1970, 282)

De tal modo, la obra historicista de Rosas, ciñéndose a la realidad social y política, debería completarla la joven generación. Los intelectuales debían investigar la forma nacional del desarrollo de estos elementos de nuestra vida americana, sin imitación, escarbando en el íntimo y profundo estudio d nuestros hombres y de nuestras cosas. Debían darle la conciencia nacional que faltaba y que podía adquirirse por el conocimiento profundo y reflexivo de los elementos que constituyen la nación.

Alberdi, en su Fragmento preliminar al estudio del Derecho, que procura intelectualizar el fenómeno político del “rosismo”, que, a la luz del complejo de ideas romántico-historicistas, quedaba así legitimado. En él caracteriza a Juan Manuel de Rosas afirmando que,

“considerado filosóficamente, no es un déspota que duerme sobre bayonetas mercenarias; es un representante que descansa sobre la buena fe, sobre el corazón del pueblo. Y por el pueblo no entendemos aquí la clase pensadora, la clase propietaria únicamente, sino también la universalidad, la mayoría, la multitud, la plebe”.

(Alberdi, 1837)

Ante los sucesos del bloqueo francés, los románticos tomarán el camino del destierro, dejando atrás algunas de las ideas que hasta entonces habían sostenido, inspirados más bien por la alternativa internacionalista.

A partir de entonces, esta generación, aportará decisivamente a la temática de la organización institucional del Estado. En Mayo de 1810, según Echeverría, surgió el pueblo como entidad distinta de España, en virtud de un “pacto social” americano. Ahora se trataba de plasmar una constitución con el fin de dar a la formación del Estado cierta base formal y reconocida democráticamente.

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Por el concepto de democracias reúne contradicciones que responden a la yuxtaposición del romanticismo y un iluminismo de base que lleva a Alberdi a afirmar que “El pueblo es soberano, cuando es inteligente” (Alberdi, idem.). Esta generación recoge de Cousin el principio de la soberanía de la razón. De allí que Echeverría privilegie el sufragio restringido sobre el universal ya que el problema de la extensión del sufragio puede y debe resolverse después tras un debate interno de la elite letrada.

En Echeverría, el concepto de Soberanía tiene limitaciones importantes. La primera resulta de la aceptación política de la palabra “pueblo”, pues no todo habitante es ciudadano, habida cuenta de que el derecho político del sufragio no constituía un derecho individual anterior a la organización en sociedad, sino emergido del poder y otorgado a quienes reunían un cierto nivel de educación y riqueza.

Políticamente, el pueblo llamado a ejercer la soberanía era la parte sensata y racional determinada conforme a la Ilustración, el trabajo y la propiedad. Los ignorantes no podían comprender la responsabilidad del sufragio.

Frente al problema de la Constitución, fue Juan Bautista Alberdi el hombre de esta generación que desplegó un pensamiento más acabado. Pese a su historicismo, estaba él muy lejos de la concepción de Rosas de una constitución implícita en la sociedad. Aceptaba que la constitución debía estar en las costumbres antes que en la letra, pero el orden a que aspiraba debía expresarse en una constitución escrita.

Si bien compartía con el historicismo la idea de una constitución viviente en las costumbres, la consideraba más que nada una realidad educativa, concebida como un código que debía crear carácter, hábitos y costumbres en la comunidad si ésta no los tenía.

En 1852, establecido en la ciudad de Valparaíso, Chile, da a conocer sus Bases. Puntos de partida para la organización política de la Confederación Argentina, que será tomado como “libro de cabecera” por los constituyentes del 53. En él afirma que

“no se puede exigir racionalmente política que no emane de la constitución escrita. Si aspiramos, pues, a ver en práctica un sistema de administración basado en las ideas de progreso y mejora que prevalecen en la época, demos colocación a estas ideas en las leyes fundamentales del país, hagamos de él las bases obligatorias del gobierno, de la legislación y de la política”.

(Alberdi, 1852, 212)

4. Rosas. Su modelo de organización

La acción y el pensamiento de Juan Manuel de Rosas son dos de los temas que cuentan con mayor bibliografía en la historia nacional. Lamentablemente, la maduración de nuestra autoconciencia histórica no ha podido llegar aún a un punto de equilibrio en su apreciación, pues tanto los que no lo elogian, como quienes lo denigran, dejan de lado consideraciones que son inherentes al todo, que es su paso por la vida nacional.

Rosas ha sido uno de los pocos hombres que llegó al gobierno de la Provincia de Buenos Aires y tomó la representación de los Asuntos Exteriores con plena conciencia del momento en que le tocaba vivir y, al mismo tiempo, con una proyección de futuro.

Sus detractores lo acusan de haber asumido y gobernado con la suma del poder, sin comprender que en esos momentos no había otra solución para evitar la disgregación territorial.

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Sus admiradores, en cambio, ven en él al defensor sin tacha de la soberanía nacional contra las agresiones que entonces se sufrieron de las mayores potencias de Occidente y dejan de lado las contradicciones que existieron con respecto al debate institucional.

Si no ubicamos a Rosas en el contexto de su situación estructural política e histórica los conceptos prevalecientes y las creencias religiosas de su tiempo, que se imponían a la vida interna del país, al mismo tiempo que las particulares circunstancias internacionales, que incidían sin duda, resultará imposible comprender en su verdadera dimensión los alcances de su acción y su pensamiento.

Es posible realizar una dura crítica de los actos de Juan Manuel de Rosas mirados desde un punto de vista estrictamente alejado del medio humano y de los intereses internacionales, como también es posible una alabanza incondicional si no consideramos su paso histórico en relación al devenir más global, porque las miradas desencarnadas nos alejan del objetivo de obtener de él una imagen real. Es necesaria una mirada orientada hacia el logro de la verdad histórica, que ofrezca respaldo documental y, por sobre todo, que apunte a la comprensión de los actores, en el ámbito concreto de sus circunstancias y las del contexto nacional e internacional de su época.

A través de la labor desplegada en el campo de la conducción política y de las concepciones vertidas en múltiples documentos de su mano, es posible descubrir el hilo del pensamiento de Rosas acerca del Estado y de la organización nacional. Así podemos concluir que el modelo federal se sostenía en dos principios rectores: la voluntad de afirmar un poder descentralizado y una interpretación de la legitimidad basada en la soberanía popular. (García Delgado, 1989).

La concepción federal se oponía a la que propugnaba un Estado centralizado al servicio de privilegiados económicos para el Litoral.

Un punto de partida que sostuvieron los caudillos federales se basó en la necesidad de distribuir el poder entre las regiones con respecto a la ciudad-puerto y entre los ciudadanos del común y las elites. A esta actitud de base se asoció un fuerte sentimiento autonomista, nacido al abrigo del asilamiento geográfico y de diversas tradiciones históricas hispano-criollas que anidaban en la conciencia de nuestro pueblo.

El concepto federal de libertad se asumió más que nada desde su dimensión comunitaria, entendiéndola como afirmación de la autonomía colectiva. Así, el concepto de libertad, más que leerse desde la perspectiva de afirmación de derechos individuales, era asociado al concepto de soberanía tanto la del Estado como la de la Confederación.

El federalismo como reacción de los pueblos planteó la necesidad de admitir la participación. De aquí surgirá una visión más favorable a la intervención del pueblo en la política.

Existía en las elites ilustradas un pensamiento que discriminaba a los jornaleros y a los pobres en general y los excluía del cuerpo político. Esta visión se apoyaba en el reconocimiento de desigualdades naturales existentes entre los hombres. La perspectiva elitista del grupo unitario buscaba fundamentos económicos y filosóficos para sancionar esta desigualdad. Según ella, solo los propietarios estaban capacitados para gobernar, pues sin ilustración no existía camino alguno para acceder a la comprensión racional de la finalidad política.

La perspectiva popular, en cambio, heredera del pensamiento político español, concebía el pacto de constitución de la sociedad a partir de la existencia de la “comunidad” como cuerpo, y no exclusivamente de los individuos “mejores”. De allí que se reconocía la existencia de múltiples voluntades –las comunidades provinciales- sobre las que se edificaba el ámbito de partencia común.

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El pacto tenía aquí como sujeto a la comunidad en su conjunto más que a los individuos, y su objeto era el establecimiento de la ley o de los criterios reguladores de las sociedad más que la constitución jerárquica de la misma, con sus provincias ricas y pobres y sus ciudadanos mejores y comunes.

La gestión de Rosas dejó como saldo más significativo la institución de una potencia amalgamadora de los elementos dispersos que fortaleció la unidad territorial y política. La existencia de una unidad de gobierno reconocida por todas las partes contribuye a consolidar la conciencia de unidad. La unidad nacional es un principio reconocido aún por los que discrepan en los métodos.

Es evidente que, como consecuencia de la gestión de Rosas se logró la reunión sostenida con fuerza y existencia real de todas las provincias, aun cuando esta realidad no hubiera alcanzado una organización institucional completa. En este aspecto Juan Baustista Alberdi evalúa así en su libro Bases… los objetivos alcanzados:

“Un hecho importante, base de la organización definitiva de la república, ha prosperado a través de sus guerras, recibiendo servicios importantes hasta de sus adversarios. Ese hecho es la centralización del poder. Rivadavia la proclamó: Rosas ha contribuido, a su pesar, a realizarla. Del seno de la guerra de formas ha salido preparado el poder, sin el cual es irrealizable la sociedad y la libertad imposible”.

“El poder supone el hábito de la obediencia. Ese hábito tenía raíces en ambos partidos. Dentro del país, el despotismo ha enseñado a obedecer a sus enemigos y a sus amigos; fuera de él, sus enemigos ausentes, no teniendo derecho a gobernar, han pasado su vida en obedecer.”

(Alberdi, 1852, 162-163)

El pensamiento federal tuvo una fundamentación teórica ex post facto. Se privilegió la acción, y luego tendrá lugar la fundamentación teórica. El pensamiento es resultado de una práctica y no de una realidad a priori.

En Rosas se puede descubrir en funcionamiento esta metodología de acercamiento a la realidad en el caso de la cuestión de la Constitución. Era preciso, en primer lugar, alcanzar un cierto ordenamiento real, para luego grabar esta experiencia en el sistema institucional. No es la constitución escrita lo que debe anteponerse a la maduración del mismo pueblo en el modo de alcanzar su personalidad política. La idea puede proceder a los hechos, como lo abstracto a lo concreto, pero la Constitución debía ser la consecuencia de un proceso histórico.

En este sentido, uno de los mejores testimonios que sintetiza el pensamiento de Rosas es la carta que le dirige a Facundo Quiroga en 1834, y que transcribimos a continuación para referir un ejemplo muy significativo de este debate que abarcó todo el periodo:

“Hacienda de Figueroa en San Antonio de Areco, diciembre 20 de 1834.

“Mi querido compañero, Señor D. Juan Facundo Quiroga:

“Consecuente con nuestro acuerdo, doy principio de manifestarle haber llegado a creer que las dicenciones de Tucumán y Salta, y los disgustos entre ambos Gobiernos, pueden haber sido causados por el Ex Gobernador D. Pablo Aleman, y sus manipulantes.

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Este fugo al Tucumán, y creo que fue bien recibido, y tratado con amistad por el Señor Heredia. Desde allí maniobró una revolución contra Latorre, pero habiendo regresado a la frontera del Rosario para llevarla a efecto, saliéndose mal la combinación fue aprendido, y conducido a Salta. De allí salio bajo fianza de no volver a la Provincia y en su trancito por el Tucumán para esta, entiendo que estuvo en buena comunicación con el Sor. Heredia. Todo esto no es extraño que disgustase a Latorre, ni que alentase el partido de Aleman, y en tal posición los Unitarios que no duermen, y están como el Lobo acechando los momentos de descuido, o distracción, infiriendo al famoso Estudiante López que estuvo en el Ponton, ha querido sin duda aprovecharse de los elementos que les proporcionaba este suceso para restablecer su imperio. Pero de cualquier modo que esto haya sucedido me parece injusta la indemnización de daños y perjuicios que solicita el Señor Heredia. El mismo confiesa en sus notas oficiales a este Gobierno y al de Salta que sus quejas se fundan en indicios, y conjeturas, y no es hechos ciertos e intergiversables, que alejen todo motivo de duda sobre la conducta obstil que el atribuye a Latorre. Siendo esto así, el no tiene por derecho de gentes más acción que a pedir explicaciones, y también garantías, pero de ninguna manera indemnizaciones. Los negocios de Estado a Estado no se pueden decidir por las leyes que rigen en un Pays para los asuntos entre particulares, cuyas Leyes han sido dictadas por circunstancias, y razones que solo se agrega que no es tan cierto, que por solo

indicios, y conjeturas se condena a una persona a pagar indemnizaciones a favor de otra. Sobre todo debe tenerse presente que, aun cunado esta pretensión no sea repulsada por la justicia, lo es por la política. En primer lugar sería un germen de odio inextinguible entre ambas Provincias que más tarde o más temprano de un modo o de otro, podría trae grandes males a la República. En segundo por que tal ejemplar abrirá la puerta a la intriga y mala fe para que pudiese fácilmente suscitar discordias entre los Pueblos, que sirviesen de pretexto para obligar a los unos a que sacrificasen su fortuna en obsequio de los otros. A mi juicio no debe perderse de vista el cuidado con el Sor. Heredia se desentiende de los cargos que le hace Latorre por la conducta que observó con Aleman cuando este, según se queja el mismo Latorre, desde el Tucumán le hizo una revolución sacando los recursos de dicha Provincia a ciencia y paciencia de Heredia, sobre lo que inculca en su Proclama publicada en la gaceta del jueves que habrá V. leído.

“La justicia tiene ciertamente dos orejas, y es necesario para buscarla que V. desentrañe las cosas desde su primer origen. Y si se llegase a probar de una manera evidente con hechos intergiversables, que alguno de los dos contendentes ha traicionado abiertamente la causa Nacional de la Federación, yo en el caso de V. propendería a que dejase el puesto.

“Considerando excusado extenderme sobre algunos otros puntos, por que según el relato que me hizo el Sor. Gobernador de ellos están bien explicados en las instrucciones, pasaré al de la Constitución.

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“Me parece que al buscar V. la Paz, y orden desgraciadamente alterados, el argumento mas fuerte, y la razón más poderosa que de V. manifestar a esos Señores Gobernadores, y demás personas influyentes, en las oportunidades que se le presenten aparente, es el paso retrogrado que ha dado la Nación, alejando tristemente el suspirado día e la grande obra de la Constitución Nacional. Ni que otra cosa importa, el estado en que hoy se encuentra toda la República? Usted y yo deferimos a que los Pueblos se ocupasen de sus constituciones particulares para que después de promulgadas, entrasemos a trabajar los simientos de la gran Carta Nacional. En este s4ntido excercitamos nuestro patriotismo e influencias no porque nos asistiere un positivo convencimiento de haber llegado la verdadera ocasión, sino porque estando en Paz la República, y habiéndose generalizado la necesidad de la Constitución, creimos que debitamos proceder como lo hicimos, para evitar mayores males. Los resultados lo dicen elocuentemente los hechos, los escándalos que se han sucedido, y el estado verdaderamente peligroso en que hoy se encuentra la República, cuyo cuadro lúgubre nos aleja de toda esperanza de remedio.

“Y después de todo esto, de lo que enseñan y aconsejan la experiencia tocándose hasta con la luz de la evidencia, habrá quien creerá que el remedio es precipitar la Constitución del Estado? Permitame V. hacer algunas observaciones a este respecto asunto quiero depositar en su poder con sobrada anticipación,

por lo que pueda servir, una pequeña parte de lo mucho que me ocurre y que hay que decir.

“Nadie, pues, más que V. y yo podrá estar persuadido de la necesidad de la organización de un Gobierno General, y de que es el único medio de darle ser, y respetabilidad a nuestra República. ¿Pero quien duda que este debe ser el resultado feliz de todos los medios proporcionados a su acecución? Quien aspira a un término marchando en contraria dirección?¿Quién para formar un todo ordenado, y compacto, no arregla y solicita, primeramente bajo una forma regular, y permanente, las partes que deben componerlo? ¿Quién forma un Exto. ordenado con grupos de hombres, sin jefes, sin oficiales, sin disciplina, sin subordinación, y que no cesan un momento de acecharse y combatirse contra si, envolviendo a los demás en sus desórdenes? ¿Quién forma un ser viviente, y robusto con miembros muertos, o dilacerados, y enfermos de la más corruptora gangrena, siendo así que la vida y robustes de este nuevo ser complexo no puede ser sino la que reciba de los propios miembros en que se haya de comprender?

Observase que una muy cara y dolorosa experiencia nos ha echar ver prácticamente que es absolutamente necesaria entre nosotros el sistema federal por que, entre otras razones de sólido poder, carecemos totalmente de elementos para un Gobierno de verdad. Obsérvese que el haber predominado en el País una facción que se hacía sorda al grito de esta necesidad ha destruido y aniquilando los medios y recursos que teníamos para proveer a ellas por que ha

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irritado los ánimos, descarriado las opiniones, puesto en choque los intereses particulares, propagando la inmoralidad y la intriga, y racionando en bandas de tal modo la Sociedad, que no ha dejado casi reliquias de ningún vínculo, estendiéndose su furor a romper el más sagrado de toso y el único que podría servir, par restablecer los demás, cual es el de la religión; y que en este lastimoso estado es preciso crearlo todo de nuevo, trabajando primero en pequeño; y por fracciones para entablar después un sistema General que lo abrace todo. Obsérvese que una República Federativa es lo mas quimérico y desastroso que pueda imaginarse, toda ver que no se componga de Estados bien organizados en si mismos, por que conservando cada uno su soberanía e independencia, la fuerza del poder General con respecto al interior de la República, es casi ninguna, y su principal y casi toda su investidura, es de pura representación para llevar la voz a nombre de todos los Estados confederados en sus relaciones con las Naciones extranjeras; por consiguiente si dentro de cada Estado en particular, no hay elementos de poder para mantener el orden respectivo, la creación de un Gobierno General representativo no sirve más que para poner en agitación a toda la República a cada desorden parcial que suceda, y hacer que el incendio de cualquier Estado se derrame por todos los demás. Así es que la República de Norte América no ha admitido en la confederación los nuevos Pueblos y Provincias que se han formado después de su Independencia, sino cuando se han puesto en estado de regirse por si

solos, y entre tanto los ha mantenido sin representación en clase de Estados; considerándolos como adyacencias de la República.

“Después de esto, en el estado de agitación en que están los Pueblos, contraminados todos de unitarios, de legistas, de aspirantes, de agentes secretos de otras Naciones y de las grades logias que tienen en conmoción a toda la Europa. ¿Qué esperanza puede haber de tranquilidad y calma al celebrar los pactos de la Federación, primer paso que debe dar el Congreso Federativo? En el estado de pobreza en que las agitaciones políticas han puesto a todos los Pueblos. ¿Quiénes, ni con que fondos podrán costear la reunión y permanencia de este Congreso, ni menos de la Administración General? Con que fondos van a contar para el pago de la deuda exterior Nacional invertida en atenciones de toda la República, y cuyo cobro será lo primero que tendrá encima luego que se erija dicha administración? Fuera de que si en la actualidad apenas se encuentran hombres para el Gobierno particular de cada provincia, ¿de donde sacarán los que hayan de dirigir toda la República? Abremos de entregar la Administración General a ignorantes, aspirantes, unitarios, y a toda clase de bichos? ¿No vimos que la constelación de sabios no encontró más hombre para el Gobierno General que a D. Bernardino Rivadavia, y que este pudo organizar su Ministerio sino quitándole el Cura a la Catedral y haciendo venir de San Juan al doctor Lingotes para el Ministerio de Hacienda, que entendía de este ramo lo mismo que un ciego de nacimiento entiende de Astronomía?

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Finalmente a vista del lastimoso cuadro que presenta la República ¿Cuál de los héroes de la Federación se atreverá a encargase del Gobierno General? ¿Cuál de ellos podrá hacerse de un cuerpo de representantes, y de Ministros, federales todos, se quienes se prometa las luces, y cooperación necesaria para presentarse con la debida dignidad, salir airoso del puesto, y no perder en el todo su crédito, y reputación? Hay tanto que decir sobre este punto que para solo lo principal y más importante sería necesario un tomo que apenas se podría escribir en un mes.

“El Congreso General debe ser convencional, y no deliberante, debe ser para estipular las bases de la Unión Federal, y no para resolverlas por votación. Debe ser compuesto de Diputados pagados y expensados por sus respectivos Pueblos, y sin esperanza de que uno supla el dinero a otros, por que esto que Buenos Ayres pudo hacer en algún tiempo, le es en el día absolutamente imposible. Antes de hacerse la reunión debe acordarse entre los Gobiernos por unánime abenimiento, el lugar donde ha de ser, y la formación del fondo común, que haya de sufragar a los gastos oficiales del Congreso, como son los de casa, muebles, alumbrado, secretarios escribiente, asistentes, porteros, ordenanzas, y demás de oficina; gastos que son cuantiosos, y muchos mas de lo que se creen generalmente. En orden a las circunstancias del lugar de la reunión debe tenerse cuidado que ofrezca garantías de Seguridad y respecto a los D.D. cualquiera que sea su modo de pensar y discurrir, que sea sano, hospitalario, y cómodo, por que los D.D.

necesitan largo tiempo para expedirse. Todo esto es tan necesario cuanto que de lo contrario muchos sujetos de los que sería preciso, que fuesen al Congreso se escusaran o renunciaran después de haber ido, y quedara reducido a un conjunto de inveciles, sin talentos, sin haber, sin juicio, y sin práctica en los negocios de estado. Si se me preguntase donde está hoy ese lugar diré que no sé; y si alguno contestase que en Buenos Ays, yo diría que tal elección sería el Anuncio cierto del desenlace más desgraciado y funesto a esta Ciudad, y a toda la República. El tiempo, el tiempo solo, a la sombra de la Paz, y de la tranquilidad de los Pueblos, es el que puede proporcionarlo y señalarlo. Los D.D. deben ser federales a prueva, hombres de respeto, moderados, circunspectos, y de mucha prudencia y saber en los ramos de la Administración pública, que conozcan bien a fondo el estado y circunstancias de nuestro País, considerándolo en su posición interior bajo todos aspectos, y en la relativa a los demás Estados vecinos, y a los de Europa con quienes está en comercio; porque hay grandes intereses y muy complicados que tratar y conciliar, y á la hora que vayan dos o tres Diputados sin estas calidades todo se volverá en un desorden, como ha sucedido siempre, esto es sino se convierte en una Zanda de pillos, que viéndose colocados en aquella posición, y sin poder á veneficio suyo particular, como lo han hecho nuestros anteriores Congresos concluyendo sus funciones con disolverse, llevando los D.D. por todas partes el Chisme; la mentira, la Patraña, y dejando envuelto al Pays en una

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mare mágnum de calamidades de que jamás pueda repararse.

“lo primero que debe tratarse en el Congreso no es, como algunos creen, la erección del Gobierno general, ni del nombramiento del Jefe Supremo de la República. Esto es lo último de todo. Lo primero es donde ha de continuar sus sesiones el Congreso, si allí donde está o en otra parte. Lo segundo es la Constitución General principiado por la organización que habrá de tener el Gobierno General, que explicará de cuantas personas se ha de componer ya en clase de Jefe Supremo, ya en clase de Ministros, y cuales han de ser sus atribuciones dejando salva la Soberanía e Independencia de cada uno de los Estados Federados. Como se ha de hacer la elección, y que cualidades han de concurrir en los elegibles; en donde ha de residir este Gobierno, y que fuerza de mar y tierra permanente en tiempo de Paz es la que debe tener, para el orden, seguridad, y respetabilidad de la República.

“El punto sobre el lugar de la residencia del Gobierno suele ser de mucha gravedad, y trascendencia por los celos y emulaciones que esto excita a los demás Pueblos, y la complicación de funciones que sobrevienen en la Corte o Capital de la República con las autoridades del Estado particular a que ella corresponde. Son estos inconvenientes de tanta gravedad que obligaron a los Norte Americanos a fundar la Ciudad de Washington, hoy capital de aquella República que no pertenece a ninguno de los Estados confederados.

“Después de convenida la organización que ha de tener el Gobierno sus atribuciones, residencia, y modo erigirlo, debe tratarse de crear un fondo Nacional permanente que sufrague a todos los gastos Generales, ordinarios y extraordinarios, y al pago de la deuda Nacional, bajo del Supuesto que debe pagarse tanto la exterior como la interior, sean cuales fueren las causas justas, o injustas que la hayan causado, y sea cual fuere la administración que haya habido de la hacienda del Estado, por que el acreedor nada tiene que ver con esto, que debe ser una cuestión para después. A la formación de este fondo, lo mismo que con el contingente de tropa para la organización del Exto. Nacional, debe contribuir cada Estado Federado, en proporción a su población cuando ellos de común acuerdo no toman otro arbitrio que crean más adaptable a sus circunstancias; pues en orden a esto no hay regla fija, y todo depende de los convenios que hagan cuando no creen conveniente seguir la regla general, que arranca del número proporcionado de población. Los Norte Americanos convinieron en que formasen este fondo de derechos de Aduana sobre el comercio de ultramar pero fue por que todos los Estados tenían puertos exteriores- no habría sido así en caso contrario, por que entonces unos serían los que pagasen y otros no-. A que se agrega que aquel País por su situación topográfica es en la principal y mayor parte, marítimo como se ve a la distancia por su comercio activo, el número crecido de sus buques mercantes, y de la guerra construidos en la misma República, y como que esto era lo que más gastos

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causaba a la República en general, y lo que más llamaba su atención por todas partes, pudo creerse que debía sostenerse con los ingresos de derechos que produjesen el Comercio de ultramar o con las Naciones extranjeras.

“Al ventilar estos puntos, deben formar parte de ellos los negocios del Banco Nacional y de nuestro papel moneda que todo el forma un parte de la deuda nacional a favor de Buenos Aires, deben entrar en cuenta nuestros fondos públicos, y la deuda de Inglaterra, invertida en la guerra Nacional con el Brasil, deben entrar los millones gastados en la reforma militar, los gastos en pagar la deuda reconocida, que había hasta el año de ochocientos veinte y cuatro procedente de la guerra de la Independencia, y todos los demás gastos que ha hecho esta Provincia con cargo de reintegro en varias ocasiones como ha sucedido para la reunión y conservación de varios congresos generales.

“Después de establecidos estos puntos, y el modo como pueda cada estado federado crearse sus rentas particulares sin perjudicar lo intereses generales de la República, después de todo esto, es cuando recién se procederá al nombramiento del Jefe de la República, y erección del Gobierno general. ¿Y puede nadie concebir que en el estado triste y lamentable en que se halla nuestro País pueda allanarse tanta dificultad, ni llegase al fin de una empresa tan grande, tan ardua, y que en tiempos los más tranquilos y felices, contando con los hombres de más capacidad, prudencia y patriotismo, apenas podría realizarse en

dos años de asiduo trabajo? Pero nadie que sepa lo que es el sistema federativo, persuadirse que la creación de un gobierno general bajo esta forma atajará las disensiones domésticas de los Pueblos? Esta persuasión o triste creencia en algunos hombres de buena fe es la que da anza a otros pérfidos y alevosos que no la tienen o que están alborotando los Pueblos con el grito de Constitución para que jamás haya Paz, ni tranquilidad, porque en el desorden es en lo que únicamente encuentran su modo de vivir. El gobierno General en una República Federativa no une los Pueblos Federados, los Representa, unidos: no es para unirlos, es para representarlos en unión ante las demás Naciones: el no se ocupa de lo que pasa interiormente en ninguno de los Estados, ni decide contiendas que se suscitan entre si. En el primer caso solo entienden las autoridades particulares del Estado, y en el segundo la misma constitución tiene provisto el modo como se ha de formar el tribunal que debe decidir. En una palabra, la unión y tranquilidad crea el Gobierno general, la desunión lo destruye el es la consecuencia, el efecto de la unión no la causa, y si es sensible su falta, es muyo mayor su caída, por que nunca sucede esta sino convirtiendo en escombros toda la República. No habiendo pues hasta ahora entre nosotros, como no hay, unión y tranquilidad, menos mal que no excista de sufrir los estragos de su disolución. ¿No vemos todas las dificultades invencibles que toca cada Provincia en particular para darse Constitución? Y si no es posible vencer estas solas dificultades, será posible vencer no solo estas

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sino las que presenta la discordia de unas Provincias con otras, discordia que se mantiene como acallada y dormida mientras cada una se ocupa de si sola, pero que aparece al instante como una tormenta general que resuena por todas partes con rayos y centellas, desde que se llama a congreso general?

“Es necesario que ciertos hombres se convenzan del error en que viven, por que si logran llevarlo a efecto, envolverán la República en la más espantosa catástrofe, e yo desde ahora pienso que sino queremos menoscabar nuestra reputación ni mancillar nuestras glorias, no debemos prestarnos por ninguna razón a tal delirio, hasta que dejando de serlo por haber llegado la verdadera oportunidad veamos indudablemente que los resultados han de ser felicidad de la Nación. Si no pudiésemos evitar que lo pongan en plata, dejemos que ellos lo hagan enora buena pero procurando hacer ver al Público que no tenemos la menor parte en tamaños disparates, y que si no lo impedimos es por que no es posible.

“la máxima de que es preciso ponerse a la Cabeza de los Pueblos cuando no se les pueda hacer variar de resolución es muy cierta; más es para dirigirlos en su marcha, cuando esta es a buen rumbo, pero con precipitación o mal dirigida; o para hacerles variar de rumbo sin violencia y por su convencimiento práctico de la imposibilidad de llegar al punto de sus deseos. En esta parte llenamos nuestro deber, pero los sucesos posteriores han mostrado a la clara luz que entre nosotros no hay otro advitrio que el de dar tiempo a que se destruyan en los Pueblos los

elementos de discordia, promoviendo y fomentando cada Gobierno por si espíritu de Paz y tranquilidad. Cuando este se haga visible por todas partes, entonces los cimientos empezarán por valernos de misiones pacíficas y amistosas por medio de las cuales sinbuyas, ni alboroto, se negocia amigablemente entre los Gobiernos, hoy esta base, mañana la otra hasta colocar las cosas en tal estado que cuando se forme el Congreso lo encuentre hecho casi todo, y no tenga más que marchar llanamente por el camino que se le haya designado. Esto es lento a la verdad, pero es preciso que así sea, y es lo único que creo posible entre nosotros después de haberlo destruido todo, y tener que formarnos del seno de la nada.

“A Dios Compañero. El Cielo tenga piedad de nosotros, y de a V. salud, acierto, y felicidad en el desempeño de su comisión; y a los dos, y demás amigos, iguales goces, para defenderlos, precavernos, y salvar a nuestros compatriotas de tantos peligros como nos amenazan.

Juan M. de Rosas

Para su autoevaluación

¿Quiénes suscribieron el Pacto Federal, en qué circunstancias y con qué objetivos?

¿Cómo adhirieron el resto de las provincias al Acuerdo del Litoral?

Explique qué función cumplió el Pacto Federal en la organización del Estado argentino.

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¿Cuáles son las notas salientes del pensamiento de la generación del ’37? Antecedentes teóricos y escuelas a las que se adscriben.

¿Qué elementos dan lugar para hablar de una generación, y no de simples individualidades, entre los hombres del ’37?

¿Qué actitud tuvieron estos jóvenes intelectuales en su primer momento ante el gobierno de Rosas?

¿Qué motivos llevaron a su alejamiento del país?Explique en el pensamiento de la Generación del 37 los

siguientes conceptos: Misión de la elite ilustrada. Soberanía popular. Aportes para una Constitución.

Destaque las notas características del pensamiento político de Rosas y su modelo de organización nacional.

Señale, a partir del texto de la carta de la Hacienda de Figueroa, en qué sentido se interrelaciona en Rosas pensamiento y acción.

Referencias

Alberdi, J.B. (1837) Fragmento preliminar al estudio del derecho. Ed. Facsimil, Instituto de historia del derecho argentino Bs. As.

Alberdi, J.B. (1852) Antecedentes de la Asociación de Mayo (1939) Homenaje del Consejo Deliberante en el centenario de su creación, Bs. As.

Echeverría, E. (1846) Dogma Socialista de la Asociación de Mayo, Montevideo.

Font Ezcurra, R. (1938) La unida nacional, Ed. Coni, Bs. As.García, Delgado, D. (1980) Raíces cuestionadas: la tradición

popular y la democracia. Ed. C.E.A.L., Bs. As. Nº 1.

Halperín, Donghi, T. (1980) Proyecto y construcción de la Nación, Biblioteca Ayacucho, Caracas.

Ibarguren, C. (1961) Juan Manuel de Rosas. Su vida, su drama, su tiempo. Ed. Theoría. Bs. As.

Pena de Matsushita, Marta E. (1985) Romanticismo y política, Ed. Oriente, Bs. As.

Rosa, J. M. (1970) Historia Argentina. Ed. Oriente Bs. As.

Unidad 11

La organización del Estado Nacional

1. La aparición de un nuevo sistema de poder

Muchos autores han denominado el periodo que se abre en Caseros “el tiempo de la organización nacional”. En realidad, esta caracterización se debe a una visión equivocada de que cosa es aquí la nación, asimilando el caso argentino al surgimiento de las naciones europeas occidentales, cuya aparición esta vinculada con la conformación de sus Estados nacionales.

En realidad, la Nación es la comunidad de los hombres con su cultura y sus formas vivientes al alcanzar ella un grado de madurez que implica la organización política y el protagonismo de su pueblo.

A partir de Caseros, lo que creció en estructuración fue el Estado, el andamiaje institucional que administra el patriotismo de los argentinos. El pueblo, sin embargo, no creció en organización y participación en el poder.

Los acontecimientos posteriores a Caseros muestran que el problema urgente que aparece entonces es como erigir un sistema de

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poder en reemplazo del que en ese momento había desaparecido. El acuerdo de fuerzas que sostuvo la coalición que depuso de Rosas (federales provincianos, unitarios, ideólogos románticos, etc.) se rompió en seguida, apenas Urquiza pisó Buenos Aires y trató de poner en marcha un programa de reconciliación. Las contradicciones entre los sectores son ahora más evidentes y dramáticas, y al empujar por todas partes al mismo tiempo desorientando a los actores y conformando el telón de fondo que acompañará los tramos iniciales de la etapa.

Depuesto Juan Manuel de Rosas se abrió el debate en torno a la conducción política del conjunto provincial. En primer lugar se agudizó el enfrentamiento geo-económico entre Buenos Aires y el Interior. Y simultáneamente creció y se profundizó la contradicción latente en el seno de los sectores internos de la provincia de Buenos Aires, donde aparece con claridad el conflicto entre la ciudad-puerto y su zona rural.

“El crecimiento de la Provincia de Buenos Aires creó también una oposición entre el provincialismo porteño y el porteñismo urbano”.

(Del Carril, 1946, 127)

El triunfo de la revolución del 11 de septiembre separó a Buenos Aires de la Confederación, y desde entonces, hasta Pavón, existió aquella como un Estado separado. Esta separación duró nueve años, durante los cuales se realizaron diversos intentos, armados unos y pacíficos otros, para unir bajo un solo gobierno a las catorce provincias. La unidad solo se consumará cuando alguno de los contendientes reúna la porción de poder suficiente para someter al otro.

Simultáneamente con estos sucesos, la decisión de convocar a un Congreso Constituyente había sido llevada a la práctica sin la

presencia de Buenos Aires. Los diputados se reunieron a fines de 1852, y el 20 de abril de 1853, la comisión constituida a tal efecto presentó al Congreso su propuesta. El proyecto, inspirado en las Bases de Juan Bautista Alberdi, fue aprobado el 1º de mayo y adoptado como Constitución Nacional. En ella se estatuía la forma representativa, republicana y federal de gobierno, la división de poderes en legislativo, ejecutivo y judicial, los derechos y garantías de las personas y toda una serie de normas relativas al funcionamiento jurídico del país.

Las mayores resistencias de Buenos Aires se sentaron en la nacionalización de la aduana y la disposición sobre federalización de la ciudad que había establecido el texto constitucional. La provincia sancionará en 1854 su propia Constitución, que coincidirá virtualmente con el espíritu de la sancionada en Santa Fe.

El liberalismo como marco ideológico fue el pensamiento que acompaño las propuestas políticas y económicas de entonces. Pero no fue tanto una ideología estricta con contornos precisos, sino más bien un signo aglutinante que marcó a gran parte de los actores políticos. La orientación que inspiraba el proceso fue la de los ideólogos que interpretaban que el bienestar nacional tendría un desarrollo perfecto cuando el Estado se configurase conforme a sus esquemas mentales. Las formas políticas debían acompañar los nuevos impulsos que se daban en el plano ideológico.

“Después de Caseros, muchos hombres que habían integrado los antiguos partidos unitarios y federal desaparecieron por propia elección del escenario político, dejando el lugar a una nueva generación. Otros, unitarios en su gran mayoría, se reestructuraron en nuevas agrupaciones.”

(García Belsunce, 1965, 120)

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En el nuevo contexto institucional, tanto el pensamiento político como su expresión organizada no podían sino adquirir modalidades nuevas.

Se da en esos días el surgimiento de un interés por el partido como colectividad que, sin poseer necesariamente una estructura organizativa precisa es algo más que la mera agrupación de personas que tienen puntos de vista coincidentes respecto a ciertos problemas. El énfasis en el partido antes que en el Estado o el jefe, como depositarios de la lealtad política, coincide con la necesidad de una historia propia.

El liberalismo, se fijaba como meta promover innovaciones en la vida colectiva, a la vez que imponer la hegemonía de la provincia de Buenos Aires, sobre el resto del país. En ella el partido liberal se estructuró lentamente bajo la dirección predominante de los ex emigrados del periodo rosista, e incorporó a sus filas a hombres de los antiguos partidos, principalmente unitarios.

El liberalismo porteño conocerá en esos años polos de contradicciones, que enfrentarán o reunirán en instancias diferentes: los autonomistas, que pretendían mantener las bases de poder provincial inalteradas, y los nacionalistas, que, orientados por Mitre, buscarán lograr la inserción de Buenos Aires como cabeza de la Nación. Finalmente Bartolomé Mitre impondrá su perspectiva, y desde esa base se lanzará Buenos Aires a obtener una virtud hegemonía en el Estado nacional.

Los canales políticos que surgen en esta etapa para organizar la lucha por el poder, si bien inspirados ambos por la ideología del liberalismo, se convertían en cauces que reservaban la decisión a círculos restringidos de las elites.

“La actividad política profesional se desarrolla en el seno de un círculo cerrado, en el que grupos y facciones, dentro de los sectores

gubernamentales, se disputaban el poder. Hasta que la base electoral fue ampliada –y eso acontece recién en este siglo, con la reforma electoral del presidente Roque Sáenz Peña-, los políticos no tuvieron que entregarse a la tarea de conquistar el apoyo electoral para si mismos entre los votantes que tenían derecho a elegir”.

(Floria, 1965, 39).

El régimen electoral vigente durante el periodo no incitaba a la concurrencia electoral. El sistema que predominaba en todas las jurisdicciones no establecía un padrón electoral; las autoridades de las mesas electorales se constituían sobre la hora en el acto comicial y la carencia de documentación fehaciente favorecía maniobras contra la ley.

Los votos eran públicos. Es fácil imaginar los medios a los que podía apelarse apara consumar el fraude. En rigor, la conquista material de las mesas receptoras de votos aseguraba el triunfo de la facción dominante de la situación. Y eso se sabía, a menudo, mucho antes de que el comicio comenzara. Los periódicos de la época traducen testimonios claramente expresivos en este sentido.

Los partidos políticos eran instrumentos para conquistar el poder, y en ese sentido constituían virtualmente “partidos de cuadros”. Su organización era rudimentaria: constituían en una cooperación esporádica y rudimentaria, relativamente coherentes, entre personas de las mismas ideas e intereses para llevar adelante propósitos comunes, los que estaban condicionados por motivos de ubicación geográfica, de simpatía ideológica o de situación respecto al poder.

2. Mitre institucionaliza la hegemonía del Litoral

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Durante los años que siguieron a la existencia de dos Estados en el territorio nacional, ambas partes se aplicaron a mantener un modus vivendi que, hasta 1862, osciló entre el contacto pacífico –tanto económico como político- y los enfrentamientos abiertos en ambos campos.

Sobre el final del periodo, dos conflictos armados ayudarán a precipitar una resolución, en la que Buenos Aires impondría sus puntos de vista. El 23 de octubre de 1859, los adversarios se enfrentaron en Cepeda, batalla en que las fuerzas de Buenos Aires, al mando de Mitre, fueron derrotadas. Buenos Aires admitió entonces integrarse a su rival, pero obtuvo de éste cambio, el reconocimiento del papel hegemónico dentro de la provincia de quienes la mantenían en la línea disidente.

Buenos Aires, a pesar de la derrota, obtiene también una reforma constitucional, que, a más de disminuir el predominio del Estado federal, sobre los provinciales, asegura una integración financiera solo gradual.

El segundo enfrentamiento armado tendrá consecuencias decisivas. El 17 de septiembre de 1861, chocaron los ejércitos sobre los campos de Pavón.

“El desarrollo del combate fue confuso y su resultado sorpresivo al retirarse Urquiza del campo de batalla sin haber sido vencido por el ejército de Mitre”.

(Gorostegui de Torres, 1984, 67)

Nunca se conocieron las razones que inspiraron la actitud de Urquiza, pero es indudable que medió una negociación por la que entregó el papel predominante a Mitre en la tarea de la organización institucional del país.

Mitre, gobernador de Buenos Aires, admite muy bien los límites de su victoria, que pone a su cargo la reconstitución del Estado federal, pero que no lo exime de reconocer a Urquiza un lugar en la constelación política que surge.

A partir de Pavón, el movimiento liberal se afianzó con rapidez en el Interior con el apoyo de las tropas de Buenos Aires. Sin embargo, Mitre admite que los avances del Partido de la Libertad no podrían alcanzar a las provincias mesopotámicas, que quedarían bajo la influencia del gobernador de Entre Ríos, Urquiza.

Durante el mes de diciembre de 1861, el dominio de las armas porteñas se extendió a Córdoba, San Luis y la flota confederada. Tucumán volvió a poder de los liberales por obra de los Taboada. Mendoza y San Juan pasaban sin sangre a manos de las divisiones de Buenos Aires. Catamarca contemporiza y solo La Rioja y Salta permanecían en manos de los federales.

Poco a poco, las provincias dictaron leyes por las que encargaron al Gobernador de Buenos Aires convocar al Congreso Nacional y ejercer provisionalmente las facultades correspondientes al poder Ejecutivo Nacional.

La apertura del Congreso Nacional, el 25 de mayo de 1862, consagra el triunfo final de Buenos Aires y manifiesta el aval al programa liberal impulsado por la autoridad centralizada.

En la inspiración intelectual, Sarmiento y Alberdi aparecen como los faros iluminadores del plan que se traza sobre la Argentina. Estos pensadores aparecen como los teóricos más consecuentes, las que resumen el pensamiento de una generación, la del 37, que en su momento planteó superar el esquema “federales y unitarios”, y encontrar un lenguaje nacional para aplicar las ideas que predominaban en la Europa Moderna.

La tercera parte de Facundo, de Domingo Faustino Sarmiento, constituyó el programa de acción en que se asentaban las premisas

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del ordenamiento que debía adoptarse. Dicho ordenamiento se centraba en tres postulados esenciales: poblar, educar y organizar las libertades individuales. Para llevar esto adelante era preciso alentar la consolidación de una elite económica que se integrara a las demandas del mercado mundial.

Las ideas de Sarmiento encuentran un jefe decidido a apoyarse en ellas para llevar a cabo un plan político: Mitre, quien asume el papel de conductor político de las pretensiones porteñas.

En Buenos Aires, la cuestión de la Capital Federal provocó la división del partido liberal porteño en una fracción autonomista, encabezada por Adolfo Alsina, y el grupo nacionalista inspirado por Mitre, que postulaba una integración más dinámica al resto del país. Apenas reunido el Congreso Nacional, Mitre presentó un proyecto para federalizar todo el territorio de la provincia, que el cuerpo aprobó, pero el mismo fue rechazado por la Legislatura provincial, como también el referente a la federalización de la ciudad. Laboriosas tratativas sobre el asunto permitieron al fin llegar a un arreglo conocido con el nombre de “solución de compromiso”, que legalizó la coexistencia de las autoridades nacionales y provinciales. El 1º de octubre de 1862, el Congreso aceptó el convenio y doce días más tarde Mitre asumió la presidencia del país y Marcos Paz la vicepresidencia.

La instalación oficial del nuevo gobierno nacional, en octubre de 1862, cierra el largo periodo de división y marca el comienzo de la instalación de una nueva estructura del poder político. A partir de entonces se irá dando una progresiva centralización y traspaso de poderes, ahora en las manos del Estado nacional.

Las primeras medidas que alterarían el equilibrio político se vinculan con la instalación de organismos de dimensión nacional, como ser la creación y el funcionamiento de la Justicia Federal y el Ejército Nacional. El gobierno central concentró paulatinamente las

tareas de la Justicia y la guerra. La incidencia de los dos organismos en la modificación del equilibrio político preexistente celera el proceso de centralización, al que además contribuyen los cambios operados en el nivel económico.

Comienza así un proceso de construcción de un Estado fuerte y centralizado, inspirado en la ideología liberal, que otorgaba al poder político una misión ausente del proceso social que debía conducir libremente el mercado. Esto permitió al mismo tiempo fortalecer el poder de las clases dominantes, al que el Estado nacional se subordinó implícitamente. Para obtener recursos de manera abundante y a bajo costo,

“el grupo dominante contó con la actividad del Estado, cuya estructura, si en muchos sentidos fue débil, dejó de serlo en los momentos en que se sirvió de apoyo de la clase de los propietarios, apoyo que, sin duda, tuvo al impulsar una política que les ofreció más tierras y hombres con que trabajarlas”.

(Cortés Conde-Gallo, 1967, 55)

3. La guerra del Paraguay

Sin embargo, el proyecto implícito de autoafirmación cultural, consiente de retomar los cauces de la tradición hispano-criolla, así como un perfil económico autónomo, sobrevivió a Pavón en los ámbitos más aislados del interior del país. La confirmación de que el federalismo no había perdido con la derrota su posición en la vida política del país está presente en la proclama con que el general Ángel Vicente Peñaloza- “el Chacho”- anuncia su levantamiento contra el nuevo poder nacional.

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Peñaloza, figura de mágica influencia sobre los paisanos y profundamente federal –aunque contrario al gobierno de Rosas, por la tendencia centralista de este-, inició desde La Rioja un movimiento contra los liberales que deponían a gobernadores urquicistas. El Chacho tomó las armas y, en su “proclama a los pueblos” anunció sus intenciones de reivindicar a los sagrados derechos que “los traidores y perjuros habían usurpado”.

El gobernador de San Juan, Domingo Faustino Sarmiento, tomará la dirección de la guerra de policía y terminará con el caudillo riojano, el 12 de noviembre de 1863, asesinándolo cruentamente, como para mostrar cuáles eran los márgenes que la liberta implantada daba el debate interno. José Hernández condenó públicamente el hecho.

Pero la mayor crítica al modelo adoptado desde Buenos Aires iba a llegar desde la alternativa asumida por el Paraguay. La situación interior del Paraguay le había impuesto una política de fortalecimiento interno tanto político como económico.

Aplicando las modernas técnicas de producción, su gobernante, Francisco Solano López había contratado a técnicos e ingenieros europeos para colaborar en el desarrollo de nuevas y diversas industrias, como la siderurgia y la construcción de ferrocarriles, cuando eran pocos los países europeos que transitaban por esa etapa de la revolución industrial. Paraguay contaba desde 1859 con un ferrocarril propio, construido sin intervención extranjera, el que unía Asunción y Paraguarí. Poseía además 300 kilómetros de líneas telegráficas.

Tal desarrollo y potencia se habían alcanzado con una política de regulación de comercio y el fomento de los recursos propios. Como atestigua Juan B. Alberdi,

“el Paraguay no tiene deuda pública, no porque le falta crédito, sino porque le han bastado sus

recursos, mediante el buen juicio con que los invierte. Habituado a vivir de recursos interiores, es pueblo a prueba de bloqueos y sitios”.

