I N S U L A 6 2 2 EDUARDO ALONSO, JOAQUÍN ALVAREZ BARRIENTOS, IGNACIO ARELLANO, DIEGO CATALÁN, JUAN CARLOS CONDE, RAFAEL CONTE, LUIS ALBERTO DE CUENCA, FRANCISCO JAVIER DÍEZ DE REVENGA, JORDI DOMÉNECH, MANUEL DURAN
BLÁZQUEZ, VÍCTOR GARCÍA DE LA CONCHA, VICTOR INFANTES, MARIANO DE PACO, JUAN FRANCISCO PEÑA, JOSÉ ANTONIO
PÉREZ BOWIE, ÁNGEL RUPÉREZ, JUAN MIGUEL SÁNCHEZ VIGIL,
JOAQUÍN DEL VALLE-INCLÁN
A U S T R A L : U N C A P I T U L O
E N L A H I S T O R I A D E L A C U L T U R A R E V I S T A D E L E T R A S Y C I E N C I A S H U M A N A S / O C T U B R E 1 9 9
1 E M I L I O P O E T A S D E L 2 7 L L E D Ó LA GENERACIÓN Y SU ENTORNO
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L A C O L E C C I Ó N A U S T R A L
JL JAN CARLOS C O N D E /
LA( "OLECCIÓN AUSTRAL
Y LA I JTERATURA MEDIEVAL ESPAÑOLA
efectuada por Marcella Ciceri, basada en su editio maior de Módena, 1975. En fin, las
nuevas aportaciones de texos medievales hispánicos contenidas en la Colección Austral se
cierran con dos recopilaciones de textos teatrales: el interesantísimo Teatro medievalprepa
rado pot Ana María Álvarez Pellitero, que facilita edición de los textos teatrales hispánicos
del medioevo, desde el Auto de los Reyes Magos hasta la Danca de la muerte; y su continua
ción cronológica, el volumen de Teatro renacentista dispuesto pot Alfredo Hermenegildo,
donde aparecen autores situados en la encrucijada entre la Edad Media y el Renacimiento,
como Juan del Encina, Lucas Fernández y Diego de Avila. Sin lugar a dudas, la renova
ción de Austral de hace veintitantos años representa un salto cualitativo respecto de la
antigua Austral en lo que toca al tratamiento de los textos clásicos, renovación y cambio al
que no son ajenos, como es lógico, los textos medievales hispánicos.
«Lectura Recomendada»
Pero la voluntad de actualización y adecuación de Austral no cesa aquí. El año 1997
marca la irrupción en el mercado de Austral «Lectura Recomendada», de cuya concepción
y propósito se habla en otros lugares de este monográfico. Ya ha aparecido un texto
medieval dentro de esta serie, orientada básicamente a estudiantes de secundaria e incluso
de primer ciclo universitario, la Celestina. La base es la edición, prólogo y anotación de
Pedro M. Pinero ya presente en Austral, acompañado de un Apéndice a cargo de Gala
Blasco y Fernando Rayo, donde concurren diversos materiales complementarios útiles
para una lectura didáctica del texto: una documentación complementaria donde se reco
gen tanto pasajes de textos coetáneos a la Celestina capaces de ilustrar determinados aspec
tos del texto como una antología de fragmentos de textos críticos especialmente relevan
tes, una bibliografía básica comentada y, sobre todo, un Taller de Lectura, donde se busca
facilitar al lector pautas y orientaciones que le permitan aprehender plenamente las ideas y
la estructura del texto, junto con diversas propuestas de trabajo práctico.
