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ISBN 978-958-695-978-0 · 2016-05-26 · concebido por su autor, el Dr. Álvaro Uribe Rueda, y que...

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Álvaro Uribe Rueda La otra cara de la Luna
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ÁLVARO URIBE RUEDA

Abogado de la Universidad Nacional de Colombia, fue secretario de Hacienda en Santander, concejal de Bogotá, diputado de varias Asambleas Departamentales, representante a la Cámara y senador de la República. Presidente del Directorio Liberal de Bogotá, presidente de la Dirección Nacional Liberal. Fundador y director del diario La Calle. Fundador del movimiento político MRL. Embajador de Colombia en México. Escritor y profesor universitario. Entre sus obras se destacan: Entre la utopía y la magia (1972), El sol de Contadora alumbró los derechos de Colombia (1981), Recorrido a la intemperie (1982), La batalla del golfo (1987), La quiebra de los partidos (1990) y Bizancio, el dique iluminado (1997).

EL LIBRO LA OTRA CARA DE LA LUNA forma parte de un amplio proyecto concebido por su autor, el Dr. Álvaro Uribe Rueda, y que precede a un texto anterior titulado Bizancio, el dique iluminado, que reflexiona acerca de la concepción mística del universalismo, las raíces judías y helénicas, y la herencia cristiana. Este primer libro fue publicado en 1977 por el Instituto Caro y Cuervo.

El título que aquí presentamos es la continuación histórico-política, donde el autor realiza un recorrido desde la España medieval, hasta la conquista americana, finalizando en el siglo xviii. Algunos temas políticos y económicos de los siglos xix y xx son esbozados en el libro, pero que presumimos quedaron sin desarrollar ante el fallecimiento de Álvaro Uribe Rueda. Sin embargo, a pesar de faltar estas partes finales que dejan truncas las reflexiones sobre la Independencia y el siglo xix, sus herederos se propusieron llevar estos extensos y eruditos contenidos a la luz pública. La lectura del texto, a su vez, acerca al lector a una valiosa documentación de mucho interés para el hacer histórico.

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Mujeres patriotas y realistas entre dos órdenes. Discursos, estrategias y tácticas en la guerra, la política y el comercio (Nueva Granada, 1790-1830)Martha Lux

---Mitos de armonía racial. Raza y republicanismo durante la era de la revolución, Colombia 1795-1831 Marixa Lasso

---El antagonista. Una historia de contrabando y colorMuriel Laurent

---Después de la hojarasca. United Fruit Company en Colombia, 1899-2000 Marcelo Bucheli

---Las máquinas del imperio y el reino de Dios Mauricio Nieto Olarte

---El mundo global. Una historia Hugo Fazio Vengoa

PUBLICACIONES RECIENTES

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La otra cara de la Luna

Álvaro Uribe Rueda

Universidad de los AndesFacultad de Ciencias Sociales

Departamento de Historia

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Uribe Rueda, Álvaro, 1923-2007La otra cara de la Luna / Álvaro Uribe Rueda. – Bogotá: Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Historia, Ediciones Uniandes, 2014. 297 pp.; 17 x 24 cm. ISBN 978-958-695-978-0

1. América – Historia – 1400-1800 2. España – Historia – Siglos XV-XVIII I. Universidad de los Andes (Colombia). Facultad de Ciencias Sociales. Departamento de Historia II. Tít. CDD 980.013 SBUA

Primera edición: abril de 2014

© Álvaro Uribe Rueda (q. e. p. d)

© Universidad de los Andes, Facultad de Ciencias Sociales, Departamento de Historia

Ediciones UniandesCarrera 1.ª núm. 19-27, edificio Aulas 6, piso 2Bogotá, D. C., ColombiaTeléfono: 3394949, ext. 2133http://[email protected]

ISBN: 978-958-695-978-0ISBN e-book: 978-958-695-979-7

Corrección de estilo: Manuel RomeroDiagramación interior: Angélica RamosDiseño de cubierta: Víctor GómezImagen de cubierta: Ana Vejarano de Uribe “La otra cara de la Luna”

Impresión: Impresos LegisCalle 26 núm. 82-70 Teléfono: 425 5255Bogotá, D. C., Colombia

Impreso en Colombia – Printed in Colombia

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en su todo ni en sus partes, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electro-óptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.

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Falsificad el sentido de la historia,y pervertís por el hecho toda la política.

La falsa historia es origen de la falsa política.

Juan Bautista Alberdi

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Prefacio antioficialista y bolivariano

Una sociedad es un cuerpo real y vivo, con raíces que se clavan en el pasado y

ramas que se dirigen hacia arriba.José María Rosa

El más esterilizante de los oficialismos, el más pérfido y, por lo tanto, el más peligroso, es el oficialismo de la historia. Esta repugnante histografía oficial que elude los grandes rumbos y se solaza en el detalle, que redora los lugares comunes de un patriotismo de florero y almanaque, esconde tras de todas sus crinolinas doctrinarias las más opulentas falsificaciones.

Dice Juan Bautista Alberdi: “Falsificad el sentido de la historia, y pervertís por el hecho toda la política. La falsa historia es origen de la falsa política”. Para sanear la política de hoy es conveniente, saludable sin duda, rectificar la histo-ria imperante; imperante, no porque hoy día la versión oficial nos sea impuesta celosamente por alguna comisión doctrinaria, como sí solía ocurrir en países de partido único, sino porque las constantes falsificaciones se han vuelto una especie de artículo de consumo de marca registrada que ya ni siquiera merece examen y, mucho menos, discusión.

Así las cosas, en estos casos no se sabe qué es peor: si la historia falseada a conciencia y de mala fe, como la escrita en el siglo xix, o la historia falseada por rutina y, peor aún, por ignorancia, como ha ocurrido en el siglo xx, en la mayoría de los casos.

El punto de vista que hoy parece prevalecer entre quienes se aproximan a nuestro pasado con criterio de buscar qué fue lo que sucedió realmente, qué so-mos y qué pudimos haber sido sin las invasiones y la rebelión de 1810, es un punto de vista distinto del corriente y moliente, un enfoque que sin ser ya nuevo, ni único, ni del todo original se revela como revolucionario en cuanto se contrasta con la paralítica historiografía del último siglo y medio.

El oficialismo —siempre aldeano— hace arrancar la historia patria, en Co-lombia por ejemplo, de la petición tumultuosa de “cabildo abierto” en la plaza

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mayor de Santa Fe. Todo lo demás queda bogado en la prehistoria: un magma vago y extranjero, del cual se exceptúan las inefables agrupaciones indígenas que se señalan sin mucha precisión como prueba de un antiguo “sendero luminoso”. Desgraciadamente, esa serie oficialista de olvidos, negaciones y falsificaciones, auténtica censura histórica de la cual participó Bolívar hasta su mensaje al Congreso de Angostura, es producto del más irresponsable acto de despilfarro histórico equivalente nada menos que a amputar de un tajo la anterior vida colectiva de España y de la América española, o sea, el único pasado coherente y en capacidad de dotarnos, por cauce natural y no mítico, de una auténtica conciencia nacional.