(Alberdi, 1962, 104)

Para los grupos hegemónicos de la política argentina, la experiencia del modelo paraguayo como proyecto de crecimiento autónomo, se convenía en un peligro al atraer las simpatías del Interior por su perfil contrapuesto al inspirado desde la gran ciudad-puerto.

La chispa que provocó el incendio de la guerra fue la revolución urdida por Venancio Flores (colorado) en 1864, que contó con el apoyo del Brasil y de Mitre para deponer al presidente (blanco) de Uruguay, Bernardo Berro. Este acude al Paraguay. López protestó ante la Corte de Río de Janeiro. Pero los brasileros no se detuvieron; penetraron en la Banda Oriental, y Venancio Flores fue designado presidente.

El Paraguay declara la guerra al Brasil. Francisco Solano López esperaba que Argentina apoyara su posición. Pero Urquiza, jefe del federalismo, se mantiene neutral. López pide autorización a Buenos Aires para cruzar con sus ejércitos por la provincia de Corrientes. Bastaba con su pedido en el hecho de que la escuadra brasilera había utilizado los ríos interiores, autorizada por Buenos Aires.

La guerra va a resumir las contradicciones internas de cada uno de los contendientes. Por un lado, el tratado de la Triple Alianza, firmado por Brasil, el gobierno de Buenos Aires, y el Uruguay, ahora en manos de los colorados; por el otro lado se reunirían alrededor del Paraguay los blancos uruguayos y los federales argentinos. Las simpatías de las provincias interiores estaban a favor del Paraguay. Los antiguos federales creían que Urquiza aprovecharía la

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oportunidad para alzarse contra Mitre. Pero Urquiza apoyó en todo al gobierno de Buenos Aires. Las deserciones y sublevaciones fueron constantes en el ejército argentino.

Felipe Varela, al frente de nueve provincias del interior andino, conduce un gran levantamiento popular contra la postura asumida por el gobierno de Buenos Aires en el conflicto con Paraguay. Las banderas de Unión Americana son exaltadas por el caudillo como signo de solidaridad con la causa del Paraguay. Pero, derrotado, al fin terminó refugiándose en Chile, donde murió.

Propuesta de trabajo

Le proponemos analizar el contenido de la proclama de Felipe Varela del 6 de diciembre de 1866, y extraer del texto:

1. ¿Qué pensamiento predominaba en los pueblos del interior con respecto a la guerra de la Triple Alianza?

2. ¿Qué elementos surgen de la proclama para caracterizar como percibían los sectores populares la solidaridad hispanoamericana?

3. ¿Qué actores políticos identifica el autor como los causantes de la situación que atraviesa el país?

Proclama de Felipe Varela

¡Argentinos! El hermoso y brillante pabellón que San Martín, Alvear y Urquiza llevaron altivamente en cien combates, haciéndolo tremolar con toda gloria en las tres más grandes epopeyas que nuestra patria atravesó incólume, ha sido vilmente enlodado por el general Mitre gobernador de Buenos Aires.

La más bella y perfecta Carta Constitucional democrática republicana federal, que los valientes entrerrianos dieron a costa de su sangre preciosa, venciendo en Caseros al centralismo odioso de los espurios hijos de la culta Buenos Aires, ha sido violada y mutilada desde el año sesenta y uno hasta hoy, por Mitre y su círculo de esbirros.

El pabellón de Mayo que radiante de gloria flameó victorioso desde los Andes hasta Ayacucho, y que en la desgracia jornada de Pavón cayó fatalmente en las ineptas y febrinas manos del caudillo Mitre –orgullosa autonomía política del partido rebelde- ha sido cobardemente arrastrado por los fangales del Estero-bellaco, Tuyuti, Curuzú y Curupaití.

Nuestra nación, tan feliz en antecedentes, tan grande en poder, tan rica en porvenir; tan engalanada de glorias, ha sido humillada como una esclava, quedadno empeñada en más de cien millones de fuertes, y comprometido su alto nombre a la vez que sus grandes destinos por el bárbaro capricho de aquel mismo porteño que, después de la derrota en Cepeda, lagrimando juró respetarla.

Compatriotas: desde aquél usurpó el gobierno de la nación, el monopolio de los tesoros públicos y la absorción de las rentas provinciales vinieron a ser el patrimonio de los porteños, condenando al provinciano a cederles hasta el pan que reservara para sus hijos. Ser porteño, es ser ciudadano exclusivista; y ser provinciano, es ser mendigo sin patria, sin libertad, sin derechos. Esta es la política del gobierno Mitre.

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Tal es el odio de aquellos fratricidas tienen a los provincianos, que muchos de nuestros pueblos han sido desolados, saqueados y guillotinados por los aleves puñales de los degolladores de oficio, Sarmiento, Sandez, Paunero, Capos, Irarrázabal y otros varios oficiales dignos de Mitre.

Empero, basta de víctimas inmoladas al capricho de mandones sin ley, sin corazón y sin conciencia. Cincuenta mil víctimas hermanas, sacrificadas sin causa justificable, dan testimonio flagrante de la triste o insoportable situación que atravesamos, y que es tiempo ya de contener.

¡Valientes entrerrianos! Vuestros hermanos de causa en las demás provincias, os saludan en marcha al campo de la gloria, donde os esperan. Vuestro ilustre jefe y compañero de armas el magnánimo capitán general Urquiza, os acompañará, y bajo sus órdenes venceremos todos una vez más a los enemigos de la causa nacional.

A él y a vosotros obliga concluir la grande obra que principiasteis en Caseros, de cuya memorable jornada surgió nuestra redención política, consignada en las páginas de nuestra hermosa Constitución política, consignada en las páginas de nuestra hermosa Constitución que en aquel campo de honor escribisteis con vuestra sangre.

¡Argentinos todos! ¡Llegó el día de mejor porvenir para la patria! A vosotros cumple ahora el noble esfuerzo de levantar del suelo ensangrentando el pabellón de Belgrano, para enarbolarlo gloriosamente sobre las cabezas de nuestros liberticidas enemigos!

Compatriotas: ¡A las armas!... ¡es el grito que se arranca del corazón de todos los buenos argentinos!

¡Abajo los infractores de la ley! ¡Abajo los traidores a la patria! ¡Abajo los mercaderes de cruces de la Uruguayana, a precio de oro, lágrimas y de sangre argentina y oriental!

¡Atrás los usurpadores de las rentas y derechos de las provincias en beneficio de un pueblo vano, déspota e indolente!

¡Soldados federales! Nuestro programa es la práctica estricta de la Constitución jurada, el orden común, la paz y la amistad con el Paraguay, y la unión con las demás Repúblicas americanas. ¡¡Ay de aquel que infrinja este programa!!

¡Compatriotas nacionalistas! El campo de la lid nos mostrará al enemigo; allá os invita a recoger los laureles del triunfo o la muerte, vuestro jefe y amigo.Felipe Varela.

Campamento en marcha, diciembre 6 de 1866.

La guerra fue larga y sangrienta. El ejército aliado avanzó a paso lento, porque los paraguayos se defendieron bravamente aprovechando el terreno selvático. El 5 de enero de 1869, cayó Asunción. Francisco Solano López siguió resistiendo un año más en Cerro Corá, donde fue alcanzado por una partida brasilera que le dio muerte el 1º de marzo de 1870.

Como resultado de la guerra, Brasil obtuvo los territorios que pretendía. Mariano Varela, ministro argentino, dirá por su parte que “la victoria no da derecho a las naciones aliadas para fijar por sí límites suyos”.

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4. Transformaciones económicas auge del Litoral

Al finalizar Mitre su periodo presidencial, Sarmiento surge como candidato, conforme al acuerdo previo que cuenta con el apoyo del Partido Liberal de seis provincias. La presencia de Sarmiento en el gobierno indica que las provincias se incorporan activamente a la realización del nuevo modelo. Ya desde el gobierno, despliega iniciativas vinculadas al proyecto que hegemoniza Buenos Aires, buscando bases de consenso en el interior para el modelo “modernizador dependiente” que orienta la elite dominante.

Si bien esta alianza entre las elites del Interior y el poder porteño va a peligrar cuando Sarmiento imponga su candidato como sucesor, la presidencia de Avellaneda, a partir de 1874, profundiza el acuerdo según el estilo impuesto desde la región rioplatense.

Durante todos estos años irá consolidándose la estructura económica sobre la que se edificará el proyecto agro-exportador, que trajo al mismo tiempo una marcada desigualdad entre las regiones del país. El modelo de crecimiento autónomo sostenido por las provincias interiores entrará en una lenta agonía luego de ser derrotadas sus últimas alternativas políticas.

“La llegada de manufacturas europeas al Río de la Plata, con las que no podían competir en precios ni en calidad industrias artesanales del interior, condujo al gradual deterioro de la vida económica de las regiones mediterráneas”

(Cortés Conde-Gallo, 1987, 20)

El nuevo modelo económico que entra en vigor va a estar sellado fuertemente por la incorporación de nuestra economía al mercado mundial dominado por las potencias europeas gracias al inteligente

aprovechamiento de nuevos medios aportados por la revolución industrial.

Europa vivía, en efecto, un momento de gran progreso material, que asociado con el despliegue tecnológico y las innovaciones en el sistema de transporte y comunicaciones, le depararon una indiscutible hegemonía en el mercado mundial. Nuestro país se incorpora al creciente proceso de integración económica que se da a nivel universal, aportando sus materias primas agropecuarias, que comienzan a ser reclamadas con intensidad del otro lado del océano. La favorable coyuntura de precios pecuarios en la década 1850-1860, resultado en parte del ciclo económico, y acentuada por la guerra de Crimea, inició un periodo favorable para la producción agropecuaria. En la medida en que se fueron superando los avatares de la unificación política, s afianzó el avance en el lento proceso de la unificación económica del territorio nacional.

Al iniciarse la segunda mitad del siglo XIX, se acrecienta la importancia del ovino en la producción ganadera. La llanura de Buenos Aires, en una lenta evolución había pasado de las primitivas vaquerías al saladero y, luego de Caseros, la industria de la lana había comenzado a adquirir una importancia decisiva en las exportaciones. El valor ascendente de la lana, en virtud de las majadas en las mejores tierras destinadas al pastoreo, con lo que en poco tiempo, el ovino estuvo en situación privilegiada frente a la cría del ganado vacuno, que había predominado hasta entonces.

Esta nueva situación deparó cambios en las características sociales y técnicas de las unidades de producción. Se conforma un nuevo tipo de estanciero, propietario reciente, y en muchos casos de origen inmigratorio, de campos menos extensos que los que se habían antes dedicado al vacuno. La nueva estancia requiere también mayor dotación de mano de obra y la aplicación de crecientes innovaciones técnicas.

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La necesidad de adaptarse a la demanda de productos alimenticios exigía también el cultivo del cereal. Las tierras americanas, en comparación, con las europeas, aseguraban más altos rendimientos y permitían responder a la demanda de aquellos cereales que habían llegado a convertirse en objeto de consumo corriente debido a los mayores ingresos alcanzados por la población de países europeos. El trigo fue el cultivo que más rápido crecimiento experimentó, seguido por el maíz.

La agricultura se extendió en zonas donde la producción vacuna y ovina era de importancia secundaria:

“las colonias agrícolas de Santa Fe desempeñaron un papel importante en lo referente a hacer que la Argentina llegase a ser autosuficiente en materia de producción de trigo. Pero eran demasiado pocas y absorbían una proporción demasiado pequeña del número cada vez mayor de inmigrantes como para modificar en forma drástica la economía de la Argentina o su estructura social.”

(Scobie, 1968, 53)

Los inmigrantes llegados de Europa, mayormente de Italia, desempeñaron un papel decisivo en la expansión de la agricultura en nuestro país. A los que deseaban asentarse en la tierra se les ofrecían varias alternativas económicas:

1) Convertirse en propietarios de las tierras. Esta opción preponderó en colonias formadas por muchas familias, entre 20 y 200. En algunos casos, como en la provincia de Santa Fe, las colonias se convirtieron en la base de ciudades, como Esperanza o Casilda.

2) El arrendamiento de una parcela de tierra. El pago del alquiler se instrumentaba en formas diversas, que fueron variando a lo largo del tiempo.

3) Millares de italianos y españoles eligieron convertirse en peones migratorios o golondrinas. Empleados por colonos, arrendatarios y estancieros, constituyeron la mayor parte de la mano de obra para recoger las cosechas.

La primera exigencia interna que produjo la dinámica del proceso económico fue la de extender las tierras aprovechables para la actividad productiva. Los agregados de tierra a bajo costo fueron posibles en la medida en que existió una estructura de poder que permitió que los sectores altos optaran por la inversión en la actividad primaria con un régimen legal de propiedad muy favorable. La exención del pago de impuestos y el uso del crédito público significaron una verdadera subvención, que tuvo por efecto la acumulación de grandes capitales en manos de los terratenientes.

La irracional distribución de la tierra fértil fue acentuando el predominio del latifundio y consolidando, al mismo tiempo, la hegemonía de los ganaderos. Desde entonces, los propietarios terratenientes estrecharon cada vez más su círculo e instituyeron un estilo de vida fundado en privilegios poco menos que exclusivos de orden económico, familiar y político, que contrastaban visiblemente con la profunda desorganización social y las inferiores condiciones de vida que ofrecían en este mismo periodo las capas subordinadas de la sociedad.

Uno de los obstáculos primeros con que se enfrentó el nuevo modelo agroexportador fue la cuestión del indio. Este ocupaba muchas tierras sobre las que se proponía realizar la expansión agropecuaria. La historia de los intentos de expulsar a los indios de las tierras aptas para la producción es la historia de la frontera. Los indios siempre se defendieron con la eficacia de un conocimiento

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adecuado del terreno y la endeblez de las tropas que los venían a combatir. Endeblez provocada ya sea porque los ejércitos carecían de conocimientos y/o de pertrechos, o porque sus integrantes habían sido llevados allí por la fuerza, reclutados básicamente en virtud de las leyes de represión de la vagancia.

Abundante literatura de cuenta de las dificultades vividas en los sectores populares. Trascribimos a continuación un artículo de José Hernández aparecido en el periódico “El Río de la Plata” el 4 de septiembre de 1869. El autor del Martín Fierro expone aquí su perspectiva sobre el tema, al tiempo que ofrece una clara descripción del modo como se vivía el tema de la sociedad argentina.

La gran dificultadI

En el camino del progreso y de la reforma, tenemos que luchar a cada paso con los obstáculos que opone la ciega rutina, y las preocupaciones que arraigaba la costumbre.

Es la gran dificultad que tenemos que remover. No nos desalienta, sin embargo, porque tenemos la pierna conciencia de que el mundo marcha, a pesar de esas barreras, que no oponen una resistencia invencible a los vigorosos impulsados del espíritu enérgico y perseverante.

La iniciación de una idea adelantada en cualquier ramo de la actividad humana, determina ya los abservarios que se aprestan a combatirla.

No acusamos esa tendencia de la humanidad, porque la sirve también al progreso, contribuye a ilustrar las cuestiones, prepara el terreno para mantener el mejor acierto, y evita muchas veces el

error, cuyas consecuencias suelen ser funestas e irremediables.

En todos los casos, ese natural antagonismo sirve los intereses públicos, porque es necesario que una idea no se adopte sin examen, y ese examen sería imposible si el pro y el contra de las opiniones no viniera a dilucidar la cuestión, marcando las ventajas y las inconveniencias de la idea.

Pero esa convicción no nos hace lamentar menos extravío de la inteligencia, que se adhiere a las preocupaciones con un vínculo que revela más el fanatismo que la noble aspiración de la verdad.

No solo hay fanáticos en religión. En todas las cuestiones que dividen la humanidad, trasciende esa propensión de la naturaleza humana, que unas veces se ha remontado hasta el heroísmo, y otras ha descendido hasta la barbarie.

Pugnemos, pues, por romper es vínculo tradicional que nos obliga a soportar el peso de los más antiguos errores, y que es una traba contra el desarrollo del espíritu emprendedor, que busca nuevos horizontes donde esparcir sus fuerzas regeneradoras.

No hemos nacido para vegetar en las prácticas rutinarias del embrutecimiento.

Todo es sucesión progresista en el mundo. La humanidad es una sucesión de generaciones, y la generación que se levanta sobre el polvo de la que desaparece, ha contraído el deber de hacer más de lo que ésta hizo, de llevar más adelante la bandera del progreso.

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La misión de la humanidad no es transigir con el error ni pactar con la arbitrariedad y la violencia, por más que se amparen en la dudosa autoridad de los siglos.

La infalibilidad no es condición humana. Por eso no tiene términos la marcha de las generaciones a través de la idea reformadora del progreso.

En su camino van corrigiendo los errores con que tropiezan, suprimiendo las trabas opuestas al desenvolvimiento rápido y crecimiento de la idea de justicia y de libertad.

No solo se suprime el mal, sino que se constituye el bien. No solo se destruye, sino que se edifica de nuevo.

La renovación es una ley humana, en todo sentido. La vida se renueva también, cuando las flaquezas del cuerpo debilitado en una larga jornada nos inhabilitan para el cumplimiento de nuestro destino, nos reducen a la impotencia y nos inclinan hacia la tierra que nos reclama.

Reconocer el error y no enmendarlo, señalar una arbitrariedad y no suprimirla, es una aberración que nosotros no podemos explicarnos.

Hemos inscrito en nuestra bandera este mote: ¡Adelante! Y no creemos que ninguna voz humana pueda detenernos en nuestro camino, desviarnos de nuestro propósito, condenarnos a pasar indiferentes por el estilo donde se comete un atentado, y hacernos aceptar ciega y sumisamente los hechos como se consuman.

Respetamos todas las opiniones, pero respetamos mucho más el espíritu de actividad y de progreso que dirige a la humanidad, y el libre albedrío de la conciencia.

II

Las consideraciones que preceden arrancan de las cuestiones de organización social últimamente tratas en la prensa, y en las que nosotros hemos estado combatiendo lo que algunos ha estado empeñados en sostener, sin otros argumentos que los que acabamos de pasar en revista.

Tratándose especialmente de la organización de la campaña, hemos combatido la iniquidad de mediadas que condenan a la esclavitud a los ciudadanos más útiles al país, que introducen una perturbación general en la campaña, y los obligan a andar errantes y sin hogar, para sustraerse en los rigores de una ley despótica y arbitraria.

Todos los medios coercitivos para el reclutamiento de soldados son reprobados por la justicia y la igualdad democrática.

“El ciudadano paga sus contribuciones ordinarias para que se le respete, se llenen las necesidades públicas y se les resguarde como asociado. No hay derecho para exigirle una contribución extraordinaria de dinero o de sangre, ni para arrancarlo así de sus hogares como una presa hecha a la sociedad por las garras del Estado; ávido de fuerza y de preponderancia.” (Idea de la perfección humana, por el doctor Pérez Gomar.)

Hemos combatido igualmente la conscripción, como un sistema inicuo, por el cual se pone en alarma la población de la campaña y se le entresaca a la juventud para arrastrarla a los cuarteles y a la vida miserable del soldado.

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Por medio de las medidas adoptadas para organizar la campaña, resultad que el servicio a que se la obliga pesará solo sobre la clase trabajadora, que tiene familia y hogar que atender, y que da clase vagabundancia se sustrae a su rigor, burlando los decretos que nuestros gobiernos lanzan a la campaña, sin conciencia de los males que la afligen y de los resultados que deberían prevenir.

La guardia nacional es una institución arbitraria y desmovilizadora, que solo se explica en medio de las agitaciones febriles que la hicieron nacer.

Si esto decimos de la institución en general, ¿qué no diremos de la monstruosa desigualdad que resulta del servicio de fronteras, exigido exclusivamente a los pobladores de la campaña?

Hemos dicho que el reclutamiento de tropas de línea es el único medio de responder a la exigencia del servicio de fronteras.

Ese reclutamiento se puede hacer por el engancho voluntario y destinado a ese servicio de la clase vagabunda, que no tiene hogar, ni profesión, y que importa de otro modo una amenaza permanente contra el orden social y político.

Se observa que el reclutamiento por el enganche es difícil. Queremos que sea imposible.

¿Se deduce de ahí que los ciudadanos deban estar expuestos a ser arrebatados violentamente de su hogar, en donde sirven a la familia y a la patria, para ir a ser sepultados en la corrupción de los campamentos?

¿Se deduce de ahí que sea lícito atentar contra los derechos individuales, anteriores a toda ley y consagrados a un en las leyes fundamentales, imponiendo a los ciudadanos una odiosa e intolerable carga?

Es preferible que los gobiernos caigan de débiles, que la frontera quede abandonada, que los hacendados y los

pueblos de la campaña no tengan otra defensa que la suya propia; es preferible todo eso, decimos, a que se violen el hogar y los derechos del ciudadano.

Mal puede invocarse el pretexto de la seguridad pública, de la defensa de las instituciones cunado se empieza por sacrificar al hombre que es el representante vivo de aquellas garantías.

Pero no hay que temer un cataclismo.El servicio de fronteras por medio del enganche no se ha

ensayado aún; debe ensayarse. No será eficaz, pero será siempre mejor que el sistema actual, condenado a la luz del derecho y de la civilización.

A la deficiencia del enganche, suplirá en mucho las medidas que destinen a aquel servicio a la clase vagamuda y aventurera, porque todos los que estén en esa condición tendrán que prestar ese servicio, y los más voluntariamente, por no exponerse a las persecuciones de que serían objeto, de parte de las autoridades, que llenarían en eso un doble deber, evitando el peligro de la vagancia y proponiendo al buen servicio de la frontera.

En nuestra campaña abunda esa población aventurera, y en obligarla al servicio no habría violación de ningún derecho, porque ella misma ha renunciado, por sus propios gustos e instintos, al domicilio y a la sociedad, y como ha dicho un ilustrado escritor, en disponerlo así no habría condena, porque eso se haría más bien por necesidad, por educación, y hasta por perfeccionamiento.

Nosotros creemos pues, que la necesidad de la fuerza se llena por el reclutamiento voluntario y por el reclutamiento forzoso de los vagos.

Y para cerrar este artículo ya demasiado extenso, diremos con el ilustrado autor de la obra ya citada.

“¿Qué moral ni que justicia es aquella, por la cual lo difícil se procura vencer con lo cómodo?

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¿Qué derecho hay para disponer así de los individuos, y sacrificarlos en su fortuna, en sus familias y en su vida?

Ante la verdadera política, el derecho y la vida de un hombre valen más que la realización inmediata de todos los programas y de todas las concepciones humanas.”

El liberalismo gobernante ensayó diversas alternativas para resolver la cuestión del indio. Julio A. Roca dirigirá en 1879 la campaña al desierto al frente e un ejército moderno dotado de fusiles remington de repetición sometiendo, dispersando o exterminando a las tribus que amenazaban el proyecto de las elites de poder.

El otro factor que convergió en el periodo para consolidar la estructura asumida será el capital extranjero. El papel central del aporte financiero en la expansión económica argentina es otro de los elementos centrales del modelo que recoge las propuestas del liberalismo de la época. Los flujos de inversiones provenientes de Europa, se orientaron hacia aquellas áreas que alentaban las actividades que sus necesidades requerían fortalecer. La inversión extranjera se orientó hacia la consolidación de la infraestructura imprescindible para la eficacia del modelo social y económico elegido. Era preciso desarrollar la infraestructura y la capacidad financiera que permitiera la especialización de la producción agropecuaria. Al mismo tiempo, el control del sistema financiero y comercial de parte del capital extranjero significaba el dominio del comercio exterior.

La infraestructura de transporte fue una de las áreas donde se concentraron fuertemente los capitales externos. Si bien el Reimer ferrocarril establecido en el país fue de origen nacional, bien pronto los capitales británicos fueron monopolizando la red de transportes para la producción con un trazado que convergía en la ciudad puerto, y que por medio de reglamentos y tarifas impedía el crecimiento de las economías que no interesaban a Gran Bretaña.

El ritmo de la inversión ferroviaria se fue incrementando rápidamente, y aún cuando no estaban en primer lugar orientadas a obtener un rédito económico en sí mismas, el control del transporte estaba destinado a servir como medio para conquistar y asegurar el mercado, y abaratar los costos de los productos primarios, que era precisamente donde se obtenían los mayores recursos. Se trataba de un medio para mejorar las oportunidades comerciales que permitieran el abaratamiento de los transportes al puerto, la rapidez y constancia de la llegada de los productos al mercado británico, y en definitiva consolidar el modelo agroexportador en la Argentina. (Ferns, 1968).

Simultáneamente, se desarrolló una línea de crédito que conformaron una masa de deuda externa, que se convirtieron en empréstitos para el gobierno orientado a cubrir los déficits de los presupuestos gubernamentales ocasionados esencialmente por las guerras civiles y la guerra contra el Paraguay, y a sostener el comercio exterior.

Si analizamos la composición de las inversiones británicas en 1875, reunimos la siguiente distribución del capital:

Cuadro de inversiones británicas

Rubro Cantidad invertida(En libras Esterlinas)

Proporción

Empréstitos del gobiernoFerrocarrilesBancos

12.970.000

6.610.0001.600.000

56,2 %

28,6 %6,4 %

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TranvíasIndustria de la carneMinasGas de alumbradoTelégrafos

800.000

530.000200.000

200.000150.000

3,2 %

2,3 %0,8 %

0,8 %0,6 %

(Cárdenas, 1969, 224)

Este modelo agroexportador delineado en los años que siguieron a Caseros, alcanzará su consolidación con la llegada de los hombres del Ochenta.

Para su autoevaluación

¿Cómo contestaría Ud. a los que denominan “organización nacional” al periodo se abre después de Caseros?

¿Qué actitud asume Buenos Aires ante el traslado del eje de poder de la Confederación al litoral?

¿Cómo caracterizaría al nuevo sistema de poder que se conforma en el país después de 1852?

¿Cómo se cierran las diferencias entre Buenos Aires y el Interior al abrirse la década de los años sesenta?

Caracterice las líneas centrales que siguió la acción política en esos años.

¿Qué consecuencias políticas y económicas trajo la definición de la batalla de Pavón? ¿Cuáles fueron las resistencias del Interior al nuevo orden liberal?

¿Cómo se articularon las posiciones de los distintos actores nacionales entre la guerra de la Triple Alianza?

Explique las causas geopolíticas y económicas que explican la guerra contra el Paraguay.

Describa el nuevo modelo agroexportador que se establece en el país después de Pavón y su articulación con el mercado mundial.

¿Qué bien económico constituye el capital y la fuente de riqueza en la Argentina agroexportadora?

¿Qué papel desempeñó el Estado liberal en la distribución de la propiedad de la tierra?

¿Cómo aportaron en el desarrollo del nuevo perfil económico las inversiones británicas?

¿Cómo se encaró en el periodo la cuestión del indio y que consecuencia trajo en la sociedad argentina?

Referencias

Alberdi, J. B. (1962), Historia de la Guerra del Paraguay, Ed. de La Patria Grande, Bs. As.

Cárdenas, G. (1969) Las luchas nacionales contra la dependencia, Ed. Galerna, Bs. As.

Cortez Conde, R. y Gallo, E. (1987) La formación de la Argentina moderna, Ed. Paidós, Bs. As.

Del Carril, B. (1946) Buenos Aires frente al país, Ed. Huarpes, Bs. As.

Ferns, H. S. (1968) Britian and Argentine in the 19th Century, Oxford University Press. (Traducción castellana Ed. Hachette.

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Floria, C. (1965) La crisis del 61 y el nuevo orden liberal, Equipos de investigación histórica, Bs. As.

García Belsunce, C. Mitre y la política de Buenos Aires, en Pavón y la crisis de la Confederación, Equipos de investigación histórica, Bs. As.

Gorostegui de Torres, H. (1984) La Organización nacional. Ed. Paido, Bs. As.

Scobie, J. (1968) Revolución en las Pampas. Historia social del trigo argentino (1860-1910). Ed. Solar Hacehtte, Bs. As.

Unidad 12

El Estado moderno dependiente

1. La Generación del Ochenta

El proyecto de la Generación del Ochenta es quizás el programa más estable que una elite argentina haya logrado plasmar con una dinámica de largo alcance. Sus huellas marcarán de modo profundo el perfil que asumirá el país hasta bien avanzado el siglo XX.

Liquidados los conflictos que se habían prolongado durante un largo periodo, eliminadas las trabas que impedían la integración

física, económica y política, ningún obstáculo serio se oponía entonces a la creación de instituciones que aseguren el funcionamiento de un Estado fuerte. De allí surgirá un modelo institucional que alcanzará una fisonomía estable, conducida por una elite dirigente que había reunido en sus manos las riendas del poder económico y político del país.

Ciertamente, varios de los problemas que durante décadas habían estado en el primer plano de las cuestiones nacionales ya se encontraban resueltas entonces:

a) La cuestión del indio. El avance de la línea de fronteras se realizó en dos etapas. La primera de ellas, defensiva, transcurrió bajo la dirección de Adolfo Alsina. El plan consistió en la construcción de una línea de fortines unidos entre si por una zanja, que impedía la penetración de los indígenas.

La segunda estuvo dirigida por Julio Argentino Roca, quien emprendió una acción de tipo ofensivo. Como resultado de su Campaña al Desierto, realizada en 1879, se incorporaron 15.000 leguas cuadradas de tierras disponibles para su explotación económica.

b) La tierra era una pieza clave del proyecto económico: la base de toda la economía y la riqueza fundamental del país. El otorgamiento de tierras a los expedicionarios según su grado militar y la enajenación de las demás tierras fiscales favorecieron la promoción de latifundios.

Aparece la estancia moderna como unidad de producción, que incorpora el alambrado, el tanque australiano, la mestización de animales, la tecnificación en el proceso de cría.

c) Buenos Aires Capital. La federalización de la ciudad de Buenos Aires en 1880 fue un paso significativo hacia el cierre de conflictos entre el Estado nacional y la provincia de Buenos Aires,

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que había jaqueado en múltiples formas el ejercicio del poder nacional.

Promovida por provincianos, la capitalización de Buenos Aires significó, en realidad, que es ahora la ciudad puerto la que establece y dirige las reglas del juego para el resto del país.

El establecimiento de las nuevas condiciones abre el escenario para la aparición de un conjunto de hombres a los que hoy se reconoce como Generación del 80, que llevarán adelante un plan en el que es posible distinguir tres dimensiones:

“En lo económico, la inserción de nuestro país en la división internacional del trabajo como productor de materias primas y alimentos e importador de la mayor parte de los productos elaborados que se consumían en el mercado interno.”

“En el plano social, el intento de cambiar usos y costumbres nativos a través de la inmigración masiva de mano de obra europea.”

“En lo político, la conformación de un Estado moderno mediante la creación de las instituciones y reglamentos necesarios para dar a la Argentina una apariencia semejante a la Europa a fin de siglo y ofrecer garantías suficientes a los capitales extranjeros”.

(Pozzi, 1988, 3)

La presencia de esta elite positivista y europeísta en las cimas del poder significaba también la ascensión de una coligación de elites provincianas que habían asimilado el estilo y el modo de ser de los dirigentes del a ciudad-puerto. Constituían todos una coalición del grupo conservador del país todo encolumnados detrás de los líderes más sagaces que esta clase haya tenido. (MacGann, 1960).

Si quisiéramos sintetizar los rasgos más característicos de esta generación, podemos señalar como notas salientes:

· Poseían una fuerte valoración de la ilustración literaria y científica. Algunos de ellos se habían educado en Europa. Pero lo intelectual no era valorado en sí mismo, sino que se lo concebía como forma auxiliar de la dosis de audacia e iniciativa que requería el conductor político de la época.

· En lo político reside el máximo de realización para un hombre. Desde allí es posible imprimir a la sociedad de su tiempo los rasgos que es preciso adoptar. Roca es el mejor modelo del personaje de esta generación.

· Los hombres del 80 sienten que la historia los ha llamado a cumplir con una misión central: la institución de un sistema institucional que debe alcanzar permanencia en el tiempo.

La Generación del Ochenta tenía el liberalismo como ideología, pero no el liberalismo romántico e idealista de la primera mitad del siglo XIX, sino que comulgaban con el ideario de Augusto Comte, quien había formulado las líneas de un liberalismo pragmático, positivista.

El positivismo confiaba en el impulso arrasador de un progreso ilimitado, auxiliado por el timón de la razón y una actitud de verificación experimental de la realidad que desecha todos los argumentos de explicación no racionales.

Roca llega al gobierno el 12 de octubre de 1880 como fruto de la alianza de las oligarquías provinciales las que se organizan en el P.A.N. (Partido Autonomista Nacional). La “Liga de los Gobernadores”, instrumento político creado por Roca, reúne a los sectores político-económicos favorecidos por el nuevo modelo, que ahora organizan su entendimiento con Buenos Aires sobre un plano ahora de total coincidencia.

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Los propósitos presidenciales son delineados por Roca en su mensaje al asumir el cargo. Allí fijará sus objetivos: “Paz y administración serán mis propósitos”. Sarmiento traducirá agriamente: “Rifles y empréstitos”.

“Paz y Administración” significaba el establecimiento y consolidación del modelo estructural que había venido asumiendo la sociedad argentina. La paz era, por un lado, un llamado a varazón y a la prudencia dirigido a los miembros de una clase que no había comprendido cuánto tenían en e común que defender, y aún que descubrir, las concepciones e intereses comunes que permitiera a sus integrantes salir del atolladero en que habían permanecido en el pasado.

Esta tregua era indispensable para avanzar en la construcción de un aparato de administración eficiente, que aprovechara simultáneamente los dos pilares desde los cuales había que partir para enfrentar el desafío que traía consigo la nueva situación: a saber los factores favorables que surgían desde el mercado mundial y la posesión de los recursos con los que se podía responder a la creciente demanda externa.

Las nuevas condiciones que se abrían son claramente descriptas por Ricardo M. Ortiz:

“El gobierno nacional está instalado en su propia sede y puede comenzar una política constructiva y de sano y vigilante avenimiento con el capital extranjero, que pugna por condiciones favorables a su instalación en el país”.

(Ortiz, 1964, 172)

Son tres las áreas en las que había de aplicarse el esfuerzo fundamental del impulso dado por la política de los hombres del

Ochenta. Las analizaremos a continuación: la política económica, la inmigración y la educación.

2. Política económica

En el marco de la situación internacional, donde los países centrales, viviendo un intenso periodo de auge y expansión, daban señales claras de sus requerimientos de productos agropecuarios, el esfuerzo de los hombres del Ochenta va a estar puesto en ordenar todos los recursos interiores para integrarse completamente en la favorable coyuntura que se abría para el país.

Europa vivía entonces un momento de gran progreso material, favorecido por el despliegue tecnológico y las innovaciones en el sistema de transportes y comunicaciones, que produjeron un efecto acelerador en el mercado mundial. En comunicaciones, que produjeron un efecto acelerador en el mercado mundial. En el creciente proceso de integración económica que se daba a nivel universal, nuestro se país se incorporó aportando sus materias primas agropecuarias, que comenzaron entonces a ser reclamadas con intensidad por los países que, al emprender el camino del crecimiento industrial, habían abandonado su producción agraria.

El liberalismo económico será el modelo desde el que esta Generación del Ochenta grabará las líneas centrales de su modelo interno y de inserción en el mercado mundial. La división internacional del trabajo y la libertad de comercio fueron asumidos como los dogmas iluminadores que orientaban todas las perspectivas de relación prelicua entre las naciones.

En este periodo, se produjeron, el ovino es desalojado de las tierras más fértiles de la provincia de Buenos Aires y empujado hacia las tierras patagónicas. En la década del 80 termina una etapa del

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ciclo de la lana como elementos predominante en la economía agropecuaria. A partir de entonces se incrementa el predominio del bovino que constituirá el eje de la producción ganadera.

La industria frigorífica, mayoritariamente en manos extranjeras, controlará cada vez más el ciclo de cría y exportación de la carne, a partir de sus exigencias en el tipo de ésta, según sea destinada al congelado o al enfriado.

La reducción de los costos del transporte fue una de las primeras prioridades economía exportadora. En el plano internacional, la aparición del barco a vapor jugó un papel importante en este sentido. En lo interno los dos desafíos consecuentes fueron el traslado hasta los puertos de embarque y las facilidades portuarias.

En el cuadro siguiente podemos observar la extensión de la red ferroviaria en el país que tiene pocos parangones en cuanto a su velocidad de crecimiento:

Extensión de la red ferroviaria (1874 - 1890)

Periodos Kilómetros construidos en el periodo

Total

Antes de 18741874-18791880-18851886-1892

1.3311.1863.3207.846

1.3312.5165.836

13.682

(Pinedo, 1961)

Una de las características más saliente de la expansión ferroviaria consistió en la creciente importancia que fue tomando el capital extranjero en el tendido y administración de las nuevas vías férreas. Las mayores inversiones provinieron del capital británico, aunque en la provincia de Santa Fe existieron algunos emprendimientos de compañías francesas.

“El Estado Nacional y algunos provinciales que hasta 1880 administraban el 50 % de los ferrocarriles bajo explotación, vieron drásticamente disminuido su porcentaje a un magro 20 %.

(Gallo-Cortes Conde, 1987, 35)

El capital extranjero tendrá cada vez más un papel protagónico en el control del transporte, al igual que en otros países periféricos cuyas economías consideraba de vital complemento para su propio desarrollo. En nuestro caso esta inversiones requirieron garantías del Estado que consistieron en: el otorgamiento de tierras a los costados de las vías o bien garantizar un mínimo de ganancias, por debajo de las cuales el Estado pagaba la diferencia.

La expansión creciente de la economía exportadora requería al mismo tiempo adecuación del puerto en relación con el volumen creciente de las exportaciones y el mayor tonelaje de las embarcaciones que llegaban. El gobierno desplegó una intensa actividad, para realizar las transformaciones de la estructura portuaria de Buenos Aires, así como la construcción de los puertos de Bahía Blanca y La Plata.

En el desarrollo del modelo económico adoptado el capital extranjero se ubicó controlando las llaves del sistema productivo. Si bien durante la década del ochenta disminuyó su presencia en el auxilio al Estado nacional y a las provincias, se acentuó en el área

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ferroviaria, así como, en el desarrollo de los frigoríficos, instrumento tecnológico que cerraba el circuito en los servicios de telégrafos, teléfonos, tranvías, así como en compañías de tierras y seguros, bancos, etc.

El modelo económico generó un sistema montado sobre la distribución diferencial del poder económico, fundado en la propiedad del suelo, que era acompañada por una distribución también diferencial del poder político y del prestigio social. El Estado suministró mercados externos a los propietarios productores, con un costo social sostenido por toda la población, en la medida en que la contribución directa era ínfima y los impuestos gravaban exclusivamente la importación y el consumo. Toda esta orientación favoreció fundamentalmente a los sectores tradicionalmente más altos de la sociedad: los terratenientes.

La construcción de la infraestructura estuvo a cargo de grandes empresas privadas de origen extranjero. Este tipo de inversión se canalizó preferentemente hacia la explotación ferroviaria y el circuito financiero. La división de tareas y áreas de inversión entre el capital nacional y el extranjero no hizo más que agudizar el modelo de interdependencia asimétrica. El país estrechó relaciones con el resto del mundo, pero perdiendo autonomía en casi todos los niveles, especialmente en lo referente al proceso de comercialización. Esto se dará tanto por la falta de transporte propios como por la especiales características de las infraestructura ferroviaria interna, como también porque las organizaciones comerciales y financieras eran cada vez más prolongadas de los centros industriales europeos.

El crecimiento económico que se alcanzó dependía totalmente de la demanda externa, es decir, de las exportaciones y de su precio internacional. El eje de la estructura económica estaba asentado en el sector exportador. Las ventas al exterior de productos agropecuarios se componían de carne vacuna, trigo, maíz, lino, cueros y lana.

Pero la economía internacional provocaba fluctuaciones de precios, y esto traía como consecuencia que la demanda de productos agropecuarios se relacionaba con la actividad económica de los países centrales y por lo tanto, el precio de dichos productos dependía de la mayor o menor demanda que hubiese. En épocas de gran actividad en los países industriales crecía la demanda de alimentos y materias primas para procesar industrialmente, lo que llevaba a un aumento en el precio internacional de los productos primarios. Pero en los periodos en que descendían la demanda y los precios, la balanza de pago s resentía gravemente.

La riqueza que trajo consigo la expansión del modelo agro-exportador se asentaba sobre bases sumamente endebles.

“La vulnerabilidad exterior de la economía argentina operaba en tres planos interdependientes: el nivel de ocupación e ingresos internos, el balance de pagos y las finanzas públicas”.

(Ferrer, 1977, 130)La elite dirigente aplicó un modelo económico que significó una

modernización de la estructura productiva, fenómeno que incidió rápidamente en la composición social y demográfica de la sociedad argentina. En cuanto al destino de los beneficios que trajo consigo el incremento del comercio internacional, es visible la orientación impulsada desde el Estado hacia las obras públicas y urbanísticas, así como en la inversión privada prevalecía la orientación suntuaria e inmobiliaria de los propietarios rurales.

La fiebre amarilla, en 1871, expulsó de la zona sur de Buenos Aires a las familias tradicionales. Se fue gestando así el Barrio Norte, donde los sectores de poder económico se proponían “comenzar una nueva vida, con construcciones de nuevo estilo, junto a las calles que

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se empezaban a abrir, cerca del río y en las cercanías de los parques que se estaban empezando a plantar” (Jitrik, 1982, 51).

Los ricos estancieros emprenden entonces la construcción de las mansiones y palacetes adornados con múltiples objetos más o menos artísticos comprados directamente de Europa.

3. La inmigración europea

Desde hacía ya tiempo se venía discutiendo entre los hombres del pensamiento cuál sería el camino apropiado para transformar el país de acuerdo con las características que el mundo moderno imponía en la escena mundial.

La generación del 37 coincidían en que era preciso abandonar aquellos rasgos hispano-criollos, heredados del Barroco, que impedían asumir las pautas de la civilización moderna. Pero diferían en cuanto al camino a privilegiar para lograrlo. Mientras Sarmiento insistía en la necesidad de expandir la educación, Alberdi pensaba que ese camino era insuficiente. En su libro Bases y punto de partida para la organización política de la República Argentina rebate a los que confiaban en la educación diciendo:

“Haced pasar esto, el gaucho, el cholo, unidad elemental de nuestras masas populares, por todas las transformaciones del mejor sistema de instrucción, en cien años no haréis de él un obrero inglés, que trabaja, consume, vive digna y confortablemente.”

(Alberdi, 1852, 61)

La propuesta era implantar en nuestro país pedazos vivientes de la cultura europea, en una imagen que se caracterizó como la política

del gajo. Este se transplanta, para que pueda reproducir el mismo fruto, que había venido dando en otro espacio anteriormente.

Para la elite dirigente, el objetivo de alentar la inmigración respondía simultáneamente a dos cuestiones:

Poblar el desierto y atraer brazos útiles para la producción agropecuaria. Del mismo modo que la Campaña al Desierto había incorporado tierras –el capital-, la política inmigratoria debía suministrar los brazos para el trabajo –la mano de obra-.

Transformar el tipo cultural del ser argentino incorporando a nuestro suelo hombres más fácilmente adaptables a un modelo de desarrollo capitalista.

De esta manera, la inmigración, que a partir de los tiempos de Avellaneda, fue creciendo rápidamente, constituye una necesidad orgánica para el despliegue del sistema vigente.

En aquellos tiempos, los recién llegados comenzaron a multiplicarse de forma sorprendente. No pasaba día sin que los barcos de ultramar descargaran en la rada un numeroso enjambre humano. Las cifras de extranjeros venidos al país y la modificación consecuente de la estructura poblacional son por demás elocuentes. En cuatro años (de 1885 a 1889), llegan al país más de 700.000 inmigrantes, y la afluencia no se detiene hasta fines de la tercera década del siglo XX.

A nivel demográfico, la llegada de grandes cantidades de extranjeros, transformó la composición de la población del país.

Relación población extranjera –argentinos residentes en el país (1869-1914)

Año Extranjeros Extranjeros (por cada 100

habitantes)

Extranjeros (por cada 100 argentinos)

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186918951914

210.0001.004.5002.358.000

12, 1 %26, 4 %29, 9 %

13, 8 %34, 0 %34, 9 %

Esta elevada proporción de extranjeros aumenta en las ciudades litorales. Entre los habitantes de sexo masculino, los inmigrantes llegan a superar a los nativos.

La mayoría de los recién llegados se declaraban agricultores, quizás porque de esta manera obtenían con mayor facilidad permiso de radicación, o quizás también para contar con la protección oficial, que alentaba al envío de mano de obra para trabajar de las tierras recién abiertas a la producción agropecuaria.

Muchos de ellos se dirigieron a las zonas rurales para trabajar en las estancias, o como arrendatarios de campos aptos para el cultivo, o bien como mano de obra necesaria para el desarrollo de la agricultura en tierras ajenas. En una primera etapa, las técnicas de producción eran primitivas y estaban ligadas a un cultivo extensivo, o rotativo, que impedía a muchos arrendatarios establecerse en forma permanente.

Pero el mayor obstáculo lo encontraron en el sistema de propiedad de la tierra, que no hizo fácil su radicación en las áreas rurales. El aumento de los precios de la tierra llevó a que el arrendatario rural expuesto a la inestabilidad, y en muchos casos la miseria. Con frecuencia, las tasas de arriendo eran muy altas, particularmente en las zonas de mayor rendimiento cercanas a la costa atlántica. Los grandes propietarios, más necesitados de jornaleros o arrendatarios, se opusieron sistemáticamente a una política organizada de colonización agrícola. Tanto los nuevos trabajadores rurales como la misma producción agrícola van a librar una lucha sostenida contra las estructuras y los intereses anexos a la tierra y sus propietarios.

Sólo un reducido número de los inmigrantes alcanzó rápidamente la posesión de tierra que trabajaban, la mayor parte desistió del propósito inicial que los había traído y se orientó hacia otros tipos de actividades en el ámbito urbano. Si la política de inmigración hubiera sido como originalmente se proclamó, “una política de colonización”, los antiguos propietarios difícilmente hubieran contado con mano de obra a bajo costo. De este modo, a través de diversos medios -favores oficiales, políticas de crédito, etc.- lograron mantener durante un tiempo los recién llegados alejados el factor clave de todo proceso: la tierra.

Los factores aquí mencionados impulsarán la incorporación de esta meno de obra disponible a las más variadas ocupaciones que se desarrollan en las ciudades. En poco tiempo, más e la mitad de los extranjeros residentes en el país habitarán en zonas urbanas.

El puerto de Buenos Aires será el sitio de mayor atracción, no solamente por ser la puerta de entrada al país, sino también por el lugar que ocupaba en el plano socio-económico. El puerto, canal de comunicación con el mercado externo, es el ámbito por donde debe pasar toda la producción, toda la comercialización, todo el transporte. Allí es donde se concentra todo el poder financiero y administrativo y desde donde se monta toda estructura de distribución al interior.

Esta concentración obligaba a construir rápidamente una gran ciudad donde poco antes había habido solo una gran aldea. Había que establecer el asiento de toda esta maquinaria económica, y hacerlo apresuradamente. Además, instalaciones portuarias y estaciones de ferrocarril, edificios para la administración de los negocios, de la banca y también del Estado; en fin, viviendas para toda la gente allí ocupada, y muchos otros servicios de infraestructura

Al Buenos Aires de los empleados de los frigoríficos o portuarios, de los trabajadores ferroviarios, de los empleados de

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bancos y de la Administración, se suma la multitud que construye la misma ciudad. Los inmigrantes se insertaron como albañiles, panaderos, carpinteros, sastres, etc., hasta constituir un artesanado novedoso en la ciudad.

El rápido incremento de las obras de infraestructura ligadas al comercio de exportación (ferrocarriles, puerto) así como la construcción urbana en aumento, incorporará como jornaleros en estas actividades a un lato número de inmigrantes. Otros se dedicarán a las más variadas actividades comerciales, que muchas veces combinaban con un trabajo industrial incipiente.

Si bien en la elite y en los grupos de la clase media alta había muy pocos inmigrantes, éstos llegaron a constituir las tres cuartas partes de los propietarios de industrias y comercios. En cambio, el 70 % de los extranjeros estaba concentrado en la clase obrera de la ciudad de Buenos Aires, y a la vez, dentro de la clase obrera el 60 % eran europeos. De manera que, cuanto más bajo era el nivel social, mayor era la proporción en el de extranjeros.