Dentro de no mucho —Deo volente— aparecerá el Cantar de Mió Cid de Austral «Lec
tura Recomendada» cuya preparación ha corrido a mi cargo. Este volumen ha sido conce
bido desde una perspectiva ligeramente diferente a los demás, dada la peculiaridad del
punto de partida. Es, básicamente, una actualización del anterior Cid de Austral que busca,
además de añadir los materiales didácticos que antes se han mencionado, realizar una pre
sentación breve del pensamiento de Menéndez Pidal sobre el Cantar de Mió Cid, desde el
convencimiento de que la labor científica de Pidal sobre el Cid es quizá el hito mayor de la
moderna filología hispánica. La estructura del volumen es, en breve, la siguiente: abre
el tomo el prólogo de Martín de Riquer antes mencionado, que va seguido de una
introducción a mi cargo donde he pretendido presentar en una extensión razonable las
principales ideas de Pidal acerca del Cid y de la épica hispánica medieval; en ella se contras
tan las ideas pidalinas con otras contribuciones críticas divergentes, buscando siempre la
demostración de su vigencia actual. El texto que se ofrece del Cantares, claro, el preparado
por Menéndez Pidal —se ha aprovechado para limpiar alguna errata—, acompañado por la
prosificación de Alfonso Reyes. Novedad respecto de la anterior salida «austral» del Cantar
es que el texto va acompañado de una abundante anotación, basada en la que preparó Pidal
para su edición de Clásicos Castellanos y complementada por unas notas preparadas por
mí en las que he buscado, sobre todo, aportar las informaciones necesarias para que en el
transcurso de la lectura el lector pueda ir advirtiendo diversas peculiaridades del texto: su
disposición estructural, recurrencias temáticas, recursos expresivos y de caracterización de
personajes y, en general, todos los procedimientos literarios de los que el autor del Cantar
se sirve para construir un texto literario complejo en lo estructural y nada inocente en lo
ideológico. Al texto sigue un Taller de Lectura donde he buscado ubicar el Cantar en su
contexto histórico, localizar y describir los temas y motivos centrales presentes en el texto
(la honra, la concepción de la nobleza) y ver el modo en que se erigen en elementos temáti
cos funcionales, analizar los procedimientos mediante los que se construye la trama narrati
va de la obra conforme a su plan estructural, mostrar la forma en que se caracterizan los
personajes, y examinar la peculiaridad de diversos aspectos estilísticos y exptesivos. Tam
bién se facilita una bibliografía esencial comentada, y se cierra el tomo con un glosario (en
el que se subsumen las notas de naturaleza léxica con que Pidal acompañó su edición
en Clásicos Castellanos) que debería solucionar, en compañía de la prosificación de Reyes,
todos los problemas de entendimiento literal de la obra.
Si hubiera de resumirlo en dos palabras, diría que el propósito que me ha guiado en mi
preparación de este volumen ha sido el de una respetuosa voluntad de complementación.
Se trataba, en último término, de retomar una presentación clásica de un texto infaltable
en cualquier canon de las letras hispánicas de todas las épocas y complementar las indaga
ciones de Pidal en todos aquellos aspectos tratados en menor medida por él, especialmen
te los referentes al entendimiento del Cantar como artefacto literario y estético. Este caso
me parece ser elocuente de la peripecia de Austral a lo largo de tantos decenios de la vida
cultural hispánica de este siglo: la voluntad de conjugar la presencia de una impronta ya
venerable con la necesaria adecuación a los nuevos tiempos y a los nuevos lectores. Es her
moso asistir a un proceso de esa naturaleza, y un motivo de otgullo haber podido contri
buir, siquiera mínimamente, a que la literatura medieval española conserve su presencia en
esta nueva salida de Austral a la plaza pública. Ad multos annos.
J. C. C—UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID
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La mítica Colección Austral, que incluyó desde su nacimiento una gran variedad de obras,
constituyendo una verdadera enciclopedia literaria y cultural al alcance de todos los inte
reses y bolsillos, no olvidó al Siglo de Oro en su catálogo. La antigua serie acogió, además
de obras cervantinas tan famosas como el Quijote (núm. 150) o el Persiles (núm. 1065),
otras menos favorecidas (incluso hasta hoy) por la atención de los estudiosos, pero magní
ficas creaciones, como El Arenal de Sevilla, preciosa comedia lopiana (núm. 354), o La
gallega Mari Hernández de Tirso de Molina (núm. 442).