Es posible que en algunos ambientes intelectuales y políticos “de avanzada” la reivindicación1 del pasado español no sea música agradable. Se dice que no inspira calor en las butacas de galería. Es lo que menos importa. El conformismo respecto de los infundios generalizados y la colecta sistemática de aplausos en los tendidos de sol denotan inclinación demagógica. Y no sobra advertir que, frente a la necesidad política aunque impopular historia seria y honorable, la demagogia es la forma más despreciable de la cobardía.

A esta altura de los tiempos, la aproximación a Bolívar, cumplido el segundo centenario de su nacimiento no puede limitarse a elogios literarios o estudios en relación con el florero de Llorente, con las arrebatadas andanzas de Manuelita Sáenz por los cuarteles de Bogotá en reclamo de apoyo para su amado o con cualquier intriga de facciosos santanderinos desleales al Libertador. Ésos son episodios que pertenecen apenas al frívolo vaivén de las anécdotas. Tanto el des-comunal personaje como el proceso ideológico de ámbito continental y mundial en que le tocó actuar merecen trato diverso del que les vienen propinándoles epígonos del oficialismo de la historia.

Además es la recuperación de nuestro ser histórico lo que está de por medio y, al mismo tiempo, el derecho a la continuidad2 de nuestra bimilenaria vida colectiva que empieza desde que España era provincia del Imperio romano. Ese derecho a la continuidad que el dios de los pueblos y de las migraciones sólo otorga cicateramente a sociedades civilizadas y maduras.

Hoy se pueden aceptar hechos que en los días fanáticos de la guerra a muerte era atrevido reconocer. Pese a esta necesidad de cautela, Bolívar mismo, desde el Manifiesto de Cartagena en 1812, herida la memoria con la ruina deplorable de la primera república de Caracas, empezó a rectificar la historia que estaba viviendo. En la ciudad heroica, cercado por ese símbolo de nacionalismo continental cons-tituido por lo que significan las piedras centenarias de aquellas fortificaciones,

1 Reivindicar: Recuperar uno lo que le pertenece. Julio Casares, Diccionario ideológico, 1942.2 La rebelión de las masas, José Ortega y Gasset, pág. 38, Alianza Editorial, Madrid, 1980.

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xiprefacio antioficialista y bolivariano

principió a despojarse de doctrinas adventicias y extrañas a nuestro pueblo, y a pensar en cómo contener el turbión que él mismo estaba contribuyendo a soltar.

Lo que más impresiona en quién ganó más tarde el título de Libertador es la temprana capacidad de rectificación; su realismo; su positivismo tal vez; en re-sumen, su mente clara, en medio de un mar de cabezas rutinarias y copiadoras, para las cuales la actividad política y el torrente revolucionario eran la mampara más propicia para pasar de contrabando su desnudez intelectual.

En su primer gran documento político, Bolívar destapa el pecado original que afectó y sigue afectando a la América española desde la separación: la co-pia, la imitación o la importación pura y simple de instituciones y ordenanzas jurídicas con las cuales se pretendía y pretende aún cambiar la realidad o vio-larla, y desconocer la idiosincrasia de los grupos humanos sujetos a aquéllas: sus palabras siguen hoy tan válidas como entonces para denunciar a metafísicos y racionalistas que se escapan de la realidad social:

Los códigos que consultaban nuestros magistrados no eran los que podían enseñarles la ciencia práctica del Gobierno, sino los que han formado ciertos buenos visionarios que, imaginándose repúblicas aé-reas, han procurado alcanzar la perfección política, presuponiendo la perfectibilidad del linaje humano. Por manera que tuvimos filósofos por jefes; filantropía por legislación, dialéctica por táctica, y sofistas por soldados. Con semejante subversión de principios de cosas, el orden social se resintió extremadamente conmovido, y desde luego corrió el Estado a pasos agigantados a una disolución universal, que bien pronto se vio realizada.3

Ya entendía Bolívar —con anticipación profética porque fue bien al principio de su carrera de glorias y frustraciones— y se dio cuenta también de que la sepa-ración de España de manera cruenta y sanguinaria significaría la radical ruptura de una tradición secular de primacía litúrgica del monarca; que esa ruptura iba a ocurrir en el seno de unos pueblos que no estaban estructurados ni maduros todavía para prescindir de ella;4 y que nuestros países hispanoamericanos iban a entrar en la viciosa elipse que va de la anarquía al despotismo, en una corriente que siempre recomienza, como la mar de Valéry.

Lo que Bolívar no osó confesar, porque su pujante ambición por el poder supremo se lo impedía, fue que la separación podía realizarse sin aniquila-miento total del vínculo de Estado con la Corona y, por lo tanto, sin ruptura, sin

3 “Memoria dirigida a los ciudadanos de la nueva Granada por un caraqueño” Cartagena de Indias, diciembre 15 de 1812.4 Simón Bolivar, “Carta de Jamaica”, en Escritos políticos, pág. 72, Alianza Editorial, 1981.

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xii la otra cara de la luna

destrucciones, sin desolación y sin retraso, como la independencia inteligente del Brasil;5 o en una guerra caballeresca que no llevó en sí el exterminio del pasado y la extinción de los vínculos con Inglaterra, como aconteció con la in-dependencia de Norteamérica.

Tampoco se atrevió Bolívar a confesar, pública y formalmente, otra caracte-rística de la separación de Hispanoamérica —aparte de la copia de instituciones foráneas y la ruptura radical—, como fue la directa intervención extranjera en los asuntos internos de los reinos españoles de América y también de Europa. Especialmente la intervención anglosajona fue abierta, cínica y prolongada, hecho que explica muchos de los tropiezos posteriores de las repúblicas hispa-noamericanas.6

Digamos, además, con claridad que el sentimiento del separatismo políti-co, como tal, y por lo tanto diferente del impulso de lucha social, no afloró en las clases populares ni en las castas indígenas y africanas. Todo lo contrario: fue artículo de forzada importación, artificial para el medio, pero acogido con ansia, como todos los artefactos sofisticados extranjeros, por la nobleza y la plutocracia criollas.