En el mundo urbano, los inmigrantes ocuparían el espacio de las viviendas marginales. La periferia estará constituida por esa extensa serie de conventillos que marcarán todo un periodo de nuestra historia social. Adrián Patroni nos da una descripción muy gráfica de las condiciones en que vivían los inmigrantes:

“… Imaginamos un terreno de 10 a 15 metros de frente (los hay que solo tienen de 6 x 8) por 50 a 60 de fondo; algo que se asemeja a un edificio, por su parte exterior, o casa de miserable aspecto: generalmente un zaguán cuyas paredes no pueden ser más mugrientas, al final del cual una pared de dos metros de altura impide que el transeúnte se aperciba de las delicias del interior. Franquead el zaguán y veréis dos largas

filas de habitaciones, una mugrienta escalera de madera pone en comunicación con la parte alta del edificio. El conjunto de piezas, más bien que asemejarse a habitaciones, cualquiera diría que son palomeras; al lado de la puerta de cada cuarto, amontonados en completo desorden cajones que hacen las veces de cocina, tinas de lavar, receptáculos de basuras, en fin todos los ensere indispensables de una familia, que por lo reducido de la habitación forzosamente tienen que quedar a la intemperie. En la parte alta del conventillo la estrechez es mayor, pues no teniendo los corredores más que un metro o metro y medio de ancho, apenas queda espacio para poder pasar.”

“Las habitaciones son generalmente de 3 x 4 metros de altura, excelentes piezas, cuando llegan a tener una superficie de 4 x 5. Esas celdas son ocupadas por familias obreras, la mayoría con 3, 4, 5 y 6 hijos, cuando no por 3 o 4 hombres solos. Adornan estas habitaciones dos o tres camas de hierro o simples catres, una mesa de pino, algunas sillas de paja, un baúl medio carcomido, un cajón que hace las veces de aparador, una máquina de coser, todo hacinado para dejar un pequeño espacio donde poder pasar, las paredes, que piden a gritos una mano de blanqueo, engalanadas con imágenes de madonas o estampas de reyes, generales o caudillos populares; tales son; en cuatro pinceladas, los tugurios que habitan las familias obreras en Buenos Aires, lo que a la vez sirven de dormitorio, sala, comedor y taller de sus moradores”.

“Pocos son los conventillos donde alberguen menos de ciento cincuenta personas. Todos son, a su vez focos de infección, verdaderos infiernos,

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pues el ejército de chiquillos en eterna algarabía no cesan su gritería, mientras los más pequeños, semidesnudos y harapientos, cruzan gateando por el patio recogiendo y llevando a sus bocas cuanto residuo hallan a mano: los mayorcitos saltan, gritan y brincan, produciendo desde las 7 de la mañana hasta las 9 de la noche un bullicio insoportable”.

(Patroni, 1898)

Más allá del alto impacto demográfico que la presencia de extranjeros provocó en la estructura poblacional argentina, las consecuencias más importantes se presentaron en el plano de nuestra propia configuración cultural.

La elite dirigente, ya desde mediados del siglo XIX, venía proclamando la necesidad de incorporar población extranjera, buscando por este medio modificar nuestro estilo de vida criollo, que se concebía como poco apto para satisfacer las exigencias que imponía el moderno proceso de occidentalización. Y, ciertamente, en lo cuantitativo, la proporción de extranjeros en la población del país alcanzó una cifra elevada como señalamos anteriormente.

Tam como destaca Torcuato Di Tella, comparando el caso argentino con el de otros países abiertos también a la inmigración, no bien llegaron los europeos del sur y del este a esas costas, se

“facilitó su incorporación a la sociedad local y su mezcla con los habitantes del país. Desde el punto de vista de la asimilación social, se puede decir que la amalgama tuvo mejores resultados en América del Sur que en América del Norte”.

(Di Tella, 1985, 348)

En nuestro país, no predominó una forma cultural transplantada, sino que la vigorosa marca de nuestra identidad cultural criolla generó un nuevo proceso de integración cultural, en el que se substrato nativo prevaleció en lo fundamental. Y esta voluntad de mestizaje operó como respuesta al proyecto que buscaba la anulación de la identidad existente en el fondo de nuestro perfil autóctono.

Los contingentes inmigratorios llegaron en grandes cantidades a nuestro suelo; pero, lejos de anular el substrato cultural hispanoamericano o criollo, aportaron ciertamente modalidades propias, pero al fin se integraron en la nueva síntesis. Tal como lo señala Hernández Arregui (1964, 80-81), así se hace visible el dinamismo más profundo presente en nuestra cultura.

“Aunque el proceso inmigratorio del siglo XIX y del presente está aún muy cercano a nosotros, parece un hecho asegurado que el país mediante la presión de sus formas culturales más antiguas, conforma lentamente las mentalidades de grupos no argentinos de origen”.

4. El sistema educativo

Otra línea heredera de los hombres del 37, que se planteaba como alternativa para modernizar la Argentina, estaba asentada en la valoración decisiva de la educación. Domingo Faustino Sarmiento se convirtió en el mayor exponente de esta postura, de la que en múltiples escritos suyos da cuenta. Entre sus afirmaciones encontramos la que de “un pueblo ignorantes elegirá siempre a Rosas. Hay que educar por eso al soberano”. (Ponce, 1951). La educación era visualizado como el camino que permitiría a este

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pueblo bárbaro asumir las orientaciones del modelo civilizatorio por el cual se inclinaba la elite dirigente.

Este pensamiento perfilado por Sarmiento habría de ser institucionalizado en un esfuerzo sistemático que alcanzará a todos los estratos de la sociedad. En las ideas originales de la organización del sistema pesará aquel libro que el sanjuanino se encargó de distribuir entre los círculos políticos más altos de la época, del que fue autor Pedro Quiroga: “Legislación y jurisprudencia de la educación común en las leyes de Estados Unidos”.

Paralelamente la función que el sistema educativo debía cumplir en la población criolla, existía con respecto a los inmigrantes recién llegados: el aparato educativo debía servir también como instrumento para integrarlos a nuestra sociedad. Tal como lo enunciaban los gobernantes, la educación se orientaría a la nacionalización de los extranjeros.

En torno al proyecto pedagógico, se desarrolló en esos años un intenso debate de honda recuperación social. En los primeros días de diciembre de 1881, el Presidente Roca prestaba apoyo a la iniciativa del ministro Pizarro de llamar a un Congreso Pedagógico. La convocatoria buscaba reunir a profesores, maestros y estudiosos del tema para delinear el proyecto educativo que orientaría el Estado argentino.

El 10 de abril de 1882 tuvo lugar la apertura del mismo, con la participación de unos 200 congresales, entre los que se encontraban directores de grandes establecimientos, ex ministros de Instrucción Pública, profesores y educadores de todo el país.

“Desde las primeras sesiones se tuvo la certeza de asistía a un enfrentamiento entre dos tendencias opuestas en materia educacional”.

(Auza, 1975, 135)

El debate entre católicos y liberales, que culminaría con el retiro de los primeros del congreso, marcó solo un punto de las tensiones que se vivieron a lo largo de toda la década entre el roquismo y la Iglesia Católica.

El laicismo dominante en la elite que ocupaba el gobierno impulsaba a la mayoría de excluir la Religión de las instituciones. La ideología liberal que guiaba su pensamiento consideraba que lo religiosos debía reconocerse sólo en el interior de las conciencias individuales, pero no en la esfera pública. La secularización que inspiraba a la elite dirigente aconsejaba excluirlo de la vida institucional. Los enfrentamientos que se dieron en el ámbito educativo, en la cuestión del Registro Civil y la secularización de los cementos dan la medida de la dimensión del conflicto.

El 28 de julio de 1884, se sanciona la ley 1420, que establece la enseñanza laica, gratuita y obligatoria, instituye un esquema de la acción docente que el Estado asume como una función privada. Contradictoriamente, sucedía que, mientras el Estado liberal tendía a dejar el mercado librado al juego de las fueras privadas, se estatizaba la Educación. Mientras en todos los órdenes el Estado se excluía de la vida social y preconizaba la libertad, en el campo educativo se proponía el monopolio estatal.

5. Revolución de 1890

Hacia el final de su periodo gubernativo, Roca había reunido en sus manos una dosis de poder conservaría mientras durara su presencia en el régimen conservador. Dominaba las situaciones políticas en casi todas las provincias y en la Capital Federal. Tenía además bajo su mando al Ejército Nacional y a las Fuerzas Armadas de las provincias. Disponía, por otra parte, de los enormes recursos

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financieros del Estado en un momento de prosperidad económica, regenteaba la justicia electoral y la estructura política estaba perfectamente montada, con lo que la victoria para su sucesor en la Presidencia estaba garantizada.

Con el aliento de Roca y el respaldo incondicional de la Liga de los Gobernadores y los nuevos grupos provinciales que habían surgido como consecuencia de la expansión roquista, es impulsada la candidatura de Miguel Juárez Celman. Los logros alcanzados por Juárez durante su gobernación en la provincia de Córdoba mostraban que el candidato era toda la garantía que continuaría y aceleraría la política económica iniciada por su predecesor.

Juárez Celman, desde el poder, profundizará los senderos de una opción liberal que dejará en manos del capital extranjero la ejecución de las obras públicas y la atención de los servicios públicos.

“El proceso de expansión económica y de modernización del aparato gubernamental recibieron

nuevo impulso y la primera de estas ideas se convirtió en una obsesión del equipo gobernante. Pocas veces en su historia Argentina contaría con un elenco gobernante provisto de la agresividad y el optimismo que caracterizaron el guarismo”.

(Gallo-Cortés Conde, 1987, 77)

A poco de andar, Juárez Celman logra alcanzar cierto grado de autonomía con respecto a su concuñado el Gral. Roca, y alcanza el dominio eminente de las situaciones provinciales, con lo que se convierte en jefe de la fuerza política que sostuvo su acceso al poder, convirtiéndose en conducción nacional. Su estilo de conducción política genera lo que la oposición designa “el unicazo” y, sin proponérselo y como reacción a su gestión, acelera el crecimiento de

una fuerte tendencia opositora que terminará por hacerlo caer en 1890.

Pero el punto central de fractura será el tema económico. La política financiera de Juárez irá minando las fuentes de su poder de poner al Estado al servicio de los particulares que intervenían en la plaza. Los llamados bancos garantidos emitían billetes a su voluntad y con el respaldo del Gobierno. La falta de control hizo caer el valor de la moneda hasta un 45 %. El Estado, para enfrentar el ahogo, se desprendía de tierras públicas, y de los ferrocarriles, que iban pasando a manos del capital extranjero. Diversos autores han coincidido en señalar que el emisionismo desmedido y la corrupción administrativa fueron las causas que provocaron la crisis económica que tendrá uno de sus focos de repercusión en la Bolsa.

Si bien la crisis sacudió a todos los actores del movimiento económico, donde esta más repercutió, como sucede habitualmente, fue en los asalariados, que vieron disminuir abruptamente el poder adquisitivo del salario.

El descontento creciente en grandes grupos de las clases media y obrera traería consecuencias políticas. Si bien estos sectores no contaban con canales directos de expresión, en la medida en que crecía la desconfianza, se acentuaba un clima nada favorable a la estabilidad del gobierno.

La oposición se reunió en la Unión Cívica de la Juventud, conjunción de fuerzas que nucleaba a mitritas –enemigos tradicionales del roquismo-, católicos, que durante el periodo de Juárez Celman habían visto crecer sus diferencias con el gobierno, y antiguos autonomistas porteños, como Alem y Aristóbulo del Valle.

Los hechos se desencadenarán al fin, y la oposición política impulsará un movimiento revolucionario. El punto de convergencia de los revolucionarios se expresaba en la crítica a la moral administrativa.

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“El sistema político, que se basaba en el control del Estado por una minoría pudiente y liberal, hacía crisis. El programa sancionado en el Jardín Florida era la cartilla política de la inmensa mayoría de la población, que estaba excluía del Gobierno. El poder era un privilegio de círculos estrechos de grandes terratenientes, banqueros, comerciantes y gestores de los intereses de la banca europea. La plataforma elaborada por la juventud intelectual era la expresión política de las nuevas fuerzas sociales y económicas que se habían constituido en el proceso de la incipiente colonización capitalista del país”.

(Sommi, 1948, 93-4)

La revolución fue vencida militarmente y una parte de la oposición aceptó una base de acuerdo. Pero Juárez, privado del control del Ejército, vio disminuir sensiblemente sus bases de apoyo, lo que originó que Roca y Pellegrini emergieran como triunfantes al fin en las jornadas de protesta.

La célebre frase pronunciada por Manuel Pizarro en el Senado Nacional apenas terminada la lucha –“la revolución está vencida, pero el gobierno ha muerto”- pronto adquiría realidad. Juárez Celman presentó su renuncia y fue sucedido en el cargo por su vicepresidente: Carlos Pellegrini.

El movimiento armado del Parque nos muestra una realidad que comenzaría a crecer en los años venideros y la cual preanuncia su entrada en el momento de la historia cultural del país que analizaremos en el cuarto módulo. Esa realidad es la emergencia de la Argentina como Nación. Se hace ya posible percibir que desde las entrañas del país integrado, con un proceso modernizador en el

marco del mercado mundial, afloran fuerzas sociales que cuestionan el camino elegido por los sectores dominantes. Esos movimientos tendrán en el periodo posterior dos vertientes que transitarán por caminos alternativos: las clases medidas que reclaman el acceso a la participación política y la trabajadora, que irá dando sus primeros pasos en la construcción del Movimiento Obrero.

Para su autoevaluación

¿Qué conflictos se encontraban ya resueltos al arribar al poder la Generación del Ochenta?

¿Qué programa de acción proponen los hombres del Ochenta para alcanzar la modernización de la sociedad argentina?

Caracterice el pensamiento político y cultural de la Generación del Ochenta.

¿Qué sostén político acompaño el acceso de Roca al gobierno?¿Qué cambios de la estructura socio-económica del país propone

Roca desde el gobierno?Identifique y caracterice los dos componentes del proceso

económico en el periodo: el capital y el trabajo.¿Sobre qué áreas de la producción se volcó la inversión

extranjera?Explique las razones que llevaron a la Generación del Ochenta a

impulsar el proceso de inmigración masiva.¿Qué modificaciones provocó en la estructura poblacional

argentina el impacto inmigratorio?¿Cómo habitaban los extranjeros en las ciudades?¿Qué papel desempeñó el naciente sistema educativo en la

estrategia de la elite dirigente?

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¿Cuáles fueron las causas que originaron el conflicto entre católicos y liberales durante la década del ochenta?

¿Qué fue el Unicato?¿A qué causas obedeció la crisis económica del 1890?¿Qué sectores participaron en la Revolución del 90?

Referencias

Alberdi, J.B. (1852) Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, Eudeba, Bs. As.

Auza, N.T. (1975) Católicos y liberales en la generación del ochenta, Ediciones Culturales Argentinas, Bs. As.

Di Tella, T. (1985) Sociología de los procesos políticos, Centro Editor Latinoamericano, Bs. As.

Ferrer, A. (1977) La economía argentina. F.C.E. Ed. Fondo de Cultura Económica, Bs.As.

Gallo, E. y Cortés Conde, R. (1987) La república conservadora, Ed. Paidós, Bs. As.

Jitrik, N. (1982) El mundo el ochenta, Centro Editor de América Latina, Bs. As.

Hernández, Arregui, J.J. (1964) Imperialismo y cultura, Hachette, Bs. As.

Maegani, T. (1960) Argentina- EE.UU. y el sistema interamericano, Eudeba, Bs. As.

Petroni, Adrián (1998) Los trabajos en la Argentina, Buenos Aires.

Pinedo, F. (1961) Siglo y medio de economía argentina, México.Ponce, A. (1951) Sarmiento, constructor de la nueva Argentina,

Bs. As.

Pozzi, G. (1988) La Generación del Ochenta, Cuadernos Simón Rodríguez, Bs. As.

Sommi, I.V. (1948) La Revolución del Noventa, Ed. Monteagudo, Bs. As.

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Unidad 13

La Polis Oligárquica

1. Los cuestionamientos al sistema

Hacia finales del siglo XIX estaba ya instalado establemente el régimen que aquí denominamos “Polis oligárquica”. Por sus características esenciales se asemeja a los modelos que predominan en la época en todo el continente latinoamericano. (Morande, 1984). Esas características son la elevada concentración del poder económico y social, así como la retensión de las palancas del poder político en manos de una elite plenamente consciente de que tal es su derecho. Y este sistema imperante reposa sobre la estrecha interrelación existente entre los intereses británicos, el modelo agroexportador adoptando por la oligarquía argentina y la conducción política del Estado puesta al servicio de esta conjunción.

Pero, a poco de andar, y por los efectos del mismo proceso modernizador que se impulsa en el seno de la sociedad argentina, se irán perfilando dos potentes fuerzas sociales que cuestionarán el sistema instituido.

El segundo periodo presidencial de Roca (1989’ 1904) manifiesta ya cómo la oligarquía progresista se vuelve conservadora. Su sucesor, el mitrista Manuel Quintana, es una clara estampa de la clase dirigente. Abogado del Banco de Londres y América del Sur, treinta años antes había amenazado al gobierno argentino con movilizar la escuadra inglesa a raíz de un incidente bancario. Devoto admirador de Mitre y quisquilloso liberal victoriano, llevaba consigo

la contradicción que marcó a toda la elite dirigente de entonces; no poder aplicar el liberalismo con todas sus implicaciones políticas.

“Quintana fue por eso el hombre más representativo de aquella parte del patriciado argentino que, demócrata por las ideas era aristócrata por los gustos, el temperamento y el modo de vida”.

(Lusarreta, 1949)

Según el liberalismo político de la elite dirigente argentina, el pueblo no estaba preparado para ejercer sus derechos políticos; y así fundamentalmente racionalmente la superioridad de las familias tradicionales por su indiscutible aptitud para regir el destino de la República.

Pero el mismo dinamismo del proceso económico en áreas cada vez más amplias de la economía local, así como el crecimiento de las principales ciudades, daban lugar a la formación de incipientes capas medias y, simultáneamente, de los primeros grupos obreros organizados. Acompañado el cuadro de grandes transformaciones, que se aceleran más y más al comenzar el siglo, los nuevos sectores sociales emergentes de este crecimiento van a pujar por su participación en las estructuras políticas de decisión que eran entonces monopolizadas por la oligarquía. Los hijos de los inmigrantes echaban raíces en estas tierras, y así s unían con los sectores nativos en este reclamo.

La organización política de estas inquietudes, que no habían contado canales de expresión hasta entonces, se galvanizarán con la pérdida del Radicalismo, que se convierte en la crítica más profunda al régimen de fraude político vigente hasta entonces. En la próxima unidad estudiaremos su origen y desarrollo.

Paralelamente al surgimiento del Radicalismo, pero marchando por diferente carril, iba tomando cuerpo en el país un incipiente

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movimiento obrero. La existencia de condiciones sociales degradantes para los extranjeros que se vuelcan a las primeras tareas en la naciente industria hizo crecer la solidaridad entre los trabajadores para buscar la satisfacción de sus necesidades.

El agente impulsor de las primeras experiencias de organización solidaria fue la necesidad de resolver las condiciones de vivienda, salario y ocupación.

A medida que aumentaba la población se incrementaban los problemas de desocupación. El presidente Carlos Pellegrini, en su Mensaje al Congreso en mayo de 1891, afirma que hubo cesantías de más de mil quinientos empleados públicos. La Municipalidad, por su parte, luego de la crisis de 1890, había suspendido obras públicas, mientras que la paralización de las obras ferroviarias y la reducción del personal de las compañías de tranvías hacían más grave esta situación. “La Prensa” publicó durante 1901 una serie de artículos, bajo el título “Los obreros y el trabajo”, en los que denunciaba que el 5,5% de la población de Buenos Aires se encontraba sometida a grandes apremios por falta de trabajo.

Propuesta de trabajo

En 1904, el Ministerio del Interior encargaba a Juan Bialet Massé la reacción de un informe sobre el estado de la clase obrera en el interior del país. De su texto hemos seleccionado lo referido al criollo trabajador. Le proponemos que encare el análisis de su texto, caracterizando la situación de la clase obrera en la Argentina a principios de siglo y diferenciando en lo posible los aspectos correspondientes a nativos e inmigrantes.

- ¿Qué valores y habilidades encuentra el autor en el obrero criollo?

- ¿Qué radiografía de la cultura argentina en los sectores populares permite esbozar el texto?

El obrero criolloUno de los errores más trascendentes en que han incurrido los hombres

de gobierno de la República Argentina, ha sido preocuparse exclusivamente de atraer el capital extranjero, rodearlo de toda especie de franquicias, privilegios y garantías, y de traer inmigración ultramarina, sin fijarse sino en el número, y no en su calidad, su raza, su aptitud y adaptación, menospreciando al capital criollo y descuidando al trabajador nativo, que es insuperable en el medio.

Este error no solo ha perjudicado al país, sino al extranjero mismo.El capitalista extranjero no ha mirado al país sino como campo de

explotación pasajera y usuraria; ha entregado las gestiones a personas que no miran sino el alto dividendo, como medio de asegurar sus puestos, sin reparar en los procedimientos, cayendo no pocas veces en hacerlo redundar en provecho propio; que al fin y al cabo el que extrema para otros, cae en la cuenta de que algo debe quedar para él, y obtiene así dividendos que pudieran duplicarse con administraciones más racionales. Nada han hecho para mejorar el país, ni siquiera sus propias industrias; todos ven que el país progresa, pero a pocos les ocurre preguntar: ¿qué es lo que debiera haber progresado, si esas administraciones no hubieran estrujado a sus propios obreros, no hubieran estrujado a la producción, a la que hacen cuanto pueden para no dejarse sino lo indispensable para que no muera? ¿Qué es lo que esos capitales habrían ganado, si hubieran hecho sus gerentes algo siquiera para el propio beneficio de la empresa, sometiéndose a la ley y llenando los objetos de la concesión honradamente?

Todos se han preocupado de preparar el terreno para recibir al inmigrante extranjero; nadie se ha preocupado de la colonia criolla, de la industria criolla, ni de ver que aquí se tenían elementos incomparables, y solo después de observar que los patrones extranjeros preferían al obrero criollo, que los extranjeros más similares y fuertes no eran capaces de cortar tres tareas de caña en Tucumán, de arrancar un metro de mineral al

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Famatina, de estibar un buque en Colastiné, de orquillar en las trilladoras en la región de trigo, y de que si el extranjero siembra esas regiones portentosas de cereales, es después de haber fracasado dos y tres veces, cuando el labrador cordobés y santiagueño se han colocado a su lado y le han enseñado a trazar el surco, solo ahora nos apercibimos de que él es capaz, con su enorme potencialidad, de explotar este suelo.

El resultado de este error, es, por un lado, que el capital del país, suspendido por el extranjero, se ha retraído de las empresas industriales, escarmentado cuando se ha metido en ellas, que se ve acusado de falta de patriotismo y de usurero, sin mirar que una usura mucho mayor impone el de afuera; y el de adentro se invierte en terrenos, acumulando inmensas zonas, o mestizando por millones de cabezas de ganados, porque en esto encuentra seguridad y recompensa.

De otro lado, el obrero criollo, menospreciado, tildado de incapaz, se ve como un paria en su tierra, trabajando más, haciendo trabajos en los que es irremplazable, y percibiendo un salario como para no morirse, y sufre que en un mismo trabajo se le de un jornal inferior, porque es criollo, a pesar de su superior inteligencia, de su sobriedad y su adaptación al medio que le permite desarrollar energías extraordinarias y demostrar resistencias increíbles.

Cierto que adolece de defectos y tiene vicios arraigados; pero no es su obra, ni es responsable de ellos. No se tiene en cuenta que durante ochenta años se le ha pedido sangre para la guerra de la Independencia, sangre para darla; y no solo dio su sangre sino que le quitaron cuanto tenía. La tropilla de vacas, la majadita de cabras o de ovejas le era arrebatada por la montonera, y él mismo era llevado par empuñar la lanza, cuando no era degollado a la menor resistencia.

¡La previsión del porvenir! ¿Acaso podía tenerla? Al día siguiente de casarse era llamado a las armas, y tres días después se batía en La Tablada u Oncativo, en San Roque, o en Caseros o en Pavón; hoy llevados por el gobierno regular, mañana por el montonero.

¡Hábitos de ahorro y de acumulación! ¿Para qué? A su mismo patrón lo veía poner dos y tres veces en el banquillo para sacarle hasta el último peso; no podía él esperar mejores garantías. Y cuando quedaba en el

campo o sirviendo en la ciudad, bajo un régimen semejante a la servidumbre, con una disciplina casi militar, recibiendo escasamente lo indispensable para no morirse de hambre, ¿qué es lo que había de ahorrar? ¡Cómo no fuera la alegría de vivir! Y ahora mismo el vale maldito de la proveeduría le saca hasta la última gota de su sangre.

No podía, ni aun hoy mismo puede ser en gran parte del país, sino fatalista como un musulmán, espiando la ocasión de gozar de la vida; entregado al amor, a la guitarra y al alcohol; aceptando la vida como es y echándose en brazos de una religión que satisface los ideales de su imaginación soñadora y le promete las delicias eternas, que, si concibe el bienestar, está seguro de que no lo ha de alcanzar nunca.

Hábitos de ahorro, esperanzas para el porvenir, e quien recibe un jornal que lleva consigo el déficit a lo menos de un veinte por ciento de las necesidades de la vida, atado por el saldo de la libreta que no se liquida, sino con la muerte! Sólo él, que ha podido conformarse con tal vida, es digno de admiración y no de desprecio.

La inseguridad y la miseria de la vida no pueden producir sino el deseo de placer en el momento; el mañana no existe para quien no espera mejorar. La obra de un siglo no se cambia en un día; mucho más cuando uno de los medios más seguros de mantenerlo en ese estado de semiservidumbre consiste en fomentar esos mismos vicios, vendiéndose bebidas venenosas a discreción, defraudándolo, indefenso, en la cantidad, en la calidad y en el precio, con codicia sin entrañas.

Pero en cuanto la paz ha imperado en la República, apenas se le han dado los elementos de una instrucción rudimentaria, sin educar en lo más mínimo el carácter, a pesar de deprimirlo en su amor propio, poniéndolo en un lugar inferior al advenedizo, ha venido al trabajo sobrio e inteligente, disciplinado y leal, demostrando calidades descollantes.

Arránquese, si se quiere, de 1880, la época de paz, que no han faltado después convulsiones, y tenemos que en poco más de veinte años se ha apoderado del servicio de los ferrocarriles, ha llenado los talleres mecánicos, es el instrumento forzoso de industrias como las del calzado y la curtiembre; es mueblero, tallista y ebanista; no hay oficio al que sea extraño, y en todo trabajo de fuerza a temperatura tropical, irremplazable; ni

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aún en las temperaturas templadas puede ir a hacerle concurrencia el extranjero, porque a éste el microbio del paludismo en unas partes, el de tifus en otras, la inferioridad de fuerza e inteligencia en todas, lo pone en condición muy inferior, en cuanto sale de la vida cómoda y regalada, que al criollo se niega.

Son ya cientos de miles de hombres los que se han incorporado a la vida del trabajo y del arte, tantos, que en la mayoría de las provincias hay exceso de artesanos, al punto de que hay muchos talleres sin trabajo y muchos también los que llevan una vida lánguida y de mero entretenimiento: y en vez de admirar esa rápida transformación, se le echa en cara que en cuatro días no haya dejado ya vicios atávicos que él no crea, ni nadie le alienta a perder, ni hace nada por su educación. Se le enrostra la embriaguez, que desgraciadamente tiene, pero no hay persona que, después de recorrer los barrios obreros de Londres, de París y otras ciudades, no note que el obrero argentino se embriaga mucho menos que el obrero europeo, aún en ciertas localidades que tendré que señalar en ese informe; y lo más notable es: que allá, las clases dirigentes han constituido sociedades de temperancia, cuyos trabajos admiran, y aquí, son las sociedades obreras, su propaganda, la única que hace por la mejora; aparte de una que otra patente de moralidad impuesta al comercio de este verano.

En el terreno de las comparaciones se cometen errores crasos: comprar un centro fabril de Europa, formado paulatinamente al través de siglos y generaciones, que han transmitido por la herencia aptitudes, perdidas aquí por tres generaciones de guerreros, con los centros obreros del Interior, hace treinta años y su estado actual.

Lo que sorprende, es ver conduciendo la máquina de un tren, ajustar con precisión, tallar muebles como verdadero artista al chicuelo harapiento y desnudo, alimentado con cuatro granos de más y algunas vainas de algarroba, que carne solo le daban en días de fiesta, y que yo mismo vacuné hace treinta años, sin sospechar que pudiera ser otra cosa que el peón común o el puestero de una estancia.

Yo he admirado siempre al pirquinero (obrero minero) que muele entre dos piedras el metal que arranca al cerro, lo lava en un cuerno de vaca, lo echa en el hueco de la mano y da la ley con tal precisión que el químico

más exacto no encuentra el error de un marco por cajón; no he admirado menos al rastreador riojano, que sin saber leer ni escribir, sin cuadrículas ni pantógrafos, con un solo talento y su constancia, tiene aún que enseñar a Bertillón y a los modernos médico-legistas, a grafólogos y peritos; pero cuando después de treinta años he vuelto a recorrer el Interior en pocas semanas, y he visto fábricas y talleres en que todos los obreros eran criollos, cuando he visto desalojado por ellos a aquel sucrier, árbitro y tirano de los intenios, no he podido menos que admirarlo y de decir que no hay ejemplo de una adaptación más perfecta y más rápida del hombre a la máquina, tomar su ritmo y obedecer mejor a la ley del menor esfuerzo.

Hoy no puede discutirse que el trabajo industrial depende del esfuerzo instantáneo depende de la intelectualidad del cerebro que lo manda; y bien, como V.E. va a ver, esas fuerzas instantáneas las posee como ningún otro en el medio en que vive.

Los he visto entrar en mis talleres como peones o arrima-leña, con aire perezoso y retobado, mirar al manómetro y a los órganos de la máquina una hora y otra, fijarse en lo que hacían los oficiales y maestros, hacer una pregunta breve, siempre pertinente y oportuna, y luego otra y otra, imitar como monos lo que había visto; al cabo de seis meses eran obreros industriales.

El mestizo de quichúa que se cría en los faldeos de las sierras de Córdoba, La Rioja, Catamarca y Tucumán, hasta el límite norte de la República, envuelto en la dura cáscara del algarrobo, es sin duda alguna un obrero industrial de primer orden.

Es ahí donde se encuentra el habilidoso, tipo original que sólo allí se cría. Se rompe un anillo, él lo suelda; la soldadora es tosca, pero sirve; s rompe una pata a una silla, él toma un palo de tala y le pone el pie: es desarmónico, rudo, chocante, pero la silla sirve; él saca su chuchillo y corta un tiento para componer una montura; él trenza lazos, es albañil y sabe afilar un barreno; todo lo hace imperfecto y rudo, pero lo que hace sirve y le saca de más de un apuro. Vivo, inteligente y rápido en la concepción, nada lo sorprende y para todo halla salida. Generalmente fue soldado y viajó, algo le queda de todo lo que ha visto, y en la oportunidad lo aplica, mejor o

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peor, pero sale del paso y saca del pantano. Es habilidoso y puesto en un taller, es un excelente en cuatro meses.

Más de quinientos patrones, entre ellos los administradores de ferrocarriles, nacionales y extranjeros, me han declarado que prefieren al obrero criollo por su inteligencia, fácil aprendizaje, subordinación y sobriedad; solo el dueño de una de las mejores carpinterías y ebanisterías de Corrientes, criollo, me dijo, que para rematar los tallados delicados de los cajones fúnebres de lujo necesitaba extranjeros, porque el obrero criollo no había llegado aún a esas delicadezas de los talleres del arte, por falta de enseñanza de dibujo industrial; y el director de los talleres de ferrocarriles de Córdoba me hizo igual declaración; todos los demás, sin excepción tienen raramente obreros extranjeros; en la totalidad no pasan éstos del tres por ciento.

Psicofisiología del obrero argentino

El obrero criollo es en su inmensa mayoría, casi podría decirse en su totalidad, moreno oscuro, de frente elevada y ojos muy vivos, negros; la boca grande y la barba aguda, cuello seco, más bien largo, ancho de hombros y de talla esbelta; su estatura, de mediana arriba, tiene ejemplares muy altos, las articulaciones voluminosas y temperamento nervioso. Posee una alta intelectualidad y es de gran esfuerzo muscular instantáneo, resiste al trabajo largas horas, aún sin comer, y hace marchas asombrosas bajo un sol abrasador, con media docena de mates por todo alimento; es sobrio para la comida, como pocos madrugadores; es jinete innato, el caballo es una especie de apéndice del criollo. Altanero, independiente, de un amor propio extraordinario, valiente hasta la temeridad y ceguera; sin embargo, se subordina bien en el ejército y en el trabajo, más por la convicción que por la fuerza.

Confiado y generoso, el goce del momento presente lo domina y el porvenir no lo inquieta: es hospitalario como un oriental; nadie llega a su rancho que no tenga acogida; cuando no tiene otra cosa que brindar, comparte con el huésped el escaso plato de locro o la última cebada de mate que le queda.

Localista en extremo, tiene el orgullo de la nacionalidad; pero carece de ideales políticos, jamás ha sido llamado a la vida consciente de la política y se ha cansado de la lucha estéril de comparsa.

Todo lo espera de los gobiernos, y a ellos atribuye todos los males y privaciones que sufre. Cree en las promesas de los programas políticos, y como éstos no se cumplen inmediatamente, o mejor, él no siente la mejora inmediata prometida, cae en la decepción; y al elegido de ayer lo llena de improperios hoy; entusiasta y poco perseverante, no profesa principios, lo que quiere es mejorar el malestar presente, sea por un medio o por el contrario; no razona, sigue el caudillo o patrón, obligado por la dependencia de la vida; de ahí que varía fácilmente de partido.

El sentimiento religioso es en él general y muy fuerte, tanto más cuanto el culto es más aparatoso y deslumbrante, cuanto más tiene de maravilloso y de milagroso, y cae fácilmente en el fanatismo. Cuando pierde su creencia católica, se hace fanático antirreligioso; el fondo queda siempre el mismo, no ha hecho sino cambiar de orientación. Si no dice como el español: “Gracias a Dios que ya no creo en Dios”, expresa la misma idea pidiendo a Dios un rayo que destruya al cura. La superstición prende de él con facilidad, especialmente en el centro y norte.

La siesta forzada por los ardores del clima, la exuberancia de la luz y de la vegetación le dan instintos de artista y ensueños orientales; se han juntado dos factores iguales: el morisco español y el brujo creyente indio. De ahí que ama el lujo, el aparte y la diversión, y tiene una tendencia a la ostentación del yo, como ningún otro pueblo; no se le dice en vano que otro es más guapo que él, ni para el trabajo ni en valor personal; siempre intenta, a lo menos con un esfuerzo extraordinario, que nadie le supere. Esa ostentación del yo le hace generoso y hasta pródigo, detesta al avaro y se burla de las infelicidades del rico.

La mujer es soberana del hogar, aún en la más pobre. El gaucho no dice nunca “mi mujer”, sino “mi señora”; y realmente lo rece, porque no hay ser más abnegado que la mujer argentina; amante sin medida, madre fecunda como el suelo que habita; sus aspiraciones no tienen límites para su marido y sus hijos, que siempre tienen razón con la relación a los extraños, aunque e el seno del hogar, en el mismo asunto, se la nieguen.

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Más que el hombre, tiene una facultad de adaptación realmente extraordinaria; nada encuentra extraño al ascender en al escala social, e imita con perfecta naturalidad los modales, el vestir y el bien parecer.

Aun las no casadas, no hay sacrificio que escatimen para su amado; y por esto mismo se abusa de ellas sin medida. No ve defectos en el ser querido, y si los ve, se los tolera; no son pocas las que cargan con el sostén de la familia, con todas las rudezas de la lucha por la vida; de aquí que acepte resignada que se pague su trabajo de manera que sobrepasa la explotación; y con tal de satisfacer las necesidades de los que ama, prescinde de las suyas, hasta la desnudez y el hambre.

Tejedora hábil, costurera y modista minuciosa y de buen gusto, no hay oficio femenino que no aprenda bien; y en poco tiempo ha invadido los talleres y fábricas con paso firme, desempeñando de mala gana y con grosería. Va ganando el comercio, sobre todo en la campaña, ayudando al marido y a los padres, y no son pocos los puestos que ocupa en la enseñanza, después de brillantes estudios en las escuelas normales.

El pueblo se hace por sí mismo, y el día en que se organice la pequeña propiedad y el trabajo, por poco que se le dé la mano y dignifique, surgirá potente y valeroso.

Difícilmente puede encontrarse un pueblo que tenga más desarrollado el instinto de la propiedad que el pueblo argentino en el interior.

El rancho propio le es tan necesario como la ropa que viste.Para alejarlo del socialismo, para inspirarle un verdadero horror por el

anarquismo, no hay más que darle a leer “La Anarquía” de Malatesta o la “Filosofía del Anarquismo”, de Malato, y ese horror le viene de que entiende perfectamente la teoría, y está escarmentando por la práctica de lo que es el comunismo; lo conoce por experiencia y lo detesta en las comunidades de indígenas.

El vio y ve actualmente que aún cuando todos los comuneros tienen un derecho igual a ocupar los terrenos y que la posesión no tiene más base fija que el cultivo, los más astutos se apoderan de lo mejor, y al débil no le dejan más que los eriales y tiene que hacer su rancho a las sombra de un algarrobo, teniendo que subir el agua del arroyo con el cántaro percibe la

idea, no escucha más; es inútil tener la elocuencia de Demóstenes; no le entra.

El conventillo le causa horror, y más prefiere dormir al aire libre, bajo de un tala, que en la pieza estrecha, sin luz, ni aire, de la ciudad; necesita un pedazo de tierra para atar su caballo y algo más para poner un árbol que le de sombra. Entiende que un reparto de terrenos de los ricos le conviene, no para gozarlos en común, sino para tener el suyo, o agradarlo; como entiende bien y quiere la mejora de los jornales, la jornada corta, el jornal mínimo, el impuesto gradual y todo lo que es mejora de su condición; pero las ideas colectivas o comunistas las rechaza sin discusión. En una palabra, es el hombre mejor preparado para aceptar el socialismo australiano, pero en manera alguna pasa más allá.

Y no se digna que esto no es cierto, porque si alguna vez aplaude con entusiasmo los discursos de los anarquistas, es porque éstos se mantienen dentro de las aspiraciones que le halagan y entra por mucho en ello el dominio que ejerce sobre el criollo la oratoria; pero basta darle a leer a Malato para tenerle en contra las teorías comunistas. Así un cuasi anarquista cordobés, en Tucumán, después de leer la “Filosofía del Anarquismo”, me dijo estas palabras: “Lo de siempre, los que tengan la proveeduría se comerán los lomos y dejarán para los demás los huesos del espinazo”.

Termino este tópico con esta observación que creo importante: la conscripción ha producido un efecto por demás civilizador, educando una masa de hombres, acostumbrándolos al método, al orden, a los movimientos acompasados, enseñando a muchos a leer y a escribir, efectos que se notan aún en las más apartadas estancias; basta ver andar a un peón para decir si ha sido o no conscripto, especialmente en la marina, y encuentra colocación preferente; pero ha producido otros efectos más importantes en la economía del país.

Los habitantes del interior de las provincias, que no tenían noticia de otro mundo que el estrecho horizonte en que vivían, han sido llevados a los campamentos de instrucción, situados en localidades en que se vive una vida mejor; se han puesto en contacto unos con otros, y el efecto inmediato ha sido que han emigrado a dond encuentran trabajo menor remunerado,

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supliendo la falta de brazos en las colinas y disminuyendo la emigración golondrina notablemente.

Estoy seguro que bastaría que el Ministerio de la Guerra ordenara que los conscriptos del Litoral fueran al Interior, y viceversa, par que se produjera la nivelación tan necesaria de los jornales de la población obrera y entrara a una gran masa de gentes en el movimiento de la vida activa, enriqueciendo a la Nación.

El correntino que ha ido al campamento de San Lorenzo, ha vuelto a su provincia para atraer a Santa Fe millares de brazos, que llevaban una vida miserable, ganando 6, 8, 10 y 12 pesos cuando más, y que ahora ganan en una campaña de cosecha o de obraje más que en seis años en Corrientes.

El campamento de Fortín Tostado ha enseñado a muchos santiagueños cómo se puede ganar la vida, y los riojanos y catamarqueños han aprendido el camino de las colonias del sur de Córdoba y norte de Santa Fe, de donde han pasado a la estiba en los puertos y otras muchas ocupaciones en el Litoral.

El mismo pueblo El Tostado, que surge con fuerzas, trazado con previsiones de un gran pueblo, es la creación del mayor don Camilo S. Gay, distinguido jefe, con dotes de gobierno y entusiasmos de apóstol, del que me he de ocupar en otro capítulo de este informe.

Yo he visto en Rafaela un barrio de criollos que ya han comprado sitio y edificado sus casitas con las economías de las cosechas, tienen sus aves de corral, crían chanchos y plantan árboles frutales; y en los Llanos de La Rioja son muchos los que mejoran sus terrenitos con lo que ahorran en las cosechas de Tucumán y Santa Fe.

Si bien se estudia el movimiento de la inmigración extranjera, se ve la verdadera causa de su detención desde hace algunos años; no viene por que no encuentra ocupación; el criollo la suplanta; la que viene no lo hace para buscar ocupación de bracero, sino hacer colonos y labrar la tierra, y eso es lo único que hace falta mientras la población criolla no tenga su posición natural.

Lo que digo del bracero en general, es más notable en los artesanos. El exceso es tan grande en las provincias andinas, que hay talleres parados

por falta de trabajo y muchos que llevan una vida lánguida y de entretenimiento.

Cierto que en algunas localidades hay falta, pero parece más natural que si los poderes públicos han de intervenir para satisfacer la necesidad, lo hagan en favor de sus propios elementos y no de los extraños.

Además, el carpintero o herrero que en Europa gana de 5 a 7 francos, con un valor adquisitivo de franco por peso, no encuentra renumeración suficiente donde se paga un jornal medio de 2 a 4 pesos y se vuelve a la Capital Federal, donde tampoco encuentra fácil colocación. La acumulación de brazos hace que los patrones abusen, pagando mal y exigiendo un trabajo excesivo, y de ahí los continuos movimientos obreros; porque no todos se avienen a dejar sus oficios, ni tienen los medios y las aptitudes de establecerse en la agricultura, que es el taller único en que siempre hay colocación para los colonos, sean propietarios o arrendatarios; allí sí se pueden colocar por millones, porque hay muchos miles de leguas de tierra que labrar.

El movimiento, tan fuertemente iniciado por la conscripción, traerá la ventaja de la rápida mezcla de las razas, la difusión de la vida moderna y activa, con grandes ventajas para el extranjero mismo.

El preciso recorrer las colonias para darse cuenta del estado de atraso en que viven los colonos y en el que permanecen; el contacto con el hijo del país, más hábil e inteligente, le daría medios de enriquecerse, que hoy no emplea porque no los conoce, como tendré ocasión de demostrarlo en el capítulo subsiguiente, así como la necesidad de crear colonias criollas, y en todas reservar un número de lotes para criollos, lo que en el orden político tendrá además grandes ventajas.

2. Orígenes del Movimiento Obrero

Las primeras asociaciones obreras asumieron las formas del mutualismo. Eran sociedades de socorros mutuos, que a veces reunían a miembros de una misma comunidad nacional y otras a los practicantes de una misma profesión. La finalidad de su organización

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era la ayuda mutua para resolver sus necesidades de salud y otras urgencias que la sociedad no cubría. Ante la ausencia de todo tipo de sistema previsional, las sociedades de socorros mutuos desempeñaron un papel importante. La principal fuente de financiamiento de estas sociedades era el aporte mensual de los asociados.

Una de las funciones principales que cumplían las mutuales en caso de enfermedad en un miembro era otorgar subsidio en los casos de ausencia por enfermedad, pues entonces, en esos casos, los trabajadores no recibían nada de sus patrones. También atendían el fomento del ahorro, la difusión de la instrucción, etc.

Los sindicatos aparecen en un segundo momento, hacia finales de década de 1870. Su aparición se da sobre todo en la ciudad de Buenos Aires, aunque fines de los años ochenta comienzan a extenderse a otras ciudades del país.

Estas nuevas organizaciones centraron su acción en la lucha por el nivel de vida de los trabajadores, en el marco de una situación muy difícil. Según Panettieri,

“El déficit en el presupuesto obrero era común. Los jornales reales no guardaban relación con el alto precio de los alquileres y artículos de primera necesidad”

(Panettieri, 1982, 67)

La huelga no fue uno de los primeros instrumentos de lucha que utilizaron los sindicatos en defensa de sus reivindicaciones. Las primeras huelgas fueron esporádicas e inclusive algo exóticas para un medio que no estaba familiarizado con ellas. Pero, con el andar de los años, las medidas de fuerza se fueron incrementando. Ya a principios de siglo, y especialmente en 1902, aumenta notoriamente la cantidad de huelgas.

Los sindicatos, en este primer periodo, adoptaron la forma de verdaderas sociedades de resistencia. Eran organismos que convocaban más especialmente a los trabajadores para la protesta, por lo que la hostilidad patronal y las persecuciones periódicas les impusieron características de alta inestabilidad.

Salvo un reducido número de activistas, generalmente muy influidos por las ideologías predominantes en los medios inmigratorios las sociedades de resistencia no constituyeron, fuera de los momentos de conflicto, un polo de organización permanente de los trabajadores. En estos años, la creación y la desaparición de sindicatos fueron hechos frecuentes.

Las corrientes de pensamiento que nutrieron a los primeros activistas obreros producían, como los mismos trabajadores, de las experiencias europeas. A pesar del grado precario e incipiente del desarrollo industrial del país, la Argentina fue receptora de las ideologías más difundidas entonces en los medios laborales europeos.

Cuatro fueron las corrientes que predominaron en el movimiento obrero antes de la aparición del Peronismo. A continuación, describimos sintéticamente sus principios de acción y sus fundamentos ideológicos, así como su teoría de la relación con el político y el Estado.

El anarquismo proponía la necesidad de organizarse utilizando la huelga general como modelo de lucha más apropiado; su opción metodológica era la acción directa. Rechazaba absolutamente la participación parlamentaria y se oponía a todos los partidos políticos por la imposibilidad de cambiar la situación de los trabajadores dentro del Estado parlamentario. Sin duda, llegó a ser la corriente más influyente entre los obreros inmigrantes a fines del siglo XIX y en la primera década del XX. Su presencia se extendió principalmente entre los trabajadores marginados económicamente,

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ocupados en unidades productivas de pequeñas dimensiones. A medida que va creciendo el acceso al voto como derecho universal, su impugnación de lo político, va perdiendo peso entre los trabajadores.

El socialismo aparece en 1896, con la fundación del Partido Socialista. Este sector bregaba por alcanzar los objetivos obreros a través de la lucha política dentro de la democracia parlamentaria: planteaba la subordinación de la lucha gremial a la acción del partido político. Su peso en el sindicalismo argentino se va a acentuar entrada la década del treinta, en este siglo.

El sindicalismo revolucionario proponía, como el anarquismo, que los sindicatos y no el partido político, eran el arma principal de la lucha proletaria. Sin embargo, no adoptaban el antipoliticismo total, pues no proscribían la negociación con los sectores públicos y los empresarios como un camino viable. Su peso en el sindicalismo comienza a crecer con la aparición del Radicalismo en el gobierno. Con Hipólito Yrigoyen como presidente se abre una etapa de negociaciones como un poder político que no da la espalda a los reclamos sindicales. Al mismo tiempo, los trabajadores viven sus primeras experiencias positivas en el sentido de alcanzar respuestas a sus reclamos a partir del acuerdo con el poder político y económico.

El comunismo aparece con la revolución de octubre de 1917 en Rusia, que tuvo vasta repercusión en todos los confines del gremialismo. Desvaloriza la autonomía gremial planteando la necesidad de intensificar la relación del movimiento obrero con una organización de vanguardia que lo conduzca: el Partido Comunista. En cuanto al socialismo, no adquirió predominio en la clase obrera hasta la segunda mitad de la década del treinta.