Quiere decirse que Austral ponía en manos del lector interesado no sólo las grandes
obras consagradas, sino también títulos que resultaban de difícil acceso en otras ediciones,
si es que las había. Esta antigua Austral resultaba, sin duda, una colección benemérita, y
en lo que respecta al Siglo de Oro, digna de agradecimiento. Bien es verdad que esas pri
meras ediciones no se preocupaban especialmente por cuestiones de crítica textual, y care
cían de notas y estudios introductorios, rasgo, por otra parte, habitual en muchas colec
ciones divulgadoras en que no suele figurar ningún responsable concreto de la edición.
Las nuevas publicaciones de Austral suponen un cambio apreciable en este sentido, que
merece algunas observaciones sucintas. Si se revisa el catálogo de la nueva Austral a la altu
ra de 1998, se advierte que las obras del Siglo de Oro español alcanzan una cuarentena de
títulos, sobte los más de cuatrocientos, dedicados a todas las épocas y todas las literaturas,
que ya van publicados, es decir, cosa de un diez por ciento. Unas pocas cuentas más (apro
ximadas y orientativas) revelan que pertenecen al siglo XVI una tercera parte, mientras que
dos terceras partes se dedican a textos del siglo XVII. La proporción parece muy razonable
si se tiene en cuenta la proliferación de textos en uno y otro siglo. Más curiosa es la pro
porción genérica: teatro y prosa están bastante equilibrados, pero la poesía queda con muy
poca representación, casi de modo residual, si bien se han publicado antologías de poetas
tan imprescindibles como Fray Luis, Quevedo o Lope (núms. 41 , 186, 281).
Pero lo más significativo, sin duda, de la nueva serie de Austral, es el cambio de enfo
que y el cuidado en la elaboración de las ediciones, encomendadas ahora a verdaderos
especialistas en la materia, que, en general, han realizado un trabajo meticuloso, y han
producido volúmenes que sin perder su capacidad divulgativa, ofrecen estudios documen
tados y completos, precisan sus criterios editoriales y redactan notas aclaratorias, además
de apéndices didácticos muy útiles para estudiantes y profesores en aquellos títulos selec
cionados como «lecturas recomendadas».
No es momento de hacer la lista de los libros publicados, que cualquier interesado
hallará en los catálogos de la editorial, pero quizá merezca la pena señalar algunos detalles
significativos de esta nueva serie.
La selección de obras incluye hasta la actualidad, evidentemente, algunas de las obras
maestras más populares: el Lazarillo de Tormes (núm. 12, ed. Víctor García de la Concha,
con un estudio preliminar escrito con el conocimiento que podía esperarse del editor), el
Quijote (núm. 150, ed. Alberto Blecua, presidente de la Asociación de Cervantistas, y
Andrés Pozo), El alcalde de Zalamea (núm. 50, ed. José María Ruano de la Haza) y La
vida es sueño (núm. 31 , ed. Evangelina Rodríguez Cuadros) de Calderón, el Buscón de
Quevedo (núm. 300, ed. Ignacio Arellano)..., pero no se arredra ante títulos de más com
plicado horizonte de recepción, como Las Fundaciones o el Camino de perfección de Santa
Teresa (editadas, respectivamente, por Víctor García de la Concha y María Jesús Mancho
Duque, dos conocedores de máximo nivel de la obra de la santa, que hacen un trabajo
excelente).
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La encomienda de estas ediciones a competentes especialistas ha asegurado a la nueva
Austral un nivel de calidad muy alto. En muchos casos los editores realizan un trabajo cer
cano a la verdadera edición crítica, con cotejos de testimonios y precisión de criterios edi
toriales e incluso datos sobre variantes o enmiendas textuales (ver Lope, El perro dei horte
lano, núm. 221 , ed. Antonio Carreño; El caballero de Olmedo, núm. 418, ed. Ignacio
Arellano y Juan Manuel Escudero; Gracián, El criticón, núm. 435, ed. Emilio Hidalgo y
Elena Cantarino...); otras veces su edición procede de anteriores trabajos críticos propios,
lo que permite acercarse a estos textos con gran confianza (caso de
Lope, Peribáñez y el comendador de Ocaña, núm. 225, ed. José
María Ruano de la Haza, que revisa una anterior edición crítica
publicada en 1980). En muy pocos casos los editores acuden a
ediciones modernas fijadas por otros colegas (práctica legítima
pero menos fiable, y casi ausente de los títulos más recientes de la
Colección).