Con el fin de darnos cuenta de lo mismo que intuyó Bolívar, pasemos la vista desprevenidamente sobre la sociedad hispanoamericana y el Estado que la rigió desde su fundación hasta el comienzo de la guerra separatista. Hay que salir de la historia aldeana y pasar a la historia universal. La separación de Hispanoamérica en el siglo xix fue parte de un gran proceso. Y Bolívar con toda su grandeza y su penetración histórica no fue el padre original de un continente prístino que él sacara de las aguas del océano, a la manera de los héroes de Plutarco. Fue un hombre creador sin duda alguna, guerrero formidable, estadista real y proféti-co, pero, al fin y al cabo, producto selecto y necesario de una historia anterior, destilación de una antigua cultura que le llevó a darse cuenta —pese a esquemas ideológicos a la moda— de la inundación extraña que iba primero a anegar y a dispersar, luego, las varias regiones de la gran patria hispanoamericana, atro-pellando de paso su idiosincrasia nacional.

5 Álvaro Uribe, El Pacto Andino, págs 15 y 16, Imprenta Nacional, Bogotá. 6 Además de las expediciones armadas, el oro de Londres fue más abundante que hoy “el oro de Moscú”, el dinero de la cia.

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Contenido

Prefacio antioficialista y bolivariano · ix

1. La sociedad y el Estado en la América española · 1Las Indias no eran colonias · 1Empresa religiosa · 5La utopía frente a la realidad de América · 17Empresa de Estado · 22Instituciones jurídico-políticas · 23Política indigenista · 24Unidad de Hispanoamérica y nacionalidad común · 26

2. El asedio contra la América española · 29La Armada informal de la Corona británica: piratas y corsarios · 29Buenos Aires vence a la Gran Bretaña · 31

3. Los precursores de la separación · 35Deserción de nobles y “grandes cacaos” · 36

Venezuela · 36Nuevo Reino de Granada · 38Nueva España · 39

Clero descontento · 39

4. Francisco de Miranda, precursor del imperialismo · 43Su huida a Norteamérica y Europa · 44El secreto de su éxito en Rusia · 45El avance ruso hacia México · 46La acusación por contrabando · 48Sus vínculos con la Inglaterra enemiga · 50La intervención de Pitt · 52El fracaso de la invasión a Venezuela · 53

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xiv la otra cara de la luna

5. Otros motivos para la separación · 57Más sobre la injerencia inglesa · 57Odio de criollos contra peninsulares · 58Enciclopedismo y masonería · 62La autoridad del rey y la expulsión de los jesuitas · 64La decadencia española · 65La Ilustración española y las expediciones científicas

al continente americano · 71

6. El destronamiento de la dinastía y la invasión de Napoleón a España · 75Debilitamiento militar en mar y tierra · 76La histórica soberanía popular: la nacionalidad

común en Europa y América · 77“La nación española es la reunión de todos

los españoles de ambos hemisferios” · 79El descredito de la Casa Real · 80Características del Antiguo Régimen · 81Origen del caciquismo · 83Los tripulantes del barco ebrio de España · 84Godoy el favorito · 87El vaivén entre Francia e Inglaterra · 89La conservatización de la Francia revolucionaria y el imperialismo · 90Las vacilaciones de Godoy y la coronación de Bonaparte · 93Trafalgar y la separación de América · 95Godoy trata de zafarse del compromiso con Napoleón:

el traslado del monarca a Nueva España · 97La decisión de intervenir en España · 98El bloqueo a Inglaterra y el Sistema Continental: opiniones

de Napoleón sobre la separación de América española · 100La desairada y costosa pirueta de Godoy

y el tratado de Fontainebleau · 104Estado de la corte y el gobierno: inoperancia del absolutismo real · 106Crisis fiscal, inflación y desamortización de propiedades del clero · 107Pugna entre Fernando y Godoy · 113La conspiración de El Escorial: el método de la camarilla · 114Descubrimiento del complot y los documentos

secretos: el sainete fernandino · 118Los franceses metidos hasta el cuello: el arresto de Fernando · 121

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xvcontenido

7. Los manejos conjuntos de Napoleón, Fernando y los conspiradores · 127El pañuelo-bandera del príncipe de Asturias, los secretos

del Retiro y la doble redacción de la carta a Bonaparte · 131El perdón para Fernando e intervención de Bonaparte

en el fallo de El Escorial · 135La cronología taimada de la invasión y el derrumbe del régimen · 139La cómica y humillante rapiña de las fortalezas,

Carlos IV se refugia en Aranjuez y el viaje a América · 144Las alternativas del zarpazo napoleónico y la retirada

a América de la Casa Real de España · 148El príncipe Fernando, una veleta amarga y desconfiada · 152Napoleón I abandona las Indias a favor de Inglaterra

y los Estados Unidos: contraste con Napoleón III · 153El traslado de la Corona a América y la influencia

de la Ilustración española · 154

8. El destino manifiesto de los Estados Unidos y la posterior colaboración de Benito Juárez · 157

9. El traslado de la Corona a América y las consecuencias de la Ilustración española · 161Sentido histórico del viaje a las Indias · 161Aptitud de las Indias para albergar la sede de la monarquía · 162

10. Prosperidad, desarrollo económico e interdependencia de la América española · 167Libertad de comercio, cambio del modelo de desarrollo, vascos y

catalanes se benefician del liberalismo económico y de la unidad de España, invasión de manufacturas británicas · 171

El siglo xviii y el risorgimento de España, la Ilustración española, entierro de la escolástica y el caso curioso de “los libros prohibidos” · 174

Sí, las Indias podían ser la sede para la corte de Madrid: la nueva legitimidad del poder · 177

11. El siglo barroco y el despegue de América: bases educativas y científicas para el salto · 183El florecimiento cultural de la América española · 184Sor Juana o la liberación de la inteligencia femenina · 186La corte de la Nueva España, el “duende de palacio”

en Madrid no era vasco, y el virrey, la Audiencia, el arzobispo y las órdenes religiosas, un juego de contrapesos · 190

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xvi la otra cara de la luna

Oportunismo y gregarismo de las sociedades andinas; sor Juana, precursora de la liberación de la mujer, y el derecho al saber y la represión inquisitorial · 193

El sexo o el supremo pecado, el escudo del gongorismo, ¿literatura trasplantada? y los prejuicios de Octavio Paz · 200

La derrota y entrega de sor Juana, mazazo al obispo de Puebla, el Motín del Maíz, enfermedad y muerte · 205

12. El papel del tribunal de la Inquisición en el siglo barroco de España y las Indias · 213Creación del Santo Oficio por el papa en 1233 para combatir

la herejía: persecuciones a los judíos en Europa · 215Llegada de la Inquisición a España en 1480, los Reyes Católicos

la adoptan como instrumento de Estado y el camino hacia la unificación de España · 220