Durante estos años se fue modificando la acción del Estado ante estos problemas sociales. Frente a las primeras huelgas, el gobierno respondió con una política represiva. Usó la violencia para proteger

los intereses de ambas partes. A la represión física, se agregará luego la legal: el Estado de Sitio y la Ley de Residencia de 1902. Esta última apuntaba a la represión selectiva de los militantes anarquistas. Pendía como una amenaza de expulsión de aquellos extranjeros, que en ese momento formaban el sector mayoritario de los militantes sindicales.

3. “La belle époque”

El año 1910 es en toda Europa el tiempo de la sobreabundancia. La oligarquía argentina, beneficiada por las rentas de la tierra, así como por el sistema económico mundial, era también favorecida en esta situación. Los factores elementales de su riqueza estaban dados por las ventajas que ofrecía la tierra pampeana –régimen favorable de lluvias, escasa distancia de los lugares de producción a los puertos de embarque, producción extensiva- y una estrecha asociación con el mercado comprador.

En Buenos Aires se respiraba una atmósfera embriagante, como describía entonces el corresponsal del diario La Figaro, Jules Huret. Esta inmensa prosperidad era atribuida por la elite dirigente a sus propios méritos. Así leía la situación un testito de la época:

“Tomad la historia de la humanidad de todos los tiempos y de todos los pueblos, recorred un por todas sus páginas, y decid luego cuál es la agrupación formada por hombres, cuál es la nacionalidad que en un solo siglo de existencia soberana y con el número de habitantes que cuenta la Argentina, ha podido llegar no solo a reunir la colosal fortuna, las inmensas riquezas materiales que posee, sino también a alcanzar el grado de

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civilización y cultura que ha alcanzado la patria de los héroes de Mayo”.

(Chueco, 1910, 531)Estos eran los términos en que se definía lo ocurrido aquí en una

obra conmemorativa del Centenario de la Revolución de Mayo.En 1910 la Exposición del Centenario tiene especial significado,

pues ella presenta, a la manera de un colaeidoscopio, un nuevo país, entrevistado por los hombres de la Generación del Ochenta, que habían estado animados de un afán de progreso ordenado y que cumplían en él sus sueños mejores. A ese desfile habían acudido reyes, gobernantes y hombres significativos en todo el mundo de los negocios internacionales. Las naciones amigas habían rivalizado en el certamen para presentar los mejores frutos de su industria y su cultura. Era la culminación del proyecto soñado por la elite dirigente y del orden de ideas que esos hombres profesaban: el liberalismo positivista.

Pero los gigantescos ingresos que produjo esta situación no fueron reinvertidos en la ampliación del capital fijo para alcanzar una productividad mayor. Al contrario, volcaron esas grandes ganancias en gastos suntuarios. Sobre un valor de 480 millones de pesos oro de las exportaciones argentinas en 1912, se gastaba solamente en viajes a Europa $44 millones de peso oro. ¡Casi un 10% del trabajo total exportado por todo el país!

Buenos Aires refleja el optimismo arrogante del grupo dirigente, que se adjudicaba la paternidad de la prosperidad nacional. Vitrina del país, indicio de su futura grandeza, Buenos Aires no tenía nada que envidiar en lujo y en comodidades a las capitales europeas que imitaba. Es entonces cuando se construyen los palacios que servirán de residencia para las familias de la aristocracia. Se construían grandes mansiones de estilo francés o italiano, se iniciaban monumentos, se trazaban parques, etc. El furor de la edificación cundía en la ciudad capital el año del Centenario.

4. El fin de la democracia restringida

El crecimiento de la oposición al fraude electoral encabezada por el Radicalismo fue profundizado la contradicción entre dos líneas del conservadorismo que proponían caminos alternativos para resolver el problema de la democracia política.

En esos años iba cobrando fuerza un sector más lúcido de la dirigencia tradicional, que pensaba que no se podía mantener ya el mecanismo electoral vigente hasta entonces. Solicitaba él una reforma política que hiciera efectiva la ideología del liberalismo abriendo la participación a otros sectores. No parecía haber otro camino para detener la creciente oposición y evitar el peligro de que se volviera a intentar un nuevo hecho revolucionario.

El ala más flexible de la elite de poder, en la que figuraban José Figueroa Alcorta, Roque Sáenz Peña y Carlos Pellegrini, entre otros, trataba de desplazar a los intransigentes que querían conservar el modelo de democracia restringida. Estos políticos comprendían que la mejor forma de preservar el sistema era integrando a los radicales y, también, por supuesto, a los sindicalistas. Así se alejaría el peligro de la ruptura violenta. Esta tarea llevaría varios años y estaría sujeta a diferentes alternativas.

El 12 de octubre de 1903, cuando todavía la situación no era tan tensa, un hombre del sector que impulsaba la reforma del sistema, Carlos Pellegrini, afirmaba:

“Todos los problemas que perturbaban e impedían el progreso institucional han desaparecido. La paz interna y externa es hoy calamidades de los últimos años; nada asoma que puede detener el

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progreso nacional y nuevas generaciones se

presentan en el escenario político. “Queda sólo, como suprema y fundamental tarea, la reforma de nuestra vida; hay que remover todos los escombros y reconstruir nuestro sistema institucional, devolver a las provincias su autonomía política, y al pueblo su libertad electoral, y ésta no es tarea de un día ni de un año; no será nunca obra de espasmos convulsivos, ni de manifestaciones aisladas: tiene que ser obra de energía, de la virilidad, de la constancia.”

(Pellegrini, 1903, 396-7)

Terminando el periodo presidencial que completó José Figueroa Alcorta, luego de la muerte de Quintana, llegaron al gobierno los conservadores que proponían la reforma institucional. Las elecciones de 1910 que consagran como Presidente a Roque Sáenz Peña fueron resultado de una unidad absoluta de la clase dirigente argentina, que llegaba al gobierno finalmente sin discordias ni programas disímiles, pero sería la última vez que gozarían de este privilegio.

El nuevo presidente (Roque Sáenz Peña, 1910, 183) manifiesta inmediatamente la voluntad de producir las reformas que el país todo reclamaba:

“los grandes destinos de la Nación habremos de encontrarlos en la reforma de nuestras costumbres, en la evolución honesta de la verdad institucional. Esta evolución está en retardo, y ese retardo genera gravísimas perturbaciones, porque afecta nuestro crédito interior y exterior, desorganiza nuestro Ejército y conmueve la paz pública, que no ha de cimentarse, en definitiva,

sino sobre el respeto de todos los derechos y la probidad política de todos los gobernantes”.

A fines de 1911, Sáenz Peña envía al Congreso tres proyectos en los que propone:

1. El enrolamiento general de ciudadanos y la confección de un nuevo padrón militar.

2. El Poder Judicial –más apolítico que el Ejecutivo- debía encarar la confección del padrón y la designación de los funcionarios que tenían a su cargo preparar, organizar y realizar las elecciones.

3. Modificación del régimen electoral vigente. El voto sería obligatorio y secreto. Se implanta la lista incompleta, con la representación automática de la minoría.

El 13 de febrero de 1912, luego de una acalorada discusión en ambas Cámaras, se sanciona la ley electoral.

La ley Sáenz Peña se pone en práctica en 1912 en las elecciones para gobernador de la provincia de Santa Fe. La fórmula radical, que integran los Dres. Menchaca y Caballero, se enfrenta con el Partido Conservador y la Liga del Sur. Nadie esperaba el triunfo del Radicalismo, que obtiene 25.000 votos, contra 20.000 de la Liga del Sur y 17.000 de los conservadores. Pero es innegable que una nueva etapa se abría en la vida política argentina.

El voto libre y sin fraudes en las luchas electorales, agudizará empero los conflictos internos en el seno del Radicalismo, sobre los que el régimen operará hábilmente. No todos los radicales contaban con la entereza interior de su Jefe, Hipólito Yrigoyen, ni compartían la visión casi mística del papel que la Unión Cívica Radical debía desempeñar en la regeneración política y espiritual de la Nación.

Por otra parte, antes ya de la sanción de la Ley Sáenz Peña, surge un sector interno que va a intentar un acuerdo con la oligarquía y que, en su acción, debilitará la fuerza de la herramienta revolucionaria que conducía Yrigoyen, cuyo único objetivo era poner

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fin al sistema de restricciones a la participación política de los nuevos sectores sociales.

Los llamados independientes, encabezados por Leopoldo Melo, se proclamaban opuestos a la política abstencionista de la Unión Cívica Radical. Afirmaban, en cambio, la conveniencia de participar en las contiendas electorales, sin importar el fraude, tratando sólo de ganar algún espacio en el aparato del Estado.

“Alegando, además, que la dirección (partidaria) sólo tiene, para responder a la demanda de orientaciones, frases enigmáticas y no programas. Acusan a quienes dirigen –se refieren a Yrigoyen- de haber desertado del escenario político en momentos en que su acción ha podido no continuar en una obra que los verdaderos radicales repudian”.

(Del Mazo, 1957, 127)

Esta línea interna debilitará la fuerza revolucionaria del Radicalismo desde dentro al reducir el Movimiento del reclamo de participación en la vida política nacional a una mera herramienta para negociar una mejor posición de poder dentro del régimen para sus cuadros dirigentes.

Mientras esto ocurría en la escena política, un nuevo movimiento social nacía desde los ámbitos rurales. Un número importante de los inmigrantes llegados al país desde fines del siglo XIX se estableció en las zonas aptas para la agricultura: sur de la provincia de Santa Fe, sureste de la provincia de Córdoba y norte de la provincia de Buenos Aires. La mayor dificultad que encontraron para encarar su tarea estaba en el régimen de propiedad de la tierra. Dado el valor de ésta, se habían visto obligados a instalarse en la zona plegándose a contratos leoninos de arrendamiento. En efecto, su monto era

elevado: representaban unas veces el 30% del producto de la cosecha, y a veces, hasta el 40 0 50%. Por tanto, la única ventaja para los colonos consistía en obtener resultados excepcionales que les permitieran compensar los gastos.

Esta situación se completaba con el alto costo de los fletes ferroviarios y marítimos –ambos medios de transporte, en manos del capital inglés-, que perjudicaban a los chacareros. Pero entonces, los chacareros se comienzan a organizar para la defensa de sus interese y confluyen en un movimiento agrario que tendrá su centro en el sur de la provincia de Santa Fe. El “Grito de Alcorta”, lanzado en 1912 en la localidad referida, será el punto inicial de una lucha que, conducida por los hermanos Netri (un abogado y dos sacerdotes) se extenderá hasta 1919.

El movimiento campesino que asentará las bases de la futura Federación Agraria Argentina alcanzó en algunas regiones una marcada combatividad. No limitó sus objetivos tan solo a la obtención de la rebaja de los arrendamientos, sino que también propuso alcanzar la subdivisión de la tierra.

Terminaba la Primera Guerra Mundial, la expansión agrícola favorecería a los chacareros, mientras que el gobierno de Yrigoyen asumiría importantes iniciativas que protegerían a los productos agrarios. Progresivamente, el grito de Alcorta lograría todos sus objetivos.

4. La Primera Guerra Mundial y su impacto en la sociedad argentina

Las relaciones entre las potencias europeas que se disputaban el dominio del mundo se había ido endureciendo desde comienzos de siglo. La expansión económica y el fortalecimiento militar de

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Alemania, a partir de la política de Bismark, habían transformado las relaciones de fuerza en el continente europeo.

El esquema de poder predominante en el siglo XIX consagraba a Inglaterra como la principal beneficiaria del equilibrio establecido desde 1815, tras la derrota de Napoleón. Ninguna potencia había pretendido durante ese período, disputar la hegemonía del continente. Y en cuanto al dominio de los mares, la expansión comercial y las conquistas coloniales, Gran Bretaña lleva una gran ventaja. Pero a fines del Siglo XIX este equilibrio comienza a romperse.

A comienzos de este siglo se va a ir dando un paulatino endurecimiento de las alianzas, que se traducirá en crisis sucesivas, hasta culmina: en la Gran Guerra Europea, por el predominio mundial. La entente franco-británica, a la que se sumará también la Rusia de los Zares y luego Estados Unidos, se enfrentará con las potencias centrales de Europa: Alemania y el Imperio Austro-Húngaro. Fue un enfrentamiento de dimensiones no conocidas hasta el momento y que se extenderá de 1914 a 1918.

Esta guerra trajo consigo abundantes discusiones políticas en la sociedad argentina acerca de cuál la posición que adoptaría nuestro país ante el conflicto. En el horizonte oficial de las elites de poder, donde los hechos europeos repercutían sonoramente, es de imaginar las consecuencias que la guerra trajo aparejadas. Se habían formado tres bandos: los aliadófilos, los germanófilos y los neutralistas. Los sectores dirigentes nativos asumían este problema como si se tratara de algo decisivo para el destino nacional.

En los sectores de la oligarquía existía una creciente opinión favorable a los aliados. Una vieja amistad los ligaba con Inglaterra y con Francia, e importantes intereses se habían tejido en todo ese tiempo. Ser aliadófilo fue considerado de buen tono, y no se perdía

ocasión en todo espectáculo público de cantar La Marsellesa e identificar la causa franco-inglesa con los ideales de la civilización.

La posición de neutralidad sostenida por Victorino de La Plaza, y luego continuaba por Hipólito Yrigoyen, ocasionó tanto discusiones internas como presiones internacionales. Dos potencias aliadas con intereses en nuestro país, pujaban por imponer su propia posición a la política exterior de la Argentina y a su alineamiento en la guerra. Ricardo Ortiz relata así la puja entre los capitales británicos y norteamericanos:

“La guerra, al expandir extraordinariamente las posibilidades internas de los Estados Unidos, había iniciado un cambio fundamental en el panorama del comercio mundial y, desde luego de las respectivas zonas de influencia. La modificación en la relación de fuerzas entre ambos sectores del capital mundial tuvo una trascendencia muy grande en el desenvolvimiento de la economía argentina.”

“Ambos sectores del capital internacional, el británico y el norteamericano, libraron en la Argentina durante el desarrollo de la guerra, cuyas etapas más ásperas se referían justamente a la posición que correspondía tomar a nuestro país ante el conflicto bélico. Lo exacto es que mientras Gran Bretaña la impulsaba a mantener la neutralidad, Estados Unidos la empujaba o abandonarla, o cuando menos le creaba las condiciones necesarias para ello”.

(Ortiz, 1964, 3243-5)

Lo cierto es que la guerra trajo consecuencias de importancia en la estructura económica interna. Al faltar gran cantidad de artículos

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manufacturados (textiles, metálicos, etc.) que provenían del mercado europeo hubo que comenzar a sustituir importaciones fabricándolas en nuestro territorio. Así, por ejemplo, hubo que elaborar colorantes, se aprendió a confeccionar gasas y algodón hidrófilo, etc.

De todas maneras, los logros parciales obtenidos no consiguieron modificar el sistema productivo. Faltaban capitales, y la creciente demanda interna provocada por la disminución de las importaciones; no podía satisfacerse plenamente con la producción nacional. Por otra parte, los empresarios –todos ellos de origen extranjero- tenían poco poder, y no podían imponer las modificaciones legales que favorecieran el fomento de la industria nacional. Los resortes del poder seguían en manos de una elite ganadera poco dispuesta a aceptar la responsabilidad de producir algo ajeno a lo que para ellos era esencial: criar novillos y venderlos. La lucha por la industrialización será también la lucha por la transformación de un estilo de vida.

Pero, ciertamente, la elite dirigente, que no gobernaba, sino que mandaba, al decir de Pellegrini, y que se había podido mantener en el poder mientras perduró el fraude electoral, estaba ya cercada por un cordón de realidades. Los hijos de los inmigrantes, la industria y sus obreros, los agrícolas y el mismo auge económico habían transformado este país de tal modo que ya no se podía conducir como si fuera una estancia.

Los hombres de la oligarquía pertenecían a una generación que vivía apartada del país real y también de la cultura de su pueblo. Sus casas estaban abarrotadas de institutrices extranjeras. Era una generación mentalmente desarraigada e indiferente que no entendía a su patria. Solo soñaba con sus viajes a París o Londres, donde se hallaba el marco de referencia permanente para adoptar cualquier decisión. Estos dirigentes estaban atentos e informados, a través de sus frecuentes viajes, de las obras de reciente publicación de la

literatura europea y de la situación política o las dificultades del mercado comercial en el viejo continente. Ignoraban la vibración del sentir colectivo de los hombres de esta tierra, que además estaban mucho más lejos, en su forma de captar la realidad, de lo que ellos suponían. Este cuadro explica la fractura desgarradora que se arrastrará en muchos periodos de la historia nacional. La existencia de un divorcio entre los dirigentes y el país real.

Esta escisión quedará claramente establecida en los productos institucionales que impulsó dicha elite, sorda al clamor del sujeto colectivo.

Los hombres que construyeron la República, eran todos liberales. Desde Mitre y Avellaneda hasta Roca y Sáenz Peña; se habían inspirado al diseñar las instituciones del Estado en los moldes ideológicos que proponía la cultura moderna ilustrada. Toda su obra, desde el sistema político hasta el sistema educativo, estaba sellado por valores y orientaciones que no provenían del ethos cultural de nuestra gente.

Si bien el Estado argentino fue el resultado del esfuerzo de estos dirigentes políticos, que pudieron establecer un aparato capaz de administrar los recursos del patrimonio colectivo, quedará abierta sin embargo, una honda fractura con el estilo de vida que nace del poder instituyente del pueblo y su cultura.

El desplazamiento de los conservadores del aparato del Estado, que se realiza a partir de la sanción de la ley Sáenz Peña, no desplazaba sin embargo a estos sectores del horizonte del poder. El límite más serio para la acción revolucionaria del Radicalismo estaba en su apego a la legalidad republicana, la cual se convertiría en una cárcel que le obstruiría el camino hacia el ejercicio efectivo del poder soberano. El acceso a las estructuras políticas del Estado no significaba automáticamente acceder a todas las palancas de la decisión soberana. Los pilares esenciales del poder oligárquico

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permanecían, “por su control de los resortes de la economía nacional, por su monopolio histórico del prestigio y por su manejo exclusivo de un eficaz aparato ideológico que controlaba el poder político a distancia”. (Rouquié, 1981, 70).

Para su autoevaluación

Vincule en el periodo que de 1890 a 1916 las siguientes variables:

- crecimiento económico- inmigración- nuevos sectores sociales- participación política.A partir de este ejercicio explique porque los principales

cuestionamientos al régimen conservador surgen del desarrollo mismo del modelo de modernización que la elite de poder impulsó en el país.

¿Qué corrientes de pensamiento predominaron en los orígenes del Movimiento Obrero? Analice sus coincidencias y diferencias teniendo en cuenta:

- Metodología de lucha y formas de organización- Relación con lo político- Actitud ante el Estado.Describa las netas centrales de los sectores que componían la

estructura social de la Argentina en las dos primeras décadas de este siglo.

Caracterice el poder político y económico, así como las pautas predominantes en los miembros de la elite dirigente.

Señale que las innovaciones introduce la ley Sáenz Peña en el sistema político argentino.

¿Qué motivaciones generaron la movilización de los agricultores que convergieron en el grito de Alcorta?

¿Qué posturas se generaron entre los argentinos y desde Inglaterra y EE. UU. con respecto a la posición Argentina ante la Primera Guerra Mundial?

Explique las consecuencias que trajo en la vida económica del país la guerra europea.

¿Qué límites objetivos condicionaron el acceso de los sectores medios al poder político?

Referencias

Chueco, M. (1910) La República Argentina en su prime centenario. Bs. As.

Del Mazo, G. (1957) El Radicalismo, Ed. Gure, Bs. As.Lusarreta, P. (1949) Cinco dandys porteños, Ed. Kraft, Bs. As.Morade, P. (1984) “Crisis de la Polis Oligárquica. Romanticismo

y Desarrollismo”, en revista Nexo, Nº 2.Ortiz, R. (1964) Historia económica de la Argentina, Ed. Plus

Ultra, Bs. As.Panettieri, J. (1982) Los trabajadores, Ed. Centro Editor de

América Latina, Bs. As.Pellegrini, C. (1941) Obras Compietas. Tomo III, Ed. Jockey

Club, Bs. As.Rouquié, A. (1981) Poder militar y sociedad política en la

Argentina, Ed. Emecé, Bs. As.Sáenz Peña, R. (1935) Escritos y discursos, Tomo III, Ed.

Peuser, Bs. As.

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Módulo IV

EL CICLO DE LA NACIÓN

El proceso de creación de una Nación sólo se plantea como ineludible cuando su pueblo percibe la necesidad de asumir la condición de la administración de su patrimonio humano.

La Nación se constituye por vínculos históricos y sociales, pero sobre todo por vínculos culturales. La cultura otorga a la Nación su propio ser, su propia identidad. El fundamento de la Nación se encuentra en la voluntad de poder de un pueblo, que es el sujeto histórico que la origina.

Pero ningún pueblo se convierte súbitamente en Nación. A la Nación, se llega por el desenvolvimiento de todas las condiciones, pasadas y presentes, que la definen como tal.

La formación de las nacionalidades no ha seguido el mismo curso en todas partes. Hay naciones ya consolidadas, otras que buscan constituirse, e incluso hay algunas que han desaparecido. Es el empecinamiento por realizar el propio proyecto el que signa la eclosión de la conciencia histórica como camino de construcción en aquellas comunidades que aún no han concluido la efectuación plena de su perfil nacional.

En éste módulo analizaremos los caminos que recorrió nuestro pueblo en la concreción de su ser como Nación. Y esta realidad se inaugura en el siglo XX con la aparición de Movimientos Históricos que intentaron conducir la apropiación del aparato administrativo del Estado desde la articulación del poder popular. Sin embargo, para ser Nación no basta administrar, bien o mal, riquezas o miserias. Nosotros hemos conocido pueblos, que sin acceso a la

administración de su Estado, e incluso sin territorio, conservaron e hicieron crecer su identidad nacional. Por esto es imprescindible acercarnos al camino original que ha recorrido cada comunidad en la consolidación de su propio perfil de Nación.

El abordaje de este ciclo lo realizaremos en seis unidades:En la Unidad 14 estudiaremos el primer cuestionamiento a la

Polis Oligárquica proveniente de los nuevos sectores integrados en la vida social del país que reclaman su participación política. El Movimiento nacional conducido por Hipólito Yrigoyen consigue la sanción de la ley electoral que consagra el voto universal, obligatorio y secreto. Con este logro se elimina el acceso fraudulento al poder del Estado, y se consagra la incorporación de los sectores medios al sistema político.

La crisis mundial de 1930 trajo consecuencias que modificaron profundamente la fisonomía del país.

En la Unidad 15 analizaremos estos cambios desde dos perspectivas. El retroceso político presente en la experiencia del golpe militar y la reimplantación de una democracia fraudulenta. La profunda modificación económica originada como respuesta a la gran crisis instaló un modelo productivo centrado en la sustitución de importaciones que transformaron hondamente el rostro de la Argentina Moderna.

En la Unidad 16 centraremos el estudio de la aparición de un nuevo actor que irrumpe en el escenario de la vida política: el Movimiento Obrero. Pero esta vez no como una experiencia clasista enfrentada al resto de la sociedad sino integrada como columna vertebral del nuevo Movimiento Histórico: el Peronismo.

En la Unidad 17 abordaremos un largo periodo de inestabilidad en el que se desarrolla un combate entre dos modelos alternativos que se disputan la escena nacional. Conflicto que en su seno alberga

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las energías contenidas que permiten la aparición de la Nación tal cual ha ido desenvolviéndose hasta allí.

En la Unidad 18 se comenzarán a despejar las secuencias de resolución del empate hegemónico que signó al país desde 1955. El ciclo de la violencia, la transformación estructural de la economía y las hondas consecuencias en el plano cultural marcaron un nuevo rostro de la sociedad argentina en sintonía con el emergente nuevo orden mundial.

En la Unidad 19, que cierra el libro, está dedicada a tratar de auscultar la Argentina en los años ochenta. Proceso que trae como novedad la reimplementación de una democracia de participación total, sin exclusiones ni restricciones. Aunque instalada sobre un proceso que hoy se suele mencionar como una profunda crisis integral. Intentaremos en este sentido percibir simultáneamente tanto el peso de la situación internacional como el discurso de los cambios interiores producidos en la cultura nacional.

Unidad 14

Los sectores medios participan en el sistema político

1. Origen y formación del Radicalismo 2.

El Radicalismo nació en la Argentina como la esperanza capaz de derrotar al régimen conservador. El nuevo movimiento nace con la escisión de la Unión Cívica que provocó la Revolución del Parque en 1890.

Leandro N. Alén será el fundador de esta fuerza política que desempeñará un papel fundamental en la democratización del sistema político importante. En noviembre de 1892, la Unión Cívica Radical sanciona su declaración de principios y su carta orgánica. En ellas proponía para el país:

- Paz y progreso por el cumplimiento honrado de las leyes.- Pureza en la moral administrativa.- Ejercicio efectivo de la soberanía popular.- Amplio reconocimiento de la autonomía de las provincias y

municipios.Desde su fundación, en 1891, hasta 1896, el partido fue

conducido por Leandro N. Alén. En este periodo, los radicales intentaron sucesivamente socavar el régimen roquista mediante revoluciones. A la revolución del 90, sucederá la revolución radical de 1893. Las fuerzas del gobierno sofocaron este último intento, y la cárcel o el destierro serán el camino que seguirán sus participantes.

Durante esta primera etapa se irán perfilando diferentes posturas en el seno del Radicalismo según el grado de oposición y

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enfrentamiento al régimen conservador. Hipólito Yrigoyen aparecerá como el conductor del ala más intransigente. Cuando en 1896, Leandro N. Alén, quebrado moralmente por la convicción del fracaso, se suicida, su sobrino Hipólito Yrigoyen irá asumiendo cada vez más el papel gravitante en la conducción nacional.

Yrigoyen, al frente de la UCR, desplegará una política sellada por dos alternativas simultáneas:

- La abstención electoral: el camino de la intransigencia implicaba no hacer ningún acuerdo con el régimen gobernante, y abstenerse de participar en elecciones hasta que se garantizara legalmente la libertad electoral.

- La revolución: cerrado el camino de la legalidad, la lucha era concebida en el plano revolucionario.

En la conducción de su fuerza, Yrigoyen desarrollará una tarea artesanal: hablando uno a uno con sus correligionarios, dialogando con los más remisos para sumarlos a la Causa, despachando y recibiendo personalmente emisarios de todos los puntos del país. El diario La Nación, en el artículo publicado a raíz de su muerte, relataba así su labor incansable:

“Sabía seducirlos; empleaba en la creciente extensión de su dominio cualidades envolventes. Le hablaba sibilinamente, suavemente, con una cortesía familiar y pomposa a la vez, con acento acariciante, blando, con ambiente crepuscular, en que flotaba una bruma de enigma. Y de su casa, en que la austeridad se manifestaba en signos de desprecio ascético, volvían a la urbe, a la aldea de donde procedían con el mensaje, con el augurio de que la reparación se avecinaba, de que el estallido germinaba ya, de que la victoria de la causa se cernía invisiblemente sobre los cuarteles

secretamente minados, enredados en su trama sutil”.

(La Nación, 1933)

La Unión Cívica Radical irá agrupando a la mayoría de los que no aceptaban el monopolio político de la elite dominante de las grandes familias. En sus filas se encontraban criollos e hijos de inmigrantes orientados hacia un objetivo común.

“El radicalismo era apoyado por multitud de modestos empleados de comercio y de la administración, por casi todo el magisterio, por innumerable cantidad de personas dedicadas a profesiones liberales, por militares de jóvenes egresados de las universidades y por la gran masa de hijos de los inmigrantes”.

(Ibarguren, 1969, 296)

Pero su arraigo no se agotaba en la ciudad; también entre los chacareros fue ganando espacio, y, por supuesto, entre la gente humilde Yrigoyen sumaba seguidores.

El Radicalismo, más que un partido político, era un Movimiento Nacional que organizaba a los sectores sociales que reclamaban una participación activa en las decisiones políticas. Su conductor, consciente de esta originalidad, afirmaba en 1909:

“La Unión Cívica Radical no es propiamente un partido en el concepto militante. Es una conjunción de fuerzas emergentes de la opinión nacional, nacidas y solidarizadas al calor de reivindicaciones públicas. Servirlas y realizarlas, restableciendo la vida del país en la integridad de su prestigio y de sus funciones, es

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el programa que formuló al congregarse, y que ha realizado con fidelidad hasta el presente. Ha sido y será siempre el centro de los espíritus independientes”.

(Etchepareborda, 1951, 313)

Cada vez que nuestro pueblo quiso manifestar orgánicamente su voluntad política, no eligió la forma acotada de participación que propone la democracia representativa moderna como único canal de expresión. La esencia de la concepción moderna (liberal o socialista) estriba en la organización de las decisiones de la vida social desde una parte del todo: el Partido. Desde el partido se trata de asaltar el aparato del Estado como espacio de concentración de poder. El partido no se plantea organizar la participación de todo el pueblo en la decisión, sino garantizar el acceso de la elite representativa al espacio estatal.

En nuestra historia, la forma “partido” se ha mostrado insuficiente para organizar la voluntad de toda la comunidad. Y así, cada vez que el pueblo quiere hacer pesar su decisión, lo hace a través de Movimientos históricos. El Movimiento será el agente unificador de las energías nacionales en un momento determinado.

El Movimiento, como fuerza social, reconoce dos componentes articuladores: el Pueblo, que a través de esta herramienta organizativa se pone en marcha hacia la realización de su propio proyecto, y el Líder, que conducirá a aquél en este camino.

Hipólito Yrigoyen dedicó a la Causa de la reivindicación de los derechos ciudadanos su vida entera. Con constancia firme, con gran integridad de conducta y con una clara inteligencia natural ejercería un liderazgo político indiscutido. Poseía grandes dotes de persuasión personal, que en ocasiones llegaba a la fascinación. Su trabajo consistía en el diálogo personal con cada uno de sus seguidores, los

que, a su vez, se convertían en correa transmisora del impacto que su figura producía. Así, llegará a ser un líder de multitudes sin haber hablado jamás en actos políticos. Apenas si se lo veía; su estilo político consistía en el contacto personal y la relación siempre cara a cara. Y, sin embargo, su nombre estaba en todas las bocas.

Pero el secreto de su liderazgo estaba en que sentía en su propia carne a su patria y a su pueblo.

“No sólo fue un maestro en el arte de descubrir el espíritu de los hombres -, sino que era un intérprete fiel de las esperanzas, los anhelos y los sentimientos del alma de su pueblo, como si una institución rumbeadora le fuera señalando donde estaba la verdad de las cosas argentinas”.

(Luna, 1964, 43)

2. Yrigoyen en el gobierno

La puesta en vigencia de la ley electoral en 1912 posibilitará al radicalismo presentarse por primera vez en elecciones presidenciales. El 2 de abril de 1916, el sufragio libre de los argentinos consagra la fórmula encabezada por Hipólito Yrigoyen y Pelagio Luna. Los resultados de las elecciones fueron los siguientes:

Yrigoyen-Luna (radicales) 339.332Rojas-Serú (conservadores) 153.406De La Torre-Carbó (demo-progresistas) 123.637Justo-Repetto (Socialista) 52.895

El 12 de octubre asume el primer presidente electo libremente en la Argentina

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“en medio de una apoteosis popular como no las había visto Buenos Aires desde los tiempos de don Juan Manuel. La multitud desató los caballos de su carroza en la plaza del Congreso y lo arrastró en triunfo hasta la Casa Rosada”.

(Palacio, 1974, 338)

Pero el triunfo electoral distaba de ser total y absoluto, y hasta último momento los conservadores intentaron burlar la decisión popular buscando alianzas en el Congreso Electoral.

El Radicalismo llegaba al gobierno aceptando todas las limitaciones legales, además de las otras que la oligarquía había puesto al sufragio universal. Sólo triunfó en tres provincias: Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos. El gobierno no había admitido la exigencia de Yrigoyen, de intervenir las catorce provincias, de modo que, en el resto del Interior, las elecciones, manipuladas por las “elites” provinciales, habían sido fraudulentas. Los radicales también estaban en minoría en el Congreso, situación que se prolongaría durante todo el periodo. Hipólito Yrigoyen, durante sus dos presidenciales, envió a las Cámaras 89 proyectos de ley, de los cuales se aprobarían solo 25 sobre asuntos de importación menor. Por otra parte, la prensa se le mostrará adversa desde el primer día.

Con el acceso de Yrigoyen a la presidencia es todo un sector social el que arriba en el país de las decisiones gubernamentales. La misma oposición ratificaba esta apreciación cuando sus personajes más destacados –incluidos los socialistas- se referían al gobierno radical como el “Gobierno de la plebe”.

Todo el ámbito institucional asumía un colorido nuevo.

“La Casa de Gobierno –señala Luna (1964, 385)- es una romería donde puede llegar cualquier

persona. Así como a su casa de la calle Brasil peregrinaban ciudadanos de todas partes, para elucidar las cuestiones que afectaban al partido y al país, así también –ya presidente- su despacho estaba abierto a todos los sectores sociales. Estudiantes y obreros llevaron sus clamores bulliciosamente a los salones, antes vacíos y fríos. Una concurrencia siempre renovada colmaba las salas aguardando su a veces largamente esperada entrevista”.

En cuanto a su acción de gobierno distinguir en los diversos campos iniciativas que ponen en tela de juicio de rol tradicional que se había asumido desde el Estado:

· La política social de Yrigoyen tendió a afirmar a los sectores que tenían menores defensas para protegerse en los avatares de la puja distributiva. Por primera vez en nuestro país, las huelgas exitosas fueron más que las fracasadas. Se otorgó a los sindicatos acceso y comunicación preferencial para hacer escuchar sus reclamos. El Estado se concebía como árbitro e instrumento de unión entre los sectores sociales.

Esta política de conciliación de clases encontró oposición tanto entre los sectores empresarios, que no querían dar lugar a los reclamos obreros, como en dirigentes sindicales que solo se interesaban en agudizar las contradicciones que sirvieran para encender el estallido revolucionario. Esto explica lo sucedido durante la “Semana Trágica” o en la huelga de la Patagonia, donde las actitudes asumidas por el capital y el trabajo solo buscaron agudizar el conflicto.

En el campo de la legislación social se avanzó notablemente. Se dictó una ley de jubilación de ferroviarios, así como para empleados y obreros de empresas particulares de servicios públicos: Gas, Luz,

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FF.CC. y Teléfonos. En noviembre de 1923 se aprobó la ley 11729 de jubilaciones; pero, con el apoyo de conservadores y socialistas, fue abolida paradójicamente durante el gobierno de Alvear, hechura de Yrigoyen.

También se encararon medidas de defensa del consumidor ante las fluctuaciones producidas por la crisis económica. En la ciudad de Buenos Aires se lanzaron cooperativas de consumo subsidiadas por el Municipio a fin de regular el mercado de los alimentos; se fijaron precios fijos para la carne con el fin de frenar las maniobras especuladas y se abarató el precio del trigo y al azúcar en el mercado interno a través de la fijación de impuestos a las exportaciones. En 1920, se estableció la regulación de los alquileres en la Capital Federal; así quedaron congelados los precios y restringidos los desalojos, a la vez que se liberaron de aranceles los materiales de construcción.

· En materia económica, se intentó poner en primer plano los intereses nacionales. Para esto, se utilizará el poder del Estado para abandonar la vieja política del laissez faire que solo beneficiaba al poderoso capital extranjero. La defensa de la soberanía económica se orientó en primer lugar hacia medidas que apuntalaron la conservación del patrimonio nacional. El gobierno de Yrigoyen

“había resuelto no permitir nuevas concesiones de tierras públicas a empresas de especulación, y había anulado muchas de las efectuadas por sus antecesores y que significaban un verdadero escándalo. Por lo que respecta al petróleo, adoptó medidas para preservar nuestras reservas, con miras a la nacionalización”.

(Palacio, 1974, 385)

También se intentó ejercer cierto tipo de regulación en el comercio exterior. El objetivo era hacerse con la llave de nuestra riqueza nacional, para la defensa de los intereses de los productores. El Estado se convertía en el único vendedor al exterior.

En la rama del crecimiento industrial, se profundizó la veta abierta por la primera guerra mundial. Se llevó adelante una política de fomento de la industria nacional, que se complementaría con la creación de la Flota Mercante, la descentralización de la red ferroviaria y el fomento de las explotaciones petroleras.

· En política internacional, la Argentina adquirió un nuevo status en el concierto internacional. La Primera Guerra Mundial, que enfrentó entre 1914 u 1918 a Entente Cordiale (Francia, Inglaterra, Rusia, a los que luego se sumó EE. UU.) con Alemania y el Imperio Austrohúngaro, no era más que una discusión armada por la supremacía mundial.

El principio radical, distante de las estrategias de los imperios y las repúblicas de Europa, y enfrentando las presiones externas e internas, afirmaba la neutralidad como el cumplimiento de un principio de soberanía nacional. La política de independencia argentina ante los alineamientos que imponían los poderosos del mundo se volverá a manifestar en los debates en la Sociedad de las Naciones luego de terminada la guerra.

También el sentimiento de solidaridad latinoamericana será afirmado reiteradamente. Múltiples hechos rubrican esta actitud, como ser el reconocimiento de la soberanía dominicana en momentos en que esta isla se encontraba ocupada por fuerzas militares de EE.UU., el proyecto de condonar la deuda de guerra que aún nos debía Paraguay, etc.

Al asumir Yrigoyen la segunda presidencia, las intervenciones militares de Estados Unidos en América Central se habían multiplicado. En 1929, el presidente electo Helbert Hoover decidió

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realizar una gira de buena vecindad por varios países de América. Un historiador norteamericano relata así su llegada a Buenos Aires:

“La misión de buena voluntad encontró evidencias de demostraciones antinorteamericanas indudablemente provocadas por resentimientos contra la política norteamericana en Nicaragua”.

(De Conde, 1951, 20)

En el plano cultural, se inicia un movimiento tendiente a reafirmar la identidad de la Nación. Gabriel de Mazo (1957, 222) analiza las implicaciones que en la conciencia del ser nacional tuvieron las iniciativas emprendidas entonces:

“La abstención del país en la contienda mundial –hecho extraordinario de conciencia histórica- permitió a la Nación replegarse en sus senos profundos y le dio la perspectiva para esclarecer las causas de aquel desastre, la falacia de una civilización superficial y depredatorias, la inhumanidad intrínseca de un orden social en crisis. Un Renacimiento ensanchaba la vida del país y en todos los ámbitos nacía la fe en lo propio y en la función y responsabilidad de lo propio”.

El ciclo del positivismo llegaba a su fin, como parte de un proceso que alcanza todos los confines del continente: una generación de pensadores que intentan recuperar el ser nacional afluye y converge con las energías puestas en marcha desde diversos ámbitos de la vida cultural.

La Reforma Universitaria de 1918 repercutirá también en los movimientos universitarios de toda América Latina. Primero, en la

Universidad de Córdoba, y luego en otras casas de Altos Estudios se irán dando una serie de huelgas estudiantiles cuyos objetivos básicos eran:

· Modificar los planes de estudios.· Promover la democracia educativa y la participación de los

docentes y estudiantes en el gobierno universitario.La Reforma generó en sus comienzos, una vasta movilización,

como consecuencia de la cual se ampliaron las posibilidades de los miembros de la clase media de recibir educación superior. Se crearon nuevas universidades y se simplificaron los criterios de ingreso a la universidad.

3. La estructura social refleja el impacto inmigratorio

La inmigración europea creció incesantemente desde las últimas décadas del siglo XIX, y aunque en los años de guerra, entre 1914 y 1918 se detuvo el flujo, recobró su intensidad tan pronto los beligerantes abrieron las puertas al libre traslado de población. La movilidad social aumentó sensiblemente, a los criollos se sumaron los extranjeros, y a todos, los hijos de los inmigrantes tal como señala Germani, se suceden tres cambios convergentes: al crecimiento extraordinario de la población se unirá una expansión creciente de la economía una transformación dinámica de la estratificación social (Germani, 1974).

En el plano cultural se puso en marcha la cristalización de una nueva síntesis, que reflejaba la vocación mestiza presente en el dinamismo de nuestro pueblo.

La fusión de las nacionalidades

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Germani señala que, si hubo una segregación ecológica por colectividades, ésta fue disminuyendo con el tiempo; en Buenos Aires, la única que pudo tener ese carácter fue la de la Boca con su población xeneise salpicada pronto de elementos portuarios de habla guaraní, correntinos y paraguayos.

En el resto de la ciudad, la distribución de los inmigrantes de distintas nacionalidades –desde luego, predominantemente italianos y españoles- fue bastante homogénea y proporcionada a la distribución de la más reducida de adultos nativos, con las particularidades que señalaremos al hablar de los barrios. No hubo actitudes discriminatorias, como dice el mismo Germani, comparando con lo que ocurrió en Estados Unidos. No hubo diferencias de prestigio y tensiones hostiles entre los distintos grupos étnicos y con la población nativa en general. Lo que hubo, y también el sainete lo documenta, en el conflicto de “tanos”, “gallegos”, “turcos” y criollos, fueron rivalidades de prestigio nacional, pero sin referencias al prestigio social y a los status, porque no había discriminación en el orden económico y social; si más adelante los “turcos”, judíos o armenios se agruparon con preferencia en determinados barrios, no fue porque en la ciudad, nativos o extranjeros, los excluyeran, sino por la persistencia de características propias, traídas de afuera, a las que obedecen y también por el tipo de actividades preferentes que los llevan a formar un tipo de comercio parecido al del Medio Oriente. Es fácil constatar que a medida que los descendientes sustituyan a los inmigrantes originarios, la dispersión geográfica se opera, también, respecto a estos grupos. Del mismo modo la distinción por oficios se relaciona con sus preferencias propias y no por la imposición de un medio que los excluya de otros.

Los “gallegos”, cargadores de la estación Sola, no tenían pretensiones de status con respecto a los italianos del puerto, ni los italianos de la cocina más pretensiones de prestigio que los españoles mozos o lavacopas, entre gastrónomos.

Tampoco el conflicto con los nativos excedió del aspecto pintoresco ya que la clase de los inferiores no tenía ningún status que defender, pues se

sabía “última carta de la baraja” en la sociedad tradicional y además minoritario, por el escaso número de sus varones con relación al aluvión masculino inmigratorio, en su nivel: su inmigrante no amenazaba desalojarlo, sino que por el contrario iba a cumplir actividades a que los criollos se mostraban renuentes; no invadió sus oficios tradicionales, particularmente los derivados de la tracción a sangre que se multiplicaba, antes de la aparición del automotor, con el acelerado progreso urbano, lo mismo que las actividades vinculadas con el abasto de carnes. (El frigorífico, extensión de esta técnica también absorbía preferentemente al obrero nativo.)

De un horizonte económico en que el oficio era lo menos frecuente, y lo más, la posición de peón o doméstico, se pasaría a otro con la multiplicación de las construcciones y la aparición del desarrollo fabril primario, en que inmigrantes y criollos tenían las solidaridades de asalariado, más fuertes que las diferencias culturales, y que se expresan –es la época del anarquismo- por la literatura ideología de los “agitadores” extranjeros y los payadores y poetas nativos del suburbio, y más concretamente con el nacimiento del sindicalismo. Hay, sí, una cuestión de prestigio, pero que no radica como en los status en la afirmación de un distinto nivel social; es estético y se refiere al estilo de vida que surge de las distintas escalas de valores del nativo y del inmigrante.

La oposición de pautas y su unificación

Antes hemos hablado de la mentalidad del nativo de “clase interior” formado en una sociedad estática donde no le es posible la acumulación de bienes, a diferencias del inmigrado, proveniente de una sociedad capitalista y acicateado hacia el ascenso, móvil que lo ha traído a América.

Así el “amarretismo” y la prodigalidad se oponen como vicios y virtudes de uno y otro, según quienes haga la calificación, y también ese mismo afán del triunfo del que viene a buscarlo, con la resignación y el escepticismo del que ignora esa posibilidad. Algunos diálogos de Fray Mocho son ilustrativos y han constituido una temática de todos los hogares y ruedas modestas que

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hemos oído en la infancia (el “criollo” inútil y derrochar y el “gringo” amarrete y ventajero).

Mientras para el inmigrante la valoración del oficio y de toda la actividad se da en términos económicos (¿cuánto voy ganado?), para el criollo, durante bastante tiempo, no es la retribución la que determina la elección, sino la calidad del mismo. Y es así renuente a muchas actividades que entiende lo disminuyen como individuo.

(Sin posibilidades de clasificarse por un ascenso en el status, el prestigio no tiene referencias económicas, ni símbolos correspondientes a la situación de familia o de grupo. Es puramente personal. En la guerra o en la política puede surgir de su capacidad individual de caudillo o jefe de partida; en el trabajo de su particular destreza que da renombre: renombre de domar, de rastrear, etc., en el campo,; de desollador, de chatero, en la ciudad. Prestigia la guitarra y el ser poeta, o de las cosas a la vez: payador; y buen bailarín, o la generosidad y la amistad. Y sobre todo ser guapo que es la condición que acredita la mediad del hombre en la prueba más definitiva por el más arriesgado de los cotejos, aquel en que la vida del contendiente es el premio).

Mucho se ha escrito entre nosotros sobre el culto del coraje, pero creo que se ha tenido poco en cuenta que es una manifestación del ego, en una sociedad que no daba formas gregarias de manifestar superioridad: solo había situaciones de prestigio personal que no se transmitían a la familia ni se heredaban y donde además, como se ha visto, la ilegitimidad era lo más común en la filiación: (es cosa personal aunque se diga el “hijo e’tigre overo ha de ser”; pues tiene que mostrarlo y enseguida lo van a buscar para que lo pruebe. Es decir, para que lo acredite personalmente: es más compromiso que herencia).

Las posibilidades de la mala vida también se amplían con el crecimiento urbano y ofrecen en la nueva composición un derivativo que se conforma al mantenimiento de ese individualismo estético en que la habilidad en el cuchillo y la prestancia física constituyen condiciones que se requieren en el juego, las mujeres, el matonaje. En la simbiosis que se va produciendo, y a la que vamos enseguida, esta evasión se manifestará también, como señala Bagú, en los descendientes de los nuevos: el “vivillo” y los “malevos”

pueden ser descendientes en primera generación de migrantes internacionales o internos.

(Jauretche, A., 1967, 127-133)

En los barrios de la ciudad se iba gestando una cultura original, que grababa el encuentro de los inmigrantes con los descendientes de orilleros y marginales. El arrabal fue el espacio privilegiado donde fue creciendo la integración de esta nueva síntesis cultural. En las orillas de la ciudad –cerca de los Corrales, en La Boca, en Barracas- se fueron entrecruzando los troperos criollos que llevaban los arreos de ganado a los mataderos con los peones de las barracas laneras o de los frigoríficos; los marineros desembarcados en la ribera del Riachuelo, con los carreros y cuarteadores. Alrededor de este heterogéneo mundo, donde los hombres solo abundan, surgieron los despachos de bebidas, que se agregaban a los almacenes, las pulperías y las cantinas, los salones de baile y los café, lugares todos donde los parroquianos buscaban compañía en un ambiente de libertad ajeno al sistema de costumbres y normas propios del centro de la ciudad.

El conventillo será la vivienda que alojará a los recién llegados.

“Buenos aires debe multiplicar varias veces en pocos años su capacidad habitacional, y provee para ello los caserones obsoletos del barrio sur, desalojados por sus ocupantes tradicionales luego de la terrible epidemia de fiebre amarilla en 1871”.

(Roulet, 1974, 34)

Durante los últimos años del siglo pasado y las primeras décadas del corriente, el conventillo ocupa un lugar básico en la conformación social de Buenos Aires en cuanto ejerce una función

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integradora de las distintas nacionalidades. Como afirma Arturo Jauretche:

“el conventillo es un mundo heterogéneo donde se barajan y se mezclan en el mismo mazo todas las cartas del Buenos Aires que está naciendo”.