Los estudios preliminares reflejan también este enriquecimien
to: nótese, por ejemplo, cómo las últimas investigaciones sobre la
representación teatral hallan su sitio en los prólogos de Ruano de
la Haza (gran especialista en la puesta en escena aurisecular) al
Peribáñez o de Rodríguez Cuadros a La vida es sueño. En el últi
mo caso, la condición de «lectura recomendada» permite incluso
añadir dibujos de escenarios y otros materiales gráficos que ayu
dan a hacerse una idea más cabal de la puesta en escena. Por otra
parte, la orientación divulgativa impulsa a los editores a esforzarse
en alcanzar un tono expositivo claro y en ocasiones ameno, que
resulta buena salvaguarda contra tentaciones de impertinente her
metismo crítico, de manera que en no pocos casos las presenta
ciones de Austral constituyen una magnífica lección introductoria
a la obra, superior a muchos estudios que aparecen con grandes
pretensiones en revistas especializadas.
Es de destacar también la beneficiosa unidad de la mayor parte de los volúmenes
de la nueva serie, que parece haber hallado una estructura muy adecuada y funcio
nal. Hay, claro está, variaciones: La lozana andaluza (núm. 38 , ed. Ángel Chiclana),
por ejemplo, no lleva notas a pie de página, a cambio de un glosario final (es más moles
to de consultar y hubiera sido preferible notas al pie; el glosario, de todos modos, es
muy útil y bien hecho); las Novelas ejemplares de Cervantes (núms. 199, 200, ed.
Florencio Sevilla Arroyo y Antonio Rey Hazas) llevan una anotación muy documen
tada, que concreta incluso fuentes consultadas, o aporta definiciones textuales de
repertorios y obras coetáneas; el Patrañuelo de Timoneda (núm. 175, ed. María Pilar
Cuartera Sancho) incluye en su magnífico prólogo sendas fichas individuales muy
completas sobre las fuentes de cada patraña (cada una es un «microcosmos de fuen
tes», en efecto) que facilitan enormemente posteriores exámenes de los textos y su
modo de adaptación.. .
En general, todos estos volúmenes entregan al lector textos
cuidados, acompañados de materiales explicativos y estudios que,
dentro del marco característico de la serie, mantienen en su con
junto un nivel ejemplar.
Creo que la nueva Austral va diseñando un camino muy inteli
gente, en cuyo transcurrir habrán de sumarse algunas de las gran
des obras que esperan su sitio (recuperar el Persiles, quizá; algunas
otras novelas picarescas, algunos entremeses, ampliar la poesía
—¿por qué no incluir poetas como Villamediana, o Góngora, o
recuperar mejoradas antiguas crestomatías de la vieja Austral,
como la de Sor Juana Inés de la Cruz?—...). Sin duda el talante
amplio de la serie podrá incluir muchos otros títulos.
El renombre de la Colección, bien ganado por los servicios
prestados a la difusión de la cultura, le otorga un papel, creo, muy
particular entre todas las colecciones de textos actuales. Sin com
petir en áreas que no le son propias ha sabido situarse en un justo
medio, aumentando mucho de calidad científica sin perder capa
cidad de difusión, con volúmenes muy cuidados también en el
aspecto material, que mejoran grandemente ciertas encuadema
ciones e impresiones de la antigua serie.
Es un deber cumplido con gusto felicitar a Austral, por la tarea cumplida y por la acer
tada actualización, y esperar que tenga por delante un futuro de merecidos éxitos propor
cionando a muchos lectores nuevas obras de los clásicos españoles en las condiciones de
excelencia editorial que he comentado.