13. Antecedentes político-sociales en la Península Ibérica · 223Génesis medieval de la unidad de España, Fernando el Santo

y Alfonso el Sabio, y propósito de Castilla · 223Crecimiento del poder real, el largo camino de la centralización,

el motín nobiliario y el origen guerrero del señorío territorial · 230La peste negra, vocación marinera de España, piratería

de Eduardo III de Inglaterra y la ruta marítima de Flandes · 234Aragoneses y catalanes se enseñorean del Mediterráneo,

los Almogávares en Bizancio, Roger de Flor y el emperador Andrónico, y Portugal se expande por la costa de África y domina la técnica marítima · 238

Los navegantes españoles dominan la mar del mundo · 240El poder real a la muerte de Alfonso XI, el ordenamiento de Alcalá,

diferencias entre las Cortes castellanas y el parlamento inglés, el arma secreta en la guerra de los Cien Años y el ocaso de la nobleza · 241

El poder real con Pedro el Cruel, rebelión nobiliaria y guerra civil, y “los reyes taumaturgos” · 247

Pedro el Cruel y Enrique el de las Mercedes, reyes simultáneos; intervención extranjera en Castilla; el Príncipe Negro y Du Guesclin, y la Batalla de Nájera · 253

Triunfo definitivo de Enrique de las Mercedes, batalla de Montiel y muerte de Pedro I · 259

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xviicontenido

La dinastia trastámara, centralismo real, nobleza nueva, matrimonios peninsulares, alianza con Francia, victoria castellana sobre Inglaterra en la Rochela · 262

Ordenamiento del Consejo Real, reforma de la Iglesia, auge comercial y expansión, la mesta ganadera y aristocratización de Castilla · 267

Pese al desastre de Aljubarrota, prosigue la unificación española, los Trastámaras reinan en Aragón y avances de la oligarquía durante la menor edad de Juan II · 272

El condestable don Álvaro de Luna: recuperado el poder central de la monarquía 276

Caída y ejecución de don Álvaro de Luna: dominio completo de la oligarquía nobiliaria · 278

Derrumbe del poder real con Enrique IV, el impotente; caída del ideal caballeresco, y la sensualidad renacentista del poder · 282

De la dispersión del poder a la guerra de Granada y la expulsión de los judíos: los presupuestos de la unidad de España · 286

Advertencia final · 289

Bibliografía · 291

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1

1 La sociedad y el Estado en la América española

Las Indias no eran colonias

A fin de darnos cuenta de lo mismo que intuyó Bolívar, pasemos la vista despre-venidamente sobre la sociedad hispanoamericana y el Estado que la rigió desde su fundación hasta el comienzo de la guerra separatista.

¿Por qué hemos escrito en el prólogo separación y no independencia? Hay que tener cuidado en el empleo de los vocablos. La independencia indica dependen-cia previa, o sea, situación colonial. ¿Era ésta la situación de la América de habla castellana en relación con España? Ciertamente no. Las Indias no eran colonias.7

Hablando con todo rigor jurídico, no existía dependencia de las Indias frente a España en el sentido político de subordinación a un Estado diferente, ni tam-poco separación nacional, sino la natural interdependencia de Estados cubiertos por una misma Corona o entre provincias y regiones de una nación común.

No se encuentra un solo documento oficial del gobierno de Madrid, duran-te más de trescientos años, en el que, y para referirse a estas tierras, se utilicen las palabras colonia o factoría, de uso común en las empresas de dominación de las razas nórdicas en Asia, África y Oceanía. Tanto esto es así que, de 1492 a 1820, no hubo en España Ministerio de Colonias. Los asuntos de América se conducían por el Consejo Real de Indias, situado en el mismo plano y con igual poder formal que el Consejo de Castilla. Se puede tomar al azar cualquier papel de Estado de las postrimerías del gobierno español en América, por ejemplo, la interesantísima correspondencia de don Luis de Onís, enviado extraordina-rio de su majestad católica en Washington, relativa al tratado de límites de los territorios españoles de Luisiana, Tejas y la Florida, o también la referente a la

7 Véase Ricardo Levene, Las indias no eran colonias (Espasa-Calpe, Colección Austral, Madrid, 1973) y los estudios de los historiadores venezolanos Guillermo Morón y Alejandro Mario Capriles.

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subversión dirigida por Inglaterra y los Estados Unidos en el sur del continen-te, y siempre se habla de “Américas Españolas”, “nuevos reinos”, “hermosas y opulentas provincias”, “países españoles”, etc. Jamás uno encuentra el nombre de colonias.8

El profesor Clarence H. Haring de la Universidad de Harvard reconoce esta especial situación y la define diciendo que estos reinos estaban “vinculados con los de España por un soberano común y unidos a ella sólo por el lazo dinástico. No eran colonias, rigurosamente hablando, a pesar de haber sido colonizadas por españoles”.9 Y agrega más adelante:

Se ha señalado que los españoles del siglo xvi mostraron las caracterís-ticas de los antiguos romanos más que ningún otro pueblo del mundo moderno. Revelaron en la conquista y colonización de América el mis-mo valor y espíritu emprendedor, las mismas cualidades militares, la misma paciencia para con las dificultades, que distinguieron a los sol-dados y colonizadores romanos en los tiempos de Escipión el Africano y Julio César y como los romanos, fueron principalmente creadores de leyes y forjadores de instituciones. De todos los pueblos colonizadores de los tiempos modernos, los españoles fueron los poseedores de la men-talidad más jurídica. Desenvolvieron rápidamente en el nuevo Imperio un sistema administrativo cuidadosamente organizado, como pocas veces se viera hasta entonces. La famosa “Recopilación de leyes de los reinos de las Indias”, promulgada en 1680, a pesar de los defectos hoy visibles por la mayor experiencia adquirida en tiempos posteriores, continúa siendo uno de los más notables documentos de la moderna legislación colonial.10

Ricardo Zorraquín, autor del prólogo a la edición argentina de la obra de Haring, saca esta conclusión: “Ese Imperio hispánico no tuvo, por lo tanto, un sentido de dominación ni estaba destinado exclusivamente a explotar las riquezas del Nuevo Mundo, sino que quiso crear en éste sociedades análogas a aquellas que habían forjado la cultura occidental”.11

Pasando del contexto jurídico a la situación práctica, y a pesar de las res-tricciones al comercio exterior impuestas por la intervención estatal así en América como en la propia península europea (España no había adoptado el

8 Luis de Onís, Memoria sobre las negociaciones entre España y los Estados Unidos de América. Madrid, 1820. Imprenta de D. M. de Burgos, reimpresión, Editorial JUS, S. A., México, 1966. 9 Clarence H. Haring, El imperio hispánico en América, pág. 17, Solar-Hachette, Bs. Aires, 1966.10 Ibid., p. 38. Énfasis añadido.11 Ibid., p. 9.