(Jauretche, 1967, 126)

Y más adelante completa esta imagen ilustrando las estampas cotidianas que muestran la intensidad del encuentro cultural:

“Quien dice el conventillo dice la esquina, el almacén, el café, el potrero de los “picados” de fútbol, la escuela pública común, todo ese mundo de la infancia y la adolescencia de los porteños de clase baja, que va incorporando pautas éticas y estéticas, modalidades que vienen del pasado tradicional y otras que han cruzado el mar y que se comunican en la igualdad de las situaciones sociales, donde los grupos no se han separado en compartimientos estancos sino que se disuelven por afinidades preexistentes correspondientes al grupo originario, pues resulta más fuerte el común denominador que da la vida que los denominadores particulares heredados”.

(Jauretche, 1967,127-128)

Manuel Gálvez relata gráficamente esta transformación en el escenario político de la vida nacional:

“La Casa de Gobierno ha cambiado de aspecto. Ya no es el lugar frío, casi abandonado, que ha sido hasta ayer. No se veía antes, en los corredores, ni un alma, fuera de los empleados.

Era un templo sin fieles. Ahora es como una mezquita marroquí, hormigueante de devotos, oliente a multitudes, llena de rumores, de pasiones y de esperanzas”.

(Gálvez, 1945, 191)

El Radicalismo como fuerza política fue reflejo de esta estructura social urbana. Su sustento principal se ubicó en los sectores medos, desde donde tejió su estructura organizativa. Su dirigencia se organizó en función del triunfo electoral, y esto llevó al rápido crecimiento de los comités locales y de sus líderes barriales.

Desde allí la clase media desarrolló una lucha por la ocupación de la política en la época radical. Su crecimiento coincidió con el advenimiento de una nueva generación de hijos de inmigrantes europeos que transitaban un proceso de gran movilidad ascendente.

Entre los obreros sindicalizados, el radicalismo no generó una base propia, aún cuando la aparición de un nuevo estilo gremial permitió al gobierno tender líneas de entendimiento con los dirigentes “sindicalistas”. Los anarquistas, que predominaron hasta la primera década del siglo en el movimiento obrero argentino, mantenían una actitud de enfrentamiento abierto. Pero la aparición del sindicalismo coincide con la existencia de grandes unidades productivas, mayores exigencias de especialización, salarios diferenciales y la nueva presencia de trabajadores nativos cuya respuesta de clase era por lo común menos extrema que la de los inmigrantes. Esta corriente ponía el acento en la cuestión salarial, y el encuentro con un gobierno dispuesto a escuchar las demandas obreras abría las puertas para una negociación más abierta.

4. El golpe militar de 1930

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Yrigoyen lleva a su segunda presidencia en 1928 con un apoyo mayoritario de la población. El resultado electoral otorga un carácter plebicitario al triunfo radical.

En su segunda presidencia. Yrigoyen profundizará las medidas que había iniciado durante su primer gobierno. Desde el gobierno, promoverá la modificación de la legislación social, así como fijará un rumbo nacionalizador en la economía.

La nacionalización del petróleo se convierte en uno de los temas críticos que reunirá presiones enfrentarlas. El General Mosconi, director de YPF., propone que las compañías extranjeras sean apartadas de la explotación del subsuelo argentino. Un proyecto de ley que crea el monopolio nacional de las reservas petrolíferas, aprobado en la Cámara de Diputados, es bloqueada en el Senado en 1929. El 7 de octubre de 1929, Yrigoyen envía un mensaje extraordinario al Senado urgiéndolo a examinar y sancionar el proyecto de nacionalización del petróleo. Pero el golpe militar ahuyentará el peligro que amenaza a las compañías extranjeras. Existe una sospechosa relación entre los intereses petróleos y los golpistas de 1930, que llevará a hablar de que se sentía olor a petróleo en el hecho militar.

La oposición había comenzado ya a trabajar al día siguiente de asumir Yrigoyen. Todas las “fuerzas vivas” prestaron su aporte en la acción mancomunada para detener el avance del proyecto que impulsaba el Yrigoyenismo. Todos los partidos políticos, de derecha a izquierda, la Federación Universitaria Argentina, la Sociedad Rural, La Cámara Argentina de Comercio, la Bolsa de Buenos Aires y la prensa en general se confabularon para “salvar las instituciones democráticas y evitar la ruina del país” (Del Mazo, 1951, 149).

La crisis mundial de 1929 contribuyó a agravar la situación económica. La crisis repercutió en la Argentina y provocó una contracción de la economía interna como consecuencia del descenso

del comercio exterior. La desocupación se extendió y comenzaron a afluir a las ciudades los peones rurales sin trabajo. Las huellas de la pobreza marcaban la vida social.

“Vimos aparecer un Puerto Nuevo una inmensa aglomeración que no podríamos llamar, como hoy, Villas Miseria ni ranchos. Eran una especia de tabucos, chozas misérrimas, que se extendían por cuadras y cuadras. Vimos aparecer debajo de los puentes de esos ramales que atravesaban Avellaneda, desde Puente Alsina a Dock Sud, masas de hombres sin trabajo y sin pan, que durante el día deambulaban por la ciudad solicitando trabajo o ayuda. Llegaron a instalarse ollas populares, donde los desocupados hacían colas con sus tachitos de lata, esperando una sopa lavada. El hambre se retrataba ya en los rostros, en la ropa. Y se traducía en la enfermedad-plaga, en el azote de Dios de las tuberculosis. Era la enfermedad de las obreras de vestido, de los trabajadores a domicilio, de la industria textil, de los frigoríficos; era la enfermedad de la juventud; era, en fin, la enfermedad de los desocupados, de los crotos, de los linyeras”.

(Real, 1962, 71)

El agravamiento de la situación económica es también atribuido a la mala gestión del gobierno radical. Ya entonces la conspiración camina por sendas firmes. Las críticas arreciaban, los conservadores impugnaban al gobierno en función de un pasado nostálgico. La izquierda pretendía superarlo para forzar el tiempo y adelantar el porvenir. Aprovechando la ilimitada libertad de prensa y de opinión, se orquesta una durísima campaña de descrédito contra el Presidente

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el diario “Crítica”, dirigido por Natalio Botana, es la vanguardia de la prensa opositora.

Un nuevo grupo político, el Nacionalismo, que había nacido por aquellos años, tendrá un papel importante en el proceso que culminará en el golpe de Estado. El pensamiento de estos nacionalistas parte de un fuerte sentimiento antidemocrático y postula la necesidad de un gobierno fuerte. El inspirador ideológico Charles Maurras y su “Acton Francaise”. El sentimiento antibritánico los impulsaba a elevar la tradición hispánica y católica de la Argentina. El antiliberalismo de estos hombres impulsará una importante labor de revisión de la historia argentina, que dará origen a un basto movimiento revisionista.

José Féliz Uriburu, un militar retirado, influido por las doctrinas maurrasianas, se pondrá a la cabeza de la conspiración. El desenlace llega el 6 de septiembre de 1930. el general Uriburu, al frente de 600 cadenas y oficiales del Colegio Militar, penetra en la Casa Rosada y se proclama Presidente.

El golpe contó con el apoyo de civiles. La crónica del diario “La Nación” nos muestra claramente los sectores sociales que acompañaron la asonada:

“los cadetes solían venir sentados en los automóviles particulares y los ciudadanos

encerrados en las cureñas del Ejército… todos hablaban al paso y cambiaban impresiones y frases del aliento, como viejos amigos, en la comunidad espiritual de la hora. Un hombre anciano de decorativa barba blanca palmeaba los torsos varoniles con aprobación paternal, y se recortaba entre la columna juvenil y la muchedumbre informe con la augusta majestad del Tiempo… Junto al rostro grave del soldado y al uniforme de rústica

tela solía verse despuntar una cara fina de mujer, emergiendo de un cuello de pieles… De un extremo a otro la atmósfera de Callao tenía la sonoridad de un clarín y se celebra, de trecho a trecho, con las flores que caían de los balcones, como un adorno del aire”.

(Edición del 7 de setiembre de 1930)

Innumerables fueron las discusiones sobre el grado de lucidez en que se encontraba el viejo caudillo, sobre aciertos o sus errores. Pero el juicio definitivo lo dará el pueblo, quien, ante su desaparición física, el 3 de julio de 1933, rendirá un homenaje unánime como no había conocido aún Buenos Aires. Manuel Gálvez testimonia con abundantes detalles el último adiós que le da a su pueblo:

“La multitud va cantando el Himno Nacional. Cuando termina, millares de voces corean “¡Yri-go-yen! ¡Yri-go-yen!”. Desde los balcones y azoteas llueven flores sobre el féretro… Hasta los árboles y las columnas del alumbrado están llenas de gente… La gente, como en afecto al paso del féretro. Era “el Padre de los Pobres”, se oye exclamar frecuentemente… Trepado a una ventana un hombre humilde solloza estas palabras: ¡Y decían que te queríamos por interés, por puestos públicos!”.

(Gálvez, 1945, 381)

Autoevaluación

- ¿Para el cumplimiento de que objetivos se forma la Unión Cívica Radical?

- ¿En que sentido el Radicalismo inspira un proyecto contradictorio con el modelo sustentado por los sectores dominantes?

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- ¿Qué camino se fija Hipólito Yrigoyen para alcanzar las metas de su programa desde el llano?

- ¿A qué modelos de organización política se puede asimilar el Radicalismo?

- ¿Qué medidas llevó adelante Yrigoyen desde el gobierno en el plano:

a) económico,b) social,c) internacional,d) cultural?- ¿Qué sectores sociales se expresaron en el Yrigoyenismo?- Como realidad cultural, el Movimiento conducido por

Yrigoyen, ¿qué nueva situación de la Argentina expresa? ¿Podemos descubrir allí rasgos del ethos cultural latinoamericano?

- ¿Qué sectores apoyan el golpe de 1930?- ¿En qué medida las consecuencias de la crisis mundial de 1929

contribuyeron a la caída del gobierno constitucional?

Referencias

De Conde, A. (1951) Helbert Hoover’s Latin Amñerica Policy, Stanforf University Press, Stanford, California.

Del Mazo, G. (1957) El Radicalismo, Ed. Gure, Bs. As.Etchepareborda, R. (1951) Hipólito Yrigoyen, pueblo y gobierno,

Ed. Raigal, Bs. As.Gálvez, M. (1945) Vida de Hipólito Yrigoyen, Ed. Tor. Bs. As.Germani, G. (1974) Política y Sociedad en una época de

transición. Ed. Paidós, Bs. As.Ibarguren, C. (1969) La historia que he vivido. EUDEBA, Bs.

As.

Jauretche, A. (1967) El medio pelo en la sociedad argentina. Ed. A. Peña Lillo Bs. As.

La Nación, artículo necrológico del 4 de julio de 1933.Luna, F. (1964) Yrigoyen, Ed. Desarrollo, Bs. As.Palacio, E. (1960) Historia Argentina, Ed. A. Peña Lillo, Bs. As.Roulet, E. (1974) Conventillos y villas miserias. En Historia

Integral Argentina. Centro Editor de América Latina, Bs. As.Real, J.J. (1962) 30 años de Historia Argentina. Ed. Actualidad,

Bs. As.

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Unidad 15

Un nuevo perfil económico y social emergente de la crisis mundial

1. La restauración conservadora

La crisis mundial de 1929 golpeó severamente a la economía argentina. La nueva coyuntura puso en evidencia el límite de crecimiento de la estructura agroexportadora conformada mediante la articulación de los intereses de la elite dominante y el mercado internacional. Los años 30 marcan el final del progreso ilimitado que se vislumbra a fines del siglo anterior: es la detención de la expansión horizontal de la economía argentina.

La situación internacional no dejaba demasiadas alternativas para cabalgar sobre los intersticios que ofrecía el agotamiento de un modelo, y es así como,

“ante la conjunción de la recesión coyuntural y el estrangulamiento estructural. Yrigoyen no resultaba suficiente garantía para los intereses del grupo dominante. Al contrario, su falta de firmeza ante las reivindicaciones obreras, en un momento en que el desempleo aumenta y en que las “ideologías extremistas” actúan intensamente, inquieta profundamente a la elite establecida y a muchos propietarios. La oligarquía se propone retener el poder para defender directamente sus posiciones: quiere determinar ella misma quién

soportará el peso de las dificultades económicas. En otras palabras, la lucha de los grupos sociales por la repartición de un ingreso nacional estancado impone recurrir a la violencia. La participación política ampliada se avenía con la prosperidad. El control a distancia ejercido por la Oligarquía ya no basta en periodos de “vacas flacas”. Es por eso que la dictadura de depresión del General Uriburu intenta restaurar el antiguo régimen.”

(Rouquié, 1981, 221)

Pero la conjunción heterogénea de intereses que se reúnen detrás del golpe militar pronto va a mostrar el nivel de sus contradicciones.

Uriburu, que había estado muy vinculado a la agitación nacionalista de fines de la década del Veinte, pretende aplicar un programa de reforma total de las instituciones políticas de tinte corporativo. Los objetivos delineados por el gobierno militar a poco de asumir podríamos sistematizarlos así:

1º) Sanear y reconstruir rápidamente la administración y sus fianzas.

2º) Poner en orden el país y las universidades.3º) Preparar la reorganización institucional de la república

mediante la reforma de la Constitución.4º) Estimular la formación de grandes fuerzas cívicas que den las

soluciones necesarias para volver a la normalidad institucional.Si bien el primer objetivo no pudo obtenerse, podemos afirmas,

en cuanto al segundo, que ciertamente el orden reinó. Los opositores quedaron silenciosos, los sindicatos fueron disueltos y sus dirigentes detenidos, o, si eran extranjeros, deportados a sus países de origen.

Hubo fusilamientos y se restableció la pena de muerte, que había sido desterrada del Código Penal. Se anularon comicios y se

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proscribieron candidaturas. El fraude se volvió a implantar como práctica habitual.

El tercer objetivo delineado por Uriburu era la búsqueda de una Reforma Constitucional que tendiera a implantar un sistema corporativo. Como afirma el teórico oficial de este proyecto:

“Uno de los vivos deseos que animan el contenido de la revolución es el de que en el Estado actúen los representantes genuinos de los intereses sociales en todas sus capas, evitando así que elementos parasitarios del profesionalismo electoral que no significan ningún valor ocupen el gobierno, como ha ocurrido, y se interpongan entre éste y las fuerzas vivas y los trabajadores del país.”

(Ibarguren, 1934, 103)

El Presidente identificaba los objetivos de la revolución con una reforma del andamiaje institucional, del país. Pero en esta cruzada pronto se quedará poco menos que solo, rodeado apenas por sus seguidores nacionalistas. Los partidos liberales y sus aliados dentro del Ejército, comandados por el General Justo, pronto dejarán sentado que la revolución se hizo contra Yrigoyen y no contra la Constitución de 1853. Así, impulsarán la convocatoria a elecciones en corto plazo y el retorno a las instituciones democráticas. En cuanto al cuarto objetivo, resultaría irrealizable en la medida en que las fuerzas políticas de envergadura se sustentan sobre la participación popular, y no sobre el deseo oficial únicamente.

Esta voluntad política se manifiesta con total claridad a solo siete meses del golpe de septiembre. Ante el descrédito creciente, el gobierno provisional intenta ir devolviendo al país el orden constitucional para estabilizar el proyecto político que había

arrebatado al poder por la violencia. Suponiendo que el Radicalismo estaba aniquilado, el ministro del Interior, alucinado por la fácil victoria revolucionaria, va a intentar consolidar mediante elecciones el triunfo de los “hombres del orden”.

Así, el 5 de abril de 1931 se convoca a elecciones para Gobernador y Vice en la provincia de Buenos Aires. El Radicalismo disperso, desorganizado, con su jefe preso en Martín García, en pocas semanas se apresta para el comicio. Yrigoyen, a quien la prensa prestigiosa había mostrado como un hombre en decadencia, va a demostrar la gran percepción que tenía del comportamiento del sujeto colectivo al impulsar el concurrencismo contra la abstención que pregonaban los dirigentes de su partido. Y el 5 de abril, el yrigoyenismo se impone en la provincia de Buenos Aires. Los resultados de los comicios fueron anulados. Pero el triunfo radical produjo el derrumbe del gobierno de Uriburu.

2. La democracia fraudulenta

En un segundo momento del golpe militar, el general Justo dará un paso al frente apoyado sobre la alianza de Conservadores, Radicales antipersonalistas y Socialistas independientes. Justo contaba además con fuerte respaldo en las filas del Ejército. Reunía así las dos condiciones para conducir el proceso de institucionalización: 1) Tenía prestigio en las Fuerzas Armadas; y, 2) contaba con buenas relaciones en los medios civiles hostiles al corporativismo de Uriburu. En cuanto a la restauración democrática no importaba ya tanto la pureza con que se la alcanzara luego de la victoria radical de 1931.

El Radicalismo, mientras tanto, se reorganiza en torno a Marcelo T. de Alvear, que recién había regresado de Europa. Desde su nueva

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conducción se intenta atemperar las afirmaciones más intransigentes del Yrigoyenismo. Sin embargo, este Radicalismo inofensivo no será tampoco potable par el régimen. Los candidatos radicales son proscriptos y el partido vuelve a la abstención. El paso queda así libre para el avance de las fuerzas oficialistas.

En el contexto de estas circunstancias se produce un ordenamiento político alrededor del General Justo. Así, los conservadores de todas las procedencias, los antiyrigoyenistas inspirados por Leopoldo Melo y los Socialistas Independientes, acaudillados por Antonio Di Tomaso y Federico Pinedo, concurren coaligados en una alianza electoral, que se llamará “la Concordancia”.

Como oposición consentida, la izquierda del régimen organiza la Alianza Civil que lleva la fórmula presidencial: Lisandro de la Torre (demócrata progresista) y Nicolás Repetto (socialista ortodoxo).

El 8 de noviembre, la fórmula Justo-Roca triunfa con 606.526 votos, gracias a la proscripción del Radicalismo.

Justo reanuda la continuidad del viejo orden conservador. Símbolo de esta reivindicación en su compañero de fórmula, Julio Argentino Roca, hijo del Conquistador del Desierto.

Agustín P. Justo asume la presidencia el 20 de febrero de 1932. La ilusión de los nacionalistas del treinta había naufragado. El nuevo presidente, ex ministro de Alvear, intentará grabar una imagen de equidistancia y capacidad. Probritánico, antifacista, liberal en todo lo que no sea el trámite de un comicio, maniobras hábilmente se había convertido en el usufructuario directo del golpe de septiembre. Con él se iniciaba una institucionalidad “democrática” en que reinaría el “fraude patriótico”.

La campaña electoral del Gral. Justo prometía el retorno a la normalidad institucional. Y, efectivamente, hubo una distancia política; regresan los exiliados y se libera a los presos políticos (entre

ellos, Yrigoyen). De esta manera, el Gobierno surgido del fraude y las proscripciones se erige en paladín de las instituciones democráticas.

La situación económica mundial se había complicado mucho al filo de los años treinta. La prosperidad del anterior decenio languidecía de modo alarmante. Estados Unidos sufrió la crisis más espectacular de su historia. En Europa cundía la depresión, y la desocupación se expandía en los países industriales.

Nuestro país, mientras tanto, cuyo ingreso esencial estaba ligado estrechamente al mercado externo, encontraba serias dificultades. La argentina estaba sometida a la voluntad de los compradores tradicionales, dueños además de los fletes y las fianzas. Los países centrales, para proteger su mercado interno, inician un periodo de proteccionismo económico: si la crisis era mundial, el costo recayó centralmente en los países periféricos.

“Los países cuya exportación consistía principalmente en alimentos o materias primas vieron, por tanto, que sus ingresos, obtenidos a través del comercio exterior, se contraían rápidamente, y la falta de créditos extranjeros para compensar estas fallas, los forzó a reducir sus importaciones, lo que, a su vez, influyó en la economía de los países industriales.”

(Ashworth, 1958, 215)

La crisis implicó una baja desastrosa de las rentas de los países productores de materias primas y, en consecuencia, una reducción similar en sus respectivos presupuestos y niveles de empleo. En julio de 1932, se reúnen en Ottawa los delegados del Imperio Británico para tomar medidas que permitieran enfrentar los efectos de la crisis. La esencia de los acuerdos firmados allí por los miembros de la

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Comunidad Británica se condensan en lo siguiente: los Dominios y la Metrópoli se comprometían a desarrollar aduaneros sobre los productos extranjeros, limitando así en cuotas establecidas el ingreso de dichos insumos. Es decir, se creaba una barrera defensiva que afectaba directamente a la Argentina.

Como consecuencia de la Conferencia de Ottawa, se anunció para el año 1933 una reducción de alrededor de 100.000 toneladas la importación de carne enfriada (chilled) procedente de la Argentina. La reacción del gobierno de Justo consistió en el envío de una misión presidida por el Vicepresidente de la República el Dr. Julio A. Roca, que significó penosas negociaciones durante tres meses en Londres.

Para poder penetrar en la conciencia de esta misión negociadora es interesante recordar las palabras pronunciadas por Roca durante una cena servida en el Club Argentino de Londres:

“La geografía política no siempre logra en nuestros tiempos imponer sus límites territoriales a la actividad económica de las naciones. Así ha podido decir un publicista de celosa personalidad que la Argentina, por su interdependencia recíproca, es, desde el punto de vista económico, una parte integrante del Imperio Británico”.

(Liceaga, 1952, 126)

El acuerdo firmado el 1º de mayo de 1933 entre Roca, Vicepresidente de la Argentina y Runciman, presidente del Board of Trade Walter, consistía en que Gran Bretaña garantizaba una cuota de importación de carne no inferior al tonelaje importado entre 1931 y 1932, o sea, 390.000 toneladas. Simultáneamente, el gobierno inglés garantizaba un control monopólico de las carnes argentinas.

Tres acuerdos adicionales complementan las negociaciones entabladas en el pacto Roca-Runciman:

1. Nace un Banco Central en el que la banca extranjera controla el paquete mayoritario.

2. Se crea el monopolio del transporte urbano de Buenos Aires, que reúne en manos del capital inglés el transporte automotor. Se trata así de cortar con la competencia que el “colectivo” significaba para el tranvía, y el ferrocarril ambos de propiedad británica.

3. El “affaire” de la electricidad, que se plasma en la prórroga de la concepción cuasi monopólica a la CHADE de los servicios eléctricos de Buenos Aires y Rosario. El turbio episodio envuelve a dirigentes políticos de las más diversas extracciones.

Al despliegue de estos hechos, el Radicalismo antiperonista, conducido por Alvear, asiste pasivamente como si no percibiera la ilegalidad del sistema político y de los acuerdos económicos firmados por Justo.

“Alvear dirigía el partido en una línea conciliatoria, especulando siempre con su capacidad de maniobra y el innegable apoyo popular que contaba la U.C.R.”

(Ciria, 1975, 159)

Es que conducía a su partido al estilo oposición inglesa o francesa, siempre “dentro de la legalidad”. Claro que aquí se trataba de una legalidad espuria viciada constantemente por el fraude y la corrupción.

La oposición interna dentro del Radicalismo dará lugar al surgimiento del grupo juvenil intransigente FORJA, que planteará el retorno de la doctrina yrigoyenista. Este grupo, que contaba entre sus filas a Gabriel del Mazo, Luis Dellepiane, Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz, insistirá en denunciar la penetración espuria del capital extranjero y la presencia del poder británico en los mecanismos ocultos de la vida económica argentina.

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Raúl Scalabrini Ortiz (1940) describe de este modo las consecuencias del Pacto Roca-Runciman en el control del transporte urbano.

La Coordinación de Transportes

El pacto de Ottawa de protección imperial y la campaña antiargentina emprendida por Lord Beaverbroock provocan una ola de pavor ficticio en nuestro país. Los terratenientes, ganaderos, alelados, quieren impedir que Inglaterra deje de comer carne argentina. El pavor no resiste el análisis. Australia tiene 11.202.134 animales vacunos en su mayor parte de carne dura, subtropical y su población de 6.526.000 habitantes, consume más de 100 kilos por cabeza anualmente. Nueva Zelandia, no posee más que 3.765.668 vacunos y una población de 1.522.000 habitantes que figuran entre los mayores comercios de carne del mundo. Canadá, cuenta solamente con 11.202.194 vacunos y su población de 10.460.000 habitantes de un alto estándar de vida deja muy escaso saldo exportable, si deja. No hay que olvidar que la Argentina tiene 32 millones de vacunos y una población de 14 millones mal alimentados, pues el consumo de carne en el interior apenas llega a a60 kilos anuales por cabeza y en algunas provincias es inferior a 15 kilos y tiene un sobrante exportable de 500 mil toneladas. Pero nuestros ganaderos no calculan. Demás está decir que no piensan responder a las amenazas con otras amenazas; suspender el servicio de la deuda externa, bloquear los beneficios de las empresas privadas… Como los especuladores de 1890, los ganaderos de hoy incitan a enajenar el porvenir de su patria. Por lo menos, el gobierno dice obrar para salvarlos.

Cuando la coordinación se apruebe, Inglaterra tendrá poco que pedir en este país. Todos los resortes del manejo público y mercantil estarán en sus manos. La política inglesa se orientará hacia el cuidado del orden y del respeto a las situaciones creadas y distenderá todas las ligaduras de mera apariencia política.

Muchas fuerzas poderosas convergen en el problema de los transportes argentinos. De un lado están los carcomidos y ficticios capitales ferroviarios ingleses, que dominaron sin oposición en el país durante sesenta años, mediante el sistema repugnante de corromper a los hombres dirigentes del país. Del otro están los frescos, agresivos e insolentes capitales norteamericanos de la Standard Oil y de la General Motors, a quienes ya le debemos el 6 de septiembre, la fratricida guerra del Chaco, cierta tendencia separatista en la Provincia de Salta y la vergonzosa ley de petróleo actualmente en vigencia.

Pero la economía del país tiene una verdad y esa verdad debe ser dicha. Desgraciadamente, en este caso particular de los transportes, la conveniencia del país se aproxima a la del capital norteamericano, promotor incontrarrestable en un mercado abierto del moderno transporte automotor, que hubiera permitido a la República Argentina romper la estrecha y aniquiladora malla en que la tiene envuelta el monopolio absoluto de los transportes en manos de la voluntad extenuadota del imperialismo inglés.

Durante la discusión del proyecto de “coordinación de los transportes” sostenida en la Cámara de Diputados en 1935, los representantes del P.E. y los miembros informantes arguyeron tan sostenida como ingenuamente, que esa era una ley inocua que de ninguna manera justificaba la resistencia que el país ofrecía a su aprobación.

Se dijo que el proyecto presentaba garantías de imparcialidad, que la coordinación efectiva sería regulada por personas responsables, que solo se buscaba poner en orden en el caótico desarrollo del transporte automotor y evitar los perjuicios mutuos que una competencia incontrolada acarreaba para el ferrocarril, el ómnibus, el camión y el colectivo. Se dijo que hasta el país y los obreros saldrían ganando.

Todo es evidentemente falso. Los ferrocarriles y tranvías ingleses confiesan paladinamente una gran ansiedad por obtener esta ley a cuya obtención ya han dedicado ingentes energías. Esa ansiedad es el mejor desmentido a los que quieren presentar a la ley de “coordinación”, como una ley intranscendente, y merece, por lo tanto, ser bien testificada. Anotemos cronológicamente algunos hechos quizá disipados de la memoria del lector, que van a trazar el panorama en que se desarrolla este

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gigantesco drama de la entrega de los últimos restos de valores económicos que aún pueden considerarse como economía argentina.

3. El proceso de sustitución de importaciones

La crisis mundial de 1929 iba a traer estas tierras otras consecuencias no buscadas, pero que introdujeron profundas modificaciones en el sistema productivo. Las constelaciones de la crisis impulsaron al comercio mundial hacia un abismo inesperado. La disminución de las transacciones internacionales coincidió con caídas de precios que cerraban la posibilidad para la mayor parte de los países de menor desarrollo de mantener el ritmo económico que habían sostenido hasta entonces.

Los precios internacionales de los productos primarios exportados por la Argentina cayeron en una proporción mucho mayor que los de las manufacturas que se importaban. El serio deterioro de los términos del intercambio generado por esta situación llevaba al país a la necesidad de exportar un 65% más en términos físicos para poder importar la misma cantidad de bienes que antes de la crisis. Si a esto sumamos el cierre de las demás importaciones por parte de los mercados metropolitanos, la consecuencia será una portentosa reducción del volumen de los productos que se podían ingresar del mercado externo.

A la disminución de importaciones generales por la reducción del excedente con que contaban los sectores del poder económico, hay que agregar la reconversión de la industria europea, que empieza a orientarse hacia los materiales bélicos que iba a requerir la conflagración mundial en los finales de la década.

Si bien la fuerte caída de la producción agropecuaria generó una masa de desocupados que migró hacia las ciudades en busca de

empleo, la reducción del mercado interno resultó inferior a la caída de las importaciones. Es que había surgido una apreciable demanda interna de los artículos que, para la satisfacción de las necesidades, antes cubrían los artículos importados. Eso constituyó un aliciente para el incremento de la producción local.

De tal modo, la crisis generó con los problemas, también los factores necesarios para la expansión industrial: un mercado insatisfecho, oferta de mano de obra disponible y un cierto capital excedente, que se orientó hacia la inversión industrial.

Podemos afirmar, sin lugar a dudas, que el factor dinámico del desarrollo industrial argentino fue, en esta etapa, el cierre del aprovisionamiento externo. No hubo voluntad deliberada de los gobernadores ni un desarrollo integrado de la industria como consecuencia del proceso natural de expansión, al estilo de lo ocurrido en los países centrales. El mercado existía, había una demanda mensurable y conocida que se había abastecido hasta ese momento de la importación, y que podía ser satisfecha ahora con la oportuna respuesta de la naciente industria local.

El estímulo resultó mayor en aquellos sectores donde se mantenía antes más rezagada la producción industrial; por eso, quizá, la evolución de la industria del cemento y de la textil resume como pocas la situación del momento. En 1930, la producción cementera local satisfacía solo la mitad de la demanda interna; el resto provenía del exterior, a pesar de la fuerte incidencia de los costos del transporte. A partir de entonces, la situación se modifica de modo global en pocos años. En 1935, la industria local cubría el 97% de la demanda, y su producción seguiría creciendo en los años posteriores con el impulso de los planes oficiales de vivienda.

En la industria textil ocurrió algo similar. El influjo industrial se sintió intensamente en la producción de insumos locales. La base de operaciones de esa expansión se ubicó en torno a los grandes centros

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urbanos del Litoral, ya que ahí contaba tanto con la concentración mayor de la demanda interna, como con una base más amplia de la infraestructura energética necesaria.

El crecimiento de la industria en la década del treinta fue realmente vertiginoso. Las estadísticas industriales, que se realizaron desde entonces cada dos años, mostraron progresos continuos en todos los órdenes. Pero, a partir de 1939, la situación tomó un nuevo giro a raíz de la guerra. Las importaciones eran ya imposibles por la necesidad que tenían las potencias beligerantes de concentrar su producción en las industrias militares, al mismo tiempo que el mar se convertía en un importante campo de confrontación que disminuía la posibilidad de realizar intercambios comerciales normales.

Con la industria –señala (Jauretche, 1967, 186)- aparecieron también nuevos contingentes migratorios. Legiones de peones rurales se trasladaban a la ciudad para ofrecer su fuerza de trabajo al creciente proceso de industrialización. “El ritmo permanente pero pausado de la migración del interior hacia los centros urbanos se ha hecho violento. Los trabajadores, rubios o morochos, y de variado idioma, que entraban por la dársena hasta hace treinta años, tienen su réplica actual en esas multitudes que día a día desbordan las estaciones del ferrocarril con su “pelo duro”, sus rostros curtidos y el canto de su tonada provinciana”.

La intensidad de las migraciones internas fue elevadísima, y durante la década de 1936-1947, como señala Gino Geramni, la proporción de argentinos nacidos en las provincias que se fueron a radicar en la zona metropolitana de Buenos Aires fue equivalente a

casi un 40% de todo el crecimiento vegetativo de esas mismas provincias. (Germani, 1974).

Estos antiguos trabajadores rurales se integran rápidamente a la industria y aprenden las técnicas que parecían hasta entonces reservadas para los “gringos”. Como consecuencia, desbordan la ciudad capital, que no estaba preparada para recibirlos.

Es así como, con su llegada, aparecieron también nuevos asentamientos, y las “villas miseria” comenzaron a extenderse por Avellaneda, Lanús, San Martín, San Justo. A veces bordeaban las afueras de los suburbios donde se instalaban las pequeñas fábricas. Y sus pobladores, muchos morenos, empezaron a modificar la fisonomía de Buenos Aires. No se los veía mucho por el centro, pero existían. Y pronto se prepararon para asaltar la estructura social y política, que tampoco prevenía su participación en los ámbitos estatales de decisión.

4. La neutralidad argentina ante la Segunda Guerra Mundial

El 20 de febrero de 1938, Roberto M. Ortiz asume el Gobierno. El fraude le otorgó el triunfo sobre la fórmula del Radicalismo, encabezada por Alvear.

Ortiz, un radical que se desempeñó como Ministro de Obras Públicas durante la presidencia de Alvear, había formado parte del grupo azul, que antes de la escisión del a U.C.R. reunía al grupo antiyrigoyenista. Ahora se ponía al frente del gobierno de la Concordancia, que reúne el acuerdo de diversos partidos menores y grupos de presión que conducen entonces los sectores conservadores.

Sintetizando la gestión del gobierno de Ortiz, se puede decir que persiguió dos objetivos.

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1. Acabar en lo posible con el fraude y la violencia electoral.2. Concentrar el esfuerzo de las corrientes políticas liberales para

lograr el alineamiento de la Argentina en la Segunda Guerra Mundial.

Ortiz, apenas se hace cargo de la Presidencia, manifiesta: “Como candidato, afirmo, como Presidente, ratifico mi confianza a la democracia”. Esta actitud del nuevo Presidente le atrajo la simpatía del partido de Alvear, quien, en adelante, pondrá en Ortiz su confianza para lograr el retorno a contiendas electorales limpias, que pensaba las aseguraría un triunfo incontrastable.

Ortiz, antipersonalista, pero radical de todas maneras, estaba cercado por sus aliados conservadores y por la delicada trama que venía tejiendo Justo para los conservadores y de las expectativas presidenciales del Gral. Justo, y entonces los radicales ganarían. Es que pensaba apoyarse en los radicales para construir un poder propio, independiente de los sectores que lo habían llevado a la primera magistratura.

De alguna manera, también a Inglaterra, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, le convenía que en Argentina existiera una democracia más sólida, que la frágil estructura fraudulenta que habían montado los conservadores. Es decir, que la política de Ortiz podía contar con un cierto apoyo internacional. Pero la enfermedad del Presidente acabaría con esta fallida tentativa y le obligaría a presentar la renuncia en el curso de la maniobra.

Con respecto a la guerra, también era muy clara la posición del Presidente. En la comida de camaradería del Ejército y la Marina, define su pensamiento asegurando que “en el próximo choque mundial no podrá haber neutrales”. En esta postura Ortiz, era acompañado por las fuerzas políticas tradicionales. Entre ellas estaban los alvearistas del Comité Nacional de la Unión Cívica Radical, que habían olvidado la tradición que en este sentido había

planteado la política de Yrigoyen. Siguiendo las doctrinas yrigoyenistas, los grupos intransigentes acaudillados desde Córdoba por Sabattini, la juventud de la provincia de Buenos Aires y los miembros de FORJA, ya escindidos del partido se opondrán a la postura de los alveraristas, no obstante la previsible imposibilidad de imponer su decisión.

Los socialistas, tal como lo señala el órgano oficial del partido, “La Vanguardia”, afirmaba el 7 de agosto de 1939: “La neutralidad es fascismo”. También los comunistas argentinos, embarcados en la política del frentepopulismo, llaman a todos los partidos a rodear a Ortiz. Las acciones se multiplican desde el espectro partidocrático para afirmar su posición aliadófila.

La opinión pública urbana e ilustrada está mayoritaria y sentimentalmente a favor de la causa de los aliados. El corazón de los dirigentes de la sociedad política late al unísono con el Paris ocupado. La gran Prensa se hace eco de los avatares de la guerra con los ojos del Churchill o de Roosevelt. Pero la Argentina secreta, no la Argentina oficial, palpitaba por otros rumbos. En los suburbios populares de Buenos Aires, en el interior del país, los obreros, los peones, los chacareros, los artesanos, los comerciantes, no se sienten para nada involucrados en el problema de la Guerra, no se apasionan para nada por un lejano conflicto entre países del Viejo Mundo.

Pero quiso el azar que uno de los exponentes de esta neutralidad, el Vicepresidente Ramón Castillo, llegara a la primera magistratura, luego de la renuncia de Ortiz, ocasionada por una grave enfermedad, que pronto le ocasionaría la muerte.

Castillo participaba del ala nacionalista del Partido Conservador. Había comenzado su carrera política durante el gobierno de Uriburu como interventor en Tucumán. Como Presidente, se empeñará en restablecer el conservadorismo clásico anterior a la era radical. Y,

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por supuesto, será proclive a la restauración del fraude, con lo que acabará deshaciendo la labor que había iniciado Ortiz en este sentido.

Pero, en un punto, Castillo romperá con la tradición conservadora, en contra de la mayoría de las opiniones dentro de su misma fuerza política. Su posición de neutralidad ante el conflicto bélico que se inicia en 1939 mantendrá al país al margen de los alineamientos con una u otra de las fuerzas entendientes.

Muchos se han interrogado acerca del porqué de la actitud neutralista de Castillo, que en su momento solo era acompañada por sectores de las Fuerzas Armadas y los minoritarios grupos nacionalistas. Rouquie, intentando dar respuesta a este interrogante, propone dos causas:

“o bien el grupo político conservador que sustituye a Ortiz pretende fortalecer su pensamiento obteniendo el apoyo de un ejército decidido, por múltiples razones, a mantener una estricta neutralidad, así como los banquetes o la compra de armas son algunas de las maneras de seducir a la clase militar; o bien, el Poder Ejecutivo, convencido de la necesidad de mantener a la Argentina alejada de la tormenta, busca el apoyo de un Ejército donde los elementos nacionalistas o germanófilos llevan la voz cantante”.

(Rouquié, 1981, 313).

Lo cierto es que las Fuerzas Armadas iban cobrando un peso cada vez mayor en la política del país, aún cuando esto no fuera percibido integralmente por los sectores políticos.

Los conservadores, preocupados por mantener su continuidad en el gobierno, lanzan la candidatura de Robustiano Patrón Costas, aliadófilo notorio y representante de los grandes intereses

oligárquicos del norte. Para dar formalidad a las candidaturas, se resolvió que las convenciones conservadoras y antipersonalistas deliberaran el 4 de junio. Para el 10 estaba programado el tradicional almuerzo en la Cámara de Comercio Británica, en que se daría el visto bueno al flamante candidato.

Pero todo este proceso quedaría trunco, ante la emergencia de un sector militar que intenta anteponerse a las decisiones de los grupos de poder tradicional. El embajador británico en Buenos Aires relata como sorprendió en los medios políticos de la Argentina oficial el golpe del 4 de junio, que en principio no sabían como calificar:

“Por un momento, todos los profetas políticos, tanto nativos como extranjeros, se sintieron completamente desorientados, porque, hablando en forma general, en la Argentina los oficiales del Ejército no tenían lugar en la sociedad y no provenían de la clase gobernante, de los estancieros, los profesionales prósperos y los grandes comerciantes. Llevaban una vida aparte y en realidad no tenían contacto social con los grupos que habían administrado a todos los gobiernos argentinos del pasado, aun los radicales, y todavía menos contacto con los diplomáticos extranjeros o con los corresponsales de la prensa extranjera”.

(Kelly, 1962, 36).

Así llegaba a su fin un periodo en que el fraude había marcado el estilo político. El fraude fue la herramienta con que los sectores conservadores mantuvieron su hegemonía en el sistema institucional. Si se suma a estas características la integración subordinada a los intereses británicos que se impulsó desde el área económica, se

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comprende la frase con que José Luis Torres calificará a esta etapa que llega a su fin: “La década infame”.

Para su autoevaluación

1. ¿Qué causas encuentra Ud. que contribuyeron a la ruptura del orden institucional en 1930?

2. ¿Qué tendencias se pueden distinguir en el seno de la renovación del 6 de septiembre?

3. ¿Cómo podría caracterizar el modelo institucional asumido a partir del gobierno de Justo?

4. ¿Qué nueva situación internacional abre la crisis de 1930 para la inserción internacional de nuestra economía?

5. ¿Qué providencias toma el gobierno de Justo para enfrentar el proteccionismo de los países centrales?

6. ¿Qué fue el Pacto Roca-Runciman? ¿Qué consecuencias trajo en las relaciones económicas con Inglaterra?

7. ¿Por qué interesaba al capital británico el “control de los transportes”?

8. Caracterice el proceso de sustitución de importaciones.9. ¿Por qué se inicia a partir de la década del treinta un creciente

flujo de migraciones internas?10. ¿Qué actitud adoptaron los distintos gobiernos argentinos

ante el desenlace de la Segunda Guerra Mundial?

Referencias

Ashoworth, W. (1958) Breve historia de la economía internacional, 1850-1950. Ed. Fondo de Cultura Económica. México

Ciria, A. (1975) Partidos y pode en la Argentina moderna (1930-1946). Ed. de la Flor, Buenos Aires.

Ibarguren, C. (1934) La inquietud de esta hora. Ed. Roldán. Buenos Aires.

Irazusta, J. (1975) El pensamiento político nacionalista. La revolución del 30. Buenos Aires.

Jauretche, A. (1967) El medio pelo en la sociedad argentina. Ed. A. Peña Lillo. Buenos Aires.

Kelly, D. (1962) El poder detrás del tronco. Ed. Coyoacán. Buenos Aires.

Liceaga, J.V. (1952) Las carnes en la economía argentina. Ed. Raigal. Buenos Aires.

Rouquié, A. (1981) Poder militar y sociedad política en Argentina. Ed. Emecé. Buenos Aires.

Scalabrini Ortiz Raúl (1940) Política Británica en el Río de la Plata, Ed. Reconquista, Buenos Aires.

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Unidad 16

La irrupción de los trabajadores en la escena nacional

1. Revolución de 1943

Al ingresar en la década del Cuarenta, la sociedad argentina había atravesado profundas transformaciones.

“Cambios substanciales se estaban operando en la Argentina. El país de Sáenz Peña no llegaba a los ocho millones de habitantes y el del 43 se aproximaba rápidamente a los quince millones. Si esta duplicación se operaba en sólo el lapso de una generación, eran más significativos todavía los cambios en la composición de esta población. Los extranjeros, que eran en 1914 el 30% de la población, habían descendido al 15% en 1947, y la población urbana hacía pasado del 52% al 62%. Este último porcentaje puede parecer poco dramático, pero adquiere toda su significación cuando se observa que la población del conglomerado bonaerense pasó de 900.000 habitantes en 1914 a 4.400.000 en 1943. el impulso industrial y las consiguientes mayores fuentes de trabajo hicieron que entre 1943 y 1947 migraran de las

provincias a la capital cerca de 100.000 personas por año, que se alberguen como pudieron”.

(Floria-García Belsunce, 1989, 131).

La revolución de 1943, en la que muchos de sus actores quizá no advertían totalmente los cambios que se estaban operando en la

realidad nacional, lleva a las Fuerzas Armadas al centro de la escena política tras un doble objetivo:

1. Impedir que el presidente Castillo traspasara el gobierno mediante el fraude terrateniente pro-inglés Robustiano Patrón Costas. Como afirma Carlos Fayt, “cuando Castillo cayó en 1943, el golpe apuntó, en verdad, al candidato conservador Patrón Costas” (Fayt, 1967, 42).

2. Era una inquietud creciente en los sectores militares la posibilidad de que la elección de Patrón Costas trajera consigo el abandono de la neutralidad argentina ante la segunda guerra mundial.

El golpe militar contó dentro de sus filas con un grupo de oficiales nucleados en el G.O.U., que desde un nacionalismo económico y una creciente inquietud por la industrialización del país reunirá tras de sí a las diversas tendencias que convivían en las Fuerzas Armadas.

En un primer momento, había reinado la incertidumbre acerca del rumbo que tomaría el nuevo gobierno. Este interrogante alcanza por igual a los políticos como a los embajadores extranjeros. Pero muy pronto se irá develando la incógnita y se irá perfilando el rostro del régimen militar.

El nuevo gobierno disuelve el Congreso Nacional, interviene las provincias y las universidades, reafirma la neutralidad argentina ante la guerra, censura la prensa, crea una comisión investigadora de la CADE, instaura la educación religiosa en las escuelas y exonera a jueces y camaristas tenidos por corruptos o ineficaces.

En el ámbito económico, el golpe tomará un claro tono industrialista. El gobierno militar comenzó a estudiar el revalúo de las tarifas aduaneras para proteger la industria nacional. Asimismo, la Corporación de Transporte de la ciudad de Buenos Aires es intervenida y nacionalizada. También se nacionaliza la Compañía británica de Gas y se impulsan las industrias militares. En 1943, se

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crea la Secretaría de Industria, y al año siguiente el Banco de Crédito Industrial, destinado a apoyar la actividad manufacturera.

Las medidas económicas se complementaron con la desarticulación de los organismos que habían servido a los intereses de los grupos exportadores. Se disuelven las Juntas Reguladoras y el Instituto Movilizador, que había transferido al Estado las deudas bancarias impagas de los grandes ganaderos e importadores.

El área educativa será confiada a elementos del Nacionalismo que acompañaron desde el primer momento la gestión militar. Los estudiantes universitarios serán el primer foco de resistencia ante el gobierno revolucionario. A ellos se sumará la oposición democrática, que reclamará la vuelta a la normalidad institucional.

Pero la transformación más radical que impulsará el gobierno de la revolución de junio será impulsada desde un ámbito del que no se esperaba nada estridente en la sociedad argentina. El 27 de noviembre de 1943, el Coronel Juan Domingo Perón es designado en el Departamento de Trabajo, que pronto se convertiría en la Secretaría de Trabajo y Previsión.

Perón se hizo cargo de la Secretaría de Trabajo y Previsión en momentos en que el costo de vida superaba el monto de los salarios reales y se producían numerosos conflictos obreros. Los dirigentes sindicales estaban ausentes de las luchas reivindicatorias, preocupados más que nada por el conflicto internacional y en la formación de una alianza rupturista con los grupos “democráticos” existentes.

Perón lleva adelante una activa gestión en que se aplica una avanzada legislación social, como el Reglamento sobre Asociaciones Profesionales, los decretos extensivos de la Jubilación y el Estatuto del Perón Rural, que rescataba a éste de una explotación secular.

A partir de entonces se comienza a entablar una relación directa entre Perón y los trabajadores. Al promoverse un conjunto de leyes

sociales y establecerse profundas modificaciones en las condiciones de trabajo, surgen nuevos dirigentes en la acción sindical y el conjunto de la clase obrera toma conquistas en su manos y se dispone a defenderlas.

Entre 1943 y 1945, los gremios obreros experimentaron los más notables cambios cuantitativos y cualitativos de su historia. El número de afiliados de la C.G.T. pasó de 80.000 a medio millón. Decenas de sindicatos se constituyeron en todo el territorio nacional, inclusive en zonas donde se desconocía la organización obrera.

El dictado de normas para los postergados trabajadores rurales y urbanos, unidas a las demás disposiciones de orden social que se estaban tomando, y la invariable posición de la Secretaría de Trabajo en defensa de las fuerzas del trabajo en los conflictos que se sometían a su resolución, fue aumentando día a día el liderazgo de Perón entre los sectores populares.

La política inaugurada con respecto a los trabajadores tendió juntamente a:

- afirmar sus derechos, de manera que ahora sentían ellos su dignidad humana valorada;

- extender y robustecer su organización gremial e incorporarse junto a los demás sectores de la vida nacional a la búsqueda de soluciones de los problemas de toda la comunidad.

Perón vislumbraba que un nuevo tiempo de la historia amanecía. En escritos posteriores él mismo lo denominará “la hora de los pueblos”. Se trataba entonces de generar los canales aptos para enfrentar el desafío del momento. Dirigiéndose a sectores militares, dirá entonces (Cerruti Costa, 1957, 148):

“Comienza el gobierno de las masas populares. Es un hecho que el Ejército debe aceptar y colocarse así dentro de la evolución. Eso es

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fatal. Si nosotros no hacemos la revolución pacífica, el pueblo hará la revolución violenta”.