I. A.—UNIVERSIDAD DE NAVARRA
IGNACIO ARELLANO / EL SIGLO DE ORC EN AUSTRAL
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L A L I T E R A T U R A D E L O S S I G L O S X V I I I
Y X I X E N L A C O L E C C I Ó N A U S T R A L
«... leyendo los cuatro libros de la colección Austral que transportaba conmigo de
casa en casa» (Francisco Umbral, La noche que llegué al Café Gijón).
Hasta no hace demasiados años en España hemos podido leer muchos libros importan
tes porque llegaban desde Sudamérica; es el caso de algunos publicados desde 1937 en la
Colección Austral, que, como se sabe, tuvo sus orígenes en Argentina. De ahí el nombre
de esta Colección que ofrecía al lector «los libros de que se habla», los de éxito permanen
te, los clásicos, los que no se podían leer porque eran caros o se ofrecían en ediciones sin
garantía. La Colección Austral surgió, pues, con un objetivo difusor claro, que ha cumpli
do de sobra, pero sin que eso significara presentar los textos de forma deficiente ni con
malas encuademaciones. Al contrario, su precio económico no significaba descuido: a una
imagen inequívoca y reconocible, antes y ahora, la Colección sumaba su objetivo de
cubrir todos los ámbitos de interés de los lectores: hay «un libro para el gusto de cada lec
tor», se dice en las solapas y en las contraportadas.
Esta Colección, que yo he visto casi completa en casas de amigos que ya tienen cierta
edad, fue para muchos el mejor alimento espiritual, amplio y variado, que se podía encon
trar en la España de posguerra.
Dentro de ese objetivo de ofrecer un libro para cada lector, no se olvidó la producción
de los siglos XVIII y XIX. Que se tuviera presente al XIX no es de extrañar, dado que se le ha
considerado siempre como una época de apogeo de la literatura española y en ella, y en la
Colección, se encuentran personalidades de la talla de Gustavo Adolfo Bécquer, Benito
Pérez Galdós, José M. a de Pereda, Juan Valera, Leopoldo Alas Clarín, Emilia Pardo Bazán,
Ramón del Valle-lnclán, Miguel de Unamuno, Santiago Ramón y Cajal o Marcelino
Menéndez Pelayo, junto a otros de menor empaque, como Serafín Estébanez Calderón
(hoy descatalogado), Ramón de Mesonero Romanos (a quien prologa Ramón Gómez de
la Serna, y también descatalogado) o Mariano José de Larra (de quien se ocupó Azorín),
los dos últimos de 1942, y más tarde Espronceda y Zorrilla. Todos ellos son editados en
los primeros números de la Colección, durante los años cuarenta. Posteriormente vendrán
otras figuras, quizá no tan importantes entonces pero que después han sido revalorizadas
por la historiografía; por ejemplo, Antonio Alcalá Galiano, de la mano de Julián Marías
(descatalogado).
Consultando catálogos viejos de la Colección se observa que en ella están todos los
autores que conformaban el canon de la literatura española y mundial. Y esto vale tam
bién para el caso del siglo XVIII en general. Digo en general porque, si bien es posible
encontrar en los primeros números a Boswell, al abate Prévost y a otros europeos que
formaban parte de ese grupo prestigiado, resulta más difícil hallar representantes españo
les de esos años, mientras que no sucede lo mismo con el XIX europeo y español. La
explicación creo que se encuentra en que hasta no hace mucho aquella época de la histo
ria y de la literatura españolas padecía el estigma de la historiografía decimonónica, que
calificaba al siglo de enciclopédico, afrancesado, galófilo o galicano, europeísta y anties
pañol. Todos estos epítetos, o más bien sambenitos, convertían a la centuria ilustrada en
el patito feo de la historia literaria española y, por lo tanto, su presencia en el mundo edi
torial era limitada.
Si hoy se ha corregido bastante este cuadro en algunos ambientes del hispanismo, es
cierto que en otros y entre la generalidad de los que se dedican a estudiar la literatura
española, el XVIII o la Ilustración sigue siendo el siglo peor conocido.
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