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criterio calvinista y liberal en lo económico, puesto que fue baluarte en Europa contra la reforma protestante), se debe reconocer que el régimen español era bastante laxo. Contrariamente a las imposturas contenidas en los libelos de la leyenda negra, Hispanoamérica conoció años de notable prosperidad que Jean Descola12 califica como los siglos de oro del imperio español. Baste citar de nuevo otra fuente anglosajona insospechable de parcialidad prohispánica, pero autorizada por su contextura académica y su especialización en el tema. John Lynch, profesor de las universidades de Londres y de Liverpool se expresa así:

A finales del siglo xvii Hispanoamérica se había emancipado de su inicial dependencia de España [...]. Las sociedades americanas adqui-rieron gradualmente identidad, desarrollando más fuentes de riqueza, reinvirtiendo en la producción, mejorando su economía de subsistencia de alimentos, vinos, textiles y otros artículos de consumo. Cuando la injusticia, las escaseces y los elevados precios del sistema de monopolio español se hicieron más flagrantes, las colonias ampliaron las relaciones económicas entre sí, y el comercio intercolonial se desarrolló vigorosa-mente, independientemente de la red trasatlántica. El crecimiento eco-nómico fue acompañado de cambio social, formándose una elite criolla de terratenientes y otros, cuyos intereses no siempre coincidían con los de la metrópoli [...].

El nuevo equilibrio del poder se reflejó primeramente en la nota-ble disminución del tesoro enviado a España. Esto fue consecuencia no solamente de la recesión de la industria minera sino también de la redistribución de la riqueza dentro del mundo hispánico. Significaba que ahora las colonias se apropiaban en una mayor proporción su pro-pio producto, y empleaban su capital en su administración, defensa y economía. Al vivir más de sí misma, América daba menos a España [...].

La hacienda, la gran propiedad territorial, se hizo un microcosmos de la autosuficiente economía de México y de su creciente independen-cia [...]. Al mismo tiempo una creciente proporción del ingreso guber-namental en México permanecía en la colonia o sus dependencias para la administración, defensa y obras públicas, lo que significaba que la riqueza de México sostenía más a éste que a España [...].

El giro del poder podía también observarse [...] en el desarrollo de las economías de plantación en el Caribe y en el Norte de Sudamérica [...]. La expansión de la actividad económica en las colonias denota un patrón de inversión que, aunque modesto en sus proporciones, estaba fuera del

12 Jean Descola, Los libertadores, Ed. Juventud, Barcelona, 1978.

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sector trasatlántico. América desarrolló su propia industria de astilleros en Cuba, Cartagena y Guayaquil, y adquirió una autosuficiencia global en defensa [...], el declive de la minería [...] puede indicar un mayor desarrollo económico, una transición desde una economía de estrecha base a otra de gran variedad [...].

Por lo demás, Perú no dependía necesariamente de las importacio-nes de España: tenía capital sobrante y una marina mercante, y podía satisfacer muchas de sus necesidades de consumo dentro de América [...] y las remesas a España disminuyeron espectacularmente [...]. En cierto grado, la colonia se había convertido en su propia metrópoli.

¿Pero no estaba Hispanoamérica en un estado de emancipación informal en el período colonial, o más precisamente en los finales del siglo xvii y principios del xviii? [...] los hispanoamericanos tenían poca necesidad de declarar la independencia formal, porque gozaban de un considerable grado de independencia de facto, y la presión sobre ellos no era grande. Un siglo más tarde la situación era diferente.13

En efecto, con el paso de la Casa de Austria o de Habsburgo, heredera di-recta por Juana la Loca de la dinastía autóctona de Trastámara, a la francesa Casa de Borbón, se introdujo un cambio en el tratamiento a los reinos de In-dias, saludable para la administración del Imperio, pero funesto para el sistema intercontinental de España. En busca de eficacia administrativa y fiscal, los consejeros del rey Felipe V —el primero de la Casa de Borbón— iniciaron una política centralista y alcabalera, rigurosa en todos los órdenes y muy dentro de la pauta tradicional de Francia. Tan pertinaz ha sido el centralismo de esa na-ción, verdadero sistema solar alrededor de París, que en la hora actual se conoce como “el mal francés”.14

Una de las primeras manifestaciones de la nueva tendencia afrancesada en materia financiera fue la entrega de la provincia de Caracas, que hasta el mo-mento formaba parte del Virreinato de la Nueva Granada, a la compañía Gui-puzcoana, empresa comercial privada de los vascos (1730). Este acto excepcional y típicamente colonialista —este sí—, a la moda de los países europeos distintos de España, impulsó, es verdad, el desarrollo general de la futura Capitanía de Venezuela —y el particular de los comerciantes y marinos de Euskadi que no han sido mancos— pero, al propio tiempo, sembró resentimientos incancela-bles que brotaron años más tarde con violencia.15 En este punto no es aventurar

13 John Lynch, Las revoluciones hispanoamericanas, págs. 10, 11 y 12, Editorial Airel, Barcelona, 1980. Énfasis añadido.14 Alain Peyrefitte, Le mal français, Plon, París, 1976. La traducción castellana lleva por título El mal latino, Plaza y Janés Editores, Barcelona, 1978.15 Juan Bosch, Bolívar y la guerra social, p. 28 y ss., Ed. Jorge Álvarez, Buenos Aires, 1966.

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la hipótesis, ratificable en los anales de las provincias Vascongadas, de que la industria de Bilbao pudo nacer por la acumulación de capital de los vascos en Venezuela, al impulso de la brisa de bonanza cacaotera proporcionalmente más reproductiva que los recientes vientos de petróleo.

Empresa religiosa

¿Cómo pudieron llevarse a cabo, a fines del siglo xv y con la técnica de ese tiem-po, la ocupación, el poblamiento, la organización estatal y la edificación cultural de un continente muchas veces más extenso que Europa? El afán de oro no lo explica. Éste es un móvil posterior, deslizado deslealmente por anglosajones y franceses, bueno apenas para una época más terrenal y no tan próxima a la so-ciedad teocéntrica de la Edad Media. Los españoles eran gente de otra filosofía. Claro es que el oro movió a muchos,16 individualmente; pero la colosal empresa no puede ser entendida si no se acepta, aun en esta época pragmática, que un objetivo espiritual, una esperanza alucinada de la misma naturaleza psíquica de las que han atraído a los revolucionarios de todas las edades y de todos los credos, empujó a las milicias de conquistadores a continuar en las Indias pobladas de infieles, la cruzada que llevó a Castilla —el primer Estado nación en la historia del derecho público— a tomar el último baluarte islámico de Occidente. Las tres bulas de Alejandro VI, el papa Borja, que otorgaban a los Reyes Católicos las tierras del Nuevo Mundo “a condición de instruir en la fe cristiana a los pueblos conquistados” confirmaron el carácter misionero de la conquista de América, estatuido antes del descubrimiento por las Capitulaciones de Santa Fe (Grana-da), dadas por la reina Isabel de Castilla al futuro almirante de las Indias, don Cristóbal Colón. Y lo confirma también el propio testamento de la reina, una de las piezas más delicadas y sabias que pueden encontrarse en la historia literaria de la realeza. Vestida con el hábito de san Francisco, en Medina del Campo el día antes de morir, dictó su última voluntad sobre el gobierno de las Indias:

Ítem por quanto al tiempo que nos fueron concedidas por la Santa Sede las yslas y tierra firme del mar océano descubiertas y por descubrir, nuestra principal intención fue al tiempo que lo suplicamos al Papa sexto Alejandro de buena memoria que nos hizo la dicha concesión de procurar de ynducir y traer los pueblos dellas y los convertir a nues-tra santa fé católica y enviar a las dichas yslas y tierra firme prelados religiosos y clérigos y otras personas doctas y temerosas de Dios para instruir los vecinos y moradores de ella en la fe católica, y los enseñar y

16 Entre otros, al mismo Colón.

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dotar de buenas costumbres y poner en ellos la diligencia debida según más largamente en las letras de la dicha concesión se contiene, por ende suplico al Rey mi Señor muy afectuosamente y encargo y mando á la dicha Princesa mi hija y al dicho Príncipe su marido que así lo hagan y cumplan y que esto sea su principal fin, y que en ello pongan mucha di-ligencia y no consientan ni den lugar que los indios vecinos y moradores de las dichas yslas y tierra firme ganadas y por ganar reciban agravio alguno en sus personas ni bienes, mas manden que sean bien y justa-mente tratados, y si algún agravio an recebido lo remedien y provean por manera que no escedan cosa alguna lo que por las letras apostólicas de la dicha concesión no es injungido y mandado.17

Esta nítida orientación piadosa, síntesis del mejor pensamiento del humanis-mo que dio origen al Renacimiento, llevaba en su seno la igualdad de la persona humana y conducía a la igualdad de razas. Consecuencia de ella fue el mestizaje inmediato a escala de todo el continente americano, fenómeno excepcional en las colonizaciones de la gente de Europa desde la Edad Media hasta hoy. Las ra-zas germánicas y nórdicas, incluidos los franceses, y en general los protestantes, practican la segregación racial, así no siempre la propugnen públicamente. El caso español en América no fue enteramente espontáneo, hay que reconocerlo, ni debido sólo a la rijosa sangre mediterránea en comparación con la británica, como opinan algunos con sonrisa sociológica de entendidos, sino que entró en la planeación de los Reyes Católicos, dirigida a fundar en las Indias la soñada ciudad de Dios y, además, a mantenerse la unidad nacional en el futuro. En efec-to, hubo instrucciones reales para propiciar la mezcla de razas. Entre las que se impartieron al gobernador de la isla de Santo Domingo, fray Nicolás de Ovando, en 1503, ya se le mandaba que debía “empeñarse en consagrar el matrimonio de españoles e indígenas, estableciéndose así la igualdad de razas y la legitimidad de la unión entre ellas”.18

Este mestizaje matrimonial ascendió hasta la nobleza española. Varias gran-des casas de la península tienen entre sus antepasados a príncipes y princesas de sangre real incásica y azteca. Ciento cincuenta años después de la caída de Tenochtitlán regresó a la tierra de sus mayores, como virrey de la Nueva España, el mestizo don José Sarmiento y Valladares, conde de Moctezuma y de Tula, cuya esposa, también mestiza, doña María Andrea Moctezuma y Joffre de Loaisa era cuarta nieta de Moctezuma II, tlatoani (emperador) de México-Tenochtitlán a la llegada de Hernán Cortés.19

17 William T. Walsh, Isabel la Católica, p. 246, Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, Santafé de Bogotá, 1952.18 Ricardo Levene, op. cit., p. 22.19 “Gobernantes de México”, Rev. Artes de México núm. 175 pág. 33.

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Volviendo a la tesis del espíritu de cruzada, debe admitirse que, si no hubiera mediado algún místico ingrediente, no se explicaría la veloz posesión de Amé-rica; porque el empuje fue de tal envergadura, de una ambición tan extremosa, de un carácter tan fuera de lo normal, que en cincuenta años había españoles desde California hasta la Tierra de Fuego, desde la Florida y el Misisipi hasta Acapulco, desde la Guayana hasta la desembocadura del Guayas; a todo lo an-cho, literalmente, y a todo lo largo de un territorio que medía veintidós millones de kilómetros cuadrados. Entre tanto, los portugueses sólo rozaron las costas del Brasil y los ingleses llegaron cien años más tarde a las tierras amenas de la zona templada del continente, cuando ya en la fundación hispánica existían desde más de medio siglo antes universidades de nivel europeo como la de México (1551), la de Santo Tomás en Santo Domingo (1538), la de San Marcos en Lima (1551), la de San Francisco en Quito (1586) y, a principios del siglo xvii, el Colegio Mayor de San Bartolomé en Santa Fe, hoy Santafé de Bogotá (1610), la Universidad de San Ignacio de Loyola en Córdoba del Río de La Plata (1622) y la de San Francisco Javier en Chuquisaca (Sucre, Bolivia, 1624). Imprenta hubo en México el año 1538, más de cien años antes que en Boston.

La atracción de los indígenas a la Iglesia queda bien definida en el Proemio de Pedro de Cieza de León a su Crónica del Perú (1553) con estas palabras:

[...] considerando que, pues nosotros y estos indios todos, todos, trae-mos origen de nuestros antiguos padres Adán y Eva, y que por todos los hombres el Hijo de Dios descendió de los cielos a la tierra, y vestido de nuestra humanidad recibió cruel muerte de cruz para nos redimir y hacer libres del poder del demonio, el cual demonio tenía estas gentes, por la permisión de Dios, opresas y captivas tantos tiempos había, era justo que por el mundo se supiese en qué manera tanta multitud de gen-tes como de estos indios había fue reducida al gremio de la santa madre Iglesia con trabajo de españoles; que fue tanto, que otra nación alguna de todo el universo no los pudiera sufrir. Y así, los eligió Dios para una cosa tan grande más que otra nación alguna.20

Sin embargo, estos predestinados tuvieron sus sorpresas con los “súbditos del diablo” y debió de hacérseles más compleja la tarea que habían emprendido a medida que iban topándose con las extrañas realidades del Nuevo Mundo. El mismo Cieza de León nos relata21 las costumbres y prácticas de los morado-res del actual valle del Aburrá, hoy asiento de Medellín, capital de Antioquia

20 Pedro de Cieza de León, Crónica del Perú (parte primera), pp. 27 y 28, Colección Austral, Espasa Calpe, Madrid, 1962.21 Ibid. pp. 58, 60 y 61.