2. La movilización como herramienta de poder social

El cambio de fuerzas en la guerra mundial transformó el tablero internacional, en el cual, entonces, nuestro país debió reubicarse. Mientras Hitler se preparaba para suicidarse y los físicos yanquis probaban la bomba atómica que arrojarían sobre Hiroshima, el gobierno del General Farrell declaraba simbólicamente la guerra al Eje el 27 de marzo de 1945.

Adecuarse a la nueva situación implicaba además normalizar el país mediante un pronto llamado a elecciones. En la cena de camaradería de las Fuerzas Armas previa a la celebración del 9 de julio, el presidente Farrell anuncia la convocatoria a elecciones.

En medio de los primeros albores del alistamiento electoral arriba al país un nuevo embajador norteamericano, Spruille Braden. El Departamento de Estado lo envía a la Argentina con el propósito de unificar e impulsar a la oposición “democrática”, que s encontraba totalmente desorganizada.

Por el despacho de Braden empezaron a desfilar figuras de todas las gamas del arco iris político: desde los más conspicuos conservadores hasta los más rojos comunistas, pasando por radicales, socialistas y demoprogresistas.

La ofensiva pasada, en realidad, comenzó con el viaje de Braden a Santa Fe, donde había sido invitado por la Universidad del Litoral. Allí presidió varios actos opositores, todos muy virulentos, y luego regresó a Buenos Aires en tren. En Retiro fue ovacionado por una enorme multitud y entonces empezó a trazar su plan, que se irá cumpliendo en tres etapas:

1º. Un acto, el 1º de diciembre, en el Luna Park, convocado por el Partido Comunista. En esa ocasión, bajo las esfigies de Churchill, Roosevelt y Stalin se lanza la gran cruzada democrática.

2º. El 19 de septiembre se realiza la Marcha de la Constitución y la Libertad, donde desfilan los sectores del poder económico junto a los políticos más destacados y los funcionarios de las embajadas británicas y norteamericana, y se reclama el retorno a la democracia.

3º. El 8 de octubre estalla la fractura dentro del Ejército. El Coronel Perón es separado de todos los cargos –Vicepresidente, Ministro de Guerra y Secretario de Trabajo y Previsión- y conducido a la Isla Martín García en calidad de detenido.

Buenos Aires se transfiguró. La gente se abraza en la Bolsa de Comercio, los brindis se sucedían en el Barrio Norte y las flores cubrían la Plaza San Martín, mientras a lo largo de la Avenida Santa Fe los autos particulares rebosaban de banderas.

Pero otra Argentina iba a emerger esta vez. Al enterarse de la destitución de Perón, los obreros se autoconvocaron a lo largo y a lo ancho del Gran Buenos Aires.

El gobierno quedó tan dividido y desconcertado, como la conducción de la Central Obrera. El destino del país estaba en las calles y no en la Casa Rosada, ni en las instituciones sobre las que se había edificado la República y que ya no podían contener la nueva realidad que surgía.

La dirección de la C.G.T. vacilaba. El 16 de octubre se aprobó la declaración de una huelga general para el día 18 por el estrecho margen de 21 votos contra 19. Pero los trabajadores adelantaron la hora, y un día antes, el 17, abandonaron sus tareas y comenzaron a movilizarse. Eva Perón, que fue protagonista indiscutida de aquella jornada, relata así su experiencia:

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“Anduve por todos los barrios de la gran ciudad. Desde entonces conocí todo el muestrario de corazones que laten bajo el cielo de mi Patria.

A medida que iba descendiendo desde los barrios orgullosos y ricos a los pobres y humildes, las puertas se iban abriendo generosamente, con más cordialidad”.

(Perón, E., 1951, 42)

En tanto una multitud se iba reuniendo en torno a la Plaza de Mayo, y por la tarde ya eran centenares de miles. Su sola presencia profundiza la crisis en el gobierno.

Finalmente, Farrel aceptará en una entrevista todas y cada una de las exigencias de Perón, y a la noche, éste habló a la multitud desde los balcones de la Casa de Gobierno.

A partir de este momento, la participación descubre una nueva arma: la movilización. Y la Plaza de Mayo se convierte en un escenario calificado para medir fuerzas en la decisión política.

Al fin, el gobierno llama a elecciones, y el 24 de febrero de 1946, con 1.478.000 votos, los candidatos peronistas derrotaban a la Unión Democrática, que había acumulado 1.312.300. el Peronismo se imponía en todo el país, salvo en la provincia de Corrientes, baluarte del conservador liberal.

3. El Estado Social

En todo el mundo, los años treinta habrían de ser un periodo de intensa intervención del Estado en el alivio de las necesidades de la comunidad. En todos los países occidentales de larga tradición democrática se abandonaba el modelo del Estado ausente de la vida

económica y social. El Estado de Bienestar conducía un proceso de mediador en la distribución de los recursos de la Nación.

En Argentina, con la llegada del Peronismo al gobierno, el Estado se constituye en defensor de los derechos sociales y como garante de la Justicia Social, a la vez que reconocía que la protección social formaba parte de los derechos ciudadanos (García Delgado, 1989).

Con respecto a la conducción del gobierno, por primera vez en la historia del Estado argentino se realiza una tarea de planificación. La creación del Consejo Nacional de Posguerra en 1945, por el entonces Coronel Perón, es la primera iniciativa que se toma en este sentido. Luego, ya como Presidente, impulsará dos planes quinquenales, que recorrían no solo las áreas políticas y económicas, sino también la social y cultural. Un investigador alemán que estudió este periodo desde la perspectiva de las ciencias sociales concluirá acerca de la tarea cumplida:

“Los planes quinquenales figuran entre los logros más importantes del régimen. La importancia de tal logro solo se apreciará debidamente si se tiene en cuenta que por ese entonces se tenía bastante poca experiencia en materia de planificación del desarrollo de la sociedad en su conjunto. Si bien es cierto que antes de la Segunda Guerra Mundial ya había existido un plan hexanal mejicano, en 1933, un plan quinquenal turco, en 1934, y los célebres planes quinquenales de Stalin, los planes económicos y sociales solo se convirtieron en reconocidos instrumentos de la política de desarrollo hacia fines de la década del 40. Perón tiene el mérito de haber sido uno de los primeros estadistas del Tercer Mundo que

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reconocieron la importancia de tal instrumento y lo utilizaron en beneficio de su país”.

(Waldmann, 1981, 83)

En cuando a lo económico, la acción realizada puede sintetizarse en tres grandes objetivos:

1. Liquidación de la deuda externa y repatriación de las inversiones extranjeras.

2. Conquista de nuevos mercados fundamentales en América Latina.

3. Estímulo a las importaciones de bienes de capital y materias primas con el propósito de promover el crecimiento del sector industrial.

Con el objetivo de establecer un poder económico que permitiera emprender estos proyectos, el poder del Estado nacional se volcó hacia el dominio eminente de los factores claves de decisión. El camino de las nacionalizaciones fue la opción que siguió para alcanzar esta meta.

Los logros más importantes se alcanzaron en el campo del crecimiento industrial. En el periodo que va de 1948 a 1954, la actividad manufacturera registra el siguiente crecimiento:

1948 1954

Establecimientos 81. 900 151.800

Personal empleado 1.169.000 1.447.000

Valor de producción(en $ m/n)

23.100.000.000 80.900.000.000

Este crecimiento fue acompañado por una serie de emprendimientos energéticos que garantizaban el abastecimiento de

la infraestructura industrial. La nacionalización de los transportes y el desarrollo de innumerables obras públicas completarán el espectro de medidas concretadas. El plan siderúrgico concebido por Gral. Manuel Savio en 1947 fue el más importante de la época para el desarrollo de una industria pesada.

Este desarrollo económico fue acompañado por una acción social que tenía por objetivo distribuir más equitativamente el producto de este crecimiento.

En 1946, el ingreso nacional se repartía así:· Empresarios, profesionales, rentistas y propietarios recibían el

54,8% del ingreso nacional.· Los trabajadores recibían el 45,2 %.Esta política fue revertida a tal punto, que en 1954 los

trabajadores percibían el 56,4 % y los sectores del capital el 43,6 % (Chiessa, 1982).

Al mismo tiempo, el Estado desplegó una fuerte acción para atender las necesidades en el campo de la vivienda, la salud, el turismo, etc. En ella inauguró un modelo de intervención estatal en la atención de las necesidades más urgentes de la comunidad.

La acción social se complementó también con la tarea educativa desplegada fundamentalmente entre los sectores más postergados. Fueron creadas, aproximadamente, 8.000 escuelas primarias. Se construyeron más escuelas que en todos los periodos anteriores de la historia nacional. Al mismo tiempo, se buscó adecuar la educación a las necesidades de formación de mano de obra capacitada para el nuevo modelo industrial: se crearon escuelas técnicas y escuelas-fábricas, así como la Universidad Obrera Nacional, para que pudieran complementar sus estudios superiores aquellos trabajadores que habían recibido una capacitación práctica.

Pero quizás, en este plano, lo más importante fue realizar lo señalado en el Segundo Plan Quinquenal en la parte en que hablaba

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de “conformar una cultura nacional de contenido popular, humanista y cristiano, inspirada en las expresiones universales de las culturas clásicas y modernas y de la cultura tradicional argentina”.

La política exterior estuvo articulada desde la tercera posición, que implicaba una postura de no alineamiento frente a los dos bloques de pode establecimiento detrás de las grandes potencias triunfadores en la segunda guerra mundial. Al finalizar el conflicto, en la Conferencia de Yalta, las dos superpotencias vencedoras (Estados Unidos y la Unión Soviética) se repartieron las áreas de influencia que correspondía a cada una de ellas. Se trataba de aprovechar las brechas que se abrían en el espacio internacional para afirmar la voluntad de autonomía de los Estados del Tercer Mundo frente a los dictados de los dos centros de poder internacional.

En el ámbito latinoamericano, la línea de acción tendió a fortalecer la integración. Perón entabló negociaciones con el gobierno del Gral. Ibáñez, en Chile, y con Guido Vargas, presidente de Brasil, para proyectar una unión aduanera y un frente común de los tres pueblos que los llevara a una mayor integración económica, política y social. También consolidó los fuertes lazos de amistad con Bolivia y Paraguay.

La integración se encaró, no solo a nivel de los Estados, sino también desde las organizaciones sociales. Para consolidar los vínculos entre los trabajadores latinoamericanos, se formó el ATLAS (Agrupación de Trabajadores Latinoamericanos Sindicalistas). Los agregados obreros que se desempeñaban en las embajadas argentinas en el exterior eran el nexo entre la CGT y los representantes sindicales de los demás países.

4. Eva Perón y su lucha por la afirmación de la dignidad de los humildes

La acción de Eva Perón quedó grabada en el corazón de los sectores más postergados, como una cruzada de afirmación de su dignidad como hombres. Su tarea fue múltiple y tenaz. Pero quizás la labor desplegada en la acción social sea lo que aparece en un primer plano. En su tarea cotidiana en el Ministerio de Trabajo recibía permanentemente todas las inquietudes de aquellos que hasta entonces no habían encontrado un espacio donde ser escuchados. El nacimientote su vocación lo relata ella así:

“Perón solía decirme en 1945:- La justicia social exige una redistribución de

todos los bienes del país para que haya así menos ricos y menos pobres.

- Pero ¿Cómo podrá redistribuir los bienes del país un gobierno que no tenga en sus manos el poder económico?

- Por eso es necesario que yo dedique todos mis esfuerzos para asegurar la independencia económica del país. ¡Habrá que nacionalizar todo lo que sea un medio de dependencia económica y lo que importe una salida innecesaria de riqueza nacional! ¡Así habrá más bienes en el pueblo! ¡Así el pueblo tendrá lo que necesite, o por lo menos lo que a él le pertenece! Todo eso, claro está, llevará tiempo… Y muchos argentinos morirán todavía sin poder ver la hora de la Justicia!”

(Perón, E., 1951, 155)

De esta forma fue tomando fuerza la Fundación de Ayuda Social María Eva Duarte de Perón, que cumplirá una vasta misión en lo social, educativo, sanitario, turístico y recreativo. Entre sus múltiples realizaciones se encuentran los hogares de niños, de ancianos, etc.

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que venían a reemplazar a los viejos asilos, pues se estructuraban desde el reconocimiento de la familia como modelo de organización de la vida social. Se crearon igualmente hogares de tránsito para mujeres abandonadas. La Fundación encaró también la construcción de comedores escolares, jardines de infantes, colonias de vacaciones, hospitales, proveedurías, como obras destinadas a toda la comunidad.

Eva Perón revolucionó así la acción social en el país, marcando un corte profundo con la beneficencia tradicional que existía hasta entonces en el país. Sostenía básicamente que su acción no era limosna sino justicia. Como recuerda Waldmann:

“Esta fundación, creada en 1947, extendió rápidamente su campo de acción bajo la energía dirección de la esposa de Perón y se convirtió muy pronto en una obra asistencial de alcance nacional y, por momentos, también internacional. Allí donde se producían enfermedades, epidemias, catástrofes o cualquier tipo de necesidades o penurias, intervenía con rapidez y eficiencia la Fundación.” “Pero quizá la reflexión más sustanciosa que deja esta evaluación es que Eva Perón no se contentaba con mejorar la situación material de los individuos en cuestión, sino que procuraba estimular en ellos el sentido de dignidad o demostrarles que se los aceptaba como miembros de la comunidad, con todos los derechos que esa situación implicaba.”

(Waldmann, 1981, 151-2)

Otro aspecto relevante en que se destacó la tarea de Eva Perón, fue la reivindicación de los derechos de la mujer. Desde entonces la mujer irrumpe en las luchas sociales y políticas en forma creciente,

lo que quedará sellado en el reconocimiento de los ritmos derechos políticos a la mujer y al hombre.

Las mujeres votan por primera vez en las elecciones presidenciales del 11 de noviembre de 1951, que consagrará el triunfo de la fórmula Perón-Quijano por 4.744.803 votos contra los 2.416.712 de la fórmula Balbín-Frondizi. El importante aporte del voto femenino contribuyó a agigantar la diferencia a favor del Peronismo. En Capital Federal, por ejemplo, las mesas electorales masculinas habían dado resultados casi iguales; la ventaja estuvo en las mesas femeninas.

Eva Perón ha quedado en la historia argentina como un arquetipo que muestra los nuevos rumbos de la construcción del poder popular. En Eva Perón siempre fue muy claro que su misión dentro del Movimiento Peronista se ejercía en la construcción de las organizaciones del pueblo desde el llano y no desde el aparato social.

Desde esta perspectiva, había encarado ella el cometido de la Fundación y de la rama femenina del Movimiento. Y esta perspectiva se reafirma en el Cabildo Abierto del 22 de agosto de 1951 con motivo de su postulación a la Vicepresidencia de la Nación. Ella prefería seguir el desarrollando su misión en contacto directo con la gente, por lo que renuncia a presentarse como candidata en las elecciones.

Eva Perón murió el 26 de julio de 1952, presa de una cruel enfermedad. Una abundante lluvia cayó sobre Buenos Aires los días de su velatorio, lo que no amedrentó a los centenares de miles de sus seguidores que se encolumnaron para tributarle su homenaje final.

Una poeta que no era precisamente adicta a Eva, sucumbió al cabo de los años al influjo de su muerte y su mito y escribió versos que la historia quiere recoger aquí, en su ambigüedad, su ternura, amor y rechazo juntos:

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Eva

ICalleFlorida, túnel de flores podridasY el pobrerío se quedó sin madrellorando entre faroles sin crespones.Llorando en cueros, para siempre, solos.

Sombríos machos de corbata negrasufrían rencorosos por decretoy el órgano por Radio del Estadohizo durar a Dios un mes o dos.

Buenos Aires de niebla y de silencio.El Barrio Norte tras las celosíasencargaba a París rayos de sol.La cola interminable para verlay los que maldecían por si acasono vayan esos cabecitas negrasa bienaventurar a una cualquiera.

Flores podridas para Cleopatra.Y los grasitas con el corazón rejado,rejado en serio. Huérfanos. Silencio.Calles de invierno donde nadie pregonaEl Líder, Democracia, La Razón.Y Antonio Tormo calla “amémonos”.

Un vendaval de luto obligatorio.Escarapelas con coágulos negros.El siglo nunca vio muerte más muerte.Pobrecitos rubíes, esmeraldas,visiones ofrendados por el pueblo,

sandalias de oro, sedas virreinalesvacías, arrumbadas en la noche.Y el odio entre paréntesis, rumiandovenganza en sótanos y con picana.

Y el amor y el dolor que eran verasGimiendo en el cordón de la vereda.Lágrimas enjuagadas con harapos.Madrecita de los Desamparados.

Silencio, que hasta el tango se murió.Orden de arriba y lágrimas de abajo.En plena juventud. No somos nada.No somos nada más que un gran castigo.Se pintó la República de negromientras te maquillaban y enlodaban.En los altares populares, santa.Hiena de hielo para los gorilaspero eso sí, solísima en la muerte.Y el pueblo que lloraba para siempresin prever tu atroz peregrinaje.Con mis ojos, la vi, no me vendieronesta leyenda, ni me la robaron.

Días de julio del 52¿Qué importa dónde estaba yo?

II

No descanses en paz, alza los brazosno para el día del renunciamientosino par juntarle a las mujerescon tu bandera redentoralavada en pólvora, resucitando.

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No sé quién fuiste, pero te jugaste.Torciste el Riachuelo a Plaza de Mayo,metiste a las mujeres en la historiade prepo, arrebatando los micrófonos,repartiendo venganzas y limosnas.Bruta como un diamante en un chiquero¿quién va a tirarte la última piedra?

Quizás un día nos juntemospara invocar tu insólito coraje.Todas, las Contreras, las idolatras,las madres incesantes, las rameraslas que amaron, las que te maldijeron,las que obedientes tiran hijosa la basura de la guerra, todaslas que ahora en el mundo fraternizansublevándose contra la aniquilación.

Cuando los buitres te dejen tranquilay huyas de las estampas y el ultrajeempezaremos a saber quién fuiste.Con látigo y sumisa, pasiva y compasiva,Única reina que tuvimos, locaque arrebató el poder a los soldados.Cuando juntas las reas y las monjasy las violadas en los teleteatrosy las que callan pero no consientenarrebatemos la liberaciónpara no naufragar en espejitosni bañarnos para los ejecutivos.Cuando hagamos escándalo y justiciaEl tiempo habrá pasado en limpioTu prepotencia y tu martirio, hermana.

Tener agallas, como vos fuiste,fanática, leal, desenfrenadaen el candor de la beneficenciapero la única que se dio el lujode coronarse por los sumergidos.Agallas para defender a muerte.Agallas para hacer de nuevo el mundo.Tener agallas para gritar bastaaunque nos amordacen con cañones.

María Elena Walsh

Eva Perón ha sido uno de esos personajes de nuestra historia que más polémica ha generado.

“Sin embargo, hoy, con una visión, con una imagen distinta en las nuevas generaciones “puras” de las antinomias, virtualmente nadie hoy discute a Evita como a la mujer militante que forma parte del sentimiento popular. Ni sus más encarnizados opositores o adversarios de los años 50 pueden negarle hoy un importante lugar en la “historia del Pueblo”.

(Ferioli, 1990, 174)

5. De la democracia política a la democracia social

La acción desplegada por el movimiento peronista en el ámbito institucional tendió a extender la participación del pueblo total en el sistema político vigente. El voto de la mujer, la elección directa, la nacionalización de los territorios nacionales fueron algunas decisiones que permitieron llenar los espacios de la estructura política con lo que puede llamarse un “protagonismo masivo”. Pero,

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simultáneamente, se abrieron también nuevos cauces de participación desde las organizaciones sociales.

El sistema institucional argentino fue la culminación de la tarea de los hombres que a mediados del siglo XIX dotaron al país de una estructura para administrar sus recursos naturales. Pero en muchas ocasiones se mencione este proceso como el de la “Organización Nacional”, cuando, en realidad, no se organizó entonces la Nación, sino solamente el Estado. Refiriéndose a este periodo, dirá Perón:

“En aquella época el país se organizó institucionalmente. Se constituyó un Estado Federal y varios Estados Provinciales, manteniéndose algunos otros llamados gobernaciones. Pero el país, siguió sumido en la misma anarquía que antes en razón de que sus fuerzas populares, vale decir, las fuerzas nacionales, en manera alguna se organizaron”.

(Perón, 1953)

La organización nacional, en suma, no consiste exclusivamente en institucionalizar el Estado y el gobierno, sino también, necesariamente, en la organización subjetiva o interior del sujeto social constructor de su Nación. Hay que encontrar, pues, canales de participación protagónica que permitan a la voluntad colectiva expresare como poder.

Hasta entonces, lo único organizado en la vida social era el Estado, los partidos políticos y los factores de poder, que actuaban, todos ellos, en la estrecha franja de las “elites” dirigentes.

De aquí que la forma Movimiento que asume el Peronismo se convierte en el agente histórico capaz de encarar la organización de la Nación en ese momento histórico. La forma Movimiento no sólo

es capaz de contener la dinámica de la realidad de todos los sectores sociales, sino que atiende a un mismo tiempo a dos objetivos:

· el desarrollo de la organización social del pueblo; y· la creación de una herramienta política que desarrolló la lucha

por el poder en el seno del Estado.Mirando el tejido social desplegado entonces, se descubre una

vasta constelación de organizaciones sociales articuladas como poder en el conjunto de la sociedad. Eva Perón se reservó un papel central en la conducción de esta trama del poder social, como fue el caso de la Fundación de Ayuda Social, que en ningún momento fue una institución del Estado. Pero es preciso contemplar, además, la organización gremial, las organizaciones empresarias, docentes, estudiantiles y, fundamentalmente, un despliegue masivo en el territorio a través del fomento de organizaciones de los núcleos barriales: sociedades de fomento, clubes deportivos y sociales, que crecen simultáneamente en todo el territorio nacional y que permanecerán y crecerán más allá del paso del Peronismo por el aparato del Estado.

Para visualizar como proponía Perón la articulación entre Gobierno, Estado y Organizaciones Sociales, transcribimos a continuación algunos párrafos del Mensaje pronunciado el 1º de mayo de 1954, al inaugurar el nuevo periodo de sesiones legislativas en el Congreso Nacional.

“No deseo terminar la primera parte de este mensaje sin dejar establecidas algunas normas que juzgo conveniente y necesario establecer para nuestra acción futura, solidaria y común.

1º - Es necesario y urgente que las organizaciones del pueblo, sociales, económicas, políticas y culturales, se desarrollen y consoliden en toda la Nación, siguiendo, en lo posible el sistema de nuestra organización política federal.

2º - El Gobierno anhela que las organizaciones del pueblo actúen libremente. No les imponemos más que la condición legal de que concurran

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a afianzar, en el orden interno y en el orden internacional, la justicia social, la independencia económica y la soberanía política de nuestro pueblo.

3º - Resulta imprescindible, por lo tanto, que todas las organizaciones del pueblo conozcan y comprendan los principios fundamentales de la Doctrina Nacional.

Ella les dará unidad de concepción para realizar sus fines con unidad de acción y les facilitará la convivencia solidaria con las demás organizaciones del pueblo.

4º - Las instituciones sociales, económicas, políticas y culturales de la Nación no deben olvidar que ellas personifican al pueblo.

Son el cuerpo del pueblo argentino, vivificado por el espíritu de la Doctrina Nacional.

Estas condiciones establecen por sí mismas la responsabilidad que han asumido.

5º - Es aconsejable que las organizaciones del pueblo se desarrollen sobre los principios organicofuncionales de simplicidad, objetividad, perfectibilidad y estabilidad impuestos por la experiencia universal en todas las organizaciones que han cumplido eficientemente las finalidades que inspiraron su creación.

6º - Es necesario coordinar las funciones que cumplen las organizaciones del peublo.

Esta tarea de coordinación debe ser llevada a cabo por las mismas organizaciones de pueblo conducidas por el Gobierno.

Deberán armonizar para ello sus funciones sociales, económicas, políticas o culturales. Deben tener en cuenta que una organización del pueblo es solo “preponderantemente” social, o económica, o política, o cultural; pero que ninguna de ellas es “absoluta y totalmente” social o económica, o política o cultural.

La Confederación General del Trabajo, por ejemplo, es una organización preponderantemente social, pero pude considerar sin ningún inconveniente, con la Confederación General Económica, los problemas de la producción, que son prevalentemente económicos.

Por todos estos caminos será posible que alcancemos el ideal que venimos acariciando desde 1943, cuando la revolución decidió propugnar

“la unión de todos los argentinos”, ideal que aparece repetido centenares de veces en nuestra prédica y en nuestra acción hasta configurar incluso el primer objetivo fundamental del segundo Plan Quinquenal, que nos señala como un imperativo nacional “conformar la unidad del pueblo argentino” sobre las bases de la Constitución Nacional.

7º - Señalo también como absolutamente necesario acordar la acción de las organizaciones del pueblo con las que deben cumplir concomitantemente, y según sus propias responsabilidades, los organismos de conducción y de ejecución del Gobierno y del Estado.

Esta norma determina implícitamente la necesidad de armonizar las estructuras orgánicofuncionales del Gobierno y del Estado con las estructuras orgánicofuncionales del pueblo.

El Poder Ejecutivo se propone enviar próximamente al Congreso Nacional el proyecto de ley que modifica la actual organización de los ministerios, ley que al mismo tiempo reducirá los gastos de nuestra burocracia administrativa y facilitará el entendimiento armónico del pueblo con las organizaciones simples y objetivas del Gobierno y del Estado.

Si el pueblo, el Estado y el Gobierno se dedican a cumplir solidariamente las medidas que acabo de enunciar, dentro de poco tiempo ningún problema fundamental argentino será difícil de resolver con equidad.

Realizaremos entonces el ideal de nuestro sistema de gobierno. Gobernaremos libremente elegidos por un pueblo libre por su justicia social, por su independencia económica y por su soberanía política.

Gobernaremos con el pueblo, con la “participación en el Gobierno” de sus organizaciones responsables.”

6. La Conspiración

El bloque de la oposición trabajó durante todo este tiempo intentando desplazar al Peronismo del gobierno. Pero en el campo de

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la confrontación electoral, este objetivo se tornaba cada vez más inalcanzable.

Si bien el golpe militar de 1951 había fracasado, la gran ofensiva opositora tomará cuerpo a fines de 1954 y girará en torno de dos cuestiones: los contratos petroleros y el conflicto con la Iglesia.

Luego de encendida la tormenta, los hechos terminaron por crear en el país un clima irrespirable. Los templos propendían a convertirse en tribunas de crítica política y por ellos desfilaron anticlericales que no los habían visitado nunca. El día de Corpus, toda la oposición desfila por las calles de Buenos Aires y convierte la festividad religiosa en una de las más importantes manifestaciones contra el gobierno.

El 16 de junio estalla la primera sublevación. Una escuadrilla aero-naval, que participaba en un homenaje en Plaza de Mayo, bombardea a la multitud y causa muchas víctimas inocentes. La rebelión fracasa, pero no obstante se van profundizando las cicatrices dejadas en la sociedad argentina.

El 16 de septiembre, tres meses después, se produce la revolución militar. Nuevamente se reitera algo que ya había sucedido en 1930, cuando se dio el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen. Las fuerzas leales contaban con superioridad militar. Pero Perón decide retirarse para evitar una lucha que desangraría al pueblo argentino. El pensamiento que lo animaba lo recordará luego en múltiples oportunidades:

“Si tenemos razón, hemos de volver, y si no tenemos razón, es mejor que no volvamos”.

(Perón, 1972)

Los sectores sociales desplazados en 1945 se vuelcan a las calles para celebrar la caída del gobierno peronista. Ernesto Sábato, que seguía desde Salta las alternativas del levantamiento, relata las

contradicciones que encerraba este festejo. En su misma casa, al tiempo que en la sala de todos se felicitaban eufóricos por la destitución (Sábato, 1965). Y el mismo dolor era perceptible en las barriadas obreras de Buenos Aires, Rosario y Córdoba, así como en los ranchos santiagueños y tucumanos. Estas imágenes sirven para ilustrar que no solo se trataba de un cambio de gobierno, sino de una transformación de la estructura del poder.

Autoevaluación

- ¿Qué objetivos perseguía la revolución del 4 de junio de 1943?-¿Qué medidas adoptó el gobierno militar? Distingue las

diferencias áreas:a) economía;b) educacional;c) política;d) social.- ¿Cómo se alinearon los diferentes sectores políticos y sociales

ante la situación producida en 1945?- ¿Qué alternativas de solución del conflicto entablado se

buscaron?- ¿Qué nueva forma de intervenir y luchar por el poder se

descubre en los días de octubre de 1945?- ¿Qué significa el Estado Social? ¿En qué se diferencia de la

función tradicional que encaró el Estado desde la visión liberal?- ¿Cuáles fueron las líneas de acción centrales que desplegó el

gobierno peronista?- ¿En qué ámbito trabajó Eva Perón? Sintetice brevemente el

lugar desde donde desplegó su tarea central.

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- Tomando en cuenta lo perfilado por Perón desde el gobierno, ¿dónde se asienta el eje del poder popular:

a) en el gobierno;b) en el Estado;c) en las organizaciones sociales?Explique el fundamento de la respuesta correcta- ¿Qué intereses políticos y económicos confluyen en la

revolución de 1955?

Referencias

Cerruti, Costa, L. (1957) El sindicalismo, las masas y el poder. Ed. Trafac, Bs.As.

Chiessa, C. (1982) Iglesia y poder. Ed. Cios. Cuadernos de Iglesia y Sociedad, Nº 1, Bs. As.

García Delgado, D. (1989) Raíces cuestionadas: la tradición popular y la democracia. Tomo 2. Centro Editor de América Latina. Bs. As.

Fayt, C. (1967) La naturaleza del Peronismo. Ed. Viracocha, Bs.As.

Floria, C. y García Belsunce, C. (1989) Historia política de la Argentina contemporánea, 1880-1983. Ed. Alianza, Bs.As.

Ferioli, N. (1990) La Fundación Eva Perón. Centro Editor de América Latina, Bs.As.

Perón, E. (1951) La razón de mi vida. Ed. Peuser, Bs.As.Perón, J.D., Conferencia con los representantes de la prensa

extranjera en el restaurante Nino, 23-XI-1972. Mensaje en el Luna Park el 11 de noviembre de 1953.

Sábato, F. (1965) El otro rostro del Peronismo. Ed. del Autor, Bs.As.

Waldmann, P. (1981) El peronismo 1943-1955. Ed. Sudamérica. Bs.As.

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Unidad 17

Entre golpes militares y democracias desteñidas

1. “Revolución Libertadora”

El 22 de septiembre de 1955, el General Lonardi asume la presidencia provisional de la Nación. El nuevo presidente, un nacionalista católico intenta ubicarse por encima de las profundas contradicciones que desgarraban al país, y, retomando la frase de Urquiza, proclama que en esta lucha no hay “ni vencedores ni vencidos”. Intenta desde esta postura promover una línea conciliadora, que respete las claves de articulación del sistema depuesto. El 23 de septiembre, dirigiéndose a los trabajadores dirá: “Deseo la colaboración de los obreros, y me atrevo a pedirles que acudan con mí la misma confianza que lo hacía con el gobierno anterior”.

Pero esta política ignoraba las fuerzas reales sobre las que se apoyaba el movimiento revolucionario, y, cuando Lonardi pretendió instrumentar las intenciones proclamadas en sus discursos, chocó con la cerrada oposición de quienes habían intervenido en la revolución como medio para eliminar de la escena el último rastro del peronismo.

El efímero gobierno nacionalista acabará el 13 de noviembre, cuando el Gral. Pedro Eugenio Aramburu, Jefe del Estado Mayor del Ejército, asume la presidencia apoyado por el grupo de militares liberales y marcadamente antiperonista que contaban con el apoyo de

los partidos políticos. El poder del sector que asume el Gobierno en el mes de noviembre tenía su centro en la Mamante Guerra, y se vio fortalecido en el Ejército por la reincorporación de los oficiales que habían participado en la fallida revolución de 1951.

Esta tendencia liberal estuvo representada desde el primer momento del Gobierno Revolucionario por el Vicepresidente, el Almirante Isaac Rojas, y logró avanzar mediante la creación, el 10 de noviembre, de la Junta Consultiva Nacional, que, integrada por todos los partidos democráticos y presidida por el Vicepresidente, debía asesorar al Gobierno. En realidad, su verdadero objetivo era contrarrestar el poder de los nacionalistas que rodeaban a Lonardi afirmando una línea liberal y “democrática”.

Aramburu y Rojas emprendieron una etapa diferente, que se caracterizó por el intento de eliminar muchos de los rasgos novedosos que habían aparecido en el sistema político argentino y restaurar el viejo orden liberal.

El 16 de noviembre se interviene a la CGT y se encarcela a sus dirigentes. A fines de noviembre se disuelven el Partido Peronista y la Confederación General Económica, que nucleaba a los empresarios locales y se dictó la ley 4141, que prohibía el uso de símbolos y emblemas partidarios. La Marcha Peronista fue incluida en la prohibición, y cantarla podía acarrear severas sanciones. El gobierno liberal reabre el penal de Ushuaia, y allí se envía a los dirigentes del peronismo.

En lo económico, se aplicará el plan diseñado por Raúl Prebisch, cuyo objetivo central era fortalecer la estructura productiva agroexportadora con la consigna de “vuelta al campo”.

“A partir de 1955, se fue desmantelando paulatinamente el control de precios para la comercialización interna de artículos de primera necesidad de manera tal que los precios de la

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producción agropecuaria vendida internamente pudiera ascender libremente bajo el aumento de la devaluación monetaria y el aumento de los precios de exportación”.

(Ferrer, 1982, 215)

La idea de resolver nuestros problemas económicos aumentando las exportaciones de productos agropecuarios era uno de los ejes fundamentales del plan Prebisch. La polémica entre el logro de un desarrollo industrial autónomo y el modelo agroexportador se volvía a plantear con el retorno al poder de los beneficiarios de la riqueza agropecuaria.

En el campo educacional y periodístico también hubo exclusión de personalidades afines al régimen depuesto. De las universidades son expulsados los profesores “flor de ceibo”, denominados así por su identificación con lo nacional. El socialista José Luis Romero es designado interventor en la Universidad de Buenos Aires, Ismael Viñas, secretario de la Intervención.

A cada partido político se le entregó un órgano de prensa de los que integraban la cadena oficial, y ello se llevó a cabo mediante la designación de interventores y directores dependientes del Ministerio del Interior. “La Razón” se entregó a los radicales; “La Época”; a los socialistas; y la Prensa retornó a sus antiguos dueños, la Gainza Paz.

Pero la cuestión central que quedaba pendiente era la estabilidad política. Si el liberalismo no planteaba problemas para su aplicación en lo económico y social, el drama se le presentó al gobierno cuando trató de restaurarlo en lo político.

El 1º de mayo de 1956, coincidiendo con el aniversario del pronunciamiento de Urquiza, el Gobierno dictó un decreto por el cual se restituía la vigencia de la Constitución de 1853. De esta forma se dejaban de lado las reformas introducidas en la Convención Constituyente de 1949, que había incorporado los derechos sociales

al texto, así como el proceso de nacionalización de recursos esenciales y declaración de la propiedad como bien social.

En este momento, la alternativa de sancionar una nueva Constitución se presentaba como el camino más propicio para los planes electorales del Gobierno. Una elección de convencionales constituyentes no ofrecía mayores riesgos y permitía realizar lo que Ghioldi denominó un “recuento globular”.

Las elecciones se realizaron el 28 de julio de 1957, y ellas mostraron que el fenómeno del Peronismo seguía vigente en grandes sectores de la población. Los votos en blanco obtuvieron el primer lugar con 2.119.147 votos, la Unión Cívica Radical del Pueblo alcanzó el segundo lugar con 2.117.150 votos y la Unión Cívica Radical Intransigente el tercero con 1.821.459 votos.

La Convención Reformadora se reunió el 30 de agosto en Santa Fe. Los convencionales de la Unión Cívica Radical Intransigente, que ya se había alejado del gobierno, la impugnaron y se retiraron. La Convención, en minoría, declara la nulidad de las reformas de 1949. Tras dos meses de funcionamiento, se aprueba la incorporación del artículo 14 bis, de los derechos sociales. Y, por último, ante el retiro de un reducido grupo de convencionales demócratas y radicales sabatinistas, la Convención termina por disolverse el 14 de noviembre de 1957.

La vigencia del Peronismo, al que se buscaba erradicar, no solo perdurará en el número de seguidores, sino también en la crisis que se subsistencia como partido mayoritario generó en todas las fuerzas políticas.

En el seno del Radicalismo, esta crisis tuvo mayor repercusión por su peso considerable como partido allí se enfrentaron dos posturas que darán lugar a una fractura:

· Los unionistas y sabatinistas cordobeses convergieron en la luego denominada Unión Cívica Radical del Pueblo, liberada por

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Ricardo Balbín. Este sector apoyó sin reservas a la Revolución Libertadora y se convirtió en el partido oficial, al que el gobierno deseaba transmitirle el mando. En este sentido, el hecho auspicioso era que, ante la abstención del peronismo, la UCRP, ocupaba el segundo puesto. Si se reiteraban las mismas condiciones, el balbinismo se convertiría en el heredero del gobierno militar.

· Los Intransigentes, en cambio, conducidos por Arturo Frondizi, eran más críticos del gobierno, y postulaban la formación de un frente nacional. De este sector surgirá la Unión Cívica Radical Intransigente.

Dentro del Conservadorismo se produce también una escisión por el mismo motivo. Una rama popular encabezada por Vicente Solano Lima buscará acercarse a los planteos del Peronismo.

Con retraso, pero también inspiradas en la misma causa, se producirán divisiones en el Partido Socialista y, tiempo después, en la Democracia Cristiana.

En cuanto al Peronismo, que había sido duramente castigado mediante la fuerte represión de sus cuadros dirigentes, sufrirá un doble proceso.

· En las bases, las persecuciones y la propaganda operaran como un bumerang: los trabajadores se galvanizarán en su peronismo.

· A nivel de los dirigentes, surgirá una nueva generación que no había vivido la etapa anterior y que se encuadraba en moldes organizativos conformados en lo que se llamó la Resistencia. Con Perón en el exilio y el Movimiento de la ilegalidad, se había trabajado desde el llano centrando la labor en los gremios y en los barrios.

Intervenida la CGT legal, se forma la CGT “negra”, que funciona como un sindicalismo paralelo, que reúne a los delegados y a las “bases” peronistas. La Revolución entrega los gremios a sindicalistas

adictos, en su mayor parte socialistas y comunistas; pero cada vez que hay elecciones gremiales, el Peronismo triunfa.

Luego de la experiencia de las elecciones constitucionales, en que, gracias a la abstención del Peronismo, la Unión Cívica Radical del Pueblo obtuvo el primer puesto, el gobierno lanza el llamado a elecciones presidenciales, especulando con que se volvería a repetir lo sucedido. Pero el apoyo del Peronismo a la candidatura de Frondizi desbarató los planes gubernamentales. Pocos días antes de la elección, Perón envió una carta en que anunciaba la directiva de apoyar a Frondizi.

El 23 de febrero de 1958, la fórmula Frondizi-Gómez, de la Unión Cívica Radical Intransigente, obtenía 4.049.230 votos, contra 2.416.408 de la Unión Cívica Radical del Pueblo. Frondizi, con su asesor Rogelio Frigerio, se habían acercado a posiciones nacionales y proponían el fin de toda legislación proscriptiva y un programa económico industrialista. El Peronismo proscripto había orientado su voto en un doble sentido: primero, bloqueando los planes del régimen, y en segundo lugar apoyando al candidato que le permitía recobrar su organización y poder. La victoria de Frondizi se debió a que constituía una salida en cierto modo legal a la decisión de la mayoría de pronunciarse contra la “absurda tentativa de devolverle al país su estructura pre-peronista.” (Halperín Donghi, 1961, 78).

2. El Desarrollismo

En su mensaje del 1º de mayo de 1958, al inaugurar la Asamblea Legislativa, dirá el Presidente Arturo Frondizi:

“Frente a nosotros, a partir de este momento, dos perspectivas se abren para nuestra Patria; o

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seguimos paralizados en nuestro desarrollo, empobreciéndonos paulatinamente, estancados en nuestras pasiones y descreídos de nuestra propia capacidad, y nos despeñamos en el atraso y la desintegración nacional; o, en cambio, cobramos conciencia de la realidad, imprimimos un enérgico impulso y nos lanzamos con decisión y coraje a la conquista del futuro por el camino del progreso y la grandeza del país”.

(Odena, 1977, 108)

La propuesta que impulsa el Desarrollismo contiene una apreciación de la situación mundial fundada en tres premisas básicas:

1. El desarrollismo económico de los países atrasados es un proceso necesario e inevitable en la era de superproducción que se vive.

2. El fin de la guerra fría (se vivían años de distensión desde la coexistencia pacífica de los EE.UU. y la URSS) libera en ambos mundos recursos que se pueden orientar a las áreas marginales.

3. La lucha por la paz social, el desarrollo y el bienestar en una empresa en que deben participar todos los sectores de la vida nacional.

Estos objetivos se expresan en la búsqueda del desarrollo y la integración nacional, que requieren el marco de la convivencia democrática para su logro.

Pero en nuestro país no se contaba con capital suficiente para impulsar este desarrollo, por lo que el financiamiento de esta empresa debía provenir, en primer lugar, de una restricción transitoria del consumo y, fundamentalmente, de la incorporación de capital internacional en la medida que permitiera grandes rápidas inversiones iniciales en sectores básicos. Por esto, y sobre la base del

análisis internacional mencionado anteriormente, se propone una alianza estrecha con los Estados Unidos.

Para comprender el marco en que se postula este proyecto es preciso tener en cuenta que se trataba de una política a nivel continental, impulsada por Estados Unidos, la Alianza para el Progreso, que también era aplicada en otros países de América Latina.

Un vasto arsenal teórico apuntalaba esta propuesta. Las teorías del Desarrollo ocupaban a fines de la década del cincuenta la mente de la mayor parte de los científicos sociales.

La inteligencia oficial argentina es captada por este modelo que, proponiendo un cientificismo estricto, reproduce los métodos, carreras, temas de investigación y problemáticas generados en el marco de la sociología norteamericana, núcleo articulador de este pensamiento.

En 1958, se crea la Universidad de Buenos Aires, la carrera Sociología, dirigida por Gino Germani, un fiel discípulo del funcionalismo estructuralista norteamericano. El eje temático de esta visión propone una lectura de la historia contemporánea como la transición de una sociedad tradicional a la sociedad moderna, tránsito, éste, que ya habían realizado las sociedades avanzadas del hemisferio norte, donde todos encontrarán prefigurando su devenir.

Frondizi ejecutó este proyecto enfrentando en primer lugar el problema petrolero mediante la firma de contratos con empresas extranjeras. Atrás había quedado el Frondizi que había atacado los contratos con la California en 1954; y este Frondizi renovado entregará la extracción del petróleo a las empresas norteamericanas.

En estos años también se firmó un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, se liberaron los cambios, se bajaron los salarios y se abrió el país a la inversión extranjera, particularmente en los sectores básicos. Esta política encontró una oposición

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enconada, que usó los mismos argumentos que Frondizi empleara en el pasado. Los contratos petroleros se concretaron sin aprobación legislativa, y éste será el argumento que invocará el gobierno de Illia, pocos años después, para declararlos nulos por falta de sustento legal.

Las medidas económicas tomadas por el gobierno de Frondizi resultaron a la postre más impopulares que las de la misma Revolución Libertadora. Aumentaron las tensiones sociales ante los reclamos obreros de actualización de sus salarios frente a la inflación creciente. Los trabajadores realizaron huelgas masivas, algunas de las cuales alcanzaron contornos violentos. En enero de 1959, la huelga que estalla en el Frigorífico Lisandro de la Torre es reprimida por los tanques del Ejército.

La política del gobierno ante la inquietud social creciente será finalmente la represión. El 13 de marzo de 1960, se decide aplicar el Plan Conintas, previsto para casos de conmoción interna del Estado.

Las Fuerzas Armadas había entregado el gobierno al presidente civil, pero la tácita condición de que el magistrado no se apartara de los objetivos trazados por la Revolución Libertadora. El contexto político e ideológico que enmarcaba la relación del Presidente con las Fuerzas Armadas estaba fundado en el compromiso de aquél de no interferir en el funcionamiento investidas de la misión de vigilar los actos del Presidente.

Todo el periodo de gobierno estuvo jalonado con planteos militares –los que llegaron a 34- y pronunciamiento extemporáneos de jefes militares que actuaban independientemente del resto de sus camaradas de armas.

El 18 de marzo de 1962, se realizaron elecciones para gobernadores y renovación parcial de las Cámaras. El gobierno, que desde el inicio de su gestión había prometido el levantamiento de la proscripción del Peronismo, cumple con su promesa.

“El Frente Justicialista ganó 10 a las 14 gobernaciones en juego. Se podían aceptar peronismos como los de Salta, Jujuy o San Juan, pero resultaba intolerable la victoria de Andrés Framini, dirigente nacional del gremio textil, en la Provincia de Buenos Aires”.

(González Esteves, 1982, 771)

Se inicia inmediatamente una grave crisis política. El gobierno interviene las provincias donde había triunfado el Peronismo. Pero esta medida del Presidente no basta para calmar el ánimo de los militares, quienes exigen la renuncia de Frondizi. Este se niega a renunciar, por lo que es depuesto el 29 de marzo de 1962 y recluido en la isla Martín García.

“Detenido el titular del Ejecutivo, el país estuvo, por varias horas, sin gobierno hasta que el presidente provisional del Senado, José María Guido, decidido a asumir la primera magistratura, juró ante la Corte Suprema”.

(Etchepareborda, 1982, 708)

Esto tomó por sorpresa a los Comandantes, quienes, finalmente, optaron por reconocer al nuevo presidente, luego de imponerle alunas condiciones que garantizaron la exclusión política del Peronismo.

Ante el avance de los comandantes militares al primer plano de escena política, creció la discusión en el seno de las Fuerzas Armadas. La lucha entre sectores alcanzó gran virulencia, y llegó inclusive a enfrentamientos armados entre los bandos. Existían dos

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posturas bien diferenciadas que asumieron para su identificación distintos colores:

· Los azules, que afirmaban que la solución pasaba por el mantenimiento de la pseudolegalidad existente; para ellos, las Fuerzas Armadas debían desempeñar un papel eminentemente profesional y mantenerse solo como árbitros del proceso político desde una prudente retaguardia;

· Los colorados, en cambio, eran partidarios de una dictadura que impidiera el retorno del Peronismo. Este sector particularmente numeroso en la Marina de Guerra.

Finalmente, y luego de diversos enfrentamientos, los azules, comandados por el General Juan Carlos Onganía, imponen su decisión, sintetizada en el célebre comunicado 150:

- subordinación al orden civil;- retorno a la ley y la Constitución;- llamado a elecciones.Todos estos cabildos solo se desarrollaban en la estrecha franja

de los dirigentes militares y algunos de sus asesores civiles, mientras la población asistía perpleja a esta disputa, en medio de una situación de gran deterioro económico. La crisis se abatía sobre el país, la desconfianza de los inversores y la fuga de capitales habían agravado la situación financiera. El Ministro de Economía, Álvaro Alsogaray, afirma el 7 de mayo de 1962 que el Estado estaba al borde de la bancarrota.

“El pueblo, la opinión pública, los ciudadanos eran mudos testigos y víctimas. Los argentinos, sobre todo los de condición modesta, golpeados por las crisis económicas, pensaban antes que nada en sobrevivir. El escepticismo de las capas populares, que no esperaban nada del régimen que había echado a Perón, y que confiaban en su

hipotético retorno, se hacía más militante y más amargo”.

(Rouquié, 1982, 204)

Al amparo del Ejército “azul”, Guido convoca a elecciones presidenciales para el mes de julio de 1963.

3. Gobierno de Arturo Illía

Finalmente, para la contienda electoral se proscribe al Peronismo, y también se prohíbe la presentación de candidatos oriundos de esta vertiente en las listas de cualquiera de los partidos.

Ante la proscripción del partido mayoritario, la Unión Cívica Radical del Pueblo se impone con el apoyo de apenas el 22 % del electorado. La campaña electoral del Dr. Arturo Illia, médico sabatinista oriundo de Cruz del Eje, se había realizado, bajo el signo del nacionalismo antiimperialista, rechazando las imposiciones del FMI y denunciando los contratos petroleros firmados por el Dr. Frondizi. Una de las primeras medidas del gobierno al asumir será la anulación de todos los contratos de explotación suscritos durante el gobierno anterior.

La política económica que aplica el gobierno radical encontrará serias resistencias en los sectores del trabajo, cuyas organizaciones se habían consolidado bajo la conducción del dirigente metalúrgico Augusto T. Vandor. En 1964, la CGT lanza un Plan de Lucha, en virtud del cual los obreros ocuparon 11.000 establecimientos en apoyo de sus reivindicaciones sectoriales.

En líneas globales, se puede afirmar que la política económica del Radicalismo, consciente de sus límites, se sujetó a un reformismo

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gradualista que guardó distancia tanto de restauración liberal como del desarrollismo y el distribucionismo peronista.

El gobierno de Illia creó una atmósfera de libertad política y cultural y postuló el retorno al gobierno de la ley. Pero, nuevamente el “problema peronista” volvió a revelar la frágil consistencia de estos deseos y del nudo de presiones que se enfrentaban para impedir su satisfacción.

Todo el Peronismo había reclamado el retorno de Juan D. Perón al país, como consigna, desde 1955. El gobierno, rescatando el espíritu democrático, afirmó que no había ningún obstáculo para el retorno del ex presidente al país.

Vandor, mientras tanto, planeó una operación para efectivizar el retorno de Perón a la Argentina. Pero solo para mostrar –se dijo- que tal retorno era imposible y, de paso para destruir el mito de su regreso y proponerse él como alternativa en la conducción del Peronismo, emancipado de la tutela de su fundador.

Perón, con un mínimo esfuerzo, demostrará la falsedad de los argumentos esgrimidos haciendo ver la realidad sin engaños. El 2 de diciembre, aborda en Madrid el vuelo 901 de Iberia, y al llegar el avión a Río de Janeiro es detenido y, ante el reclamo del gobierno argentino, obligado a regresar al lugar de origen.

Con todo, en noviembre de 1964 se levantaron las proscripciones al Peronismo y al Comunismo. En las elecciones provinciales volvió a aparecer aquel con su fuerza electoral, y los intentos de fracturar sus estructuras políticas se mostraron insuficientes para dominar la maquinaria electoral.

“El proceso político estaba viciado, y el tema de la falta de representatividad de quienes eran elegidos para las funciones gubernamentales cobraba importancia crucial. La realidad colocaba a las Fuerzas Armadas en el centro de la crisis.

Mendoza había demostrado la inconsistencia de la ilusión de la incorporación definitiva al juego democrático del neoperonismo. El Peronismo ortodoxo y la posibilidad de su acceso al poder en el curso de las etapas electorales de 1967 y 1969 constituían una espina clava en la garganta de las Fuerzas Armadas que les resultaba imposible digerir”.

(Fayt, 1967, 17)

Ante las posibilidades en curso, en 1967, se abrían tres alternativas:

· La presencia del Peronismo en la provincia de Buenos Aires.· La proscripción del Peronismo para evitar la crisis inevitable.· El golpe de EstadoLa teoría del golpe preventivo para evitar el avance del

Peronismo cobraba cada día más cuerpo.

4. La “Revolución Argentina”

El 28 de junio de 1966, la Junta de Comandantes desaloja al presidente Illia e instala en la Casa Rosada al Gral. Juan Carlos Onganía como Presidente de la República.

El otrora legalista militar azul asumía la conducción del golpe militar que había sido preparado con gran apoyo publicitario y una vasta campaña de acción psicológica. Dos semanarios políticos, Primera Plana y Confirmado, dedicaban sus notas a mostrar el carácter caduco del partido que estaba en el poder, enrostrándole su ineficiencia y oponiéndole la eficacia ejecutiva del aparato militar. La propaganda golpista proponía una nueva ideología tecnocrática de

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la modernización autoritaria, la que abriría una grandiosa perspectiva a un país con posibilidades ilimitadas.

Al asumir, el nuevo Presidente justificará el golpe con la necesidad de llevar adelante un programa de modernización y desarrollo del país. La acción revolucionaria del nuevo gobierno consistirá en el lanzamiento de un programa de reordenamiento y transformación. Pero, a poco de andar, resultará más bien una explicación post-factum para encubrir los verdaderos objetivos del golpe militar.

En realidad, había un objetivo tras las decisiones del nuevo gobierno. Por ello, el general Onganía nunca precisó oficialmente la duración de su mandato. Solo dio a entender que se precisaría una década para llevar a cabo la gran transformación que desembocaría en una reconstitución institucional duradera. Y para justificar ese plazo tan largo, dividió el proceso modernización en tres etapas sucesivas: el tiempo económico, el tiempo social y el tiempo político.

Pero, para poder llegar al último objetivo, tenía que ocurrir cierto hecho, que era en realidad el que fijaba la duración de todo el proceso.

“El tiempo político dependía exclusivamente de un evento que algún día ocurriría en España. Luego, tras la muerte del gran árbitro de la política nacional [se está refiriendo al Gra. Perón], el espectro interno inevitablemente se descompondría y las cartas podrían volver a ser repartidas en otra forma al menos”.

(de Imaz, 1977, 210)

Las contradicciones se hicieron notorias en el gobierno militar desde el inicio. Dos tendencias: diferentes, con mentalidades y

lealtades políticas diversas, participaban del elenco gubernamental. Mientras en el Ministerio del Interior, Relaciones Exteriores y Educación se ensayaba un proyecto antiliberal, impulsado por sectores provenientes del nacionalismo católico, la economía era entregada a sectores neoliberales.

En cuanto al perfil político, se intentó promover un modelo cultural que recreaba los sistemas corporativos. Para su logro, se buscó el apoyo de una línea sindical, “los participacionistas”; y así en el Interior del país se lanzaron distintos ensayos de consejos corporativos. Pero ninguno se estos proyectos tuvo éxito.

Quizá la iniciativa que más repercusión alcanzó, por las implicancias que tuvo, fue la intervención de la Universidad. El 29 de julio de 1966, una ley puso fin a la autonomía universitaria e incorporó a Decanos y Rectores al Ministerio del Interior. Estos últimos rechazaron la medida, y la mitad de los profesores de la Universidad de Buenos Aries presentaron su renuncia antes que la depuración prevista los destituyera. La represión policial contra los estudiantes que resistieron la medida la originó la recordada “Noche de los bastones largos”.

De este modo se acababa con el último recinto de la sociedad argentina en que la ilusión democrática reinado sin obstáculos. Ya que, mientras el pueblo argentino estaba impedido de ejercer su decisión, en las universidades se seguía eligiendo democráticamente a consejeros y representantes estudiantiles. Al culminar la ficción de la “isla democrática” en los ámbitos académicos, se va a dirigir ahora la mirada hacia la realidad nacional. Y allí se encontrarán con un panorama que no respondía tanto al idílico paraíso expuesto en sus libros revolucionarios, pero que tenía que ver con las luchas concretas de los trabajadores. Así, la intervención a la Universidad abría una brecha por la que se deslizó la conciencia nacional hacia un espacio donde el Iluminismo había predominado sin discusión.

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En lo económico, el mejor exponente del programa revolucionario fue el segundo ministro. Adalbert Krieger Vasena. Este ex ministro de Hacienda del gobierno del Gral. Aramburu mantenía excelentes relaciones con los consorcios bancarios y las empresas multinacionales agrupadas en ADELA (Atlantic Comunity Group fot the Development of Latin América). Durante su gestión, creció sensiblemente la gravitación del capital extranjero en la economía nacional. Al alejarse del cargo industrial, Krieger Vasena se convertirá en administrador del consorcio internacional Deltec, cuya sede central se encuentra en Las Bahamas.

La finalidad declarada de la política económica era controlar la inflación, rebajar los costos industriales y atraer capitales extranjeros. El plan reposaba sobre cuatro pilares:

- Devaluación del peso argentino para combatir la inflación.- Disminución de los aranceles aduaneros a las importaciones.- Introducción de fuertes retenciones a la exportación.- Congelamiento de los salarios.A pesar de que, durante todo este periodo, el producto creció, la

recesión se mostró selectivamente al afectar principalmente a las empresas nacionales. El proyecto económico de la Revolución Argentina consistía en modernizar el aparato productivo; pero, para reducir los costos, se realizó un ajuste hacia abajo. Además del congelamiento de los salarios, se encararon medidas para aliviar la carga de las empresas, como la reducción de las indemnizaciones por desviar la carga de las empresas, como la reducción de las indemnizaciones por despido y el arbitraje obligatorio de los conflictos laborales. El régimen militar intervino a los sindicatos indóciles, que perdieron su personería gremial.

“La política argentina pareció por un par de años transitar por los carriles prescriptos por Onganía y sus asociados”.

(Cavarozzi, 1987, 39)

Pero ya en 1969 la oposición al gobierno se generalizaba y era insoslayable.

El descontento no cundía exclusivamente en el campo obrero. La política económica también afectaba profundamente a los comerciantes y a los pequeños y medianos empresarios. La política salarial perjudicaba a amplios sectores de las capas medias. En las provincias crecía el malestar por el régimen centralizado que arruinaba las economías regionales. Y como no existía ningún canal para exteriorizar las tensiones sociales, solo quedaba la calle como espacio de expresión. El 29 de mayo de 1969 se produce en la ciudad de Córdoba una protesta masiva, el “cordobazo”, que se manifestaría como un signo claro de malestar reinante en la población. Otras ciudades del interior, Rosario, Mendoza, Malargüe, Cipolleti, presenciaron hechos similares en esos años.

La guerrilla, un fenómeno novedoso irrumpe en esos años en la sociedad argentina. La violencia como metodología organizativa y política desde siempre había estado instalada entre nosotros. Pero, a partir de la revolución cubana, el modelo guerrillero va ganado adeptos en cuadros políticos e intelectuales de los sectores medios latinoamericanos, tanto marxistas como cristianos.

Fue durante el gobierno de Onganía cuando la guerrilla comenzó a actuar más contundentemente en el país. Así como el gobierno militar tenía su base de sustentación en un recortado grupo de poder, el “partido militar”, la guerrilla aparecía también como una forma elitista de combatir. Su objetivo no era en primer lugar el crecimiento del poder y la organización del pueblo, sino el reemplazo de una “elite” por otra.

Desde entonces, se irá poniendo en marcha en el escenario de la luchar por el poder una violencia realimentada velozmente, a la que el pueblo argentino asistirá como espectador involuntario, si bien no pocas veces será alcanzado severamente por los desgarramientos

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sangrientos y las secuelas de terror que afectarán profundamente el tejido social de la comunidad.

El secuestro y la posterior ejecución del Gral. Aramburu fue el episodio más sobresaliente de la presentación en sociedad de los grupos guerrilleros. Comentándose en esos días que Aramburu era el candidato para ocupar la presidencia en reemplazo de Onganía y que su misión se fijaba en la reinstalación de la democracia. Pocos días antes de su secuestro, en declaraciones para el seminario “Esquiú”, dicho militar había manifestado que el país estaba en una encrucijada que el gobierno no sabía resolver, a la vez que afirmaba su convicción de que el problema argentino era político.

Pero la desaparición de Aramburu, si bien eliminó al probable candidato, no pudo detener el deterioro del gobierno, mientras en la conducción de las Fuerzas Armadas siguió creciendo la decisión de modificar el perfil de los planes gubernamentales acelerando una salida política.

El 8 de junio de 1970, la Junta de Comandantes decide reemplazar a Onganía por el General Roberto Marcelo Levingston. Este desconocido militar tuvo un paso corto por la presidencia, y durante su permanencia se agudizaron todos los indicadores económicos y las tensiones sociales. Finalmente, el 26 de marzo de 1971, el general Alejandro Agustín Lanusee asumió la presidencia de la República para conducir la marcha hacia el tiempo político. Con Lanusse llegaron al gobierno los sectores más lúcidos de las Fuerzas Armadas, quienes tomaron directamente las riendas para ensayar la última solución que cabía a esta altura: tratar de conducir el desemboque institucional de acuerdo con todas las fuerzas políticas del país.

5. Epílogo del juego imposible

El período analizado en esta unidad encuentra su característica central en la sucesión ininterrumpida de gobiernos débiles e instables, que no alcanzaron a concretar los objetivos manifestados al asumir el poder. Ara comprender realmente este fenómeno que se observa en la superficie del Estado, es precios captar las contradicciones mas hondas que atraviesan todas las hendiduras del cuerpo social de la Nación.

En realidad, la dolarización que se sintetiza en el enfrentamiento entre Peronismo y Antiperonismo no fue una discusión exclusivamente centrada en dos maneras de concebir lo político y la conducción del gobierno. El debate enfrento dos tipos de sociedad dos países, dos mentalidades que recorrían todos los sectores del estilo de vida colectivo.Le sugerimos que estudie el siguiente texto de Guido Di Tella (1976, 160) buscando:

1. Cómo interpreta el autor la áspera lucha interna que atravesó el país.

2. Qué motivos influyeron en la agudización del conflicto.

Propuesta de trabajo

La división inicial

Durante los últimos 40 años la Argentina experimentó una áspera lucha entre las fuerzas peronistas y las antiperonistas, que envenenó su vida social, política e intelectual. Si se adopta un punto de vista de muy largo plazo, se puede decir que la Argentina sufre los dolores del parto del nacimiento de un sistema social, que no sólo incluye a las clases medias, objetivo que lograron durante un proceso que ocupó la primera mitad del siglo, sino también a las clases trabajadoras, proceso éste que parece que

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insumirá la mayor parte de la segunda mitad. Hasta se siente la tentación de concluir que, al fin y al cabo, un lapso inferior a un siglo no sería, para un proceso de tan profundo alcance, más largo que el que necesitaron los países del hemisferio Norte, donde no se dio de una manera ni menos agitada ni menos prolongada. Las transiciones fáciles son contadas y por desdicha no son características.

La primera aparición del peronismo –desde 1946, hasta 1955- aportó muchas novedosas novedades al escenario social y económico. Esas novedades giraban principalmente en torno a la mayor movilización de los trabajadores y al papel central otorgado a los sindicatos, así como en torno de las políticas económicas nacionalistas, cuya consecuencia más notable fue un proceso de industrialización basado en el mercado interno, en el capital local y en la intervención estatal, acompañado todo ello por un ritmo creciente de urbanización.

“los aspectos sociales fueron probablemente los más importantes. Gracias al peronismo las masas tomaron conciencia de su propio significado. Pasaron a ser una categoría de gran significado en la vida nacional, una fuerza capaz de ejercer el poder. El peronismo les dio la sensación de poder, de sentido y de participación activa en los cambios políticos del país”. (Germani, 1978).

Esos cambios, empero, no pudieron consumarse en forma indolora, puesto que involucraban “destruir o neutralizar la trama de las relaciones estructurales en existencia hasta ese momento” (Mora, 1980). Las transformaciones sociales tuvieron conexión íntima con la transferencia de más del 10 por ciento del PBN en manos de los terratenientes y capitalistas a las de los asalariados, fenómeno que se operó a muy poco de iniciado el periodo.

No se trató de una reforma “estructural”, ni de un hecho que impresione mucho a los revolucionarios sociales, en particular los de la variedad latinoamericana; pero así y todo fue el tipo de cambio que afecta e interesa de manera significativa a grupos muy importantes. A fin de cuentas, en la vida política diaria gran parte de las discusiones giran en torno de que se hace con el dinero. Incluso transferencias más pequeñas que ésta provocan debates apasionados en otros países más maduros. Las revoluciones, por

lo menos en la Argentina, rara vez se operaron debido a tremendos peligros sociales, y sí en cambio –y con más frecuencia- cuando las participaciones en el ingreso nacional se alteraron en un sentido a otro. El sesgo nacionalista inicial del peronismo lesionó los intereses británicos y los de los grupos argentinos conectados con ellos; su pérdida de poder fue dolorosa y creó resentimientos, por más que fuese la inevitable consecuencia de la decadencia de Gran Bretaña. Más importante aun fue la circunstancia de que los empresarios locales, si bien favorecidos por la nueva perspectiva económica, tenían conciencia de que esos cambios formaban parte de un nuevo conjunto de políticas, no tan conocidas y por lo tanto menos predecibles. En cierto modo, sintieron la pérdida de la protección ofrecida por un conjunto de tradiciones que, aunque no los favorecieran, les daban seguridad. Una política centra el capital extranjero, en cambio, puede provocar la sospecha de que sea el comienzo de una política en contra de todo capital privado.

En ciertos momentos, el problema no residió tanto en las consecuencias de las nuevas políticas sino en el hecho de que fuesen adoptadas por nuevos grupos sociales y económicos. Nunca se había esperado que esos grupos detentaran posiciones de poder y riqueza; súbitamente se los vio –y se vieron a sí mismos- ocupando esas posiciones y compitiendo por los puestos claves del poder político y económico. El fenómeno se vio agravado porque los recién llegado conservaban ostensiblemente su individualidad, sus costumbres y sus valores; muy distintos por cierto de los que tenían los grupos que hasta entonces habían detentado el poder.

Desde las ciencias sociales se ha leído esta coyuntura de la sociedad argentina como una situación de equilibrio entre fuerzas sociales y económicas de peso relativamente parejo y, en consecuencia capaces de bloquear los proyectos políticos de sus antagonistas e incapaces de imponer los suyos propios de modo definitivo.

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Describiendo a los actores que se alinean detrás de esta polaridad se concentra por un lado la Alianza de los sectores exportadores de la burguesía pampeana junto a la gran burguesía urbana oligopólica y los intereses del capital extranjero, que contaron en diversas oportunidades con el acompañamiento de los sectores medios urbanos. En el otro extremo nacional se coaligan los obreros industriales con los sectores más débiles de la industria nacional que se unen en defensa del capital internacional.

Pero el sector que pudo articular la mayor concentración de poder económico y relaciones externas, no pudo sin embargo imponerse sobre el otro de modo permanente. El control que alcanzó de los sistemas institucionales siempre fue enfrentado por el otro polo, sin poder estabilizarse prolongadamente. Se dio así una situación de “empate hegemónico” (O’ Donnell, 1976).

Este plano de irresolución de las contradicciones más hondas que atraviesa la sociedad argentina, ingresa en la década del setenta en un andarivel donde se van a ensayar caminos de resolución del conflicto con todo el peso que cada alternativa puede reunir.

Para su autoevaluación

- ¿Qué sectores internos encontramos dentro de la Revolución Libertadora? Caracterice a los actores militares y políticos a los grupos en que se apoya cada corriente.

- ¿Qué proyectos social y económico se despliega en Argentina a partir del golpe militar de 1955?

- ¿Qué contradicción generó el Peronismo dentro de los diferentes partidos políticos argentinos?

- Caracterice el modelo desarrollista en su faceta:a) económica,

b) ciencia y técnica,c) alineamiento internacional.- ¿Cuál fue el motivo central que inspiró las intervenciones de las

Fuerzas Armadas en el sistema político?- ¿En qué se diferencian los azules de los colorados dentro en

cuanto a la estrategia para resolver la crisis política de la Argentina?- Describa las notas centrales del gobierno del presidente Illia.- ¿Qué medidas llevó adelante la Revolución Argentina en lo

económico y en lo social?- ¿Cuál es la caracterización que se hace de todo este periodo

desde la perspectiva de las Ciencias Sociales? ¿Qué significa el empate hegemónico?

Referencias

Cavarozzi, M. (1987) Autoritarismo y democracia (1955-1983), Centro Editor de América Latina, Bs.As.

De Imaz, J.L. (1977) Promediando los cuarenta. Ed. Sudamericana. Bs.As.

Di Tella, Guido (1976) Perón-Perón, 1973-1976, Ed. Hyspamérica, Bs.As.

Etchepareborda, R. (1982) Crónica de tiempos difíciles (1955-1966). En revista Criterio Nº 1894/5. Bs.As.

Fayt, C. (1971) El político armado. Ed. Pannedille. Bs.As.Ferrer, A. (1982) La economía argentina bajo una estrategia

“preindustrial”, en “Argentina Hoy”, Ed. Siglo Veintiuno. Bs.As.Floria, C. (1982) El régimen militar y la Argentina Corporativa

(1966-1973), Bs.As.Gonzáles Esteves, L. (1982) La Argentina electoral (1943-1973),

en Revista Criterio Nº 1894/5, Bs.As.

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Halperín Donghi, T. (1991) Crónica del Período, en “Argentina 1930-1960”, en Revista Sur, Bs.As.

Odena, I. (1977) Libertadores y desarrollistas (1955-1962). Ed. La Bastilla, Bs.As.

O’Donnell, G. (1976) Estado y Alianza en la Argentina (1956-1976). Presentando en el Simposium sobre Estado y Desarrollo en América Latina, Universidad de Cambridge.

Rouquié, A. (1981) Poder militar y sociedad política en la Argentina. Ed. Emecé, Bs.As.

Unidad 18

Los años setenta.El proceso de afirmación nacional

1. El retorno de Perón

“El proceso de crecimiento de una comunidad alcanza la madurez de sus formas en la experiencia de ser Nación”.

(Juan Pablo II, 1981, 33)

La formación de una Nación es la búsqueda incesante de un pueblo por afirmar su propia identidad. Identidad que es primero visible para ella misma, y luego para todo aquel que se relacione con ella. Pero esta afirmación del propio ser no es un solo acto, sino un largo y doloroso camino en el que se va perfilando, modelando y recreando la identidad del sujeto histórico. Esta labor es siempre producto de una tarea permanente.

En la constitución misma de un pueblo está siempre la esperanza del cumplimiento de un destino común. Y estas esperanzas colectivas son las que, al irse realizando, van confirmando los núcleos radicales de un proyecto que expresa los anhelos de ese pueblo.

El 17 de noviembre de 1972, perón regresa a la Argentina, luego de 18 años de exilio. Su concreción resulta la materialización de un “mito” que había estado encendido desde 1955 en la esperanza colectiva de los sectores populares. Y el “mito” se hace realidad. Resultó posible aquello que la racionalidad especulativa, con todas sus garantías de objetividad, calificaba de “imposible”.

El mito cumplido confirma la esperanza, realiza el proyecto. Y la fe confirmada proporciona un temple en el alma colectiva con el que nada puede compararse. La Nación existe, más allá de la circunstancial incomprensión de unos, o la oposición de otros. El desarrollo de la unidad nacional es ya un hecho irreversible.

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El regreso del “Líder” concreta un acontecimiento inédito en la historia latinoamericana, que desde las guerras de la Independencia ha visto partir a sus dirigentes populares para acabar sus días en el exilio. La Argentina de los años setenta asiste al retorno del Jefe de un Movimiento Histórico, quien regresa a su patria, luego de una larga ausencia, para ponerse al frente de la fuerza política que creara y que incorpora ahora a las nuevas generaciones, e incluso a sectores que no habían acompañado inicialmente su marcha.

Ante el arribo del General Perón, el aeropuerto de Ezeiza fue rodeado por las Fuerzas Armadas y la zona aledaña cubierta por decenas de tanques de guerra para impedir el recibimiento que sus seguidores querían brindar al fundador del Justicialismo. Centenares de miles de jóvenes caminaron bajo la lluvia torrencial hacia el aeropuerto, pero el cerco militar les impidió el paso.

Perón se instala en una casa situada en el partido de Vicente López, la que se convertiría durante los días subsiguientes en el centro de un festejo multitudinario del que la ciudad de Buenos Aires no tenía memoria.

Durante los 28 días de permanencia en el país, el General Perón se reúne con distintos sectores dirigentes del ámbito político, social y religioso. Ricardo Balbín, uno de los concurrentes a la casa de la calle Gaspar Campos, al no poder entrar por la puerta de calle, debido a que se lo impedía el público aglomerado, tuvo que pasar por un domicilio lindero que tenía entrada por otra calle, y de allí, con ayuda de una escalera, saltar la pared medianera para llegar a destino.

Antes de regresar a España, el 14 de diciembre, Perón se dirige al pueblo argentino para esbozar las líneas desde las cuales proponía encarar los problemas del país:

“La situación argentina no tiene solución dentro de un juego de facciones y pasiones. O entre todos los argentinos unidos y solidarios encauzamos sus problemas, o de esta situación queda sin arreglo posible”.

“Un partido político, ni aún un conglomerado de ellos, con una oposición sistemática de los otros, podrá salir delante en esta encrucijada y sus peligrosas acechanzas”.

(Perón, 1973)

2. La salida político-institucional

Ante las cláusulas proscriptivas que excluían al Gral. Perón de las elecciones presidenciales de 1973, el FREJULI propone la fórmula integrada por Héctor J. Cámpora y Vicente Solano Lima. Sin embargo, la campaña electoral del Frente se hará bajo la consigna “Cámpora al gobierno, Perón al poder”, como APRA que no quedaran dudas de por qué aceptaba participar de elecciones restrictivas.

Pero, sin la candidatura de Perón, y sin su presencia, de todos modos el 11 de marzo se imponen los candidatos del Frente. Los resultados obtenidos fueron:

FREJULI- Cámpora-LimaUCR- Balbín-GamondALIANZA POPULAR FEDERALISTAManrique-Martínez Raimonda

5.907.4042.537.605

1.775.867

49,50 %21,30 %

14,90 %

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ALIANZA POPULAR REVOLUCIONARIAAllende-Sueldo

885.201 7,43 %

En esta ocasión se había reformado la ley electoral, que introducía el sistema de la doble vuelta para el candidato que no obtuviera el 50% de los votos. Pero el gobierno militar declara a Cámpora presidente electo, eliminando así una segunda vuelta que habría ampliado sin duda el triunfo justicialista.

Los resultados de las elecciones muestran dos realidades incontrastables de la Argentina, que aquí se presentan con toda su significación:

· La primera la señala claramente un estudioso francés del proceso argentino:

“Llama en efecto la atención en los resultados de las elecciones de 1973 la amplitud de la derrota del “partido militar”, con sus grandes designios y sus pequeñas maniobras. A pesar de una costosa campaña antiperonista, que avasalló la prensa nacional durante las semanas que precedieron a la consulta, y a pesar de siete años de una propaganda oficial que denunciaba machaconamente la incapacidad congénita de los partidos tradicionales, las dos grandes familias (los peronistas con algunos socios menores en el Frente Justicialista de Liberación –FREJULI- y los radicales de la Unión Cívica Radical) reciben el 70 % de los votos. Un militar ex secretario de la Junta y candidato medio oficioso no alcanza el 3 % de los sufragios. El conjunto de los candidatos de la continuidad, que no ocultaban su vinculación mayor o menor con el régimen “de facto” no superan el 18 % de los votos”.

(Rouquié, 1982, 20)

· La segunda realidad es que la vigencia del Movimiento Nacional es ya un hecho que no puede ser desconocido por nadie, ni siquiera, por las centrales de poder interno e internacional que se proponen gravitar en la vida política argentina. Por lo tanto, el debate acerca del modelo de país a construir se dará ahora dentro el Peronismo, el que ocupaba otra vez cas la totalidad del espacio político, y todas las demás fuerzas van a intentar poner en juego su influencia participando de su vida interna.

A los pocos días de la llegada de Cámpora a la presidencia, se firma un acuerdo entre empresarios, sindicalistas y el Estado –el “Pacto Social”- para disponer un aumento de salarios y su posterior congelamiento. En él se establecían además otras medidas, como

“la suspensión de los mecanismos de negocios colectiva salaria por un plazo de dos años y su reemplazo por un compromiso del Ejecutivo de implementar las medidas necesarias para mantener le poder adquisitivo del salario.… El Pacto Social incluía también medidas en otras áreas de política económica, además de la distribución del ingreso y el control de precios.”

(Jelin, 1977, 8)

Pero la agudización de la lucha por el poder y las nuevas formas que esta adquiría aceleraron los tiempos de modo insospechado.

La acción terrorista se respaldaba en una ideología mística en la que algunos se sentían propietarios de la decisión de toda la comunidad. El desprecio iluminista del nivel de conciencia de los sectores populares privaba a éstos de un protagonismo activo y los invitaba a seguir los dictados de las “elites” esclarecidas. La guerrilla

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no ocultaba la naturaleza de la militancia que proponía a los jóvenes, pues no era más que un ideal aristocrático llevado a su fase heroica.

El combate político dentro del Peronismo se convirtió en la disputa por la ocupación de los aparatos y poderes institucionales, pensando que con eso se obtenía inmediatamente la conducción del pueblo que adhería a esa doctrina.

Los sucesos del 20 de junio de 1973 ilustran claramente esta situación. Ante la mayor concentración popular de la historia argentina, reunida para recibir al General Perón, que retornaba definitivamente a la patria, se enfrentarán los que pensaban que la pelea por el poder era la pelea por las estructuras para tomarlas por asalto, disputándose el control del escenario, como si así pudieran conducir la movilización.

El general Perón, directamente sobre el terreno, procederá a la eliminación de estos intentos sectoriales. El 1º de mayo de 1974, enfrenta directamente a los militantes de la “Tendencia”, que intentaban ocupar los espacios de conducción para alinear a la masa peronista tras el proyecto de “Patria Socialista”, y los saca del camino.

Estos grupos se nutrían de jóvenes de clase media, provenientes de sectores sociales tradicionalmente adheridos al pensamiento liberal, y que ahora, a través de la ideología marxista, trataban de acercarse a la realidad de los sectores populares. La intervención de Perón producirá una fractura en el seno de esa “herejía” al encolumnar una vasta legión de esos jóvenes tras la inteligencia y vivencia del “ser nacional”. El 1º de mayo, Perón destruye al fin, definitivamente las posibilidades políticas de la “guerrilla” en la Argentina.

3. El tercer gobierno de Perón

El 12 de octubre de 1973, el General Perón llega por tercera vez a la presidencia de la Nación, luego de haber alcanzado un apoyo sin antecedentes en nuestra historia política. Los resultados electorales dieron las siguientes cifras:

Perón – PerónBalbín – de la RúaManrique – Martínez Raymonda

7.359.1392.905.719

1.450.998

62 %24 %

12 %

Además de la mayoría obtenida por el binomio justicialista, el peronismo traía otra novedad en su retorno al gobierno: por primera vez, una mujer, Isabel Martínez de Perón, ocupa el cargo de Vicepresidente.

El Líder asumirá una misión destinada a ubicar a la Nación y a cada sector en particular con respecto al cumplimiento de sus objetivos correspondientes. Sus esfuerzos se enderezaron a señalar el camino que a cada uno correspondía seguir en el proceso de construcción del destino colectivo. Durante el corto periodo que estará en la presidencia, realizará una labor que abarcó desde los resortes del aparato del Estado hasta la consolidación de las organizaciones sociales de acuerdo con las exigencias de esta etapa.

Retomando la línea de la planificación iniciada en sus anteriores gobiernos, a fines de 1973 hace aprobar el Plan Trienal para la Reconstrucción y la Liberación Nacional. Los objetivos centrales del Plan apunta a una fuerte expansión de la economía mediante la recuperación de la autonomía nacional, así como a logro de una mayor calidad de vida en el contexto de la justicia social. En lo político, se apunta a fortalecer la unidad nacional y la integración latinoamericana.

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En el área económica se encara un programa que contrariaba todo el sistema vigente en el país desde 1955. Se privilegia el interés nacional y el nivel de vida de los trabajadores por encima de cualquier consideración. Al asumir el gobierno, en 1973, la desocupación llegaba al 6,1 % de la población económicamente activa; en octubre de 1974, este índice apenas llegará al 2,5 %.

En el plano de la acción social desplegada desde el Estado se impulsan múltiples iniciativas: turismo social, planes de vivienda, perfeccionamiento del sistema de seguridad social, etc.

Mientras se concreta todo este caudal de medidas, Perón delinea su modelo nacional en su Mensaje ante la Asamblea Legislativa el 1º de Mayo de 1974:

“En lo económico, hemos de producir básicamente según las necesidades del pueblo y de la Nación, y teniendo también en cuenta las necesidades de nuestros hermanos de Latinoamérica y del mundo en su conjunto. Y a partir de un sistema económico que hoy produce según el beneficio, hemos de organizar ambos elementos para preservar recursos, lograr una real justicia distributiva y mantener siempre viva la llama de la creatividad”.

“En lo socio-cultural, queremos una comunidad que tome lo mejor del mundo del espíritu, del mundo de las ideas y del mundo de los sentidos, y que agregue a ello todo lo que nos es propio, autóctono, para desarrollar un profundo nacionalismo cultural, como antes expresé. Tal será la única forma de preservar nuestra identidad y nuestra autoidentificación. Argentina, como cultura, tiene una sola manera de identificarse: Argentina. Y para la fase continentalista en que vivimos y universalista hacia la cual vamos,

abierta nuestra cultura a la comunicación con todas las culturas del mundo, tenemos que recordar siempre que Argentina es el hogar”.

“En lo científico-tecnológico, se reconoce el núcleo del problema de la liberación. Sin base científico-tecnológica propia y suficiente, la liberación se hace también imposible. La liberación del mundo en desarrollo exige que este conocimiento sea libremente internacionalizado sin ningún costo para él. Hemos de luchar por conseguirlo; y tenemos para esta lucha que recordar las esencias: todo conocimiento viene de Dios.”

“La organización institucional tendrá que ser establecida una vez clarificado qué se quiere, cómo ha de lograrse lo que se quiere, y quién ha de ser responsable por cada cosa. Venimos haciendo en el país una revolución en paz para organizar a la comunidad y ubicarla en óptimas condiciones a fin de afrontar el futuro”.

(Perón, 1974)

Toda esta realización no la propone. Perón como obra del gobierno, sino como tarea que debe afrontar al conjunto de la comunidad. Y en esta labor cada sector tiene una misión específica irremplazable, como la define más adelante en el mismo mensaje:

“La juventud argentina, llamada a tener un papel activo en la conducción concreta del futuro, ha sido invitada a organizarse. Estamos ayudándolo a hacerlo sobre la base de la discusión de ideas y comenzando por pedir a cada grupo juvenil que se defina y que identifique cuáles son los objetivos que concibe para el país en su conjunto”.

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“Este es el inicio. El fin es la unión de la juventud argentina sin distinciones partidarias; y el camino es el respeto mutuo y la lucha ortodoxa, si pero por la idea”.

“Los trabajadores, columna vertebral del proceso, están organizados para que su participación trascienda largamente de la discusión de salarios y condiciones de trabajo. El país necesita que los trabajadores, como grupo social, definan cuál es la sociedad a la que aspiran, de la misma manera que los demás grupos políticos y sociales. Ello exige capacitación intensa y requiere también que la idea constituye la materia prima que supere a todos los demás instrumentos de lucha.”

“Los empresarios se han organizado sobre bases que han hecho posible su participación en el diálogo y el compromiso. De aquí en más, el gobierno ha de definir políticas, actividad por actividad, y comprometer al empresario en una tarea conjunta, para que su capacidad creativa se integre al máximo en el interés del país.

“Para identificar el papel de los intelectuales, hay que comenzar por recordar que el país necesita un modelo de referencia que contenga por lo menos los atributos de las sociedad a la cual se aspira, los medios para alcanzarlos, y una distribución social de responsabilidades para hacerlo.”

“Este proceso de elaboración nacional tendrá que lograrse convergiendo tres bases al mismo tiempo: lo que los intelectuales formulen, lo que el país quiera y lo que resulte posible realizar. A ellos toca organizarse para hacerlo. El intelectual argentino debe participar en el

proceso, cualquiera sea el país en que se encuentre.”

“Las Fuerzas Armadas están trabajando con el concepto de guerra total, y, en consecuencia, de defensa total. La verdadera tarea nacional es la liberación, y nuestras Fuerzas Armadas la han asumido en plenitud. La defensa se hace contra el neocolonialismo, y el compromiso de las fuerzas es con el desarrollo social y cristiano.”

“Hay una cabal coincidencia entre la concepción de la Iglesia, nuestra visión del mundo y nuestro planteo de justicia social, por cuanto nos basamos en una misma ética, en una misma moral, e igual prédica por la paz y el amor entre los hombres.”

“En cuanto a la mujer, estamos profundamente satisfechos como mandatarios y como hombres de su evolución en nuestra sociedad. Más de veinticinco años pasaron desde que la asignación del derecho de voto femenino terminó con su subordinación política. Nuestras mujeres mostraron desde entonces que pueden trabajar, elegir y luchar con los varones, y preservar, al mismo tiempo, los atributos de femineidad y de esposas y madres ejemplares que impregnan de afecto a nuestra vida.”

“Estas concepciones, que vienen fortificando nuestra acción presente y constituyen nuestro programa grande para el futuro, configuran el contenido básico del modelo argentino que en breve ofreceremos a la consideración del país.”

“Nuestra Argentina necesita un Proyecto Nacional, perteneciente al país en su totalidad. Estoy persuadido que si nos pusiéramos todos a realizar este trabajo y si, entonces, comparáramos

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nuestros pensamientos, obtendríamos un gran espacio de coincidencia nacional.”

(Perón, 1974)

El poder procede del pueblo, y se consolida en los canales organizativos que el mismo pueblo genera para ejercerlo. El poder no procede ni del gobierno ni del Estado. Por tanto, como lo propone el General Perón ante la Asamblea Legislativa en 1974, la organización de la Nación implica la organización integral de todos sus sectores. El pueblo es la única fuente de poder y la libertad es concebida como autonomía, tanto personal como comunitaria. Esta última se alcanza en la medida en que se logra organizar el poder en el terreno político, el económico, el social y el cultural.

Esto implica la conducción de un doble proceso:1. El proceso progresivo de construcción de las organizaciones e

instituciones libres del pueblo y sus líneas fundamentales de desarrollo.

2. La existencia de un tiempo de transición en el que conviven dos sistemas de poder simultáneos en el camino de construcción de uno y de agotamiento del otro. El paso de la democracia política a la democracia social.

El 1º de julio de 1974, a las 13.15, fallece el General Perón. Este acontecimiento conmovió las fibras de la Nación, golpeada por el dolor de su ausencia y el tremendo vacío político que el Líder dejaba en su partida.

Quizá como testimonio de lo vivido en aquellos días sirva tomar el relato de una publicación que nunca se había manifestado partidaria de su política pero que entonces se hacía eco de un acontecimiento de tal magnitud.

“Un silencio crispado, quebrado por viejos gritos de adhesión, que se refleja en los rostros

de una multitud que jamás les fue infiel. Gestos de un pueblo integrado por los postergados, los pobres y los marginados que en contados minutos –el tiempo de un escueto mensaje- se encontró huérfano en orientación. En ese dolor silencioso y pertinaz durante la larga espera en las inmediaciones del Congreso Nacional el signo más acabado de una gran ausencia. Puede descansar en paz quien en el instante de su muerte se ve rodeado por un acto semejante. Y cuando ese afecto popular tiene la marca de aquellos que ya nada tienen que ofrecer sino su último testimonio de lealtad el dolo colectivo se trueca en un acontecimiento de profunda dignidad nacional”.

(Revista Criterio, 11 de julio de 1974)

4. Isabel Perón, presidente

El gobierno de Isabel Perón profundizó en todas sus líneas el proceso abierto por el peronismo gobernante. El 20 de septiembre de 1974, se nacionalizan las bocas de expendio de combustible. Es una medida que pretende un avance en la autonomía económica de la Nación.

Pero Isabel Perón no agota su conducción en el área del Estado, sino que intenta ahondar las líneas emprendidas en la organización de la sociedad. El 6 de agosto de 1974, lanza las Mesas de Trabajo, como un instrumento para la satisfacción de las necesidades comunitarias.

Las mesas de trabajo se construyen como una organización libre de capaz de desarrollar una movilización para satisfacer las necesidades sociales. De esta manera, las necesidades de su

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resolución por la misma comunidad son puestas como el motor de la organización social.

“A partir de hoy, se ponen en marcha Mesas de Trabajo en todos los barrios de la Capital, las que entrarán en contacto con Juntas Vecinales, Sociedades de Fomento, Clubes, Cooperadoras Escolares, Ligas de Madres y Centros de Comerciantes, a fin de detectar los problemas más urgentes, aunando criterios y procurando su solución”.

(Isabel Perón, 1974)

Pero, a poco de andar, el escenario político se irá complicando, y el gobierno encontrará obstáculos cada vez más serios para la realización de sus planes. De acuerdo con el criterio de J. A. Ramos, la crisis política que envolvió entonces al gobierno obedeció a tres causas fundamentales:

“ 1) La delincuencia económica practicada por el gran comercio, la intermediación y un sistema de distribución de productos, la oligarquía ganadora, la empresa ganadera y la propia burguesía industrial nacional congregados a burlas las disposiciones oficiales sobre precios ocultando mercaderías. De este modo se creó el mercado negro y la escasez. El empujón hacia arriba de los precios fue arrollador.

2) La actividad terrorista, cuya falta de principios se demuestra en que acentuó sus atentados precisamente a partir del triunfo del peronismo (usando la máscara de peronismo revolucionario).

3) La tendencia a la desintegración del Frente Nacional”.

(Ramos, 1981, 288)

Los intereses que se oponían a la política del gobierno constitucional provenían centralmente desde el campo económico, en el momento en que se estaba operando un reacomodamiento internacional del orden económico.

“El peronismo se enfrentó durante su gestión de gobierno con prácticamente todos los sectores empresarios de la sociedad argentina. Los conflictos con la gran burguesía agraria ocuparon un lugar destacado y demostraron el importante poder de invalidación que conservaba este sector social. En el conjunto de los factores que convergieron para dar como resultado el desplazamiento de la administración peronista, las iniciativas de los grandes propietarios rurales jugaron un rol decisivo, aun cuando no fueron el único elemento en presencia”.

(Sidicaro, 1982, 79)

Diversos sectores políticos y sociales convergieron en la campaña de desestabilización creando la sensación de que el país estaba ante una de sus crisis más graves. “La sincronía en los ataques parecía engendrarse en una estrategia concertada” (Decheza, 1981, 222), como si fuera conducida desde una central de “inteligencia”.

5. El proceso de reorganización nacional

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El 24 de marzo de 1976, la Junta de Comandantes depone al gobierno constitucional y designa presidente al General Jorge Rafael Videla. Apenas asume, el gobierno militar interviene la CGT y la CGE, disuelve el Congreso, suprime la actividad sindical y destituye a los jueces de la Corte Suprema y de los tribunales superiores.

A diferencia de anteriores golpes militares, ahora las Fuerzas Armadas ocupan todo el espacio de la sociedad política. Las responsabilidades gubernamentales se les repartieron equitativamente las tres armas. Por ejemplo, los gobiernos provinciales fueron adjudicados a cada una de las fuerzas por partes iguales. Era la teoría del 33 %.

La presencia militar no se limitó al gobierno y el Estado: la militarización fue la norma en todo el horizonte social.

“También ocurrió en la instalación de los mismos en empresas del Estado organismos autárquicos, bancos, empresas privadas y directorios de diversa laya. Ello pudo justificarse en un principio como necesidad del régimen militar para controlar la eventual reaparación de la subversión terrorista en diversos terrenos. Pero, ciertamente, dio algunos frutos amargos: muchas veces, los hombres de armas que asumieron funciones específicas en la actividad económica, financiera y empresarial no estaban preparados para desempeñarlas con aptitud, y fracasaron. En otros casos, se cumplieron con maniobras que olían a corrupción y venalidad. Así, la presencia castrense resultó negativa muchas veces y provocó el rechazo de la civilidad, cuya opinión generalizó como individuales y pronunció juicios drásticos sobre actuaciones

personales desafortunadas, endosándolas a las Fuerzas Armadas en su totalidad. Todo lo cual, aunado a la atmósfera de negocios dudosos que provocó la política económica instrumentada por el Ministro de Economía durante la etapa presidida por Videla, no dejó de contribuir al desprestigio de las Fuerzas Armadas”.

(Luna, 1982, 741)

El golpe declaró que uno de sus objetivos principales era acabar con la subversión. Y ese objetivo –según apreciaban algunos de los jefes superiores de las instituciones armadas- no podía alcanzarse plenamente con los condicionamientos de un régimen constitucional heterodoxo y caótico como el encarnado por el gobierno de ese momento.

El terrorismo, como señalamos anteriormente, ya había sido derrotado políticamente; por tanto, lo que quedaba era la desarticulación de pequeños grupos marginales aislados de toda posibilidad de eficacia política.

Desde el punto de vista militar, esta tremenda guerra que los mismos triunfadores calificaron de “sucia”, sin advertir que la suciedad salpicaba a todos los participantes, fue una lucha oscura, clandestina, en que la opinión pública se enteraba por versiones y rumores de las detenciones y desapariciones que ocurrieron frecuentemente.

Un clima de miedo, extendido y difuso, campeo a todo el país. Principalmente se vivieron los efectos entre los cuadros militantes de actividades políticas, sociales, culturales y artísticas. Ser periodista, psicoanalista o sociólogo era sospechoso. En el curso de los años que siguieron al poder militar, un número extendido de hombres y mujeres, en su mayoría jóvenes, fue detenido por comandos militares o grupos “parapolicías”. Algunos de los detenidos fueron sometidos

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a tribunales militares o a la Justicia; varios de miles quedaron detenidos sin ningún tipo de proceso, otros desaparecieron sin que su destino ulterior se haya aclarado nunca.

Al mismo tiempo, se encaró una operación similar con el objeto de erradicar todo lo que pudiera parecer afín ideológicamente con los principios sostenidos por la guerrilla. Así se encaró una rígida censura en los medios de comunicación, y se prosiguió una tarea purificadora de libros y publicaciones existentes, silenciando librerías y editoriales, y dejando cesantes a funcionarios y empleados de la Administración Pública, docentes universitarios y de nivel medio, y todo aquel que fuera sospechoso de ser elemento “real o potencial” de desorden.

En los medios que habitualmente frecuentaban las clases medias intelectuales se vivió una sensación de campo arrasado. Muchos profesionales y técnicos optaron por emigrar. España, México y otros países del mundo se vieron invadidos por argentinos que no aceptaban el clima represivo al que intelectuales y profesionales consideran un medio insoportable.

Si bien la represión militar e ideología caía fundamentalmente sobre los sectores medios, también los sectores populares fueron severamente golpeados. De las nóminas de desaparecidos conocidas la mayoría provenía de medios obreros.

Las Fuerzas Armadas se habían lanzado a la ocupación del espacio político con toda la fuerza que podían aplicar. Los planes golpistas prevenían una fuerte resistencia de las masas peronistas, y tenían por ende desplegado un dispositivo represivo de inusitada violenta. Pero cuando lo lanzan, se encuentran ante el vacío. El pueblo disciplinadamente había conducido este vacío, y se había replegado, dejando a “Goliat” desconcertado.

6. Plan económico de Martínez de Hoz

Una operación de mayor envergadura que la represión armada, afectaría profundamente la forma de vida de los argentinos, y esta acción se ejecutaría desde el plano económico.

El proceso encaró su estrategia política desde el supuesto que la dinámica a seguir tenía una causalidad determinante en la estructura económica. Las transformaciones en el área económica eran presentadas como una precondición para lograr en el futuro un funcionamiento más armónico en la vida social. Este argumento en realidad ocultaba que el plan económico era la razón de ser, la verdad del golpe militar.

José Alfredo Martínez de Hoz, un hombre cuyos intereses estaban estrechamente ligados a la grande burguesía agraria y al capital multinacional, ocupa la cartera de Economía y encara un plan que ya estaba diseñado en los días anteriores al golpe.

“El programa económico de abril de 1976 se propuso la elevación de la eficiencia del sistema productivo, restablecer el papel hegemónico del mercado en la asignación de recursos y la distribución del ingreso y restringir la participación del Estado en el proceso económico.

En el contexto de esta estrategia de largo plazo se trazó, como objetivos simultáneos, frenar la inflación y restablecer el equilibrio de los pagos externos.”

(Ferrer, 1982, 41)

El programa era parte de una estrategia que se proponía modificar en profundidad la estructura productiva argentina y su inserción en el mercado mundial.