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(Colombia), y que forman parte del “sendero luminoso” mencionado al comien-zo. Al referirse al cacique de esas tierras, llamado Nutibara, nos cuenta:

[...] tenía muchas mujeres. Junto a la puerta de su aposento, y lo mismo en todas las casas de sus capitanes, tenían puestas muchas cabezas de sus enemigos, que ya habían comido, las cuales tenían allí como en señal de triunfo. Todos los naturales de esta región comen carne humana, y no se perdonan en este caso; porque en tomándose unos a otros (como no sean naturales de un propio pueblo), se comen [...]. En uno de ellos está agora asentada la ciudad de Antiocha. Antiguamente había gran poblado en estos valles [...]. Estos, aunque son de la misma lengua y traje [...] siempre tuvieron grandes pendencias y guerras; en tanta manera, que unos y otros vinieron en gran disminución, porque todo lo que se tomaban en la guerra los comían y ponían las cabezas a las puertas de sus casas [...]. Quiero, antes que pase adelante, decir aquí una cosa bien extraña y de grande admiración. La segunda vez que volvimos por aquellos valles, cuando la ciudad de Antiocha fue poblada en las sierras que están por encima dellos, oí decir que los señores o caciques de estos valles de Norte buscaban de las tierras de sus enemigos todas sus mu-jeres que podían, las cuales traídas a sus casas, usaban con ellas como con las suyas propias; y si se empeñaban dellos, los hijos que nacían los criaban con mucho regalo hasta que había doce o trece años, y de esta edad, estando bien gordos, los comían con gran sabor, sin mirar que era substancia y carne propia; y de esta manera tenían mujeres para solamente engendrar hijos en ellas, para después comer; pecado mayor que todos los que ellos hacen. Y háceme tener por cierto lo que digo ver lo que pasó a uno destos principales con el Licenciado Juan de Vadillo, que en este año está en España, y si le preguntan lo que yo escribo, dirá ser verdad, y es que la primera vez que entraron cristianos españoles en estos valles, que fuimos yo y mis compañeros, vino de paz un señorete que había por nombre Nabonuco, y traía consigo tres mujeres; y viniendo la noche, las dos dellas se echaron a la larga encima de un tapete o estera y la otra atravesada para servir de almohada; y el indio se echó encima de los cuerpos de ellas muy tendido; y tomó de la mano otra mujer hermosa que quedaba con otra gente suya que luego vino. Y como el licenciado Juan de Vadillo le viese de aquella suerte, preguntóle que para qué había traído aquella mujer que tenía de la mano; y mirándolo al rostro, el indio respondió mansamente que para comerla, y que si él no hubiera venido lo hubiera ya hecho. Vadillo, oído esto, mostrando espantarse, le dijo: “Pues ¿cómo, siendo tu mujer, la has de comer?”. El cacique, alzando la

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voz, tornó a responder, diciendo: “mira, mira, y aún al hijo que pariere tengo también que comer”.22

Una expedición enviada por Carlos V y comandada por alemanes de la casa de los Welser, banqueros del Emperador, partió de Coro en Venezuela en 1541 y prosiguió por el pie del monte de la cordillera de los Andes hasta dar en los Lla-nos orientales del Nuevo Reino de Granada con la sierra de la Macarena, nom-brada así por los expedicionarios en honor de la Virgen de Sevilla. Las prácticas antropofágicas que hallaron en este paraje alemanes y castellanos al mando de Felipe de Hutten, noble tudesco que poco gustaba de mujeres, son aludidas así por Francisco Herrera Luque:

Perdido ya el perfil de la serranía, divisaron al sur una punta parda que daba inicio a la sierra de la Macarena, como optaron llamarla en honor de la Sevillana [...]. A menos de una legua hallaron un pueblo y unos sembradíos. Era la primera huella de presencia humana en tres meses de impenitente marcha. Ya se regodeaban de la compañía y de las mazor-cas, cuando un ejército de indios enjutos y contrahechos cargó contra ellos, salpicándolos de flechas y de bestiales gritos. Eran los célebres in-dios choques, tan terriblemente caníbales que se comían a sus propios muertos. Luego de desbaratarlos y cargar con sus cosechas prosiguieron hacia el mediodía. Un descubrimiento atroz les sacó un alarido de rabia: la pretendida cordillera que había de llevarlos hasta El Dorado, era un ramal de los Andes que daba vuelta sobre sí mismo.

—¡Coño! —estalló Limpias—. Eso me pasa por meterme con maricas.23

Esta oposición entre concepciones morales y religiosas no era menos extra-vagante en el centro más adelantado de las poblaciones indígenas de América. En el altiplano de México, los aztecas (pueblo artista organizado y guerrero) se movían literalmente en un lago de sangre. Su religión era de una crueldad des-medida. El tlatoani de Tenochtitlán, autócrata integral ante quien los más altos jerarcas tenían que bajar los ojos y cubrirse de harapos, dictaba su ley desde un pedestal de calaveras. Días hubo por el tiempo de la llegada de los españoles en que fueron sacrificados ochenta mil “predestinados”, para ofrecer sus corazones a Huichilobos, dios de la guerra, arrancados por los sacerdotes de los pechos de las víctimas, abiertos con navajas de obsidiana. La sangre que brotaba era esparcida por las paredes de los altares o cúes y los sacerdotes se la untaban en

22 Idem. Énfasis añadido.23 Francisco Herrera Luque, La Luna de Fausto, p. 258, Pomaire, Caracas, 1983.

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ropas y cabellos que, así sacralizados, no se podían lavar. Los templos y sus sa-cerdotes se percibían desde lejos por el hedor de la materia humana, untada y esparcida en cantidades industriales.

La antropofagia imperaba a la par. Bernal Díaz del Castillo, soldado de Her- nán Cortés, escribió la mejor historia de la conquista de la Nueva España, en un idioma y con dotes literarias atrayentes de verdad. Leamos algunos cor- tos pasajes:

Acuérdome que tenía en una plaza, a donde estaban unos adoratorios, puestos tantos rimeros de calaveras de muertos, que se podían contar, según el concierto como estaban puestas, que al parecer que serían más de cien mil, y digo otra vez sobre cien mil; y en otra parte de la plaza es-taban otros rimeros de zancarrones, huesos de muerto, que no se podían contar, y tenían en unas vigas muchas cabezas colgadas de una parte a otra, y estaban guardando aquellos huesos y calaveras tres “papas”, que, según entendimos, tenían cargo de ello [...].