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Las primeras medidas dispuestas por el equipo económico dejaron ver a las claras cuáles eran los objetivos perseguidos: se liberaban los precios por un lado, al mismo tiempo que se congelaban los salarios, llevándolos al nivel más bajo de las últimas décadas. La política iniciada parecía presuponer que la liberación de la economía de toda suerte de controles, con excepción del salaria, permitiría un florecimiento económico natural. De esta manera, al mismo tiempo que se pusieron en vigor estos presupuestos, se desarrollaron dos líneas paralelas:

1. Se redujeron los aranceles a las importaciones, lo que trajo consigo una invasión de productos importados, que ocasionaron un grave perjuicio a la industria nacional. Y esta política se aplicaba paralelamente con el mantenimiento de un dólar subvaluado, que permitió a las clases medias argentinas, en sus estamentos más altos, recorrer el mundo y gozar del confort que brindaban las grandes ciudades de Europa y EE.UU. Esto les hacía vivir una sensación de enriquecimiento incomparable, pero era una realidad que se sustentaba sobre el vaciamiento del aparato productivo nacional y la consiguiente desocupación que eso originaba.

2. La reforma del sistema financiero, caracterizada fundamentalmente por la liberación de la tasa de interés. Esto trajo consigo una reorientación de las inversiones, de tal modo que el trabajo era mucho menos beneficiado que el ahorro a plazo fijo o la especulación financiera.

Este programa se impuso en el marco socio-económico en que estaban prohibidas las huelgas y todo tipo de protesta social. Con los sindicatos intervenidos, la CGT disuelta y una severa represión que había ya cobrado no pocas víctimas, existían pocas posibilidades de expresión del diseño, que en realidad crecía permanentemente en las capas profundas de la Nación y tendía a tener expresiones crecientes en la superficie de la sociedad política.

El gobierno militar se convertía así en el ejecutor del programa tradicional de la clase agraria argentina, que intentaba, como a afines del siglo XIX, dar una contextura permanente a su proyecto, adaptado a las nuevas condiciones internacionales, conforme a las cuales se venía produciendo una creciente transnacionalización de la economía.

Un cambio de profundas consecuencias se estaba operando en la plaza financiera internacional. El shock petrolero de principios de la década del setenta originó un excedente de capital, que fue a depositarse en la banca multinacional. Así, esta tuvo urgencia por reciclar la avalancha de petrodólares, ya que ningún banco iba a pagar interese por sus depósitos sin cobrar otros mayores por el préstamo de esos mismos fondos. Si sumamos a esto la abundante acumulación de capital que el fuerte desarrollo económico había producido en los países centrales desde la década anterior. Veremos que en estos años se asistió a un aumento colosal de los flujos financieros internacionales. Y la nueva impronta del sistema económico internacional consistía en orientar estos abundantes fondos hacia especulaciones financieras.

También en la estructura productiva de nuestra sociedad se produjo una fuerte transferencia de capital hacia el ámbito financiero. Las alternativas de especulación, significativamente más rentables que la actividad productiva, aportaron al encuadre que realizaba la importación de productos extranjeros en el cierre masivo de empresas industriales.

“Paralelamente, se va dando en estos años el crecimiento del endeudamiento externo, que fue orientado también hacia el campo especulativo y no a la inversión productiva. Una muestra de esto es que aun cuando el endeudamiento crecía a un ritmo galopante, no aumentaron ni las importaciones necesarios ni se

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incrementó la inversión bruta fija, que, por el contrario, cayó.”

(Lumerman, 1988, 8)

En general, cuando uno contrae una deuda, el deudor se queda con la contrapartida de dinero, bienes o servicios. Pero, en este caso, gran parte de los préstamos obraron como una “bomba de succión” de activos nacionales hacia los países acreedores. Esto causó un gran proceso de “fuga de capitales”, que, ante un masivo ingreso d divisas sin restricciones en el mercado cambiario, que llevó a muchos operadores a que sacaran del país sus ganancias especulativas, a la liquidez que pudieran haber obtenido de la conversión de bienes, para orientarse al mercado financiero internacional.

A poco de ponerse en marcha el plan económico, fueron perfilándose sus consecuencias. Entre 1960 y 1974, la tasa de crecimiento del PBI, que fue del 4,4 % anual, durante el periodo militar declinó al 1,7 %. La construcción y la producción manufacturera descendieron en forma notable.

Con respecto a la problemática del empleo, se provocó una “reducción de la fuerza de trabajo asalariada del orden del 10 %, es decir, alrededor de 800.000 personas” (Ferrer, 1982, 117).

Al asumir Martínez de Hoz, su gestión expuso un diagnóstico muy severo de la situación del país. Así, habló de un endeudamiento externo que superaba los 6.000 millones de dólares, de la precaria situación del sector externo, de la baja de la producción, de la caída de PBI, del nivel de inflación, etc. Pero, pocos años después, el gobierno militar había empeorado críticamente todos y cada uno de los índices señalados.

7. De la derrota económica a la derrota militar

Los empeños por negar las raíces profundas del ser nacional tuvieron diversas artistas durante este periodo. Al intento de extender una Argentina sin sistema productivo se sumó el invertir una tendencia histórica de la Nación. De país inmigratorio, la Argentina pasó a ser expulsado de población. El descenso de ésta fue notorio, al masivo éxodo de argentinos al exterior en busca de nuevos horizontes se sumará el retorno, a veces casi compulsivo, de miles de inmigrantes de los países limítrofes. Otra consecuencia paralela fue la baja de la tasa de nupcialidad, que llegó a porcentajes equivalentes a décadas anteriores, en que el país tenía mucha menos población, con las consecuencias inevitables en la tasa de natalidad.

La transformación en la estructura económica trajo también profundas consecuencias en la conformación de la red de relaciones de las conciencias y la organización comunitaria.

El descenso de la población ocupada en relación de dependencia hizo de decaer también la participación en las organizaciones sociales que, en marcha de puestos de trabajo y defensa gremial, habían tenido un continuo crecimiento desde los años cuarenta. Esto influyó por supuesto, no solo en los beneficios sociales de que gozaban los trabajadores sindicalizados, sino también en su conciencia del poder comunitario y la solidaridad organizativa para la atención de sus necesidades.

El aumento del cuentapropismo de la economía informal creció durante estos años simultáneamente con el desmantelamiento de la estructura de la industria nacional.

Pero quizá el intento más osado se llevó a cabo en 1978, cuando el gobierno militar llevó al borde de una guerra la discusión de un pleito limítrofe con Chile. En la actual etapa histórica, en que la integración continental es una exigencia ineludible, un anacrónico empecinamiento centró la afirmación de la soberanía a en el enfrentamiento con un pueblo con el que nos aúna la pertenencia a

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una misma matriz cultural constituyente. La historia de las luchas de autoafirmación de nuestros pueblos nos han visto reunidos más de una vez con nuestros hermanos chilenos.

Felizmente, la intervención del Papa Juan Pablo II disipa los oscuros presagios que amenazaban el horizonte en el extremo sur del continente americano. Horas antes de la Navidad de 1978, el Cardenal Antonio Samoré, representante papal, anunciaba su viaje para encauzar negociaciones y evitar la guerra inminente.

Al iniciarse 1979 se firma acuerdo en Montevideo entre los cancilleres de Argentina y Chile para solicitar formalmente la mediación papal, con el compromiso de proceder a una paulatina desmilitarización en la zona en conflicto y de renunciar a toda acción de guerra por ambas partes. Finalmente, el laudo papal será acompañado por un plebiscito, en 1985, que grabará la voluntad mayoritaria de nuestro pueblo por la paz con las naciones hermanas.

Pero otra guerra, iniciada sobre la base de un diagnóstico erróneo de la situación internacional y de la falsa evaluación de alianzas, convertiría al gobierno en el causante de la derrota militar más importante que vivió el país en este siglo. El episodio de las Malvinas operó sobre una causa arraigada en la Nación. Malvinas sintetiza el valor de autoafirmación ante la prepotencia imperial que ocupó ese espacio incorporado en la conciencia, quizá con mayor fuerza que la penetración del imperialismo británico en el plano económico.

La guerra de Malvinas, sin duda, aquilató la audacia y el patriotismo de muchos argentinos que entregaron sus vidas en el Atlántico sur; pero en la realidad de las cosas volvió a mostrarse el anacronismo de la estructura mental de la camarilla militar y su incapacidad para discernir los signos de los tiempos y las oportunidades que se abren.

Esa derrota militar, quizá poco madurada en la conciencia argentina, es sin embargo el signo más elocuente de la nueva situación en que la Nación se incorpora a luchar por su dignidad en las dos últimas décadas del siglo XX. No distintos son el epílogo de la destrucción realizada en el plano económico y la subordinación a que se cayó en el plano político y cultural. Pero ésta es la realidad en que se encuentra la Argentina al arribar a los umbrales del año 2000.

Al tambalear, finalmente, la estabilidad del régimen, varios equipos militares de recambio fueron desfilando sucesivamente y apresurando la marcha hacia el final inevitable. Los generales Viola, Galtieri y Bignone, con breves intermedios de Liendo y Lacoste, fueron reemplazados sucesivamente hasta que se llegó a instituir la salida democrática como alternativa de la encerrona en que se encontraba el gobierno militar.

Autoevaluación

- ¿Qué realidad de la cultura argentina pone en evidencia el regreso de Perón al país?

- ¿Cómo caracterizaría, desde la perspectiva político-institucional, el proceso que se abre en marzo de 1973?

- ¿Podrían identificarse los objetivos de los grupos guerrilleros con los intereses de los sectores populares? Fundamenta su respuesta.

- ¿Cuáles son las líneas centrales que Perón despliega en su tercer gobierno? Discierna aquellos objetivos que se inscriben en la acción del Estado de las que se refieren al desarrollo de la sociedad.

- Caracterice el gobierno de Isabel Perón.- ¿A qué causas atribuye el debilitamiento del gobierno

constitucional?

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- ¿Qué motivos originaron el golpe militar de 1976?- ¿Cuáles eran los objetivos centrales del plan económico de

Martínez de Hoz?- ¿Qué transformaciones fundamentales se dieron en la sociedad

argentina durante el proceso militar?- ¿Existe la Nación Argentina? Dé cuenta de las razones en que

se funda su respuesta.

Referencias

Deheza, J. (1981) Quienes derrocaron a Isabel Perón, Ed. Cuenca del Plata, Bs.As.

Ferrer, A. (1982) La economía argentina bajo una estrategia “preindustrial”. En Argentina Hoy. Ed. siglo veintiuno. Bs.As.

Jelin, E. (1977) Conflictos laborales en la Argentina. 1973-1976. CEDES. Estudios sociales Nº 9. Bs.As.

Juan Pablo II (1981) “Laborem Excercens”, Ed. Paulinas, Bs.As.Lumerman, J.P. (1988) “Diagnóstico para una consideración

ética de la deuda internacional”. En La Iglesia y la deuda externa. Ed. Solidaridad, Bs.As.

Perón, J.D. “Mensaje al pueblo argentino”. 14 de diciembre de 1973. “Mensaje a la Asamblea Legislativa”. 1º de mayo de 1974.

Martínez de Perón, E., Mensaje pronunciado con motivo del lanzamiento de las Mesas de Trabajo. 6 de agosto de 1974.

Ramos, J.A. (1981) “Hegemonía militar, Estado y dominación social”, en Argentina Hoy. Ed. Siglo Veintiuno. Bs.As.

Sidicaro, R. (1982) “Poder y crisis de la gran burguesía agraria argentina”, en Argentina Hoy. Ed. Siglo Veinituno. Bs.As.

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Unidad 19

La apertura democrática en un nuevo escenario internacional

1. Declinación del poder militar

El último periodo del gobierno militar encabezado por el General Brignone encaró un acuerdo abierto con la dirigencia política con el fin de retomar al orden constitucional. El 28 de junio de 1982, se sancionó la ley 22838, que convoca a elecciones libres, las cuales se realizaron el 30 de octubre de 1983, sin excluir ningún partido ni fracción de la contienda.

A lo lago de 1982, había ido creciendo en las ciudades de la Argentina un reclamo acentuado por el retorno democrático. Sin embargo, el cierre de ciclo autoritario no fue tanto producto del empuje de la oposición, sino que fue consecuencia de los mismos errores de la conducción política, que los había llevado a un deterioro creciente. La guerra de las Malvinas y la derrota militar, que en algún momento se pensaron como la posibilidad de detener una caída irremediable, fueron el acelerador que clausuró los sueños de estabilidad de los grupos militares.

El final del gobierno militar es producto del estallido de las propias contradicciones, que, por cierto, nacieron de sus iniciativas. Es difícil percibir el retorno a la democracia como un simple crecimiento del poder popular, porque “el régimen se desplomó con su última y más loca pirueta y, entonces, porque así fue y porque nada queda de recambio, le corresponde turno a los civiles.” (O’Donnell, 1983, 17/3).

La desintegración del régimen militar mostró nuevos elementos con respecto a lo que había sucedido en las anteriores transiciones de gobierno militares a civiles:

1. El desmoronamiento del régimen no fue forzado por la presión y la violencia del contexto social, como había sucedido en 1973, sino que fue consecuencia del desastre militar de las Malvinas. Este factor determinó que las tensiones intra-militares (entre las distintas fuerzas y dentro de cada una) alcanzarían tal grado de intensidad, que neutralizaron la posibilidad de condicionar políticamente la salida democrática.

2. La frustración de la movilización, las aspiraciones de cambio de los años setenta y la consecuente experiencia represiva tuvieron como consecuencia la revalorización de la democracia formal y la restauración de los derechos políticos individuales.

Sin embargo, el retorno a la democracia no era simplemente la continuación de un camino que había sido interrumpido, volviendo ahora a su curso natural. La sociedad política a la que accedíamos ahora los partidos había sufrido profundas transformaciones. El aparato estatal al que accedía una nueva generación de civiles no era más que una máquina burocrática pesada, con numeroso personal y lenta en su gestión, con superposición y entrelazamiento de funciones y poca transparencia en sus resoluciones. El botín de la lucha por el poder en Argentina aparece así como un aparato pesado, sin elasticidad y marcadamente ineficiente.

Sería ingenuo pensar que este debilitamiento del aparato del Estado al que accedían las fuerzas democráticas era consecuencia solamente de una política errónea llevada adelante por el gobierno que finalizaba su mandato. Este hecho era sólo una de las señales de la profunda modificación ocurrida en toda la trama de la vida social del país, que, por otra parte, era también reflejo y expresión de una nueva realidad que aparecía en el mapa universal. Desde mediante de

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la década del setenta, profundas transformaciones se habían venido produciendo en el escenario mundial, de manera tal que una reestructuración de fuerzas acompañó esta nueva situación, tanto en el plano internacional como en su repercusión interna en cada sociedad.

Intentar comprender los acontecimientos que se dieron en estos años en nuestro país sin tener en cuenta el nuevo paradigma que se dibuja mundialmente puede hacernos caer en errores de gran magnitud.

Por estas razones, vamos a intentar captar en primer lugar los cambios más significativos que se dieron a nivel universal.

2. Nuevo escenario internacional

Con sólo echar una rápida mirada a la historia del hombre en su marcha global descubrimos que la creciente integración de los procesos sociales ha sido un constante en todos los tiempos. Del hombre que se reunía en el marco de su clan o de su tribu vamos pasando a formas de organización comunitarias que abarcan cada vez más sujetos intervinientes.

Hoy nos encontramos con que ese proceso de universalización iniciado en los tiempos modernos se torna más y más evidente. La integración de los pueblos y los hombres salta en todo a la vista. Pareciera que los procesos de transnacionalización e internacionalización de la política, la economía y la cultura constituyen los fenómenos estructuradotes que, juntamente con los programas e impactos de la revolución tecnológica en las diferentes realidades nacionales y regionales, modifican el ámbito de la acción colectiva.

Desde diversas perspectivas, se viene señalando que este proceso de integración universal adquiere los rasgos de lo inevitable. Lo que

aún resta por decidir es cuáles serán las características centrales del nuevo universalismo: si será un marco de contención que tenga en cuenta las diferencias más profundas y respetables de cada pueblo, o si, por contrario, aparecerá como la expansión de un universalismo homogeneizante que, desde un poder central, intente marcar y determinar el curso de todo el acaecer universal, en el que para nada se tenga en cuenta la participación protagónica de todos los actores.

Y, ciertamente, hoy es posible descubrir que la creciente interrelación de los pueblos trae consigo efectos contradictorios. En este sentido, el Papa Juan Pablo II descubre que, a pesar de los múltiples aspectos que hoy separan a los hombres y a los pueblos, “permanece más profunda su interdependencia, la cual, cuando se separa de las exigencias éticas, tiene consecuencias funestas para los más débiles.” (Juan Pablo II, 1987, 23).

El curso de este proceso de creciente interpendencia entre los pueblos tiene resonancias distintas en los diversos espacios. Quizás lo más visible se la expansión en el plano universal de nuevas interrelaciones económicas. Sin duda, el proceso de internacionalización de la economía surge coaligado a las revoluciones que se den en el transporte y las comunicaciones, en cuanto productos de una avanzada tecnología. De tal forma se han creado nuevas interdependencias económicas, que abarcan la casi totalidad del planeta Tierra.

Los núcleos de producción económica decisivos han sido concentrados en manos de grupos y empresas multinacionales que reúnen la mayor parte de la actividad y el poder económico. Las empresas transnacionales concentran una dosis de poder más fuerte inclusive que los mismos Estados nacionales, y esto es posible afirmarlo con respecto a las grandes potencias del hemisferio norte. Estas corporaciones económicas controlan el grueso del proceso y de los capitales de las áreas decisivas. Sus ramificaciones

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internacionales y el grado de concentración de poder que reúnen las convierte en dueños privilegiados de la decisión.

El proceso de internacionalización de la economía incursionó ya en la década del setenta más allá de las fronteras del bloque occidental. El proceso de expansión de las transnacionales dentro de los Estados socialistas es una muestra del crecimiento de su predominio económico.

En 1973, David Rockefeller inauguraba la primera sucursal soviética del Chase Manhattan Bank. Luego la seguirán filas intensas de empresas norteamericanas que, aún antes de la caída del muro de Berlín en 1989, presagiaron la configuración de un mercado integrado.

El proceso de internacionalización de los capitales convergió con un fenómeno de concentración al que también se sumaron los intereses provenientes de los países periféricos. En el plano internacional se advierte un desplazamiento de la inversión productiva a la inversión financiera. Todo este mecanismo, que ya ha sido explicado en la unidad anterior, al abordar el tema de nuestra deuda externa, se convierte en un reclamo estructural de la realidad económica.

“La internacionalización financiera rompe el proceso de acumulación anterior, no solo por la libre movilidad de los capitales… sino, fundamentalmente porque, a partir de allí el nivel de la tasa de retorno interna se confronta con la tasa de ganancia financiera en el mercado internacional, en una etapa donde predomina la valorización del capital.”

(Azpiazu, Basualdo, Khavisse, 1986, 193)

La política económica llevada adelante por el gobierno militar, donde se conjugaron altas tasas de interés con disminución de los aranceles a las importaciones y la subvaluación del dólar, fue el eje de una política donde la Argentina se integraba a la nueva situación internacional desde una subordinación a las reglas del juego diseñadas desde los centros del poder económico mundial.

Es así como el desplazamiento de la escena pública de la dictadura militar dejó intactas las profundas redefiniciones en el proceso de acumulación de capital que van a pesar tanto en el plano económico, como político y social. Basta pensar en la carga que constituyen la colosal deuda externa, la marginación creciente de grandes sectores sociales, la desocupación, el nivel de ingresos populares, la desequilibrada estructura del Estado, el nivel de destrucción del aparato productivo, el rol del sistema financiero. Sin duda estas cuestiones aparato productivo, el rol del sistema financiero. Sin duda estas cuestiones aparecen en el primer plano del escenario de los condicionamientos de una sociedad atravesada por tamaños obstáculos.

3. Apertura democrática

Los resultados de las elecciones del 30 de octubre de 1983 sorprendieron a todos. La Unión Cívica Radical, con Alfonsín como candidato a la presidencia, obtuvo el 51,75 % de los votos. En segundo lugar, el Peronismo reunió de la “ley de hierro” que había regido la dinámica política argentina desde hacía casi cuarenta años. El Peronismo era por primera vez derrotado en elecciones libres de proscripciones.

El radicalismo triunfante mostraba rasgos que los distinguían de su perfil histórico. La coalición que sostenía el “alfonsinismo”, era parte de un movimiento aluvional donde convergían sectores medios

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de la sociedad argentina, con el acompañamiento de una juventud entusiasmada con el fin del autoritarismo y la apertura de un proceso de participación democrática.

La cuestión democrática pesó centralmente en el alineamiento electoral.

“Las elecciones suponían un cambio de régimen político, y no de un gobierno en el marco de un régimen preexistente. L democracia no era un sistema funcionado sino una demanda. Este era el nudo político central que articulaba la voluntad política y las ideas de lo posible y lo necesario”.

(Landi, 1985, 30)

La revalorización de la Democracia parte de la cuestión abordada en el espacio político institucional, pero se convierte en una consigna que atraviesa todo el sistema social. En un nuevo ethos antiautoritario que se extiende a diversos ámbitos de la vida cotidiana. Se rescata los contenidos del liberalismo político enfatizando la recuperación del pluralismo, las libertades públicas y el control del poder como conquistas históricas irrenunciables.

El regreso democrático ponía en evidencia una toma de conciencia de las crisis de fragmentación que atravesaba el país. La convivencia pacífica, la tranquilidad, son exaltadas como posibilidades que garantizan la democracia y que es necesario preservar.

Al rastrear el caudal de valores que pone en evidencia el proceso de transición hacia la democracia, aparece

“una entendida valorización de la paz en el orden interno e internacional. Esta reubicación axiológica surge como producto del prolongado clima de violencia política y de las situaciones

de guerra vividas, tanto como preparación (Beagle) como de participación real (Malvinas)”.

(García Delgado Palermo, 1987, 50)

El redescubrimiento de la democracia representativa traía consigo otras consecuencias concatenadas. Los partidos políticos, previa democratización de sus estructuras internas, se convierten en los protagonistas fundamentales desde los primeros tramos de esta etapa. Y al privilegiarse los partidos, el interlocutor por excelencia pasaba a ser el ciudadano visualizado con independencia de su ubicación social y de sus intereses concretos.

De esta manera, también los actores políticos percibían el núcleo organizador de la militancia desde presupuestos diferentes de los que sostuvieron en el pasado. Si en la década del setenta la voluntad estaba puesta en la disputa por ser fieles a los intereses, las necesidades y los proyectos que provenían de las “bases”, tratando de imponer lo social como el motor del proceso liberador, ahora se orientan las voluntades hacia el espacio político institucional. La democracia implica referirse en primer lugar a las consideraciones que resultan de la especificidad de lo político. A poco de andar, aflorarán las contradicciones del vasto espacio que esta visión restringida de la lucha por el poder dejaba afuera.

Sin embargo, el alfonsinismo no recorta a priori el espacio que pretende conducir. Ya en los días de la campaña electoral del 83 se empiezan a manifestar la intención de conformar un “tercer movimiento histórico”, al que se suponía capaz de asumir la sucesión del irigoyenismo y el peronismo. Una ambición de vocación fundacional nacía alentada por el gran proceso de movilización generado desde el comienzo de la apertura democrática. El proyecto movimientista surgió más como un deseo en su imaginario utópico que como consecuencia de una constatación recogida de los hechos.

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El radicalismo como canal de participación no logró, con todo, superar la forma partido.

Ciertamente, Alfonsín, durante gran parte de su gobierno, pudo mantener la iniciativa en la conducción del espacio político institucional. Sus dos proyectos de mayor envergadura serán: el traslado de la capital federal a Videma y la reforma de la constitución.

A pesar de las múltiples discusiones que la gestión radical generó, el saldo político más importante del periodo fue la instalación indiscutida de las instituciones republicanas, que ya nadie atrevió a cuestionar sin recibir la sanción casi unánime de todo el cuerpo social.

Sin duda, el punto de inflexión que marca el inicio del derrumbe alfonsinista se desencadena el 6 de septiembre de 1987. La derrota del partido gobernante de ese día fue también una sorpresa punzante, que dejó desconcertado al gobierno durante un largo periodo, el cual culminó con el retiro anticipado del presidente ante una crisis inmanejable, el resultado electoral subsiguiente determinó que la UCR conservara solamente dos gobernaciones (Córdoba y Río Negro), mientras que el Peronismo acreció extensamente el número de provincias por él controladas. Igualmente, el radicalismo perdió la mayoría que mantenía desde 1983 en la cámara de diputados y pasó a ser la primera minoría.

El saldo del 87 nos permite ensayar algunas hipótesis de comprensión de lo que había ocurrido en esos años en el seno de los sectores populares.

El gobierno radical había puesto el punto esencial de su discurso en la defensa de la democracia. El campo de las relaciones del trabajo no se había beneficiado en nada, hasta entonces por esa política. A pesar del tiempo transcurrido desde su asunción al poder,

el gobierno mantenía vigente la legislación antisindical del proceso militar.

Esta contradicción entre la estricta vigencia de la estructura formal de la República, y el movimiento de la realidad económico-social apareció desde el primer momento del gobierno radical, y se fue agudizando en la medida en que la euforia de la democracia política recuperada iba abriendo espacio a las demandas sociales irresueltas.

Al asumir el gobierno, el 10 de diciembre de 1983, el presidente Alfonsín, en su mensaje al Congreso de la Nación: “los objetivos fundamentales del gobierno constitucional se encuentran en los ámbitos cultural, social y político”. (Alfonsín, 1983). La atención se había centrado en la necesidad de recuperar definitivamente la democracia, garantizar el funcionamiento de las instituciones y la vigencia de las libertades individuales.

Estas legítimas reivindicaciones políticas relegaban a un segundo nivel de preocupación las cuestiones económicas, lo que va a ir produciendo el más hondo debilitamiento del proyecto instalado en 1983. Un conocido periodista político del diario Clarín evaluaba así el saldo de la gestión de Alfonsín:

“Obsesionado –afirmaba Morales Solá (1990,10)- como estaba por edificar el destino de un sabio político, capaz de reformar la Constitución y trasladar la Capital de la República, no percibió a tiempo la mutación en las expectativas y deseos de la sociedad. Había comandado con éxito la restauración de la democracia y de las libertades individuales, pero no había insertado cuando debió atender los reclamos sociales”.

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4. La concentración del poder económico

La ausencia de logros económicos aparece como un saldo visible del gobierno radical. Sin embargo, para una apreciación correcta de la nueva estructura del poder económico, es preciso superar una óptica estrecha que ha adjudique a la mera inacción del partido gobernante los resultados obtenidos.

En estos años prolifera en todo el continente americano la propuesta del Ajuste como el camino para alcanzar los objetivos que exigen los centros de la decisión económica internacional. El saldo que deja la política de un ajuste tras otro conduce a una fuerte restricción del mercado interno, que lleva al achicamiento progresivo, con su secuela de desequilibrio sociales.

En el marco de las recetas y condicionamiento externos, el rasgo distintivo de la política económica radical fue la expresión de la inviabilidad de un criterio que pone el centro en la preocupación por controlar la inflación, a costa del deterioro del ya menguado aparato productivo y la caída del salario. Mientras la política social centró su atención en el manejo de las variables monetarias, se desencadenaron conflictos y tensiones en la medida en que avanzaba la exclusión de amplios sectores sociales.

“El balance de la gestión económica radical –tal como señala Madoery (1990,102)- es deficitario. Cualquier indicador que se tome muestra que en 1989 las cosas funcionan que peor que en 1983”.

Los objetivos alcanzados en materia económico-social estaban muy distantes de las enormes expectativas abiertas en el inicio de la transición democrática. Las cifras respecto a la evolución de la ocupación, el salario y la distribución del ingreso muestran la profundización del ciclo de deterioro económico que venía sufriendo el país desde la segunda mitad de la década del setenta.

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Evolución del salario mínimo,Del subempleo visible y del desempleo abierto (1984-

1988)

Una mirada superficial a los datos aquí expuestos, podría llevarnos a pensar que la democracia, si bien trajo respuestas en el plano del a convivencia institucional, ocasionó retrocesos en el nivel económico. Pero esta conclusión solo revela una pequeña porción de lo que acontecía.

La intensa transformación del sistema económico a nivel mundial, que se analiza en el punto dos de esta unidad, así como el deterioro sufrido internamente, combinan una posición altamente desfavorable para la iniciativa nacional en el campo económico.

En el contexto de la crisis, el neoliberalismo se presenta en toda América Latina como la nueva hegemónica.

El neoliberalismo es una filosofía sobre el hombre que lo concibe determinado y reducido a su primer impulso de egoísmo individual, e interpreta que es punción individualista se encierran la verdad y la bondad más natural y eficiente del ser humano. La riqueza y el bienestar general, antes que responder a una voluntad colectiva,

provienen del libre juego espontáneo e individual de los mecanismos monetarios del mercado.

De este modo, el modelo que se impone coloca en el mercado y su libre funcionamiento la apuesta central de la obtención del equilibrio. El Estado debe retirarse de la actividad económica, así como, suprimir todos los controles que desde su poder intentaron condicionar la libertad de las variables de la economía.

Las fronteras nacionales deben abrirse a los productos y a los capitales extranjeros. El motor de la economía se sitúa en la iniciativa privada, y la mejor manera de servirla es suprimir todos los condicionamientos desde el poder estatal.

La aplicación de estas orientaciones permitirían a los países periféricos imitar los logros conseguidos por los países centrales. Pero, mientras tanto, las estadísticas económicas muestran un ahondamiento del atraso y la pobreza del Sur del planeta.

Población y producto global anual

Salario mínimo Subempleo Desempleo

19841985198619871988

105,675, 280,187, 158,6

5,97,47,38,17,9

4,45,95,25,76,1

Población Crecim. global Per cápita

1930/451945/601960/751975/87

12/15 mill.15/20 mill.20/26 mill.26/31 mill.

2,9 %3,3 %4,2 %0,6 %

0,5 %1,3 %4,2 %

- 1,1 %

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Si observamos detenidamente algunas cifras del proceso económico global se puede captar claramente como el punto de fractura se inicia en los años del proceso militar.

La transformación sufrida puede compararse en diversos indicadores. La producción manufacturera, entre 1960 y 1975, creció un 47 %, mientras que a partir de 1976 hasta el presente esta cayó un 25 %. Y todos los datos indican que el proceso de desindustrialización continúa a fines de la década del ochenta. La inversión global en el área industrial cayó un 50 % desde 1976 hasta 1987, y cerraron el 20 % de los establecimientos industriales.

Este descenso de la producción hizo descender la ocupación fabril en un 35 % con respecto al personal ocupado en 1975.

Es decir, estamos en presencia de un ciclo regresivo de la economía argentina, que se ilustra nítidamente si confrontamos los índices del crecimiento del producto global per cápita con relación al aumento de la población del país.

Es importante tener en cuenta que en la segunda mitad de la década del setenta no será solamente una modificación de las cifras que hacen a la marcha de la economía, sino que también se produce una profunda transformación en la infraestructura del sistema productivo. Así, esta crisis instalada trae como consecuencia una nueva reconstitución del pode económico. El saldo de las modificaciones permiten hoy visualizar una diferencia abismal entre beneficiarios y perjudicados. El impacto producido por el shock obró en forma profundamente desigual.

Y lo más significativo para esta lectura es descubrir que algunos sectores de la vida económica lograron aumentar su gravitación tanto en la distribución de la renta como en las relaciones de poder.

“Los capitales que ocupan finalmente el centro del poder de acumulación, a partir de la reestructuración

impuesta por la dictadura militar, son grandes actores ya existentes en la economía argentina”.

(Azpiazu, Basualdo, Khavisse, 1986, 190)

Es decir que no se trata tanto de una redefinición del poder económico basada en nuevos capitales que surgen, sino más bien en una concentración del capital y del poder en manos de grupos económicos nacionales y empresas transnacionales.

De este modo, en el centro del proceso económico se instalan nuevo “bloque social”, constituido por capitales nacionales y extranjeros que reúnen una cuota de poder tan significativa, que puede imponerse al mismo poder político.

Como producto del proyecto diseñado por el régimen militar y su modelo de integración en las nuevas pautas de la economía internacional se produjo la emergencia de un nuevo poder económico en el país. Estos actores hoy ocupan el centro del proceso de acumulación, donde los protagonistas principales son los grupos económicos y las empresas transnacionales; de allí la centralidad de sus activos en el país y de sus inversiones financieras en el exterior. Este poderío los capacita para condicionar, por lo menos, el proceso económico global.

Ciertamente, el proceso militar inició una refundación estructural de la sociedad argentina, cuyas extensas implicaciones alcanzan a todos los órganos de la vida colectiva. En el campo económico es hoy muy visible la modificación estructural que transformó el marco de los condicionantes básicos de cualquier alternativa en juego.

Madoery nos acerca algunos datos que muestran las características del nuevo poder económico:

“Durante los años de la dictadura militar (1976-1978) se produjo el avance de un conjunto de grupos nacionales y extranjeros caracterizados por la enorme diversificación de sus capitales en diferentes rubros:

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industria, comercio, finanzas, actividades agropecuarias, etc. La política del gobierno militar para con el aparto estatal fue transformarlo en una herramienta funcional conforme a la lógica de acumulación de estos sectores. Esta tendencia, desde la recuperación democrática hasta nuestros días, lejos de revertirse, lamentablemente se ha mantenido en la vigencia de un esquema de transferencias desde el sector público hacia esos intereses privados que lesionan seriamente la posibilidad de un mejoramiento de la actividad estatal en la economía.

(Madoery, 1990, 43)

Una fuerte transferencia de ingresos de los sectores asalariados hacia los propietarios del capital sirve para mantener un proceso de acumulación en beneficio de estos últimos. Sin embargo, la estructuración económico apunta también a producir cambios en la distribución del ingreso nacional a favor de los sectores del capital, lo que lleva a una concentración en favor determinados sectores, que podrán ejercer su mayor poder económico-financiero en el mercado, desmedro de los sectores en la producción ligados en los mercados internos.

La etapa abierta por la gestión democrática no logra revertir, sino que, por el contrario, mantiene y profundiza el esquema en que una deuda externa asfixiante y un comportamiento especulativo por parte de los sectores del capital conducen a un nuevo modelo de acumulación del mismo.

5. Una crisis integral

A lo largo del curso hemos ido recorriendo los distintos momentos por los que atravesó la Argentina como cultura. En ese proceso pudimos captar momentos de crecimiento lineal, así como

etapas en las que las contradicciones en el seno de la Nación conducían a un desenlace de círculos cerrado recurrentes.

Pero, a fines de los años ochenta, nos encontramos no solamente con una prolongada crisis económica, sino también con una transformación global que atraviesa todos los sectores de la vida colectiva. En el título de este apartado caracterizamos este proceso como una crisis integral.

Desde el punto de vista metodológico, es preciso tener en cuenta que:

1. El término “crisis” no hace alusión a una situación terminar o a un momento de ruptura, como muchas veces se interpreta. Así como denota el fin de un tiempo, también señala el amanecer de una nueva época.

2. Las crisis son sacudimientos globales provocados por factores externos e internos que replantean los canales y las formas que una comunidad ha asumido para resolver sus cuestiones básicas.

En consecuencia, la Nación Argentina se encuentra inserta en una nueva situación internacional, con muchos de los canales que hasta hoy habían servido para su marcha en avanzado estado de agotamiento, sin vislumbrar aun cuales son las energías que se encauzan para reconstruir el poder nacional.

Una rápida mirada desde finales de la década del ochenta nos revela un estado de debilitamiento del poder de la Nación, a la vez que un cuestionamiento de los canales institucionales que hasta hoy habían servido para sustentarlos.

En el análisis sociocultural de la Argentina tendremos en cuenta dos espacios o instancias fundamentales: el Estado y la sociedad.

Con respecto al Estado, ha ido creciendo en los últimos años un diagnóstico claro acerca de los límites de su situación actual. Luego de la “larga noche de la dictadura militar” los actores políticos soñaban con recuperar el poder de un Estado fuerte desde el cual

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desplegar sus proyectos. Más, por el contrario, se encontraron con un aparato pesado, sin elasticidad, y marcadamente ineficiente.

El aparato estatal se presenta como una máquina burocrática pesada, con gran cantidad de empresas deficitarias y un personal numeroso: lento en su gestión y donde predominan la superposición y el entrelazamiento de funciones, así como la poca transparencia en sus resoluciones.

“Este es un problema que se arrastra desde hace varias décadas, por lo que ha crecido el cuestionamiento al “aparato tecno-burocrático del sector público…, y su deterioro actual como cuerpo orgánico capaz de organizar, supervisar, y seguir un proceso de cualquier tipo, genera serias dudas sobre el futuro… Un Estado que no puede valuar lo que ocurre en la sociedad ni puede tomar decisiones adecuadas, salvo que sea movido por el azar.”

(Schvarzer, 1988, 110)

La crisis estructural de nuestra sociedad impone ciertas restricciones que dificultan la capacidad de intervención eficaz del Estado. Ciertas funciones estatales van perdiendo vigencia. Por otra parte, la inserción dependiente en el mercado mundial y el endeudamiento externo significan una constante transferencia de recursos propios a manos de agentes extranjeros.

Los elementos aquí mencionados aluden no solo al funcionamiento interno de la estructura estatal, sino también a su capacidad de decisión en la escena social y su poder frente a los actores económicos y políticos internacionales. Este dato aparece para nosotros más relevante, pues el Estado apareció siempre como un director de escena histórico que organizaba y repartía los naipes

de la conducta social. Pero ahora esa función a sufrido un veloz agotamiento, y el Estado está experimentando una profunda redefinición de su papel respecto a si mismo, a las fuerzas sociales y a los poderes extranacionales.

Simultáneamente, al cuestionamiento del poder del Estado se agregó el de las agrupaciones institucionalizadas, que tradicionalmente sirvieron como canales de acceso a la ocupación del aparato estatal: los partidos políticos.

A lo largo de nuestra historia hemos visto como los partidos, de haber sido canales que representaban la opinión pública, fueron sufriendo distintas interpelaciones a través de los instrumentos que nuestro pueblo se forjó para la participación. Pero la crisis global desnuda la orfandad de esa herramienta que había sido pensada como correa de transmisión del poder comunitario: la distancia entre el Estado y sociedad deparó casi correlativamente el crecimiento de la distancia entre la forma “partido” y los sectores populares.

En este sentido ayudó la concepción del partido que se desarrolló en los años ochenta, este periodo privilegió el espacio político institucional como ámbito por excelencia de participación, lo que condujo a polarizar los modelos en el marco de la vieja democracia representativa.

En un estudio resiente que parte del análisis de lo que sucede en las localidades urbanas del Gran Buenos Aires se afirma:

“Iniciado el régimen constitucional, será la relación gobierno-Partido Radical la que incidirá decisivamente en la forma de participación política en el plano local: Como consecuencia tendrá lugar una visible recuperación de posiciones por parte de prácticas de clientela, pero no ya únicamente a cargo de los viejos caudillos tradicionales, sino también apoyadas en

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las estructuras locales de desarrollo más resiente”.

(Gonzáles Bombal-Palermo, 1987, 55)

Los partidos tienden a la formación de clientelas políticas locales más controlables debido a su menor grado de autonomía. De esta manera, tienden a procesar las demandas sociales en términos de respuestas particularistas, que última instancia reproducen e incrementan la fragmentación asociativa.

Estas características de la acción política hace crecer una resistencia que llega a esta conclusión “los partidos no permiten la participación”. Para la gente común, la política es visualizada como perteneciente a otro plano de realidad, muy distante de la cotidianeidad. La política es sentida como algo lejano, como campo de acción de otros sujetos. El destino personal y el proyecto de hombres y mujeres pareciesen que no se conjugan con el destino de las fuerzas políticas.

Mientras esto ocurre en el Estado, una tensión más aguda recorre los interiores del tejido social. Un clima de desintegración, que la erosión de la crisis hace crecer cada día, se intensifica crecientemente. Las redes sociales se encuentran seriamente dañadas, y en el sujeto colectivo parecen ausentes aquellos núcleos de sentido inspiradores de un proyecto común. La experiencia social también reproduce el fenómeno del debilitamiento de los vínculos de consenso de aúnan a los sectores sociales en esa fe común que sirve como red de cohesión.

Las dificultades de la crisis económica convergen con la pérdida de horizonte, el escepticismo y mayores grados de violencia. En la nueva estructura social se agudizan las desigualdades y crecen los sectores pauperizados. Miles de trabajadores asalariados perdieron en los últimos años su relación de dependencia y pasaron a engrosar la capa de los “cuentapropistas” que se instala en la economía informal.

El efecto inmediato de la nueva situación contribuye a erosionar solidaridades colectivas preexistentes.

La “tercerización” de la sociedad es una de las explicaciones centrales en la que debemos buscar la pérdida de hegemonía social que experimenta el sindicalismo y la interpelación que los nuevos tiempos traen a las anteriores organizaciones sociales.

La experiencia de los sectores populares había crecido en un marco en el que existía un Estado social que podía actuar con eficacia en virtud de la fuerte interrelación existente con los sectores populares organizados sindicalmente. El Estado garantizaba los derechos sociales y redistribuía el pode económico y social.

En ese contexto, tales organizaciones sociales con su poder de movilización y su vinculación con las fuerzas políticas –fundamentalmente el Movimiento Peronista- se convertían en estructuras que presentaban sus reivindicaciones ante el Estado.

El amplio cuestionamiento que la crisis global origina enfrenta también a estas organizaciones al desafío de encontrar nuevas formas de poder social. La creatividad libre de la gente ha ido señalando algunas líneas, que aunque no constituyen una versión acabada, sin embargo permiten diseñar algunos aspectos que presentan hoy las organizaciones libres del pueblo.

6. Nuevos movimientos sociales

En la sociedad como realidad organizada encontramos la existencia de tres polos: el estatal, que ya hemos analizado detenidamente desde su organización entre nosotros; el privado, conformado por la iniciativa individual de núcleos restringidos, que pueden adoptar la forma de grupos o sistemas de empresas; y el

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comunitario sobre el cual nos detendremos un momento para captar que transformaciones han ocurrido allí.

Este polo comunitario se expresa en los canales que el pueblo se da para participar en la resolución de sus problemas e intervenir en las decisiones atinentes al bien común.

Hasta los años ochenta encontramos un poder social caracterizado por fuertes asociaciones reivindicativas, que crecieron al calor del Estado benefactor.

Al aparecer el Estado débil e inconducente en la vida social, se ahonda la distancia entre formas políticas y voluntad colectiva. El poder político es incapaz de movilizar a los sectores sociales. De este modo aparecen movimientos sociales que acentúan nuevos rasgos organizativos y de identificación.

La modificación no significa que una lógica de organización popular retroceda y predomina otra de la noche a la mañana. Las nuevas formas en que se imponen organizaciones alternativas e independientes van apareciendo en la resolución de múltiples problemas, mientras que las formas anteriores se van debilitando, aunque sin dejar de hacer “acto de presencia”. Los sectores populares empiezan a organizarse mediante otras formas y valores.

En el contexto de la crisis, las acciones solidarias o colectivas para superarla aparecen ligadas a problemas concretos del vecindario y de la cotidianeidad. Ante los cuales nacen sin número de organizaciones propias del barrio o lugar del trabajo.

Los movimientos sociales se ubican en el espacio intermedio entre la cotidianeidad individual y la familia, en el “microclima” de lo habitual y los procesos sociopolíticos del Estado y sus instituciones, que para el común de la gente aparecen hoy muy distantes.

Los nuevos movimientos sociales tienen su punto de asentamiento en el plano local. Lo local se convierte en el ámbito

más revelante de producción comunitaria. El vecino “fomentista” dirigente de un club social o deportivo, miembro de una cooperativa, revela las identidades expresadas por la red instituciones que conforman la trama estructural de la sociedad local. Una basta diversidad de asociaciones intermedias conforman el universo heterogéneo que se articula signado por el eje de lo local.

Si tradicionalmente los movimientos sociales habían actuado ante los poderes públicos demandando mejoras en la calidad de vida o reivindicaciones específicas, en la actualidad las organizaciones libres del pueblo tienden a encarar una práctica autogestionaria, donde los sectores populares son los agentes fundamentales de la solución de sus necesidades.

Los mismos estallidos sociales de 1989 vieron crecer en el Gran Buenos Aires y Rosario múltiples iniciativas orientadas a resolver las necesidades más urgentes de alimentación (hornos comunitarios, huertas familiares y comunitarias, cooperativas de consumo, etc.) en las que se evidenciaba la búsqueda de canales alternativos para resolver el problema suscitado en torno del pan de cada día.

Otras experiencias en el plano laboral -cooperativas de trabajo, talleres comunitarios- o en el de la vivienda –cooperativas de autoconstrucción, tareas de adquisición de terrenos en los asentamientos- son muestras de que aparece un nuevo estilo en el seno del polo comunitario.

Sintetizando los rasgos que predominan en los nuevos movimientos sociales, encontramos:

1. La resolución de las necesidades comunitarias aparece como el primer desafío a enfrentar. Las necesidades son los polos que convocan a la acción.

2. La organización y la construcción se encaran desde la proximidad de lo local. Los hombres y mujeres se reúnan y movilizan desde el territorio.

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3. predominan los modelos de organización abierta. No inciden exclusiones ni por ideologías, ni por creencias.

Sin embargo las nuevas formas organizativas no muestran un sujeto colectivo robusto y articulado.

“Se trata de procesos temporales de emergencia, de acciones colectivas solidarias, conflictivas y cuestionadoras, que en su desarrollo puede llegar a conformar nuevos actores con identidad propia, con cierta permanencia temporal y la potencialidad de transformar con su presencia y su prácticas, el escenario de la acción social”.

(Jelin, 1987, 14)

Ciertamente, a solo una década del año 2000, son muchos los interrogantes que aparecen sobre cuál será el perfil de la cultural argentina. ¿Cómo se articulará y que papel desempeñará el Estado en la vida de la sociedad? ¿De qué manera el polo comunitario garantizará su presencia en el escenario de la decisión? Y son múltiples los cuestionamientos acerca del destino económico la participación de los distintos sectores sociales, etc.

A pesar de todo, sin embargo, creemos que el estudio de nuestro pasado nos enfrenta con el hecho de que la Nación Argentina existe. Las encrucijadas e incertidumbres que se abren nos hablan más bien de las dudas acerca su futuro mediato y lejano. Pero, a pesar de las múltiples contradicciones presentes en su marcha, es posible afirmar que la Nación es y que en su andar reafirma su indominable voluntad de existencia en la Historia.

Para su autoevaluación

¿Qué transformaciones se dieron en la economía argentina desde 1976? ¿Qué consecuencias tuvo la nueva situación para la transición democrática?

Explique las causas que llevaron al régimen militar a abandonar el gobierno y convocar a elecciones democráticas.

Describa los rasgos centrales de la situación mundial desde comienzos de los años ochenta.

¿En qué forma inserta nuestro país en el nuevo orden internacional?

¿Qué sentimientos y expectativas predominaron en la población ante la apertura democrática de 1983?

Caracterice el “alfonsinismo” como fuerza política.¿Cuáles son los actores predominantes del nuevo poder

económico?¿Qué propone el pensamiento neoliberal como camino de

superación de la crisis?¿En qué sentido se puede decir que la crisis argentina supera el

marco de lo económico?¿Qué cuestionamientos genera la nueva situación a los cauces

tradicionales de la sociedad y el Estado?¿Qué novedades se estructuran en el polo comunitario?

Referencias

Alfonsín, Raúl (1983) Mensaje al Congreso Nacional, 10 de diciembre de 1983.

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Anderson, Pierry (1987) “Democracia y dictadura en América Latina”. Conferencia pronunciada el 16 de octubre de 1987 en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.

Azpiazu, D., Basualdo, E.M., Khavisse, M. (1986) El nuevo poder económico en la Argentina de los años 80. Ed. Nueva Información, Bs.As.

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Jelin, E. (1987) Movimientos sociales y consolidación democrática en la Argentina actual. CEDES, Bs.As.

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Madoery, O. (1990) Estado y grupos económicos (1983-1989). C.E.A.L. Bs.As.

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Schvarzer, J. (1988) “Estado y fuerzas sociales en las políticas de promoción industrial en la Argentina”, en Los actores socioeconómicos el ajuste estructural. CLASCO, Bs.As.

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