El hábito que traían aquellos “papas” eran unas mantas prietas a manera de sotanas y lobas, largas hasta los pies, y unos como capillos que querían parecer a los que traen los canónigos y otros capillos traían más chicos, como los que traen los dominicos; y traían el cabello muy largo hasta la cinta, y aún algunos hasta los pies, llenos de sangre pegada y muy enretrados, que no se podían esparcir; y las orejas hechas pedazos, sacrificados de ellas, y hedían como azufre, y tenían otro muy mal olor como de carne muerta; y según decían y alcanzamos a saber, aquellos “papas” eran hijos de principales y no tenían mujeres, más tenían el maldito oficio de sodomías, y ayunaban ciertos días [...].

Déjenos de contar del volcán, y diré cómo hallamos en ese pueblo de Tlaxcala casas de madera hechas de redes y llenas de indios e indias que tenían dentro encarcelados y a “cebo”, hasta que estuviesen gordos para comer y sacrificar [...]. En cada pueblo no hallábamos otra cosa. Algunas veces los brazos y las piernas habían desaparecido y los indios que se habían quedado atrás, explicaban que se las habían llevado para comer [...]. Ningún banquete ocurría sin que se comiera carne humana.24

Por el sur del mar Caribe, el marino italiano Michele Cúneo, compañero de Colón en su segundo viaje, se refiere también a la antropofagia, practicada, prac-ticada comúnmente en las islas que hoy forman parte de las Antillas francesas:

24 Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, pp. 99, 117, 118, 119, 148, 149, Fernández Editores S. A. México D.F., 1961.

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11la sociedad y el estado en la américa española

En dicha isla Santa María Galante cargamos agua y leña; está deshabita-da aun cuando es llana y está cubierta de árboles. Ese mismo día izamos velas y llegamos a una isla grande que está poblada por caníbales, los cuales al vernos huyeron enseguida a las montañas[...].25

En dicha isla apresamos a doce mujeres, muy bellas y gordas, entre quince y dieciséis años de edad, y con ellas a dos mozos de la misma edad, los cuales tenían cortado el miembro generativo al ras del vien-tre; juzgamos que le habían echo eso para que no se mezclaran con sus mujeres o tal vez para engordarlos y después comerlos. Estos mozos y mozas que habían sido apresados por los caníbales los mandamos a Es-paña como muestra al rey. A dicha isla el Señor Almirante le puso como nombre Santa María de Guadalupe.

Uno de esos días en que habíamos echado anclas vimos venir des-de un cabo una canoa —es decir, una barca, pues allí la llaman en su lengua— dándole a los remos que parecía un bergantín armado, y en ella venían tres o cuatro caníbales, dos mujeres caníbales, y dos indios que venían cautivos, a los cuales, como hacen siempre los caníbales con sus vecinos de las otras islas cuando los apresan, les acababan de cortar el miembro generativo a ras del vientre, de modo que aún esta-ban dolientes.26

Los caníbales e indios, aun cuando son innumerables y habitan en inmensos territorios muy distantes entre sí y poco frecuentados, ha-blan sin embargo el mismo lenguaje, viven de la misma manera y por su aspecto parecen de una sola nación, salvo que los caníbales son más feroces y más agudos que los indios. Cuando los caníbales apresan a los indios, los comen como nosotros comeríamos un cabrito; dicen que la carne de los mozos es mucho mejor que las mujeres. Son muy golosos de carne humana y por comerla algunos salen de su país seis, ocho y diez años sin repatriarse; y se quedan hasta agotar la población de la isla. Si no ocurriese esto, los indios se multiplicarían tanto que cubrirían la tierra. La razón de esto es que comienzan a generar en cuanto llegan a la edad propicia y sólo mantienen continencia frente a sus hermanas: el resto es común. Hemos querido averiguar de los caníbales cómo apresan a los indios y nos han dicho que se esconden durante la noche y al amanecer rodean las casas y los apresan.27

25 Michele de Cúneo, Cronistas de Indias-Antología, pág. 25, El Áncora Editores, Santafé de Bogotá, 1962.26 Ibid. pp. 26 y 27.27 Ibid. p. 34.

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12 la otra cara de la luna

Para fray Tomás de Mercado la antropofagia iba anexa a la “barbaridad”. Este estado de “barbarie” como concepción etnocentrista aristotélica se encontraba ahora en América.

No se espante nadie esta gente se trate tan mal y se vendan unos a otros porque es gente bárbara y salvaje y silvestre, y esto tiene anexo la barba-ridad, bajeza y rusticidad cuando es grande, que unos a otros se tratan como bestias, según dicen algunas fábulas, que se hieren y apalean los salvajes. Lo mismo tenían los indios, que aun se comían sin ser enemi-gos, y acaecía conversar con una mujer una noche y antojársele al alba comerla a bocados y comenzarlo a hacer.28

En el tercer libro impreso que se publicó sobre las tierras y gentes de Amé-rica, el Sumario de la natural historia de las Indias (Toledo, 1526),29 Gonzalo Fernández de Oviedo se refiere también a la afición por la carne humana que asimismo deleitaba a los nativos del sur de América:

Las diferencias sobre que los indios riñen y vienen a batalla son sobre la cuál terna más tierra y señorío, y a los que pueden matar matan, y algunas veces prenden y los hierran y se sirven de ellos por los esclavos, y algunos señores sacan un diente de los delanteros al que toman por esclavo, y aquello es su señal. Los caribes flecheros, que son los de Car-tagena y la mayor parte de aquella costa, comen carne humana, y no toman esclavos ni quieren a vida ninguno de sus contrarios o extraños, y todos los que matan se los comen, y las mujeres que toman sírvense de ellas, y los hijos que paren (si caso algún Caribe se echa con las ta-les) cómenselos después; y los muchachos que comen de los extraños, cápanlos y engórdanlos y cómenselos.30

La mayor parte del tiempo que vivió en las Indias la pasó Fernández de Oviedo en Santa María la Antigua del Darién y recorrió la costa de tierra firme desde Costa Rica hasta Cumaná en Venezuela. Para él, los indios de esta zona son guerreros terribles. Algunos combaten con macanas “a las cuales ponen en

28 De Suma de tratos y contratos, citado por Francisco Castilla Urbano en El pensamiento de Francisco de Vitoria, p. 204, Anthropos, Barcelona, 1992.29 Este libro se refi ere en particular a sucesos y a las regiones de la costa norte de la actual Co-Este libro se refiere en particular a sucesos y a las regiones de la costa norte de la actual Co-lombia. Oviedo tuvo una larga permanencia en Santa Marta la Antigua del Darién.30 Fernández de Oviedo Gonzalo, Sumario…, p. 41, Instituto Caro y Cuervo, Santafé de Bo- gotá, 1995.


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